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Resumen del documento de San Miguel: declaración del Episcopado Argentino sobre

la adaptación a la realidad actual del país, de las conclusiones de la II Conferencia General


del Episcopado Latinoamericano (Medellín)

I. Introducción general.

Los señores Obispos del Episcopado Argentino contemplan la nueva era histórica en la que está la
sociedad. La cual «exige claridad para ver, lucidez para diagnosticar y solidaridad para actuar».

Dando un mensaje donde reafirmaban su compromiso con la humanidad de hoy, confiando en


Dios y en los valores de las personas. Esto fue lo que los obispos quisieron transmitir al pueblo
latinoamericano en la Segunda Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, celebrada en
Medellín, Colombia.

A. Fin primordial de esta asamblea

Fue analizar la realidad actual del país en sus diversos aspectos: económico, social, cultural y
religioso. Se elaboraron 4 áreas en respuesta a la solicitud del Episcopado Latinoamericano. Las
cuales están relacionadas con el proceso de cambio del continente, dichas áreas son: la justicia, la
paz, una nueva forma de evangelización y cambios en algunas estructuras de la iglesia, esto último
bajo el criterio de adaptarla hay mundo de hoy y a lo que dice el Concilio Vaticano II.

B. Triple dirección

Los señores obispos siempre consideraron las orientaciones que Pablo VI les dio antes de iniciar la
conferencia, las cuales fueron:

1- Una orientación espiritual: en la cual los obispos recalcan su compromiso con el pueblo de
dar «testimonio de una vida profundamente enraizada en la fe, razón de ser de la Iglesia».
2- Una orientación pastoral: Tener caridad con todos los grupos de cristianos, mencionan los
obispos.
3- Una orientación social: nuestro continente se encuentra en transformación y la
Conferencia Episcopal Argentina remarca su deber en la promoción total del pueblo y su
desarrollo integral.
C. Nuestra Responsabilidad como obispos:

Se contemplan los documentos conciliares y en las conclusiones de Medellín confirman las


obligaciones con Cristo y los compromisos de los obispos con el mundo de hoy, ellos son
conscientes de la autoridad que tienen para enseñar, santificar y regir al pueblo de Dios, teniendo
una raíz y razón de ser en el servicio. Pues a imagen de Cristo, el maestro y buen pastor, «que no
vino a ser servido, sino a servir».

Los Obispos recalcan que la doctrina que se predica no nos pertenece, pues el del Padre, ni el
pueblo que apacentamos; es de Cristo, Por ello es un servicio de verdad.

Se hace un énfasis en el dialogo, mencionando que para gobernar las diócesis en necesarios
escuchar a sus Presbíteros, consultándolos y dialogando con ellos sobre las necesidades y
modalidades del trabajo y bien de la Iglesia.
Este dialogo no siempre es fácil pues se interponen las diferencias de pensamiento de que hay
entre generaciones, estamos ante una renovación en la vida de la Iglesia, siendo testigos de un
gran número de cambios en la sociedad de hoy donde se espera que la Iglesia Católica se muestre
de forma más consciente de su misión. Por difícil que sea ese dialogo es necesario para que sean
uno a pesar de sus opiniones diversas.

Con el Concilio Vaticano II se abrieron dos direcciones para el dialogo:

a) Del Obispo con sus Presbíteros creando el consejo presbiterial.


b) Con todo el Pueblo de Dios, aconsejando la creación de los consejos pastorales.

I. La pobreza de la Iglesia.

La Santa Madre Iglesia proclama la pobreza como actitud interior profunda y simple. La verdadera
pobreza expresa una necesidad de Dios y de los demás. Implica varios sentimientos: servicio, amor,
desprendimiento, serenidad y gozo. Siendo una condición para que seamos participes del reino y
de sus bienes invisibles.

Los señores Obispos hacen una toma de conciencia sobre los bienes creados para que sean dados
de forma justa, inseparablemente de la caridad. No se trata de no poseer nada, ni de desprenderse
de los bienes que nos son útiles en el día a día. Sino que Dios invita a la iglesia a que actúe con una
gran pureza y libertad ante cualquier forma de riqueza.

Los pobres son el sacramento de Cristo. Él está como encarnado en cada hombre doliente, cada
persona que sufre. Por eso, la Iglesia honra a los pobres y se solidariza con su causa. Pues el
maestro, Cristo, quien se hizo pobre siendo rico. Por eso la Iglesia, sacramento de Cristo, es la
Iglesia de los pobres, todo discípulo del Señor debe tener una pobreza de espíritu y un
desprendimiento de los bienes temporales.

Sin embargo, la miseria es un pecado, es una condición inhumana. Dios no hizo al ser humano para
la miseria, siendo una injusticia social, los que poseen deben socorrer a los que no poseen nada. La
Iglesia no solo debe predicar la verdadera pobreza, debe vivirla a ejemplo de Cristo y con generosa
apertura ante las necesidades de los hermanos debe buscar llegar a la igualdad.

Orientaciones pastorales

La Iglesia debe buscar evitar cualquier aspecto de riqueza, dominando las debilidades de los
hombres y las apariencias que no respondan a una verdadera riqueza. Se buscará brindar un
testimonio más real de la verdadera pobreza y sinceridad.

Al final los Señores Obispos buscan un sincero desprendimiento y libertad de espíritu por parte de
los de sus miembros consagrados, buscando que todo el pueblo de Dios camine en una misma
dirección y eso les lleve a un cambio de mentalidad hacia un sentido social y de preocupación por
el bien común.

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