Está en la página 1de 137

ÍNDICE

Lo que se comenta en torno a Caos en el matrimonio

Dedicatoria

Reconocimientos

Prólogo

Introducción

PARTE I . CONSECUENCIAS EN EL MATRIMONIO

Capítulo 1 . Diagnóstico de la relación

Capítulo 2 . La cobardía de la indiferencia

Capítulo 3 . El perdón en el Matrimonio

PARTE II . ATADURAS

Capítulo 4 . ¿Cómo afectan las ataduras al matrimonio?

Capítulo 5 . Pelear la batalla de la libertad

PARTE III . OPRESIÓN

Capítulo 6 . Nuestra opresión matrimonial

Capítulo 7 . La operación del enemigo

Capítulo 8 . El resultado de la opresión

PARTE IV , SUFRIMIENTO

Capítulo 9 . El divorcio

Capítulo 10 . El pacto del matrimonio


Capítulo 11 . La dureza del corazón y el divorcio

Capítulo 12 . El sufrimiento en el matrimonio

Parte V . CAOS

Capítulo 13 . Matrimonio en caos

Capítulo 14 . La manifestación del amor en el caos

PARTE VI . RESTAURACIÓN Y ORDEN

Capítulo 15 . Consejos decisivos

Capítulo 16 . Pelea por el matrimonio

Capítulo 17 . ¿Por qué pelear por la familia?

Capítulo 18 . Cómo pelear por la familia

Palabras finales

Acerca del autor

Caos en el matrimonio
Cómo vencer consecuencias, ataduras,
opresiones y sufrimientos en su relación de pareja

Richard Martínez

Lo que se comenta en torno a Caos en el matrimonio


En este libro, el pastor Richard Martínez escribe en una forma clara,
transparente y práctica, mientras comparte sus experiencias, brinda
estrategias y recursos que serán de edificación para su matrimonio. Confío
en que este libro fortalecerá su fe y le animará a trabajar en su matrimonio
para tener una mejor y más firme relación. Así que, si está batallando en su
matrimonio… obtenga este libro. Si quiere una mejor relación en su
matrimonio… obtenga este libro. Si no quiere perder su matrimonio…
OBTENGA ESTE LIBRO.

Scott Wilson

Pastor Principal, Oaks Church

Red Oak, TX
El pastor Richard Martínez nos ayuda a navegar las Sagradas Escrituras
exponiendo uno de los temas más transcendentales en nuestra generación:
el matrimonio. En las páginas de su libro, encontrará lecciones y principios
bíblicos que le ayudarán a proteger, edificar y guiar su matrimonio en un
mundo cambiante. Sea soltero, casado o divorciado, no importa la
temporada en que se encuentre, su vida será enriquecida por las enseñanzas
provistas en este libro. Felicitaciones, pastor Martínez, por su arduo y
excelente trabajo en este proyecto. Gracias por exponer y compartir las
verdades bíblicas sobre este tópico tan importante en nuestras vidas.

Pastor Joshua D. Rivera

Fuego Church

De Soto, TX

Considero que este libro será un instrumento revelador de las causas de los
problemas que conducen a las parejas a conflictos graves. Expone de
manera práctica y sencilla las diversas situaciones que afectan las relaciones
matrimoniales y también soluciones para mantener un matrimonio
saludable.

Luis Fernández

Presidente y fundador

Fundación Libres para Amar


Doral, Florida, EEUU

CAOS en el matrimonio llega con respuestas para una familia fracturada y


herida que no tiene raíces profundas, con valores y prioridades equivocadas,
que no saben perdonar ni hablar sin herir al otro, que piden una perfección
que no tienen y caen en la trampa de considerar al matrimonio algo
desechable.

Hemos conocido a los pastores Richard y María Martínez íntima y


profundamente desde el comienzo de su ministerio. En este libro,
comparten experiencias y herramientas cuya efectividad ellos han
comprobado. Estamos seguros de que transformarán los matrimonios que
los pongan en práctica. Gracias, Richard y María, por abrir sus corazones y
capacitar a matrimonios en encontrar el norte que habían perdido.

Carlos y Millie Díaz

Apóstoles y Fundadores

Ministerios Unidos Antioquia

New Life Church / Iglesia Nueva Vida

Arlington, TX, EEUU

Damos muchas gracias a Dios por la vida de nuestro amado pastor Richard
Martínez, quien ha sido el instrumento que Dios usó para nuestra
restauración personal y matrimonial. A través de su mensaje “Las ataduras
del cristiano” , pudimos entender la estrategia del enemigo desde el
principio y cómo nosotros mismos habíamos quedado atados al pasado, a
antiguos rencores, malos hábitos y muchas cosas más que terminaron
dañando hasta quebrar nuestra unión.

Gracias a Dios, ahora por la publicación de este libro, que va dirigido


precisamente al corazón del matrimonio. Esta será una herramienta práctica
que no solo romperá las ataduras, sino que unirá a la pareja en el verdadero
amor de Cristo.
Eduardo y Verónica Peña

Conferencistas internacionales

Autores del libro Mi matrimonio, unidad perfecta

En este libro encontrará esperanza e instrucción matrimonial a través de la


narración honesta del matrimonio del pastor Richard Martínez. En cada
capítulo, las etapas del distanciamiento emocional y los factores que causan
el fracaso en el matrimonio se identifican y se comparan con la mejor guía
– el plan de Dios. Un gran porcentaje de ministros sirven a Dios sabiendo
que detrás del velo están cargando un peso agobiante causado por
problemas en su matrimonio a través de los años. Aquí está la vida de una
pareja sin el velo, que no terminaron en divorcio porque decidieron seguir
el ejemplo que Cristo nos da para sanar relaciones – humildad y perdón. El
matrimonio de los Martínez es un ejemplo de las realidades que todos
enfrentamos y la necesaria unidad entre el matrimonio y el ministerio. Le
doy gracias a Dios porque me invitaron a su vida y sigo viendo que la
gracia y la gloria de Dios se manifiestan en ellos como líderes que siguen
las instrucciones bíblicas. Este libro se lo recomiendo si busca ayuda
práctica, bíblica e inspiradora aunque sea pastor o no, si tiene pocos años
casado o muchos.

Eric Puente, ThM

Fundador y Consejero Pastoral

Ministerio Corazones Unidos

Dallas, TX

La vida es una escuela y los problemas son el currículo. Muchos en la vida


no abrazan ni aprenden las lecciones, pues huyen, niegan, y perpetúan los
errores para las próximas generaciones. Pero Dios orquesta y usa todo para
darnos un mensaje de vida autorizado. El pastor Richard y María Martínez
no son una excepción. En su libro Caos en el matrimonio , nos dan las
lecciones aprobadas y afirmadas bajo el fuego refinado y nos consuelan a
todos a mejorar porque matrimonios saludables y divinos no solo suceden
(2 Corintios 1: 3-4).

Pastores Jay y Yolanda Vélez

Iglesia Centro Bíblico

Queens, NY

Conozco al Pr. Richard Martínez y su gran pasión por Dios. Richard, que
actualmente preside la iglesia CAFE en Dallas, TX, es un sobreviviente. Él
y su esposa han sido probados por Dios de muchas y distintas maneras, han
sido aprobados y perfeccionados.

Este libro es el fruto o el resultado de lo que han oído de Dios y han


experimentado en los procesos en los que han sido “refinados”.

Como dicen las Escrituras: “El hombre deja a su padre y a su madre, y se


une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Eso es un gran
misterio, pero ilustra la manera en que Cristo y la iglesia son uno” (Efesios
5:31-32, NTV).

Esto se lee muy fácil, pero no es nada sencillo llevarlo a cabo. En estos dos
versículos, lo que más me resaltó es eso de que el matrimonio es “un gran
misterio”.

El Señor nos da el día a día para ir descubriéndolo y darnos cuenta de que


llamarlo “gran misterio” no es malo, sino todo lo contrario.

Es por eso que necesitamos la ayuda que Dios nos brinda a través de las
experiencias de otros, y aprender de la sabiduría que Dios les ha dado en
cuanto a este tema.

En este libro, encontrarás verdades bíblicas sobre el matrimonio, la


facilidad con la cual se cae en el engaño ignorando las verdades de Dios y
decidiendo por nosotros mismos, las experiencias en carne propia en el
matrimonio, pero sobre todo, encontrarás la salida a la manera de Dios para
mejorar en este “gran misterio”.
Acompañemos al Pr. Richard para aprender de este viaje y, al leer cada
página, tengamos un corazón abierto, enseñable para vivir mejor esta
aventura llamada matrimonio.

Pastor Felipe del Castillo

Iglesia Trigo y Miel

León, Guanajuato, México

Como Instructora de Biblia de CFNI, un día conocí en mi aula a un


estudiante excepcional: un joven lleno de mucha vida, seguro de sí mismo,
amable, respetuoso y muy genuino. Él había llegado a nuestro Instituto
Bíblico para prepararse y seguir fielmente el trabajo y legado del pastor de
su iglesia, a quien admiraba intensamente. Sobresalía en él una devoción
extraordinaria de poder seguir sus pisadas y continuar con su legado. A los
días me enteré que su pastor también era su padre.

Al leer este libro y la valentía y transparencia con la que el autor abre su


corazón y expone los cuidados y detalles más refinados en favor y defensa
del matrimonio y de la familia, pude darme cuenta de cómo el pastor
Richard tiene ganado el respeto y la admiración, no solo de mi estudiante,
José, su hijo menor, sino el de toda su familia y congregación, y de todos
los que tenemos el privilegio de conocerle.

Su matrimonio y su familia son una prueba fidedigna del trabajo arduo de


un hombre humano, con luchas y retos por delante, como todos los demás.
En este libro, nos muestra cómo él, con un liderazgo sólido y una decisión
firme de amar y pelear por su familia, aferrado a Dios, a su Palabra y a su
fe, pudo salir adelante y ganar las batallas más feroces de estos tiempos en
contra del estado más sagrado e íntimo de la familia: el matrimonio.

Recomiendo este libro a todos aquellos que están casados, a aquellos que
están luchando por su matrimonio, y aun a aquellos que piensan que ya no
hay posibilidad de rescatar su matrimonio.

Pastora Mercy Casanellas Cushworth


Instructora de Español y Consejera

Cristo para las Naciones

Dallas, TX

A través de este libro, el Pr. Richard abre su corazón para compartir, de su


propia experiencia de vida, herramientas que ayudarán a cómo enfrentar
momentos muy difíciles que muchos matrimonios atraviesan en la
actualidad. Me gusta la vulnerabilidad con que se expresa el Pr. Martínez en
este libro. Esta poderosa característica fue la que hizo que se rindiera al
Dios Todopoderoso para que restaurara su matrimonio.

Daniel Calveti

Dedicatoria
Este libro de CAOS en el matrimonio te lo dedico a ti, la dueña de mis
amores, mi amada y hermosa esposa: María Martínez. Fuiste una campeona
durante todo este proceso que enfrentamos en nuestro matrimonio y nuestra
familia. Soy el hombre más afortunado del mundo por tenerte en mi vida
como esposa, compañera y amiga. Te admiro porque, aunque estos procesos
fueron mucho más duros y fuertes que lo que podemos expresar en un libro,
nunca te rendiste, nunca tiraste la toalla, guardaste la fe y continuaste
amando y creyendo. Es maravilloso poder contar nuestra historia y poder
decir que Dios nunca nos dejó, que Dios nunca nos desamparó, que Dios
siempre estuvo con nosotros y que fue Dios quien nos restauró y nos dio la
victoria. Y que hoy nos amamos como nunca antes imaginamos. Por eso te
reconozco, te amo y te valoro, y quiero seguir contando nuestra historia
unidos por el resto de nuestras vidas.

Quiero también dedicar este libro a mis hijos, Richard, Jonathan y José
Martínez, quienes durante esta temporada difícil para toda la familia, nunca
nos juzgaron, nunca dejaron de ser los hijos amorosos, obedientes y
respetuosos que siempre han sido. Quiero que sepan que después de Dios,
ustedes fueron la razón que nos impulsaba a luchar y hoy, gracias a Dios,
estamos unidos en familia. Los admiro, los valoro, pero sobre todo, los amo
con todo mi corazón.
Reconocimientos
Quiero reconocer a CAFE, por ser la mejor congregación del planeta. El
apoyo, amor, el cuidado, la discreción y la consideración que tuvieron con
nosotros durante nuestro proceso fueron únicos. Ustedes son,
verdaderamente, lo que resume su nombre: una Comunidad de Amor, Fe y
Esperanza. El corazón que tuvieron para cubrirnos en oración y amor nos
ayudó a poder ser sinceros y transparentes mientras atravesábamos el
proceso. Eso nos dio la paz, la fortaleza y la confianza para luchar y salir
adelante en nuestro matrimonio, la familia y el ministerio. Por el respaldo
que recibimos de ustedes, podemos continuar declarando que: NO HAY
NADA MEJOR QUE SER CRISTIANOS.

Prólogo
Era el comienzo de una linda temporada. Luego de tres años de habernos
casado, mi esposa Raquel y yo veíamos cómo Dios traía un nuevo e
inolvidable capítulo a nuestras vidas. Allí como esposos, junto a nuestra
primera hija Hosanna, estábamos abriendo las puertas de nuestro primer
hogar. La emoción era notable, este sí sería nuestro hogar.

Como todos los nuevos dueños de casas, comenzamos con los arreglos que
queríamos hacer para darle a la casa nuestro toque especial. Queríamos que
cada espacio y rincón hablara de nosotros y de la familia que estábamos
edificando. Allí viviríamos momentos inolvidables y eso nos entusiasmaba.

No había pasado mucho tiempo cuando decidimos hacer un nuevo proyecto


para embellecer el hogar. Íbamos a hacer un jardín en la nueva casa. No
teníamos ningún tipo de experiencia haciendo jardines, pero eso no nos iba
a detener. Estábamos determinados.

Justo cuando ya estaba todo listo, me puse a limpiar el área donde


sembraríamos las plantas que habíamos comprado para el jardín. Fue en ese
momento que se acercó un vecino. No lo había conocido antes, pero luego
de presentarse me preguntó qué pretendía hacer. Procedí a contarle sobre
nuestra maravillosa idea del jardín. Le compartí nuestra visión y al terminar
lo miré esperando que quedara impresionado, pero no, no parecía estar
impresionado.
Luego de escucharme, comenzó diciendo: “No creo que sea una buena
idea”. Me sorprendió su respuesta. “Tal vez escuché mal”, pensé. El vecino
continuó diciendo: “Si te das cuenta, no hay muchos jardines en las casas
alrededor”. Rápidamente se percató de que yo no estaba entendiendo y me
explicó que el terreno de nuestras casas no era bueno para sembrar un jardín
y mucho menos como el que queríamos.

Sin mucho más que decir, luego de ese gran mensaje motivacional, nuestro
vecino, alias NUBE NEGRA, se despidió. Allí me quedaba yo paralizado.
Sin darse cuenta, en tan solo unos minutos, su comentario nos quiso robar la
alegría y emoción que teníamos al hacer nuestro primer jardín. Ahora sí,
nosotros estábamos muy determinados. Así que, a pesar de ese mensaje
desalentador, continuamos.

Con pala en mano, intentamos abrir camino en la tierra. Ahí me percaté de


que la tierra estaba mucho más árida y dura de lo que imaginé. Seguimos
abriendo camino en la tierra y seguíamos dando en el suelo con pala en
mano hasta que llegamos a nuestro gran descubrimiento. Luego de cavar
profundo, empezamos poco a poco a encontrar grandes pedazos de concreto
y trozos de varas de hierro de construcción que estaban escondidas como
tesoros en el terreno frente a nuestra casa. Seguimos dando en el terreno y
encontramos que estaban por todos lados. Fue tanto, que no dejábamos de
salir del asombro. Solo podía imaginar la cara de nuestro vecino diciendo:
“Este terreno no sirve para hacer jardines”.

Luego de juntos sacar tanto hierro y concreto, supimos la historia sobre


cómo los desarrolladores y constructores de las casas habían decidido poner
los escombros de la construcción en algunos terrenos para poder rellenar y
nivelarlos. Al momento tal vez parecía una buena idea para los
desarrolladores, pero creo que nunca imaginaron lo que eso significaría para
los futuros dueños de las casas. Hay decisiones que tomamos hoy que nunca
imaginamos cómo impactarán lo que se desea construir en el futuro. Esos
escombros enterrados en el suelo se convertirían en una gran limitación a la
hora de sembrar un jardín en esas nuevas casas. Así ocurre muchas veces.

Pude sentir al Espíritu de Dios susurrarme al corazón que el matrimonio es


como un jardín. Ese día, aprendí varias lecciones que quiero compartir
contigo. Primero, aprendí que en el matrimonio no solo hay que saber
sembrar lo que deseas, sino que también hay que saber regarlo y cultivarlo.
A la hora de comenzar una relación matrimonial, no solo es importante dar
el primer paso de comprometernos a sembrar, sino también debemos
entender que el fruto de ese compromiso estará ligado a nuestra capacidad
de regar y cultivar nuestra decisión de amor original.

Segundo, aprendí que cuando siembras es muy importante la salud de la


planta que siembras, pero es muy importante también que el terreno donde
vayas a sembrar esté en una condición óptima para poder sembrar y ver
fruto allí. No importa cuán duro se trabaje para asegurarse de que podamos
cultivar y regar el huerto, si en el terreno abundan escombros que fueron
depositados y dejados allí donde queremos sembrar, esos escombros se
convertirán en un estorbo para los frutos que deseamos.

En otras palabras, difícilmente tendrás buenos frutos el día de hoy si tu


terreno está saturado de escombros del pasado. Al sembrar, es importante
recordar que tu fruto presente estará limitado por lo que ha estado oculto
por años en tu terreno: heridas del pasado, hábitos ocultos, emociones
tóxicas, patrones dañinos, entre otros. Estos son parte de los escombros
enterrados que le roban a tu jardín la vida que deseas. Ahora, hay buenas
noticias: los escombros de tu pasado no tienen que limitar tu jardín hoy,
porque Dios sabe cómo sanar tu tierra.

Muchos se casan pensando que esa pasión que los lleva a casarse será
suficiente. Una boda puede ser preciosa e inspiradora, pero todos sabemos
que para que un matrimonio sea fructífero y abundante, necesitamos mucho
más que solo una linda boda. Se necesita regar y cultivar día a día ese
jardín. En otras palabras, comenzar una vida matrimonial es como sembrar
las plantas en el jardín, pero también se requiere una porción diaria de amor,
comprensión y reconciliación. Si no, ese jardín se secará. Debemos
activamente asegurar que en nuestra relación matrimonial procuremos
cultivar la intimidad, la amistad y el romance que un día nos unió.

Mientras me miraba frente al jardín lleno de lodo tratando de trabajar el


terreno, me llegó al corazón un entendimiento que no tenía sobre el
matrimonio. Allí mis ojos fueron abiertos a una verdad poderosa: Para
disfrutar de un matrimonio fructífero, no solo debemos ser capaces de
plantar y cultivar el jardín, sino también debemos ser intencionales en
limpiar el terreno de todo escombro que esté allí producto de toda
experiencia dolorosa del pasado. Nuestra tierra debe estar limpia y libre de
todo dolor, resentimiento y falta de perdón.

Son muchos los que pasan una vida tratando de hacer que su matrimonio
funcione. Tienen un alto compromiso y por eso los ves sembrando y
regando diariamente su matrimonio con amor, pero aun así no ven todo el
fruto porque les falta limpiar su terreno. No habrá la salud y el fruto que
tanto anhelamos en el presente si no aprendemos a sanar las heridas del
pasado. Si deseamos un matrimonio victorioso y lleno de Dios, debemos
pedirle al Espíritu Santo que nos guíe a toda verdad, y que nos enseñe a
eliminar todo escombro dejado en nuestro terreno. Una tierra limpia de
desechos siempre será un mejor terreno para ver fruto abundante, el que
Dios tiene para nosotros.

Puedo recordar como si fuere ahora a nuestro vecino alias NUBE NEGRA.
Él me aseguraba que en nuestra vecindad no había jardines como el que
queríamos tener. Sentenciaba que nunca podríamos tener un buen jardín
porque simplemente la tierra no lo permitiría, pero al final, lo que
necesitábamos era aprender a limpiar nuestra tierra.

Son muchos los que piensan así. Pasan una vida dando explicaciones de por
qué no pueden ver el fruto del matrimonio sano y fructífero que han
deseado. Muchos repiten: “En nuestra familia nadie podrá experimentar
algo así”. Otros, sencillamente declaran que tendrán que conformarse con
una vida matrimonial mediocre, pero debes entender que Jesús dijo en Juan
10.10 que él vino para que tengamos vida y vida en abundancia. Esa verdad
incluye tu vida matrimonial.

Dios desea que todos podamos experimentar su bendición en nuestro


matrimonio. Sin embargo, nuestra incapacidad para manejar conflictos,
atender las heridas del pasado y las ataduras que hemos abrazado limita
nuestro matrimonio y nos limitan a la hora de experimentar todo lo que
Dios tiene para nosotros.

Hoy es un gran día, amigo, porque hoy es el día donde puedes comenzar a
dar un paso firme para ver el jardín de tu matrimonio dar fruto abundante.
Al entrar en las páginas de este libro, no solo encontrarás experiencias e
historias que te animarán a creer en lo que Dios es capaz de hacer, sino
también se te revelarán principios eternos que te ayudarán a vivir en
libertad plena.

Te invito a determinar tu corazón a una cosa. Decide librar tu corazón de


todo escombro de todo pasado doloroso. Tu vida será mejor, te lo aseguro.
Tu matrimonio será impactado de una manera sobrenatural, porque cuando
le damos entrada a Dios a lo más profundo de nuestro corazón, todo cambia
para bendición y creemos que así será a medida que te sumerjas en esta
lectura. CAOS en el matrimonio viene como una respuesta de Dios para las
muchas preguntas que tiene tu corazón. Oramos para que sea un catalizador
de una transformación profunda en tu vida y tu matrimonio. Es más, te
animo a que lo leas junto a tu esposo o esposa.

Tal vez, te preguntarás qué pasó con nuestro jardín finalmente. Te cuento
que luego de haber logrado sacar del terreno todo escombro que había allí
oculto, cada planta creció de manera sorprendente. Muchos venían para
hablarnos sobre nuestro jardín. Aun nuestro vecino, sí, NUBE NEGRA.

Años después, decidimos vender la casa. Pasado el tiempo volvimos a pasar


un día por la casa. Nos alegramos al ver que el jardín seguía allí, firme y
floreciente. No porque nosotros éramos unos jardineros expertos, sino
porque aprendimos a preparar el terreno para todo lo que Dios quería dar
allí.

Hoy es el día de preparar tu corazón para todo lo que Dios tiene listo para tu
vida y tu matrimonio.

Jacobo Ramos

Pastor Global para Latinoamérica

Gateway Church

Introducción
Escribí mi primer libro, CAOS , porque quería traer a la luz las experiencias
que atravesé cuando unas áreas de mi vida se vieron afectadas por no
conocer una forma más práctica y balanceada de mirar la guerra espiritual.
CAOS nos enseña, de una manera práctica, algunos procesos que cualquier
persona puede atravesar y cómo salir de ellos. Relata cómo atravesamos
muchas cosas por causa de nuestras decisiones. Cuando enfrentamos el
resultado de esas decisiones, eso se llama “consecuencias”.

Al percatarnos de esas consecuencias y no hacer nada al respecto para


cambiar, sino que más bien justificamos nuestras conductas y decisiones,
eso se convierte en una “atadura”. Una atadura es aquella conducta que no
confrontamos y no sabemos cómo salir de ella. Al no encontrar cómo
vencerla, le abre al enemigo una oportunidad para oprimirnos. Opresión es
todo lo que el diablo puede lograr en la vida de un cristiano, pero la
opresión no es lo mismo que una posesión. El que esta poseído no tiene el
razonamiento o la habilidad para ser libre, pero el que está oprimido sí lo
puede lograr.

Mas el enemigo es astuto y nos hace sentir que una opresión tiene autoridad
sobre nuestras vidas cuando la persona bajo opresión no ha perdido su
autoridad en Cristo. Mas si no confrontamos la opresión, tal opresión puede
terminar llevándonos al sufrimiento. De eso se trata el libro de CAOS
(Consecuencias, Ataduras, Opresiones y Sufrimientos).

En este libro, CAOS en el matrimonio , vuelvo a relatar de una forma


práctica cómo podemos enfrentar fácilmente esas mismas áreas en nuestro
matrimonio, porque una cosa es atravesar el proceso de CAOS en mi vida
personal, pero otra cosa atravesarlo en mi matrimonio. Por medio de CAOS
en el matrimonio enseñaré desde algunas experiencias que yo mismo
atravesé en mi matrimonio aun siendo pastor.

Las experiencias que vivimos me abrieron el panorama para evaluar cómo


si no confrontamos algunas áreas de nuestros matrimonios podemos
también terminar en CAOS en el matrimonio. Es impresionante ver cómo el
enemigo se ha levantado contra la familia, y cómo en la Iglesia en este
tiempo nos hemos quedado en un estado pasivo y de silencio ante eso.
Pareciera que nos hemos vuelto indiferentes ante lo que está afectando
gravemente a la familia.
Como pastores, hemos aconsejado a cientos de familias en su relación
matrimonial y familiar. Ha habido ocasiones en las que hemos tenido éxitos
impresionantes, con buenísimas herramientas que hoy día tenemos a nuestra
disposición que ayudan al desarrollo y restauración de la familia. Mas
también es cierto que ha habido ocasiones que hemos orado, ayunado,
aconsejado, utilizado cada herramienta que tenemos y hasta enviado a
consejeros profesionales y no hemos visto ningún resultado favorable.

Es muy frustrante ver cómo más y más matrimonios cristianos se


conforman con vivir una relación a medias o terminan divorciados. Es por
eso que me animé a escribir este libro para ayudar a los matrimonios a que
descubran otra área que posiblemente no estamos observando. Este libro no
es la garantía de que todo va a estar bien, pero es una herramienta para
asegurarnos de cubrir otras áreas que posiblemente ignoramos en la
relación.

No escribo este libro desde el punto de vista de un consejero profesional, ni


mucho menos desde el de un pastor que tiene una perfecta relación
matrimonial, sino todo lo contrario. Escribo este libro desde el punto de
vista de un pastor que estuvo al borde del divorcio. Mi esposa y yo pasamos
por un proceso en el 2012 que duró un poco más de un año, donde sin saber
por qué, ni cómo, solo hablábamos de divorcio mientras teníamos que
continuar trabajando en el ministerio.

Si está pensando: “¿Qué me puede enseñar este libro si este hombre siendo
pastor estuvo a punto de divorciarse?”, estoy de acuerdo con usted. Nadie
quiere consejos de nutrición de una persona que tiene sobrepeso, ni
tampoco quiere consejos de finanzas de alguien que está en bancarrota.

Pero sí me gustaría tomar consejos de la persona que tenía sobrepeso y


logró después de muchas dificultades bajar de peso, o de la persona que
tocó fondo en sus finanzas, pero se levantó y vive financieramente estable.
Del mismo modo, en el 2012, mi esposa y yo estuvimos a punto de
divorciarnos, pero nos levantamos, nos restauramos, salimos adelante y
para cuando se publique la primera edición de este libro, ya habremos
celebrado treinta años de casados.
Tocamos fondo en nuestra relación, peleábamos al menos cinco días a la
semana, no sabíamos de dónde había tantos desacuerdos, tantas discusiones,
a veces discutíamos por cosas que nada tenían que ver con nosotros, y a la
vez éramos pastores. No me sentía hipócrita porque el liderazgo de nuestra
iglesia conocía la situación. Los dos fuimos abiertos y transparentes con
ellos de cómo nos encontrábamos en nuestro matrimonio. Pero ellos nos
respaldaron, nos animaron, oraron por nosotros, nos cubrieron durante ese
tiempo y hoy estamos de pie, unidos y amándonos más que nunca.

Entonces, si quiere aprender las cosas que descubrimos y aprendimos en


este proceso, y quiere poder identificar áreas que posiblemente estén
afectando su relación, le invito a que continúe leyendo. Este libro no es solo
para matrimonios en crisis, sino también para todos los matrimonios. Sin
importar cuánto tiempo de casados lleven, su posición ministerial ni el nivel
espiritual, las trampas, los engaños, las mentiras del enemigo en el
matrimonio no miden ni respetan ninguna de las facetas anteriormente
mencionadas. Por eso, descubramos cómo salir del CAOS en el matrimonio.

PARTE I
CONSECUENCIAS EN EL MATRIMONIO
CAPÍTULO 1

DIAGNÓSTICO DE LA RELACIÓN
“Entonces el Señor Dios hizo que el hombre cayera en un profundo
sueño. Mientras el hombre dormía, el Señor Dios le sacó una de sus
costillas y cerró la abertura. 22 Entonces el Señor Dios hizo de la
costilla a una mujer, y la presentó al hombre. 23 «¡Al fin! —exclamó el
hombre—. ¡Esta es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Ella será
llamada “mujer”[b] porque fue tomada del hombre». 24 Esto explica
por qué el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa,
y los dos se convierten en uno solo. 25 Ahora bien, el hombre y su
esposa estaban desnudos, pero no sentían vergüenza”. (Génesis 2: 21-
25)
N o conozco ninguna persona que se haya casado diciendo algo como:
“Me voy a casar y dentro de diez años me divorcio para conseguirme a otra
persona”. Pero esa fue la mentalidad con la que yo entré al matrimonio. Yo
solía decir desde muy joven: “Cuando yo me case, voy a estar con mi
esposa unos diez años, luego de eso, me divorcio y me caso de nuevo” . No
sé de dónde aprendí eso porque mis padres no se divorciaron hasta que
tenían veintiséis años de casados, pero ambos venían de diferentes
matrimonios.

Lo que es peor, antes de casarme ya le había sido infiel a mi prometida


varias veces, lo que luego me llevó a arrepentirme y a buscar maneras de
complacer a mi esposa. Luego de estar casados durante siete años volví a
serle infiel, pero esta vez fue diferente, porque esta vez abandoné mi hogar
y a mi familia para ir a vivir con otra mujer. Duré dos años fuera de mi
casa; abandoné lo que estaba supuesto a amar. No fue hasta que tuve un
encuentro con Cristo en el año 1998 y le entregué mi vida, que mi
matrimonio se restauró. Sin embargo, aún había ciertas complicaciones.

◆◆◆
El problema de los matrimonios cristianos hoy día es que generalmente
buscan una solución a su crisis matrimonial, cuando ya la situación está
grave.

◆◆◆
En el matrimonio ya han pasado por tantas peleas, conflictos, infidelidades,
en algunos casos hasta agresión física, daños emocionales, que vienen a
buscar ayuda en el consultorio para lo que ya está de cuidados intensivos.

Esto no solo ocurre con las personas que comienzan a congregarse. Una
gran cantidad de personas que llevan años en el evangelio esperan que la
situación esté grave para comenzar a buscar la ayuda que necesitan.
Algunos esperan demasiado por temor a lo que los demás piensen; otros,
por orgullo; otros, por indiferencia; otros, por miedo a ser removidos de
algún ministerio o por muchas otras razones. El asunto está en que mientras
más esperamos, más difícil es trabajar con la situación, tomando en cuenta
que “…para Dios todo es posible ” (Mateo 19: 26) .

En mi caso, cuando llegué al Señor, había demasiadas cosas que ya yo


había hecho: infidelidad antes de casarnos, luego nos casamos y tuve un
hijo fuera del matrimonio, drogas, alcohol, mentiras, cantidad de conflictos
e infidelidades, abandono. Todo esto trajo tales consecuencias en nuestro
matrimonio que, aunque ambos vinimos y le entregamos nuestros corazones
a Cristo, nuestra situación era grave. No era como de salas de emergencia
de gravedad, pero era grave como el tumor canceroso que cuando no se
descubre a tiempo termina contaminando y deteriorando el cuerpo en lo
secreto.

Las consecuencias de nuestras decisiones

Cuando un matrimonio entrega sus vidas a Cristo, llegan con la esperanza


de que Dios haga algo sobrenatural, pero si somos realistas, muy pocas
iglesias están listas para trabajar con las situaciones que han contaminado
esa relación. Generalmente les decimos a las parejas lo que dice 2 Corintios
5: 17 (RVR60): “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es;
las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” . Esto es
ciertísimo, yo lo he experimentado en mi propia vida, pero hay un leve
problema, aunque sean una nueva criatura, muchos aún están atravesando y
lidiando con las consecuencias de las decisiones que han tomado.

Por ejemplo, tomemos a un matrimonio que el hombre le fue infiel a su


esposa y tuvo un hijo fuera del matrimonio. La esposa se siente traicionada,
engañada, burlada y todo eso se acumula. En el proceso, ella lo insulta, lo
ofende, lo echa de la casa. Pocos meses después, se perdonan y comienzan
a congregarse. Ahora les hablan de Cristo y ambos le entregan su vida
sinceramente a Cristo, comienzan a discipularse, a servir y todo va bien. De
vez en cuando, la esposa se siente insegura, pero le recitamos 2 Corintios 5:
17 . Luego, ellos comienzan a tener algunos conflictos, el hombre quiere
huir y le recitamos 2 Corintios 5: 17 . Para esto, ellos se van arreglando y
van pasando los años, pero tenemos un problema donde 2 Corintios 5: 17
ahora no aplica por el hecho de que él tiene un niño que tiene que atender.
Este nuevo problema del matrimonio se hace más complejo porque ahora
estamos hablando de pensión alimentaria; contarle a los hijos que tienen en
su matrimonio que existe un hermanito; que la esposa no solo acepte al
niño, sino que aprenda a amarlo; el cómo se afectan las finanzas como
consecuencia de la pensión alimentaria; el ejemplo que esto le crea a los
hijos. Con todas estas y muchas otras cosas, no hemos aprendido a lidiar.
Queremos que las personas simplemente se olviden de su pasado, vivan una
vida que aparente que todo está bien, pero no todo está bien porque
nuestras decisiones pasadas producen consecuencias presentes y futuras .

Esto es lo que muchas personas no acaban de entender: nuestras decisiones


traen consigo consecuencias. Muchas personas toman decisiones por
emoción, coraje, resentimientos, sin medir las consecuencias. Muchas
parejas pelean sin filtros delante de sus hijos sin medir las consecuencias y
cómo esto afecta gravemente no solo el desarrollo, sino la formación de sus
hijos. Otros abandonan su matrimonio sin medir las graves consecuencias
que esto produce en el carácter, desarrollo y formación de sus hijos.

Cuando nos damos cuenta de las consecuencias ya es demasiado tarde,


porque si en este tiempo es difícil criar a los hijos correctamente cuando los
dos padres están haciendo su trabajo de padres a tiempo completo, cuánto
más difícil se hará criar a los hijos correctamente con uno de los dos siendo
padre a tiempo parcial. Bien dice Proverbios 27: 12 lo siguiente: “ El
prudente se anticipa al peligro y toma precauciones. El simplón sigue
adelante a ciegas y sufre las consecuencia s”.

Causa de la separación

Si entrevistamos a mil personas y les preguntamos si el matrimonio es fácil,


al menos novecientas admitirán que el matrimonio no es fácil, y las otras
cien no se atreverían a decir la verdad. Nadie dijo que el matrimonio es
fácil. Pero lo que hace el matrimonio aún más difícil es cuando una de las
dos partes o las dos no se esfuerzan por hacerlo funcionar.

El problema está en que muchas parejas entran al matrimonio esperando él


que ella haga las cosas como él quiere o como a él le gustan, y ella trae su
propia agenda para lograr que él haga las cosas como ella quiere o como a
ella le gustan. Ambos pasan la vida tratando de que el otro cambie. Al no
lograrlo, esto produce una separación aun viviendo en la misma casa,
durmiendo en la misma cama, teniendo intimidad, pero con un enfoque
dividido.

Esto produce un nivel de separación porque invierten más tiempo tratando


de cambiarse el uno al otro que en descubrir las cualidades que cada cual
posee para edificarse mutuamente. Esto produce que el matrimonio se
enfríe cada vez más y más. Los dos pueden ir a la iglesia, servir en el
mismo ministerio y estar dividido su enfoque. La oración del uno es para
que Dios cambie al otro y la del otro es para que cambie al uno, y ni en la
oración se ponen de acuerdo.

Aquí no vemos que, cuando Dios creó al hombre a su imagen y semejanza


(ver Génesis 1: 26 – 27 ), afirmó que no era bueno que el hombre estuviera
solo (ver Génesis 2: 18) y sacó de él una costilla de la cual hizo a la mujer
(ver Génesis 2: 21 – 24 ) para que estuvieran juntos, unidos, con un mismo
propósito, enfocados en un mismo destino, para complementarse el uno al
otro, para llenarse el uno al otr o. Muchas personas no se percatan de que lo
único que ocasionan los conflictos en el matrimonio es la separación y que
la pareja pierda el enfoque del plan de Dios para el matrimonio.

La consecuencia de la separación

Este enfoque perdido lo vemos en Génesis 3 . Muchas veces no nos


percatamos de cómo los problemas matrimoniales nos pueden llevar a
perder el enfoque del plan de Dios (con esto no estoy sugiriendo que Adán
y Eva estaban teniendo problemas o conflictos en su matrimonio). Pero sí es
cierto que, cuando tenemos conflictos en el matrimonio, nuestra devoción,
nuestra calidad de servicio a Dios, nuestros pensamientos muchas veces se
distorsionan y ya no nos sentimos de la misma forma en relación con Dios.

Debemos observar el punto que, cuando por los conflictos en el


matrimonio perdemos el enfoque y se afecta nuestra relación con Dios,
esto produce unas consecuencias devastadoras . Por ejemplo, cuando
Adán y Eva pecaron, ellos no midieron las consecuencias hasta que ya era
muy tarde. Ahora vemos en Génesis 4 que el pecado de Adán y Eva produjo
consecuencias en la vida de sus hijos.
En Génesis 4 vemos que de los dos hijos que tenían Adán y Eva, uno de
ellos supo honrar a Dios, mientras el otro, no. Vemos que Caín se dedicó a
cultivar la tierra y cuando se dio el tiempo de la cosecha le trajo una ofrenda
a Dios, mientras Abel quiso traerle lo mejor de los corderos que eran las
crías de sus primeros rebaños. En esto, Dios miró con agrado la ofrenda de
Abel, mientras no miró con agrado la ofrenda de Caín. ¿Qué nos revela
esto?

Utilicemos nuestra imaginación por un instante: imaginemos cómo eran las


conversaciones de Adán y Eva con sus hijos. Imaginemos por un instante la
forma en que Adán y Eva describían su relación, su intimidad con Dios,
cómo ellos se paseaban por el Edén. Pero el desenlace de la historia reveló
su desenfoque, su rebelión, su pecado. Me imagino a Adán contando esta
historia explicando: “Todo era hermoso en el Edén, era bellísimo, la
presencia de Dios era maravillosa, ¡pero fallamos, desobedecimos y hoy
estamos aquí, privados de aquello que un día tuvimos!”.

Esto trajo como resultado que de los dos hijos que tuvieron, uno de ellos,
Abel, quiso conocer de una forma más personal e íntima a ese Dios que sus
padres describieron. Por eso, le trajo lo mejor de sus corderos, porque quiso
honrar al Dios que sus padres temían. Mientras tanto, Caín prefirió dejarse
llevar por el mal ejemplo de sus padres y trajo simplemente una ofrenda
para cumplir, aunque la Biblia nos revela en 1 Juan 3: 12 que ya Caín
“pertenecía al maligno” ; en otras palabras, ya tenía su corazón dañado.
Preguntémonos: ¿de dónde Caín aprendió esto si no fue del ejemplo que
obtuvo de sus mismos padres?

Esto no quedó solo ahí, sino que Caín se enojó y Dios lo confrontó para que
se arrepintiera, pero en vez de arrepentirse, prefirió asesinar a su hermano.
Luego, la Biblia nos dice en Génesis 4: 16 el siguiente enunciado: “Caín
salió de la presencia del Señor y se estableció en la tierra de Nod” (Nod
significa: errante o vagabundo). Aquí podemos apreciar cómo de un solo
pecado, de un solo incidente, vemos las consecuencias de un hijo asesinado
por su hermano, el otro desterrado, errante y vagabundo, o sea, que los
padres se quedaron sin sus dos hijos por la consecuencia de un solo acto.
Parece una exageración mirarlo desde esta perspectiva, pero es la realidad.
Este es el problema que hoy día tenemos: una gran cantidad de parejas no
miden las consecuencias de sus decisiones. Muchos matrimonios toman
decisiones sin meditar en las consecuencias devastadoras que eso les trae a
ellos, y lo que es peor, a los hijos y eventualmente a los nietos.

CAPÍTULO 2

LA COBARDÍA DE LA INDIFERENCIA
“Por lo tanto, pueblo de Israel, juzgaré a cada uno de ustedes, según
sus acciones, dice el Señor Soberano. Arrepiéntete y apártate de tus
pecados. ¡No permitas que tus pecados te destruyan! 31 Deja atrás tu
rebelión y procura encontrar un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
¿Por qué habrías de morir, oh pueblo de Israel? 32 No quiero que
mueras, dice el Señor Soberano. ¡Cambia de rumbo y vive!”.
(Ezequiel 18:30-32 )

U nos padres que se divorciaron, por mejores padres que trataron de ser
después de su divorcio, enviaron un mensaje directo a la formación de sus
hijos. Cuando ellos se casan y tienen problemas en su matrimonio, lo
primero que les cruza por la mente es aquello que les fue sembrado, el
divorcio. Esto es sin contar que en nuestra sociedad, la causa principal de
embarazos en adolescentes, drogadicción en la juventud, jóvenes envueltos
en pandillas, desórdenes emocionales, hasta suicidios, es la ausencia de uno
de los dos padres en la familia. Las consecuencias de la desintegración
familiar son devastadoras.

Muchos padres hoy día se comportan como el Rey Ezequías en sus últimos
tiempos. En 2 Reyes: 20 se nos enseña que Ezequías enfermó gravemente.
El profeta Isaías fue a visitarlo y le profetizó que pusiera sus asuntos en
orden porque moriría. En ese momento, Ezequías clamó al Señor y el Señor
le dio la oportunidad de vivir quince años más. Yo creo que cualquier
persona a quien se le dice que va a morir, lo primero que piensa es en que
ya no va a ver más a su familia, que ya no va a poder disfrutar de sus hijos.
El asunto es que Dios le añadió a Ezequías quince años más.
Sin embargo, un día el rey de Babilonia envió una comitiva a Ezequías con
regalos porque se había enterado de su enfermedad. Ezequías se movió en
su orgullo y en vez de darle la gloria a Dios, le mostró al rey todos sus
tesoros y su poder. Esto hizo enojar a Dios y Dios le dio a Ezequías en 2
Reyes 20: 16 – 18 la siguiente palabra:

“Entonces Isaías dijo a Ezequías: —Escucha este mensaje


del Señor: “Se acerca el tiempo cuando todo lo que hay en tu palacio
—todos los tesoros que tus antepasados han acumulado hasta ahora—
será llevado a Babilonia. No quedará nada, dice el Señor. Algunos de
tus hijos serán llevados al destierro. Los harán eunucos que servirán
en el palacio del rey de Babilonia”.

Dios le estaba diciendo que sus hijos pagarían las consecuencias


devastadoras de la decisión de Ezequías, pero la respuesta de Ezequías a
Isaías reveló una de las más grandes cobardías que podemos ver de un
padre. Él dijo: “Este mensaje que me has dado de parte del Señor es bueno.
Pues el rey pensaba: Por lo menos habrá paz y seguridad mientras yo
viva” . ¡Qué difícil absorber esto! ¡Qué egoísta la respuesta de Ezequías! Se
le había hablado de las consecuencias que sus hijos pasarían y lo único que
pensó fue en él.

Es así, como Ezequías, que muchos padres y madres piensan hoy cuando
deciden abandonar a su familia, cuando lo primero que piensan es en el
divorcio. La línea de pensamiento es: “Yo necesito paz, yo no puedo vivir
así, yo necesito mi tiempo, yo necesito mi espacio, y siempre y cuando yo
esté bien, entonces no importan los demás”. Lo malo es que esos demás no
tienen la culpa de nuestras decisiones egocéntricas y egoístas. Un padre que
no mide las consecuencias por sus decisiones puede atrofiar el destino de
sus hijos.

No podemos continuar pensando como Ezequías. No podemos seguir


tomando decisiones sin medir las consecuencias de nuestros actos a largo
plazo.

◆◆◆
Un hombre puede soportar cualquier cosa, pero con lo que un hombre
jamás podrá vivir es con la conciencia de que el resultado devastador de
su familia vino como producto de sus decisiones.

◆◆◆
Es tiempo de que analicemos, pensemos, recapacitemos y luchemos por el
matrimonio.

Yo fui Ezequías

Como dije al principio, no escribo esto desde la posición del papá perfecto
ni del esposo ejemplar, al contrario, antes de conocer a Cristo, yo fui como
Ezequías. Antes de ser cristiano, decidí vivir para mí, decidí pensar que era
mejor abandonar a mi familia e ir tras lo que yo quería, lo que me produjera
gozo y placer a mí, y terminé viviendo dos años con mi amante sin
considerar las consecuencias devastadoras que esto produciría en mis hijos.

Recuerdo como hoy que estábamos de vacaciones, ya habían pasado unos


ocho años desde que me había convertido y ya era pastor. Mientras
cenábamos, pregunté a mis hijos con mucho orgullo: “Hijos, ¿cómo están
disfrutando sus vacaciones?”. “Bien, Papi”, contestaron ellos. Luego hice
la pregunta que si pudiera dar marcha atrás al tiempo jamás la hubiese
hecho. Les pregunté: “¿Alguna vez papi les ha fallado?”. Yo hice esta
pregunta porque les había prometido que nos iríamos de vacaciones y lo
había cumplido.

En ese momento, mi hijo menor contestó: “Nunca, papi”. Mis dos hijos
mayores permanecieron en silencio. Cuando me percaté, añadí: “Bueno,
quiero decir, desde que estoy en Cristo”. El mismo silencio llenó la mesa.
Cuando les pregunté que me dijeran lo que sentían, uno de ellos dijo: “Sí
nos has fallado, porque cada vez que discutes con mamá, te montas en el
carro y sales para evitar las discusiones, nosotros nos quedamos despiertos
esperando junto a la ventana hasta que regreses, y mi hermano no para de
llorar hasta que regresas a casa”.

Había transcurrido un promedio de ocho años, pero ellos seguían pagando


las consecuencias. Ya mi esposa y yo estábamos mucho mejor en nuestra
relación, ella me había perdonado, yo estaba de regreso en casa, estábamos
pastoreando una congregación, nuestra comunicación estaba mucho mejor.
Pero mis decisiones pasadas habían devastado la vida de mis hijos a tal
punto, que ellos todavía cargaban con el dolor y la angustia de lo que
había ocurrido.

Ese día, el orgullo se me quitó, lloré con mis hijos y les pedí perdón
nuevamente. Les prometí que yo jamás me iría de la casa, que jamás los
dejaría. En ese momento, me di cuenta de cuánto daño irreparable les
había causado. No quisiera ser malinterpretado, yo confío plenamente en la
restauración que el Espíritu Santo hace en las vidas. Mis tres hijos, gracias
a Dios, le sirven al Señor. Con todo y eso, en ese momento de nuestras
vacaciones me di cuenta del daño que les había causado.

La solución
Las consecuencias son nuestro primer nivel de restauración en el
matrimonio. Si no buscamos analizarlas y continuamos nuestro rumbo
ignorándolas, se convertirán en una avalancha de devastación que
terminarán arropándonos. Pero si las enfrentamos, podremos salir y sacar
adelante a los nuestros.

Hay 3 ingredientes importantísimos para revertir las consecuencias:

1. Arrepentirnos de nuestros pecados

2. Abandonar la rebelión

3. Renovar nuestro corazón y espíritu

Esto lo vemos en Ezequiel 18: 30 – 32 :

“Por lo tanto, pueblo de Israel, juzgaré a cada uno de ustedes, según


sus acciones, dice el Señor Soberano. Arrepiéntete y apártate de tus
pecados. ¡No permitas que tus pecados te destruyan! Deja atrás tu
rebelión y procura encontrar un corazón nuevo y un espíritu nuevo.
¿Por qué habrías de morir, oh pueblo de Israel? No quiero que
mueras, dice el Señor Soberano. ¡Cambia de rumbo y vive!”.
1. Arrepiéntete genuinamente y apártate de tus pecados.

◆◆◆
Arrepentirse es mucho más que decir “lo siento” y sentir remordimientos.
Arrepentirse significa “cambio de pensamiento”.

◆◆◆
El verdadero arrepentimiento empieza con cambiar radicalmente el
pensamiento que nos lleva a la conducta incorrecta. Al adoptar un nuevo
pensamiento (de lo que es correcto) en nuestra mente y nuestro espíritu,
tomamos una decisión seria de hacer un cambio permanente en la dirección
contraria que nos llevaba a la destrucción y nos determinamos a no repetir
la conducta jamás.

Cuando integramos el nuevo pensamiento en nosotros permanentemente,


abandonamos la maldad y hacemos lo correcto.

Pero si solo abandonamos la maldad y no hacemos lo correcto, no nos


hemos arrepentido; no ha habido cambios de pensamiento. En Isaías 1: 16 –
17 , Dios describe el arrepentimiento de esta manera:

“¡Lávense y queden limpios! Quiten sus pecados de mi vista.


Abandonen sus caminos malvados. Aprendan a hacer el bien. Busquen
la justicia y ayuden a los oprimidos. Defiendan la causa de los
huérfanos y luchen por los derechos de las viudas”.

La primera clave para revertir las consecuencias que estamos atravesando


en el matrimonio es arrepentirnos de verdad: abandonar la maldad, dejar
nuestro camino perverso, hacer lo correcto e ir por el camino de la
restauración y del propósito de Dios. Por ejemplo, si por nuestra culpa
nuestro matrimonio está destruido, lo primero que tenemos que hacer es no
justificarnos. Antes de buscar consejería o ayuda, lo primero que tenemos
que hacer es arrepentirnos sinceramente.

◆◆◆
Al arrepentirnos estamos reconociendo nuestra insuficiencia para
resolver la situación;
estamos a la vez reconociendo nuestra total dependencia de Dios.

◆◆◆
Estamos reconociendo nuestro error y nuestra necesidad de que Dios
intervenga en nuestra situación en el matrimonio.

2. Abandona la rebelión.

Es impresionante ver cuánta rebelión hay en los matrimonios hoy día. La


rebelión es tan persuasiva que las personas que operan en rebelión se han
convertido en expertos justificándola. Por ejemplo, dicen cosas como: “Yo
soy así porque él o ella…”; “Yo reacciono de esta manera porque si no…”.
Las personas que han desarrollado un corazón rebelde siempre encuentran
la razón, el motivo o la excusa para justificar tal rebelión. Nunca existirá
una razón justificada para que una persona tenga una actitud rebelde. La
rebelión y la justificación de la rebelión en el matrimonio solo producirán
una mayor devastación.

La palabra rebelión que se menciona en Ezequiel 18: 31 es más compleja de


lo que conocemos. Cuando usted mira esta palabra rebelión que se utiliza
aquí en hebreo es “pesha”, que significa “transgresiones”. Rebelión es la
resistencia a la autoridad. Dios está diciendo aquí que, si queremos revertir
las consecuencias de nuestras vidas, nos toca definitivamente apartarnos de
toda conducta que no vaya de acuerdo con el corazón de Dios.

Aquí no se está limitando a hablar de mentir, robar y de otros pecados. Nos


está diciendo que debemos hacer un análisis serio, sincero e intenso de
cómo estamos conduciendo nuestras vidas y nuestra relación con Cristo.
Una vez que hagamos esa evaluación de nosotros mismos, tenemos que
tomar una decisión de apartarnos de todas esas cosas que no agradan a
Dios.

Esto incluye actitudes, manipulaciones, maldad, discusiones, en fin, todo lo


que sea que nos esté llevando a traer devastación a nuestra relación. La
Biblia dice en 1 Samuel 15: 23 la siguiente palabra: “La rebelión es tan
pecaminosa como la hechicería; y la terquedad, tan mala como rendir culto
a ídolos”. La rebelión es tan compleja porque es una de las actitudes que
nos llevan a las mayores consecuencias en nuestras vidas, por la que más la
gente aprende a justificar.

Podemos ver siete cosas que nos pueden ayudar si estamos operando en
rebelión:

1. Lleve cada pensamiento cautivo a Cristo.

2. Ore al Señor y verifique en su presencia sus acciones y


decisiones.

3. Resista la carne.

4. Envuelva su mente en la Palabra de Dios.

5. Piense antes de actuar o hablar.

6. Humíllese y no permita que el orgullo atrape su corazón.

7. Tema al Señor.

3. Renueva tu corazón y tu espíritu.

La última parte que se encuentra en cómo revertir las consecuencias en


nuestro matrimonio es la renovación. No solo es el hecho de que nos
arrepintamos y que no seamos rebeldes; significa tomar una decisión de
realizar un cambio genuino en nuestras vidas. Cuando David pecó con
Betsabé y se arrepintió de su pecado, él dijo en el Salmo 51: 10 – 13 lo
siguiente:

“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio y renueva un espíritu fiel


dentro de mí. No me expulses de tu presencia y no me quites tu
Espíritu Santo. Restaura en mí la alegría de tu salvación y haz que
esté dispuesto a obedecerte. Entonces enseñaré a los rebeldes tus
caminos, y ellos se volverán a ti”.
El Rey David no solo se arrepintió, sino que fue completamente renovado,
y su vida ya no volvió a ser la misma. Eso es lo que Dios está buscando de
nosotros: que en el matrimonio tengamos tal transformación que se note,
que nuestro matrimonio sea diferente. Inclusive, Dios le dice al pueblo: “
procura encontrar ”, en otras palabras, esfuércense por desarrollar un
corazón y un espíritu nuevo. Esto quiere decir que el resultado tiene que ser
una vida y un matrimonio completamente nuevo. Tomará tiempo, tomará
esfuerzo, pero sí se puede lograr.

Al final, el Señor hace una declaración poderosísima y dice: “No quiero


que mueras, dice el Señor Soberano. ¡Cambia de rumbo y vive!” (Ezequiel
18: 32) . Esta declaración es poderosa, porque cuando la aplicamos al
matrimonio vemos revelado el corazón, el deseo y las intenciones de Dios
para el matrimonio. Podemos revertir el estar viviendo de consecuencia en
consecuencia; todo lo que tenemos que hacer es cambiar de rumbo y vivir.

CAPÍTULO 3

EL PERDÓN EN EL MATRIMONIO
“Si perdonas a los que pecan contra ti, tu Padre celestial te perdonará
a ti; 15 pero si te niegas a perdonar a los demás, tu Padre no
perdonará tus pecados” (Mateo 6: 14-15) .

L uego que mi esposa y yo junto con nuestros hijos comenzamos a


congregarnos, muchas cosas cambiaron. Puedo decir que mi esposa me
perdonó o por lo menos no me echaba en cara lo que había hecho. Son
muchas las cosas que suceden cuando hay adulterio en una relación; son
muchas las mentiras, las humillaciones, los pleitos, los engaños. Solo existe
una manera para poder sacar un matrimonio adelante luego de algo tan
devastador como el abandono y el adulterio, y es el perdón.

Sin embargo, aunque puedo asegurar que mi esposa perdonó mi adulterio,


existen cosas pequeñas, discusiones sencillas o simples, errores casi
insignificantes que en algún momento ni ella ni yo nos perdonamos. Es
interesante cómo fue más fácil perdonar la situación devastadora que
atravesamos, que en ocasiones llegar a perdonar las cosas sencillas o
pequeñas. Bien dice Cantares 2: 15 que son las zorras pequeñas las que
echan a perder la viña.

La mayoría de los problemas que más afectan al matrimonio no son los más
grandes, aunque esos también pueden terminar destruyendo una relación.
En realidad, esos traen devastación al matrimonio cuando vienen
acompañados de pequeños problemas o pequeñas zorras. Por ejemplo,
cuando usted habla con una persona que ha sido víctima de adulterio y
escudriña un poco más allá del dolor, le contará que las situaciones que más
le afectaron fueron cosas como: las mentiras que le contó para poder ver a
la otra persona, las actividades que se perdió, cuando no llegó a comer,
todas estas pequeñas cosas que se acumulan y terminan produciendo más
dolor.

Así sucede con las pequeñas cosas que acontecen en el matrimonio.


Generalmente lo que más afecta a los matrimonios son las pequeñas
discusiones, las diferencias sin resolverse. Cuando venimos a darnos
cuenta, todas estas pequeñeces ya se han convertido en un gran monstruo
silencioso que está operando cada vez más en nuestra contra.

Esto fue lo que nos sucedió a mi esposa y a mí en el 2012. Con tantos


viajes, actividades, compromisos, nunca sacábamos el tiempo para cazar
las zorras pequeñas que estaban afectando nuestro matrimonio. Teníamos
un desacuerdo, una discusión, pero como teníamos un viaje que realizar lo
dejábamos para hablarlo y resolverlo después, y después nunca llegaba
porque después había otra actividad, otro compromiso, otro evento para el
cual teníamos que estar preparados.

La mayoría de los fracasos ministeriales no vienen a consecuencia de que


los pastores o ministros no están viviendo una vida entregada o devota a
Dios, vienen como consecuencia de que los pastores y ministros están tan
ocupados resolviendo los problemas de los demás que no se detienen a
resolver los suyos propios.

Fue por eso que mi esposa y yo tomamos la decisión de tomar unas


semanas para solo trabajar con nuestro matrimonio y buscar los recursos
necesarios para sacarlo adelante. Cuando lo hicimos, nos dimos cuenta de
cuánto daño nos habíamos hecho, cuántas cosas inconclusas teníamos sin
resolver, cuánto teníamos que perdonarnos el uno al otro.

◆◆◆
El perdón es la clave, no solo para la restauración matrimonial, sino para
la salud matrimonial.

◆◆◆
Otro problema en el matrimonio radica en que muchas veces las parejas no
quieren perdonarse el uno al otro, porque al no perdonarse, mantienen cierto
nivel de control sobre su pareja. Hay otro grupo de personas que no
perdonan porque no saben cómo perdonar. Aunque para poder hablar en
detalle del perdón tendríamos que escribir todo un libro y no un solo
capítulo, tratemos de analizar cómo perdonar en el matrimonio.

Para poder ser efectivos en practicar el perdón en el matrimonio es


importante entender qué es y qué no es el perdón. Menciono la palabra
practicar porque muchas personas en el matrimonio ven el perdón como
algo en el que mantenemos un récord de cuántas veces te he perdonado,
sumado a qué tan grande es la ofensa, sumado a cómo me encontraba,
sumado a cuáles eran las circunstancias y otros detalles. Ahora le restamos
las veces que me has perdonado a mí y sacamos cuenta de quién es el
mayor culpable en el matrimonio.

Hay matrimonios que si uno de ellos ofendió al otro o cometió alguna falta,
la otra parte siente que tiene algo valioso acumulado para hacer sus
negociaciones o sus manipulaciones. Esto es una forma tóxica y perturbada
de llevar cualquier relación, especialmente la matrimonial. Debemos
siempre recordar que el matrimonio se compone de dos personas
imperfectas que deben complementarse el uno al otro, buscando
perfeccionarse para bendecirse el uno al otro. El Apóstol Pablo nos da en
Filipenses 2: 3 – 4 un gran ejemplo de lo que debe ser el matrimonio:

“No sean egoístas; no traten de impresionar a nadie. Sean humildes,


es decir, considerando a los demás como mejores que ustedes. No se
ocupen solo de sus propios intereses, sino también procuren
interesarse por los demás”.

Así es en realidad como debemos mirar el perdonar en el matrimonio.

El verdadero perdón no lo otorgamos para tener un arma en contra de


nuestra pareja. El verdadero perdón lo damos libremente porque queremos
exonerar a nuestra pareja de la culpa y responsabilidad de lo que cometió,
porque le amamos y queremos ser libres nosotros mismos de todo lo que
pueda interrumpir el desarrollo y la victoria de nuestro matrimonio.

Hay personas que piensan que perdonar en el matrimonio les da algún tipo
de poder, autoridad o gobierno sobre su cónyuge. Si al perdonar me
enseñoreo de mi cónyuge, entonces no he perdonado. Otros piensan que
perdonar los pone en una posición más alta que su cónyuge. Tenemos que
tener cuidado de usar el perdón que otorgamos como herramienta de
manipulación. Cuando Cristo enseña del perdón en Mateo 18 : 35 dice que
tenemos que “perdonar de todo corazón”. Para esto estaremos mirando qué
es y qué no es perdonar.

Perdonar no es olvidar

Hay un refrán que dice la gente: “Yo perdono, pero no olvido”. Muchos
matrimonios se rigen por esa frase, pero desde otra perspectiva. Si
analizamos la frase, tiene mucha razón y mucho sentido, porque el hecho de
que nosotros perdonemos a nuestra pareja no significa que de forma
automática olvidamos lo que sucedió. Ni tampoco significa que podemos
borrar automáticamente de nuestra memoria lo ocurrido. Cabe la
posibilidad de que el dolor todavía esté latente en nuestro corazón o que,
por más que tratemos, no podamos controlar los recuerdos de lo que
sucedió.

Seamos sinceros en este momento: cuando hemos perdonado, ¿en realidad


hemos olvidado? Por supuesto que no. El hecho de que hayamos perdonado
no significa que olvidamos, pero es cierto que si pudiéramos olvidar lo que
nos hicieron o nos causaron, no sería necesario perdonar. Pero perdonar es
mucho más que olvidar.
◆◆◆
Perdonar se puede describir como que, a pesar de recordar lo que nos
hicieron, renunciamos al deseo o al derecho de justicia o recompensa .

◆◆◆
Jesucristo enseñó en Mateo 5: 43 – 48 cuando habló de amar al enemigo,
haciendo una declaración poderosa: “Si solo amamos a los que nos aman,
¿qué recompensa hay por eso? Cuando eso lo puede hacer cualquiera”. En
el v. 48 , Él dijo: “Pero tú debes ser perfecto, así como tu Padre en el cielo
es perfecto” . ¿No te parece irónico que Jesús estuviera hablando de
perdonar a nuestros enemigos si en ocasiones se nos hace más difícil
perdonar a los que amamos y que nos aman?

Jesús en esos versículos nos enseña que perdonar no es necesariamente


olvidar, sino tomar una decisión de que, a pesar del dolor que podamos
sentir, no apelaremos a la justicia que merecemos. Un ejemplo es el
siguiente: en 1998, cuando regresé con mi esposa, yo estoy seguro de que a
ella no se le había olvidado lo que yo había hecho, pero una cosa es no
haberlo olvidado y otra que me lo estuviera recordando o echando en cara
buscando hacerme sentir culpable por lo que hice. Sin embargo, ella no
asumió ninguna de las actitudes anteriores, no porque tenga un carácter
débil (porque en realidad no es débil de carácter); por el contrario, ella tomó
la decisión de perdonar y no traerlo a la luz.

Perdonar no es otorgar confianza inmediata

Este es un tema controversial porque la mayoría de las personas con las que
hablo del perdón dicen cosas como: “Cuando perdonas tienes que confiar
nuevamente igual que antes”. Si somos sinceros, el que perdonemos no
significa que estemos obligados a confiar inmediatamente. La confianza es
algo que se gana; no es algo que simplemente sucede. Si le decimos a
nuestro cónyuge que confiamos en él o en ella, pero en realidad en nuestro
corazón y en nuestra mente no confiamos, eso no es confianza.

◆◆◆
La confianza no se aparenta; la confianza radica en una decisión que
comienza en la mente y continúa hasta gobernar el corazón.

◆◆◆
Confiar es el descanso de la mente en la integridad, veracidad y justicia de
la otra persona. La confianza en el matrimonio es el yo tener la paz mental
y emocional de que mi pareja, en quien he depositado mi confianza, es
íntegra, veraz, justa y que no violará estos principios. Cuando estos
principios son violados, se rompe la confianza y otorgarla no sucede
automáticamente. Aunque digamos que hemos perdonado y confiado, si aún
tenemos ciertas dudas en nuestra mente, ciertos temores en nuestro corazón,
es porque no confiamos; eso es apariencia de confiar.

Hay hombres o mujeres que han sido infieles y cuando su pareja les
perdona, no quieren rendir cuentas e inmediatamente apelan a la frase de:
“Ya me perdonaste; ¿acaso no confías en mí?”. Las respuestas pueden ser
solo dos: sí o no, porque no hay tal cosa como confiar a medias. No se
puede decir: “Estoy comenzando a confiar en ti”. Si confía, entonces confía,
y si no confía, no confía. Eso no es un asunto moral o de falta de
espiritualidad. Es más bien un asunto del corazón y los pensamientos. La
persona que aún no puede confiar debe tener mucho cuidado de no llegar a
manipular la situación a su conveniencia o permitir que esa desconfianza le
lleve a celos insensatos.

Mientras la persona no tenga paz mental y emocional será muy difícil


volver a confiar. Sin embargo, el peligro de esto está en que la desconfianza
nos lleve a la falta de perdón y eventualmente a las raíces de amargura.
Hebreos 12: 15 nos dice:

“Cuídense unos a otros, para que ninguno de ustedes deje de recibir la


gracia de Dios. Tengan cuidado de que no les brote una raíz venenosa
de amargura, la cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos” .

El proceso más rápido y certero para volver a confiar en nuestra pareja no


es aparentar que confiamos y forzarnos a confiar, sino lo que encontramos
en Jeremías 17: 5 , que dice: “Malditos son los que ponen su confianza en
simples seres humanos, que se apoyan en la fuerza humana y apartan el
corazón del Señor”. Perdonar no es otorgar la confianza libremente, pero sí
la habilidad de confiar en la justicia, la gracia y el amor de Dios. Para poder
volver a confiar es necesario que confiemos no en él o en ella, sino en Dios;
confiar en que cuando perdonamos estamos cumpliendo con el plan y el
propósito de Dios, y que será Dios quien guardará nuestro corazón y
nuestro destino por cuanto hemos sido obedientes a su Palabra.

Una de las cosas que puede ayudar a este proceso es que la persona que
causó la desconfianza rinda cuentas constantemente para ganarse
nuevamente la confianza. La confianza no es algo que desarrolla la parte
ofendida; para confiar se requiere el esfuerzo de ambas partes,
especialmente en el matrimonio. Por un lado, es necesario que la persona
que falló, que ofendió, que dañó, rinda cuentas no solo para ganarse
nuevamente la confianza de su pareja, sino porque así produce seguridad en
su pareja y le ayuda a sanar su corazón y salud emocional. Mientras tanto,
la otra parte debe comenzar a recibir la sanidad que solo el Espíritu Santo
puede dar de forma sobrenatural cuando perdonamos.

Perdonar no es sanidad instantánea

Muchos piensan que perdonar es la habilidad de sentir sanidad emocional


instantáneamente. Hay personas que pueden perdonar y en poco tiempo
sentir que han sanado emocionalmente; a otros les toma más tiempo. De
cierto, no todo el mundo cuando perdona sana de la misma forma o a la
misma velocidad. Esto ha limitado a muchas personas y ha afectado a
muchos matrimonios, porque hay personas que perdonaron a su cónyuge
pensando que de repente, de forma mágica, el dolor que sentían
desaparecería. Luego de que perdonaron y se dieron cuenta de que el dolor
aún estaba latente ahí y aún podían sentir el dolor de la ofensa, pensaron
que no habían perdonado.

Observemos esta ilustración para por lo menos entender este punto. Los
Evangelios nos describen de una forma gráfica todo lo que Jesús atravesó
en su camino a la cruz: fue golpeado, azotado, coronado con espinas,
humillado, clavado en una cruz; pero aun con todo el dolor que sentía en
ese momento, Él dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”
(Lucas 23: 34). Esa declaración fue sincera. El perdón que les otorgó a
todos los que lo habían herido, azotado, humillado y continuaban
burlándose de Él mientras estaba en la cruz, y aun a nosotros, fue sincero,
fue real. Pero el dolor de los golpes, los azotes, la corona, los clavos aún
estaba ahí latente. El que nos hubiera perdonado no había eliminado el
dolor.

Hay personas que les dicen a otras para animarlos a perdonar: “Si perdonas,
sanas tu corazón, y ya no te va a doler tanto lo que te hicieron”. Suena
bonito, pero la realidad es otra: perdonar no elimina el dolor; simplemente
nos libera, nos prepara para sanar y nos ayuda a ser libres para continuar.
Las personas que han tenido que perdonar a sus parejas, hijos u otras
personas saben que el dolor aún está ahí, pero a pesar del dolor, tomaron
una decisión que va por encima del dolor: perdonar.

Sin embargo, no todo el mundo sana de la misma forma y al mismo ritmo.


Hay personas que por su carácter y temperamento se tardan más en sanar; a
otros su carácter y temperamento les ayudan a perdonar de forma más
rápida.

Por eso, vemos parejas que cuando algo sucede en la relación prefieren
pretender que no sucedió nada, pensando que eso les ayudará a sanar más
rápido. Eso es como tener un tumor canceroso y pretender que un día va a
desaparecer; todos sabemos que terminará sucediendo que nos matará.
Cuando hablamos del perdón en el matrimonio no podemos aparentar que
hemos perdonado; tenemos que ser sinceros con nosotros mismos y
reconocer que nos va a doler perdonar.

Es lo cierto: perdonar duele y duele mucho. A veces tener que perdonar a


nuestra pareja puede ser más doloroso que la falta que cometió, pero peor es
no perdonar y permitir que nuestra relación se disuelva por causa de no
perdonar.

◆◆◆
Ignorar la situación no es la solución, y pensar que al decir “te perdono”
desaparece el dolor, es una ilusión.

◆◆◆
Si nos hicieron algo doloroso, pues nos hicieron ese algo; no tenemos por
qué ignorarlo. Es mucho más efectivo perdonar cuando reconocemos el
nivel de la ofensa y cuán profundo nos dolió, y a pesar de esto, perdonamos
a la persona que nos ofendió.

Si solo ignoramos que algo ocurrió, terminará sucediendo que esto


producirá amargura y resentimiento que eventualmente acabará afectando
nuestra relación, comunicación, afecto con nuestro cónyuge. No tenemos
que ignorar la ofensa para poder perdonar; solo tenemos que determinar en
nuestro corazón que perdonaremos aunque nos duela. Por ejemplo, cuando
el padre de José murió, los hermanos de José pensaron que José los mataría
y le enviaron a José un mensaje pidiéndole que los perdonara. Nos dice la
Biblia que José perdió el control y lloró amargamente; y cuando ellos se
presentaron y le dijeron a José: “ Somos tus esclavos ”, José les contestó”: “
Ustedes se propusieron hacerme mal, pero Dios dispuso todo para bien. Él
me puso en este cargo para que yo pudiera salvar la vida de muchas
personas” . En Génesis 50: 20 , José no ignoró lo que sus hermanos
hicieron, inclusive todavía estaba tan latente el dolor, que nos dice la Biblia
que lloró amargamente. Pero José decidió perdonar a pesar de lo que sus
hermanos le habían hecho. No tenemos que ignorarlo y aunque aún nos
duela, solo tenemos que perdonar.

Perdonar sí es una decisión

En ocasiones, cuando ministramos a algún matrimonio, una de las partes


dicen: “No puedo perdonar porque aún no lo siento. Cuando yo lo sienta en
mi corazón entonces perdono”. Esto lo hemos aprendido de las películas
románticas y las novelas, que cuando le hacen algo a una persona, a la hora
de perdonar la música cambia, la escena cambia, la persona de repente
vuelve a estar enamorada con la misma pasión que sentía antes, y la música
de fondo nos anima a decir: “Wow, ¡qué bonito!”. Y pensamos que en la
vida real perdonar es de la misma forma. Lo cierto es que en la vida real no
es así; en la vida real perdonar es doloroso. Lo más importante está en que
perdonar no es un sentimiento, sino una decisión.

Con todo lo que vimos acerca de lo que no es perdonar, observamos que la


mayoría de las cosas que nos limitarán de perdonar se encuentran en
nuestros sentimientos, pero a la hora de perdonar tenemos que
sobreponernos a nuestros sentimientos y decidir perdonar. No es una
decisión fácil, pero es una decisión consciente que solo puede hacer la
persona que ha sido herida y/o lastimada. El Apóstol Pablo en Colosenses
3: 13 dijo: “ Sean comprensivos con las faltas de los demás y perdonen a
todo el que los ofenda. Recuerden que el Señor los perdonó a ustedes, así
que ustedes deben perdonar a otros”. Aquí Él no está dando una opción.
Ninguno de los versículos que podemos leer acerca de perdonar está ligado
a los sentimientos, más bien todos ellos nos revelan que perdonar es una
decisión que solo nosotros podemos tomar.

Perdonar es deshacernos del deseo de venganza

Lo otro que sí es perdonar es renunciar sinceramente al deseo de venganza.


Cuántas veces nos ha sucedido que cuando alguien nos hace algo, lo
perdonamos, pero en nuestro interior quisiéramos que recibiera una lección
en la vida que le muestre que lo que ahora estamos sufriendo es gracias a lo
que nos hizo. No muchas personas admitirán que se han sentido de esa
manera, pero en realidad, muchos lo han sentido. Sin embargo, cuando
perdonamos a nuestra pareja, tenemos que renunciar precisamente a ese
deseo oculto de venganza. Más bien, estamos declarando que al perdonar a
nuestra pareja, no nos debe nada y no le pasaremos factura por lo que nos
hizo.

A veces malinterpretamos lo que Romanos 12: 19 nos enseña: “Queridos


amigos, nunca tomen venganza. Dejen que se encargue la justa ira de Dios.
Pues dicen las Escrituras: «Yo tomaré venganza; yo les pagaré lo que se
merecen», dice el Señor”. Romanos 12: 19 nos está indicando que Dios nos
dice que no nos venguemos, que más bien perdonemos, que Él es el único
que tiene la autoridad de tomar venganza. ¿Por qué? Porque Dios es el
único verdaderamente justo, el único verdaderamente digno, el único
verdaderamente santo, y nadie que ha fallado tiene el derecho de exigir u
operar en venganza; solo aquel que no ha fallado jamás.

Medite en esto por un momento: Si Jesús hubiese estado en la cruz


expresando lo que vimos de Lucas 23: 34, pero en su mente hubiera estado
pensando: “Ojalá y les vaya mal para que se den cuenta de que lo que
hicieron estuvo mal”, ¿habría lugar para la justificación que recibimos por
medio de la salvación? Por supuesto que no. Es ridículo que perdonemos a
una persona y aún deseemos que algo malo le suceda o que pague por lo
que hizo. Cuando perdonamos, tenemos que renunciar al deseo oculto de la
venganza. Cuando perdonamos, le entregamos a Dios nuestra carga, nuestro
dolor y amargura. Estamos dejando que Dios, quien es justo, sea quien haga
justicia, conforme a su gracia y misericordia.

Perdonar es seguir adelante

Es cierto que perdonar no es olvidar, ni tampoco es ignorar. Pero el dolor


que sentimos por una situación en el matrimonio no puede paralizarnos de
lograr nuestro propósito como matrimonio en Cristo, ni puede continuar
interrumpiendo el destino de Dios en nuestras vidas, matrimonio y familia.
Una cantidad de matrimonios cristianos cuando pasan por un momento
difícil, abandonan sus ministerios, llamados y funciones en el Reino de
Dios. Yo soy fiel creyente de que si un matrimonio necesita un tiempo para
ser restaurado, la iglesia o el ministerio deben darle ese tiempo. La mayoría
de los matrimonios cuando dejan de servir o funcionar en sus ministerios no
es para buscar ayuda y volver a sus funciones, sino que permiten que el
dolor les paralice y les impida hacer aquello para lo que fueron llamados.

Al perdonar, no podemos permitir que el dolor nos limite, no podemos


permitir que el dolor nos interrumpa. Perdonar es decir: “Me dolió lo que
me hizo, todavía me duele, pero no voy a permitir que esto me atormente.
Prefiero perdonar y seguir adelante hacia el propósito que Dios tiene para
nuestras vidas sin permitir que el dolor nos limite de alcanzar nuestro
destino. Muchos matrimonios viven estancados en su dolor, en su amargura
porque se rehúsan a seguir adelante.

◆◆◆
Si perdonaste a tu esposo o esposa, no sigas visitando el pasado, porque
continuar visitando el pasado te limitará de disfrutar tu futuro.

◆◆◆
La Biblia en Hebreos 12: 1 nos dice:
“Por lo tanto, ya que estamos rodeados por una enorme multitud de
testigos de la vida de fe, quitémonos todo peso que nos impida correr,
especialmente el pecado que tan fácilmente nos hace tropezar. Y
corramos con perseverancia la carrera que Dios nos ha puesto por
delante” .

La falta de perdón o la resistencia a perdonar es una de esas cargas pesadas


que dice Hebreos 12: 1 que nos impide correr y avanzar perseverantes en la
carrera que Dios nos ha puesto por delante. No hay algo que nos pueda
detener de avanzar más en el Señor que la falta de perdón.

La solución
Perdonar puede llegar a ser una de las cosas más difíciles que la Biblia nos
exige que tengamos que hacer, pero es una de las más necesarias en
nuestros matrimonios. Cuando Jesús le dijo a Pedro que perdonara “setenta
veces siete” no se lo decía para que Pedro se sintiera bien, sino porque Jesús
sabía cuánto la falta de perdón, el resentimiento y la amargura alcanzan a
limitar a una persona en su desarrollo y su destino. Perdonar le roba al
enemigo la oportunidad de formar en nuestros corazones una raíz de
amargura que contamine nuestro destino y el de los que nos rodean.

No debemos creer jamás las mentiras del diablo que nos limitan a perdonar
y nos hacen presa del resentimiento, como:

• “Voy a esperar que mi pareja me pida perdón y entonces la


perdono”. Jesús no dijo que esperáramos a que nos pidieran perdón. Él
dijo en Mateo 5: 23 – 24 : “…si te acuerdas de que tu hermano tiene
algo en contra de ti, ve y reconcíliate con él” .

• “Me pidió perdón, pero no lo noté arrepentido”. Medite: ¿cómo se


ve una persona arrepentida? Si llora no significa que está arrepentida,
y si no llora no significa que no está verdaderamente arrepentida. Las
personas reaccionan diferente y la persona herida no tiene el mejor
discernimiento para ver si el ofensor está o no arrepentido.

• “Mejor no lo perdono, porque si lo perdono lo vuelve a hacer”. El


que perdonemos o no a nuestra pareja, no garantiza que vuelva o no
vuelva a hacer lo que hizo. Sin embargo, perdonamos para nosotros ser
libres de la amargura y el resentimiento; no para que el ofensor se
restaure. Su restauración está en las manos de Dios, no en las nuestras.

El no perdonar en nuestros matrimonios produce consecuencias


devastadoras, porque cuando no perdonamos, permanecemos atados en
nuestra alma, donde radican nuestros sentimientos por nuestra falta de
perdón, y no podemos caminar en la libertad con la que Cristo nos hizo
libres. No perdonar no solo nos hace rehenes, sino que hace a nuestro
matrimonio rehén de nuestro pasado, del dolor y de la amargura. Perdonar
pone mi matrimonio en libertad para disfrutar la bendición que nos espera
en el futuro. Cuando perdonamos, estamos colaborando con Dios para
cumplir su propósito en nuestras vidas, el matrimonio y la familia.

La decisión de perdonar a mi cónyuge no radica en el arrepentimiento de mi


cónyuge por el dolor que me causó, mi decisión de perdonar radica en que
quiero ser libre de mi dolor para que nada logre detener el propósito y
destino que Dios tiene para mi matrimonio y mi familia . Recordemos lo
que Jesús dijo acerca de la separación de la familia: “… Una familia
dividida por peleas se desintegrará”
(Lucas 11: 17). El perdón mantiene al matrimonio y a la familia unidos para
lograr el propósito para el cual Dios los creó.

Perdonar es el principio de la sanidad en nuestros matrimonios por


cualquier dolor o situación que hemos atravesado. Perdonar es el proceso
inicial o la cuota inicial que pagamos para un matrimonio verdadera y
completamente sano y restaurado. Perdonar es la fianza que nos pone en
libertad de las cadenas del resentimiento.

Cuando perdonamos, no sabemos cómo sucede, pero aunque no sucede de


forma rápida o automática, perdonar nos sana. Es como cuando una persona
tiene migraña y se duerme con el dolor, pero cuando despierta sin migraña,
no sabe a qué hora sucedió, aunque sí sabe que ya no tiene ese dolor terrible
en su cabeza. Así mismo opera el perdón. Cuando lo otorgamos, no nos
damos cuenta de cómo sucedió, cómo fue el proceso, pero sí sabemos que
el dolor que teníamos en nuestro corazón ya no lo tenemos. Es
reconfortante, es maravilloso vivir en libertad.
Yo agradezco a Dios de todo corazón que mi esposa me haya perdonado.
Recuerdo que en una ocasión estábamos dando nuestro testimonio en una
estación de radio y mientras yo hablaba de lo malo que fui, de mis
adulterios y todo lo demás, mi esposa comentó en la radio y dijo: “Yo
quiero exhortar a todas las mujeres que me escuchan y han pasado por esto
que se pregunten: ¿Dónde falló usted?”. Cuando yo escuché esas palabras
me incomodé y cuando terminamos, ya en el carro le pregunté a mi esposa
por qué había dicho eso cuando el culpable había sido yo. Y ella me
contestó firmemente: “Tú no fuiste el único culpable. Nunca debiste hacer
lo que hiciste, pero el que nuestra familia estuviera a punto de desintegrarse
fue responsabilidad de los dos”.

En ese momento entendí que para nosotros poder perdonar de todo corazón
tenemos que descubrir qué parte de responsabilidad recae sobre nosotros, de
lo que estamos sufriendo o hemos sufrido, por mínima y pequeña que haya
sido.

PARTE II
ATADURAS
CAPÍTULO 4

¿CÓMO AFECTAN LAS ATADURAS AL MATRIMONIO?


“Esto significa que todo el que pertenece a Cristo se ha convertido en
una persona nueva. La vida antigua ha pasado; ¡una nueva vida ha
comenzado! 18 Y todo esto es un regalo de Dios, quien nos trajo de
vuelta a sí mismo por medio de Cristo. Y Dios nos ha dado la tarea de
reconciliar a la gente con él. 19 Pues Dios estaba en Cristo
reconciliando al mundo consigo mismo, no tomando más en cuenta el
pecado de la gente. Y nos dio a nosotros este maravilloso mensaje de
reconciliación” (2 Corintios 5: 17-19) .

E stoy convencido de que uno de los mayores conflictos en el matrimonio


se origina en las ataduras con las que llegamos al matrimonio y las que
desarrollamos en él. Muchas personas ven las ataduras como si el diablo
tuviera la autoridad de encadenar a un cristiano de manera tal que ahora esa
persona tiene que dedicar un tiempo a oración y ayuno para
desencadenarse. Así mismo hay personas que miran los conflictos en el
matrimonio como si el diablo tuviera la autoridad de llegar a un matrimonio
y atar a esa pareja hasta llevarlos al fracaso.

◆◆◆
Las ataduras son conductas aprendidas sin confrontar ni resolver que se
manifiestan y afectan nuestro presente.

◆◆◆
Cuando en una relación, una o las dos partes llegan al matrimonio con
conductas que no han confrontado, que no han buscado ayuda para resolver,
esto se convierte en una atadura que eventualmente termina afectando la
relación. ¿Por qué? Porque muchos de nosotros llegamos a la relación con
situaciones del pasado que nos marcaron, nos formaron y nos hicieron
quienes somos hoy, y terminan perjudicando nuestra relación.

Un ejemplo de ataduras en el matrimonio

Miremos el ejemplo de un hombre cristiano que ama a Dios y a su familia,


pero viene de un hogar donde hubo violencia doméstica, donde su padre
golpeaba a su madre. Este hombre vivió la mayor parte de su vida bajo un
ambiente tóxico, violento, de groserías, gritos, llantos, escándalos,
incertidumbre, inseguridad, miedo. Es muy probable que ahora este hombre
no quiera ser como su padre y quiera ser un mejor esposo. Pero este hombre
llega al matrimonio con inseguridades, posiblemente con una actitud
demasiado pasiva, y su esposa quisiera que él fuera más líder, más seguro,
que dirija la casa.

En el intento de no ser como su papá, tal vez no sabe cómo hacer esto.
Posiblemente se haya convertido en un hombre duro, áspero en el trato con
su familia porque sabe que mientras no le pegue a su esposa es mejor que su
papá. En su sistema de pensamientos, este hombre está haciendo las cosas
lo mejor posible, pero su esposa, que no se crió en ese ambiente, y sus hijos
quisieran que su padre fuera más cariñoso, más amoroso. Van a consejería y
el hombre no entiende por qué no es comprendido si está haciendo lo mejor
que él puede. Dentro de su mundo, es lo mejor que él puede, pero no lo que
su familia necesita. Estas son ataduras, conductas aprendidas que nos
formaron y ahora vienen a afectar el desarrollo de nuestro matrimonio y de
la familia.

Veamos otro ejemplo: el de una hija que creció en el mismo ambiente que
ya mencionamos, donde vio a su padre golpear a su mamá y ella en su
crecimiento va desarrollando conductas, patrones, pensamientos que ahora
en el matrimonio le pueden afectar de una de dos formas. Posiblemente
llega al matrimonio con tales inseguridades y temores que en el matrimonio
no se atreve a tener iniciativa, no se atreve a disciplinar a sus hijos, no se
atreve a involucrarse en nada y lo único en lo que se enfoca es en no hacer
enojar a su esposo. Mientras tanto, el esposo quisiera que ella fuera más
extrovertida, más segura y se esfuerza por hacerla sentir así, pero sus
esfuerzos son en vano. Por el otro lado, posiblemente ella llegue al
matrimonio con una actitud rígida, seca, agresiva, donde ella siempre está a
la defensiva porque piensa: “A mí ningún hombre me va a decir lo que yo
tengo que hacer”. Esto le trae grandes conflictos en el matrimonio.

Estos dos casos nos demuestran cómo las ataduras operan en la vida de una
persona, afectando sus vidas y sus relaciones. Esto sin analizar que hay
personas que llegan al matrimonio habiendo pasado por situaciones de
infidelidad, habiendo sido víctimas de abusos, habiendo atravesado
violaciones, posibles maltratos emocionales y un sinnúmero de cosas más
que aunque posiblemente la persona haya aprendido a sobrevivir a ellas,
seguirán las consecuencias manifestándose en el matrimonio.

Por esa razón, debemos analizar nuestras vidas: ¿Por qué hacemos lo que
hacemos? ¿Por qué nos comportamos como nos comportamos? ¿Por qué
estamos en la condición en la que estamos? Y es muy posible que esté atado
a nuestro pasado. Es cierto que 2 Corintios 5: 17 nos dice que todo el que
pertenece a Cristo se ha convertido en una persona nueva. La vida antigua
ha pasado; ¡una nueva vida ha comenzado! Somos nuevas criaturas, con
una nueva esperanza, con una nueva fe, con una nueva manera de vivir,
pero también es cierto que aunque estamos en Cristo y somos una nueva
criatura, adentro muy adentro de nuestro ser, todavía puede haber asuntos y
cosas que no hemos resuelto y que aún en Cristo, terminan afectándonos y
afectando a los que nos rodean.

Así que si hay algo que siente que está afectando su relación matrimonial,
la familia, los hijos, recordemos que en el Sermón del Monte, el Señor
prometió en Mateo 5: 3 – 5 lo siguiente:

“Dios bendice a los que son pobres en espíritu y se dan cuenta de la


necesidad que tienen de él, porque el reino del cielo les pertenece.
Dios bendice a los que lloran, porque serán consolados. Dios bendice
a los que son humildes, porque heredarán toda la tierra” .

El Señor sabe bendecir a los que han sido afectados a tal punto que se
encuentran una pobreza espiritual, a los que lloran, pero también a los que
son lo suficientemente humildes para aceptar que necesitamos ser sanados.
El silencio no resuelve nuestros conflictos, más bien nos afecta más.

Mi propia atadura

Esta es una de las razones por la que yo creo que mi matrimonio se vio
afectado desde el principio. La manera en la que yo me había criado, en el
medio ambiente que yo me desarrollé era de adulterios, de poca interacción
familiar. Yo no recuerdo haber pasado un día de Acción de Gracias con
toda la familia comiendo en la mesa juntos; o levantarme unas navidades a
buscar mis regalos con toda la familia. Para mí no había nada de malo con
eso; era el estilo de vida de mi familia y yo me adapté a él; yo nunca vi a mi
padre diciéndole a mi madre a dónde iría. Todas estas cosas sin yo darme
cuenta fueron formando mi carácter y mi perspectiva en cuanto al
matrimonio y a la familia.

Esta y muchas otras cosas más fueron las que yo vine arrastrando al
matrimonio. Yo jamás pensé que eso en algún momento dado me afectaría,
porque yo había sobrevivido. Para mí todo estaba bien hasta que no lo
estuvo, hasta que mi esposa comenzó a pedirme que pasara tiempo con
ella, que le informara a dónde iba, que pasara tiempo con mis hijos. Para
ella lo que me estaba pidiendo era lógico, era lo que cualquier esposo o
padre debía hacer. Para mí significaba que ella no era una persona
normal; se traducía como que era controladora, manipuladora, hasta que
me di cuenta de que fueron las ataduras de mi pasado las que habían dado
definición a la forma en que yo veía la relación.

El asunto es que no se nota el efecto de estas situaciones que venimos


arrastrando del pasado mientras la persona está soltera, pero en el
matrimonio es donde hay un ambiente similar al pasado que despierta cosas
que uno ha guardado y no ha confrontado, y lo más lógico es recurrir a lo
que conocemos, aunque lo que conozcamos no sea lo correcto.

Cuando un niño atraviesa el duro proceso de sufrir el divorcio de sus


padres, a ese niño le parece normal. No es el único hijo de padres
divorciados en la escuela ni en la familia, y ese niño aprende a sobrevivir a
ese evento trágico para cualquier niño. Es posible que aun hasta haga una
resolución en su corazón de que jamás se divorciará, porque reconoce lo
duro que es. Pero cuando comienzan los conflictos en la relación, cuando
comienzan esos momentos difíciles que le llegan a todo matrimonio, ¿qué
cree que es lo primero que le pasa por la mente a este hombre? “Creo que lo
mejor es divorciarnos”. ¿Por qué? Porque fue la conducta que aprendió, fue
lo que sobrevivió y aunque dolió no fue el fin; prevaleció.

Algo así es lo que vemos en la Biblia. En Génesis 12: 10 – 20 cuando


Abram llegó a Egipto con Saraí. Nos dice que Abram habló con Saraí y le
dijo que cuando llegaran a Egipto y le preguntaran quién era ella, él
contestaría que era su hermana, porque si no, lo matarían para quedarse con
ella. Así hicieron. Luego en Génesis 20: 1 – 2 cuando Abraham vivía en
tierra de Gerar, presentó a Sara como su hermana nuevamente por las
mismas razones ( v. 11 – 13 ). Ahora en Génesis 26: 7 – 11 , luego de la
muerte de Abraham, Isaac llegó a la tierra de Gerar y cuando le preguntaron
quién era Rebeca, él contestó: “Es mi hermana”, por las mismas razones
que su padre lo hizo, porque tenía temor que le mataran para quedarse con
su esposa. Isaac, cuando se vio en la misma situación de su padre, reaccionó
conforme a lo que había aprendido.

Del mismo modo yo quería una familia mejor, yo quería una familia
estable, yo quería todo lo que no tuve cuando niño. Sin embargo, cuando
me vi bajo la presión de lo que no conocía, de estas nuevas exigencias que
nunca había visto, este asunto lógico para todo el mundo, pero extraño
para mí, de pasar tiempo con la familia, de rendir cuentas, de sacar a
pasear a los hijos, de sentarnos a la mesa a comer, yo busqué reaccionar de
la misma manera que aprendí; rompiendo con la relación.

No fue hasta ahora estando en Cristo que pude ver un panorama


completamente diferente. Pude ver que los domingos era normal para las
familias salir de la iglesia y cenar juntos, pasear juntos, compartir. Pude
ver otro concepto de paternidad que nunca antes había conocido. Todo esto
era algo completamente nuevo para mí, pero era precisamente lo que
estaba buscando y lo que necesitaba.

Cómo tratar con las ataduras en el matrimonio

El problema con las ataduras en el matrimonio están en que, cuando


tenemos ataduras personales y estamos solteros, estas se tratan de forma
individual y solamente afectan a la persona. En el matrimonio, cuando ella
llega con sus ataduras y él llega con las suyas, es un proceso más complejo
y complicado, ya que es mucho más fácil ver los defectos que nuestra
pareja viene arrastrando y no los nuestros. Por algo, el Señor nos dijo en
Mateo 7: 1 – 5 :

“No juzguen a los demás, y no serán juzgados. Pues serán tratados de


la misma forma en que traten a los demás. El criterio que usen para
juzgar a otros es el criterio con el que se les juzgará a ustedes. ¿Y por
qué te preocupas por la astilla en el ojo de tu amigo, cuando tú tienes
un tronco en el tuyo? ¿Cómo puedes pensar en decirle a tu amigo:
«Déjame ayudarte a sacar la astilla de tu ojo», cuando tú no puedes
ver más allá del tronco que está en tu propio ojo? ¡Hipócrita! Primero
quita el tronco de tu ojo; después verás lo suficientemente bien para
ocuparte de la astilla en el ojo de tu amigo”.

Así mismo sucede en el matrimonio. Nos enfocamos en las ataduras y


conflictos que trae nuestro cónyuge y afirmamos que están afectando la
relación, pero mientras hacemos eso no estamos prestando atención a
nuestras propias ataduras que también están afectando la relación. Es aquí
donde comienzan los mayores conflictos, porque comienza cada cual a
tratar de hacer ver al otro sus defectos ignorando los suyos propios. El
proceso ideal es reconocer cómo mi propia conducta y mis propias ataduras
están afectando la relación antes de fijarme en la conducta de mi cónyuge.
Este tipo de actitudes nos limitan de poder resolver los conflictos en el
matrimonio.

El otro problema es enfocarnos en buscar cómo arreglar la situación actual


del matrimonio sin buscar resolver las situaciones internas de cada cual que
dieron lugar a la situación en la que se encuentran en ese momento. Esto
provoca que resolvamos algunos conflictos, pero que no se resuelva el
problema, o sea, ganamos algunas batallas, pero no hemos ganado la guerra.

◆◆◆
Si queremos en realidad resolver el caos en nuestros matrimonios, lo
primero que tenemos que hacer es lidiar personalmente con los conflictos
internos que cada cual hemos traído al matrimonio.

◆◆◆
Cuando llegué a Cristo y vi a las personas saliendo con sus familias,
pasando tiempo con sus hijos, compartiendo con las esposas, aprendí un
nuevo estilo de vida, pero ni mi esposa ni yo resolvimos los conflictos
internos o las ataduras que traíamos cada cual. Solo aprendimos que un
matrimonio cristiano hace estas cosas, se viste de esta manera, habla y se
comporta de esta forma, pero muy adentro, aún estaban los conflictos, aun
había asuntos sin resolver. ¿Y a que no saben qué sucedió? Exactamente.
Las ataduras volvieron a encontrar la manera de salir a flote.

Por eso, en el 2012, cuando atravesábamos por uno de esos momentos que
le llegan a todo matrimonio y a toda familia, volvimos a hablar de divorcio,
a pensar en la separación, a considerar que todo era una pérdida de
tiempo, hasta que fueron confrontados los conflictos internos que yo traía,
que habían malformado mi carácter y que ahora estaban dando lugar a
este círculo vicioso que ya habíamos vivido.

Cuando fui confrontado con mi pasado, pude enfrentar aquellas cosas que
habían influenciado mi carácter. Fue como si se me hubiese abierto un
panorama que jamás había visto, como que algo se hubiera despertado en
mí cuando fui confrontado, porque pareciera que pasaron por mi cabeza
una película de mi vida. Pude ver cómo había cosas de mi pasado que
estaban afectando la manera en que miraba mi matrimonio, la manera en
que estaba mirando mi familia, y hasta la manera en que estaba mirando
mi propia vida. Tomé una decisión y dije: “Se acabó; voy a cambiar”.
¡Como hubiese querido que hubiese sido así de fácil! Ese día tomé la
decisión, pero no fue el final de la batalla.

CAPÍTULO 5

PELEAR LA BATALLA DE LA LIBERTAD

““Pero eso no es lo que ustedes aprendieron acerca de Cristo. 21 Ya


que han oído sobre Jesús y han conocido la verdad que procede de él,
22 desháganse de su vieja naturaleza pecaminosa y de su antigua
manera de vivir, que está corrompida por la sensualidad y el engaño.
23 En cambio, dejen que el Espíritu les renueve los pensamientos y las

actitudes. 24 Pónganse la nueva naturaleza, creada para ser a la


semejanza de Dios, quien es verdaderamente justo y santo. 25 Así que
dejen de decir mentiras. Digamos siempre la verdad a todos porque
nosotros somos miembros de un mismo cuerpo”. (Efesios 4: 20-25)

U na de las cosas más importantes es la libertad de las ataduras que afectan


nuestro matrimonio, porque cuando yo tomé la decisión de cambiar,
comenzaron unos conflictos internos impresionantes. Yo siempre he dicho
que los mayores conflictos no son los que se dan fuera de nosotros, sino
los que se dan dentro de nosotros , y esto fue precisamente lo que sucedió.

Yo tenía un verdadero anhelo de que mi matrimonio no se desintegrara, no


porque era pastor, sino porque llevábamos veintitrés años de matrimonio.
Cuando uno está en el ministerio, por más que las personas te digan: “No
te tienes que preocupar por la iglesia, preocúpate por ti”, yo pensaba:
“¡Qué fácil es decir eso cuando no estás en mis zapatos!”.

Claro que también me preocupaban la iglesia, la reputación, el orgullo de


ser pastor y terminar en un divorcio, todas esas cosas me estaban
atormentando. Pero lo que más me atormentaba era el ejemplo que les
dejaría a mis hijos, cómo ellos verían el matrimonio a partir de nuestro
fracaso. Era peor porque yo me los imaginaba pensando: “Nuestros padres
amaban a Cristo, se amaban entre ellos, servían a Cristo, estaban en el
ministerio, ayudaban a matrimonios a restaurarse, pero ellos mismos
terminaron en esta catástrofe llamada divorcio”.

Me aterraba pensar cómo eso afectaría la fe de nuestros hijos, cuántas


ataduras serían formadas en ellos a partir de nuestras decisiones. Por eso
también yo quería cambiar, quería tener un matrimonio excelente, un
matrimonio ejemplar, de esos que se hacen fotos y las postean y se ven bien
felices, pero que son felices de verdad, no solo que se ven felices en la foto
de Facebook.

Sin embargo, en todo mi intento de cambiar, tenía una lucha interna porque
quería cambiar para el beneficio de los demás, pero había una lucha dentro
de mí, como una resistencia impresionante. En ese tiempo me identifiqué
con el aguijón de Pablo (2 Corintios 12); me identifiqué con la lucha de
Pablo (Romanos 7), y pensé que había encontrado la clave en Efesios 4: 20
– 29. Todo lo que tenía que hacer era deshacerme de la naturaleza
pecaminosa, cambiar mi mente y mis actitudes, ponerme la nueva
naturaleza y dejar de hacer las cosas que nos estaban afectando. Pues me
di cuenta de que eso no era así de fácil y que estaba perdiendo de vista un
concepto súper importante.

El asunto está en que, cuando leemos estos versículos a la ligera como lo


hice yo por años, pensamos que el cristianismo se trata solo de modificar
conductas y comportamientos, porque esto fue lo que aprendí en el año
1998. Cuando me convertí, lo que me ensañaron fue: así se comporta un
cristiano, así habla un cristiano, esto es lo que no hace un cristiano, así se
ve una familia cristiana. Pero en este ahora no solo éramos una familia
cristiana, sino que éramos una familia pastoral, lo que significa que se
esperaba de nosotros aún más; por ejemplo, las familias pastorales no
discuten delante de la gente, siempre sonríen, no muestran que tienen
problemas ni dolor y tratan de verse lo más espirituales posible.

Todo eso me estaba consumiendo, yo quería tirar la toalla, hubo momentos


en que predicando quería gritar: “¡Ayúdenme a mí! ¡Estoy desesperado y
no sé qué hacer! ¡Por favor, alguien venga y ponga manos sobre mí!
¡Socorro!”. No es broma, así me sentía en realidad. Recuerdo que un día
iba en mi camioneta y mientras aceleraba en la carretera me pasó por la
mente algo que jamás me había pasado y pensé: ¿Y qué si estrello la
camioneta contra un poste? Y fue ese día que me sobrecogió un miedo
increíble de ver en la dirección en la que iba: iba camino al fracaso total.

La clave de la libertad

Cuando meditaba en Efesios 4 me decía: “Estoy haciendo todo eso, Señor,


estoy cambiando, estoy pasando tiempo con mi familia, estoy sacando a mi
esposa a pasear, estoy evitando conflictos, estoy…” hasta que me di de
frente con la Palabra . Había algo que no había visto antes, pero que estaba
tan claro. No se trata de que quien dijera mentira, ya no las diga; ni de que
el ladrón ya no robe. Ese es el resultado de lo que dice Efesios 4: 20 – 24.

La clave está en que el Apóstol le dice a los Efesios: Recuerden lo que


aprendieron de Cristo; han conocido la verdad que procede de él. Usted y
yo conocemos de Cristo que Él decidió amarnos cuando estábamos muertos
en delitos y pecados, o sea, que Cristo nos amó en el peor estado y la peor
condición de nuestras vidas. Él vino a nosotros, la iniciativa de amor nació
de Él y no de mí. Yo en mi naturaleza carnal soy incapaz de cambiar; pero
es Él quien tiene la habilidad de transformar mi pasado. Yo en mis fuerzas
no puedo, es solo dependiendo totalmente y únicamente de Él.

Por eso, luego en el v. 23 nos dice: “En cambio, dejen que el Espíritu les
renueve los pensamientos y las actitudes” . Eso nos enseña que mi trabajo
no es buscar cuáles conductas voy a adoptar o a cambiar. Mi trabajo es
enfocarme en Cristo, amar a Cristo, adorar a Cristo. Entonces, el Espíritu
renueva mis pensamientos y mis actitudes. Por eso, los versículos siguientes
son el resultado de lo que el Espíritu hace cuando dependemos totalmente
de Cristo.

Yo llevaba las de perder desde el arranque, porque estaba tratando de


cambiar yo, me enfocaba en los cambios que estaba tratando de hacer, y me
frustraba porque mi esposa no veía o apreciaba los cambios, hasta que me
di cuenta de que no se trataba de enfocarme en los cambios; se trataba de
enfocarme en Cristo. Fue de esa manera que pude romper con mis ataduras
del pasado.
A muchas personas cuando tienen un problema de adicción, adulterio,
pornografía, alcoholismo, carácter, lo primero que les decimos es: “Tienes
que cambiar”. Llega un padre de familia con conflictos internos, ataduras
pasadas y le decimos al padre: “Mira lo que están sufriendo tus hijos, tienes
que cambiar”. En realidad, el deseo de ese padre o de esa madre no es
provocar que sus hijos sufran. Él sabe que tiene que cambiar, él quiere
cambiar, ningún padre toma la decisión de querer arruinar la vida de sus
hijos. El problema del padre no es no querer cambiar; sino que no sabe
cómo cambiar. Y le decimos: “Pues deja de hacer las cosas que haces”. Si
hubiese podido ya lo hubiese hecho.

Mientras le decimos: “Tienes que cambiar”, le estamos diciendo: “Vamos,


hazlo en tus fuerzas, que sí se puede”. Pero la verdad es que no se puede; el
mismo Pablo en Romanos 7 nos presenta su propio argumento al respecto.
¿Cuál fue su conclusión en el v. 25 ? “¡Gracias a Dios! La respuesta está
en Jesucristo nuestro Señor”.

◆◆◆
La respuesta para ser libres de las ataduras presentes está en Jesucristo,
está en enfocarnos en Cristo, en amar a Cristo, en buscar a Cristo.

◆◆◆
El hacer sentir culpable al padre y a la madre de familia no resuelve su
problema, no resuelve su dilema ni tampoco los hace libres de ataduras.
Presentarles a las personas que Cristo les ama en su condición, que Cristo
les ama en su lucha les presentará a ellos el amor que todo lo puede y que es
capaz de liberarlos de las ataduras más profundas y complejas que puedan
tener.

La solución
Las ataduras en el matrimonio y los conflictos no se solucionarán con
lágrimas, gritos, peleas, ataques, culpabilidad, insultos, amenazas, mucho
menos con golpes, maltratos, con nada de eso que es producto de la
frustración, la desilusión y la carnalidad. Hombre, no esperes a que tu mujer
cambie para buscar cambiar tú. Mujer, no esperes a que tu esposo cambie;
cambia tú. Más bien, reconozcan que cada cual tiene ataduras que están
estorbando, afectando, dañando la relación. Tomen una decisión de hacer a
Cristo el centro de sus vidas, su matrimonio, su familia, su hogar y dejen
que sea el Espíritu quien renueve los pensamientos y las actitudes.

Les doy un último consejo en este tema. Generalmente, cuando se


manifiestan estas ataduras (conductas aprendidas sin confrontar ni resolver
que están afectando el presente de una persona) en el matrimonio, las
personas piensan: “Que él trabaje con lo suyo individualmente, yo trabajo
con lo mío individualmente, y luego trabajamos con lo del matrimonio”.

Yo difiero de ese concepto, ya que si yo sé que mi esposa está lidiando con


un asunto, yo quiero estar ahí para apoyarla (no para criticarla, forzarla ni
manipularla). De la misma forma, si yo estoy lidiando con algo en mi vida,
me gustaría que mi esposa estuviera ahí para apoyarme (no para criticarme,
forzarme ni manipularme). Entonces, en el recorrido de la libertad en el
matrimonio, creo que los dos deben ponerse de acuerdo para, unidos, tener
la victoria. Como nos dice Eclesiastés 4: 9 – 12 :

“Es mejor ser dos que uno, porque ambos pueden ayudarse
mutuamente a lograr el éxito. Si uno cae, el otro puede darle la mano
y ayudarle; pero el que cae y está solo, ese sí que está en
problemas. Del mismo modo, si dos personas se recuestan juntas,
pueden brindarse calor mutuamente; pero ¿cómo hace uno solo para
entrar en calor? Alguien que está solo puede ser atacado y vencido,
pero si son dos, se ponen de espalda con espalda y vencen; mejor
todavía si son tres, porque una cuerda triple no se corta fácilmente” .

◆◆◆
La mejor estrategia para lidiar con las ataduras y las conductas que
venimos arrastrando de nuestro pasado no es pelear con nuestro cónyuge,
sino unirnos para buscar a Cristo juntos y dejar que el Espíritu cambie
nuestros pensamientos y actitudes.

◆◆◆
Las ataduras en el matrimonio no se deben tomar ligeramente, porque de así
hacerlo, abrimos una gran puerta a la opresión.

PARTE III
OPRESIÓN
CAPÍTULO 6

NUESTRA OPRESIÓN MATRIMONIAL


“Cuando Jesús llegó a la región de Cesarea de Filipo, les preguntó a
sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?”. 14
“Bueno —contestaron—, algunos dicen Juan el Bautista, otros dicen
Elías, y otros dicen Jeremías o algún otro profeta”. 15 Entonces les
preguntó: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy?” 16 Simón Pedro
contestó: “Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”. 17 Jesús
respondió: “Bendito eres, Simón hijo de Juan, porque mi Padre que
está en el cielo te lo ha revelado. No lo aprendiste de ningún ser
humano…” (Mateo 16: 13-17).

E l significado más simple de la palabra caos es un estado de confusión y


desorden. Cuando un matrimonio no confronta las situaciones que traen
consecuencias y no busca ser libre de las ataduras y comportamientos
pasados, es muy probable que su estado actual sea uno de caos. Esto se
suma al hecho de que no es un secreto para nadie que tenemos un
adversario llamado el diablo, y que hoy más que nunca estamos viendo un
ataque contra el matrimonio a nivel mundial.

Hay una verdad que se ve claramente: hay una agenda del enemigo contra
el matrimonio, no solo en los matrimonios del mundo, sino también contra
los matrimonios cristianos.

◆◆◆
Una gran cantidad de matrimonios están en una constante opresión del
enemigo, quien hace lo necesario para persuadir, dividir, y destruir.

◆◆◆
La palabra opresión significa “una carga impuesta; un trato injusto y severo;
persuadir a realizar un servicio, trabajo o vida irrazonable; dominar a
alguien hasta la aflicción”. También quiere decir “sentirse apretado, afligido
y angustiado”. Esta es la condición en la que muchos matrimonios están
viviendo hoy día. Algunos de ellos no están disfrutando de la hermosura del
matrimonio, de sus beneficios ni de su bendición. Más bien están viviendo
bajo una carga impuesta, un trato injusto y severo, una vida irrazonable,
dominados por la aflicción, afligidos y angustiados.

Así llegamos a sentirnos mi esposa y yo en un momento dado en nuestro


matrimonio. Aun amando y alabando a Cristo, predicando cada domingo,
enseñando la Palabra, orando diariamente, aconsejando matrimonios,
viajando y predicando en conferencias, nos sentíamos oprimidos,
dominados por la aflicción y la angustia. Como mencioné en el capítulo
anterior, había ocasiones que aun predicando quería gritar y salir
corriendo; recuerdo un día que sentí que me iba a desmayar mientras
predicaba, por la presión tan grande que tenía. Sin embargo, ese día
cuando hice el llamado a quienes querían entregar sus vidas a Cristo,
diecisiete personas acudieron al altar.

Yo había escuchado que había pastores en el ministerio que pensaban que


porque sus ministerios eran exitosos, todo estaba bien. Para decirles la
verdad, yo no me sentía de esa manera. Mientras más crecía la iglesia, más
oprimido me sentía; mientras más Dios me usaba, peor me sentía; me
sentía desesperado. En ocasiones me preguntaba: ¿Cómo las personas no
se dan cuenta de cómo me encuentro, que me quiero morir? ¿Cómo al
sonreírles les hace pensar que todo está bien?

En una ocasión que estaba en una angustia profunda, con los ojos llorosos,
una persona se me acercó y me preguntó: “Pastor, ¿está bien?”. Yo le
contesté: “Sí”. E inmediatamente me comenzó a contar un problema que
tenía. No me ofendí, más bien me sonreí, porque por un momento pensé:
¡Wow, alguien se dio cuenta! Pero no... Durante este proceso, estoy seguro
de que muchas personas se dieron cuenta de nuestra condición. Pero lo
más seguro era que pensaban que nosotros teníamos muchas personas a
nuestro alrededor que nos debían estar aconsejando o consolando.

Por eso hago un paréntesis: la próxima vez que veas a tus pastores, ámalos,
valóralos, reconócelos, déjales saber que estás ahí porque no te imaginas lo
que pueden estar atravesando en ese momento; la presión tan impresionante
que pueden estar enfrentando.

No confrontar las ataduras a tiempo nos llevó a una condición de opresión


y depresión; a una condición en donde el dolor era nuestra receta diaria.

◆◆◆
El problema de la opresión está en que una persona lastimada, lastima;
una persona herida, hiere; una persona oprimida, oprime.

◆◆◆
Cantidad de veces en este estado de opresión mi esposa y yo nos
preguntábamos: ¿Qué nos pasa? ¿Por qué estamos así? Nos íbamos a
dormir sin respuesta. En ocasiones, nos abrazábamos en la cama para
dormirnos y luego, por ninguna razón, nos apartábamos con desprecio.

Un domingo yo tenía que predicar un mensaje titulado: “Amando al


prójimo”. A eso de la 1:30 am, el enemigo comenzó a poner pensamientos
en mi cabeza: “¿Cómo vas a predicar ese mensaje? ¡Qué hipócrita eres,
todos van a ver la hipocresía a una milla de distancia!”. Comencé a llorar,
porque de verdad yo pensaba de la misma manera. Cuando mi esposa se
dio cuenta de que estaba llorando, me preguntó: “¿Estás bien? ¿Qué te
pasa?”. Yo le contesté: “Nada, duérmete”. Ella insistió y ya que la escuché
con un tono de voz como que quería de alguna manera consolarme, le
conté: “Me sucede que tengo que predicar mañana sobre el tema de
‘Amando al prójimo’. Antes que yo dijera otra palabra, ella dijo sin
pensar: “¿Cómo vas a predicar ese mensaje cuando no puedes amarme a
mí?”. En ese momento, me levanté de la cama gritándole: “¿Qué te pasa?
¿Tú ves a un perro en la calle golpeado y le das una patada? ¿Por qué si te
dije que no te preocuparas me insistes para dañarme?”. En ese momento,
ella se levantó y me dijo: “Perdóname, de verdad que no fue mi intención,
de verdad no quise lastimarte”.

Para decir verdad, yo sé que mi esposa sería incapaz de reaccionar de esta


manera a propósito. Estábamos bajo opresión, pero yo sé que ella me
amaba y me ama. Luego de unos 45 minutos de insultos, tirar cosas al piso,
gritos y todo lo demás, cuando ya me cansé de gritar y me fui a la sala a
que se me pasara el coraje, me vino a la mente: ¿Será que así se sintió
Cristo en Mateo 16?

En Mateo 16: 13, Cristo le pregunta a los discípulos: “… ¿Quién dice la


gente que es el Hijo del Hombre?”, y ellos le dan su contestación; pero en
los vs. 15 – 16, Él les pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy? Simón
Pedro contestó: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente”.
Inmediatamente, Cristo lo felicitó por ese gran privilegio que Pedro había
tenido de que su Padre le hubiera permitido tener tal revelación tan
impresionante. Fue unos momentos más tarde donde vemos en los vs. 21 –
23 que Cristo ahora comienza a expresarles a sus discípulos lo que había de
acontecer, cómo a Él lo matarían, pero que resucitaría al tercer día. Cuando
Pedro escuchó esto, lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo por decir
semejantes cosas. Él le dijo: “Dios nos libre, Señor, eso jamás te sucederá a
ti” . En ese momento, Jesús mostró indignación y le dijo: “¡Aléjate de mí,
Satanás! Representas una trampa peligrosa para mí…”.

En una misma escena, vemos a una misma persona haciendo una


declaración donde fue reconocido y felicitado por la gran revelación que se
le había dado. Por otro lado, vemos a la misma persona siendo influenciado
por Satanás y siendo reprendido por tratar de estorbar el plan de Dios.
Quiero llegar a que así el enemigo muchas veces hace con el matrimonio: si
no nos cuidamos, podemos operar en tal influencia que podemos echar todo
a perder. No estoy diciendo que mi esposa estaba siendo influenciada por el
enemigo. Ya el enemigo me estaba poniendo esos pensamientos en la
cabeza, ya los había sembrado en mi conciencia a tal punto que para lo que
utilizó a mi esposa fue para expresar lo que él ya había sembrado en mí.

CAPÍTULO 7
LA OPERACIÓN DEL ENEMIGO
“Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra
gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra
fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos
de los lugares celestiales”. (Efesios 6:12)

E l problema de la opresión en el matrimonio la mayoría de las veces viene


como consecuencia de las ataduras y conductas aprendidas que no hemos
confrontado; eso definitivamente abre la puerta a la opresión. Al nosotros
no tratar con esas áreas que nos afectan, al no ponernos de acuerdo, al no
permitir que el Espíritu cambie nuestras mentes y actitudes, le damos una
influencia al enemigo a operar en nuestras mentes y nuestros corazones.

Esto luego lleva a los matrimonios a pelear entre sí, a faltarse el respeto, a
menospreciarse, a dividirse, a separarse emocional y físicamente; a mirar a
nuestro cónyuge como nuestro adversario.

Vimos abriendo este capítulo lo que nos dice la Biblia en Efesios 6: 12 . De


aquí que nuestra lucha, aun en el matrimonio, no es contra nuestro cónyuge
que es de carne y hueso. Nuestra verdadera lucha es contra el enemigo que
viene para oprimirnos. La mayoría de los matrimonios vivimos peleando
contra el adversario incorrecto y esto nos lleva a perder de perspectiva
nuestro verdadero enemigo.

◆◆◆
La mayor estrategia del enemigo es persuadirnos a tal punto que
ignoremos sus maquinaciones y veamos a la persona equivocada, en este
caso nuestro cónyuge, como el enemigo.

◆◆◆
La Biblia nos dice en 2 Corintios 2: 9 – 11 :

“Les escribí como lo hice para probarlos y ver si cumplirían mis


instrucciones al pie de la letra. Si ustedes perdonan a este hombre, yo
también lo perdono. Cuando yo perdono lo que necesita ser
perdonado, lo hago con la autoridad de Cristo en beneficio de
ustedes, para que Satanás no se aproveche de nosotros. Pues ya
conocemos sus maquinaciones malignas”.

El Apóstol Pablo está hablando del perdón y está diciendo que la falta de
perdón permite y abre una puerta para Satanás aprovecharse, y luego
declara: “Pues ya conocemos sus maquinaciones malignas ”. La palabra
maquinaciones viene del griego noema que significa una trampa, una
estrategia, un propósito malvado. Nos enseña que cuando estamos luchando
con nuestro cónyuge, en vez de luchar con nuestro adversario, estamos
siguiendo los planes malvados de Satanás.

Esto nos da un panorama de cómo el enemigo opera, porque el enemigo


siempre buscará principalmente que ignoremos sus maquinaciones y el plan
que él ya tiene y que veamos las cosas desde la perspectiva humana.

Si miramos los problemas en el matrimonio como situaciones normales de


la vida, estamos ignorando el plan del enemigo y estamos viendo las cosas
tan solo desde una perspectiva humana. Esas son las condiciones perfectas
para que un matrimonio sea consumido por la opresión.

Esta siempre ha sido su estrategia. Si nos fijamos en lo que sucedió en el


Edén cuando Eva fue persuadida por la serpiente, ella:

1. Ignoró que la serpiente tenía un plan y

2. Vio las cosas desde la perspectiva humana.

Eva no se percató de lo que estaba ocurriendo en lo espiritual. Así mismo


nos ocurre a nosotros cuando luchamos contra nuestro cónyuge en vez de
luchar contra nuestro adversario.

Esto mismo sucedió conmigo y con mi esposa y sucede con muchos


matrimonios. Ahora la pregunta que algunos pueden tener y no los culpo es:
¿Cómo tú siendo pastor y sabiendo todo esto, no lo pensaste en ese
momento y te permitiste llegar a la opresión? Les voy a contestar esa
pregunta cuando tenga la respuesta, porque aún no la tengo. Yo no tengo
idea de cómo llegué al nivel de opresión, yo no sé cómo no abrí los ojos
antes; no tengo la menor idea. La única respuesta lógica que tengo es que a
veces es más fácil pelear con nuestro cónyuge que aceptar el hecho de
que tenemos un enemigo llamado Satanás que nos odia con cada fibra se
su ser.

CAPÍTULO 8

EL RESULTADO DE LA OPRESIÓN
“No te inclines ante ellos ni les rindas culto, porque yo, el Señor tu
Dios, soy Dios celoso, quien no tolerará que entregues tu corazón a
otros dioses. Extiendo los pecados de los padres sobre sus hijos; toda
la familia de los que me rechazan queda afectada, hasta los hijos de la
tercera y la cuarta generación. 6 Pero derramo amor inagotable por
mil generaciones sobre los que me aman y obedecen mis mandatos”.
(Éxodo 20: 5-6)

C uando un matrimonio queda atrapado bajo la opresión se encuentra en


un estado verdaderamente crítico. La comunicación es básicamente
compleja, la atmósfera en el hogar es fría y cargada y se complican muchas
cosas: el sueño desaparece, la relación sexual es prácticamente inexistente y
las personas se encuentran en un estado de vulnerabilidad. Algunos
matrimonios pueden terminar en ataduras peores que las primeras, como
adulterios tanto sexuales como emocionales. Donde ya no hay gozo en el
hogar y los hijos se ven afectados espiritual y emocionalmente.

¿Alguna vez ha llegado a visitar un lugar donde horas antes había ocurrido
una discusión y usted no sabía nada al respecto, pero encontró el ambiente
cargado y pesado? Usted se dio cuenta de que algo no estaba bien, la
atmósfera estaba pesada y se sentía incómodo. Cuando usted preguntó, le
contaron lo que había sucedido horas atrás. Aunque la discusión había
terminado, el ambiente aún se sentía cargado. Si usted podía sentir el
ambiente cargado, ¿se imagina cómo se sienten los hijos que no son
visitantes a ratos del hogar, sino que tienen que vivir permanentemente en
él?
La opresión en el matrimonio no es cualquier cosa, no desaparece con el
tiempo, solo se hace más fuerte. No podemos olvidar lo que nos dijo el
Apóstol Pedro en 1 Pedro 5: 8 – 9 :

“¡Estén alerta! Cuídense de su gran enemigo, el diablo, porque anda


al acecho como un león rugiente, buscando a quién
devorar. Manténganse firmes contra él y sean fuertes en su fe… ”.

La Biblia nos enseña que el enemigo no viene a jugar con nosotros, no


viene a coquetear con nosotros; él viene a destruirnos. El Señor dijo en
Juan 10: 10 que el propósito del diablo es robar, matar y destruir.

No debemos ignorar la opresión del enemigo en el matrimonio. En el poco


tiempo que llevamos en el ministerio hemos visto lo que las ataduras y las
opresiones pueden producir en un matrimonio. Es cierto que nosotros
somos de los pocos o muchos casos, todo depende desde cuál punto de vista
lo mire, que hemos sido bendecidos y que damos gracias a Dios todo el
tiempo por su misericordia, su gracia, su amor y el favor de Dios con
nosotros que tuvo a bien no permitir que termináramos en un divorcio.

Hemos visto matrimonios que por la opresión terminan en el divorcio y


algunos otros en situaciones más terribles, produciendo resentimientos,
dolores y sufrimientos en las vidas de otras personas. Hemos podido ser
testigos de personas que han permitido que las ataduras les lleve a la
opresión en su matrimonio y les aconsejamos que luchen, que no se rindan,
que soporten, que peleen, que busquen ayuda profesional. Pero hay
matrimonios que terminan divorciados y cuando usted habla con ellos años
más tarde y son sinceros, ellos mismos se arrepienten de la decisión que
tomaron y confiesan haber cometido un gran error. Sienten que
posiblemente pudieron haber hecho algo más, se arrepienten de no haber
esperado y aunque eventualmente aprenden a lidiar con el dolor, en las
conciencias permanece aquello que les dice: “¿Y qué crees que hubiera
sucedido si…?

Cómo vencemos la opresión del enemigo

Para poder vencer la opresión tenemos que entender que no se logra con el
razonamiento humano. Más bien el razonamiento humano nos puede hundir
aún más en la opresión. Por eso el Apóstol Pablo nos dice en 2 Corintios
10: 3 – 4 :

“Somos humanos, pero no luchamos como lo hacen los


humanos. Usamos las armas poderosas de Dios, no las del mundo,
para derribar las fortalezas del razonamiento humano y para destruir
argumentos falsos” .

Muchas personas ignoran que el plan del enemigo es destruirnos a nosotros,


luego nuestro matrimonio, para al final destruir la familia, hijos, nietos, en
fin, toda nuestra descendencia. Su plan es alejarnos del propósito de Dios
para hacer estragos en nuestras vidas y de esa manera limitar la efectividad
del favor y la bendición de Dios sobre el matrimonio, nuestros hijos y los
hijos de nuestros hijos. Por esa razón no podemos permitir que la opresión
tome la mejor parte de nosotros.

Tenemos que aceptar el hecho de que el diablo no descansa y busca


persuadirnos, limitarnos, destruirnos. ¿Por qué? Porque nos odia; nos odia
con lo más profundo de su ser y lo más profundo de sus entrañas. El diablo
odia todo lo que representamos, odia nuestro matrimonio, por duro que
suene, odia a nuestros hijos, odia a nuestros nietos, odia la Iglesia donde te
congregas, odia a tus pastores, odia tu descendencia, odia tu paz, odia tu
felicidad. Es algo que ya no se dice, pero tenemos que tener presente que el
diablo odia todo respecto a nosotros.

Pero así como el diablo nos odia, Dios nos ama aún más. Dios nos ama con
lo más profundo de su ser. Dios nos ama tanto que aun cuando éramos sus
enemigos envió a Cristo a morir por nosotros en la cruz del Calvario. Dios
nos ama, ama nuestro matrimonio, ama el amor en nuestros hogares, ama a
nuestros hijos, ama a nuestros nietos, ama nuestra descendencia, ama la
unidad, ama la paz en el hogar.

◆◆◆
El amor de Dios sobre nuestros matrimonios siempre será mayor que el
odio del diablo. La gracia de Dios en nuestros matrimonios siempre
sobrepasará las artimañas del diablo contra nuestros matrimonios.
◆◆◆
Éxodo 20 nos dice que Dios derramó su amor inagotable por mil
generaciones sobre los que lo aman y obedecen sus mandamientos.

Mantengámonos enfocados en el amor de Dios y no importa con cuánta


intensidad el diablo se levante contra nuestros hogares, estaremos bajo el
abrigo del omnipotente como nos dice el Salmo 91, que nos recuerda que el
que habita al abrigo del altísimo:

1. Morará bajo la sombra del omnipotente.

2. Decimos a Jehová esperanza mía y Dios mío.

3. Mi Dios en quien confiaré.

4. Él me rescata de toda trampa.

5. ÉL me cubre con sus plumas.

6. ÉL me da refugio con sus alas.

7. Sus fieles promesas son mi armadura y mi protección.

Luego en el v. 9 nos dice: “Si haces al SEÑOR tu refugio y al altísimo tu


resguardo, ningún mal te conquistará (A TI); ninguna plaga se acercará a
tu hogar” (énfasis del autor) .

◆◆◆
Vencemos la opresión del enemigo cuando en el matrimonio nos ponemos
de acuerdo en hacer al Señor nuestro refugio y nuestro resguardo.

◆◆◆
La solución
¿Qué hacemos cuando estamos bajo una opresión en el matrimonio? La
contestación es: resistir, mantenerse firmes . En diferentes ocasiones en el
Nuevo Testamento, cuando se nos habla de la guerra espiritual se utiliza el
término “resistir o mantenerse firmes”. Lo vemos en Efesios 6: 11; Santiago
4: 7 y 1 Pedro 5: 9 . Esto nos debe enseñar un principio importante.

El término resistir o mantenerse firmes no es lo que muchos piensan. En su


original griego es anthistemi , un término militar que significa:

1. Oponerse fuertemente contra su enemigo.

2. Fuerte y firmemente declarar su convicción.

3. Rehusarse a ser movido.

4. Tomar una posición completamente en contra del enemigo.

No ganaremos la guerra espiritual por el matrimonio y la familia


quedándonos quietos sin hacer nada, ni tampoco lamentándonos,
quejándonos o contendiendo. No ganamos esta batalla tomando más tiempo
de vacaciones y entretenimiento. La única manera de que venzamos es
uniéndonos como pareja y peleando. Como dice Deuteronomio 32: 29 – 31
:

“¡Ay, si fueran sabios y entendieran estas cosas! ¡Ay, si supieran lo


que les espera! ¿Cómo podría una persona perseguir a mil de ellos y
dos personas hacer huir a diez mil, a menos que la Roca de ellos los
hubiera vendido, a menos que el Señor se los hubiera entregado? Pero
la roca de nuestros enemigos no es como nuestra Roca, hasta ellos
mismos se dan cuenta de eso”.

¡Si los matrimonios se dieran cuenta de que cuando se unen son diez veces
más fuertes que uno solo peleando! Hasta el enemigo sabe esto ( v. 32 ). Por
eso, él busca dividirnos.

Tenemos que unirnos, y juntos buscar a Dios para que podamos, también
juntos…

1. Oponernos fuertemente al enemigo.

2. Declarar firmemente nuestra convicción.


3. Rehusarnos a ser movidos.

4. Tomar nuestra posición en contra de nuestro adversario.

¿Cómo hacemos esto? 1 Pedro 5: 6 – 11 nos da cuatro puntos importantes


para resistir al diablo en nuestras vidas y matrimonios:

1. Humillarnos ante el gran poder de Dios ( v.6 ). Humillarnos es


estar bajo la autoridad total de Dios; estar dispuestos a hacer
la voluntad de Dios por encima de nuestra voluntad. Para el
matrimonio, significa que reconocemos lo que sentimos,
nuestros planes, nuestros deseos, pero decidimos someternos a
la voluntad de Dios y no a la nuestra.

2. Poner todas nuestras preocupaciones y ansiedades en las


manos de Dios ( v.7 ). La estrategia que más utiliza el enemigo
es cargarnos con preocupaciones, problemas, contiendas y
ansiedades. Esto significa que en medio de cualquier situación
que ha venido a oprimirnos, pondremos todas nuestras cargas
y ansiedades en las manos de Dios, porque nos dice el v. 7 que
“Él cuida de nosotros”.

3. Estar alertas cuidándonos de nuestro enemigo ( v.8 ). Tenemos


que reconocer que esta es una lucha contra el enemigo, que
nuestra lucha no es contra nuestro cónyuge, sino contra el
diablo, y él quiere destruirnos. Por eso, tenemos que unirnos
como matrimonio, orar como matrimonio, buscar a Dios
como matrimonio y estar alertas y firmes para hacerle frente
al enemigo.

4. Permanecer firmes y fuertes en la fe ( v.9 ). Esta es una


decisión importantísima que un matrimonio debe tomar sin
importar su nivel de opresión. Es la decisión de afirmar
nuestro matrimonio y hogar en Cristo, saturarnos de la
Palabra y la presencia de Dios para afirmar nuestras
convicciones y fe en Cristo, y no dejarnos llevar por nuestros
sentimientos y emociones.
A esto Dios nos está llamando en este tiempo: no a rendirnos, correr y
escapar, sino a pelear. Recuerde que:

1. Si estamos bajo el abrigo del altísimo moramos bajo la


sombra del omnipotente.

2. Solo Él es nuestro refugio y lugar seguro en quien podemos


confiar.

3. Él es quien nos cubre y protege.

4. Aunque caigan a mi lado mil y diez mil a mi alrededor, esos


males no me tocarán.

5. Ningún mal me conquistará ni se acercará a mi hogar.

◆◆◆
Cuando en nuestros matrimonios resistimos como Cristo resistió,
triunfaremos como Cristo triunfó.

◆◆◆
No resistimos porque somos fuertes o hábiles, resistimos porque Cristo en
nosotros es la esperanza de gloria.

PARTE IV
SUFRIMIENTO

CAPÍTULO 9
EL DIVORCIO
“Enseña a los hombres mayores a ejercitar el control propio, a ser
dignos de respeto y a vivir sabiamente. Deben tener una fe sólida y
estar llenos de amor y paciencia. 3 De manera similar, enseña a las
mujeres mayores a vivir de una manera que honre a Dios. No deben
calumniar a nadie ni emborracharse. En cambio, deberían enseñarles
a otros lo que es bueno. 4 Esas mujeres mayores tienen que instruir a
las más jóvenes a amar a sus esposos y a sus hijos, 5 a vivir
sabiamente y a ser puras, a trabajar en su hogar, a hacer el bien y a
someterse a sus esposos. Entonces no deshonrarán la palabra de
Dios”. (Tito 2: 2-5)

E n este capítulo estaremos mirando uno de los temas más controversiales


que podemos analizar en cuanto a la familia y el matrimonio. El tema del
divorcio es uno de los temas de mayor polémica en muchas iglesias,
ministerios y denominaciones. Por un lado, están las personas que miran el
divorcio como un pecado imperdonable y rechazan, critican y juzgan a toda
persona que se ha divorciado. Por otro lado, está cómo la sociedad
promueve, anima al divorcio y lo presenta de una forma liviana y
superficial sin tomar en cuenta lo traumático que es para todos los
involucrados. Por último, es un tema más profundo de lo que podemos
tratar o discutir en un mensaje.

La intención de este capítulo no es argumentar ni contender con la opinión


de ninguna persona en cuanto al divorcio. Mucho menos pretendo usar este
tema para proveer armas que sirvan para juzgar, acusar, condenar,
menospreciar ni dañar, sino todo lo contrario. La intención de este tema es
poder aclarar, ministrar, guiar, animar, consolar y sanar, y que al final sea
Cristo exaltado y glorificado.

◆◆◆
El divorcio es una de las experiencias más difíciles que
cualquier persona pueda atravesar estando en Cristo o no.

◆◆◆
No importa la edad, el estatus social, económico o espiritual, cuando el
divorcio azota a un matrimonio trae consigo consecuencias devastadoras y
mayores que las que cualquier persona puede llegar a imaginar, ya que no
solo afecta a las personas que componen el matrimonio, sino a todos los que
les rodean y aman.

“No sigo más”

Creo que todos conocemos una pareja que cuando se divorcia nos sorprende
la noticia. Recuerdo cuando era niño que mis padres tenían unas amistades
que para mí eran la pareja perfecta y aun siendo niño cuando me enteré de
su divorcio, fue impresionante para mí, ya que jamás pensaba que ellos
hubiesen podido terminar así.

La mayoría de los matrimonios que terminan en divorcio no llegan a ese


estado de la noche a la mañana. Al menos, cuando mi esposa y yo estuvimos
al borde del divorcio no ocurrió de la noche a la mañana. Fueron meses de
constantes pleitos, discusiones, indiferencias, rechazos, al punto de que yo
llegué a pensar que era mejor no seguir. Para mí esto no era una decisión
fácil, todo lo contrario, a mí me aterraba pensar que pudiera terminar
divorciado, aunque siempre que peleábamos contemplaba la idea. Aún
recuerdo el día en que se hizo más fuerte en mi mente.

Iba con un pastor Asociado a una actividad en otra ciudad por varios días
y nos detuvimos a comer en un “Cici’s Pizza”. Cuando vi entrar a una
pareja de ancianos adorables, el señor parecía estar en un estado más
limitado que la esposa. Ella lo llevó a la mesa que estaba frente a nosotros,
y él quedó de frente a mí. En ese momento, ella le puso una servilleta en el
pecho; luego se fue a buscarle unas pizzas y un refresco, y se los trajo a la
mesa. Los dos se veían muy felices. Recuerdo como ahora que yo los
observaba, los contemplaba y pensaba: así deben ser las cosas, que la
pareja esté unida hasta la muerte. También a la vez me preguntaba: ¿por
qué mi esposa y yo no podemos ser así? ¿Por qué no podemos amarnos
para llegar a esa edad, juntos y felices?

Cuando la señora llegó con su plato y su refresco y se sentó a la mesa, se


sonreían el uno al otro. De repente, él fue a tomar el refresco y se le viró en
la mesa. Cuando escuché que la anciana le habló muy enojada de forma
grosera, todo se me vino abajo. En el momento, ella se levantó, tomó el
plato de él, limpió la mesa y se fue nuevamente a buscarle comida a su
esposo. Nunca olvidaré la cara de aquel anciano. Quedé sorprendido
mirándolo y su rostro era de dolor. Miré una lágrima que le bajaba por la
mejilla; eso me partió el alma.

La señora llegó nuevamente a la mesa con pizzas para él y otro refresco, se


los sirvió, le puso la servilleta, le dio un beso en la frente, le pidió perdón y
se sentó con él nuevamente. Fue en ese momento que invadió mi corazón la
decisión de divorciarme.

Cuando miré esa escena, me dije a mí mismo: esa es la historia de mi vida:


mi esposa y yo nos amamos, sinceramente nos amamos, pero nos hacemos
daño. Yo comencé a meditar en cuántas veces habíamos vivido una escena
similar a esa, cuántas veces salíamos a pasar un buen tiempo para
terminar en una discusión, cuántas vacaciones planeábamos y nos
sacrificábamos para ahorrar dinero y poder salir a descansar y
disfrutarnos el uno al otro, para enojarnos en las vacaciones. Fue como ver
la historia de nuestras vidas en unos minutos. Lo peor, vi cómo serían
nuestras vidas si continuábamos juntos.

Recuerdo que mi lema con mis pastores y consejeros era, “yo no quiero
ponerme viejo para estar peleando”, todo por aquella escena que viví. Yo
no quería ser aquel anciano, ni que mi esposa fuera tampoco aquella
anciana; en ocasiones nos alternábamos en quién sería como la anciana.
Algunas veces, yo iniciaba la pelea, y en ocasiones, era ella. En fin, el
hecho es que comencé a considerar que era mejor estar lejos que unidos .

Cuando regresé a la casa, le conté a mi esposa lo que había visto y le pedí


que considerara la posibilidad de divorciarnos, a lo que ella se negaba
rotundamente. Ella siempre decía que Dios tenía la habilidad de
restaurarnos. Lo cierto es que para mi vergüenza lo digo: Yo no estaba
seguro de ello. Después de aquella conversación, tanto ella como yo
comenzamos a distanciarnos, dormíamos en el mismo cuarto, en la misma
cama, pero había una barrera entre nosotros. Comíamos la misma comida,
en la misma mesa, pero nos decíamos solo lo necesario.

Hay algo que aprendí durante este proceso: por lo general los matrimonios
que terminaron en divorcio, comenzaron a practicar la vida de
divorciados antes de divorciarse. Lo digo porque los matrimonios antes de
divorciarse dejan de comunicarse, se tratan con frialdad, buscan aislarse lo
más posible, comienzan a vivir vidas individuales aun viviendo bajo el
mismo techo. Ya para cuando se divorcian, están preparados. Y eso fue lo
que mi esposa y yo comenzamos a vivir: un divorcio en la misma casa.

A esto la sociedad aporta mucho, porque nos ha hecho creer que cuando las
cosas van mal en un matrimonio lo mejor es divorciarse. Ya la sociedad no
ve el divorcio como algo traumático, como algo serio, inclusive como he
mencionado; encontramos más recursos para personas que se divorcian que
los que encontramos para ayudar a los matrimonios a restaurarse. Esto se
debe a que la sociedad ve el matrimonio como un contrato y no como un
pacto.

CAPÍTULO 10

EL PACTO DEL MATRIMONIO


“Claman: « ¿Por qué el Señor no acepta mi adoración?». ¡Les diré
por qué! Porque el Señor fue testigo de los votos que tú y tu esposa
hicieron cuando eran jóvenes. Pero tú le has sido infiel, aunque ella
siguió siendo tu compañera fiel, la esposa con la que hiciste tus votos
matrimoniales. 15 ¿No te hizo uno el Señor con tu esposa? En cuerpo y
espíritu ustedes son de él. ¿Y qué es lo que él quiere? De esa unión
quiere hijos que vivan para Dios. Por eso, guarda tu corazón y
permanece fiel a la esposa de tu juventud”. (Malaquías 2: 14-15)

N o podemos seguir hablando del divorcio si no mencionamos algunos


conceptos del matrimonio. Ahora bien, cada persona y cada pareja tienen
que decidir cómo edificarán su matrimonio y su familia; si los edificará
conforme a la corriente y a la opinión del mundo y de la sociedad, o
conforme al diseño de Dios que vemos en su Palabra. Cada cual tiene que
tomar esa decisión. La sociedad insiste en que el matrimonio es un contrato.
Por eso vemos parejas que no se casan y dicen cosas como “yo no necesito
casarme por un papel”, refiriéndose a la licencia de matrimonio. Inclusive
en algunos estados tienen leyes que si una persona vive por un tiempo
determinado en lo que se conoce como unión libre, ante la ley se considera
un matrimonio.
La razón por la que la sociedad le llama “unión libre” es porque de esa
manera están unidos, pero tienen la libertad de separarse y reclamar su
libertad en cualquier momento. As no tienen un contrato que tengan que
romper. Pero el asunto es que el matrimonio no es un contrato, sino un
pacto.

Un contrato es un acuerdo entre dos personas donde las partes convienen


cumplir con ciertos requisitos. Si una de las partes no cumple con lo
acordado, entonces se toman acciones legales para obligar el cumplimiento
del mismo o para terminar o anular el contrato. Así muchas personas ven el
matrimonio como un contrato donde cada cual entra en la relación con su
propia expectativa de lo que espera de esta asociación, y cuando una de las
dos partes no cumple con las expectativas que tenía la otra parte o con los
requisitos esperados, busca la anulación de lo que piensa que es un contrato.

Marcos 10: 6 – 9 nos dice:

“Pero desde el principio de la creación Dios los hizo hombre y


mujer. Esto explica por qué un hombre deja a su padre y a su madre, y
se une a su esposa, y los dos se convierten en uno solo. Como ya no
son dos sino uno, que nadie separe lo que Dios ha unido”.

Esta Escritura nos enseña que el matrimonio no fue la idea del ser humano,
sino la idea de Dios. Por esa razón, no es la sociedad la que tiene el derecho
de regir los principios y estatutos del matrimonio cuando fue Dios quien lo
creó. Y en mi opinión, el mayor problema que tenemos en el matrimonio
hoy día está en que muchas personas ven el matrimonio desde la
perspectiva de la sociedad y no desde la perspectiva de Dios.

Cuando dice que: “y los dos se convierten en uno solo” ( v.8 ) y “que nadie
separe lo que Dios ha unido” ( v.9 ), nos muestra que la unión matrimonial
no es solo física, sino también emocional y espiritual. Es física, porque los
dos se unen en intimidad sexual; emocional, porque se casan enamorados o
uniendo sus corazones; espiritual, porque es Dios quien los une y convierte
en uno solo. Así lo vemos en Malaquías 2: 15 : “ ¿No te hizo uno
el SEÑOR con tu esposa? En cuerpo y espíritu ustedes son de él...” .

◆◆◆
El matrimonio no es un contrato, es un pacto sellado por Dios que nadie
tiene el derecho de separar.

◆◆◆
Y existe una gran diferencia entre un contrato y el pacto matrimonial. El
mejor ejemplo que podemos tener de un pacto lo vemos en el pacto de Dios
con nosotros. Así que miremos la diferencia entre un contrato, un pacto y el
pacto que Dios hizo con nosotros.

1. Los contratos pueden tener fecha de expiración; mientras que


el pacto matrimonial se anula solo con la muerte. Por eso se
dice en los votos matrimoniales: “Hasta que la muerte los
separe”. El pacto de Dios con nosotros fue establecido por la
muerte de Cristo.

2. Los contratos los realizan cada contratante con el fin de


obtener algo para sí; mientras que el pacto matrimonial lo
realizan pensando cada uno en el beneficio del cónyuge y la
familia antes que en el propio. El pacto de Dios con nosotros
fue pensando en nuestro beneficio, ya que fue para el perdón
de nuestros pecados y la salvación de nuestras almas.

3. El contrato está regido por condiciones; mientras que el pacto


matrimonial se trata de amor incondicional. El pacto de Dios
fue por amor a nosotros.

4. En el contrato, cuando se genera un conflicto, se separan las


partes. En el pacto matrimonial, cuando se cae en un
conflicto, la pareja se une y luchan juntos. Cristo cumplió su
pacto con nosotros muriendo en una cruz, luego de ser
azotado, humillado, golpeado y vituperado para luego ser
crucificado.

5. Un contrato se rige bajo las leyes de la tierra; un pacto se rige


bajo la autoridad divina de Dios. El pacto de Dios con
nosotros está regido por la gracia divina y el amor
incalculable de Dios.
Hago la comparación del pacto de Dios con nosotros, lo que es un contrato
y un pacto, para mostrar que los pactos son mucho más serios, profundos y
poderosos que lo que las personas pueden imaginar.

El poder del pacto

Ya establecimos y vimos que el matrimonio es un pacto y para ilustrar el


poder del pacto veamos lo que nos dice Josué 9. Aquí vemos cuando Dios
le dio las victorias al pueblo de Israel sobre Jericó y los de Hai; los
habitantes de Gabaón oyeron de las victorias del pueblo de Dios y
recurrieron al engaño para salvar sus vidas. Nos dicen los vs. 3 – 4 :

“Sin embargo, cuando los habitantes de Gabaón oyeron lo que Josué


había hecho a Jericó y a la ciudad de Hai, recurrieron al engaño para
salvarse la vida. Enviaron a unos representantes ante Josué y, sobre
sus asnos, cargaron alforjas desgastadas y odres viejos y remendados.
Se pusieron ropa harapienta y se calzaron sandalias gastadas y
remendadas. Además, llevaban pan seco y mohoso”. [Y les funcionó]
(Énfasis del autor)

Los gabaonitas vinieron con un plan de hacerles creer a Josué y a los líderes
de Israel que venían de muy lejos y querían llevarlos a entrar en una
relación de pacto que comprometiera al pueblo de Israel de no atacarlos, ni
quitarles sus propiedades. Por eso nos dicen los vs. 14 – 15 :

“Entonces los israelitas revisaron el alimento de los gabaonitas pero


no consultaron al SEÑOR. Así que Josué hizo un tratado de paz con
ellos y les garantizó seguridad, y los líderes de la comunidad
ratificaron el acuerdo mediante un juramento que los obligaba a
cumplirlo” .

Nos dice el v. 18 : “Sin embargo, como los líderes israelitas habían hecho
un voto en el nombre del Señor, Dios de Israel, no atacaron a ninguna de
las ciudades gabaonitas”. Podemos ver que Josué entró en un pacto con
ellos bajo engaño. Tres días más tarde, se dieron cuenta de que los
gabaonitas les habían mentido y engañado, y el pueblo quiso matarlos; pero
Josué y los líderes de Israel dijeron en Josué 9: 19 – 20 :
“Dado que hicimos un juramento en presencia del Señor, Dios de
Israel, no podemos tocarlos. Lo que tenemos que hacer es dejarlos con
vida, porque el enojo divino caería sobre nosotros si no cumpliéramos
nuestro juramento”.

Hay cuatro cosas importantes aquí:

1. Ellos hicieron juramento en presencia de Dios.

2. No podían romper su juramento.

3. Tenían que cumplir su parte del juramento.

4. Ellos temían las consecuencias de parte de Dios si incumplían


su juramento. En otras palabras, Josué les dijo: Aunque nos
hayan engañado, ya hicimos un pacto delante de Dios y no
podemos romper ese pacto, porque si lo rompemos el enojo
divino caería sobre nosotros.

Lo que debemos preguntarnos es: si ellos no quisieron romper su pacto,


aunque fue basado en engaño, por temor a enfrentar consecuencias de parte
de Dios, ¿cuánto más será romper un pacto y juramento basado en amor
como el que hacemos delante de Dios cuando nos casamos? Porque cuando
nos casamos, hacemos un juramento y pacto en amor delante de Dios, el
cual no podemos romper y tenemos que cumplir en su totalidad al
mantenernos unidos hasta que la muerte nos separe. Y sí hay consecuencias
cuando incumplimos ese juramento que hicimos delante de Dios.

Esto lo podemos ver en Malaquías 2: 13 – 15, donde nos enseña:

1. En el v. 13 los líderes de Israel se quejaban porque Dios no


estaba aceptando su adoración. Ellos se sentían limitados de
la bendición de Dios.

2. En el v. 14 cuando se quejaron, Dios les dijo: l es digo por qué


están limitados y no recibo su adoración; porque yo fui testigo
del pacto matrimonial que hicieron . Eso significa que es Dios
quien sella el pacto matrimonial.
3. En el v. 15 Dios afirma que el pacto matrimonial es hecho en
Él y es Él quien nos hace una sola carne.

4. Dios confirma que el pacto matrimonial es para siempre.

Tenemos que entender que el rompimiento del pacto matrimonial es serio, a


tal punto que Dios dice en el v. 16: “¡Pues yo odio el divorcio! Divorciarte
de tu esposa es abrumarla de crueldad. Por eso, guarda tu corazón; y no le
seas infiel a tu esposa ”. H ay una clave importante cuando hablamos del
divorcio y que en ocasiones pasamos por alto, porque lo primero en que nos
enfocamos es en la parte que Dios dice: “Pues yo odio el divorcio”. Para
poder entender esto un poco mejor, tenemos que tomar en cuenta que el
divorcio en la cultura hebrea era dar una carta de repudio a la esposa y
enviarla o despedirla, ya que en esa cultura la mujer era considerada como
una propiedad.

Entonces, cuando Dios está diciendo que Él odia el divorcio es porque el


divorcio en aquel tiempo y aún en este tiempo era y es un trato cruel. Era
una actitud malvada en este caso contra la esposa, porque era el hombre
quien podía dar la carta de divorcio. Aún hoy día, el divorcio sigue siendo
un trato cruel. Por eso, en Malaquías 2: 16 añade: “…Divorciarte de tu
esposa es abrumarla de crueldad”. La palabra abrumarla significa
agobiarla, imponerle cargas físicas, emocionales o morales difíciles de
soportar. Esa era la razón por la que Dios odiaba y odia el divorcio, porque
el divorcio en sí mismo envuelve un trato cruel e impone cargas físicas,
emocionales y morales no solo en las personas que se divorcian, sino
también sobre los hijos y familiares de aquellos que sufren el divorcio.

Esta era una de las cosas que a mí me cargaban cuando yo hablaba o


pensaba en el divorcio; la carga impresionante que esto ocasionaría no
solo en mi esposa, sino en mis hijos. Digo en mi esposa porque aunque
parezca raro, aun en ese tiempo yo la amaba. Era algo inexplicable cómo
amando a mi esposa yo estaba considerando el divorcio, y lo que era peor,
el hecho de que aun amando a mis hijos que no tenían ninguna culpa, lo
estaba considerando .

Algunos se preguntarán: ¿cómo así? ¿Cómo amándolos, estaba


considerando el divorcio? Nos daremos cuenta en el próximo punto.
En Malaquías 2: 16, vemos en segundo lugar que muchas veces podemos
llegar a ignorar lo que dice al final del versículo : “…Por eso guarda tu
corazón”; porque lo que nos lleva al divorcio es la dureza del corazón.
Todo divorcio no importa como sea, viene como consecuencia de la
dureza del corazón. Por ejemplo, cuando una mujer decide divorciarse
porque estaba viviendo en una relación de violencia doméstica, el corazón
endurecido no lo tiene la mujer que escapa de la relación de violencia, sino
el hombre que tiene el corazón endurecido como para maltratar a su esposa.
Al igual, cuando una de las partes recurre al adulterio y la otra parte, luego
de buscar la reconciliación y no encontrarla, decide divorciarse, el corazón
endurecido lo tiene la persona en adulterio. El punto al que quiero llegar es
que la raíz de todo divorcio es la dureza del corazón.

Es en estos tipos de situaciones que el tema del divorcio se pone


complicado. Por un lado, hay personas que pueden ver a alguien que está
siendo maltratado por su cónyuge y le dicen que tienen que quedarse en esa
relación infernal. Mientras tanto, otros difieren y tienen otras cláusulas
como: “Sepárate, pero no te divorcies”. Cada cual tiene su opinión.
Personalmente, no creo que una persona tenga por qué quedarse en una
relación donde está siendo maltratada, física, emocional o moralmente. Pero
quiero aclarar que ese es solo mi punto de vista.

La realidad del caso es que divorciarse porque piensa que encontró a


alguien mejor, porque ya no es feliz, porque desea a alguien con mejor
economía, porque consiguió a alguien más joven, porque él o ella no era lo
que esperaba, porque ya no siente lo mismo o porque no nos ponemos de
acuerdo eso solo revela la dureza de su propio corazón. La Biblia nos
explica que esa decisión de divorciarnos es abrumar, agobiar e imponer una
carga física, emocional y moral. Y sí, definitivamente que en esa etapa de
caos en nuestro matrimonio, la decisión de pedirle el divorcio a mi esposa
revelaba la dureza de mi propio corazón.

CAPÍTULO 11

LA DUREZA DEL CORAZÓN Y EL DIVORCIO


“Unos fariseos se acercaron y trataron de tenderle una trampa con la
siguiente pregunta: — ¿Se permite que un hombre se divorcie de su
esposa por cualquier motivo? 4 Jesús respondió: — ¿No han leído las
Escrituras? Allí está escrito que, desde el principio, “Dios los hizo
hombre y mujer”. 5 —Y agregó—: “Esto explica por qué el hombre
deja a su padre y a su madre, y se une a su esposa, y los dos se
convierten en uno solo”. 6 Como ya no son dos sino uno, que nadie
separe lo que Dios ha unido. 7 —Entonces —preguntaron—, ¿por qué
dice Moisés en la ley que un hombre podría darle a su esposa un aviso
de divorcio por escrito y despedirla? 8 Jesús contestó: —Moisés
permitió el divorcio solo como una concesión ante la dureza del
corazón de ustedes, pero no fue la intención original de Dios”. (Mateo
19: 3 – 8)

C uando se habla de divorcio, muchas personas inmediatamente toman una


posición defensiva, mientras otros toman una posición de juicio. Sin
embargo, como mencioné anteriormente, no escribo al respecto para
justificar el divorcio, pero tampoco para proveer herramientas para dañar,
juzgar, acusar, condenar ni maltratar. Escribo para sanar, restaurar, amar,
consolar y edificar.

En realidad, el divorcio nunca estuvo dentro de los planes de Dios y Jesús


habló de esto en Mateo 19:3–8 . Esta Escritura nos enseña cómo el divorcio
viene por la dureza del corazón. Cuando estos fariseos trataron de tenderle
una trampa a Jesús con el tema del divorcio, Jesús no se envolvió en el tema
del divorcio, sino que lo primero que hizo fue hablar de lo maravilloso y
especial que es el matrimonio. Dijo cómo el matrimonio es esta unión única
donde Dios toma dos criaturas con características diferentes, hechos de
forma diferente, con mentes diferentes y de una forma sobrenatural los une
para que ya no sean dos, sino uno solo. Jesús apeló al plan perfecto de Dios
con el matrimonio.

Al ver la insistencia de ellos, de comprometer a Jesús en una tecnicidad en


cuanto al divorcio, Jesús les explicó que la raíz del divorcio y que para
llegar al divorcio las personas tienen que haber endurecido sus corazones.
El divorcio no viene como consecuencia de la falta de comunicación, de
dinero o de sexo, sino que Malaquías 2 y Mateo 19 nos dicen que el
divorcio es el resultado final de un corazón endurecido contra su cónyuge
y contra Dios.

Esto fue lo que sucedió conmigo y con mi esposa. Fuimos endureciendo


nuestros corazones, tratándonos con indiferencia, siendo groseros y
malcriados el uno con el otro, recurriendo a peleas y discusiones. Nuestros
corazones se iban endureciendo cada vez más, y cada vez más nos
acostumbrábamos a estar separados, divididos, enojados, en otras
palabras, divorciados en la misma casa .

Cuando analizamos cómo Dios une los matrimonios en Él (como nos dice
Malaquías 2: 15 ), la única explicación lógica o coherente para el divorcio
es una infiltración del enemigo en el matrimonio como la hubo en el Edén.
Con esto aclaro dos cosas:

1. No estoy asumiendo que las personas que pasan por un


divorcio están endemoniadas, ni poseídas ni nada por el estilo;
pero sí puede ser una opresión del diablo como la que
hablamos anteriormente.

2. Tampoco estoy poniendo la responsabilidad en Satanás e


ignorando nuestra responsabilidad en este proceso.

Sin embargo, la unión matrimonial es creada por Dios y personalmente se


necesita un grado de maldad que el ser humano no posee para poder llegar a
tal nivel de arrogancia, orgullo, soberbia que son atributos de un corazón
endurecido. Si hay alguien que puede persuadir al hombre o a la mujer a
moverse en ese nivel de dureza de corazón es Satanás.

En mi caso, no culpo a Satanás de mi decisión al querer divorciarme, pero


no invalido el hecho de haber sido persuadido por él para endurecer mi
corazón y llenarme de orgullo, arrogancia y soberbia contra mi esposa.

En Génesis 3 podemos ver que Satanás persuadió al primer matrimonio a


desobedecer a Dios y logró que la mujer en su conversación con Dios
quedara convencida de que lo que Dios había provisto para ella no era
suficiente, que había una alternativa mejor. Cabe la posibilidad de que lo
mismo pueda suceder en los matrimonios que se divorcian. Como pastor he
visto cómo se transforman las personas que se divorcian, les cambia el
aspecto, ya no hablan igual, no se comportan igual. A mí me pasó lo
mismo: yo no hablaba igual, no sonreía igual, me la pasaba amargado,
enojado, soberbio y eso no era normal en mí.

Mirémoslo desde otro punto de vista: piense en el nivel de maldad que tiene
que haber en el corazón de un hombre para golpear a su esposa, o en el
corazón de un hombre o de una mujer para abandonar la familia por otra
persona. Es demasiada maldad la que se necesita para endurecer el corazón
a ese nivel. Yo he sido testigo de personas que están en medio de un
proceso de divorcio que tienen más misericordia por una mascota como el
perro de la casa o por un gato, que por su cónyuge. Aunque el ser humano
por naturaleza es malo, ese nivel de maldad solo puede provenir de una sola
fuente: Satanás.

La Biblia nos dice en Hebreos 3: 7 – 10 lo siguiente:

“Por eso el Espíritu Santo dice: Cuando oigan hoy su voz, no


endurezcan el corazón como lo hicieron los israelitas cuando se
rebelaron, aquel día que me pusieron a prueba en el desierto. Allí sus
antepasados me tentaron y pusieron a prueba mi paciencia a pesar de
haber visto mis milagros durante cuarenta años. Por eso, estuve
enojado con ellos y dije: Su corazón siempre se aleja de mí. Rehúsan
hacer lo que les digo”.

Aquí nos enseña que la dureza de corazón:

1. Nos limita de escuchar la voz de Dios.

2. Da lugar a la rebelión.

3. Nos mueve a tentar a Dios.

4. Ponemos a prueba la paciencia de Dios.

5. Nos limita de poder ver los milagros y la misericordia de Dios.

6. Nos aleja de Dios.


7. Rehusamos hacer lo que Dios dice.

Creo que Dios odia el divorcio porque da lugar a corazones endurecidos


que producen e imponen cargas como lo expliqué anteriormente. Cuando
tomamos la decisión de divorciarnos, no solo estamos renunciando a
nuestro cónyuge y a la familia, sino que estamos también renunciando a
nuestros sueños comunes, destinos planeados, generaciones esperadas,
promesas declaradas. Estamos renunciando a mucho más que a una
persona; estamos renunciando al cumplimiento de lo que Dios había
planificado para esa pareja.

Por eso, si alguien que esté leyendo este libro está contemplando el
divorcio, si está considerando separarse y abandonar su familia, si está
pensando que está mejor sin su cónyuge o que está mejor con alguien más,
deténgase y busque dirección de Dios. El divorcio es mucho más duro de lo
que piensa, es mucho más profundo de lo que puede imaginar, es mucho
más serio de lo que considera. Es mucho mejor buscar la restauración y la
ayuda de Dios.

◆◆◆
El divorcio afecta la estima, la vida emocional, el futuro, los sentimientos
de la pareja y de los hijos; afecta cosas más profundas de lo que
alcanzamos tan siquiera considerar.

◆◆◆
Dios dijo que odia el divorcio, porque el divorcio produce consecuencias
devastadoras, produce un dolor insoportable, traumas mentales,
emocionales y espirituales. Hay encuestas que prueban que el divorcio
afecta la fe de los hijos y que revelan las consecuencias devastadoras que
produce. Si lo está pensando, deténgase, no lo haga, a menos que sea la
única alternativa porque está en una relación abusiva o de adulterio. Pero
nunca vaya a cometer el grave error de tomar la decisión de divorciarse por
gusto.

Hasta el día de hoy, doy gracias a Dios porque restauró nuestro


matrimonio, doy gracias a Dios porque tuvo misericordia de nosotros, doy
tantas gracias a Dios que habló a mi vida, que impactó mi corazón con su
amor incondicional al punto de que lo transformó de manera radical. Por
eso, sé que la restauración sí es posible. La viví, pude ver y puedo testificar
cómo el amor de Dios transformó mi corazón .

Yo puedo decir que experimenté lo que Ezequiel 11: 19 dice:

“Les daré integridad de corazón y pondré un espíritu nuevo dentro de


ellos. Les quitaré su terco corazón de piedra y les daré un corazón
tierno y receptivo”.

Dios con su amor cambió mi corazón y también puede cambiar el suyo. Lo


hizo en un momento, en un instante, de forma maravillosamente
sobrenatural. Hasta hoy, el amor que me ha dado por mi esposa y de ella
hacia mí es maravilloso.

La solución
Un corazón renovado y transformado

Quisiera dejar en claro que la Biblia dice que Dios odia el divorcio, pero no
he encontrado en ninguna parte en la Biblia que diga que Dios odia,
condena, maldice o rechaza al divorciado. Aquí es donde las personas
cometen graves errores cuando hablan del divorcio, porque hacen sentir a
las personas como si Dios rechazara al divorciado. Hay algo que creo que
es importante considerar y es el hecho de que la persona que ha atravesado
la dura experiencia de un divorcio ya ha recibido suficiente dolor y rechazo,
como para sentirse rechazado por el cuerpo de Cristo que tiene la habilidad
de sanarle.

Cuando buscamos en la Escritura cómo Jesús trataba con el divorciado,


podemos mirar el encuentro que tuvo Jesús con la mujer samaritana en Juan
4. En esta Escritura no vemos a Jesús rechazando a la mujer y diciéndole:
Lárgate de aquí, maldita; te vas a ir al infierno porque has tenido cinco
esposos y el que tienes ahora ni es tu esposo.

Todo lo contrario. Jesucristo, conociendo su pasado, su estilo de vida, los


vacíos de su corazón, le dijo en el v. 10 : “Si tan solo supieras el regalo que
Dios tiene para ti y con quien estás hablando, tú me pedirías a mí, y yo te
daría agua viva”. ¡Qué declaración tan impresionante para una mujer con
el tipo de pasado que esta mujer había vivido! Jesús tomó la iniciativa de
hacerle a ella el acercamiento de amor, Él conociendo su pasado, pero ella
desconociendo su divinidad. Jesús reconoció la necesidad tan inmensa que
esta mujer tenía, lo cual la había llevado a vivir depositando su esperanza y
confianza en hombres, y no en Dios. Jesús, lejos de rechazarla, lo que hizo
fue amarla.

Luego en la conversación, Él añade en los vs. 13 – 14 :

“Cualquiera que toma de esta agua pronto volverá a tener sed, pero
todos los que beban del agua que yo doy no tendrán sed jamás. Esa
agua se convierte en un manantial que brota con frescura dentro de
ellos y les dará vida eterna”.

Al parecer, cuando la mujer escuchó estas palabras tan impresionantes


cargadas de amor y esperanza, reconociendo la sed que existía en su alma,
ella le hizo la petición que toda persona debe hacerle a Jesús: “Por favor,
Señor, ¡dame de esa agua! Así nunca más volveré a tener sed y no tendré
que venir aquí a sacar agua” (v.15).

Luego Jesús continuó la conversación con ella en los vs. 16 – 18 y le dijo:

“Ve y trae a tu esposo; lo que ella le contesta: No tengo esposo y Jesús


le dice: Es cierto. No tienes esposo, porque has tenido cinco esposos y
ni siquiera estas casada con el hombre con el que ahora vives.
¡Ciertamente dijiste la verdad!”.

Lo que hacía Jesús en ese momento era confrontar las áreas profundas del
corazón de esta mujer para poder llegar a donde ningún hombre había
podido llegar, y comenzar a saciar las áreas que no habían podido saciar
cinco hombres y un amante.

Esto fue lo que sucedió conmigo. Dios tuvo que confrontarme y


quebrantarme; revelarme lo mal que yo estaba. Su amor pudo penetrar las
áreas más profundas de mi ser. Es inexplicable la manera en la que Dios
trabaja con nuestras vidas cuando nos disponemos a que trate con nuestros
corazones. Me di cuenta de que yo aún traía situaciones pasadas sin
resolver, sin perdonar, que colaboraron con lo que estaba aconteciendo en
mi matrimonio para endurecer aún más mi corazón. Pero Jesús, que es
maravilloso, que es impresionante, lejos de rechazarme y decirme, “Tú
siendo pastor, ¿cómo es posible?”, hizo todo lo contrario. Me invitó a
tomar del agua que sació mi sed, me invitó a volver a amarlo a Él, y fue su
amor lo que transformó mi corazón.

Cuando Jesús vio que esta mujer estaba vacía y sedienta aún después de
tantos hombres, en vez de rechazarla le hizo la invitación a saciar la sed de
su alma, a sentirse amada por Él, a ser completa con Él. En otras palabras,
le hizo la invitación a experimentar un verdadero amor que solo Él puede
dar.

Por si está leyendo este capítulo y ha pasado por la experiencia dolorosa del
divorcio… o si tuvo que pasar por la experiencia trágica de vivir el divorcio
de sus padres… si tiene un cargo de conciencia porque reconoce que su
divorcio fue por su culpa y se siente responsable… o si aún están las
heridas que le causaron el divorcio… yo quisiera aprovechar para decirle
que hay vida en Cristo, que hay esperanza en Cristo, que hay restauración
en Cristo, que Cristo jamás ha dejado de amarle y jamás le ha rechazado.

Hay personas que pasan años enojados con Dios, no porque necesariamente
culpen a Dios de su divorcio, pero sí porque se preguntan: ¿dónde estaba
Dios cuando mis padres se divorciaron?, o ¿dónde estaba Dios cuando mi
esposo o esposa me abandonó? Yo quiero asegurarte que Dios estaba ahí
contigo; Él estaba ahí consolándote y cuidándote. Él estaba ahí contando
cada lágrima que derramabas, y si estás con vida hoy es porque Dios te
mantuvo, te fortaleció, te sostuvo y Dios te dice hoy: “No olvides que te
amo”.

No permita que el dolor que causa el divorcio le impida confiar en Cristo.


No permita que el dolor del divorcio que atravesó le impida sentirse
amado por Cristo. No permita que el dolor del pasado, la situación dolorosa
de su divorcio le impida creer que Cristo perdona, sana, libera, restaura,
levanta, edifica, ministra. Pero sobre todo, que Cristo le ama.
Por eso, si atravesó el dolor traumático del divorcio; si se ha sentido
rechazado por ser divorciado; si sintió que Dios lo abandonó cuando estaba
pasando por el duro proceso del divorcio; si aún siente que el divorcio que
atravesó fue tan duro que no lo ha superado; yo quisiera pedirle que no
olvide que Cristo es su Señor, su Salvador, su Redentor. Él verdaderamente
le ama, Él sana los corazones, Él le limpia de toda culpa, Él quiere
restaurarle. Él quiere que usted permita que su amor le sane, le levante. Él
quiere llenar su corazón. ¡Corra a Cristo y beba del agua que se convierte en
un manantial y brota con frescura dentro de usted para darle vida eterna!

◆◆◆
El divorcio lo único que produce es sufrimiento innecesario, profundo,
irreparable en las personas que lo atraviesan y en quienes las rodean.

◆◆◆
Por esa razón enfatizo: no se divorcie, pelee por su familia, valore a su
familia, cuide a su familia, viva por la familia y honre a Cristo con su
familia.
CAPÍTULO 12

EL SUFRIMIENTO EN EL MATRIMONIO
“Entonces Sarai le dijo a Abram: — ¡Todo esto es culpa tuya! Puse a
mi sierva en tus brazos pero, ahora que está embarazada, me trata con
desprecio. El Señor mostrará quién está equivocado, ¡tú o yo! 6 Abram
respondió: —Mira, ella es tu sierva, así que haz con ella como mejor
te parezca. Entonces Sarai comenzó a tratar a Agar con tanta dureza
que al final ella huyó”. (Génesis 16: 5-6)

S i hay algo que toda persona quiere evitar a toda costa es el sufrimiento.
El sufrimiento es la sensación motivada por cualquier condición que somete
al desgaste del sistema nervioso. El sufrimiento puede ser por causas físicas
o emocionales. Existen al menos tres causas de sufrimiento: el temor, la
frustración y la desesperación.

Hay muchos tipos de sufrimiento que pueden afectar el matrimonio, pero


solo quisiera hablar de dos de ellos. El primero es el sufrimiento que
vivimos como resultado de no trabajar con situaciones que resultan en
consecuencias. Cuando no lidiamos con estas consecuencias, estas nos
pueden llevar a ataduras. Si no confrontamos las ataduras, eventualmente
esto abre las puertas a la opresión. Todo esto colabora para producir
sufrimientos en nuestras vidas y matrimonios.

El otro tipo de sufrimiento es el que no viene como consecuencia de nada,


sino simplemente como procesos de la vida. Estas pueden ser cosas como la
pérdida de un ser querido, una crisis económica, una enfermedad seria y
otras. Estas también ponen un nivel de estrés en el matrimonio que, si no
tenemos cuidado, termina afectándolo dramáticamente.

El sufrimiento y el caos son inevitables cuando:

1. Dejamos que las cosas se salgan fuera de control y estamos


enfrentando las consecuencias por haber permitido que
nuestras decisiones afecten de manera significativa el
matrimonio.
2. Esas consecuencias nos han llevado a ataduras.

3. Esas ataduras abren la puerta al enemigo hasta dar lugar a la


opresión.

El sufrimiento en cualquier nivel es terrible, pero en el matrimonio es aún


mayor, ya que las personas que están pasando por este proceso son las
mismas personas que Dios unió; que un día hicieron un pacto delante de Él.
Fueron las personas que soñaron juntas, hicieron planes juntos y un día
creyeron que estarían el uno para el otro hasta la muerte.

Es impresionante y hasta vergonzoso ver a dos personas que se amaban


tanto, hacerse tanto daño hasta llegar al sufrimiento. Mi esposa y yo
conocimos de primera mano lo que es discutir y pelear hasta el
agotamiento y la frustración. Recuerdo momentos en los que vi a mi esposa
llorar de frustración, de inhabilidad, de desesperación, de temor. Recuerdo
momentos en los que yo pensaba que sería el final, lloraba de rabia y de
dolor, momentos en los que vivía una confusión terrible, haciéndome
preguntas a mí mismo y a Dios, diciendo cosas así: ¿cómo puedes usarme
para restaurar matrimonios y no restauras el mío?

Era un tiempo de una incertidumbre impresionante porque pensaba que no


había manera posible de que nuestra relación se restaurara, y no sabíamos
qué iba a suceder con nosotros, si terminaríamos siendo una pareja
pastoral que simplemente tuvieron que admitir que no pudieron más.

El sufrimiento en el matrimonio pastoral es diferente a los demás


matrimonios. No debería ser así, pero lo es. Un matrimonio hoy día que está
atravesando una etapa o una temporada de sufrimiento, generalmente
escriben un post en las redes, hablan con una o muchas personas, hablan
abiertamente de su relación, van con su pastor, mentor o consejero. Pero los
pastores no siempre tenemos esa ventaja. Los pastores, no por hipocresía,
sino por cuidado de las personas a quienes ministramos, muchas veces nos
reservamos los problemas y sufrimientos. Hay ocasiones en las que tenemos
que predicar, enseñar, aconsejar en medio del sufrimiento.

Recuerdo momentos en los que discutía con mi esposa y me subía en mi


carro para ir a algún lugar, para hablar con alguien, encontrar un amigo,
una persona con la que me pudiera desahogar y nada, terminaba en el
estacionamiento de un supermercado cerca de mi casa, sin saber a dónde ir,
simplemente llorando y meditando en el hecho de que me encontraba tan
solo.

Hubo momentos en los que había llorado tanto que ya no salían lágrimas;
momentos en los que me postraba a orar y a buscar consuelo de Dios, pero
no podía concentrarme lo suficiente en la presencia de Dios como para
poder aceptar el consuelo que Él me brindaba .

◆◆◆
Cuando estamos en estas etapas de sufrimiento, en ocasiones no podemos
ni siquiera ver lo que Dios tiene para nosotros, porque estamos tan
enfocados en nuestro dolor que no nos prestamos para ser consolados por
nadie, ni aun por Dios.

◆◆◆
La ceguera del dolor y el sufrimiento

Si hay algo que el dolor y el sufrimiento pueden provocar en una persona y


aun en un matrimonio es desesperación, o sea, la inhabilidad de mantener la
esperanza en medio del sufrimiento y el caos. La desesperación que
produce el sufrimiento en el matrimonio es más fuerte porque para poder
salir de esta etapa de la relación se necesita que cada uno haga su parte.
Muchas veces, uno de los dos o ninguno de los dos quiere hacer su parte
para vencer el sufrimiento.

En el sufrimiento y la desesperación nos cegamos, no vemos la posibilidad


de que Dios haga algo. Hay veces que llegamos a pensar que Dios no está
prestando atención a nuestra situación. Decimos como el salmista: “Oh
Señor, ¿por qué permaneces tan distante? ¿Por qué te escondes cuando
estoy en apuros?” (Salmo 10: 1). Y cuando el sufrimiento azota un
matrimonio, uno de los dos o los dos, sienten que Dios está distante, que
Dios abandonó la casa, y esto nos roba la capacidad de mantener la
esperanza en el amor y la restauración de Dios.
Esto le sucedió a Agar. Cuando miramos la historia de Agar en Génesis 16
es muy interesante, pues Agar era la sierva de Saraí y cuando Abram y
Saraí no podían tener hijos, fue la idea de Saraí que Abram tuviera un hijo
con Agar.

Cuando Agar quedó embarazada, ella comenzó a tratar con desprecio a


Saraí. Cuando Saraí comenzó a tratar con dureza a Agar, Agar decidió huir.
Aunque Agar y Saraí no eran un matrimonio, quisiera que pudiéramos
ilustrar esta situación para poder ver cómo es en ocasiones el proceso del
sufrimiento en el matrimonio. Generalmente comienza con que uno de los
dos pierde de perspectiva su rol en la relación.

En este caso, Agar perdió o malinterpretó su rol en la relación. Era una


práctica común que cuando una mujer no podía tener hijos, la esposa pedía
que su esposo tuviera el hijo con su sierva para ser criado por las dos como
el hijo de la casa. Pero nunca la sierva sobrepasaba la autoridad de la
esposa. Nos dice el v.4 : “…pero cuando Agar supo que estaba
embarazada, comenzó a tratar con desprecio a su señora, Saraí”. Agar
olvidó su rol y ahora tomó una posición de menosprecio.

Así es como generalmente el sufrimiento que viene como consecuencia del


caos penetra la relación. Una de las dos partes pierde de perspectiva su rol
en la relación y comienzan a manipularse, pelear, agredirse y herirse.

Luego vemos en el v. 6 que Saraí no se quedó de brazos cruzados, sino que


comenzó a tratar con dureza a Agar para demostrar quién tenía la autoridad
en el hogar, lo cual es lo segundo que sucede. Cuando uno de los dos
comienza a agredir, insultar, menospreciar a la otra parte, esta no se queda
de brazos cruzados y devuelve mal por mal. Cuando esto sucede, el
sufrimiento en la relación es inevitable, y mientras más tiempo pase,
mientras más intensas sean las discusiones, los malos tratos, los insultos, se
pone peor la situación y es mucho más difícil restaurarla.

En la historia, vemos cómo esto provocó que Agar saliera huyendo y


mientras huía, nos dicen los vs. 7 – 10 que el ángel del Señor se le apareció
a Agar y le ordenó que regresara, se sometiera a Saraí y el ángel le hizo una
promesa en el v. 10 : “Yo te daré más descendientes que los que puedas
contar”.
Más adelante en la historia, en Génesis 21: 8 – 20 , vemos que Saraí le
pidió a Abraham que expulsara del campamento a Agar y a su hijo Ismael.
Después de consultar a Dios, Abraham decidió expulsar a Agar. Errante en
el desierto de Berseeba, nos dice el v. 15 que a Agar y a Ismael se les acabó
el agua. Debemos imaginar que Agar estaba en un sufrimiento profundo;
había sido expulsada del campamento que le proveía familia, estabilidad,
relaciones, todo a lo que ella estaba acostumbrada.

Cuando el caos llega al matrimonio, lo que más produce sufrimiento es el


hecho de que perdemos todo tipo de estabilidad y seguridad. Así le sucedió
a Agar. El sufrimiento tomó la mejor parte de ella, hasta el punto de que
pudo haber llegado a pensar que ya no había esperanza para ellos y que el
desenlace de su historia sería que ella y su hijo murieran amargados,
angustiados y sufridos en el desierto de Berseeba. Por eso vemos que en el
v. 16 nos dice: “ Entonces se alejó y se sentó sola a unos cien metros de
distancia. Se echó a llorar y dijo: «No quiero ver morir al muchacho»”.

Agar se rindió, cesó de creer en la promesa que Dios le había dado años
atrás, porque el sufrimiento presente le había llevado a perder la esperanza
en la promesa de Dios que es permanente.

◆◆◆
Cuando estamos en una temporada de sufrimiento, debemos tener
cuidado de que nuestro sufrimiento presente no nos lleve a perder la
esperanza en la promesa de Dios que es permanente.

◆◆◆
El sufrimiento de Agar no le permitía ver más allá, ni descansar en la
promesa que Dios le había dado. Más bien se resignó a ver morir su
promesa. Pero Dios, que es amor; en misericordia, cuando escuchó llorar a
Ismael, envió su ángel para socorrer a Agar y a Ismael y dice el v. 19 :
“Entonces Dios abrió los ojos de Agar y ella vio un pozo lleno de agua.
Enseguida llenó su recipiente con agua y dio de beber al niño” . Me llama
la atención cómo Dios tuvo que abrir los ojos de Agar, para ella poder ver el
pozo de agua. Al parecer Agar estaba cegada por su sufrimiento y por su
dolor.
Esto suele suceder en el matrimonio cuando el sufrimiento nos azota.
Olvidamos las promesas de Dios para nuestras vidas y matrimonios.
Olvidamos los momentos hermosos, las cosas hermosas que hemos vivido,
las promesas hechas, el pacto que nos hicimos en el altar. Permitimos que el
sufrimiento nos ciegue hasta no poder ver que aún hay esperanza, que aun
Dios no ha terminado con nosotros, que aún hay restauración. Siendo
pastor, yo también llegué a este momento de ceguera hasta el día que mis
ojos fueron abiertos.

¿Hasta cuándo y hasta dónde?

Una tarde en la oficina, mi esposa y yo tuvimos una discusión muy fuerte,


al punto de que ella decidió ese día no quedarse trabajando y se fue para la
casa. Luego que ella se fue, me preguntaba: ¿Qué estoy haciendo? ¿Hasta
cuándo esta situación va a durar? ¿Hasta dónde vamos a llegar? El
problema del sufrimiento es que no viene con una fecha de expiración, no
nos avisa cuánto va a durar ni qué tan lejos va a llegar.

Esa noche cuando llegué a la casa, entré callado a la habitación pensando


que mi esposa estaría dormida. La encontré de rodillas, clamando al Señor
y preguntándole a Dios: ¿Hasta cuándo Señor, hasta cuándo tendré este
dolor en mi corazón? ¿Hasta dónde vamos a llegar? Y pareciera que esa
noche mis ojos fueron abiertos; porque en ese momento entendí que no solo
yo estaba sufriendo, sino que ella también estaba sufriendo.

Eso me llevó a otra incertidumbre. Parado ahí escuchando a mi esposa


también sufrir, tenía sentimientos encontrados. Por un lado, todavía tenía el
coraje de la discusión; por otro lado, me dolía el alma ver a mi esposa ahí
tirada clamando al Señor por algo de lo que yo también era culpable y
responsable. Luego me pregunté: ¿Qué puedo hacer para ayudarla? ¿Qué
puedo hacer para ayudarme? Todas estas preguntas y cuestionamientos me
llegaron en un instante. No sabía qué hacer: si ir donde ella y abrazarla, si
acostarme y dejarla que tuviera su tiempo con Dios, si levantarla y decirle
que todo estaría bien. Sinceramente estaba confundido y lo que hice fue
postrarme a su lado y orar con ella.

Ese día algo pasó dentro de mí, algo cambió. Los problemas y el
sufrimiento no se acabaron en ese día, pero ese día fue cuando decidí
comenzar a buscar ayuda y no rendirme. Yo me decía a mí mismo; no es
con ella, sino por ella que tengo que pelear. Peleaba conmigo mismo para
encontrar la forma de luchar por mi matrimonio, peleaba con mis
sentimientos, con mis deseos, con mi orgullo y con un sinnúmero de cosas,
con el fin de sanar nuestro matrimonio.

Yo puedo decir que nos sentíamos como Ana en 1 Samuel 1. Nos sentíamos
que todos sanaban, pero nosotros no sanábamos. Yo no sé cuántas veces
tuvimos que dar consejería a un matrimonio en medio de nuestro propio
dolor y sufrimiento, y mirábamos cómo sus matrimonios eran restaurados y
el nuestro seguía mal. Yo sé lo que muchos pueden estar pensando en este
momento: “¿Cómo puede estar dando consejería a otros cuando su
matrimonio está mal?”. Algunos pueden llegar a pensar que éramos
hipócritas porque no aplicábamos lo que aconsejábamos, pero la verdad es
que seguíamos mal. Era como Elcana, Ana y Penina; porque Penina sí
podía tener hijos y Ana no. Por eso digo que nos sentíamos como Ana, que
otros sí eran restaurados y nosotros no.

Lo que sí sabíamos era que no podíamos rendirnos. Había ocasiones que


nos abrazábamos, nos amábamos, teníamos intimidad sexual, y luego
discutíamos y nos acostábamos enojados y llorando, sin entendernos . He
escuchado a personas aconsejar que cuando la relación está mal uno no
debe ministrar, uno debe tomar un tiempo de descanso, un tiempo libre,
enfocarse primero en la relación, porque si no estás sano, no puedes
ministrar ni dar nada a las demás personas; que el matrimonio y la familia
vienen primero que el ministerio.

Todos estos consejos son ciertos y muy buenos; pero es importante que
antes de nosotros dar ese consejo entendamos que no todos los matrimonios
son iguales, no todos los consejos se aplican a todos los matrimonios por
igual, ya que cada situación es diferente. En nuestro caso, Dios seguía
restaurando matrimonios, seguía salvando personas y a pesar de que
estábamos en esa condición, sabíamos que necesitábamos ayuda y la
estábamos buscando. Sin embargo, no le recomendamos a toda pareja que
está pasando una crisis que siga en el ministerio sin tomar un descanso para
trabajar en su situación, como tampoco le recomendamos a toda pareja que
está en ministerio que deje el ministerio un tiempo. Creo que cada pareja es
diferente y debe tener la responsabilidad de saber dónde está con relación a
este asunto.

En nuestro caso, sentíamos que debíamos buscar ayuda. Nuestro equipo


ministerial era consciente de nuestra situación y nos apoyaban al máximo.
Sin embargo, este sentimiento de Ana nos seguía. No estoy queriendo decir
que en ese momento nos mirábamos mi esposa y yo y decíamos, “Nos
sentimos como Ana”, sino que ahora que todo ha pasado y miramos la
historia de Ana, nos comparamos con ese sentimiento. Recordamos que en
ese tiempo veíamos cómo otros matrimonios eran restaurados, eran
sanados, que personas se convertían, sus vidas cambiaban y sus hogares
eran edificados, y nosotros seguíamos sufriendo.

Aquella noche que encontré a mi esposa clamando y haciéndole a Dios la


misma pregunta que yo me estaba haciendo, de ¿hasta cuándo Dios?
¿Hasta dónde vamos a llegar? Fue en ese momento que nos dimos cuenta
de que, como Ana, no podíamos parar de buscar a Dios .

La Biblia nos enseña en 1 Samuel 1: 10 que la situación llevó a Ana a un


estado de angustia profunda a tal punto que lloraba amargamente; pero en
medio de todo eso, ella oraba al Señor y la oración de Ana que vemos en el
v. 11 era:

«Oh Señor de los Ejércitos Celestiales, si miras mi dolor y contestas


mi oración y me das un hijo, entonces te lo devolveré. Él será tuyo
durante toda su vida…».

Ana, en medio de su angustia, de su sufrimiento, de su dolor, estaba


pidiendo la intervención de Dios, pero a la vez se estaba comprometiendo
con Dios a que si le contestaba su petición de darle un hijo, ella haría su
parte para que ese hijo dedicara toda su vida a Él.

Sin nosotros tener consciencia de la oración de Ana, lo cierto es que nuestra


oración era algo como la de Ana . Mi esposa y yo tomamos una decisión.
Decidimos que a pesar de que estábamos aun en medio del caos, íbamos a
orar individualmente y también nos esforzaríamos por tomar tiempo para
orar como pareja. Les confieso que no hay algo más difícil que orar junto a
la persona con la que estás peleando o enojado, pero en ocasiones también
lo hicimos. Comenzamos a creer que solo Dios podía restaurarnos, que
solo Dios podía sanarnos y que solo buscando a Dios en oración podíamos
encontrarlo. Tanto en nuestras oraciones personales como las
matrimoniales, orábamos diciendo de una u otra forma, en nuestras
propias palabras: “Señor, si sanas nuestro matrimonio, si nos ayudas, si
nos restauras, nuestras vidas serán solo para servirte, nuestro matrimonio
funcionará solo para honrar tu nombre, solo para edificar tu Reino.
Nuestra relación será solo para cumplir tu voluntad. Esa era nuestra
oración constante. Así como Ana recibió su milagro, nosotros recibimos el
nuestro, y Dios sí restauró nuestro matrimonio.

Cuando nosotros oramos y buscamos a Dios para que restaure nuestro


matrimonio, cambia nuestra mentalidad, cambia nuestra manera de actuar.
Es muy difícil seguir enojado con tu esposa después de haber orado y
buscado el rostro de Dios juntos. Las cosas comenzaron a cambiar en
nuestra relación. Ahora estábamos abiertos a ser ministrados, y recibimos
la ayuda de parte de Dios por personas hermosas que sacaron de su tiempo
para ayudarnos y ministrarnos.

La búsqueda de Dios en medio del sufrimiento

Nosotros tuvimos que aprender a buscar a Dios en medio del dolor, de la


angustia, de la desesperación. Tuvimos que tomar la decisión de que la
separación y el divorcio no eran una opción; de que vivir como estábamos
viviendo tampoco lo era. Decidimos que no íbamos a dejar de buscar a
Dios aunque nos doliera, aunque no escucháramos su voz y aunque
sintiéramos que no estaba con nosotros, así llegáramos a pensar que Él
había abandonado nuestro hogar, aunque la desesperación nos hubiera
cegado con dolor y sufrimiento.

Había momentos en los que en mis oraciones yo le pedía a Dios: “Por


favor, tócame, abrázame, déjame sentir que estás aquí conmigo. Señor, yo
necesito sentirte, yo necesito que me ayudes. Por favor, dame una señal de
que estás conmigo”. A veces lo sentía y a veces no. Había ocasiones en las
que le decía: “Señor, si ya no estás conmigo, llévame contigo porque no
soporto el dolor y la confusión que todo esto me está produciendo.
Reconozco que fuimos nosotros quienes llegamos hasta aquí, pero necesito
que seas tú ahora quien me saques de aquí”. En otras ocasiones, le decía:
“Señor, siento que estoy enloqueciendo; si tú no me abrazas, me voy a
volver loco” .

◆◆◆
Es difícil en ocasiones estar en medio del dolor y ser invadido por la
gracia, el amor y la misericordia de Dios a la vez de estar enredado en la
autocompasión, el enojo, el orgullo y todos los demás sentimientos que se
manifiestan en medio del caos matrimonial.

◆◆◆
Pero dentro de todo eso, en la oración y la búsqueda de su presencia, su
gracia, misericordia y amor triunfaban en mi corazón. Tuvimos que
aprender a buscar a Dios no importando cómo nos sintiéramos.

Por eso, aunque estén heridos, lastimados, angustiados, no dejen de buscar


el rostro de Dios. No dejen de correr a los pies de su Padre Celestial.
Recuerden que Dios es un Padre excelente que siempre está dispuesto a
recibirnos aunque vengamos a Él cargados de pecados, angustias, rotos,
quebrados, enojados, angustiados. Dios tiene esta única habilidad de sanar y
restaurar cada área de nuestras vidas porque como decía el salmista: “…tú
no rechazarás un corazón arrepentido y quebrantado, oh Dios” (Salmo 51:
17).

El Rey David escribió el Salmo 51 luego de tener que experimentar el dolor


y el sufrimiento de perder a su hijo como consecuencia de su pecado. En
este Salmo, él derramó su corazón, reconoció su pecado, su maldad, sus
faltas. Pero lo impresionante de este Salmo es ver cómo a pesar de que él
reconocía su parte en el asunto, corrió a los brazos del Padre. La vergüenza,
el sufrimiento, el dolor, la conciencia no le impidieron correr a los brazos
del Padre. Así mismo los problemas, los conflictos, el sufrimiento y el dolor
en el matrimonio no deben limitarnos de correr a los brazos del Padre
Celestial.

La solución
Lo que aprendí del sufrimiento
Es difícil creer que de una crisis matrimonial como la que mi esposa y yo
atravesamos se pueda aprender algo o que tenga algún tipo de beneficio,
pero lo que aprendimos en medio de ese proceso fue valiosísimo. Es muy
cierto lo que el Apóstol Pedro dijo en 1 Pedro 5: 10 ; él le escribió a un
grupo de personas que estaban pasando por un sufrimiento terrible:

“En su bondad, Dios los llamó a ustedes a que participen de su gloria


eterna por medio de Cristo Jesús. Entonces, después que hayan
sufrido un poco de tiempo, él los restaurará, los sostendrá, los
fortalecerá y los afirmará sobre un fundamento sólido. ¡A él sea todo
el poder para siempre! Amén”.

Hoy nosotros podemos dar fe después de haber sufrido un poco de tiempo,


aunque parecía eterno, de que definitivamente fue Dios quien nos restauró;
fue Dios quien nos sostuvo, fue Dios quien nos fortaleció y fue Dios quien
nos afirmó. Lo mejor es que sigue siendo Dios quien nos continúa
restaurando, sosteniendo, fortaleciendo y afirmando. De Él es todo el poder
y la gloria .

Del sufrimiento aprendimos muchas cosas que nos han ayudado, formado y
edificado hasta el día de hoy. Podemos decir que nuestro matrimonio es
mucho más fuerte, maduro, nos valoramos más, nos amamos más y nos
comprendemos más. Estas son algunas lecciones que aprendimos del
sufrimiento.

1. El sufrimiento produjo lo mejor de nosotros.

Es difícil explicar este concepto: cómo el sufrimiento y lo que la lleva al


sufrimiento puede producir lo mejor de una persona. Si miramos el
sufrimiento como el punto de quebrantamiento del ser humano, podemos
entender cómo el sufrimiento puede llegar a producir lo mejor de nosotros.
Podemos aun compararlo con una flor; una flor uno la toma en la mano y
puede oler su aroma; pero si con la misma mano, uno la aplasta, la tritura, la
quebranta, produce su mejor esencia.

Así nos sucedió. En el sufrimiento, fuimos quebrantados para producir en


nosotros nuestra mejor esencia. Cuando un matrimonio es quebrantado y
busca a Dios en el proceso, Dios siempre produce lo mejor en ese
matrimonio. Inclusive, pudimos conocer áreas de nosotros que antes no
habíamos conocido. Pudimos ver la vida y el matrimonio desde una mejor
perspectiva.

Es como dijo el Apóstol Pablo en 2 Corintios 4: 10 con las siguientes


palabras: “ Mediante el sufrimiento, nuestro cuerpo sigue participando de
la muerte de Jesús, para que la vida de Jesús también pueda verse en
nuestro cuerpo”.

◆◆◆
Cuando en medio del sufrimiento nosotros buscamos a Dios, lo mejor de
Dios se manifiesta en nosotros.

◆◆◆
Por eso, como matrimonio no dejen de buscar a Dios, no dejen de confiar
en Dios. Recordemos que las armas de nuestra milicia no son carnales, pero
sí son poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas ( 2 Corintios 10:
4)

2. El sufrimiento nos enseñó a depender de Dios.

Cuando estamos en una temporada de sufrimiento en el matrimonio,


tenemos que decidir si vamos a depender de nosotros mismos o a depender
de Dios. En nuestro caso, tuvimos que aprender a depender de Dios, porque
no teníamos a dónde correr, con quién hablar, con quién desahogarnos, y
creo que posiblemente fue lo que nos forzó a depender de Dios. Pero eso
nos dio una gran lección, ya que nos enseñó a depender de Dios no solo
para nuestro matrimonio, sino para absolutamente todo.

◆◆◆
No hay un mejor lugar donde podemos estar que en el de total
dependencia de Dios.

◆◆◆
Cuando no tenemos a dónde mirar y sentimos que el fin está tocando la
puerta y no tenemos otra alternativa que solo decir: “Señor, de ti dependo”,
esto produce un temor único porque en nuestra incredulidad podemos llegar
a pensar que Dios no va a obrar. Yo puedo decir que Dios definitivamente sí
llegó, obró, sanó y restauró.

El salmista en los Salmos 62: 5 – 7 dijo:

“Que todo mi ser espere en silencio delante de Dios, porque en él está


mi esperanza. 6 Solo él es mi roca y mi salvación, mi fortaleza donde
no seré sacudido. 7 Mi victoria y mi honor provienen solamente de
Dios; él es mi refugio, una roca donde ningún enemigo puede
alcanzarme”.

Cuando un matrimonio en vez de correr a divorciarse, en vez de buscar a


otra persona, en vez de separarse, sabe decir: ¨Señor todo mi ser espera en
silencio delante de ti porque tú eres mi única esperanza. Solo tú eres nuestra
roca y nuestra salvación, la fortaleza de nuestra vida donde sabemos que
nuestro matrimonio no será sacudido. Nuestra victoria proviene solamente
de ti, tú eres el refugio de nuestro matrimonio y la roca donde estamos
seguros¨. Cuando así lo hacemos nos daremos cuenta de que Dios
interviene y no nos dejará en vergüenza.

3. El sufrimiento nos enseñó a unirnos.

Si hay algo que pudimos hacer de aquella noche que conté donde encontré
a mi esposa llorando y clamando por lo mismo que yo me estaba
preguntando es que aprendimos a unirnos. Aun con diferencias, pero
unidos; aun con conflictos, pero unidos. Aún no nos sanábamos del todo,
pero entendimos que era mejor sanar unidos que por separado, y
aprendimos a luchar juntos y unidos.

Dios sabe lo que está haciendo. Su plan es mejor que cualquier idea que yo
pueda tener. Su propósito es mayor que cualquier sentimiento que yo pueda
desarrollar. Por eso, si Él nos unió, es mejor mantenernos unidos y luchar
contra cualquier cosa que venga, que dejarnos llevar por nuestro dolor y
sufrimiento.
Eclesiastés 4:12 nos dice:

“Alguien que está solo puede ser atacado y vencido, pero si son dos,
se ponen de espalda con espalda y vencen; mejor todavía si son tres,
porque una cuerda triple no se corta fácilmente”.

Salomón nos da una ilustración acerca de que si un matrimonio se une


espalda con espalda, unidos vencen. La parte más impresionante de esto es
que nos dice: mejor todavía si son tres.

Cristo dijo algo similar a esto en Mateo 18: 20 con las siguientes palabras:
“Pues donde se reúnen dos o tres en mi nombre, yo estoy allí entre ellos” .
En medio del sufrimiento, si nos unimos en Su nombre y buscamos Su
presencia, podemos tener la garantía de que Él está con nosotros. Es
impresionante considerar que el Rey de Reyes, el Señor de Señores, el que
venció en la cruz del Calvario está con nosotros, en nosotros y entre
nosotros.

Nosotros lo experimentamos aun en medio de algunos conflictos y luchas.


Pudimos experimentar cómo el amor de Dios nos cubría, nos consolaba,
nos fortalecía.

◆◆◆
Es mejor luchar con mi cónyuge que contra mi cónyuge.

◆◆◆
4. El sufrimiento nos enseñó que al otro lado de él, hay una
recompensa.

Hoy mi esposa y yo podemos decir que Dios fue fiel, siempre ha sido fiel y
siempre será fiel. Pudimos ver su recompensa, cómo Dios nos fortaleció en
el proceso, cómo Dios nos restauró. Hoy tenemos un matrimonio no libre
de problemas ni discusiones, pero podemos decir que tenemos una hermosa
relación y una hermosa familia. Para mí, esa es la mejor recompensa que
Dios me pudo haber dado.
Más allá de eso, pude conocer a Dios de una forma más íntima, más
personal, más paternal, y esa recompensa no tiene comparación. La
recompensa de poder decir: “ Pero Dios …” es impresionantemente
maravillosa. El poder decir: Así era que yo estaba, pero Dios …; estábamos
que nos divorciábamos, pero Dios …; no nos entendíamos, pero Dios …;
no existe una mayor satisfacción que poder decir: pero Dios …

En Santiago 1: 12 nos dice:

“Dios bendice a los que soportan con paciencia las pruebas y las
tentaciones, porque después de superarlas, recibirán la corona de vida
que Dios ha prometido a quienes lo aman”.

Aquí nos enseña que definitivamente hay una recompensa para los que
soportan las pruebas y el sufrimiento. Así mismo es en el matrimonio
cuando a pesar del dolor nos mantenemos firmes en la promesa de que
veremos a Dios obrar en nuestra relación.

PARTE V
CAOS
CAPÍTULO 13
MATRIMONIO EN CAOS
“La castigaré por todas las ocasiones en que quemaba incienso a las
imágenes de Baal, cuando se ponía aretes y joyas y salía a buscar a
sus amantes, olvidándose de mí por completo», dice el Señor. 14 «Pero
luego volveré a conquistarla. La llevaré al desierto y allí le hablaré
15
tiernamente. Le devolveré sus viñedos y convertiré el valle de la
Aflicción en una puerta de esperanza. Allí se me entregará como lo
hizo hace mucho tiempo cuando era joven, cuando la liberé de su
esclavitud en Egipto. 16 Al llegar ese día —dice el Señor—, me
llamarás “esposo mío” en vez de “mi señor”. (Oseas 2:13-16)
P ara poder iniciar este capítulo, quiero que volvamos a revisar el
significado de la palabra “caos”. Caos es un estado de confusión muy
grande. La palabra confusión significa falta de claridad y orden causada por
la mezcla de muchas cosas. La definición de la Real Academia Española es
“mezclar, fundir cosas diversas, de manera que no puedan reconocerse o
distinguirse”.

Otra definición para la palabra caos es “un desorden muy grande”, y la


palabra desorden significa “falta de orden”. Para poder entender ese
concepto tenemos que ver lo que significa orden, que quiere decir “forma
adecuada de las cosas, personas o hechos; estado normal de las cosas”. Esto
nos enseña que la razón por la que muchos matrimonios llegan a un estado
de caos es porque están viviendo vidas en desorden.

El desorden se puede producir aun en matrimonios cristianos. El asunto con


el caos es que no importa qué tan firmes estemos en el Señor, cuántos años
llevemos de casados o qué posición ministerial tengamos, seamos cristianos
o no, si no hacemos algo al respecto, si no confrontamos las áreas que nos
están afectando, atravesaremos un caos en nuestro matrimonio.

Sin embargo, en este proceso de nuestro matrimonio me di cuenta de que


nosotros los pastores somos muy buenos para hablar, predicar, hacer
seminarios de cómo se debe conducir un matrimonio, pero hablamos muy
poco de qué hacer cuando estamos en medio de una situación tan difícil
como lo es el caos en el matrimonio.

◆◆◆
Nunca nos preparamos para aprender cómo enfrentar el caos en el
matrimonio y termina sucediendo que, al no saber cómo lidiar con el
caos, recurrimos a lo que parece más lógico o más fácil: la separación o
el divorcio.

◆◆◆
Por ejemplo, muchas personas conocemos a una pareja que cuando no los
vemos por un tiempo y los volvemos a ver y nos enteramos que han
atravesado por un divorcio, nos preguntamos qué les sucedió. La respuesta
es muy sencilla: No supieron cómo lidiar con el caos en su matrimonio.

Caos en la casa pastoral

Aunque en el capítulo anterior terminé explicando lo compleja y difícil que


estaba nuestra relación, permítame resaltar algunos detalles que no debo
pasar por alto. Hay algo que quisiera enfatizar: ningún matrimonio debe
llegar a pensar que el caos no le va a tocar a la puerta en un momento dado.
Con esto no digo que debemos vivir una paranoia en nuestra relación, pero
debemos estar sobrios y velando.

Como expliqué en los capítulos anteriores, la situación que atravesamos en


nuestra relación fue muy difícil. En medio de todo esto no sabíamos a
dónde correr, ni qué hacer. Siempre habíamos estado en conferencias
matrimoniales, retiros matrimoniales y todos estos eran muy buenos. Las
herramientas que nos ofrecían en cada una de estas actividades fueron
valiosas. Lo único era que en ocasiones nosotros estábamos tan confiados
en que todo estaba bien y estaría bien, que no nos preparamos ni prestamos
atención a cómo todo se podía desintegrar delante de nosotros sin tan
siquiera darnos cuenta .

◆◆◆
El ir a retiros, congresos, conferencias de matrimonios y salir
emocionados con un sinnúmero de principios y recursos, pero no
aplicarlos, es como tener una caja de herramientas y no saber usar
ninguna de ellas.

◆◆◆
Lo peor era que ya estábamos en el caos tratando de aplicar principios que
debimos haber aplicado hacía meses o años atrás. Era como estar ya
necesitando terapia intensiva y comenzar a tomarme la medicina que tenía
que haberme tomado meses atrás.

Así se encontraba nuestra relación. Por eso nos sentíamos como que no
había esperanza, como que no podríamos encontrar la restauración;
porque comenzamos a aplicar muy tarde los principios aprendidos, y a
tratar de cambiar cuando ya nos habíamos herido demasiado. Lo que
estábamos viviendo era un verdadero caos.

Nosotros mirábamos nuestra relación y nos parecía normal que


estuviéramos discutiendo tanto porque pensábamos que todos los
matrimonios discuten, que los conflictos continuos son normales en la
relación. Sin embargo, yo no me había percatado de lo profundo del caos
en el que nos encontrábamos hasta que un día mi hijo Jonathan nos
escuchó discutiendo y cuando ya estaba solo me dijo: “Papi, ¿por qué no te
vas? ¿Para qué siguen viviendo en este infierno? Papi, si te vas y te
alquilas un apartamento, yo me quedo y cuido de mami y de mis hermanos”
.

Un padre que ama a sus hijos y escucha esas palabras, siente un dolor
intenso en la fibra más profunda del corazón. En ese momento me percaté
de cuánto daño no solo nos estábamos ocasionando mi esposa y yo, sino
del daño tan grande que les estábamos causando a nuestros hijos, aun
teniendo en cuenta que mi esposa y yo evitábamos lo más posible discutir
delante de nuestros hijos. Pero no teníamos que pelear delante de ellos
para ellos sentir la cargada atmósfera que estábamos creando por el caos
que estábamos viviendo.

Ese día le dije a mi hijo: “Papi, Mami y yo estamos pasando por un


proceso difícil y duro, pero escúchame bien. Yo jamás me iré de aquí, yo no
me voy a separar de tu mamá ni me voy a divorciar. Es mi responsabilidad
cuidar de esta familia, no tuya”. La verdad es que no sé si eso le dio
consuelo o decepción a mi hijo. Posiblemente él en realidad prefería que
me fuera para ver si de alguna manera la atmósfera era más agradable o
se sentía algo mejor en la casa. Lo cierto es que nunca tuve el valor de
preguntarle si esa era la respuesta que él quería escuchar por miedo a
considerar que estábamos tan mal que hubiese preferido que me fuera.

Sin embargo, dos días más tarde tenía que salir de viaje a predicar en una
conferencia para pastores. Hice las maletas para mi viaje y las puse a un
lado de la puerta para tomarlas en la mañana. Recuerdo como hoy su
rostro caído y decepcionado, cuando entró al cuarto y con una voz de dolor,
a la vez de reto y con lágrimas en los ojos me reclamó diciendo: “Me
mentiste, Papi, me mentiste. Tú nunca me habías mentido. ¿Por qué me
mentiste? Tú prometiste que no te ibas a ir, tú lo prometiste, me fallaste.
¿Por qué me dijiste que nunca te irías y ahora te vas?”. Sentí confusión
porque no sabía de lo que me hablaba. Él me trajo las maletas y si dos días
anteriores mi corazón se deshizo, en ese momento fue peor porque me di
cuenta de que no solo estaban viviendo una atmósfera de caos, sino que
también estaban con un miedo terrible a que llegara ese momento en que la
familia se desintegraría.

Muchas veces los padres no nos detenemos a pensar en el daño tan terrible
que les causamos a nuestros hijos cuando no resolvemos nuestros asuntos.

◆◆◆
A muchos padres hoy día se les hace fácil dejar la familia y renunciar al
matrimonio, sin pensar en las consecuencias que eso produce en el
corazón, la estima, el desarrollo y la vida emocional, familiar y espiritual
de los hijos.

◆◆◆
Recuerdo que luego de que mi esposa y yo invertimos horas sosteniendo a
nuestros hijos y consolándolos, no dijimos una sola palabra, pero sabíamos
que algo tenía que cambiar. Esa noche les pregunté a mis hijos si preferían
que cancelara mi viaje; que no me importaba el compromiso más que ellos.
Pero todos me dijeron que no; que se sentirían peor si cancelaba el
compromiso. Yo me fui a mi viaje con una carga impresionante y con la
decisión de que a mi regreso buscaría ayuda para nuestro matrimonio.

Caos en la casa del profeta

El profeta Oseas es uno de los esposos que más yo admiro en la Biblia. En


Oseas 1: 2 dice que Dios le dijo a Oseas:

«Ve y cásate con una prostituta, de modo que algunos de los hijos de
ella sean concebidos en prostitución. Esto ilustrará cómo Israel se ha
comportado como una prostituta, al volverse en contra del Señor y al
rendir culto a otros dioses».
Es interesante que Dios quisiera usar el matrimonio de Oseas para revelar la
condición de Israel, y que el Apóstol Pablo en Efesios 5 utilizara el
matrimonio cristiano para ilustrar nuestra relación con Dios. Es posible que
por esa razón el diablo ataque tanto a los matrimonios, buscando producir
caos en ellos.

Aunque el matrimonio de Oseas era para representar la idolatría de Israel,


era una relación matrimonial llena de complicaciones. El asunto era que el
pueblo de Israel estaba plagado de idolatría. Dios quería llamar la atención
del pueblo para revelarles lo mal que estaban y ordenó a Oseas que se
casara con una prostituta con el fin de demostrar la idolatría del pueblo y el
amor de Dios. Esto no era una parábola, sino una historia verídica. Pero no
quiero enfocarme en el significado de la relación; sino más bien mirarlo
desde la perspectiva matrimonial, lo que significa que este matrimonio
fuera un caos.

Cuando Oseas se casó con Gomer, ella tuvo varios hijos y todo parecía estar
bien, hasta que Gomer decidió volver a su vida pasada; ella volvió a sus
amantes. ¿Se imagina el nivel de caos que había en ese matrimonio y en esa
familia, la atmósfera tan tóxica y compleja que había en esa casa? Era un
caos al punto tal que Oseas se desahogó con sus hijos y les dijo:

“Pero ahora, presenten cargos contra su madre Israel, porque ya no


es mi esposa, ni yo soy su esposo. Díganle que se quite del rostro el
maquillaje de prostituta y la ropa que muestra sus pechos” (Oseas
2:2).

Esta relación estaba en tal caos que Oseas se desahogó con sus hijos,
desenmascaró a Gomer ante sus hijos y expresó su dolor. Imagínese la
historia de este hombre de Dios, que Dios le dijo que se casase con una
prostituta y como hombre de Dios, me imagino que pensaba que todo iba a
estar bien, porque él la honraba, la amaba, la valoraba. Pero de repente, un
día llegó a la casa y se encontró con que su esposa se había ido con un
amante. Eso generó una atmósfera tensa, de decepción, de dolor y angustia.

Aunque el caos en el matrimonio no necesariamente tiene que ver con el


adulterio, puede llegar por diferentes razones y de diferentes formas, el
resultado es el mismo. Cuando el caos azota al matrimonio, se manifiesta en
angustia, resentimiento, peleas, contiendas, rechazos, iras, raíces de
amarguras, manipulaciones, rencor, separación.

Pensemos en esto. Nadie al casarse tiene el plan de terminar haciéndose


daño el uno al otro. Nadie tiene hijos con el fin de hacerlos sufrir. Nadie
enamora a su cónyuge con el fin de un día separarse, traicionarse,
humillarse; eso no está en los planes de una persona normal. Pero aun así,
hoy día vemos adulterios, divorcios, separaciones, sufrimientos,
humillaciones, amarguras en los matrimonios. Eso nos enseña que nuestros
descuidos en el matrimonio y nuestro egoísmo, nos llevan al caos.

CAPÍTULO 14

LA MANIFESTACIÓN DEL AMOR EN EL CAOS


“ El amor es paciente y bondadoso. El amor no es celoso ni fanfarrón
ni orgulloso 5 ni ofensivo. No exige que las cosas se hagan a su
manera. No se irrita ni lleva un registro de las ofensas recibidas. 6 No
se alegra de la injusticia sino que se alegra cuando la verdad triunfa. 7
El amor nunca se da por vencido, jamás pierde la fe, siempre tiene
esperanzas y se mantiene firme en toda circunstancia ” . (1 Corintios
13: 4-7)

L a ilustración de Oseas puede llegar a sonar un poco exagerada para


algunos, pero en realidad no lo es. Lo que quiero ilustrar no es el adulterio
en el matrimonio de Oseas, sino el amor que Dios puso en Oseas. En la
historia de Oseas en ocasiones maximizamos más el adulterio de Gomer
que el amor de Oseas.

La primera reacción de Oseas es la misma que tiene cualquier persona que


está en medio de un caos matrimonial, en ese momento da lugar a su
resentimiento, a su angustia, deja que la amargura tome la mejor parte de sí
mismo.

Eso sucedió con mi esposa y conmigo. Lo que se pudo haber resuelto en el


principio, seguimos dejando que se hiciera más profundo en nuestros
corazones, y le dimos más lugar a nuestro orgullo y nuestro ego que al
amor de Dios y al amor que nos teníamos el uno al otro.

Si hay algo que yo aprendí en este proceso fue que no podemos atacar el
egoísmo con más egoísmo, la amargura con más amargura, la soberbia
con más soberbia, el orgullo con más orgullo, la ira con más ira, el dolor
con más dolor. Generalmente, eso hacemos cuando estamos en medio del
caos: cuando sentimos que nuestro cónyuge está siendo egoísta, buscamos
comportarnos con mayor egoísmo; si está operando en ira, buscamos operar
con mayor ira. Lejos de sanar lo que hacemos es dañar, humillar y destruir.

La Biblia en Hebreos 12: 14 – 15 nos dice:

“Esfuércense por vivir en paz con todos y procuren llevar una vida
santa, porque los que no son santos no verán al Señor. 15 Cuídense
unos a otros, para que ninguno de ustedes deje de recibir la gracia de
Dios. Tengan cuidado de que no brote ninguna raíz venenosa de
amargura, la cual los trastorne a ustedes y envenene a muchos”.

En esta escritura podemos ver cuatro principios de restauración para no


reaccionar en el matrimonio de la misma manera que sentimos que están
reaccionando a nosotros, y evitar profundizar el caos en la relación. Para
tener paz en la relación cuando hemos sido afectados, debemos:

1. Esforzarnos por vivir en paz con nuestro cónyuge

En el v. 14 Dios utiliza la palabra “Esfuércense”. Esta palabra en griego es


diokó que describe: perseguir agresivamente, como un cazador persigue a
su presa hasta que la captura; perseguir a toda prisa hasta alcanzar. Eso nos
muestra que, cuando estamos en medio del caos, tenemos una pelea contra
nosotros mismos para poder alcanzar la paz en el matrimonio.

Digo que es una lucha contra nosotros mismos, porque cuando su cónyuge
recurre a comportamientos como la ira, el orgullo o la indiferencia, nuestra
naturaleza carnal quiere reaccionar de la misma manera, pagarle de la
misma forma y aún más. Pero por eso, tenemos que perseguir la paz
agresivamente, como un cazador persigue a su presa, a toda prisa hasta
capturarla. Eso es algo que tenemos que trabajar con nosotros mismos.
2. Llevar una vida santa

Muchas veces cuando escuchamos esto, pensamos que lo que el autor de


Hebreos está diciendo es algo inalcanzable, pero lo que nos está expresando
es que tenemos que vivir enfocados en Dios, separados para Dios, apartados
para Dios.

◆◆◆
Estar en medio de un caos en el matrimonio no nos da licencia para dejar
de buscar a Dios, sino todo lo contrario, es cuando más tenemos que
buscar la presencia de Dios.

◆◆◆
3. Cuidarnos el uno al otro

Aunque estemos en medio de lo que puede parecer una zona de combate, no


podemos dejar de cuidarnos ni de atendernos el uno al otro. El hecho de que
su relación se encuentre en un estado de crisis o caos, no significa que usted
tiene que dejar de hacer aquellas cosas que debe hacer en su relación. El
caos tampoco es una licencia para la rebelión y el mal comportamiento.
Recuerde que su cónyuge está batallando su propia batalla aunque usted no
lo crea. En el mismo v. 15 nos ilustra que cuando damos lugar a la rebelión,
no estamos dando lugar a la manifestación de la gracia de Dios en nuestras
vidas.

4. No permitirnos amargarnos

La amargura y el resentimiento son unos de los peores sentimientos que


cualquier persona puede experimentar. La Biblia describe la raíz de
amargura como un sentimiento venenoso que no solo nos afecta a nosotros,
sino que afecta aun a los que nos rodean. Afecta no solo a nuestro
matrimonio, sino a nuestros hijos, y toda persona que nos rodea es afectada
por la raíz de amargura que es un veneno letal para el matrimonio.

La primera reacción de Oseas fue de amargura, dolor, resentimiento y lo


expresó a sus hijos. Pero luego Oseas dio lugar a la manifestación del amor
de Dios en su vida. Vemos en los vs. 14 - 16 que dice:

“Pero luego volveré a conquistarla. La llevaré al desierto y allí le


hablaré tiernamente. Le devolveré sus viñedos y convertiré el valle de
la Aflicción en una puerta de esperanza. Allí se me entregará como lo
hizo hace mucho tiempo cuando era joven, cuando la liberé de su
esclavitud en Egipto. Al llegar ese día —dice el Señor—, me llamarás
«esposo mío» en vez de «mi señor»”.

Esto era lo que Dios le declaraba a Israel, pero que se manifestaba en el


corazón de Oseas por Gomer, porque su relación era reflejo de Israel y
Dios.

Aquí Oseas da lugar al amor de Dios y dice: Volveré a conquistarla; la


llevaré al desierto y allí le hablaré tiernamente; la voy a volver a bendecir;
lo que fue una aflicción lo convertiré en esperanza; allí en ese momento
cuando la ame, ella se me entregará a mí nuevamente y la libraré de su
esclavitud y me llamará “esposo mío”. En Oseas 3 , Dios ordenó a Oseas
que fuera y amara nuevamente a Gomer aunque cometía adulterio, y él pagó
para recuperarla.

Uno se preguntará: ¿Cómo es esto posible? ¿Cómo puede una persona amar
a alguien que le hizo tanto daño? La contestación es que el amor es la
decisión más fuerte e intensa que cualquier ser humano puede tomar . La
Biblia nos dice en 1 Corintios 13: 7 que el amor nunca se da por vencido,
jamás pierde la fe, siempre tiene esperanzas y se mantiene firme en toda
circunstancia. Cuando damos lugar a la manifestación del amor de Dios en
nuestras vidas, cuando dejamos que Dios sea quien ministre y dirija
nuestras vidas y corazones, es su amor lo que se revela y manifiesta en
nosotros, para poder dar lugar a su amor en nuestra relación aunque
sintamos que nuestro cónyuge no lo merezca. Nunca olvidemos que
nuestras vidas fueron transformadas por su amor y no por su manipulación.
Así mismo somos nosotros el medio para que el amor de Dios se manifieste
en nuestros matrimonios, y sea transformado por amor y solo por amor.

¿Qué hombre quieres ser?


Cuando un matrimonio está en un caos intenso, lo primero que a algunos
matrimonios les viene a la cabeza es el divorcio. Así me sucedió a mí; yo le
pedí el divorcio a mi esposa, pensando que así no nos hacíamos más daño.
Pero ella dio lugar al amor, en vez de reaccionar como yo estaba
reaccionando. Recuerdo que cuando yo mencionaba el divorcio, ella decía:
“Yo no me divorcio porque yo sé que eres un hombre de Dios, que amas a
Dios, que vives para Dios y sé que el amor de Dios se va a manifestar en
ti”. Todo el tiempo, aunque estuviéramos peleando y yo hablaba de
divorcio, aunque ella estuviera enojada, siempre me decía lo mismo: “Yo
no me divorcio”.

Recuerdo una mañana que me levanté a las 6:00 am a orar y le oré al


Señor y le dije: “Señor, hoy me voy, ya no puedo más” . Escuché la voz de
Dios que me dijo un simple “ok”. Cuando yo escuché ese “ok”, me asusté
porque eso era lo menos que esperaba escuchar. El “ok” captó mi atención
y continuó la voz con una visión. En la visión yo aparecía como si fuera un
muñeco con uniforme de los NY Yankees y mi cara, y la voz continuaba
diciendo: “Cuando salgas de aquí y abandones a tu familia, parte de tu
hombría se queda con tu esposa”. Y el muñeco se hizo más pequeño.
“Parte de tu hombría se queda con tus hijos”. Y el muñeco se hizo más
pequeño. “Y parte de tu hombría se queda con todas esas personas a
quienes has ministrado”. Y el muñeco se hizo aún más pequeño.

En ese momento, Dios continuó diciendo: “Pero con ese hombre que sale,
también estaré y a él también lo amaré”. Luego dijo: “Pero si te quedas…”
En ese momento el muñeco se hizo muy grande, más grande que la primera
visión y me dijo: “Este es el hombre que se queda, y con él también estaré y
a él también lo amaré”. En ese momento, Dios concluyó con una
declaración que marcó mi vida; porque Él dijo: “Todo está en qué hombre
quieres ser”, como diciendo: “Tu salida no invalida mi amor, pero sí afecta
tu hombría” .

Lo cierto es que el mundo y la sociedad nos venden una mentira con la


separación y el divorcio. Nos venden la mentira de que estaremos mejor sin
nuestra familia, que estaremos mejor si comenzamos otra relación, que el
divorcio es una alternativa. No importa en qué lado estés del divorcio, el
divorcio es una de las decisiones más devastadoras que cualquier persona
puede tomar; afecta no solo el matrimonio, sino las generaciones.

PARTE VI
RESTAURACIÓN Y ORDEN
CAPÍTULO 15

CONSEJOS DECISIVOS

“ Tengan la misma actitud que tuvo Cristo Jesús. 6 Aunque era Dios,
[a] no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse.
7 En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde
posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció
en forma de hombre, 8 se humilló a sí mismo en obediencia a Dios y
murió en una cruz como morían los criminales ”. (Filipenses 2: 5-8)

H ay algunos consejos prácticos que creo que pueden ayudar en este caso.
Esto fue lo que nos funcionó a mi esposa y a mí. Fue lo que ahora, después
de varios años de nuestro proceso de caos, podemos decir que vimos
manifestado en nuestra relación.

1. Comienza conmigo.

Todo cambio que queremos ver en nuestro matrimonio no comienza con


nuestra pareja, sino que comienza conmigo. Si se pregunta: ¿me está
hablando a mí? Le hablo a quien está leyendo esta porción. No podemos
esperar a que nuestro cónyuge cambie para luego decidir nosotros cambiar.

◆◆◆
Si esperamos cambiar cuando nuestro cónyuge cambie,
cambiamos muy tarde o posiblemente nunca cambiaremos.

◆◆◆
En ocasiones escucho decir: es el hombre quien tiene que cambiar, porque
él es la cabeza. Otras personas dicen que es la mujer quien tiene que
cambiar porque puede ganarse a su marido con su conducta. Yo no sé cuál
es el punto de vista correcto. Lo que sí sé es que debe cambiar primero
quien recibe la revelación de cambio de parte de Dios, quien quiera
obedecer más a Dios, quien quiera humillarse como Cristo lo hizo. Por eso
el Apóstol Pablo dijo en Filipenses 2: 5 que debemos tener la misma actitud
que tuvo Cristo Jesús.

En nuestra relación, si les soy muy sincero, no sabría decirles quién cambió
primero. Yo recuerdo que en la consejería que tomamos con nuestros
amigos, yo decidí morir; yo dije que iba a morir y punto. También recuerdo
que la noche que vi a mi esposa postrada, yo me postré a su lado a orar.
Esos fueron eventos que me motivaron a cambiar. Aún después de eso,
pasamos muchas etapas difíciles. No sabría decir quién cambió primero, ni
creo que sea importante, porque lo importante no es saber quién cambió
primero, sino que la relación se restauró.

2. Nos tiene que doler.

Yo siempre he dicho que nosotros no haremos un cambio en nuestra vida


mientras no odiemos la condición en la que estamos viviendo. Si había algo
que yo podía decir con toda sinceridad era que me dolía el alma ver en la
condición en la que estábamos, y lo he expresado a través de todo este
libro. Me dolía el ver cómo perdería a la mujer que había amado desde que
tenía 17 años, con la que me había casado a los 19 años y con quien tenía
hijos hermosos que nos amaban y respetaban.

Lo cierto es que me dolía aunque estaba decidido a tomar la peor decisión


de mi vida. Yo sé que no suena lógico, pero es la verdad; me dolía y me
dolía muchísimo . Es muy difícil estar dispuestos a restaurar la relación si
no nos duele. Pero lo cierto es que si el caos en el matrimonio, la
separación o el divorcio no nos duelen, tenemos que hacernos un análisis
profundo de corazón . Es imposible que no duelan años de recuerdos, años
juntos, momentos de pasión, sueños. Tienen que doler.

A Cristo Jesús le dolía la condición en la que tú y yo estábamos viviendo, y


por eso murió en la cruz por nosotros. El dolor que le causó ver la
condición de la humanidad fue lo que le dio la fortaleza para llegar a la
cruz. Así mismo nosotros, si nos duele, tenemos que sacrificarnos para
salvar nuestro matrimonio.

3. Tenemos que arrepentirnos.

El arrepentimiento es la decisión de dar un giro de 180 grados desde ir en la


dirección de nuestros deseos, de nuestra mentalidad, de nuestros planes y
volvernos hacia la dirección de Dios. El arrepentimiento es la decisión de
dejar de ir en contra de la voluntad de Dios para volver a Él no solo nuestra
mirada, sino nuestra vida. Si queremos verdaderamente ver un cambio en
nuestros matrimonios, tiene que haber una decisión de arrepentirnos por
nuestra parte en el caos que estamos viviendo.

El arrepentimiento es una decisión, no es un sentimiento. Quiero decir que


no tenemos que sentir el deseo de arrepentirnos, sino que tenemos que
tomar una decisión de arrepentirnos; cambiar de mentalidad de querer ir
en la dirección que hemos determinado, y decidir ir en la dirección que va
conforme a la voluntad de Dios.

4. Es necesario perdonar.

Por último, cuando estamos en medio del caos, suceden muchas cosas,
muchos insultos, peleas, acciones que afectaron el corazón, la estima. En
fin, suceden un sinnúmero de cosas que dañan la relación. No hay algo que
el perdonar no pueda sanar. Es importante que lo volvamos a mencionar
para que no lo olvide: no hay nada que perdonar no pueda sanar .

Una de las razones por las que la Escritura nos llama constantemente a
perdonar es porque el perdón no solo desata de su culpa a la persona que
nos hirió, sino que nos sana a nosotros mismos. Muchos matrimonios tratan
de restaurarse sin tomar una decisión genuina de perdonar. Mirémoslo de
esta manera: cuando no perdonamos tenemos un caos interno; si tenemos un
caos interno eventualmente ese caos se manifestará y afectará nuevamente a
la relación.

Si hay algo que yo agradezco a Dios es la habilidad que mi esposa


desarrolló para perdonarme, y la que Dios me dio a mí para perdonarla a
ella. Hasta el día en que estoy escribiendo este capítulo, no ha habido un
solo día en el que mi esposa me saque en cara lo que atravesamos, ni yo a
ella. Nosotros quisimos poner ese capítulo de nuestra vida detrás de
nosotros, y sin perdonar es imposible continuar.

◆◆◆
El dolor y la amargura nos enfocan en el pasado,
mientras perdonar nos desata para mirar hacia el futuro.

◆◆◆
La solución
El 15 de julio del 2018 nació Analisse, nuestra primera nieta. Mientras yo
estaba en la sala de espera, me entró un profundo gozo que terminó
desatado en llanto de alegría, no solo porque mi primera nieta estaba por
nacer, sino porque en ese momento me llegó un pensamiento: ¿Y qué si nos
hubiésemos dejado llevar por el caos y hubiésemos terminado divorciados?
Es muy posible que aun así yo estuviera allí en la sala de espera, pero
hubiese sido un ambiente tenso, en vez del ambiente de paz, amor y gozo
que se sentía mientras esperábamos.

Cuando ya Analisse Grace nació, la tomé en mis brazos y me senté, y fue un


amor inmediato el que sentí por ella. De repente, un profundo temor
invadió mi corazón pensando, ¿y si le pasa algo? Y comencé a orar en
silencio diciéndole a Dios: “Señor, si hay algo que ella vaya a atravesar,
por favor, dámelo a mí. Cualquier cosa que la vaya a limitar de vivir, ponlo
mejor en mí”. Yo sé que puede sonar ridículo, pero en realidad fue lo que
pensé y oré en ese momento .

De repente, otro pensamiento invadió mi mente y pensaba: Esta niña que


aún no sabía quién yo era, que la acababa de conocer y tomar en mis
brazos, que aún no me había dicho “abuelo” ni me había abrazado, ya
había conquistado cada espacio de mi corazón y ya yo estaba dispuesto a
morir por ella. Ahí caí en cuenta de lo grande que es el amor de Dios por
nosotros y lo impresionante que es el amor de Dios por mí, porque sin
merecerlo, Él me amó, me ama y me amará.
Usted se preguntará: ¿qué tiene eso que ver con lo que acabamos de leer?
Nada, solo que quería hablar de mi nieta. En serio, tiene todo que ver. Si yo
fui capaz de amar a Analisse de forma inmediata, sin tan siquiera ella saber
quién era yo, es porque dentro de cada uno de nosotros sí existe el amor de
Dios, que es capaz de impulsarnos y motivarnos a amar a nuestro cónyuge
aun cuando pensemos que no lo merece.

Unos meses antes, a mi hijo Jonathan le habían ofrecido un trabajo en otro


estado y lo rechazó. Él decía que todo el dinero del mundo no valía más que
la familia. Esa noche que nació Analisse, estando solo con él, le dije:
“Papi, gracias por no haber aceptado ese trabajo y permitirme disfrutar
este momento de ver a mi nieta nacer”. A lo que él me contestó: “No, papi,
gracias a ti, por haber soportado, no haberte ido y por no habernos
abandonado. Si soy el hombre que soy es gracias al ejemplo que tú me
diste”. A lo que quiero llegar es a ver que vale la pena morir a uno mismo,
y luchar por el matrimonio y la familia.

CAPÍTULO 16

PELEA POR EL MATRIMONIO


“ Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir
en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. 14 Estad, pues,
firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza
de justicia, 15 y calzados los pies con el apresto del evangelio de la
paz. 16 Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar
todos los dardos de fuego del maligno. 17 Y tomad el yelmo de la
salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios”.
(Efesios 6: 13-17)

U na de las cosas que más aprendí en todo este proceso y que creo que ha
quedado bien plasmado en los capítulos anteriores es que tenemos una
responsabilidad de pelear por la familia. La verdad es que no siempre fue
así conmigo. Como he mencionado anteriormente, yo llegué al punto de
nuestra relación donde no quería pelear por la familia, no quería luchar más,
no quería una discusión más, un argumento más, un reclamo más.
No sé si alguna persona que esté leyendo este libro se ha sentido así alguna
vez, si ha sentido que ya no quiere otra interacción en el matrimonio, ni
buena ni mala. Llega un momento donde nos cansamos a tal punto que ya
no queremos nada más. Lo que queremos es rendirnos, dejar todo tirado y
simplemente seguir nuestro camino.

Aunque soy muy claro en que no todo lo que nos sucede es culpa del
diablo, es cierto también que si nos sentimos cansados, fastidiados,
hastiados en nuestro matrimonio es muy posible que nuestra lucha sea más
espiritual que matrimonial o emocional. Por esa razón, no podemos ignorar
tampoco que tenemos una guerra espiritual contra el enemigo que viene a
perturbar a la familia. Porque el diablo sí odia a la familia, odia a la suya y a
la mía, odia el matrimonio, odia su matrimonio y el mío.

◆◆◆
La razón por la que el diablo odia al matrimonio y a la familia es porque
el matrimonio y la familia reflejan la relación de Cristo y la Iglesia;
revelan el propósito generacional de Dios y el amor de Dios por nosotros.

◆◆◆
Cuando leemos Efesios 6 nos habla de la guerra espiritual. Antes que el
Apóstol Pablo enseñara a los Efesios acerca de la guerra espiritual, enseñó
primero el orden del matrimonio; luego sobre la relación de los padres con
los hijos y de los hijos con los padres; y por último habló de la guerra
espiritual. Es como explicando que si no hay orden en el matrimonio, no
habrá orden en la familia, y si no hay orden en la familia, es mucho más
difícil hacer frente al enemigo que quiere destruir la familia. Por eso, vemos
que para destruir la familia, el futuro de la familia, el propósito de Dios para
la familia, lo primero que el enemigo hace es buscar destruir el matrimonio.

Otra de las razones por las que creo que el diablo odia a la familia y al
matrimonio cristiano es porque un matrimonio firme en la fe forma hijos
firmes en la fe, que luego tienen nietos firmes en la fe y así sucesivamente.
Y esto es algo que el enemigo odia fervientemente. Una familia firme en la
fe funciona para la edificación del Reino de Dios generacionalmente. Hoy
día, hay personas que aman a Cristo porque sus padres les educaron en la fe
que habían aprendido de sus padres, y en eso vemos la transferencia
generacional del ejemplo de fe.

Por ejemplo, cuando miramos 2 Timoteo 1: 5 – 6 dice:

“Me acuerdo de tu fe sincera, pues tú tienes la misma fe de la que


primero estuvieron llenas tu abuela Loida y tu madre, Eunice, y sé que
esa fe sigue firme en ti. Por esta razón, te recuerdo que avives el fuego
del don espiritual que Dios te dio cuando te impuse mis manos. Pues
Dios no nos ha dado un espíritu de temor y timidez sino de poder,
amor y autodisciplina”.

Aquí podemos ver cómo la fe de la abuela impactó a la madre de Timoteo y


luego a Timoteo. Creo que esa es la razón por la cual el diablo odia a la
familia, porque una familia edificada en la fe es una familia que edifica el
Reino por generaciones.

Muchas personas piensan que la manera en la que el diablo opera es venir


con tormentas, problemas, terremotos familiares y matrimoniales. La
realidad del caso es que cuando en una relación llega una gran situación que
capta nuestra atención, generalmente nos unimos para luchar y pelear contra
esa situación. Por ejemplo, si estamos en una temporada de caos en nuestro
matrimonio y de repente, un hijo es internado en el hospital por una
enfermedad seria, lo que menos hacemos es continuar peleando por lo que
estábamos peleando, porque ahora encontramos una razón que nos une, que
es mayor que nuestros problemas matrimoniales, y nos unimos a enfrentarlo
juntos.

◆◆◆
La manera en la que el diablo opera en el matrimonio y en todo lo que
hace es por la persuasión. Él es un experto en persuadirnos hasta
llevarnos a rendirnos, a dejar de luchar, a cansarnos con una y otra cosa
hasta debilitarnos y lograr que cesemos de luchar por la relación.

◆◆◆
Creo que eso nos sucedió a nosotros. Creo que fue una cosita y luego otra y
luego otra, hasta que nos cansamos, hasta que nos rendimos, hasta que
estábamos tan agotados que no queríamos ya pelear más por la familia; no
queríamos continuar luchando por la restauración.

¿Es el diablo o soy yo?

Es confuso hablar de la guerra espiritual en la familia, porque se nos hace


difícil identificar cuando el asunto proviene del reino de las tinieblas o
cuando el problema soy yo. En nuestro caso, había ocasiones que yo mismo
no sabía discernir entre una cosa y la otra; o no sabía si era yo el que estaba
reaccionando, el que estaba mal, si el problema era mi carne, si era mi
esposa, si era un asunto de ella personal o emocional o si era una operación
del enemigo.

Esto hace la batalla más compleja. Podemos estar yendo en contra del
diablo cuando tenemos que crucificar la carne, o podemos estar
crucificando la carne cuando tenemos que ir en contra del diablo. Es una
confusión de nunca acabar. Para ser verdaderamente honesto, yo no tengo la
respuesta a eso. En nuestro caso, hacíamos lo que pensábamos o creíamos
que debíamos hacer conforme a lo que veíamos que estaba sucediendo.

Había momentos en los que mi esposa y yo discutíamos, nos dábamos


cuenta de que había algo raro en esa discusión y uno de los dos decíamos:
“¿Por qué mejor no oramos?”. Orábamos y luego de eso nos sentíamos
mejor. Eso nos aclaraba nuestra confusión porque aun si hubiese sido una
obra de la carne y orábamos, claro que nos íbamos a sentir mejor. Había
momentos en los que discutíamos y de repente, nos abrazábamos
confundidos y nos preguntábamos: “¿Qué nos pasa? ¿Por qué estamos
así?”. Es bien difícil y complejo estar en esa situación.

Lo único que podemos hacer es ver las cosas a la luz de la Escritura y no


basándonos en nuestro razonamiento. Ya vemos que la Biblia en Efesios 6:
12 nos dice:

“Pues no luchamos contra enemigos de carne y hueso, sino contra


gobernadores malignos y autoridades del mundo invisible, contra
fuerzas poderosas de este mundo tenebroso y contra espíritus malignos
de los lugares celestiales”.

Nuestro cónyuge no es nuestro enemigo; el diablo es nuestro enemigo. Y


por esa razón, no podemos rendirnos, no podemos quedarnos quietos
mientras él se encarga de matar, hurtar y destruir.

CAPÍTULO 17

¿POR QUÉ PELEAR POR LA FAMILIA?


“Cuando nuestros enemigos se enteraron de que conocíamos sus
planes y que Dios mismo los había frustrado, todos volvimos a nuestro
trabajo en la muralla. 16 Sin embargo, de ahí en adelante, solo la
mitad de los hombres trabajaba mientras que la otra mitad hacía
guardia con lanzas, escudos, arcos y cotas de malla. Los líderes se
colocaron detrás del pueblo de Judá 17 que edificaba la muralla. Los
obreros seguían con el trabajo, sosteniendo con una mano la carga y
con la otra un arma”. (Nehemías 4: 15-17)

A lgunos se preguntarán: ¿por qué hablar tanto del tema de la guerra


espiritual y la familia? Es fácil contestarlo. Todavía hoy día, con todo el
acceso a información que tenemos, consejería matrimonial, libros y otros
recursos, el 50% de los matrimonios continúan terminando en divorcio.
Observen este desglose:

• El 41% de los que se casan por primera vez terminan en divorcio.

• El 60% de los segundos matrimonios terminan en divorcio.

• El 73% de los que se casan por tercera vez terminan en divorcio.

Anualmente un millón de niños sufren las consecuencias de experimentar el


divorcio de sus padres.

• El divorcio afecta de forma devastadora el desarrollo de los niños


física, espiritual y emocionalmente.
• Los hijos de padres divorciados son más expuestos al abuso
infantil.

• La fe de los hijos de padres que se divorcian se afecta


significativamente; muchos dejan de creer en el amor de Dios por el
dolor que les causó el divorcio de sus padres.

Y las cosas continúan empeorando en nuestra nación:

• El promedio nacional de la edad en la que los niños y niñas


comienzan a tener algún tipo de actividad sexual es de 12 años.

• Los embarazos prematuros están considerados una epidemia en


nuestro país.

• La edad promedio de suicidios en nuestra nación es de 15 años.

Independientemente de la opinión de muchas personas en cuanto a la guerra


espiritual en la familia, yo estoy convencido de que tanto el abuso infantil,
la violencia doméstica, el adulterio sexual, emocional, cibernético, la
pornografía, la indiferencia matrimonial, la manipulación familiar, en fin,
todas las cosas que llevan a un matrimonio al divorcio definitivamente
tienen la influencia del reino de las tinieblas. Lo afirmo, según comenté
antes, porque aun con la maldad que existe en el corazón de todo hombre y
mujer, me parece imposible que un ser humano llegue a cualquiera de estas
cosas que conducen al divorcio, si no es por una operación del enemigo.
Nada de eso sale naturalmente del corazón de un hombre o una mujer.

Reitero que nadie se casa para tener a quien maltratar, a quien lastimar, a
quien matarle la estima, a quien manipular. Aun con la maldad en la que el
hombre opera, estas cosas demandan un nivel de maldad superior al que
puede existir en la mente y el corazón de un ser humano. La influencia solo
puede venir de una sola persona y es el diablo. ¿Puede meditar el nivel de
maldad que se requiere para que una persona abuse de su familia, golpee a
su cónyuge y maltrate física y emocionalmente a sus hijos? Es demasiada la
maldad que se requiere para que eso nazca naturalmente en el corazón de
una persona sin influencia del reino de las tinieblas.
Por esa razón, como padres tenemos que pelear por la familia. Nuestros
hijos están expuestos a una sociedad que no tiene misericordia de ellos. No
podemos seguir ignorando el hecho de que el mundo en el que ellos se están
desarrollando está lleno de maldad, y cada vez más nuestros hijos se
enfrentan a cosas que los desaniman de buscar de Dios y a Dios.

◆◆◆
No podemos permitirnos colaborar con el reino de las tinieblas y el
mundo tomando decisiones que afectan la familia y comprometan la fe de
nuestros hijos.

◆◆◆
Hay personas que le echan la culpa a la iglesia local, porque dicen que la
iglesia no está haciendo lo suficiente por enseñarles a nuestros hijos; que
deberíamos tener mejores programas de niños y jóvenes. Debemos
preguntarnos: “¿De quién es la responsabilidad de la crianza y el desarrollo
de nuestros hijos y la edificación de nuestra familia? Es de los padres, y
como padres debemos asumir la responsabilidad de modelarles a nuestros
hijos, con nuestras propias vidas, que Cristo es real y es digno de ser
exaltado.

La mejor forma en que podemos enseñarles a la sociedad y a nuestros hijos


el Evangelio es haciendo que lo vean en nuestros matrimonios y familias,
como lo explicó el Apóstol Pablo en Efesios 5 – 6. Que nuestro matrimonio
sea una evidencia viva de lo que es el amor de Dios por nosotros, de lo que
es la unidad en la fe, de lo que es edificar el Reino de Dios
generacionalmente.

Yo no puedo tan siquiera imaginar lo que hubiese sucedido si mi esposa y


yo hubiésemos terminado en un divorcio; cómo eso hubiera afectado
significativamente la fe de nuestros hijos; cómo nuestros hijos hubiesen
llegado a pensar: “Mis padres servían a Cristo, amaban a Cristo, adoraban a
Cristo, hablaban de Cristo, pero Cristo no fue capaz de intervenir en su
matrimonio para que no se desintegrara nuestra familia”. ¡Qué difícil
hubiese sido para ellos abrazar la fe, amar a Cristo, creer en el Evangelio!
Esto no solo aplica a mis hijos o porque somos pastores. Eso le sucedería a
cualquier hijo que atraviesa por el divorcio de sus padres, sin importar su
nivel espiritual o ministerial.

Pelea con tu ejemplo

Cuando hablamos de pelear por la familia no solo estamos hablando de


cuando tenemos problemas en el matrimonio.

◆◆◆
Pelear por la familia es asumir la responsabilidad como padres, esposos,
abuelos, de enseñar a nuestra familia los valores y principios de la fe para
que nuestra familia no se contamine o corrompa con los conceptos que la
sociedad ve como aceptables, pero que van en contra de la Palabra de
Dios.

◆◆◆
Lo que estamos viendo en este tiempo en nuestra sociedad no viene de
ahora. El enemigo ha buscado contaminar las generaciones para que se
olviden de Dios y nieguen a Dios.

La Biblia nos dice en Génesis 6:5 que en el tiempo de Noé, Dios “…vio la
magnitud de la maldad humana en la tierra y que todo lo que la gente
pensaba o imaginaba era siempre totalmente malo” . Esto escaló al punto
donde nos dice en el v.6 : “ Entonces el Señor lamentó haber creado al ser
humano y haberlo puesto sobre la tierra”. Se le partió el corazón (énfasis
del autor) .

En medio del nivel de la maldad, la corrupción y la influencia satánica que


había en ese tiempo, Noé no se dejó influenciar por la sociedad en la que
estaba viviendo, sino que se atrevió a ser diferente. Esto podemos notar en
el v. 8 donde nos dice: “Pero Noé encontró favor delante de Dios”; aun nos
dice el v. 9 : “… Noé era un hombre justo, la única persona intachable que
vivía en la tierra en ese tiempo, y anduvo en íntima comunión con Dios”.

¿Se imagina ser la única persona intachable en ese tiempo? ¿Se imagina el
nivel de crítica, de insultos, de burla que debió haber recibido Noé por
guardar intactos sus principios y valores? Noé no se dejó influenciar por
una sociedad corrupta y perversa. Noé decidió ser diferente, se esforzó por
ser diferente, y es lo mismo que debemos hacer nosotros.

Es cierto que la sociedad nos muestra que el matrimonio no tiene ningún


valor. No exagero cuando digo que nuestra sociedad provee más recursos
para el divorcio que para para apoyar a los matrimonios a restaurarse y
permanecer casados . Es más fácil encontrar un lugar de asistencia pública
donde le ayudan a divorciarse y hay fondos para ayudar a personas que
atraviesan un divorcio, pero no vemos asistencia pública para dar recursos y
herramientas para permanecer casados.

Así como Noé decidió no ser influenciado por la sociedad, sino que decidió
vivir una vida intachable, n osotros debemos esforzarnos por vivir una vida
intachable. Meditemos en esto: Noé, en medio de una sociedad llena de
corrupción donde la maldad era a tal nivel que le partió el corazón a Dios,
por su vida intachable pudo salvar a su familia. Así mismo yo creo que en
una sociedad corrupta como la de hoy, nosotros como padres y esposos
tenemos también la capacidad de salvar a nuestra familia.

Nuestros hijos tienen que vernos luchando por la familia, no pueden ver que
nos rendimos. Tienen que vernos mantener intactos nuestros valores. Noé
peleó por la familia convirtiéndose en un ejemplo a seguir, modelando
principios y valores claros enfocados en Dios en medio de una sociedad
perdida en la maldad al punto tal, que en medio de toda una sociedad que
no honraba a Dios, Dios pudo identificar a Noé. Nosotros tenemos que
hacer lo mismo. Tenemos que convertirnos en el ejemplo que queremos que
nuestros hijos imiten, no importa lo que diga la sociedad.

Si hay algo que yo tengo que agradecer a Dios es que al darnos la


bendición, la fortaleza para resistir y pelear por la familia, hoy puedo
celebrar y disfrutar los eventos significativos de nuestra familia. El poder
estar con mis hijos y mi esposa en sus cumpleaños; el poder estar cuando
me necesitan, cuando se enferman, cuando tienen victorias, cuando pasan
por momentos difíciles, cuando están alegres, cuando se deprimen, cuando
fracasan o cuando cumplen metas, el poder estar presente y ser parte de
todo eso es verdaderamente maravilloso.
Recoger a nuestros hijos los fines de semana jamás será mejor que verlos
todos los días. Poder proveerles a mi esposa y a mi familia es mejor que
enviarles una pensión alimentaria. Darles un beso en la noche es mejor que
enviarles un beso por teléfono. Estar ahí cuando me necesitan es mejor que
tener que esperar a que nos veamos. ¡Vale la pena pelear por la familia!

Pelea por la familia, no con la familia

Cuando el enemigo se levanta contra la familia puede tener varias


estrategias de ataque:

1. La persuasión.

2. El engaño.

3. La intimidación.

4. La mentira.

5. La manipulación.

6. Y muchas otras estrategias más.

Por eso, vemos cómo muchos matrimonios terminan engañados y


manipulados por el enemigo, y las familias terminan separadas y destruidas.
El enemigo los persuade a pelear, los induce a dividirse y a separarse.
Mientras sigamos peleando con nuestra pareja o familia, perderemos de
perspectiva quién es nuestro verdadero enemigo.

¿Por qué pelear por la familia?

Nehemías nos da unas bases de cómo prepararnos para las batallas


espirituales por la familia. Cuando los enemigos se levantaron en contra del
pueblo de Dios, en Nehemías 4: 14 dice:

“Luego, mientras revisaba la situación, reuní́ a los nobles y a los


demás del pueblo y les dije: « ¡No le tengan miedo al enemigo!
¡Recuerden al Señor, quien es grande y glorioso, y luchen por sus
hermanos, sus hijos, sus hijas, sus esposas y sus casas!»”.
Esto nos enseña cuatro principios de cómo prepararnos para las batallas
espirituales por la familia:

1. Analizar la situación

Debemos hacer un análisis real de nuestro matrimonio y de nuestra familia,


revisar la situación, y hacer un reporte interno de lo que está sucediendo en
nuestro hogar.

Muchas personas prefieren ignorar el hecho de que sus matrimonios van


mal, y de que algo está sucediendo. Yo sé de primera mano lo que es esto,
porque lo viví . Por asuntos ministeriales mi esposa y yo viajábamos al
menos cada tres semanas. En ocasiones, nos dábamos cuenta de que algo
estaba mal y no lo confrontábamos, preferíamos ignorarlo, porque
teníamos otro viaje y otro compromiso, y no queríamos llegar peleando a
nuestro próximo compromiso.

Esto es una bomba de tiempo por estallar. Nadie puede vivir toda la vida
ignorando los problemas, porque lo que no confrontamos y toleramos
eventualmente se levanta para destruirnos. El que ignoremos un problema
no lo arregla, no lo desaparece, más bien se hace más grande o peor.
Aunque no nos guste, es mejor tener las conversaciones que no queremos
tener con nuestro cónyuge, que esperar a que la bomba explote.

2. No temamos al enemigo.

En Nehemías 4: 14 , Nehemías no le dijo al pueblo: No se preocupen, todo


está bien. Les dijo con carácter: Sí tenemos un enemigo; mas “¡No le
tengan miedo al enemigo!” Nehemías no invalidó que tenían un enemigo,
pero decidió no temerle.

Es cierto que tenemos un adversario, que tenemos un enemigo y odia a la


familia, odia al matrimonio, odia a los cristianos, nos odia con cada fibra de
sus ser. Hay personas que les molesta que se les diga la verdad del diablo.
Es cierto que el diablo no es el causante de todos nuestros problemas, eso lo
discutimos en el primer capítulo, pero el diablo es el iniciador de toda
maldad.
Nehemías le decía al pueblo que ellos tenían un enemigo, pero no era al
enemigo a quien tenían que temer; del mismo modo nosotros no tenemos
por qué temer a nuestro enemigo. La Biblia nos dice en
1 Juan 4: 4 lo siguiente:

“Pero ustedes, mis queridos hijos, pertenecen a Dios. Ya lograron la


victoria sobre esas personas, porque el Espíritu que vive en ustedes es
más poderoso que el espíritu que vive en el mundo”.

3. Sí temamos a Dios.

La razón por la que Nehemías les decía que no temieran al enemigo era
porque les exhortaba a que a quien tenían que temer era a Dios. Más bien,
Nehemías les mostró que para no temer al enemigo, era necesario enfocarse
y temer a Dios. Era necesario “Recordar al Señor, quien es grande y
glorioso”.

Así mismo nosotros tenemos que temer a Dios. Si somos honestos nos
damos cuenta de que muchos de nuestros conflictos en nuestros
matrimonios vienen por la falta de temor a Dios . Si temiéramos a Dios
como deberíamos, no haríamos la mayoría de las cosas que hacemos
cuando estamos en un caos en el matrimonio.

Por ejemplo, si temiéramos a Dios, trataríamos a nuestro cónyuge de otra


manera en medio de una discusión, usaríamos palabras que no fueran
ofensivas, perdonaríamos y no guardaríamos resentimientos. Todas estas
cosas vienen como consecuencia de la falta de temor a Dios.

4. Tengamos la motivación de luchar.

Cuando Nehemías le habló al pueblo, él no les dijo: “Peleen por la ciudad,


peleen por el muro”. Les motivó a pelear por lo que era importante: la
familia. Por eso les dijo: luchen por sus hermanos, hijos, hijas, esposas y
casas. Nehemías hizo un llamado a luchar por la familia.

El asunto era que las murallas de la ciudad estaban destruidas. Cuando una
ciudad tenía sus murallas destruidas y sus puertas derribadas era un blanco
fácil para que el enemigo atacara y conquistara la ciudad. Nehemías estaba
animando al pueblo a reedificar las murallas con el fin de poder resistir el
ataque de sus enemigos. El plan del enemigo era prevenir que eso
sucediera. Nehemías les recordaba que levantaban las murallas no solo para
proteger la ciudad, sino también para que su familia estuviera protegida.

Se parece a lo que vivimos hoy en nuestra familia. Mientras vamos a la


iglesia a ser equipados por la palabra de Dios, edificados por la presencia de
Dios, impactados por el amor de Dios, ministrados por la alabanza a Dios,
todo esto sirve para edificar las murallas de nuestra vida y nuestra familia.
Todo lo que su Iglesia local hace, como los retiros, eventos, congresos,
actividades, cultos, oraciones, grupos familiares, noches de milagros,
ayunos son herramientas y estrategias para levantar las murallas de nuestras
vidas y familias. Mientras tanto, la función del diablo es prevenir, evitar,
persuadir para que no levantemos las murallas, con el fin de que seamos
una ciudad de muros caídos o destruidos que pueda ser conquistada
fácilmente.

◆◆◆
La clave de pelear por la familia es mantener
enfocada nuestra mirada en Cristo.

◆◆◆
La estrategia de Nehemías no fue que se enfocaran en ellos mismos, sino
que se enfocaran en Dios, y esa sigue siendo la estrategia hasta hoy. Dice el
v. 23 :

“Durante ese tiempo, ninguno de nosotros —ni yo, ni mis parientes, ni


mis sirvientes, ni los guardias que estaban conmigo— nos quitamos la
ropa. En todo momento portábamos nuestras armas, incluso cuando
íbamos por agua”.

Los padres, esposos y aun los hijos no podemos descuidarnos, no podemos


bajar la guardia por la familia.

CAPÍTULO 18
CÓMO PELEAR POR LA FAMILIA
“David ahora se encontraba en gran peligro, porque todos sus
hombres estaban muy resentidos por haber perdido a sus hijos e hijas,
y comenzaron a hablar acerca de apedrearlo. Pero David encontró
fuerzas en el Señor su Dios. 7 Entonces le dijo a Abiatar, el sacerdote:
— ¡Tráeme el efod! Así que Abiatar lo trajo 8 y David le preguntó al
Señor: — ¿Debo perseguir a esta banda de saqueadores? ¿Los
atraparé? Y el Señor le dijo: —Sí, persíguelos. Recuperarás todo lo
que te han quitado” (1 de Samuel 30: 6-8).

P ara algunos, pelear por la familia puede ser agotador y difícil, más aún
cuando uno de ellos no quiere y el otro sí; o cuando ninguno de los dos
quiere, pero están juntos por los hijos; o cuando el matrimonio está bien,
pero los hijos no andan bien; aunque el proceso sea agotador, no debemos
rendirnos. Puede haber muchas maneras de edificar una familia firme y
saludable. Yo personalmente solo conozco y recomiendo una. La única
forma que conozco es poniendo todo nuestro enfoque y nuestra mirada en
Cristo.

En 1 Samuel 29 , David trató de unirse al ejército enemigo, a los filisteos.


Mientras David coqueteaba con su enemigo, los amalecitas, también
enemigos de David, secuestraron a su familia y quemaron la ciudad hasta
reducirla toda a cenizas. Todo por lo que David había trabajado, todo lo que
había edificado, ahora era cenizas. Lo peor de todo es que al buscar alianza
con su enemigo, su familia terminó pagando las consecuencias.

En 1 Samuel 30 vemos lo que hizo David para pelear y rescatar a su familia


de sus enemigos. Esto que sucedió en lo natural nos traerá revelación de lo
que nosotros debemos hacer en el ámbito espiritual. En 1 Samuel 30: 3 – 4
nos dice: “Cuando David y sus hombres vieron las ruinas y se dieron
cuenta de lo que les había sucedido a sus familias, lloraron a más no
poder”.

Aquí vemos la reacción normal de un padre, madre, esposo, esposa, hijo,


hija, abuelo cuando ve que una parte de su familia ha sido tomada cautiva
por el enemigo; cuando ve a un hijo que es prisionero del engaño del
enemigo; cuando ve que su matrimonio se está esfumando de la noche a la
mañana. La reacción normal es llorar a más no poder. Como he mencionado
ya, no es fácil ver cómo lo que amamos se nos escapa de las manos, y ver
tantos recuerdos y experiencias esfumarse de repente. Por eso, nos dice la
Biblia que David y sus hombres: “se dieron cuenta de lo que les había
sucedido a sus familias, lloraron a más no poder”.

Luego de llorar y estar un tiempo haciendo duelo, ¿qué hacemos? No


podemos quedarnos de brazos cruzados. Esto es lo que podemos hacer para
pelear la batalla de la familia:

1. Encontremos fuerzas en el Señor. ( v. 6 )

Nos explica el v. 6 que David se encontraba en gran peligro. Todavía se


encontraba en medio del dolor, ya que no solo perdió a su familia y casa,
sino que ahora también su propia gente se volvió en su contra. ¿Se imagina
lo trágico que esto debió ser para David, ver que su familia había sido
también secuestrada, y tener que lidiar con el hecho de que las personas que
estaban con él también se le volvieron en su contra? David no encontró
quien lo consolara.

En realidad, cuando estamos en una crisis matrimonial o familiar, no


encontramos consuelo en la gente, jamás. Nadie tiene la habilidad de
consolarnos y darnos fuerzas, sino solo Dios. P or eso, vemos que David
en medio del mayor conflicto de su vida nos dice que encontró fuerzas en el
Señor su Dios. En este tiempo, hay personas que buscan consuelo en las
redes sociales, amigos, licor y otras formas, pero nada ni nadie pueden
consolarnos y fortalecernos como Dios lo sabe hacer.

Para encontrar fuerzas en el Señor, podemos orar, leer la Biblia o ayunar. Lo


importante es buscar que sea Dios quien nos dé fuerzas en esos momentos
difíciles, porque nadie puede hacerlo mejor que Dios.

2. Busquemos a Dios. ( v. 7 )

Lo segundo que hizo David fue buscar a Dios. Aunque David sabía que
tenía que hacer algo al respecto, no se lanzó a hacerlo sin tener la paz de
que Dios estaba con él. Yo creo con todo mi corazón que si la mayoría de
las personas que están teniendo problemas en sus matrimonios se dedicaran
a buscar a Dios, no tomarían decisiones que devastan al matrimonio y a la
familia.

La clave de la batalla por la familia no es hacer cosas, sino enfocar nuestra


mirada en Cristo. En este momento duro y devastador para David, en su
corazón estaba su deseo de rescatar a su familia. A cualquier padre le
parecería lo correcto a hacer, sin embargo, él no se lanzó porque parecía lo
correcto a hacer, sino que David buscó la dirección e instrucciones de Dios.

Como matrimonio, nos es necesario buscar el rostro de Dios, oír la voz de


Dios, amar la presencia de Dios. No debemos conformarnos con solo ir a la
Iglesia. Debemos buscar a Dios de corazón. La Biblia nos dice: “Si me
buscan de todo corazón, podrán encontrarme” ( Jeremías 29: 13 ).

3. Le creyó a Dios. ( v.8 )

Las instrucciones que Dios le dio a David no fueron muy detalladas, Dios
solamente le dijo: “Sí, persíguelos. Recuperarás todo lo que te han quitado
”. Dios no tuvo que motivar a David, Dios no tuvo que darle las mismas
instrucciones a David semana tras semana, David simplemente le creyó a
Dios. La pregunta que debemos hacernos es: ¿Si le creemos a Dios, si
creemos en su Palabra, si creemos lo que ha hablado sobre nuestras vidas,
matrimonio, familia, por encima de lo que vemos ocurriendo en el mundo,
en nuestro matrimonio y familia?

Tenemos que creerle a Dios, creer que Dios sí quiere restaurar los
matrimonios y las familias, que Dios sí tiene la habilidad de hacer un
milagro en nuestras vidas y familias, que Dios tiene un plan mayor que lo
que estamos viendo. Tenemos que creer lo que Dios ha prometido, creer en
el pacto que él selló cuando hicimos nuestros votos matrimoniales.
Debemos creerle a Dios por encima de lo que estamos sintiendo o
pensando.

4. Obedeció́ a Dios. ( v. 9 )

Vemos que una vez que David recibió las instrucciones de Dios, eso fue
todo lo que David necesitó para obedecer. Lo que Dios le ordenó a David
parecía imposible, era difícil, pero David decidió obedecer a Dios aunque le
costara la vida. Esa es la actitud que todos debemos tener: la de obedecer a
Dios aunque nos duela, aunque sea difícil, aunque no nos guste.

Dios nos dejó su Palabra para guiarnos, dirigirnos, perfeccionarnos. Y la


realidad es que no podemos enfrentar al enemigo con una obediencia
parcial, porque como escuché en una ocasión, una obediencia parcial es
desobediencia total.

◆◆◆
Para tener la autoridad de vencer al enemigo que se levanta contra
nuestra familia, tenemos que vivir una vida de obediencia a su Palabra.

◆◆◆
La solución
No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras vemos al enemigo
causando estragos en nuestra familia y en nuestro matrimonio. Cuando se
habla de la guerra espiritual en el matrimonio o la familia, algunas personas
piensan inmediatamente que se trata de reprender, atar, desatar, lo que no
critico y es bueno hacerlo. Pero si no trabajamos con áreas más allá de las
batallas internas que podemos tener, de nada nos servirá hacer todo lo
demás.

Por eso, quiero enfatizar en que tenemos que hacer nuestra parte por nuestra
familia con los siguientes pasos:

1. Analizar la condición de nuestra familia . Hacer un análisis


interno de cómo estamos, cómo llegamos hasta donde
estamos, y por qué estamos como estamos.

2. Enfocarnos en Dios . No se trata de temer al diablo, sino de


desarrollar una actitud que teme y ama a Dios.

3. Motivarnos a luchar. Hacer lo necesario en nuestro hombre


interior para encontrar y desarrollar la motivación necesaria
para pelear por la familia.

Una vez que hayamos hecho lo mencionado anteriormente, es tiempo de


pelear por la familia, y para pelear por la familia tenemos que:

1. Encontrar fuerzas en el Señor. Depender de Dios, saber que


tenemos que encontrar nuestra fuerza, no en cómo está la
situación, sino en Dios.

2. Buscar a Dios. Buscar a Dios en oración, buscar su presencia,


depender de su presencia, amar su presencia y buscar la
dirección de Dios

3. Creerle a Dios. Debemos creer a Dios por encima de lo que


vemos o creemos.

4. Obedecer a Dios. Seguir las instrucciones de Dios en su


Palabra, aunque nos duela, aunque no nos guste.

La Biblia nos enseña en 1 Samuel 30 que algunos se cansaron en el camino


de ir a pelear por su familia; algunos se rindieron en el proceso. David con
los demás continuaron, persistieron y resistieron hasta que rescataron a su
familia y a las familias de los que se debilitaron en el proceso. Todos
conocemos a alguien que se ha cansado en el proceso de pelear por su
familia. Conocemos a alguien que se rindió y terminó en divorcio, y al
parecer está bien. Puede ser que haya personas que creen estar mejor en una
nueva relación. Pero las estadísticas nos enseñan que es muy probable que
su descendencia sufra algún tipo de dolor profundo en el proceso.

Mas si encontramos fuerzas en el Señor, buscamos a Dios, le creemos a


Dios y obedecemos a Dios, no nos cansaremos hasta que tengamos la
victoria. Si Dios le dio la victoria a David, cuánto más nos dará la victoria a
nosotros con nuestra familia, nuestros hijos, en nuestros matrimonios.

◆◆◆
Cuando nuestra dependencia, confianza y fortaleza está en Dios, nuestra
victoria es segura.
Palabras finales
“David se refugió en unas fortalezas que había en el desierto y en la
zona montañosa de Zif. Saúl lo perseguía día tras día, pero Dios no
permitió que Saúl lo encontrara”
(1 Samuel 23:14).

T uve un poco de temor al escribir este libro, porque no quería que fuera a
ser de tropiezo para alguien que lo leyera y pensara: ¿Cómo siendo pastor
pasó por todas esas cosas? Por eso le llamamos Caos en el matrimonio.

Yo quiero hacer una nota aclaratoria: los pastores también pasamos por un
sinnúmero de conflictos en nuestras vidas, finanzas, matrimonios y
familias.

◆◆◆
Cuando usted ve a sus pastores que a pesar de que están atravesando
conflictos en las diferentes áreas de sus vidas, ponen su mejor cara,
predican su mejor mensaje, dan su mejor consejo, les aseguro que no es
hipocresía, sino amor y obediencia a Dios.

◆◆◆
Todo pastor, conociendo la gracia de Dios, quiere hacer lo mejor posible
para Dios. Lo hacen por amor a usted que está leyendo este libro, porque
créalo o no, los pastores en este tiempo sí sienten cargas por sus ovejas. Lo
hacen porque posiblemente es lo único que los está ayudando a mantener su
cordura. Lo hacen por muchas otras razones que nada tiene que ver con la
hipocresía y la apariencia.

Por eso, ame y honre a sus pastores, respáldelos. Si llega a conocer que sus
pastores están atravesando una situación difícil en el matrimonio, no los
juzgue, no los critique, no se aproveche de su vulnerabilidad. Más bien
cuídelos, ámelos, respáldelos y déjeles saber que usted está ahí. Medite en
el hecho de que la razón por la que Dios le permitió ver la vulnerabilidad de
sus pastores no era para violarlos, sino para cubrirlos. Al fin, fue Dios quien
les llamó a pesar de que conocía sus defectos y virtudes.

Por eso, yo doy gracias a Dios a todas las personas de CAFE que en
nuestro proceso nos respaldaron en oración, amor, consejo; que aun
cuando posiblemente se dieron cuenta de nuestro proceso, nos honraron y
amaron. A todas las personas que dieron la milla extra e hicieron más de la
cuenta por mantener las cosas en orden en el ministerio mientras
atravesábamos por nuestros procesos, de verdad, ¡muchas gracias!

En cuanto a nuestro matrimonio, la experiencia fue dolorosa para mí, para


mi esposa, para mis hijos. Se afectaron muchas cosas en el proceso. Fue un
tiempo más difícil que lo que pude alcanzar a describir en este libro. Mas
una de mis frases favoritas en la Biblia es cuando la Biblia dice: “Pero
Dios…”. Esa frase me fascina porque previene un cambio en el desenlace
de la historia. Esa frase revela que las cosas no terminarán como se espera
porque cuando esa frase es expresada, revela que hubo una intervención de
parte de Dios.

Hoy tengo que decir que eso fue precisamente lo que sucedió con nosotros.
Hoy yo puedo decir: Yo estaba camino a vivir un matrimonio desastroso,
Pero Dios … Yo hasta consideré quitarme la vida, Pero Dios … Mi esposa
y yo llegamos a ser indiferentes el uno con el otro, Pero Dios … Yo pensé
tirar la toalla y renunciar al ministerio, Pero Dios … Yo llegué a considerar
el divorcio, Pero Dios … Yo estuve a punto de abandonar a mi familia,
Pero Dios … Yo estuve a punto de cometer el peor error de mi vida, Pero
Dios… ¡Qué maravillosa frase es Pero Dios …!

En realidad, ni mi esposa ni yo merecemos el crédito por nuestra


restauración. No fue nada que hicimos, no fue nuestra fuerza de voluntad ni
nuestra habilidad, no fue nuestra capacidad ni mucho menos nuestra
madurez espiritual. En verdad, fue Dios quien nos rescató, fue Dios quien
nos libertó, solo Dios fue quien nos restauró. No tengo palabras para
describir la misericordia, el amor, la gracia que Dios nos mostró durante
ese tiempo y que nos sigue mostrando hasta hoy.

Por eso, yo quisiera animar a todo matrimonio, a toda familia, a toda


persona que alcance a leer este libro que ponga su confianza en Dios, que
busque a Dios, que se enfoque en Dios. A todo pastor o pastora, no se rinda,
no se quite, no tire la toalla. Hay esperanza; la restauración de Dios sí es
real.

Hoy entiendo mucho mejor lo que el Apóstol Pablo escribió a los romanos
en Romanos 8: 35 – 39 :

“¿Acaso hay algo que pueda separarnos del amor de Cristo? ¿Será
que él ya no nos ama si tenemos problemas o aflicciones, si somos
perseguidos o pasamos hambre o estamos en la miseria o en peligro o
bajo amenaza de muerte? (Como dicen las Escrituras: «Por tu causa
nos matan cada día; nos tratan como a ovejas en el matadero»). Claro
que no, a pesar de todas estas cosas, nuestra victoria es absoluta por
medio de Cristo, quien nos amó. Y estoy convencido de que nada
podrá jamás separarnos del amor de Dios. Ni la muerte ni la vida, ni
ángeles ni demonios, ni nuestros temores de hoy ni nuestras
preocupaciones de mañana. Ni siquiera los poderes del infierno
pueden separarnos del amor de Dios. Ningún poder en las alturas ni
en las profundidades, de hecho, nada en toda la creación podrá jamás
separarnos del amor de Dios, que está revelado en Cristo Jesús
nuestro Señor”.

Lo entiendo mejor porque Cristo no permitió que nada me separara de su


amor. Nada fue lo suficientemente fuerte para que Cristo cesara de amarme.
Nuestra victoria fue absoluta y no por nosotros, sino por Cristo, por su
amor, por su misericordia, por su gracia. Por eso, yo sé que nada,
absolutamente nada nos puede separar del amor de Dios que está revelado
en Cristo Jesús, nuestro Señor.

Si me pregunta: ¿y todavía tienen discusiones y diferencias? Por supuesto


que sí. Todavía tenemos discusiones y diferencias, pero jamás nada
comparado a lo que teníamos antes. No permitimos que nuestras diferencias
nos separen ni que las discusiones escalen. Al contrario, yo puedo decir que
hoy amo a mi esposa como nunca antes la había amado y me siento amado
por ella como nunca antes me había sentido. Somos un maravilloso equipo
en el matrimonio, en la familia, en el ministerio, en la iglesia y nos fascina
disfrutar juntos el tiempo.
Hoy, mi esposa y yo podemos decir que somos felices, que vivimos
amándonos, cuidando el uno del otro, velando el uno por el otro y
disfrutando cada momento que tenemos por la gracia de Dios. Pero hay algo
que tenemos súper claro, que vivimos para declarar que:

¡No hay nada mejor que ser cristiano!

Acerca del autor


El pastor Richard Martínez es el fundador y pastor principal de Iglesia
CAFE (Comunidad de Amor, Fe y Esperanza) en Arlington, Texas, y
Ministerios CAFE, ministerio que busca motivar a pastores y líderes a
continuar firmes en el llamado de Dios para sus vidas. Ha tenido la
oportunidad de escribir una serie de libros bajo el título principal de CAOS
que ha influenciado a muchas personas para no permitir que el desorden
gobierne sus vidas y familias.

Richard tiene una firme pasión por ver pastores y familias pastorales
restauradas cumpliendo con el llamado de Dios en sus vidas. Su pasión por
la Gran Comisión ha servido como motor para motivar a que muchas
iglesias sean impactadas y enfoquen su mirada y esfuerzos a hacer
discípulos.

Richard Martínez nació el 30 de mayo de 1970 en Jersey City, Nueva


Jersey, y creció en Puerto Rico. Lleva casado con María Martínez desde el
año 1989 y es padre de tres hijos: Richard, Jonathan y José.

Richard no nació en un hogar cristiano y tuvo una infancia llena de


obstáculos. A la temprana edad de trece años, consumía drogas activamente
y tenía una vida sexual desenfrenada. A los diecinueve años, se casó con su
esposa María, pero su vida desordenada lo llevó a abandonar a su esposa, su
hogar y su familia. Estuvo separado de su esposa durante dos años, hasta el
día en que Cristo llegó a su vida en un evento de Promise Keepers en
Houston, TX. Dejó las drogas, el adulterio y todo lo que lo separó del amor
de Jesús y se entregó completamente a Dios y a la edificación de su hogar.
Hoy disfruta de una familia hermosa y de una vida excepcional,
proclamando a Cristo con todo su corazón y su fuerza.
Estos primeros años proporcionaron muchas experiencias que ayudaron a
establecer una firme convicción de su vida y su llamado en Cristo. Su amor
y su disposición por el Señor fueron tales que comenzó a servir en tantos
ministerios como pudo. Tres años después de ser salvo, fue ordenado como
pastor y comenzó la Iglesia CAFE. Como pastor, creció y se desarrolló bajo
la cobertura del apóstol Carlos Díaz. Entre muchos pasos de obediencia y
debido a su voluntad de servir a Dios, apoyó la apertura de iglesias donde
ahora sirve como Padre Espiritual en países latinoamericanos como
México, El Salvador, Colombia y Perú.

Su mayor pasión y enfoque es alcanzar y afirmar a las personas con el


mensaje del Evangelio, impactar a la comunidad a través del amor de Jesús,
y expandir el Reino de Dios en la tierra con la firme convicción de “Hacer
discípulos que hacen la diferencia” y que viven para declarar que "No hay
nada mejor que ser cristiano".

Contacto:

info@editorialcafe.com

Para más libros de la serie CAOS visite:

www.seriecaos.com

Publicado por

EDITORIAL CAFE

www.editorialcafe.com

También podría gustarte