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AGOSTO 21, 2020

La condición de fantasma
P OR : MEL I SS A C . N OVO

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Idalia Morejón/In-Cubadora

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«No son los males violentos los que nos marcan, sino los

males sordos, los insistentes, los tolerables, aquellos que
forman parte de nuestra rutina y nos minan tan
meticulosamente como el Tiempo.»
Emil Cioran, Ese maldito yo (1986)

Idalia Morejón es una no-escritora cubana. No vive en la isla, no publican entrevistas


suyas en los periódicos, no aparecen sus cuentos o sus poemas en las páginas de las
revistas literarias, no pertenece a ninguna organización gubernamental, se ha borrado su
paso investigativo como si se tratase de la capilla de polvo sobre un mueble que alguien
sopla, no cuenta con una cha en la página EcuRed. Cuando vivía en Cuba, cometió
onerosos pecados: defenderse de la as xia y permanecer el a los amigos y a sus
creencias.

Su literatura, en realidad, poco importa: no interesan sus ensayos, la calidad de su poética


o de su narrativa. No es un mérito que se haya doctorado en Integración de América
Latina en la Universidad de São Paulo, ni que, actualmente, sea profesora allí de Literatura
Hispanoamericana. Como si hablásemos de un patrimonio privado, el gobierno cubano ha
decidido que Idalia, simplemente, no sea. En consecuencia, no tiene permitido el acceso a
hemerotecas o archivos cubanos. Cuando solicitó un libro, dos, en la Biblioteca Nacional
José Martí, nadie lo encontró para ella, tampoco el tercero, el cuarto, el quinto. No puede

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establecer vínculos profesionales con instituciones cubanas con el n de concretar sus
proyectos investigativos. 

Pero fuera de ese cerco donde todo es rémora, Idalia Morejón Arnaiz (Santa Clara, 1965) es
una reconocida académica, voz autorizada en la discusión sobre los años sesenta en
Latinoamérica, respetada, con una obra sólida, también en la cción, numerosos libros
publicados que hablan por ella y sobre ella, y hablan rigurosamente bien. La integridad
que ha mantenido, consigo misma en primer lugar, basta para comprender dónde se
localiza el odio (que es también el miedo) de un Estado contra algunos escritores de su
nación.

¿Cómo puede pensarse que sin esa integridad hubiese Idalia sorteado cinco años sin
recibir un salario jo en Cuba, cesada de toda posibilidad de empleo, cobrando una
colaboración cada tres meses o sobreviviendo trabajos dignos pero insolventes? ¿Cómo se
vive bajo la condición de refugiada? En eso pensaba tras colgar la llamada por Whatsapp
que me acercó a Idalia, luego de varios generosos intercambios por email.

¿Cómo ocurrió su inserción en el panorama editorial cubano y cuál era su


visibilidad en el ámbito literario?

Fue una inserción que vino a través del vínculo afectivo con amigos del grupo PAIDEIA, en
especí co con Omar Pérez, Ernesto Hernández Busto, Atilio Caballero, Radamés Molina y
Rolando Prats. Como algunos de ellos, comenzaba entonces a traducir, a escribir poemas,
artículos y ensayos: uno que presentaba a Bukowksi, con traducciones de Omar (inédito),
y otro sobre Cioran, que serían publicados en ediciones de Naranja Dulce que no se
concretaron, puesto que el suplemento fue cancelado con el manido argumento de la

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escasez de papel. Ernesto consiguió que el artículo sobre Cioran saliera en la sección «Los
raros», de El Caimán Barbudo, en abril de 1990, cuando ya PAIDEIA había sido 
desarticulado por la Seguridad del Estado. En esa década trabajé como editora de la revista
Proposiciones, de la Fundación Pablo Milanés (otro proyecto fracasado), y después como
redactora de la sección «Textos y Pretextos» de la revista Unión. Fueron esas revistas las
que de cierto modo me hicieron visible; desde luego, apenas para los lectores de esas
publicaciones, en las que también publiqué ensayos sobre Alejandra Pizarnik y Sylvia
Plath, además de reseñas y artículos sobre poesía cubana. A nales de los 90, recién
llegada a São Paulo, El Caimán publicó mis notas sobre la reacción antiorigenista en Lunes
de Revolución, resultado de una beca de investigación de la Asociación Hermanos Saíz. Ya
en el 2000 apareció el único libro mío en Cuba, Cartas a un cazador de pájaros (Letras
Cubanas], que presenté a la convocatoria de Pinos Nuevos, con el incentivo de Víctor
Fowler, que en una cola del Agro de la calle San Bernardino, en Santos Suárez, en la cual
coincidimos, me convenció de que reuniera los ensayos sobre mujeres que venía
escribiendo, y también gracias a Omar Pérez, cuyo estímulo fue fundamental, y con quien
mantenía, y mantengo hasta el presente, lazos muy estrechos de colaboración artística e
intelectual. Había entregado el libro a la editorial Letras Cubanas poco antes de salir de
Cuba, en noviembre de 1997, y el editor Rinaldo Acosta me recomendó que lo dejara
inscrito para la selección de Pinos Nuevos. Salió cuando llevaba más de dos años en Brasil.
Es un libro de ensayos sobre mujeres poetas, sobre la condición femenina en diversas
épocas y lugares.

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Idalia Morejón, Roberto Uría y Guillermo Loyola, julio de 1989. Foto: José Ramón Neyra. Cortesía de la entrevistada.

Me contaba que sus textos, en varias ocasiones, fueron mutilados en Cuba. ¿Podría
especi car de qué textos se trataban? ¿Dónde iban a ser (o fueron) publicados?
¿Cómo ocurrieron esos incidentes? ¿Le comunicaron en algún momento las causas?
¿Quién se lo comunicó? ¿O simplemente hicieron las modi caciones sin previa
consulta?
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Al artículo sobre Cioran le sacaron la última frase, en la que a rmaba que Cioran escribía
«contra las apologías que tratan de hacer del hombre un animal feliz»; en el artículo sobre 
Orígenes y Lunes omitieron las menciones a Fidel Castro cuando me refería a Palabras a
los intelectuales y otras palabras y frases que ahora no recuerdo, pero en mis archivos
conservo los originales. En ningún caso fui avisada o consultada. En la revista
Proposiciones sí habíamos sido avisados por su director, Víctor Águila, de que no podíamos
emplear la palabra Revolución, y mucho menos citar nombres de dirigentes políticos, ni
hacer críticas a las instituciones de la cultura. De igual modo en la revista Proposiciones
Víctor Águila esquivó las colaboraciones de Diáspora(s), o de los artículos sobre rock, por
ejemplo. Esos materiales me fueron entregados directamente por Carlos A. Aguilera,
Almelio Calderón y Eduardo del Llano. A este último le había hecho una extensa
entrevista cuando acababa de publicar su primer libro sobre Nicanor O’Donnell y en ella
hablaba no solo de ese libro, sino de los que tenía inéditos, así como del trabajo del grupo
«Nos y Otros», que en esa época causaba furor y escandalizaba por sus críticas bien
humoradas y ácidas a la situación del país. En la revista Unión rechazaron un cuento de
Enrique del Risco, «Letras en las paredes», así como un dossier que estaba organizando
junto con Jorge Luis Arcos sobre el grupo Diáspora(s), además de una reseña que había
escrito de la antología Mapa imaginario, organizada por Rolando Sánchez Mejías y
nanciada por la Embajada de Francia. Esas propuestas fueron rechazadas por algún
censor que desconozco, puesto que al grupo Diáspora(s) le habían negado o cialmente su
identidad como grupo. El hecho de que Arcos fuera en esa época el director de Unión no lo
convierte en censor, puesto que esas decisiones no eran tomadas por él. Menciono aquí
colaboraciones que no son mías, ya que fueron sus autores los que me buscaron para que

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sus textos aparecieran en las revistas, o porque yo personalmente se las había pedido; así
que son actos de censura que también considero contra mí. 

¿Puede especi car si, en los medios donde trabajó, vivió algún tipo de restricción?
¿Conoció, en algún momento, de la existencia —como parte de la política editorial
o ley no escrita— de prohibiciones explícitas de temas/autores cubanos?

Además de lo que ya te comenté sobre las revistas, puedo citar los nombres de Roberto
Uría y Omar Pérez. Ambos habían recibido premios y/o menciones en concursos en la
década del 80 y no tuvieron sus libros publicados. Algo de lo sagrado, de Omar Pérez,
nalmente apareció por Ediciones Unión en 1996, gracias a la gestión de Jorge Luis Arcos.
Uría no tuvo la misma suerte.

¿Podría ahondar sobre cómo se manifestaba «la vigilancia absoluta» que conoció en
Casa de las Américas? ¿En algún momento fue usted una intelectual «vigilada»?

Había funcionarios «de con anza» en algunos departamentos, cuyo contenido de trabajo
incluía vigilar a los colegas y reportar a los jefes. Tampoco era posible fotocopiar
documentos. En Casa de las Américas tuve la oportunidad de trabajar, en el año 89, en un
encuentro internacional de editores de suplementos culturales de gran circulación en
países como Argentina, Costa Rica, México, Colombia, Brasil, Ecuador, Haití, Puerto Rico,
entre otros. Se llamó «Encuentro de Revisteros de América Latina». Una parte de mis
atribuciones consistía en acompañar a los invitados a reuniones con escritores cubanos
(recuerdo una en la sede de El Caimán, cuando todavía tenía su redacción en la calle
Paseo, en la cual algunos invitados tocaron el tema de la censura y las respuestas de los
jóvenes allí presentes no pasaron de discretos balbuceos), o, junto con Roberto Uría y

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Guillermo Loyola, hacer de cicerone de estos «revisteros» en el tiempo libre que les dejaba
el evento. No dimos un solo paso por la ciudad sin estar acompañados por un agente de la 
Seguridad del Estado (este individuo, de nombre Fermín, aparece inclusive en las fotos de
grupo que nos hicimos en un viaje a la playa El Mégano), y no vieron con buenos ojos que
llevásemos a los invitados a conocer los comercios de la calle Galiano, entonces ya
desabastecidos por completo. Este agente visitaba regularmente las instalaciones de Casa
de las Américas y recogía información sobre los funcionarios, a través de los informantes
de que allí disponía. Había un segundo agente, pero no recuerdo su nombre. Ambos
venían del Ministerio de Cultura, que era su fachada. El control llegaba al punto de
bloquear las informaciones que llegaban del exterior, en especí co todo lo relacionado
con el pensamiento liberal, ya fuera en libros, periódicos o revistas, que iban directamente
a la o cina de Fernández Retamar. Recuerdo la ocasión en que llegó un número de la
revista Vuelta con un artículo de Francis Fukuyama sobre el n de la historia, que solo
circuló entre los directivos y sus allegados. Esto, de hecho, era una práctica rutinaria;
apenas ellos tenían acceso al discurso crítico contra el Estado cubano y sus instituciones o
contra intelectuales como el propio Fernández Retamar. Ocurría constantemente con los
artículos de opinión que hacían críticas muy bien fundamentadas a la izquierda
latinoamericana, y en especí co a la política del gobierno cubano.

También en Casa de las Américas la Seguridad del Estado interfería en la vida personal de
sus funcionarios, siempre atentos a las amistades con extranjeros, a los problemas de la
vida privada, inclusive las relaciones amorosas de los funcionarios. Los más controlados
por los agentes del orden eran los artistas y los homosexuales. Aquí se mezclaban los
prejuicios propios de los militares con la mojigatería de la vieja guardia directiva,

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constituida sobre todo por mujeres, por antiguas niñas de bien de la capital o de
provincias, como Chiki Salsamendi, Marcia Leiseca y Silvia Gil, o Lesbia Vent Dumois y 
Magaly Muguercia, cuyos orígenes desconozco. Cualquier cosilla era motivo de escándalo:
en mi caso, no usar ajustadores, raparme la cabeza; en el de Atilio, llevar el pelo largo y
calzar sandalias. Si recibíamos correspondencia personal en 3ra y G, esta iba
primeramente a la secretaría de la Presidencia, donde las cartas eran abiertas, leídas,
fotocopiadas, marcadas con el cuño de la institución, y luego entregadas abiertas a sus
destinatarios. También vimos a las escondidas, después del horario de trabajo, películas
como Muerte en Venecia o La última tentación de Cristo. Cuando algún funcionario viajaba
y se quedaba en el exterior, como ocurrió con Carlos Espinosa (me re ero exclusivamente
a aquello de lo que puedo dar testimonio), la vigilancia sobre sus amigos cercanos (no era
mi caso en aquella época, pero sí el de Marta Cortizas, secretaria de la revista Casa) se
hizo más intensa, sobre todo para tratar de obtener información sobre las motivaciones de
esa «deserción» y el destino posterior de ese individuo.

Durante los días del Premio Casa, un equipo de funcionarios ocupaba una habitación del
hotel donde se hospedaban los invitados extranjeros; esa habitación funcionaba, y
seguramente así funciona aún, como una suerte de estado mayor que controlaba tanto a
los extranjeros como a los cubanos que se relacionaban con ellos. Desde luego, esto era
camu ado con el pretexto de atender a las necesidades de los invitados.

El caso más extremo que presencié en Casa de las Américas fue el de las sanciones
públicas, que se aplicaban en algún intervalo laboral, en especial a la hora del café, y en
las cuales se señalaba la «conducta impropia» de algún funcionario. Esto ocurría tanto con
problemas personales (románticos inclusive) de los empleados (Desiderio Navarro), como

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con las posturas de apoyo a colegas injustamente separados de sus funciones, como fue el
caso de Roberto Uría, quien llevó a juicio a la Casa de las Américas, e inmediatamente los 
amigos que fueron al tribunal como testigos de su defensa fueron sancionados, es decir,
humillados públicamente. Sobre este episodio puedes leer algunos pasajes en el texto
autobiográ co de Roberto Uría que aparece en la antología Escenas del yo otante[1], o en
sus declaraciones a El Nuevo Herald después de su llegada a los Estados Unidos como
asilado político. Otro recuerdo: la tensión que provocó en 1990 la presencia de algunos
miembros de Arte Calle en un evento que se realizaba el 4 de abril y al que eran invitados
artistas y escritores jóvenes.

En lo personal, hasta donde puedo saber hoy, no fui vigilada por ninguna actitud mía, sino
por mis vínculos con amigos y compañeros de trabajo que sí se pronunciaban
abiertamente sobre la política del Partido Comunista, y aquí cito una vez más a Roberto
Uría y a Guillermo Loyola. Casa de las Américas sí intervino en mi vida a través de la
Seguridad del Estado cuando decidí dejar la institución. Allí había que andar con pies de
plomo.

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Idalia Morejón. São Paulo. Con namiento 2020. Cortesía de la entrevistada.

¿Puede narrar cuál fue y cómo sucedió su nexo con PAIDEIA y si debido a su
conjunción con el proyecto sufrió algún tipo de represalia o censura tanto en su
obra como en su vida privada?

No estuve directamente vinculada a PAIDEIA en tanto proyecto de política cultural;


nunca participé de una reunión ni de un grupo de estudios, ni siquiera rmé la carta de
apoyo al proyecto, que me fue presentada por Atilio Caballero sin que supiera de
antemano de qué se trataba. Tampoco estuve en el parque Almendares ni jugué dominó
con ellos, pero circulábamos por los mismos espacios y compartíamos experiencias
formativas en diferentes niveles. Con los fundadores de PAIDEIA establecí en esa época
una estrecha relación de amistad y de complicidad intelectual, tal y como lo he
respondido en una pregunta anterior. Sí colaboré con el grupo facilitándole libros que
obtenía en Casa de las Américas, como Todo lo sólido se desvanece en el aire, de Marshall
Berman, o más tarde, cuando Omar Pérez y Rolando Prats habían sido reprimidos y
castigados por fundar el grupo Tercera Opción, ayudé con fotocopias de libros, por
ejemplo. Mi inserción en PAIDEIA se dio de manera extemporánea, cuando en 2006 edité
para la revista Cubista Magazine, cuyo comité editorial integraba, el expediente que recoge
todos los documentos del grupo, así como artículos y testimonios de sus fundadores,
aproximadamente 15 años después de su intervención en el espacio público cubano de
nales de los 80. Fue ese trabajo de recuperación de archivo lo que me colocó de modo
anacrónico dentro del grupo.
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Cuando se ha referido a su «vínculo con militares e intelectuales que hacían
oposición abierta al régimen»[2], ¿habla de PAIDEIA u otros? 

Me re ero al coronel Álvaro Prendes, quien se integró a la Corriente Socialista


Democrática Cubana, a la que también se había sumado Rolando Prats. Me re ero
también a los integrantes de Tercera Opción: Omar Pérez, Rolando Prats y César Mora, y
al escritor Roberto Uría.

¿Cómo ocurrió el proceso mediante el cual fue cesanteada en su trabajo en la


Agence France-Presse (AFP)?

Un agente de la Seguridad del Estado visitó en varias ocasiones las o cinas de AFP,
conversó con el director de ese momento, Antonio Raluy-Gombaux, y le dijo que no podía
mantenerme trabajando allí porque estaba empleada por Casa de las Américas.
Curiosamente, también empezaba a trabajar en la Fundación Pablo Milanés y eso no les
interesaba, pero la agencia de prensa extranjera sí. Aun después de salir de Casa de las
Américas esa exigencia se mantuvo y después de un año y medio tuve que presentarme en
las o cinas de Cubalse, en 5ta y 42, para rellenar un cuestionario —el archiconocido
cuéntame tu vida— y al mes siguiente fui «o cialmente» dispensada con el argumento de
que no reunía los requisitos necesarios para trabajar en ese lugar. AFP fue una de las
agencias que divulgó las declaraciones del coronel Álvaro Prendes, así como lo había
hecho con las acciones de PAIDEIA y del grupo Tercera Opción, justamente las personas
con las que mantenía vínculos familiares o de amistad. De hecho, en las o cinas de AFP
recibía con frecuencia a Omar Pérez, cuando salía de pase de la granja agrícola donde
estaba con nado, y también a César Mora. Además de esto, había sido contratada por
Bertrand Rosenthal, director de la o cina anterior a Raluy-Gombaux. Rosenthal había

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pasado de amigo a enemigo de Fidel Castro justo en el tiempo de la publicación de su
libro Fin de siècle à La Havane, en el cual dedica algunas páginas a PAIDEIA y Tercera 
Opción.

Su salida de Cuba puede considerarse como un exilio inducido debido a la


insostenibilidad de su vida en la isla y al castigo contra su persona…

Hubo un castigo a mi persona: no conseguir empleo en la esfera de la cultura. Lo intenté


en el Instituto de Literatura y Lingüística, para lo cual realicé innumerables trámites sin
que nunca me dieran una respuesta; lo intenté también en El Caimán Barbudo, con la
mediación de Atilio Caballero, y el propio Fernando Rojas dijo que yo no era con able
para hacer periodismo en esa publicación. Nunca olvidaré la sonrisa de satisfacción de
Fernández Retamar cuando se sentó junto a mí en un evento y me preguntó dónde estaba
trabajando y le respondí que en ningún lado.

Además de Cartas a un cazador de pájaros ¿ha existido algún tipo de acercamiento,


petición o interés para publicar textos suyos en la isla? Me interesa conocer si se
debe a una negativa suya, si nunca le han hecho una petición o si tiene que ver con
derechos de autor, por ejemplo.

No, nunca he recibido una invitación para publicar en revistas cubanas, salvo en La Noria,
invitada por Oscar Cruz, y donde apareció en 2018 el cuento «Repatriada sin parar hasta
las seis de la mañana»[3].

Una vez exiliada era previsible —por como ha actuado tradicionalmente el poder
gubernamental— que dejara de gurar o de ser visibilizada como una escritora
cubana. Y aunque cuenta con una publicación tras su exilio, no aparece en la

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EcuRed, por ejemplo. ¿Ha conocido, además del silencio y el borrado de memoria,
alguna acción concreta por demeritarla dentro de la isla? 

Debido a trámites que tuve que realizar en Cuba en julio de 2012 descubrí que mis datos
ni siquiera constaban en los registros de la policía. Había pasado a la condición de
fantasma. El borrado de memoria aparece con claridad en las bibliografías de algunos
libros y artículos que tratan sobre temas que yo había estudiado con anterioridad y que sí
suelen ser citados por académicos y críticos que residen fuera de Cuba; el más relevante
entre los que conozco «aparece» en El 71. Anatomía de una crisis, de Jorge Fornet. Otra
excepción a la exclusión: una reseña de Jorge Domingo en Espacio Laical, sobre la edición
de 2010 de mi libro Política y Polémica en América Latina. Las revistas Casa de las Américas
y Mundo Nuevo. Es posible que existan referencias y que yo las desconozca.A partir de mi
primera visita a Cuba en 2012 sí he recibido «recados» a través de terceros. En uno de ellos
emplearon un lenguaje ofensivo y soez contra mi persona: fui cali cada de puta y de
traidora que no merece pisar la tierra donde nació, pues mordí la mano que me dio de
comer; en otro he sido avisada de que no puedo establecer vínculos institucionales con
nes de investigación académica.

De cualquier modo, estos episodios no son mayores que la vida de cualquier individuo. En
medio de toda la oscuridad que uno puede narrar existe precisamente lo opuesto, que es
la claridad con que conseguimos reconocernos en esos momentos y salir adelante.
Responder a tus preguntas es la prueba de que no soy un fantasma.

Notas:

[1] Aguilera, C. & Morejón, I. (2017). Escenas del yo otante. Bokeh.

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[2] Morejón, I. (2007). «Las relaciones intelectual—Estado están anquilosadas»,
Cubaencuentro, (en: https://cutt.ly/Tp7RTyU) 

[3] Morejón, I. (2018). Repatriada sin parar hasta las seis de la mañana. La noria, 15, 20-25.
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 1 Comment     

 CENSURA EN CUBA ESCRITORES CUBANOS IDALIA MOREJÓN LITERATURA CUBANA

PAIDEIA POETAS CUBANOS PRINCIPAL ROLANDO PRATS

1 comment

HÉCTOR MANUEL GUTIÉRREZ


R ES PO N DER
AGOSTO 21, 2020 AT 10:00 AM

La entrevista de Melissa ha sido una verdadera sorpresa para mí. Tengo


algunos libros de Idalia. La he seguido por años a través de la lectura.
Leer este documento ha sido la con rmación de una vieja epifanía. Digo
con rmación, porque conozco algunos de esos callados y discretos
recovecos que de nen su personalidad, su orientación y su creatividad.
Acabo de comprar su cuaderno UNA ARTISTA DEL HOMBRE. Espero su

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llegada para leerlo con avidez y conectar subjetividades. Un abrazo
fraterno. 

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