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Literatura colombiana y

memoria histórica

Editores académicos
Diego Mauricio Barrera Quiroga
Sandra Patricia Cerquera Quinaya
Jhon Fáiver Sánchez Longas
Literatura colombiana y memoria histórica

Sánchez-Longas, Jhon Faiver; Cerquera-Quinayá, Sandra Patricia y Barrera-


Quiroga, Diego Mauricio. Literatura colombiana y memoria histórica. Bogotá:
Instituto Nacional de Investigación e Innovación Social, 2020

Páginas 130
14x21cm
ISBN
Incluye referencias bibliográficas

I. Educación, II. Literatura colombiana, III. Investigación, IV. Memoria histórica, V.


Relatos, VI. Sánchez-Longas, Jhon Faiver (editor), VII. Cerquera-Quinayá, Sandra
Patricia, (editor), VIII. Barrera-Quiroga, Diego Mauricio.

CEP —Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Instituto Nacional de Investigación e Innovación Social


NIT 901.100.889-8
Cámara Colombiana del libro N.º 255238

©Instituto Nacional de Investigación Social


©Jhon Faiver Sánchez Longas, Sandra Patricia Cerquera Quinayá, Diego Mauricio Barrera
Quiroga, Yamith Henao, Anyi Yuliana Calle Cabrera, Leydi Marcela Cedeño Tovar,
Juan, Esteban Vásquez Panchalo, Jhon Handerson Lozada Cabrera, Steisy del Carmen
Rodríguez Arias, Rosa Alejandra Ramírez Otálvaro

Literatura colombiana y memoria histórica

ISBN
Primera edición, Bogotá (Colombia), 2020

Víctor Eligo Espinosa Galán


Director Nacional
director@inis.com.co

Andrés David Nieto Buitrago


Coordinador Editorial
editorial@inis.com.co

Dra.Piedad Ortega Valencia. Universidad Pedagógica Nacional.


Dra. Diana Melisa Paredes. Universidad de Antioquia
Dr. Eduardo Moncayo. Universidad Antonio Nariño
Mag. Isabel Mejía Guayara. Universidad de Cundinamarca.
Dr. Elías Manaced Rey Vásquez. Corporación Universitaria Minuto de Dios
Dr. Giovanny Moisés Pinzón. Secretaría de Educación de Cundinamarca
Dr. Julio Hernán Parrado. Secretaría de Educación de Bogotá.
Dr. Raúl Cuadros Contreras. Universidad Pedagógica Nacional
Comité Académico

El presente texto fue evaluado en la modalidad de doble ciego y contó con una evaluación editorial.
Hecho el depósito legal que ordena la Ley 44 de 1993 y su decreto reglamentario 460 de 1995
Contenido

Literatura colombiana y memoria histórica............................................... 7


Diego Mauricio Barrera Quiroga, Jhon Fáiver Sánchez Longas,
Sandra Patricia Cerquera

El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada


desde la sociología de la literatura............................................................ 27
Yamith Henao, Anyi Yuliana Calle Cabrera

El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el


cuento: Sangre en los jazmines de Hernando Téllez................................ 45
Leydi Marcela Cedeño Tovar

Amnesia circular, un asunto de memoria................................................ 61


Juan Esteban Vásquez Panchalo, Jhon Handerson Lozada Cabrera

Una mirada a los hechos de la toma del palacio


de justicia desde la obra literaria Vivir sin los otros................................. 79
Luisa Artunduaga, Paola Artunduag, Jhon F. Sánchez

El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción


de la memoria colectiva.............................................................................. 99
Steisy del Carmen Rodríguez Arias, Rosa Alejandra Ramírez Otálvaro

— 5 —
Literatura colombiana y
memoria histórica

Diego Mauricio Barrera Quiroga


diego.barrera05@uptc.edu.co

Jhon Fáiver Sánchez Longas


jhonf.sanchez@udla.edu.co

Sandra Patricia Cerquera


sa.cerquera@udla.edu.co

Fueron veintidós, dice la crónica.


Diecisiete varones, tres mujeres,
dos niños de miradas aleladas,
sesenta y tres disparos, cuatro credos,
tres maldiciones hondas, apagadas,
cuarenta y cuatro pies con sus zapatos,
cuarenta y cuatro manos desarmadas,
un solo miedo, un odio que crepita,
y un millar de silencios extendiendo
sus vendas sobre el alma mutilada.

Cuestión de estadísticas, Piedad Bonnett

Tratar de comprender el conflicto interno colombiano a partir del


universo de la literatura, constituye no solo la posibilidad de construir
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memoria histórica, sino de resignificar el presente y, con ello, asumir


el futuro como sujetos activos y críticos. Es así que el presente libro
nace de un proyecto de aula que pretendió, precisamente, reconstruir
la memoria histórica del conflicto armado colombiano a partir de la
literatura. De esta forma, junto con dos grupos, cada uno compuesto
por treinta docentes en formación de Lengua Castellana y Literatura,
de la Universidad de la Amazonia, se revisitaron diversas obras, en las
cuales se destaca la producción intelectual de textos orales y escritos que
conjugaron nociones histórico-literarias sobre el conflicto armado en
Colombia, enmarcado en los últimos sesenta años.
La literatura, en este ejercicio académico, se consideró como un tipo
narrativo que permite identificar los acontecimientos de la confronta-
ción armada en el país, así como las secuelas, los discursos políticos
y los diferentes elementos históricos, sociales y culturales de la época.
Asimismo, se evidenció un impacto tanto en el grupo de estudiantes
como en la población caqueteña en general, debido a la sensibilización
realizada en lugares públicos a partir de exposiciones y puestas artís-
tica a modo de conclusión del proceso. Este proceso surge como fruto
del esfuerzo docente que se lleva a cabo al orientar el seminario como
opción grado en el 2017 y 2018, en la Universidad de la Amazonia. La
población, con la cual se desarrolló la propuesta de investigación, estuvo
constituida por estudiantes de último semestre del programa de Lengua
Castellana y Literatura. El derrotero que se trazó fue el de construir, a
partir de la literatura, la memoria histórica del conflicto colombiano.
De esta manera, se configuran las nociones históricas y de análisis lite-
rario sobre el conflicto armado en Colombia, enmarcado en los últimos
sesenta años.
Asimismo, es de anotar que se parte de un enfoque de investi-
gación sociocultural y se alimenta con los estudios literarios y con el
reconocimiento de los estudiantes. Esto último, es de vital importancia
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en el desarrollo del currículo literario, por lo cual, se presta particular


atención a las experiencias, voces y narrativas, individuales y grupales,
de los educandos, acerca de su trabajo y de sus vidas con relación a las
obras literarias seleccionadas. Así, pues, esta investigación pone en el
centro la enseñanza de la literatura frente a un contexto polifónico del
conflicto armado.
El tema del seminario, más que cautivante fue totalmente necesario.
Hacer eco desde las aulas para buscar el diálogo con los futuros docentes
sobre las diferentes narraciones del conflicto, lejos del discurso general
y sectario de algunos medios de información serviles al poder de turno,
permitió el reconocimiento de diversas facetas del conflicto armado,
en el que todos se reconocieron como víctimas. Pero no las víctimas
silenciadas desde la ignorancia y el miedo, sino personas conscientes de
una gran tragedia que no se puede repetir y que se reconocen, desde su
profesión, como grandes constructores de paz.

Referentes teóricos
De esta forma, la pregunta que se hiciera el gran poeta alemán Friedrich
Hölderlin: “¿para qué el poeta en tiempos aciagos?” puede plantearse
de la misma manera para el maestro, ese guía siempre dispuesto a
dialogar y crecer a la par con sus estudiantes mientras transita por los
infinitos caminos de los múltiples saberes. Ya Fabio Jurado (2010) había
mencionado años atrás la necesidad de maestros que, además de guías,
impulsaran el deseo de la indagación, cuando planteaba que “el rol del
maestro es decisivo, no como el que enseña (algo tan difícil hoy y tan
imposible, insistamos) sino como quien está dispuesto a interactuar con
el estudiante a partir de sus dilemas y de sus búsquedas, y también como
provocador para la búsqueda” (p. 120). Desde esta perspectiva, y si se
continúa con las palabras de Jurado Valencia (2010):
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(…) el reto de todos los que ejercemos la docencia en el campo de


la li- teratura: enseñar la necesidad de la literatura, no la literatura como
un cúmulo de informaciones. Esa necesidad hacia el deseo de leer una
novela, un cuento, un poema, un ensayo sólo puede enseñarla quien la
vive cotidianamente, es decir, quien está constituyéndose como lector y
tiene la competencia y la convicción para hablar sobre literatura, porque
siente también la necesidad de hablar, en un aula de clase, o en una
cafetería, o en una fiesta, o mientras viaja en el bus, sobre lo que ha leído.
(p. 121)
Es probable que, en este punto del discurso, los lectores se pre-
gunten: ¿Por qué es necesaria la literatura para la reconstrucción de
la memoria histórica del conflicto armado? La respuesta es puntual:
porque la literatura habla de los hombres, es creada por el hombre para
transformar al hombre, lo define, lo colma, lo desborda. En esencia,
tiene en sus entrañas la inconmensurable fortaleza de comprender parte
de las historias y de las profundas raíces del conflicto, para dejar de
significar el mismo, como una mera “cuestión de estadísticas” en la que
se deshumaniza a las víctimas y se corroe la sensibilidad de las personas
en aras de obtener como saldo a un grupo de autómatas, ignorantes de
su historia y capaces de naturalizar los horrores del conflicto armado.

Dentro de las claves iniciales para comprender el cuerpo simbólico de


la memoria, destacamos los hechos que quedan condensados en los
recursos literarios, como la metáfora, la intertextualidad o las alegorías
presentes en las novelas que remiten al conflicto social y político en
Colombia (García y González, 2019, p. 151).

La literatura en general, además de sensibilizar a los lectores, abre


el campo de percepción de los sucesos, al reconstruir la dimensión
histórica desde la singularidad. Esto permite representar las diversas
posturas y percepciones de los habitantes de un país afectado por el
Literatura colombiana y memoria histórica 11

conflicto armado. Por un lado, la literatura le permite al sujeto develar


la realidad presentada y ser crítico frente al mundo en el que vive; y,
por otro, la experiencia vivida del sujeto la adopta como una forma de
conocimiento. Es decir, que los dos elementos (literatura y experiencia
vivida) le permiten al ser humano no solo entender la realidad que se
le presenta, sino que ello le ayuda a construir y reconstruir la memoria
como tejido social, para que los elementos del conflicto armado en
Colombia no vuelvan a presentarse. Todo lo anterior, toma relevancia
en el actual momento de la Universidad de la Amazonia, en el intento
por repensar el ejercicio de la paz y la educación en la memoria del país.

Es de anotar, en este contexto, que en el marco de los actuales procesos


de paz, la memoria se constituye en uno de los aspectos más impor-
tantes para la educación, por cuanto se perfila en ella la posibilidad de
visibilizar ante la ciudadanía el sufrimiento de las víctimas, reconocer
los efectos subjetivos de la guerra en una parte de la sociedad colom-
biana y advertir una forma de comprender lo que se ha denominado
experiencias de reparación y de no repetición (García y González, 2019,
p. 152).

Vasili Kandinski (1989) pronunció, a inicios del siglo XX, una frase
que se ha vuelto célebre: “toda obra de arte es hija de su tiempo” (p.
31). Así, la literatura como obra de arte, ha albergado un contenido que
refleja la violencia de la época, ya no desde los relatos universales, sino
desde aquellos que emergen de las voces silenciadas de los olvidados del
mundo. Al respecto, Diógenes Fajardo (2011) aclarará que:

Una de las constantes de la novela latinoamericana, señalada reiterada-


mente por la crítica, es la relación entre novela e Historia. (…) los nove-
listas latinoamericanos sienten la necesidad de reescribir la Historia.
Quizá la razón de esta tendencia radique en el hecho mismo de saber
que la Historia de América Latina está hecha de ficciones que han ido
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adquiriendo el status de verdad, casi revelada, y que es necesario brin-


dar otras posibilidades de cómo pudieron haber sucedido los hechos
históricos. El poder ha servido para implantar una historia verdadera.
El novelista tiene la obligación de relativizar esa historia y de darle voz a
los silenciados y vencidos. Incluso, en repetidas ocasiones, la historia del
poderoso se presenta con muchas mutilaciones para que no aparezca
el ser humano y se pueda construir y sostener en forma más sólida el
sentido mitológico de los héroes fundacionales (pp. 17-18).

En coherencia con lo anterior, fue seleccionado un corpus de


novelas históricas y de testimonio que se refieren a diversos hitos del
conflicto en Colombia y que se permite detallar a continuación:
• En primera instancia, en La vorágine, de José Eustasio Rivera
(1985), retrata que no existe el dilema del que busca exclusiva-
mente lo artístico frente al que persigue perspectivas sociales,
pues en ella coinciden las dos: forma artística y forma social.
Para ilustrar mejor: está la denuncia presente en la novela sobre
la explotación del indio y la lucha con la naturaleza.
• Por otra parte, la obra Cóndores no entierran todos los días,
de Gustavo Álvarez Gardeazábal (1985), escrita en 1971, es
seleccionada porque evidencia de forma concreta y elevada
el conflicto político del bipartidismo en Tuluá, en un periodo
comprendido en los años 1946 y 1956.
• El crimen del siglo, de Miguel Torres (2013), narra la historia
de lo que vendría a conocerse como “El Bogotazo”, el nueve de
abril de 1948, para retratar el magnicidio del personaje liberal
Jorge Eliécer Gaitán.
• Vivir sin los otros, de Fernando González Santos (2010), narra
los acontecimientos del 6 y 7 de noviembre de 1985, donde
un grupo guerrillero (M-19) se toma el Palacio de Justicia y
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el Estado al querer ‘restablecer’ la ‘democracia’ busca retomar


el lugar a sangre y fuego. En ese afán de saber cuáles fueron
los móviles, desaparecen a los empleados de la cafetería, en
donde el personaje Ramiro (desaparecido) cuenta sus últimos
momentos de vida.
• El gato y la madeja pérdida, de Francisco Montaña (2014),
plantea en primer plano las vicisitudes que atraviesa una ado-
lescente y su concepción (como representante de las futuras
generaciones) del conflicto político que culmina con el trágico
genocidio de la Unión Patriótica. Esta obra es un recorrido
triste desde la mirada de Ana María, la protagonista, por los
asesinatos sistemáticos que conmocionaron al país en los años
ochenta.
• Los ejércitos, de Evelio Rosero (2014), que conmueve a sus
lectores con los acontecimientos que tienen lugar en un pue-
blo llamado San José, en el que la violencia se apodera de sus
habitantes y se ostentan diversos uniformes, cuyo color y estilo
no diferencia a aquellos que los visten, ya que, sus actos contra
la población los convierten a todos en una gran masa homogé-
nea, la cual Rosero, el autor del libro, no se molestó en separar
en guerrillas, soldados y paramilitares.
• Abraham entre bandidos, de Tomás González (2010), es la
historia del secuestro de Abraham, por un grupo guerrillero,
cuando este llegaba a su finca. En el pasar de la novela, el lector
mediante su lectura comprende los pormenores de la vida de
los subversivos y los padecimientos que sufre un secuestrado.
Es una historia narrada desde dentro, del que vive esa priva-
ción de la libertad.
• Siguiendo el corte, de Alfredo Molano (1989). Con la escritura
poética y de contexto que lo caracteriza, esta obra es una
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compilación de historias que hablan del conflicto colombiano


de la década del cincuenta y cómo tomó fuerza la guerrilla en
oposición a los gobiernos de esa época.
• Angosta, de Héctor Abad Faciolince (2003), es una metáfora
de la ciudad que está asesiada por la exclusión y la violencia,
la primera se refleja por la división de los tres sectores y, la
segunda, por un grupo de personajes, como los siete sabios,
que definen quiénes pueden vivir y quiénes deben desparecer.

Además, se considera pertinente en el desarrollo del seminario,


obras de carácter ensayístico, teatral e investigativo, ya que corres-
pondían y dibujaban contextos y hechos concretos en el seguimiento
cronológico del conflicto. Es así que se incorporaron:
• ¿Dónde está la franja amarilla?, de William Ospina (2008),
en donde el autor presenta un amplio panorama del contexto
político, social, educativo, económico y cultural de Colombia
con el fin de hallar respuesta a un complejo interrogante que
le hiciera una extranjera amiga suya sobre la situación del país.
• Guadalupe años sin cuenta, creación colectiva del grupo La
Candelaria (2017), con la colaboración de Arturo Alape,
indaga y refleja el contexto de las guerrillas del Llano, lideradas
por Guadalupe Salcedo, poco antes de que el mismo fuese
asesinado luego de abandonar sus armas para incorporarse a
la vida civil.
• Unos grises muy verracos, de Claudia Alejandra Ciro (2016),
donde se hace una radiografía del conflicto armado en el
Caquetá desde la aparición de las FARC y la incursión de los
Paramilitares a la región.
Literatura colombiana y memoria histórica 15

Todos estos textos acompañaron las cavilaciones conjuntas de estu-


diantes y docentes, desde una perspectiva de análisis crítico claramente
contextuado. Por otro lado, la metodología llevada a cabo para el desa-
rrollo de los objetivos propuestos fue dialógica, lo cual permitió la con-
fluencia entre diversos saberes sobre el conflicto armado en Colombia.
De igual manera, fue idónea para la construcción y sustentación de las
hipótesis que tomaron forma y se desarrollaron en el transcurso de cada
sesión. De la mano con lo anterior, se propusieron otras actividades que
acompañaron la ruta de viaje:
• En primer término se realizó un paneo general sobre el con-
texto histórico colombiano basado en los hitos fundamentales
que tejen el conflicto armado en el país. Para este fin, el libro
¿Dónde está la franja amarilla?, de William Ospina, fue uno de
los textos claves que apoyaron este ejercicio.
• Acto seguido, se privilegió el acompañamiento en los proce-
sos de escritura de los estudiantes. Fue un trabajo conjunto
desde la indagación de sus intereses investigativos, además
se pasó por el análisis de las posibles tesis a desarrollar y se
retroalimentaron los primeros borradores, hasta decantar en
textos que evidencian el esfuerzo consciente y la constancia
de los estudiantes. Varios de esos textos se encuentran en esta
publicación, pues todos esos destellos de consciencia no deben
relegarse en el silencio, dado que han sido creados para que
hagan eco en la memoria y en las reflexiones de sus lectores.

Abordaje metodológico
El ejercicio pedagógico estuvo guiado a través de la investigación-acción
como una estrategia de la pedagogía por proyectos. Se puede decir que
la actividad educadora y el proceso de enseñanza se concibió como una
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actividad investigadora, reflexiva y procesual, a través del análisis-diag-


nóstico e identificación del conflicto armado colombiano, donde se
estableció un corpus sobre la misma, en la cual se contextualizaron y se
formularon estrategias de acción, su abordaje y construcción de textos
para evaluación de resultados desde la reflexión, así como la visita in situ
como forma de “acción-reflexión-acción”. Dicho proceso sigue como
modelo la formación permanente que desde la investigación-acción
se pretende. Kemmis y MacTaggart (1988), por ejemplo, describen la
investigación-acción como:

(…) una formación de indagación introspectiva colectiva emprendida


por participantes en situaciones sociales con objeto de mejorar la racio-
nalidad y la justicia de sus prácticas sociales o educativas, así como su
comprensión de esas prácticas y de las situaciones en que estas tienen
lugar (p. 9).

Aunque el término de “investigación-acción” fue acuñado por


Kurt Lewin en 1946, la aplicación en el ámbito educativo fue posterior.
Este modelo ha pretendido estudiar, observar, reflexionar y participar
en lo social para mejorar las condiciones establecidas, para el caso en
concreto, construir una idea del conflicto armado colombiano a través
de la literatura y establecer condiciones reflexivas en concreto, además
de reconocer desde la memoria histórica la valía por el nuevo ser en
contexto de conflicto y contradicción.
En suma, es de reconocer que esta metodología ayudó en la reflexión
social, política y académica, los cuales eran algunos de los objetivos del
seminario. Posicionar la enseñanza y la práctica investigadora en el aula
contribuye a la práctica docente y al fortalecimiento de la indagación
y formación desde el diálogo, además de aglutinar nuevas imágenes
en la enseñanza-aprendizaje, el profesorado y la investigación. En este
marco el proyecto pretendió construir bases teórico-metodológicas
Literatura colombiana y memoria histórica 17

para el ejercicio docente e investigativo con el fin de mejorar la calidad


educativa y la sensibilidad social en un periodo que transita hacia la
construcción de una sociedad diferente, sin guerra.
Hoy los profesionales en la educación cumplen un papel esencial
en las transformaciones educativas y, por ende, social. La imagen del
profesorado investigador se considera vital debido a la incidencia en
las prácticas educativas, lo que implica la utilización de herramientas
colaborativas que lleven hacia acciones de fortalecimiento de la cul-
tura investigativa en las instituciones. Se vive en un mundo donde los
cambios sociales y tecnológicos exigen la construcción de imaginarios
renovadores en la educación; imágenes que se reconceptualizan a tra-
vés de las prácticas investigativas y crean representaciones activas de
ciudadanos capaces de construir conocimiento desde la participación
comunitaria. Por último, el interés en el desarrollo de esta propuesta
pretendió entender la coexistencia entre el ámbito educativo, la ense-
ñanza y la investigación. Superar el tecnicismo que se le impregna al
ejercicio investigativo y la enseñanza estuvo en lo planeado. Desde
esta perspectiva el objetivo fue lograr una práctica educativa desde los
fenómenos y con participación de los involucrados, a fin de establecer
hipótesis y construir marcos referenciales de la realidad sociohistórica
que se vivencia.

Resultados y aportes
Este proceso fue gratificante al final, ya que cada estudiante logró desa-
rrollar en su texto una de las preguntas que le parecían más inquietan-
tes. Como lo menciona Leydi Marcela Cedeño Tovar, cuando plantea
que “La razón para escribir este texto surge del interés por ahondar en
el sufrimiento que causa la guerra en las mujeres”, porque para ella fue
claro que, aunque las mujeres en su mayoría no van a combatir, sufren la
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guerra y deben tomar parte en la responsabilidad de cambiar su destino.


Como se ve, de nuevo la bina: participación y silencio se toma el esce-
nario que abre posibilidades a la consciencia y la contribución social,
mediante lo cual se deja lado la indiferencia.
Por otro lado, el proceso de fortalecer las actitudes discursivas en
los estudiantes fue un aspecto esencial en el proyecto. Es vital que las
personas que han crecido en territorios cuyo foco de violencia los ha
obligado a guardar silencio, rompan el mutismo poco a poco. En este
caso, se propició este aspecto como un proceso lento, pero lo bastante
arduo que permitió, finalmente, diálogos constantes, exposiciones y
el desarrollo de discursos orales en torno a problemáticas específicas.
Se realizó también, una salida pedagógica de reconocimiento in situ,
de unos de los acontecimientos que han determinado el conflicto en
Colombia: la toma del Palacio de Justicia. Allí se logró un encuentro con
los familiares de las víctimas que ese día, conmemoraban los 32 años de
lucha por los desaparecidos en la retoma del Palacio. Así se conoció a
Bety, voz protagónica de Vivir sin los otros, quien compartió su historia
y denunció el tejido de diversas historias, que, como la suya, hoy no han
logrado ser esclarecidas por la justicia colombiana.
De igual manera, se abre la puerta al diálogo y al debate con la
comunidad, a partir de un conversatorio, con el fin de hallar un espacio
de encuentro que permitiera hablar sobre la situación actual del proceso
de paz. Dicho evento, reunió a participantes regionales como excom-
batientes de la extinta FARC-EP, representante regional de las víctimas,
representante de la oficina de paz de la Universidad de la Amazonia,
líderes sociales y académicos que se dieron cita en el auditorio Callice-
bus Caquetensis al calor de la música, del debate, de la esperanza y a la
vez, del desasosiego.
En los anexos del presente texto, se puede encontrar el registro
fotográfico que dan cuenta del conversatorio realizado en el marco
Literatura colombiana y memoria histórica 19

del Seminario. Este tuvo como problema a desarrollar la reconstruc-


ción de la memoria desde el territorio, bajo la pregunta: ¿Y cómo va la
implementación de los Acuerdos en el Caquetá? Se considera que dicho
interrogante era fundamental, debido a que el Departamento es un esce-
nario de conflicto armado, pero que, en el actual Proceso de Paz, está
dando los primeros pasos para salir de esa ‘mala hora’. El análisis que
surge de ese conversatorio, es que los Acuerdos refrendados en el Tea-
tro Colón no se desarrollan a cabalidad, en lo que tiene que ver con la
implementación, en los temas como: la reinserción a la sociedad civil de
los excombatientes, las garantías de seguridad para hacer participación
política, los proyectos productivos van lentamente, las circunscripcio-
nes especiales para la paz no fueron tenidas en cuenta en el Congreso,
el cambio de cultivos ilícitos de los campesinos de la región por cultivos
agrícolas está lejos de hacerse, se le han puesto problemas a la Justicia
Especial para la Paz para que no funcione, a las víctimas o familiares
de víctimas aún están en pugna para que se haga justicia y se cuente la
verdad, entre otras. Estos elementos señalados como conclusiones del
conversatorio, de una u otra forma, deja entrever que, en el Caquetá, la
paz aún está en el papel, ya que la realidad les demuestra que el conflicto
armado tiene otros brazos que van creciendo como: el aumento de las
disidencias, el narcotráfico y el asesinato de líderes sociales.
Esta radiografía, hecha en el conversatorio, permitió entender que
el conflicto armado es histórico, debido a que los problemas por lo
que se formó, aún persisten y es allí, donde la memoria es clave, para
mostrarle a la región y al país el horror de la guerra por más de medio
siglo y que es posible pensar que en el actual Proceso de Paz, ello no
vuelva a ocurrir, a pesar de que el Estado colombiano, pareciera querer
que la violencia se prolongue. Estos elementos de análisis permitieron
que los estudiantes del Seminario contrastaran la realidad de la obra
literaria con la radiografía de una región y comprendieran que el trabajo
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de construir un país en paz es un trabajo fuerte y de largo aliento, ade-


más de que se entendiera que ello empieza desde la educación; que la
literatura es una de los elementos que ilumina ese derrotero y que, a su
vez, se consolida no solo con la discusión de los Acuerdos en relación
con su implementación, sino con la reflexión escrita de lo analizado.
El seminario también presentó una exposición de memoria histó-
rica a partir de artículos de prensa, fotografía y expresiones artísticas
como teatro, cuentería, poesía, entre otros. Dicha exposición, fue lle-
vada a cabo dentro y fuera del claustro universitario, con el objetivo
de lograr un impacto en la comunidad florenciana en general. De esta
forma, la plaza principal de Florencia, Caquetá, se convirtió en un cen-
tro de cultura y de reconstrucción colectiva de esa memoria histórica
del conflicto, mientras los transeúntes se detenían expectantes frente al
reconocimiento de realidades que marcaron, y aún lo hacen, el contexto
colombiano. La lectura crítica y la investigación generaron una ola de
consciencia que se desbordó a la calle y su huella fue una luz de espe-
ranza en el futuro.
Las puestas en escena fueron, sin duda, lo que más atrajo a las per-
sonas. A ellas se acercaban y preguntaban sobre lo que pasaba. Mucha
gente desbordó el sentimiento de simple entretenimiento y comentaron
que la historia se repetía hasta el cansancio. Quizá, por lo menos, algu-
nos, habrían experimentado ese efecto del “distanciamiento” planteado
por Brecht y que, posteriormente, Ilse de Brugger (1961) analizará como
un intento por “despertar en el espectador una actitud crítica racional,
que le permita sacar sus conclusiones y luego actuar de acuerdo con
ellas en vez de dejarse cautivar por sus emociones que fácilmente
resultan estériles” (p. 109). Si ello se pudo haber logrado, incluso en un
porcentaje minúsculo, sería por lo menos un impacto para una sociedad
imbuida por la información sesgada y un paso para adoptar una actitud
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crítica frente al mundo real respecto a aquello que problematiza cada


una de las obras.

A modo de conclusión
De lo anterior, parece importante mencionar algunos casos a manera
de ilustración y cierre. Por ejemplo, la estudiante Angélica María Her-
nández Quiroga, en su texto titulado La voz de la violencia se refiere a
la condición de Ismael, personaje protagónico de Los ejércitos, de Evelio
Rosero, quien menciona que su papel en la obra “Es una estrategia del
autor para convertirnos en lo mismo que era Ismael, un mirón, de todo lo
que sucedía a su alrededor por su papel de testigo. Siempre fuimos también
testigos de todo lo ocurrido”. Es importante mencionar que los proce-
sos de lectura y escritura impulsan la reflexión, el análisis profundo y
contextuado, y el pensamiento propositivo. Todo al unísono, no para
contrarrestar el universo de dudas ni para pretender hallar respuestas
precisas, más bien para ensanchar, si fuese posible aún más, dicho
universo se presenta si se piensa que todos creen las propias verdades
sobre lo vivido. Por ello, la estudiante en mención, desarrolla el porqué
del silencio y cómo romperlo para afrontar la realidad del conflicto
armado que compete a todos. Sin embargo, desde los diálogos, en las
sesiones, varios estudiantes acotaban que ello es complejo en territorios
en los que callar es una estrategia para sobrevivir. Muchas personas en
Caquetá aprendieron que el silencio en época de conflicto armado era el
dios y romperlo casi siempre se pagaba con la vida.
Finalmente, esta experiencia en el Seminario, que contó con una
intensidad de 160 horas, divididas en 23 sesiones, logró una apasionada
búsqueda por comprender el conflicto a través de las pequeñas historias
silenciadas, en el gran discurso histórico, pero visibles en la literatura.
Culminado este proyecto, queda como ganancia no solo el libro de
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ensayos, sino, en la conciencia, la importancia de que la literatura


contribuye en la construcción de la memoria del conflicto armado. Es
decir, que esta investigación decantó en un proceso de autoformación
de los educandos y estos a su vez formarán a sus futuros estudiantes,
con lo cual, tal vez, la necesaria articulación del programa de Lengua
Castellana y Literatura con los diferentes problemas de la práctica de la
enseñanza y del contexto colombiano para lograr una transformación
del país.

Agradecimientos
Se quiere reconocer y agradecer el apoyo a los docentes Aníbal Quiroga
Tovar y Luis Ernesto Lasso, quienes estuvieron siempre atentos a través
de sus diálogos polémicos que sucitan inquietudes y nuevas visiones en
el ejercicio educativo. Para ellos toda la gratitud.

Referencias
Ciro, R. C. A. (2016). “Unos grises muy berracos”. Poder político local y configura-
ción del estado en el Caquetá, 1980-2006. Bogotá: Ediciones de la U.
De Brugger, I. M. (1961). Teatro alemán del siglo XX. Buenos Aires: Nueva
Visión.
Faciolince, H. A. (2003). Angosta. Editorial. Bogotá: Planeta
Fajardo, D. (2011). La fiesta del nacimiento de nuevos sentidos. Ensayos sobre
narrativa latinoamericana. Bogotá: Centro Editorial Facultad de Ciencias
Humanas, Universidad Nacional de Colombia.
Gardeazábal, G. A. (1985). Cóndores no entierran todos los días. Bogotá: Plaza
y Janés.
Literatura colombiana y memoria histórica 23

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Anexos
Conversatorio con los representantes de las víctimas del conflicto.
24 Literatura colombiana y memoria histórica

Exposición de memoria histórica


Literatura colombiana y memoria histórica 25
26 Literatura colombiana y memoria histórica
El gran Burudún-Burundá ha
muerto, una mirada desde la
sociología de la literatura

Yamith Henao
y.henao@hotmail.com

Anyi Yuliana Calle Cabrera


yuliana.09cabrera@hotmail.com

Resumen
Este ensayo se preocupó por hacer un acercamiento a la obra de Jorge
Zalamea, El gran Burundún-Burundá ha muerto, desde la sociología
de la literatura. Para orientar el trabajo se destacaron los fundamen-
tos teóricos de Lucien Goldmann, Michel Foucault y, finalmente, se
tuvieron en cuenta los elementos socioculturales de la época. También,
este trabajo se ubica en un contexto particular, pues surge en el marco
del proyecto de aula orientado en el seminario de grado nombrado La
literatura colombiana como elemento fundamental para la construcción
de la memoria histórica del conflicto armado en nuestro país.
Palabras clave: dictadura, Laureano Gómez, poder, sociocultural,
sociología de la literatura

— 27 —
28 Literatura colombiana y memoria histórica

Para lograr el acercamiento a la obra El gran Burundún-Burundá ha


muerto fue necesario abordar dos conceptos: sociología de la literatura y
poder. Esto con el objetivo de orientar el análisis literario. Se definió que
la mejor opción sería la sociología de la literatura, pues en esta teoría se
encontró una oportunidad para contextualizar el entorno sociocultural
con el texto. Además, ayudó a identificar el papel emancipador del
artista para develar realidades de coyuntura política. Para Goldmann
(1971),

El sociólogo de la literatura parte de un texto que representa para él un


conjunto de datos empíricos análogos a los datos frente a los cuales se
halla ubicado un sociólogo cualquiera que emprende una investigación;
debe en seguida encarar un primer problema, el problema consistente
en saber en qué medida esos datos constituyen un objeto significativo,
una estructura con la que una investigación positiva pueda operar de
manera fructífera (p. 23).

Para otros autores como Lukacs (1969) es importante resaltar la


realidad en la obra, ya que “[todo gran arte […] desde Homero en ade-
lante, es realista, en cuanto es un reflejo de la realidad” (p. 11). Tampoco
se puede negar la vinculación entre el artista y la realidad que interac-
túan a través de la relación literarira con su entorno. No es posible ser
un literato de cerrado a la vida, a la condición política, al amor o a los
problemas sociales, económicos y culturales. A menudo las contradic-
ciones sacuden las acciones cotidianas en el escritor. Mariátegui (citado
en Subero, 1974) expresó, por ejemplo, que “la literatura de un pueblo
se alimenta y se apoya en su substratum económico y político” (p. 491),
por lo tanto, la erudición literaria no es suficiente ante la fuerza de la
sensibilidad histórica y política en los sujetos.
La sociología de la literatura fue un eje dinamizador del trabajo lite-
rario, pues la obra en cuestión proponía entender la cohesión de varios
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 29

factores sociales de la historia colombiana, sobre todo los relacionados


con la violencia. Esta mirada permitió identificar el testimonio en con-
creto y ponerlo en diálogo con el mundo. Por otro lado, el análisis buscó
abordar los matices característicos del personaje con mayor impacto en
el desarrollo los hechos narrados. Para tal fin, fue preciso reconocer la
cosmovisión del autor, ubicar la sensibilidad artística que se plasma en
una obra literaria, así como no perder de vista que la producción está
situada en un tiempo, en una época y en una realidad. Posteriormente,
se identificaron algunos elementos significativos que permitieron situar
la obra en relación con los aspectos de poder y su entorno socio-cultural.
En este punto se debe aclarar que, con la propuesta, se pretende
ubicar un marco de estudio sin desconocer otros esquemas de análisis
literarios ya reconocidos y/o con resultados satisfactorios, sino que se
intenta resaltar la sociología de la literatura como instrumento alterna-
tivo que permite orientar al lector-investigador interesado en profundi-
zar en obras literarias de tinte político.
Un elemento predominante a analizar es la relación de poder en
el personaje y los demás sujetos sociales de la trama; para tener clari-
dad en ello, se apoya en los aportes de la teoría de poder que plantea
Michel Foucault, donde se encuentra la caracterización de poder como
elemento estructural y ambiguo, pues tales componentes permitieron
relacionar el ejercicio de poder como abuso autoritario.

Aproximación al autor
Jorge Zalamea Borda (1905-1969) fue un escritor, poeta y periodista
colombiano que tan solo con 16 años empezó a vivir en el mundo del
periodismo. También, hizo parte del grupo de Los nuevos; publicó su pri-
mera obra llamada El Regreso de Eva (1936), viajó a Europa para realizar
el itinerario ‘obligado’ que consumaban los literatos latinoamericanos
30 Literatura colombiana y memoria histórica

de su tiempo. Con lo que proyectaba Zalamea y con los escenarios de


intelectualidad que demostraba, le permitieron posesionarse como un
escritor de gran reconocimiento, al aportar su identidad literaria en la
época y la sociedad vivida: “en el contexto nacional y latinoamericano
Zalamea fue un escritor que reflexionó, trascendiendo el carácter testi-
monial que domina la narrativa de otros autores de mediados del Siglo
XX” (López, 2010, p. 79).
Asimismo, al autor, se identifica en la línea de los escritores que se
pronunciaron a través de su arte, no solo para reflexionar, sino también
para denunciar fenómenos sociales que los atañen bajo la responsabili-
dad de sujetos en colectividad.

(…) Casi todas las grandes obras literarias tienen una función parcial-
mente crítica en la medida en que, creando un universo rico y múltiple
de personajes individuales y situaciones particulares universo organi-
zado por la coherencia de una estructura y de una visión del mundo, son
también llevadas a encarnar las posiciones que condenan y a expresar,
con el fin de hacer concretos y vivos a los personajes que las encarnan,
todo lo que humanamente se puede formular en favor de su actitud y
de su comportamiento. Quiere decir que tales obras, aunque expresen
una particular visión del mundo, se ven también llevadas a formular,
por razones literarias y estéticas, los límites de esa visión y los valores
humanos que hay que sacrificar para defenderla (Goldmann, 1971, p.
39).

Es allí donde el artista debe ser consciente del vínculo directo con
la realidad que le corresponde: “ya que el escritor no tiene modo alguno
de evadirse, queremos que se abrace estrechamente con su época; es
su única oportunidad; su época está hecha para él y él está hecho para
ella” (Sartre, 1967, pp. 9-10). Lo anterior, permite entender la acción
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 31

artística-militante de Zalamea con las ideas liberales, donde asumió su


compromiso social.

Cargado de ideales y confiando en poder aportar desde la acción polí-


tica para el mejoramiento democrático y cultural de su patria, Zalamea
regresó al país en 1936 y asumió como funcionario del primer gobierno
de Alfonso López Pumarejo. El bogotano actuó inicialmente como
secretario general del Ministerio de Educación, y luego, con apenas 31
años, en calidad de encargado de dicha cartera defendió ante el Con-
greso una importante reforma liberal en la materia (López, 2010, p. 81).

Lo manifestado hasta este punto sobre Jorge Zalamea, permite con-


cretar la importancia que tiene la voz testimonial, sobre todo de quien
se encontraba inmerso en los ambientes socio-políticos del Estado
colombiano, para que a través del análisis de su obra se pueda hacer un
estudio como personaje y destacar el aporte de un sujeto que asumió el
compromiso de develar vicisitudes políticas y sociales de forma artística.

Sociología de la literatura
Siendo fieles a la estructura propuesta para el ensayo, se ubica el con-
cepto de sociología de la literatura; para ello se apoya esencialmente
de Lucien Goldmann quien propone que para entender una novela se
requiere una preparación previa por parte del lector. Dicha preparación
se asume desde el presupuesto que lo que ha producido el artista en su
obra literaria es la manifestación de realidades que reconoce y ubican
al autor en un mundo, en unos hechos o ese conjunto de circunstancias
que lo hacen partícipe de un contexto. De acuerdo con René Wellek
(1968) “el arte no puede dejar de relacionarse con la realidad, a pesar
de lo mucho que reduzcan su significado o hagamos énfasis en el poder
transformador o creador del artista” (p. 170).
32 Literatura colombiana y memoria histórica

En consideración de Lucien Goldmann (1971) un primer elemento


que se da es la visión del mundo, pues representa una formación social,
en una concepción marxista, es la función del proceso social; es decir,
ver desde el núcleo literatura-sociedad y desprenderse de la mirada
individual para pasar a la acción del individuo en la colectividad. La
sociedad es el ambiente natural de los sujetos porque somos irremedia-
blemente hombres sociales.

La literatura se propone ahora buscar ese hombre. Un hombre real,


auténtico, descubierto, no inventado. Y este hombre real y auténtico,
este hombre en sociedad es el que ha llamado Ernesto Sábato, el hombre
concreto. Y este hombre concreto, tanto en lo subjetivo como en lo obje-
tivo, constituye el destino final de la literatura (Subero, 1974, p. 494).

En esa búsqueda, las dimensiones se abren, por ejemplo, hacia la


ideología que emerge del contexto, en la cual se centra la atención en
las relaciones entre la obra, el público y la estructura social (Romero &
Santoro, 2007); no para ser exclusivamente testimonio de los hechos,
sino para orientar al ser humano en crisis. Por otro lado, debe existir
claridad sobre la autonomía de inspiración del artista, quien plasma
unos acontecimientos que hacen parte de su imaginación, de su inti-
midad creadora o como dirá Goldman (1971): es el espacio donde el
escritor ubica una estructura interna en la que sitúa todo un universo
ficticio. Además, él define que los escritores representativos son aquellos
que cumplen con una visión del mundo y sus obras conforman la línea
instructora de la historia de la literatura (Altamiro & Sarlo, 1980).
También, es inevitable el contenido que converge entre la realidad
del artista y la realidad del mundo; es decir, la confrontación de lo
íntimo e individual con las perspectivas colectivas de la sociedad, lo
que obliga al artista a producir sus obras dentro de esquemas econó-
micos, políticos, religiosos e ideológicos. Por tal razón, es necesaria la
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 33

sociología de la literatura como agente determinador en el que se devela


la importancia de analizar aspectos como el contexto sociocultural de
una determinada población para identificar y caracterizar el porqué del
pensamiento o ideología marcados en una obra literaria.

La sociología de la literatura es un área de estudio especializada que


centra su atención en las relaciones entre una obra de arte, su público
y la estructura social en que ha sido producida y recibida. Trata de
explicar la emergencia de una particular obra de arte en un contexto
social concreto, y los modos en que la imaginación y creatividad de un
escritor es determinada por tradiciones culturales y relaciones públicas
(Romero & Santoro, 2007, p. 201).

Asimismo, González-Rubio (2005) afirma que

el autor de una obra literaria es un miembro más del grupo al que perte-
nece, y su escritura lo convierte en vocero; a la vez, el escritor posee una
lucidez, consciente o no, que lo que hace plasmar en la obra literaria, de
manera crítica su axiología (p. 2).

Dicho de otra manera, Zalamea está inmerso en la obra, e impacta,


a través de la literatura, la situación por la que pasó Colombia, espe-
cíficamente, desde el periodo hegemónico de Laureano Gómez. Este
escritor busca que el lector encuentre un interés simbólico donde pueda
relacionar y contextualizar lo que está escrito con la realidad.

Una vez que el investigador ha avanzado lo más lejos posible en la bús-


queda de la coherencia interna de la obra y de su modelo estructural,
debe orientarse hacia la explicación.
34 Literatura colombiana y memoria histórica

[…] Buscar la explicación significa buscar una realidad exterior a la


obra, una realidad que presenta con la estructura de ésta (Goldmann,
1971, pp. 27-28).

En otras palabras, la sociología de la literatura es un recurso muy


valioso que permite acceder a las obras literarias de forma organizada,
reflexiva y analítica. Esto es utilizado para acercarse al texto y la relación
con el personaje en un encuentro de texto y contexto.

Contexto de Zalamea y la obra


Jorge Zalamea representa en El gran Burundún-Burundá ha muerto, a
Laureano Gómez como el núcleo de la toma de poder y violencia que
surgió en Colombia alrededor de 1949, posterior a la muerte del diri-
gente liberal Jorge Eliécer Gaitán. Un periodo de agudización violenta
entre liberales y conservadores. La retoma del partido conservador tuvo
momentos políticos previos como la claudicación y connivencia del
gobierno de Ospina Pérez; es decir, el 14 de septiembre, el gobierno se
entrega sin vacilación a la política de Gómez. Luego, la designación de
lugartenientes en puestos claves, nombramientos de gobernadores por
lista que pasó Laureano; por último, la proclamación de un candidato el
12 de octubre, fecha en la cual oficialmente se proclama candidato único
del partido conservador a Laureano Gómez Castro a la Presidencia de
Colombia.
Con relación al hecho anterior, Laureano Gómez Castro es elegido
como presidente de Colombia el 27 de noviembre de 1949. Su forma de
gobierno estuvo permeada por el Falangismo español, pues desde ahí
impuso una reforma constitucional, esta se trataba de que las elecciones
fueran menos frecuentes, pero con la idea de ejercer autoridad totaliza-
dora, es decir, el poder dictatorial.
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 35

En los comienzos del gobierno (1950-1953) amainó la violencia. Los


primeros días caracterizó un buen ambiente para gobernar. La impre-
sión general en la sociedad era positiva, se creía en una administración
seria, serena y reflexiva frente a los problemas nacionales. Luego se des-
ata la ola de la violencia, con esta el presidente adelantó unas iniciativas
donde lo relevan como hombre de Estado (Ayala, 1990, p. 10).

Lo que implementó Gómez en el poder fue la represión a través de


la militarización y persecución política contra todo intento de oposi-
ción. Pretendió extinguir las formas de confrontación bipartidista, que
para entonces estaba en auge, a través de su nefasta intención de poner
en cintura todas aquellas manifestaciones de agitación política. Inicia,
entonces, un lapso de violencia acompañado de fraudes electorales
y enfrentamiento entre los partidos, todo ello por la negación de la
entrega del poder municipal (Ayala, 1990).
Por otro lado, para entender la función de poder en la obra y el
contexto, es necesario ubicarlo en el escenario del pensamiento de
Michel Foucault (2000), pues esto permite analizar a Gómez y el
personaje principal de El gran Burundún-Burundá ha muerto, ambos
como dinamizadores de la ideología dictatorial. Por eso, se remite a
la relación asimétrica en la sociedad y su ejercicio sobre otros, lo que
corresponde para Foucault (2000) el concepto de poder. Esta se consti-
tuye desde dos perspectivas: la autoridad y la obediencia. Dicho de otro
modo, el poder establece herramientas estratégicas en la sociedad para
que se inicie, suscite y reproduzca entre los sujetos. El elemento físico
es esencial para ejercer el poder, ya que no se adquiere, ni se pierde,
ni se comparte por su naturaleza. Esto factores se manifiestan en los
diferentes entes socioculturales: familia, trabajo, amistad y toda relación
que manifieste acción social. Por tal razón, es indispensable caracterizar
36 Literatura colombiana y memoria histórica

dichas manifestaciones en la obra de Zalame para orientar el análisis de


texto-contexto.
Aunque el poder no es absoluto en la teoría de Foucault, dado que
la ejecución del mismo trae consigo resistencias o contrapoder, lo que
da a expresiones de libertad o insubordinación. Es decir, siempre son
protagonistas de la resistencia a pesar de elegir el lado del dominio, por
lo tanto, insuficiente resulta la crítica a la sociedad a partir de la noción
determinante del Estado y la economía, de la ideología y la represión,
pues, políticamente, margina las relaciones de poder entre el cuerpo
social y sus artificios, en el mayor de los casos, violentos. El poder no se
subordina a los estadios económicos, sino que ‘normaliza’ a través de los
sujetos, los discursos, la verdad, los saberes y las redes que conectan con
múltiples forma de dominación.

El término poder proviene del latín possum -potes- potui -posse, que de
manera general significa ser capaz, tener fuerza para algo, o lo que es
lo mismo, ser potente para lograr el dominio o posesión de un objeto
físico o concreto, o para el desarrollo de tipo moral, política o cientí-
fica. Usado de esta manera, el mencionado verbo se identifica con el
vocablo potestas que traduce potestad, potencia, poderío, el cual se
utiliza como homólogo de facultas que significa posibilidad, capacidad,
virtud, talento. El término possum recoge la idea de ser potente o capaz
pero también alude a tener influencia, imponerse, ser eficaz entre otras
interpretaciones (Ávila-Fuenmayor, 2006, p. 216).

Lo importante es identificar que ligado a la raíz de poder están los


conceptos de mandato supremo, voluntad, fuerza, poderío y que todos
estos son afines al tejido social, y presentados desde los dispositivos
reguladores y distintivos del poder. Paradójicamente, la existencia del
poder está en la base humana, más allá de la adquisición física: el poder
simplemente ‘es’. En este sentido, el poder, a pesar de su vínculo por
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 37

antonomasia con el saber, estimula, sin pretenderlo, la sublevación con-


tra los efectos centralizadores que determinan a través de paradigmas
las formas de pensar y de saber, ligados a las instituciones y los discursos
organizados en la sociedad. Por tanto, se puede deducir que existe un
poder que envuelve, mimetiza, convierte en paradigma hegemónico los
establecimientos o instituciones desde los dispositivos o modalidades
ejercidas en la sociedad.
Privarle a una persona de los elementos básicos para su desarrollo,
constituye la manifestación de poder más delirante. Limitar el ejercicio
político, confinar al encierro o llevar el poder de la mano con la tiranía
muestra la dimensión pueril de la actividad de dominación. Pero ¿Cuál
sería la relación con el poder político y la sociedad? Pues, las relaciones
de poder se establecen por la fuerza cultural, incrustada en el tejido
social y ahondado por la desigualdad económica.

Para Foucault, el poder no es algo que posee la clase dominante; postula


que no es una propiedad sino que es una estrategia. Es decir, el poder
no se posee, se ejerce. En tal sentido, sus efectos no son atribuibles a una
apropiación sino a ciertos dispositivos que le permiten funcionar ple-
namente. Pero además, postula que el Estado no es de ninguna manera,
el lugar privilegiado del poder sino que es un efecto de conjunto (…)
(Ávila-Fuenmayor, 2006, p. 225).

Por lo tanto, el poder no está intrínseco en el Estado, sino que se


reproduce cuando depende de los mecanismos ‘normalizados’ en la
sociedad y que son interiorizados en los individuos que dan sentido al
conjunto, al ámbito social con los efectos de ley o norma. El primero,
existente ante la infracción y el segundo, asumido en la vida.
38 Literatura colombiana y memoria histórica

Acercamiento al personaje
La obra El gran Burundún-Burundá ha muerto demuestra una realidad
política y social que evidencia el abuso de poder en el que estaba some-
tida la sociedad en general, además de resaltar los factores que hacían
que el pueblo mantuviera en una constante represión, esto permitía
que se produjera el efecto de someterse al poder absoluto (y crueldad)
en la que se apropiaba este gobierno sobre sus habitantes. Lo anterior
permitió la existencia de un

caudillismo [que] simboliz[ó] la estructura socio-política colombiana y


los diferentes aparatos del Estado: económicos, políticos o ideológicos.
En la primera fila encontramos los aparatos represivos del estado que
comprenden el gobierno, la administración, el ejército y la policía. Son
“los grandes acólitos del silencio”, esto es, los que garantizan la hege-
monía del poder al gran Burundún-Burundá (Jaramillo, 2000, p. 595).

Es por eso que la temática principal está matizada por la historia de


un dictador, en este caso Laureano Gómez (está inferencia se hace dada
las imágenes que denota Zalamea con respecto a situaciones y ambientes
propios de la realidad del país) y los múltiples acontecimientos, muchos
de ellos cargados de exageración y ridiculización que giran alrededor de
sus años en el poder.

Vale la pena resaltar la relevancia del Gran Burundún-Burundá, que el


texto es sobre todo una parodia lingüística de la retórica política: repro-
duce, remeda y ridiculiza, a través de recursos estilísticos, un tipo de
discurso y una ideología dominante apoyada en la oratoria demagógica.
Los procedimientos retóricos del texto imitan formas de expresión
sociales, convenciones lingüísticas, fórmulas, clichés y frases estereoti-
padas que traducen valores ideológicos, morales y sociales cuestionados
(Jaramillo, 2000, p. 589).
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 39

|No cabe duda que en El gran Burundún Burundá ha muerto, se


destaca el comportamiento humano, la función social, la fuerza repre-
sora, el abuso del poder, la ideología de un dictador, entre otros. Lo más
relevante, es el lenguaje que se aborda desde un carácter significativo y
por su puesto de una situación particular.

Las aristas de poder en el personaje


La idiosincrasia del personaje se enfoca con claridad desde el inicio
del texto, dándole un contundente carácter de prepotencia, tanto así,
que desde las páginas iniciales se puede reconocer la ideología del gran
dictador (El gran Burundún-Burundá), quien a través del narrador es
proclamado como el todo poderoso, en el que su funeral no es más que
la dignificación y el reconocimiento a su excelso poder.

Ninguna crónica de sus actos, sería tan convincente ante las generacio-
nes venideras como la generosa y verídica descripción del cortejo que
pondero su poder en la hora de su muerte.

Pues cada uno de los pasos de aquella y luctuosa procesión, obra fue
de su ingenio, símbolo de sus designios, eco de su insigne borborigmo
(Zalamea, 1949, p. 9).

El autor no escatima en develar el poder que ostenta el personaje


principal. En las primeras páginas de la obra se identifica la potestad que
posee El gran Burundún-Burundá, donde el narrador profiere un dis-
curso con sentido testamentario. Ante la ubicación espacial que realiza
el narrador, al lector no le queda sino predisponerse a líneas seguidas de
derroche, a grandes caudales de alusiones al poder.
Al mismo tiempo, el personaje demuestra la opulencia de su poder,
designándose como un redentor que se proclama desde su ideología el
40 Literatura colombiana y memoria histórica

salvador ante la sociedad que él considera ingenua. Por eso, se lee en la


obra: “que vuelvan a ser como las bestias del campo y yo los redimiré de
su angustia” (Zalamea, 1949, p. 44). Ante esta aseveración, se continúa
presentado el texto con relación al contexto, pues la reciprocidad con
Laureano Gómez es la del dictador que presiona desde su doctrina para
intentar dominar la sociedad bajo la ideología de que no existe otro
camino sino el de someterse al dominio. Es importante establecer que
en El gran Burundún-Burundá ha muerto y Laureano Gómez, siendo el
mismo personaje, siempre se muestra una fuerza ideológica por parte
del gobierno, a través de varios entes como lo es la fuerza represora que
conlleva a la fuerza bruta y la fuerza discursiva para ejercer control y
dominio en una sociedad. A su vez, esto lleva a relacionar lo que se
encuentra en las formaciones ideológicas de los diferentes contextos,
pues principalmente se vincula la formación social, discursiva e ideoló-
gica. Con esto se quiere decir que desde lo social se determina el grupo
de personas que son sometidas a una rigurosa dictadura y que desde los
elementos represores solo les queda aceptar la realidad social, sometién-
dose a todas las impunidades que haya.

Esto significa que, en cierto sentido y en la concepción de las ideologías


constituyen conjuntos más o menos coherentes de representaciones,
esto se da tanto en el contenido como en la forma por la estructura
social, por medio de las cuales los grupos de hombres definen actitudes
ante el mundo social, la naturaleza, sus propias condiciones de existen-
cia, entre otros (Altamiro & Sarlo, 1980, p. 50).

Es por eso que desde la literatura, Jorge Zalamea emplea una forma
transcendental de poner en evidencia lo que sucedió en aquella época
y califica la situación a partir de las referencias hacia Laureano Gómez
como el Gran Burundún, el Gran Pesquisante, el Gran Cinegista, el Gran
Matador, el Gran Brujo, el Cismático, el Gran Extirpador, el Gran Tahúr,
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 41

el Gran Fariseo, el Gran Charlatán, el Gran Reformador, el Gran Par-


lanchín, el Gran Sacrificador. Precisamente por eso, este autor, utiliza
el recurso literario para “demostrar la macabra deshumanización a que
han llegado algunos seres que son supuestamente racionales bajo la tira-
nía burundiana” esto significa la “bestialidad demencial de hombres al
servicio del dictador y nobleza de los animales” (Zalamea, 1949, p. 100).

En representación con lo anterior, el vínculo existente entre ideología y


literatura y desde el punto de vista sociológico, la actividad literaria se
presenta como una manera de tener una organización donde simbóli-
camente se dé la experiencia a través de un uso particular del lenguaje,
esto se da con modificaciones de valores ideológicos ya sean implícitos
o explícitos (Altamiro & Sarlo, 1980, p. 50).

Si se retoman las ideas expuestas en los dos anteriores párrafos,


Zalamea, desde la realidad social a la que fue sometido, encontró una
fuerza ideológica y fue a través del lenguaje que realizó su denuncia
por medio de la actividad literaria, la cual se evidencia en El gran
Burundún-Burundá. El texto presenta un reproche total a los valores de
dominio que invalidan las condiciones no solo históricas, sino socio-
culturales, con lo cual se obliga a aceptar nuevos modelos de gobierno,
identidad y cultura. Así, pues, en la obra se puede leer:

La horda pura, la horda hasta entonces infalible en su ruta, la horda


siempre puntual a la cita con la vida, tropezó con la muerte invisible, se
tronchó el cuello contra la roca cristalina de la policía celeste (Zalamea,
1949, p. 90).

Ahora en el texto, Zalamea, destaca que las víctimas de la feroz


represión burundiana de una u otra manera trataron de luchar, pero
el poder que había sobre ellos era mayor, con lo cual se anulan las
oportunidades de liberarse de esa fuerza represora, es por eso que
42 Literatura colombiana y memoria histórica

prácticamente se convirtió en un pueblo pasivo. Detalla que el pueblo


aún no despierta de su ignorancia, esto quiere decir que se hace urgente
un despertar del pueblo en que se ejerza la autonomía, es un llamado a
despertar de su ceguera política o como afirma Willian Ospina (2012):
“la visible pasividad de la sociedad colombiana alarma a los visitantes”
(p.42). De manera detallada hace un llamado de atención para que se
haga algo.
Adicionalmente, Zalamea (1949) afirma que El gran Burun-
dún-Burundá ha muerto es una alegoría colosal del poder absoluto de
Laureano Gómez, conocido como monstruo.

Además era definido como el monstruo horrendo de pérfido corazón


masónico, garras homicidas y pequeña cabeza comunista hambrienta
de revolución. Pero los jefes conservadores que en algún momento no
estuvieron con él, eran algo peor. Eran la escoria, la hez de la Tierra,
los buitres, los saurios, los cocodrilos de la política, usufructuarios
del saqueo y de la desmembración patria que buscaban refugio y un
lugar para su futuro pillaje en el partido conservador. Desde el primer
momento Laureano se erigió en el guardián de la pura doctrina y
excomulgó como réprobos a casi todos los que ejercieron el mando en
nombre de su colectividad (El Tiempo, 1999, pp. 5).

A partir de lo anterior, se puede decir que es una recriminación que


se hace desde la posición de un narrador comunitario.

Conclusión
Finalmente, la sociología de la literatura es una teoría pertinente para
identificar, caracterizar y reconocer particularidades de una obra lite-
raria. Asimismo, el poder, fue otro elemento bandera que orientó el
análisis literario. Por último, se entiende que el poder ejercido por la
El gran Burudún-Burundá ha muerto, una mirada desde la sociología de la literatura 43

violencia bipartidista fue el eje central y la causa principal de la falta de


oportunidades e injusticias en el país. Dicho de otro modo, todo lo que
expone Zalamea en su obra es la forma par develar aquella dictadura
y dominio total del país, por eso, El gran Burundún-Burundá se puede
mostrar como una “caricatura” literaria del momento político colom-
biano y de las estrategias que se le ocurrieron para mantener el poder a
través de un régimen totalitario a los pies de Laureano Gómez.

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El papel de la mujer frente a la
violencia del conflicto armado
en el cuento: Sangre en los
jazmines de Hernando Téllez

Leydi Marcela Cedeño Tovar


le.cedeno@udla.edu.co

Resumen
Para hablar del papel de la mujer frente a la violencia del conflicto
armado colombiano se ha abordado el cuento Sangre en los Jazmines, de
Hernando Téllez, el cual se trabaja de la siguiente manera: primero se
hace un recorrido por los tipos de la violencia según Galtung (1998) en
relación con los hechos violentos vividos y sufridos por la mujer, y que
probablemente pueden seguir viviendo; en segundo lugar, se muestra
la imagen y el papel importante que asume la mujer frente al conflicto
armado y, tercero, se hace una invitación a la participación de la mujer
en el Procesos de Paz que se adelanta en Colombia.
Palabras clave: conflicto armado, violencia, violencia cultural,
violencia contra la mujer, violencia directa, violencia estructural

— 45 —
46 Literatura colombiana y memoria histórica

En el interés por hacer memoria y reconstrucción del conflicto


armado en Colombia, a través de la literatura colombiana, surge esta
propuesta de análisis del cuento Sangre en los Jazmines, de Hernando
Téllez. Este texto fue escogido por su relevancia frente a la violencia
sufrida por el campesinado y que devela, además, el caso concreto del
papel que juega la mujer campesina frente a esos hechos violentos. Vale
la pena subrayar que la inquietud intelectual del presente escrito es ¿En
el cuento Sangre en los jazmines, de Hernando Téllez, cuál es el papel
de la mujer frente a la violencia del conflicto armado? Dicha inquietud
se esclarecerá por medio de este escrito, el cual tiene como objetivo
general describir cómo aparece representado el papel de la mujer frente
a la violencia del conflicto armado en el cuento Sangre en los jazmines,
de Hernando Téllez.
La razón para escribir este texto surge del interés por ahondar en el
sufrimiento que causa el conflicto interno colombiano en las mujeres.
Es así que por medio del escrito se busca hacer memoria de ese dolor
infinito, donde se considera necesario que las mujeres se representen
como ente importante y generador de paz. Es preciso que se unan con-
tra la guerra porque, así como la guerra les ha causado tanto dolor, es
necesario que sean ellas las que cuenten y las que se proyecten al cambio
desde ese sin sabor de la violencia.
El cuento Sangre en los jazmines, es un cuento que hace parte de la
literatura testimonial de la violencia generada en el conflicto armado, el
cual entiende la literatura testimonial como una forma discursiva que
busca que la historia cale en la memoria de la sociedad, en la cual se
devele una verdad de la violencia vivida y sufrida en su mayoría por
la población civil, pero que ha estado oculta por mucho tiempo. En él
se cuenta la historia de desespero que vivieron las familias campesinas
durante los periodos de violencia (1940-1953) y de (1960-1980). Tam-
bién se puede denotar el papel que juega la mujer frente a la violencia
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 47

del conflicto armado. Ella como generadora de vida, en este caso, será
a la vez quien propicie la muerte para acabar con el dolor y el horror
de la guerra. Lo anterior, en razón de que es conocedora de la situación
de la guerra, además de ser invadida por el sentimiento de impotencia
cuando notaba cómo se acababa con familias enteras, las familias de sus
comadres y vecinas, de igual manera, al entender que el contexto no la
hace diferente y, por el contrario, la somete a la misma realidad.
Al abordar el tema de la violencia a la que se ve sometida la mujer
–en este caso representada en el personaje de mamá Rosa– en el texto
Sangre en los Jazmines y la manera como la afronta, es importante revi-
sar lo que significa la violencia, ya que se puede manifestar de distintas
formas; puede ser física, sexual o psicológica. La violencia ha dejado un
sin fin de dolor, angustia y sufrimiento en quien la padece:

El cuadro es desolador. Los muertos, los heridos, las mujeres violadas,


los traumatizados, los afligidos. Los refugiados, los desplazados. La
nueva población de viudas, huérfanos, heridos y golpeados por la
guerra, soldados desmovilizados. Los daños materiales, ruinas; correos,
teléfonos y telégrafos, agua y electricidad que no funcionan; carreteras,
vías férreas, puentes, rotos. Colapso institucional, ausencia de orden
público, carencia de gobierno. Minas y artillería sin estallar (UXO)
por todas partes. Personas escarbando en las ruinas (Galtung, 1998,
pp.13-14).

Dentro de la violencia cabe anotar el importante trabajo y estudio


que hace Galtung (1998) en la pirámide de la violencia, como forma de
trabajarla e interpretarla. Dicha pirámide se estructura a partir de tres
elementos: la “violencia directa”, “violencia cultural” y “violencia estruc-
tural” que, a su vez, pueden hacerse visibles, evidentes, o sencillamente
invisibilizarse. Por ejemplo, se puede comprender que en la violencia
sobre el manejo de los recursos (que se considera es el origen de todas
48 Literatura colombiana y memoria histórica

las violencias) cuando se excluye al otro, este busca de alguna forma


ser incluido, lo cual genera más violencia, esa violencia es invisible, en
ocasiones, ante los ojos de los demás.
Ahora bien, sobre la violencia directa, Galtung (1998), planteará
que:

La violencia directa, física y /o verbal, es visible en forma de conductas.


Pero la acción humana no nace de la nada, tiene raíces. Se indican dos:
una cultura de violencia. (Heroica, patriótica, patriarcal, etc.) y una
estructura que en SÍ misma es lenta por ser demasiado represiva, explo-
tadora o alienadora; demasiado dura o demasiado laxa para el bienestar
de la gente (p.15).

En el cuento Sangre en los Jazmines, la violencia directa se presenta


de forma clara; el lector en el abordaje de las líneas puede ser testigo de
los hechos violentos, pues la descripción de los mismos crea impacto
asombroso en la mente:

¡Si sólo lo mataran! Pero Pedrillo sabía que antes de que con él acabaran
como un perro, de un disparo o de un machetazo en la nuca, bien medido,
para que los huesos se quebraran y la cabeza quedara bamboleándose y
fuera fácil desprenderla y ensartarla luego en un palo para llevarla a la
alcaldía del pueblo como trofeo, antes de que eso ocurriera, Pedrillo
sabía que ocurrirían otras cosas con él, pues ya estaban ocurriendo con
los otros. Sabía que lo torturarían en la cárcel. Y también lo sabía mamá
Rosa, su mamá. Esto lo atormentaba más que todo y se le aparecía como
una anticipación de las torturas que, de seguro, iban a ensayar otra vez
esos bárbaros si lograban pillarlo. Primero le cortarían los dedos de
los pies, como a Saulo Gómez; y luego lo pondrían a caminar sobre las
piedras del patio; y después, quién sabe, lo colgarían de las manos para
azotarlo desnudo, mientras con las puntas de las bayonetas esos salvajes
se divertirían abriéndole surcos en la carne (Téllez, 2006, p. 246).
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 49

En este apartado se puede apreciar que la violencia directa, con la


que tenía que lidiar a diario el campesinado, es evidente. Se devela que
aquel que tenía todo el poder o el control de la zona, se daba el derecho
de acabar con la vida de la forma que lo prefiriera, sin detenerse a pensar
en el posible dolor de las personas que perdían a un integrante de la
familia, o del mismo que perdía su derecho a vivir de la manera más
horrible:

Y ahí, en el naranjo que adornaba la minúscula huerta fronteriza a la


puerta de entrada, estaba colgado de las manos, como un cuero de res,
las espaldas desnudas, desgarradas y sanguinolentas. El grito de Mamá
Rosa hizo volver la cara a los tres guardias. “Esto era lo que se merecía
el hijo e perra. Y todavía falta, vieja…”, aulló el que estaba restregando
contra la rala hierba el cinturón manchado de rojo. Mamá Rosa veía
brillar al sol de media tarde, como una llaga, esa dura espalda maciza
del gigante Pedrillo que de su vientre había salido una noche, frágil y
pequeñito. Ahí estaba Pedrillo, peor que un perro apaleado. “Y que Dios
me perdone: como Cristo” (Téllez, 2006, p. 249).

Es evidente, que cada persona, alcanzada por el horror de la vio-


lencia, terminaba recibiendo el peor trato y pierde su vida de la manera
más infame. Incluso su dignidad era abatida desde todos los puntos,
no existía ni un solo grado de clemencia y compasión; simplemente
sus asesinos lo hacían, en ocasiones por placer y otras veces porque les
tocaba obedecer. La crudeza de esas acciones transmitida por medio de
la narración:

Sus propios dolores se le olvidaron a Mamá Rosa. Ya no sentía su cuerpo,


sino el cuerpo de Pedrillo. Era como si esa espalda fuera su propia carne.
No, no eran sus dolores sino los dolores de Pedrillo que en ella resona-
ban, repercutían y deshollaban la carne y el alma...“Y todavía falta vieja
p…”, volvió a aullar la voz del guardia, quien, al mismo tiempo, arrancó
50 Literatura colombiana y memoria histórica

al aire una queja con el látigo antes de dejarlo caer una y otra vez sobre
la espalda. Se oyó un quejido como de animal a punto de morir, un
lamento sordo y elemental que parecía llegar desde el fondo último de la
Vida, desde el abismo visceral de la existencia. “Y todavía falta…”, rugió
de nuevo la voz (Téllez, 2006, p. 249).

Aquí se muestra el sufrimiento de una madre campesina golpeada


en sus entrañas, dado que observaba con profundo dolor cómo tortura-
ban y acababan poco a poco con la vida de su hijo Pedrillo. Ella, aunque
golpeada también olvidó todos sus dolores y empezó a sentir los de su
hijo, los cuales fueron ocasionados por los guardias rurales, aquellos
que manejaban y controlaban con su poder cualquier situación en dicho
lugar: el campo.
Mamá Rosa vive la violencia del conflicto armado al vivir y sentir
el dolor por el asesinato de sus vecinas, de sus comadres y el de su hijo,
en aquella comarca donde la muerte los rondaba. Ella ante la situación
de violencia siente una gran impotencia y solo se resigna a esperar el
momento en que llegue su turno, sin saber siquiera por qué debía pasar
por todo aquello; poco entendía de política y cuando su hijo quiso expli-
cárselo simplemente no quiso saber:

Aquello parecía a mamá Rosa una maldición del cielo. Pero, qué diablos,
nada se sacaba con lamentaciones. Ella no sabía nada de la política y
cuando Pedrillo quiso explicárselo, Mamá Rosa le dijo que él anduviera
bien con Dios y no se metiera en nada. Pero Pedrillo ya estaba en la
danza. “Si uno no se apresura a matar, lo matan”. Algo así le dijo él. Y
mamá Rosa se resignó (Téllez, 2006, p. 248)

Mamá Rosa, ella como generadora de vida, una mujer trabajadora


que cultivaba los cándidos jazmines, ante tanta frustración por el dolor
de su cuerpo y más por los dolores de su hijo, clama para que acaben
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 51

con la vida de él sin someterlo a tantas torturas despiadadas que ya lo


tenían en agonía. En ese momento, clama a la Virgen de los Dolores y
toma la decisión guiada por el mismo amor que le tenía a su hijo. Ella,
ya sin ninguna esperanza de vivir ni de ver con vida a Pedrillo, recuerda
que aún está en sus manos la vida de él y también el hecho de menguar
su sufrimiento “Y Mamá Rosa recordó entonces que allí, debajo de la
cama, estaba el otro fusil de Pedrillo. Sí. La Virgen de los Dolores la
había oído” (Téllez, 2006, p. 250).
Sin embargo, lo que más impacta es lo que hace ella con el fusil:

El primer disparo hizo un impacto imperfecto y levantó un trozo de


corteza de árbol. Pero el segundo penetró en la carne martirizada y san-
grante de la espalda, ahuyentando para siempre el dolor y la vida. Mamá
Rosa se desplomó sobre el piso con el fusil entre las manos (Téllez, 2006,
p. 250)

Sí, ese fusil no le disparó a los guardias rurales, ese fusil disparado
por mamá Rosa le hace un alto a la violencia, liberándolos –a su hijo y
a ella misma– finalmente de ese infierno; porque no había otra solución
al sentirse tan humillada y pisoteada en su ser, en su dignidad y dolida
como madre, como mujer, como vecina y como comadre. Es esto lo que
la hace tomar la decisión más difícil para una madre, quitarle la vida a
su propio hijo con la intención de liberarlo de tanta sevicia y maldad,
en ese momento consideró que la muerte era una bendición, pues no
tenían otra salida. Al final, ella también moriría porque estaba muy
golpeada y maltratada por los guardias rurales:

Uno de ellos le gritó: “Vieja inmunda”, y enderezando el fusil que tomó


en una mano, con la otra le golpeó el rostro. Mamá Rosa se llevó las
manos a la cara y las retiró manchadas de sangre. Después sintió que
sobre el costado caía, de plano, la culata del fusil. Rodó sobre el suelo y
ahí contra el piso de greda, que le pareció tibio y húmedo, se le clavó, al
52 Literatura colombiana y memoria histórica

lado del seno, la punta de una bota, una, dos, tres veces. ¡Pobre Mamá
Rosa! (Téllez, 2006, p. 248)

Esta acción de valentía es la representación de lo que es una mujer


y de lo que encarna para la sociedad; ella crea, construye, edifica y da
vida en el hogar. Mamá Rosa usa su mismo amor para acabar con tanta
injusticia y, ante estas circunstancias, toma posesión de su papel como
madre al asumir que si es ella quien le dio la vida a su hijo, por lo tanto,
es ella la única que tiene derecho a acabar con la misma.
El análisis de las distintas violencias presentadas en el cuento San-
gre en los Jazmines, conduce a estudiar la violencia estructural, la cual,
según Galtung (1998), se define como: “la suma total de todos los cho-
ques incrustados en las estructuras sociales y mundiales. Y cementados,
solidificados, de tal forma que los resultados injustos, desiguales, son
casi inmutables” (p.16).
Al respecto, conviene decir que en el cuento Sangre en los Jazmi-
nes se manifiestan claros ejemplos de violencia estructural, a partir de
esa violencia invisible generada por los grandes mandos, en este caso
representados por el gobierno. Los que detentaban el poder dejaron a
su paso un sin número de abusos cometidos contra la población civil,
esa población que solo huía, o buscaba defenderse de tantos atropellos.
En se aguantar o defenderse cayeron tantas vidas de inocentes que nada
tenían que ver con el conflicto armado que se vivía “La muerte andaba
ahora por toda la comarca con uniforme del gobierno, unas veces, y
otras sin uniforme. Se mataban los unos a los otros desde hacía meses y
meses” (Téllez, 2006, p. 248).
Era inevitable que en esa lucha de poder por control sobre la pobla-
ción y sobre el manejo de los recursos la población civil no terminara
por tomar parte el conflicto, sobre todo los muchachos que muchas
veces no tenían claridad del por qué mataban. En este caso, los jóvenes,
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 53

por ejemplo, simplemente mataban antes de que los mataran primero,


como es el caso de Pedrillo, el hijo de mamá Rosa, el cual terminó invo-
lucrado sin darse cuenta en ese baile, tal vez, por ideales políticos o tal
vez, simplemente por mantener su vida y la de su madre:

Pensando en las mujeres que vivieron La Violencia, y en todas esas


soledades, llego a darme cuenta de lo que debería haber sido más que
obvio. Durante todos esos años, la gran mayoría de los colombianos
del campo, mujeres y hombres, no mataron a nadie, no pensaron seria-
mente en matar a alguien (…) (Tico, s.f., p.18)

Por esa razón, quizá, Pedrillo decidió luchar, luego huir y, por
último, terminar como todos aquellos que no tienen derechos. Su
destino, como el de muchos otros, fue morir a manos del más ‘pode-
roso’ porque no hay ley que los proteja y los salve de tantas atrocidades
cometidas por el gobierno: “Pedrillo, como los demás, había entrado a la
fiesta. Y de seguro que Pedrillo debía también unas cuantas vidas de esas
con uniforme color de tierra pardusca y cinturón con balas y machete al
cinto” (Téllez, 2006, p. 248).
Ahora bien, en lo que se refiere a violencia cultural Galtung (1998)
la define como “la suma total de todos los mitos, de gloria y trauma y
demás, que sirven para justificar la Violencia directa” (p. 57). La vio-
lencia cultural se manifiesta como la forma de atropellar a aquel que
se considera más débil (mujeres, niños y niñas, campesinos, indígenas,
etc.) ante el poder que gobierne o reine en determinado momento. A
juicio de Andrade y Soto (citado en Andrade-Salazar, Alvis-Barranco,
Jiménez-Ruiz, Redondo-Marín & Rodríguez-González, 2017):

En Colombia la violencia que ha generado el conflicto armado ha dejado


múltiples víctimas y pérdidas, sin embargo, de toda la devastación que
el conflicto causa son las mujeres y niñas las más afectadas, motivo por
54 Literatura colombiana y memoria histórica

el cual es pertinente considerar que el conflicto armado tiene también


una perspectiva de género (pp. 294-295).

Es decir que la violencia, también, tiene una perspectiva de género


en tanto que los atentados a la integridad y dignidad de las mujeres son
diferentes con relación a los casos que involucran solo a hombres. Es así
como en el cuento Sangre en los Jazmines este tipo de violencia se pre-
senta al vulnerar con más visibilidad el derecho de los campesinos y de
las mujeres, quienes trabajan y cultivan la tierra, los que nada tienen que
ver con las políticas de represión y violación creadas por el gobierno,
los que terminan desplazados, abusados, violentados y asesinados. Son
ellos los que a la final naturalizan la violencia porque para ellos no hay
ley ni amparo:

“Si me matan, que me maten. Dios sabrá”. Tantas otras mamás Rosas
habían muerto así en los últimos meses que ella no iba a ser ciertamente
una novedad. Muertas estaban Carmen y la niña Luisa y la anciana
Rosario, su comadre, la madrina de Pedrillo. ¿Qué importaba, pues?
(Téllez, 2006, p. 248)

En este apartado se puede mostrar que la mujer, por el solo hecho


de serlo, es vista como la ‘débil’ y a la que se le pueden vulnerar sus
derechos de forma más fácil, por considerarse poco importante y útil.
Finalmente, es la mujer la que sufre todos estos actos de violencia, por-
que es ella la que seguirá y perpetuará esa historia triste de generar vida
para que la guerra la acabe de la manera más despiadada.
En este caso mamá Rosa es mucho más vulnerable por ser una mujer
campesina, cabe entender que en esta condición no tiene voz ni voto de
defensa por sus derechos. Así, ella resignándose a vivir lo que la violen-
cia quiera que viva, da igual, ella no es diferente a las otras mujeres que
han sufrido su misma historia “Pobre Mamá Rosa con su linda mata de
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 55

pelo oscuro, partida en dos, con su cabeza bíblica de madre campesina


donde ahora se hundían unas manos desesperadas y trágicas” (Téllez,
2006, p.249). Pero ella, Mamá Rosa, no deja en manos de otro el destino
de la vida de su hijo; prefiere acabar con sus propias manos la vida de su
hijo antes de perpetuarle la agonía a Pedrillo y que siguieran burlándose
de su condición. Ella se toma la ley y el poder de ser mamá por su propia
cuenta y es así como decide actuar para cambiar la historia, esa historia
de violencia en la que los guardias rurales repetían y disfrutaban con
cada uno de los integrantes de la comarca.
Para comprender y continuar con el análisis de la violencia a la
que es sometida la mujer en el conflicto armado en el cuento Sangre
en los Jazmines, de Hernando Téllez, es importante identificar lo que se
considera por violencia hacia la mujer:

(…) Debe entenderse por violencia contra la mujer cualquier acción o


conducta, basada en su género, que cause muerte, daño o sufrimiento
físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como
en el privado (Artículo 1°). Se entenderá que violencia contra la mujer
incluye la violencia física, sexual y psicológica (Artículo 2°, Ley 1257 de
2008) (Andrade-Salazar, et al. 2017, p. 292).

El conflicto armado ha dejado para la mujer el horror de la violencia


sentida y vivida desde diferentes puntos, debido a que se manifiesta de
varias formas, del cual lo único que queda es dolor, tristeza, frustración
y resignación:

La violencia contra la mujer adopta formas diversas, incluidos la


violencia en el hogar; las violaciones; la trata de mujeres y niñas; la
prostitución forzada; la violencia en situaciones de conflicto armado,
como los asesinatos, las violaciones sistemáticas, la esclavitud sexual y el
embarazo forzado; los asesinatos por razones de honor; la violencia por
causa de la dote; el infanticidio femenino y la selección prenatal del sexo
56 Literatura colombiana y memoria histórica

del feto en favor de bebés masculinos; la mutilación genital femenina y


otras prácticas y tradiciones perjudiciales. (GLOOBAL, s.f, párrafo, 34).

La violencia de la cual ha sido víctima la mujer en el conflicto


armado ha mostrado diversas aristas y se perpetúa, como es el caso que
se da en el cuento Sangre en los Jazmines, en el que toda la comarca,
especialmente las mujeres, habían tenido que soportar (sin poder hacer
nada) los horrores de la violencia por parte de los guardias rurales. Ellas
simplemente estaban sometidas a vivir con miedo, atemorizadas y resig-
nadas a que a ellas también les iba a pasar lo mismo que a las demás,
pues nada las hacia diferentes.
En el cuento Sangre en los Jazmines se puede denotar que la violen-
cia generada y perpetuada por el conflicto armado es estratégica, porque
busca controlar y someter a todo aquel que no está de acuerdo, al que
se muestra vulnerable ante el más poderoso. Allí, la mayor víctima es la
mujer:

Las mujeres víctimas de la guerra, son coartadas de su posibilidad de


expresión bajo la amenaza del desplazamiento, la tortura y la desapa-
rición forzosa, motivo por el cual ellas silencian sus protestas y ejercen
liderazgos camuflados bajo otras figuras de poder en la comunidad
(Andrade-Salazar, et al. 2017, p. 292).

Mamá Rosa, en este caso, representa a todas aquellas mujeres que


han sufrido el horror de la guerra, que han sido sometidas, amenaza-
das, aterrorizadas. Todos estos hechos han originado la perpetuación
y naturalización de la violencia. Sin embargo, es Mamá Rosa la repre-
sentación de la mujer que actúa como sujeto colectivo, la que muestra
a otras mujeres que probablemente compartan la misma situación a los
alrededores de su granja y la que concibe que al conflicto armado y a
la violencia generada se le puede hacer un alto, es decir, que se pueden
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 57

defender, que pueden decidir el cómo y el cuándo morir, porque es ella


la que finalmente, ante esas circunstancias, puede tomar partido sobre
vivir o morir. Mamá Rosa es esa voz de aliento que tal vez muchas
mujeres quisieran escuchar, ya que deja memoria en la mente de otras
mujeres sobre la idea de luchar, de ser escuchadas y de cambiar su
historia. Así, la invitación que se percibe en el cuento es la de instruir
y conocer la historia, ya que Mamá Rosa se negó a saber y, tal vez, si
hubiese escuchado a su hijo cuando le quería hablar sobre lo que pasaba
en el plano político y económico se hubiese podido evitar lo sucedido
con ella, con su hijo y con las demás familias.

Conclusión
Finalmente, se puede vislumbrar que el cuento Sangre en los Jazmines,
de Hernando Téllez, arroja, a través de su habilidad discursiva, una
gran reflexión sobre el conflicto armado y sobre la violencia en contra
de la mujer, con lo cual se hace memoria para contar la verdad oculta
de la historia de la violencia y la violencia en nuestro país, en general
sufrida por todos aquellos sin voz (mujeres, niños y niñas, campesinos,
indígenas, etc.). Así, con lo expuesto anteriormente, es necesario decir
que la mujer en el conflicto armado ha sido usada como estrategia para
atemorizar o para crear el control a través del miedo, es decir, que muje-
res como Mamá Rosa han tenido que presenciar un sin fin de muertes a
su alrededor sin poder decir y hacer nada, lo cual genera una naturali-
zación de la violencia cometida contra ellas y contra sus familias. En el
caso de mamá Rosa, ella no se sentía diferente y por tanto pensaba que
tenía que vivir todo eso porque, tal vez, ese era su destino, el destino
obligado que le había impuesto la guerra.
Es importante rescatar la voz de respaldo que da Mamá Rosa a las
otras mujeres víctimas de la violencia del conflicto armado. Es necesario
58 Literatura colombiana y memoria histórica

que la mujer, como la mayormente afectada por la guerra, tenga partici-


pación importante en los procesos de paz que se adelantan en Colombia:

Si la guerra en Colombia es en gran medida un asunto de género en


el que las mujeres fueron víctimas mayoritarias, la paz es también un
asunto colectivo que las incumbe como actores principales de denuncia
(solicitud de esclarecimiento de los hechos, búsqueda del perdón y res-
titución simbólica del dolor), elaboración de propuestas y propensión al
cambio político. Las mujeres requieren que su voz sea escuchada y que
las acciones reparatorias comprendan que los actos de lesa humanidad
perpetrados en su contra tienen una connotación de género innegable,
dada la vulnerabilidad derivada de las prácticas de maldad de la cual
han sido objeto durante más de siete décadas. (Andrade-Salazar, et al.
2017, p. 301)

La mujer debe potenciar su participación, además de ser atendida y


reparada en su ser individual y colectivo, debe ser agente de transforma-
ción social, merece ser escuchada para transformar una idea de cambio
y reivindicación. El Estado debe crear y darle importancia a la función
que representa la mujer como madre, esposa, hija, hermana, líder social,
amiga, figura pública, etc. Aunque, actualmente, en la negociación
del posconflicto y otras organizaciones que se han creado para hacer
memoria, se muestra cierta intervención y vinculación de la mujer, aún
es poca la participación, porque es ella la que da vida no solo siendo
madre de hijos que se matan unos a otros en la guerra, sino la mujer
que da vida a las ideas y argumentos que buscan la transformación del
pensamiento de las futuras generaciones.
El papel de la mujer frente a la violencia del conflicto armado en el cuento:
Sangre en los jazmines de Hernando Téllez 59

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Amnesia circular, un
asunto de memoria

Juan Esteban Vásquez Panchalo


pascalvasqueznarvaez@hotmail.com

Jhon Handerson Lozada Cabrera


hanslozada32@gmail.com

Resumen
El contexto de la realidad violenta colombiana, con todos sus matices,
tiene origen en el desconocimiento de su proceso histórico, lo cual trae
como consecuencia un desinterés que se traduce a su vez en lo que
Pizarro (2017) denominó “un impase mutuamente dolosoro” (p. 31),
en este contexto se hace pertinente la construcción y apropiación de
una memoria histórica, la cual se enarbola como un acto revulsivo
para combatir el olvido que agravia la secuelas de un pueblo víctima
de la indiferencia y la costumbre sobre la guerra. En esta perspectiva,
se propone la literatura como un elemento indispensable que sirve de
insumo para la reconstrucción de esta travesía que implica la memoria
histórica del país.
Palabras clave: historia, ideología, literatura, memoria, olvido,
violencia.

— 61 —
62 Literatura colombiana y memoria histórica

Introducción
Quien no conoce su historia está condenada a repetirla, está máxima
napoleónica casi apócrifa, aunque pareciera una trivialidad redundante
en la mayoría de casos, es una verdad ineluctablemente aterradora. El
hecho de asumir una memoria histórica es una responsabilidad y un
compromiso, por tanto, evadirla es un acto de negligencia e idiotez
social que tiene como resultado la indiferencia, el desconocimiento y la
apatía. De modo que, lo que hay al final es una larga pena castigada por
el flagelo de quienes hacen historia a partir de la ignorancia.
El presente ensayo aborda los síntomas que han sido el lastre del
conflicto colombiano, el insumo de la guerra reciclada que avanzó sin
reparo con su nefasto viaje sobre la historia del territorio nacional, la
manera como la resignación se vuelve una terrible enfermedad que
se disfraza de felicidad estadística, convirtiéndose así en un placebo
nostálgico de un pueblo que sonríe con el dolor en la espalda. En con-
secuencia, se hace imprescindible hablar de la literatura como testigo y
ancla contra el olvido de un país que se encuentra sumido en el desin-
terés y el miedo, un pueblo cándido que se balancea entre ideologías,
posturas y banderas que salvan y condenan a la vez.
En tanto la amnesia siga siendo el entramado de este laberinto
social se caminará en círculos, además se asumirán las mismas conse-
cuencias y causa de las mismas acciones. De modo que, es necesario que
se promueva la conciencia de la guerra y la violencia como un fenómeno
humano latente, que se conozca su registro y su huella, que se aprenda
y se enseñe sobre aquello que ha determinado la realidad no solo de
Colombia sino del mundo en general, quizá así se irá desquebrajando
el cascaron tosco y oscuro de la realidad bélica que ha estado presente.
Amnesia circular, un asunto de memoria 63

La ironía del dolor y la gente feliz


Colombia, vista desde una perspectiva histórica, permite observar una
enconada crisis de desprecio por el conocimiento y el reconocimiento de
su propia realidad, al no saber lo que pasa, se transita el mismo camino
cenagoso, se enseña en las mismas infructuosas luchas, se edifica en los
mismos ideales inútiles legados de un proceso cultural que heredó un
patriotismo sin visión crítica y se circunda en las mismas tragedias.
Colombia es el segundo país más feliz del mundo, según la última
encuesta realizada en 2017 por Gallup y el Centro de Consultoría en
Colombia, no es más que una sociedad que cierra sus ojos ante su crí-
tica realidad y desvía su atención hacia sofismas que le permiten estar
encantados con lo que hay.

(..) y vimos que ayer fue igual; y mañana no pregunte.

Y todo eso vimos.

Y no dijimos nada.

Porque somos el país más feliz del mundo

(Valencia, 2008, párrafo, 2)

Un país que es una completa ironía, el cual llena las mentes de esta-
dísticas optimistas que les señalan que hoy Colombia es mucho mejor
que ayer, que la vida es un poco más digna según cifras de gobierno,
que el país se mueve hacia un umbral de prosperidad sustentado en
cifras ilusorias e incuestionables, de manera que el colombiano se con-
vence que vive en el mejor lugar del mundo o como lo dijo Eduardo
Galeano “nos mean y los diarios dicen llueve” (citado en Araújo-Frías,
2013, p. 136), de esta manera crea una negación de ser coautores de
la posibilidad de una transformación. Los noticieros están plagados
de titulares negativos, crisis económicas, crisis en la salud, crisis en la
64 Literatura colombiana y memoria histórica

educación, una apabullante crisis social, asesinatos de líderes sociales y


docentes, promotores de derechos humanos, etc. Se podría pensar que
estos hechos quizá ayudarán a suscitar la conmoción nacional y, a su
vez, abrirán los ojos de un pueblo aletargado, pero el resultado es un
público adormecido por el entretenimiento, por la publicidad y la farán-
dula mediática. Chomsky (citado en Toro, 2015) pone de manifiesto
que el mayor promotor de este efecto son las fuentes de información
masiva, presupone: “el propósito de los medios masivos no es informar
y reportar lo que sucede, sino más bien dar forma a la opinión pública
de acuerdo a las agendas del poder corporativo dominante” (p. 47) de
ahí que la realidad en la que se desvanece este país pase desapercibida
para la mayoría porque “no sabemos lo que pasa” o peor aún, no hay
absoluto interés en conocer lo que acontece cada día en cada rincón de
la patria más feliz del mundo.
En su ensayo, Lo que le falta a Colombia, William Ospina (1995)
devela una crisis en este país:

Si se trata de cumplir con las funciones que universalmente les corres-


ponden a los Estados: brindar seguridad social, brindar protección al
ciudadano, garantizar la salud, la educación, el aseo público, la igualdad
ante la ley, el trabajo, la dignidad de los individuos, reconocer los méritos
y castigar las culpas, el Estado no existe en absoluto. Pero si se trata de
cosas ruines: saquear el tesoro público, atropellar a la ciudadanía, perse-
guir a los vendedores ambulantes, desalojar a los indigentes, lucrarse de
los bienes de la comunidad y sobre todo garantizar privilegios, el Estado
existe infinitamente (p. 2).

El texto de Ospina es una radiografía vívida sobre el estado social


de Colombia, que al leerla hoy, 23 años después, inevitablemente se
crea un Déjà-vu y de vuelta se retratan las mismas situaciones que
permiten decir que no han existido cambios contundentes y sin temor
Amnesia circular, un asunto de memoria 65

a equivocación. Se puede afirmar que Colombia es repetitiva, cíclica y


por lo tanto redundante. Por desgracia, se reiteran una y otra vez los ele-
mentos de detrimento que solo han ido adaptándose a cada momento
histórico de la patria. A pesar de las falaces encuestas gubernamentales
que muestran a un país en movimiento y próspero, existe otra verdad
que habla de una Colombia indiferente, individualista, sin visión, sin
aspiraciones activas, sin el deseo de entender eso que pasa para desandar
esa senda en la que por décadas se ha transitado y en cuyo fin siempre se
encuentra con sangre, pobreza, ignorancia, indiferencia y conformismo.
Saramago (citado en Donaire, 2005), “en unas Jornadas sobre la
Recuperación de la Memoria Histórica y un homenaje a los ex presos
del franquismo, advirtió: ‘Se empieza por el olvido y se termina en la
indiferencia’” (párrafo, 1). Por tanto, es imperante, entender el contexto
en el que se está inmerso, interpretar el escenario que corresponde,
reflexionar en el papel que se adoptar, en primer lugar, para entender
lo que ha sucedido y sucede en Colombia, en la región y en la comuna,
para que en ese ejercicio consciente se logre transformar la realidad que
corresponde.

El periplo nefasto: al pueblo siempre le toca


Colombia ha visto transitar sobre sí distintas épocas de violencia y agra-
vios sociales, desde su independencia y las distintas guerras civiles que
se han suscitado, cada una por razones aparentemente diferentes, pero
con rasgos comunes entre ellas (poder, adquisición, autoridad, dominio,
ideología), las cuales terminan con el recrudecimiento de la violencia
política a la que se ha visto sometida los últimos 70 años.
El investigador Gonzalo Sánchez (2007) sugiere en su texto: Los
estudios sobre la violencia: balance y perspectivas, que el asunto bélico
en Colombia tiene un anclaje y repercusión desde su proceso de
66 Literatura colombiana y memoria histórica

independencia de la corona española, que desde entonces se ha visto


envuelta en contextos de violencia donde quienes ponen los muertos
y la materia prima para la guerra son quienes desconocen las causas,
los que no entienden la lucha, sino que se les embaucan con la pasión
y el fervor por causas intencionadas y dirigidas con fines específicos
para satisfacer ideas particulares. Denotanto el devenir complejo de la
historia política y social en Colombia.
Durante el siglo XIX y XX el lastre de la guerra se esparcía por todo
el territorio y sus secuelas extenderían hasta la actualidad, 14 guerras
civiles que han marcado el país, todas en su mayoría fueron el producto
de las contiendas ideológicas que hacían uso de lo que puede catalogarse
rudimentariamente como mano de obra barata para la guerra, con el
fin de instaurar sus ideas. Para ello, movilizarían la religión o el fana-
tismo político acompañado por el odio al otro ‘diferente’ como aparato
ideológico, además, de aprovechar el desconocimiento, la inocencia
intelectual (por no decir ignorancia) y en un sentido más agreste, el uso
de la fuerza armada como aparato de represión, tal como lo explicara
Althusser (2003).
En efecto, una guerra sucedía a la otra y cada fin aparente pare-
cía borrar las huellas de la pasada, además predisponía a sus actores
y víctimas para una nueva ola, con nuevos fines y objetivos, como si
se cauterizara la memoria para llenarla de nuevo, “visto de ese modo,
el conflicto social en Colombia pareciera presentarse como un acon-
tecimiento permanente” (Cartagena, 2016, p. 65). Estos conflictos se
caracterizaron por las masacres y asesinatos selectivos, una lucha des-
piadada entre conjuntos que se ufanaban de tener el ideal correcto y la
solución frente a una crisis de la cual eran autores y participantes. Una
guerra de conjuntos que se ubican en diferentes extremos y hacen uso
de un arsenal de estrategias para instaurarse como la salvación de un
país que se desborda, y en medio de ellos un pueblo que ha padecido las
Amnesia circular, un asunto de memoria 67

consecuencias. La mencionada realidad se puede encontrar graficada


en la novela Los ejércitos, de Evelio Rosero, que se manifiesta como
una alegoría a Colombia, a su gente, la cual se ve inmersa en medio de
la guerra arbitraria, sin importar quien lleve la batuta, el pueblo se ve
obligado a tener color, bandera e insignia: “hubo doce muertos. Fueron
doce. Y de los doce un niño. No demoran en volver, eso lo sabemos,
¿y quiénes volverán?, no importa, volverán” (Rosero, 2006, p. 160). Un
pueblo que siempre le toca elegir y someterse tanto al poder como a las
consecuencias, incluso de los que han tenido intensiones de sanarlo un
poco, un pueblo que se convierte en insumo para la guerra, los hijos de
nadie como lo retrata en su poema Eduardo Galeano, Los nadie.

Que no son seres humanos,

sino recursos humanos.

Que no tienen cara, sino brazos.

Que no tienen nombre, sino número.

Que no figuran en la historia universal,

sino en la crónica roja de la prensa local.

Los nadies,

que cuestan menos

que la bala que los mata (Nacho Segurado, 2009).

El funesto peregrinaje de este conflicto que parece interminable saca


su mayor provecho de la falta de memoria de un país lleno de cicatrices
y olvido, mientras los que se atribuyeron el liderazgo de operaciones
que consisten en el exterminio del otro, se convirtieron en los pilares
de la construcción social, en su herencia inquebrantable, se adueñaron
de las gentes, de sus bienes, de sus ideas, de sus mentes, de sus miedos,
68 Literatura colombiana y memoria histórica

de sus esperanzas, del deseo de algo mejor, como si el recuerdo hubiera


sido calcinado.

Olvido e indiferencia
Quizá una de las razones por las que existe una indolencia endémica
en un país que ha sido subyugado por las distintas formas de violencia
aparte del desconocimiento, es precisamente la costumbre, la pregunta
en este caso sería ¿es posible habituarse a la violencia? Para ello, apa-
rece el concepto de ‘Naturalización’ que se acuña para explicar como
un fenómeno social, con repercusiones sobre un colectivo que puede
asumirse por su condición ineluctable como común o habitual. López
(2017) expone frente a lo anterior que,

Cuando se habla de la naturalización de la violencia se hace referencia


al proceso de acostumbrarse a aquellas acciones caracterizadas por
la agresión, en sus diversas formas de expresión; esto permite que la
violencia gane terreno en la cultura y se propague de manera silenciosa,
es decir, que no solo nadie proteste, sino que se termine por justificar
(p. 114).

En este sentido, la naturalización azuza indiferencia de un pueblo


que parece anestesiado, esta indolencia no corresponde a algún tipo
de apatía, sino al sometimiento de una constante realidad repetitiva y
secuencial que pareciera no tener otra cara, por consiguiente, la pre-
gunta problema apunta a ¿Cómo lograr que una sociedad tal como está
constituida pueda reconstruirse y reconocerse, sin olvidar que la mayo-
ría de sus ciudadanos parecen ser invisibles o indiferentes a causa de lo
habitual que resulta la violencia, el pésimo procedimiento de la justicia y
del poder intimidatorio de los diferentes grupos que pululan en el país?
Castañeda (2008) señala que “la respuesta y solución ante la indiferencia
Amnesia circular, un asunto de memoria 69

desde luego se obtendrá mediante la educación política y democrática


de los ciudadanos, lograr una concientización que permita replantear el
tipo de sociedad” (p. 8). Visto de esta manera, la “concientización” de la
que habla Castañeda (2008) puede llevarse a cabo mediante los procesos
educativos encausados a la reconstrucción histórica, en la indagación y
escrutinio sobre cada una de los causales que suscitaron la violencia en
sus distintas manifestaciones y de qué manera ha respondido el pueblo
colombiano, además de cómo ha contribuido en el conflicto. Ahora
bien, según Álvarez (2003):

Las claves necesarias para la intervención educativa en la formación de


una conciencia social serían las siguientes: 1) Ver separadamente los
aspectos presentes en el conflicto: personas, procesos y problemas. 2)
Clasificar el origen, la estructura y la magnitud del conflicto. Haciendo
uso de los diferentes recursos para la recopilación y manifestación de
una memoria histórica referente a los hechos sociales gestados en una
población especifica (p. 5).

De modo que, se debe partir de los principios específicos, esto a


medida que se realiza el reconocimiento histórico y social de Colombia.
Es necesario que la formación que se imparta tenga en cuenta ideales
que permitan el diálogo, la confrontación argumentada a partir de las
diferencias y de reconocer el interés que debe cultivarse y propagarse, el
cual responda a la idea sobre la necesidad de proteger los derechos de
todas las personas, sin distinguir su condición social, afinidad política,
religiosa o de género. También es imperante una construcción formativa
que tenga una posición clara y que responda a los flagelos como la repre-
sión, el genocidio y la segregación. Es necesario entonces, a partir de la
formación educativa, desarrollar una cultura de paz, de reconstrucción
y de reconocimiento sociohistórico en la cual se resuelva el fenómeno
del olvido y la indiferencia en la población colombiana.
70 Literatura colombiana y memoria histórica

Pastillas para la memoria: más de lo mismo


Hasta el 2015, en Colombia se ha gestado un total de ocho (8) procesos
de paz como lo condensa Álvaro Villarraga (2015), en Los procesos de
Paz en Colombia, 1982-2014, de modo que quedan los interrogantes:
¿Qué se puede deducir a partir de cada uno de estos procesos? ¿Qué
tanto se logró con cada acuerdo? ¿Cuánto se avanzó y que beneficio trajo
cada acuerdo realizado? Y ¿Por qué el panorama no cambió de manera
notoria pese a los procesos propuestos? Cada proceso correspondiente a
su gobierno y a su tiempo respondió a fines concisos y a políticas guber-
namentales de paz dentro de su periodo. Para resumir la respuesta a los
interrogantes debe señalarse que en la mayoría de los acuerdos hay una
manifestación concomitante ‘fracaso’ y por parte del pueblo resignación
social y política. La frustración de cada proceso era el producto de la
confrontación de intereses, de exigencias insatisfechas, de impunidad,
de voluntades que no cedían y de un gobierno que defiende sus intereses
a ultranza, incluso, si eso conlleva a obviar los acuerdos y ejecutar el
exterminio.
La rueda gira sobre su propio eje, mismo conflicto y distintos pro-
tagonistas, misma guerra e instrumentos diferentes, mismo resultado,
pero en épocas distintas.

[…] [Estamos] en guerra permanente y en negociación permanente.


Mientras se está negociando con unos, lo que se ha denominado como
negociaciones parciales o la paz parcelada, otros están reingresando al
ciclo de la guerra. La negociación con un actor no resulta acumulable
para el conjunto del proceso (Sánchez, 2007, p. 3).

Hasta ahora el conflicto en Colombia ha sido también un constante


reciclaje de guerras, pues siempre se presenta más de lo mismo. La his-
toria de siempre contada de muchas maneras con personajes diferentes,
Amnesia circular, un asunto de memoria 71

porque pareciera que al colectivo colombiano le cuesta hacer conciencia


sobre su situación, porque se ha acostumbrado tanto a la guerra que la
vive con resignación y cierto apego, a diferencia de unos pocos que la
llevan en el cuerpo, porque pareciera haber un indulto para la violencia,
porque se enumeran en un siniestro escalafón a los muertos como si
unos merecieran más la muerte que otros, según sus preferencias, esta
situación hace de este país una sociedad de espaldas a su realidad histó-
rica desprendida de su memoria, que ajusticia a quien le incomoda en
su acto de recordar y pensar.
Colombia elude la necesidad de apropiarse de una memoria colec-
tiva o histórica, extraerla de los atrios a la que está condenada, inmóvil
en museos y bibliotecas como un vestigio estático para los ojos que la
miran con mente de turista como si no les perteneciera, como si no
entendieran que esta construcción necesaria debe ser producto de un
proceso colectivo, que debe crearse un lenguaje para todos donde los
conceptos de guerra y conflicto queden explicitados y claros, además
de permitir la significación común por parte quienes integran el Estado
colombiano, de modo que como lo enuncia Aguirre (2015):

Cuando el colectivo social vuelva al pasado, lo haga de forma combi-


nada, dotándose a sí mismos de un sentido compartido de ciertos even-
tos que, poco a poco, se van constituyendo como parte fundamental de
su identidad […] uno de los elementos que, quizá, han contribuido a la
indiferencia, al olvido con respecto al conflicto armado interno colom-
biano, hace referencia a la falta de memoria, y de memoria histórica
(Volumen 1 – N.º 03).
72 Literatura colombiana y memoria histórica

La literatura como elemento de


reconstrucción de la memoria histórica
Como ya se ha dicho, la historia de Colombia siempre ha girado en
torno a conflictos que han desembocado en guerras internas prolon-
gadas, en las que miles de muertos conforman el inventario de sus más
atroces confrontaciones. En las últimas décadas, la guerra se ha mos-
trado con un rostro mucho más obscuro, se observa, por tanto, que en
las confrontaciones bipartidistas el conflicto se transformó, a causa de
los núcleos complejos de las ideologías, en un conflicto más crudo, que
generó atrocidades sin precedentes. La guerra, por tanto, parece ser uno
de los insumos que hacen parte de la historia colombiana y es en este
contexto de conflictos y guerras, de más de seis décadas, en los que se
han desarrollado las obras literarias que pretenden dejar un registro his-
tórico y testimonial a partir de narraciones ficcionarias, pero inspiradas
en sucesos reales.
Dentro de este marco, se debe concebir la literatura como una
representación estética de la realidad, una manifestación discursiva que
esboza las prácticas sociales del período histórico en el cual surgen. Por
lo tanto, el lenguaje sirve para significar esa realidad formada por los
escenarios históricos, sociales y culturales que constituyen el made-
ramen de una época. Desde este punto de vista se puede decir que la
literatura también puede entenderse como discurso.
En este contexto social y literario se encuentran entonces múltiples
novelas, cuyo sustrato narrativo nace y se consolida en la violencia gene-
rada en Colombia, por tanto, hacen parte de ese compendio literario
llamado ‘Novela de la Violencia’, calificada por Gabriel García Márquez
como “la única explosión literaria de legítimo carácter nacional” (citado
en Campa, 1990, p. 373), convirtiéndose en un testigo histórico dentro
de un contexto en el cual se predomina la muerte y la violencia en todo
Amnesia circular, un asunto de memoria 73

el territorio nacional. La literatura como una radiografía ponía frente a


los ojos: “El primer drama nacional de que éramos conscientes” (García
Márquez citado en Afanador, 2015, p. 89).
En consecuencia, se puede decir que la literatura se enarbola como
un elemento que protagoniza de manera directa el intento de olvido y
desmemoria, que se incrusta en las sociedades para permanecer como
testimonio a las generaciones y como evidencia de realidades que se
intentan opacar y enterrar en la desidia del olvido y la ignominia de la
indiferencia. Escobar (2006) afirmará en su artículo La violencia: ¿Gene-
radora de una tradición literaria? que “la desmemoria también germinó
en muchos intelectuales. La adoptaron para eludir la realidad que se les
evidenciaba de mil formas y/o para evadir cualquier responsabilidad.
Con el olvido, el país se quedó sin historia o con una cortada a mache-
tazos” (párrafo, 8).
En este mismo camino, que guía la novela de la violencia como
elemento de conservación de la memoria histórica, se introduce una
obra literaria llamada El olvido que seremos, de Héctor Abad Faciolince
(2017). Dicha obra intenta desde todos los puntos de vista sentar un
precedente y evidenciar un registro acerca de acontecimientos y sucesos
transcurridos en un periodo oscuro de la historia colombiana, periodo
que dejó tras de sí miles de víctimas que fueron asesinadas, como en
todos los contextos violentos, como consecuencia de su inclinación
ideológica y postura política, suceso que en Colombia conserva su
vigencia, que se rehúsa a pasar a la histórico y que día a día cobra nue-
vas e inocentes víctimas. Asimismo, el libro intenta plasmar mediante
el recurso de la narración los hechos que han enlutado a Colombia,
evidencia cómo el Estado a través de lo que Althusser (2003) denomina
los aparatos represivos, coacciona y coarta toda expresión contraria a
la que sea del orden oficial y gobiernista. Esta novela se decanta por
el fenómeno de la violencia colombiana, sucedida entre las décadas
74 Literatura colombiana y memoria histórica

de los ochenta y noventa, violencia que tenía como protagonista a


múltiples actores, por lo tanto, se trasforma en un conflicto complejo,
con diferentes aristas desde su concepción y con diferentes objetivos.
Este fenómeno se describe de manera clara en el siguiente apartado de
Augusto Escobar (2010):

Es una literatura que se interesa por la violencia no como hecho único,


excluyente, sino como fenómeno complejo y diverso; no cuenta como
acto sino como efecto desencadenante; trasciende el marco de lo
regional, explora todos los niveles posibles de la realidad. No se funda
en la explicación evidente, sino en la certeza de que aquello (mundo,
personajes, sociedad) que esté mediado por el conflicto, por lo social,
no podrá ser más que la representación de un mundo ambivalente,
problematizado. Gracias a mediaciones de tipo discursivo se dan en
esas novelas espacios de contradicción que impiden la aprehensión del
texto en su primera lectura y obligan al lector a la relectura y a una con-
textualización obligada con la historia y con el fenómeno de sociedad
de la época que refleja. La ambigüedad y la sugerencia invaden el texto
invitando al lector a su recreación (párrafo, 17).

Lo anterior reafirma la sugerencia de la novela, El olvido que sere-


mos, como parte de las obras que intentan hacer visible a través de la
narrativa los avatares de la violencia en Colombia y que intenta, a través
de la tragedia familiar ocurrida al autor, plasmar un testimonio tras-
cendente para la reconstrucción de la memoria histórica. El elemento
que permite que esta obra literaria sea un dispositivo de total relevancia
para la realidad colombiana es que su insumo primordial nace y se
consolidad en este contexto, es decir, se aleja de cualquier estructura y
sugerencia externa para abordar a partir de lo propio la violencia que
solo corresponde a su verdad.
Amnesia circular, un asunto de memoria 75

“No sabemos lo que nos pasa (…)”


Como un diagnóstico fatalista, el desconocimiento de su constructo his-
tórico es la enfermedad de Colombia, su amnesia colectiva lo ha sumido
a un constante olvido injusto consigo mismo, como víctima y de juicio
descarado como victimario, un círculo vicioso y aciago que se repite
en un bucle terrorífico. El pueblo no solo no sabe, parece que tampoco
entiende lo que pasa y los pocos que denuncian a viva voz son acallados
por la peste del olvido, terrible enfermedad macondiana que enmudece
el recuerdo. Como en un laberinto concéntrico se termina dando vuel-
tas sobre el mismo lugar un sin número de veces, de guerras que no
terminan, sino que se redefinen, de ideales que con el tiempo cambian
de razón social, de un pueblo que está siempre en medio como chivo
expiatorio de la guerra, una guerra que ha sabido caminar por el tiempo
en una travesía que la ha familiarizado con las personas que la padecen,
y que frente al desconocimiento y a la ignorancia no queda más que la
resignación, mientras la violencia nos devora: ¿Por qué? Porque no se
sabe lo que pasa y eso es precisamente lo que pasa.

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0298%20D.Resumen.pdf?sequence=1
Una mirada a los hechos de la
toma del palacio de justicia desde
la obra literaria Vivir sin los otros

Luisa Artunduaga
bepacosta-28@hotmail.com

Paola Artunduaga
bepacosta-28@hotmail.com

Jhon F. Sánchez
jhonf.sanchez@udla.edu.co

El deber más santo de los que sobreviven


es honrar la memoria de los desaparecidos.
Parentalia. Obras completas XXIV, Alfonso Reyes Ochoa.

Cuando acababa de cruzar la Plaza de Bolívar un estremecedor tiroteo


se escuchó en la entrada del edificio donde hacía pocos minutos estaba
sentada. Inmediatamente recordé la noticia que nosotros los periodistas
habíamos sacado a la luz pública pocas semanas antes, en la que el
Movimiento Guerrillero M-19 anunciaba un hecho de grandes propor-
ciones en Colombia. Jamás me imaginé que, desde ese preciso instante
hasta el final del último disparo, fuera a transcurrir veintiocho horas
de enfrentamiento armado entre la guerrilla y el ejército. Una de las
personas rescatadas simplemente dijo que allí se habían disparado todas
las armas del mundo y el horror a lo largo de los años nos hizo hablar de

— 79 —
80 Literatura colombiana y memoria histórica

un holocausto, como si aquellas veintiocho horas hubiese sido el princi-


pio y el fin de una leyenda entregada a la perturbación del olvido. Pero
el olvido es una especie de alma en pena que ha perdido la voluntad
de abandonarnos. Por eso allí no terminará la tragedia. Algunas vidas
estarían muy lejos de cerrar el ciclo de la muerte aquella tarde de 1985
y sus destinos serían inevitablemente arrojados más allá del holocausto.
¿Qué sucedió antes y qué ocurrió después de estas veintiocho horas?
Fue el interrogante que durante mucho tiempo anduvo sin respuesta en
los vericuetos de las generaciones enteras.

(…) — ¡Todos contra la pared que esto es una toma! — gritó (la mujer
del vestido azul) levantando su revolver.

(…) — Somos el Comando Iván Marino Ospina del M-19 y a ustedes


no les va a pasar nada.

Inmediatamente, Ramiro y las demás personas que se hallaban en la


cafetería levantaron sus brazos.

¡Presente y combatiendo! — oía Ramiro desde muchos puntos en medio


del tiroteo.

(…) Varios subversivos comenzaron a transitar con sus morrales por el


pasillo. Otros dos vigilantes ingenuamente disparaban sus armas, pero
en pocos instantes fueron heridos. Finalmente, los guerrilleros impu-
sieron el control y ordenaron a los rehenes repartirse en los diferentes
recintos del primer piso.

(…) — ¡Viva Colombia! – se escuchó desde varios puntos. Ramiro y sus


demás compañeros trataban de encontrar el mejor lugar de protección.
El ruido de las ametralladoras surgió por la parte del parqueadero. Los
disparos no sólo arreciaban con más fuerza, sino que se extendían a
lo ancho y largo del primer piso. Las escaleras contiguas a la cafetería
y que conectaban el sótano con la planta baja fueron prontamente
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 81

controladas por los guerrilleros, quienes abrieron paso hasta llegar a los
pisos superiores.

(…) Tras las explosiones, los contados silencios daban paso a gritos de
espanto, de queja, de órdenes encontradas y de solicitudes de ayuda por
parte de los guerrilleros. Allá, a lo lejos, Ramiro escuchaba que pedían
una enfermera, pero nadie contestaba, otra mujer afanada le decía a
un insurgente que le habían destrozado la mano a su compañero y que
no tenía pastillas para el dolor. La misma persona, segundos después,
gritaba que su fusil se había trabado. Al rato surgía una discusión sobre
quién traía las municiones del sótano y quién apoyaba a los que esta-
ban dominando el tercer piso en búsqueda de los rehenes de la Corte
Suprema. A lo que seguían las desesperadas palabras que confirmaban
la inutilidad de los radios de comunicación. Cuando un nombre se
pronunciaba era porque estaba gravemente herido o ya era un difunto;
solo los seudónimos de los comandantes que seguramente estaban
conquistando el objetivo en los pisos superiores, alcanzaban a inspirar
cierto motivo de futuro para los asaltantes. Si bien, ello podría sugerir
la idea de que este desesperado asalto podría terminar muy pronto, ya
que el tono de valentía de los guerrilleros parecía dar paso a un caos
que terminaría por vencerlos, también era cierto que generaba gran
tensión ante una acción desesperada e irracional en la que los instintos
del vencido se empecinan en convencerle que su única opción es jugarse
el todo por el todo (González, 2010, pp. 10-20).

Los anteriores apartados pertenecen a la novela Vivir sin los otros del
profesor y escritor Fernando González Santos, publicada en noviembre
de 2010, en donde se retextualiza, desde la literatura, el hecho histórico
ocurrido el 6 de noviembre de 1985 en Colombia, el asalto al Palacio
de Justicia por parte del Comando Iván Marino Ospina del M-19.
Dicho acontecimiento, se convierte en un hito histórico que la literatura
82 Literatura colombiana y memoria histórica

colombiana tendrá que revisitar las veces que sea necesario para la
construcción de la memoria, ya que retextualizar este hecho, “obedece a
la necesidad de oponer la discursividad oficial otros discursos que den
voz a aquellos que han sido derrotados, silenciados, marginados o sim-
plemente ignorados” (Fajardo, 2011, p. 163) como es el caso concreto
de los personajes de esta novela, que buscan dar voz a la lucha de los
familiares desaparecidos, hoy víctimas del Estado y para que, a su vez, el
lector interprete lo ocurrido, con el fin, de que dichos actos no se repitan
ni queden en el olvido.
Desde esta perspectiva, en la que se conjugan datos históricos y
el mundo imaginario del escritor que se presenta a manera de novela
histórica (según denominación de la crítica), surge la siguiente pregunta
¿Cómo el autor de la novela Vivir sin los otros elabora su poética narra-
tiva? Es así que para el desarrollo del interrogante, el presente texto hará
referencia a la función de la literatura, enmarcada en el concepto de
novela, a su vez, esta evidenciará su relación con la historia, ubicándola
en concreto con la conceptualización de la novela colombiana contem-
poránea, con el fin de hacer ese diálogo, en el que se relaciona la teoría
expuesta con la novela Vivir sin los otros, y que de dicho dialogismo
emerja esa poética narrativa que quiere plantear el presente texto, ya que
desde allí pueden que estén unos de los criterios de hacer literatura testi-
monial y ficcional en Colombia. Con respecto a lo dicho, René Wellek y
Austin Warren en el texto Teoría Literaria (1985) en el capítulo Función
de la literatura manifiesta que la naturaleza y la función de la literatura
están correlacionadas, debido a que “la naturaleza de un objeto emana
de su utilidad: es aquello para lo que sirve” (p. 35) o, en otras palabras,
que la literatura puede verse como una “dialéctica en que la tesis y la
antítesis son el dulce y utile” (p. 36). Dulce porque la literatura es goce,
placer, deleite, y útil, equivale “a lo que no sea mal gastar el tiempo” (p.
37) y que merece “atención intensa, y seria”. Es decir que la literatura se
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 83

fundamenta en la unidad indisoluble entre el goce y el trabajo, como


lo es el signo lingüístico con el significante y el significado, en otras
palabras, la construcción y análisis de una obra literaria está mediada
por el qué, cómo y para qué se dice, con el objeto de develar la realidad
que se le presenta para que el lector perciba dicha realidad y construya
su propio punto de vista.

Cuando una obra literaria funciona bien, las dos notas de placer y de
utilidad no solo debe coexistir, sino además fundirse. Hemos de afirmar
que el placer de la literatura no es un placer que se elige de entre una
larga lista de posibilidades de placeres, sino que es un “placer superior”,
por ser placer de una clase superior de actividad, esto es, contemplación
no adquisitiva. Y la utilidad —la seriedad, el carácter instructivo— de
la literatura es una seriedad placentera; es decir, no es la seriedad de un
deber que hay que cumplir o de una lección que hay que aprender, sino
una seriedad estética, una seriedad de percepción (Wellek & Warren,
1985, pp. 37-38).

En este proceso, en el que la función de la literatura devela la reali-


dad y atiende a la unidad indisoluble entre lo dulce y lo útil, se podría
ver que la novela Vivir sin los otros se enmarca en ese sentido, en el
que el formato que se presenta (Novela), hace parte de ese goce estético
para el lector, pero que a su vez se sumerge a la utilidad del mismo,
en la medida en que se conocen los hechos ocurridos en la toma del
Palacio de Justicia y las decisiones que allí se dieron para salvaguardar
una ‘democracia’, que lo único que devela es el poder que existe detrás
del poder, frente a una determinada acción, como lo esboza la novela:

Más de una vez Leopoldo Guillén había presenciado la forma como el


doctor Umaña hacía un análisis académico sobre lo que denominaba
la sintomatología del poder. Advertía que no deberían olvidar nunca
que el Derecho era una tradición romana y que como tal el soberano
84 Literatura colombiana y memoria histórica

dispone sobre la vida de sus súbditos, tanto como la de sus esclavos.


¿Qué quiere esto decir para nuestro caso? les preguntaba a sus alumnos.
Y se respondía: que después de cientos de años los oligarcas que nos
dominan, no sólo se sienten con el derecho de someternos a una vida
marginal y desigual, sino que se sienten con el derecho de matar. Es a
eso a lo que le llaman Estado. En un país en guerra como el nuestro,
recordaría Leopoldo Guillén, las víctimas inocentes son el privilegio
que se arroga el Estado para protegerse a sí mismo. La clase dirigente se
siente dueña de las riquezas, de los valores, de las relaciones, hasta que
termina apropiándose de la vida de sus ciudadanos y suprimiéndola en
honor a su legítima defensa. El problema mayor, insistía una y otra vez el
maestro, es que en nuestros días ya no se habla claramente de ese poder
soberano, sino que hipócritamente la defensa de las instituciones que
ocultan los crímenes de lesa humanidad, se hace en nombre de todos. Y
es a eso que le llaman democracia. Así que la fotografía de la camiseta
que portaba Leopoldo Guillén no era una simple imagen propagandís-
tica sino una forma de leer este momento histórico y el sentido último
de la ley. Como diría su maestro: “Si se dice que detrás de los hechos
del Palacio de Justicia lo que había era una razón de Estado, entonces
la sinrazón es la razón de nuestros Estados Modernos (González, 2010,
p. 33).

Esta sintomatología del poder se devela en la medida en que avan-


zan las páginas de la novela y entonces se empieza a ver que la estrategia
de Fernando González Santos de narrar el hecho del Palacio de Justicia,
fue preciso al escoger a este género discursivo para contar la historia.
Es decir que la pregunta que subyace al comentario es ¿Por qué se usó
el género narrativo de la novela para contar el hito histórico de la Toma
del Palacio de Justicia? Para esta discusión de novela, que hace parte
de los planteamientos del goce como diría Wellek, es fundamental para
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 85

hacer una revisión de las ideas que realiza el profesor Diógenes Fajardo
Valenzuela, de la Universidad Nacional, con su texto: La fiesta del
nacimiento de nuevos sentidos. Ensayos sobre narrativa latinoamericana
(2011). Dicho libro tiene como visión retomar los nuevos sentidos que
plantea el poeta Lezama Lima en su producción artística, al respecto
dice Fajardo (2011):

Una de las constantes de la novela latinoamericana, señalada reiterada-


mente por la crítica, es la relación entre novela e Historia. (…) los nove-
listas latinoamericanos sienten la necesidad de reescribir la Historia.
Quizá la razón de esta tendencia radique en el hecho mismo de saber
que la Historia de América Latina está hecha de ficciones que han ido
adquiriendo el status de verdad, casi revelada, y que es necesario brin-
dar otras posibilidades de cómo pudieron haber sucedidos los hechos
históricos. El poder ha servido para implantar una historia verdadera.
El novelista tiene la obligación de relativizar esa historia y de darle vos a
los silenciados y vencidos. Incluso, en repetidas ocasiones, la historia del
poderoso se presenta con muchas, mutilaciones para que no aparezca
el ser humano y se pueda construir y sostener en forma más sólida el
sentido mitológico de los héroes fundacionales (p. 18)

Así mismo:

La crítica ha encontrado un rico filón para sus análisis en la relación


entre ciudad y violencia. Incluso se habla de visiones apocalípticas como
características del panorama descrito en algunas novelas recientes.
La historia se acabó para una generación que ya se siente excluida de
aquella y que divisa un futuro para su existencia individual o colectiva.
Lejos de sentirse sujetos constructores de la historia, experimentan a
diario que más bien son sus víctimas. Y, en consecuencia, responden a la
violencia con violencia desde su propio hogar y desde la escuela. (…) la
86 Literatura colombiana y memoria histórica

novela colombiana reciente recoge este contexto y lo convierte en tema


y en factor estructurado de sus obras (Fajardo, 2011, p. 18).

Para llegar a este planteamiento, Diógenes Fajardo tiene claro los


aportes que hace Lukács, Bajtin, y Óscar Ramos sobre la teoría de la
novela y cómo este género, converge en la historia, denominándose
novela histórica, ya que el conocimiento occidental (novela) hace
hibridación con las formas creativas de la novela latinoamericana. Este
andamiaje teórico, permite comprender que el trabajo que realiza el
escritor Fernando González Santos con la novela está bajo la idea de
una literatura histórica, de hecho se podría decir que es literatura testi-
monial que se complementa con la ficción, pero que la realidad es tan
desbordante que la ficción funge como canalizador para poder recons-
truir los personajes (de la realidad) que quedaron sin voz. De allí, que
un género de novela como lo es la literatura testimonial, sea el recurso
estilístico más idóneo para poder contar dichos acontecimientos, ya que
la novela le permite al lector desde un presente de la narración conocer
los hechos del pasado y revivirlo para que el lector de alguna manera se
sensibilice frente a lo ocurrido.
Desde esta perspectiva, se puede decir entonces que la novela Vivir
sin los otros. Los desaparecidos del Palacio de Justicia (2010), narra los
sucesos de una gran batalla ocurrida en el Palacio de Justicia. Según el
periódico El Tiempo, en su artículo: Las 4 heridas abiertas de la tragedia
del Palacio de Justicia (2015) manifiesta que se dieron casi cien (100)
víctimas mortales y que fue una lucha entre las fuerzas militares y el
M-19. La toma solo duró veintiocho horas para algunos, para otros
pasan días, noches y no termina.
En el transcurso de las décadas, luego de la toma y retoma del Pala-
cio de Justicia, no solo algunas familias siguen buscando respuestas ante
los acontecimientos de ese día, esperando que lo ocurrido no quede en
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 87

la impunidad. Muchas de las familias siguen en el clamor de la búsqueda


de sus seres queridos, la crueldad que se comete al guardar silencio car-
come la vida de quienes siguen en la espera, pero al parecer estos casos
de “desaparecidos” son tan comunes, que se han convertido en un acto
aislado para la sociedad, donde se cree que solo afecta a su núcleo más
cercano, sin imaginar que cada día se acrecienta esta problemática al
no encontrar respuestas a los miles de casos que engrosan estas listas.
Según la cifra oficial dada en febrero de 2018 por el equipo del observa-
torio de memoria y conflicto, del Centro Nacional de Memoria Histó-
rica (CNMH), hasta noviembre de 2017, 82.998 familias en Colombia
sufren la incertidumbre de la ausencia de sus familiares y con ello la falta
de información de lo sucedido.
De esta manera, al recorrer las líneas escritas en la novela Vivir sin
los otros (2010), el lector se sumerge en el sufrimiento de los familiares
de las víctimas que ha dejado la guerra y, sin imaginar, se da cuenta
que pertenece a una generación que ha heredado tanta violencia, pero
que aún cree que no le toca de frente, ya que algunos piensan que el
pasado es pasado y que sus sombras no alcanzarán los días del presente.
Esta novela lo lleva a hacer una reflexión frente al sufrimiento que viven
muchas familias en el país y conlleva a tomar un punto de partida frente
a las desapariciones forzadas que a diario ocurren, pero que en muchas
ocasiones no son mencionadas y cuando se nominan, hacen caso omiso
frente a este crimen de lesa humanidad.
Desde la toma del Palacio de Justicia y tras la desaparición forzada
de personas que allí estaban ese día, los familiares escudriñan en la
búsqueda de pistas para llegar a la ‘verdad’ y así poder tener respuestas
a los interrogantes que han existido por años; ¿Qué sucedió con los
desaparecidos del Palacio de Justicia? Al transcurrir treinta y tres (33)
años aún se encuentran pruebas de que algunos salieron con vida aquel
día, pero que sin explicación alguna resultaron torturados y muertos. A
88 Literatura colombiana y memoria histórica

su vez, enterrados en fosas comunes sin que nadie de razón del por qué
resultaron en esos sitios, a pesar de las pruebas de que los empleados
de la cafetería salieron con vida, después de tanto tiempo los familia-
res siguen esperando justicia. Como es el caso en que se narra en la
novela, el momento en que en plena audiencia del Coronel Plazas Vega,
le presentan un video durante el cual se muestra a los empleados de la
cafetería con vida y desplazándose fuera del Palacio de Justicia: “(…)
Luego de unos minutos, apareció la imagen de un grupo de rehenes
evacuando el Palacio de Justicia. Inmediatamente la fiscal advirtió que
se trataba de los empleados de la cafetería” (González, 2010. p. 85).
Por lo tanto, hablar en una novela sobre hechos históricos que
han marcado no solo familias sino un pueblo entero, es conducir a las
próximas generaciones a guardar en la memoria acontecimientos que
no son aislados a los que transcurren en la actualidad. La novela vivir
sin los otros (2010) narra hechos que fueron noticia nacional, en el que
el escritor muestra la violencia que se vivió en una época determinada.
González Santos en su obra recrea los momentos más críticos que se
vivieron en el holocausto de la toma y retoma del Palacio de Justicia,
además de la angustia de las familias por encontrar a sus seres queridos.
La novela al estar escrita entre el presente de la narración, pero contando
el pasado en su historia, muestra la lucha incansable a través de los años
por descubrir la ‘verdad’ y que al pasar el tiempo solo se encuentran con
el olvido y ligado a la impunidad.
Para Pons (1999), una de las características de la novela histórica
es la relectura crítica del pasado por medio de la escritura, de esta
manera, algunas apuntan a la posibilidad de dar a conocer y hacer una
reconstrucción del pasado histórico; por otro lado, otras recobran los
silencios o permanecen en la búsqueda del lado oscuro de la historia y
algunas muestran el pasado conocido desde una perspectiva diferente,
en la cual se documentan los sucesos a través de los actores, por lo tanto,
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 89

se escudriña en la memoria colectiva documentada o codificada. Cabe


resaltar que para lograr la reconstrucción del pasado que se presenta,
se emplean diferentes herramientas y estrategias narrativas que puedan
llamar la atención al lector como: la creación de elementos de distrac-
ción, el uso de parodias, ironías, la presencia de anacronías, entre otros.
Con lo dicho anteriormente, la novela Vivir sin los otros, de Fernando
González (2010), se enmarca en una novela histórica y testimonial al
relatar los sucesos ocurridos en una época determinada y que en el
presente reviven sus narraciones, como se aprecia en el siguiente relato:
“(…) — ¡Todos contra la pared que esto es una toma! —(…)” (p.
16)
“(…) — Somos el comando Iván Marino Ospina del M-19 y a uste-
des no les va a pasar nada” (…) (p. 16).
“Veinticinco años después que las explosiones estremecieran la
Plaza de Bolívar, el país esperaba la sentencia del juicio (…)” (p. 11).
(…) “— Es que este juicio es el fraude procesal más grande en la
historia Colombiana y vamos a desarmar todo este andamiaje (…)” (p.
71).
Diferentes narrativas discursivas han surgido frente a la toma del
Palacio de Justicia y se expresa la tragedia en determinados lenguajes y
bajo diferentes investigaciones sobre el acontecimiento. La imparciali-
dad puede ser mostrada de una manera abierta en la creación literaria,
ya que la misma extrae un contenido de la realidad y esta puede ser una
nueva forma de literatura, es decir, brindar la posibilidad de perpetuar
en el pasado y no dejarlo muerto. Lo anterior, es precisamente la recons-
trucción de la memoria, que busca pervivir en el tiempo.
Por otro lado, en el artículo: Informe del Palacio de Justicia: ni comi-
sión ni verdad, de Maureén Maya (2006) expresa que:

La historia del Palacio de Justicia es una historia de encubrimiento


oficial y de distorsión de la memoria histórica; un tenebroso montaje
90 Literatura colombiana y memoria histórica

que intenta ocultar toda una cadena de irregularidades con las que se
pretendía facilitar el crimen de Estado, la posterior impunidad con la
absolución de los directos responsables del magnicidio y poner en mar-
cha un perverso, pero no nuevo, plan de suplantación y falseamiento de
la memoria histórica (párrafo, 2).

Fernando González Santos (2010), por su parte, en su novela, narra


al lector de una forma detallada los hechos que ocurrieron en la toma del
Palacio de Justicia y las luchas de familias por encontrar respuesta a los
interrogantes, pues hasta la fecha se desconoce el paradero de algunos
que se encontraban aquel fatídico día en ese lugar y el encubrimiento
por parte del gobierno a la búsqueda de la ‘verdad’.
Asimismo, Renán Vega Cantor (2012), menciona que González “nos
ofrece una reconstrucción novelada del drama de los desaparecidos del
Palacio de Justicia” (p. 246). Además, expresa que todas las investigacio-
nes que conlleven a recordar la dimensión de la desaparición forzada
en Colombia son de innegable valor. Así mismo, la memoria histórica
se ha convertido en un elemento indispensable para crear resistencia y
luchar contra los crímenes que ha perpetrado el Estado y se quedan en
la impunidad.
Por otra parte, la novela Vivir sin los otros (2010) trae a la memoria
del pueblo colombiano lo sucedido en el Palacio de Justicia. Es una
mezcla entre el pasado y el presente. Así lo afirma Jorge Cardona (2011)
en la revistal cultural “Libros & Letras”: “el pasado y el presente que se
alternan en la búsqueda de un objetivo común, la verdad de lo sucedido
en medio de una guerra a muerte y, en la alternada secuencia, la vida
humana y sus complejidades” (párrafo, 2). Esta novela, sin duda alguna,
establece otra acción para romper el silencio y los vejámenes que rodean
los hechos.
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 91

Así mismo, en la estructura de la novela están las familias que incan-


sablemente luchan por respuestas para encontrar a sus seres queridos y
aún guardan una pequeña esperanza de que sus familiares regresen a
casa. En ese sentido, se quiere resaltar, dentro de la novela referenciada,
el personaje de Betty, pues este sirve como prototipo de mujer abnegada,
luchadora e inalcanzable por encontrar la ‘verdad’: “Betty asumió la
tarea sin ningún tipo de reparos, estaba obsesionada en encontrar el
rastro de Ramiro y se había prometido no volver a casa hasta encontrar
algún indicio concreto” (González, 2010, p. 57)
La mujer en la novela ha sido un elemento fundamental en la
búsqueda de la ‘verdad’ y en la realidad esas mismas cualidades se
mantienen, ya que representan la perseverancia de no permitir que
se olviden sus seres queridos, como lo hace Pilar, esta última mujer
mencionada encarna las miles de mujeres que no tienen respuesta, las
miles de madres que lloran porque sus hijos no regresaron a casa, las
hijas que buscan desesperadamente a sus padres y que no pierden la
esperanza de encontrarlos, las esposas que tuvieron que tomar el mando
de sus hogares y buscar respuestas sin encontrarlas. Pilar se convierte en
el símbolo de un pueblo que exige justicia, en los hombres y niños que
permanecen en casa a la espera del ser querido que salió aquella mañana
del 6 de noviembre y no volvió y, con ella, un pueblo entero que clama
que algún día llegue la verdad de lo sucedido. Como se puede observar
en la obra Vivir sin los otros (2010), la lucha incansable de Pilar, perso-
naje denominado Betty, por encontrar a su esposo “Ella intentaba forzar
su imaginación a ver si Ramiro aquel día llevaba consigo un reloj, una
pulsera o anillo, algo que le sirviera para trazar una ruta de búsqueda y
no salir a tientas todas las mañanas” (González, 2010, p. 148).
La mujer a lo largo de la historia ha sido presentada como el sexo
débil dentro de la sociedad, pero con el pasar de los años esto ha quedado
relegado, pues ha demostrado que puede tener un lugar establecido de
92 Literatura colombiana y memoria histórica

participación en las diferentes acciones que se presentan. Como lo ha


hecho Betty, uno de los personajes principales de la obra, que continúa
en la lucha para que la ‘verdad’ salga a la luz pública y no quede impune
la desaparición de hombres y mujeres del Palacio de Justicia.
En una entrevista realizada en el año 2017, por César Otavo, en el
marco de la conmemoración a los desaparecidos del Palacio de Justicia,
Pilar Navarrete, quien es representada en la novela como Betty, expresa
que: “le exige al Estado que diga la verdad de lo que sucedió” (4m44s),
pues a pesar de que encontró los restos de su esposo, aun busca hacer
justicia por todos los vejámenes que le hicieron durante la toma. Afirma
que fue torturado hasta ser llevado a la muerte y que nadie se pronuncia
sobre estos hechos y así como ella sigue en la búsqueda de la verdad,
existen familias que no han encontrado ningún tipo de información,
pero que luchan porque algún día, tal vez no lejano, se esclarezca esta
capa de humo que a un abriga el país.
Los familiares de las víctimas, en el transcurrir de los días, han sido
espectadores impotentes ante los hechos que sucedieron. Vivir sin los
otros (2010) refleja el sufrimiento diario que han llevado desde el primer
instante en que se enteraron que sus padres, esposos, hermanos, herma-
nas, madres, entre otros, habían desaparecido sin ninguna explicación.
Aunque en ocasiones las acciones son poco significativas, la lucha es
incansable y continua, pues nadie está dispuesto a dejar que todo se
quede en la impunidad, el sufrimiento que llevan dentro les da fuerzas
para seguir en la búsqueda de la ‘verdad’ “Las acciones resultaban un
poco dispersas, pero mantenían el vínculo del grupo. Comenzaron a
sentir presiones, a recibir anónimos de todo tipo, a escuchar noticias
incompletas y a percibir seguimientos. Pese a ello jamás desfallecieron”
(González, 2010, p. 73).
Como lo expresa Betty en la novela, todos sufren una larga con-
dena que será llevada hasta los últimos días de la existencia, “En todos
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 93

estos años que me fui reencontrando a mí misma con la tristeza y la


desazón de estas personas, no hallé una sensación que destrozara tanto
sus sentimientos como la culpabilidad de seguir viviendo sin los otros”
(González, 2010, p. 65). Por último, el discurso narrativo de la novela
en relación con el discurso hegemónico de la historia del Palacio de
Justicia, abre una gran puerta para conocer la otra historia ocurrida el
6 de noviembre de 1985 que no fue contada por el escenario oficial. La
revista Semana en su artículo: Los siete fantasmas del Palacio de Justicia
(2015) denuncia que el Ministro de Defensa general Miguel Vega Uribe
en un debate da a conocer un anónimo que decía:

El M-19 planea tomarse el edificio de la Corte Suprema de Justicia el


jueves 17 de octubre, cuando los magistrados estén reunidos, tomándo-
los como rehenes al estilo Embajada de Santo Domingo; harán fuertes
exigencias al gobierno, entre ellas el tratado de extradición (párrafo, 5).

En conjunto se reunieron evidencias que apuntaban a lo que iba a


suceder, pero hicieron caso omiso y no tuvieron en cuenta la magnitud
de la tragedia. A la fecha algunas cosas siguen sin respuesta, como la
reacción inmediata que tuvieron las fuerzas militares, pues al parecer
eran las únicas que estaban preparadas para contrarrestar la arremetida
del M-19. Después de largos años en el proceso, se conoce un docu-
mento donde se da constancia de que las fuerzas militares sabían de
la incursión del M-19, este mismo fue redactado 8 días después de la
destrucción, tanto humana como material en la toma del Palacio, en el
cual se conoce las comunicaciones y los antecedentes que habían sido
enviadas por los mandos superiores, donde además se alertaron a las
brigadas para que mantuvieran la unidad y pudieran operar rápida-
mente. Por lo anterior, se puede descifrar que las fuerzas militares tenían
conocimiento sobre la arremetida y se tomaron el tiempo necesario para
preparar su armamento e incursionar y repeler cualquier ataque; pero
94 Literatura colombiana y memoria histórica

tal acción, solo dejó para el país más muertes e incesables clamores de
justicia.
Muchas de las familias cuestionan al gobierno por el ocultamiento
de información, además de eso, la falta de vigilancia en el lugar, ya que
justamente antes de la tragedia fueron retirados los guardas. Entonces,
¿Cuál era realmente el objetivo de las fuerzas militares?, ¿acaso era
abrir una espacio temporal para que entrara el M-19 y retuvieran a las
personas que allí se encontraban?, pero las fuerzas armadas tenían una
estrategia trazada, dejarlos entrar y exterminarlos, si entraban era muy
difícil que salieran de ahí, pues no existían en el lugar vías de escape.
Si se tiene en cuenta esto, ¿es realmente lo que buscaban las fuerzas
armadas? o ¿simplemente era engrandecer su labor y dejar presente que
ellos eran los que mandaban?
Por otro lado, el M-19 no tuvo en cuenta la procedencia de los
rehenes, el nivel de importancia hacia algunos, es menor, como quedó
evidenciado en la toma y retoma del Palacio de Justicia. Para el gobierno
y las fuerzas militares poco valió la vida de muchos compatriotas; el
grupo insurgente se dejó llevar a un callejón sin salida, donde menos
seguros estaban y sin premeditar que las fuerzas armadas no querían
dialogar sino atacar y acabarlos, sin tener en cuenta las vidas de los tra-
bajadores que estaban allí o que estaban de paso. Ahora bien, se puede
decir que las fuerzas armadas estaban preparadas, ya que el ataque fue
inmediato, no tuvieron en cuenta que dentro había vidas de inocentes
que solo buscaban regresar a sus hogares. Renán Vega en su artículo:
La Masacre del Palacio de Justicia. Ejemplo emblemático del Terrorismo
de Estado en Colombia (6-7 de noviembre de 1985) (2016), presenta el
testimonio del magistrado Humberto Murcia Ballén quien afirma que
atacaron sin compasión:

Ya era más de media noche y el ataque de afuera hacia adentro era


cada vez más fuerte. Un impacto, tal vez de un cohete o de un rocket,
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 95

prácticamente tumbó la pared del baño. Ahí quedaron todos al descu-


bierto, por lo menos los que conservamos la vida, porque el golpe fue
tan tremendo que muchos de los 60 rehenes que allí estaban quedaron
muertos (p. 110).

Al parecer los planes que tenían los altos mandos era exterminar a
todos dentro del Palacio, pues impidieron cualquier tipo de diálogo que
viniera desde adentro, además no permitieron la entrada de la defensa
civil ni de los bomberos. Esto demuestra que el Presidente de la Repú-
blica no ejerció el mandato constitucional de defender la vida y honra
de los colombianos y, además, que las fuerzas militares lo tenían aislado
y él no tenía mando sobre ellas. Tras estos hechos, han sido muchas
las familias afectadas, sus familiares fueron sometidos a torturas, luego,
asesinados y, posteriormente, desaparecidos. Algunas familias después
de luchas han logrado al menos saber dónde se encontraban los restos
de sus seres, pero sin mayores explicaciones de lo que realmente sucedió.
Hace poco tiempo se dio la noticia de que abrieron un frente judi-
cial sobre los desaparecidos del Palacio de Justicia. Es difícil entender
que han pasado tantos años y que estos argumentos apenas se vayan
a tener en cuenta, ya que desde 1985 se conocían varios testimonios
de personas que fueron torturadas y que lograron salir con vida, como
es el caso de Eduardo Matson y Yolanda Santodomingo, estudiantes de
derecho de la Universidad Externado de Colombia. Cabe resaltar que
estos son los únicos testimonios que no han sido modificados en lo
que se refiere a testimonios de torturas, pues son fuentes primarias que
sufrieron en carne propia tal horror. Por otro lado, está el caso de uno
de los magistrados Carlos Horacio Urán, que según imágenes vistas en
televisión, salió con vida del Palacio de Justicia, pero que sin respuestas
resultó muerto con un tiro de gracia en la sien dentro del palacio, con
96 Literatura colombiana y memoria histórica

lo cual se deja su familia en una incertidumbre por los minutos que


antecedieron a su muerte, sin resolver lo que realmente sucedió.
Así mismo, existen otros desaparecidos del Palacio de Justicia, ocho
(8) personas que trabajaban en la cafetería, tres (3) personas que entra-
ron como visitantes circunstanciales y una guerrillera llamada Irma
Franco; según pruebas de las investigaciones estas personas salieron con
vida y fueron llevados hasta la Casa del Florero, por ser sospechosos de
ser integrantes del M-19, existen diferentes testimonios de las torturas
a los que fueron sometidos hasta ser llevados a la muerte, para luego
de ser desaparecidos. Tras los hechos sucedidos las fuerzas armadas
trataron de borrar cualquier huella de la masacre que se vivió en ese
lugar, razón por la cual impidieron la labor de los jueces en el levan-
tamiento de los cadáveres y poder determinar la causa de sus muertes.
Arbitrariamente hicieron lo que quisieron, tanto así que brindaron
información errónea para confundir la investigación del momento y las
futuras. Eso ha conllevado a que las familias no tengan bases sólidas
para encontrar la justicia que tanto se necesita, pues al final no saben si
sus seres queridos fueron torturados y asesinados o solamente murieron
en el fuego cruzado. Muchos de ellos enterrados como NN, cuando las
fuerzas armadas sabían muy bien quienes eran.
Finalmente, la novela Vivir sin los otros (2010), recrea por medio
de sus personajes esa lucha de los familiares de las víctimas por encon-
trar respuestas ante los interrogantes que surgen por la desaparición
de hombres y mujeres que llegaron como todos los días a trabajar al
Palacio de Justicia y hasta los últimos días siguen desaparecidos, en los
personajes de la novela, como en la realidad. Aún se encuentran familias
de las víctimas que no se han rendido y piden al gobierno que se haga
justicia tras lo sucedido, sin embargo, los días pasan y al parecer estas
personas (desaparecidos) demuestran la impunidad y la corrupción de
la justica al no entregar resultados positivos ante estos hechos. Por eso,
Una mirada a los hechos de la toma del palacio de justicia
desde la obra literaria Vivir sin los otros 97

el Estado es responsable y cómplice de lo ocurrido ese 6 de noviembre


de 1985 en la toma y retoma del Palacio de Justicia al no dar cuenta de
la ‘verdad’ a los familiares de la víctimas y dejarlos bajo el doloroso
recuerdo de vivir sin los otros.

Referencias
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otros. [Video]. Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=9xTkLTuSKf0
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Wellek, R. & Warren, A. (1985). Teoría literaria. Traducción de José Mª
Gimeno. Madrid: Editorial Gredos; S.A.
El gato y la madeja pérdida: Una
reconstrucción de la memoria colectiva

Steisy del Carmen Rodríguez Arias


steisy3096@gmail.com

Rosa Alejandra Ramírez Otálvaro


alerami9600@gmail.com

El mal sufrido debe inscribirse en la memoria colectiva, pero para


dar una nueva oportunidad al porvenir.
Los abusos de la memoria, Tzvetan Todorov.

Resumen
El presente ensayo surge como propuesta para comprender y reflexionar
sobre la violencia y el conflicto armado en Colombia, a través de la obra
literaria El gato y la madeja perdida, de Francisco Montaña (2013). En
esta labor se tiene en cuenta el papel de la literatura en el acto de hacer
mímesis con la realidad y esta misma como elemento reconstructor de
la memoria colectiva.
Palabras clave: Conflicto armado, literatura, memoria colectiva,
realidad, reflexión.

— 99 —
100 Literatura colombiana y memoria histórica

Introducción
Varios investigadores coinciden en que debido a la Violencia que se
vivió en Colombia entre los años 1930 y 1960, los grandes intelectuales
del país empezaron a manifestar estos hechos a través de la literatura,
con lo cual traen consigo el nuevo movimiento literario vanguardista,
caracterizado por el deseo de cambio y un evidente rechazo a las políti-
cas tradicionales. Esta nueva literatura necesita de un lector atento que
pueda develar la función social de la literatura, en este caso la recons-
trucción de memoria; así pues, el lector cumple una función importante,
es quien resignifica e inmortaliza la obra.
Domínguez (2009) afirma: “En todo texto, la huella de sentido
muerta se hace sentido vivo por la comprensión. La obra de arte literaria
sólo se realiza del todo en su lectura” (p. 80). En esta medida, el lector le
da vida a una obra literaria cuando la lee, la comprende y la transmite,
es quien permite que la literatura intervenga por la historia para que
permanezca viva y pueda ser conocida por todos, espacialmente por la
juventud actual que se caracteriza por ser una generación abstraída de
la realidad.
En esta nueva literatura que aborda la violencia y el conflicto
armado en Colombia incursionan muchos autores colombianos, como
el escritor Francisco Montaña, este autor en su libro: El gato y la madeja
perdida, hace un montaje literario donde incluye características propias
de la etapa púber que atrae y envuelve al lector y así este termina sumer-
gido en una historia político-social que imita un episodio socio-histó-
rico acontecido en Colombia, brindándole la posibilidad de conocer a
través de este enmarañamiento la realidad y la historia que ha sufrido
el país.
El gato y la madeja perdida, es sin duda una obra que refleja una de
las muchas realidades sociopolíticas de los años 80, época misma en la
El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción de la memoria colectiva 101

que ocurre el genocidio de la UP (Unión Patriótica) donde a través de


una adolescente (en este caso Ana María) Montaña pretende contextua-
lizar la realidad innata del entorno político, social y familiar de dicha
joven, quien se ve expuesta a todo tipo de conflictos tras la separación
de sus padres, el enamoramiento hacia su profesor de matemáticas
(Ricardo) y el asesinato de su abuelo (líder político de la UP). Situacio-
nes que la llevan a ser víctima, a buscar de alguna manera reivindicarse
y generar una sensibilización social, política e institucional sobre los
hechos históricos del país, que no siendo secreto para nadie, la mayoría
quedan en impunidad jurídica.
La obra mencionada anteriormente se toma como base y sustento
para defender la idea de este ensayo, el cual postula a la literatura como
un elemento fundamental en la reconstrucción de una memoria colec-
tiva. Lo anterior al tener en cuenta que esta misma es una herramienta
que ha permitido crear conciencia colectiva en otros países que han
sufrido conflictos como el nuestro, pues por medio de diferentes obras
literarias los autores muestran contextos sociales y son los lectores
quienes asumen la tarea de interpretar, replicar, transmitir y conservar
los acontecimientos que el autor quiere relegar. Finalmente se pretende
dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Es posible reconstruir memoria
colectiva sobre el conflicto armado en Colombia a través de la literatura?

Función de la literatura
Pensar en lengua y sociedad conlleva a la oportunidad de reflexionar
sobre la relación existente entre estas mismas, pues es necesaria, ya que
no hay lengua sin sociedad. Autores como Hymes (1996) y Labov (1974)
señalan que la lingüística es sociolingüística y que para tal fin se trata
entonces de señalar la importancia que implica verlas como dos reali-
dades interrelacionadas, dado que es imposible concebir la existencia de
102 Literatura colombiana y memoria histórica

una sin la otra. De manera que la finalidad de la lengua es ser servidora


y/o instrumento comunicativo como parte de la cultura a la que se per-
tenezca (Álvarez, 2007).
Con lo anterior, se quiere mencionar entonces, que la lengua no
es simplemente un vehículo, sino también el núcleo para establecer y
mantener relaciones entre los seres humanos (contacto social) y es ahí
donde el autor Francisco Montaña, en su obra, busca enseñar al lector
la importancia que el lenguaje, en este caso la obra pretende dar voz a
una sociedad que se ha visto marcada por el conflicto armado, por una
violencia persistente, por una violencia que merece ser conocida, por-
que de lo contrario se verá destinada a ser repetida. Así pues, El gato y
la madeja perdida trae consigo un relato martirizado que busca develar
una realidad que despierte al lector frente a un acto de Violencia.
Conviene subrayar que la obra literaria en mención constituye
un importante elemento social para el análisis deseado en el presente
escrito, pues busca socializar de manera reflexiva el genocidio político
de la Unión Patriótica, para así generar diversas posibilidades de recons-
trucción de memoria, a través de un lenguaje que ayude a re-significar
aquella realidad en que se sumerge Colombia a raíz de los diferentes
escenarios en los que la violencia del conflicto armado ha sido y sigue
siendo protagonista.
Hay que mencionar además, que Francisco Montaña dentro de la
novela da voz participativa a Ana María, una joven adolescente que
a partir del asesinato de su abuelo (Juan Esteban) se ve sumergida en
diversos sucesos, familiares, político-sociales y personales, con los
cuales, por supuesto, el autor desarrolla a través de los sentimientos de
dicho personaje un desencadenamiento de temas como lo son la vio-
lencia política, el sufrimiento, la muerte, el amor, entre otros. Con lo
anterior recoge memorias alternas al relato oficial de dicho exterminio
político y muestra el simbolismo de la afectación familiar frente a los
El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción de la memoria colectiva 103

sucesos ocurridos dentro de la obra, más no del papel y/o perspectiva


propia de los victimarios.
Dentro de la obra se encuentra también el juego del autor frente
a la condición y sensibilidad humana, puesto que la literatura permite
extraer de cualquier escenario dicha posibilidad de acercamiento que
el lector hace con la historia y el cómo a partir de esta aproximación a
la novela se tejen y se reconstruyen memorias que llevan a un espacio
reflexivo frente al papel de la literatura como mediadora para el desarro-
llo de construcciones colectivas.
Domínguez (2009), menciona: “La ciencia de la literatura es un
discurso general cuyo objeto es no un solo sentido, sino la misma
pluralidad de sentidos de la obra.” (p. 77). Con lo expuesto se entiende
entonces que dentro de la obra El gato y la madeja perdida, Montaña
expresa de diversas formas su discurso y tiene en cuenta los diferentes
escenarios, tales como la escuela de Ana y el contexto que trae consigo
(el enamoramiento hacia su profesor de matemáticas, el testimonio
de su compañera Carolina de grado 11, el acompañamiento de María
Virginia, quien era su mejor amiga, entre otros), también el contexto
familiar (desde el asesinato de su abuelo, la separación inesperada de sus
padres y el pronto conocimiento de María Lucía “La gorda”, como nueva
compañera sentimental de su padre. Así mismo, el papel que constituye
Carlos, su hermano y la poca comunicación que emergen entre sí), de
igual forma el contexto personal de Ana como una adolescente a quien
el autor expone como voz para narrar dicha historia, sin olvidar tener
en cuenta que el acto de adolescencia implica muchos altibajos dentro
del entorno socio-cultural del ser humano, pues es una de las etapas más
importantes para construir aquel empoderamiento del ser dentro del
acto social que implica dicha etapa.
Es necesario además, mencionar el importante papel que cumple
la literatura como medio fundamental para la reconstrucción de la
104 Literatura colombiana y memoria histórica

memoria colectiva que se pretende, por esta misma línea Gadamer


(1977) menciona que: “(...) la literatura es más bien una función de la
conservación y de la transmisión espiritual, que aporta a cada presente
la historia que se oculta en ella” (p. 213). El anterior enunciado es sin
duda un valioso elemento que permite considerar a la literatura no solo
desde sus emociones estéticas, sino también desde una “interpretación
de la realidad” (Ayala, 1964, p. 99). Una realidad constituida desde la
memoria colectiva de un determinado contexto social, como es el caso
de la presente obra en análisis, donde el Gato y la Madeja son el simbo-
lismo de aquella masacre e injusticia en la historia colombiana.
Es importante señalar que la novela de Montaña, constituye una
variada estructura frente a la voz que el autor pretender dar, si bien el
protagonista principal en la obra no es Ana María, sino el partido de la
UP, ya que todos los escenarios giran en torno a dicha masacre. Se tiene
entonces, a una adolescente que desarrolla la obra y que se ve acom-
pañada por variadas narraciones (sentimientos) que pueden delimitar
el pensamiento personal del autor, ya que el texto refleja en algunas
escenas cómo la adolescente divaga en pensamientos debido a la crisis
del entorno social por la que transcurre, donde no siempre parece ser su
voz, sino la del autor, como un ejemplo constitutivo de dicho tránsito de
violencia relatada. Así se lee en Montaña (2013):

(...) Cerró la puerta y nos dejó sumergidas en ése silencio que queda
después de las tragedias. El monstruo marino abre las fauces y se traga
un barco entero con sus trecientos cincuenta ocupantes, y después de
que la espuma del mar se calma, debe ser increíble el silencio que apa-
rece. Un silencio posterior a los cataclismos, uno de terciopelo (p. 50).

–Por algo dicen que el silencio no existe, que lo que hay es un remanso
que deja lametazos lentos, pero que mantiene –claro, porque siguen
vivas aunque bajo la apariencia de la quietud- corrientes poderosas
El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción de la memoria colectiva 105

encontradas que sólo esperan deshacerse del abrazo tranquilizador en


el que están para irrumpir de nuevo en el mundo (p. 60).

Con lo anterior se encuentra una voz que no refleja un sentimiento


adolescente, sino más bien una reflexión adulta frente al contexto
presentado, pues se tiene en cuenta que dichos pensamientos giran en
torno a una soledad relacionada con espacios marinos. Dicho de otra
forma, en relación con espacios colosales en contraste con el infortunio
por el que transitaba Ana dentro de su soledad en la obra.
Cabe señalar que dentro del concepto de literatura se encuentra
Sartre (1967) quien es ponderado en nombre de la literatura, él men-
ciona que para dar respuesta al significado de literatura se debe exami-
nar el arte de escribir, el qué es escribir, para qué se escribe y para quién,
considerando como conclusión el hecho de que es el escritor quien
opta por hacer revelación del mundo, del hombre a los demás hombres,
como un objeto puesto al desnudo para asumir responsabilidad; donde
dicha “función del escritor, consiste en obrar de modo que nadie pueda
ignorar el mundo, pues se ha lanzado al universo del lenguaje, al uni-
verso de los significados” (p. 34). Es así como la literatura se presenta
como un elemento develador para ayudar a entender un contexto. En
ese sentido, Sartre (1967) dice que: “(...) la literatura es, por esencia,
la subjetividad de una sociedad en revolución permanente” (p. 95). Se
tiene entonces un claro ejemplo con la presente obra, pues el autor no
solo busca despertar al lector, sino también hacerlo un ser consciente
frente a un pasado que se constituye no solo como parte de la historia
del país, sino también como un constructo colectivo que re-significa en
la sociedad. Al respecto Montaña (2013) escribe:

(...) Es una montaña que nadie más quiere ver. Es una montaña que
llaman riachuelo, fantasía, pedrusco. Pero no montaña. Y se trata de la
montaña más grande del mundo. La montaña de la injusticia. A nosotros
106 Literatura colombiana y memoria histórica

nos toca mostrarla –dijo con toda seguridad–. En este país a nosotros
nos toca construir la justicia. A todos, a cada uno de nosotros. Eso es
parte del drama que tenemos nosotros los colombianos. La justicia no
existe por sí sola, depende de que hagamos que exista (...) (p. 150).

Lo anterior dimensiona el papel que constituye el padre de Ana,


(Iván Darío) frente a las razones del por qué construir justicia ante el
suceso ocurrido (asesinato de Juan Esteban), de la lucha por la defensa
de los derechos, de la búsqueda inalcanzable de la verdad, para que el
resultado no traiga consigo terror e inequidad. Una búsqueda “para
encontrar la prueba” (Montaña, 2013, p. 151), aquel papel que leía Iván
en su búsqueda por la justicia. Una búsqueda que consolide una memo-
ria colectiva a través de la literatura.
Esta obra es sin duda un regalo literario que refleja una de las muchas
realidades del conflicto colombiano, es un texto de fácil comprensión,
donde dicha lectura permite al lector tener acercamiento a la realidad a
partir de un mundo ficcional, que tiene como objetivo además, suscitar
emociones y evocar diversas experiencias personales. Como ya se ha
contextualizado sobre el elemento literario, es necesario direccionarlo
hacía la reconstrucción de la memoria colectiva.

Memoria colectiva
“El ser humano es un ser social por naturaleza”1, razón por la cual
debido a su constante interacción con los demás es difícil que este no
se impregne de los elementos y aspectos propios del ámbito social que
comparten, por tanto, la sociedad determina la identidad del individuo
y todo su canon personal. Así mismo, la memoria aunque parta de ser
una facultad individual, esta, para su reconstrucción, necesita de los

1 A Aristóteles (384-322, a. de C.) se le adjudica esta afirmación.


El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción de la memoria colectiva 107

marcos de referencias sociales generales (espacio, tiempo, lenguaje) y


específicos (familia, clase, etc.). Si seguimos la idea de Halbwachs (1950;
2004) se puede decir que los grupos de los cuales se hace parte ofre-
cen los medios para reconstruir recuerdos y es en este sentido que se
puede hablar de memoria colectiva y de marcos sociales de la memoria.
Además, se entiende la memoria colectiva como la “memoria individual
relatada, a partir de los saberes de su medio” (Betancurt, 2014, p. 129).
Halbwachs (1950) es quien acuña e introduce el concepto de
memoria colectiva y la define como:

(…) una corriente de pensamiento continua, con una continuidad que


no tiene nada de artificial, puesto que retiene del pasado sólo lo que aún
está vivo o es capaz de vivir en la conciencia del grupo que la mantiene.
Por definición, no excede los límites de ese grupo (p. 213).

En esta medida, recordar es posible cuando el pensamiento indi-


vidual se instala en los marcos sociales de la memoria y participa en
esta (Halbwachs, 2004). Mas, es necesario tener en cuenta que en la
construcción de la memoria colectiva debe existir una dinámica de
trasmisión y recepción, se debe cumplir el ciclo para que la memoria
se relegue en los individuos de los nuevos o próximos grupos, pues
Navarro (2004) citando a Yosef Yerushalmi, manifiesta que la memoria
colectiva es un “(…) movimiento dual de recepción y transmisión que
se continúa alternativamente hacia el futuro” (p. 10).
Entonces, se puede decir que la memoria colectiva evoca el pasado
a través del conjunto de recuerdos y relatos individuales que están
enmarcados dentro de una referencia social sea general o específica
y que además esta se relega para que permanezca en el fututo, pues
como expresa Betancurt (2014) la memoria colectiva es aquella que
“recompone mágicamente el pasado, y cuyos recuerdos se remiten a la
108 Literatura colombiana y memoria histórica

experiencia que una comunidad o un grupo pueden legar a un indivi-


duo o grupos de individuos” (p. 16).
En el caso de la literatura, se podría decir que el escritor construye
un discurso (obra) nutrido por sus recuerdos individuales sobre hechos
históricos, sociales y culturales, los cuales luego transfiere al lector y
es en este punto que se puede hablar de una posible reconstrucción de
memoria colectiva suscitada por la literatura. Por ejemplo: Montaña
(2013) “Lo último que recuerdo es que, mientras dormía, alguien me
cantaba muy bajito al oído: duerme, duerme, negrita, y yo soñaba que
era mi abuelo Juan Esteban” (p.28). En este fragmento de la obra en el
que Ana María habla sobre su abuelo, se ve cómo el autor recrea una
historia real a través de elementos ficcionales propios de la novela, pues
a través de una historia ficticia basada en un personaje joven (Ana
María), que relata sus situaciones de púber en paralelo, expone la histo-
ria de sufrimiento de las familias de los líderes políticos pertenecientes
a la UP, los cuales fueron asesinados y de todos aquellos que llevaban
impregnado en el alma un aire de revolución, que son representados en
esta obra de manera simbólica bajo el nombre de Juan Esteban, como se
puede apreciar en el siguiente fragmento de Montaña (2013):

Aprendimos a quererte, desde la histórica altura, donde el sol con su


bravura le puso cerco a la muerte. Aquí se queda la clara, la entrañable
transparencia, de tu querida presencia, y como si se tratara de una
canción de cumpleaños alguien gritó: Compañero Juan Esteban (p. 25).

Conflicto armado
Como bien se había mencionado, autores colombianos como Francisco
Montaña han optado escribir sobre estos hechos sociopolíticos por su
inconformismo y repudio frente a ellos, ya que han sido sucesos que han
El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción de la memoria colectiva 109

desencadenado y alimentado el conflicto armado en Colombia, y para


no perpetuarlo, es necesario conocer estos hechos y así evitar repetirlos.
Por tal motivo, se quiere defender la función de la literatura colombiana
como elemento que posibilite la reconstrucción de la memoria colec-
tiva sobre dicho conflicto. Sin embargo, hablar de conflicto armado en
Colombia pareciera solo direccionar la mirada hacia la fuerte lucha que
se ha dado entre el Estado y los grupos guerrilleros.
Al estudiar los acontecimientos históricos que han impactado en
la sociedad colombiana se puede ahondar sobre lo que implica la exis-
tencia de tal conflicto, es por ello que se quiere hacer una recapitulación
de lo que ha sido la evolución del conflicto armado. Un informe del
Centro Nacional de Memoria histórica titulado ¡Basta ya! Colombia:
Memorias de guerra y dignidad (2013) contextualiza en síntesis sobre
la historia y evolución del conflicto armado en Colombia y se destacan
cuatro periodos. Por un lado, el primer periodo (1958–1982) se distin-
gue por la evolución de la Violencia bipartidista hacia la difusión de
grupos guerrilleros, en relación a este periodo se encuentran algunos
acontecimientos presentes en la obra El gato y la madeja perdida, de
Montaña (2013):

El M-19, movimiento 19 de abril, se robó la espada de Bolívar y se lanzó


como una guerrilla democrática (p. 77).

En esta época habían pasado muchas cosas, la gente le temía pero des-
preciaba al Ejército y a la Policía. Corrupción, inmorales, delincuentes.
Hubo movilizaciones, marchas, levantamientos. El legendario Paro
Cívico Nacional de 1977 que estuvo a punto de echar abajo el gobierno
(p. 78).

Por otro lado, el segundo periodo (1982–1996) marca el crecimiento


de las guerrillas, la crisis del Estado, la proliferación del narcotráfico, el
apogeo de la Guerra Fría, la Constitución Política del 91 e iniciación
110 Literatura colombiana y memoria histórica

de procesos de paz. Se encuentran ejemplos de algunos sucesos de este


periodo en la obra El gato y la madeja perdida, de Montaña (2013):

Así nació la Unión Patriótica, como la esperanza de que por fin la


opción armada no fuera más la única vía para una oposición real en un
país con una democracia corrupta y de mentiras. A este movimiento
llegaron algunos de los líderes políticos de las FARC para salir de la
clandestinidad (p. 78).

La cosa empezó a ponerse torcida en 1986. En ese año la Unión


Patriótica barrió en las elecciones regionales. Fueron muchos alcaldes,
muchos concejos municipales, de muchas partes del país los que fueron
ocupados, gracias a la votación de la gente, por miembros de la Unión
Patriótica (p. 76).

Y entonces empezó la estrategia estatal y para estatal de exterminio


del partido. Un plan forjado por la inteligencia del Ejército y el Estado,
llamado el Baile Rojo (…) (p. 78).
Luego, el tercer periodo ( 1996–2005) se distingue por la expansión
territorial y crecimiento simultaneo de las guerrillas y paramilitares,
recomposición de la crisis Estatal y propuesta de solución militar del
conflicto armado, la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo que trae
consigo la presión internacional alimentando así el conflicto armado.
El cuarto periodo (2005–2012) se caracteriza por el reajuste del
conflicto armado. El debilitamiento de la guerrilla mediante la acción
militar del Estado contra la insurgencia, el fracaso de negociaciones con
paramilitares, el fortalecimiento del narcotráfico que los permea y la
crueldad excesiva en sus modos de accionar.
Estos cuatros periodos solo reafirman la idea de la existencia de
un conflicto armado en Colombia que ha sido permeado por diversos
conflictos socioeconómicos, los fragmentos citados junto a los periodos
muestran los datos que ofrece el escritor Montaña en su novela, en los
El gato y la madeja pérdida: Una reconstrucción de la memoria colectiva 111

cuales se incita al lector a consultar sobre estos hechos históricos que


guardan relación con la realidad y con ello se promueve una construc-
ción de memoria. Pero más allá de identificar los periodos del conflicto,
hay quienes se han preocupado por estudiar las causas de estos sucesos
históricos que lo componen. Son muchas las especulaciones y las teo-
rías que tratan de devalar y explicar las causas del conflicto armado en
Colombia. Yaffe (2011) compila dos teorías para tal explicación: una
basada en el resentimiento de la población por la inconformidad en
cuanto a la desigualdad e injusticia socioeconómica que sufren, lo cual
trae consigo violencia social. La segunda es la inequitativa repartición
de los recursos naturales y los impuestos públicos que inducen a la
rebelión.
Para despejar el panorama entre estas dos teorías, Yaffe (2011)
basada en análisis de Ballentine & Nitzchke (2003) y Ballentine & Sher-
man (2003) afirma que aunque la lucha por obtener una mejor econo-
mía perpetua el conflicto, la causa que lo origina son los resentimientos
por la inequidad al momento de repartir los recursos y las riquezas en
las poblaciones menos favorecidas. Por consiguiente, la literatura que
trata sobre el conflicto armado se vuelve un factor importante para crear
memoria colectiva, porque se convierte en un elemento que permite
recordar los horrores de una guerra dolorosa para todos los sectores
sociales, que no se deberían repetir en ninguna sociedad moderna,
por esta razón se constituye como herramienta para no repetir hechos
nefastos de la historia colombiana, dignificar a las víctimas y a las per-
sonas que lucharon por que esta llegara a su fin. El conflicto armado
como componente histórico es un elemento del cual sen puede sacar
grandes aprendizajes y para ello la literatura es la herramienta ideal a
la que puede acceder la población en general sin distinción de edad, en
donde todos los aportes que se realicen fortalezcan la memoria colectiva
112 Literatura colombiana y memoria histórica

alimentada por todos los actores que participaron en el conflicto o fue-


ron víctimas directas o indirectas de él.

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