Está en la página 1de 1

La misión de Dios

Eliud Bouchant

El deseo de Dios es alcanzar a las naciones con el evangelio, que le conozcan y traigan gloria
a Su Nombre (Génesis 12.2; Salmos 67.1-7; Hechos 1.8; Apocalipsis 7.9-10), labor en la que
hace partícipe como instrumento a Su Iglesia (Sn Mateo 16.18; Sn Marcos 16.15; 1 Timoteo
3.15), particularmente a algunos que, rompiendo barreras geográficas, lingüísticas o
culturales, llevan ese mensaje a lugares más allá de la Iglesia local (Hechos 13.1-3; Romanos
15.18-2, 23-25).

Esa, en esencia, es la gran misión de Dios, aquella obra que tuvo su origen antes de la
fundación del mundo en el corazón de Dios (Efesios 1.3-7) y que se ha ido desarrollando a
lo largo de la historia de la redención en la progresiva revelación de la promesa de salvación
con el Mesías que haría de venir. La muerte de Cristo y resurrección es la fuente que hace
posible que las naciones reciban esa bendición, por lo que la predicación de ésta en el
evangelio en el medio que Dios usa para traer a Su pueblo a las bendiciones del Nuevo Pacto
(1 Corintios 1.21; 2 Corintios 4.3-6; Santiago 1.18).

Es en esta gran misión que todo cristiano, particularmente aquellos con el deseo de
participar en la fase de la extensión del evangelio más allá de la congregación local, que debe
profundizar.

En el contexto de la iglesia local, la labor de discipulado inicia con la predicación del


evangelio y la consejería, enseñándose, animándose, exhortándose y amándose unos a otros.
Sin embargo, dicho compromiso progresivamente guiará a la congregación a ser el tipo de
iglesia con el deseo y la capacidad, una vez que Dios levante a alguien, para enviar a
misioneros a plantar iglesias (Hechos 2.42, 46-47, 4.23-31, 11.19-30, 13.1-3) con la misma
visión de glorificar a Dios hasta lo último de la tierra.

También podría gustarte