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(2). Para que esta llamada resuene en toda la tierra, Cristo envió a los apóstoles que había
escogido, dándoles el mandato de anunciar el evangelio: "Vayan, pues, y hagan discípulos a
todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y sepan que yo estoy con ustedes todos
los días hasta el fin del mundo" (Mt 28,19-20). Fortalecidos con esta misión, los apóstoles
"salieron a predicar por todas partes, colaborando el Señor con ellos y confirmando la Palabra
con las señales que la acompañaban" (Mc 16,20).
La predicación apostólica... (76) La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor,
se hizo de dos maneras:
Oralmente: "los apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones, transmitieron de
palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que el Espíritu Santo les
enseñó".
Por escrito: "los mismos apóstoles y otros de su generación pusieron por escrito el mensaje de
la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DV 7).
(77) "Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los apóstoles
nombraron como sucesores a los obispos, 'dejándoles su cargo en el magisterio'" (DV 7). En
efecto, "la predicación apostólica, expresada de un modo especial en los libros sagrados, se ha
de conservar por transmisión continua hasta el fin de los tiempos" (DV 8).
… dos modos distintos de transmisión. (81). "La Sagrada Escritura es la palabra de Dios,
en cuanto escrita por inspiración del Espíritu Santo". "La Tradición recibe la palabra de Dios,
encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los apóstoles, y la transmite íntegra a los
sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu de la verdad, la conserven, la expongan y la
difundan fielmente en su predicación".
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(91) Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad revelada.
Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (1Jn 2,20.27) y los conduce a la
verdad completa (Jn 16,13).
(551) Desde el comienzo de su vida pública Jesús eligió unos hombres en número de doce para
estar con él y participar en su misión (Mc 3, 13-19); les hizo partícipes de su autoridad "y los
envió a proclamar el Reino de Dios y a curar" (Lc 9, 2).
(737) La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y
Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su
Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: El Espíritu Santo prepara a los hombres, los
previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les
recuerda su palabra y abre su mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace
presente el Misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a
la Comunión con Dios, para que den "mucho fruto" (Jn 15, 5. 8. 16).
(738) Así, la misión de la Iglesia no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su
Sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar
testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad – Su
misión (de la Iglesia) es ser la sal de la tierra y la luz del mundo (Mt 5, 13-16). "Es un germen
muy seguro de unidad, de esperanza y de salvación para todo el género humano".
(850) El origen la finalidad de la misión. El mandato misionero del Señor tiene su fuente
última en el amor eterno de la Santísima Trinidad: "La Iglesia peregrinante es, por su propia
naturaleza, misionera, puesto que tiene su origen en la misión del Hijo y la misión del Espíritu
Santo según el plan de Dios Padre" (AG 2). El fin último de la misión no es otro que hacer
participar a los hombres en la comunión que existe entre el Padre y el Hijo en su Espíritu
de amor (Jn P. II, RM 23).
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El Concilio Vaticano II reactivó en la Iglesia no sólo una eclesiología de la comunión, sino también
una eclesiología de la misión. La constitución dogmática Lumen Gentium, la constitución pastoral
Gaudium et Spes y el Decreto Ad Gentes presentan este modelo eclesiológico; continúa y profundiza esa
línea la Exhortación Evangeli Nuntiandi.
La impresión global, sin embargo, es que todavía se requiere una posterior reflexión sobre el binomio
Iglesia-misión hasta conseguir una visión englobante y sistemática. Formas reductivas y unilaterales
de entender la misión han producido notables desajustes teóricos y prácticos: cuando, por ejemplo, se
ha reducido a la mera actividad apostólica y a las obras en que ésta se despliega. Por otra parte, una
visión excesivamente genérica de la misión ha llevado a afirmar a alguien con toda justicia: «Si
todo es misión, nada es misión». Tales planteamientos han impedido una recta comprensión de la
misión de las diversas formas de vida en el seno de la Iglesia, como la vida contemplativa, por ejemplo;
como si ésta se caracterizara por la ausencia de misión. Téngase en cuenta por qué, por ejemplo, santa
Teresita del Niño Jesús es patrona universal de las misiones siendo monja contemplativa.
Es necesario, igualmente, plantear el tema de la misión desde una adecuada perspectiva histórica y
geográfico-política. Misión es una categoría que hace referencia al hombre, a los pueblos, a los grupos
humanos, a las personas, a quienes hay que ofrecer un mensaje, un servicio. No se habla
adecuadamente de misión cuando se prescinde de los «signos de los tiempos» y de los «signos de los
lugares», de las culturas, de las situaciones personales, sociopolíticas de los hombres (inculturación
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del Evangelio). Lo anterior hace cada vez más necesario abordar el tema de la misión fundamental de
la Iglesia si queremos cumplir con la encomienda de Jesús, misionero por antonomasia.
a) El proyecto de Dios creador: La misión de Jesús de Nazaret en favor del Reino de Dios no
supuso la negación del proyecto o de la Alianza del Dios Creador. Jesús llevó todo a plenitud. En el
proyecto creador de Dios no había particularismos ni exclusiones. Dios creó a todo hombre y a
toda mujer a su imagen y semejanza, para que cada uno de ellos fuera su repre -
sentante en la tierra y para que viviera en profunda comunión de vida con El.
Proyecto de Dios era que los hombres formaran una gran familia en el amor y que se
convirtieran en los señores de la creación. El pecado de origen rompió la comunión del
hombre con Dios, consigo mismo y con las cosas: la expulsión del paraíso, el primer homicidio,
la dispersión de Babel eran los paradigmas de la nueva situación. No obstante, Dios mantuvo
su proyecto creador y en el protoevangelio anunció la victoria del linaje de la mujer sobre el
linaje de la serpiente (Gn 3,15) y tras la dispersión de los pueblos en Babel prometió la
bendición universal a todas las naciones por medio de Abraham (Gn 12,3).
b) La elección del Pueblo de Israel: estaba en continuidad con el proyecto creador. Yahweh
eligió a su pueblo para que glorificara su nombre en medio de las naciones. Los profetas le
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recordaron frecuentemente al pueblo esta misión cuando le hablaban de los planes de restauración
universal (Jer 46,26; 48,47: 49, 6.39; Is 43,10-13; 49,22). No obstante, en no pocas
ocasiones Israel recurrió a su elección para justificar su autosuficiencia, sus agresiones, su violencia
y su desprecio hacia los demás pueblos.
c) La misión de Jesús: el Enviado del Padre, vino a llevar a plenitud el proyecto de Dios.
Apareció como el profeta evangelizador del Reino. Su misión consistía en reunir a todos los hijos
de Dios dispersos (Jn 11,52), en establecer una Alianza Definitiva entre Dios y el hombre.
Realizó la misión limitando paradójicamente su servicio a la reunión y la creación del nuevo Israel
de Dios (Mt 14,24). Lo significó al elegir a los «Doce», con quienes compartía su vida y su misión,
como símbolo de la reunión y restauración de las doce tribus de Israel, justamente en un momento en
que la mayor parte de ellas habían desaparecido. Jesús convivió con ellos, los asoció a su misión
enviándolos de dos en dos para anunciar y actuar los signos del Reino. Pero sólo dentro de los límites
de Israel. No obstante, rechazó las palabras de condenación y venganza hacia los demás pueblos
propias de la apocalíptica judía contemporánea (Lc 4,19), orientó hacia el samaritano-hereje (Lc 10,
29-37), prometió un juicio llevadero a las ciudades paganas de Tiro y Sidón (Mt 11,22), a Sodoma y
Gomorra (Mt 10,15) y pronunció una sentencia favorable para muchos que le amaron en el prójimo
sin saberlo (Mt 25,26.34). Dentro de Israel, Jesús hizo destinatarios preferenciales de su misión
a los pobres: los anawim, los cautivos, los enfermos, los marginados, los pecadores (Lc 4,18-19; Mt 5,
3-12; 11, 4-5). En su mensaje y actuación se manifestaba que Dios ejercía su realeza paterna en favor
de los más desfavorecidos. Y justamente por la universalidad del Reino, del que nadie debía quedar
excluido. No contaban en esta perspectiva las disposiciones morales del hombre; por eso,
privilegiados en este amanecer del Reino eran también los pecadores (Mc 2,17).
En línea con los profetas, Jesús pensaba que sólo tras la restauración de Israel sería posible convocar a
todas las demás naciones al Reino. Jesús fue rechazado por la mayoría del pueblo; a pesar de ello, sin
acobardarse ante la muerte, se mostró dispuesto a morir por todo el pueblo (Jn 11,51); al ofrecer la
copa en la última cena proclamó que derramaba su sangre «por muchos» (Mc 14,24), es decir, por
todo el pueblo y se manifestó convencido de la inminente instauración del Reino (Mc 14,25). Jesús
murió en favor de la instauración del Reino en el mundo, en todos los pueblos, aunque lo realizó
«haciéndose servidor de los judíos» (Rm 15,8).
d) Conciencia misionera de la Iglesia Apostólica: la muerte y resurrección de Jesús, fue para sus
discípulos la gran revelación; descubrieron cómo el Reino de Dios estaba íntimamente vinculado a
Jesús, el Hijo de Dios, y al Espíritu Santo. En la Pascua resucitó, no sólo Jesús, también su
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comunidad; y ésta se hizo consciente, desde el primer momento, de que era la comunidad mesiánica
de los últimos tiempos sobre la que había sido derramado el Espíritu, la testigo del eschaton iniciado;
y esperaba anhelante la culminación del Reino en el «día del Señor», en la Parusía. La comunidad
pascual se sintió urgida en esos primeros momentos a misionar a Israel y ofrecerle una última
oportunidad de conversión al Evangelio de Jesús y de integración en el Nuevo Israel a través del
bautismo del agua y del Espíritu.
Con el decurso del tiempo y la aparente dilación de la Parusía, sin perder la conciencia
escatológica, la Iglesia fue abriendo su acción misionera a todos los pueblos de la tierra. Esta conciencia
fue puesta en conexión con las apariciones del Resucitado a los discípulos. Los relatos de
apariciones son casi siempre relatos de misión, en los que el Señor Resucitado envía a su
comunidad o a miembros de ella como testigos. Obediente al mandato del Resucitado la
comunidad cristiana envió a sus misioneros por Israel y por todos los pueblos de la tierra para
proclamar el Reino y realizar la gran reunión de los hijos de Dios en la Iglesia.
La Iglesia del Resucitado quiso ser, no solamente servidora del Reino, sino su
actualización y representación. Los sumarios de los Hechos nos presentan la imagen ideal
que la Iglesia tenía de sí misma (Hch 2,42-47; 4,32-35; 5,12-16). Ella se sabía llamada a ser
una «comunidad alternativa», una sociedad-contraste. La conciencia de la Iglesia primitiva
estaba profundamente marcada por la convicción de ser una comunidad para la misión.
Toda ella se sentía sujeto de la misión, y cada cristiano, según sus carismas y ministerios, ocupaba
su lugar peculiar en ella. Un carisma especialmente valioso en aquel momento era el de los
«apóstoles» o misioneros carismáticos, que las comunidades enviaban para anunciar el evangelio
allí donde no era conocido y suscitar comunidades de creyentes. Al mismo tiempo, la Iglesia era
g) Misión como «diakonía de la caridad»: la Iglesia ha reconocido ya desde sus orígenes que su
misión no consiste únicamente en anunciar el mensaje de la fe, sino también en ofrecer el servicio
h) Misión como diálogo: el carácter autosuficiente y ofensivo que adoptó a veces la acción
misionera de la Iglesia se ha visto corregido por un nuevo estilo de misión, caracterizado por la
actitud de escucha y de diálogo: misión no es imponer creencias, ni condenar, sino establecer un
diálogo en la verdad con hombres de otras religiones o no-creyentes de buena voluntad, en quienes
también actúa el Espíritu de la verdad; la Iglesia se pone a la escucha para llegar a un
descubrimiento más pleno de la Verdad.
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Aunque estos modelos de misión siguen una cierta secuencia histórica, sin embargo, están de
algún modo presentes en muchos momentos de la historia de la Iglesia; a veces están mu-
tuamente imbricados. Cada uno de ellos resalta algún aspecto constitutivo de la misión
única que Jesús confió a su Iglesia.
4. CONCEPTO SISTEMÁTICO DE MISIÓN. Desde los anteriores presupuestos se puede describir así la
misión fundamental del Pueblo de Dios , y cada uno de los creyentes y cada una de las
comunidades dentro de él:
a) Continuación de la misión de Jesús y de la Iglesia apostólica,
b) Anunciando e instaurando el Reino de Dios en este tiempo del Espíritu,
c) Mediante la proclamación y enseñanza del evangelio (kerygma y catequesis), la confesión, la
oración y el culto (doxología), el testimonio de vida incluso hasta la muerte (martyria) y el servicio
del amor (diakonía),
d) A todos los hombres, personas, comunidades, pueblos, culturas, con especial preferencia por
los más pobres,
e) Para que todos acojan por medio de la fe la revelación y la gracia de Dios, entren en
comunión de Alianza con El, este mundo se vuelva más conforme al proyecto de la creación y, todo
ello, para gloria de Dios Padre.
a) El origen de la misión: Dios Padre ha elegido y consagrado a su pueblo para realizar una
misión. La Iglesia es la comunidad que Dios Padre se ha elegido mediante la Palabra, que es su
Hijo Jesucristo. Es también la comunidad que Dios Padre ha consagrado y habilitado para la
misión al derramar sobre ella su Espíritu. La elección y la consagración tienen como uno de sus
primarios objetivos realizar una misión en medio de los pueblos de la tierra. Cada uno de los
bautizados-confirmados está implicado en esta misión común.
b) El contenido de la misión: el Pueblo de Dios ha sido enviado a las naciones con la tarea
histórica de anunciar e instaurar el Reino de Dios Padre. El acontecimiento del Reino, que
Jesús anunció e instauró, sigue aconteciendo en la historia posterior, gracias al señorío que le ha
sido concedido por el Padre en la resurrección y a la acción del Espíritu. El Señor va ejerciendo su
reinado por medio de la Iglesia, que es su cuerpo. En ella estará presente hasta el fin de los siglos y le
comunicará permanentemente la fuerza de su Espíritu para que sea testigo hasta los confines de la
tierra (Hch 1,8).
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La Iglesia es símbolo e instrumento del Reino, parábola en acción del Reino. En cuanto tal ha de
proclamar ante todos los hombres que el Reino está entre nosotros. Pero también ha de luchar por
la instauración «ya ahora» de los valores del Reino: religación filial con Dios, justicia, fraternidad,
libertad, señorío sobre todas las realidades infrahumanas. Así la Iglesia colabora en la extensión del
señorío de Cristo, «que debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies» y «entregue
a Dios Padre el Reino» (1Cor 15, 24-25), «para que Dios sea todo en todo» (1Cor 15, 28). La Iglesia
es totalmente relativa al Reino. Tiene razón de ser en este tiempo del Espíritu, de la escatología ya
iniciada, pero aún no completada. Cuando llegue la plenitud escatológica la Iglesia habrá per-
c) Las mediaciones de la misión: el Pueblo de Dios realiza esta misión a través de diferentes
mediaciones: el anuncio (kerigma, doxología…), el signo o la parábola, la acción y la pasión (cuya
expresión última es el martirio).
- La Iglesia realiza, en primer lugar, su misión a través del anuncio, bien sea el primer
anuncio o kerigma, o el segundo anuncio o catequesis, o en general el ministerio de la Palabra. Se trata
de una función profética que hace acontecer el Reino en la misma transmisión de la Palabra. Otra
forma sumamente intensa e inequívoca de anuncio de Jesucristo y del Reino es la acción
sacramental de la Iglesia en la liturgia, especialmente en la Eucaristía, y a través de todas las acciones
doxológicas de una Iglesia adorante y orante. El momento cumbre de la vida de la Iglesia es la
celebración eucarística: en ella se realiza en su grado supremo y más intenso el anuncio de Jesucristo y
debe ser considerada como el momento mistérico más intenso de misión. Otra forma de anuncio es la
confesión de fe: se anuncia a Jesucristo allí donde un creyente confesa su credo.
amor, son más elocuentes que mil palabras. Son formas «serias» de misión, que tienen una
misteriosa eficacia, a pesar del aparente fracaso que conllevan.
La misión coloca, pues, a la Iglesia en una permanente extroversión hacia el mundo, hacia los
hombres y pueblos que todavía no conocen el Evangelio y donde todavía no se han establecido
los valores del Reino. Es lo que llamamos misión extrovertida. Hay también una misión de la
Iglesia con relación a ella misma, a sus miembros, a sus comunidades. La Iglesia no es una
realidad perfecta, hecha, cumplida. Es una realidad en proceso. Ella misma es también
mundo. Hay en la Iglesia ámbitos todavía no asumidos por el Reino de Dios, no conquistados por
el Evangelio. La Iglesia tiene que autoevangelizarse y ejercer en sí misma la misión de la
caridad, la santidad. Tales funciones misioneras son esenciales para que la comunidad res-
ponda a su vocación de ser «sacramento» del Reino de Dios ante el mundo. Aquí
encuentran su razón de ser toda una serie de servicios y ministerios carismáticos que constituyen
la misión introvertida como los servicios pastorales y ecuménicos en favor de la unidad de las
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diferentes confesiones cristianas. Aunque misión es una tiene diferentes dimensiones a partir de
los destinatarios: la extrovertida y la introvertida. En realidad, es uno sólo el dinamismo
misionero. Todos los creyentes estamos responsabilizados de la misión total de la Iglesia;
Padre, haciendo que El sea todo en todas las cosas. La gloria de Dios no está desconectada del
éxito de su Reinado en el mundo, en la humanidad. Por eso, finalidad de la misión es hacer que se
manifieste el señorío de Dios en el despuntar de un mundo más humano, más fraterno, más
reconciliado. Dios es glorificado allí donde se realiza la fraternización de todos sus hijos, la igualdad y
justicia que exige la caridad, la reconciliación con la naturaleza, donde este acontecimiento se expresa
y realiza en acontecimiento eclesial.
Una misión de estas dimensiones, de esta complejidad, no puede ser realizada por un solo grupo de
creyentes. Es una responsabilidad que recae sobre cada bautizado-confirmado. Requiere la
colaboración de todos los creyentes. Cada uno según sus propios carismas ha de convertirse en
ministro de la misión de la Iglesia. Unos evidentemente pueden poner más de relieve o atender a
uno u otro aspecto de la misión (el doxológico o el diacónico, o el kerigmático). Es aquí donde hay
que situar la misión específica de los diferentes estados eclesiales de vida.
4. - RONDA DE PREGUNTAS.