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SOMNIUM IMAGO MORTIS EN “AGUA O LA LLEGADA”, DE LA MUERTE

DE VIRGILIO, DE HERMANN BROCH: UN ACERCAMIENTO COMPARATISTA1

GERARDO ALTAMIRANO
UNIVERSIDAD AUTÓNOMA METROPOLITANA
UNIDAD IZTAPALAPA

A MIS ALUMNOS DE LETRAS MODERNAS, EN LA FFYL.


Y A ADRIANA HARO-LUVIANO DE
RALL; A AMBOS, POR DARME A
RECONOCER LO SUBLIME DE LA
CULTURA ALEMANA.

INTRODUCCIÓN
La Muerte de Virgilio, obra monumental de Hermann Broch, narra las últimas horas de vida
del poeta latino, Publio Virgilio Marón; quien fue autor, hacia el siglo I d.n.e, de una de las
obras que ha constituido una de las más importantes ficciones para la historia, más o menos
fantástica y constructiva de Occidente: la Eneida, que, como se sabe, narra y describe la
huida del troyano Eneas, en busca de una nueva Patria; patria que será Italia y, concretamente,
Roma, pues a Eneas se le atribuye la fundación del linaje de un gran imperio, el Imperio
romano y sus múltiples descendientes, como Octavio Augusto, instaurador del régimen
imperial en un cambio de Era, la pagana y la cristiana.
Esta obra fue escrita por Hermann Broch, uno de los máximos autores en letras
alemanas que, de alguna manera, concilió el régimen instaurado por Augusto con el régimen
autoritarito que vivió la Alemania de la primera mitad del siglo XX.
En este escrito tengo como objetivo evidenciar el tópico Sominum Imago Mortis,
o La Imagen del sueño como la Muerte, en esta obra. Para ello, lo he dividido en tres
apartados: a) Semblanza biográfica de Hermann Broch; b) Generalidades formales y de
contenido en la obra; y, c) Somnium Imago Mortis en la Muerte de Virgilio

1
El presente escrito se expuso a modo de Conferencia Magistral, en el marco del “Tercer Coloquio de Letras
Alemanas, Del Golem a Dark: La ciencia ficción y el terror en la tradición en lengua alemana”, celebrado en la
Facultad de Filosofía y Letras, de la Universidad Nacional Autónoma de México, el día 5 de noviembre de
2018.
A) SEMBLANZA BIOGRÁFICA DE HERMANN BROCH

Herman Broch nació el 1 de noviembre de 1886 en Viena, Austria; y murió el 30 de mayo de


1951, a la edad de 65 años, en Connecticut, Estados Unidos. Fue él, por tanto, un hombre
entre dos siglos, entre dos continentes y entre muchas culturas; culturas aprendidas y
aprehendidas, no sólo por la cantidad de lugares en el mundo donde sus pies formaron huella,
sino también por los libros, la cantidad de libros que seguramente leyó y que a él dieron
paisajes a sus ojos y experiencia a su conciencia.
Su familia, de orígenes judíos, gozó de cierta comodidad económica, gracias, entre
otras cosas, a la prosperidad de la industria textil, durante el final del siglo XIX y principios
del XX. Hacia la última parte de la segunda década de ese siglo, Broch estudió, en la
Universidad de Viena: Matemáticas, Psicología y Filosofía. Para la época en la que se
produjo el Anschluss o anexión de Austria por parte de la Alemania nazi –es decir, en
1938–, Broch ya había publicado, siete años antes, una trilogía literaria que le valdría su
consagración en las letras alemanas: Die Schlafwandler (Los sonámbulos), 1931-1932. En
1938, él y algunos miembros de su familia fueron detenidos por la Gestapo, por ser judíos.
Largos y penosos, fueron los procesos para ponerlo en libertad; hecho que no hubiese
sido posible sin la ayuda de James Joyce; escritor que, sin duda Broch no sólo consideraba
amigo, sino que admiraba. Admiraba cómo Joyce, en su Ullyses, según Rivas Iturralde:
“ [admiraba cómo él] había sido capaz de describir dieciséis horas de la vida cotidiana de un
hombre en mil 200 páginas. Esto es, una hora en 75 páginas, un minuto en una página y un
segundo en casi una línea.” (“Broch y La muerte”…, 4). Sin duda un trabajo monumental;
sin duda, trabajo de filigrana intelectual, que seguramente Broch emuló en Der Tod des Virgil
o La muerte de Virgilio, cuyo nacimiento comenzó, precisamente, en esas negras cárceles.
En efecto, Joyce, después de hacer hasta lo imposible, y ayudado por sus conocidos
influyentes, logró la liberación de Broch, quien pronto emigró a Inglaterra y a Escocia para,
finalmente, dos años después, en 1940, embarcarse hacia los Estados Unidos. Ahí vio nacer
su obra en inglés y, también, en su lengua madre, el alemán.
Broch, en efecto, y como queda a penas esbozado y sugerido líneas arriba, fue un
hombre de su tiempo; pero también adelantado a él. Las relaciones amistosas e intelectuales
que tuvo con personajes de la talla, por ejemplo, de Albert Einstein – autor de la Teoría de
la Relatividad, que seguramente Broch entendió, incluso, no sólo en el plano físico, sino
metafísico y ontológico–; o, bien, Martin Heidegger –con quien, por cierto, entabló una
polémica acerca de la autenticidad y funcionalidad del lenguaje–, fueron, hablamos de sus
amistades, de un valor único…
Estas relaciones amistosas o intelectuales –decía– seguramente lo marcaron en
espíritu y percepción de las cosas; en fin, lo marcaron en la vida, en general; pues, como es
natural…; cada ser humano también se construye a sí mismo, gracias a sus relaciones
con sus congéneres; con sus co-especímenes admirados, también amados… Algunas
veces, odiados; entre los cuales, los primeros, en el caso de Broch, se hallaba otro titán de
las letras alemanas, Thomas Mann, según Abel Posse; un titán que avaló el trabajo de este
autor. En efecto, citando al crítico ya mencionado: “cuando Thomas Mann [la auctoritas
moderna alemana, añado], cuando Thomas Mann leyó La muerte de Virgilio no vaciló en
declarar que se trataba del poema en prosa más importante escrito en lengua germana”.
(“Herman Broch o el esteta de…” en línea)
Si lo anterior es cierto o no, en realidad no tengo elementos para poder defender
cualquier postura, a no ser por mi propio ejercicio lector y haber encontrado en él, como
señalaba Roland Barthes, El placer del texto; un texto que, como sugería líneas arriba, es
críptico, fácilmente inasible, difícilmente aprehensible, quizás como la agonía o la vida
misma; un texto en cuyas generalidades pretendo enfocarme, en el siguiente apartado.

B) GENERALIDADES FORMALES Y DE CONTENIDO EN LA OBRA

La muerte de Virgilio es una obra que cuenta las últimas 18 horas de vida del poeta Publio
Virgilio Marón quien, como sabemos, antes de acompañar y guiar a Dante en el Infierno de
la Commedia, en aquel remoto siglo XIV florentino, fue autor de la Eneida: el largo poema
latino de 952 versos que colocó en la gloria a Octavio Augusto, triunfador de la batalla de
Accio, suscitada en el año 31 a.C, y que, asimismo, fue “Victor ab Aurorae populis” (Eneida,
VIII., v.686), es decir “Vencedor de los pueblos de la Aurora”.
La Eneida, como también lo sabemos, relata el periplo del héroe troyano, Eneas, hijo
de la diosa Venus y el mortal Anquises; un viaje que emprende, en tanto héroe, con el fin de
hallar un lugar en donde asentar “la Nueva Troya”; misma “Nueva Troya” que, según el mito
y según los versos de Virgilio, sería, en un futuro, Roma, la Urbs Aeterna.
Pues bien, de acuerdo con la novela de Broch, y ciertas investigaciones que defienden
la anécdota como cierta: Virgilio, una vez terminada su Opera Maxima, quiso pasar algunos
días en Grecia y Asia menor, para corroborar la verosimilitud y fidelidad mimética de los
paisajes representados en su poema. No obstante, era evidente que su salud no lo favorecía:
a causa de fiebre y constante tos. Signos, quizás, de un cáncer.
En Atenas, hacia el año 19 a.C, año de su muerte, se encuentra con el ya emperador
Augusto; Octavio Augusto, quien le ordena regresar a Italia, para celebrar un aniversario; el
de él, el Emperador de Roma, cosa más banal y soberbia… Él, el poeta, empero, acepta y la
nave emprende.
En todo el trayecto y hasta el arribo, Virgilio, seguramente como lo sugiere la novela
de Broch, libró una lucha interna, psicológica, con diversos monólogos de sus múltiples
“yos”, y se cuestionaba varias cosas: ¿qué tanto el arte sirve a la esfera política?, ¿qué tan
ético es validar a determinada persona o partido en el poder o cierta estructura política?,
Peor… ¿qué tan fiel puede ser la palabra para representar la realidad?.. En fin… ¿Qué tan
cerca está la vida de la muerte? Y, ¡qué remedio!, ¿qué tan, eterna y ontológicamente, está la
muerte… del sueño?
Virgilio, en resumen, es obligado por el emperador a regresar a Italia y el poeta lo
hace, casi como un muerto, como un yaciente; y llega un atardecer, de acuerdo con la novela
de Broch, al puerto de Brindisi, al sur de Italia.
El poeta llega con un deseo inconsciente: destruir su obra, La Eneida; quemarla y
hacerla pedazos, pues no es otra cosa, según él, que una obra plena de vanitas. Octavio
Augusto, evidente y afortunadamente, lo impidió. No sabemos mucho de lo demás. Sabemos,
sólo, que alguien, quizás haya sido el mismo emperador, tomó la obra, la presentó ante el
Senado, para avalar, evidentemente, un proyecto político.
La obra de Broch se divide en cuatro capítulos que llevan por nombre cada uno
de los elementos esenciales para la creación y la existencia, según la Filosofía Presocrática.
A saber: Agua, Fuego, Tierra y Éter o Aire. Estos nombres se complementan con
construcciones nominales disyuntivas, de modo que la organización de los cuatro capítulos
de la obra termina así: Capítulo 1 "Agua o La llegada"; Capítulo 2, "Fuego o El descenso";
Capítulo 3, "Tierra o La espera"; y, finalmente, Capítulo 4, "Éter o El regreso"; cabe
mencionar que en este artículo sólo me centraré en el primero de ellos, “Agua”.
La obra comienza con la descripción de un atardecer. Los rayos del sol muriente se
reflejan en el mar y, de pronto, el autor describe una serie de naves marítimas que buscan
puerto. Entre ellas, se encuentra la nave de Octavio Augusto: nave soberbia, magnífica,
elegante. En efecto, se encontraba: “en el centro la más suntuosa
[nave], con su proa recubierta de bronce, reluciente como el oro, relucientes como el oro las
cabezas leoninas con sus anillas…” (Broch, La muerte…,12); mientras que, a su lado, se
encontraba una nave modesta que conducía, moribundo y yaciente en una litera improvisada,
al poeta Virgilio. Dice Broch, de un modo trágico: “se encontraba ahí el poeta de la Eneida,
y en su frente estaba escrito el signo de la muerte” (Broch, La muerte…,12)
Me parece no errar cuando afirmo que esta novela, como muchas que son más o
menos contemporáneas a ella, se caracterizan por utilizar el recurso del Stream of
consciousneess, o Flujo de la conciencia; y, en ese sentido, la prosa se vuelve un mar y
bombardeo de figuras mentales, culturales, pretendidamente visuales y conceptuales que dan
como resultado una especie de prosa neobarroca; y, en tanto barroca –es decir de difícil
presentación formal y conceptual– la lectura resulta a veces lapidante y lapidaria...
Además, el escritor es bastante platónico, incluso pitagórico, al sugerir la muerte
como la liberación del espíritu, pero también un recomienzo de las cosas, una especie de
reencarnación, tal vez en otra realidad. Herman Broch, en efecto, se vale de ciertas estrategias
filosóficas, discursivas y estéticas, pues, además del indudable Stream of Consiousness, el
autor se vale, también y absolutamente, de figuras retóricas como la ennumeratio [(p.e, los
barcos que llegan al puerto de Brindisi, en Italia, van: “cargados de con hombres, cargados
con armas, cargados de granos, de mármol, de aceite, de vino, de especias, de sedas, cargados
de esclavos, cargados de muerte” (Broch, La muerte…,15)]; Hay también repeticiones
poéticas (p.e, cuando el poeta Virgilio se da cuenta de haber llegado, nuevamente, a Italia, se
pregunta el narrador omnisciente: “¡¿Por qué el destino le había obligado a volver aquí?
¡Aquí no había más que muerte, nada más que muerte y nueva muerte!” (Broch, La
muerte…,26); y, en fin, otras figuras de tipo retórico.
Además de todo eso, por lo menos el primer capítulo, me parece que está lleno de
parejas de contrarios: el arriba, el abajo; lo ético, lo antiético; la muchedumbre, el pueblo
llano y las élites de cualquier sociedad; en suma… Lo real y lo soñado, lo soñado y lo vivido,
lo vivido y, a veces, como un susurro, lo muerto…
Todo el capítulo primero es bastante onírico: Virgilio apenas percibe, pero sus
sentidos interiores aún lo hacen pensar, reflexionar, incluso amar y, qué remedio –así somos
los humanos– también lo hacen odiar.
Aunado a lo anterior, la obra, o por lo menos el inicio, se constituye por medio de
cierto encadenamiento –así lo entiendo yo–, cuyos eslabones, en efecto, cada eslabón, se
compone por un “lo que sucede en el universo ajeno a Virgilio” y “lo que sucede en su
percepción, en su reflexión”. No obstante, en múltiples ocasiones, la obra se revela como
algo absolutamente inasible, como el recuerdo mismo…
Pero… ¿qué es lo que nos cuenta ese primer capítulo de La muerte de Virgilio, de
Hermann Broch?
“Agua o El arribo”, así he mencionado que se titula el primer capítulo, posee un
argumento más o menos simple: en un atardecer, se observa en el puerto de Brindisi –Sur de
Italia– una flota marina, además de otros barcos que están en él, ahí, por otras razones, la
mayoría comerciales. Esa flota se compone de siete naves, la primera y la última son naves
de guerra, guardianas de las otras cinco que componen la corte imperial. En la nave más
suntuosa viaja Augusto; en otra más modesta, Virgilio. El arribo de estas naves es ovacionado
por el pueblo llano, el populus o la muchedumbre. Sale el emperador, en medio del fasto; y,
poco tiempo después, acostado en una litera, lo hace Virgilio, cargado por esclavos. Él va
moribundo y todo se torna onírico; surreal. Sus percepciones oscilan entre la vigilia y el
sueño, entre el sueño y la muerte.
El traslado del poeta es tortuoso; no obstante, hay momentos que son gratos: por
ejemplo, el encuentro con un muchachillo, que se antoja una especie de desdoblamiento o
dopplergänger del mismo Virgilio o, bien, un beso de la muerte; un muchachillo, decía, que
lo conduce hacia sus aposentos; el poeta, por su parte, va cargado siempre en su litera por
esclavos y acompañado de una canción, una canción que guía al poeta al lugar en donde
Augusto le tiene destinada una recámara en su palacio. No obstante, antes de llegar, yaciente
y cargado en la litera por esclavos, Virgilio es llevado por algunas partes de la ciudad:
algunas, las más miserables. En esas calles, Virgilio es vituperado primero por mujeres, luego
por niños, los seres más indefensos. Mas, pronto, llega al recinto que le tenía preparado
Augusto, Octavio Augusto, y ahí tiene otras reflexiones. El muchachillo, antes mencionado,
sigue con él, después, se va…
Una vez en soledad, en la soledad de la noche eterna y debido a un ataque de tos, por
un momento, Virgilio cree morir; pero después se calma y, aunque sea poco tiempo, un
poquísimo tiempo, duerme… Esto es lo que nos cuenta Broch en ese primer capítulo. En el
siguiente apartado trataré de demostrar la presencia del tópico Somnium Imago Mortis o El
sueño como reflejo de la Muerte, en la Muerte de Virgilio, de Hermann Broch.

C) SOMNIUM IMAGO MORTIS EN LA MUERTE DE VIRGILIO

En su Teogonía, Hesíodo, después de referirse al nacimiento de aspectos primigenios como


la creación de Gea y Urano, la Tierra y el Cielo, respectivamente, alude a una serie de
nacimientos divinos que determinarán la existencia humana. Así, en la obra citada se lee lo
siguiente: “Parió la noche [llamada Nix]; al maldito Moros, a la negra Ker y a Thanatos [la
Muerte], pero parió también a Hipnos [el Sueño] y con él [con el nacimiento de Hipnos,
también] engendró a la tribu de los sueños” (20).
En efecto, la muerte y el sueño
parecen ser hermanos, hijos de una
misma madre, y así se entendió desde
un pretendido principio de los tiempos, y
así se conservó y se ha conservado en
diversas manifestaciones artísticas y
literarias. Pensemos, por ejemplo, en el
cuadro “Sleep and his Half-brother
Death”, de John William Waterhouse,
pintado hacia 1874 y exhibido por
primera vez en la Royal Academy of Arts,
John William Waterhouse, “Sleep and his half-brother,
Death.”, 1874. Colección privada. en ese mismo año.
En el ámbito literario, en aquella otra obra fundamental y piedra angular de la poesía
barroca y aurisecular, me refiero al Primero sueño, Sor Juana, siguiendo toda una poética del
Barroco, en más de una ocasión equipara estos
dos elementos como parte de un mismo Todo.
De este modo, durante la noche, el cuerpo
humano y sus sentidos van quedándose poco a
poco dormidos, mas:

si privados no, al menos suspendidos,


cediendo al retrato del contrario
de la vida que –lentamente armado–
cobarde los embiste y los vence perezoso
Miguel Cabrera, Retrato de Sor Juana Inés de la Cruz”,
con armas soñolientas…
ca. 1750, detalle. Museo Nacional de Historia, México.
(Sor Juana, Primero sueño., vv.173-176).

Más adelante, en la misma silva poética, la autora recurre al tópico omni mors aequat,
o bien “La muerte lo iguala todo”, hecho que también atribuye al sueño, pues afirma que:

y con siempre igual vara


(como, en efecto, imagen poderosa
de la muerte) Morfeo
el sayal mide igual con el brocado
(Sor Juana, Primero sueño., vv. 188-191).

Esto produce un muerto yaciente, que en realidad no es un muerto, así:

el cuerpo siendo, en sosegada calma,


[es] un cadáver con alma
muerto a la vida y a la muerte vivo.
(Sor Juana, Primero sueño., vv. 200-203).

Siglos después, en un tiempo contemporáneo a Broch, es decir albores del siglo XX;
en una tierra distinta, Inglaterra, otra mujer, Virginia Woolf, señalaría algo más o menos
parecido en su obra Orlando. En ella, el protagonista –un ser andrógino, por cierto–, después
de una terrible decepción amorosa por parte de una noble de origen ruso, se entrega al sueño,
a un sueño prolongado por una semana; un sueño que, en efecto, es sueño, muerte; muerte y,
a la vez, regeneración. En la traducción de Jorge Luis Borges a la obra se lee:
Pero si había dormido, ¿de qué naturaleza –no podemos dejar de preguntar– son los sueños como
ése? ¿Son medidas reparadoras, letargos en que los recuerdos más dolorosos, los hechos capaces de
invalidar la vida para siempre son rozados por un ala oscura que les alisa la aspereza y los dora, por
feos y mezquinos que sean, con un resplandor, una incandescencia? ¿Es preciso que el dedo de la
muerte se pose en el tumulto de la vida de vez en cuando para que no nos haga pedazos?
¿Estamos conformados de tal manera que diariamente necesitamos minúsculas dosis de muerte
para ejercer el oficio de vivir? Y, entonces, ¿qué raros poderes son esos que penetran nuestros más
secretos caminos y cambian nuestros bienes más preciosos a despecho de nuestra voluntad? Orlando,
agotado por su extremo padecimiento amoroso, ¿había estado muerto una semana y había resucitado
después? Y si así fuera, ¿qué cosa son la muerte, la vida…el sueño?... (47, las negritas son mías)

Pero ocupémonos ahora de la obra de Broch…Como decía, Virgilio llega una tarde
al puerto de Brindisi, yaciente, en una cama improvisada; llega una tarde con un nefasto
absceso de tos y con una percepción mediana de las cosas, con una amenguada conciencia;
como si estuviera vivo, como si estuviera muerto. La obra nos dice:

Así yacía él, en ese lecho, él, el poeta de la Eneida, él, Publio Virgilio Marón; en ese lecho yacía con
amenguada consciencia, casi avergonzado por su desamparo, casi exasperado por ese destino y
miraba la nacarada redondez de la bóveda celeste: pero, ¿por qué había cedido a la insistencia del
Augusto? ¿Por qué se había alejado de Atenas?
(Broch, La muerte…,12-13)

En efecto, Virgilio llega obligado a un lugar en el que no quiere estar, ni mucho


menos, para presenciar su muerte. Pero vayamos cronológicamente como, nos indica el libro,
a los supuestos acontecimientos.
Aun estando en la nave y sabiendo que pronto llegarían al puerto, Virgilio se ve,
infortunado, como un hombre “que sólo al borde de sus campos había caminado, sólo al
borde de su vida había vivido; se había convertido en un hombre sin paz, que huye de la
muerte y busca la muerte; que huye de la obra y busca la obra…” (Broch, La
muerte…,14, las negritas son mías.)
En efecto, como lo mencionaba ya, todo el capítulo primero es bastante onírico, en sí
toda la obra lo es. Así, pensemos en Virgilio y sus intermitentes momentos más o menos
lúcidos de percepción, en aquel barco que arriba a Brindisi:

Sobre él chirriaban los mástiles en las jarcias y el chirrido se mezclaba al suave clamor de las velas
hinchadas: oía un resbalar de espuma en la estela y la lluvia de plata que comenzaba a saltar cada
vez que se alzaban los remos; oía el grave rechinar de esos remos en los toletes, el cortante chasquear
del agua cada vez que volvían a sumergirse (Broch, La muerte…,14)
Cuando pisa tierra Octavio Augusto, Virgilio sabe que el emperador ha llegado,
debido al clamor de la muchedumbre, clamor de los soldados que, empero, a él se le
representa ya oníricamente: “En fin, lo que allí ocurría era la poderosa y soberbia salutación,
como la prescribía el reglamento militar, minuciosamente correcta en su rudeza la soldadesca
y, a pesar de todo, notablemente suave, notablemente crepuscular; se hubiera podido
considerarla casi, casi como un ensueño.” (Broch, La muerte…18, las negritas son mías).
Después de la salida de Octavio Augusto, Virgilio es transportado hacia el palacio
imperial por un grupo de esclavos que carga la litera improvisada que venía en el barco y es
todo este viaje un auténtico Descensus ad ínferos: a los Infiernos de Virgilio y, debido a sus
reflexiones filosóficas, a los Infiernos de cualquier individuo que ya ha sido tocado, en la
frente, por el dedo de la Muerte; en efecto, el poeta imagina que ese arribo es también el
arribo de su Muerte. La obra, poéticamente, reporta:

Quieto, yacía él, entre la trápala de muchos pies apresurados; su mano apretaba firmemente una
manija del cofre de cuero con el manuscrito [de la Eneida], que nadie se lo pudiera arrancar; pero,
cansado por el ruido, cansado por la fiebre y la tos, cansado por el viaje, cansado por lo que vendría,
imaginaba que esta hora del arribo podría trocarse fácilmente en su hora de su muerte y, eso,
casi era un deseo” (Broch, La muerte…27, las negritas son mías)

Más adelante, como lo comentaba, la litera es transportada por esclavos al palacio del
Augusto. Cuando lo van conduciendo a él, pronto se aparece un muchachito adolescente, que
toma –digamos– la capitanía del cortejo casi fúnebre que guía al poeta. Así, aquel muchacho
va anunciando la llegada del taumaturgo u obrador de milagros –pues así se le consideraba a
Virgilio en la Antigüedad Clásica y en la época medieval–;2 mas poca gente siente respeto
alguno por el poeta. Incluso, llegan a insultarlo y esto es una vejación, evidentemente, para
él, el literato que dio nacimiento a Roma, la Patria. El muchachillo, cabe mencionar,
parecería ser una especie de desdoblamiento de él, del poeta, quien:

Se aferraba a la conciencia [es decir, que luchaba entre la vida y la muerte, la vigilia y el sueño], se
aferraba a ella con la fuerza de quien siente acercarse lo más importante de su vida terrena [la muerte].
[Estaba] a bordo de una litera para que lo llevaran, enfermo y débil, como una cosa frágil y
distinguida. Se había percatado que su toga había quedado allí y que ahora la llevaba un muchacho
de negros rizos, [….] era un jovencito algo tosco. (28).

2
Para más información de cómo se consideraba mago a Virgilio, en la Edad Media, véase el texto de
Compartetti, Virgil in the Middle Ages, que puede ser consultado de modo virtual en la siguiente dirección
electrónica: https://archive.org/details/vergilinmiddleag00compiala
¿Sería ese muchachillo –insisto– una especie de desdoblamiento? En efecto –esto
parece confirmar esa hipótesis–, pronto sabremos, cuando el muchachito y el poeta se queden
solos en la habitación, que el joven es, al igual que Virgilio, mantuano; y que también habla
la lengua de Mantua. Además, habría que prestar atención a otros signos que sugieren, decía,
el desdoblamiento del personaje principal en la figura de este joven campesino, cuya
presencia, según en el autor de esta obra, hace reflexionar a Virgilio en algo que yo llamo
“El discurso de los ergidos” y que, en la traducción de la obra, reza lo siguiente:

!Oh, ellos, los erguidos, no saben cómo está entretejida la muerte en sus ojos y en sus rostros, se
niegan a saberlo, quieren solamente seguir el juego de sus atractivos y de su complicación recíproca,
el juego de su preparación al beso, con los ojos loca y amablemente fijos en los ojos, y no saben que
todo yacer para el amor, es siempre también un yacer para la muerte” (Broch, La muerte…,29).

Más adelante, en el Capítulo II, “Fuego o El descenso”, me parece, el autor amplifica


este discurso y afirma que el hombre sólo yace por ciertos motivos: el amor, el descanso o el
sueño que, bajo esta propuesta, conduce, en efecto, a la muerte. Pero mencionaba: el traslado
del poeta al palacio imperial es tortuoso; miles de imágenes hay en él, en el poeta y en el
palacio, miles de sentimientos lo llevan a épocas pasadas y percepciones presentes, pero:
“Todo esto había durado apenas el tiempo de un breve latido de corazón” (Broch, La
muerte…,31). En efecto, se trata de una Crónica de un instante, como el libro del escritor
mexicano Salvador Elizondo (1932-2006), Farabeuf; se trata de una distorsión de la realidad
–efecto estético, producto de las vanguardias artísticas, mayoritariamente plásticas, de siglo
XX–; que, si bien es parte del Flujo de la conciencia, parecería imitar –recordemos que la
literatura es un ejercicio de Mimesis–, la percepción del hombre condenado a la muerte.
Cuando es transportado hacia el Palatium, Virgilio, con menguada conciencia, como
se ha dicho, ve apenas a los que están debajo de él, pues él está aún yaciente en la litera
cargada por esclavos y se siente alejado de ellos, pero también los siente cercanos, pues
también son ellos –la muchedumbre, la plebe, el populus–, entes mortales. Se sentía, en
efecto:

Alejado, y sin embargo indeciblemente cerca, suspenso por la vigilia, pero inmerso en todo lo oscuro,
vio el embotamiento de los cuerpos sin rostro [sin individualidad], vio cómo manaban semen y
bebían semen, vio hincharse y endurecerse sus miembros [debido a la muerte]; vio y oyó lo oculto
[…] el júbilo salvaje, sordamente belicoso, de sus coitos y el marchitarse sabihondo de su envejecer,
y también vio sus muertes (Broch, La muerte…,39).
Sí, en su percepción, en la supuesta percepción del poeta, todos los tiempos se pliegan
y despliegan de manera constante… Después, sólo después, recuerda a su madre y a su
abuelo. Figuras directrices de su vida, aunque ella haya muerto joven…Y pasan otras cosas.
Durante el transcurso hacia su sitio de muerte y la permanencia en el palacio, hay
varios signos, pequeños, minúsculos, que anuncian el deceso. Así, cuando es transportado,
casi como un detalle fílmico, el narrador se centra en una polilla, una falena lo llama él, una
polilla, falena o mariposa nocturna que, para muchas culturas, también es símbolo de la
noche, pero también de la muerte; una mariposa nocturna que se aferraba a una de las varas
de la litera, en la que va conducido, moribundo, el poeta de la Eneida:

Dejaron atrás carros vacíos y cargados, un par de ratas cruzaron la calle; una falena se desvió sobre
una vara de la litera y allí se quedó adherida; dulcemente, parecía anunciarse otra vez el cansancio
y el sueño; seis patitas tenía la falena y muchísimas, aunque no tantas que no pudieran contarse; el
equipo de portadores, al que estaban confiados él mismo, la litera y la falena [seguían su camino,
cargando el peso. Lo cargaban], como la carga de una mercancía noble y frágil (Broch, La
muerte…,45).

Pese a esta belleza y cosa sublime, durante su tortuoso traslado hay otras escenas en
las que, también relacionadas con la muerte, el pueblo llano se burla del Virgilio moribundo.
Así, hay un grupo de hombres y mujeres que se burlan del que llevan cargado y dicen,
dirigiéndose a él y, después, a los esclavos: “‘–¡Cuando hayas reventado, apestarás como
cualquier otro!’ ‘!Sepultureros, tiradle al suelo, dejad caer el cadáver.” (Broch, La
muerte…,49)
Finalmente, Virgilio, cargado como se ha dicho, por esclavos, llega a los umbrales
del palacio augusteo, un palacio que me recuerda la écfrasis del Pandemónium y construcción
del Palacio Infernal, descritos en The Paradise Lost, de Milton y que, en pintura, Jhon Martin,
hacia los años de 1800’s, como lo muestra la figura 3 de este escrito, plasmó:
Figura 3. John Martin: Pandemónium, Museo del Louvre. ca, 1840.

Ahí, frente al edificio, Virgilio tiene otras reflexiones, veamos: “Así se elevaba el
castillo de Augusto, rodeado de antorchas, irresistible y seductor […] ¿No había salida ya?,
¿no había manera de huir? ¡Oh, atrás!, ¡de vuelta a la nave, para morir allí tranquilo!” (Broch,
La muerte…,57). Después, Virgilio se pregunta, semiconsciente, por el jovencito… ¿Dónde
estaba ese jovencito? Ese muchachillo. ¿Dónde estaba él?...
Virgilio llega al palacio, en efecto; y aún tiene que pasar por una serie de aspectos,
digamos burocráticos, protocolarios, para poder acceder. Le preguntan, por ejemplo, si su
nombre es Publio Virgilio Marón y él responde, casi como susurro: “Sí, Publio Virgilio
Maron, así me llamo…” (Broch, La muerte…,61). Además de esto, el jovencito aparece de
nueva cuenta, casi como de sueño; y él, el poeta, logra uno de los últimos actos de influencia
social, pues los guardianes dejan que el jovencito pase, junto con Virgilio, a la habitación
que le estaba destinada.
Finalmente, llega a esa habitación de piso elevado, una habitación que había sido
preparada para él; y, en esto, Virgilio no distingue un gesto de amistad por parte del
emperador; sino simplemente, diplomacia política. No. Él no era su amigo, no era un caro,
un carissimo amigo. No. Él, el emperador, lo había usado para la construcción de su proyecto
político y el narrador se pregunta: “por qué había insistido el hipócrita, él, el emperador, en
arrastrar de vuelta a un enfermo [a un casi muerto] entre sus equipajes a Italia? (Broch, La
muerte…,65).
Ahí, ya instalado en su habitación, vuelven a aparecer los símbolos de la Muerte: la
noche, las estrellas y unas velas que se consumen. El texto indica: “En las velas del
candelabro con su llama sesgada, gota a gota, se formaba, en cada una, un sendero céreo,
dentado, en rápido incremento” (Broch, La muerte…,65). En un rápido incremento y en un
acto de extinguirse –debemos añadir–; como la misma vida que, siempre, se abisma hacia a
la muerte...
Después, después de despedir a los sirvientes; después se queda Virgilio solo con el
jovencito, a quien no conoce, pero, insisto, parece ser una especie de desdoblamiento de sí
mismo o una especie de “Ángel de la Muerte”. Con él, mantiene un breve diálogo y, a veces,
lo siente conocido, incluso deseado, o por lo menos deseada su compañía; quizás, para no
morir solo…Pero resulta ilógico, resulta ilógico para él, casi un muerto, un yaciente; resulta
ilógico, mas necesario, que seres como él puedan sentir deseo: “pero irresistible era el deseo
de poder conservar aquí al jovencito, irresistible el deseo de [tan sólo] poder respirar” (Broch,
La muerte…71).
Es de noche, ya una hora alta de la noche; y, Virgilio, viendo por la ventana de su
habitación y sentado, después de laboriosos esfuerzos, junto a la ventana, contempla la ciudad
de Brindisi y piensa: “Nada terrenal es verdaderamente capaz de abandonar el sueño [o la
muerte, añadamos…] y sólo quien nunca olvida la noche que en él habita puede cerrar el
círculo, puede volver de la intemporalidad del comienzo a la del fin, puede volver a la del
fin, puede comenzar siempre de nuevo el ciclo” (Broch, La muerte…73).
En el palacio, en alguna sala más o menos próxima, Virgilio escucha la estridencia de
la fiesta augusta; y también, quizás en su inconsciente, sabe que, pese a todos esos actos
banales, ellos –los festejados, los poderosos, aunados a los festejadores– también llegarán al
sueño y a la muerte. El narrador cuenta:

Los hombres hacían ruido: también esto era sueño, aunque los poderosos del mundo se hicieran
festejar en lugares de fiesta y más fiesta, rodeados por los reflejos de las antorchas y la música
sonreídos por rostros y más rostros, cortejados por cuerpos y más cuerpos, sonriendo ellos mismos,
cortejando ellos mismos; sueño era esto también” (Broch, La muerte…74).

Es entonces que Virgilio, reflexivo, pero más bien aquejado, tiene una revelación que,
no obstante, ya no le sirve de nada, pues su Hora casi está próxima; la revelación, en mi
lectura, es un: “La muerte es poesía”. El texto nos dice:
Él, sabiendo del acontecimiento del sueño, había sido elevado a lo inexorable, y tornándose él mismo
figura, fue precipitado atrás y arriba a la esfera de los versos, al interregno del conocimiento terrenal,
al interregno de las madres, de la sabiduría y de la poesía, al ensueño que está más allá del ensueño
y linda con el renacer, meta de nuestra fuga, la poesía… (Broch, La muerte…75).

Es a partir de la página 77, en la edición en español,3 que el autor elabora un discurso


que titulo: “El discurso de la fuga” y que, por apariciones intermitentes de ese vocablo –fuga,
que equivale a huida–, ya se había anunciado previamente. “El discurso de la fuga.” ...
Una fuga que se antoja como una fuga de la vida, una fuga de los pesares
existenciales: dejar de ser alguien más o menos conocido y, más bien, usado; dejar de ser
alguien, que tiene o tenía que servir a un poderoso…
Después de eso, sentado en una silla al costado de una ventana, en esa habitación que,
por protocolo, le había designado Augusto, a sus pies y junto a sus rodillas –que, en la
Antigüedad grecolatina, eran símbolo de piedad–, se sienta aquel jovencito que hemos
olvidado….
Y, entonces, comienza un bello excursus al que también, con atrevimiento, llamo: “El
subdiscurso del pequeño hermano” (79 y Ss.). De esta suerte, teniéndolo a él, junto a sí,
Virgilio piensa y reflexiona, bellamente con relación a ese joven, que puede ser, quizás, un
estudiante; pero más, insisto, es él mismo que viene, desde otros tiempos, a presenciar su
propia muerte, tal vez, por enésima vez más. El poeta le habla así al jovencito: “Otra vez,
quedémonos en la flotante cueva de la noche, la última vez. Espiemos juntos la noche y su
flotar de sueño […] Tú no sabes todavía, mi hermano pequeño, porque eres joven, [tú no
sabes] de qué profundísimo interior de nosotros mismos sube la esperanza nocturna” (Broch,
La muerte…,79)
Continúa Virgilio en su pensamiento dirigido a ese muchachito: “Oh, hermano
pequeño; yo lo he vivido, porque he llegado a anciano, más viejo que mis años, porque sentí,
en mí, toda caducidad y toda descomposición: lo he vivido porque para mí llega el fin; ¡ay!,
sólo con el deseo de la muerte llegamos a desear la vida […] sólo el moribundo conoce la
comunidad, conoce el amor, conoce el interregno; sólo el crepúsculo y en la despedida
conocemos el sueño” (Broch, La muerte…,80. Las negritas son mías).

3
Véase la bibliografía de este artículo.
Después, Virgilio le ordena al joven que se vaya, pues quiere estar solo. Solo él y sus
recuerdos… Sus fantasmas, sus demonios. Solo él y su percepción: su última percepción de
las cosas. El narrador nos da cuenta: “Y cuando realmente se quedó sólo… Fue como si
cayera un relámpago negro en su pecho: estalló en él la tos, mezclada con negra sangre,
informe y espasmódica…” (Broch, La muerte…,83).
Con dificultades, desde su silla al lado de la ventana, Virgilio se traslada hasta su
cama preparada no sólo por protocolo, sino con hipocresía; por él, Octavio Augusto, el
emperador. La obra nos cuenta: “Se había arrastrado –bien fatigosamente– desde el sillón
hasta el lecho, se había dejado caer en él [como un muerto] y se había quedado inmóvil.”
(Broch, La muerte…,84).
Y lentamente…muy lentamente, se siente un poco, tan sólo un poco, mejor. Es
entonces que, progresivamente, yaciendo en esa cama, añado nuevamente, yaciendo en esa
cama como un durmiente, pero más como un muerto: “esperó atisbando si se volvería hacia
la muerte o hacia la vida. Pero poco a poco se fue sintiendo mejor…, muy lentamente y muy
fatigosamente y muy oprimidamente [mejor]… Volvió la respiración, volvió el descanso,
volvió el silencio” (Broch, La muerte…83).
Finalmente, volvió el sueño; el sueño que es preludio de la muerte y tan sólo, sólo tan
sólo, fue entonces que el poeta, autor de la Eneida, pudo dormir, algunos instantes…

CONCLUSIONES
Resulta interesante recordar que, a propósito del binomio Sueño/Muerte, Hypnos/ Somnium,
la misma Eneida termine con una muerte, la de Turno, enemigo mortal de Eneas. La Opera
Maxima de Virgilio termina con una muerte y con la alusión al mundo de lo oscuro: mundo
de la noche, mundo de la reflexión, del estado primigenio de las cosas… Pues, hay que
recordar, que el protagonista de la obra latina, en su enfrentamiento final con el rey de los
rútulos, y teniéndolo a su merced, duda en matarlo…
No obstante, Eneas recuerda la muerte de Palante, caro amigo, a quien Turno hubo
matado… La sangre le hierve, el odio crece, como ramas, en su mente… Y es, ahí, cuando el
héroe decide hundir la espada; y entonces él, el enemigo, Turno, sólo vio la noche… En la
Eneida se lee:
“Así, diciendo, le hunde [Eneas], furioso, en pleno pecho, la espada; a él se le desatan
los miembros de frío y se le escapa la vida con un gemido, doliente, se le escapa para siempre
el alma, al reino de las sombras” (XII, vv. 950 y Ss.). Añado, al reino de lo Eterno, al que
también, en la obra de Broch, se entrega el autor de esa obra, asimismo monumental, llamada
la Eneida; de manera dulce, como un sueño, pues, en efecto, Ut Omnia, Somnis imago mortis.
Es decir, “Como todo, el sueño es imagen de la muerte”.

BIBLIOGRAFÍA
BROCH, GERMAN. La muerte de Virgilio. Trad., de A. Gregori. Versión de J.M. Ripalda. 2ª
ed. Madrid: Alianza Editorial, 2015.

HESIÓDO. Teogonía. Madrid: Gredos, 2000.

POSSE, ABEL. “Hermann Broch o el esteta absoluto”, en El cultural, 17 de Julio de 2002. En


Línea: https://elcultural.com/Hermann-Broch-o-el-esteta-absoluto

RIVAS ITURRALDE, VLADIMIRO. “Broch y La muerte de Virgilio.” En Cariátide., Sep., 2005,


46-54.

SOR JUANA INÉS DE LA CRUZ. Primero Sueño y otros escritos. México: FCE, 2006.

WOLF, VIRGINIA. Orlando. Trad. JORGE LUIS BORGES. Buenos Aires: Editorial
Sudamericana, 1999.

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