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IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA ORTODOXA DEL RITO BIZANTINO ESLAVO

IGLESIA CATÓLICA APOSTÓLICA ORTODOXA BIELORRSA ESLAVA EN EL EXTRANJERO


PATRIARCADO DE LAS AMÉRICAS Y EURASIA DE LA IGLESIA CATÓLICA ORTODOXA SUCESIÓN
“sro WOLODYMIR”-IO&E/AOCC

SEMINARIO ORTODOXO INTERNACIONAL DE HABLA HISPANA


PATRIARCAL ATENEO DE SAN MARCOS

EJERCICIO Nro. 1

LA BELLEZA DE PROFUNDIZAR EN NUESTROS SIGNOS ORTODOXOS

AUTOR

Hipdiác. FRANCISCO ANTONIO HERRERA SALAZAR

PUERTO LA CRUZ, EDO. ANZOÁTEGUI. VENEZUELA.


INTRODUCCIÓN.

Cuando se percibe a nuestro alrededor tantas señales de relativismo, de gran apostasía, de


pérdida de valores y del sentido de lo sagrado, el corazón se nos llena de gran gozo y esperanza
cuando se analiza la profundidad de los signos ortodoxos. En la ortodoxia nada es puesto al azar,
todo tiene un profundo significado teológico que hunde sus raíces en la tradición vetero y neo
testamentaria, así como en los concilios ecuménicos y en escritos de los santos Padres, tanto
occidentales como orientales. Por ello, en este trabajo se intentará ahondar en algunos de estos
signos uno por uno, conscientes que nunca llegaremos a agotar la gran riqueza que ellos
encierran. Tales signos son: el lugar sagrado (en concreto, el templo), la señal de la cruz, las velas,
la postura del Presbítero durante la celebración de la Divina Liturgia y el Antimensión.

DESARROLLO

I) El lugar sagrado.

En la Iglesia romana se acostumbra designar a “la Iglesia” como el lugar sagrado por
excelencia en donde se celebra el culto de la Eucaristía. Tal distinción no obedece a la verdad,
pues el término “Ekklessia” de donde proviene la palabra “Iglesia” señala más bien la asamblea
de los creyentes, no el lugar físico en concreto. El templo sí refleja con certeza el lugar sagrado
para orar a Dios, oración que debería ser hecha más con el corazón que con el intelecto. En tal
sentido, los templos ortodoxos pretenden llegar al corazón del creyente por medio de la belleza
y profundidad de otros signos que serán tratados a continuación. Ciertamente que esa belleza
no es perfecta del todo, la perfección sólo es de Dios, pero en los templos ortodoxos se intenta
dar un reflejo de la belleza Divina.

En los templos ortodoxos se muestran los iconos, hermosas pinturas que son signos de esa
belleza que ya se señaló. Los templos son en forma de cruz, para recordarnos a través de su
estructura el gran Templo que es el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo (“destruyan este templo
y en 3 días lo levantaré”. Jn 2,19). Tres áreas bien diferenciadas hay en estos templos: el
vestíbulo, que viene siendo la entrada donde los creyentes toman sus velas y ofrecen sus dones;
la nave, que es el sitio donde se congregan para la celebración del culto Divino; y el santuario,
que es el sitio más sagrado, separado del resto por el iconostasio. Es interesante notar que hay
un profundo sentido teológico en lo que se refiere a la separación del iconastasio de las otras
partes del templo: por el pecado hay separación de Dios, pero en la Divina Liturgia mediante
Cristo el cielo y la tierra se unen. Al igual que cuando Cristo por medio de su muerte en la cruz
rompió el velo del templo (Cf. Mt. 27,51), en la Divina Liturgia Cristo rompe de una manera
misteriosa esa separación y nos nutre y colma de su presencia. Por consiguiente, el
comportamiento en el templo y, sobre todo, durante la celebración de la Divina Liturgia, debiera
ser de gran humildad, sobriedad y recogimiento, con plena consciencia de lo que se está
celebrando. Pero los momentos de mayor solemnidad y respeto son durante la lectura del
Evangelio (es Cristo mismo quien habla), en el canto del himno querúbico y durante el canon
Eucarístico (Desde el Credo hasta el Padrenuestro).

II) La señal de la Cruz.

La señal de la Cruz, signo de la salvación de Cristo, no debe realizarse “como si se estuviese


espantando moscas”, sin ningún respeto ni devoción. Por el contrario, es excelente educarse y
formar a otros en cuanto al sentido teológico de la misma. Los dedos pulgar, índice y medio
deben unirse para representar a las 3 Divinas Personas; mientras que el resto de los dedos, que
apuntan hacia la palma, indican las naturalezas humana y Divina de Nuestro Salvador. Desde la
frente, asiento de la memoria y la inteligencia, nos dirigimos hacia el pecho, asiento de los
sentimientos, signándonos en “el nombre del Padre”. Ello indica que el Padre debe bajar desde
nuestro pensamiento hacia nuestros sentimientos, indicando de esa manera estas dos partes
esenciales de la persona humana. De ahí nos dirigimos hacia el hombro derecho, pues Cristo está
sentado a la derecha del Padre. Es entonces que nos signamos “en el nombre del Hijo”. Y de ahí
nos trasladamos al hombro izquierdo, signándonos en “el nombre del Espíritu Santo”. Desde el
pensamiento pasamos al corazón y de ahí a la acción, partiendo de la justicia (hombro derecho)
hacia la misericordia y la piedad (hombro izquierdo). En fin, la señal de la cruz abarca la totalidad
del ser: mente, sentimientos y acción, es por ello una señal holística.

III) Las velas.

Ellas muestran sensiblemente la fe del pueblo, su veneración hacia el templo y a los santos
iconos. Es relevante notar que por medio de ellas se representan todas las humanas pasiones,
dolores y esperanzas que se derriten y se funden en la arena. La llama de las velas señala el calor
del amor humano hacia Dios, la fuerza de sus oraciones y plegarias. Con las velas se ha de
mostrar un corazón piadoso, recitando las plegarias más con el corazón que con los labios o el
entendimiento.

IV) La postura del Presbítero en la Divina Liturgia.

Esta postura es de espaldas al pueblo. En el pensamiento popular se ha interpretado esto


como un irrespeto hacia los demás creyentes (también la liturgia tridentina romana pre Vaticano
II contemplaba la liturgia de espaldas al pueblo). Pero el verdadero sentido es otro. Tanto el
presbítero como los demás creyentes ofrecen sus oraciones a Dios, siendo el Señor el centro de
la liturgia. El presbítero es mediador entre Dios y el pueblo. Es muy hermoso notar que todos los
que celebran la Divina Liturgia, incluyendo al presbítero, van en peregrinación hacia el Padre por
medio de Nuestro Señor Jesucristo por obra del Espíritu Santo. El que preside va de primero,
pero todos son peregrinos. La función presbiteral es ser mediador, como un nuevo Moisés que
baja de la montaña sagrada, en comunión con su pueblo: mediando, intercediendo y nutriéndolo
con la Paz, la Palabra de Dios y el Pan que da la Vida Eterna.

V) Antimensión.

El Antimensión es el implemento litúrgico donde se consagran los Santos Dones. Al ser


ordenado el nuevo Presbítero, el Obispo le entrega con su asignatura el Antimensión que suele
llevar cosida la reliquia de un mártir de la Iglesia. Ello recuerda a las claras la sagrada Tradición
de celebrar sobre la tumba de los mártires. El Antimensión implica que se es autorizado por
medio del Sagrado Orden para la celebración de la Divina Liturgia. Donde se apoye el
Antimensión se erige un Altar y éste es en sí mismo un verdadero Altar. Por consiguiente, debe
ser tratado con el debido respeto y cuidado, siendo en tal sentido manipulado solo por el Obispo,
por el Presbítero o diácono debidamente revestidos para ello.

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