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Cantico Por Leibowitz Walter M Miller JR
Cantico Por Leibowitz Walter M Miller JR
ePub r1.6
Titivillus 03.03.2019
Título original: A Canticle for Leibowitz
Walter M. Miller, Jr., 1960
Traducción: Irene Peypoch & Pedro Jorge Romero
Presentación: Miquel Barceló
Ilustración de portada: Óscar Chichoni
MIQUEL BARCELÓ
1
A spiritu fornicationis,
Domine, libera nos.
De los rayos y la tempestad,
líbranos, Señor.
De la tierra asolada,
líbranos, Señor.
De la lluvia de cobalto,
líbranos, Señor.
De la lluvia de estroncio,
líbranos, Señor.
De la caída del cesio,
líbranos, Señor.
Peccatores, te rogamus,
audi nos.
Que nos otorgues tu clemencia,
te imploramos, escúchanos
Que nos perdones,
te imploramos, escúchanos.
Que no impongas la penitencia,
te rogamus, audi nos.
COMPUERTA INTERIOR
CERCO SELLADO
CARL:
Dentro de veinte minutos debo abordar el avión
para [indescifrable]. Por el amor de Dios, haz que
Em se quede ahí hasta saber si estamos en guerra.
¡Por favor, trata de meterla en la lista de suplentes
para el refugio! No puedo conseguirle asiento en
el avión. No le digas por qué la envío con esta caja
de herramientas; pero trata de que se quede ahí
hasta que sepamos [indescifrable] lo peor, uno de
los de la lista no se presenta.
P. D. He sellado la cerradura y he puesto ALTO
SECRETO en la tapa para evitar que Em la abra. Es
la primera caja de herramientas que he
encontrado. Guárdala en mi armario o donde
quieras.
I. E. L.
V: Lucifer ha caído
R: Kyrie eleison
V: Lucifer ha caído
R: Christe eleison
V: Lucifer ha caído
R: Kyrie eleison, eleison imas!
Como otros abades antes que él, dom Jethrah Zerchi no era
por naturaleza un hombre contemplativo, aunque como
maestro espiritual de su comunidad estaba comprometido a
fomentar el desarrollo de ciertos aspectos de la vida
contemplativa entre su rebaño, y, como monje, a intentar
cultivar una disposición contemplativa en su propio ánimo.
Dom Zerchi no lo hacía demasiado bien. Su naturaleza lo
empujaba a la acción aun de pensamiento; su mente se
negaba a quedarse tranquila y contemplativa. Había en él
una cualidad de impaciencia que le condujo al mando del
rebaño; lo convirtió en un gobernante audaz, en ocasiones
un superior de mayor capacidad que algunos de sus
antecesores, pero la misma impaciencia podía fácilmente
convertirse en un riesgo y hasta en defecto.
La mayoría de las veces, Zerchi vagamente se daba
cuenta de su propia inclinación hacia la prisa o la acción
impulsiva cuando se enfrentaba a dragones invencibles. En
aquel momento, de todas maneras, la conciencia de ello no
era vaga sino aguda. Operaba en infausta retrospectiva. El
dragón ya había mordido a san Jorge.
El dragón era un abominable autoescriba, y su maligna
enormidad, electrónica por disposición, llenaba varias
unidades cúbicas del hueco de la pared y un tercio del
volumen de la mesa del abad. Como de costumbre, el
artefacto estaba oscilando. Quitaba mayúsculas, puntos e
intercambiaba las palabras entre sí. Hacía un momento
había cometido una lèse majesté eléctrica en la persona del
soberano abad, quien, después de llamar a un técnico en
computadoras y esperar durante tres días a que apareciese,
decidió arreglar él mismo la abominación estenográfica. El
suelo de su estudio estaba cubierto de hojas de prueba con
dictados. Típica entre ellas era la que tenía la información:
—¿Qué?
—Latzar shemi —repitió el pordiosero.
—No acabo de…
—Entonces llámeme Lázaro —dijo el anciano. Y sonrió.
Dom Zerchi agitó la cabeza y se alejó. ¿Lázaro? Corría en
la región un viejo cuento que decía que… pero, vaya, era
una impostura. Resucitado por Cristo y, sin embargo, no era
cristiano, decían. A pesar de todo no pudo abandonar la idea
de que había visto al hombre en algún otro sitio.
—Que traigan el pan para la bendición —dijo, y el retraso
de la cena terminó.
Después de las oraciones, el abad miró de nuevo hacia la
mesa de los pordioseros. El anciano se limitaba a abanicar
su sopa con un viejo sombrero de paja. Zerchi lo apartó de
su mente encogiéndose de hombros, y la cena comenzó en
un solemne silencio.
«VOSOTROS,
QUE ENTRÁIS AQUÍ
ABANDONAD TODA ESPERANZA»
FIN
WALTER MICHAEL MILLER, Jr. Nació en New Smyrna Beach,
Florida y estudió en la Universidad de Tennessee durante
dos años. Durante la Segunda Guerra Mundial, tomó parte
en el ejército como artillero de cola y técnico de radio, a
bordo de bombarderos B-25, y participó en los bombardeos
de Italia y los Balcanes, incluida la abadía benedictina de
Monte Cassino. Esta experiencia fue traumática para él y
tiene una gran relevancia en su obra. Se casó con Anna
Louise Becker y tuvo cuatro hijos. Después de estudiar en la
Universidad de Texas, trabajó como ingeniero para las líneas
ferroviarias. Se mudó a Florida con su familia en 1950 y allí
vivió hasta su muerte alejado de la vida pública. Se suicidó
el 9 de enero de 1996 en Daytona Beach, Florida después de
sufrir de depresión durante décadas.
Su obra cumbre y más conocida, en la que trabajó gran
parte de su vida, es Cántico por Leibowitz (1960), una de las
obras más valoradas del género y que recibió en 1961 el
Premio Hugo. Su segunda novela, San Leibowitz y la mujer
caballo salvaje apareció póstumamente en 1997 y fue
terminada por Terry Bisson. Ambas reflejan una visión
pesimista de la humanidad en el que las culturas pasan por
un ciclo de vida de nacimiento y decadencia. También fue
un prolífico escritor de cuentos.
Notas
[1]«Fallout» sustancias radioactivas depositadas sobre la
superficie de la tierra desde la atmósfera. (N. del T.). <<
[2] Profesor de ciertas universidades. (N. del T.). <<
[3] El texto reflejado es el siguiente: (N. del maquetador).
Eminentísimo señor:
En vista de la reciente renovación de la tensión mundial,
insinuaciones de una nueva crisis internacional, y hasta
de una carrera clandestina de armamentos nucleares,
nos honraría… <<