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Carta LXXXIII
Del mismo (Gazel) al mismo (Ben Beley)
Cuando veo que Miguel de Cervantes ha sido tan desconocido después de muerto como
fue infeliz cuando vivía, pues hasta ahora poco no se ha sabido dónde nació, y que este
ingenio, autor de una de las pocas obras originales que hay en el mundo, pasó su vida parte
en el hospital, parte en la cárcel, y parte en las filas de una compañía como soldado raso,
digo que Nuño tiene razón en no querer que sus hijos aprendan a leer.
Cuando veo que don Francisco de Quevedo, uno de los mayores talentos que Dios ha
criado, habiendo nacido con buen patrimonio y comodidades, se vio reducido a una cárcel
en que se le acangrenaban las llagas que le hacían los grillos, me da gana de quemar
cuanto libro veo.
De aquí nace que muchos hombres, cuyas composiciones serían útiles a ellos mismos y
honoríficas a la patria, las ocultan; y los extranjeros, al ver las obras que salen a luz en
España, tienen a los españoles en un concepto que no se merecen. Pero aunque el juicio
es fatuo, no es temerario, pues quedan escondidas las obras que merecían aplausos. Yo
trato poca gente; pero aun entre mis conocidos me atrevo a asegurar que se pudieran sacar
manuscritos muy apreciables sobre toda especie de erudición, que naturalmente yacen
como si fuese en el polvo del sepulcro, cuando apenas han salido de la cuna. Y de otros
puedo afirmar también que, por un pliego que han publicado, han guardado noventa y
nueve.