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Todos me miraban

La sensación que tuve al salir de casa después de la primera ola del coronavirus. Eso
es lo primero que se me viene a la cabeza cuando pienso en la palabra calle. Lo
cuento como si fuese algo impresionante o fuera de lo normal, pero la verdad es que
sé que no fui la única que sintió lo que yo sentí. Mi abuela, mi hermana, mi papá y su
esposa eran quienes me acompañaban en casa en ese momento. Todos tratando de
asimilar una realidad que no sabíamos que duraría más de 15 días.
Las únicas personas que salían de casa eran mi padre, para hacer la compra, y su
esposa, para trabajar. Mi hermana ya lo había hecho unas dos semanas antes que
yo, porque a los niños se les había permitido jugar al aire libre en ciertos horarios.
Después de casi dos meses encerrada vi la calle por primera vez. Suena tonto, pero
el miedo que tenía antes de cruzar la puerta no era normal. Llevábamos casi 100 días
encerrados intentando llevar una vida desde casa sin saber cómo adaptarnos.
Como mi familia vive en un pueblo pequeño de Ourense, las restricciones fueron
eliminadas antes que en otras zonas más pobladas. Así que un día tenía la excusa
perfecta para salir con mi hermana: necesitaba unos resaltadores. Era la primera vez
que me ponía el tapabocas. Me sentía superextraña. Les avisé a todos en casa, como
si se tratase de algo más importante que solo ir a la librería.
Ya caminando por el callejón que está justo enfrente del portal, observé el panorama.
La calle estaba sola. Algunas personas iban apareciendo en mi visual a medida que
me acercaba a la plaza del Monasterio. El ambiente estaba tenso. La inconformidad
de las personas mientras caminaban era evidente. La mayoría solo salía para hacer
recados específicos, la compra o hacer ejercicio. Cómo olvidar cuando de un día a
otro la mitad de la población era deportista.
El recorrido de mi casa a la librería es realmente corto, pero ese día fue eterno. Le
comentaba a mi hermana que me sentía muy mal, como si estuviese haciendo algo
que no debería hacer. Los ojos de las personas me intimidaban. Noté cómo todo aquel
que pasaba se me quedaba viendo como si acabase de robar un banco. Es que así
me veían, como una criminal. Incluso, llegué a pensar que no habíamos salido en la
hora correcta, hasta que caí en cuenta que ya no teníamos restricciones.
Llegamos a la puerta de la librería y había una fila como de unas 5 personas. Supongo
que todos tendrían una excusa parecida a la mía. En menos de 10 minutos escogí 4
resaltadores de colores diferentes, los pagué y me fui. La sensación de que la policía
me perseguía estuvo presente hasta que llegué a casa. Increíble cómo el contexto
puede condicionarnos para que nuestra mente nos haga sentir cosas que no son.

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