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CENTRO DE ESTUDIOS
MEDICOS HOMEOPATICOS
HAHNEMANNIANO DE
CORDOBA
Por más benigno que sea nuestro entorno, no nos entrega aquello que necesitamos
en el momento preciso en que lo requerimos. Por ejemplo, no es posible igualar de
inmediato nuestra producción de energía, caloría por caloría, con los alimentos que
ingerimos, ni reemplazar cada gota de agua que perdemos con el sudor con un sorbo de
agua. Asimismo, tampoco podemos asegurar que nos hallemos siempre en un ambiente
templado.
La homeostasis garantiza al cuerpo la satisfacción de las necesidades, que
mantengamos una provisión de alimentos nutritivos para nuestras actividades; que las
células retengan agua aún cuando no la haya disponible en el exterior; y que la temperatura
corporal interna se mantenga en un nivel óptimo, a pesar de las fluctuaciones externas.
Procesos semejantes garantizan la satisfacción de nuestras necesidades sociales,
intelectuales y emocionales. Por ejemplo, el afecto y el estímulo mental son esenciales para
el desarrollo y la supervivencia, en especial durante la infancia; la necesidad de contacto
físico continúa a lo largo de toda la vida. La homeostasis completa en el nivel físico
requiere también de un equilibrio en todos los niveles subyacentes, de lo contrario la
enfermedad se materializará de una u otra forma.
Para los vitalistas, como lo era Hahnemann, esta homeostasis es mantenida por
cierta fuerza o energía vital dinámica que anima al organismo humano desde el momento
de la concepción; actúa como principio directriz que lo ordena y gobierna todos los
fenómenos psicológicos, biológicos y espirituales; se mantiene integrada a la unidad mente
– cuerpo, abandonándola en el momento de la muerte. Sin esta fuerza vital el organismo no
es capaz, ni de sensación, ni de funcionamiento, ni de propia conservación. Un cadáver que
ha perdido su energía de vida, se encuentra formado en el instante mismo de la muerte por
la misma estructura atómica que momentos antes de su fallecimiento, sin embargo la masa
es incapaz de funcionar. En su libro “El Organón de la Medicina” se refiere a ello en los
siguientes parágrafos:
Art. 9 – “En el estado de salud del hombre la fuerza vital autocrática que dinámicamente
anima el organismo material, gobierna con poder ilimitado. Conserva todas las partes del cuerpo
en admirable y armoniosa operación vital, tanto respecto a las sensaciones como a las funciones.
De este modo el espíritu dotado de razón que existe en nosotros, puede emplear estos instrumentos
vivos y sanos para los más altos fines de la existencia”.
Art. 10 – “El organismo sin la fuerza vital es incapaz de sentir, de obrar y de conservarse a
sí mismo; está muerto y cuando está sujeto únicamente al poder del mundo físico externo, se
descompone y se desintegra en sus productos químicos. Sólo cuando el principio vital inmaterial
(la fuerza vital), que lo anima tanto en estado de salud como en el de enfermedad, le permite sentir
todas las sensaciones y realizar todas las funciones vitales”.
Sin embargo, durante los últimos 250 años, la visión materialista del universo creció
constantemente en el pensamiento de las sociedades industrializadas, y por consiguiente, el
Vitalismo cayó en desprestigio. La ciencia llegó a considerar el mundo como
completamente explicable en términos puramente mecánicos. Se ha logrado una gran
cantidad de información con respecto al funcionamiento físico y químico del organismo
humano, datos que son correctos y no contradicen la idea de la fuerza vital, pero que
constituyen, desde el vitalismo, meras ayudas a la fuerza vital sobre el plano físico. Sin
embargo muchos científicos disienten actualmente con esta visión; así lo expresa Fred Alan
Wolf, doctor en física cuántica.
En su libro La mente en la materia, se refiere a este tema, dándole un tono de humor
sarcástico, que comparto con usted: “Yo soy un cuerpo. Al menos, así es como concibo
como científicamente mi ser físico: como una entidad, como un ser sustancial, como un
objeto físico viviente. Pero también tengo sentimientos, pensamientos y sensaciones que me
dicen que hay algo más que mi cuerpo. E intuyo que a algún nivel profundo, más allá de lo
que puedo ver o sentir, también soy algo más que mis sentimientos, pensamientos y
sensaciones. Sin embargo, si creo en los modelos normales de los científicos, entonces mi
experiencia, mi intuición, no es válida. Yo soy únicamente mi cuerpo. Nada más. Estos
modelos constituyen el mito materialista de la ciencia. Según este pensamiento científico
moderno y materialista, de alguna manera, yo (la conciencia indefinible que me
proporciona una conciencia de mi cuerpo) estoy constituido por un complejo de procesos
múltiples, ciegos y sencillos. Intervienen en ellos los fotones de luz, las partículas
subatómicas tales como los electrones, los átomos, las moléculas, las células y los órganos
y sobre todo el sistema nervioso. Por último, al final de esta multiplicidad de procesos de
complejidad creciente, a partir de lo simple y lo sencillo, surge toda mi conciencia
inteligente de mi cuerpo y de mi mente. Y aquí estoy yo, salido de un caldero borboteante
de lodo basado en el carbono, calentado por la electricidad. En menos de tres millones de
años de evolución, yo, descendiente de un caldo recalentado de ADN, camino por fin sobre
una tierra que, cuando yo era sopa, estaba sumergida en agua hirviendo. Mi mente y mi
cuerpo no son más que un sistema complejo de pedazos microscópicos, recalentados, de
carne muerta, que transmiten mensajes telegráficos.”
Los cuantos permitieron que la naturaleza se hiciera lo bastante flexible para dar
lugar a la transformación inexplicable de la no materia en materia, del tiempo en espacio y
de la masa en energía.
La idea de que existe una fuerza vital inteligente que anima al organismo humano, y
de que ésta puede ser un campo similar o análogo al campo magnético, abre nuevas
posibilidades a la terapéutica. Como nos referimos anteriormente, las partículas y las ondas
son intercambiables por completo a los niveles atómicos y subatómicos. El campo
electrodinámico es la interrelación de las partículas que se afectan entre sí mediante la
carga y el movimiento. Estas relaciones se pueden definir conforma a oscilaciones o
vibraciones.
Cada objeto o sustancia, sea natural o manufacturada, tiene su propio patrón
vibratorio. Todas las cosas vivas son energía vibrando con una frecuencia específica,
característica a la cual vibra con más facilidad. Una sustancia homogénea como el cristal,
vibrará con fuerza a una sola frecuencia, denominada su “frecuencia de resonancia” y con
menos fuerza a sus frecuencias armónicas.
Si golpeamos un diapasón medio frente a otro diapasón medio en el extremo de una
habitación, el segundo comenzará a vibrar en resonancia con el primero. Algo similar
ocurre cuando un cantante de ópera rompe un vaso de vidrio con su voz: su energía se ha
transferido a través del espacio. Si la energía transferida tiene la misma frecuencia de
vibración natural que el vaso, la transferencia energética continúa hasta un punto en que la
estructura molecular del vaso no puede soportar la presión y estalla; lo mismo sucede con
las moléculas.
Por lo tanto vemos que las vibraciones pueden tener un efecto a distancia e incluso a
distintos niveles de vibración, pero el efecto será armonioso sólo mediante el principio de
resonancia. Dicho de otro modo, la resonancia es una de las características de la naturaleza,
que explica como los distintos objetos naturales se “sintonizan” entre sí y cómo se
transfiere la información energética de un objeto a otro a través del espacio.
Figura 2. Resonancia. La información energética
se transfiere de un objeto a otro a través
del espacio, y se sintonizan entre sí.
Si la naturaleza junta dos cosas, produce algo nuevo con nuevas cualidades, que
no puede expresarse en términos de la calidad de sus componentes. Cuando se pasa de
electrones y protones a átomos, de éstos a moléculas, luego a compuestos moleculares,
etc…hasta la célula o el animal entero, en cada nivel encontramos algo nuevo, una nueva
vista que nos deja sin aliento. Cuando separamos dos cosas, perdemos algo, algo que
puede haber sido el rasgo más esencial (Szent – Györgyi 1963).
Si consideramos que toda la materia física es energía vibrante, podemos afirmar que
los distintos objetos vibrarán a frecuencias distintas y algunos de ellos resonarán en la
misma frecuencia.
Todo el organismo, y cualquiera de sus componentes, se puede reforzar o debilitar
según el grado de armonía, resonancia y fuerza de la misma influencia mórbida o
terapéutica que se le aplique.
Cuando el organismo se expone a un estímulo, sea mórbido o beneficioso, el primer
acontecimiento que se produce es un cambio de la velocidad de vibración en el plano
dinámico, el cual es capaz de responder y adaptarse, a la mayoría de los estímulos
rutinarios, sin un efecto notable en los campos mental emocional o físico. No obstante, si la
potencia del estímulo es mayor que la energía vital, se convoca al mecanismo de defensa
para que contrarreste el estímulo.
Existe un cierto umbral en cualquier persona por debajo del cual el plano dinámico
maneja los estímulos sin cambios visibles, y por encima del cual se generan procesos que el
individuo percibe como síntomas a uno o más planos.
Art. 11 – “Cuando una persona cae enferma, es solamente esta fuerza vital, espiritual y
automática, que existe en todo el organismo, la que primeramente se perturba por la influencia
dinámica de un agente morbífico, que es hostil a la vida; es solamente la fuerza vital desarreglada
a tal estado anormal, la que proporciona al organismo sus sensaciones desagradables, y le inclina
a los procesos irregulares que llamamos enfermedad; pues, como una fuerza invisible en sí, y sólo
perceptible por sus efectos en el organismo, su desarreglo morboso sólo se demuestra por las
manifestaciones de la enfermedad, en las sensaciones y funcionamiento de aquellas partes del
organismo expuestas a los sentidos del observador y del médico; es decir, por los síntomas
morbosos, y no puede hacerse manifiesto de ninguna otra manera”.
Art. 12 – “Lo único que origina las enfermedades, es la fuerza vital morbosamente
afectada. Por eso, los fenómenos morbosos accesibles a nuestros sentidos, en una palabra, revelan
toda la enfermedad. Por eso, la desaparición debida al tratamiento de todos los fenómenos y
alteraciones morbosas, distintos de la funciones vitales en estado de salud, indudablemente implica
el restablecimiento integral de la fuerza vital y por lo tanto supone previamente la vuelta al estado
de salud de todo el organismo”.
Art. 17 – “Toda vez que la curación que sucede a la extinción de la totalidad de los signos
y síntomas perceptibles de la enfermedad tiene al mismo tiempo por resultado la desaparición de la
modificación interior del principio vital, es decir, la extinción de la enfermedad, se deduce que el
médico – con sólo quitar la suma de los síntomas – hará desaparecer simultáneamente el cambio
interior del cuerpo y cesar el trastorno morboso de la fuerza vital; esto es, destruirá el total de la
enfermedad, la enfermedad misma. Pero destruir la enfermedad es restablecer la salud y éste es el
más elevado y único fin del médico que conoce el verdadero objeto de su misión la cual consiste en
ayudar a su prójimo y no perorar dogmáticamente”.
Otras Fuentes
14. Arntz, William; Chase, Betsy; Vicente, Mark. Película Documental: Y tú
qué @#/!* sabes?. Pachamama Cine. Año 2006.
15. CEMMHCba. Apuntes de clase “Principios y Leyes que avalan la
Homeopatía” “Fuerza Vital”. Año 2007.
16. González, Zeferino. Filosofía Elemental. Libro Metafísica Elemental –
Cosmología. Año 1873. Cap.V. http:/www.filosofia.org.
17. Hahnemann, Samuel. El Organón de la Medicina. Comentado por David F.
Flores Toledo.Año 2001. Pág.141-153. http://www.publicaciones.ipn.mx