En este abad benedictino, el «creo para entender», que había sido la
base metodológica mantenida por San Agustín a lo largo de todo su pensamiento, dio paso al nuevo método que aparece formulado en su Proslogion y, como se advierte a partir del estilo en que fue redactado, se muestra como un deseo de vincular la fe con la apetencia de ser entendida: «la fe que busca la intelección», fides quaerens intellectum. La teología monástica del siglo XI, representada básicamente por San Anselmo, mantuvo en su espíritu una fuerte vinculación con el que fuera principio agustiniano al darle una supremacía a la fe sobre la razón, pero supuso, no obstante, un decidido esfuerzo por sistematizar la teología, esfuerzo que se presentaba adornado con un verdadero aire de novedad e independencia. Nada podrá demostrarlo mejor que el deseo que, como razón metodológica, fue expuesto por San Anselmo con estructura de oración, al terminar el capítulo primero de su Proslogion. En esta ocasión hace suyas literalmente las palabras de San Agustín: creo para entender, y repite que si no creyera no entendería. En un siglo de tendencia agustiniana, la fe seguía siendo el principio de la intelección. Tuvo que venir el siglo XII para que se aplicase de manera decidida la dialéctica al estudio de la teología y con ello se iniciase la renovación teológica, que iba a influir decisivamente en el tratado sobre los sacramentos en general, de tal forma que se puede decir de este tratado que es hijo legítimo de la Escolástica.