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Biblioteca Masónica Humanitas 21 ¿HAY AÚN POSIBILIDADES INICIÁTICAS?

“Biblioteca Masónica Humanitas”


R:.L:.S:. Mixta Género Humano 31

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¿HAY AÚN POSIBILIDADES INICIÁTICAS EN


LAS FORMAS TRADICIONALES
OCCIDENTALES?

Rene Guenon

Artículo escrito en 1935 para la revista Memra de Bucarest, desaparecida antes de


publicarlo. Publicado en Etudes Traditionnelles, París, enero-febrero de 1973. Traducción
italiana de un fragmento en Rivista di Studi Tradizionali, nº 60, Turín, enero-junio de 1984.
No reunido en ninguna compilación póstuma.

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Se puede decir que cada forma tradicional particular es una adaptación de la
Tradición primordial, de la cual todas son derivadas más o menos directamente, en
determinadas circunstancias especiales e tiempo y de lugar; asimismo, lo que cambia de
una a otra no es la esencia misma de la doctrina, que está más allá de esas contingencias,
sino solamente los aspectos exteriores de los que se reviste y a través de los cuales se
expresa. Resulta de ahí, por una parte, que todas esas formas son equivalentes en principio,
y, por otro lado, que es generalmente ventajoso, para los seres humanos, vincularse, tanto
como sea posible, a la que es propia al medio en el cual viven, puesto que es la que debe
normalmente convenir mejor a su naturaleza individual. Eso es lo que hacía observar con
toda razón nuestro colaborador J.-H. Probst-Biraben al final de su artículo sobre el Dhikr;
pero la aplicación que sacaba de tales verdades incontestables nos parece demandar algunas
precisiones suplementarias, a fin de evitar toda confusión entre diferentes dominios que,
aunque procediendo igualmente del orden tradicional, no dejan de ser profundamente
distintos.

Es fácil comprender que se trata aquí de la distinción fundamental, sobre la cual hemos
ya insistido frecuentemente además, entre los dos dominios que se pueden, si se desea,
designar respectivamente como “exotérico” y “esotérico”, dando a esos términos su
acepción más amplia. Podemos así identificar uno al dominio religioso y el otro al dominio
iniciático; para el segundo, esta asimilación es rigurosamente exacta en todos los casos; y,
en cuanto al primero, si no toma el aspecto propiamente religioso más que en ciertas formas
tradicionales, las únicas de las que tenemos que ocuparnos en este momento, de suerte que
esta restricción no podría presentar ningún inconveniente para lo que nos proponemos.

Dicho esto, la cuestión que hay que considerar es la siguiente: cuando una forma
tradicional es completa, en el doble aspecto exotérico y esotérico, es evidentemente posible
para todos adherirse a ella semejantemente, sea que pretendan limitarse a sólo el punto de
vista religioso, sea que quieran seguir además la vía iniciática, puesto que los dos dominios
les estarán abiertos. Debe además entenderse bien que, en un caso semejante, el orden
iniciático toma siempre su apoyo y su soporte en el orden religioso, al cual se superpone sin
oponerse a él en modo alguno; y, por consiguiente, nunca es posible dejar de lado las reglas
concernientes al orden religioso, y más especialmente en lo que concierne a los ritos, pues
son éstos los que tienen la mayor importancia desde ese punto de vista, y que pueden
establecer de modo efectivo el ligamen entre los dos órdenes. Luego, cuando es así, no hay
ninguna dificultad para que cada uno siga la tradición que es de su medio; no hay reserva
que hacer más que para las excepciones, siempre posibles, a las cuales hacía alusión nuestro
colaborador, es decir, para el caso de un ser que se encuentra accidentalmente en un medio
al cual es verdaderamente extraño por su naturaleza y que, por tanto, podrá encontrar en
otra parte una forma mejor adaptada a ésta. Añadiremos que tales excepciones deben, en
una época como la nuestra, donde la confusión es extrema en todos los órdenes, encontrarse
más frecuentemente que en otras épocas donde las condiciones son más normales; pero no
diremos nada más de ello, puesto que ese caso, en suma, puede siempre ser resuelto por un
retorno del ser a su medio real, es decir, a aquel al cual responden efectivamente sus
afinidades naturales.

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Ahora, si volvemos al caso habitual, una dificultad se presenta cuando, en un
determinado ambiente, hay que habérselas con una forma tradicional en la cual no existe ya
efectivamente otra cosa que el aspecto religioso. Es evidente que se trata entonces de una
suerte de degeneración parcial, puesto que dicha forma debía, como las otras, ser completa
en su origen, pero, tras circunstancias que no importa precisar, ha sucedido que, a partir de
cierto momento, su parte iniciática ha desaparecido y a veces incluso hasta tal punto que no
resta ya ningún recuerdo consciente de ello entre sus adherentes, a pesar de las huellas que
se puedan encontrar en los escritos o los monumentos antiguos. Nos encontramos entonces,
desde el punto de vista iniciático, en un caso exactamente similar al de una tradición
extinta: incluso suponiendo que se pueda llegar a una reconstitución completa, ésta no
tendría más que un interés "arqueológico", puesto que faltaría siempre la transmisión
regular, y tal transmisión es, como hemos expuesto en otras ocasiones, la condición
absolutamente indispensable para cualquier iniciación. Naturalmente, aquellos que tienen
un punto de vista limitado a la esfera religiosa, y que serán siempre los más numerosos, no
tienen que preocuparse mínimamente de esta dificultad, que para ellos no existe; pero
aquellos que se proponen una finalidad iniciática no pueden esperarse, a este respecto,
ningún resultado de la vinculación a la forma tradicional de que se trata.

La cuestión planteada en estos términos está desgraciadamente muy lejos de tener un


interés puramente teórico, dado que, de hecho, hay que considerarla precisamente por lo
que respecta a las formas tradicionales existentes en el mundo occidental: en el estado
presente de las cosas, ¿se encuentran en él todavía organizaciones que mantengan una
transmisión iniciática, o, por el contrario, todo está irremediablemente limitado al solo
dominio religioso? Digamos primero que habría que guardarse mucho de ilusionarse por la
presencia de cosas tales como el “misticismo”, a propósito del cual se producen demasiado
frecuentemente, y actualmente más que nunca, las confusiones más extrañas. No podemos
ni soñar en repetir aquí todo lo que hemos ya tenido ocasión de decir en otras partes al
respecto; recordaremos solamente que el misticismo no tiene absolutamente nada de
iniciático, que pertenece por entero al orden religioso, cuyas limitaciones especiales no
sobrepasa de ningún modo, y que incluso muchas de sus características son exactamente
opuestas a las de la iniciación. El error sería más excusable, al menos entre los que no
tienen una noción clara de la distinción de los dos dominios, si consideran, en la religión, lo
que presenta un carácter, no ya místico, sino “ascético”, porque, ahí al menos, hay un
método de realización activa como en la iniciación, mientras que el misticismo implica
siempre la pasividad y, por consiguiente, la ausencia de método, como también además de
una transmisión cualquiera. Se podría incluso hablar a la vez de una “ascesis” religiosa y de
una “ascesis” iniciática”, si tal comparación no debiera sugerir nada más que esta idea de
un método que constituye en efecto una similitud real; pero, entiéndase bien, la intención y
la finalidad no son las mismas en los dos casos.

Si ahora planteamos la cuestión de una manera precisa para las formas tradicionales del
Occidente, seremos llevados a considerar los casos que mencionaba nuestro colaborador en
las últimas líneas de su artículo, es decir, el del Judaísmo y el del Cristianismo; pero aquí
estaremos obligados a formular algunas reservas con relación al resultado que puede
obtenerse con ciertas prácticas. Para el Judaísmo, las cosas, en todo caso, se presentan más

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simplemente que para el Cristianismo: posee en efecto una doctrina esotérica e iniciática,
que es la Kábala, y ésta se transmite siempre de manera regular, como quiera que sin duda
más raramente y más difícilmente que antaño, lo que, además, no representa ciertamente un
hecho único en ese género, y que se justifica bastante por los caracteres particulares de
nuestra época. Solamente que, por lo que respecta al “Hasidismo”, si bien parece que
influencias kabalistas se hayan ejercido realmente en sus orígenes, no es menos cierto que
no constituye propiamente más que un grupo religioso, e incluso de tendencias místicas;
por lo demás, es probablemente el único ejemplo de misticismo que se pueda encontrar en
el Judaísmo; y, aparte de esta excepción, el misticismo es sobre todo algo específicamente
cristiano.

En cuanto al Cristianismo, un esoterismo como el que existía muy ciertamente en la


Edad Media, con las organizaciones necesarias para su transmisión ¿está vivo aún en
nuestros días? Para la Iglesia ortodoxa, no podemos pronunciarnos de manera segura, a
falta de tener indicaciones suficientemente claras, y estaríamos incluso felices de que esta
cuestión pudiera provocar algunas aclaraciones al respecto; pero, incluso si subsiste ahí
realmente una iniciación de algún tipo, no puede ser en todo caso más que exclusivamente
en el interior de los monasterios, de modo que fuera de éstos, no hay ninguna posibilidad de
acceder a ella. Por otra parte, para el Catolicismo, todo parece indicar que no se encuentra
en él ya nada de este orden; y, por lo demás, puesto que sus representantes más autorizados
lo niegan expresamente, debemos creerlos, al menos mientras no tengamos pruebas
contrarias; es inútil hablar del Protestantismo, puesto que no es más que una desviación
producida por el espíritu antitradicional de los tiempos modernos, lo que excluye que haya
podido jamás encerrar el menor esoterismo y servir de base a cualquier iniciación.

Como quiera que sea, aunque admitiendo la posibilidad de la supervivencia de alguna


organización iniciática muy oculta, lo que podemos decir con absoluta certeza es que las
prácticas religiosas del Cristianismo, como por lo demás las de otras formas tradicionales,
no pueden sustituir a las prácticas iniciáticas ni producir efectos del mismo orden que éstas,
puesto que aquellas no están destinadas a tal fin. Eso es estrictamente verdadero incluso
cuando hay, entre unas y otras, alguna similitud exterior: así, el rosario cristiano recuerda
manifiestamente al wird de las turuq islámicas, y puede incluso que haya ahí algún
parentesco histórico; pero, de hecho, no es utilizado más qua para fines únicamente
religiosos, y sería vano esperar un beneficio de otro orden, puesto que ninguna influencia
espiritual actuante en el dominio iniciático le está vinculada, contrariamente a lo que ocurre
para el wird. En cuanto a los “ejercicios espirituales” de San Ignacio de Loyola, debemos
confesar que hemos quedado un poco sorprendido de verlos citados a este propósito:
constituyen una “ascesis” en el sentido que antes indicábamos, pero su carácter
exclusivamente religioso es totalmente evidente; además, debemos añadir que su práctica
está lejos de carecer de peligro, pues hemos conocido varios casos de desequilibrio mental
provocados por ella; y pensamos que ese peligro debe siempre existir cuando son así
practicados fuera de la organización religiosa para la cual han sido formulados y de la cual
en suma constituyen el método especial; no se debe pues más que desaconsejarlos a
cualquiera que no está vinculado a esta organización.

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Debemos insistir aún particularmente sobre el hecho de que las mismas formas
iniciáticas, para ser eficaces, presuponen necesariamente la vinculación a una organización
del mismo orden; se podrán repetir indefinidamente las fórmulas, como las del dhikr o del
wird, o los mantras de la tradición hindú, sin obtener el mínimo resultado, mientras no
hayan sido recibidas con una transmisión regular, porque no están entonces "vivificadas"
por ninguna influencia espiritual. Desde entonces, la cuestión de saber qué formulas
conviene escoger no ha de plantearse jamás de una manera independiente, pues no es algo
que surja de la fantasía individual; esta cuestión está subordinada a la de la adhesión
efectiva a una organización iniciática, adhesión tras la cual no hay naturalmente más que
seguir los métodos que son los de esta organización, sea cual fuere la forma tradicional a la
que pertenezca.

En fin, añadiremos que las únicas organizaciones iniciáticas que tienen aún una
existencia cierta en Occidente, están, en su mayor parte, completamente separadas de las
formas tradicionales religiosas, lo que, a decir verdad, es algo anormal; y, además, están tan
aminoradas, si no incluso desviadas, que apenas se puede, en la mayor parte de los casos,
esperar de ellas más que una iniciación virtual. Los occidentales deben sin embargo
forzosamente tomar nota de esas imperfecciones, o bien dirigirse a otras formas
tradicionales, que tienen el inconveniente de no estar hechas para ellos; pero quedaría por
saber si los que tienen la voluntad bien resuelta de decidirse por esta última solución no
prueban por ello mismo que están entre las excepciones de las que hemos hablado.

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