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18.

EL TERRORISMO
18.1. ORÍGENES Y DEFINICIÓN 828
18.2. CAUSAS 833
18.2.1. ¿Por qué mataban los etarras? 833
18.2.2. ¿Por qué se inmolan matando los terroristas islámicos? 836
18.3. ¿QUIÉNES SON LOS TERRORISTAS? 838
18.4. RESPUESTAS AL TERRORISMO 843
18.4.1. ¿Son los terroristas racionales en su actividad criminal? 845
18.4.2. Una tipología de terroristas 850
18.4.3. Un mayor control sobre la inmigración y las prácticas
religiosas 852
18.5. ESTUDIOS EMPÍRICOS DE LAS MEDIDAS CONTRA EL
TERRORISMO 854
18.6. CONCLUSIONES 856
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL 857
CUESTIONES DE ESTUDIO 858

Pocas veces un tipo de actividad criminal ha cambiado


tanto su forma de proceder y el modo en que el mundo lo
percibe a raíz de un hecho singular, como en el caso que
nos ocupa. El terrorismo no volvió a ser lo mismo
después del 11 de septiembre de 2001, cuando Al Qaeda a
través del comando Atta (véase más adelante) atacó las
Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en
Washington. Esas 3.000 víctimas no solo fueron el acto
terrorista más brutal perpetrado en Estados Unidos, sino
que iniciaron un movimiento de acciones bélicas y de
iniciativas diplomáticas cuyas consecuencias todavía las
estamos experimentando, y será así probablemente por
mucho tiempo.
Con el 11-S apareció frente a las pantallas de todo el
mundo la nueva cara del terrorismo: el globalizado, difuso
y escurridizo terrorismo islámico, encarnado en la
confesión radical salafista, y dispuesto a declarar la guerra
santa o “yihad” a Estados Unidos y sus aliados, y en
general por extensión a todo Occidente que no respete sus
exigencias. Hoy en día, este es el terrorismo por
excelencia, y frente a la carnicería de sus ataques (Nueva
York, Bali, Madrid, Londres) los grupos tradicionales,
pegados a una tierra y a una causa muy definida, parecen
contraerse en su grado de amenaza y alcance. No
obstante, la realidad de España no puede dibujarse
completa sin el terrorismo de ETA, por más que esta
banda terrorista no se haya atrevido a matar en los últimos
años, consciente de que el pueblo español está ya —hace
tiempo en verdad— ahíto de la vileza de la sangre y la
muerte de personas inocentes (Beristain, 2004), y haya
anunciado que está dispuesta a abandonar definitivamente
las armas. Eso sí, aunque acosada por la policía y ya sin el
apoyo popular de otras épocas, queda la incógnita de
cómo se va a resolver el espinoso asunto de su disolución,
por cuanto que, en el momento de escribir estas líneas, la
situación parece estar estancada.
18.1. ORÍGENES Y DEFINICIÓN
La primera vez que se utilizó el término terrorismo en
un sentido político fue en 1793, en la época del periodo
del Terror impuesto por los jacobinos en Francia, donde
en julio de 1794 ya habían ejecutado a 2.400 personas en
París y a 30.000 en todo el país. El cerebro de esa época
fue Robespierre, quien explicó que “los resortes del
gobierno popular en la revolución son la virtud y el
terror”. Los dos han de trabajar en armonía, porque sin la
virtud el terror es destructivo, y sin éste la virtud no tiene
poder. Ya es historia, sin embargo, que Robespierre
amplió cada vez más la extensión del terror —sin
compañía de la virtud— y que eso le costó la vida,
ejecutado por la misma Asamblea Nacional que le había
aupado al poder (Freedman, 2005, p. 164).
El terrorismo floreció en el siglo XIX como estrategia
de los revolucionarios en su lucha contra el Estado, con el
propósito de inspirar a las masas a rebelarse contra su
maquinaria de opresión. Así, el Congreso Internacional
Anarquista celebrado en Londres en 1881, describió el
terrorismo como un deber de todos los comités
anarquistas nacionales con objeto de explorar todos los
medios para la “aniquilación de todos los gobernantes,
ministros de estado, la nobleza, el clero, los más
prominentes capitalistas y otros explotadores”, prestando
gran atención “al estudio de la química y la preparación
de explosivos” (Freedman, 2005, p. 165). Durante buena
parte del siglo XX la ideología que ha inspirado a las
bandas terroristas ha sido una extrapolación de las luchas
de liberación de los pueblos contra sus colonizadores. Un
trabajo clásico es el de Frantz Fanon, cuyo libro “Los
desheredados de la tierra” (The Wretched of the Earth)
tenía un prólogo de Jean Paul Sartre, en el que se
expresaba que con esa lucha “se destruía al opresor y al
hombre oprimido al mismo tiempo”. Pero esa visión
propia del siglo XIX y de la primera parte del XX parece
ser el único bagaje ideológico del terrorista, junto con
ciertas ideas anarquistas (tomadas de Mikhail Bakunin,
político y filósofo ruso, 1814-1876) y marxistas-
leninistas. El terrorismo islámico ha bebido de sus propias
fuentes integristas, pero como veremos persiste en lo
sustancial el sustrato de unas ideas rígidas insertas en un
credo monolítico de tipo religioso
Pero todo esto es ya Historia. Un vistazo a la evolución
del terrorismo en los últimos años, revela que los
atentados terroristas han ido aumentando en gravedad, sin
duda debido a la mayor eficacia destructiva de las armas
de fuego y explosivos, y al desarrollo de los medios de
comunicación que permiten una gran facilidad para la
planificación, ejecución y difusión de los atentados. Sin
embargo, antes del nuevo siglo las cosas parecían ir un
poco mejor. Así, el Departamento de Estado del gobierno
de los Estados Unidos contabilizó el número de ataques
terroristas internacionales en el mundo, y concluyó que el
terrorismo había entrado en una nueva etapa de expansión
a partir de finales de los años 90, después de un largo
periodo iniciado en 1986 en el que los ataques disminuían
cada año (Tilly, 2004).
En el año 2010 ocurrieron 11.500 ataques terroristas en
el mundo, afectando a 50.000 víctimas y contabilizando
13.200 muertes. Aunque ese número de incidentes supuso
un incremento del 5 por ciento con respecto al año 2009
(que registró 10.969 ataques), las muertes disminuyeron
un 12 por ciento. Más del 75 por ciento de los ataques
terroristas y de las muertes producidas por esta causa
tienen lugar en el sur de Asia y en Oriente próximo, lo
que se corresponde con los principales focos existentes
hoy en día de naturaleza bélica (Afganistán, Pakistán,
Somalia, Irak)1.
No obstante, existen problemas a la hora de separar el
terrorismo de otras formas de violencia política; en parte
porque el terrorismo hoy es un fenómeno de
comunicación de masas, y ésta emplea el término de un
modo indiscriminado. Además, una vez que un grupo ha
sido calificado de “terrorista”, cualquier delito que cometa
será incluido en esa categoría, aunque realmente no sea de
esa naturaleza. Este problema es muy visible cuando se
trata de aplicar las leyes de extradición existentes entre
dos países. Comúnmente figura en estos tratados la
cláusula que prohíbe la extradición si el delincuente es
acusado por el país de origen de un “delito político”.
Frecuentemente, los sujetos perseguidos intentan acogerse
a esta cláusula para evitar ser entregados, mientras que los
reclamantes alegan que se trata de “terroristas”, y en
modo alguno de “delincuentes políticos”.
A pesar de ello, los elementos centrales del terrorismo
parecen ser los siguientes: el uso o amenaza de usar la
violencia; una motivación política; y la creación de una
presión psicológica mediante el terror para lograr un
propósito determinado. Esto último supone que además
del agresor y la víctima, hay un tercer elemento que juega
un papel relevante: la audiencia formada por el público en
general y por los miembros del gobierno y de los otros
poderes. Cuando finalmente Bin Laden fue encontrado y
ejecutado por comandos del ejército norteamericano, el 1
de mayo de 2011, se tuvo acceso a la documentación que
guardaba el líder de Al Qaeda. Una de sus notas enviada a
un lugarteniente suyo decía lo siguiente: “Se acerca el
décimo aniversario de los atentados del 11-S, y debido a
la importancia de esta fecha, ha llegado el momento de
empezar a prepararse. Por favor, envíame tus sugerencias
(…) Sería estupendo si pudieras darme el nombre de
algunos hermanos bien preparados para llevar a cabo una
operación a gran escala contra los Estados Unidos”2.
Por otra parte, también parece relevante señalar que los
estados pueden emplear métodos terroristas para preservar
el orden establecido, siendo el problema particularmente
grave cuando todo el Estado en sí, debido a su origen
ilegítimo e impuesto, emplea de modo genérico el
terrorismo para perpetuarse en el poder. Tilly (2004)
ofrece la siguiente definición: “Es el empleo asimétrico de
amenazas y de violencia contra los enemigos usando
medios que caen fuera del sistema de lucha política que
opera dentro de un país determinado”. Esta definición
tiene la ventaja de no considerar terroristas a los que se
oponen con las armas a un estado tiránico (ya que este
Estado sí emplea el terror como “sistema de lucha
política”), al tiempo que incluiría a todos aquellos que se
enfrentan mediante actos de violencia a gobiernos
legítimamente constituidos.
Tradicionalmente —y dejando aparte el caso de los
estados terroristas como el Chile de Pinochet o la
Argentina de la dictadura militar— se distinguían dos
tipos de grupos terroristas: los grupos étnicos y los
revolucionarios. Los primeros suelen pretender transferir
el control del gobierno de una etnia a otra (véase la
masacre ocurrida en Ruanda en los años 90 del siglo XX,
que enfrentó a los Hutus y los Tutsis); los segundos
pretenden derribar el sistema político imperante en su
propio territorio para sustituirlo por otro (lo que buscaba
ETA o el IRA). En la actualidad, sin embargo, tenemos
que sumar una nueva categoría: el moderno terrorismo
transnacional islámico, un terrorismo que busca atacar a
los países occidentales (y a aquéllos que les apoyan) para
conseguir la lunática meta de imponer la fe del Islam en
los territorios del Oriente, al tiempo que debilitan y
castigan la influencia de Estados Unidos y sus aliados en
el mundo.
Ya vimos antes que el uso actual del término nace con la
propia época contemporánea, la Revolución Francesa. No
obstante, el terrorismo, en el sentido de estructurarse
como una banda armada con el propósito de coaccionar a
un gobierno, parece ser un fenómeno recurrente en la
historia, hallándose precedentes en la Grecia y Roma
clásicas, así como en la Edad Media. El hecho, sin
embargo, de que nos parezca “nuevo” se debe a factores
característicos de nuestra época, como son la gran
facilidad de objetivos terroristas que permite el tránsito
fluido entre los países, la ingeniería letal de que hoy día se
puede disponer en los “mercados terroristas” y,
especialmente, el tremendo e inmediato impacto mundial
que cualquier fenómeno de esta índole es capaz de
alcanzar, gracias al despliegue sin precedente de los mass
media.
Por otra parte, en la proliferación del terrorismo
contemporáneo no debemos olvidar la importancia de los
cambios culturales y políticos acaecidos, entre los que
podemos mencionar las situaciones explosivas heredadas
de antiguos colonialismos o de la hegemonía soviética, el
furor bélico de la rama integrista del Islam o los deseos
expansionistas de países que aspiran a imponer la fuerza
de su etnia mayoritaria. Ni siquiera países
tradicionalmente seguros como Estados Unidos o Japón
pueden ahora librarse de esta amenaza, como demostraron
primero las masacres de Oklahoma y del metro de Tokio
(véase el recuadro siguiente), y luego el magno y
desolador episodio del 11-S.
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA: El terrorismo
EL 19 DE ABRIL DE 1995 UNA BOMBA HIZO VOLAR NUEVE PISOS DEL EDIFICIO DEL FBI DE
OKLAHOMA, MATANDO A 200 PERSONAS (Vicente Verdú para El País, 30-5-95)
“Los europeos odian y aman al Estado. No pueden vivir sin él. Los
norteamericanos aborrecen al Estado. Viven a regañadientes con él. En el alma
fundacional de Estados Unidos, los Estados fueron congregaciones de parroquias,
archipiélagos que día a día se ven todavía impelidos a clavar la bandera nacional por
todas partes para asegurar las costuras de la unión. La independencia del país se logró
con la esforzada colaboración de las milicias populares relacionadas ahora con el
atentado de Oklahoma City (…) Los milicianos se declaran patriotas porque su
contribución fue decisiva en la batalla contra Inglaterra, pero se declaran también
antiestatales porque el individualismo está impreso en los ideales constitucionales por
los que combatieron (…) No son repudiados ni se ocultan. Son americanos puros. Es
coherente que su ideología atraiga a fundamentalistas cristianos y antifederales.
También a paranoicos que al aliento de sus proclamas pueden alcanzar la temperatura
de la última explosión. Pero, ¿por qué ahora y no antes? (…) El Estado, en opinión de
una amplia masa de norteamericanos, debe ser lo menos intervencionista posible.
Pero el Estado ha crecido mucho y ha multiplicado sus normas, los impuestos, las
prohibiciones (…) Los blancos anglosajones de clase media se sienten relegados…”.

UN ATAQUE CON GAS TÓXICO A LA HORA PUNTA EN 16 ESTACIONES DEL METRO SIEMBRA EL
PÁNICO EN TOKIO (El País, 21-3-95)

“Un misterioso atentado con sarín, un gas nervioso letal descubierto por los
alemanes en la II guerra mundial sembró ayer el pánico en el metro de Tokio durante
la hora punta matinal y se cobró seis vidas. Seiscientas personas más permanecen
hospitalizadas y unas 3.200 han recibido tratamiento médico (…). La policía, sin
emplear explícitamente la palabra ‘terrorismo’, afirmó que se trata de una ‘acción
premeditada para causar el mayor número posible de muertos’.
[Días después se conoce que los responsables son los miembros de una secta que
se denomina “La Verdad Suprema”, cuyo líder es Shoko Asahara, quien resulta
capturado. Antes de ser apresados cometerán otros crímenes]”.

La masacre de Oklahoma ya probó de modo extremo el


hecho de que las acciones de los terroristas no suelen
dirigirse contra objetivos militares, porque estos son más
difíciles de alcanzar. Suelen ser golpes contra objetivos y
personas más indefensas. También suelen abundar las
equivocaciones y los asesinatos a personas totalmente
ajenas al conflicto. Dado que el objetivo principal de la
actividad terrorista es mostrar fuerza, poner en cuestión la
autoridad del “enemigo” y sembrar miedo, no importa
tanto quiénes son las víctimas de sus acciones, siempre
que éstas les den fama.
Hay varios tipos de organizaciones que emplean
técnicas terroristas, desde el terrorista solitario que manda
cartas bomba a enemigos imaginados, pasando por
movimientos de fanatismo religioso y ejércitos
irregulares. Las teorías de la revolución armada lo
consideran una fase inicial, previa a la insurrección en
gran escala. Unos avisan de que el terrorismo es
indiscriminado e ineficaz, y “destruye vidas que pueden
ser de valor para la revolución” (según dijo el Che
Guevara). Otros ven su eficacia en que “inmoviliza a
miles de soldados enemigos en tareas poco fructíferas de
protección” (Debray, 1968). Históricamente, los
movimientos terroristas cuentan con pocos éxitos y con
muchos fracasos. Hay que reconocer que hasta los
movimientos más exitosos y admirados de su época,
como el movimiento nacional argelino contra el gobierno
francés en los años 50, o la guerra de liberación del
Vietnam en los años 70, provocaron, con sus acciones
violentas, el hundimiento de su país en una miseria
profunda, con heridas sin curar medio siglo después del
conflicto. Los resultados del terrorismo de Al Qaeda están
por ver, pero resulta difícil imaginar que como resultado
de sus acciones consigan gobernar países o arrojar a los
occidentales de sus lugares de influencia en Oriente.

18.2. CAUSAS
Es posible que la pérdida de influencia de la religión, la
familia, y de otras instituciones culturales y sociales, junto
con los cambios desestabilizadores provocados por las
corrientes post-industriales (y sus efectos en el mercado
de trabajo y en la creación de bolsas de pobreza que se
comparan con gran disgusto con las clases pudientes)
hayan llevado a algunos hombres y mujeres a la
alienación y a la violencia. Al mismo tiempo,
determinados segmentos de la población de algunos
países se muestran reacios a identificarse con la mayoría,
y se refugian en sus identidades étnicas o religiosas. Estos
descontentos en la vida política y social son explotados
por los grupos terroristas para lograr sus propios fines. Sin
embargo, como discutiremos luego, el terrorista islámico
está lejos en muchos casos de ser un marginado.
Adolf Tobeña, un profesor e investigador de las bases
biológicas de la agresividad humana, ha elaborado un
importante trabajo en el que intenta buscar los elementos
comunes de todo terrorismo, adoptando una perspectiva
multifactorial, que incluye desde las bases biológicas del
comportamiento del terrorista, hasta los fenómenos del
contexto político y cultural en el que toma cuerpo el
desarrollo del terrorismo (Tobeña, 2005).
Tobeña explica en su libro las bases biológicas de la
agresión terrorista, así como los fundamentos
antropológicos de la agresión de un grupo hacia otro,
cuando éste es considerado distinto y enemigo. Sobre ello
no hablaremos aquí, ya que excedería el propósito de este
capítulo. Sin embargo sí que procede considerar los
cuatro requisitos que establece el autor como elementos
necesarios para entender por qué hay personas que se
convierten en terroristas. Así, éstos se caracterizan por ser
(1) jóvenes varones que se ofrecen para el crimen, (2) que
buscan obtener determinados beneficios a corto y a la
largo plazo, (3) con el objetivo de derribar el poder del
territorio y sustituirlo por el que representan, y (4) que se
instalan en un contexto ideologizado totalizante.

18.2.1. ¿Por qué mataban los etarras?


Partiendo de los presupuestos anteriores, Tobeña realiza
un análisis del terrorismo etarra y del islamista. Para
contestar a la pregunta de por qué matan los etarras,
realiza un análisis a través de los cuatro elementos antes
señalados, auxiliándose para ello de las entrevistas que
realizó el sociólogo Fernando Reinares a 47 exmilitantes
de ETA, y los datos de 600 condenados por pertenecer a
esta organización en el periodo 1970-1995 que reunió este
mismo autor. Estos apartados son los siguientes.
En primer lugar figura “la tropa autorreclutada” de
varones jóvenes en “alianza agonística” (es decir, para
combatir). Tenemos, por una parte, que en esta banda
dominan los varones jóvenes en una proporción de nueve
a uno, y esa dominancia se extiende desde las jerarquías
hasta la militancia de base. Por otra parte, respecto al
autorreclutamiento o deseo del sujeto de implicarse en la
organización terrorista para practicar la extorsión y el
crimen, Tobeña lo atribuye a los atributos
temperamentales del sujeto; en particular los define como
“impulsivos, aventureros, temerarios y dominantes”,
asumiendo un papel muy relevante “la necesidad de
emociones fuertes, de afición por el riesgo y de
aventurerismo extremo, junto al desprecio por las
actitudes sumisas o conciliatorias” (p. 220). El marco
temperamental se complementa con la falta de compasión,
la falta de simpatía para con el sufrimiento ajeno. Esta
falta de compasión, sin embargo, sin perjuicio de que
“pueda formar parte del cóctel temperamental de base de
los candidatos a pistoleros, acompañando a los rasgos
anteriores, puede adquirirse también mediante el
endurecimiento que proporciona el haberse curtido en
acciones mortíferas. Y puede asimismo obliterarse
[extirparse] por la penetración doctrinal (mediante los
procesos cognitivos de cosificación del adversario)”
(2005: 221-222).
En segundo lugar figuran las ganancias individuales a
corto y a largo plazo, que clasifica en dos tipos: prestigio
social y promoción profesional: “El primero es mucho
más determinante que el segundo, porque hay que tener
en cuenta que el terrorismo es un ámbito profesional de
alto riesgo, con bastantes posibilidades de acabar tendido
en la cuneta o en prisión. Pero en las entrevistas [las
realizadas por Reinares que examina el autor] aparecen
testimonios no solo del atractivo que ejerce esa opción
vital sino del orgullo que puede llegar a infundir el
pertenecer a la empresa etarra” (p. 224). Y así, uno de
ellos dice: “ingresar en ETA es como fichar por el
Athletic de Bilbao”. Este deseo de prestigio se ve
favorecido por el convencimiento de que cuentan con un
amplio respaldo social. Las ganancias a largo plazo se
atisban en la promoción dentro de la banda, donde los
roles de líderes cuentan con grandes poderes y recursos.
De entre los terroristas, sin embargo, no todos están
preparados para mandar; aquí intervienen de nuevo las
variables de personalidad (en particular rasgos de
psicopatía como el maquiavelismo), para diferenciar
“entre líderes, lugartenientes y gregarios más o menos
disciplinados o leales. Los primeros mandan y los
segundos obedecen, como es de rigor, aunque para todos
hay ganancias (desiguales)” (p. 225).
El tercer elemento de análisis de Tobeña es el objetivo
de recambio de la élite gobernante. Es el determinante
fundamental de todo terrorismo: desplazar a una élite que
manda para sustituirla por otra en el dominio de una
comunidad. Con ironía Tobeña apunta que es algo muy
estudiado en los “primates subhumanos”, y en efecto,
numerosas veces el espectador de documentales ha tenido
la oportunidad de ver cómo el macho “alfa” ha de
rechazar el asalto de un competidor si quiere conservar su
poder… Pero en el mundo del terrorismo de ETA, esta
lucha tiene su peculiaridad, ya que la meta es “la
sustitución de un entramado de linajes que ha venido
gobernando las provincias vascongadas, desde hace
centurias, bajo la tutela de poderosos aliados instalados en
la altiplanicie castellana”. El nuevo linaje que pugna por
llegar al poder es el que hunde sus raíces en el
nacionalismo vasco, el que se identifica con los mitos y
rituales más diferenciadores del grupo: “Es obvio que en
caso de éxito las posibles ganancias para la nueva élite
local serían más que suculentas” (p. 226). Para lograr ese
fin ETA emplea una guerra de desgaste, con criterios de
actuación muy calculados y racionales. Un desafío que se
ha sustentado “sobre la base de ir colocando cadáveres,
altercados, extorsiones y amedrentamiento social encima
de las sucesivas mesas, escenarios, treguas o planes que
va deparando el devenir político”, recalca Tobeña (p.
227).
Finalmente figura el papel de la doctrina abertzale o
independentista. Tobeña es concluyente al respecto: “Se
requiere muy poco esfuerzo de elaboración doctrinal para
que se ponga en marcha, entre los vascos, la
enfervorización automática del etnocentrismo y la
xenofobia” (p. 228). ¿Por qué esa facilidad? Porque en la
comunidad vasca aparecen con gran intensidad los
indicadores de la “etnicidad combativa”. El argumento es
el siguiente. El sueño de los ideólogos de la ilustración de
construir sociedades basadas en conceptos universales de
igualdad y justicia, sin que las adscripciones de etnia o
cultura pudieran ser obstáculos relevantes al respecto, no
se ha cumplido, ya que “siempre se ha acabado por
constatar que los lazos de la comunión étnica reaparecen,
bajo formas y denominaciones muy distintas, para frustrar
o atenuar el sueño de la sociedad abierta. Y, muy a
menudo, esa deriva hacia el nicho político de lindes
identitarios resurge con gran combatividad en el propio
núcleo de las sociedades más cosmopolitas y acogedoras
para acabar dinamitando el tinglado del conjunto” (p.
160). Se trata de un etnocentrismo aglutinador, “cuyos
cimientos se asientan sobre los señuelos de la semejanza
biológica y los signos de la proximidad cultural” (p. 161).
Dicho etnocentrismo responde a una tendencia de la
especie humana ciertamente antigua, detectable ya en las
coaliciones intertribales que se desarrollaron en el
neolítico.
Y esto es justamente lo que el autor constata en las
provincias vascongadas, a saber, la existencia de todos los
requisitos que definen a los etnocentrismos y
nacionalismos más excluyentes: “Lengua autóctona
altamente diferenciada, deriva endogámica sustentada
incluso en perfiles genéticos diferenciables, rituales
seculares en múltiples ámbitos (música, danza, juegos,
etc.); religiosidad acentuada y fuerte implantación de
movimientos de comunicación grupal. De ahí, quizás, que
la producción doctrinal del nacionalismo vasco sea tan
rudimentaria. Se trata de un grupo humano tan proclive al
adoctrinamiento automático que cualquier soflama
identitaria mal que bien pertrechada que propone un
paraíso común (…) ya sirve para hacer saltar la chispa de
la bandosidad” (p. 228).

18.2.2. ¿Por qué se inmolan matando los


terroristas islámicos?
Desde la óptica biopsicológica —el autor señala que no
va a entrar en consideraciones históricas y políticas que
bien tendrían que tenerse en cuenta—, Tobeña busca para
su análisis hallar los elementos genéricos y fundamentales
que puedan explicar la actuación de este terrorismo en sus
diferentes variaciones y territorios de origen (Palestina,
Argelia, Afganistán, etc.). Un vector esencial es que el
“islamismo radical ha tendido a propiciar un
enfrentamiento genérico con Occidente como enemigo
común de la civilización musulmana” (2005: 229), de ahí
que muchas de sus acciones violentas tengan un ámbito
transnacional, cuyos epítomes serían, por ahora, Nueva
York (2001), Madrid (2004) y Londres (2005).
Algunos de los factores que explican la integración en
ETA sirven para explicar la inclusión en Al Qaeda y
organizaciones afines; sin embargo, hay una diferencia
esencial que hay que explicar: los terroristas islámicos no
dudan en inmolarse cuando cometen sus crímenes,
mientras que los etarras hicieron gala de una cobardía
harto conocida (la bomba activada a distancia, el tiro en la
nuca sin opción alguna de defensa para la víctima)3. ¿A
qué se debe esta diferencia? A través del ejemplo del
“comando Atta” (el que perpetró el ataque a Nueva York)
Tobeña nos propone que revisemos los cuatro apartados
discutidos con anterioridad en el caso del terrorismo
etarra, y de este modo poder tener un análisis de las
diferencias y semejanzas.
En cuanto al reclutamiento voluntario de varones
jóvenes, todos los miembros de ese comando eran jóvenes
varones, solteros, alistados de forma voluntaria, en los
que “pueden descartarse los factores de marginación
económica, de desesperación o desequilibrio personal, o
de incultura y analfabetismo fácilmente manipulable” (p.
213). Más bien al contrario, eran jóvenes cosmopolitas,
instruidos, seguros de sí mismos, con abundante dinero.
“Nada que ver, por consiguiente, con las caracterizaciones
de sujetos marginales e instalados en una desesperación
social y económica insufrible” (p. 231). Por sus actos, se
desprende que el aventurerismo, la afición al riesgo y la
falta de compasión son rasgos que les describían, mientras
que el adoctrinamiento y el compromiso intragrupal les
habían proporcionado meticulosidad y disciplina. Esto dio
como resultado “soldados de élite mezclados entre la
sociedad civil y dispuestos al máximo sacrificio ante una
orden taxativa” (p. 232).
Las diferencias importantes con los etarras y los
terroristas occidentales se hallan cuando examinamos el
apartado de las ganancias esperables a corto y largo plazo.
En el caso de los suicidas las ganancias a corto plazo, es
decir, el disfrute del prestigio y de una vida de aventura,
no puede ser algo determinante, puesto que su duración es
muy efímera, si es que llega a experimentarse, pues “hay
un fracaso biológico radical: muerte temprana y con pocas
o nulas oportunidades de dejar descendencia” (p. 234).
Quizás la diferencia esencial se halle en las ganancias a
largo plazo, esto es, en el ingreso del mártir en el paraíso
“poblado de vírgenes dedicadas a rociarles con las
fragancias más sutiles y a saciarle, perpetuamente, con
placeres sublimes” (p. 234). Sin dejar de reconocer que
este puede ser un factor, Tobeña plantea una hipótesis
diferente, un elemento que suele pasarse por alto, pero
que constituye, a su juicio, la ganancia emotiva
fundamental, de naturaleza autosuministrada: “Se trata de
la gloria terrenal. Del motor vanidoso que impulsa a hacer
algo grande en la vida. A dejar huella. Por un instante de
gloria, por obtener la devoción aunque sea efímera de los
demás, hay mucha gente dispuesta a los dispendios y
exageraciones más descabellados (…). La vida culminada
en un sacrificio extremo por el prójimo garantiza ese
reconocimiento admirativo en su punto máximo (…).
Aunque el recuerdo tienda a difuminarse con el tiempo, el
instante de gloria ya se ha conseguido. Si hay suerte y la
acción supone un escalón relevante en la estrategia que
conduce al éxito grupal los memoriales dedicados al héroe
perduran por mucho tiempo” (pp. 234-235).
El tercer apartado tenía que ver con el objetivo de las
acciones terroristas: cambiar a los que gobiernan ahora
por los auspiciados por el terror. ¿Qué sentido tiene esto
en el caso de los islamistas radicales? ¿Acaso van a
derribar el gobierno de Washington, Londres o Madrid?
La respuesta es, sin embargo, sencilla: se trata de
“debilitar y, si es posible, doblegar al gigante enemigo”, y
aunque parezca algo inconcebible, “este tipo de
escepticismo tiende a olvidar que en la mente excepcional
—pero no necesariamente anómala o patológica— de
algunos individuos anidan sueños de dominio absoluto”
(p. 236). La cuestión es que los terroristas, sabedores de
que sus huestes (que viven en países humillados por la
presencia y jerarquía mundial de Occidente, con su moral
y costumbres “blasfemas”) no pueden competir mediante
la guerra convencional, toman el camino que les resta por
recorrer para infligir el mayor daño posible al enemigo: la
propia muerte para matar a muchos. Luego, aunque
parezca un sueño imposible, también estos asesinos de
masas buscan sustituir a una elite gobernante por otra.
Finalmente, por lo que respecta al papel de las doctrinas
totalizantes y excluyentes, es evidente que en este
terrorismo aparecen sobradamente las condiciones que lo
posibilitan (a pesar de los enfrentamientos que puedan
existir entre diferentes versiones del islamismo): una
religión omnipresente, una lengua común, una base de
asentamiento territorial (aunque sea transnacional), unos
gradientes de proximidad física en la conformación de los
tipos corporales y unos modos de señalización e
identificación social muy distintivos. Por otra parte, en
este terrorismo se añade el carisma de los líderes
mesiánicos, que garantizan la obediencia social, y que,
según ellos mismos, expresan las doctrinas del mismo
Alá. La diferencia de visión entre Oriente —en esta
versión terrorista— y Occidente se hace diáfana en esa
contemplación del líder: mientras que para muchos
analistas y público occidental en general el personaje de
Bin Laden parece extraído del rol de villano que
usualmente colorea las películas de James Bond, para los
mártires suicidas en casi un profeta y, desde luego, un
caudillo liberador. Quizás por ello el comando de
operaciones especiales que finalmente capturó y dio
muerte a Bin Laden en 2011, mientras este estaba
refugiado en Pakistán, tuvo la precaución de guardar
ciertos ritos seguidos por los islamistas a la hora de lanzar
su cadáver al mar… Se quería así acabar con el gran
responsable de los atentados de Nueva York, pero no
aumentar las iras de sus devotos seguidores.

18.3. ¿QUIÉNES SON LOS TERRORISTAS?


Como antes se señaló, de modo general se trata de
jóvenes, entre 20 y 30 años, si bien los líderes suelen ser
mayores, siendo variable la implicación de los miembros
femeninos. En los análisis de los grupos terroristas
funcionando en Latino-América en los años 80 se
contabilizaba un 16% de mujeres, mientras que las
célebres bandas alemanas de los 70 —la ‘Baader-
Meinhof’ y la Dos De Junio— alcanzaban el 30% de
cuota femenina. Su extracción social también es variable;
aunque predominan las clases medias y una escolaridad
elevada —especialmente los líderes—, a medida que va
ocurriendo un proceso de deslegitimización de su “lucha”
en el seno de la sociedad en la que actúan, van ingresando
miembros más marginales, jóvenes atraídos por la
violencia y cuyo futuro de integración social resulta
dudoso, dando pábulo a la violencia nacida del
resentimiento y de la frustración. El fin último llega a ser
el sentimiento de poder.
Atentado terrorista en la estación de Atocha de Madrid, el 11 de marzo de
2004.

Sin embargo, hay variables culturales importantes. Y en


el terrorismo islámico actual, la marginación no parece ser
un factor esencial. Así, el estudioso del terrorismo Ariel
Merari (2002, citado en Tobeña, 2005) investigó a 34
kamikazes (de un total de 36) que se inmolaron durante el
transcurso de la Primera Intifada (levantamiento) en
Palestina contra Israel, que aconteció entre los años 1993
y 1998. Solo 11 (un 32%) eran “pobres” o “muy pobres”,
el resto era de clase medio baja, media, o alta (estas dos
últimas sumaban un 41%). En cuanto al nivel educativo,
solo cuatro tenían únicamente los estudios elementales, y
más del 40% tenían completados el curso preuniversitario
o diversos cursos de universidad. Los análisis de los
suicidas de la Segunda Intifada parecen confirmar estos
datos, si bien se aprecia la presencia mayor de las mujeres
entre los palestinos dispuestos al suicidio para matar, en
torno al 10% (Tobeña, 2005).
Desde el punto de vista psicológico, los análisis no
tienden a coincidir. Algunos autores plantean la
semejanza entre el terrorista y los que sufren ideas
paranoides, mientras que otros no han hallado indicio
alguno de psicosis (Jenkins, 1979). Alonso-Fernández
(1994) se alinea en la tesis de la enfermedad del terrorista,
cuando habla de él como de una persona que sufre de una
“enfermedad de la voluntad”, a modo de “espasmo”, “…
prisionero de su ilusoria convicción de producir una
conmoción de la realidad (…) Es la voluntad del
fanático…” (p. 5). Otras explicaciones se han centrado en
el elemento motivacional de la implicación en un grupo
terrorista, señalando cómo esa pertenencia puede dar un
sentido de auto-respeto y de valía personal; por otra parte
esa filiación le proporciona el “calor” de sentirse arropado
en un grupo, al tiempo que le libera a uno de tener que
emplear su libertad y responsabilidad individual; habría
pues un “miedo a la libertad” en el terrorista (Kaplan,
1977).
Las explicaciones sociológicas, además de señalar el
caldo de cultivo que pueden constituir las injusticias
sociales y políticas para la aparición de grupos terroristas,
también han acudido a la imagen de un mundo en cambio
y cada vez más sofisticado como un reto para el que
determinadas personas no encuentran más respuesta que
el regreso a ideologías donde se legitima la violencia
(Toffler, 1970). Pero otros autores han intentado aunar
diversas perspectivas, indicando que en los grupos
terroristas se dan cita diferentes tipos de personalidades,
con diferentes motivaciones. Por ejemplo, Hacker (1980)
distingue entre “los cruzados”, “los criminales” y “los
locos”. Los primeros son idealistas que persiguen un ideal
con la práctica de la violencia, mientras que los criminales
se involucran en el terrorismo para obtener un beneficio
personal. Finalmente, los locos actúan por motivaciones
que son claramente irracionales ante los ojos de la
sociedad. No obstante, el mismo autor reconoce que es
difícil encontrar tipos puros, hallándose sujetos que
combinan dos o incluso las tres categorías. Así por
ejemplo, los miembros de la “Verdad Suprema”, que
atentaron con gas letal en el metro de Tokio podrían
incluirse en la tercera categoría, pero no es descabellado
presumir que entre los miembros de ETA se encuentran
sujetos de la primera y la segunda categoría. La cuestión
de los ideales se ve complicada, por otra parte, por un
fenómeno psicológico de extraordinaria importancia, y
que ya se comentó en el análisis de las distorsiones
cognitivas de los delincuentes sexuales y violentos. A
saber, muchas personas se niegan a sí mismos el derecho
a rectificar, y a pesar de que los ideales han dejado de
estar vigentes, el esfuerzo que supondría renunciar a los
crímenes y aceptar que “todo ha acabado” resulta muy
costoso de hacer. La consecuencia es el atrincherarse en la
distorsión cognitiva (principalmente condenar a los
condenadores, despersonalizar a las víctimas, negar los
efectos destructivos de las acciones terroristas o
minimizarlos) como medio de subsistencia de un
autoconcepto positivo. De este modo, las vidas cobradas
en los atentados no dejan de ser sino elementos de un
balance; una vez que el sujeto despersonaliza a las
víctimas, lo moral queda sustituido por la rentabilidad: si
es bueno para la causa, es algo legítimo. Cuando lo que
sostiene el acto terrorista no es una ideología, sino un
dogma, una fe, como en el caso de los terroristas
islámicos, las creencias aún pueden ser más
impenetrables.
La despersonalización queda patente en dos ejemplos
tomados del libro de Fernando Reinares en el que
entrevista a ex miembros de ETA (Reinares, 2001). En el
primero, el asesino cuenta como “ejecutó” a su rehén:
“Bueno, aquello sí fue un poco fuerte (…) Hablábamos de todo,
porque el hombre era encima muy campechano. En fin, un hombre
muy corriente. Nos hablaba de todo, nos contaba sus películas, no sé.
Me acuerdo hasta de habernos abrazado y todo (…) Habíamos hecho
planes para después de la liberación, para vernos alguna vez y tal. No
sé… Fue una relación con él muy normal (…) Entonces, un día me
llamaron y me dijeron: ‘¡Le tenéis que pegar un tiro’ (…) Pues nada,
lo metimos en un coche, lo llevamos a un descampado, le sacamos…
¡pum! Le pegamos un tiro, nos metimos todos en el coche (…) No, no
me acuerdo de ningún sentimiento ni de pena por la persona ni… nada
de eso. Encima… ¡si no se le mata a la persona! Eso es muy curioso,
igual es un poco difícil de entender, ¿no? Pero nosotros, por ejemplo,
entonces estábamos matando al empresario. Incluso hoy uno de ETA,
o lo que sea, cuando mata a un guardia civil no le mata a la persona.
Yo nunca vi allí un hombre tampoco, así… no sé, de carne y hueso
(…) Yo creo que no eres capaz de ver la persona, ¿no? Y si no la ves,
no sufres, claro”.

En el segundo ejemplo, el odio se convierte en la fuerza


motriz que proporciona la posibilidad de asesinar a sangre
fría:
“Joder, fue algo… no sé, inexplicable o no sé. Actué de una manera
que digo, bueno, pues luego digo: ‘¿Pero cómo puedo ser yo?’ O sea,
fuimos a por una persona, un conocido además, y en vez de dispararle
desde donde estaba yo (…) salí corriendo hacia él (…) Le odiaba tanto
a esa persona, le odiaba tanto, le odiaba… era tanto el odio que tenía
contra él, que digo: ‘¡Dios, no se me escapa!’. No se me escapa y fui.
Ése era un confidente. En aquel momento, o sea, el odio era el que
mandaba. O sea, tenía las cosas bastante claras. Yo, después de hacer
lo que hacía, me quedaba como un señor y dormía como un rey”.

Ahora bien, la investigación no suscribe en general la


idea de que el terrorista sea un enfermo mental, o una
persona con un deterioro importante de su personalidad.
En una revisión sobre esta cuestión, Silke (1998)
aseguraba que los diferentes intentos de ofrecer una
perspectiva psicopatológica de la personalidad del
terrorista (por ejemplo Hassel, 1977; Johnson y
Feldmann, 1992) obedecen a lo que él denomina “la
lógica del gato de Alicia”, cuyo sentido se comprende a
partir del extracto siguiente de “Alicia en el país de las
Maravillas”, de Lewis Carroll.
“En esa dirección”, dijo el Gato, moviendo su zarpa derecha, “vive
un sombrerero, y en esa dirección”, moviendo la otra zarpa, “vive una
liebre. Visita a quien prefieras: ambos están locos”.
“Pero no quiero estar entre locos”, señaló Alicia.
“¡Oh!, eso no lo vas a poder evitar”, dijo el Gato: “todos estamos
locos aquí. Yo estoy loco. Tú estás loca”.
“¿Cómo sabes que yo estoy loca?”, dijo Alicia.
“Debes estarlo”, dijo el Gato, “o no hubieras venido a este lugar”.

Silke lo explica de este modo: “El gato cree que solo la


gente loca puede vivir en el país de las maravillas, por
consiguiente cualquiera que se encuentre allí debe estar
loco. La teoría de la atribución ha mostrado que tendemos
a ver nuestra propia conducta como el producto de fuerzas
situacionales o ambientales, mientras que consideramos
que la conducta de los demás es el resultado de sus rasgos
de personalidad. El pensamiento del gato de Alicia es un
tipo de error de atribución consistente en desarrollar unas
expectativas en torno a la personalidad de un individuo en
función de lo que éste hace o, como en el caso de Alicia,
del lugar en el que se halla (…) Este tipo de pensamiento
lo podemos encontrar en el modo en el que la sociedad
percibe a los terroristas” (1998: 52).
La idea es que alguien que comete crímenes tan
brutales, muchas veces sin un beneficio racional aparente,
“debe” estar loco. Una vez instalados en ese caos de terror
y muerte, “cualquiera que se halle allí” debe ser un
enfermo. Sin embargo, ni la anterior revisión de Corrado
(1981), ni la de Silke (1998) permiten confirmar tal
argumento. En particular, no hay pruebas de que los
terroristas destaquen, en general, por ser psicópatas,
individuos paranoides o presentar una personalidad
narcisista, al menos no en mayor medida que los
delincuentes comunes; existen estos sujetos entre los
terroristas, pero no son habituales. El problema es que los
autores que apoyan la tesis de la anormalidad de los
terroristas se fundamentan en fuentes secundarias
(entrevistas publicadas, noticias de los medios de
comunicación, relatos de víctimas, etc.), mientras que
cuando el investigador ha realizado su trabajo mediante
entrevistas personales con los delincuentes, el resultado
ha sido el opuesto. Así, ni Rasch (1979) —quien evaluó a
la famosa banda terrorista alemana de los 70 “Baader-
Meinhof”— ni Heskin (1994) —quien estudió a
miembros del IRA— hallaron signos de patología mental.
En la actualidad son pocos los investigadores que
apoyan sin ambages la anormalidad de los terroristas,
pero esto no es obstáculo para reconocer que no todo el
mundo está preparado para matar a inocentes ni, mucho
menos, para suicidarse con tal de lograr ese empeño. El
análisis descrito anteriormente realizado por Adolf
Tobeña muestra que la personalidad es importante, dentro
de un contexto explicativo más amplio:
Hay algunos atributos muy regulares entre los que eligen esa opción
[el terrorismo]: la juventud, la ambición y la afición al riesgo extremo.
Esos caracteres suelen ser uniformes entre los cabecillas y los
seguidores en el inicio de la andadura agonística y todos ellos tienen
un firme anclaje biológico (…).
En cualquiera de esas aventuras combativas de un grupo de
humanos, además de la inmediata división y jerarquización de
funciones, entra en juego una doctrina (…). Las diferencias en
dominancia, arrojo y crueldad contribuyen a ir deslindando los papeles
[jefes y soldados de a pie] a medida que los tanteos primerizos o los
envites serios permiten ir sellando la hermandad de armas y generando
pautas de supremacía y obediencia internas (…).
Cuando se maneja una doctrina energizadora intervienen asimismo
rasgos de radicalismo, dogmatismo y credulidad. Esos vectores de la
personalidad humana también pueden ser referidos a diferencias de
conformación neurocognitiva (2005, pp. 140).

En resumen, Tobeña señala que aptitudes individuales


como la inteligencia maquiavélica, el mesianismo y el
autoengaño, así como la crueldad y el arrojo, pueden ser
esenciales para encumbrar a determinados sujetos a la
cúspide de la jerarquía terrorista. Y esas aptitudes y
rasgos de personalidad se fundamentan en procesos
neurocognitivos que tienen lugar en el cerebro de los
individuos. Así pues, además del contexto histórico, de la
realidad política, social y económica, hay que contar
también con la psicología del terrorista.

18.4. RESPUESTAS AL TERRORISMO


Un aspecto especialmente relevante de la moderna
criminología es la transformación sutil del control social
en las sociedades occidentales. Hace un tiempo no lejano,
la policía de un país se encargaba de la seguridad interior,
mientras que el ejército tenía a su cargo la seguridad
exterior. En la actualidad hay ejemplos repetidos que
muestran cómo, después de que un ejército ha ganado una
batalla, ha tenido que retirarse porque ha sido incapaz de
mantener el control en la zona conquistada (es decir, ha
sido incapaz de realizar una labor policial). Por otra parte,
las tácticas militares se cruzan en el camino de la policía
cuando se trata de responder a un atentado terrorista en el
propio suelo, cada vez que se lanza un ataque
“preventivo” a otro país o se llevan a cabo acciones de
registro y de seguridad que, al dejar en suspenso
determinadas garantías civiles, se asemejan a la acción de
los ejércitos en territorio hostil.
¿Cómo podemos valorar este proceso? La
transformación del control social en los países
occidentales no puede entenderse si no reconocemos que
el terrorismo es tanto un crimen como una acción militar
destinada a influir en la toma de decisiones del país
objetivo. Los grupos locales, inspirados o vinculados
organizativamente con Al Qaeda pretenden causar el
pánico y obligar a los gobiernos de los países afectados a
sobre-reaccionar, tanto en el interior de la nación —
mediante medidas que criminalicen a los musulmanes o
los hagan objeto de trato discriminatorio— como en el
exterior —al ejecutar acciones de “castigo”, por ejemplo,
en países sospechosos de cobijar a los terroristas—. Esto,
como es lógico, encaja perfectamente con lo que desean
los terroristas, quienes desaprueban que los musulmanes
se integren con los occidentales, porque, tal y como está
escrito en el Corán (Sura 5:51): “Los que tienen fe [en
Alá] no deben tener amigos cristianos o judíos. Ellos ya
son amigos entre sí. Cualquiera de vosotros que busque su
amistad se convertirá en uno de ellos”.
A los terroristas islámicos les mueve el fanatismo más
exacerbado, cuando no un sistema de creencias que raya
en la paranoia: creen que Occidente pretende destruir el
Islam, por ello han de defenderse atacando a los enemigos
de Alá, en la espera de unir a todos los musulmanes bajo
la fe del profeta, y sin contaminación alguna del mundo
de los infieles. La llamada “crisis de las viñetas”, ocurrida
a comienzos de 2006, cuando unas caricaturas publicadas
en un diario danés levantaron oleadas de indignación y
actos de violencia en muchos países islámicos
(convenientemente instigados los exaltados por los
imanes extremistas), con el resultado de varias docenas de
muertos, ilustra bien la profundidad ideológica de la crisis
en la que actualmente estamos inmersos. Lo que en
Occidente es un ejercicio de libertad de expresión, un
derecho ganado después de millones de vida perdidas y
varios siglos de lucha, en Oriente se vio como una afrenta
intolerable: ¿Cómo osan los infieles a reproducir el rostro
de Alá, algo que prohíbe taxativamente el Corán —según
dicen los intérpretes que se alinean con esa tesis?—.
¿Cómo, además, se atreven a ser sátira del profeta?…
Por ello la comunidad internacional busca defender las
libertades conquistadas a lo largo de los siglos con la
práctica de una lucha eficaz contra el terrorismo. Algo,
por supuesto, que excluye el llamado terrorismo de
estado. Detrás de éste se halla la venganza: devolviendo
golpe por golpe. Israel ha ejercitado esta política desde el
inicio de la segunda intifada. Los comandos israelíes
asesinan selectivamente —cuando pueden— a los líderes
de Hamás, y destruyen las casas de donde han salido los
terroristas suicidas. El resultado es, según un estudio
realizado por un psiquiatra que vive en Gaza, que el 35%
de todos los varones y el 14% de todas las chicas
adolescentes quieren ser “mártires suicidas” cuando se
conviertan en adultos4. Scott Atran, de la Universidad de
Michigan, es uno de los investigadores más relevantes
sobre terrorismo. En un artículo (Atran, 2003) señaló que
los terroristas suicidas realizaban con sus actos de
destrucción algo muy parecido a la agresión maternal.
Cuando entrevistó a los terroristas observó que, en su
mayoría, no eran sujetos brutales, y que se sentían como
si su familia estuviera amenazada de muerte. Ellos
entendían su sacrificio como un acto de valentía, ya que
estaban protegiendo a su familia. Por ello Atran sostiene
que los terroristas, cuando deciden inmolarse para matar,
semejan a la agresión de las madres para proteger a sus
hijos (citado en Martínez y Blasco-Ros, 2005).
Así pues, hemos visto que los contra-ataques suelen
generar más odio entre los ciudadanos que residen en los
países que exportan a los terroristas. Un factor no
pequeño es que, con frecuencia, además de terroristas
perecen civiles como consecuencia de las acciones de
represalia, incluso en esta época de armas “inteligentes”.

18.4.1. ¿Son los terroristas racionales en su


actividad criminal?
La Unión Europea desarrolló una estrategia contra-
terrorista en 2005, en la que se establecían una serie de
recomendaciones a los estados miembros con la finalidad
de aumentar la eficacia de las medidas antiterroristas en
cuatro ámbitos: la prevención, la persecución de los
delincuentes, la respuesta ante los atentados y la
protección5. La primera de estas áreas (la prevención) se
centra en las causas de la radicalización entre los
ciudadanos o residentes en los distintos países, y discute
determinadas medidas tendentes a evitar la captación de
individuos en las organizaciones terroristas. Se llama a la
acción a diferentes grupos en la comunidad y
organizaciones no gubernamentales, con el objetivo de
que ayuden a socializar a las personas más vulnerables en
los valores democráticos (por ejemplo, minorías con
pocas expectativas de progreso social), con el apoyo de
medidas sociales, laborales y educativas. En la
persecución de los delincuentes hay una doble tarea: la
identificación y captura de los individuos antes de que
puedan llevar a cabo sus actos criminales, y la entrega a la
justicia de aquellos que ya han realizado un atentado.
Como es lógico, esta labor descansa en la policía, así
como en los servicios de inteligencia de los diferentes
países. La respuesta a los atentados tiene que ver con la
ayuda a las víctimas de los actos terroristas, reparación de
infraestructuras, etc., mientras que por protección ha de
entenderse el aseguramiento de las fronteras para evitar la
entrada de terroristas y la evitación de ataques físicos o
bien mediante el uso de internet.
Una preocupación presente en todo ese documento es
que el uso de las técnicas especiales de investigación tales
como escuchas, intercepción de correos electrónicos,
grabación mediante cámaras de sospechosos y vigilancia
en hoteles y hogares ha de ser autorizado solo en los casos
en que “exista suficiente razón para creer que se ha
cometido un delito grave o esté en vías de preparación por
una o más personas particulares o un individuo o grupo
todavía no identificados” (Recomendación 10). De este
modo la Unión Europea busca preservar los derechos
civiles al tiempo que pretende apoyar la lucha contra el
terrorismo.
Ahora bien, ¿qué modelo se ha de seguir cuando se
elabora esa estrategia antiterrorista? Esa pregunta es
importante, particularmente cuando se trata de asegurar
los medios de prevención más idóneos, porque según
pensemos que van a actuar los terroristas emplearemos
unas medidas u otras.
El profesor de la Universidad de East London Pete
Fussey (2011) se ha opuesto a lo que parece ser una
tendencia en Europa y en otros muchos países; hablamos
de la creencia de que los terroristas siguen una toma de
decisiones racional en la comisión de sus crímenes.
Fussey considera que el modelo de la Elección Racional,
ya comentado en este libro, presenta deficiencias cuando
se examina a la luz de los conocimientos existentes en la
criminología general, deficiencias que, a su juicio, se
incrementan cuando se trata de aplicar las medidas
sugeridas por ese modelo para prevenir la acción delictiva
de los terroristas.
El modelo de la Elección Racional contra el terrorismo
se desarrolla en detalle en el influyente libro escrito por
Ronald Clarke y G. Newman (2006) titulado “Ganando en
inteligencia a los terroristas” (Outsmarting the terrorists),
donde en esencia se recomienda el empleo de medidas
ambientales para reducir el atractivo y las oportunidades
físicas para acceder a los objetivos de los terroristas, al
tiempo que se toman medidas para aumentar la
probabilidad de su captura, haciendo que el sujeto desista
de su acción por considerarla de un riesgo excesivo. En
suma, se trata de que la parte de la ecuación del
delincuente “motivado” llegue a quedar inoperante por la
ausencia de un objetivo desprotegido, confiando en que el
sujeto “racional” comprenda que no va a lograr lo que
pretende o va a morir en el intento. Así, podemos leer:
Existe con frecuencia un alto grado de solapamiento entre los
motivos de los delincuentes “ordinarios” y los terroristas: la presión
del grupo, un sentido de pertenencia y de vivir situaciones
excitantes… Las supuestas diferencias entre la delincuencia en general
y el terrorismo, por consiguiente, no existen en verdad, y desde la
perspectiva de la prevención situacional son de importancia marginal
(2006, pp. 5-6).

¿Es eso cierto? Si en la delincuencia en general el


modelo preventivo basado en aumentar los costos del
delito presenta problemas (como vimos en un capítulo
previo de este libro), en el caso del terrorismo, donde los
crímenes tienen un carácter muchas veces “expresivo” (es
decir, que persiguen unos objetivos emocionales y
simbólicos, no tanto de eficacia en el logro de una meta
concreta), las dudas aumentan, como opina Fussey. Por
ejemplo, un terrorista podría ver bloqueado su camino
para atentar contra un dirigente, pero avergonzado de su
fracaso, podría hacer estallar la bomba que portaba para el
dirigente contra un grupo de turistas o en otro objetivo
menos protegido, lo que se conoce como el fenómeno del
desplazamiento. Y justamente ese desplazamiento está
justificado porque el terrorista está altamente motivado,
ese aspecto que el modelo Racional considera solo ser un
producto de los costos y beneficios en la comisión del
delito. Está claro que cuando un sujeto está dispuesto a
morir por su causa la prevención ambiental se encuentra
con mayores problemas.
Estas dificultades en buena medida se derivan del hecho
cierto de que existen sustanciales diferencias entre el
delito común y el terrorismo, en contra de lo que opinan
Clarke y Newman. Por ejemplo, mientras que un
delincuente común podría desistir de atacar un edificio
muy protegido por los enormes costos de detección y
fracaso que tal acción conllevaría, para un terrorista ese
hecho podría hacerlo más atractivo, como probaron los
terroristas del ataque al Pentágono en el 11 de septiembre.
Así pues, esta primera diferencia destaca el componente
simbólico e ideológico de los actos terroristas, con la vista
puesta siempre en el logro de la mayor propaganda
posible para sus tesis. Claro está, los delincuentes
convencionales no tienen ningún interés en que sus actos
salgan en televisión ni en servir a ninguna ideología en
particular. La paradoja es que un edificio muy protegido
podría así ser más apetecible para un terrorista, con lo que
su riesgo de ser atacado aumentaría.
Otra diferencia muy importante radica en la preparación
de los atentados terroristas, lo que requiere un tiempo
muy superior a la realización de los delitos comunes, y
hace que, por ejemplo, se planifiquen diversos ataques
como ensayos previos a la comisión de un atentado
preferente. Por ejemplo, hay evidencias de que los ataques
del 11 de septiembre fueron empezados a diseñarse en
1995 (Horgan, 2005), y que determinados terroristas
“durmientes” (esto es, integrados en la vida normal de la
población en la que habitan) pueden estar durante años
recogiendo información para ayudar a planificar atentados
futuros o bien ser de asistencia a otros aspectos logísticos
como la captación de posibles terroristas (ver cuadro
siguiente de La Realidad Criminológica).
LA REALIDAD CRIMINOLÓGICA
Un marido ejemplar
Publicado en Las Provincias, 28-3-2012
Julia no abre la puerta de su casa. Con gran educación, ruega que la dejen
tranquila. Y no es para menos. La mujer de Mudhar Almalki tiene ante sí dos duros
retos: asumir las graves acusaciones que sitúan a su esposo como miembro de la red
de Al Qaida y ser fuerte para que el tremendo giro que ha dado su vida afecte lo
menos posible a su hija de 15 años, una buena estudiante en plena juventud.
Las Provincias ha podido recabar sus primeras impresiones a través de Marcelino
Díaz, un vecino que estuvo con ella por la tarde, horas después de la operación de la
Guardia Civil y de un registro que ha dejado su casa «patas arriba». Julia, asegura el
hombre, está «hecha polvo». Son muchos los vecinos de la finca que le han brindado
«todo el apoyo que necesita», con intención de arroparla tras el mal trago y
conscientes de que es «una muy buena mujer».
(…)
Nadie entre las Fuerzas de Seguridad contactó con Julia y todo se llevó a cabo con
la máxima discreción. Mientras una decena de agentes de élite tumbaba la puerta de
su casa y arrestaba a Mudhar, ella estaba en su trabajo como administrativa en una
empresa de Manises y su hija asistía a clase con normalidad. (…) Según explicó la
mujer a su vecino, «me enteré por unas compañeras de trabajo». Estas amigas
escucharon en la radio las noticias y avisaron a la mujer de Mudhar. Operación
policial en la avenida Juan XIII, un hombre de origen jordano detenido, casado con
una española y padre de una hija… Julia lo tuvo claro. Los informativos hablaban de
su casa y de su esposo.
Sobre las tres de la tarde, madre e hija llegaron, bajo protección policial, a un
hogar absolutamente revuelto y centro de todas las miradas. Las dos se quedaron
solas. La mujer, sin su marido. La joven, sin su padre. Y con un buen puñado de
preguntas sin respuesta.

Julia llevaba unos 15 años casada con Mudhar. Antes hubo otros 6 de noviazgo. En
ese tiempo no tuvo conocimiento de la supuesta actividad de su esposo, acusado de
ser propagandista de Al Qaida y recluta de terroristas. A sus ojos era solo un buen
árabe sin radicalidad. Un hombre digno de confianza.

Tom Sorell (2011) ha comparado el crimen común con


el terrorismo, y ha establecido las siguientes diferencias
(ver cuadro siguiente):
CUADRO 18.1. Diferencias entre el terrorismo y el crimen común (Sorell,
2011, adaptado).
TERRORISMO CRIMEN COMÚN
En general, víctimas indiscriminadas Víctimas seleccionadas
Se busca un resultado ajustado al
Se pretende causar el mal mayor
móvil
El éxito depende del miedo que genera No se busca asustar a la población
En general son crímenes basados en el odio (hate Solo algunos crímenes comunes lo
crimes) son
En general se opone a la democracia y sus
No hay motivación política
libertades

En suma, el crimen común y el terrorismo difieren en


asuntos muy importantes. Parece obvio concluir de esto
que las estrategias de prevención aplicables a este último
han de tomar esas diferencias en cuenta, aunque no
debemos subestimar la posible conexión entre ambos
tipos de delincuencia, razón por la que podemos aplicar a
la prevencion del terrorismo algunas de las lecciones
aprendidas en la lucha contra el delito común. Por
ejemplo, se pueden prevenir delitos importantes mediante
el control riguroso de delitos e infracciones menos graves,
algo que tiene ya una base empírica demostrable en la
Criminología actual (por ejemplo, Kelling y Coles, 1996;
Clarke, 1997), y que, por consiguiente, puede
generalizarse también al delito terrorista. Una semana
después de los atentados de Madrid del 11 de marzo, una
furgoneta procedente de España y que llevaba 1.100 kilos
de explosivos fue interceptada por la policía en Portugal.
Según dijeron los conductores, la carga iba destinada a la
industria pirotécnica de Lisboa. Probablemente era cierto,
pero el recuerdo de lo fácil que resultó para los terroristas
del 11-M conseguir dinamita de las minas de Asturias
debería concienciarnos de que establecer controles
rigurosos en el procedimiento para fabricar y transportar
explosivos es una necesidad en la actualidad, así como
disponer de la mayor penetración policial posible en el
mercado negro de armas y explosivos. Esto,
conjuntamente con un mayor control en la economía
sumergida y en la población inmigrante ilegal, debería
transmitir el mensaje a los terroristas (y a los aspirantes a
serlo) de que la sociedad libre no va a confiar en que solo
la fortuna la libre de una nueva masacre.

18.4.2. Una tipología de terroristas


Precisamente el profesor de Oslo Tore Bjorgo destaca la
importancia de estudiar las motivaciones de los terroristas
como el método más idóneo para prevenir el desarrollo de
individuos que, por diferentes razones, entran a formar
parte de este tipo de organizaciones, lo que supone una
clara alternativa al modelo de la Elección Racional.
En su opinión los sujetos implicados en acciones
terroristas suelen variar en su procedencia social así como
en el proceso que les llevó a afiliarse al terrorismo.
Desaprueba el empleo de los perfiles como demasiado
simplista a la hora de establecer métodos eficaces de
prevención, ya que no existe un único perfil de terrorista,
ni este se mantiene estable a lo largo del tiempo.
Su propuesta consiste, no en establecer una tipología
variada de terroristas, ya que “un problema con las
tipologías o los perfiles basados en tipos ideales es que
muchos activistas no encajan en ninguno de ellos, o bien
se ubican entre los tipos ideales y no pueden
identificarse” (Bjorgo, 2011, p. 278), sino emplear “una
perspectiva más dinámica en la que se pueda describir a
los terroristas a lo largo de varias dimensiones o
continuos” (p. 279). Esas dimensiones (a las que se
pueden añadir otras como edad, sexo o
altruismo/egoísmo), aparecen en el cuadro siguiente:
CUADRO 18.2. Las dimensiones de los terroristas (Bjorgo, 2011)
De este modo, algunos sujetos se radicalizan y son
captados por grupos terroristas porque tienen una alta
motivación política y aspiran a ser líderes, mientras otros
necesitan sentirse miembros de un grupo que les confiera
un sentimiento de utilidad y pertenencia (primera fila del
cuadro), por lo que su falta de entusiasmo ideológico y
político se compensa con un deseo de encontrar calor y
directrices claras como seguidor devoto de su líder
(segunda fila del cuadro). Además, su bajo estatus puede
hacer que les resulte atractiva la vida del terrorista, donde
se les asiste con bienes y recursos que de otro modo no
podrían tener (tercera fila). Incluso en algunos casos el
sujeto cuenta ya con una historia de fuerte fracaso social y
marginación, lo que puede ser de gran utilidad a la
organización si se precisa de habilidades y de caracteres
más antisociales. Finalmente, los terroristas pueden variar
en su necesidad de vivir “peligrosamente”, algo que sin
duda está garantizado si uno se dedica a estas actividades,
aunque en ocasiones el tedio de las esperas y la vida
discreta pueden poner a prueba la templanza de más de
uno (cuarta fila).
Un punto de gran interés en esta perspectiva es que
“estas diversas dimensiones pueden ayudarnos a señalar
varios puntos de intervención con objeto de inducir a
diferentes tipos de activistas a romper con su proceso de
radicalización o de implicación en el terrorismo. Así,
diferentes tipos de estrategias de prevención o de
intervención tendrán diferentes efectos en los activistas
porque éstos poseen diferentes necesidades y puntos
vulnerables” (2011: 280). Por ejemplo, tomemos la
dimensión de la ideología. Aquellos muy politizados y
con gran necesidad ideológica pueden decepcionarse al
observar que sus acciones violentas no sirven para
mejorar al pueblo en cuyo beneficio dicen que están
actuando. Un caso podría ser el hecho de que los
atentados de Al-Qaida matan ocho veces más a los
musulmanes que a los occidentales, según señalan varios
estudios. También podrían estar en tensión al ver la
muerte de tanta gente inocente, o verse desafiados en su
liderazgo, lo que podría aumentar su desapego a la causa
a la que sirven. Fomentar el abandono de la causa de estos
líderes sería muy valioso, porque ello enviaría un mensaje
desmotivador a los jóvenes que aspiran a ocupar un papel
parecido, desanimándoles a seguir ese camino. Por otra
parte, los sujetos con una escasa motivación ideológica
podrían ser alentados a abandonar la organización si
descubren que su necesidad de pertenencia, camaradería y
de estatus no se corresponde con lo que finalmente
encuentran al integrarse en dicho grupo, al observar que
predomina muchas veces el engaño y la coacción como
forma de militar en él, ydonde los líderes suelen gozar de
privilegios que la “tropa” en modo alguno disfruta.
En fin, no cabe duda que esas dimensiones elaboradas
por el profesor Bjorgo son interesantes, y que nos ayudan
a comprender mejor que hay una variedad importante de
sujetos que aspiran a ser terroristas. Está claro que los que
mejor conocen a los islamistas radicales son otros
islamistas, y éstos también son los que más tienen que
perder si se producen atentados atribuidos a Al Qaeda. La
mayoría de los inmigrantes están integrados en la
sociedad occidental, quieren beneficiarse de los logros de
Occidente, y no apoyan una visión extrema del Corán. Se
ganaría mucho si pudieran ser movilizados para combatir
los argumentos radicales de los que apoyan la “guerra
santa”, y así ayudar a que la comunidad inmigrante sea
menos receptiva ante la petición de ayuda económica y de
reclutas para favorecer las acciones terroristas. Si esa
comunidad integrada presionara a sus miembros más
vulnerables y los vigilara, desalentando su radicalización,
podría producirse un gran avance en términos de
prevención de futuras carreras terroristas.
Otra utilidad de este tipo de trabajo se relaciona con la
labor de infiltración de agentes especializados en el
contraterrorismo, en la tarea de estudiar cómo influir
sobre determinadas personas para evitar acciones
terroristas e identificar a los líderes u a otras personas
relevantes, en la esperanza que el conocimiento de la
psicología de las personas contactadas ayude a establecer
relaciones de confianza y, con ello, se posibilite dar
golpes efectivos a las tramas terroristas.

18.4.3. Un mayor control sobre la inmigración y


las prácticas religiosas
Se cree que en España viven aproximadamente un
millón de residentes ilegales, aunque el proceso de
deterioro económico que comenzó en 2008 puede haber
rebajado esa cifra. Muchos de ellos han recibido la orden
de expulsión, pero dado que nadie la ejecuta, los
“expulsados” deben vagar por las calles sin posibilidad
alguna de tener un empleo legal. Aunque muchos de los
terroristas que perpetraron el atentado del 11-M en
Madrid eran sujetos integrados en la sociedad española de
entonces, no cabe duda de que cuanto mayor sea el
número de personas de religión islámica forzados a no
tener una identidad ante el Estado, más fácil será para los
dirigentes de las células terroristas el poder reclutar entre
ellos a los que consideren los más preparados para
cometer atentados. A diferencia de lo hecho en Estados
Unidos, que ha cerrado mucho sus puertas a los
inmigrantes tras el 11-S, en España se ha procurado más
la integración que el aislamiento, y eso en principio
debería de ser una ayuda para luchar contra el
reclutamiento terrorista de inmigrantes desesperados.
Por supuesto, el control de inmigrantes también debe de
tener como prioridad no renovar el permiso y expulsar de
modo efectivo a los sujetos sospechosos de formar parte
de grupos terroristas, o de alentar su ideología, y esto
debería incluir no ser tan permisivos con la labor
apologética y recaudatoria de las mezquitas que apoyan la
causa radical del Islam.
Se trata, como se puede observar, de aplicar la ley con
un propósito claro de prevención. No se necesitan leyes
especiales, a modo de la “Patriot Act” promulgada por
Estados Unidos, una ley que, por cierto, ha levantado
duras críticas por el recorte de libertades civiles que
supone6. El problema en España no es de falta de leyes,
sino de su aplicación negligente por falta de recursos y de
voluntad decidida. Así por ejemplo, el artículo 54 de la
Ley de Inmigración establece que la residencia puede
denegarse si el que la solicita participa en actividades que
van en contra de la seguridad del Estado. Y en su apartado
c señala que también será motivo de denegación cuando
el solicitante “lleve a cabo actos discriminatorios por
motivos racistas, étnicos, nacionalistas o religiosos”.
Igualmente, la concesión de la nacionalidad española a los
extranjeros que viven en España podría ser algo más que
un proceso automático si el artículo 22-4 del Código Civil
fuera tomado más en serio. Este artículo requiere de “una
buena conducta cívica y un grado suficiente de
integración en la sociedad española” para que se conceda
la nacionalidad.
Por otra parte no deberíamos olvidar la aplicación del
Código Penal allí donde las circunstancias lo exigieran,
pero con un grado mayor de celeridad y eficiencia, como
una herramienta preventiva para luchar contra los grupos
terroristas. Este sería el caso si se mirara con detenimiento
lo que se enseña en determinadas mezquitas o colegios. Y
así, el artículo 18 señala que es punible incitar a cometer
delitos mediante la enseñanza y exaltación pública de
doctrinas que los exaltan, lo que muy probablemente
puede estar ocurriendo de forma rutinaria en muchos
lugares de España donde se pregona la guerra contra el
infiel.
No obstante, debemos favorecer las medidas civiles y
administrativas sobre las penales cuando se trata de
prevención del terrorismo. La maquinaria penal siempre
es pesada y —por el imperio de la Ley— sometida a
garantías procesales que exigen tiempo y a las que no
podemos renunciar de modo esencial, por ello cuando
España recibió de Marruecos una lista de 400 ex
combatientes en Afganistán cuyo paradero era
desconocido7, la seguridad española podría mejorar
quizás en un grado mayor al controlar a estos individuos
si aparecen en España, lo que constituye una acción
preventiva fuera del alcance del derecho penal.
Controlar las prácticas religiosas de los inmigrantes
islámicos suena poco “progresista”, pero del mismo modo
que nos escandalizaríamos si permitiéramos que una
escuela o una iglesia enseñara con toda libertad el ideario
de Adolf Hitler expresado en la “Biblia”
nacionalsocialista titulada “Mi lucha”, no debería
alarmarnos si impedimos que determinados imanes
recolecten dinero para costear actos terroristas que no
sabemos donde tendrán lugar, o que pregonen el ideario
de Bin Laden, persona de santidad más que discutible. La
libertad de expresión no puede ocultar la incitación al
crimen. El problema es que en España nadie quiere
ocuparse de esa cuestión por temor a levantar críticas y
odios, y ya se sabe cuánto deprime a los políticos meterse
en avisperos que le supongan quebraderos de cabeza
donde hay una renta política escasa. Pero lo cierto es que
varios de los participantes en el 11-M fueron
“convertidos” por predicadores del Islam radical, y como
hemos leído con anterioridad, el reclutamiento desde
España para participar en la yihad es una realidad.
La necesidad de no fomentar ese adoctrinamiento ya la
había reconocido el profesor Antonio Beristain en 1989, y
luego en 2005 (p. 35), cuando escribió con una claridad
meridiana que “La insistencia en los dogmas religiosos,
supuestamente indiscutibles, aunque parezcan (y en cierto
grado sean) absurdos, aboca en muchos fieles a despreciar
la ciencia que tanto aprueba la discusión y la
discrepancia… Aboca, sobre todo, a un fanatismo y a una
obediencia ciega”.

18.5. ESTUDIOS EMPÍRICOS DE LAS


MEDIDAS CONTRA EL TERRORISMO
Las ideas anteriores se basan en la comprensión de la
realidad del terrorismo a la luz de la Criminología
científica. Tal y como señala una amplia revisión
sistemática realizada en torno a las medidas que resultan
eficaces en la lucha contra el terrorismo, apenas tenemos
información empírica contrastada que nos permita afirmar
con confianza qué es lo que realmente es eficaz en este
ámbito. En efecto, esta es la conclusión más destacable
que se desprende del estudio realizado por Lum, Kennedy
y Sherley (2005), quienes de los 14.000 textos que
revisaron desde 1971 hasta 20038 que versaban sobre
terrorismo, solo siete de ellos tuvieron la suficiente
calidad metodológica para ser considerados estudios
empíricamente relevantes.
Esos siete estudios (todos realizados antes del año 2001)
evaluaban una o varias estrategias contra-terroristas, así
que los autores analizaron esos estudios de acuerdo a las
siguientes seis categorías de estrategias o de intervención
para prevenir el terrorismo:
1. Intervenciones dirigidas a dar mayor seguridad en los
aeropuertos, mediante detectores de metales y otros
procesos de incremento de la seguridad.
2. Intervenciones que tenían como propósito
incrementar la seguridad de edificios como embajadas,
o bien personal diplomático.
3. Intervenciones que se basaban en aumentar la
severidad del castigo para los sujetos aprehendidos por
delitos terroristas.
4. Intervenciones que se basaban en Resoluciones
dictadas por las Naciones Unidas contra el terrorismo.
5. Intervenciones militares y/o acciones de represalia;
específicamente se examinó el efecto de los ataques
israelíes contra la Organización para la Liberación de
Palestina (OLP) y los ataques que realizó la fuerza
área norteamericana sobre Libia en 1986.
6. Cambios en la política de gobierno y en el modelo de
gobierno, tales como subir un partido político al poder
de un país afectado por el terrorismo, o bien la
conversión de gobiernos dictatoriales en democracias,
tal y como ocurrió en Europa con el fin de la Guerra
Fría.
Los resultados fueron los siguientes. Con respecto a los
detectores de metales y otras medidas de seguridad en los
aeropuertos, parece que, en efecto, son medidas eficaces
para prevenir los secuestros aéreos, ya que los estudios
analizados probaron reducir las acciones terroristas de
modo estadísticamente significativo. Ahora bien, la mala
noticia fue que tales estrategias produjeron un importante
desplazamiento hacia el incremento de otras acciones
terroristas como toma de rehenes y ataques armados
(amén de los múltiples inconvenientes y restricciones de
libertad que han de sufrir continuamente los pasajeros que
transitan los aeropuertos). No hubo resultados positivos
en las intervenciones orientadas a incrementar la
seguridad de edificios como embajadas, o bien del
personal diplomático, así como tampoco las que
castigaban más severamente a los terroristas convictos (si
bien en esta última categoría solo existía un único
estudio).
Por lo que respecta a la intervención de las Resoluciones
de Naciones Unidas, se concluyó que solo un estudio que
contaba con una resolución contra el secuestro aéreo y se
acompañaba también con medidas para el empleo de
detectores de metales en los aeropuertos mostró que estas
medidas resultaron eficaces en la reducción de la piratería
aérea. Otro estudio que evaluó otra resolución de
Naciones Unidas contra el secuestro aéreo pero que no
imponía medidas de detección de metales no probó que
dicha intervención fuera efectiva.
Los Estados Unidos decidieron dar un “escarmiento” al
dictador de Libia Gadaffi cuando éste participó en un
atentado terrorista acaecido en la discoteca LaBelle en
Alemania Occidental en 1986, donde perecieron muchos
soldados norteamericanos. El Presidente Reagan aprobó
un “raid” por sorpresa, y varios aviones de combate
bombardearon lugares seleccionados de Trípoli, entre
ellos el propio palacio de Gadaffi, a resultas de lo cual
murió una de sus hijas. Sin embargo, tanto este ataque de
represalia como los realizados por Israel contra la OLP no
demostraron ser efectivos, más bien al contrario:
aumentaron los atentados terroristas contra EEUU e
Israel, si bien este aumento fue limitado a objetivos y
métodos menos graves, que generalmente no implicaron
muertes.
La última categoría evaluada es particularmente
relevante para los españoles, ya que incluyó un estudio de
Barros (2003) que buscó averiguar si la llegada del
partido socialista al poder en 1982 había contribuido a
disminuir la violencia de ETA. También incluyó otra
investigación destinada a evaluar el efecto del fin de la
Guerra Fría sobre el terrorismo. Por desgracia, ambos
estudios mostraron que el resultado de estos cambios en
los gobiernos (en España y en otros países) fue un
aumento de los actos terroristas que culminaron en
asesinatos, si bien disminuyó el número de actos donde no
se produjeron muertes.

18.6. CONCLUSIONES
El terrorismo es un tipo de delito que, a pesar de existir
desde el mismo origen de la sociedad ilustrada del siglo
XVIII (revolución francesa), ha adquirido en estos inicios
del siglo XXI una entidad globalizada y difusa, en forma
de Islamismo Radical, que supone una grave amenaza
para muchos países, en particular los occidentales, objeto
de las iras de los seguidores de Al-Qaeda. La brutalidad
de atentados como los perpetrados en Nueva York,
Madrid o Londres es una declaración de principios
diáfana.
En el análisis de las causas aparecen factores sociales,
culturales, religiosos, económicos y psicológicos. Tal y
como se comentó anteriormente, resulta muy perturbador
que muchos de los terroristas (en particular entre los
yihadistas) sean personas cultas, con una buena
integración social en sus países de acogida. Aunque como
es lógico los dirigentes intenten seleccionar a los
“mejores” entre todos los que aspiran a ser bombas
humanas, lo anterior no deja de ser una dificultad añadida
en términos de prevención, porque la integración de los
inmigrantes puede resultar una vía menos eficaz de lo
esperable para evitar los atentados. Junto a nuevos
análisis que permiten valorar la vulnerabilidad de lugares
estratégicos de un país para mejorar su protección frente
al terrorismo (cfr. Apostolakis y Lemon, 2005), sugerimos
el desarrollo de estrategias de prevención que, aun
pareciendo de perfil bajo, constituyen quizás formas más
eficaces de evitar los atentados. Esas estrategias se basan
en políticas de inteligencia y de práctica policial, y deben
ir acompañadas por medidas administrativas y penales
decididas. Sin embargo, considerar la lucha contra el
terrorismo como una “guerra” puede ser una política
global ineficaz, dado que no se dan los criterios
convencionales que la definen (un enemigo específico
declarado, unas fronteras delimitadas, el respeto a unos
mínimos principios que se ajusten a la noción de “guerra
justa” de Waltzer, 1977), y, peor aún, puede provocar la
expansión de las células terroristas al sentirse ultrajada la
población que recibe las bombas. Como escribe Joseph
Margolis: “América está haciendo realidad los sueños
más salvajes de Al Qaeda, a una velocidad que nunca esta
podría haber imaginado” (Margolis, 2004, p. 405). Han
pasado años desede que se realizó esta afirmación. Es
cierto que Al Qaeda no ha vuelto a hacer en Europa un
gran atentado desde Londres en 2005, y desde luego en
Estados Unidos desde el 11/S, pero es evidente a día de
hoy que el terrorismo islámico no va a ser derrotado
mediante una guerra, sino mediante buenos servicios de
inteligencia y políticas eficaces de prevención.
PRINCIPIOS CRIMINOLÓGICOS Y POLÍTICA CRIMINAL
1. En buena medida, el terrorismo se alimenta de una indoctrinación que genera en
los jóvenes sentimientos de odio y distorsiones cognitivas; ello posibilitó
asesinatos como el de Tomás y Valiente (prestigioso jurista) y el de Miguel Ángel
Blanco (concejal del partido popular). Como en la delincuencia común, la
educación orientada a que los menores desarrollen su competencia social y la
conducta de ayuda a los demás parece ser algo ineludible. En qué medida el
contexto político permita eso, es otra cuestión.
2. En los terroristas no existe una mayor presencia de enfermedades mentales que en
otros delincuentes. En los casos en los que la legitimidad otorgada por el pueblo es
mínima, la necesidad de conservar una auto-imagen positiva, junto al
mantenimiento de un estilo de vida peculiar, explican su persistencia en el crimen.
Es difícil ver cómo un estado democrático puede acabar con un problema así;
perdido un fin político, los motivos de conservación del grupo terrorista adquieren
la mayor prioridad.
3. La situación se complica por la existencia de variadas personalidades en los grupos
terroristas. La distribución del poder entre ellas puede dar orientaciones distintas a
sus acciones y a su relación con los poderes públicos.
4. Entre las medidas posibles que pueden poner en práctica los gobiernos para
combatir el terrorismo, la asistencia a las víctimas, la profundización de los
valores democráticos, la coordinación de la justicia internacional y cortar las
fuentes de financiación, parecen ser opciones necesarias, tal y como señala
Naciones Unidas.

CUESTIONES DE ESTUDIO
1. ¿Qué es un grupo terrorista?
2. ¿Por qué ha pasado a ser el terrorismo un problema tan relevante en la
Criminología actual?
3. ¿Cómo se podría describir a un terrorista?
4. ¿En qué consiste el argumento del “gato de Alicia”?
5. ¿Qué tipologías pueden establecerse con respecto a los terroristas?
6. ¿Cuáles son los cuatro elementos que utiliza el profesor Tobeña para describir el
origen de la violencia terrorista tanto de ETA como de Al Qaeda?
7. ¿Qué medidas de prevención pueden realizar los estados democráticos frente al
terrorismo?

1 National Counterterrorism Center: Annex of statistical information:


http://www.state.gov/j/ct/rls/crt/2010/170266.htm
2 TIME, 7 de mayo de 2012, p. 22.
3 No queremos decir con esto que los islamistas sean unos asesinos
“valientes”; la valentía como virtud es incompatible con esos actos de
homicidio de masas, pero al menos reconozcamos que no tienen miedo a
morir.
4 El País, 16 de enero de 2004.
5 The European Union Counter-Terrorism Strategy: Prevent, protect, pursue,
respond. Bruselas, 1 de diciembre de 2005. Disponible en:
http//www.consilium.europa.eu/uedocs/cms_Data/docs/pressdata/en/jha/87257.pdf
6 Meiselsl (2005) señala que en la medida en que el terrorismo penetra en las
democracias occidentales debemos preguntarnos hasta qué punto la lucha
eficaz contra éste justifica el recorte de las libertades civiles.
7 El País, 25 de julio de 2004.
8 La revisión fue ampliada hasta 2009, sin que hubiera nuevos estudios que
añadir.

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