Editorial Andrés Bello
Las vacaciones de Emilia en la playa Jaca
prometian placidos dias de descanso.
Pero el destino quiso que ella cono- Ana
ciera a Diego -un estudiante de ar-
queologia- y juntos se enfrentaran al = |
misterioso fantasma de Quintay.
Sol, mar, derrumbes, gritos de ulra- INTRIC
tumba y robos arqueolégicos llevaran
al lector a vivir, junto a los protagonis-
tas, un verano lleno de emociones y
peligros que mantendran la tension
hasta la Ultima pagina.
eal DE 13
ee NIVEL4 Re
I
Ha 312523)
ILUSTRACION DE PORTADA: Cariog Rojas MatficietEditorial Andrés Bello
Las vacaciones de Emilia en ta playa
prometian placidos dias de descanso.
Pero el destino quiso que ella cono-
ciera a Diego -un estudiante de ar-
queologia- y juntos se enfrentaran al
misterioso fantasma de Quintay.
Sol, mar, derumbes, gritos de ultra-
tumba y robos arqueolégices llevaran
al lector a vivir, junto a los protagonis-
tas, un verano lleno de emociones y
peligros que mantendran la tensién
hasta la Gitima pégina.
opt® DE 13.4
e NIVEL4 Qs
i] | |
9 | | 1 |
ILUSTRACION DE PORTADA: Cotlos Rojas MatfclottCapitulo U
EL COMP.
Fl Gmnibu
Ja carreter
en suasier
sus manos
abiertos. 1:
muy poco
: dicciscis a
ACS buenas no
Luego de llegar casi donmida
molestaco en mirara quienes
50 se sorprendi6 cuando, al f
de la rejila, un muchacho hizc
en ese lugar no descendia nz
El 6mnibus ya orillab
proximos a llegar al cruce cot
para recordarle al chofer que
Se miraron de reojo, y Emilia
y rubio.
El vehiculo se estacion
bajaron en silencio. Los aut
pfoduciendo un ruido corto
el momento para cruzar, Em8 JACQUELINE HALCELLS / ANA MARIA GUIRALDES
—;Hacia donde vas?
Elmuchacho emitid un sonido y con el brazo mostr6 el
pedregoso camino frente a ellos.
‘Tunquén oa Quintay? —lc volvi6 a preguntar ella,
fastidiada por la vaguedad de la respuesta
-A Quintay —fue la escueta contestaci6n.
Emilia pens6 que ese joven no era muy simpatico,
aunque no pudo negar que tenia buena figura y unos ojos
aaules y vivos,
En ese momento se detenia, al otro lado de la carretera,
una camioneta gris. En cuanto el conductor se bajé, Emilia,
dando un salto, hizo un gesto de victoria con su dedo pulgar;
el hombre de la camioneta respondié de inmediato con una
sonrisa y sus dos manos en alto.
El muchacho mir6 la escena con indiferencia y apto-
vechando que no venia ningtin auto, atraves6 con un
trotecillo atlético.
Emilia lo sigui
—iPuros seis! —fue lo primero que dijo la nifia, antes
de besar a su padre.
Ella abraz6 y le revolvid el cabello con su mano fuerte
y tostada por el sol
Los dos se subieron la camioneta. El muchacho ya
caminaba unos metros mas adelante, con una enorme
mochila a Ja espalda
Fl vehiculo pas6 junto al joven levantando una nube de
polvo y Emilia noté que éste la miraba de reojo. El gesto le
bast6 para decir a su papa:
—Va a Quintay. :Por qué
Juan Casazul frend. Emi
anilla y gritd:
-iTe llevamost
El muchacho parecié dudar unos momentos, pero
luego bajé la carga de sus espaidas y subi6 al asiento de atris
de fa camioneta
10 lo levamos?
sac6 la cabeza por la
—Gracias —mus
Juan Casazul pus
se lanz6 hacia adelan
A medida que
volviendo mas y mas}
Jos cientos de flores si
camino enrojeciendo
mirar con disimulo al
saltos del vehiculo en
—
Emilia fue la primera.
Les conté de la playi
camino que subia hacia el.
lamentos. Siguié Diego, qu
posible describiendo fa furt
horror que sintieron a ver €
—Yo le prometo, don
un haz de guia.
—sCon un qué? —pre;
—Haz de guia. Es un nt
boyas y escotas de velas. No
—explic6 Diego, y dirigiénd
nifio estoy acostumbrado a a
y le aseguro que sé de nudo
Alguien lo solt6, pap
amarraba —sigui6 Emilia, a
Por su expresion, Jua
chando una historia de |
desarrugé la frente, pregun
—Primero que todo: j
Jados en el Curauma y por qt
por sus derrumbes, sin neces
cause, ¥ tercero: qué diabk
un bote? —La voz de Juan
Esa era la parte mas d
miraron, ofreciéndose la pal
encarar la situaci6n:4“ Jacquet
INE BALCELLS / ANA MARIA GUIRALDES
ire, don Juan: en Quintay estin pasando cosas muy
raras, Nosotros no creemos que un fantasma sea el que
espante a los pescadores y el que aturda al guardia de la
excavaci6n. ¥ tenemos serias sospechas de que ese fantasma
es un hombre que por alguna raz6n no quiere que nadie se
acerque a esa playita del Curauma.
—...Ademas —siguié Emilia, envalentonada—, Diego
descubrié que los lamentos del fantasma tenian resonancia
de micr6fono. ¥ ademas
—Ademis,.,. jnada! —interrumpi6 Isabel, cortando la
palabra a su hija—. Esto se acab6! Me da Jo mismo que haya
fantasinas con 0 sin micréfono, pero no quiero perder una
hija en una aventura descabellada. {Te prohibo terminante-
mente, Emilia, que vuelvas a poner un pie en ese lugar! {No
es asi, Juan? —termin6, pidiendo apoyo a su marido.
—Si, es mejor que le hagas caso a tu mama, Emi-
lia—respondis éste, luego de unos segundos—. Y dejen que
los carabineros se encarguen de los misterios. Hasta el
momento parece que el hippie es el espectro que golped al
guardia, ;Y basta de hacerse los detectives! Yo ahora iré a la
caleta a ver al pobre Jaiba, que no debe estar muy contento
después de lo que ustedes le hicieron.
—lo acompaiio ~-dijo Diego, poniéndose de pie.
pérate, te prestaré algo de ropa de Juan —dijo
Isabel, dirigiéndose a su dormitorio—, ya esta haciendo frio,
El muchacho siguié a la madre de Emilia y a los pocos
minutos reapareci6 vestide con unos pantalones que le
quedaban enomes y un suéter viejo.
—:Vamos? —dijo Juan Casazul, impaciente.
Diego los siguid hasta la puerta, pero antes de salir se
volvi6 hacia Emilia y le dijo:
—Hasta mafana.
—Hasta maftana —respondi6 ella.
Yla palabra mariana seacentu6 lo suficiente como para
convertirse en un mensaje que los dos entendieron.
pitulo O
DESAYU
AL dia. sis
mandé 3
queel prc
a la hora
Emilia an
Diego por
mente a |
pension ¢
‘Cuando lleg6, su amig
dor de la pensién
Bastaba con abrir la |
amplio recinto, Heno de |
manteles a cuadros rojos |
canastos con enredaderas |
acogedor al lugar. Un gran
mostraba un patio de escas
alla pensi6n. Y entre las mes
se afanaba atendiendo a i
estaban,
En una mesa, al otro e
ban el barbudo y el fumados
la mano, Cuando Jas camso JACQUELINE BALCELLS / ANA MARIA GOIRALDES
anunciando la llegada de Emilia, ambos levantaron la mirada
ya saludaron con amabilidad. E! barbudo hizo una venia de
caballero del siglo pasado y Emilia apreté Jos labios para
disimular la risa. Luego tomé asiento frente a su amigo,
muerta de ganas de comenzar a hacer planes.
— Seles pas6 el enojoa tus papas? —fue lo primero que
pregunt6 Diego.
—Tanto, que ests invitado a almorzar a mi casa, Hoy
lega tu profesor!
—iQué buena noticia! —easi grit Diego—. Podremos
visitar la excavaci6n!
En ese momento volvieron a sonar las campanitas y un
hombre hizo su entrada al comedor. Su aspecto era jovial, a
pesar de una avanzada calvicie que le dejaba parte de su
crineo al descubierto. Caminaba moviendo con soltura sus
largas piernas bajos unos amplios pantalones de pana beige.
—Serior Romero! Fl grito de Diego sobresalt6 a Emilia
1 hombre salud6 a Diego, con aire algo despistado, y
sigui6 de largo hacia la mesa de los otros huéspedes de dona
Zulema.
—Es mi profesor, es el sefior Rigoberto Romero! —se-
crete6 Diego su amiga, mirando de reojo hacia donde estaban
Jos hombres.
BI fumador y el barbudo se habfan puesto de pie.
—Juan L6pez! ;Qué gusto de saludarlo! —exclam6 el
recién llegado.
Lopez —o el fumador— apreté la mano de Romero y
luego present6 su amigo:
—Este es mi colega Marcos Benitez.
—Mucho gusto —respondi6 el barbudo,
Luego los tres se sentaron y pidieron un café a la
camarera, que se acerco solicita
—jfista si que es coincidencia! —Diego todavia no salia
de su asomiro.
Diego y Emilia, en sibito silencio, trataron de escuchar,
Asi se enteraron de que lc
fumador eran también arg
que nombré Juan Casazul
extranjero, A pesar de si
alcanzaban a captar pala
“restos”, “problema” y “ex
Diego se removia ens
por poder participar en es
De pronto, al otro «
vidrios del ventanal, asom
Este, al ver a los muchac
segundos después entraba
Avanz6 directo hacia
—jHola! {Te soltaron’
una silla junto a él
—iQué... qué... qué
alegré Samuel, lanzando ur
arquedlogos
Acto seguido, el hips
bartulosy dejé desparrama
de dormir atado con un co
que llevaba anudado al cu
a qué haces por a
—Ya les cu...cuento
gesto ala camarera que n
Samuel inicié such
tartamudeos. Los dos jév
atencion para entender k
resumen, lo habian dejade
le pidieron que no se alej
aclarara quién habia golpe:
Lo habian llevado ante éste
guardia no pudo asegurar
—Extraiio asunto —<¢
ahi esas joyas incaicas,2 JACQUELINE BALCELLS / ANA MARIA GUIRALDES
—yJo...jo...joyas? —se aturdié Samuel, abriendo mu-
cho los ojos y dejando de morder una de las tostadas con
mantequilla que Diego habia dejado en la panera.
—,No sabias? —pregunt6 Emilia, tratando de escudri-
far en la mirada inocente de Samuel.
No te...te...tenia idea. 2¥ como saben tanto ustedes?
—Diego estudia arqueologia —respondié Emilia, con
un dejo de orgullo—. ¥ esos seftores que estén en esa mesa
son arquedlogos. Uno de ellos es su profesor
= trabajan ju... juntos? —quiso saber Samuel.
—EI que fuma y el de barba no viven en Chile. ¥ el que
tiene menos cabello es el profesor de Diego,
—WY de...de...de qué estan hablando los
arqued....arque6i
—zLos arquedlogos? ZY qué te importa?
Diego.
Samuel no contest6 porque masticaba apurado su
tostada, sin perder de vista la otra que ain quedaba intact
en [a panera
En esos instantes Jos tres arquedlogos se pusieron de
pie y comenzaron a caminar hacia la salida. Al pasar junto a
Ja mesa, el barbudo y el fumador miraron a Samuel y
musitaron algo al profesor Romero. Luego los dos huéspedes
de la pension se despidieron de Diego y Emilia con un
movimiento de cabeza, mientras el profesor decfa:
los vemos, Diego!
Diego le devolvi6 una sonrisa de oreja a oreja y asinti6.
—Oye Di...Diego —dijo abruptamente Samuel, con
aire nervioso y unavoz un poco chillona—: ;Po....po....podrias
prestarme algo de dinero?
Los que salian miraron hacia atras y Samuel baj6 la
cabeza, avergonzado
se adelanté
=
—Yoselosde...de...d
Diego revis6 sus bolsi
—Si, claro, pero es mu
porque me queda lo justo 5
—Lo....lo...10 que sea,
recibir el billete que le exten
virtulos, sali6 rapidame
Cuando Samuel desa
comenté a su amigo:
—/Pobre tipo! {Viste
—Mmmm..., si, pobre
el comentario de Diego.
sus‘apitulo Nux
EN LA EXCAVACION
El almuerzo fue agradable. La reina fue
una corvina al horno con salsa de erizos
frescos y el tema de conversaci6n, los
desmanes del supuesto fantasma de
Quintay. Aunque para el gusto de Emilia
el profesor ironizé mas de la cuenta los
sucesos referidos y tom6 con ligereza la
seriedad de los muchachos frente al tema,
se reconcili6 con el arquedlogo cuando éste la incluy6 en la
visita a la excavaci6n.
En vista de que mis colegas Benitez y Lopez no podrin
acompafarme esta tarde a la excavaci6n, los invito a ustedes
dos —ofrecié Romero, mirando con simpatia a Emilia
Joan Casazul se ofrecié para llevarlos en camioneta,
pero Romero prefirié caminar. ¥ asi, a buen paso y respiran-
do a todo pulmén el aire puro del lugar, remontaron el
camino de lierra mientras conversaban animadamente.
Emilia escuchaba en silencio el didlogo de Diego con
Rigoberto Romero. Y su admiracién por el muchacho crecia
por momentos. Tenia s6lo dos aos ms que ella; sin
embargo, era capaz de sostener una conversacion de igu
a igual, nada menos que con su profesor. Hablaban,
entusiasmadisimos, de la
ban civilizaciones, se 1
teorias y elucubraban hig
conversacion, que habia
sencia y slo recordaro
indicaciones para seguir
Después de media h
guardia estaba en su case
voces, Su expresiOn se i
y lo salud6 con afabilida
—iAsi es que te diet
—1i6 Romero, a manera
—iNime lo recuerde
con un brillo de panico «
acordarme.
Frente a ellos se exte
cancha de golf. Y a poco:
ajo el cual se habia des
— Quieres veralgo, 1
Emilia, alegrindose
sabio la hubiera tomado
enone.
Ya los pocos minu
unos estrechos tablones
cuadriculada por largas |
—Mira bien, Emilia
que sus grandes pies pis:
rra—. {Ves? Cada cuadr
treno ya ha sido prolijam
tres niveles del subsuelo.
llama a cada estrato de tie
picunche; la segunda «
profesor parecia horadar
mos vacia; y la tercera -
pertenece al... ;Complej56 JACQUELINE BALCELIS / ANA MARIA GOIRALDES
Emilia mir a Diego, con los ojos muy abiertos y las
cejas levantadas,
—El Complejo Bato corresponde a la época en que el
hombre comenzé a descubrir la agricultura —se apresuré a
explicar Diego—, mucho antes de la Ilegada de Jos incas, y
esto determina
Emilia dejé de escuchar, Su atenci6n se centrak
pequefio objeto negro, semioculto en la tierra. Reconocié un
rollo de pelicula fotografica. Sin mas ni mas se inclin6 para
recogerlo y brome6:
—Esto pertenece a
Pero Diego y su profesor se habian alejado y conversa-
ban animadamente a varios metros de ella. Emilia guardé la
cApsula en un bolsillo y con la idea de mostrarsela después
a Diego, se acercé a ellos. Romero en ese momento sostenia
en su palma wes argollas de oro y comentaba que eran
adornos para labios,
—Ahi esta el dueno de estas joyas —comenté el
profesor indicando hacia el frente.
Ala vista de un pequefio bulto encogido y oscuro Emilia
sintié el pavory el asombro de encontrarse, por primera vez
en su vida, frente a restos humanos,
—2Y por qué los dejaron aqui? —quiso saber, tratando
de distinguir la cabeza del tronco y las extremidades,
—Porque todavia no se han concluido los estudios que
nos permitan mover los objetos y los restos. Para un experto,
un hueso 0 un cacharro no tiene valor por si solo, sino en el
contexto que lo rodea. Asi se puede establecer, por ejemplo,
este lugar perteneci6 a una vivienda a un cementerio. —EL
profesor explicaba con lentitud, moviendo sus manos para
ejemplificar cada frase. Y era corroborado por‘amplios movi-
mientos de cabeza de Diego.
De pronto Rigoberto Romero dejé de hablar. Su mirada
se clavaba en un leve hundimiento del terreno.
enun8 JACQUELINE BALCELIS / ANA MARA GORRALDES
—n este lugar alguien removi6 tierras —sentencid.
—Los arquedlogos, ¢no? —coment6 Emilia, sin enten-
der el aire preocupado del profesor.
—Ese no es trabajo nuestro. Y me temo que bajo esa
ticrra suelta hubo algo que ya no esta
‘Robaron algo, quiere decir? ,Y qué se pueden haber
levado? —quiso saber Emilia,
—-No sé, cualquier cosa. .. —respondié el profesor, con
la voz algo alterada—. Habri que reforzar la guardia
Fuenzalida, que escuchaba a pocos metros del grupo,
intervino con energia
—iNo es necesatio, senor! Después de lo que me pas6,
mi sobrino me acompaiia y nos turnamos para dormir. ¥ le
aseguro que desde esa noche maldita nadie se ha acercado
por acd, ni siquiera las dnimas,
—Tranquilo, hombre, tranquilo, nadie te esta echando
la culpa de nada —dijo Romero, pero aunque su tono era
calmado, la arruga en su frente demostraba lo contrario.
Luego de mas de una hora de minuciosos ex
menes del terreno que a Emilia le parecieron exa-
gerados, los tres se encaminaron de vuelta al pueblo
Romero, atin con la preocupacién marcada en el rostro, se
ditigi6 al Unico teléfono pablico del lugar para llamar a un
colega de Santiago. Los dos amigos, por su parte, se
dirigieron al almacén Doritaa comprar a barra de chocolate
que Emilia habia visto el dia anterior y que atin rondaba en
su mente
Como era lahora enque liegabael mnibusde Valparaiso
con el pan del dia, el almacén estaba atestado de gente que
esperaba en una paciente fila, Estaban alli German y Rubi, su
bonita y sonriente sefiora; el Cabeza de Huiro, silencioso y
hurano, y dona Nenita, la alegre vecina de Emilia que la
salud6 a grandes voces:
—Va a tener que casti
a perseguir a mis gatos tod
sonrisas que desmentian c
ya se mejor6!
—#staba enfermo? —
—Un piedrazo en la «
—i¥ donde se fue am
Nelda, la cajera
—Estabamos en el Cu
riendo a la vista del grup
fumador, el barbudo y R
preocupados. El Cabeza d
dejarlos pasar, mientras m
cabian mAs personas en el
—iUn piedrazo en e
seftora voluminosa, que nc
conyersacién y a toda cost
lugar, antes de que lo ben
Emilia no respondié |
buscar el dinero y calcular
chocolates con nueces. Hiz
con su pequefio monedero
unespejito, un coloretey el
en la excavacion. Avergon:
ella andaba con un cargam
en recogerlos, mientras ¢
rodaba por el medio del a
Dos pares de manos s
ipsula negra de las pelict
las otras a Marcos Benitez,
La torpeza del barbuc
cabezazo, provocando un
otro las risas de los que% JACQUELINE BALCELIS / ANA MARA GOIRALDES
Benitez se sob6 la cabeza y volvi6, algo azorado, donde
sus colegas, quienes en ese momento preguntaban al de-
pendiente si tenia algin tipo de papel grueso para dibujar.
Emilia, que ya habia guardado sus cosméticos con todo
imulo, estaba frente al mostrador eligiendo sus chocola-
dis
les
Segundos mis tarde salian del almacén,
Capitulo Die
ATRACO EI
Emilia y Die
losCasazul,
Samuel les
—iHo...ho
—{Noveda:
~Ia...la.
estoy am
Ca. .€8.. Ca
En un impulso caritative
—Sentémonos en un
chocolates.
Samuel no se hizo de ro
una mirada de fastidio que e
Luego, acomodados sob
lorida, los j6venes disfrutaror
momento divisaron a los tres <
amena conversacién
—No...no... quiero que
—dijo de saibito Samuel, lim
dorsodelamano—. En cuanto
lo que te debo, amigo.
—No te preocupes —rea JACQUELINE BALCELAS / ANA MARIA GUIRALDES
Samuel aspir6 una larga bocanada de aire antes de
deci
—Eres una bu...bu...buena persona,
Diego, algo incomodo, para cambiar de tema ofreci
—#Alguien quiere chicle? —Y hurg6 en sus bolsillos.
Entonces cay6 al suelo la cdpsula negra.
—iEsto es tuyo, Emilia! —explico Diego, olvidandose
de su ofrecimiento, mientras recogia la cpsula.
h, si! Se me habia olvidado decirte: la encontré
botada en la excavacién.
—Ein la excavacion, dijiste? —exclamd el hippie de
cortido—. Fs un rollo sin re...re...revelar —afiadié luego,
mirindolo con atencién.
—iQuéextrafio, alo mejorsele cayéaalgtin arquedlogo!
Se lo daré a Romero —dija Diego, guardandolo de nuevo en
su bolsillo.
El sol declinaba lentamente, dejando una claridad
rojiza en el cielo. De algtin lugar se escuchaban las voces
plaideras de un coro que cantaba alabanzas a Dios,
mientras los nifios, en la plaza, aprovechaban los tltimos
rayos de luz para dejarse caer de sus columpios al vuelo
sobre la tierra arenosa
Emilia, abstraida en sus pensamientos, seguia los movi-
mientos de cuatro perros que se grufifan. Pens6 en Simbad
y en su oreja herida y se dijo que al dia siguiente le peinaria
su pelaje tupido y crespo hasta dejarlo como un elegante
perro de ciudad,
Por su parte, Samuel también parecia sumido en me-
ditaciones que acompanaba de leves fruncimientos de ccjas.
Con los ojos perdidos en el cielo, metié su mano al bolsillo
y sacé la mitad de un cigarro café, que encendié con
parsimonia. Ante la mirada extrafiada de Emilia, explic6:
—Los-pobres tenemos que fumar las colillas de los
ceniceros, —Y sin dar pie a otra pregunta, afiadi6, indicando
al Curauma—: Por nada del mundo iria a ese cerro.
El comentario extraiié
—2Y por qué dices es
—Por lo del fantasma
iY qué sabes tii del
—Bueno, lo que dice
ustedes?
Emilia y Diego se mir.
—Quién te contd eso
Samuel dud6.
—No...no...n0 me
algu...gu...guna parte
re...recomiendo no acercat
dej6 de hablar.
Luego el hippie cay
Comenzé a soplar el v
y se puso de pie,
—Me voy —dijo, frot
energia. Luego, como reco!
una segunda barra de choc:
una dulce sonrisa—: Toma,
En cuanto lo dijo se di
en cuenta al hambreado de:
tatar de arreglar su falta
patente atin el hecho. Por lo
en manos de Diego el futu:
Cuando ya se habia al
la voz desabrida de su ami
—2Quieres la mitad?
Emilia también escuch
No, gra...gracias.
En medio de la oscur
puerta del dormitorio de Dic6 JACQUELINE BALCELS / ANA MARIA GUIRALDES
navegaba en lo mas profundo de sus suefos. Una figura,
silenciosa como un gato, se desliz6 hasta la silla donde
estaban sus pantalones, Una mano hurg6 en el bolsillo, luego
enel otro. El puio se cerr6 con rabia y la figura camin6 hacia
el velador. Fl cajén no quiso abrirse, La mano forceje6. La
pequefia lémpara tambale6 sobre su pie y al instante un
estrépito de vidrios rotos desperté a Diego, quien se incor-
pord de un salto. Pero antes de que sus ojos pudieran
distinguir algo mas que las sombras de su habitacién, un
golpe en su cabeza lo hizo desplomarse, mas dormido que
nunca, sobre la almohada.
La figura entonces perdi todo sigilo y con ayuda de
una linterna terminé su bisqueda. Cuando desaparecié del
ugar, el silencio volvi6 a instalarse en la habitacion. A los
pocos minutos, Diego comenzé a quejarse en suenos.
Capitulo O
DE VUEL’
A las nuev
puerta de
Emilia, en
Diego!
instantne
El rostro d
buzo de
lamentabl
do y en la sien se alzaba us
—Me aturdieron y me
Diego, dejaindose caer en u
Peto... ;c6mo? {No
—las preguntas de Emilia s
—Nolovasa.creer: el ¢
me quedaban y el rollo de
—iY quién...? come
angustia el ojo de su amigo
— El hippie!—La acus:
en forma instantanea.
—ilo viste?
—No. No vinada. Pero
era de furia.6 JACQUELINE BALCELS / ANA MARIA GUIRALDES
Emilia negé con la cabeza.
—No. No creo, Ese tipo, aunque es un vago, no tiene
pinta de asaante. Ademas, para qué iba a querer el rollo?
—iNo sé por qué ti siempre defiendes tanto a ese
atorrante! jPor algo lo detuvieron los carabineros! 2No?
Emilia se qued6 callada. Su defensa estaba basada
solamente en la intuicién. En verdad, podia estar equivoca-
da: el hippie tenia hambre y necesitaba dinero. Pero...,
arriesgarse otra vez a ser detenido... jy pegarle asi en la
cabeza al amigo que le habja prestado dinero! jLe costaba
creerlo!
—2¥ qué piensas hacer, Diego?
—ir al Curauma,
—iAl Curauma, para qué?
—Justamente porque Samuel, sin que nadiele preguntara
nada, dijo que él por nada del mundo iria al Curauma
Ademis, nos advirtié que no nos acercaramos al lugar, i
tonto trat6 de engaftamos! jFantasmas a mil Primero los
pefiascazos y ahora esto. ‘Ya vera ese ladron! —Diego se
sulfuraba mas y mas a medida de que hablaba. Su nico ojo
abierto brillaba con furia, mientras miraba a través del
ventanal el cerro que lucia inocente, como en la primera
mafana del mundo.
—jCalmate, Diego, y no seas tan terminante en tus
juicios! Te prepararé un café con leche para que te reanimes.
Y si quieres después te acompafio a la policlinica para que
te vean ese ojo. —Y Hlevada por un sito ataque de risa,
afiadi6—: Pareces un boxeador aporreado!
Diego no contest6 porque toda su atencién estaba
centrada en un punto del Curauma. Se puso de pie y se
acercé al ventanal.
—Hay humo, alla —dijo.
Emilia siguié su mirada y vio que efectivamente una
delgada columna de humo se elevaba aparentemente muy
cerca del lugar en que ellos habian estado.@ JACQUELINE BALGELIS / ANA MARIA GOIRALDE:
—alncendio? —pregunts ella.
—Fogata —respondié Diego. ¥ como sila vista de esa
débil humareda Je hubiera inyectado una nueva energia,
exclamé—: Me voy ahora mismo! Aclararé a ese tipo
—No puedes ir solo. Te acompuiio.
loca! Tus papas se enojarian, Ademds es
=i
peligroso.
—Acuérdate que soy scout —dijo ella, como si eso
fuera garantia de seguridad.
— Por ningtin motivo! Este es un asunto que tengo que
resolver solo. Ademds, opino que sientes demasiada listima
por ese hippie chascén,
Diego miré a su amiga a los ojos y, sin esperar su
reaccién, se dio media vuelta y se dirigid a la puerta. Antes
de salir le dijo:
—jNos vemos mas tarde!
Emilia se qued6 de pie sin poder creer en lo que estaba
pasando: jDiego se iba sin ella! (No podia permitirlo!
En esos momentos escuch6 la voz de su madre que le
preguntaba si ya habia hecho su cama y ella respondi6 que
la haria enseguida.
Cortié a su dormitorio. ¥ mientras estiraba el plumén
sin preocuparse del enredo de sabanas que quedaba
debajo, pens6 que ya no tenia tiempo ni de lavarse los
dientes, cosa que atin no habia hecho esa mafiana, Tendria
que dar a su madre una vaga explicaci6n y salir volando tras
su amigo.
Momentos después gritaba desde la puerta que iti
encontrarse con Diego y que volverfa pronto.
Partié corriendo hacia la playa grande. Diego le llevaba
por lo menos quince minutos de ventaja, pero eso no le
importaba. Ella era mas rapida, porque conocia los atajos y
no les tenia miedo a los precipicios.
En ese momento escuch6 unos ladridos. Simbad, que
la habia sentido salir, no queria perderse el paseo.
a
Nifia y perro corrieron
saron quebradas, bajaron y
la playa. Ahi Emilia divis6
ritmico y la cabeza levantat
—{DIEGOOOOO! —g1
—Guau, guau! —la aj
Pero el viento norte, «
devolvié las palabras hacia
amigo.
{Diegoooo! —repiti
Este ni siquiera mir6 he
el Curzuma
—jLo odio! —refunfu
para tomar aliento—
Furiosa con el viento, ¢
siguid caminando con le
muchacho desapareci6 al f
No volveria a esforzar
Jo hiciera, le daria un buen
Entonces inicié nuevar
la imit6.
Cuando llegé al Curau
rapidez que le era habitual
una cabra, Una vez que al
bordeaba el cerro, aminor¢
De pronto sintid que.
extrafio silencio se apror
Pacifico hacia honor a su ne
roquerios, Afloré el grazni
esa calma que se le venta
detuvo para enfrentar al m
la roca llamada Fraile y mas
abandono le parecieron 1
silencio la oprimia més qu
imaginaba que tras esa quie7” JACQUELINE MALCELIS / ANA MAA GUIRALDES
En esos instantes el perro se puso a ladrar. Tenia muy
tiesa la cola y miraba con la cabeza levantada hacia unos
matorrales.
Pensando que el perto olfa la proximidad de Diego, le
ordend:
‘Busca, Simbad, busca!
El animal, con un par de saltos, escal6 la roca y lego
hasta Jos arbustos que estaban a unos tres metros mas arriba,
Emilia lo vio desaparecer tras la espesa cortina de ramas y de
inmediato lo escuché ladrar, luego gemir y otra vez ladrar.
No le cupo ninguna duda: la estaba llamando.
Inicio de inmediato su ascenso. Se agart6 de raices y
salientes de la roca, y fue tanteando con cuidado el lugar
preciso antes de apoyar cada pie. Asi, abrazada a la tierra,
con los dientes apretados y ¢] corazén dando tumbos, fue
subiendo trecho a trecho por esa pared casi vertical al mar.
Cuando al fin lleg6 a la explanada, le pareci6 que acababa
de recorrer los cinco metros de camino mis dificiles de su
vida
Los gemidos del perro se volvieron urgentes. ¥ Emilia,
sin pensar en el peligro que podria encontrar, busc6 un lugar
por donde pasara través de esa espesa pared vegetal. Vio un
grupo de arbustos un poco mis ralo ¢ inclinandose comenz6
aabrirse camino con las manos. Gate6 un par de metros hasta
dondé las ramas se abrian para dejar un espacio vacio.
¥ cuando asomé la cabeza lo vio.
Ahi estaba Diego, su amigo.
Yacia de espaldas, con los ojos certadosy la inmovilidad
de un muerto
Capituto I
EN BUSC
Lo prime:
eu nomb
al no obi
contra el
al escuch
No le co
mente al
Esta vez ¢
palpé un enorme chichén.
Primero sinti6 deseos
infeliz que habia atacado a
Hevarselo de alli, pero actc
scout que advertia sobre Ic
con traumatimo encefalocr.
En ese momento algo
6 como un celaje de ent
Luego de un instante, que
ladridos cesaron y el perro
:n. ese momento Emi
también corria peligro, El qu
por ahi y podia volver en
iBendito Simbad, qu
saof JACQUELINE BALCELLS / ANA MAKIA GOIRALDES
necesario! Si alguien los vigilaba, el perro habia logrado
ahuyentarlo, Era verdad lo que decia su papa sobre los
airdale terriers, eran sumamente pacificos y hasta rehufan las
peleas. Pero su mansedumbre desaparecia en cuanto los
atacaban de verdad.
Simbad se echo junto a Diego y comenzé a lamerle el
rostro. La angustia atenazaba a Emilia, Qué hacer? No tenia
fuerzas para cargar a Diego, ni tampoco podia arriesgarse a
dejarlo ahi solo mientras iba en busca de ayuda
Simbad habia cesado sus lengiieteos y ahora la miraba,
como en espera de una orden, Y entonces se le ocurrié.
—iSimbad! —cuchiche6 enérgica—. |Quédate aqui y
no te muevas! ;Cuida a Diego!
Y luego de besar a su amigo en la frente, acaricié al
perro en la cabeza y volvi6 a repetir la orden,
Simbad gimi6, pero no se movié del lugar,
Emilia salié del refugio de ramas.
Bajar le result6 mds facil y cuando estaba a un metro del
suelo se dejé caer. No hizo caso al dolor de las rasmilladuras
ni al pequeio porrazo que se dio al aterrizar sobre las
piedrecillas y comenz6 a rehacer el camino hasta la playa
larga. En un momento sintié un ruido a sus espaldas y se dio
vuelta pensando que Simbad habia desobedecido, Pero el
sendero tras ella estaba desierto y el silencio habia vuelto a
aduenarse del lugar
Cortid, corrio y corri6, No se detuvo ni para atenuar esa
puntada de dolor que le atravesaba un costado. Y cuando
llego a su casa se desplom6 en braz0s de Isabel
—Papi... ;Donde esta mi papa...?
Enla biblioteca. Pero qué te pasa? —se alarmé6 Isabel
al ver a su hija con el buzo desgarrado y sucio, las manos y
¢l rostro llenos de rasgurios y una expresi6n de angustia que
nunea antes habia visto en ella.
—EsDiego, mama; necesito que papa me ayude!—exclamd.
Solt6 cl abrazo de su madre y corrié hacia la biblioteca.
eM
Isabel la sigui6,
Juan Casazul estaba con
inclinaban sobre una mesa
enorme mapa de Chile. Cuan
ambos la miraron con sorpre
—Papi... tienes que ay
esti herido... est inconscien
Y Emilia, sin soportar ma
—Tranquilizate, Emilia,
tiendo nada, {Quién le pego
Ia nifia, entre sollozos,
el ataque nocturno que su ar
—zLe robaron un rollo
extra Romero.
—Si, uno que encontrar
entre hipos,
—Eso podria significar.
mismo. Y sin terminar la fras
ir de inmediato. Tras esto pu
—sPor qué dices eso?
—Porque tengo la ce
removiendo tierras luego de:
Lo ratifiqué con mi colega ¢1
Romero fue interrumpic
—Por favor, papa, no |
vamos al Curauma. |Diego s
—Los acompaiio —fuc
fesor—, Y no estaria de mas
ZA Jos carabineros? —
ests metida, Emilia?
—£n uno grande, pare<
vamos al Curauma, seria bu
aviso.
Se dirigieron a la camic
de partir, Emilia abrié la ver4 JACQUELINE BALCELS / ANA MARIA GU:RALDES
—1Diles a los carabineros que nos busquen en el
Curauma, en direccién a la playita de los mariscadores
Isabel parti6 hacia el retén, sin perder un minuto. Por
el camino se encontré con doria Nenita, la vecina, que luego
de enterarse de lo que habia sucedido, le ofrecié compafiia
Mientras tanto el vehiculo avanzaba dando tumbos por
el camino lleno de baches que conducia a la playa grande.
Siguiendo con el tema de la excavacion —prosiguid
hablando Romero--, insisto en que a Diego.
;Qué tiene que ver Diego con la excavaciént lo
interrumpié Emilia, que a esas alturas estaba muy alterada
—Aparentemente, nada —aclaré Romero, con mucha
calma—. Pero sia Diego lo asaltaron anoche para robarle un
rollo de peliculas que si tiene que ver, y ahora lo vuelven a
asaltar... jAlguna relacion puede haber! Y si es asi, podri
mos estar frente a una mafia
Como la de los narcotraficantes? —se asust6 Emilia—. ;De
veras que Diego ya me habia hablado algo sobre eso!
, €30 lo saben mis alumnos. Son expertos pagados
por grandes coleccionistas particulares que quieren ver
aumentadas sus piezas. Y como corre mucho dinero en esto,
el asunto puede ser peligroso.
En ese momento la camioneta habia llegado al final del
camino. E] estero cortaba el acceso a la playa con el timido
caudal de su ancha boca.
iAfirmense! —exclamo
—2Qué vas a hacer, papa?
—Tratar de vadear el estero para seguir por la playa
hasta el Curauma
Los pasajeros se aferraron a los asientos y casi volaron
por sobre las aguas hasta aterrizar en la arena humeda; una
vez alli la camioneta siguié con lentitud, como si las ruedas
buscaran con cautela un camino seguro,
A la vista de la mole oscura del cerro, la angustia de
con fuerza
zul,
Emi
e
Papa! Podrias apur
—No puedo. No estam¢
Después de unos minui
a los pies de la montaiia, Tra
dos lineas paralelas que el
Dejaron la camioneta |
Los dos hombres mira
deberfan franquear
—Siganme —dijo Emil
Avanzaron en silenci
miraba hacia atrés para as
profesor la seguian sin trop
de todas sus energias, salvz
cién agitada por el esfuerzo
que, como una huincha ang
Curauma, paralelo al mar,
—{Falta mucho? —pre
—No, y me parece rar
sentido —se preocupé Emi
—s un perro obedien
junto a Diego no se mover:
Igual que horas atras;
se escuchaba el crujir de la
estallar en los ofdos dle los
Entonces se escuché «
Losdos hombres se det
instante Emilia, como si no
—jAhi es! —Y sefial
caberas,
—Qué fue es
atento,
—El fantasma—respo
que hubiese dicho “un p4j
—iVaya! jEsta si que e
el profesor.
¢ grito?-76 acu
(2 BALCELES / ANA MARIA GUIRALDES
Pero Emilia no Jo escuch6. Sin perder tiempo, trepaba
por las rocas hacia donde estaba Diego.
—iAtencién al pisar! les advirti6, mientras apoyaba
con mucho cuidado un pie sobre la saliente de una roca que
ya conocia cle memoria.
Los dos hombres la siguieron paso a paso, palmo a
palmo. Y cuando finalmente llegaron a tierra firme, emitieron
un ruidoso suspiro de alivio.
‘Simbad, Simbad! —llam6 Emilia, mientras buscaba
el acceso que conducia al centro de la gruta que formaban
los arbustos—. jPor aqui, siganme!
Y tal como lo habia hecho la primera vez, se inclind y
comenz6 a arrastrarse sobre la tierra hiimeda.
Su padre y el profesor la siguieron con dificultad.
Mientras la muchacha avanzaba, supo que su amigo
no estaba alli. De ora manera, a esas alturas
habria manifestado con sus ladridos.
Y tenia raz6n: en cuanto asom6 su cabeza entre las
ramas y mir6 hacia el claro, lo Gnico que vio fueron las
huellas que el cuerpo de Diego habia dejado sobre el
colch6n de hojas htimedas
a
, Simbad se
Capitulo
EL ALUI
—iPapa
po que
Enterne
S —Quier
se fue —t
aoe jlmpe
con él —sollozé la nifia,
chaqueta entierrada de st
F! profesor, que habi
vando el lugar, dijo:
-No se fue: s¢ lo
huellas de algo que habis
—Cierto —dlijo Casa
parece que quien se lo
indicando en un rincén, b
de Diego.
—Papat Qué vamos
cha—. {A lo mejor lo van
—No pienses lo pec
quiliz6 su padre, que se |7” TACQUELINE BALCELLS / ANA MARIA GDIRALDES
Emilia tomé el zapato de Diego, lo acaricié como si éste
tuviera vida y luego se Jo entrego a Juan Casazul, que lo
guardé en el fondo del amplio bolsillo de su chaqueta.
Salieron del lugar desalentados.
—Por donde seguimos? —pregunté Romero, mirando
con algo de temor la abrupta pendiente que tendria que
volver a salvar, esta vez Cuesta abajo,
Y como si su temor hubiera sido un presagio, cuando
estaba a un metro del suelo resbalé y atertiz6 de boca sobre
la tierra pedregosa. Al incorporarse, en su rostro habia mas
fastidio que dolor,
—Fue por los zapatos —se disculp6, rechazando la
ayuda que le ofrecia su amigo. Terminé de ponerse de pie
y se sob6 disimuladamente la espalda.
—Sigamos, rapido, por el camino que lleva a la playa de
los mariscadores, esa donde nos soltaron el bote —ordend
Emilia, sin piedad por el aporreado cuerpo del profesor.
Ayvanzaron en silencio por el estrecho sendero bordea-
do de altos matorrales,
Emilia no sentia miedo. Al contrario, un coraje que no
conocia la empujaba a seguir adelante sin temor a espectros
ni a derrumbes. Un instinto le decia que Diego estaba vivo
y que Simbad estaba con é!. Por eso, cuando nuevamente se
escuché el lamento, s6fo los hombres tras ella aminoraron el
paso.
—Ese fantasma no quiere que nos acerquemos al lugar
Esto se esti poniendo peligroso —dijo Romero, al tiempo
que arrancaba una gruesa rama y la enarbolaba como un
mazo.
—Es de esperar que los carabineros lleguen luego —le
contest6 Casazul, imaginando el tiempo que demorarian en
ensillar sus caballos y hacer el trayecto hacia el Curauma
Un crujido entre el follaje hizo que Emilia detuviera su
marcha. Pero de inmediato una sonrisa animé su rostro: unos
débiles y ahogados ladridos venian de un lugar cercano.
— Simbad, Simbad! -
Entonces, de entre |
emergié el perro. Cojeaba
de su cabeza se veia c
seguramente, por algdn p
—iPerrito, perrito lir
Emilia, acariciandolo.
El animal gimi6 y le
sacudia la cabeza, como
Juan Casazul tambi
palmoteé el lomo con cat
enérgica, para decirle:
—Donde esta Diege
EI perro fij6 sus ojo:
corto ladrido y emprendi
medias su pata danada
Emilia fue la primer
Habfan avanzado un
comenzaron a caer.
~Emilia, cuidado! -
La nifia comi6, esqu
co que rodé tras ell
la primera, en un alud ine
otras dispuvindose el can
Huvia de tierra y ramas a¢
y en tan sdlo unos minu
bloqueado. Emilia se vio
una montaiia oscura y he
— Papi ! —gritd
Las orejas del perro estal
— Estas bien? —fue
bartera
—Si, zy ustedes?
—También, ;Vamos
Las palabras del hor0 /ACQUELI
S/ ANA MARIA GOIRALDES
segundo alud. Emilia corrié alejandose del lugar, porque esta
vez las piedras saltaban més lejos y una de ellas estuvo a
punto de caer sobre su cabeza.
Simbad se adelant6 y su carrera fue tan decidida que
ella Jo siguid sin titubear. Pero muy pronto el perro se qued6
inmévil ¥ comenz6 a grufir.
Emilia sinti6 el peligro.
Instintivamente buscé refugio bajo un gran drbol que
habia a su izquierda, en un costado del sendero. Y en ese
instante reconoci6 el lugar: era el mismo en que habian
estado ocultos con Diego la manana en que Ilegaron al
Curauma en bote. Alli fue cuando su amigo mir6 en direccion
almary diviséal Job navegandoa la deriva; y también desde
alli su amigo habia vislumbrado una sombra tras los arbustos
de esa pared rocosa que tenia al frente.
El gruftico de Simbad se intensific6. Emilia lo llamo a
su lado y acariciandole el lomo trat6 de hacerlo callar. Pero
el perro se desprendié de su abrazo y dio un salto. Emilia
volte6 la cabeza, asustada, y no alcanz6 a gritar, Dos brazos
Ja inmovilizaron y un saco la cubri6 hasta los hombros. S6lo
alean76 a ver el hocico de Simbad agarrado al tobillo de su
atacante y escuch6 un insulto seguido de un golpe seco.
perro enmudecié y Emilia, silenciada de terror, se
sintié Hevada en vilo
Capitulo ¢
EL ROST
Yelp
—tsta ve
—Y a ell:
—No fue
desmayé
amarraria
jBsas voc
cerlas! Eo
y sin atreverse a hacer ruid
didlogo imposible de creer
La dejaron en el sue
enseguida su agresor proce
a rodearla desde los ho
contra el cuerpo, como una
pies, amarrindola de los t
—W los otros?
pero que los hay
—Yo también lo esp
advertencia. Y agrego—: 1
—Esti todo listo.
—Hay que partir ah
chiquillc8 JACQUELINE BALCEL:
ANA MARIA GOIRALDES
~z¥ qué haremos con ellos? ;Los dejamos?
~dEstds loco? —grité la voz del que parecia dominar la
situacién—. jNo podemos arriesgamos!
~2Y entonces...?
A la pregunta siguié un silencio, Luego la voz del que
obedecia dijo en sordina:
~jSi no hay mas remedio!
De inmediato comenzaron unos ajetreos precipitados.
Emilia escuch6 el ruido de objetos metilicos quese golpeaban
entre si, cajas que se cerraban, plisticos que crujian.
Desesperada, buscé una rendija por donde mirar. No
habia duda, los querian matar! Porque estaba cierta de que
también Diego estaba ahi, cerca de ella, quizds todavia
aturdido,
Traté de tranquilizarse y de pensar. Seguro que su
padre y Romero ya habian superado el obstaculo de piedras
Y Venian en camino. El asunto era que pudieran encontrarla,
Por el eco de las voces, supuso que estaban en una cueva
rocosa, A través del saco advertia una débil luz, que no era
del sol. Debia ser una lampara. ZY si gritaba? ;Escucharian
su vor desde afuera? En todo caso era lo Gnico que podi
hacer.
~{Desmantelaste la pieza oscura? ¢Estamos listos?
—Pregunté Ja voz que hacia de jefe.
~Todo listo, podemos partir.
~~ te encargas de la muchacha y yo del otro. jVamos!
En ese momento Emilia lanz6 el grito mas fuerte que
pudo salir de su garganta.
—~iPAPAAAAAAA...!
~iImbécil! ;Dijiste que estaba aturdida! —se escuch6
de inmediato.
Emilia sintié que le arrancaban de un tiron el saco de
su cabeza y una mano poderosa le aplasté la boca.
Claro! jNo se habia equivocado! jEra la mano de Marcos
Benitez, el barbudo! Y junto a él, estaba el fumador.a JACQUELINE BALCBILS / ANA MARIA GUIRALDES
—jAmordazala! —rugi6 Juan Lopez, extendiéndole un
trapo—. iY [lévatela rapido al barranco!
Emilia, al comprobar que estaba en lo cierto, se sintid
més aterrorizada que antes. jLos arquedlogos, amigos de
Rigoberto Romero, esos dos hombres tan amables y sonrien-
tes, eran el fantasma!
Los ojos dlesorbitados de Ia nifia vagaron por esa gruta
en penumbras, Distingui6 un par de bolsos sobre una mesa
de madera y una maquina fotogrifica enfundada en su
estuche de cuero. Sigui6é su recorrido por las paredes de
piedra y reconoci6, colgado de una saliente rocosa, un
altavoz metilico. Miré hacia el fondo de la gruta, donde
parpadeaba la débil luz de una lamparilla, y vio un bulto
Era Diego.
Estaba en un rinc6n, atado de pies a cabeza como un
fardo y amordazado. Su frente atin mostraba las sefias del
golpe. Fijaba sus pupilas con desesperacion en Emilia y el
Jatido de sus sienes mostraba la enorme tensi6n de su cuerpo
al tratar de liberarse de sus amarras.
Marcos Benitez tomo a Emilia como un paquete y con
ella a cuestas salié de la cueva
Juan L6pez hizo lo mismo con Diego.
Los muchachos se agitaban como lombrices bajo la
presion de los cordeles que los inmovilizaban. Pero las
amarras eran tan firmes que s6loconseguian quese hundieran
mas en sus carnes.
Los dos hombres y sus respectivas cargas se encamina-
ron hacia el sendero que orillaba al Curauma y una vez alli
se detuvieron en una saliente que caia a pique sobre los
roquerios azotados por las olas.
(Tf primero! —orden6 Lopez
Emilia sintié por anticipado el vacio al que seria
arrojada. Sus ojos abiertos solo veian nebulosas, la tensi6n
de su pecho no la dejaba respirar. Quiso creer que vivia una
pesadilla y que pronto iba a despertar, Pero la certeza de que
aquello era realidad la I
comenzé a estremecers
imposibles de evitar,
Entonces escuchd
Sitio que los bra
fuerza y que su captor g
aabrirlos ojos vio que j
sobre el suelo y forcejea
de soltarse de las mandi
torrilla, El rostro del fi
rictus de dolor.
—jAyadame, imbé
El barbudo gir6 ¢
humano junto a Diego,
para patear a Simbad, ¢
tortilla del fumador.
Los rostros de Die
de distancia. Y tan sélo
para que sus cabellos :
Frente a ellos seg
Sin embargo, laesy
por unos instantes se «
sacar un cuchillo de s
golpe al perro que, sil
Pero el cuchillo q
El estampido de
nombre de la ley” hicie
Juan Casazul, Rig
caballo, junto a Samue
Y este dltimo tampitulo Quince
UNA LARGA CONVERSACION
Sentados al aire libre, con una brisa que
meeia la Flor de la pluma sobre la terraza
delos Casazul, losduefos de casa departian
con sus amigos.
Elcentro de atenci6n eran Diego y Emilia, a
quienes Isabel atendia llenando una y otra
vez, sus vasos de jugo, como si fireran los
invitados de honor. Frente a los jovenes, un
Samuel irreconocible, con pantalones azules planchados, una
camisa alba y cabellos brillantes, sonreia como el gato que se
comié al ratén, También se encontraban presentes Rigobento
Romero y los dos carabineros que llegaron al Curauma,
¥ echado, en medio de todos, estaba Simbad, luciendo
un enorme parche en la cabeza.
—Todavia hay cosas que no entiendo —comenté
Isabel, dejindose caer en la silla de Lona,
—No te preocupes, mama, que yo tampoco —dijo
Emilia, mirando a Diego, que seguia con su ojo en tinta.
—Sin embargo, todo es muy claro ~-dijo Samuel, el ex
hippie tartamudo, hablando con desenvoltura.
—Confieso que me senti como un tonto cuando te vi
parecer con ese revélver en la mano— hablé Diego.
—Sobre todo desp
Emilia, Y no pudo evitar af
—Mmmm —murme
= dio cuenta de que hat
—Se trataba de que
asi los culpables, sintién¢
—Por qué no me cu
ibel—, ya que cad:
samuel se acomodé
jugo de naranjas y come:
Como el sefor R
mafia internacional de tra!
descubrimiento de restos
bicn no ha tenido mayo
importancia. Y tan impo
de fandticos que no trep
sus tesoros arqueolégico
—zTe acuerdas, par
Rigoberto? —interrumpi¢
Romero bajé la cab
iY pensar que ja
siento tan infeliz al haber
el profesor, casi para si
—Eran profesionale
Y siguié explicando—: C
mision fue la de vigilar d
cualquier intento de rob
intento de falsificacion.
teniente Aguilera y al san
me dieron toda la libert
seguir el juego de tomar
Aguilera y Sandova
poder disimular su satis!
—i por qué nos e
Emilia.
dio I= TACQUBLINE BALCELIS / ANA MARIA GDIRALDES
—Tenja que jugar mi papel frente a todos, Supieran la
de deudas que tengo en Quintay! Debo dinero en el Dorita,
a la sefora Zulema, al Cabeza de Huiro, a dofia Nena, a
German... y a ti, Diego. Es decir, a todos los que sé
compadecieton de ese pobre hippie con cara de hambre,
que hasta robaba colillas de puchos importados para hacer
una mejor actuaci6n.
—Entonces, ,. Isabel parpade6, confusa— cuando yo
fui al retén a avisarles y ustedes ya iban en camino... como
supieron que Diego estaba en peligro?
—No sabiamos, s6loibamosen busca de los falsificadores
para atraparlos en su guarida con las manos en la masa. Yo
los habia seguido dia tras dia y cuando ya estuve seguro de
que ellos tenian su centro de operaciones en el Curauma, fui
a buscar a mis amigos —mostré a los carabineros que
asintieron con seriedad— para detenertos.
—Y ahi estébamos nosotros —dijo Casazul,
—Perdénenme que pregunte tanto —repuso Isabel,
con una sonrisa encantadora y ofreciendo un refresco—
pero.no entiendo lo de las falsificaciones. Si ellos roban las
piezas, spara qué tienen que falsificarlas?
Romero fue el encargado de responder:
—Porque es el robo perfecto: primero roban la pieza y
después hacen una réplica exacta de ella. Luego devuelven
la copia, que por lo general es muy buena porque los que
Ia hacen son verdaderos antifices de las reproducciones, a su
lugar de origen, Asi, a veces pasa mucho tiempoantes de que
la sustitucién sea descubierta. Para entonces, los ladrones ys
estén a miles de kilémetros del lugar, y muy bien pagados
—Z¥ éstos eran falsificadores 0 ladrones? —insistié la
duefia de casa.
—las dos cosas —enfatiz6 Samuel—. Al que Emilia y
Diego Ilaman barbudo es un eximio artesano joyero y
experto falsificador y hace tiempo que la Interpol lo venia
siguiendo. El y su cOmplice, el arquedlogo Lopez, tenfan un» sn0QU
BALCELLS / ANA MARIA GUIRALDES
verdadero laboratorio en esa cueva del Curauma y entre los
dos espantaban a Jos ilusos con sus gritos de ultratumba a
través de un altavoz,
—Y la verdad es que nos tenfan bien preocupados por
aqui —confes6 uno de los carabineros
—Y yo llegué hasta pensar que el Cabeza de Huiro nos
habia soltado el bote —rio Diego, antes de preguntar—: -Y
por qué me robaron el rollo de peliculas?
—Porque, debido al tipo de fotografia, era una prueba
de que habian estado ahi de noche. Los arquedlogos siempre
trabajan tomando fotografias del lugar. ¥ Lopez, en rigor, es
arquedlogo de profesién. Es muy importante para ellos tener
el contexto en el cual han encontrado las piezas, ademas, de
os objetos mismos —explic6 Samuel
— Ahhh! —dijo Emilia—. Eso aclara la luz fantasmal de
a que hablaba el guardia.
cra la luz del flash! —continu6 Diego, animado.
iY todo te involucraba a ti!—arremetié la muchacha,
dirigiéndose a Samuel. ;Si hasta le robaron sus pocos pesos
a Diego, junto con la pelicula!
—Eilos cayeron en la trampa: como yo jugaba et papel
de pobre diablo hambriento, pensaron que si robaban,
ademas de la pelicula, dinero y chocolates, las culpas
recaerian sobre mi —asinti6 el funcionario de la Interpol—
Se sentian muy seguros y no se preocuparon de registrar el
dormitorio de Diego con guantes: las huellas de Lopez
estaban en todas partes. ;
—iLas huellas! —exclam6 Diego—. jfise es un detalle
en el que jamds se me habria ocurrido pensar!
AY qué detalle! —se rié Samuel, de buena gana
—Una tiltima pregunta —interrumpi6 Isabel— En
definitiva ;qué se robaron cuando aturdieron al guardia?
—Eso lo puedo contestar yo —dijo el profesor—: esa
noche, ademas de tomar fotografia, removieron tierras hasta
encontrar dos nforas de incalculable valor arqueolégico
que, por suerte, ya rec
delincuentes. Por otra
perfectas, hechas por Be
yo les mostré.
—las argollas de
como si el hecho de qu
a restos humanos de n
ladrén—. Y cémo los |
—No olvides, Emili
como arquedlogos visita
Samuel—, y como tales
excavacion. Por supuest
arquedlogos, no podiar
terreno y ubicaban Ic
aprovecharon la oportu
la excavacién qued6 so
robarse las tres argoll:
Juego, cuando tuvierc
voluminoso, les fue ne
dieron al pobre Fuenza
horas con calma, alum
de gas. También esa no
argollas.
—0 sea, que las h
a decir Diego.
Si, podrian hab
més bien creo que fue
—Samuel: por qi
perseguirnos con un ct
entonces Emilia.
—En un primer mn
rufianes estaba en es2
peccionando. Pero ci
ocurrid que no seria mi
que corrieran la voz