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- 𝐔𝐧 𝐟𝐢𝐧𝐚𝐥 𝐝𝐨𝐧𝐝𝐞 𝐭𝐨𝐝𝐨 𝐜𝐨𝐦𝐞𝐧𝐳𝐨́ -

Entonces, Atsushi lo notó, dio unos pasos hasta acercarse al cuerpo tirado de lado, parecía
dormido tan placidamente... Ahí de pie, se quedó sin moverse un centímetro, con los ojos fijos
en aquella escena.

Recordaba como solo hace algunos días le pedía encarecidamente que dejara de escaparse
para intentar un nuevo metodo de suicidio, entre bromas y problemas, él era alguien a quien
claramente admiraba y estaba plenamente agradecido, después de todo fue él, quien le brindó
la oportunidad de unirse a lo más cercano a un hogar.

La agencia de detectives armados, lugar en el que sintió haber encontrado un proposito y un


mentor, alguien que consideraba su amigo y consejero, Dazai.

Ahora esa misma persona yacia recostada en las riveras de un río, el mismo río en el que lo
conoció, donde el viento ondeaba suavemente y el bullicio de la ciudad se escuchaba a la
distancia.

— Dazai...san?— Fue lo único que llegó a articular el peliblanco después de los eternos
instantes en silencio, junto a un extraño sentimiento, distinto a lo que usualmente sentía
cuando lo veía cometer sus extravagantes intentos de suicidio.

— No... No es... Es solo una broma ¿no? No puedes estar...— Balbuceaba algunas palabras de
las que ni él mismo estaba consciente; dirigió uno de sus temblorosos brazos hacia adelante,
como queriendo acercarse a la figura, pero solo alcanzaba a tocar la nada.

— Hey.. Dazai-san..— Tenía la voz algo quebrada, sus ojos ya no distinguían bien el entorno y
unas lagrimas se asomaban lentamente.

Tambaleando, se arrodilló torpemente, tomándolo entre sus brazos como si de un delicado


niño se tratara, el cuerpo aún humedo ya no estaba tibio.

Se sentía cada vez mas frío, y una soledad inmensa invadía el area junto al ser del mismo chico.

— Por favor... no puede ser así... Hey ¡Dazai! no puedes estar haciéndolo en... Serio—
Deslizándose por su mejilla hasta resbalar sobre la gabardina color arena que traía la otra
persona, una lágrima se mezclaba con la humedad del traje mismo.

Lagrimas, una tras otra, que no podían expresar todo el sentimiento, pero que salían de los
ojos del joven de cabellera blanca despeinada, ahora con una mirada desesperada, abrazando
el delgado cuerpo de su ya, antiguo compañero.

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