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LA GALLINA, ROJA

La historia que vamos a contar, tuvo lugar allá en los tiempos cuando los
primeros colonizadores empezaron a establecerse; uno de ellos decidió construir
su hogar muy aislado de los demás vecinos.

Durante el otoño y tu primavera fue cosa frecuente ver las praderas cubiertas
de pasto seco arder en un dos por tres. Como medio de protección, los colonos se
dieron a la tarea de cavar zanjas afuera de otras zanjas, con el propósito de
quemar el pasto seco que había entre ellas y poder salvaguardar sus hogares de
posibles incendios.

Una mañana muy temprano, cuando uno de esos campesinos salió para dar
forraje a sus ganados y cumplir con sus labores matinales, creyó oler humo de
pasto quemado. No cabía duda alguna; el humo estaba completamente denso y
hacía que el sol pareciera más grande y rojizo. Entonces (Enseñe el cuadro No. 1)
rápidamente enganchó una pareja de caballos, sacó varios barriles de agua del
laguillo, remojó el heno y también el pasto que tenía en su almacén. Esa noche el
pobre hombre no pudo dormir con la preocupación y estuvo observando Lis
siluetas que reflejaban las flamas sobre los cerros.

Por fin llegó el día y con él, el fuego. Había progresado lentamente pero al fin,
ya estaba muy cerca de él. Por dondequiera volaban las chispas y trocitos de
pasto ardiendo que el viento llevaba de un lugar a otro, continuaban incendiando
la pradera y convirtiéndola en una inmensa muralla de fuego. De esto era de lo
que más temía el fuego nuestro labriego. Entonces con un balde lleno de agua en
una mano y con un saco remojado en la otra, registró ansiosamente el pasto que
estaba en zanjas, los montones de heno, el granero y la casa. A veces le parecía
que el fuego continuaba en su marcha destructora pero Dios luchó a su lado en
contra de su temible enemigo. Con ayuda del agua y del saco empapado logró
apagar la flama que comenzaba a quemar el heno, sintió que su brazo se
fortalecía y esto lo hizo Dios, su ayudador. (Enseñe el cuadro Nº 2).

Alguien más que ese hombre vio el terrible peligro que los amenazaba y fue
una buena madre gallina. Al ver que las flamas la cercaban, llamó a sus pollitos
para que se escondieran debajo de sus alas. Los pollitos acudieron
inmediatamente a su llamado y se apretujaron debajo de sus plumas. (Enseñe el
cuadro No. 3.) Sin embargo, hubo un pollito que no quiso escuchar el llamado de
la madre gallina y en vez de acercarse al lugar de seguridad, se alejó aún más de
ella; poco rato después el pobre pollito se hallaba entre las llamas y en un
momento pareció achicharrado. (Enseñe el cuadro No. 4.)
El incendio pasó y el granjero anduvo por todo el lugar buscando las chispas
que podían provocar llamas. Por aquí y por allá todavía salía humo a cierta
distancia y mucho llamó su atención un montoncito del que aún salía humo,
pensó que sería algún sombrero achicharrado o un trapo viejo. Decidió investigar
lo que era y al llegar al sitio en cuestión, se quedó estupefacto. (Enseñe el cuadro
No. 6.) Dio una patada al montón aquel y al rodar ante sus ojos llenos de asombro
(Enseñe el cuadro No. 7) echó a correr un grupo de pollitos amarrillos. Se inclinó
a ver debajo de qué se habían escondido y se encontró con que le gallina roja
había dado voluntariamente su vida a las llamas del incendio, para que sus
pollitos se salvaran.

Entonces con su mano ennegrecida por la gallina carbonizada (Enseñe el


cuadro No. 8), se quitó el sombrero reverentemente y se quedó en actitud de
meditación. En su mente se agolparon pensamientos del día cuando por vez
primera buscó abrigo debajo de las alas de la misericordia Divina, en su Salvador
Jesús y de cómo había sido salvo. (Enseñe el cuadro No. 9.) Entonces pensó en
Nuestro Señor Jesucristo, de cómo murió en la dura cruz por sus pecados que
había cometido y de cómo había aceptado una muerte tan horrible para darle a él,
un pecador, vida eterna. Parecía que sonaban en sus oídos (Enseñe el cuadro No.
10) las palabras del Señor cuando exclamó: “¡Jesuralem, Jerusalem, cuántas
veces quise juntar a tus hijos como la gallina junta a sus pollos bajo sus alas, y no
quisiste!". Esas palabras ahora tenían para él un nuevo significado. Pudo
comprender perfectamente bien que todos los fuegos del infierno habían caído
sobre Aquél que llevó los pecados de muchos y que podían escapar de esos
fuegos del infierno cobijándose bajo la sombra de la Cruz.

Sus ojos se humedecieron de lágrimas al ir a buscar dos cajas; una para


sepultar a la heroica gallinita roja y la otra para meter a los pollitos que había
dejado y que en ese momento piaban en busca de abrigo. (Con la tonada del coro
No. 4 de Cánticos de Salvación I canten):
Salvo estoy bajo sus alas,
Mi refugio es el Señor.
En la cruz por mí murió.
De la muerte me salvó.
Salvo estoy bajo las alas de su amor.

Maestro: Insista sobre el sacrificio del Señor Jesús por


cada uno de nosotros: Utilice I Pedro 2:24 y
muestre claramente a sus alumnos que hubo un
substituto que logró nuestra vida eterna.
Trate que todos acepten ese substituto, que
reconozcan que Jesús consiguió su salvación
por su muerte en la Cruz.

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