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Miguel Caro R.
Facultad de Filosofía y Educación
Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación
Mario Aguilar A.
Colegio de Profesores de Chile
La opción tomada se orientó, más bien, hacia el intento por producir una
regulación del mercado, antes que a generar un sistema de educación
pública mayoritario y no competitivo (Colegio de Profesores de Chile, 2017).
En dicho sentido, se profundizó la perspectiva del aseguramiento de la
calidad que el Mineduc venía tratando de introducir en las escuelas
(Mineduc, 2005), con lo cual comenzó a tomar forma un diseño institucional
normado desde la Ley General de Educación. En efecto, la LGE mantiene los
principios de la libertad de enseñanza y al mismo tiempo abre espacio para
la consolidación de la política de estandarización (durante el primer
gobierno de S. Piñera, 2010-2014), instalando un sistema nacional de
regulación y prescripción orientado al control y fiscalización administrativa
(Superintendencia), y al “aseguramiento de la calidad” educativa (Agencia
de Calidad de la Educación).
Esa idea del trabajo docente y del carácter fragmentario del aprendizaje se ha
acompañado de un enfoque del desarrollo curricular cuyo carácter es cada
vez más técnico-instrumental. Desde el comienzo del proceso de reformas
curriculares en Chile (1996), bajo un régimen democrático formal, se introdujo
un instrumento general de tipo prescriptivo (marco o base curricular, según el
período) y programas de estudio por nivel y asignatura. Lo que estaba en el
currículum prescriptivo era obligatorio para todos y los programas
intentaban expresar la libertad de enseñanza que ofrecía la nueva política
curricular al sistema educativo. Para los docentes, aquello que formaba parte
del currículum obligatorio, considerado lo mínimo o fundamental que deben
aprender las autoridades, siempre fue máximo en buena parte de las
Para buena parte de las y los maestros del país, especialmente los que se han
desempeñado en contextos complejos, la densidad, amplitud y rigidez del
currículum nacional no admitía interpretación, ni menos reconstrucción.
Poner el máximo esfuerzo en pasar el interminable listado de contenidos
prescritos por el programa de estudio del Ministerio de Educación, entrenar
habilidades fragmentarias y preparar a los estudiantes para rendir pruebas
externas estandarizadas, se convirtió en el parámetro de calidad y éxito en la
labor educativa de las escuelas.
En este sentido, los actores del espacio escolar observan en la política pública
una tendencia a concebir los aprendizajes como logros de tipo funcional, en
áreas específicas de conocimiento de origen disciplinar. Así, educarse termina
siendo asociado muchas veces a aprender materias, o bien a entrenarse en el
uso de habilidades en torno a unidades de significado acotadas y reglas de
procedimiento que potencian un razonamiento instrumental. Se vislumbra,
en las políticas de cobertura, el riesgo de un razonamiento sin densidad
respecto de un ideario formativo que se posicione en torno al significado
cultural de los saberes, y que se abra a la comprensión del mundo de los
sujetos y sus variados contextos. Se constata, en definitiva, la irrupción de una
visión de lo educativo que, por medio del currículum obligatorio, limita la
formación desde el código asignaturista, que pone un fuerte énfasis en la
dimensión cognitiva. Se advierte el privilegio de áreas instrumentales y
altamente funcionalizadas (principalmente Matemática y Lenguaje), tanto en
la estructura del plan de estudios como en los programas de asignatura, y
luego reforzadas mediante la evaluación externa.
3 El Colegio de Profesores ha recogido diversas percepciones en el vínculo con espacios escolares a lo largo de país:
conversatorios, seminarios, círculos de lectura, instancias de formación, apoyo a escuelas, etc. Información disponible en
www.colegiodeprofesores.cl
7º Básico 10 25 23 58 104
8º Básico 10 16 22 48 87
1º Medio 13 10 25 48 -
2º Medio 13 10 25 48 -
Fuente: Elaboración propia a partir de las Bases Curriculares 2012 y los Programas de
Estudio de Historia, Geografía y Ciencias sociales, año 2016.
*OA refiere a objetivos de aprendizaje.
Tabla 2
Matemática
OA OA OA Ejes Total Indicadores de Indicadores de
Habilidades Actitudes temáticos objetivos evaluación por evaluación por
OA Actitud OA temático
6º Básico 14 12 24 50 - 112
7º Básico 13 6 19 38 26 111
8º Básico 13 6 17 36 25 102
Fuente: Elaboración propia a partir de las Bases Curriculares 2012 y los Programas de
Estudio año 2016.
*OA refiere a objetivos de aprendizaje.
Tabla 3
Ciencias
OA OA OA Ejes Total Indicadores de Indicadores de Indicadores de Total
Habilidades Actitudes temáticos OA evaluación por evaluación por evaluación por Indicadores
OA Actitud OA Habilidad OA temático
6º Básico 7 6 18 31 12 35 95 142
7º Básico 13 8 15 36 57 49 89 195
Fuente: Elaboración propia a partir de las Bases Curriculares 2012 y los Programas de
Estudio año 2016.
*OA refiere a objetivos de aprendizaje.
Tabla 4
Lenguaje y Comunicación
OA OA OA Ejes Total Indicadores de Indicadores de Indicadores de Total
Habilidades Actitudes temáticos OA evaluación por evaluación por evaluación por Indicadores
OA Actitud OA Habilidad OA temático
Fuente: Elaboración propia a partir de las Bases Curriculares 2012 y los Programas de
Estudio año 2016.
*OA refiere a objetivos de aprendizaje.
Exigir o propiciar con este diseño la total cobertura curricular (desde una
perspectiva cuantitativa) termina, en la práctica, reproduciendo la lógica de
transmisión de contenidos y no de producción de significados culturalmente
situados y generativos (Stone, 1999); en este esquema no puede haber, por
tanto, desarrollo de aprendizajes en el sentido más profundo del término.
Generar en los estudiantes la disposición al estudio y lidiar con la
transformación de patrones socioculturales restringidos, muy arraigados o
altamente diferenciados, requiere de un trabajo de mayor profundidad y
curricularmente más amplio que la sola adquisición de contenidos o
habilidades en determinados sectores de aprendizaje. Frente a la presión por
la cobertura como lógica de desarrollo curricular, el o la docente termina
respondiendo al estándar en lo formal, pero sacrificando las posibilidades de
aprendizaje que ese contexto le demanda, y distanciándose de una formación
más amplia, que abarca áreas y dimensiones que, por lo demás, no son
consideradas en las evaluaciones externas.
Esto nos permite argumentar, entonces, que la política pública espera que las
unidades educativas y sus docentes produzcan “aprendizajes circunscritos a
las características antes mencionadas, convirtiendo a la escuela en un
dispositivo de rendimiento productivo con bajas posibilidades de ser
contextualizado”. Respecto de este punto, no se puede perder de vista que la
contextualización es un proceso complejo, que requiere mucho tiempo y un
esfuerzo de diálogo profundo con las realidades culturales y territoriales
(Zavala, 2008), lo que dificulta de manera estructural el trabajo docente a
partir de un currículum fragmentado y centrado en el contenido.
Esto es, el desafío no está en la política educativa ni en los esfuerzos del conjunto
del sistema, sino en el empeño de los docentes y de las familias de los estudiantes.
El poder que produce esta operación discursiva está en que nadie podría
declararse en contra de tales conceptos sin correr el riesgo de aparecer en
una posición contraria al sentido común. Precisamente se trata de un
sentido común dominante en el que la aparente neutralidad tiene
adicionada una carga positiva en sí misma. En este registro están también
las nociones de “aprendizaje” o “logro de los aprendizajes”, respecto de
lo cual, como hemos señalado, no existe respaldo en el campo de la
extensa discusión pedagógica y de la filosofía de la educación a nivel
internacional (cfr. Abbagnano y Visalberghi, 2007; Avanzini, 1998; Nervi y
Nervi, 2007; Shulman, 2005); o a nivel local, de lo que han sido las
experiencias de los educadores y educadoras en la propia historia de
Chile (Núñez, 1990; Reyes, 2014).
Para el ámbito del saber pedagógico (en su teoría y su praxis) y para quienes
ejercen la labor docente en las escuelas, desde la enorme diversidad y
complejidad de los contextos socioculturales e institucionales involucrados,
esta no es una discusión irrelevante ni un ámbito del quehacer educativo al
que le sea indiferente la definición de su contenido. No es una preocupación
que pueda ser resuelta mediante “objetivaciones” implícitas, convenciones o
protocolos de actuación y pautas genéricas concebidas fundamentalmente
desde el plano de la gestión (ya sea de la escuela o del aula) y centradas
exclusivamente en la dimensión metodológica de la labor educativa.
Por el contrario, los marcos de actuación para todo el sistema, y que impactan
fuertemente en el trabajo docente, se orientan a la prescripción de mecanismos
de desempeño institucional y profesional desde un enfoque instrumental,
basados en un modelo de gestión antes que en uno de producción pedagógica
de sentido. Así, metas, indicadores y evidencias acerca de prácticas
homologables serían parte de un modelo de aseguramiento de la calidad,
entendida esta fundamentalmente como el logro de los aprendizajes
establecidos en el currículum oficial. En esa línea se orientan tanto el Marco
para la Buena Dirección como el Marco para la Buena Enseñanza.
Tal como lo hemos planteado más arriba, es central señalar que el esfuerzo
reflexivo del trabajo pedagógico no comienza ni se agota en su concreción en
el aula; por el contrario, se requiere de procesos de interpretación de los
marcos referenciales del mismo, como lo son la política curricular, la
concepción que hay detrás de la organización escolar y la propia política
educativa, que se expresa en líneas de acción e instituciones que condicionan
el funcionamiento del conjunto del sistema. Ellos afectan de un modo
gravitante, a un punto en que el esfuerzo de redireccionamiento hacia una
racionalidad pedagógica de esos marcos sobrepasa las capacidades de tiempo
y de reflexión individual de los docentes (Gimeno, 1991). Esto hace urgente
replantearse el sentido de la política educativa y sus marcos de actuación, a
fin de generar condiciones para una pedagogía transformadora.
Sobre esto, Gimeno Sacristán nuevamente ofrece aquí un punto de vista que
da cuenta de la gama de variables que inciden y trascienden la sola voluntad
o capacidad de los docentes:
Este enfoque no contempla el hecho de que una institución, que atiende una
población diversa y cambiante, no solo recibe un impacto en el rendimiento
académico, sino que exige también la modificación de los objetivos
educativos. No concibe, por ejemplo, que una disminución de resultados a
través de mediciones cuantitativas no necesariamente es un retroceso, sino
el modo en que, en un proceso a veces largo, la escuela se adapta a las
necesidades educativas concretas, las que pueden estar relacionadas con
desafíos socioemocionales, motivacionales y de pertenencia cultural, antes
que con variables exclusivamente cognitivas.
Los efectos más específicos de toda esta normativa están aún por verse, pero
claramente su inspiración conceptual y operacional no se aleja de aquello que
ha venido ocurriendo con el sistema educativo y que se inscribe dentro de lo
que hemos llamado los pilares del modelo, en cuanto que se mantiene un
mercado en el que se compite, no solo por los recursos, sino incluso por la
sobrevivencia. Con ello se profundiza la presión hacia las escuelas y los
docentes respecto de un tipo de rendimiento que se tensiona fuertemente con
la posibilidad de dar cabida a la diversidad que se ha declarado defender, y
con las políticas orientadas a la inclusión que el propio Estado, se supone,
trata de promover.
Cabe hacer notar que ese gerencialismo se ha reforzado en los cuerpos legales
mencionados, mediante la introducción de conceptos como “liderazgo con visión
de futuro”, “satisfacción de los usuarios”, “mejoramiento continuo”, “orientación
a resultados” y “rendición de cuentas”, entre otros. Los nuevos conceptos logran
articular el principio de libertad de enseñanza con el de estandarización,
depositando en la capacidad de las escuelas la totalidad de la responsabilidad.
Una situación similar ocurre con las orientaciones para el ejercicio docente y
su respectiva evaluación, basada hasta el día de hoy en el Marco para la Buena
Enseñanza (MBE) (Mineduc, 2008). Si nos detenemos en particular en el
Dominio A de este marco de actuación, que refiere a Preparación de la
Enseñanza, se señala lo siguiente:
Nada de esto puede ser posible sin condiciones adecuadas para el desarrollo
curricular, lo que implica disponer de espacios y tiempos para intercambiar
experiencias, aprender desde la colaboración, la investigación, e impulsar
desafíos comunes. Tal perspectiva implica, indudablemente, la generación de
condiciones adecuadas para el ejercicio docente, con una proporción
equilibrada (50/50) entre horas lectivas y no lectivas para el trabajo profesional
de las y los docentes. Supone, al mismo tiempo, contar con los mecanismos de