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Inequidades en pandemia: cuando la desigualdad nos afecta a todos

Josefina Razazi F.

La pandemia de la infección por SARS Coronavirus-2 (O “COVID-19”, por las siglas en inglés para
“Enfermedad causada por el SARS CoV2”), fue un evento mundial, que vino a destacar y a profundizar las
ya existentes desigualdades en salud. Estas desigualdades afectan en la atención directa a los individuos,
según la disponibilidad de recursos con los que se cuenta para dar atención al paciente, pero también
afecta a nivel poblacional, según los recursos con los que contamos para prevenir el contagio de esta, es
decir, medidas de aislamiento efectivos, elementos de protección personal y disponibilidad de vacunas
probadas y con buena evidencia científica. A partir de ello, se defenderá la tesis: las desigualdades en
salud pública afectan a todas las personas y no solo a quienes cursan con las enfermedades.

Los pacientes con COVID-19 cursan con una enfermedad que afecta principalmente el sistema
respiratorio, pero con una respuesta inmune desproporcionada, generando lo que se conoció como
“tormenta de citoquinas”. Este cuadro clínico va desde un compromiso del estado general con síndrome
gripal, cefalea, mialgias y fiebre alta, acompañada de tos. Pero en sus casos más severos llega incluso a
Sindrome de Distrés Respiratorio Agudo (SDRA), que en sus formas más avanzadas, requiere de soporte
ventilatorio mecánico ya sea con cánula nasal de alto flujo (CNAF), Ventilación Mecánica no invasiva
(VMNI) o bien Ventilación Mecánica Invasiva (VMI).

Un paciente en VMI requiere de manejo en unidades avanzadas, con personal capacitado y equipamiento
específico. Requieren de una cama en una Unidad de Cuidados Intensivos (UCI). El número de pacientes
con requerimiento de VMI fue muchísimo mayor a la disponibilidad de camas con que las naciones
contaban previo a la pandemia, lo que requirió de grandes esfuerzos intersectoriales, pero sobre todo del
sector salud, para la redistribución de los recursos hacia un manejo efectivo de estos pacientes en las
unidades que lo requerían.

Para las naciones más ricas, puede que esto no signifique más que una redistribución de personal y
recursos; pero en naciones de ingresos medios y bajos, esto significa dejar de cubrir otras necesidades de
la población general. Es así como ocurrió en Chile, que durante la pandemia del COVID-19 se utilizó un
importante porcentaje del presupuesto en salud, y aún más, para el manejo de estos pacientes, para la
conversión de camas básicas a camas UCI, y para pagar sueldos elevados para incentivar que el personal
de salud, ya sobredemandado, cubriera los turnos que se requerían.

En nuestro país, aún con todos los recursos que la administración central puso a disposición del sector
salud, muchas veces tuvo que seleccionarse quiénes eran los pacientes que se beneficiaban más del cupo
UCI, llegando en no pocas oportunidades al dilema de “la última cama”. También hubo diferencias, aunque
en menor medida, en la posibilidad de dar cupo UCI a pacientes que consultaban en el servicio público,
versus aquellos que consultaban en el sector privado. Esta menor medida se debió a la gran gestión
realizada por la Unidad de Gestión de Camas Centralizado, plataforma a través de la cual se pudo derivar
una importante masa de pacientes que requerían de cupo UCI a centros privados que podían dar la
prestación.

Por ello, no es descabellado pensar que en países con menos recursos, esto ocurría en mayor medida,
teniendo que decidir qué personas podían acceder a un cupo UCI, ya sea por edad o comorbilidades.

Estas desigualdades, injustas en esencia, pero razonables en su contexto, son solo una desigualdad a
nivel personal, de la cual es víctima quien es discriminado por edad o comorbilidades para acceder a un
cupo UCI; pero existe otro tipo de desigualdades del cual es víctima toda una población cuando no
podemos cumplir con ellas, y son las medidas con las que contamos para prevenir la propagación y
contagio del virus.

El SARS CoV-2 es un virus respiratorio que una vez ha infectado a un huésped humano, es susceptible
de contagiar a otras personas mediante la propagación de gotitas. Esto quiere decir que las personas
infectadas pueden contagiar a otras por un estornudo, al toser, o incluso al hablar a menos de 1 metro de
distancia. También pueden contagiar al pasar tiempo en una misma habitación con puertas cerradas,
además del contagio que existe por medio de fómites o ropas usadas por el enfermo.

Esto significa que para frenar efectivamente el avance de la pandemia, es necesario la disponibilidad de
medidas de aislamiento eficaces para prevenir el contagio de más personas. Durante la pandemia en Chile,
se puso a disposición residencias sanitarias, que funcionaron como hoteles modificados, donde las
personas podían cumplir su cuarentena (periodo en el que el enfermo aún puede contagiar a otros), y de
esta manera, proteger a todo su entorno social y familiar. Este tipo de medidas requiere de un enorme
esfuerzo organizacional y económico por parte de las naciones, y claramente no es un recurso con el que
cuenten las naciones con menor capital.

Otro punto relevante para detener la progresión de las enfermedades infectocontagiosas, como lo es el
COVID-19, es la disponibilidad de elementos de protección personal para todas las personas que trabajan
con pacientes infectados e infectantes. Esto incluye mascarilla quirúrgica, guantes de protedimiento y
pecheras. Durante los primeros meses de la pandemia fuimos testigos de cómo hubo un importante
desabastecimiento de estos bienes, los cuales fueron monopolizados por unos pocos, del mismo modo
que las vacunas. Afortunadamente se pudo aumentar la producción de elementos de protección personal.

Lamentablemente, no se puede decir lo mismo de las vacunas, las cuales al ser propiedad intelectual de
laboratorios específicos, no se pudo masificar su producción como se habría podido.

Los viajes transoceánicos son cada vez más frecuentes; existen familias que viven separadas por miles
de kilómetros que se juntan a celebrar navidades. La globalización ha hecho que cada vez, sea más posible
y asequible viajar al extranjero. Los nómades digitales recorren el mundo manteniendo un trabajo para el
que solo necesitan un computador portátil y conexión a internet. Entonces las medidas de prevención que
establece cada nación solo sirven de manera parcial.

Se hace necesaria una mentalidad orientada hacia la salud global, mediante la cual sea posible organizar
los esfuerzos en salud en miras a mejorar la salud poblacional a nivel global. No solo que cada país pueda
llevar a cabo las medidas que se plantean, sino que los esfuerzos estén orientados a mejorar la salud de
todas las personas, sin importar fronteras. Esto debe realizarse por medio de medidas efectivas y fuertes
en salud pública, basadas en la evidencia, a través de las cuales se pueda generar un impacto organizado
a nivel global. Solo así, podremos darle freno a la pandemia del COVID-19, como tantas otras, que se
viven en la actualidad.

La desigualdad, en salud pública, nos afecta a todos. Y este debe ser el punto de partida para lograr
esfuerzos colaborativos en pos de una mejor salud global.

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