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En lo más alto de una colina, rodeada de prados verdes y árboles frondosos, se alzaba una

pequeña casa de piedra donde vivía un anciano llamado Hugo. Hugo era conocido en el
pueblo como el guardián de los sueños perdidos.

Cada noche, Hugo se sentaba en su porche con una taza de té caliente y una vela
encendida, esperando a que los sueños perdidos llegaran a él. Eran sueños olvidados por
quienes los habían soñado, abandonados en algún rincón de sus mentes. Pero Hugo sabía
cómo encontrarlos y devolverlos a la vida.

Una noche, mientras el viento susurraba entre los árboles, llegó a la puerta de Hugo una
niña llamada Elena. Con lágrimas en los ojos, le contó a Hugo que había perdido la
capacidad de soñar y que ya no recordaba cómo era sentir la magia de la noche.

Con una sonrisa comprensiva, Hugo invitó a Elena a sentarse a su lado y le contó la historia
de los sueños perdidos. Le dijo que en el mundo hay lugares mágicos donde los sueños
vagan libres, esperando ser encontrados por aquellos que aún creen en la magia.

Intrigada por sus palabras, Elena decidió seguir a Hugo en una búsqueda nocturna a través
del bosque. Caminaron en silencio, siguiendo el brillo de las estrellas, hasta que llegaron a
un claro iluminado por la luz de la luna. Allí, entre las sombras de los árboles, vieron
destellos de colores danzando en el aire.

Elena contuvo el aliento mientras Hugo extendía la mano y recogía cuidadosamente un


sueño perdido, que brillaba como una joya en la oscuridad. Con un susurro suave, Hugo le
entregó el sueño a Elena, quien lo sostuvo entre sus manos con reverencia.

De repente, Elena sintió un cosquilleo en su pecho y vio cómo el sueño perdido cobraba
vida ante sus ojos. Era un sueño de aventuras y maravillas, de mundos por descubrir y
magia por desentrañar. Y en ese momento, Elena supo que nunca más volvería a perder la
capacidad de soñar.

Así, con el corazón lleno de esperanza y los ojos brillantes de emoción, Elena regresó a su
casa, lista para sumergirse en un mundo de sueños y maravillas una vez más. Y mientras
Hugo observaba su partida, supo que había cumplido su propósito como guardián de los
sueños perdidos, compartiendo la magia de la noche con aquellos que la necesitaban más.

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