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¿Bajo qué pacto estamos? ¿Qué dice la Biblia?

El mundo protestante identifica erróneamente el viejo pacto con la ley, y el nuevo pacto con la
gracia. A esto se lo conoce como dispensacionalismo, es decir, creer que desde Adán hasta la
cruz las personas se salvaban obedeciendo la ley, o sea, por las obras, y que después de la cruz
de Cristo los hombres se salvan por la gracia, o sea, creyendo en Cristo. Este concepto de la
salvación por etapas es un grave error, y vamos a explicar por qué:

Para empezar, Agar, símbolo del viejo pacto (Gálatas 4:24) y Sara, símbolo del nuevo (Gálatas
4:31) coexistían, así que al menos desde esa época estaban ya los dos pactos.

Dios hizo pacto con Abraham que de él sería llamada descendencia (Génesis 15:3-5), pero
Abram no creyó en la promesa de Dios, sino que se justificó por sus propias obras (Génesis
16:1-4).

Quedando este pacto como viejo debido a la desobediencia de Abram, Dios establece un
nuevo pacto con Abraham (Génesis 17:1-6), el cual se cumple por la fe en la promesa (Génesis
21:1, 2)

Así que no podemos decir que el viejo pacto es la ley sino la defectuosa respuesta del hombre
en relación al pacto que Dios hace.

Cuando Caín y Abel trajeron ofrenda a Jehová (Génesis 4:3-5), el primero dio una ofrenda de su
propia justicia (Génesis 4:3), desagradando a Dios (Génesis 4:5), pero el segundo le fue
contado por justicia (Génesis 4:4) por la fe (Hebreos 11:4) al obedecer a Dios.

En el Sinaí sucedió exactamente lo mismo. El viejo pacto fue la defectuosa respuesta del
pueblo de Dios al decir: "Todo lo que Jehová ha dicho, haremos" (Génesis 19:8), pero el pueblo
no entendió y creyó que la letra de la ley podía salvar, y que meramente por cumplirla de una
forma externa (legalista) era ya suficiente sin la necesidad de un Mediador símbolo de Cristo.

El propósito de Dios era quitar al hombre el corazón de piedra, y poner en él un corazón de


carne (Ezequiel 36:26), establecer su ley en el corazón de los hombres (Salmos 40:8) siendo así
justificados por la fe (Gálatas 2:16) y no que guardaran la ley como meras obras de justicia
propia (Filipenses 3:9).

El nuevo pacto quedó ratificado, ya no mediante tablas de piedra (letra), sino mediante el
mismo Autor de la ley (espíritu), el cual la encarnó en su vida. El nuevo pacto no es mirar de
cumplir la ley como simples requisitos que Dios nos pide y nosotros hacemos, sino permitiendo
que Cristo more en nuestros corazones (Colosenses 1:27; Gálatas 2:20) cumpliéndose en
nosotros su ley (1 Juan 3:6,9) y guardando sus mandamientos (Juan 14:15; 1 Juan 3:22,24) por
la fe, así como hizo Enoc, Moisés, Rahab, Sansón, David, Jefté…

La salvación siempre ha sido por la fe (Hebreos 11), jamás por las obras, pero como dijo
Santiago: “La fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma” (Santiago 2:5). La fe debe de
producir obediencia (2 Corintios 10:5,6; Romanos 1:5), y así como la fe de Abraham produjo
obediencia esperando en el Señor sabiendo que él daría la respuesta, nuestra fe debe de
producir obediencia a la ley de Dios, a sus mandamientos (Éxodo 20).
Así que, el antiguo pacto no es la ley dada en el Sinaí, sino la defectuosa respuesta del pueblo
de Dios en el Sinaí o en cualquier otro lugar o momento de la historia –pasado, presente o
futuro- desde la entrada del pecado en el Edén en adelante.

En contraste, el nuevo pacto, la perfecta ley en Cristo, no graba la ley en tablas de piedra (letra
muerta), sino que es personificada en Cristo mismo como Piedra viviente (1 Pedro 2:-8),
poniendo esta ley en el corazón de quien lo recibe (Hebreos 10:16; Jeremías 31:33)

Recuerda que la mayoría no siempre tiene la razón.

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