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Yo soy
Maestro
Historias de Vida
y Transformación II

2024
FUNDACIÓN
C TRADECUN
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Yo soy
Maestro
Historias de Vida
y Transformación II

2024
FUNDACIÓN
C TRADECUN

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Yo soy
Maestro
Historias de Vida
y Transformación II
Una Publicación de

Copyright 2024

ISBN: 978-958-57717-2-7

Proyecto liderado y
compilado por:
COMITÉ DE COMUNICACIONES
COOTRADECUN

Carlos Arturo Rico Godoy


Gerente Cootradecun

En compañía de
FUNDACIÓN COOTRADECUN

Edición revisada para Colombia.


Reservados todos los derechos.

Prohibida la reproducción total o


parcial de este libro por cualquier
medio, sin permiso de la editorial.

Impreso en Colombia
en los talleres grácos de
IMPGRAF LTDA.

Corrección de Estilo por:


Karen Lizeth Rodríguez Benavides

Bogotá - Colombia
Marzo 2024

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Agradecimientos .... 5

Prólogo .... 75

Presentación .... 95

Palabras de la Gerencia .... 11

Introducción .... 13

Maestro No Hay Camino, María Elena Aviña Cervantes


Se Hace Camino Al Andar… Ciudad de México .... 22

Rosalba Riaño Carrillo


Del Sueño Fundadora Cootradecun
A La Vivencia Del Trabajo Cáqueza - Cundinamarca .... 32

Maestro En El Aula, Edgar Cruz


Amigo En La Vida Docente pensionado, Sumapaz .... 42

Martha Inés Flórez Alméciga


Un Profesor Que Motiva, IED Ignacio Pescador
Deja Su Huella Por Siempre Choachí, Cundinamarca .... 48

Adriana Marcela Ramírez Sanabria.


Cuando Las Huellas Perduran, Doc. Primaria Colegio Miguel Unia.
Desde Los Corazones Y En Tu Corazón Agua de Dios - Cundinamarca .... 54

Pisadas En El Tiempo: Altagracia Araujo Dipré


La Historia Detrás De Una Maestra República Dominicana .... 60

Directivo docente:
Ricardo Pulido Rueda
IED Nuestra Señora de la Gracia
El Mejor Escenario Del Mundo Bojacá - Cundinamarca .... 68

Marcela Escobar
Escuela Tecnológica
Instituto Técnico Central
Los Retos De La Profesión Bogotá - Colombia .... 76

Una Maestra Por: Andrea Velandia Forero


Que Desnuda A Bogotá Docente SED Bogotá - Colombia .... 82

3
Jackson Beltrán Rodríguez
Colegio Alexander Fleming IED-
Secretaría de Educación
¡No Quiero Ser Docente! de Bogotá - Colombia .... 90

Por: Noelia Alejandra Giménez


El Camino De Mi Vocación Provincia de Misiones-Argentina .... 100

Proyecto Ensamble,
La Música como Herramienta Por: Jésica Báez Lehner
de Transformación Social Quillota - Chile .... 106

Maestro Para La Sociedad, Luis Enrique Gómez Guerrero


Maestro En La Sociedad I.E.M. Santiago Pérez, Zipaquirá .... 114

Historia De Vida
Como Persona Profesional, Héctor Eduardo Rodríguez Beltrán
Docente Y Directivo Docente Bogotá - Colombia .... 122

Orlando Ariza Vesga


De Catequista A Maestro Colombia .... 130

Por: John Jairo Sierra


Una Vida De Docencia, Docente Escuela Rural La Playita
Entre La Nostalgia Y La Alegría Granada Cundinamarca .... 138

Binalud Leiva Daza


Docente de Básica Primaria
¡Y Si Soy Una Mujer Imparable, I.E.D. Antonio Ricaurte
Soy Docente! Ricaurte - Cundinamarca .... 146

Llevar La Docencia Janny Karina Turbí Dipré


En Las Venas Y En El Corazón República Dominicana .... 152

Yeins Paola Méndez Prado


Guiando Voces, Docente Directiva Coordinadora
Transformando Futuros: Colegio INEM Santiago Pérez IED
Mi Travesía Como Educadora Bogotá D.C. .... 158

María Teresa Guerreo Vivas


¡Maestra! Una Incansable Soñadora IED Fernando Mazuera Villegas
Desde La Pedagogía Bogotá - Colombia .... 164

No Me Equivoqué De Profesión, Cecilia Bejarano.


La Docencia Es Lo Que Más Me Gusta Gachetá – Cundinamarca .... 168

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A nuestros seguidores de historias

Comité de Comunicaciones
Período 2021 - 2025

Ana Seneth Solano Gamboa


Blanca Ligia Quintero Hernández
Cesar Augusto Quiceno Gómez
Napoleón Alberto Ramírez
Libardo Enrique Mojica Salazar
Aneis Marina García Barrera
Chistian Camilo Rentería Balcázar
John Jairo Sierra Salamanca
Salomón Rodríguez Piñeros

Fundación Cootradecun

Henry Sarabia Angarita


John Alexander Ramírez Botello

Edición
Manuel Pérez Torres

Corrector de Estilo
Karen Lizeth Rodríguez Benavides

5
Patricia Quevedo Castañeda

Especialista En Innovación Educativa,


Ciudad Y Primera Infancia
Lima – Perú

N o tengo claro en qué momento exacto sembré la semilla de mi vocación por


ser maestra. Sin embargo, mi principal inuencia ha sido mi madre, Beatriz
Castañeda Saldaña, quien ha sido docente universitaria de Estadística y
Econometría en prestigiosas instituciones públicas en el Perú, como la Universidad
Nacional de Ingeniería y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos.

¿Fueron las visitas al campus, observándola impartir clases en aulas repletas de


estudiantes y plasmar fórmulas incomprensibles para mí en grandes pizarrones?
¿O tal vez fue cuando caminábamos juntas por los pasillos, y los alumnos le
solicitaban consejos? ¿Acaso ocurrió durante las marchas por la calidad educativa,
mientras me llevaba con ella? ¿O quizás fue al verla corregir exámenes hasta altas
horas de la noche? ¿O cuando, con innita paciencia, me explicaba matemáticas?

No estoy segura si fue allí, pero más allá de esas escenas, la admiraba por su
calidez, paciencia y rmeza, cualidades que también aplicaba al aconsejarme sobre
valores y la importancia de tener un proyecto de vida. Siempre estuvo dispuesta a
ofrecerme su consejo, a recordarme que las mujeres también podemos destacar
como profesionales, y a alentarme ante malas notas o momentos difíciles.

Admiraba a mi madre más allá de las aulas, y cada día continúo haciéndolo. Ella
ha sido la responsable de sembrar en mí la vocación de ser maestra, mostrándome
que ser docente no se limita a un trabajo o una profesión, sino que es una parte
intrínseca de quien uno es, de cómo nos relacionamos con los demás y cómo tejemos
redes en este vasto mundo.

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Cada una de las conmovedoras historias compartidas en “Yo soy maestro”, nos
permite conectarnos con las experiencias íntimas de maestros y maestras. Estas
trayectorias no solo hablan de su desarrollo profesional y técnico, sino también de
sus sueños, fantasías, metas alcanzadas, frustraciones, temores y fortalezas. A
través de estas historias valientes, nos transmiten relatos de superación.

La vida profesional de cada maestro está intrínsecamente entrelazada con su


vida personal. Cada decisión tomada, cada esfuerzo por alcanzar los sueños, así
como los eventos familiares, de salud, económicos y otros, moldean su trayectoria.
A diferencia de otras profesiones, el quehacer pedagógico está impregnado de estas
vivencias y se nutre de las mismas. Estos desafíos y oportunidades son la fuente de
los consejos que un maestro brinda en tutoría a sus alumnos de primaria, la
motivación que una maestra de matemáticas ofrece a sus estudiantes a punto de
graduarse, y la rmeza que un director muestra al exigir innovación a su equipo de
maestros.

La pedagogía, como ciencia, destaca la importancia de las técnicas y estrategias


didácticas para garantizar un aprendizaje de calidad. Sin embargo, es la habilidad
del maestro para transformar sus experiencias vitales en contextos de aprendizaje
creativos, estimulantes y desaantes lo que distingue a un docente innovador. Esta
capacidad es la que permite que, en el corazón del aula, los alumnos se sientan
conmovidos y altamente motivados para aprender. Es lo que, en última instancia,
facilita que un alumno aprenda a aprender.

¿Qué más podríamos desear como maestros que no sea lograr que nuestros
alumnos deseen aprender y adquieran la habilidad de aprender por sí mismos? Una
vez alcanzado este objetivo, todo lo demás uye de manera orgánica. Un maestro
que fomenta de manera continua esta capacidad asegura que el alumno desarrolle
un interés por una variedad de temas y contenidos, que aspire a ir más allá y que
mantenga una sed constante de conocimiento y descubrimiento. Con el tiempo, este
interés guiará la formación de su identidad, facilitará la denición de su proyecto de
vida y promoverá su desarrollo profesional; todo ello será una consecuencia
natural.

En las líneas y narrativas de la obra: “Yo soy maestro”, cada docente evoca
imágenes y recuerdos que no solo forman parte de su propio crecimiento
profesional, sino que también involucran a diversos miembros de las comunidades
a las que pertenecen.

En la actual sociedad de la crisis, en la que vivimos, observamos una constante


precarización de los vínculos humanos y una alarmante deforestación de espacios
de convivencia donde los niños y niñas solían enfrentarse a los desafíos y alegrías de
aprender a vivir en comunidad.

Cada una de estas historias detalla minuciosamente el papel crucial que

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desempeñaron los maestros en la vida de sus comunidades. No solo compartieron
sus conocimientos académicos en las aulas, sino también sus experiencias de vida,
sus aspiraciones y sus afectos profundos, deseando fervientemente que sus
alumnos superaran los desafíos y lograran crecer, desarrollarse y alcanzar sus
metas.

Estos relatos son verdaderamente conmovedores, pero más importante aún,


representan un esfuerzo por reivindicar la vocación y el trabajo de los docentes. Nos
permiten visualizar en las aulas estos núcleos de cambio dentro de las comunidades,
donde maestros y maestras continúan tejiendo sueños, construyendo realidades y
brindando motivación para que nuestros alumnos, en cada nueva generación,
puedan seguir revitalizando el tejido social de nuestra sociedad vulnerable.

En la actualidad, más que nunca, necesitamos maestros y maestras que


deendan su derecho a ser constructores de vínculos, defensores de derechos en la
vida cotidiana, creadores de lenguajes para la comunicación y artíces de nuevas
formas de enseñar y aprender.

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Por: Salomón Rodríguez Piñeros
Docente Colombiano
Coordinador del Comité de Comunicaciones

E sta segunda edición de la obra que tiene en sus manos forma parte de un
desafío asumido por el comité de comunicaciones de la Cooperativa
COOTRADECUN de Colombia varios años atrás. En nuestra primera
edición (Maestros de carne y hueso), se destacaron las memorias, anécdotas e
ilusiones de los docentes que participaron en este proyecto inicial tan inspirador. El
propósito actual es crear un espacio para que los maestros compartan sus historias
de vida en el aula y en su quehacer. En esta segunda entrega, "Yo soy maestro:
Historias de vida y transformación social II", las fronteras se han expandido, y los
sueños recorren diversas escuelas en diferentes rincones de América Latina, donde
la voz de los docentes resuena fuerte, duradera y por siempre.

En esta ocasión, la obra nos brinda la oportunidad de sumergirnos en 21 relatos


de docentes que han contribuido desde distintas latitudes como Colombia, Chile,
República Dominicana, México y Argentina, acompañados por el prólogo desde
Perú. Esta versión latinoamericana se presenta como una verdadera joya que ahora
está al alcance de maestros y comunidades. Al n y al cabo, la vida de un maestro es
en sí misma una lección para aquellos que transitan por el mundo de la escuela, un
espacio mágico que abre las puertas al conocimiento cientíco, los sentimientos, la
expresión creativa y, sobre todo, a una etapa de la vida donde convergen momentos
signicativos como la niñez y la juventud. Estas etapas evolutivas del individuo,
aunque breves, son fundamentales para la formación de la persona.

A lo largo de las inspiradoras historias de estos maestros ejemplares, los lectores


descubrirán momentos, experiencias y recuerdos únicos. También conocerán a
individuos especiales que han dejado una huella profunda en la vida de estos
profesionales de la educación en una variedad de contextos y ubicaciones
geográcas. De manera similar, exploraremos distintas etapas de enseñanza, desde
los niveles más tempranos hasta los superiores del ámbito universitario. Después
de todo, un verdadero educador desempeña su labor donde sea necesario, incluso
en las condiciones más adversas que la profesión pueda presentar.

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Cuando surgió esta idea, nuestro propósito era conocer las historias de grandes
maestros, y este objetivo se ha cumplido con resultados que superaron las
expectativas. El libro no se limitó al Comité de Comunicaciones de
COOTRADECUN, ni mucho menos a Colombia; el texto ha viajado por diferentes
lugares del mundo donde las letras no conocen fronteras. Al expandirse el
propósito por diversas latitudes, se hicieron presentes las intenciones de muchos
docentes que pidieron un espacio para contar sus maravillosas historias.

Con la presente obra, se está cumpliendo la solicitud de muchos colegas, y para


aquellos que no están incluidos en esta edición, vendrán otros proyectos que
inmortalizarán las numerosas experiencias vividas entre las aulas, los pasillos y los
patios de la escuela. Este libro viajará, y el mundo conocerá la respuesta a la
pregunta, ¿Quién es usted? Se responde: Yo soy maestro… Una frase de resistencia
social que nos identica en las marchas y en la calle, reejando la defensa de los
derechos del magisterio colombiano.

Este texto llegará no solo a estudiantes, colegas y maestros en formación, sino


también a los familiares más cercanos que forman parte de la vida de los 21 docentes
que han compartido sus experiencias en estas páginas. Por lo tanto, esta obra servirá
como una ventana para descubrir eventos y situaciones que muchos desconocen,
que se encuentran detrás de estos héroes anónimos que han dedicado su vida y sus
mejores años a la educación en cada uno de sus países.

El propósito principal de este proyecto escrito es capturar, a través de las


narrativas, la vida y el legado de aquellos que han dedicado su vida a la enseñanza.
Son décadas de experiencia, donde los protagonistas de estas historias han
enseñado, acompañado, orientado e incluso compartido lágrimas con sus
estudiantes. Estoy seguro de ello, porque esto no se trata simplemente de llenar
pizarras, sino de permitir que los corazones se llenen de amor por el conocimiento y
por la construcción que transforma a cada país en el que se ejerce la docencia.

Deseo expresar mi más sincero agradecimiento a todas las personas que han
contribuido a la realización de esta obra: al profesor Carlos Rico Godoy, Gerente de
la Cooperativa COOTRADECUN, al consejo de administración (periodo 2021 –
2025), a los maestros que forman parte del comité de comunicaciones y a los
colaboradores de la fundación, responsables de rastrear y dar seguimiento a cada
una de las historias que se narran en estas páginas. Hago un reconocimiento
especial a mis colegas cuyas vidas se han compartido en estas cuartillas llenas de
remembranza y emoción. Desde Argentina hasta México, desde las Antillas hasta
las montañas colombianas, en cada rincón donde los profes han ejercido su loable,
altruista y humana labor, quiero expresar mi profunda gratitud a todos ellos.

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Por: Carlos Arturo Rico Godoy
Gerente General COOTRADECUN

Esta obra forma parte del esfuerzo conjunto de un equipo de trabajo y


colaboradores de nuestra cooperativa. Por lo tanto, es relevante recordar que el
origen de nuestra organización, COOTRADECUN, se gestó con maestros y para
maestros. A pesar de que han transcurrido más de 40 años, la organización ha
experimentado una evolución signicativa; en la actualidad, otros profesionales y
territorios se suman a la gran familia de este sector de economía social y solidaria
con sello colombiano.

Se ha comprendido que los cambios sociales están estrechamente vinculados a la


voz de los docentes, quienes, junto con otros sectores y profesionales, pueden
contribuir al desarrollo que culmina en la transformación de las comunidades. En
este sentido, es pertinente recordar esta historia cooperativista que tuvo sus inicios
con docentes y que hoy en día forma parte de una de las empresas de economía
social más relevantes del país. Esta experiencia nos brinda una valiosa lección al
resaltar el poder y la unidad de los especialistas en educación.

El libro que está explorando en este momento, “Yo Soy Maestro…”, Historias de
vida y transformación II, tiene una intención muy especial, concebida por el comité
de comunicaciones como parte de uno de los objetivos indirectos de la cooperativa:
fomentar la participación y fortalecer el sentido de pertenencia a través del
componente colaborativo de quienes forman parte de la organización. Las letras y
las historias que se presentan en estos escritos son el elemento que, de la mano de la
escritura, destaca la vida y obra de los docentes que se han dedicado a evidenciar su
labor y su lucha pedagógica. Todo esto, en aras de la defensa de los derechos de los
niños, la resistencia de las comunidades y una labor social que transforma la
sociedad mediante las prácticas pedagógicas.

Cuando el comité de comunicaciones propuso la idea de crear una obra con las
historias de los maestros, no hubo dudas al respaldar esta iniciativa. Lo hicimos en
virtud de nuestra historia cooperativista, reconociendo el valor intrínseco de la
profesión y, sobre todo, por la oportunidad de preservar en la posteridad la
memoria de aquellos que contribuyen a construir la nación desde las aulas.

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Esta versión internacional nos llena de orgullo. Estamos alcanzando nuevos
horizontes gracias a las relaciones interinstitucionales, lo que ha permitido que
otras comunidades conozcan nuestra labor social. A través de este intercambio de
aprendizajes, elevamos la importancia de la tarea educativa desempeñada por los
maestros, esencial para destacar el valor y aporte de la pedagogía en cada rincón
donde la voz de un maestro alcanza a sus estudiantes y sus territorios, a través de
sus prácticas cotidianas de formación.

Expresamos nuestro agradecimiento a cada uno de los maestros, que comparten


sus vidas en las narrativas de este libro. Desde la gerencia de la cooperativa,
extendemos nuestro reconocimiento por la dedicación y el esfuerzo invertido al
hacer parte de este proyecto. Apreciamos la propuesta del comité de
comunicaciones, de la fundación y de todos los colaboradores que hicieron posible
esta iniciativa que hoy toma forma con más de 30 docentes sumándose a este
proceso de escritura colectiva. Esta colaboración representa un claro ejemplo de
trabajo en equipo, orientado a resaltar el papel fundamental del maestro no solo en
Colombia, sino también en la esfera latinoamericana.

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El compilador y autor del siguiente escrito ofrece a los lectores 21 historias de
vida de maestros. Cada una de estas historias está respaldada por enseñanzas,
experiencias, pasiones, alegrías, tristezas, estrategias pedagógicas, metodologías y
reexiones. Estas narrativas han sido identicadas en 21 instituciones educativas a
través de un recorrido académico en estas, que, aunque distantes una de otra,
comparten similitudes en algunos aspectos. Al respecto, pareciera que la vida del
maestro es análoga en cualquier lugar donde se encuentre, ya sea dentro o fuera de
su país.

En el recorrido que realizará como lector, encontrará apasionantes historias de


maestros, auténticos y reales, con experiencias signicativas que difícilmente se
encuentran en entornos universitarios, incluso durante estudios de pregrado,
especialización, maestrías o doctorados. Las historias de vida presentadas en esta
lectura constituyen una delicia pedagógica, una fuente de experiencias que
estimulará el pensamiento en cada uno de ustedes. Además, tendrán la
oportunidad de relacionar los sucesos narrados con las prácticas que llevan a cabo
como maestros o maestras en la institución donde laboran.

A partir de esta dinámica, en el próximo libro que desarrolle el presente editor,


se le brindará la oportunidad de ser protagonista al narrar su propia historia. Esta
iniciativa ha sido fomentada por su cooperativa y la fundación, en línea con la idea
expresada por la periodista, escritora y profesora estadounidense de que "todos
tenemos talento porque todos los seres humanos tenemos algo que expresar".

Carlos Lomas, en su artículo “Fragmentos para una poética contemporánea",


sugiere que la escuela es un lugar donde se aprenden muchas cosas que a veces no
están conectadas con la vida, pero también es el escenario de eventos maravillosos
que generan emociones como alegría o tristeza. Estas emociones se expresan en el
rostro de un niño, niña o adolescente a través de una sonrisa, un abrazo o un saludo
que transmiten sentimientos de amistad, amor, conanza y otros.

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La iniciativa de recopilar experiencias de escuela, siguiendo la línea de lo hecho
por Lomas en su libro “La vida en las aulas”, demuestra un valioso esfuerzo por
compartir y aprender de las vivencias de los colegas. La selección de historias de
maestros que comparten sus experiencias, estrategias y sucesos cotidianos ofrece
un recurso valioso para docentes y lectores interesados en mejorar su práctica
educativa y enriquecer su vida en el ámbito escolar.

La analogía con la cita de Róterdam sobre el deseo de escribir resalta el


entusiasmo y la inspiración que los maestros experimentaron al compartir sus
historias. Este enfoque proporciona no solo ejemplos prácticos y estrategias
aplicadas en el aula, sino también una conexión genuina con las experiencias
vividas por los educadores.

Esperamos que estas historias inspiren y motiven a otros docentes,


contribuyendo así a la mejora continua de la educación y proporcionando un
espacio para el intercambio de ideas y prácticas pedagógicas.

La maestra María Elena, desde México, cuando cogió la pluma, comenzó a


narrar su experiencia describiendo cómo es trabajar en una institución de
secundaria en jornada nocturna con aquellos jóvenes que, en ocasiones son
expulsados de la jornada diurna. De otra parte, cuenta la experiencia de provocar o
motivar de conocimiento a determinados adultos mayores, que por una u otra
razón no pudieron acceder a temprana edad a la escuela. La maestra comenta que
una de sus grandes estrategias ha sido construir relaciones con los alumnos donde
dos principios son clave para forjar, la solidaridad y la ayuda mutua.

Rosalba Riaño, una de las fundadoras de nuestra cooperativa, también se animó


a tomar la pluma para compartir su experiencia como maestra, sindicalista,
cooperativista y, además, en su rol de madre y ama de casa. La profesora Rosalba
destaca cómo ha combinado su labor de enseñanza con otra faceta que muchos
docentes conocen: la de contribuir a la construcción de la infraestructura escolar y,
en ocasiones, reparar aulas con el objetivo de proporcionar mejores condiciones de
aprendizaje a los niños que llegan al plantel con ansias de aprender.

Edgar Cruz narra en su historia que su gran éxito como maestro radica en
ocuparse más de la persona que de los contenidos, que a menudo se imponen. En su
enfoque educativo, el apoyo de herramientas artísticas como el arte, la música y la
pintura ha conformado un matrimonio pedagógico. Entre sus estrategias, destaca la
importancia de conocer a sus alumnos más a fondo y trascender las paredes de la
escuela, contribuyendo así a ser un buen maestro. Además, el docente subraya la
importancia de detectar talentos, creyendo que cada alumno trae consigo un talento
que hay que ayudar a identicar, extraer y, de ser posible, fortalecer.

Martha Inés, al igual que muchos maestros, comparte en su historia que decidió
ser maestra a pesar de que la profesión es subvalorada y poco apreciada,
especialmente por aquellos que nunca han estado en un aula con 40 o más

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estudiantes. Según su experiencia, tener claridad en los objetivos y motivaciones es
clave para hacer que la vida de maestra sea más placentera. Entre las estrategias que
aplica, destaca la necesidad de trabajar de manera interdisciplinaria e integrar de
manera objetiva su asignatura con otras áreas. Asimismo, enfatiza dar
protagonismo al estudiante, evitando priorizar únicamente la transmisión de
conocimientos y centrándose más en el trabajo colaborativo y la exploración de
talentos.

Adriana Marcel, al igual que la mayoría de los protagonistas en el presente libro,


relata que su pasión por la enseñanza nace de los ejemplos de sus padres y de la
motivación de sus maestros. La profesora menciona que de niña le encantaba jugar a
ser maestra con una de sus hermanas. Adriana precisa que, en su infancia, una de
sus profesoras la motivó al decirle: “tienes madera para ser maestra”, una
experiencia que destaca por su impacto en ese momento. En contraste, otro
protagonista en este texto compartió que le sucedió lo contrario cuando le decían:
“ni sueñe con ser maestro, usted no tiene madera para eso”. Estos contrastes
resaltan la importancia de las palabras para motivar o desmotivar a una persona;
por tanto, como docentes, debemos ser cuidadosos en la manera de expresarnos
frente a un alumno, reconociendo su potencial presente y futuro.

Altagracia Araujo, desde la República Dominicana, menciona que ser maestra


no es fácil y que inicialmente su deseo fue estudiar otra profesión. Sin embargo,
tanto su madre como algunos maestros y personas con quienes compartía su
liderazgo siempre le decían que tenía mucho talento para educar, sugiriendo que la
profesión de docente era una labor hermosa para contribuir a la formación de la
niñez y la juventud. Posteriormente, se convirtió en maestra y escritora,
destacándose como educadora de maestros. Esta historia se reeja en la vida de
numerosos docentes en este gremio, atrapados por el amor, la pasión y el fervor que
surge al tener contacto con esas personitas que llegan a nuestra misión formativa. Es
importante destacar que, de la manera en que un maestro o maestra dirija el proceso
de enseñanza y aprendizaje, recibirá al nal el fruto de su cosecha. No se trata solo
de tecnología e innovaciones, sino de ejercer la profesión de docencia desde el
corazón, aunque al principio pueda no gustarnos. Estas son las recomendaciones de
vida de esta ilustre maestra.

Ricardo Pulido, en su adolescencia, soñaba con ser detective, cantante,


aventurero, superhéroe, médico, y aunque nunca contempló ser maestro, terminó
siéndolo gracias a la inspiración que llegó a su mente, motivada por aquellos buenos
docentes que tuvo en su bachillerato. Por eso, el protagonista de esta historia narra
que ha sido una labor muy bonita; aprendió a ser tutor, orientador, pedagogo,
sociólogo, psicólogo, grafólogo, abogado, vigilante, enfermero, nutricionista, padre
y madre, además de realizar consejería espiritual. Una faceta multidisciplinaria
cuya vocación no está en todas las personas, pero como él lo maniesta: “el mejor
premio para cualquier artista es el aplauso, y para un docente es ver cómo un
estudiante lo supera y brilla con luz propia”.

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Marcela Escobar describe que los sueños se van construyendo desde la infancia,
y el suyo se fue congurando desde que, a temprana edad, jugaba a ser maestra,
actividad que realizaba con sus hermanos y en ocasiones con algunos vecinos del
barrio. La experiencia relatada por la maestra Escobar es conmovedora al resaltar su
interacción y trabajo con comunidades marginadas, con mujeres y hombres en
situación de riesgo ante el consumo de drogas, violencia y abuso sexual, además de
las necesidades afectivas que carece una parte representativa de la población. Entre
los métodos que aplica, resalta la paciencia y el amor, así como la búsqueda de
estrategias para el desarrollo de habilidades colaborativas y multidisciplinarias.
Tales aspectos han sido de gran ayuda en su labor, permitiéndole ser la persona y
maestra que es hoy.

Andrea Velandia se entusiasma al contar que de niña disfrutaba jugando a ser


maestra, utilizando la pared de su casa como pizarra. Su liderazgo resalta en todo su
escrito, narrando que invitaba a sus estudiantes a marchar para evitar el cierre de
una biblioteca en su comunidad. Esta acción también ha sido replicada en diversos
contextos por numerosos maestros, recordándonos la frase de que 'el maestro
luchando también está enseñando', y esto es claramente transmitido por Andrea. De
hecho, el contagio pedagógico de algunos colegas y la buena conexión de estos con
sus alumnos contribuyen al éxito y al amor por su profesión.

Velandia expresa que ha aprendido a entender que sus alumnos son diversos:
algunos son alegres, otros indiferentes, algunos deprimidos, necios o sensibles.
Ante todo, ella destaca la importancia de comportarse como la maestra que desearía
tener para sus propios hijos. Similar a lo planteado por Marcela, Andrea describe
sus experiencias con la población LGBTI, habitantes de calle, migrantes, entre otros,
para lo cual se requiere más que ser maestra, y esto no es reconocido por aquellos
que denigran de nuestra profesión.

Jackson Beltrán titula su escrito con la frase "No quiero ser docente" debido a la
inuencia de uno de sus maestros, quien le decía que esa profesión no era la mejor
opción. Sin embargo, a pesar de esta opinión, él sentía que tenía la vocación para ser
maestro y la valentía necesaria para asumir el liderazgo requerido para convertirse
en un profesional de la docencia. En su narración, Beltrán menciona que las
capacidades y habilidades que adquirió le permitieron convertirse en un maestro y
líder, a pesar de enfrentar complejas vicisitudes en su ámbito docente.

Nohelia Alejandra, desde la Provincia de Misiones en Argentina, comparte su


experiencia al llegar a la universidad sin saber qué estudiar. Al reexionar sobre sus
maestros, decide dedicarse a estudiar magisterio, aprovechando la política del
gobierno argentino que consideraba la educación como una inversión y no como un
gasto, permitiendo la formación universitaria gratuita en este país. El amor de
Nohelia por la pedagogía y el magisterio la lleva a considerar a sus alumnos como el
combustible que alimenta su pasión. Para ella, cada alumno es un mundo por
descubrir, y su deseo es permanecer en el aula para seguir enseñando, ya que esto le
ha permitido aprender mucho, tanto de los aciertos como de los errores, y entender

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que el aprendizaje y la enseñanza deben trascender los muros del aula y la
infraestructura escolar.

Jessica Báez, una chilena que comparte su historia de vida, destaca su


experiencia con la música y su pasión por la guitarra. Considera que para ser
maestra no se requiere tanto de un título, sino de una apasionada dedicación a lo
que se realiza. Báez, autodidacta en su faceta musical, resalta la valiosa oportunidad
que esto le ha brindado para comunicarse a través de la música y los instrumentos,
no solo con sus alumnos, sino también con niños y jóvenes que presentan diferentes
tipos de discapacidad. Este contexto la ha llevado a desarrollar un currículo
diferenciado, reconociendo que cada alumno tiene una historia única. Así,
incorpora la música a los colores, enseña a través de juegos y sonidos, y asocia las
notas musicales con los colores. Su historia ofrece enseñanzas y experiencias
innovadoras que pueden replicarse en cualquier escenario, fomentando el
aprendizaje colaborativo y la ayuda mutua.

Luis Enrique, en su juventud, también fue motivado por uno de sus maestros de
bachillerato. Desde entonces, ha recorrido diferentes espacios, trayectos y
momentos, desempeñándose como líder sindical para orientar a la comunidad
sobre el derecho a la educación. A lo largo de sus experiencias, ha enfrentado
graticaciones y momentos llenos de tristeza y desolación. Su interés radica en
orientar de la mejor manera posible a los estudiantes con los que se ha encontrado en
el camino de la docencia, algunos en situaciones de alto riesgo y en regiones donde
la violencia ha marcado una constante diaria en la vida de estas personas.

Héctor Eduardo comparte su historia de vida como maestro, profesional del


derecho y directivo docente, siguiendo la constante motivación que, al igual que
otros protagonistas de las historias compartidas en este texto, recibió en su juventud
por parte de un maestro que vio en sus ojos la chispa de educador. Desde que Héctor
egresó de la escuela normal, enfrentó diversas experiencias cubriendo licencias y
trabajando como interino, lo que implicó desafíos administrativos. No obstante,
logró concretar su sueño no solo de convertirse en maestro en propiedad, sino
también en directivo docente.

El profesor destaca una estrategia lúdica que aplica, utilizando sonidos del
ambiente, animales y motores, así como otros sonidos que encuentra en el entorno.
Este enfoque ha resultado favorable en sus procesos educativos. La experiencia de
Héctor reeja creatividad y sirve como ejemplo para aquellos que buscan innovar
en su profesión docente.

El rector, Orlando Ariza, en su historia relata que proviene de una familia


humilde, pero con un profundo amor por la educación. El liderazgo que posee lo
aprendió de su padre, quien desde una edad temprana lo motivó hacia la lectura y la
investigación constante, así como a preocuparse por la comunidad, a pesar de las
dicultades que enfrentan todos los líderes sociales en el país. La estrategia de
valorar más los contenidos ha sido fundamental en su papel como docente, además

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de agrupar asignaturas para formar ciudadanos comunicativos, reexivos,
creativos, solidarios, espirituales y activos. La pasión del maestro se centra en la
enseñanza y en el deseo de mejorar la calidad de la educación.

John Jairo describe su experiencia de vida como docente entre la nostalgia y la


alegría. Aunque su deseo inicial era ser abogado, su rol como alfabetizador de
adultos lo llevó a considerar la profesión del magisterio. Esta área le ha permitido
aprender a superar diversos obstáculos y asumir retos, como orientar clases
diferentes a su formación, recorrer zonas de difícil acceso e incluso trabajar en las
denominadas "zonas rojas" y enfrentar el abandono estatal en regiones apartadas,
entre otros desafíos narrados en su escrito.

Una de las reexiones más signicativas que comparte el docente con pasión es
la importancia de reconocer que en la escuela no solo se trata de estudiar y enseñar,
sino también de forjar lazos de amistad y crear ambientes de convivencia y
camaradería. John Jairo destaca que el magisterio es una profesión compleja pero
también una de las más graticantes.

Binalud Leiva comparte en su historia su inclinación por la docencia después de


haber estudiado para ser normalista superior. A pesar de las dicultades que
enfrentó desde su niñez, como muchos niños, niñas o adolescentes, al ser estudiante
y, al mismo tiempo, dedicar tiempo al cuidado de sus hermanos menores, esta
experiencia positiva sembró bases para su futuro, especialmente al convertirse en
profesional de la enseñanza y asumir la responsabilidad del cuidado de otros.
La docente menciona que, aunque en su juventud deseaba ser ingeniera de
sistemas, se inclinó más por ser maestra, y ha sabido hacerlo con pasión. Su
dedicación a la profesión la ha llevado a recorrer y atender poblaciones en lugares
de difícil acceso, brindando apoyo a adolescentes en contextos desaantes que han
dejado una marca en su vida.

Janny Karina, desde República Dominicana, invita en su escrito a visibilizar la


vida de los maestros, conocer lo que hacen, proponen e investigan. La profesora
hace un llamado a que el profesional de la docencia se ocupe no solo por enseñar,
sino también por aprender con otros. En sus planteamientos, destaca que las
anécdotas negativas que en ocasiones suceden en la escuela deben verse como una
oportunidad de aprendizaje. Como es conocido por muchos, en la escuela se vive, se
goza, se llora y se aprende.

Karina subraya la importancia de tener presente que los niños, las niñas y los
jóvenes van a la escuela en busca de aprendizajes, pero también en búsqueda de
afectos que a veces carecen en su hogar o familia. Entre sus recomendaciones,
destaca la importancia de aprender a través del compartir, la colaboración, la ayuda
mutua y la solidaridad, principios fundamentales para una adecuada calidad en la
educación. Además, enfatiza en la necesidad de tener cuidado y no asumir que los
estudiantes llegan a la escuela con la cabeza vacía, ya que hay mucho que aprender
de ellos.

18
Yeins Paola, en su narración, comparte que de joven deseaba sumergirse en los
misterios de las ciencias y la exploración de sus vastos dominios. Sin embargo, como
dice el dicho, todos los caminos conducen a Roma, y el camino de la docencia le
apareció debido a su contacto con la niñez y la juventud. Paola destaca que los niños
y los adolescentes enamoran. A lo largo de su carrera, ha recorrido diversos
caminos, desde colegios privados, a veces mal remunerada y ocasionalmente
maltratada, pero siempre enamorada de la educación.

En su historia de vida, Paola menciona que los aprendizajes en la universidad


son unos, pero los verdaderos aprendizajes se adquieren en la escuela al enfrentar
las realidades que en ella se viven. Destaca la importancia de la colaboración y la
ayuda mutua en el entorno escolar, donde la interacción con otros maestros,
directivos, orientadores, estudiantes, personal administrativo y de servicio, entre
otros, contribuye signicativamente. Paola aboga por que la escuela sea un espacio
que fomente experiencias llenas de alegría y diversión, facilitando el aprendizaje
para la vida.

La historia de María Teresa una maestra incansable que ha venido acompañado


generaciones enteras en la localidad de Bosa. Una vida de más de cuatro décadas al
servicio de la educación pública, que termina siendo inspiración para muchos
colegas que se encuentran compartiendo con ella, también a los maestros en
formación a quienes van a llegar estos textos. De igual manera, su abnegada
historia de maestra de inglés y lengua castellana es una vida admirable de la
docente, la escritora y la amiga incondicional que se reeja en su interesante
narrativa.

Cecilia, la protagonista de la última historia de este libro, emerge como un


ejemplo de dedicación y compromiso en el ámbito educativo. Su extenso proceso
formativo, con múltiples títulos obtenidos a través de inversiones personales
considerables, demuestra el sacricio y la dedicación que muchos maestros
comparten en su búsqueda por mejorar y ejercer la docencia con mayor calidad.

La vida de Cecilia como maestra se caracteriza por la alegría y la versatilidad,


aprendiendo y compartiendo diversas facetas, desde el canto y el baile hasta la
poesía y la actuación. Su enfoque pedagógico busca motivar y cautivar a los niños
para despertar en ellos el interés por el conocimiento. Esta narrativa resalta la
importancia de generar curiosidad y fomentar el deseo de aprender, especialmente
cuando los estudiantes no llegan a la escuela con un anhelo innato por el
conocimiento.

Es inspirador ver cómo estas historias de colegas, amigos y profesionales


reejan las diversas experiencias vividas en las aulas. Cada relato no solo comparte
anécdotas individuales, sino que también resalta la dedicación y la pasión que los
maestros tienen por su labor educativa. La invitación a conocer estas vivencias no
solo es un acto de reconocimiento a los educadores, sino también una oportunidad
para encender el fuego del aprendizaje.

19
La cooperativa y la Fundación, comprometidas con la transformación
pedagógica, esperan que estas experiencias inspiren y generen nuevas ideas para
hacer de la escuela un lugar acogedor. El objetivo es ganarse el corazón de los
estudiantes, padres de familia y la sociedad en general, contribuyendo a la
construcción de una sociedad más solidaria y cooperativa.

Como menciona Santos Guerra en su libro 'Pasión por la escuela', la tarea de los
maestros es sublime y arriesgada al trabajar con la mente y el corazón de los niños y
jóvenes. Esta reexión subraya la importancia de la labor docente y resalta la
necesidad de apreciar y apoyar a quienes tienen la responsabilidad de formar a las
nuevas generaciones

Henry Sarabia Angarita


Presidente Fundación COOTRADECUN

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21
María Elena Aviña Cervantes
Ciudad de México
Escuela Secundaria 78 República de Paraguay
Ciudad de México

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H ace 31 años, inicié mi carrera como docente en una escuela nocturna. Esta
modalidad se distingue por acoger a estudiantes que, por diversas
circunstancias de la vida, no han podido dar continuidad a sus estudios. Este
espacio representa una oportunidad invaluable para aquellos que buscan concluir
su educación primaria o secundaria, según las necesidades individuales de cada
estudiante. Requisito fundamental: ser mayor de 15 años.

En la que he bautizado cariñosamente como mi nocturna, inicialmente,


contábamos con el edicio escolar y el personal docente. Sin embargo, al liderazgo
ejemplar de Margarita, nuestra directora, y a la calidad del cuerpo docente, la
escuela nocturna se transformó en un entorno acogedor y gentil. Este espacio
comenzó a recibir a jóvenes, adultos, personas de la tercera edad; algunos llegaban
directamente del trabajo, mientras que otros pasaban primero por casa. Todos ellos
se congregaban con la certeza de ser recibidos con los brazos abiertos y de adquirir
nuevos conocimientos. Participaban activamente en ceremonias cívicas,
celebraciones como posadas, reuniones y visitas a diversos sitios culturales. El
horario de funcionamiento era de 7 a 9 de la noche, con un servicio totalmente
gratuito. La escuela está ubicada en la colonia popular de Río Blanco, en la Ciudad
de México.

23
De mi experiencia en la escuela nocturna guardo recuerdos entrañables, como la
enorme sonrisa de Carlos, un alumno de unos 30 años que logró obtener su
certicado de secundaria después de un arduo esfuerzo. A pesar de vivir en un
entorno familiar marcado por la violencia, Carlos demostró una increíble
perseverancia. También recuerdo a una alumna que trabajaba como empleada
doméstica y enviaba todo su salario a su madre para ayudar a construir un cuarto en
la región de Oaxaca, su lugar de origen. Estos ejemplos son testimonio del
compromiso y la dedicación de nuestros estudiantes, así como de sus luchas
personales y sacricios por alcanzar sus metas educativas y familiares.

Cómo podría olvidar a Rogelio, un alumno amable y servicial que trabajaba en el


mercado del rastro, o a aquel joven que había sido llevado desde su pueblo natal a la
bulliciosa Ciudad de México para ser entrenado como boxeador. Recuerdo también
a la señora de 70 años cuyo mayor anhelo era completar sus estudios de secundaria.
Y no puedo dejar de mencionar a Roberto Carlos, quien, durante un evento escolar,
de manera pública, le pidió a su novia que se casara con él.

Al término de las clases, profesores y estudiantes solíamos salir juntos,


compartiendo conversaciones, risas y escuchándonos unos a otros. Estos momentos
de convivencia amigable, respetuosa y cordial contribuyeron a tejer un ambiente
que nos hacía sentir parte integral de la escuela, otorgándonos un sentido de valor y
pertenencia.

Dos años más tarde, gracias a Bertha, quien además de ser colega en la escuela
nocturna es una gran amiga, obtuve la oportunidad de impartir clases de historia en
el nivel de secundaria. Esta oportunidad surgió a pesar de no haber completado mi
carrera en Derecho. Alternaba mis clases de historia por las mañanas con las de
español en la escuela nocturna. Sin embargo, enfrentaba desafíos al tratar con
adultos y adolescentes que tenían grandes inquietudes, y mi preparación resultaba
insuciente para satisfacer sus necesidades educativas. Fue entonces cuando la
maestra Rosario, directora de la secundaria donde trabajaba, me sugirió inscribirme
en la Universidad Pedagógica Nacional para mejorar mi formación como docente.
A partir de ese momento, comencé a cursar la Licenciatura en Educación los
sábados, además de asistir a diversos lugares y eventos que contribuyeron a
enriquecer mi práctica docente.

Así es como comencé a involucrarme en proyectos destinados a la enseñanza de


historia y a conocer a personas que me inspiraban a seguir aprendiendo. Un día,
tuve el privilegio de asistir a la presentación de uno de los libros de la serie Las
Razones de la Historia, de la Dra. Paulina Latapí. Al acercarme para felicitarla, la Dra.
Latapí me propuso colaborar con ella en la creación de un audio educativo. Sugirió
la idea de un cassette que combinara música, contenido histórico y actividades
signicativas para los alumnos de tercer grado de secundaria. Con sorpresa y
entusiasmo, acepté su propuesta. Trabajamos en el estudio de Gonzalo Ceja, gran
artista dedicado al estudio de la sonoridad prehispánica.

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El proyecto que desarrollamos me cautivó tanto que decidí implementarlo en el
aula. A lo largo de ese ciclo escolar, los estudiantes llevaron a cabo las actividades
correspondientes a cada una de las unidades incluidas en el cassette didáctico en el
que habíamos trabajado, presentando luego los productos resultantes ante la
comunidad escolar. Organizamos una ceremonia especial para esta ocasión y
contamos con la presencia de Paulina Latapí, Gonzalo Ceja y Fernando Delgadillo,
autor de Hoy hace un buen día, una canción que aborda la historia de México y que fue
incluida en la última unidad del cassette. Esta unidad invitaba a los estudiantes a
crear un mural utilizando la técnica del grati para plasmar lo aprendido en el curso
de historia. Esta experiencia representó un hito signicativo en mi trayectoria como
docente. Cabe destacar que, en ese mismo año, fui honrada con el reconocimiento
como Docente del Año.

Alrededor del año 2000, la estructura de la educación secundaria en Ciudad de


México experimentó cambios signicativos a partir de la división en regiones. Fui
invitada a formar parte del departamento Técnico Pedagógico de la Región 2 de
Educación Secundaria. En este departamento se organizaban las reuniones entre el
director regional y los inspectores de zona, quienes ejercían autoridad directa sobre
los directores de las escuelas dentro de su área geográca. De esta manera, la Región
2 asumió la responsabilidad de supervisar todas las escuelas secundarias ubicadas
en la delegación Gustavo A. Madero.

El departamento técnico pedagógico, liderado por la maestra Rebeca, una


maestra entusiasta y siempre ávida por compartir sus conocimientos, tenía la
responsabilidad de colaborar con las escuelas en la implementación de los
proyectos planteados a nivel sectorial. Para ello, participábamos activamente en
reuniones, conferencias y capacitaciones, preparándonos para ofrecer cursos y
talleres que orientaran a los directivos de las escuelas secundarias en la creación y
operación de sus proyectos educativos.

La coordinación regional estaba conformada por profesionales comprometidos,


entre los cuales destaco a Lupita, una psicóloga de formación con quien tuve el
privilegio de colaborar. De ella aprendí a implementar dinámicas efectivas,
comunicarme con mayor seguridad, darles la importancia suciente a las preguntas
y a responderlas con amabilidad. Su inuencia fue fundamental en mi desarrollo
profesional durante ese tiempo.

La asignación de más horas de trabajo en la coordinación regional demandaba


una considerable inversión de tiempo y preparación, lo cual me llevó a renunciar a
mi empleo nocturno. Esta nueva responsabilidad no solo amplió mi desarrollo
profesional, sino también enriqueció mi perspectiva sobre el entorno educativo.
Tuve el privilegio de colaborar con destacados profesionales, de quienes aprendí
continuamente y quienes siguieron inspirando mi crecimiento profesional. Mi
trayectoria abarcó dos administraciones en la Región 2. La primera, bajo el liderazgo
del maestro Toledano Moo, quien anteriormente había sido profesor de Historia y
luego director escolar antes de asumir el cargo de director regional.

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El Dr. Joel Cortés, quien asumió el cargo de director regional en reemplazo, se
caracterizaba por su serenidad y reserva. Al establecer su equipo de conanza para
dirigir las diversas áreas, designó al maestro Francisco como responsable del
ámbito técnico-pedagógico. Este maestro destacaba por su preparación, dinamismo
y compromiso, aspectos que enriquecían su labor. El cuerpo docente mantenía un
alto nivel académico, lo que me motivaba a esforzarme para seguir formando parte
de este equipo. Recuerdo que en aquel entonces mi escritorio era un completo caos,
y mi colega y amiga Lucy me comentaba: "No puedo tener una compañera tan
desorganizada". Fue a partir de ese momento que comencé a mejorar mi
organización. Agradezco enormemente a este grupo de maestros, quienes
contribuyeron signicativamente a mi crecimiento profesional.

Tras varios años desempeñándome en la dirección regional, regresé a la zona


escolar XXXIII para brindar apoyo técnico-pedagógico. Durante algunos meses,
asumí temporalmente la responsabilidad de la zona hasta la llegada del profesor
Galdino, un supervisor con un trato afable y una amplia experiencia. En la
inspección, Chayo y yo éramos los dos apoyos técnicos que lo acompañábamos en
las visitas a las escuelas. De él aprendí la importancia de comenzar por conocer los
baños de los alumnos en las escuelas; consideraba que un baño escolar limpio,
funcional y libre de rayones era un indicador de una institución organizada y
preocupada por el bienestar de sus estudiantes.

Mi compañera y yo formábamos un equipo cohesionado, compartíamos el gusto


por el café y las conversaciones enriquecedoras. Juntas, nos encargábamos de
preparar las reuniones con los directivos de las escuelas y organizábamos diversos
concursos, como concursos de oratoria, de canción mexicana y de interpretación del
Himno Nacional, entre otros. En esta zona, prevalecía un ambiente cálido y
acogedor, donde nuestro trabajo era reconocido y valorado.

Por n, en mi tercer intento, logré ser aceptada en la maestría de desarrollo


educativo en el área de historia y su docencia en la Universidad Pedagógica
Nacional. Tras múltiples idas y venidas entregando documentos tanto en la
universidad pedagógica como en la coordinación sectorial de secundaria,
nalmente obtuve una beca comisión. Esta oportunidad me permitió estudiar
mientras seguía recibiendo mi sueldo, sin necesidad de asistir al trabajo. Estos años
fueron verdaderamente enriquecedores, pues pude dedicar mi tiempo a la
investigación académica. Pasaba largas horas en la biblioteca y luego en el Archivo
General de la Nación, asistiendo a conferencias en el Colegio de México (Colmex) o
en la Academia Mexicana de Historia, buscando fuentes históricas y pedagógicas
que enriquecieran mi trabajo de investigación.

Cada clase en la universidad era como una cascada de conocimientos que debía
procesar poco a poco. Tuve el privilegio de contar con grandes maestros, todos con
un nivel de doctorado, como Julia, Javier, Víctor, Gaby, entre otros. Los recuerdo
con aprecio por la calidad y la calidez de sus enseñanzas.

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En el área de historia y su enseñanza, éramos solo cuatro alumnos: tres mujeres y
un hombre. Nuestra relación siempre se caracterizó por ser solidaria; entre
nosotras, el apoyo mutuo era una constante. Los maestros mantenían una cercanía
notable, haciéndonos sentir parte integral de los proyectos y las investigaciones de
la universidad.

Al regresar de la beca comisión, mis compañeras de maestría y yo pasamos


algunos meses trabajando en la coordinación sectorial de secundarias mientras
esperábamos ser asignadas nuevamente a alguna escuela. Durante este tiempo,
seguimos nutriendo nuestra formación académica y profesional, aprovechando
cada oportunidad para contribuir al ámbito educativo desde nuestra posición en la
coordinación.

El jefe de operatividad de secundaria en aquel momento era el maestro Moo, con


quien ya había colaborado previamente. Él me ofreció la oportunidad de asumir un
cargo directivo en una escuela secundaria de turno vespertino, y decidí aceptar el
desafío.

La escuela era de gran tamaño, aunque contaba con un número reducido de


alumnos, alrededor de 200. Se distribuían en dos grupos por cada grado, desde
primero hasta tercer año. El personal de la escuela, al igual que en cualquier otra
institución, destacaba algunos individuos por su dedicación y actitud, aunque en
general todos mostraban un alto nivel de competencia. En este contexto, me
propuse escuchar atentamente a cada uno de los maestros, administrativos,
personal de intendencia y padres de familia. Dado el tamaño reducido de la
población estudiantil, logré interactuar con la mayoría de ellos, aplicando la lección
que había aprendido en mi experiencia previa en una escuela de turno nocturno.

En las instalaciones de la secundaria se encontraban las ocinas de la Dirección


Operativa 2, que anteriormente habían sido la Coordinación Regional. La directora
operativa me extendió una invitación para asumir la responsabilidad del área
técnico-pedagógica, la cual acepté con entusiasmo. Fue un verdadero reto ya que el
equipo de profesores porque llevaba varios años trabajando juntos bajo el liderazgo
de Sergio, y ahora yo llegaba para encabezar el área técnico-pedagógica. Éramos
más de veinte profesores en este departamento, todos ellos demostraban ser
docentes capaces y comprometidos, y logré ganarme su conanza gracias al apoyo
continuo de la directora operativa, quien siempre respaldó nuestro trabajo.

En una ocasión memorable, organizamos un evento de gran magnitud al que se


invitaba a más de 85 instituciones de educación media superior, con la asistencia de
más de 1500 alumnos. La directora operativa, la maestra Refugio, nos sorprendió
gratamente al proveernos de comida que ella preparó para todos los profesores del
área técnico-pedagógica. Este gesto generoso y solidario nunca lo olvidaré.

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Cuando nalizó la administración de la maestra Refugio, solicité un traslado
para trabajar más cerca de mi hogar y en un turno vespertino. Fue así como regresé a
la secundaria en la que había cursado mis estudios como adolescente: la secundaria
78 República de Paraguay, a la cual guardo un gran cariño. Permanecí en la
secundaria 78 por más de 5 años, desempeñándome en ocasiones como
subdirectora de gestión y en otras como subdirectora académica. Durante mi
tiempo en esta institución, trabajé bajo el liderazgo de la maestra Xochitl, una
abogada con una vasta experiencia, quien había dedicado muchos años de su
carrera al trabajo sindical.

Siempre me había interesado el aspecto jurídico, dado que tengo una formación
universitaria trunca en Derecho y también inuenciado por mi padre, quien era
Doctor en Derecho. Durante mi tiempo en la secundaria 78, tuve la oportunidad de
aprender sobre leyes, reglamentos y, lo más importante, cómo aplicar la
normatividad en el entorno escolar.

Por una serie de coincidencias, terminé trabajando en la secundaria 57, ubicada


detrás del mercado de la colonia Río Blanco. Esta institución alberga a más de 600
alumnos distribuidos en 6 grupos por cada grado, desde primero hasta tercero.
Además, opera bajo el esquema de jornada ampliada, lo que signica que las
actividades se extienden desde las 7:00 de la mañana hasta las 3:45 de la tarde. El
trabajo diario resultaba agotador debido a la cantidad de alumnos y las largas horas
de labor.

Sin embargo, lo que hace verdaderamente especial a esta escuela es la


extraordinaria colaboración entre la secretaria de correspondencia y el director.

Lolita, la secretaria del director, lleva más de 30 años en la escuela y posee un


conocimiento profundo de cada rincón de la institución, así como de los
procedimientos administrativos y los documentos que deben entregarse a las
diferentes instancias. Por su parte, el director Mayolo es un profesional que siempre
llega temprano, irradiando buen humor, tranquilidad y una sonrisa permanente.
Siempre está dispuesto a conversar con cualquier persona que lo necesite y parece
manejar el tiempo sin que este sea un factor de presión para él. Su trato es cálido y
acogedor, atendiendo a cada individuo con amabilidad. Cuando cometía algún
error, su respuesta era siempre alentadora: Hiciste bien, Mary. No te preocupes,
encontraremos solución al asunto.

Durante los cinco años en los que desempeñé el cargo de subdirectora junto a él,
nunca recibí una llamada de atención ni una mala cara. Siempre lo encontraba
sonriente, humano y comprensivo, lo que me motivaba a corresponderle con un
buen desempeño profesional ejemplar. Manteníamos una comunicación constante;
cada día pasaba por su ocina para saludarlo y discutir los pendientes del día, lo que
generaba un ambiente de trabajo colaborativo y eciente.

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Al cumplir 30 años de servicio para la Secretaría de Educación Pública, decidí
reexionar sobre mi trayectoria como docente y las diversas funciones que había
desempeñado a lo largo de los años. Durante este proceso de introspección, hice un
recuento de los profesores y profesoras, así como del personal administrativo, que
habían dejado una huella signicativa en mi desarrollo profesional como maestra.

Motivada por esta reexión, decidí buscar a aquellos colegas que habían tenido
un impacto positivo en mi carrera. Les propuse reunirnos para tomar un café,
compartir experiencias y expresarles mi gratitud por la inuencia que habían tenido
en mi vida profesional. Como símbolo de nuestra vocación compartida, les entregué
unas manzanitas de cera, representativas de nuestra profesión educativa.

Al retomar la conversación con ellos, reexioné y conrmé que la esencia misma


de la escuela reside en las relaciones que se entrelazan entre sus distintos actores:
entre profesores, entre alumnos, entre profesores y alumnos, entre profesores y
padres de familia, entre profesores y directivos, y entre el personal administrativo y
los profesores. La escuela se dene por estas relaciones entre personas que
comparten el objetivo común de mejorar y crecer como individuos más humanos y
comprometidos con la educación.

Tal vez aprendí esto desde pequeña, cuando solía acompañar a mi madre en sus
visitas a sus antiguas maestras de primaria, quienes ya eran mayores y jubiladas. Mi
madre siempre les expresaba su gratitud por su dedicación. Dos de estas mujeres,
Luisa y Lupita, habían trabajado en una escuela comunitaria en el pueblo de
Tlapacoya, en el estado de México. En esta escuela, caracterizada por tener un solo
salón de clases para todos los grados y ser atendida por uno o dos profesores,
dejaron una huella imborrable.

Había estado comisionada en la subdirección de varias escuelas durante más de


10 años. Si bien había intentado pasar los exámenes para ascender a la función de
subdirectora, lamentablemente no había tenido éxito.

Fue en marzo de 2021 cuando recibí una llamada telefónica informándome que
había quedado en el puesto 17 de la lista para elegir escuela, con un nombramiento
como subdirectora. Por decisión personal, opté por una escuela ubicada lejos de mi
hogar, en otra alcaldía y en la colonia Roma, con un turno vespertino. Esta
institución se destacaba por su ambiente limpio y disciplinado, aunque
irónicamente, apenas tenía responsabilidades propias del cargo de subdirectora
una vez que había obtenido el nombramiento.

La directora apenas me delegaba responsabilidades, o casi ninguna. No tenía


capacidad para tomar decisiones, ni siquiera para coordinar los horarios de
descanso del personal de intendencia. Carecía de autoridad para otorgar permisos,
revisar tarjetas, abordar cuestiones jurídicas o participar en la planicación de
eventos. Mis sugerencias y propuestas rara vez eran consideradas por ella, lo que

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evidenciaba una deciente comunicación entre nosotras. A tal punto llegaba esta
situación que desconocía por completo los eventos programados para la semana, ya
que la directora solo los discutía con una comisión selecta en la que conaba
plenamente.

A pesar de ello, contábamos con un equipo administrativo eciente y


competente, lo que garantizaba que las labores administrativas de la subdirección
se llevaran a cabo de manera ecaz y puntual.

Tras reexionar sobre mi experiencia previa, con 31 años de trayectoria,


comprendí que esta escuela sería la que más demandaría de lo que había aprendido
hasta entonces: ser respetuosa, cordial, valorar a las personas, ser solidaria y
sentirme parte integral de la comunidad escolar. Con este propósito en mente, me
comprometí a estudiar los nuevos planes y programas de la Nueva Escuela
Mexicana, mantener un registro de los acontecimientos, llegar temprano cada día
con buen humor y mantener un trato amable, haciendo hincapié en expresar
gratitud y cortesía.

Decidí ser leal a la escuela, reconocer y valorar el trabajo de todo el personal, ya


fueran de intendencia, administrativos, profesores o incluso la directora. Con el
tiempo, pude conrmar que la escuela se construye día a día y que las relaciones
humanas son su esencia fundamental. Creo rmemente que uno puede marcar la
diferencia en cualquier escuela en la que trabaje si reconoce y valora a las personas,
las trata con respeto, se solidariza con su labor, ve la crítica como una oportunidad
de mejora y acepta los desafíos con determinación.

Desde mi jubilación, reexiono y puedo armar con certeza: Maestros, no hay


camino, se hace camino al andar. Al mirar hacia atrás, puedo ver la senda que recorrí,
una ruta llena de experiencias únicas e inolvidables, pero también de desafíos y
aprendizajes. Cada paso que di contribuyó a forjar mi trayectoria como maestra, y
aunque no podemos regresar por el mismo sendero una vez pasado, los recuerdos y
las lecciones aprendidas permanecerán conmigo para siempre.

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Rosalba Riaño Carrillo

Fundadora Cootradecun
Cáqueza - Cundinamarca
Del sueño a la vivencia del trabajo responsable de compromiso con las
comunidades durante cuarenta y cinco años, cosechando éxitos y
sentimientos de gratitud en mis estudiantes y padres de familia.

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Q uiero expresar mi profundo agradecimiento al comité de Comunicaciones
por brindarme esta invaluable oportunidad de compartir mi trayectoria como
estudiante, docente, sindicalista, ama de casa y cooperativista. Antes de
comenzar, deseo disculparme por cualquier deciencia en la redacción que pueda
surgir, ya que no me considero una experta en el arte de escribir de manera elegante.
Mi único objetivo es compartir con ustedes las experiencias que he vivido durante
muchos años en el noble campo de la docencia.

Desde mi infancia, siempre soñé con ser maestra. Recuerdo claramente cómo, en
cuarto grado de primaria, asumí el papel de profesora durante nuestras tardes de
estudio con mis amigos. Nos reuníamos en el andén de la casa, que era nuestro lugar
de encuentro, para repasar las tareas del día siguiente. Si alguien no mostraba su
cuaderno con las tareas completadas, no participaba en los juegos posteriores.
Incluso en los sábados y durante las vacaciones, encontraba tiempo para disfrutar
de mi papel como maestra. En resumen, enseñar era algo que me nacía hacer y que
disfrutaba enormemente.

Cuando culminé mi quinto grado de primaria, me presenté a exámenes para


obtener una beca que me permitiera continuar con mis estudios. En aquellos
tiempos, era necesario pagar una pensión mensual para cursar el bachillerato. La
emocionante noticia de que había sido seleccionada para recibir una beca llegó
durante mi tercer año en el Colegio María Auxiliadora de Cáqueza, en el año 1971.
Este acontecimiento me llenó de inmensa alegría, marcando el inicio de mi
preparación para convertirme en maestra de esta institución.

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Agradezco profundamente a la beca y al incansable esfuerzo de mis padres,
especialmente de mi madre, quien, gracias a la venta de leche, quesos, huevos y
cuajadas, podía reservar una parte y enviarme algo de dinero los lunes, junto con la
ropa de la semana. Gracias a este apoyo, pude estudiar interna durante mi cuarto,
quinto y sexto años con las hermanas salesianas. Aunque el cambio a esta
modalidad de internado fue difícil, pues implicaba estar encerrada, poco a poco me
fui adaptando a la rutina diaria marcada por campanas, disciplina y normas.

Me gradué como maestra el 24 de noviembre de 1973, un año en el que los


docentes se encontraban en una huelga en pro de la defensa de sus derechos. Tras mi
graduación, apenas ocho días después, comencé mi primera licencia en una vereda
del municipio de Cáqueza. En marzo, se me ofreció otra licencia, la cual acepté. En
julio de 1974, decidí dirigirme a la Secretaría de Educación y acudí a la ocina de
personal, donde solicité trabajo al señor Bernardo Castro.

Al preguntarme por qué no había acudido antes, respondí que deseaba trabajar.
El señor Castro tomó mis datos y, ocho días más tarde, recibí mi nombramiento para
trabajar en la vereda Mesetas del municipio de Caparrapí. El proceso de vinculación
llevó alrededor de veinte días. Una vez completado, me dispuse a emprender el
largo viaje hacia mi nuevo lugar de trabajo.

El trayecto fue extenuante, con diez horas de viaje hasta Guaduas por una
carretera pavimentada, pero a partir de allí, el camino se volvía destapado. Durante
el recorrido, solo se podían observar montañas y más montañas, con un terreno
accidentado y un clima caluroso. En cada parada del autobús, se levantaban
remolinos de polvo, haciendo el viaje aún más agotador y estresante.

Finalmente llegué al pueblo y me dirigí a la alcaldía y a la jefatura. Allí fui


recibida por el jefe Jairo Olaya, un excelente compañero. Al día siguiente,
continuamos el viaje durante dos horas hasta llegar a la inspección de San Pablo, y
de allí, cabalgamos durante dos horas más hasta llegar a la escuela.

La comunidad estaba al tanto de mi llegada y nos estaban esperando. El jefe me


presentó a los habitantes del lugar, compartimos un almuerzo y luego regresó. La
escuela consistía en un salón con paredes de tabla y un cuarto pequeño que sería mi
dormitorio. No había cocina y el baño era una letrina.

Mi llegada generó gran alegría, ya que llevaban siete años sin un docente. Me
instalé en la casa de la familia Contreras, quienes fueron muy amables al recibirme.
Viví con ellos durante ocho meses mientras organizaba la cocina. Luego, me
trasladé a la escuela.

Al día siguiente de mi llegada, los padres de familia acudieron a matricular a sus


hijos. En total, había 34 estudiantes, desde primero hasta cuarto grado, la mayoría
de ellos ya eran jóvenes. Algunos se sentían incómodos por su edad y estatura,
expresándome: Profe, creo que sería mejor trabajar. Sin embargo, logré persuadir a

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algunos para que continuaran hasta tercer grado. Desafortunadamente, los más
grandes y altos quedaron en primer grado. A pesar de esto, lograron aprender a leer,
sumar, restar, escribir sus nombres y luego se retiraron de la escuela.

En una reunión con los padres de familia, comenzamos el proyecto de ampliar y


mejorar la escuela. Realizamos varios bazares con ese propósito y, en 1977, tres años
después, ya habíamos conseguido los materiales necesarios: ladrillos, arena y
dinero para el cemento. En diciembre de ese mismo año, iniciamos la construcción
de la escuela. Sin embargo, debido a desacuerdos entre los padres de familia y la
junta de acción comunal, no pudimos alcanzar nuestro objetivo. Fue lamentable, ya
que en aquel entonces las necesidades eran muchas.

Después de unas merecidas vacaciones, al siguiente año, en 1978, regresé para


iniciar las clases y me encontré con la sorpresa de que la escuela ya no estaba.
Sorprendida y muy triste, informé la situación al jefe, quien, con cierta incredulidad,
decidió vericarlo personalmente. Los padres sugirieron que diera clases en la
enramada de la casa donde me hospedaba, pero el jefe Eduardo Hernández no
aceptó esta propuesta. Me noticó que debía presentarme en la ocina a partir del
próximo lunes, una situación que no me agradó, pero que debía obedecer.

Así fue como me despedí de esa hermosa comunidad, que en su momento fue la
mejor. Se tenía un gran respeto por el docente y era considerado como la gura
principal en las actividades programadas. Incluso, los sábados, era disputado quién
tendría el honor de invitar a la maestra a almorzar, un recuerdo muy grato.
Desafortunadamente, con el paso del tiempo, ese respeto hacia los docentes se fue
perdiendo, y quizás nosotros tuvimos mucho que ver en ello.

Después de dejar esa comunidad, comencé a gestionar mi traslado y recibí


ayuda del mismo jefe que me había recibido en Caparrapí, quien para entonces ya
trabajaba en Cáqueza. Estuve tres meses en la jefatura presentándome, luego me
enviaron a otra vereda llamada Alto de Ruedas, donde trabajé durante un mes.
Posteriormente, se aprobó mi traslado a Cáqueza, especícamente a la vereda La
Estrella, una de las más alejadas del municipio, pero estar en mi pueblo natal era lo
más importante para mí. Agradecí enormemente al jefe Jairo, quien poco después
también se trasladó y fue reemplazado por la jefa Marina Mora. En La Estrella
trabajé durante cuatro años junto a mi colega Gloria Meza. En 1982, la jefa de núcleo
y las supervisoras me ofrecieron una permuta para la vereda Ganco, la cual acepté
debido a mi embarazo.

Siempre he sido sindicalista y tengo claro que solo unidos podemos alcanzar
nuestros objetivos. Día a día, luchamos por defender los derechos del Magisterio
Colombiano y de sus familias. Durante varios años, formé parte de la Subdirectiva
Sindical, desempeñando el cargo de tesorera. En este rol, cada semestre, el Sindicato
enviaba a la subdirectiva el 20% de los aportes recibidos.

35
Gracias a mi actividad sindical, en marzo de 1982, tuve la oportunidad de asistir
a una reunión de dos días en Bogotá. Fue allí donde surgió la idea de fundar mi
propia cooperativa, COOTRADECUN, de la cual soy una de las fundadoras. Es
importante destacar que esta cooperativa nació de la necesidad de los docentes de
Cundinamarca de contar con una entidad que les proporcionara créditos para
ayudar en sus proyectos familiares. Anteriormente, el sindicato solía otorgar
pequeños préstamos, pero por estatutos, se les prohibió hacerlo en esas fechas.

Hoy en día, me siento sumamente orgullosa de haber creído en el proyecto de la


cooperativa de los docentes de Cundinamarca. Gracias a mi participación, he sido
testigo de su notable crecimiento, y me llena de felicidad ver cómo ha expandido su
alcance para apoyar a docentes y funcionarios públicos a nivel nacional. Es
graticante observar cómo esta cooperativa, que vi nacer, ha evolucionado,
progresado y ahora es reconocida como una de las más importantes en el ámbito
solidario y social.

Después de esta reunión, como dije me instalé en la vereda de Ganco, donde la


comunidad demostró ser muy colaboradora, y los estudiantes se destacaron por su
inteligencia y respeto. Durante mi tiempo allí, trabajé junto a las compañeras
Carmelina Herrera, Aleyda Hernández, Mirian Neira y el compañero Carlos
Alberto Céspedes (Q.E.P.D). En total, teníamos 120 estudiantes, desde primero
hasta quinto grado. Con el tiempo, la cantidad de alumnos comenzó a disminuir
debido a la apertura de una sede cercana, lo que resultó en una reducción de 40
niños y niñas en nuestra matrícula. Dos de nuestros compañeros, Carlos y Miriam,
fueron trasladados a la vereda Rincón Grande. Viendo cómo disminuía el personal
año tras año, Carmelina solicitó un traslado y fue ubicada en el Colegio
Departamental Urbano. Más tarde, Aleyda también fue trasladada a la vereda
Páramo. Finalmente, me quedé sola con los cinco cursos y 22 estudiantes.

En el año 2005, el programa Post-Primaria llegó a la sede Ganco, lo cual no


estuve de acuerdo. Este programa implicaba que los niños, al nalizar quinto grado,
permanecieran en la vereda en lugar de ir al pueblo a estudiar. Aunque ocupaban
los mejores puestos académicos, con este programa se dedicaban a actividades que
ya sabían hacer, como cuidar cerdos, criar gallinas, conejos, y trabajar en la huerta,
entre otras labores del campo. Esto resultaba en una disminución de la parte
académica, siendo reemplazada por tareas relacionadas con las labores agrícolas. El
programa contaba con un docente adicional, el cual me ofrecieron, pero decidí no
aceptar.

Durante mi tiempo en la sede Ganco, nacieron mis tres hijos: Harley en 1982,
Dayana en 1986 y Sindy en 1991. Además, realicé mi licenciatura en Básica Primaria,
estudiando los sábados. Me gradué el 4 de agosto de 1990 en la Universidad de
Cundinamarca y más tarde completé un Postgrado Especialista en Educación
Sexual, obteniendo el grado el 20 de septiembre de 1996 en la Universidad Antonio
Nariño.

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Durante 23 años, ejercí como docente en la sede Ganco. Sin embargo, debido al
programa que se implementó, solicité un traslado. Fui asignada a la sede Girón de
Blancos el 18 de marzo de 2005, donde trabajé con las compañeras Imelda Saray,
Nohora Reyes y Rosalba Hernández (Q.E.P.D). Teníamos a nuestro cargo 110
estudiantes, desde grado cero hasta quinto. La comunidad en Girón de Blancos se
caracterizaba por ser muy unida y solidaria. Los estudiantes eran respetuosos,
inteligentes, colaboradores y tenían un fuerte deseo de progresar.

Durante mi tiempo allí, logramos sacar adelante varias promociones de quinto


grado, las cuales luego ingresaban al colegio con muy buenos resultados
académicos. Teníamos la costumbre de recibir a los niños en segundo grado y
acompañarlos hasta quinto. Esta práctica nos permitía conocer las necesidades
individuales de cada estudiante y reforzar aquellos aspectos en los que necesitaban
apoyo. Esta estrategia demostró ser efectiva y contribuyó al éxito académico de
nuestros estudiantes.

Guardo hermosos recuerdos de los 14 años que pasé trabajando en la sede Girón
de Blancos. Uno de esos recuerdos especiales ocurrió cuando solicité ayuda a
COOTRADECUN para obtener computadoras para la escuela primaria. Nos
proporcionaron una unidad que ya había sido utilizada, y para los niños fue toda
una sensación, ya que era la primera vez que veían un computador. Por supuesto,
todos querían manipularlo, lo que resultaba difícil de gestionar con solo un equipo
para atender a 18 o 20 estudiantes.

Decidí tomar cartas en el asunto y solicité ayuda a la organización


Computadores para Educar. En poco tiempo, recibimos seis computadoras
adicionales, lo que mejoró considerablemente nuestro trabajo. Con la colaboración
del ingeniero de la alcaldía, logramos construir una sala de informática. Con el
tiempo, llegaron más equipos, y nalmente, pudimos establecer una sala de
informática bien equipada y funcional. Sin embargo, con el tiempo,
lamentablemente, esta sala cayó en desuso.

En el año 2014, si mi memoria no me falla, la sede primaria fue trasladada y la


escuela quedó abandonada. Continué trabajando en el colegio Girón de Blancos
hasta el año 2019, momento en el que tomé la decisión de retirarme del servicio. Lo
hice con la satisfacción de haber cumplido con mi deber. En 1997, comencé mi labor
en COOTRADECUN en la sede de Normandía, donde fui parte del comité de
Solidaridad. Nos reuníamos dos veces al mes para estudiar las solicitudes de auxilio
que llegaban al comité. Recuerdo especialmente a mi compañera Cristina Farfán
(Q.E.P.D), quien fue una gran amiga y compañera.

Durante este tiempo, la cooperativa experimentó un continuo crecimiento y se


percibió la necesidad de adquirir una nueva sede más grande y céntrica.
Compramos una parte del edicio actual y, con el paso de los años, adquirimos
también las ocinas de Coomeva y ampliamos la sede actual.

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Posteriormente, pasé a formar parte del consejo de administración y asumí el rol
de coordinadora del comité de solidaridad, integrado por Cristina Farfán, Matilde
Olaya, Gilma Luz León y otra compañera cuyo nombre no recuerdo. Es importante
destacar que en ese entonces, los comités estaban conformados por solo cinco
miembros, y el consejo se reunía una vez al mes en el salón Martínez. Todo el trabajo
se realizaba de forma honoraria, ya que la cooperativa aún era pequeña, pero en
constante crecimiento. A pesar de ello, disfrutaba de esta labor porque era algo que
me apasionaba, como dice el dicho: al que le sabe, le gusta.

En el siguiente periodo de cuatro años, formé parte del comité de crédito.


Después de varios años de rotación del consejero entre Choachí y Fomeque, decidí
postularme para el consejo y fui elegida. Durante este periodo, continué como
coordinadora del comité de crédito y fui delegada de la zona Oriente. Me propuse
conseguir una ocina en Cáqueza para facilitar los trámites de los asociados en la
cooperativa, sin necesidad de desplazarse hasta Bogotá. En cada reunión del
consejo, solicitaba ferias de servicios que eran muy aprovechadas por los asociados
de la zona Oriente.

Después de mucha insistencia, nalmente en septiembre de 2018, durante una


reunión del consejo, el señor gerente anunció: Vamos a abrir la ocina en Cáqueza,
pero si no da resultados, la cerraremos. Este anuncio me llenó de alegría y
satisfacción por el logro alcanzado. Se me encomendó la tarea de encontrar un local
adecuado y llevar currículums para seleccionar a nuestra secretaria.

El local para la ocina se alquiló en el Hotel El Parque y el 1 de noviembre de


2018, nuestra ocina abrió sus puertas a los asociados y asociadas. En la
inauguración, contamos con la presencia de César Barrios, jefe de talento humano,
Mauricio Barbosa, coordinador de Cootra Sport, Lizzeth Ladino, nuestra secretaria,
y varios asociados. Aunque el evento fue sencillo, fue muy hermoso y todos los
presentes quedaron encantados y agradecidos por la gestión realizada. Gracias a
Dios, la ocina continúa prestando sus servicios con resultados favorables hasta el
día de hoy.

En el siguiente periodo, nuevamente fui designada como delegada municipal,


delegada de la zona, consejera y coordinadora del comité de Bienestar Social. En el
siguiente periodo, pasé a formar parte del comité de crédito, y en abril de 2022, fui
trasladada al comité de Bienestar Social, donde actualmente presto mis servicios.
Aquí colaboro y trabajo en benecio de nuestros asociados, contribuyendo al
bienestar y desarrollo de la comunidad.

La misión del maestro implica ser un orientador, consejero y amigo, alguien que
ayuda, guía y cuida a los estudiantes que nos han sido conados para formarlos
como personas íntegras en la sociedad en la que se desenvuelven. Por mi
experiencia, creo que mis antiguos alumnos me recuerdan con aprecio y cariño,
como una gura materna que tuvieron en su infancia. Ellos me involucraban en sus

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juegos, siempre me asignaban el papel de abuelita, y conaban en mí lo suciente
como para contarme sus problemas y dicultades, ya sea en casa o con sus
compañeros. A través del diálogo, juntos encontrábamos soluciones. Además,
cuando nos encontramos por la calle, el saludo es siempre afectuoso de ambas
partes, lo que evidencia el vínculo especial que hemos mantenido a lo largo del
tiempo.

Cuando comencé mi labor como docente en Mesetas, todavía se discutía sobre


liberales y conservadores. Experimenté un momento desagradable de carácter
político dos años después de mi ingreso. Los supervisores realizaban visitas para
evaluar mi desempeño como docente y determinar si podía ascender a la categoría
primera. En aquel entonces, aún no se había promulgado el decreto 2277/79, que
posteriormente mejoraría los salarios docentes.

En preparación para una de estas visitas, me dediqué a mejorar el entorno de la


escuela. Compré pintura blanca para pintar las tablas que rodeaban la escuela y
pintura roja para embellecer las macetas que los niños habían traído de sus hogares
y que colgaban en las paredes de madera. Estas mejoras buscaban crear un ambiente
más agradable en la escuela.

¡Oh, sorpresa! Fui denunciada ante el inspector de policía, quien me envió una
citación para el siguiente domingo. Los supervisores realizaron su visita el martes y
gracias a Dios, me fue muy bien en la misma. El domingo, salí al caserío y me
presenté ante el inspector. Él me dijo: Profesora, ¿por qué pintó las macetas de rojo?
¿Acaso no sabe que esta vereda es conservadora? Le respondí: No, señor. Además, el
color no dene nuestras creencias políticas. No se preocupe, mañana las devolveré
a los niños y cada uno podrá llevarse su maceta a casa. Supongo que las deben haber
dañado, pero la verdad es que no averigüé al respecto.

Me parece curioso recordar que llegué a ese lugar identicada como liberal,
siguiendo la recomendación que me dieron en la secretaría el día de mi posesión. El
señor Castro me dijo: Si le preguntan sobre su aliación política, diga que es liberal.
Aunque no lo sea, ya sabe que quedó como presidente Turbay Ayala.
Afortunadamente, no me hicieron esa pregunta. Le conté lo sucedido en la
inspección a Fernando, un joven de la casa donde vivía, y él no pudo contener la risa.
Me dijo: Son unos torpes. Aquí en la casa, yo soy liberal y Guillermo es conservador.
No pasa nada, profe. Tranquila.

Más adelante, sin saberlo, contribuí a mitigar las tensiones entre las dos veredas
vecinas, separadas por la quebrada Salinas. Taticito era liberal y Mesetas,
conservador. Los habitantes no podían cruzar la quebrada debido al peligro que
representaba, tanto del lado de Taticito como del lado de Mesetas. Este peligro se
hizo evidente cuando un hombre conocido en el caserío de San Pedro fue a comprar
una res en Taticito y lo encontraron muerto en la quebrada tres días después. En
casa, nadie mencionaba el incidente frente a mí, pero notaba la preocupación en sus
rostros. Probablemente, evitaban hablar del asunto para no alarmarme.

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Meses después, el profesor Luis Mancera de Taticito me invitó a un almuerzo
con padres de familia. Agradecí el gesto y, efectivamente, asistí un sábado con un
grupo de padres de Mesetas. Descendimos por terreno montañoso y accidentado
hacia la quebrada, y ascendimos por un camino entre pastizales con una vista
impresionante de lejos, divisando el río Magdalena y Puerto Boyacá. Nos recibieron
muy bien en Taticito.

Antes de regresar, los padres de mi escuela devolvieron la invitación para


dentro de quince días. El profesor vino con sus padres de familia y los atendimos lo
mejor posible. Más adelante, recibimos una invitación a un bazar de dos días para
recaudar fondos destinados a arreglos en la escuela. Aunque personalmente no
pude asistir, algunas personas de la vereda sí fueron y colaboraron con la causa.

En octubre de 1977, organizamos un bazar con el objetivo de recaudar fondos


para la compra de cemento y así poder iniciar la construcción de la escuela durante
las vacaciones. La comunidad de Taticito nos brindó su apoyo y colaboró
activamente en la obtención de recursos para esta obra.

Sin embargo, no éramos conscientes de las diferencias políticas entre las veredas
ni del riesgo que corríamos al intentar unir a ambas comunidades. Fue graticante
descubrir más tarde que nuestro esfuerzo logró que dejaran atrás las disputas del
pasado y que las comunidades pudieran disfrutar juntas de las aguas cristalinas de
Salinas, donde pasábamos días de sol, baños y comidas compartidas.

Para aquellos que eligen esta noble profesión, a pesar de sus desafíos a veces
ingratos, lo hacen por vocación y no por falta de otras opciones. Esto es lo que nos
distingue: la disposición a enseñar incluso sin tener todos los conocimientos
pedagógicos necesarios. Se requiere una gran dosis de paciencia, tolerancia,
entrega, servicio y ayuda para guiar a aquellos que confían en nosotros, con el
objetivo de formar individuos responsables, respetuosos hacia los demás y
cumplidores de sus deberes.

Un episodio que dejó una huella profunda en mi carrera como docente ocurrió
cuando llegué a mi salón de clases en Ganco y vi a un niño indígena proveniente del
Guainía. Su madre lo había traído y lo entregó a su abuela, prometiendo regresar
por él durante las vacaciones. Sin embargo, eso nunca sucedió, ya que el padre del
niño había sido asesinado. Esta situación impactó enormemente al niño, quien
mostraba un comportamiento agresivo y distante. No socializaba con sus
compañeros, era propenso a lanzar piedras, hacía ruidos extraños y pasaba la
jornada trepada en los árboles. Ignoraba las órdenes, mostraba expresiones de enojo
e incluso destrozaba los cuadernos, lo que generaba una gran preocupación,
especialmente para su abuelita, una mujer de edad avanzada que sufría mucho
debido al comportamiento del niño.

Ella mantenía la esperanza de que, durante las vacaciones, la madre del niño

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vendría y se lo llevaría consigo, pero lamentablemente, eso nunca sucedió. El niño
mostraba una marcada aversión hacia el refrigerio que se ofrecía en la escuela, lo
esparcía por el salón y exigía con furia: ¡Deme yuca brava! Cuando se le ofrecían
frutas, las rechazaba de manera abrupta, argumentando que eran feos. Al principio,
al recibir comida, se tiraba boca abajo, metiendo la boca en el plato, y aunque comía
de manera desordenada, terminaba con el rostro completamente manchado.
Rehusaba aceptar la cuchara y la arrojaba lejos. Me llevó mucho tiempo lograr que
comenzara a comer de manera más ordenada, como los demás niños.

Poco a poco, con paciencia, amor y afecto tanto de parte mía como de sus
compañeros, el niño empezó a integrarse mejor. Logramos hacerle sentir
importante y valioso. Fue un proceso largo, que duró aproximadamente un año, y
en ocasiones sentía desaliento al no ver cambios signicativos en el niño. Sin
embargo, al año siguiente, se transformó en una persona diferente, mostrando
además un notable intelecto. A veces se acercaba y me preguntaba angustiado: ¿Por
qué mi mamá no viene? ¿Cuándo vendrá? Sus lágrimas eran desgarradoras.
Lamentablemente, la madre nunca regresó. Cuando me trasladé, él ya estaba en
segundo grado. Más tarde, supe que había completado la educación secundaria y
había prestado servicio militar.

Fue una experiencia que permanecerá grabada en mi memoria debido a su


complejidad y desafíos. Recuerdo claramente la rebeldía, los ruidos perturbadores
y la negativa de Jeisson a seguir órdenes, lo cual representaba un peligro para el
resto de los estudiantes. Gracias a Dios, pudimos intervenir y lograr un cambio en
ese momento. Sin embargo, recientemente me enteré de que Jeisson está detenido
por homicidio. Es realmente triste saber que un exalumno se encuentra en esta
situación. A pesar de ello, me reconforta saber que durante sus primeros años como
estudiante logramos avanzar mucho con él.

Expreso mi profundo agradecimiento a Dios por brindarme la oportunidad de


dedicarme a lo que realmente deseaba hacer: contribuir a la formación de
numerosos estudiantes en las diversas comunidades donde tuve el privilegio de
trabajar. Hoy, al disfrutar de mi jubilación como docente, lo hago con la satisfacción
de haber cumplido con mi deber.

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Edgar Cruz
Docente pensionado, Sumapaz

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M is mayores motivaciones para convertirme en maestro fueron el ejemplo
de mi madre, Cleotilde Laguna de Cruz, y el hecho de que, en mi pueblo,
Icononzo, Tolima, había una Normal. Desde una edad temprana, me
encantaba aprender cosas nuevas. Siempre las personas que me enseñaron fueron
buenos maestros que se preocupaban más por la persona que por los contenidos que
tenían que enseñar. Esto me motivó a formarme como maestro, pero desde una
perspectiva diferente: ver al estudiante no como un simple receptor de
conocimientos, sino como un individuo integral al que se le proporcionan
herramientas para la vida, para defenderse. Romper esquemas fue mi mayor
motivación. En la escuela, a menudo discrepaba de mis compañeros docentes
porque se limitaban a impartir conocimientos sin considerar el desarrollo integral
del estudiante.

Pero en realidad, hoy en día se necesita formar a más personas, sin dejar de lado
el conocimiento. Esa fue otra de mis motivaciones como docente. Dedicaba parte de
mi vida a hacer de mis estudiantes grandes amigos, bajo los criterios de respeto y
responsabilidad. Tuve la oportunidad de trabajar muchos años junto a mi esposa
Carmenza Cifuentes de Cruz, quien era la coordinadora del colegio. Juntos
dirigimos y lideramos muchas actividades en benecio de los estudiantes y de
familias muy necesitadas. Otra motivación que tuve como maestro fue mi
formación en bellas artes, ya que soy artista: músico y pintor.

Lamentablemente tomé la decisión de renunciar tan pronto cumplí los 55 años,


para pensionarme. Esto porque veía que cerca del 80% de los maestros no habían
abrazado esta profesión tan digna y maravillosa como un ejemplo de superación
personal. Uno aprende a través de las circunstancias y vivencias con los estudiantes.
Por eso decidí retirarme y dedicarme a mi empresa: soy el dueño y director de una
orquesta llamada La Sociedad, además de publicista.

Mis primeros años en la docencia fueron de mucho entusiasmo y expectativas,


pues recién terminaba en la Normal Nacional de Icononzo como uno de los mejores
alumnos-maestros. Salí con ganas y dedicación para ejercer mi profesión docente.

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Mi recorrido en la docencia empezó en 1981, en la misma institución que me vio
crecer y que me brindó la oportunidad de ser maestro. Por haber sido el mejor
Alumno-Maestro de la Normal de Icononzo (Tolima), pude reemplazar a una
docente en la escuela anexa durante 2 meses. Al terminar, conseguí trabajo en el
Liceo Britalia, un colegio privado en Bogotá, donde fui profesor y coordinador.

En 1986, participé en el concurso y fui seleccionado para trabajar en una pequeña


escuela rural en la vereda Bermejo, ubicada en el municipio de Dolores, Tolima. Sin
embargo, mi permanencia allí fue breve, ya que la guerrilla tomó el control de la
escuela, lo cual resultó completamente inesperado para nosotros. Durante los dos
meses que estuvimos allí, nos vimos en la situación de dormir sobre los pupitres, ya
que no teníamos un lugar adecuado para alojarnos y estábamos a disposición de los
guerrilleros. A pesar de las circunstancias, siempre fuimos tratados con amabilidad
y recibimos comida por parte de ellos. A pesar de la presencia de la guerrilla, no
perdimos el entusiasmo por trabajar con los jóvenes, ya que esta era una realidad
con la que la gente de la zona convivía a diario.

Construimos a mano, utilizando machetes, picas y azadones, una cancha de


fútbol donde jugábamos con los guerrilleros hasta que nos vimos obligados a
abandonarla. Además, trabajé a tiempo parcial en un colegio privado llamado
Instituto Técnico en Sistemas Santa Rosa de Lima. También tuve la responsabilidad
de trabajar en diversas veredas de Carmen de Apicalá (Tolima) junto con mi esposa,
a pesar de las dicultades que implicaba, como cruzar quebradas y mojarnos. En ese
entonces, teníamos dos hijos, y cuando se enfermaban, debíamos trasladarnos al
hospital entre las 2:00 y las 3:00 de la madrugada. Fue un período de sacricio
considerable para nuestra familia.

En síntesis, la docencia como tal la ejercí con mucha vocación. Al inicio de mi


carrera, daba todo de mí, pues recién graduado uno quiere aportar todo lo
aprendido en su formación personal y profesional. Eso me llenó de mucha
satisfacción. Trabajar en el campo fue un gran reto y una experiencia enriquecedora.
Con el paso del tiempo, junto con unos amigos de Melgar (Tolima), fui gestionando
mi traslado a ese municipio. Allí empecé a trabajar en la Escuela Gabriela Mistral del
Barrio Sicomoro, que se convirtió en un mega colegio. Estudié mi licenciatura en
Bellas Artes, luego una especialización en Arte y Folclor. Tengo una inclinación
artística, por lo que enfocaba toda mi experiencia y conocimientos en las artes
plásticas.

Desde mi llegada a Melgar, me enfoqué exclusivamente en el área de educación


artística, una asignatura que, lamentablemente, en la actualidad es considerada por
muchos colegios como secundaria y sin importancia. Sin embargo, durante mi
tiempo en la institución educativa, esta materia tenía un gran valor, ya que era
fundamental para la integración de los estudiantes. Fue así como comencé mi
trayectoria en la enseñanza, y por ello estoy agradecido con Dios, el gran maestro.
Aquellos de nosotros que optamos por la carrera docente debemos estar imbuidos
de ánimo y espíritu en el arte de enseñar. También debo agradecer a mi esposa, cuyo

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apoyo fue invaluable; juntos logramos grandes cosas en benecio de la institución y
de la niñez.

Desafortunadamente, en la actualidad, la educación tiende a tratar a todos los


estudiantes por igual, cuando en realidad cada niño es único y enfrenta diferentes
circunstancias en su vida. Algunos pueden llegar bien alimentados, otros con
recursos económicos abundantes, mientras que otros no tienen esas mismas
condiciones. Como maestros, tendemos a tratar a todos por igual. Por eso, mi
recomendación para aquellos que están comenzando en esta profesión es que
conozcan las circunstancias particulares de cada uno de sus estudiantes y se
adapten a sus necesidades individuales.

Solía decirles a mis estudiantes que los consideraba como mis propios hijos, ya
que son la razón de ser de nuestra profesión. ¿Qué seríamos nosotros sin
estudiantes? No podríamos llevar a cabo la labor que Dios nos ha encomendado.

Desde mis inicios en la docencia, siempre he mostrado una aversión hacia la


evaluación cuantitativa aplicada a los estudiantes. Esta forma de evaluación no
contribuye a su formación; más bien, resulta represiva, llevando a los estudiantes a
enfocarse exclusivamente en obtener una buena calicación en lugar de buscar el
verdadero aprendizaje. Por eso, siempre les decía a mis alumnos: No se preocupen
por sacar una buena nota, preocúpense por demostrar lo que han aprendido. Esta
mentalidad me permitió establecer una relación sólida basada en el respeto y la
camaradería, creando un ambiente educativo que se asemejaba a una familia. En mi
experiencia, el respeto orece más cuando se cultiva el amor en lugar de la
represión. Donde hay miedo, se genera represión, pero donde hay amor, se
construye conanza y se inculcan valores de manera más efectiva.

Daba lo mejor de mí porque considero que la docencia es una profesión


sumamente graticante, ya que nos brinda la oportunidad de enseñar y, al mismo
tiempo, aprender de los jóvenes y los niños. Es aquí donde uno reconoce su
verdadera vocación de servicio.

Tanto en entornos rurales como urbanos, gracias a Dios, tuve éxito. Siempre me
esforcé por proporcionar a los estudiantes una formación integral, ya que observo
que en la actualidad no se enfoca en formar a los estudiantes, sino simplemente en
transmitirles conocimientos, lo cual es un grave error. Las computadoras y las redes
están disponibles para transmitir conocimientos, pero la tarea de formar valores y
lograr una educación integral recae en nosotros, los docentes. Debemos aprovechar
al máximo los espacios que compartimos con los jóvenes.

Hoy, mientras descanso, me siento profundamente orgulloso de haber dedicado


más de 35 o 40 años de mi vida a la enseñanza. Recuerdo innumerables anécdotas,
experiencias vividas y valiosos aprendizajes, pues el maestro es alguien que
experimenta, que llora, que ríe, pero siempre está dispuesto a dar lo mejor de sí
mismo.

45
A lo largo de las décadas de trabajo y las experiencias acumuladas, he llegado a
comprender la importancia del enriquecimiento profesional que he obtenido como
educador. El contacto con los estudiantes, los colegas docentes y los padres de
familia ha sido fundamental en este proceso. Desde esta perspectiva, entiendo que
el ideal de la escuela va más allá de los límites físicos y del enfoque puramente
académico. Es crucial romper con el encasillamiento y el connamiento. Sería
enriquecedor tener la posibilidad de impartir clases al aire libre, fomentando un
mayor contacto con la naturaleza, así como utilizar la tecnología de manera más
efectiva, enfocada en la formación integral del estudiante.

Insisto en que la escuela debe ser el pilar fundamental en la formación integral


del individuo. Es lamentable observar cómo algunas instituciones tratan a todos por
igual, ignorando las diferencias individuales y las necesidades especícas de cada
estudiante. Este enfoque uniforme no es adecuado y no contribuye al desarrollo
pleno de los jóvenes.

Debemos ser conscientes de que la escuela requiere un compromiso serio y


ecaz por parte del maestro. Si este no da lo mejor de sí, la escuela seguirá la misma
trayectoria equivocada, perpetuando situaciones que han fracasado en otros países
y que no queremos repetir. Necesitamos romper ese ciclo y desarrollar nuestra
propia iniciativa en benecio de la niñez, la juventud y el estudiantado.

El ideal de la escuela debe ser adaptarse a las necesidades actuales, para que los
estudiantes al graduarse no queden desamparados, sino preparados para
defenderse y conseguir empleo con rapidez. Lamentablemente, muchos jóvenes no
han sido formados adecuadamente para su futuro. Es triste ver a un estudiante
graduarse pensando en descansar, sin entender que la escuela debería ayudarle a
preparar su proyecto de vida para progresar y prosperar. La escuela ideal es aquella
que contribuye a la formación integral del alumno desde temprana edad, pero si
seguimos tratándolos a todos igual, será difícil lograrlo.

Mi experiencia docente ha estado llena de anécdotas, pero lo que más me ha


impactado es darme cuenta de que no conocemos verdaderamente a nuestros
educandos. En la institución donde trabajé, había estudiantes de diversos estratos
sociales. A menudo cometemos el error de prestar más atención a quienes tienen
buen rendimiento, sin preguntarnos por qué algunos no alcanzan ese nivel. Hay
estudiantes con deciencias o problemas de disciplina que pasan desapercibidos.
Esta realidad ha dejado una huella profunda en mí. La desigualdad social no es
culpa exclusiva de los maestros, también es responsabilidad del Estado y la
sociedad en general, que con frecuencia contribuyen a hundir más a quienes ya
están en desventaja.

Tengo una anécdota que me dejó profunda huella: había un niño que casi nunca
desayunaba, al igual que sus hermanitos, pero eran estudiantes ejemplares. A pesar
de sus carencias, se esforzaban al máximo. Sin embargo, sus ropas evidenciaban su
precaria situación. Junto con mi esposa Carmenza Cifuentes, decidimos usar parte
de nuestro sueldo para comprarles uniformes y cuadernos. Ver la sonrisa y alegría

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en el rostro de ese alumno era más graticante que cualquier suma de dinero.
Además, recolectábamos libros para ellos, lo cual nos producía inmensa
satisfacción. Nos preguntábamos cuál era el verdadero papel del docente:
¿transmitir solo conocimientos o ayudar a aquellos estudiantes más necesitados,
que a menudo desconocemos por completo? Esta anécdota se volvió una de las más
signicativas de mi trayectoria.

Otra experiencia lamentable fue la falta de interés sobre los proyectos de vida de
los educandos en las instituciones. Este era un aspecto que yo consideraba
importante, pero que lamentablemente no tuvo acogida. Recuerdo a un joven que
siempre mostró interés en derecho y anhelaba ser abogado. Le sugerí investigar
sobre las funciones de un abogado, los ingresos y las materias de la carrera. Sin
embargo, este estudiante terminó reprobando undécimo grado por no superar
educación física y ciencias naturales, especícamente química. Fue desgarrador que
perdiera un año escolar por áreas no relacionadas con su futura profesión. Esta
situación evidenció la falta de conocimiento sobre nuestros propios estudiantes. Los
jóvenes que desean estudiar derecho necesitan un enfoque en losofía,
pensamiento crítico y humanidades. Me entristeció profundamente que este
estudiante estuviera en riesgo de abandonar su educación media.
Afortunadamente, al año siguiente le brindé apoyo nanciero para que pudiera
terminar el bachillerato y superar este obstáculo.

Tras haberme jubilado, regresé al colegio y experimenté gran satisfacción al


escuchar a los estudiantes expresar: Profe, ¡cuánto nos hace falta! El recuerdo que
tengo en mis alumnos es profundo y graticante, pues más que un simple docente,
fui su condente. Conocía más sobre sus problemas familiares que incluso sus
propios padres. Me convertí en quien los comprendía y apoyaba, siempre dentro
del marco del respeto y el compromiso como estudiantes. En repetidas ocasiones
actué como mediador y dialogué con los padres para resolver situaciones delicadas.
Fui un consejero para ellos.

Me llena de satisfacción ver el éxito de mis antiguos educandos. Muchos de ellos


son ahora destacados adultos y profesionales. Algunos han sido alcaldes, otros
candidatos a alcaldías en distintos municipios, y también hay abogados e ingenieros
entre ellos. El afecto con el que me saludan, diciendo cosas como Profe, ¡usted es de
primera! o ¡Usted es un crack!, son los mejores recuerdos que atesoro. Algunos de
mis alumnos consideraron mi materia como una fuente de orientación y
profesionalismo, y eso me enorgullece. Además, entre mis estudiantes hay artistas
que me envían sus obras, agradeciéndome por haber sido un ejemplo.

Recibir el aprecio de mis estudiantes y algunos colegas docentes es el mayor


reconocimiento. Cada saludo y llamada telefónica son un recordatorio del impacto
positivo que tuve en sus vidas. Por todo esto, doy gracias a Dios por mi profesión de
maestro. Me considero un profesor por vocación y estoy agradecido de haber
podido contribuir al bienestar de tantas familias y jóvenes a lo largo de mi
trayectoria profesional.

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Martha Inés Flórez Alméciga
IED Ignacio Pescador Choachí, Cundinamarca
“Estoy en deuda con mi padre por vivir,
pero con mi maestro por vivir bien”
Alejandro Magno

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M i nombre es Martha Inés Flórez Alméciga y desempeño el cargo de
docente de Lengua Castellana en la Institución Educativa Departamental
Ignacio Pescador, ubicada en el municipio de Choachí, Cundinamarca.
Mis estudios universitarios los realicé en la Universidad Santo Tomás de Aquino de
Bogotá, donde obtuve mi título de grado, y posteriormente, completé mi
especialización y maestría en la Universidad de Santander.

Mi educación básica transcurrió en la Institución Departamental Rural


Integrada de La Calera, donde cursé tanto la primaria como secundaria. Durante ese
período, nuestra institución logró destacarse entre otros colegios municipales a
pesar de las limitaciones de recursos y las grandes dicultades inherentes a ser un
colegio nuevo y rural. Nos enfrentamos directamente a diversos conictos e
intereses políticos de la época, lo que resultó en una gestión deciente, desvío o
pérdida de recursos destinados a la educación, entre otros problemas.

A pesar de todas las dicultades, contábamos con excelentes directivos y


docentes que nos inculcaron, en aquel entonces, la importancia de la perseverancia
y la consecución de metas a pesar de la adversidad. Logramos posicionar nuestra
escuela por encima de otras, privadas o públicas, que contaban con muchos más
recursos. Este logro me inspiró a convertirme en docente y me hizo comprender que
es posible generar grandes cambios a través de la inspiración y la motivación. Estoy
convencida de que la mayoría de las personas recordamos con gratitud y
admiración a aquellos maestros que superan las barreras del ámbito educativo y
llegan, con gran sensibilidad, a tocar nuestros sentimientos más profundos,
dejándonos recuerdos y experiencias graticantes vividas en la escuela. Es por esta
razón que decidí seguir la carrera docente, a pesar de que sea una profesión
subvalorada y poco apreciada, pero que, sin duda, es la única capaz de formar a
todas las demás profesiones del mundo.

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Mi educación superior la desarrollé de manera semipresencial, ya que me
convertí en madre a una edad temprana. Sin embargo, esto no representó un
obstáculo para alcanzar mis metas, tal como me habían enseñado. Durante este tipo
de educación, adquirí otro aprendizaje que resultaría útil más adelante en mi vida
profesional: comprendí que la autonomía y la voluntad del estudiante son la base
más sólida para llevar a cabo un buen proceso de enseñanza-aprendizaje. De nada
sirve tener tiempo, recursos y todo al alcance si no tenemos la motivación y el
enfoque claro para alcanzar lo que nos proponemos.

Trabajé como docente provisional en una escuela unitaria de la Institución


Departamental Rural Integrada de La Calera, donde tuve a mi cargo seis cursos que
abarcaban desde preescolar hasta quinto grado. Esta experiencia resultó
sumamente enriquecedora, ya que me permitió reconocer la necesidad de
desarrollar diversas estrategias pedagógicas adaptadas a las diferentes condiciones
y necesidades de mis estudiantes. Motivada por esta realidad, decidí realizar cursos
relacionados con la lúdica y la pedagogía para la infancia.

Durante mi tiempo en esta institución, llevé a cabo mi tesis de pregrado, titulada


La tradición oral como iniciación a la literatura en los niños de la Escuela Rural
Mundo Nuevo. Esta investigación me permitió profundizar en la importancia de la
tradición oral como una herramienta valiosa para introducir a los niños en el mundo
de la literatura.

Realizar esta tesis fue una experiencia extraordinaria y muy graticante.


Implicaba recopilar todas las historias de tradición oral de la región y llevarlas a la
escuela para enseñar literatura a los niños a partir de las historias de su propio
entorno. Muchas de estas narraciones presentaban personajes que los niños
conocían o de los cuales muchos eran descendientes directos. Se trataba de relatos
que tenían lugar en lugares por los que ellos pasaban diariamente camino a la
escuela y que contenían el lenguaje claro y sencillo con el que habían crecido.

Los procesos de redacción, ilustración, producción de videos y edición del libro


de historias se llevaron a cabo en colaboración con los propios niños. Esto les brindó
la oportunidad de aplicar diferentes conocimientos aprendidos en áreas como artes,
español, ciencias sociales, ética, religión, educación física y otras materias, las cuales
pudieron ser integradas de manera exitosa en el proyecto.

Por esta razón, la tesis fue un logro signicativo que generó gran alegría tanto en
los niños y sus padres que participaron en la investigación, como en mí como
investigadora.

En el año 2013, participé en el concurso, y dos años después, en 2015, fui


nombrada en la institución donde actualmente trabajo. Al principio, seguí el
método tradicional de enseñanza. Sin embargo, a partir de 2017, comenzamos a
implementar el método relacional SERC (Sistema Educativo Relacional de
Cundinamarca). Este enfoque educativo coloca al estudiante como protagonista de

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su propio proceso de aprendizaje y enfatiza la autonomía como una habilidad
necesaria e incluso obligatoria para alcanzar los objetivos académicos.

Esta transición representó una experiencia formativa invaluable para mí.


Aprendí una nueva metodología pedagógica, dejando atrás la concepción de la
enseñanza centrada en la transmisión de conocimientos. En su lugar, adoptamos un
enfoque centrado en el acompañamiento y la orientación, facilitando que los
estudiantes establezcan y alcancen sus propias metas académicas.

Si bien este nuevo método ofrecía nuevas alternativas de trabajo, también


demandaba que nosotros, como docentes, adquiriéramos nuevos conocimientos.
Esto era necesario para evitar que la labor académica, tanto para los docentes como
para los estudiantes, se volviera monótona y para desarrollar otras habilidades
necesarias para el crecimiento y avance educativo.

Motivada por esta necesidad, decidí iniciar una especialización en Aplicación de


Nuevas Tecnologías en la Educación y una maestría en Aplicación de las TIC en la
Educación. Estos programas me abrieron nuevos horizontes educativos y me
permitieron fortalecer el método relacional con el uso de herramientas digitales en
el salón de clases. Además, pude implementar la gamicación en el aula a través de
lo que mis estudiantes llaman cierres dinámicos.

Esta estrategia educativa permite realizar una evaluación constante mediante el


juego y la lúdica en diferentes plataformas educativas, como Kahoot; Quizzis;
Educaplay; Wordwall; Liveworksheets; entre otras. Estas herramientas ofrecen la
posibilidad de diseñar y obtener juegos basados en diversas temáticas
desarrolladas en todas las áreas del conocimiento.

A través de estas estrategias, pude observar que un gran número de estudiantes


se sintieron motivados a trabajar y a ampliar sus conocimientos con el objetivo de
ser más competitivos y obtener la mayor cantidad de puntos en los cierres
dinámicos. De esta manera, podían avanzar en el proceso educativo y obtener
benecios directos.

Como docente, me di cuenta de que, bajo el método relacional y especialmente


en la jornada única, que es común en muchas instituciones, los estudiantes necesitan
nuevas motivaciones y actividades que los saquen de la rutina. Esto genera un
ambiente de diversión y sana competencia, lo que favorece su compromiso con el
aprendizaje.

Fue así como inicié la implementación de esta iniciativa. Además de fortalecer el


aanzamiento de los aprendizajes, esta estrategia introduce a los estudiantes en el
uso de herramientas que amplían y modican la forma en que alcanzan sus metas
educativas. Entre estas herramientas se incluyen la creación de diferentes
herramientas de pensamiento (indispensables en este modelo), líneas de tiempo,

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blogs literarios, caricaturas virtuales, historietas y contenido educativo, entre otros
recursos.

Uno de mis aportes signicativos en esta institución ha sido la creación y


desarrollo del proyecto lector, el cual tiene como objetivo principal fomentar y
estimular la lectura y la comprensión de textos literarios. En este proyecto, cada
curso lee diferentes textos literarios durante los cuatro cortes del periodo
académico, seleccionados de acuerdo con el tipo y período de la literatura
correspondiente a cada grado. El propósito es fortalecer la habilidad lectora en sus
tres niveles: literal, inferencial y crítico.

Después de la lectura, se lleva a cabo una socialización en el grupo mediante la


exposición verbal, lo que fortalece la competencia en la escucha y el habla, así como
la expresión verbal y corporal. Además, basados en estas lecturas, se realizan
procesos de producción textual, como la elaboración de reseñas, artículos de
opinión y ensayos, lo que contribuye al fortalecimiento de la redacción y la
escritura.

Durante estas actividades de socialización literaria, los estudiantes no solo


mejoran las competencias mencionadas, sino que también aprenden la importancia
del trabajo colaborativo y del uso de herramientas digitales. Además, exploran
talentos como el teatro y la poesía, lo que les permite crear presentaciones, videos y
obras teatrales, entre otras expresiones artísticas, enriqueciendo así su proceso
formativo y educativo. Como docentes, es fundamental no solo fortalecer el aspecto
cognitivo, sino también considerar otros aspectos que forman parte de la vida diaria
de nuestros estudiantes.

Estos aportes en el campo pedagógico también me han permitido apreciar el


increíble talento que muchos estudiantes poseen en diversos ámbitos. Algunos
destacan en expresión corporal, mientras que otros sobresalen en expresión verbal y
escrita. Hay quienes muestran habilidades excepcionales en el manejo de
herramientas digitales, en liderazgo, organización y en muchas otras áreas que se
hacen evidentes a lo largo del proceso educativo.

Nuestra labor como educadores es tener la sensibilidad necesaria para


identicar estas fortalezas en los estudiantes, pero también para reconocer y
abordar sus áreas de mejora. De esta manera, contribuimos no solo a una educación
tradicional, sino también a una educación complementaria que enriquece aún más
nuestra misión educativa.

Por todo lo anterior, es crucial reconocer que los educadores siempre debemos
estar abiertos a aprender, no solo de diversas fuentes educativas, sino también de
nuestros propios estudiantes. La dinámica estudiante-maestro es una de las más
enriquecedoras y formativas para cualquier individuo, sin que ninguno ocupe un
lugar preponderante sobre el otro.

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Me resulta sorprendente la destreza que muchos estudiantes poseen en el
manejo de recursos tecnológicos. Estas habilidades deben ser aprovechadas y
fomentadas en benecio de un uso constructivo, ya que es nuestra responsabilidad
como educadores innovar y adaptarnos a los cambios rápidos de la sociedad.

La creación de entornos positivos, empáticos y divertidos es fundamental para


fortalecer la relación entre docentes y estudiantes. Estos ambientes pedagógicos
pueden tener un impacto signicativo en el éxito del proceso de enseñanza-
aprendizaje, del cual no solo se benecian los estudiantes, sino también nosotros,
los docentes. Personalmente, experimento una gran satisfacción cuando un
estudiante me expresa su agradecimiento diciendo: Gracias profe, tú me motivas a
ser mejor y me inspiras a ser maestro.

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Adriana Marcela Ramírez Sanabria.
Docente Primaria Colegio Miguel Unia.
Agua de Dios - Cundinamarca.

“Siembra en los niños ideas buenas, aunque no las entiendan…


Los años se encargarán de descifrarlas en su entendimiento
y hacerlas orecer en su corazón”
María Montessori.

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E vocando recuerdos que hacen palpitar mi corazón en cada instante en que
reexiono sobre mi proyecto de vida, agradezco a Dios por permitirme
trabajar en lo que amo. Mi ser se inspira al escribir estas líneas, llenas de
admiración, amor y gratitud hacia aquellos que han cruzado mi camino y han
dejado enseñanzas invaluables. Es por ello que, valoro profundamente mi
profesión, pues su impacto es aún más signicativo cuando se ejerce con auténtica
vocación.

Bajo esta cabellera desordenada y rebelde yace el pensamiento de una mujer


imbuida de bondad, justicia, comprensión, creatividad y amor. Estos valores fueron
inculcados por mi padre y arraigados en mí desde la más tierna infancia. Sí, él, mi
héroe, que con su disciplina militar y exigencia extrema moldeó mi carácter. Es
verdad lo que se dice: la exigencia saca lo mejor de nosotros, y esto se aplica en todos
los aspectos de la vida. En medio del gélido paisaje de las bellas tierras boyacenses,
donde la determinación para trabajar la tierra se reeja en cada bocado de comida, y
donde la combinación de agua de panela con queso junto a una deliciosa
almojábana o arepa boyacense es el deleite de muchos.

Crecí bajo los cuidados únicos de mi madre y disfrutando de las profundas


conversaciones que mantenía sobre la vida con mi padre. Sí, yo, una hermosa niña
de piel morena y cabello crespo, algo tímida, que en mis momentos de ocio a
menudo interpretaba la canción Yo me llamo cumbia, llevando el baile en mis venas
como las cuerdas de la guitarra de papá. Además, me apasiona el ajedrez y tengo la
habilidad de guardar secretos en lo más profundo de mi corazón, el mismo que
guarda el recuerdo más preciado de mis primeros años: cuando papá me enseñó a
leer y escribir. Él nos visitaba cada mes y esperaba ansiosa su regalo añorado: libros,
cuadernos y lápices para nutrir mi sed de conocimiento. Sus tareas, aunque a veces
tediosas, eran su manera de asegurarse de que aprendiera desde temprana edad,
evitando así que tuviera que pasar por las dicultades que él enfrentó al aprender de
adulto.

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Cómo podría olvidar mi juego de dados de madera con el abecedario, un recurso
didáctico que tanto disfruté y del cual aprendí mucho. Durante ese tiempo, también
asistía al jardín infantil en la ciudad de Tunja, donde cursé párvulos, kínder,
prekínder y transición. Recuerdo que mi mayor temor era que mamá no llegara a
recogerme a tiempo y que las tareas que dejaba papá quedaran mal hechas, pues
desde pequeña se me inculcó el valor del respeto, la responsabilidad y el orden
como pilares fundamentales en mi formación. Luego llegó el momento de cursar el
primer grado en la Escuela Normal Femenina, hoy conocida como Normal
Superior, lo cual llenó de alegría a mis padres al lograr matricularme allí para que mi
educación fuera aún más completa. Me encantaba el ambiente ordenado de la
institución, el afecto de las maestras hacia nosotras y la elegancia de nuestro
uniforme, aspectos que siempre admiraré y recordaré con cariño.

A lo largo de toda mi educación primaria, me caractericé por mi serenidad,


moderación y tranquilidad, manteniendo pocas amistades pero todas sólidas y
duraderas. Sin embargo, a pesar de luchar contra mis miedos, llegué al quinto grado
con gran felicidad y siempre con el objetivo claro en mente: gracias a mi formación
pedagógica y al apoyo de los maestros que guiaban las clases, mi deseo era
convertirme en maestra. Durante este tiempo, descubrí que tenía facilidad para
explicar a mis compañeras los temas aprendidos, lo que me permitió explorar
nuevas facetas y nalmente descubrir mi verdadera vocación por la enseñanza y el
aprendizaje.

Cuando cumplí 10 años, Dios me concedió el regalo más hermoso: una preciosa
hermana, que en aquel entonces parecía más una muñeca de juegos que una
persona. Con el tiempo, creció rápidamente, y fui yo quien le enseñó a leer y escribir.
Utilizaba todo el material que tenía a mano en casa: pizarras, sílabas en carteles,
dibujos, todo con el propósito de ayudarla a aprender. Estas experiencias
reforzaron mi vocación y me conrmaron que la enseñanza era mi verdadero
llamado. Al mismo tiempo, mi padre, que en paz descanse, nos enseñaba diversas
lecciones de vida, siempre diciendo no se puede ahogar en un vaso con agua. Todas
estas vivencias y enseñanzas me convencieron aún más de que vivimos en un
paraíso perfecto creado por Dios, donde nosotros somos responsables de
aprovecharlo; todo está al alcance, solo debemos buscarlo.

Mi experiencia durante el bachillerato fue graticante pero también más


exigente. Destaco especialmente a mi eminente profesora de sociales, Rosa
Albertina Cruz, de quien aprendí mucho sobre pedagogía. Pronto llegarían las
prácticas de grado noveno, un momento crucial que deniría el camino profesional
de las estudiantes. Cuando llegué como practicante a la sede de primaria, sentí una
oleada de emoción inundar mi corazón. Fue entonces cuando mi profesora de
fundamentación educativa observó mi desempeño y acertadamente expresó:
Tienes madera para ser maestra. Agradecí a Dios y me propuse seguir este
maravilloso camino.

Una vez graduada como Bachiller Pedagógico, me inscribí de inmediato para


realizar el Ciclo Complementario en la Normal. Recuerdo que durante la entrevista

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expresé mi deseo de escribir un libro en algún momento. Este era el segundo año
(2002) que se ofrecía el ciclo, por lo que pertenezco a la segunda promoción de
Normalistas Superiores. Fueron dos años de aprendizajes únicos que guardo con
cariño en mi mente y en mi corazón, con docentes increíbles que nos mostraron lo
más hermoso que existe en la tierra: educar con amor y exigencia a nuestros niños.
No puedo dejar de mencionar a mi maestro de vida, quien vivía muy feliz por mis
logros alcanzados.

Entre todas esas experiencias graticantes, recuerdo con especial afecto mis
prácticas en la sede educativa rural, ubicada varios kilómetros antes del Puente de
Boyacá. Llegar hasta allí era todo un desafío; caminábamos desde la carretera
central hasta encontrar la escuela, situada en una hondonada que imponía respeto
desde la altura de la carretera. Este sentimiento de aprensión nos acompañaba cada
lunes durante un semestre completo. El trayecto era largo, recorriendo un camino
de piedra anqueado por cultivos de maíz y papa. El aire fresco llevaba consigo el
suave aroma del café recién preparado y el cálido calor de la leña.

Después de una hora de caminata, divisábamos a lo lejos a los niños pequeños,


ataviados con botas de caucho, abrigos de lana de colores o ruanas, ansiosos por
saludarnos y participar en las experiencias innovadoras y lúdicas que llevábamos
preparadas para cada encuentro. Estas muestras de cariño llenaban nuevamente mi
corazón de alegría, pues al llegar, nos recibían con abrazos tan fuertes que era
imposible no sentir el amor que emanaba de lo más profundo de su ser. Les
encantaba el material colorido y divertido que les ofrecíamos, y los juegos y risas
espontáneas nunca faltaban. Nos invitaban al comedor para compartir su refrigerio,
que terminaba convirtiéndose en un sabroso almuerzo al nal de la jornada.

Pronto nos trasladamos a otra institución, con el propósito de prepararnos en


todos los campos educativos. Llegué a un colegio privado que llevaba el nombre del
destacado pedagogo Jean Piaget, donde realicé mi proyecto de grado junto a unos
estudiantes muy tiernos y amorosos, en un ambiente tranquilo donde las docentes
nos brindaron la oportunidad de sentirnos ya como maestras.

Con determinación y felicidad, pero sin negar las emociones encontradas, inicié
mi primer día como maestra en periodo de prueba el 16 de enero de 2006, en la I.E.D.
Salesiano Miguel Unía, especícamente en la Sede Eloísa Contreras de Rey. En ese
momento, me convertí en la maestra más joven encargada de orientar a un grupo de
estudiantes de cuarto grado, quienes enfrentaban situaciones difíciles que
complicaban su adaptación al entorno escolar. Poco a poco, comencé a entablar
algunas amistades, sin embargo, debo decirles que el desafío de empatizar con mis
alumnos fue considerable, dadas sus diferentes costumbres, hábitos alimenticios y,
por supuesto, el clima, del cual curiosamente hoy en día disfruto (aunque el frío me
afecta notoriamente... ¡jajaja!).

Durante seis años, tuve el privilegio de aprender en esta sede, donde adquirí una
serie de habilidades valiosas. Entre ellas, destacan el manejo de desconanza,

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autocontrol, percepción de las apariencias y cultivo de mi nobleza. Durante este
tiempo, desarrollé una variedad de actitudes y aptitudes, destacando
especialmente mi liderazgo y pasión por mi trabajo. Es innegable que esta hermosa
profesión también aporta valiosas lecciones para nuestra vida personal. En ese
sentido, viví algunos momentos difíciles que, con la experiencia y la seguridad que
ahora poseo, habría enfrentado de manera más efectiva.

A pesar de los desafíos, continué avanzando con una determinación aún mayor.
En ese momento crucial, Dios me concedió una bendición inesperada: la llegada de
mi hijo, Cristhiam Camilo. Desde entonces, mi vida se ha visto enriquecida con una
felicidad aún más profunda, aunque no exenta de los desafíos inherentes a la
maternidad. Agradezco a Dios por cada momento compartido junto a él.

Finalmente, se presentó la oportunidad de trasladarme a otra sede. El 12 de


marzo de 2012 llegué a la sede María Auxiliadora, la cual albergaba el mayor
número de estudiantes y se encontraba ubicada en el centro del municipio. Este
cambio signicó también un mayor número de compañeros docentes, todos ellos
muy afectuosos y con una calidez humana excepcional. Me sentí muy bien acogida
por ellos, especialmente por la profesora Anita Solano, quien sin dudarlo se
convirtió en mi mentora. De ella, aprendí muchas lecciones valiosas tanto a nivel
personal como profesional.

Allí, en un entorno laboral muy agradable, recuperé de alguna manera la


motivación. Con un profundo amor hacia mis estudiantes y el don del servicio,
inicié una nueva etapa en mi vida profesional. En esta etapa, las ideas uían y se
materializaban con cada actividad propuesta para mis pupilos, logrando resultados
que cada día me llenaban de satisfacción.

Mis alumnos crecían a pasos agigantados, y así han pasado muchas


promociones que hoy se reejan en los saludos llenos de afecto en algún rincón de
este hermoso municipio: adiós profe, profe, ¿se acuerda de mí?... Cómo podría
olvidar a cada uno de ellos, quienes han contribuido a convertirme en una mejor
persona y una maestra agradecida por la oportunidad que me brindaron, así como a
sus padres, quienes depositaron su conanza en mí para guiar un momento crucial
en la vida de sus hijos y dejar una huella imborrable.

A punto de cumplir veinte años de servicio, me siento orgullosa del trabajo


realizado y aún mantengo la fuerza, motivación y vocación para enseñar. Mi
sensibilidad ha aumentado con el compromiso gracias a las experiencias
signicativas en la atención y acompañamiento de niños y adultos con capacidades
excepcionales (inclusión). Estoy convencida de que el amor y la paciencia son los
ingredientes principales para recibirlos cada día, haciéndoles sentir siempre
personas queridas, valoradas y únicas. Todo esto ocurre en una escuela maravillosa
que les garantiza un aprendizaje integral y útil para sus vidas.

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59
Altagracia Araujo Dipré
República Dominicana

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S er maestro no es una tarea fácil, especialmente cuando no se cuenta con una
motivación vocacional intrínseca desde el principio. Lo digo porque no tengo
una referencia explícita del pasado que indicara que sería maestra, pero lo
curioso es que mis acciones sí reejaban esa vocación. Siempre manifesté que mi
carrera profesional sería la ingeniería en arquitectura. Durante mi infancia en un
campo llamado Najayo Arriba, en la provincia de San Cristóbal, República
Dominicana, tenía una facilidad innata para construir casitas utilizando materiales
del entorno. Allí, estudiaba y concebía mi futuro.

Mi madre me alentaba a ser maestra y me contaba sobre su breve experiencia


alfabetizando junto a sus hermanas. Deseaba que yo lograra lo que ella no pudo.
Cada vez que me lo mencionaba, mi respuesta no era muy amable. Le decía que
estudiaría ingeniería, y al notar mi pasión por construir y dibujar, dejó de insistir.

A medida que avanzaba en la escuela, los maestros veían en mí a una futura


maestra. Como un gran compromiso, comenzaron a darme textos para escribir en la
pizarra y luego debía leerlos frente a mis compañeros. Me encargaban el liderazgo
del grupo y comentaban que tenía un buen dominio del aula. Lo hacía tan bien que a
menudo comentaban con entusiasmo: ¡Ahí tenemos a una futura maestra! Esto me
enojaba profundamente. Sin embargo, por timidez y respeto hacia ellos, prefería
guardar silencio.

Un día, durante una reunión, me dejaron a cargo del aula. Al salir para hablar
con la maestra, escuché una conversación sobre el salario de un maestro. Quedé
horrorizada y me dije a mí misma que esa profesión no era para mí, ¡qué miserable
salario! ¡No estudiaré para ser maestra! En sexto grado, el maestro Florentino
Catano me impresionaba con su hermosa caligrafía, y comencé a imitar su estilo de
escritura. Desde entonces, compré cuadernos sin líneas para perfeccionarla. Nadie
entendía cómo podía hacerlo.

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Para muchos profesionales, esto era difícil de comprender y, al mismo tiempo,
inusual para alguien de mi edad. A lo largo de mi vida estudiantil, desde la primaria
hasta la universidad, fui seleccionada por algún docente para escribir en la pizarra o
ser su ayudante. A pesar de todo esto, nunca expresé mi deseo de convertirme en
maestra. Cuando llegó el momento de ir a la universidad, opté por estudiar
informática. Más tarde, cambié a contabilidad, ya que la arquitectura resultaba
demasiado costosa y no podía costearla.

La tarde languidecía mientras barría el patio de la casa, buscando algo de vida.


Una vecina, quien resultó ser maestra, se acercó y me habló sobre un proyecto que se
estaba gestando para la creación de una escuela nocturna en la comunidad de
Canastica, donde resido desde los 16 años. Me preguntó si podía apoyar esta
iniciativa, mencionando que podían nombrarme maestra como bachiller en
servicios, ya que me gradué con buenas calicaciones y además dominaba el inglés.

Sonreí desde adentro al recordar esos deseos anclados en el tiempo y las


aspiraciones de tantas personas que querían que fuera maestra. Respondí
armativamente: ¡Claro, vamos entonces! Juntas, recorrimos las casas llevando la
propuesta y motivando a las personas adultas que no sabían leer ni escribir,
aquellos que se habían retirado de la escuela por casarse o por tener que trabajar y no
poder estudiar durante el día. En dos semanas, el equipo había reunido más de 100
postulantes.

Presentamos el proyecto a las autoridades distritales y obtuvimos el visto bueno


para la creación de la Escuela Nocturna Canastica, la cual se convirtió en mi primera
experiencia como maestra del área de inglés.

Durante varios años, me vi obligada a trabajar sin remuneración, debido a


diversas circunstancias que se presentaron. Sin embargo, un día memorable, una
señora llegó a la escuela buscándome. Sin decir una palabra, simplemente me
observó y luego se retiró para conversar con el director del centro. Después de su
partida, me informaron que esa señora era la directora del Distrito Educativo y que
no querían nombrarme maestra debido a mi juventud y al hecho de ser bachiller en
servicio. Esta noticia me entristeció profundamente, y se lo comenté a mi madre,
quien, con palabras de consuelo, expresó su deseo de que yo pudiera ser maestra.

Días después, recibí el nombramiento como maestra. Por una coincidencia del
destino, el centro educativo necesitaba una profesora de inglés para obtener su
certicación, lo que facilitó mi ingreso al mundo de la educación. Encontré apoyo y
solidaridad entre mis compañeros, quienes se opusieron rmemente a que quedara
fuera de la nómina. Recuerdo que mi primer salario ascendió a $795.95 pesos, si la
memoria no me falla.

Los primeros años fueron sumamente difíciles, ya que tuve que equilibrar mis
estudios universitarios con una labor que no guardaba relación alguna con la

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enseñanza. Cuando algún compañero faltaba y quedaba fuera del aula, el director
me enviaba a cubrir su ausencia, lo que signicaba que debía impartir diversas
asignaturas, para mi sorpresa y, a la vez, oportunidad de aprender. Año tras año, el
director decidía asignarme nuevas materias, lo que resultó en que, durante los 20
años que duré en ese centro educativo, impartí todo el currículo de educación para
adultos.

Carecía de conocimientos en didáctica y, mucho menos, en andragogía, pero


según el director y mis compañeros, desempeñaba mi labor con éxito. Al darme
cuenta de mi falta de habilidades para planicar el proceso de enseñanza-
aprendizaje, me acerqué a un docente que era una referencia en la comunidad de
Canastica. Este maestro, conocido en la comunidad por el apodo de Fedé, pero cuyo
nombre real es Federico Guzmán, me brindó las primeras nociones de planeación y
me ofreció toda la ayuda que estuvo a su alcance, a quien le estoy enormemente
agradecido.

En 1996, recibí una comunicación del Distrito Educativo al que pertenecía el


centro, en la que se informaba que, por disposición gubernamental, todos los
bachilleres en servicio, como se nos denominaba, debíamos inscribirnos en una de
las escuelas de formación para docentes existentes en ese momento. Aquel día fue
doloroso para mí, pues signicaba abandonar la universidad. Sin embargo, al no
tener otra fuente de ingresos económicos, tomé la decisión de ingresar en la escuela
de formación de maestros del Instituto Politécnico Loyola en 1997.

La docencia comenzaba el viernes, así que me encontraba allí para estudiar lo


que no me interesaba. Recuerdo que me asignaron un grupo de docentes
provenientes de varios municipios de la provincia, algunos recién graduados de
bachillerato y otros que habían optado por estudiar educación. Durante un mes
estuve en clase sin decir una palabra, aunque entregaba todas las asignaciones
puntualmente. Llegó el momento de la primera evaluación y mi calicación más
baja fue un 85 sobre 100. Esto llamó la atención de inmediato y me preguntaron por
qué no participaba en las discusiones, si tenía la capacidad para hacerlo. "Obtener
más de 90 puntos en matemáticas era difícil...", me dijo el maestro. Le respondí que
no tenía intención de convertirme en maestra, y él simplemente asintió.

¡Ah, tú serás maestra, y de matemáticas!, así me dijo el maestro. Me asignaron la


responsabilidad de enseñar la asignatura durante cinco años en la misma escuela
donde comencé mi formación, a pesar de ser estudiante de Ciencias Sociales. Todos
a mi alrededor insistían en que debía estudiar matemáticas, y un día, durante una
clase, el maestro Eugenio Galán me entregó una tiza, un mapa del mundo
fotocopiado y un borrador, y me pidió que lo dibujara en la pizarra. Luego me
indicó que añadiera las cadenas montañosas y que realizara la exposición. ¡Qué
susto! Ese día, la encargada del programa pasó por la clase, me observó impartiendo
la lección y elogió mi desempeño de una manera tan inspiradora que me convenció
por completo. Fue entonces cuando decidí dedicarme por completo a las Ciencias
Sociales

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Desde ese día, mi reputación en el Politécnico Loyola comenzó a crecer. Mis
compañeros me llamaban Araujo. Pasé de ser la que no hablaba a convertirme en la
persona más solicitada para ayudar y colaborar con los demás. Sin embargo, junto
con la admiración, también surgieron sentimientos de envidia, con los que he tenido
que lidiar hasta el día de hoy. Fue en esta institución donde me di cuenta de que mi
verdadera vocación era la enseñanza, y poco a poco fui aceptando mi destino como
maestra.

En el año 2000 me gradué como Tecnóloga en Educación, y para mi sorpresa,


obtuve la calicación más alta entre 266 compañeros. Ese día recibí varios
reconocimientos, y en los años siguientes, he continuado cosechando logros como
educadora. Sin embargo, aún me falta el reconocimiento nacional que otorga el
Ministerio de Educación, pero estoy determinada a seguir trabajando para
alcanzarlo.

En solo unos meses, recibí la llamada para unirme al cuerpo docente de esta
prestigiosa institución recomendada por los profesores que me habían enseñado.
Este fue mi mayor desafío, y acepté la propuesta del Padre Rector de entonces,
Antonio Lluberes, sj. Sí, fue en el Instituto Politécnico Loyola donde mi vocación se
consolidó.

Allí, aprendí a escribir mis primeros cuentos, los cuales me han llevado a
convertirme en escritora. También dirigí, organicé y presenté una amplia variedad
de eventos, así como también tuve la oportunidad de aprender y aplicar la
Pedagogía Ignaciana. Colaboré inicialmente como locutora en la emisora de la
institución, Magis FM 98.3; coordiné el Modelo de Naciones Unidas y llegué a ser la
primera directora del Departamento de Bienestar Estudiantil, o Decana General de
Bienestar Estudiantil de la institución. Además, formé parte del Consejo Directivo y
Académico. Durante los 19 años en los que formé parte del equipo del Loyola,
aproveché al máximo cada oportunidad que se presentó.

En este momento y para esta fecha, siento que la vocación me ha atrapado por
completo. Ya no simplemente resisto, sino que aprendo, ejecuto y evalúo
resultados, llevando a cabo un proceso continuo de innovación en mi práctica
docente. Durante este tiempo, he adquirido un profundo conocimiento sobre la
Pedagogía Ignaciana, aquella guiada por la Compañía de Jesús, especialmente
cuando enfatiza que: El objetivo último de la educación Jesuita es, más bien, el
crecimiento global de la persona que lleva a la acción, acción inspirada por el
Espíritu y la presencia de Jesucristo, el Hijo de Dios, el 'Hombre para los demás.

En diciembre de 2016, enfrenté complicaciones de salud que me obligaron a


considerar la jubilación, sin embargo, la directora del Distrito al cual pertenece
Loyola, donde trabajaba, se negó a aceptar mi renuncia. En su lugar, me instó a
buscar ayuda médica adicional. Siguiendo su consejo, busqué ayuda y gracias a
Dios logré recuperarme. Esta experiencia me llevó a trabajar como Técnico Docente
Distrital en el área de Ciencias Sociales para el nivel secundario. Desde entonces y

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hasta el 2023, ocupé el cargo de manera interina hasta que nalmente participé en
una evaluación para ser raticada en mi posición en el año 2023. Esta nueva etapa ha
supuesto mayores exigencias, pero estoy comprometida a enfrentarlas con
determinación y entrega.

En este momento, mi labor no consiste en enseñar directamente a los


estudiantes, sino en acompañar a mis colegas docentes en su práctica pedagógica,
con el objetivo común de mejorar la calidad de la educación en la República
Dominicana. Me encuentro en un punto de reexión donde comprendo que mi
trayectoria educativa tenía un propósito denido: conocer los distintos niveles y
modalidades que conforman nuestro currículo. Comencé trabajando con educación
para jóvenes y adultos, luego pasé a la enseñanza en la educación primaria y
secundaria, y nalmente en el bachillerato técnico.

Al describir mi trayectoria como docente, puedo armar que el ideal de escuela


que guía mi labor es aquel que aprendí de los Jesuitas:

11-La pedagogía es el camino por el que los profesores acompañan a los


alumnos en su crecimiento y desarrollo. La pedagogía, arte y ciencia de enseñar,
no puede reducirse simplemente a una metodología. Debe incluir una
perspectiva del mundo y una visión de la persona humana ideal que se pretende
formar. Esto indica el objetivo y el n hacia el que se dirigen los diversos aspectos
de una tradición educativa. Proporcionan también los criterios para elegir los
recursos que han de usarse en el proceso de la educación. La visión del mundo y
el ideal de la educación de la Compañía en nuestro tiempo se han expuesto en las
Características de la Educación de la Compañía de Jesús. La Pedagogía
Ignaciana asume esta visión del mundo y da un paso más sugiriendo modos más
explícitos por los que los valores ignacianos pueden integrarse en el proceso de
enseñanza y aprendizaje. (Pedagogía Ignaciana, un planteamiento práctico).

El haber estudiado y trabajado en una institución de la Compañía de Jesús me


lleva a esta conclusión. Los resultados están ahí, los egresados son la evidencia. Si
tuviera que mencionar una anécdota entre tantas que me marcaron, destacaría una
ocurrida en segundo grado de bachillerato en la sección C del Instituto Politécnico
Loyola.

Estábamos discutiendo sobre la hidrografía del continente americano y a los


estudiantes les parecían extraños los nombres de algunos ríos y lagos: Titicaca,
Poopó, Mississippi... Se reían bastante. Sin embargo, cuando llegamos al tema del
encuentro de las aguas cerca de Manaos, donde conuyen el río Negro (de aguas
oscuras) y el Solimões o Amazonas (de tonalidad arcillosa) en un tramo de Brasil, y
cómo durante 6 kilómetros corren lado a lado sin mezclarse, hubo un silencio en el
aula. El timbre sonó para el recreo.

Al regresar, un estudiante trajo una imagen fotocopiada a color de estos dos ríos
y dijo al iniciar la clase: Ustedes ven, la profesora no habla mentiras. Compartió la

65
imagen con los demás compañeros del curso y cuando llegó a la siguiente sección,
todos ya estaban al tanto del tema. Esto me demostró que durante el recreo habían
dialogado sobre este fenómeno y al nalizar la semana de clases, todos los
estudiantes estaban informados al respecto.

Esta experiencia fue signicativa para mí, ya que despertó el interés de los
estudiantes por la asignatura y me recordó la importancia de no transmitir
información incorrecta o juicios erróneos a mis alumnos.

Otra experiencia que considero importante mencionar ocurrió cuando mi salud


estaba delicada y me llevaron a un centro de médico. Cuando me preguntaron mi
nombre para vericar mi estado de conciencia, alguien mencionó que yo era su
profesora. Una doctora que ya estaba terminando su turno decidió atenderme
personalmente y, de repente, una enfermera entró y exclamó: ¿Mi maestra, ¿Qué le
ocurre? En cuestión de minutos, tenía a una doctora y dos enfermeras que habían
sido mis alumnas atendiéndome.

La atención y el interés mostrados por los pacientes y otros médicos fue notable.
Una de las doctoras comentó que le hubiera encantado ser mi alumna, algo que
nunca había visto durante sus años de ejercicio médico. Esta muestra de cariño y
afecto me conmovió profundamente, y ese día lloré mucho. Durante mi estancia en
la clínica, los demás doctores venían a verme, ya que la noticia se había difundido
por todo el lugar y todos expresaban palabras de elogio.

Al cambiar de servicio, entró otra enfermera que al verme exclamó: ¡Esa es la


maestra de mi hijo! Esta situación provocó risas entre todos los presentes. Fue
entonces cuando comprendí que había cumplido con mi rol como educadora y que
era recordada con cariño por mis alumnos. Esta experiencia me enseñó que al nal
de la vida cosechamos lo que hemos sembrado.

Para concluir, me gustaría dirigirme a los maestros en formación con un mensaje


importante: están enfrentando un gran desafío, y la forma en que conduzcan el
proceso de enseñanza-aprendizaje determinará los frutos que cosechen al nal. No
se trata únicamente de utilizar tecnología e innovaciones, sino de enseñar con el
corazón, incluso cuando al principio pueda resultar difícil. Es fundamental tratar a
los demás como personas y comprender que nuestra misión en este mundo es
dejarlo en un estado mejor del que lo encontramos.

66
67
Imagen:
Don Graciano

Directivo docente: Ricardo Pulido Rueda


IED Nuestra Señora de la Gracia
Bojacá - Cundinamarca

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D urante mi infancia y adolescencia, en esos momentos de juego y fantasía,
soñaba con ser detective, cantante, aventurero, superhéroe, médico; tuve
muchas profesiones que anhelaba, pero nunca consideré la docencia como
una opción para mi vida. Aunque admiraba y apreciaba a la mayoría de mis
maestros, y sus recuerdos quedaron grabados en mi memoria, la idea de
convertirme en profesor no pasaba por mi mente. Solía responder con un rotundo
No, nunca. Eso es para valientes.

Me gradué de un colegio público, el Instituto Técnico Industrial de Facatativá,


como bachiller técnico en mecánica automotriz. Destacaba en matemáticas y física,
y disfrutaba especialmente del álgebra. Quiero mencionar a otro de mis grandes
maestros, Carlos Roa, quien fue mi profesor de matemáticas de 6º a 8º grado y
director de curso. Con él, aprendí a apreciar los números y a comprender el mundo
de forma lógica.

A pesar de graduarme como bachiller técnico, luchaba con el área de mecánica,


ya que sentía que había aprendido muy poco de esta fascinante disciplina (lo
coneso con cierta vergüenza). Por ello, al considerar mi futuro académico, descarté
cualquier disciplina relacionada con lo técnico, y, nuevamente, nunca consideré la
posibilidad de la docencia.

Desde mis primeros recuerdos, he sentido una profunda anidad por el arte en
sus diversas manifestaciones: el teatro, la música, la danza y la lectura. Desde mi
época escolar hasta la universidad, siempre busqué oportunidades para participar
activamente en obras teatrales, interpretación musical y cualquier actividad que me
permitiera estar en contacto con el público.

En mi formación tanto académica como artística, dos maestros dejaron una


huella imborrable en mí. El Maestro Luis Eduardo Rozo cultivó en mí el amor por la
tradición, la vida, la cultura y la danza, mientras que la Maestra Irma Angarita nos
instó a explorar las grandes obras literarias a través de medios creativos como la
pintura, la composición escrita, las coplas, las canciones, así como montajes teatrales
y musicales.

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Fue precisamente en este proceso de exploración literaria donde descubrí obras
como Rojo y Negro de Stendhal y El enfermo imaginario de Molière. Con el primero,
mis compañeros y yo creamos un musical, mientras que, con el segundo, me
embarqué en un monólogo interpretativo. Estos proyectos no solo consolidaron mi
pasión por el arte, sino que también me motivaron a continuar explorando y
desarrollando mis habilidades en este campo. El reconocimiento de mis padres
hacia mi vocación artística fue un impulso adicional. Su entusiasmo por la idea de
tener un hijo dedicado al arte fue un respaldo invaluable en mi camino creativo.

Al encarar la tarea de denir mi trayectoria académica, me encontré ante dos


caminos tentadores: las artes escénicas y las ciencias humanas. Por consiguiente,
decidí presentarme a la prueba de admisión en artes escénicas en la ASAB
(Academia Superior de Artes de Bogotá, Universidad Distrital), así como en la
Universidad Nacional para el programa de Sociología. Aunque logré asegurar un
lugar en la Universidad Nacional, lamentablemente no obtuve la aprobación en
artes escénicas. Esta situación marcó el rumbo de mi futuro hacia el campo de la
sociología.

La elección de esta disciplina social fue inuenciada de manera indirecta por las
enseñanzas de mi profesor de losofía, el estimado Dagoberto Prada, quien
mostraba un apasionado interés por la sociología y logró despertar en mí un
genuino interés y curiosidad por esta ciencia a través de sus clases. Un año después
de mi graduación de bachiller, comencé mi formación universitaria en Sociología.

Sin embargo, antes de iniciar mi carrera académica, me vi obligado a tomar un


receso forzoso debido a mi servicio militar obligatorio como soldado bachiller en el
Ejército Nacional. Durante este lapso, la idea de dedicarme a la docencia aún no
había cruzado por mi mente.

Durante mi etapa universitaria, la parroquia de mi barrio lanzó una


convocatoria para integrar el grupo de catequistas. Vi esta oportunidad como una
manera de conectarme y colaborar con la comunidad. Mientras impartía los cursos
de catequesis, experimenté una profunda satisfacción al comunicar mensajes e
ideas a los niños que se preparaban para su primera comunión. Al mismo tiempo,
participaba en el programa de Bienestar Familiar denominado Clubes Juveniles,
donde respaldaba a niños de diversos sectores con el propósito de fortalecer sus
proyectos de vida. Fue precisamente en estos dos roles donde comenzó a surgir en
mí un creciente interés por la enseñanza. Descubrí que tenía habilidades para
comunicarme asertivamente y sentía una genuina emoción al hacerlo.

Durante mi vinculación con la parroquia San Pedro Claver, establecí una


amistad con Fabián Orjuela, quien era profesor de ciencias sociales y se convirtió en
un catalizador inicial para mi incursión en la docencia. Me invitó a formar parte del
equipo de un proyecto educativo dirigido a adultos trabajadores que estaba en sus
inicios. Simultáneamente, Fabián cambió de institución educativa y me recomendó
en el colegio donde él comenzó a trabajar. Así, se inició mi camino en la docencia en

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el colegio para adultos (Centro de Educación Proactiva) y en el colegio San Agustín
de Facatativá. Este acontecimiento tuvo lugar en el año 2000, y desde entonces he
dedicado 23 años a esta noble vocación. En el colegio para adultos, desempeñé
funciones docentes y de coordinación durante 17 años. Reconozco que al principio
tuve más éxito con los adultos que con los jóvenes, ya que en ese momento mi edad
no distaba tanto de la de ellos.

Mis primeros cuatro años como docente los pasé en Facatativá, donde trabajé en
el sector privado en instituciones como el Colegio San Agustín, Nuevo García de
Lorenzo, y también tuve una licencia de seis meses en la IEM Manuela Ayala de
Gaitán. Incluso incursioné en la enseñanza del inglés en una institución de
educación inicial llamada "Futuro de Colombia". Posteriormente, el rector del
colegio para adultos, el maestro José Antonio Suárez, me ofreció la oportunidad de
unirme al equipo del Colegio Seminario San Juan Apóstol, también en Facatativá,
donde ejercí durante 6 años. Allí impartí asignaturas como Ciencias Sociales,
Educación Religiosa, Ética y Formulación de Proyectos. Esta institución, sin duda,
fue fundamental en mi formación como docente, y guardo un cariñoso recuerdo de
los directivos y mis colegas, quienes contribuyeron signicativamente a mi
crecimiento profesional.

En 2009, decidí presentarme a un concurso docente para el cargo de


Coordinador, y en julio de 2010, ingresé ocialmente al magisterio. Desde entonces,
he dedicado 13 años de mi carrera a la Institución Educativa Distrital Nuestra
Señora de la Gracia, ubicada en el municipio de Bojacá.

A lo largo de estos 23 años de trayectoria docente, además de mi labor en los


colegios mencionados, he ejercido como formador en dos instituciones de
educación para el trabajo: el Politécnico de Occidente (7 años) y la Fundación San
Juan Bautista (4 años). Asimismo, he fungido como profesor de hora cátedra en la
Corporación Universitaria Minuto de Dios, en programas de licenciatura (2 años), y
en la Escuela Nacional de Carabineros (tres semestres).

Hasta este punto, he detallado mi experiencia en la docencia, pero no he


explicado por qué inicialmente mencioné mis inclinaciones por el arte. La razón es
que siempre he sentido una fuerte anidad por la música, el teatro y la escritura, y
para mí, ser docente es ejercer un arte, es una manifestación artística en sí misma. La
educación, en mi perspectiva, es un arte.

Al igual que un escritor impacta la vida de sus lectores a través de sus obras, el
rol del docente (el teacher, el profe, el maestro) es transformar la vida de sus
estudiantes. Cada interacción con los alumnos representa una oportunidad
invaluable para dejar una marca indeleble. Ya sea en el patio, el aula, el laboratorio,
el restaurante, la cafetería, la portería, la calle, el chat o las redes sociales, todos estos
entornos ofrecen escenarios propicios para el acto educativo. Es en lo cotidiano
donde el maestro irradia su inuencia, pues más allá de la materia que imparta, es
su esencia como persona lo que perdura en el recuerdo de sus alumnos.

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La labor docente va más allá de una simple jornada laboral y trasciende el
cumplimiento estricto de un horario. La preparación de clases, la creación de
actividades, el diseño de estrategias, la revisión de informes, trabajos y ejercicios
demanda un tiempo adicional considerable. Sin embargo, cuando se ama esta
profesión, todas estas tareas se llevan a cabo con entusiasmo y dedicación. A pesar
de los desafíos que enfrentamos en la actualidad en el ámbito educativo, ser docente
es una tarea apasionante.

Esta profesión requiere no solo una sólida formación académica y una


actualización constante en áreas como la pedagogía y la didáctica, sino también una
serie de cualidades humanas como sensibilidad social, responsabilidad,
asertividad, tolerancia, paciencia (en grandes dosis), capacidad de trabajo en
equipo, empatía y, sobre todo, humanidad.

Me convertí en docente porque muchos de los profesores que tuve fueron


modelos a seguir. La mayoría de ellos dejaron una huella signicativa en mi vida,
desde su exigencia respetuosa hasta su palabra amable y motivadora, su corrección
fraternal y su habilidad para señalar mis errores. Sus enseñanzas, respuestas a mis
preguntas y gestos de amabilidad guiaron mi camino para llegar a ser quien soy
hoy. Por ello, les estaré eternamente agradecido y los recordaré con cariño,
admiración y respeto.

A través de la inuencia de mis maestros, comprendí que una simple frase, una
actitud, un gesto o una lección de un docente puede dejar una marca indeleble en la
vida de un estudiante, transformar su futuro, construir sueños o destruirlos.
Entendí que la responsabilidad que recae sobre los docentes es cada vez mayor,
especialmente cuando la familia no puede brindar el apoyo necesario y el maestro se
convierte en el referente afectivo, de autoridad y social. Estar al frente de un grupo
de estudiantes implica mucho más que un compromiso intelectual; es una
obligación social, ética y moral ante la vida. Los estudiantes necesitan a alguien que
los oriente para mejorar su proyecto de vida y para creer en sí mismos.

Ser docente no es una tarea sencilla; es un desafío constante, un ejercicio de


paciencia y sus resultados se perciben a largo plazo. A menudo, se presentan
obstáculos signicativos como la falta de apoyo de algunas familias y la falta de
motivación de varios estudiantes. A pesar de ello, las satisfacciones superan con
creces los desafíos. Ver cómo los estudiantes mejoran sus vidas, cómo se convierten
en profesionales exitosos y en seres humanos con sueños e ilusiones es graticante.
La mayoría de los docentes que he conocido en mi vida son personas
comprometidas y dedicadas a su labor. No se limitan a un horario o a cumplir con lo
que se espera de ellos, sino que entregan su vida a su vocación y trascienden en su
papel: se convierten en tutores, orientadores, pedagogos, psicólogos, sociólogos,
grafólogos, abogados, vigilantes, enfermeros, nutricionistas, consejeros
espirituales, padres, madres y, por supuesto, profesores.

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A lo largo de mi trayectoria como docente, he experimentado una amplia gama
de emociones: momentos agradables, felices, tristes, complejos, pérdidas y
ganancias, fracasos, derrotas y victorias. Sin embargo, lo que destaca por encima de
todo es la profunda satisfacción que siento por haber cumplido con mi deber. En
este maravilloso viaje, atesoro recuerdos hermosos que resuenan en mi corazón.

Aunque tengo un afecto especial por muchos de mis estudiantes, hay una
alumna en particular que dejó una huella imborrable en mi vida y me llenó de
orgullo al presenciar su progreso. Esta estudiante formó parte del Centro de
Educación Proactiva, una institución dedicada a la educación primaria y secundaria
para adultos, donde completó su bachillerato. Lo notable es que lo logró después de
los 55 años. Su nombre es Esperanza.

Recuerdo con claridad su dedicación, nobleza, entusiasmo por aprender,


cumplimiento, disciplina y alegría desbordante. En ella se reejaba el compromiso
de aquellos adultos que, después de muchos años, deciden retomar sus estudios con
el objetivo de mejorar su proyecto de vida. El esfuerzo y la determinación que
mostró Esperanza evidencian un deseo genuino de aprender y superarse.

Esperanza tomó la decisión de completar su educación primaria, y motivado


por su entusiasmo, la animé a continuar con sus estudios de bachillerato. Durante
este proceso, fui testigo directo de sus desafíos con el inglés, sus dicultades con las
matemáticas, su disfrute en educación artística, su curiosidad en ciencias sociales y
sus preocupaciones con la química (en este aspecto, nos parecemos, yo pasé
química, pero la química no pasó por mí). Sin embargo, disfruté enormemente
siendo el docente de Esperanza, y ver su progreso fue una fuente inmensa de
satisfacción para mí.

El momento más conmovedor de todo este proceso ocurrió cuando Esperanza


nalmente se graduó, y el auditorio la ovacionó de pie. A sus casi 55 años, recibió su
título de bachiller, y mi emoción fue indescriptible cuando el rector, desde el
estrado, pronunció las palabras: Profesor Ricardo, por favor, entréguele el diploma
a Esperancita. Sin dudarlo, me acerqué y le entregué este documento que simboliza
todo un proceso de vida. En ese instante, no sé quién estaba más emocionado: si ella,
yo o todo el auditorio. Nos fundimos en un abrazo cargado de besos y lágrimas,
lágrimas de orgullo y amor. El maestro de ceremonias, al presenciar esta escena,
comentó con alegría: ¡Qué emoción ver a un hijo entregándole el diploma a su
madre! ¡Felicidades, profe Ricardo!

El momento en el que tuve la oportunidad de orientar a mi madre en clase, y


presenciar su trayectoria académica, es sin duda uno de los recuerdos más
signicativos que atesoro en mi carrera como docente. Sin embargo, no es el único
recuerdo graticante. Desde el aula, he sido testigo de sueños e ilusiones, de
personas de diferentes edades que han conado en mí y en lo que puedo ofrecerles.
He tenido el privilegio de contribuir a la formación de profesionales destacados y de
conocer a personas maravillosas.

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Creo rmemente en la importancia de brindar a nuestros jóvenes la oportunidad
de creer en sí mismos, de soñar y de ver la escuela como un espacio en el que pueden
explorar su creatividad e imaginación, donde desarrollen competencias para la vida
y aprendan a manejar sus problemas de manera racional y pacíca.

Aunque aún me queda mucho por recorrer en este camino, mi deseo es que mis
estudiantes y mis colegas, a quienes acompaño desde mi rol de coordinador, me
recuerden como una persona comprometida y respetuosa, alguien que los escucha y
comprende, que los motiva y apoya en su desarrollo integral.

A mis colegas en formación, quiero transmitirles que han optado por una
profesión maravillosa que les ofrece la oportunidad de transformar vidas. La
docencia va más allá de ser una simple profesión; es una vocación que se convierte
en un estilo de vida. A través de la educación, tenemos el poder de construir una
sociedad más justa y equitativa al transmitir conocimientos y sembrar palabras de
vida y esperanza. Cada día, desde nuestra labor cotidiana, podemos contribuir a
sentar las bases de un futuro mejor para todos. Por todas estas razones, quiero
felicitarlos por su elección y desearles mucho éxito en este noble camino que han
emprendido.

Hoy, aún sostengo la misma convicción que tenía siendo niño: Ser docente es
para valientes. Cuando anteriormente mencioné que, al optar por formarme en
ciencias sociales, mi padre deseaba que me dedicara al teatro debido a mis
habilidades en ese campo, ahora veo que con el tiempo cumplí su sueño, porque ser
docente implica, en parte, ser actor. Signica dejar de lado las dicultades
cotidianas y presentar lo mejor de uno ante los estudiantes. Es enfrentarse a un
público receptivo o difícil (como en cursos complicados) y ofrecer la mejor
actuación posible. Aunque la institución teatral no siempre cuente con todos los
recursos, la obra debe desarrollarse y tocar la vida del espectador.

De esta manera, cada clase puede parecer repetitiva en cuanto a contenidos,


pero la experiencia de impartirla es única. Cuando cae el telón, debe existir la
satisfacción de que muchos recuerden el argumento (los saberes y las
competencias). El mejor premio para cualquier artista es el aplauso, y para un
docente, es ver cómo un estudiante lo supera y brilla con su propia luz. El docente
podría asemejarse al actor de reparto que pone su talento al servicio de la historia y
permite que el protagonista brille.

Don Ricardo (mi papá) y Doña Esperancita (mi mamá), he cumplido mi


propósito de vida en el mejor escenario artístico del mundo: la escuela.

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75
Marcela Escobar
Escuela Tecnológica Instituto Técnico Central
Bogotá - Colombia
“Un maestro exitoso es aquel que no solo transmite conocimientos, sino
que también inspira, motiva y guía a sus estudiantes, sembrando las
semillas del aprendizaje duradero y el crecimiento personal."

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R esulta fascinante detenerse un momento para reexionar sobre cómo se van
forjando sueños y metas desde la infancia, la adolescencia y la juventud, hasta
lo que hemos logrado en nuestra vida personal, familiar y profesional hasta el
día de hoy. En mis recuerdos, perdura la imagen de cómo jugábamos mis hermanos,
primos y yo; yo era la maestra que les enseñaba las letras, algunos números y los
hacía repetir combinaciones de letras. Tal vez lo hacía porque, en mis primeros años
de escuela, mis maestras dejaron una huella profunda en mí con sus enseñanzas.
Estos momentos ocurrían en el patio de la casa de mis abuelos maternos, quienes me
criaron en un hogar muy humilde ubicado en la localidad de Ciudad Bolívar.

Con gratitud, recuerdo mi paso por el Colegio Rodrigo Lara Bonilla IED, donde
cursé mi primaria y bachillerato entre 1996 y 2007. En este colegio, encontré
numerosos profesores inspiradores que, con su metodología, me brindaron una
idea global de cómo debería ser el proceso educativo. Fueron partícipes de mi
formación y contribuyeron a mi crecimiento personal sin esperar nada a cambio.

Durante mis años de educación secundaria básica y media vocacional, siempre


mostré disposición para participar en proyectos institucionales, lo que me permitió
adquirir mis primeras experiencias en la planeación y desarrollo de clases y talleres.
En mis profesores encontré los mejores ejemplos, ya que podía observar cómo
lograban transmitir ideas, ofrecer ejemplos e incluso captar la atención de aquellos
estudiantes que no mostraban interés por las actividades desarrolladas. Todo esto
alimentaba mi motivación para convertirme en maestra.

En el colegio Rolabo, donde cursé la media vocacional, tuve que decidir mi área
de profundización académica. Me incliné por la línea técnica en mecatrónica,
procesos industriales y tecnología, lo que despertó mi interés por la ingeniería.
Después de graduarme, continué mis estudios con un tecnólogo en mecatrónica en
el SENA. Sin embargo, durante ese tiempo quedé embarazada de mi hijo Samuel, lo
que me llevó a interrumpir mis estudios y quedarme en pausa.

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Durante mi educación secundaria básica y media vocacional, siempre estuve
dispuesta a participar en proyectos institucionales, lo que me brindó mis primeras
experiencias en la planicación y desarrollo de clases y talleres. Mis profesores
fueron para mí los mejores ejemplos, ya que podía observar cómo lograban
transmitir ideas, ofrecer ejemplos e incluso captar la atención de aquellos
estudiantes que no mostraban interés en las actividades desarrolladas. Todo esto
alimentaba mi motivación para seguir el camino de la enseñanza.

En el colegio Rolabo, donde cursé la media vocacional, tuve que decidir mi área
de especialización académica. Opté por la línea técnica en mecatrónica, procesos
industriales y tecnología, lo que despertó mi interés por la ingeniería. Después de
graduarme, continué mis estudios con un tecnólogo en mecatrónica en el SENA. Sin
embargo, durante ese periodo quedé embarazada de mi hijo Samuel, lo que me llevó
a interrumpir mis estudios y quedarme en pausa.

Mi primer contacto con el aula se dio a través de las asignaturas enfocadas en las
prácticas ofrecidas por la UPN, en el colegio José María Córdoba IED, donde trabajé
con estudiantes de quinto grado de primaria. Esta experiencia me permitió
comprender las dinámicas del aula de informática y la interacción entre los
estudiantes y el docente. Posteriormente, realicé prácticas en el desaparecido
Museo de los Niños, donde ejercí como mentora pasante. Fue una experiencia
graticante, ya que el museo era un espacio libre donde los niños y jóvenes asistían
motivados por aprender sobre ciencia y tecnología, experimentar con material
didáctico, compartir conocimientos, desarrollarse socialmente y disfrutar.

Durante mi participación en el club, aprendí sobre una metodología de


aprendizaje más libre y autónoma, centrada en la autoconstrucción del individuo,
donde el estudiante es el actor principal y motivador, y el maestro actúa como
acompañante del proceso. Antes de obtener mi título como Licenciada, tuve la
oportunidad de trabajar con comunidades de las zonas más vulnerables de Bogotá
en el programa 40X40 de la corporación Buinaima. Allí me encontré con estudiantes
enfrentando situaciones personales muy difíciles, lo que representaba la otra cara
de la moneda: alumnos con necesidades físicas, psicológicas o sociales complejas,
para quienes los maestros eran un refugio durante el día ante una realidad difícil.

En ese contexto, comprendí el verdadero signicado de la palabra vulnerable. A


pesar de enfrentar situaciones como consumo de drogas, abuso sexual y violencia,
esta población tenía profundas necesidades afectivas, psicológicas y sociales. En
ocasiones, la mejor manera de ayudarlos era enseñarles tecnología con paciencia y
amor.

Un mes antes de graduarme como Licenciada, me postulé como docente de


tecnología e informática en el Liceo Santa Bárbara de los Liceos del Ejército. Esta fue
mi primera experiencia como docente de aula y me brindó la oportunidad de

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aprender de los contrastes en la población. Después de trabajar con una población
vulnerable, encontré la posibilidad de trabajar con una población dócil y dispuesta a
aprender, trabajar y obtener resultados. Durante mi estadía allí, que duró 4 años,
también comencé a trabajar en educación superior gracias a la oportunidad que me
ofreció la Escuela Tecnológica Instituto Técnico Central.

En esta institución, ingresé como docente de ciclo técnico en la carrera técnico


profesional de electrónica industrial para la facultad de ingeniería mecatrónica. Este
cambio en el entorno educativo me permitió enfocar mis esfuerzos en la creación de
material didáctico, organizar mejor las actividades académicas y centrarme en mi
labor docente aprovechando las herramientas que la institución ponía a mi
disposición.

La pandemia y sus consecuencias... El jueves 12 de marzo de 2020, mis colegas y


yo recibimos la orden de trabajar desde nuestros hogares para evitar la propagación
de un virus mortal que estaba cobrando millones de vidas en todo el mundo.
Nuestra tarea era continuar con las actividades académicas a pesar de la distancia,
los desafíos tecnológicos y la necesidad de improvisar dinámicas pedagógicas. Las
demandas educativas, así como necesidad de cumplir con el servicio nos obligaron
a adaptar nuestras prácticas a la virtualidad y al trabajo remoto. Sin embargo, crear
espacios virtuales adecuados para la conectividad de los estudiantes y sus familias
resultó ser todo un desafío.

Aunque la mayoría de los estudiantes del Liceo tenían los recursos electrónicos
necesarios para realizar sus actividades, la institución educativa carecía de una
plataforma adecuada para ello. Decidí aceptar el desafío y diseñé un boceto para
crear un espacio que brindara toda la información, accesos y seguridad necesarios
para garantizar el servicio educativo. Mi propuesta fue aceptada por la dirección y
se implementó la siguiente semana. Sentí una gran satisfacción al poder ayudar a
tantas personas simultáneamente en el desarrollo de sus actividades educativas y
cotidianas. Para mí, no hay mejor recompensa que la gratitud de las personas,
especialmente de una comunidad tan especial como la del Liceo Santa Bárbara.

Sin embargo, no todo fue perfecto. Durante ese período, me encontraba


trabajando entre 18 y 20 horas diarias. Debía atender a los estudiantes en sus
actividades académicas y administrativas, preparar clases para todos los grupos a
mi cargo en las dos instituciones donde prestaba servicio como docente. Por las
tardes y noches, impartía clases de forma remota a los grupos. Además de todo esto,
debía ocuparme de mi hijo y de las tareas del hogar. El tiempo durante la pandemia
fue extremadamente demandante y dejó una profunda huella en varios aspectos de
mi vida.

Pasaron dos años rápidamente, y se implementó la alternancia como estrategia


para reincorporar a los estudiantes a la presencialidad. Debo confesar que me
resultó difícil adaptar las actividades presenciales a mi jornada laboral. Los tiempos
que antes dedicaba a las labores en casa, ahora los invertía en desplazamientos por

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la ciudad. Ya no podía compartir el almuerzo con mi familia y regresaba a casa a
altas horas de la noche.

A principios del año 2022, se me ofreció el cargo de profesional de apoyo a la


decanatura de mecatrónica en la Escuela Tecnológica Instituto Técnico Central.
Acepté este cargo con la esperanza de aprender al salir del aula y adentrarme en
ambientes administrativos. Sin embargo, mientras desempeñaba las labores de este
cargo, me di cuenta de que mi verdadera vocación se encontraba en la enseñanza.

Mis labores con la decanatura se extendieron durante un año y siete meses, hasta
que se presentó una nueva oportunidad: ¡volver a la docencia! Gracias a la
recomendación de un gran amigo, me enteré de la posibilidad de trabajar como
docente de electricidad y electrónica en el Instituto Bachillerato Técnico Industrial.
Quiero aclarar que nunca tuve la intención de abandonar la enseñanza; la escuela ha
sido mi segundo hogar académico después de la Universidad Pedagógica Nacional.
Sin embargo, ya no me sentía motivada trabajando en la decanatura. El proceso de
selección para el cargo de docente duró aproximadamente dos semanas, y comencé
a trabajar en el bachillerato en septiembre de 2023.

En este momento, estoy cursando el tercer semestre de la Maestría en Ingeniería


de Biosistemas en la Universidad Nacional de Colombia. Me siento muy agradecida
con la vida y por todas las oportunidades que se han presentado para mi
crecimiento personal y profesional.

Durante mis experiencias en el aula, asistiendo a clases del programa 40x40 en el


barrio San Luis, vía la Calera, tuve la oportunidad de enseñar tecnología a
estudiantes de cuarto grado con la corporación Buinaima. Dentro de esa población,
había estudiantes de escasos recursos, como Sthefania, una niña de 10 años que solía
ser rebelde y faltaba a menudo a clases. Después de trabajar con ella, realizar
ejercicios prácticos y mostrar su progreso, fue capaz de hablar con propiedad sobre
procesos electrónicos. Al nalizar el curso, agradeció lo que había aprendido y
expresó su admiración, diciéndome que quería ser como yo algún día.

Recientemente, me encontré con una situación similar al regresar al aula.


Camilo, un estudiante de 13 años, era bastante rebelde y solía ausentarse de sus
clases. No tenía interés en las temáticas impartidas y no tenía una buena relación con
su profesor anterior. Sin embargo, gracias a diferentes estrategias pedagógicas y de
convivencia, logré involucrarlo en clase y obtener excelentes resultados.

Ahora, Camilo entrega sus trabajos a tiempo, demuestra sus habilidades y es


capaz de exponer el resultado de todo el proceso de elaboración de un aparato
electrónico. Al nal del día, la verdadera recompensa de la vida será la satisfacción
de haber obrado bien, de haber trabajado por el prójimo y por uno mismo, dejando
huellas positivas en el camino de los demás y siendo completamente feliz. Trabajar
con los estudiantes alimenta positivamente el alma y nos da la fuerza necesaria para

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seguir estudiando con el n de crear más material y conocimiento para las futuras
generaciones.

En este entramado de experiencias como ingeniera y pedagoga, he aprendido


que debo estar preparada para enfrentar los rápidos cambios y desafíos que nos
presenta la educación diariamente en una profesión tan hermosa como la de ser
maestra. Por ello, invito a quienes están estudiando para ser maestros a abrazar una
mentalidad exible y adaptativa. Les recomiendo que cultiven habilidades
multidisciplinarias y estén dispuestos a integrar la tecnología de manera efectiva en
su práctica docente. La capacidad para aprender y adaptarse constantemente a las
nuevas metodologías y herramientas pedagógicas es esencial para mantenerse
relevante en un entorno educativo en constante evolución.

Además, les recomiendo a los aspirantes a maestros que desarrollen una


profunda conciencia de la diversidad presente en las aulas, reconociendo y
celebrando las diferencias culturales, lingüísticas y de aprendizaje. La inclusión y la
empatía son fundamentales para crear entornos educativos equitativos donde cada
estudiante se sienta valorado y comprendido.

Otro aspecto importante es fomentar la colaboración entre colegas y aprovechar


las oportunidades de desarrollo profesional. La comunidad educativa ofrece un
espacio valioso para compartir experiencias, estrategias exitosas y enfrentar
desafíos comunes.

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Por: Andrea Velandia Forero
Docente SED Bogotá - Colombia

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C uando comencé la secundaria, lo hice en un pequeño colegio privado en
Mosquera, uno de esos pocos, un pequeño colegio que debería haber existido
por siempre. En aquel entonces se llamaba Liceo de Sabana y era considerado
un verdadero estorbo para el vecindario. Sentía que todo lo que aprendía allí era tan
signicativo que, al regresar a casa, después del almuerzo, llevaba a mi hermana a la
parte trasera de la casa. Utilizábamos la pared como pizarra y, con una tiza que
tomaba sin permiso, le enseñaba todo lo que había aprendido. Mis profesores tenían
un estilo muy particular; en plena década de los 90, nos inculcaban el valor de la
autonomía.

En las clases de ciencias sociales, salíamos con la rme convicción de cambiar


nuestra historia, tanto a nivel personal como familiar. Quizás no todos los
estudiantes del colegio compartían esa percepción, pero fue el mensaje que yo
recibí. A través de las diversas materias y las estrategias de enseñanza de mis
profesores, siempre surgía una reexión social. Se nos inculcaba la idea de ser
agentes activos, críticos, participativos y sensibles en nuestra formación, y este
mensaje quedó grabado en mi espíritu. Por ello, a lo largo de mi vida, me he
caracterizado, ya sea para bien o para mal.

Mis profesoras... eran tan adelantadas para su época, las más cercanas eran
costeñas y otra era de Bogotá, todas con una personalidad arrolladora que parecía
sacada de las páginas de la sabiduría de Melquiades en Cien años de soledad. Más
allá del aula, también enseñaban. En una ocasión nos invitaron a marchar en el
barrio porque cerraron la biblioteca pública; solo fue una de las muchas veces que
aprendí a no quedarme callada frente a la injusticia.

Cuando tenía once años, en sexto grado, era la más bajita del colegio, y así seguía
siendo hasta los 13 en octavo. Por eso me llamaban con apodos dulces como
Campanita y Paz. Desde que ingresé, participé en el periódico del colegio, en el
gobierno escolar, y formamos un equipo de fútbol con mis mejores amigas. Nos
llamábamos Las Enanas, no podría haber sido de otra manera. Mis amigos se reían
de mí porque, cuando los salones estaban vacíos, entraba para dejar actividades a
los estudiantes mientras llegaba el profesor.

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Al compartir experiencias de la época del colegio y escuchar las de los demás,
valoro la singularidad de mi colegio y de mis profesoras, a quienes agradezco por
haber contribuido a forjar mi personalidad. Amo lo que soy y cómo me formé.
Después de 31 años desde que inicié mi bachillerato, aún mantengo contacto con
ellas, y tanto el amor como la admiración permanecen intactos.

Tomando lo mejor de cada una de mis profesoras de manera ecléctica, y con este
perl desde niña, nunca tuve duda de mi profesión; siempre soñé con ser maestra.
Siendo menor de edad, comencé a trabajar en un jardín infantil del norte de Bogotá.
En realidad, mentí sobre mi edad, ya que tenía 16 años, y dije que mi cédula se estaba
demorando. Mientras tanto, realicé un curso de atención al preescolar. En esa
época, era muy difícil acceder a una carrera universitaria, especialmente en mi
situación económica. En mi hogar, mis padres, mis hermanos y yo sobrevivíamos
con un salario mínimo. Antes de que comenzara el nuevo siglo, esa situación era
posible.

Cuando cumplí la mayoría de edad, comencé a trabajar como recepcionista en


las ocinas de una importante cadena de almacenes. Afortunadamente, me
desenvolvía bien en el puesto y me quedaba bien la minifalda del uniforme de la
ocina, así que también fui una buena recepcionista. Recuerdo que ganaba cerca de
dos salarios mínimos, lo cual era bastante para la época. Sin embargo, cuando
terminé mi curso, presenté mi hoja de vida en un colegio que funcionaba en un
garaje de mi barrio, en Bosa, y me contrataron por un salario inferior al mínimo.

Mi felicidad causaba confusión en mi familia, pero solo yo entendía la


importancia de comenzar a perseguir mi sueño, incluso si era en una posición
modesta. Estuve allí por unos pocos años y ahorré lo suciente para pagar mi
primer semestre universitario.

Así comenzó mi travesía en el siglo XXI, embarcándome en mis estudios de


Licenciatura en Educación con énfasis en humanidades. Lo hice en contra de los
pronósticos, desaando las adversidades, pero decidida y con una meta clara.
Afortunadamente, durante los primeros semestres universitarios, conseguí trabajo
en un colegio privado en Soacha, Cundinamarca, lo que mejoró un poco mis
ingresos. Trabajaba durante el día y estudiaba por la noche, siguiendo la rutina
común en esa época. Recorría largas distancias, desde Bosa hasta Soacha, luego al
centro de la ciudad y regresaba a casa cerca de la medianoche. Con mis ángeles de la
guarda a mi lado, me sentía segura tanto en Soacha como en Bosa. Sin embargo, en el
centro, mi aspecto de provinciana asustada parecía atractivo para los habitantes de
calle, y a menudo, mi compañera Lina y yo, éramos víctimas de robos y sobresaltos.
Anhelaba el día de mi graduación para dejar atrás esos peligrosos recorridos
urbanos.

Mis colegas docentes en el colegio de Soacha, en su mayoría mayores que yo y


muchas de ellas formadas en la normales, irradiaban una creatividad contagiosa y
una pasión por la enseñanza. Aprendí muchísimo de ellas y las consideré como

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invitadas de honor en mi boda. En sus clases, integraban el arte y la lectura de
manera activa. Comencé mi carrera como profesora de preescolar, donde
cultivábamos jardines, realizábamos actividades al aire libre, recitábamos poemas,
bailábamos y, entre risas y aprendizaje académico, viví una experiencia
encantadora. En ese momento, sentí que quería ser docente de preescolar para
siempre.

Al siguiente año, asumí el rol de docente de primaria, y aquí experimenté un


cambio signicativo. Adopté un enfoque más serio en mis clases, consciente de que
los niños eran la esperanza de sus padres y familias. Les inculcaba de manera
implícita la importancia de tener un proyecto de vida, y disfrutábamos de visitas a la
biblioteca donde fomentábamos el compañerismo y el apoyo mutuo entre ellos.
Rápidamente establecimos una conexión especial, y me encontré enamorada de los
niños de primaria.

Sin embargo, después de unos años, la administración escolar me solicitó


apoyar en el bachillerato, una situación que me resultaba completamente nueva e
inconcebible. Sentía temor hacia los adolescentes de secundaria. Con gran dolor,
decidí renunciar y presenté hoja de vida a la Secretaría de Educación en Bogotá,
conando en mi título universitario y en mi experiencia como recién egresada en
2007.

Fui convocada a trabajar con el distrito, llenándome de alegría, pero pronto


recibí la noticia de que sería asignada exclusivamente a la enseñanza en secundaria.
Aunque me sentí desaada por esta situación, no podía permitirme el lujo de
renunciar, especialmente teniendo ya una hermosa familia conformada por mamá,
papá, una niña, un niño y una mascota. Asumí con madurez el desafío y me convertí
en docente de secundaria en el distrito, aunque al nal de cada día, las lágrimas
brotaban al despedirme de mis estudiantes. Cada año me enfrentaba a adolescentes
de personalidades diversas: sensibles, indiferentes, alegres, deprimidos, tercos, en
n, una amalgama que recordaba a mis amigos de la adolescencia. Aprendí
constantemente de ellos y me propuse ser la maestra que deseaba para mis propios
hijos, manteniendo siempre claro mi rol.

Recorrí colegios de todas las localidades y ciclos de secundaria, y comencé a


formar parte del proyecto de Volver a la Escuela, a lo que cariñosamente llamé mi
doctorado sin título. Este programa estaba dirigido a estudiantes en edad extra,
entre otras condiciones más difíciles. Fue un hito en mi carrera lograr establecer
cercanía con ellos, aunque no siempre fue posible con todos. Sin embargo, las
anécdotas más memorables, tanto divertidas como tristes, y las experiencias más
impactantes surgieron en esta etapa.

En un colegio de Kennedy, creamos un proyecto innovador llamado Mándalas


y Armonía, con el apoyo de la rectora, la creatividad de mi coordinadora, el
entusiasmo de los orientadores y la participación activa de los estudiantes. Este
proyecto recibió reconocimiento a nivel distrital debido a su impacto positivo en el

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perl de nuestros estudiantes. Incluso mantengo contacto con algunos de ellos, a
quienes ahora considero amigos cercanos. De hecho, una de ellas forma parte de mi
círculo íntimo de amigas. Fue entonces cuando descubrí que amaba ser docente de
bachillerato, algo que, curiosamente, ya había sentido antes con niños de otras
edades.

Cuando nalmente pasé el concurso docente y fui nombrada en el año 2016, un


año después de mi separación, lo consideré un triunfo en medio de tantos fracasos
personales. Comencé con una familia muy similar a las de los padres de mis
estudiantes: padres con conictos y situaciones traumáticas, especialmente para
mis hijos, que ya eran preadolescentes. Esto me hizo sentir aún más conectada con
mis estudiantes en las aulas y más comprometida con su formación y educación.
Aprendí que mientras que en la primaria el proyecto era más familiar, en la
secundaria la proyección es más personal, y el desafío consistía en fomentar la
motivación intrínseca en ellos para que encontraran su propio camino.

Duré muchos años en un colegio en San Cristóbal, donde fui miembro del
consejo directivo y complementé mi experiencia con la organización de la rectora y
la coordinadora del plantel. Cuando regresé al aula regular, me asignaron el grupo
de estudiantes que estaban repitiendo año, aquellos provenientes de otros colegios
y de otros salones del mismo plantel. Nadie quería entrar a esta clase y, si bien el
comportamiento de estos estudiantes no se parecía al de mis hijos, también me
esforcé por ser la docente que desearía para ellos. Con el tiempo, desarrollamos
lazos muy estrechos, aunque al principio, cuando empezamos en sexto grado, yo
era La cucha más fastidiosa que tenían.

Para cuando llegaron a octavo grado, nos adorábamos mutuamente,


convirtiéndose en una de las promociones más especiales que acompañé en su
graduación. Había altos niveles de sensibilidad compartida, un sentido del humor
muy agudo y una participación crítica. Aunque éramos un grupo muy homogéneo,
nos aceptamos y nos queríamos como una familia, de esas de las que ya no abundan
tanto, al menos no como en los dibujos animados.

En la actualidad, participo en el programa de Estrategias de Educación Flexible,


trabajando con poblaciones LGBTI y trabajadoras sexuales remuneradas. ¿Dónde?
En aquella zona que prometí no volver; en la zona de tolerancia del barrio Santafé.
Es extraño bajar en la estación de Transmilenio de la 22 y saludar a los vendedores
ambulantes del sector, a los habitantes de calle, y dar besos y abrazos a las chicas que
trabajan en la esquina. Es un gesto lleno de cariño hacia personas que la sociedad
suele hacer invisibles. Este proyecto es maravilloso y ya llevo dos años involucrada
en él.

Aquí encontré un cómplice para abordar las tareas de manera creativa: el


profesor de matemáticas y yo iniciamos un proyecto sumamente signicativo para
las estudiantes y los docentes, al que llamamos Memorias de una Bogotá Desnuda,
nuestro propio periódico. En este espacio, las estudiantes escriben y publican

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historias de sus vidas que parecen sacadas de la cción. Son relatos que reejan
situaciones cotidianas que se viven en las esquinas de la ciudad, donde la exposición
de la piel provoca incomodidad y se olvida la sensibilidad que todos los seres
humanos experimentan. Mi colega y yo denominamos este proyecto como un
intento de reconciliar al sector educativo con esta población.

El tema de la diversidad en la educación va más allá del género. En un aula de


clases, se presenta un ejemplo real de diversidad e inclusión educativa: hay
personas sin hogar, trabajadoras sexuales, heterosexuales, mujeres cuidadoras,
víctimas de violencia, migrantes, afrodescendientes, todos en una misma clase,
tratando de reconciliarse con el sistema educativo y completar su educación
secundaria. Y aquí es donde vuelvo a descubrir a mis estudiantes favoritos.

La verdadera misión de nosotros, los maestros, es proporcionarles a los jóvenes


las herramientas necesarias para transformar su realidad y la de los demás. Que el
conocimiento adquirido en la escuela sea su brújula en la búsqueda de sus metas,
permitiéndoles proyectarse en un camino de satisfacción, es decir, con la certeza de
estar haciendo lo que les gusta de manera adecuada, sin dañar a nadie, y mucho
menos a sí mismos.

A veces, asusta el poder que, sin buscarlo, tenemos sobre nuestros estudiantes.
Es una gran responsabilidad comprender que una palabra hacia ellos puede
construir o destruir. Por eso, es fundamental utilizarlas con cuidado. No siempre
lograremos construir como deseamos, pero es importante asegurarnos de que no
hemos causado daño en su interior.

Con mi profesión, tengo la misión de sembrar fe en los estudiantes hacia los


demás seres humanos, así como ser una fuente de esperanza para quienes les
rodean. Sin embargo, todo comienza con creer en sí mismos, conar en sus propias
capacidades y adoptar la convicción de que pueden alcanzar sus metas. Esta tarea
no es fácil, ya que va en contra de la corriente de una sociedad que promueve el
individualismo y el egoísmo, pasando por alto el valor del trabajo en equipo y la
importancia de caminar acompañado. Compartir experiencias con otros seres
humanos es lo que verdaderamente nos dene, nos revela cómo reaccionamos ante
diversas situaciones y nos impulsa a crecer como individuos. Por naturaleza, el ser
humano está destinado a vivir en comunidad, y es en este contexto donde
experimenta un mayor crecimiento personal y social.

Cuando pido un deseo en mi cumpleaños, anhelo que mis estudiantes me


recuerden porque la profesora Andrea inspiró a enamorarse de algo: ya sea de la
luna, como un fenómeno que ilumina la noche; de las plantas y las ores, como un
regalo de la naturaleza que reeja su perfección; de la oscuridad, como una señal
que permite disfrutar de las estrellas; del sol, como un astro que renace cada día; de
la lectura, como una herramienta para transportarse, comprender y aprender sobre
cualquier tema; o que se enamoren del ser humano, como me sucedió a mí, y
comprendan que todos tenemos virtudes y defectos que nos caracterizan. Que se

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enamoren del aroma de las velas, de sus colores y de su luz, y que comprendan
cómo pueden puricar el alma. Tal vez se enamoren de las sonrisas y las lágrimas de
sus seres queridos, para valorar y recordar con respeto las conexiones familiares y la
posibilidad de escribir una nueva historia. Que se enamoren de las historias de los
demás y aprendan a escucharlas con atención, para así comprender mejor la
humanidad en su diversidad, con sus cicatrices y sus triunfos. Todos tenemos una
historia que contar, y nos gusta hacerlo.

Que se enamoren de su propio proceso y crecimiento, que amen lo que son y lo


que los ha transformado. Que aprendan a amar sus emociones y se permitan llorar,
reír, enojarse y asustarse, recordando así su propia humanidad y aceptando que
está bien sentir. Que se amen a sí mismos cada vez que emprendan un proyecto en
cualquier aspecto de sus vidas, haciéndolo con esfuerzo, dedicación y cariño. Que se
enamoren de lo aparentemente insignicante, pero que en realidad les ayuda a
crecer.

Los desafíos para los educadores ya no son un secreto, y los nuevos docentes
están conscientes de ello al asumir este rol. Sin duda, se adentraron en esta profesión
por amor, lo cual ya es un gran comienzo. Deben aprovechar su cercanía
generacional con los estudiantes y enseñar como si cada mensaje que transmiten
tuviera solo dos posibles destinos:

El primero es reconocer que tal vez esa sea toda la formación que recibirá su
estudiante, por lo tanto, deben proporcionar todas las herramientas necesarias en
cada clase, aprovechando la oportunidad para llegar a él y sembrar una semilla de
conocimiento y crecimiento.

El segundo camino es aquel en el que el estudiante continuará su vida académica


y necesitará todo lo que el docente pueda enseñarle para avanzar al siguiente nivel
de manera satisfactoria, enamorándose cada vez más de su proyecto de vida. Esto es
aplicable en todos los aspectos, ya que los maestros entendemos que los seres
humanos somos seres integrales y no se puede separar lo académico de lo humano.
Los docentes apasionados llevamos un libro mental de historias que emergen en
momentos necesarios, como una vitamina que nos impulsa a continuar en esta labor
desaante y aparentemente titánica. A menudo, es el destino el que nos recuerda la
importancia del "producto" que tenemos entre manos mediante algunas anécdotas
que resurgen en nuestra mente.

Por eso, hay un recuerdo que equilibra mi grado de sensibilidad, y es el que viví
con una estudiante de grado once hace muchos años. Yo impartía clases de español
en este curso dos días a la semana a primera hora. La estudiante solía llegar tarde,
casi siempre, y cuando le preguntaba la razón, simplemente respondía: Se me hizo
tarde. Quizás no inspirábamos suciente conanza, y así quedaba la situación.
Estas llegadas tardías la llevaron a tener la asignatura perdida denitivamente al
nal del año, ya que tampoco se sentía motivada para realizar las actividades que
llevaba con entusiasmo al grupo.

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Un día, propuse a los estudiantes la actividad de escribir su biografía,
considerando su proyección futura, dado que al año siguiente ya no serían
estudiantes de secundaria. Una de ellas, en particular, se animó a realizarla con
dedicación. Mientras calicaba su escrito, experimenté una profunda tristeza,
mezclada con admiración. Esta estudiante era madre de una niña de un año y, cada
mañana, debía esperar a su propia madre para que cuidara a la bebé mientras ella
asistía al colegio. A pesar de las dicultades, dejaba todo preparado para la mañana
antes de partir hacia el colegio.

En ese momento, comprendí muchas cosas. Sin embargo, lo más impactante fue
la clara proyección que tenía como madre. Estaba llena de sueños y trabajaba en la
tarde. Hablaba sobre el cambio de perspectiva que su maternidad le había
proporcionado en la adolescencia, y expresaba que le debía la vida a su hija. A pesar
de contemplar los obstáculos, también visualizaba las posibilidades de superarlos y
seguía ahorrando porque planeaba continuar estudiando.

Creo que nunca se dio cuenta del impacto que tuvo su biografía en mi vida.
Aprendí de ella como madre, como mujer y como ser humano. Por esta razón, ahora
implemento la actividad de escribir la biografía de mis estudiantes al inicio del año
escolar, no solo como un ejercicio para revisar su escritura, redacción y ortografía,
sino también como una oportunidad para reexionar sobre sus vidas y
aspiraciones.

Soy el resultado de la intersección entre la cruda realidad y las bendiciones que


descienden del cielo, una prueba evidente de la lucha por liberarse de las cadenas
generacionales. Soy el sobreviviente de un despertar súbito que exige mostrar y
preservar el material con el que mi alma fue forjada, un alma moldeada por seres
celestiales que desataron una lluvia cósmica y dieron signicado a la luz de mi
nombre. Soy el hilo que, aunque no, se mantiene rme y logra resplandecer con el
matiz que elige.

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Jackson Beltrán Rodríguez
Colegio Alexander Fleming IED-
Secretaría de Educación de Bogotá - Colombia

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B uen día querido lector: cuando te solicitan, a ti como escritor, que por favor
escribas tu historia de vida, inicialmente te parece normal y piensas que será
una tarea reporteril más, un ejercicio de reportar hechos y sucesos dentro de
un entorno y contextos denidos; lo cual no desprecio porque sigo considerándolo
un arte, y, además de arte un noble ocio. Pero cuando te sientas a escribir te das
cuenta de que es la tarea más difícil del mundo. Y ¡no!, no es una frase de cajón ni un
cliché digno de un párrafo introductorio, desde el más profundo análisis
epistemológico y escatológico descubres que escribir tu vida es tan traumático como
cambiar de país, así es, esa sensación vacía y tácita que tienes cuando intentas
empacar tu vida en una maleta para llevársela lejos, es idéntica a cuando intentas
encerrar tu vida en un par de párrafos para compartirla con los demás.

Entrados en gastos querido lector: ¡Mucho gusto!, mi nombre es Jackson Beltrán


Rodríguez, nací en Fontibón antes de que fuera considerado parte de la ciudad de
Bogotá el 17 de agosto de 1980 y no le digo mi edad por efectos prácticos, más no por
la banalidad de pretender esconder mi edad, al contrario, no sabemos en cuantos
años lea usted esta historia, hoy tengo 43 pero quizá cuando usted lea esto tenga 346,
no lo sabremos jamás.

No pude nacer en el seno de una mejor familia, acompañado del mejor papá, la
mejor mamá y de los tres mejores hermanos que Dios me pudo regalar y que entre
otras cosas ya se me habían adelantado llegando a este mundo convirtiéndome sin
pena en el niño consentido o el Cuba término que vine a entender como a los 17 años.

A estas alturas también habrá podido darse cuenta de que creo en Dios,
cuestiones que por estos tiempos son objeto de crítica y desgano y lo que poco a poco
se convierte en una acción atemporal y totalmente fuera de moda.

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En 1985 inicié mi vida académica con estruendosos fracasos que fueron
rápidamente mitigados por mis hermanos, sin la oportunidad de una educación
preescolar y enfrentando un grado primero, así, de buenas a primeras, por ende, la
motricidad na, el color y la estética no fueron lo mío, además, en la jornada de la
tarde que me agobiaba con su lento transcurrir y la desidia que trae consigo una
puesta de sol que no ayudaba con los objetivos académicos.

Para mi fortuna y la de todos los que me rodeaban, al año siguiente fui


trasladado a la jornada de la mañana, promovido a grado segundo, especialmente
gracias a mi profesora Carmen Elisa Coronado y a mi hermana, y dentro del mismo
colegio que amé intensamente, de donde solo salí para buscar la educación superior,
en esa época tenía por nombre Concentración Internacional; hoy por hoy lleva el
nombre de Institución Educativa Distrital Instituto Técnico Internacional IEDITI,
ubicado en mi hermosa localidad de Fontibón en Bogotá, al cual sigo considerando
el mejor colegio del mundo y al que aún sueño que pueda llegar a servir como
Docente.

De ahí en adelante fue otra historia, una primaria brillante de la mano de la


mejor profesora del mundo, la profesora Blanca Suárez, aún en ejercicio en la misma
institución, aprendí a leer y escribir uidamente en pocas semanas y se fraguó lo
que iba a ser mi vida académica, que con humildad y orgullo puedo manifestar han
sido todo un éxito.

Cuando terminé quinto elemental, la institución buscó expandir el bachillerato


en la misma, razón por la cual siempre fui uno de los alumnos más antiguos del
colegio, ya que éramos los responsables año a año de inaugurar un nuevo grado
hasta convertirnos en la primera promoción.

Un bachillerato maravilloso, marcado por la precariedad estudiantil, pero a su


vez lleno de esfuerzos inmensos por sacar un imposible adelante. Durante esos seis
años hicimos de todo, pero una de las actividades que más me marcó fue ser uno de
los fundadores de la emisora estudiantil, como olvidarlo, Frecuencia 2, pasé los días
más felices de mi vida dentro de una caseta de latón de Postobón, transmitiendo
noticias, entretenimiento y música a toda mi generación.

Paralelamente a la secundaria, las tardes y los nes de semana llevaba una vida
parroquial intensa, participaba en todas las actividades de la Parroquia Santo
Cristo, fortín ético y comportamental para mi formación. Primero como Acólito y
con tan solo 14 años como catequista; tuve la oportunidad de impartir el catecismo y
preparar niños para la primera comunión y a su vez preparar jóvenes mayores que
yo para el sacramento de la conrmación y ésta la considero como mi primera
experiencia docente y por la que al día de hoy acumulo poco más de 30 años de
experiencia en esta hermosísima labor.

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Entre tanto, mi vida continuaba aún en el colegio. Al cursar el décimo grado, nos
acercábamos a lo que eran las primeras elecciones escolares. Recordemos que para
el año 1994 vio la luz la nueva Ley General de Educación y con ella, el Gobierno
Escolar. Me convertí en el primer Personero de la institución con muchísimo trabajo,
muchas actividades para lograr esa aprobación tan anhelada de lo que era la
educación media y poder convertirnos en la primera promoción de nuestra amada
institución.

A la vez que sucedían estas cosas, la institución en un esfuerzo grande para


orientarnos profesionalmente y cuando aún no era una costumbre pedagógica y
académica de los colegios, encomendó al departamento de orientación que nos
ofreció conocer universidades y carreras; después de eso también desarrolló talleres
en los que pudimos identicar nuestras anidades y destrezas.

En lo personal el primer hallazgo que encontré fruto de estos talleres es que lo


que más me gustaba hacer era enseñar y el segundo hallazgo era que tenía mucha
capacidad para comunicarme. En atención a esas actividades yo me sentí
profundamente llamado por la docencia y máxime que ya llevaba un par de años de
experiencia en ese campo, pero los docentes de la época se encargaron de
desestimar por completo esa opción indicándome que no era una opción segura
económicamente, que era una profesión desagradecida y por esta razón opté por
tomar la comunicación social como futuro profesional.

De esta manera llegaron a su n esos 2 años maravillosos que son décimo y


undécimo para un estudiante; nos encontramos con la graduación que reunía un sin
número de emociones, ya que eran bastantes objetivos los que se alcanzaban y
lograban cosecharse. Ese día el primero obviamente era culminar la secundaria, el
segundo conseguir que fuera aprobada la educación media para una institución que
además de necesitarlo lo había luchado por varios años y el tercero lograr estimular
en los estudiantes la necesidad de profundizar en lo académico y realizar una
preparación profesional para superar las expectativas que se tenían hasta el
momento, que era simplemente salir a trabajar en mano de obra no calicada.

Con el enorme pesar de separarme de mis compañeros del colegio inicié mi


preparación universitaria. Al no poseer los recursos para solventar una universidad
privada y con el obstáculo que la carrera de Comunicación Social no existía en la
universidad pública, junto con mis padres tomamos la decisión iniciar una
formación a nivel técnico, por lo que ingresó con mucho entusiasmo al Colegio
Superior de Telecomunicaciones a formarme en Locución y Producción de Radio y
Televisión, cuatro semestres maravillosos que logré cursar en jornada diurna y que
tuvieron un marcado éxito académico durante todo el desarrollo de los mismos y así
se alcanzaba este nuevo escalón académico.

Con la necesidad de formalizar los estudios que se habían realizado hasta el


momento la Corporación Técnica de Colombia Corpotec afín al Colegio Superior de
Telecomunicaciones nos ofreció la oportunidad de homologar las materias vistas

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para buscar un título tecnológico en periodismo y de esa manera poder más
adelante buscar su correspondiente profesionalización, logré culminar el primer
semestre de los tres que hacían parte del programa de homologación.

A nales de 1999 fallece mi padre, hecho que desemboca en la desestabilización


económica y anímica de mi hogar lo que me obliga a tomar decisiones urgentes y
traumáticas, como la de trasladar el estudio a la jornada de la noche, con el n de
liberar el día y poder comenzar a trabajar para así poder seguir solventando los
estudios que, a pesar de ser de carácter tecnológico, eran en instituciones privadas.

Así las cosas… mi hermana busco a nuestro párroco y le pidió un favor


inmenso, que me permitiera dictar clases en el Colegio Parroquial Nuestra Señora
del Rosario, colegio de la parroquia, para que de esta manera yo pudiera devengar
un salario en algo en lo que era hábil y pudiera continuar mis estudios profesionales,
el sacerdote al conocer ya mis habilidades por varios años desde la catequesis le
gustó la idea; me hizo una entrevista, un par de pruebas y en enero del año 2000
estaba siendo contratado ocialmente en mi primer trabajo, aunque la experiencia
docente ya era extensa, era la primera vez que iba a devengar un salario gracias a
ello.

Inicialmente a mí no me gustó la idea porque a pesar de que tenía una especial


habilidad docente, en mi cabeza circundan los resultados de las pruebas realizadas
en la secundaria donde otorgan una especial importancia a la comunicación y el
periodismo, por tanto, mi ilusión más grande era lograr vincularse con algún medio
de comunicación o alguna empresa desde el sector organizacional. Por eso el título
de esta historia, ¡No quiero ser docente! fue lo primero que se me vino a la mente,
pero el sacerdote ya me lo había sugerido en muchas ocasiones y yo me negaba a
aceptar la vocación que ya había identicado pero que por comentarios de algunos
de mis profesores no quería ejercer.

De esta manera inició mi vida como docente titular, fue una experiencia
maravillosa, tres años en los que me descubrí no solo como docente sino como
persona y en los que pude compartir conocimientos académicos para participar de
la formación personal del individuo que es el n último de la educación.

Iniciar esa labor titánica de trabajar en el día y estudiar en la noche fue muy
difícil para mí en un comienzo, de hecho, perdí el segundo semestre que cursé en la
noche y producto de ello fui expulsado del programa de profesionalización, lo que
me causó un enorme pesar y una angustia profesional grandísima, debía yo en ese
momento buscar una alternativa porque ya tenía media carrera cursada y no era ni
académica ni económicamente conveniente perder ese esfuerzo.

Me acerqué a la Fundación Universitaria los Libertadores, allí me abrieron las


puertas, me acogieron y a pesar de haber sido expulsado del programa anterior, allí
me dieron la oportunidad de en primera medida terminar mi ciclo tecnológico y

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luego poder realizar los estudios que faltaban para profesionalizar totalmente el
programa de Comunicación Social y Periodismo.

Poco antes de recibirme como profesional, sucedieron cambios dentro del


organigrama de la arquidiócesis de Bogotá y al nuevo sacerdote que llegó para
encargarse de la parroquia y del colegio parroquial en el que yo trabajaba, no le
gustó para nada la idea de que yo no tuviera una carrera docente por lo que procedió
a despedirme, situación que me alentó denitivamente ahora sí a optar únicamente
por el camino de la comunicación social, mi deseo era desempeñarme únicamente
dentro del campo del periodismo, como locutor, redactor, periodista
organizacional o relacionista público; pero con lo que yo no contaba era que en ese
momento tenía experiencia docente y absolutamente nada más y como ustedes
saben en este país vale muchísimo la experiencia, pero no se da la oportunidad a los
jóvenes para que la adquieran antes de una edad determinada por tanto
subsiguieron a este periodo de tiempo tres años a los que yo he llamado tres años
negros en los que fue muy difícil subsistir.

Finalizando este periodo encontré una labor muy satisfactoria


desempeñándome como Tour Manager. Un Tour Manager es la persona encargada
de recibir a un artista internacional que viene a concierto a nuestro país; su labor
radica en prestar total asistencia durante su permanencia en Colombia,
acompañarlo a su hotel, a sus ensayos y si hay tiempo también a que conozca
nuestro entorno, la ciudad en la que se encuentra y en general a todas las actividades
turísticas que sean posibles, en esa oportunidad tuve el placer de trabajar con el
cantante Tony Meléndez que es muy conocido por ser un artista con discapacidad
ya que no tiene brazos y toca la guitarra con los pies. Se realizaron con él en Bogotá
dos conciertos muy exitosos y fue un trabajo que en verdad me llenó el alma, pero
que no rindió frutos económicos satisfactorios, por lo que no era una opción válida
para continuar.

Casualmente, el último día que pusimos al artista en un avión de regreso a su


país, recibí la llamada de un colegio de educación por ciclos en el que querían mis
servicios para que me desempeñaba como docente de informática y tecnología,
inicialmente tampoco quería, pero acudí a la entrevista, tuve un buen acuerdo
económico y decidí quedarme a pesar de que el reto parecía mayúsculo por el tipo
de población con el que se iba a trabajar.

El Grupo Educativo Bacatá, la institución en la que me desempeñé durante 9


años como docente, tenía la particularidad de atender estudiantes expulsados,
retirados, o con problemas académicos y/o disciplinarios serios de estrato 6 y
procedentes en su mayoría de los colegios de más alto nivel de Bogotá.

Una población bastante difícil por el entorno que presentaban los estudiantes,
sin embargo, allí se realizó un trabajo excepcional y que me dejó una inmensa
satisfacción ya que más allá de impartir conocimientos de tecnología e informática
tuve la oportunidad de acompañar casos puntuales, apoyarlos en formación

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personal. Hoy cuento con la fortuna de ser testigo del proceso que los llevó a ser
excelentes profesionales y de primer nivel aquí en Colombia y en el exterior,
consagrándose no solo como profesionales sino también desempeñando altos
cargos en el sector público y el sector privado.

Durante mi permanencia en Bacatá, tuve la oportunidad de hacer parte en un


sinnúmero de eventos académicos y educativos. Publiqué mi primer libro y cursé
un Máster Internacional en Comunicación Digital en España, que el gobierno
colombiano tardaría 11 años en convalidar.

Entre los años 2011 y 2012 y gracias al trabajo puesto en el Manual de Producción
para Radios Comunitarias y Escolares fue posible cosechar varios premios y
reconocimientos entre los que se destacan el Premio Nacional de Periodismo
Antonio Nariño y La Orden Civil al Mérito Periodístico otorgada por el Concejo de
Bogotá.

Mi salida de esta institución se vio empañada por un hecho que aún me causa
una profunda tristeza y es a lo que los docentes estamos expuestos día a día en
nuestro ejercicio pedagógico. Una estudiante que perdía la asignatura, que ni
siquiera estaba perdiendo el año, decidió como camino más fácil manifestar que yo
la acosaba sexualmente y de esta manera conseguir un camino más expedito para la
aprobación de su asignatura. Una acusación injusta que me ocasionó muchísimos
problemas y a pesar de no existir una denuncia formal me dejó una tarea titánica
para limpiar mi nombre a nivel social, laboral, y pedagógico.

Acongojado y triste tomé la decisión de abandonar la educación por los hechos


acaecidos y me di la oportunidad de trabajar en el complejo y esquivo mundo de la
aviación, un universo que había soñado habitar desde niño y al que no había podido
ingresar por diferentes factores. Aerovías del Continente Americano, más conocida
como Avianca a través de su aliado internacional Dfass y su aliado nacional
RetailLatam me abrieron las puertas y me dieron la oportunidad de extender mis
alas para desempeñarme como Tripulante de Cabina Inight Seller en el servicio de
Ventas Abordó; un trabajo que me trajo innita satisfacción a nivel económico,
personal y social y que a la postre se convirtió de a poco en un Forrest Gump
trotamundos que se desempeña en muchísimas áreas de conocimiento.

Una labor maravillosa que desempeñé durante poco más de 5 años, que me
permitió conocer todos los destinos de la aerolínea a nivel mundial y que enriqueció
mi preparación como docente teniendo contacto con un sinnúmero de
civilizaciones, viviendo y siendo testigo directo de su entorno, lo que reforzó en mí
todos los conocimientos académicos adquiridos, proporcionándome una visión
única y convirtiéndome en un ciudadano del mundo, riqueza, que hoy comparto
con mis estudiantes.

Para ese momento corría ya el año 2020, para ser más puntuales el mes de marzo
cuando extendí mis alas por última vez y llegó ese monstruo que afectó al mundo

96
entero; creo rmemente que ningún habitante del mundo pudo escapar a los efectos
de lo que nos causó ese monstruo enorme llamado Covid-19. Como en millones de
casos la pandemia se encargó de dejarme nuevamente sin empleo dejando una labor
que amé intensamente ya que los cinco años en los que me desempeñé en ella fueron
para mí como cinco minutos y enfrenté como gran parte de los habitantes del
mundo las dicultades sociales, de salubridad, pero principalmente económicas
con las que la emergencia sanitaria nos golpeó fuertemente y sin piedad.

En el año 2021 la educación nuevamente me abrió sus brazos y me acogió más


cariñosamente que nunca. Tuve la oportunidad de acceder a través del Sistema
Maestro a una vacante provisional en el municipio de Soacha (Cundinamarca),
donde llegué con más dudas que certezas.

Seis años fuera del ejercicio académico, herido y prevenido aún por los ultrajes
causados por la injusticia, me enfrentaba a una población desconocida para mí.

La población de la sede B Marco Fidel Suárez de la Institución Educativa La


Despensa, enmarcada en un entorno muy difícil con un sin número de carencias de
infraestructura, a nivel pedagógico, económico y social; con un contexto familiar
profundamente lesionado era mi nuevo desafío como docente. Inicialmente
asumimos el reto desde la virtualidad, posteriormente articulamos todos nuestros
programas académicos con la alternancia y gradualmente hicimos un trabajo
pedagógico para conseguir retornar nuevamente a la presencialidad total.

Aparte del trabajo pedagógico y formativo con una comunidad que siempre
llevaré en mi corazón, durante mi paso por la Institución Educativa La Despensa,
tuve la oportunidad de cursar una especialización en Pedagogía y Docencia
Universitaria en la Universidad La Gran Colombia y también de iniciar un
doctorado en Ciencias de la Educación en la universidad Cuauhtémoc de México.

En mayo de 2022 mi casa de estudios, la Fundación Universitaria Los


Libertadores, destacó mi vida académica y profesional junto con la de 24
compañeros más, entre los más de 112 mil egresados que en 40 años ha entregado la
institución a nuestra sociedad, otorgándome el reconocimiento Libertador con
sentido de solidaridad y compromiso social, Egresado Destacado 2022.

Sin duda uno de los regalos más valiosos de la vida y de la estancia en el


municipio de Soacha (Cundinamarca), ha sido vincularme al periódico El Solidario
como columnista, posterior a ello sellar mi vinculación total e inequívoca a la
Cooperativa Cootradecun, entidad que en el 2023 me otorgó el reconocimiento
Pluma de Escritores, Homenaje a Rafael Pombo.

Finalmente, después de poco más de dos años trabajando para el municipio de


Soacha, la provisionalidad demostró que es efímera y que la estabilidad laboral para
todos los provisionales en el país está seriamente comprometida;
desafortunadamente la misma terminó y naliza mi paso por la Institución

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Educativa la Despensa, que me dejó enormes satisfacciones principalmente porque
tuve la experiencia de trabajar con los niños de grado sexto y séptimo que en 30 años
de ejercicio docente jamás se había presentado ya que siempre había trabajado con
grados superiores.

En enero de 2024, después de muchos años de esfuerzo e incluso después de


haberlo rechazado en una oportunidad, pude sellar mi vinculación en propiedad
con el Magisterio Colombiano esta vez con la Secretaría de Educación de Bogotá. El
Colegio Alexander Fleming IED de la localidad Rafael Uribe Uribe se convierte
ahora en mi segundo hogar y en el espacio desde el cual asumo el desafío de orientar
los Ambientes Alternativos de Aprendizaje a partir del proyecto Lectura Crítica y
Habilidades Comunicativas que hacen parte de la jornada completa de la que hoy
disfrutan los estudiantes y que más allá de ser un espacio de refuerzo o
profundización del área de Humanidades y Lengua Castellana, es el responsable
que los niños amen la educación y adquieren a partir de la lúdica, la diversión y el
esparcimiento las habilidades y competencias lectoescritoras vitales para el
desempeño dentro de cualquier área el conocimiento, en la academia o en la
industria productiva comercial.

Actualmente me encuentro ad-portas de publicar tres obras literarias más, todas


alrededor del ejercicio docente y todas a partir de la investigación, la teorización y la
profundización en la educación desde el concepto cognitivo hasta la práctica en el
aula.

Con 30 años en el ejercicio pedagógico me siento innitamente satisfecho,


agradecido con Dios, con la vida y con mis estudiantes; convencido que la docencia
es la vocación de mi vida a pesar de haber encontrado tantos obstáculos en el camino
y soy feliz al poder ejercer las dos profesiones más lindas del mundo: el periodismo
y la educación de los hombres del mañana.

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99
Por: Noelia Alejandra Giménez
Provincia de Misiones-Argentina

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I magina un sendero, no recto ni común, sino cargado de signicado para la vida
misma. Un recorrido marcado por kilómetros que representan etapas de
curvas tortuosas, subidas y bajadas extremas, y velocidades variables. Nunca
me detuve en este trayecto, este camino metafórico reeja mi viaje hacia la pasión de
mi vida: la enseñanza y la profesión docente.

Mis primeros pasos se entrelazan con la sencillez de una vida humilde desde la
infancia y la adolescencia, marcada por la educación en valores que mis padres me
inculcaron durante mi formación obligatoria. Recuerdo esos años en una escuela
religiosa, donde sembraron la semilla de mi futura inclinación hacia la enseñanza de
ciencias económicas. Siempre supe que al nalizar la secundaria debía seguir
estudiando; esta decisión estaba arraigada con un propósito especial: mejorar las
condiciones para mi familia. Esa fue mi gran inspiración, ya que siempre tuve
presente las limitaciones educativas de mis padres, quienes solo tuvieron la
oportunidad de asistir a los primeros años de escuela. Al n y al cabo, no deseaba
repetir esa historia.

Con determinación, emprendí mi viaje hacia la universidad, aunque no tenía


claro qué carrera estudiaría. Sin embargo, durante ese proceso formativo, tuve claro
que mi elección debía alinearse con mis valores. Tenía una intención especial:
necesitaba la accesibilidad que ofrecía una universidad pública.

Llegó el momento crucial, y ese viaje hacia la universidad estaba a la vuelta de la


esquina. En compañía de mi madre, me dirigí a la capital de mi provincia. Allí se
encontraba el progreso, la gran ciudad que desconocía y que, sin lugar a duda, sería
mi hogar durante el resto de mi vida. Recordar mi vida estudiantil en el albergue
universitario me hace revivir los desafíos económicos superados gracias al respaldo
del estado. Este hecho refuerza mi convicción sobre el valor de la educación pública
para las clases populares, aunque en muchos casos esta forma de educación sea
considerada como una inversión y no como un gasto.

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Reexiono sobre los inicios de mi vocación docente y me pregunto cómo llegué
hasta aquí. En la secundaria, ocupaba el primer puesto en timidez, era reservada,
introvertida y carecía de iniciativa. Además, procrastinaba constantemente,
dejando todas las tareas y lecciones para último momento. Si debiera etiquetar ese
momento, diría que mi título era Especialista en Procrastinación. Sin embargo, no
era tan malo, había casos peores.

Mis días en la universidad estuvieron marcados por el esfuerzo y el sacricio.


Hoy puedo decir que soy quien soy gracias al fruto de esos días de persistencia.
Decidí no rendirme frente a las adversidades y agradezco a la educación pública por
nanciar mis estudios. Estas experiencias me permitieron crecer como persona,
valorar cada detalle, cada suceso y a cada individuo que cruzó mi camino, porque
fueron muchas las personas que estuvieron presentes con su apoyo, con su amor
incondicional: esa fue mi verdadera familia.

Cada día que transcurre, me doy cuenta de los desafíos de la vida, los cuales
moldean mi personalidad y me brindan la fuerza para no desistir. Es por lo que los
años que he pasado en el aula me han demostrado que elegí una de las mejores
profesiones del mundo y que volvería a elegirla si tuviera la oportunidad en otra
vida. Después de todo, mis alumnos son el combustible que alimenta mi pasión,
impulsándome a innovar y aprender continuamente de ellos, de la vida misma y de
la capacidad que nos convierte en autodidactas.

Cada niño, niña o adolescente es un universo por descubrir, un individuo que


algún día se convertirá en un profesional, padre, madre, artista, político, entre otras
posibilidades que brinda la sociedad. En este proceso formativo, el maestro siempre
deja su huella, sembrando una semilla que germinará para que en la sociedad
existan personas íntegras, comprometidas con la construcción de un mundo mejor.

En la actualidad, me encuentro en la mitad del camino, con dos décadas de


experiencia en la docencia a mis espaldas, siento el llamado a seguir
perfeccionándome, a continuar aprendiendo, tanto de la vida como de mis
estudiantes. El entorno evoluciona, la tecnología avanza y emergen nuevos temas,
lo que indica que aún queda mucho por recorrer.

Mi compromiso con la educación me llevó a estudiar una Licenciatura en


Gestión Educativa. Actualmente, me desempeño como profesora y ocupo el cargo
de vicedirectora en la escuela EPET, donde trabajo. Cada tarea que emprendo es un
desafío al que me enfrento con esfuerzo, preparación y entregando un pedazo de mi
alma.

A la par del nacimiento de mi hijo Marco, inicié mi trayectoria docente con un


bebé en brazos, visitando escuelas en busca de oportunidades. En ese papel de
madre y maestra, recuerdo esos momentos con profunda emoción y cierta
nostalgia. Hoy, con la satisfacción de haber obtenido la titularidad en las horas

102
cátedra de la EPET 36, siento un arraigo profundo hacia esa institución. Finalmente
logré concentrar mis horas en una sola escuela, alcanzando el sueño que muchos
anhelan, al menos aquí en Argentina. Cada día, cada kilómetro recorrido en esta
profesión extraordinaria refuerza mi amor por la enseñanza y por una sociedad más
humana y compasiva.

Mi mundo está centrado en mi familia, pero también encuentro una gran


satisfacción profesional en mis estudiantes, quienes son mi mayor alegría y
motivación. Por eso, estos dos ámbitos terminan siendo el latido de mi corazón, el
motor que impulsa mi viaje. Por eso y mucho más, digo: "no me saquen del aula",
porque ahí reside mi felicidad, en cada estudiante que encuentra en mí su guía para
vivir la educación.

Una experiencia que quedará grabada en mi memoria son los proyectos que
emprendí este año, donde los estudiantes son los protagonistas. Coordinar y
organizar el primer simposio internacional realizado de manera presencial desde
República Dominicana, con un grupo de personas maravillosas que son mis
hermanos latinoamericanos, fue una experiencia sumamente graticante. Mis
estudiantes compartieron intercambios y experiencias con otros pares
continentales.

Otra experiencia signicativa fue seleccionar a un grupo de alumnos para cursar


de forma virtual un diplomado en Liderazgo y Coaching para ser agentes de
cambio. Esta experiencia fue invaluable, ya que deseo que mis estudiantes sean
exitosos y puedan aprender más allá de las cuatro paredes del aula. Con esfuerzo,
compromiso y constancia, lograron el objetivo, superando incluso las expectativas.
Desde esta capacitación, me siento más que orgullosa, experimentando una
felicidad innita al ver que se convierten en los mejores, y cada aprendizaje
incorporado puede ser un legado para toda la vida.

Este relato que comparto aquí solo abarca una pequeña parte de las muchas
travesías, vivencias y experiencias que han enriquecido mi vida, ya sean positivas o
negativas. Reeja la dedicación y el amor que he invertido en mi vocación. Cada día
es una lección, y cada estudiante es un nuevo mundo por descubrir. Este viaje es un
curso existencial que seguirá enriqueciéndose con cada paso, porque ser docente va
más allá de una profesión; es una pasión que alimenta el espíritu.

Sin embargo, cada vez que reexiono sobre cuál sería la escuela ideal, surge una
respuesta especial en el contexto educativo. Una escuela transformadora, soñadora
e ideal sería aquella donde tanto el estudiante como el maestro son vistos como seres
humanos integrales, emocionales y susceptibles a las vicisitudes de la vida. Donde
se aprende tanto del acierto como del error. En esta visión, las personas deben ser
valoradas por sus capacidades, más allá del estigma que pueda implicar una
calicación numérica.

103
Una escuela ideal es aquella que cuenta con un cuerpo docente que impulsa la
carreta con la misma fuerza con la que la dirige, que dispone de los recursos
necesarios para hacer las clases más atractivas, pero, sobre todo, donde el acto de
enseñar se realiza con pasión y vocación. Además, en la construcción de esta
educación ideal están involucrados los padres y la sociedad en la que se
desenvuelven los estudiantes. El trabajo del maestro no puede ser solitario; se
necesita un apoyo integral para alcanzar esa visión de una nueva escuela.

Mirando hacia el futuro, cuando mis estudiantes se marchen de la escuela,


generación tras generación, me gustaría que recuerden: En la escuela, se quedó la
profe que nos enseñaba con amor, la que tenía buena energía, la que se esforzaba por
encontrar las estrategias más efectivas para que aprendiéramos.

En cuanto a los maestros en formación, les transmitiría un mensaje lleno de


esperanza:

No se desanimen, porque la enseñanza se lleva con pasión y amor.


Deben estimular las neuronas del aprendizaje, reconociendo que la
disposición tiene un vínculo estrecho con la intención de
transformar las vidas de muchos seres que pasarán por nuestro
camino pedagógico.

A mis colegas que están en camino, también les compartiría que la soberbia no es
un buen aliado. No lo sabemos todo y, en muchas ocasiones, también aprendemos
de nuestros alumnos. Si buscamos calidad, debemos dar lo mejor de nosotros
mismos; y si exigimos respeto, debemos respetar a todos sin distinción alguna.

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Por: Jésica Báez Lehner
Quillota - Chile
La música y el viaje por mundo de las emociones.

106
Con alegría les hablo,
compañeros de labores,
son tantas las sensaciones
al jugar con los vocablos,
van saltando como diablos
las palabras en mi boca,
que ponen un poco loca
la casa del pensamiento,
como una niña me siento
chiquitita y revoltosa.

De niña fue la guitarra


mi tesoro más preciado,
pronto me había iniciado
en este ocio que amarra,
tocando a Violeta Parra
me adentré en esos acordes,
sintiendo que estaba al borde
de un precipicio mortal,
cantando llegué al portal Perdónenme la osadía,
del amor de mis amores. de escribir abiertamente,
no quiero ser exigente,
Perdonen la desmesura ni malograr vuestro día,
el tomarme la conanza yo les ofrezco alegría,
por levantar esta danza sí me escuchan un momento,
de conversar con holgura, hay que poner el acento,
espero estar a la altura en lo realmente importante,
pa contar lo apasionante porque en el mundo del arte,
que son estos estudiantes la emoción es alimento.
con diversidad funcional,
en la dimensión musical Alimento pa la mente
El trabajo es cautivante. pal cuerpo y la cuchareta,
mejoraría el planeta
Música Ensamble se llama, si se sumara más gente,
la experiencia que les cuento, les invito abiertamente
este grupo es un portento, a ser parte de este cuento,
colorea el pentagrama, a tomar sus instrumentos
acceso al arte reclama, sus voces y voluntades,
para todos por igual, no creo en las casualidades
la cosa será transversal, que se unan los elementos!
en los derechos humanos,
son bienvenidas las manos, (Décimas Ensamblísticas)
la música es universal. Jeca Lehner 2021

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M i nombre es Jéssica Báez Lehner y mi incursión en la pedagogía fue
totalmente inesperada. Sin embargo, mi experiencia con la música
comenzó de manera muy íntima, desde que era una niña y me adentré en
el aprendizaje autodidacta de la guitarra. Pasaba horas investigando los sonidos
que emanaban de ella, explorando sus notas y acordes con curiosidad. Estos
primeros acercamientos, jugando con la guitarra, despertaron en mí la necesidad de
comprender cómo un objeto tan simple, hecho de madera, podía generar armonías
tan cautivadoras.

Desde entonces, la música ha sido mi compañera constante, mi refugio, un


lenguaje que me ha permitido comunicarme más allá de las palabras. Ha sido un
puente hacia otros, un salvavidas, con un sinfín de signicados que han dejado una
huella profunda en mi vida. Siempre he sostenido que el camino de la
autoformación requiere la misma rigurosidad, disciplina y seriedad que la
formación ofrecida por una institución académica. Creo rmemente que existen
muchos mitos sobre la autoeducación, cuyas verdades podrían ser cuestionadas si
exploramos otras realidades.

Por ejemplo, en algún momento creí en el mito de que, si eres autodidacta,


entonces no has estudiado música. Sin embargo, con el tiempo comprendí que mi
autodidactismo implicaba un tipo de estudio alternativo y diferente al
proporcionado por las instituciones formales. A lo largo de mis 46 años, he sido
guiada por muchos maestros y maestras, cada uno de los cuales ha sido
fundamental en mi formación como músico y gestor cultural. Han contribuido
signicativamente a mi desarrollo tanto personal como profesional, y han sido parte
integral de mi trayectoria como facilitadora de procesos.

Otro mito que enfrenté fue cuando, a los 14 años, me acerqué a un maestro muy
reconocido en mi ciudad para solicitarle ser su estudiante. Él me respondió
diciendo: No puedo enseñarte música, ya eres demasiado grande. Quizás tenía
razón en que, dentro de su enfoque académico y competitivo, consideraba la música
como un n en sí misma. Sin embargo, la vida me ha enseñado que la música es
mucho más que eso. Es un medio a través del cual podemos ofrecer conciertos,
grabar discos, pero, sobre todo, transformar la vida de las personas.

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Una de las primeras experiencias laborales que viví fue en el año 1999, cuando
tenía 22 años. En aquel entonces, el departamento de salud lanzó una convocatoria
para jóvenes músicos de la ciudad, invitándonos a participar en una reunión en la
que nos informaron sobre la implementación de una sala de ensayo para bandas de
rock, completamente equipada, en las instalaciones donde antes funcionaba el
centro de salud municipal. Alrededor de 80 jóvenes nos encontramos en el lugar con
la esperanza de encontrar un espacio para hacer música. Sin embargo, el proyecto
aún no estaba completo y pensé que tal vez podía contribuir con algunas ideas para
mejorar su funcionamiento.

Luego me comuniqué con el director del departamento de salud y propuse un


plan de trabajo para implementar las iniciativas surgidas de esa primera reunión.
Afortunadamente, mi propuesta fue aceptada y comencé a desempeñarme como
coordinadora del área musical, además de asumir las responsabilidades de la
directora de planta, quien se encontraba con licencia médica pre y postnatal.

Durante ese período, empecé a relacionarme no solo con los músicos que
buscaban espacios, sino también con el entorno. Al principio, los vecinos se
alarmaron al ver a tantos jóvenes en el sector, con tatuajes, cabellos largos y de
colores, guitarras y botas negras. Estas apariencias generaron temores y resistencias
que se reejaron en reclamos infundados basados únicamente en el
desconocimiento y los prejuicios hacia los jóvenes. Destaco esta situación porque
evidenció cómo nuestras percepciones pueden inuir positiva o negativamente al
enfrentarnos a realidades diversas, muchas veces tomando posturas sin darnos la
oportunidad de conocer a quienes tenemos cerca.

Durante ese período, que abarcó cerca de 8 años, me dediqué a realizar un


trabajo formativo con los jóvenes que se acercaban a este espacio. Desde el uso
básico de los equipos, anación de instrumentos, conceptos fundamentales para
realizar ensayos, conciertos, registros y grabaciones, hasta la impartición de clínicas
de diversos instrumentos (batería, guitarra, bajo, teclado), talleres de composición
musical y gestión cultural para los proyectos que surgían en ese lugar. Esta
experiencia fue muy enriquecedora y me permitió crecer considerablemente. Sin
embargo, llegó un momento en el que sentí que había completado un ciclo y vi la
necesidad de explorar otros proyectos. Después de esto, pasé dos años trabajando
en áreas relacionadas con el diseño gráco, período que coincidió con mi deseo de
estar más cerca de mis hijos, que en ese momento eran pequeños.

En el año 2010, recibí una llamada de una amiga kinesióloga que dirigía un
colegio con un currículum diferenciado para niños y jóvenes con diversos tipos de
discapacidades. Ella me explicó que varios profesores de música habían pasado por
el colegio sin mucho éxito, lo que estaba afectando a los estudiantes. Reconociendo
los benecios de la música para los alumnos, me propuso hacerme cargo del taller
de música del colegio. Inicialmente, dudé en aceptar porque creía que, para enseñar
en un contexto con estudiantes con necesidades educativas especiales, necesitaba
contar con un título universitario que respaldara mis competencias, conocimientos

109
y habilidades. Sin embargo, tras la insistencia del colegio y luego de analizar
cuidadosamente el contexto, decidí aceptar el desafío y aportar mi experiencia
musical, mi trayectoria en el trabajo con bandas de rock, y, sobre todo, una gran
voluntad de aprender en un mundo completamente nuevo para mí en ese
momento.

El primer día fue bastante impactante. Nunca había estado en un colegio de


educación especial ni había visto a tantos niños con una diversidad de realidades
conviviendo en un mismo espacio. Mientras recorría las aulas y me presentaba a los
estudiantes, quería saber todo sobre sus diagnósticos, causas, tratamientos y
efectos, entre otros aspectos. Intenté buscar libros de Biología para comprender
mejor lo que estaba enfrentando. Sin embargo, después de algunas semanas, me di
cuenta de que mi enfoque no debía centrarse en los diagnósticos, sino en la persona
que tenía frente a mí. Detrás de cada niño y niña, descubrí historias de vida únicas, y
poco a poco comenzamos a construir puentes de comunicación a través de la
música, el juego y mi profundo deseo de aprender a enseñar.

Comencé mi investigación sobre métodos de enseñanza de la música,


explorando enfoques como Orff, Kodaly, Dalcroze, Suzuki, entre otros. Durante
este proceso, descubrí el método Música en Colores, creado por la maestra y
pianista chilena Estela Cabezas en la década de los 60. Intrigada por este enfoque,
decidí profundizar y participar en una capacitación impartida por su hija, Joan
Zambrano, quien continúa promoviendo la obra de su madre hasta el día de hoy.
Durante tres días intensos, exploramos el método en su dimensión pedagógica y
profundizamos en la mente y el corazón de su creadora, comprendiendo su proceso
creativo y cómo ordenó sus ideas para desarrollar una metodología innovadora que
integra de manera brillante los conceptos abstractos de la música con el mundo
concreto y simple de los niños.

Al regresar al aula y comenzar a aplicar el método Música en Colores, noté


resultados positivos en mis estudiantes. Utilizamos el metalófono (un instrumento
común en las escuelas) para trabajar conceptos como las guras rítmicas, la altura
del sonido, los intervalos, la anacrusa y las escalas, entre otros. Estos conceptos se
abordaron a través de ejercicios prácticos, juegos y refuerzo positivo, lo que facilitó
el aprendizaje de los niños. La genialidad de este método radica en su capacidad
para simplicar conceptos musicales complejos y adaptarlos al lenguaje y la
comprensión de los niños.

Pronto, comenzaron a suceder cosas emocionantes en la escuela especial.


Decoramos las paredes con la escala musical, trabajamos en asociar colores con
notas musicales, fabricamos dados con los colores correspondientes a las notas y
utilizamos una variedad de materiales para dar vida a canciones y nuevos desafíos.
Después de solo cuatro meses de implementar el método, aceptamos una invitación
para participar en un evento relacionado con la inclusión en la plaza de nuestra
ciudad. Nuestro repertorio consistía en los mismos ejercicios que practicábamos en
clase, adaptados a canciones simples tocadas en el metalófono, que yo acompañaba

110
con la guitarra. La energía y la magia que irradiaron los estudiantes durante esta
primera presentación artística fueron tan poderosas que me hizo pensar que
estábamos cosechando los frutos de las clases y aprendizajes vividos durante ese
primer período.

Sin embargo, lo que más me impactó después de esa presentación fue darme
cuenta de que las personas con discapacidad han sido relegadas a espacios cerrados
durante años, ocultas entre cuatro paredes. De alguna manera, estábamos llevando
a cabo un acto político al visibilizar esta realidad valiosa y existente a través de la
música.

Lo que ocurrió a continuación fue verdaderamente mágico: los estudiantes


descubrieron en la práctica musical una herramienta para transformar sus entornos.
Esto generó una gran motivación y participación por parte de sus familias: madres,
padres y hermanas pusieron todo su empeño en apoyar el desarrollo de sus seres
queridos, tanto en el ámbito musical como en otras áreas transversales necesarias
para dedicarse a la música, como la disciplina, el autocontrol, la tolerancia a la
frustración, el trabajo en equipo, la atención y la memoria, entre otras habilidades.

Desde aquella presentación hasta hoy han pasado 13 años. En 2019, sentí que
había completado un ciclo en ese espacio educativo y decidí seguir otra de mis
grandes pasiones: el trabajo en madera. Renuncié a mi antiguo empleo en la escuela,
pero continué trabajando de forma independiente y autónoma con un grupo de
jóvenes de ese mismo colegio. Durante el primer año, realizamos ensayos
constantes y presentaciones en diversos escenarios. En el segundo año, se sumaron
más personas interesadas en el proyecto, con diferentes formaciones y habilidades,
lo que dio lugar a la formación de un equipo multidisciplinario muy comprometido
que abarca diversas áreas, como lo musical, lo psicosocial, el desarrollo integral y la
participación ciudadana de los integrantes.

En 2022, nos constituimos ocialmente como la Corporación Música Ensamble,


con el objetivo de postular a fondos y garantizar la sostenibilidad y proyección del
proyecto. Los resultados han sido sorprendentes: los niños de esta historia son
ahora jóvenes que forman parte de una banda de música latinoamericana con una
puesta en escena y una ejecución musical de primer nivel. Tras años de trabajo, nos
estamos perlando como un referente en términos de educación popular (o no
formal), así como en el desarrollo de una cultura inclusiva que busca transformar la
sociedad al abrir espacios para todos, teniendo en cuenta la adaptación de los
entornos y el compromiso con los procesos de aprendizaje.

La Banda Música Ensamble representa una plataforma de desarrollo formativo


a través de la música, con el objetivo de convertirse en una oportunidad de inclusión
laboral para músicos en situación de discapacidad. Este objetivo se persigue
mediante la organización de conciertos, mediaciones culturales, conversatorios,
charlas y talleres que abordan temáticas inclusivas y fomentan el trabajo en equipo,
así como la consecución de objetivos organizacionales desaantes. Todo ello se

111
enmarca en las competencias para el Aprendizaje Profundo, según Michael Fullan,
y se ilustra con ejemplos concretos basados en el trabajo realizado por la banda.

Desde la perspectiva del aprendizaje profundo, los líderes y docentes deben


diseñar ambientes educativos que impulsen a los estudiantes a aplicar el
conocimiento adquirido para resolver problemas del mundo global. En este proceso
de aprendizaje más auténtico y duradero, los estudiantes deben convertirse en
agentes de cambio en un mundo en constante evolución. Según Fullan et al. (2018),
para lograr esto, los estudiantes deben desarrollar seis competencias globales:
Creatividad, Carácter, Colaboración, Ciudadanía, Comunicación y Pensamiento
crítico. Estas competencias permiten que los estudiantes aborden de manera
profunda y creativa los problemas locales y globales que les conciernen.

En resumen, mi experiencia personal y colectiva demuestra que el aprendizaje


es un fenómeno social inevitable, que ocurre constantemente a través de la
interacción con otros. Es un proceso colaborativo en el que tanto estudiantes como
maestros aprenden unos de otros. Existen diversas formas maravillosas de
educación, ya que todos aprendemos de manera diferente. Además, la música ha
sido un instrumento invaluable que facilita la comunicación y actúa como un
lenguaje común que nos une más allá de nuestras diferencias individuales. Es una
poderosa herramienta de transformación social que debería ser parte integral de
todas las escuelas en todo el mundo.

112
113
Luis Enrique Gómez Guerrero
I.E.M. Santiago Pérez, Zipaquirá

114
M i interés por la enseñanza como profesión surgió al buscar modelos de
conocimiento que me permitieran encontrar características pedagógicas e
ideas que me inspiraran, especialmente en el área de las ciencias sociales.
Durante mi educación primaria, recibí una educación espectacular de una
pedagoga excepcional en la escuela pública San José Sur Oriental de Bogotá. Este
período marcó mi compromiso con la educación y el servicio a la sociedad.

Al iniciar el bachillerato, mi fascinación por la historia y la geografía creció cada


día más. Aunque el sistema de orientación escolar en la enseñanza media no fue
óptimo, mi pasión por estas disciplinas me impulsó a considerar una carrera
docente en ciencias sociales. Me gradué como bachiller en el colegio Francisco Julián
Olaya en La Mesa, Cundinamarca, en 1978. Con el título en mano, mi interés por la
docencia se consolidó, y decidí ingresar a la Universidad Pedagógica Nacional,
donde fui admitido en el Departamento de Ciencias Sociales gracias a mi puntaje en
el examen del ICFES, que era un requisito en esa época.

Durante mis estudios universitarios, tuve la oportunidad de trabajar en el sector


privado de la educación. Comencé mi carrera docente en el Gimnasio Nuevo
América, en el barrio Timiza de Bogotá, enseñando a niños de tercer grado de
primaria. Después, simultaneé mis estudios con la enseñanza en otros colegios
privados, como el Colegio Pedagógico Sur Oriental y el Colegio Parroquial
Adveniat, donde dinamicé las ciencias sociales para diferentes grados.

A medida que continuaba con mis estudios pedagógicos en la Universidad,


también trabajaba en la jornada nocturna del Colegio Parroquial, donde los grupos
eran más reducidos, pero igualmente desaantes. En todos estos colegios,
enfrentaba aulas con entre 35 y 42 estudiantes en la jornada diurna y entre 20 y 35 en
la jornada nocturna. Esta experiencia laboral simultánea con mis estudios
universitarios enriqueció mi formación como docente y me permitió aplicar lo
aprendido en el aula de manera práctica.

115
El desarrollo de procesos educativos me ha brindado la oportunidad de conocer
diversas experiencias con los estudiantes, reconociendo las marcadas diferencias
entre las dinámicas y vivencias de la jornada diurna y nocturna. En la jornada
nocturna, me encontraba trabajando con estudiantes adultos que, por diversas
razones, no habían tenido la oportunidad de estudiar en su juventud o habían
optado por ingresar al mercado laboral como obreros o mensajeros antes de decidir
retomar sus estudios por la noche para completar su educación básica, media e
incluso profesional. En contraste, en la jornada diurna, enseñaba a niños,
adolescentes y jóvenes con intereses y dinámicas diferentes.

Es importante destacar que esta labor educativa se llevaba a cabo de manera


simultánea con mi formación en la Universidad Pedagógica Nacional. Mi jornada
iniciaba temprano, a las 6:30 de la mañana, y nalizaba tarde, pues después de mis
actividades universitarias me dirigía directamente al colegio donde enseñaba en la
jornada nocturna. Para lograr cumplir con todas estas responsabilidades, contaba
con mis capacidades y vigor, pero también era necesario considerar las necesidades
económicas. A lo largo de los años, desde 1978 hasta 1985, el modesto salario que
recibía no solo me permitía sostenerme económicamente, sino también contribuir al
sustento de mi familia y continuar con mi formación profesional.

Tanto la experiencia académica como la laboral fueron moldeando mi carrera


docente. En el Colegio Adveniat, tuve el honor de ser reconocido por mis esfuerzos
en la implementación de Proyectos Pedagógicos Institucionales, obteniendo
premios del Ministerio de Educación Nacional (MEN) durante tres años
consecutivos. Posteriormente, en el Colegio Bellavista Sur Oriental, desempeñé
funciones de rector mientras seguía impartiendo clases en el área de ciencias
sociales.

En 1985, me uní al departamento de Cundinamarca, donde enseñé en varios


colegios, incluyendo el Colegio Alonso Ronquillo de Medina y el Colegio José
Manrique de Maya, este último con una gran cantidad de estudiantes. Mis
responsabilidades como docente y, en ocasiones, como rector encargado,
continuaron en diferentes instituciones, incluyendo la Normal Departamental de
Junín y el Colegio Departamental Manuel Murillo Toro en Útica. La violencia en la
región me llevó a solicitar traslados a otros colegios, como el Colegio Departamental
de Chuscales y el Colegio Departamental Agustín Parra de Simijaca, donde ejercí mi
profesión durante aproximadamente ocho años antes de ser trasladado al Instituto
Bolívar en Ubaté.

Me trasladaron a Zipaquirá debido a una renovación de la planta de personal,


junto con otros dos compañeros: uno para la Institución Educativa Guillermo
Quevedo Zornoza y otro para la Institución Educativa Técnico Industrial, mientras
que a mí me destinaron a la Institución Educativa Técnico Luis Orjuela. Sin
embargo, al llegar allí, no se me asignó ninguna tarea académica. Ante esta
situación, solicité a la rectora, Blanca Saturia Bernal, que me proporcionara un
documento escrito que conrmara esta falta de asignación. Con el documento en

116
mano, me dirigí a la jefatura de núcleo, a cargo del profesor Luis Vega, para
informarle sobre mi traslado y la situación de no contar con una asignación
académica en el Luis Orjuela. El profesor Vega me pidió que me quedara, ya que
formaba parte de la planta de personal de Zipaquirá. Así que aguanté durante cinco
meses, presentándome regularmente en la jefatura de núcleo para mantenerme
vinculado a la planta ocial de Zipaquirá.

Uno de mis compañeros, trasladado junto conmigo, decidió regresar a Ubaté, lo


que resultó en la asignación académica en el Técnico Industrial para cubrir su
ausencia. Esto ocurrió en el año 2004, y desde entonces y hasta el 2011, trabajé en esa
institución. En 2011, nos trasladaron nuevamente por “necesidades del servicio”,
aunque la verdadera razón fue que un grupo de docentes, incluyéndome, éramos
muy críticos con la gestión y organización del colegio desde el punto de vista
sindical. Nuestras críticas no fueron bien recibidas por los coordinadores y la
rectora encargada, quienes no toleraron nuestra franqueza al expresar nuestras
discrepancias sobre las decisiones que afectaban a los docentes. En consecuencia,
argumentaron el traslado de 4 o 5 maestros.

Me encuentro actualmente trabajando en la Institución Educativa Santiago


Pérez, donde espero concluir mi carrera profesional mediante mi retiro voluntario.
Aunque me faltan algunos años para alcanzar la jubilación forzosa, considero que
ha llegado el momento de dar un paso al costado después de contribuir a la
formación de una gran cantidad de niños, jóvenes e incluso adultos en el área de
Ciencias Sociales. Siento que he cumplido con mi ciclo docente y, por tanto, he
decidido presentar mi renuncia formal a partir del primero de febrero de 2024.

Al relatar mi trayectoria como docente, suelo decir que he tenido más puestos
que una buseta (coordinador académico, coordinador de servicio social,
coordinador de convivencia, todos por encargo). Sin embargo, gracias a esta amplia
experiencia en diversos establecimientos educativos, he adquirido un conocimiento
profundo en el campo docente, administrativo e incluso sindical. He desempeñado
roles como representante en el consejo directivo, profesor, coordinador de servicio
social y de convivencia, siempre que se consideraba que tenía las capacidades y
condiciones necesarias para ello.

Uno de los factores que ha motivado mis múltiples traslados ha sido la situación
del orden público. Me he sentido como un profesor casi desplazado, moviéndome
de un lugar a otro como consecuencia de la violencia que aqueja a Colombia. He sido
víctima del desplazamiento provocado por las FARC en la región de La Macarena,
donde ocuparon un sector de la cordillera oriental y municipios como Medina y
Paratebueno. Como rector del establecimiento educativo, priorizaba mi salud y la
seguridad de mi familia, que me esperaba en Bogotá. Ejercí mi carrera docente lejos
de ellos, por lo que cuando regresaba a casa, era un momento muy especial para
reunirme con mis hijos, Leidy Ginet Gómez Salamanca y Bayrón Enrique Gómez
Salamanca. Es importante destacar que los conocí no en el momento de su
nacimiento, sino al segundo o tercer día, debido a las dicultades para trasladarme

117
desde lugares tan remotos, especialmente por las condiciones de la topografía y el
estado de las vías.

La Marginal del Llano solía obligarnos a pasar noches dentro de los autobuses
varados en la carretera, pero afortunadamente la situación ha mejorado con el
tiempo. En resumen, he trabajado en muchos municipios, primero para escapar de
los conictos en las zonas donde estaba ubicado y luego por razones familiares. Mi
esposa, Lilia María Salamanca Daza, también era docente administrativa, rectora y
trabajaba en Bogotá. Ella ya está pensionada y espera mi retiro para disfrutar juntos
de la jubilación.

Siempre he considerado que es urgente y necesario realizar cambios en las


políticas educativas, especialmente en aspectos tan importantes como el
tratamiento que se da a la educación física y la fusión de ciencias sociales en un solo
área. Es lamentable ver cómo nuestros políticos y los administradores del estado
utilizan enfoques tan obsoletos en relación con la educación colombiana. Por
ejemplo, la reducción de horas dedicadas a la educación física o la combinación de
historia y geografía en una sola asignatura. Esta fusión puede llevar a que tanto
estudiantes como docentes se centren únicamente en la temática que más les
interese personalmente. Si un profesor tiene más interés en la geografía, es probable
que los estudiantes destaquen en esa área, pero esto puede llevar al descuido de la
importancia de la historia de Colombia y del mundo en general.

Mi ideal para la escuela se basa en las recomendaciones de la comisión de sabios


creada en 1993, conocida como la Misión de Ciencia, Educación y Desarrollo. Esta
comisión, compuesta por entre 10 y 14 integrantes destacados en diversas áreas del
conocimiento, como Eduardo Aldana Valdés, Luis Fernando Chaparro Osorio,
Gabriel García Márquez, Rodrigo Gutiérrez Duque, Rodolfo Llinás, Manuel Elkin
Patarroyo, entre otros, presentó un documento a la sociedad colombiana titulado
Colombia al lo de una nueva oportunidad. En este documento, sugirieron un
cambio en el sistema educativo colombiano, proponiendo una reingeniería
educativa para llevar a los estudiantes más allá de los contenidos académicos y
orientarlos hacia una pedagogía más exible, centrada en sus intereses personales y
reduciendo la carga curricular.

Si consideramos que hoy en día un estudiante puede estar matriculado hasta en


14 materias durante una jornada escolar, la propuesta de los sabios es reconocer las
capacidades individuales de cada estudiante y orientar su educación en función de
ellas. Por ejemplo, si un estudiante tiene habilidades musicales, pero necesita
mejorar en matemáticas básicas, deberíamos permitirle centrarse en esa área. Si otro
estudiante aspira a ser astronauta, deberíamos orientarlo hacia la ingeniería
espacial. Del mismo modo, si un estudiante desea dedicarse al deporte, deberíamos
apoyarlo en su desarrollo deportivo. El ideal de la escuela, entonces, es aquel que
toma en consideración estas recomendaciones de los cientícos de 1993,
permitiendo que cada estudiante se desarrolle según sus capacidades, intereses y
metas de vida y conocimiento.

118
Si en Colombia hubiéramos implementado estas recomendaciones en 1993,
estaríamos hablando de un cambio signicativo desde hace décadas.
Lamentablemente, muchas de estas propuestas quedaron en el olvido y seguimos
aferrados a políticas educativas obsoletas que no conducen a ninguna parte y que
solo contribuyen a que los estudiantes se desmotiven fácilmente en la escuela actual
y del futuro.

A lo largo de mi extensa trayectoria como docente, he vivido experiencias y


anécdotas que van desde lo bueno hasta lo regular y lo malo. Entre las experiencias
positivas, destaco que he tenido la gran oportunidad de desempeñar diversos roles
administrativos dentro del ámbito educativo. He ejercido como docente encargado
en el Colegio Manuel Murillo Toro de Útica, donde coordiné tres aspectos
fundamentales: el servicio social, la convivencia y lo académico. Asimismo, en otro
colegio, he tenido la responsabilidad de ser coordinador académico y coordinador
de convivencia.

Además, fui uno de los cofundadores de un establecimiento educativo en la


región de Medina-Paratebueno. Como mencioné anteriormente, también tuve la
oportunidad de ser profesor en el Colegio Alonso Ronquillo de Medina en
Cundinamarca, con comisión a Maya, que cuenta con una gran cantidad de
estudiantes. He tenido el privilegio de representar a los docentes en las
subdirectivas municipales y en la parte sindical, he sido representante de mis
compañeros maestros en la Asociación de Educadores de Cundinamarca (ADEC).

En el ámbito sindical, he participado activamente en las subdirectivas


municipales como integrante de las mesas directivas y he cumplido con las tareas
asignadas por la Federación Colombiana de Educadores (FECODE). Considero que
el activismo sindical es fundamental, ya que cuanto más nos involucremos,
mayores benecios podemos obtener para los aliados a los sindicatos. Estas son
algunas de las experiencias positivas que he tenido en mi carrera como maestro
activo.

Las experiencias menos positivas y, hasta cierto punto, amargas con algunos de
mis estudiantes, incluyen el hecho de haber sido testigo del fallecimiento de
estudiantes, ya sea por accidentes o por decisiones trágicas como el suicidio. Estas
situaciones dejan una marca permanente en el alma y afectan espiritualmente al
pensar en jóvenes que decidieron abandonar este mundo de forma prematura. Por
otro lado, es reconfortante saber que algunos de mis antiguos estudiantes se han
convertido en profesionales exitosos: médicos, miembros de las fuerzas armadas,
gerentes de empresas, entre otros. Sin embargo, estas historias positivas contrastan
con otras en las que los estudiantes se han perdido en el mundo de las drogas o han
caído en situaciones de vulnerabilidad social, lo cual me causa un profundo pesar.

Mis 44 años de experiencia como docente me permiten recordar una variedad de


anécdotas, algunas buenas, otras no tan buenas y algunas verdaderamente
negativas. Muchos estudiantes me recuerdan como el profesor que cultivó su

119
interés por las ciencias sociales y les inspiró a seguir carreras relacionadas con el
derecho. Sin embargo, otros me percibían como un docente demasiado estricto
debido a mi enfoque en la responsabilidad académica y el orden en el aula. Si bien
permitía actividades lúdicas, como juegos y charlas, dejaba en claro que estas no
debían interferir con las responsabilidades académicas, como las tareas, los trabajos
y las evaluaciones.

Me reconforta saber que los estudiantes me recuerdan como un profesor afable,


empático y comprensivo, que promovía valores como la responsabilidad, la
honestidad y la cultura general. Mi objetivo siempre ha sido inspirar a mis alumnos
a ser mejores seres humanos, tanto dentro como fuera del aula, guiándolos y
brindándoles apoyo cuando lo necesitaban.

Para aquellos colegas que están comenzando en la carrera docente, les comparto
que la educación es un arte que requiere capacidad, ejemplo de vida y formación de
conocimiento. Es fundamental abordar todos los procesos educativos con paciencia
y paz, fomentando valores positivos en el aula y contribuyendo así al bienestar de la
sociedad colombiana y al alejamiento de las problemáticas que enfrentamos. La paz
en Colombia debe comenzar en cada hogar y debe ser cultivada en el ambiente
escolar para construir un futuro más prometedor.

El rol del maestro en la actualidad requiere comprender que la ciencia y el


conocimiento avanzan rápidamente, lo que implica que nuestros estudiantes
necesitan una formación exible pero rigurosa para enfrentar una sociedad cada
vez más compleja y desaante. Es crucial que los educadores reconozcan que los
niños y adolescentes son como cáscaras de huevo, frágiles y susceptibles, por lo que
debemos manejarlos con cuidado y sensibilidad. Es fundamental transmitirles la
importancia de asumir su proceso educativo con responsabilidad, permitiendo que
crezcan y se desarrollen de manera integral para enfrentar los desafíos del mundo
moderno.

120
121
Héctor Eduardo Rodríguez Beltrán
Bogotá - Colombia

122
F
ormado como docente directivo de procesos administrativos en el ámbito de la
función pública educativa, poseo un perl académico que abarca un
Bachillerato Pedagógico, una Licenciatura en Educación Básica Primaria, una
Especialización en Informática para la Gestión Educativa y una formación en
Derecho. Como maestro bachiller y licenciado, cuento con las habilidades
necesarias para implementar procesos pedagógicos que contribuyan a elevar la
calidad de la educación. Gracias a mi especialización en informática para la gestión
educativa, dispongo de los conocimientos para organizar acciones destinadas a
fortalecer la misión pedagógica directiva, empleando el liderazgo para diseñar
estrategias acordes con la realidad institucional. Como abogado, tengo la capacidad
de articular la realidad social con las normativas y procedimientos aplicables al
contexto educativo, fortaleciendo principios, valores y derechos constitucionales en
benecio de las comunidades, al poner el derecho al servicio de la administración
pública para proporcionar una educación de calidad.

Nací el 31 de octubre de 1963 en la zona rural del municipio de Falan,


especícamente en la vereda Mondeco. Criado con el apoyo de mis padres, quienes
se desempeñaban como campesinos, fui el mayor de cuatro hermanos y logré salir
adelante aprovechando las oportunidades que me brindaba la educación. Mi
educación primaria se llevó a cabo en la escuela rural mixta de dicha vereda, donde
recibí mis primeras enseñanzas en lectura, escritura, socialización y matemáticas.
Recuerdo con gratitud a mi maestra, Mélida Bastrillón de Vázquez, quien no solo
me impartió conocimientos académicos, sino que también me inculcó valores y
principios sin recurrir a viejos métodos punitivos: la letra con sangre entra,
favoreciendo así un ambiente de aprendizaje positivo en el que pude desarrollarme
sin incidentes.

A pesar de las limitaciones económicas y la adversidad que implicaba la


pobreza, siempre conté con el incondicional respaldo de mis padres, quienes, a
pesar de no contar con una educación formal avanzada —mi madre había
completado hasta el tercer grado y mi padre hasta el primero de primaria—,
supieron transmitirme valiosas lecciones, ejemplos y consejos que me permitieron
acceder a la educación primaria. Aun así, nunca descuidé las responsabilidades en
la nca y en el hogar, brindando apoyo a mis padres en las tareas diarias.

123
La maestra Mélida fue fundamental en mi camino hacia la elección de la
vocación docente. Con su enfoque pedagógico activo, logró que aprender a leer,
escribir, entender las matemáticas y comprender los procesos socio-naturales se
convirtiera en una experiencia apasionante. El amor por el aprendizaje que ella y
otros maestros que tuve durante mi educación primaria me inspiraron
profundamente hacia la profesión docente.

Aunque la Escuela Normal Nacional Fabio Lozano Torrijos era la única opción
para continuar mis estudios, ubicada a más de una hora y media de camino y sin
recursos económicos para costear el transporte, el esfuerzo y sacricio de mis
padres abrieron las puertas de esa institución educativa para mí. Fue en ese entorno
donde comprendí cuál sería mi verdadera vocación. Los maestros con experiencia y
sólida formación pedagógica que encontré en la Normal me brindaron las bases
necesarias y trazaron el camino para iniciar mi carrera en la docencia. Aunque
estudiar en la Normal era la única alternativa disponible, ya había tomado la
decisión de convertirme en maestro, un objetivo que había arraigado rmemente en
mi conciencia.

Me gradué el 27 de noviembre de 1982 y, tras completar mi bachillerato


pedagógico, busqué a la profesora Mélida, a quien le había prometido que
regresaría para mostrarle que había alcanzado mi meta de convertirme en maestro.
Un año después, la encontré en el municipio de Roncesvalles, Tolima. Aunque ya
estaba pensionada y habían pasado más de 12 años desde que fui su estudiante, para
mí fue un orgullo cumplir mi promesa y para ella, una sorpresa emocionante que
uno de sus antiguos alumnos la buscara para demostrarle su logro como maestro
bachiller, gracias a las enseñanzas que ella impartió.

A principios de 1983, viajé a Ibagué para poner en orden mi documentación y


comenzar mi carrera como docente. Tuve la oportunidad de reemplazar a uno de
mis profesores de primaria en la misma escuela donde había estudiado, durante tres
meses. Después de esta experiencia, busqué la posibilidad de trasladarme al
departamento del Meta y los Territorios Nacionales, pero debido a mi corta edad,
algunos consejeros sugirieron a mis padres que no me permitieran ir debido a las
condiciones climáticas de la región.

Decidí viajar a Bogotá, aunque no contaba con el respaldo familiar en la ciudad.


Sin embargo, en el camino encontré personas bondadosas, como el director rural de
la localidad quinta B de Usme, Ovidio Antonio González Prieto, quien me ayudó a
obtener un puesto como docente interino en la escuela Santo Domingo,
sustituyendo a una maestra en licencia de maternidad. En aquel entonces, la
localidad del Sumapaz aún no existía.

En 1984, la profesora a quien sustituí solicitó traslado a la zona urbana, lo que me


llevó a volver a ser contratado como interino. En aquel entonces, no existía la gura
de la provisionalidad como interino, lo que signicaba que no tenía acceso a
derechos como salud o seguridad social. En su lugar, recibía un pago por el tiempo

124
trabajado y debía asumir personalmente la responsabilidad de su atención médica.
Durante todo ese año, continué laborando en la misma institución educativa.

En 1985, decidí participar en el concurso docente para maestros rurales y tuve la


suerte de superarlo, ocupando el noveno puesto. Fui asignado a la escuela rural
Manuela Beltrán, ubicada en la localidad quinta B, que en la actualidad forma parte
de la localidad 20 de Sumapaz. Durante un año, implementé la estrategia
pedagógica de Escuela Nueva, desarrollada por Vicky Colbert y Oscar Mogollón
Jaimes, y respaldada por el Ministerio de Educación Nacional.

En 1986, fui trasladado a la escuela rural El Uval, en la localidad quinta de Usme,


donde se utilizaba una metodología diferente a la de Escuela Nueva. Permanecí allí
aproximadamente tres años antes de ser reubicado en la escuela María Auxiliadora,
que formaba parte del colegio Francisco Antonio Zea.

En 1991, me trasladaron a la jornada de la tarde en la escuela rural El Uval para


continuar con mi labor docente. Al año siguiente, en 1992, recibí un encargo para
asumir el liderazgo como director interino en la escuela Rodrigo de Bastidas,
ubicada en la localidad de Bosa. Permanecí en este puesto durante tres meses antes
de ser reubicado para colaborar en el establecimiento de la escuela La Concepción.
En esta nueva tarea, trabajé en estrecha colaboración con la Secretaría de Educación
y la Supervisión Educativa de Bosa, para lograr el reconocimiento de más de ocho
instituciones educativas como rurales y de difícil acceso. Además, abogué por la
extensión del tiempo de servicio requerido para el ascenso en el Escalafón Nacional
Docente.

En abril de 1992, se me ofreció la oportunidad de trabajar en la jornada de la


tarde, asumiendo la responsabilidad de las escuelas La Concepción y San
Bernardino. En este contexto, organicé equipos de trabajo comprometidos con
dinamizar procesos que permitieran ampliar la cobertura escolar. El crecimiento
urbanístico había reducido considerablemente los espacios disponibles, por lo que
nos dedicamos a buscar nuevas ubicaciones y estrategias para satisfacer la creciente
demanda de cupos escolares en el sector.

En el año 1993, la oferta educativa ocial en la zona se limitaba a cuatro


instituciones: Fernando Mazuera, Gran Colombiano, Pablo de Tarso y Nuevo Chile,
que abarcaban educación básica y media. Con el crecimiento urbanístico en el sector
suroccidental, especialmente con la construcción de las urbanizaciones Ciudadela
el Recreo, El Porvenir y San José, nos vimos convocados a iniciar un ambicioso
proyecto de expansión de las instituciones educativas primarias. El objetivo era
dotarlas de los espacios y recursos necesarios para ofrecer educación básica
secundaria y media. Sin embargo, enfrentamos varios obstáculos, ya que algunas
comunidades se oponían al proyecto, subestimando el valor de la educación como
prioridad.

125
Gracias al esfuerzo conjunto con la Supervisión Educativa de la época, logramos
avanzar en propuestas de mejoras físicas y de equipamiento escolar. Con el apoyo
decisivo de la Secretaría de Educación, pudimos llevar a cabo la ampliación de las
escuelas San Bernardino, El Porvenir, Bosanova, Juan Maximiliano Ambrosio,
Brasilia, Francisco de Paula Santander, José Antonio Galán y Luis López de Mesa.

Durante 14 años, me dediqué al desarrollo de la escuela colegio San Bernardino.


Más tarde, fui designado como su rector, lo que me permitió promover activamente
el trabajo académico en colaboración con los maestros y la comunidad, en estrecha
coordinación con la Secretaría de Educación. Enfatizamos la importancia de dotar a
las instituciones de educación media de énfasis técnicos institucionales, sin
convertirlas en colegios técnicos, con el n de enriquecer la experiencia educativa de
los estudiantes y prepararlos mejor para el ámbito académico y laboral.

Debido a una dicultad que enfrenté en la planicación de cursos en el colegio


San Bernardino, donde proyecté más de cuatro cursos de secundaria en cada
jornada y al darme cuenta de que no era factible la reubicación de estudiantes, la
administración distrital me dejó claro que esta era una responsabilidad que recaía
en mí. Me instaron a buscar, en colaboración con la localidad, una solución a esta
problemática. En ese momento, las Direcciones Locales de Educación habían sido
recientemente creadas, y encontré apoyo en ellas para abordar esta situación.

La solución que ideamos implicó realizar ajustes internos con la colaboración de


maestros, directivos y el departamento de orientación escolar. Surgió así la
propuesta de la rotación escolar, una iniciativa que sigue vigente hasta el día de hoy.
Consiste en maximizar el uso de los espacios físicos de la institución, tales como
áreas recreativas, laboratorios de química, física y biología, biblioteca escolar y
aulas de tecnología e informática. Esto nos permitió manejar más cursos con menos
aulas disponibles, generando sinergia entre los procesos administrativos y
pedagógicos en benecio de los estudiantes. Además, implementamos horarios
diferenciados para los descansos de preescolar, primaria y secundaria.

Este proyecto resultó exitoso y fue replicado en otras instituciones educativas de


Bogotá y del país, contribuyendo así a enfrentar el décit de cupos escolares en
algunas áreas.

Bajo mi dirección como rector durante el gobierno del alcalde Enrique Peñalosa
en 2002, debido al décit de cupos escolares en el sector, iniciamos el proyecto de
ampliación y construcción de una sede adicional para el colegio San Bernardino. Se
designó un terreno en la ciudadela El Recreo para este n. Comenzamos instalando
doce salones de clase en las urbanizaciones, lo que permitió crear doce grupos de
preescolar y primaria en cada jornada. Entre 2003 y principios de 2025, la Secretaría
de Educación instaló aulas prefabricadas donde se logró matricular hasta el grado
noveno de Educación Básica, mientras se construía la nueva sede. En 2005, se
completó la construcción de la nueva sede, que se convirtió en el colegio Leonardo
Posada Pedraza. Con el respaldo de la alcaldía de Lucho Garzón y el liderazgo del

126
secretario de educación Abel Rodríguez, esta sede se convirtió en el primer
megacolegio de Bogotá y de Colombia, del cual aún soy rector.

Para mí, el ideal de la escuela radica en su capacidad para formar integralmente


a la persona. Es el espacio que permite el desarrollo del conocimiento, los valores,
los principios, la convivencia, la ciudadanía y la democracia para la vida. En estos
momentos cruciales de nuestra sociedad, tanto en el ámbito social, político como
económico, la escuela debe ser un motor de reexión para los educadores, quienes
tenemos el poder de inuir en el cambio de la sociedad. Es un llamado a buscar el
entendimiento y a instar al gobierno colombiano a explorar todas las oportunidades
para dotar a las instituciones educativas con tecnología de vanguardia y maestros
capacitados, comprometidos a dar lo mejor de sí, independientemente de sus
circunstancias personales.

El ideal de la escuela también implica contar con maestros comprometidos,


capaces de comprender y buscar soluciones a cualquier dicultad pedagógica,
académica o conductual que puedan enfrentar sus estudiantes. Considero que la
escuela debe ser un territorio de paz, un segundo hogar donde se inicie el proceso de
socialización y se proporcionen las herramientas necesarias para el mundo del
conocimiento universitario, así como para el mundo laboral y empresarial, aspectos
fundamentales en el desarrollo integral de cada individuo.

Una anécdota que marcó mi experiencia como docente fue cuando desaé al
director rural de la Escuela El Uval de Usme. Como maestro del género masculino,
le propuse la idea de enseñar lectoescritura a niños de primer grado de primaria. Él
mantenía la opinión de que los grados de preescolar y primer grado siempre
deberían estar a cargo de maestras, argumentando que estas enseñaban con un
cuidado maternal debido al arduo trabajo y esfuerzo requeridos para la enseñanza,
el aprendizaje y la integración social de los niños. Junto con otro compañero
docente, solicitamos al director la oportunidad de tener a nuestro cargo el primer
grado, desaando así las convenciones establecidas.

El director se negó en varias ocasiones. Cuando llegó el momento de planicar el


nuevo año escolar y se preguntó quién se haría cargo de los dos grados de primero,
mi compañero Carlos Amórtegui Matallana y yo levantamos la mano, mientras que
las compañeras no lo hicieron. Esto causó cierta molestia en el director, quien
enfatizó la necesidad de que las mujeres asumieran la responsabilidad. Volvió a
pedir que levantáramos la mano, y nuevamente Carlos y yo lo hicimos, lo que
nalmente lo llevó a aceptar el desafío.

Desde ese momento, nos sumergimos en el trabajo, conscientes de que la


dirección escolar estaría observándonos de cerca. Implementamos metodologías
activas y diseñamos nuevos enfoques para la enseñanza de la lectura y la escritura.
Desarrollamos una metodología que se basaba en los sonidos del entorno, como los
de los animales y los motores, así como otros sonidos cotidianos, para luego integrar
este proceso de alfabetización. Comenzamos con las vocales y luego pasamos a las

127
consonantes, utilizando una amplia variedad de materiales didácticos, como letras
de madera, cartulinas y cartones, con la colaboración activa de los padres.
Trabajamos con letras mayúsculas, minúsculas, en diferentes estilos de escritura,
como script y cursiva, con el objetivo de avanzar en nuestro proyecto.

En el mes de agosto, organizamos una reunión a la que invitamos al director y a


los padres de familia para mostrarles los avances de los niños en lectura. Fue
anecdótico ver la sorpresa en el rostro del director, quien, a pesar de vigilarnos
constantemente, no podía creer lo que estaba presenciando. Nos observaba en el
aula, donde hacíamos un gran uso del juego como herramienta didáctica, utilizando
el patio, tizas, cuerdas, elementos deportivos, colores, plastilinas y otros recursos.
Teníamos la convicción de que a través del juego podríamos alcanzar nuestros
objetivos educativos.

A través de documentos preparados, se les pidió a los estudiantes que realizaran


ejercicios de lectura y escritura en el tablero. Sin embargo, la incredulidad del
director lo llevó a pedir a los niños que guardaran el material proporcionado por los
maestros. En su lugar, tomó un ejemplar del periódico El Tiempo que llevaba
consigo, cortó trozos de papel con unas tijeras y se los entregó a cada niño para que
los leyeran. Sorprendentemente, los niños pudieron leer y escribir correctamente,
además de comentar y responder preguntas de padres y maestros.

El director solicitó un aplauso para los niños y reconoció verbalmente al


profesor Carlos y a mí por el trabajo realizado con los estudiantes de primero de
primaria. Durante el resto del año, nos enfocamos en actividades contextualizadas
de ciencias sociales, naturales y en el fortalecimiento de la lectoescritura.

En el contexto de trabajar con los estudiantes de primero de primaria, recibimos


a dos niñas gemelas que carecían de pies y manos, teniendo sus extremidades
terminadas de manera diferente. Constantemente debíamos atender sus
necesidades especiales, proporcionándoles una silla adaptada y asegurándonos de
que siempre estuvieran cómodas. Esta situación representó otro desafío para
nosotros, pero gracias al apoyo de los padres y nuestra dedicación, las niñas
también lograron avanzar en su aprendizaje de lectura y escritura.

Esta experiencia dejó una profunda marca en nuestras vidas como maestros.
Nos enseñó la importancia de enseñar a leer y escribir, especialmente en primer
grado, que es uno de los niveles más desaantes para un educador. A pesar de las
dicultades, logramos avanzar gracias al arduo trabajo y la dedicación,
especialmente al trabajar con las dos niñas sin extremidades. Esta experiencia
combinó la dimensión humana de nuestra labor como educadores con el propósito
de ser transmisores de amor, fe, esperanza, conanza y conocimiento. Es una
experiencia que nunca olvidaremos y que nos recordó la importancia de abrazar la
diversidad y adaptarnos a las necesidades individuales de cada estudiante.

128
Los estudiantes me recordarán como el profesor que enseña con el ejemplo, que
infunde conanza y facilita el aprendizaje, nunca desanimando a sus alumnos ni
calicando las tareas como difíciles o imposibles. También me recordarán como
alguien que ha trabajado con muchos niños, no solo como educador, sino también
como directivo docente y rector. En ocasiones, los maestros me han llamado
"alcahuete" porque protejo y deendo a los niños con problemas, ya sea aquellos
que enfrentan dicultades de adaptación social, problemas sensoriales o motrices, o
aquellos que luchan con problemas psicológicos.

Por lo tanto, tengo un especial cuidado con los niños que tienen dicultades para
convivir. Los recibo con los brazos abiertos, abordo sus problemas y trabajo con
ellos para brindarles la conanza necesaria para superar sus dicultades, siempre
contando con el apoyo de sus padres. Siempre me recordarán como alguien que
ofrece oportunidades; en la vida, estas oportunidades abundan, pero a veces no las
aprovechamos. Cada vez que me encuentro con un estudiante al que he ayudado en
primaria, secundaria o incluso en la universidad, siempre me agradecen. Espero
que me vean como la persona que conocieron, que les proporcionó la oportunidad
de aprender y crecer como individuos, y los inspiró a proyectarse hacia un futuro
exitoso.

Mi mensaje para los maestros en formación o en proceso académico es que para


alcanzar sus metas, ya sea en el bachillerato superior o en la licenciatura en
educación, deben combinar la teoría que reciben en las instituciones educativas con
la práctica y el desarrollo de procesos. Aunque la docencia no siempre sea una
profesión reconocida por la sociedad, nosotros como educadores debemos buscar el
reconocimiento a través de nuestro compromiso y dedicación.

Considero que el nuevo maestro debe estar completamente familiarizado con


los contextos territoriales y ser el principal promotor de la paz, fomentando una
cultura de amor, conanza y conocimiento, mientras inculca valores en los jóvenes
con el respaldo activo de los padres de familia. Asimismo, encomiendo a los nuevos
maestros a que, a pesar de las dicultades inherentes a la disparidad en la
formación, el desarrollo y el entorno familiar de los niños, nunca se desalienten.
Cada obstáculo representa una oportunidad para crecer y mejorar.

Como educadores, nuestra labor en el aula puede terminar, pero nuestra


responsabilidad de buscar soluciones y oportunidades para que cada niño, niña o
joven pueda avanzar nunca cesa. Es fundamental que no discriminemos a ningún
estudiante por ningún motivo, y que trabajemos juntos para encontrar los mejores
métodos de aprendizaje y desarrollo para cada uno. Tenemos una enorme
oportunidad en nuestras manos; como sostiene Gardner en su teoría de las
inteligencias múltiples, todos poseemos inteligencia y todos tenemos el potencial de
avanzar, aunque a ritmos diferentes. Como maestros, somos los arquitectos del
futuro y debemos asegurarnos de que nuestros estudiantes estén preparados para
enfrentar los desafíos del mundo que les aguarda.

129
Orlando Ariza Vesga
Colombia
“un camino de aventuras y enseñanzas,
un viaje transformador a través de la educación”

130
H ace 56 años, en un pequeño sector rural de un pueblo santandereano,
comenzó esta historia en una familia modesta, pero con un profundo amor
por la educación. Mi madre alcanzó el quinto grado de primaria, mientras que
mi padre apenas dominaba la lectura y la escritura. A pesar de ello, él sirvió a su
pueblo como concejal honoris causa durante casi dos décadas, ejerciendo su cargo
con integridad y dedicación.

A la edad de 6 años, después de recibir instrucción inicial en casa por parte de


una maestra, di mis primeros pasos en la escuela primaria. En aquel entonces, la
disciplina era estricta, pero tuve la suerte de no ser objeto de maltrato por parte de
ningún profesor, en gran parte debido a que mis cinco hermanos y yo llegábamos a
la escuela con una base sólida de conocimientos, lo que nos colocaba en una posición
privilegiada dentro del grupo.

Completé mi educación secundaria en un colegio comercial, mientras


desempeñaba el papel de sacristán en la parroquia del pueblo. Aunque en mi
familia no se practicaba ninguna religión, fue precisamente en esos espacios —el
hogar paterno, la escuela y la iglesia— donde comenzó a germinar en mí la semilla
del servicio, alimentada por el deseo de ser alguien, como mi madre solía decir.
Además, me inspiraban las hazañas de superhéroes como Superman y la Mujer
Maravilla, que seguían de cerca a través de la televisión, junto con programas
populares como Tierra de Gigantes, y las emocionantes radionovelas de Sandokan,
Arandú o Kaliman, así como las travesuras eternas de Condorito y Mafalda, a
quienes buscábamos ansiosamente en los periódicos que llegaban esporádicamente
al pueblo.

En aquellos días, gracias a la insistencia de nuestro padre, quien nos animaba a


leer incluso el papel periódico que envolvía la panela, fui desarrollando un
profundo amor por la lectura. Este hábito me resultó invaluable más adelante, al
permitirme comprender la importancia de la educación y familiarizarme con su
marco legal, así como explorar la viabilidad de convertir en realidad las teorías de
educadores como Piaget, Vygotsky y el innovador Freire, e incluso aplicar la
taxonomía de las competencias propuesta por Bloom.

131
A los 17 años, se me brindó la oportunidad de ingresar al Seminario Mayor de los
Padres Redentoristas. Esta decisión fue impulsada tanto por un sentido de vocación
como por el deseo de explorar más allá de los límites de mi pueblo, más allá de la
montaña que siempre se alzaba en el horizonte de la meseta. En esta fase crucial de
mi vida, el apoyo de una hermana religiosa, ya fallecida, resultó fundamental. Ella
había decidido legarme una modesta herencia para respaldar mi camino hacia el
sacerdocio. Sin embargo, mi llegada al seminario estuvo marcada por la sombra de
mi reciente bautismo católico, ocurrido menos de dos años atrás y por mi propia
voluntad. Pronto, los superiores consideraron que mi fe aún era incipiente y
decidieron que debía salir al mundo para fortalecerla.

Recuerdo sentir que el mundo se desmoronaba a mi alrededor en ese momento.


Sin embargo, como si fuera una señal divina, el día antes de abandonar el seminario,
un sacerdote se me acercó y me planteó la pregunta: Y ahora, ¿qué vas a hacer? Ante
mi silencio, añadió: ¿Te gustaría ir al Putumayo como catequista? Aquella idea
resonó profundamente en mí, y para septiembre de 1985 ya me encontraba
instalado en la casa cural de Sibundoy, Putumayo. Después de un breve
entrenamiento con unas cartillas de colores proporcionadas por el Ministerio de
Educación, basadas en los lineamientos curriculares propuestos por la misión
alemana, me asignaron trabajar en Puerto Colombia, un sector del municipio de
Puerto Asís. Hoy en día, esa región es conocida tanto por los episodios de violencia
como por su notable tejido social, como el corredor Puerto Vega-Teteyé. Para llegar
hasta allí, emprendí una larga travesía: primero navegando por el Río Putumayo y
luego caminando durante más de 5 horas a lo largo de la línea fronteriza entre
Colombia y Ecuador, de manera que un pie quedaba en territorio colombiano y el
otro en tierras ecuatorianas.

Al día siguiente, me encontré frente a una escuela que no era más que un techo
de zinc antiguo sostenido por unos doce pilares de madera sin labrar y algunos
pupitres fabricados por los propios miembros de la comunidad. Padres con niños
de todas las edades comenzaron a llegar, pero no venían a inscribirse en catequesis,
ya que la mayoría eran evangélicos pentecostales. Sorprendentemente, me pidieron
que les enseñara a leer y escribir. Incluso hubo jóvenes de casi 16 años que se
inscribieron para el tercer grado de primaria. ¿Qué hacer en una situación así? Yo no
tenía experiencia en enseñanza, mucho menos en las primeras letras. Para eso se
necesitaban maestros de verdad, y yo era simplemente un joven catequista asustado
de apenas 18 años.

Mientras empacaba mis pertenencias para viajar a este nuevo territorio, como
muchos otros, esperaba encontrarme con indígenas semi-desnudos y arraigados a
sus costumbres ancestrales. Sin embargo, la sorpresa fue para mí, al escuchar que
ahora me llamaban ¡profesor! En ese momento, me vi ante un dilema: o afrontaba el
desafío o regresaba derrotado a mi hogar paterno. Por supuesto, la segunda opción
no cruzaba por mi mente.

132
Partí sin muchas herramientas, aparte de unos pocos folletos que nos
proporcionaron en la capacitación. Inicialmente pensé que serían útiles para
encontrar temas de enseñanza y comprender el arte de educar. Sin embargo, pronto
me di cuenta de que necesitaba más. La semana siguiente organicé una salida al
pueblo en busca de material didáctico y, afortunadamente, lo encontré. Adquirí las
cartillas "Coquito" y "Nacho lee", y decidí enfrentar el desafío con esas herramientas
en mano.

Con ese limitado pero valioso material didáctico y conando en lo que había
aprendido en la escuela y en el colegio, intenté ejercer lo mejor posible mi labor
educativa. Aunque debo admitir que durante esos primeros años no fui el mejor
maestro. Si alguno de mis antiguos estudiantes llegara a leer esto, quiero ofrecerles
desde lo más profundo de mi ser una disculpa. Estoy seguro de que en esos días
fueron más bien mis conejillos de indias, en los que cometí más errores que aciertos.

Durante más de una década, recorrí caminos difíciles por la zona del Teteyé, la
región del Mandur y las orillas del Río Caquetá, visitando numerosas veredas en el
sector rural. Ayudé a organizar juntas de acción comunal, y gracias a las actividades
comunitarias, logramos mantener funcionando las escuelitas. Este trabajo
comunitario estuvo marcado por momentos de peligro. Una vez, estuve en la mira
de un arma simplemente por expresar opiniones en una región donde la libertad de
expresión era limitada. Afortunadamente, pude defenderme con mis argumentos, y
cuando el arma se guardó, también volvió la calma a mi interior.

En 1995, llegué al casco urbano del municipio de Puerto Guzmán para asumir
como director encargado de una de las jornadas en la institución educativa. Al
mismo tiempo, asesoré al recién creado municipio en la formulación de proyectos
educativos. Durante mi gestión como directivo docente, junto con mi colega
responsable de la otra jornada, presentamos un proyecto al concejo municipal que
dio lugar a la creación de lo que hoy se conoce como la Institución Educativa
Amazónica. Posteriormente, asumí la responsabilidad de enseñar Tecnología e
Informática gracias a mis conocimientos autodidactas en el manejo de
computadoras.

En aquel entonces, sucumbí ante el llamado de la política y decidí abandonar mi


carrera como educador para postularme como precandidato. Este intento resultó
infructuoso, en parte debido a mi falta de experiencia y también por no comprender
plenamente que la política es un terreno donde no siempre gana la mejor propuesta,
sino quien consigue más respaldo, sin importar los métodos utilizados para
lograrlo.

Tras esta experiencia, regresé al ámbito educativo luego de aprobar un concurso


que me reincorporó a la institución en la que anteriormente trabajaba. Sin embargo,
mi compromiso con el trabajo comunitario y mis convicciones personales tuvieron
repercusiones, y una vez más fui objeto de persecución, lo que me obligó a
trasladarme a la capital del departamento. Allí, ingresé al mejor colegio de la región

133
debido a los destacados resultados en las pruebas ICFES. En este nuevo contexto,
asumí la responsabilidad de enseñar informática y me esforcé por convertir esta
materia en una herramienta para el desarrollo del pensamiento crítico,
especialmente a través de proyectos de programación y lógica.

Durante estos años, obtuve mi título como licenciado en educación popular de la


Universidad del Valle. Además, completé una tecnología en programación y
sistemas, y culminé con éxito una especialización en informática y telemática.
Paralelamente, participé como miembro de la Junta Directiva del Sindicato de
Maestros durante dos períodos, representando al gremio docente del departamento
en eventos de índole local, regional y nacional.

Impulsado por el deseo de seguir contribuyendo al campo de la educación y en


búsqueda de nuevas oportunidades, decidí presentarme al concurso para el cargo
de rector. Logré superar dicho concurso, obteniendo el segundo mejor puntaje entre
más de 200 aspirantes, lo que me llevó a ser designado como rector de la Institución
Educativa José Asunción Silva de la Inspección del Placer en el Municipio del Valle
del Guamuez. Sin embargo, dejé claro que mi derecho era ocupar una plaza más
cercana, un derecho que se intentó vulnerar, pero para hacer valer mis garantías
legales, debía superar el período de prueba establecido.

Una vez completado satisfactoriamente el período de prueba en mi cargo


directivo, solicité ser nombrado de manera denitiva en la institución que por
derecho me correspondía, dado que el primer candidato en la lista ni siquiera
realizó los trámites para tomar posesión. Este fue un momento especialmente
desaante en mi vida, ya que la institución en cuestión estaba dirigida por
religiosas, lo cual no fue bien recibido por muchos. Durante más de 10 meses, me
enfrenté a protestas y se me negó el acceso a la institución.

Una vez establecido en mi posición, iniciamos procesos para mejorar las


condiciones de la institución. Reorganizamos el personal docente y abrimos
nuestras puertas para recibir a todos aquellos que lo solicitaran, lo que resultó en
una mayor matrícula, incluyendo a estudiantes con dicultades académicas y
disciplinarias. Esta experiencia nos brindó valiosas lecciones como educadores y
líderes, y logramos aumentar la matrícula de 350 a 780 estudiantes. Además,
expandimos el número de aulas a 20, construimos un amplio comedor escolar, un
coliseo cubierto y mejoramos la infraestructura tecnológica, adaptándola
especialmente para el uso de las TICs. Adicionalmente, llevamos a cabo diversas
mejoras y adaptaciones en diferentes espacios de la institución. Como resultado de
estos esfuerzos, logramos mantenernos como una de las 8 mejores instituciones
educativas del departamento y la primera pública del municipio.

En el ámbito académico, continuamos siendo reconocidos como la institución


líder en el municipio, gracias a nuestro proyecto educativo, nuestro plan curricular,
la formación en valores, la calidad de nuestro cuerpo docente, nuestra exigencia
académica, disciplina y un ambiente escolar que ha demostrado ser libre de

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consumo de sustancias. En los últimos años, hemos logrado prevenir embarazos
adolescentes y, a pesar de los desafíos presentados por la pandemia, no hemos
experimentado grandes retrasos en el aprendizaje.

Además de mi labor institucional, he sido honrado con la conanza de mis


colegas rectores del departamento, quienes me han elegido en repetidas ocasiones
como presidente de la asociación de rectores. Esta posición también me ha
permitido ser parte activa de la Asociación Nacional de Directivos Docentes. A nivel
personal, recientemente me gradué como psicólogo y actualmente estoy cursando
el noveno semestre de derecho.

Un momento verdaderamente especial en mi trayectoria como educador


ocurrió en 2019, cuando se me otorgó el prestigioso Premio Compartir al Maestro en
la categoría de Gran Rector. Este reconocimiento fue concedido por la
implementación de la innovadora propuesta "De recicladero a escuela de calidad".
El mérito de este galardón se debe al trabajo colaborativo del equipo docente y
directivo, con quienes desde 2014 nos propusimos revisar nuestro plan de estudios
para diseñar uno más signicativo y pertinente, que nos condujera hacia una mejora
sustancial en la calidad educativa.

Nuestra propuesta se fundamenta en la pedagogía crítica y adopta un enfoque


basado en la resolución de problemas, con el objetivo de que los estudiantes
desarrollen competencias mediante aprendizajes que valoren sus desempeños por
encima de los contenidos. Organizamos las asignaturas en tres amplios campos de
formación, los cuales consideramos fundamentales en todas las instituciones
educativas:

• El campo de responsabilidad social y ciudadanía, que abarca asignaturas


como Ciudadanos, Comunicativos, Reexivos y We are Explorers.
• El campo de desarrollo sostenible, ciencia, tecnología e innovación, que
incluye asignaturas como Curiosos, Pilosos e Innovadores.
• El campo de desarrollo personal, que engloba asignaturas como Creativos,
Solidarios, Espirituales y Activos.

Cada una de estas asignaturas se centra en el desarrollo de competencias


especícas, y al agruparlas en campos de formación, garantizamos la
transversalidad y el trabajo colaborativo del equipo docente, ya que cada campo
construye sus aprendizajes a partir de situaciones pedagógicas y desafíos comunes
del entorno.

A lo largo de mi carrera, la educación, que inicialmente no sentía que encajara, se


ha convertido en un pilar fundamental de mi losofía de vida. Aunque sé que mis
posiciones no siempre son del agrado de todos, me reconforta saber que los
estudiantes, los padres de familia y la sociedad en general valoran mi dedicación y
pasión por mi trabajo. He recibido numerosas recompensas, especialmente al ver el

135
impacto positivo que, junto con el equipo de profesores, hemos logrado en la vida
de tantas personas que han transitado junto a nosotros, en algunos casos durante
más de 12 años.

Desde mis modestos comienzos como catequista hasta mi actual rol como
maestro y rector, mi vida ha sido un constante camino de desafíos y aprendizajes.
Durante más de 35 años en el campo de la educación, he sido testigo de cómo esta
puede transformar vidas y comunidades. Mi losofía de vida se fundamenta en la
pasión por enseñar y el rme deseo de mejorar la calidad educativa de nuestro país.
El reconocimiento nacional que recibí por mi labor como rector es un reejo del
impacto positivo que, junto al equipo docente, hemos logrado. Seguiré
comprometido con la noble misión de guiar a las nuevas generaciones, convencido
de que la educación es el camino hacia la paz y el progreso de nuestra nación.

136
137
Por: John Jairo Sierra
Docente Escuela Rural La Playita
Granada Cundinamarca
“Reivindicar esa labor docente que realizamos todos los días,
implica desarrollar un trabajo con profesionalismo,
sin perder la ruta de la exigencia, de la dignidad y los derechos”

138
M i historia se enmarca en el seno de una familia humilde, donde la
laboriosidad y la resiliencia fueron los pilares fundamentales legados por
mi madre, quien con admirable liderazgo impartió estos valores a mis
hermanos y a mí. Rememorar aquel hogar me llena de nostalgia y es un tributo a los
principios inculcados que hoy en día denen mi ser. La educación, cultivada en las
conversaciones de cocina y los rituales familiares, se convirtió en el sólido cimiento
de mi éxito académico. Destacarme como estudiante brillante, desde la escuela
hasta la universidad, se convirtió en una clara evidencia de las lecciones que, a
través de mi madre, aprendí a convertir en herramientas para el crecimiento
personal.

Al nalizar mi educación escolar en 1991, me vi enfrentado al servicio militar


obligatorio en el destacamento de policía militar (PM 15). El reclutamiento se llevó a
cabo en la zona de Kennedy mediante un sorteo con balotas que, lejos de ser una
simple casualidad, marcó el inicio de una etapa donde el madrugar, la disciplina y la
rigidez del régimen militar se volvieron los protagonistas de mi día a día. Aunque
esta experiencia no se inscribió en el libro de recuerdos graticantes, sí logró
inculcarme vivencias que, a pesar de su dureza, se convirtieron en elementos
fundamentales de mi formación.

Sin embargo, el fútbol se erigió como un bálsamo que alivió en parte la


monotonía del encierro, brindándome permisos especiales para participar en
torneos. De vez en cuando, nos aventurábamos con otros camaradas para organizar
partidos que tanto ansiábamos.

Lo más relevante de aquella odisea radicaba en mi empeño por proteger a mis


hijos de sumergirse en un servicio tan hermético y violento, al menos, en aquellos
días. El servicio militar, aunque representó un periodo de aprendizaje, no albergaba
el destino que deseaba para mis hijos varones. Afortunadamente, los tiempos han
cambiado y la obligatoriedad de este servicio ha quedado atrás.

Mi travesía como educador se inicia en 1996; sin embargo, mucho antes de ese
punto de partida, mi corazón ya latía con ferviente pasión por la enseñanza.
Durante mi noveno grado, me adentré en el mundo de la pedagogía al realizar
servicio social en un salón comunal de mi barrio, donde me dediqué a alfabetizar a
un grupo de adultos. Unidos en una causa noble, un conjunto de jóvenes, entre los
cuales me incluyo, nos convertimos en catalizadores del aprendizaje, abordando la
lectura y operaciones matemáticas básicas. Las clases se adaptaron a nuestras
habilidades individuales, y en mi caso, estas siempre se inclinaron hacia las ciencias
sociales.

139
El impulso y la orientación derivados de esta primera incursión en la pedagogía
se integraron de manera intrínseca en mi inclinación y motivación para abrazar la
profesión de maestro. A pesar de las pruebas de exploración profesional, que
parecían dictar un destino ingenieril, existían como un eco discordante en mi
trayectoria educativa. Este contraste de perles solo fortaleció mi convicción y
dedicación hacia las ciencias sociales, consolidando así mi camino hacia la
enseñanza con mayor determinación.

Después de concluir mi servicio militar, me embarqué en una travesía laboral


independiente antes de dirigirme a la universidad. Lo hice con una convicción
rme: mi destino estaba irrevocablemente ligado a la enseñanza. Aunque los
detalles de mis aspiraciones rara vez eran tema de conversación con mi madre, era
evidente su deseo de que me convirtiera en abogado. Sin embargo, mis pasos me
llevaron por un sendero diferente, culminando mis estudios en ciencias sociales en
la Universidad Pedagógica Nacional (UPN).

Esta etapa de mi vida se erige como un capítulo exquisito, impregnado de una


belleza que resplandece cada vez que evoco el anhelo de convertirme en maestro.
Inmerso ya en el primer semestre de mi licenciatura, un episodio en el hogar quedó
grabado en mi memoria con tintes de emotividad. En la apacible sala de la casa, mi
madre se acercó con una inquietud palpable y me expresó: ¿Mijo, usted no va a
estudiar nada? Mi respuesta, cargada de emoción, reveló mi compromiso con la
licenciatura en ciencias sociales. Su mirada reveladora dejó entrever cierto
interrogante, y con delicadeza me preguntó: ¿Eso no es para ser profesor? Asentí
ante su pregunta, consciente de que sus expectativas podrían inclinarse hacia el
derecho, la medicina o alguna ingeniería. Un matiz de incertidumbre se dibujó en su
rostro, seguido de un expresivo Umm.

En ese instante, esperaba posibles desaprobaciones o incluso críticas


contundentes. Sin embargo, la exquisitez de ese momento se reveló en las palabras
de mi madre: Si es lo que deseas y lo haces por vocación, mijo, cuente siempre con mi
apoyo. En ese instante, la certeza de no haber errado en mi elección se cristalizó,
forjando un lazo aún más sólido con mi vocación docente.

Previo a obtener mi título de licenciado, mi búsqueda de oportunidades


laborales como docente me llevó a una oferta intrigante en las páginas del periódico.
La vacante era para enseñar ciencias sociales en un colegio ubicado en el barrio Patio
Bonito, en la compleja localidad de Kennedy. La realidad socioeconómica
desaante de la zona no me detuvo; por el contrario, me atrajo la oportunidad de
contribuir a través de la educación.

Durante la entrevista con el rector, Héctor, y la cordial bienvenida del


coordinador, Ezequiel, sentí que estaba a punto de iniciar un capítulo trascendental
en mi carrera docente. Mi primer encuentro con el aula fue con un noveno grado,
conformado por estudiantes considerablemente mayores que yo, un joven maestro.

140
La sorpresa en este curso residía en la asignación académica: no se alineaba con
mi especialidad, sino que recaía en el dibujo técnico, una materia que, durante mi
bachillerato, me había causado no poca molestia.

Ante este desafío inesperado, decidí afrontarlo con determinación, buscando la


manera de llevar adelante el plan de estudios propuesto por la institución. La
sorpresa adicional llegó al constatar que los estudiantes no solo respondieron
positivamente, sino que demostraron una notable motivación hacia la clase. Esta
experiencia inicial marcó el comienzo de mi adaptación y crecimiento como
educador, revelándose la capacidad de superar obstáculos y conectar con los
estudiantes, incluso en áreas que no guraban inicialmente en mi camino
académico.

En mi travesía, comencé a encontrar mi lugar en diversos colegios, a pesar de


que la remuneración en aquel entonces era notablemente escasa. Sin embargo, mi
enfoque estaba en acumular experiencia valiosa en el campo educativo. Durante mi
tiempo en un colegio del sur de la ciudad, recibí el anhelado título de licenciado, un
hito que marcó el reconocimiento de mi dedicación y esfuerzo.

Siempre mantuve la convicción de que, una vez obtenido el título, mi labor


merecía ser remunerada de acuerdo con la categoría en el escalafón de ese periodo.
Por lo tanto, me negué a aceptar ofertas que ofrecieran una compensación por
debajo de lo que consideraba un salario justo. A partir de esta postura rme, se
presentó la oportunidad de ingresar a un colegio parroquial, donde la exigencia
alcanzó su cúspide.

Bajo la dirección de un rector de orden sacerdotal, profundo conocedor de la


pedagogía, experimenté una etapa en la que la excelencia y la organización se tejían
en cada rincón. Las órdenes religiosas, como la que regía este colegio, se
caracterizaban por su meticulosa planicación y programación de clases. Este
periodo se reveló como un pilar fundamental en mi desarrollo profesional, donde la
orientación y el aprendizaje continuo en la estructuración de las clases se
convirtieron en una constante, destacando la eciencia organizativa que caracteriza
a estas instituciones.

Tras una estancia signicativa en el colegio católico, surgió la oportunidad de


emprender un viaje hacia un pueblo, marcando así el comienzo de otra etapa en mi
vida. Llegaba a casa después de un día agotador y desalentador, sumergido en la
rutina del colegio. Fue entonces cuando recibí una llamada del secretario de
educación de un pueblo llamado Caparrapí, quien expresó la necesidad de un
profesor en la localidad. Decidí aventurarme y viajar para conocer la oferta. A pesar
de que el trayecto se reveló extenso, la hospitalidad y laboriosidad de la gente del
lugar me recibieron con calidez. Tras familiarizarme con el entorno, opté por
enfrentar este nuevo reto: la educación rural. Sin embargo, mi familia mostró su
desacuerdo, preocupada por la reputación de la zona, marcada como zona roja
debido a la presencia de grupos armados al margen de la ley que ejercían control

141
sobre la región. A pesar de las reservas, decidí aceptar la oferta y me sumergí en dos
años de servicio en esta comunidad.

Durante este periodo, tuve la oportunidad de entender de cerca la realidad del


conicto armado y el abandono estatal que caracterizaba la región. Aunque la
situación era delicada, los contratos directos con el Estado en este tipo de entornos
ofrecían mejores garantías laborales. En este contexto, quiero destacar que mi
percepción inicial hacia el magisterio colombiano era completamente negativa.
Consideraba a los profesores como descuidados, poco profesionales y con notables
deciencias en el ámbito académico. Sin embargo, la vida me reservó sorpresas
inesperadas, y hoy agradezco a Dios por haberme permitido ser parte del sector
ocial de la educación. Estas ironías de la vida son las que nos invitan a reexionar
sobre nuestras preconcepciones y nos enseñan la valiosa lección de la diversidad de
experiencias.

Tras pasar dos años y medio, llegó el momento en que sentí la imperiosa
necesidad de regresar a mi familia, a la ciudad y a los amigos que extrañaba. Fue
entonces que, gracias a mi pasión por el fútbol, uno de mis grandes compañeros de
vida, conocí a personas con inuencia en la Secretaría de Educación Departamental.
Con decisión, presenté la solicitud de traslado y, en un sorprendente lapso de dos
semanas, recibí la aprobación. Se abría así otro capítulo en mi trayectoria
profesional.

Me autorizaron a desplazarme a otro municipio cercano a Bogotá, un lugar que


contrastaba signicativamente con mi entorno anterior. La ubicación en un páramo
le confería un clima notoriamente frío, llegando a considerar, en algún momento, la
posibilidad de renunciar. Sin embargo, la amabilidad y disposición de las personas
en este nuevo destino cambiaron mi perspectiva. Cada día se convertía en una
oportunidad para adaptarme y aprender más.

En este municipio, aún me encuentro, y cada vez que alguien indaga sobre mi
origen, respondo con orgullo que soy granadino por adopción. Aquí, he logrado
construir lo poco o mucho que poseo. Dictar clases tanto a estudiantes de
bachillerato como de primaria ha sido un privilegio, donde busco transformar la
manera en que ven sus vidas, explorar posibilidades y alentarlos a soñar con ser
mejores personas. En este proceso, he tenido la fortuna de conocer a extraordinarios
colegas que, con sus cualidades excepcionales, han dejado una huella imborrable en
mi vida. A través de ellos, he aprendido sobre liderazgo, el amor por mi labor y la
importancia de defender nuestros derechos en medio de las adversidades y
obstáculos inherentes a la profesión docente. Cada día, sigo sumergiéndome en este
viaje de aprendizaje, enriqueciéndome con nuevas experiencias y consolidando mi
compromiso con la educación.

Por estas razones, armo con convicción que la escuela es el mejor espacio para
vivir, como lo expresa Paulo Freire en sus reexiones:

142
Lo importante en la escuela no es sólo estudiar, no es sólo trabajar; es también
formar lazos de amistad, crear un ambiente de camaradería, convivir, unirse. Sería
lógico que en una escuela así fuera fácil estudiar, trabajar, crecer, hacer amigos,
educarse, ser feliz. (Jiménez, 2018).

Esta losofía implica reconocer al otro en su totalidad, con sus dicultades y


fortalezas. Como profesor de educación primaria, he vivido una multitud de
experiencias que me han moldeado tanto como individuo, docente y ser humano.
He aprendido a aceptar mis errores sin temor a recticar, siempre buscando el
crecimiento personal y profesional sin pasar por encima de los demás. La escuela, en
su esencia, se convierte en un espacio dinámico y enriquecedor donde se forjan no
sólo conocimientos académicos, sino también valores, relaciones humanas y la
capacidad de enfrentar los desafíos de la vida con empatía y resiliencia.

Un día, una niña llevó una golosina de chocolate para disfrutar durante el
recreo. Mientras salían a descansar por un momento, el chocolate se extravió y la
niña manifestó que alguien lo había tomado sin su consentimiento, una situación
que, en condiciones normales, podría considerarse un robo.

En respuesta a esta situación, pedí a todos los estudiantes que formaran una la
frente a mí. Luego, uno a uno, cada niño debía sacar la lengua para observar quién
llevaba rastros de chocolate en la boca. Inicié el proceso pasando por cada
estudiante, y al llegar a uno de los más grandes, noté indicios de chocolate en su
boca. Este estudiante explicó que en casa le habían dado un dulce para disfrutar en
la escuela. Le pedí que fuera a la caneca y me trajera la envoltura, convirtiéndose de
inmediato en el principal sospechoso del supuesto robo. En ese momento, me sentí
como el gran investigador Sherlock Holmes, tratando de resolver el misterio que se
presentaba ante mí.

Con el paso del tiempo, el estudiante no lograba encontrar la envoltura y


empezó a llorar, expresándome con desesperación: Usted me señala como ladrón
ante mis compañeros, siempre me ha considerado así. Esta escena me sorprendió y,
para agregar un toque de dramatismo, exclamó: Usted no me puede hacer nada
porque soy menor de edad. Observé con curiosidad su comportamiento y le dije con
calma: Tranquilo, no lo estoy acusando de nada, relájate. Sin embargo, en un giro
inesperado, soltó una frase desaante: ¡viejo hijo de...! En ese momento,
experimenté una rabia intensa, algo que nunca había sentido. A pesar de que, como
docentes, somos constantemente asociados con la gura materna, nunca esperé este
tipo de respuesta de un estudiante, y mucho menos en mi presencia.

Ante esta situación, mantuve un diálogo con los padres del estudiante,
dejándoles claro que, si su hijo no ofrecía disculpas públicas por sus acciones, las
cosas no podrían seguir igual. A medida que el tiempo avanzaba, el estudiante no
mostraba iniciativa para disculparse. Por mi parte, en gran medida lo ignoraba, lo
cual nos afectaba a ambos. Al nalizar el año escolar, durante la ceremonia de
clausura, el estudiante pidió la palabra ante toda la comunidad educativa. Con

143
lágrimas en los ojos, expresó: Quiero ofrecer disculpas al profesor por mis actos y el
lenguaje utilizado. Pero más que eso, quiero pedir perdón porque el docente ha sido
como un padre para mí. Perdóname, por favor, profesor.

Este gesto de valentía y amor por parte del estudiante me conmovió


profundamente, y de igual manera, mis sentimientos aoraron y también lloré,
reconociendo la sincera conexión que había logrado establecer con él.

Hoy reexiono sobre mi carrera, y estoy convencido de que mis estudiantes me


recordarán por el amor y respeto que les brindé, manteniendo un equilibrio entre la
indulgencia y la rmeza. Comprenderán que la exigencia es fundamental en todos
los aspectos de la vida. Aún encuentro antiguos estudiantes que me saludan en
diferentes lugares, agradecidos por la labor realizada. Algunos de ellos me han
contactado a través de redes sociales, compartiendo sus experiencias como
estudiantes y profesionales, expresando la signicativa inuencia que tuve en sus
vidas. Este reconocimiento me llena de orgullo y refuerza mi convicción en la
elección de ser maestro por vocación, dispuesto a ofrecer y servir en todo lo que esté
a mi alcance.

Es imperativo abordar nuestra labor con un alto grado de profesionalismo,


insistiendo siempre en la dignicación del magisterio, donde la remuneración esté
acorde con nuestra preparación. Mi objetivo a lo largo de esta historia de vida fue
ejercer mi ocio con un salario que correspondiera a mi posición en el escalafón, una
meta que logré alcanzar.

A los nuevos maestros, les digo que han elegido una de las profesiones más
complejas, pero también una de las más graticantes. Aunque puedan no recibir el
valor social y económico que esperan, estoy seguro de que obtendrán el
reconocimiento invaluable de sus estudiantes, lo cual supera cualquier otra
recompensa. Ser maestro implica entregar todo el amor y dedicación, asumiendo,
en muchos casos, el rol de padre, amigo, consejero o guía emocional y espiritual
para los niños. Aquí radica la relevancia y la importancia de nuestra vocación.
Personalmente, volvería a elegir ser maestro una y otra vez, pues es una decisión
que busqué, logré y que ha enriquecido mi vida de formas inimaginables. Para
nalizar, les dejo una frase que llevo a todos los lugares y comparto con mis
estudiantes: Nunca dejes de soñar.

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Binalud Leiva Daza
Docente de Básica Primaria
I.E.D. Antonio Ricaurte
Ricaurte - Cundinamarca
“Los grandes retos y las dicultades de la vida
son los que nos hacen encontrar nuestra verdadera esencia”

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A l escribir estas líneas, me invaden recuerdos que me hacen añorar aquellos
días de risas, juegos y esperanzas por el futuro. Soy Binalud Leiva Daza,
docente de educación primaria en la Institución Educativa Departamental
Antonio Ricaurte, con una experiencia formal de 18 años. En 2005, me gradué como
Normalista Superior de la Normal del municipio de Icononzo, conocido como el
Balcón del Oriente del Tolima. Fue en esta institución donde oreció mi inspiración
y mi amor por esta hermosa profesión. Todo comenzó en mi amada escuelita La Fila,
ubicada en una de las veredas donde crecí y cursé mis estudios hasta el séptimo
grado. Recuerdo con cariño este lugar, ya que allí recibí las bases de mis
conocimientos y viví las mejores experiencias de mi infancia. A pesar de las
condiciones poco favorables para mi formación, gracias a los excelentes docentes
que allí había, pude avanzar poco a poco.

Desde mis primeros años escolares, me destacaba por mi buen rendimiento


académico, lo cual me hizo merecedora de múltiples menciones de honor, algo que
para mí tenía un gran valor. Conservo muchas de estas menciones con orgullo, pues
para mí no fue fácil sobrellevar mis estudios debido a factores como la pobreza, las
inclemencias del tiempo (iba a estudiar sin importar la lluvia, el barro o el sol), y la
distancia diaria, además de tener que contribuir al sustento del hogar y trabajar
después de la jornada escolar.

Recuerdo con nostalgia aquella época, pues gracias a esas experiencias me


convertí en una mujer fuerte y con determinación para salir adelante. Debo
mencionar que mi único apoyo fue el de mi madre, una mujer con escaso nivel
escolar y limitados recursos económicos, quien se esforzó por proporcionarme lo
básico para mis estudios, además de cuidar también de mis tres hermanas menores,
dos de ellas en edad escolar. En muchos momentos asumí un papel más allá del de
hermana, siendo su cuidadora y guía, lo cual no era fácil y limitaba mis propias
responsabilidades, pero no había espacio para quejas, era la realidad que debíamos
enfrentar. A menudo me sentí impotente y lamenté pertenecer a una familia con
estas condiciones, especialmente al recordar que nunca tuve una gura paterna ni
recibí apoyo de su familia.

147
Por el contrario, cuando mi mamá acudió a pedir ayuda a mis abuelos para
matricularme en el pueblo, ya que no había más opciones para continuar
estudiando, recibimos una respuesta clara y, parafraseando en este momento,
humillante: ¿Para qué le va a dar más estudios si para criar niños no se necesita
estudio?. Este comentario machista me hizo ver una vez más que no podía contar
con ellos. En ese momento, no sabíamos qué hacer. La última opción fue acudir a mi
madrina, quien tenía una amiga que solía recibir a niñas en mi situación para que las
ayudaran en los quehaceres domésticos a cambio de hospedaje y la posibilidad de
estudiar. Fue la única opción que tuve y, por supuesto, la acepté. Me propuse
demostrarles a todos, sobre todo a los que me habían menospreciado, que sería
alguien en la vida. Me repetía una y otra vez que, a pesar de las circunstancias, podía
lograrlo.

En el año 2000 ingresé a la Normal, lo que cambió mi vida de manera


signicativa. Nunca había tenido tantos compañeros de clase, y el grupo en el que
me incluyeron estaba conformado por niños de familias acomodadas, hijos de
profesores, muchos de los cuales habían estado estudiando juntos desde la
primaria. Fue realmente difícil para mí, ya que me encontraba en un entorno
completamente nuevo, aunque con condiciones mejoradas en comparación con mi
hogar, que era una casa de barro de la que nunca había salido. Tenía mucho miedo y
extrañaba a mis hermanas y a mi mamá, pero nadie podía imaginar lo que estaba
pasando. A pesar de tener 13 años, seguía siendo una niña con esa inocencia
característica de los niños del campo, y en este nuevo contexto me enfrenté a
situaciones que me hacían sentir muy mal. Hubo un momento en el que pensé en no
regresar más, pero mi deseo personal de salir adelante fue más fuerte, y me dije a mí
misma: Voy a lograrlo. Así que poco a poco me fui adaptando al sistema.

Recordando cómo comenzó mi historia como docente... Pienso que todo ocurrió
gracias al destino que me llevó hacia ello. Primero, al llegar a la Normal, me
encontré con áreas del conocimiento y actividades de aprendizaje que me llevaron a
enamorarme de la docencia. Recuerdo una materia llamada Exploración
Pedagógica, en la que, a través de diferentes actividades, nos orientaban hacia la
creación de nuestro proyecto de vida, especialmente en el ámbito pedagógico. Algo
fundamental fue que, esporádicamente desde octavo grado, íbamos a observar
clases y a realizar pequeñas actividades de acompañamiento, lo cual fomentaba el
nacimiento de esa pasión. Creo que estaba latente desde mi infancia, pero
necesitaba descubrirla poco a poco. Sin embargo, había un interés dentro de mí que
me impulsaba a querer ser ingeniera de sistemas.

Cuando me gradué de once, como muchos jóvenes, soñaba con emigrar a Bogotá
para estudiar. Sin embargo, fue frustrante no poder iniciar este proyecto porque no
contaba con el sustento económico de nadie. Mi madre ya no tenía posibilidades de
apoyarme, ya que sus ingresos como empleada recolectora de café en ncas de la
vereda habían sido insucientes durante mi secundaria. Esto me llevó a decidir
estudiar los 4 semestres del ciclo complementario o los grados doce y trece. Para
entonces, ya me había enamorado de la labor docente, y todo indicaba que este sería

148
el siguiente paso en mi vida. Y realmente no me arrepiento, ya que tuve muchas
experiencias como docente en formación. Casi todo el tiempo fui considerada para
reemplazar a los profesores que, por diferentes razones, se debían ausentar en los
distintos grados, tanto de primaria como de secundaria.

La experiencia que más marcó mi vida en esa etapa inicial fue cuando falleció
una de las docentes más queridas y a la vez más temidas, quien enseñaba física,
trigonometría, álgebra y otras ramas de las matemáticas. Aunque sus métodos eran
rudos, aprendí mucho con ella, ya que las matemáticas son una de mis fortalezas. Su
ausencia generó sentimientos de tristeza muy fuertes en la institución y en mí, ya
que me dejó huellas profundas. Debido a esta situación y a mis destacados
resultados en el área de matemáticas, me asignaron como docente de matemáticas
de los grados sexto a octavo durante tres meses. Asumí este proceso con mucha
responsabilidad y me sentí muy satisfecha por los comentarios de los estudiantes y
la evaluación de los docentes, que observaban mi progreso. Fue entonces cuando
entendí que la docencia era parte de mí y que podía hacerlo cada vez mejor.

Luego, las actividades de práctica pedagógica en zonas rurales rearmaron lo


explorado hasta el momento. En el 2005 me gradué como normalista y me presenté a
mi primer concurso docente, pero no logré resultados satisfactorios. Por ciertas
circunstancias, me trasladé al municipio de Flandes, donde conseguí mi primer
empleo en una institución privada, en la que durante cuatro años y medio adquirí
una gran variedad de experiencias.

En el 2009, logré pasar el concurso de méritos y en julio de 2010 ingresé al


periodo de prueba en una vereda llamada La Esmeralda, cuya escuela llevaba el
nombre de Aguachenta, en el municipio de Agua de Dios. Mi experiencia allí fue
signicativa, pero también enfrenté muchas dicultades debido a que está ubicada
en una zona de difícil acceso. Mi único medio de transporte era la ruta escolar, que
debía tomar los lunes muy temprano y regresar a casa los viernes por la tarde.
Llegué allí con mi hija mayor, que tenía apenas 11 meses, y muchas veces el acceso se
hacía muy complejo debido a las condiciones climáticas. Recuerdo los caminos
recorridos y la gran cantidad de experiencias vividas allí.

Considero que mi experiencia en la modalidad de escuela nueva no fue en vano,


ya que obtuve resultados muy positivos con mis estudiantes. Sin embargo, no
puedo negar que también viví algunas experiencias amargas debido a situaciones
que se presentaron allí. Estas situaciones me enseñaron que ser docente implica dar
todo por tus estudiantes, pero también implica establecer límites en ciertas acciones
que, aunque realizas de corazón, a veces no son valoradas en el momento. Lo
realmente importante son las huellas que perduran en tus estudiantes.

Gracias a nuevas circunstancias y a una solicitud, pude acercarme un poco más


al sector urbano, en una sede que quedaba a tan solo diez minutos de distancia. Sin
embargo, debido a la reducción del número de estudiantes, solo quedaría una plaza

149
disponible. Estaba en opción de excedencia, pero en la sede Eloísa Contreras de Rey
quedaba una plaza vacante debido a la reubicación de una compañera. Me
asignaron este lugar, donde pasé excelentes momentos. Por supuesto, no todo fue
color de rosa, ya que esta comunidad educativa reejaba muchas problemáticas
sociodemográcas que limitaban nuestro trabajo. Manejé circunstancias tan
difíciles como el maltrato y el porte de armas por parte de uno de mis estudiantes,
quien era el más inteligente pero también el más indisciplinado, y al que todos
temían por su altanería y antecedentes.

En una ocasión, descubrí que este estudiante llevaba un arma cortopunzante, la


cual aún conservo. No sé si la conservo para mantener vivo el recuerdo de cuánto
crecí gracias a la experiencia que tuve con este niño reto, o si simplemente ha sido
uno de los estudiantes que más me ha impactado emocionalmente. No es sencillo
encontrar a un niño tan rudo y descubrir que, a tan corta edad, aproximadamente 14
años en esa época, haya tenido que vivir situaciones tan difíciles, como la muerte de
uno de sus hermanos a manos de su propio padre, entre otras situaciones que al
recordar me llenan de emociones intensas.

Considero que esta anécdota se convierte en una de las experiencias más


enriquecedoras de mi carrera como profesora. Lo curioso es que antes de conocer a
este chico, ya me habían advertido sobre su comportamiento, como si llevara un
rótulo que generaba temor antes de llegar al aula. Aún recuerdo vívidamente mi
primer día en esa escuela, y él no asistió, lo cual era habitual en él. Al segundo día,
entró al aula con paso imponente y desaante. Lo saludé como si lo conociera de
antes y lo ubiqué en la parte delantera. Comencé asignándole roles de liderazgo en
el grupo, lo que hizo que no se sintiera amenazado. Poco a poco, fui estableciendo
un vínculo con él, adoptando diferentes estrategias de manejo, incluso algunas
veces amenazantes, para mantener el orden en clase y evitar que su indisciplina
interrumpiera el proceso educativo.

Así transcurrieron dos años de trabajo con este grupo, durante los cuales sé que
logré dejar una huella en este estudiante. Tristemente, debido a circunstancias de la
vida, se trasladó a la jornada nocturna y desde entonces no volví a verlo. Sin
embargo, nunca lo he olvidado, ya que representó un desafío que me permitió
crecer considerablemente como maestra. A lo largo de mi carrera, he tenido muchas
vivencias signicativas, pero esta se convirtió en una experiencia inolvidable que
contribuyó tanto a mi crecimiento personal como profesional.

Continuando con mi trayectoria como docente, hacia el año 2015 fui


determinada como excedente en la institución debido a la disminución de la
población estudiantil. Lo impactante no fue quedarme sin empleo, sino la manera
abrupta en que me comunicaron la noticia, justo mientras exponía un proyecto de
Huerta Escolar en el que había trabajado incansablemente. Aunque no quería irme,
considero que, como todo cambio, fue completamente positivo. Fui asignada por
necesidad del servicio a un ajuste de cambio de perl en el nivel de preescolar,
donde tuve una experiencia graticante que duró casi dos años. Luego pasé a

150
enseñar en primaria, como indica mi nombramiento, donde estuve hasta abril de
2023, cuando fui trasladada a mi sede actual de trabajo.

Después de compartir mis vivencias como docente, considero que mis


estudiantes me recordarán como una mujer dinámica, alegre, disciplinada, exigente
y deportiva. Creo que mi personalidad extrovertida marca la diferencia en muchas
situaciones y me facilita el acercamiento a mis aprendices, así como la construcción
de relaciones sólidas en los procesos de enseñanza-aprendizaje. Además, me
considero innovadora, lo cual me permite alcanzar los objetivos y metas de los
grados que se me asignan de manera favorable.

Sin embargo, debo reconocer que cada vez es más complejo desarrollar los
procesos educativos, ya que los contextos están en constante transformación. Es
aquí donde la escuela debe adaptarse y transformarse permanentemente. Surge
entonces la pregunta sobre cuál es el ideal de escuela. En mi opinión, el ideal de
escuela es aquella que se preocupa por estar a la vanguardia de los cambios del
mundo actual, que comprende la diversidad de la población, que cuenta con los
espacios necesarios para el aprendizaje y que tiene docentes dispuestos a cambiar el
enfoque educativo. Debe ser un lugar donde se compartan los saberes en lugar de
imponerlos.

Creo que el ideal de escuela depende de la capacidad de los maestros para soñar
en grande. Por eso, mi mensaje para aquellos que se están formando para asumir
este valioso pero complejo rol es que crean en la posibilidad de construir una
sociedad mejor. A pesar de las dicultades que a menudo se presentan en los
contextos escolares, los maestros tenemos el poder de cambiar el mundo. Debemos
conar en nosotros mismos y ser valientes para enfrentar las adversidades. Ser
docente no es fácil, pero es una labor que, sin duda alguna, constituye la mejor
herramienta para la formación integral del ser humano.

151
Janny Karina Turbí Dipré
República Dominicana

152
E scribir estas líneas me ha llevado a momentos muy sensibles de mi vida, y
creo que la labor que realizan los colegas colombianos es motivo de
admiración. Visibilizar la vida de los docentes es una tarea loable, que implica
reconocer en la docencia uno de los ocios con mayor importancia social para una
comunidad.

En cuanto a la motivación que me llevó a convertirme en maestra, puedo


identicar varios argumentos que explicaré a continuación. Desde muy temprana
edad, en mi hogar solían reunirse jóvenes de mí misma edad, donde discutíamos
temas diversos como la adolescencia, la vida y la sexualidad, entre otros. Fue a raíz
de esta experiencia que fui contactada por una institución para participar en un
proyecto de prevención del embarazo en la adolescencia, como un trabajo
voluntario con otras comunidades. Aunque en ese momento desconocía quién me
había recomendado para esta experiencia, más tarde supe que había sido una vecina
que conocía mi liderazgo con jóvenes y mi compromiso con este tipo de temas. Este
hecho me llenó de gran satisfacción y me impulsó a trabajar con aún más
responsabilidad social. Así comencé a desaar grupos y a enfrentar públicos, lo cual
marcó el inicio de mi pasión por trabajar y enseñar a otros, y de entender que podía
contribuir de manera signicativa a las comunidades.

Además, fui inspirada por algunos docentes que se destacaban por su amor,
entrega y dedicación. Su ejemplo avivó mi interés por la docencia, y me impulsó a
seguir sus pasos desde la perspectiva de una estudiante. Aunque en mi niñez y parte
de mi adolescencia fui tímida, con el paso de los años fui desarrollando la valentía
necesaria para trabajar en equipo y hacer lo que más me emociona: enseñar y
aprender con otros.

En el ámbito familiar, encontré inspiración en mi madre, quien era maestra de


corte y confección. Ella me enseñó a hacer patrones de costura, mientras yo
orientaba a otras personas en sus mesas de trabajo. Con el tiempo, incluso diseñé y
confeccioné mi propio vestido para la graduación de secundaria.

153
En 1996, se presentó una oportunidad muy interesante para mí: participar en
programas de alfabetización para jóvenes y adultos en proceso de lectoescritura
inicial. Estos individuos no habían tenido la oportunidad de aprender estas
habilidades básicas. Me impactó profundamente la realidad de muchas personas
que, por falta de educación, rmaban con una x, demostrando su analfabetismo.
Acompañar a estos estudiantes en sus primeros pasos hacia la escritura y la lectura
fue una experiencia enriquecedora y graticante. Ayudarles a escribir su nombre y
abandonar las cruces en los formularios fue una labor social que me llenó de
satisfacción.

Cuando culminé mis estudios en el Liceo Enedina Puello Renville, en el nivel


secundario, me encontraba en una encrucijada respecto a mi futura carrera. Aunque
me incliné inicialmente por la publicidad, con énfasis en creatividad y gerencia,
también sentía curiosidad por la exploración en otros campos. Sin embargo, esta
preparación quedó truncada debido a dos circunstancias imprevistas. Por un lado,
la situación económica en mi familia era difícil, ya que mi padre enfrentaba
problemas laborales y sus ingresos eran limitados. Además, los costos de los
materiales y útiles escolares eran elevados en ese momento. A esto se sumó el
desafío de lidiar con una enfermedad que afectó considerablemente mi estabilidad
como estudiante, frustrando mis planes en ese momento.

A pesar de estos contratiempos, la vida me brindó nuevas oportunidades, y


comprendí que, con fe y esperanza, y mediante esfuerzo, dedicación y disciplina, las
puertas podrían abrirse poco a poco.

Mi primera incursión vocacional no estaba necesariamente destinada a la


enseñanza, ya que, en mi país, ser docente suele ser considerado como una opción
secundaria o incluso la última alternativa. Aunque esta percepción ha ido
cambiando gradualmente, aún queda mucho por mejorar. La carrera docente sigue
siendo poco valorada socialmente y, además, está mal remunerada. Con el tiempo,
comprendí que esto no se limitaba a mi entorno, sino que era una realidad en
muchos lugares del mundo. Sin embargo, debemos reconocer que desvalorizar la
profesión docente no se debe a la naturaleza misma del trabajo, sino más bien a la
falta de importancia que la sociedad y la política pública le otorgan en comparación
con otras profesiones.

Fue gracias a experiencias de alfabetización como esta que comencé a ver la


enseñanza como un noble ocio digno de dedicación, que implica transmitir
conocimientos, alma y corazón a los estudiantes en el aula, así como a las
comunidades que buscamos transformar.

En República Dominicana, tanto las universidades privadas como las públicas


eran muy costosas en aquellos años, y esta situación no ha cambiado mucho en la
actualidad. Aunque había comenzado algunos estudios, quedaron inconclusos. Sin
embargo, mi vocación por la educación estaba clara en mi mente y en mi corazón.

154
Mientras me formaba como educadora, también adquirí habilidades en
confección básica, estudios de pintura de cerámica en frío y organicé un espacio en
mi hogar para compartir lo aprendido con otros miembros de la comunidad.
Enseñaba lo que había aprendido en pintura, y viví momentos muy graticantes
durante estos cursos.

En cuanto a mi formación en educación, carecía del título necesario para ejercer


como docente, lo que constituía un obstáculo para entrar en el campo laboral. Ante
esta situación, mi padre gestionó una media beca para mí en el Instituto Politécnico
Loyola a través de CEFADO, para la formación docente en la ciudad de San
Cristóbal. La ubicación resultó óptima y me ayudó a evitar los costos de transporte.
Fue allí donde obtuve el título de Profesorado Técnico en Educación.
Posteriormente, en la Universidad del Caribe, me gradué en el año 2007 como
Licenciada en Ciencias de la Educación, marcando así el inicio de una trayectoria
que continúo hasta el día de hoy, llena de adversidades pero también de amor y
múltiples satisfacciones.

En mi camino hacia la enseñanza, cursé la Maestría en Gestión de Centros


Educativos en la Universidad Autónoma de Santo Domingo entre los años 2010 y
2012. Además, completé mis estudios doctorales en educación con un enfoque en
competencias en la Universidad de Sinaloa Mar de Cortés, en México. Esta es mi
historia de formación, y dejo al destino lo que esté por venir, porque además de ser
maestra, soy una apasionada del conocimiento y de la búsqueda constante del
mismo.

Quiero resaltar la importancia de algunos ocios en los que me he capacitado,


como la pintura, la cerámica en frío, y cursos de estilista y belleza. Aunque no estén
directamente relacionados con la educación cientíca de alto nivel, han sido parte
integral de mi desarrollo como individuo. La educación no debe limitar la
formación en hobbies, artes u ocios que nos apasionen. Todo lo que aprendemos
nos hace más versátiles y felices.

En mi experiencia como maestra, he enfrentado tanto momentos negativos


como positivos, pero los veo todos como aprendizajes y experiencias de vida. En el
transcurso de la existencia, se vive, se disfruta, se llora y se aprende. Esto es lo que
intento inculcar a mis estudiantes y a los maestros a los que acompaño en su
formación. Quiero compartir uno de los momentos más destacados de mi vida: el
día en que recibí el nombramiento como maestra ocial. Haber pasado con éxito por
el proceso de selección y recibir la llamada de felicitación fue una experiencia
emocionante, ya que sabía que además de enseñar, tendría la oportunidad de
transmitir todo lo que había aprendido.

En mis primeros años como maestra, tuve la oportunidad de enseñar ciencias


sociales, artísticas, así como el área ambiental y de la naturaleza. Esta experiencia
fue particularmente desaante debido a la diversidad de los estudiantes, cuyas
edades oscilaban entre los 12 y 18 años, todos inscritos en el grado sexto. La

155
diferencia en su desarrollo evolutivo, así como en sus competencias y problemáticas
individuales, planteaba retos y expectativas muy variadas. Mi tarea en ese
momento era lograr despertar su interés por el aprendizaje, cultivar el amor por la
escuela y, sobre todo, mantenerlos comprometidos con su educación.

Otra experiencia signicativa fue trabajar con un grado integrado para


alfabetizar a estudiantes de primero y segundo grado. Este grupo estaba compuesto
por 27 estudiantes de entre 14 y 16 años, junto con niños de 5 y 6 años. La diversidad
de edades y habilidades presentaba dicultades para el aprendizaje y la interacción
entre ellos, lo que generaba un ambiente de indisciplina. Sin embargo, encontré
apoyo y orientación en colegas que me brindaron su ayuda para superar estos
desafíos.

Mi enfoque con estos estudiantes era escucharlos, enseñarles y brindarles apoyo


tanto desde mi rol como maestra como desde una perspectiva psicológica. Además,
contaba con el respaldo de algunas familias que, aunque enfrentaban problemas
disfuncionales, estaban dispuestas a colaborar. Lo que para algunos colegas podía
considerarse como una pedagogía permisiva, para mí representaba un enfoque
basado en la empatía y el afecto. Comprendí que estos estudiantes no solo
necesitaban aprender, sino también recibir afecto y atención, y encontré que esta
aproximación fue efectiva.

Recuerdo estas experiencias con sensibilidad y emoción. Aunque fueron


tiempos difíciles, también me brindaron valiosas lecciones como docente. Durante
este período, tuve la oportunidad de interactuar con colegas y coordinadores que
tenían diferentes perspectivas sobre el papel de la escuela. Algunos adoptaban un
enfoque más autoritario, mientras que otros eran más comprensivos. De todas estas
interacciones, he aprendido y crecido en mi práctica docente.

Recuerdo una anécdota particular en la que, al preguntar sobre el plan de


estudios en una escuela, recibí una respuesta despectiva que insinuaba que los
nuevos estudiantes carecían de conocimientos previos. A pesar de este comentario
desalentador, decidí mantener una actitud positiva y centrarme en mi
responsabilidad como educadora, comprendiendo que el papel del docente es
fundamental más allá de los juicios superciales.

Me involucré profundamente en mi trabajo, estableciendo vínculos estrechos


con los padres de familia y dedicándome de lleno a las diversas tareas escolares.
Recuerdo con cariño cómo las obras de teatro, las exposiciones comunitarias y las
conversaciones con los niños se convirtieron en mi especialidad. Si bien impartía
conocimientos constantemente, lo más importante era compartir experiencias de
vida entre las paredes del salón de clases.

Mi espíritu emprendedor me llevó a defender a mis estudiantes, no como una


sobreprotección, sino como un intento por garantizar la igualdad y la justicia. En
ocasiones, adoptaba un enfoque conciliador, lo que me ganó la reputación de ser la

156
defensora de los estudiantes. Siempre estaba allí cuando un estudiante necesitaba
ayuda, promoviendo la no violencia como un principio fundamental.

Uno de los recuerdos más entrañables que guardo es el gesto de un estudiante


mayor que, a pesar de hablar poco y tener dicultades para alfabetizarse en cuarto
grado, talló mi nombre en madera y me lo entregó como regalo. Esta acción
signicativa me enseñó la verdadera importancia de nuestra labor como
educadores y el impacto que podemos tener en la vida de nuestros estudiantes.

Después de tantos años como maestra y directiva, me gustaría dejar un mensaje


para aquellos que puedan leer estas palabras. Los maestros en formación son
fundamentales para el futuro de la educación. A lo largo de mi experiencia, he visto
compromiso y dedicación en los futuros docentes, pero es crucial que entiendan que
la docencia es mucho más que un trabajo, es una oportunidad para transformar
vidas y comunidades.

Cada lección impartida por un maestro debe ser una lección de vida. Debemos
dejar de lado nuestros egos y adoptar una concepción humanista y cientíca de la
enseñanza, buscando formas amenas y divertidas de transmitir conocimiento y
romper las brechas de desigualdad.

En esta tarea educativa, siempre habrá alguien que nos inspire, y espero que
nuestra vida sirva de motivación para otros. Felicito y agradezco a los maestros
colombianos que lideran iniciativas como esta, ya que destacar la labor de los
educadores es fundamental para la paz y transformación de nuestras comunidades.

157
Yeins Paola Méndez Prado
Docente Directiva Coordinadora
Colegio INEM Santiago Pérez IED
Bogotá D.C.
“Mi anhelo más profundo es que retengan en sus corazones
una certeza indeleble:
que, con dedicación y constancia, ningún objetivo es inalcanzable.”

158
E n mi juventud, la admirable labor educativa se mantenía distante de mi
comprensión. En aquellos tiempos de infancia, mis aspiraciones se enfocaban
en la ingeniería y la mecánica; deseaba sumergirme en los misterios de las
ciencias y explorar sus vastos dominios. La idea de ser maestra nunca cruzó por mi
mente en ese entonces. Sin embargo, el camino que eventualmente me llevó a la
educación fue delineado por una serie de eventos fortuitos que se entrelazaron.
Estos acontecimientos, en retrospectiva, formaron una cadena de sucesos
afortunados que moldearon mi trayectoria hasta convertirme en la persona que soy
hoy. Es precisamente este viaje el que me llena de un profundo orgullo.

Los primeros años de mi carrera como docente transcurrieron de manera


modesta. Cada experiencia en el aula se convirtió en una oportunidad para explorar
cómo interactuar de manera efectiva con mis estudiantes, buscando una forma
asertiva de transmitirles el conocimiento que deseaba compartir. En medio de los
altibajos y las experiencias acumuladas, algo hermoso comenzó a tomar forma: mi
amor por esta profesión creció aún más profundo. A medida que avanzaba en mi
camino educativo, encontré en mí un compromiso renovado. No solo se trataba de
mejorar la calidad de la enseñanza que ofrecía, sino también de algo mucho más
signicativo. Mis objetivos comenzaron a trascender las fronteras del aula. Me di
cuenta de que mi papel como educadora iba más allá de impartir conocimientos; se
trataba de contribuir a mejorar sus vidas y, en un sentido más amplio, las vidas de
sus familias.

Cada día en el aula me brindaba nuevas lecciones, tanto para mis estudiantes
como para mí misma. El proceso de aprendizaje se volvía bidireccional, con
interacciones que nutrían no solo el entendimiento de los contenidos académicos,
sino también los lazos humanos que se formaban. Esta evolución me enseñó la
importancia de adaptarse y evolucionar constantemente, así como el poder
transformador que tiene la educación en las vidas de las personas.

159
Al concluir mi pregrado universitario, se presentó ante mí la oportunidad de
trabajar en un colegio privado ubicado en el barrio La Aurora, al sur de la ciudad de
Bogotá. En este entorno, me enfrenté a una realidad que me abrió los ojos de manera
contundente: el proceso educativo no se limita únicamente a la interacción con los
estudiantes, como nos habían enseñado en la preparación universitaria. Me di
cuenta de que esta labor también implica colaborar con colegas que tienen
diferentes perspectivas sobre la enseñanza. Aquí comenzaron a tejerse, en torno a la
vida laboral, una red de rumores, simpatías, rechazos y comentarios que no había
anticipado durante mi formación para este rol.

Asimismo, emergió el complejo juego de poderes, en el cual una gura de


autoridad se encontraba por encima de mí y no siempre facilitaba las circunstancias.
Esta realidad marcó un contraste palpable con la concepción simplicada que
llevaba de la enseñanza. De manera reexiva, decidí buscar nuevas oportunidades
y me dirigí hacia una institución educativa de concesión en el barrio Las Cruces. En
este entorno, experimenté un ambiente diferente al que había conocido
previamente, aunque la esencia de los estudiantes permanecía inalterable: su
ardiente deseo de aprender.

La relación que forjé con mis estudiantes se mantuvo constante; su ferviente


deseo de aprender permanecía rme, y mi compromiso con su educación seguía
inalterado. Sin embargo, las dinámicas laborales adquirieron matices distintos que
me hicieron comprender aún más que el acto educativo está inuenciado por el
entorno en el que se desarrolla. Esta noción se volvió imposible de ignorar. En esta
etapa, se me brindó la oportunidad de recibir formación, ya que esta modalidad era
característica de las instituciones de concesión. Sin embargo, este benecio no venía
sin contrapartida. Para retribuir lo que recibía, invertía tiempo y esfuerzo en la
creación de materiales y en contribuciones a las fundaciones y organizaciones
relacionadas.

Después de mi experiencia en el sector privado, tomé la decisión de adentrarme


en el ámbito público, primero como docente interina y luego como docente
provisional. En esta posición, existe una vulnerabilidad inherente. Te enfrentas a la
necesidad de aceptar cualquier carga, adaptándote a las circunstancias que
encuentres. Siempre eres la recién llegada, la que tiene un contrato a tiempo
denido y, en muchas ocasiones, debes conformarte con lo que te ofrecen tus
compañeros con puestos permanentes para mantener tu posición. Mis pasos me
llevaron a trabajar en diferentes instituciones educativas en Ciudad Bolívar y
Engativá al principio, pero fue en San Cristóbal Sur donde nalmente encontré un
lugar que me cautivó. Aquí, las calles empinadas y el largo caminar eran el preludio
para la recompensa que me aguardaba al llegar: numerosos rostros radiantes
esperando con ansias mis enseñanzas. Fue un verdadero privilegio trabajar en un
entorno en el que solo necesitabas una voluntad inquebrantable, ya que el
crecimiento y el aprendizaje orecían de manera natural, como las moras que
crecían allí.

160
Después, decidí enfrentar el concurso de docentes y encontré mi camino hacia
Guacamayas, en la misma localidad. Aquí, experimenté cinco años de educación
excepcionalmente signicativa, marcada por amistades que evolucionaron hacia
vínculos fraternales y duraderos. Sin embargo, llegó un momento en el que sentí la
llamada de cambiar mi rol. La gestión y la dirección se convirtieron en el siguiente
capítulo, una oportunidad para dar vida a varios proyectos que había desarrollado
de manera personal. Así fue como llegué a asumir la coordinación en el Colegio
INEM Santiago Pérez.

En la actualidad, en nuestra institución, varios proyectos que en sus inicios eran


solo sueños inspiradores están en pleno desarrollo. Estas iniciativas, como "Líderes
Socioafectivos", "Mariposas de Acero", "Red de Jóvenes Palenqueros, Raizales y
Afrodescendientes" y "Líderes Inemitas en Acción", han surgido con el objetivo de
fortalecer y fomentar el liderazgo entre nuestros estudiantes. Cada uno de estos
proyectos posee su propia singularidad, pero todos comparten un enfoque:
empoderar a nuestros jóvenes y fomentar una cultura institucional que estimule su
participación en diversas esferas de la política pública. Estas propuestas nacieron
como sueños y han evolucionado hasta convertirse en realidades tangibles. Su
esencia radica en moldear ciudadanos equipados con pensamiento crítico, capaces
de expresarse de manera asertiva y hábiles en la consecución de objetivos,
valiéndose de herramientas como la oratoria y el debate.

Recuerdo con claridad una ocasión en la que una de las destacadas estudiantes
del proyecto Mariposas de Acero tomó una decisión impactante. Ante un llamado
de atención a la comunidad sobre el uso del uniforme, decidió presentar un derecho
de petición directamente a la rectoría, evadiendo el debido proceso. Al principio,
coneso que me invadió un sentimiento de traición, que me hizo incluso evitar
mirarla. Sin embargo, con el tiempo, logré comprender que esta situación también
representaba una valiosa oportunidad de aprendizaje, tanto para ella como para mí.

En medio de la complejidad de emociones que experimenté, decidí abordar la


situación con madurez y diálogo. Me acerqué a ella con la intención de conversar, de
exponer mis expectativas y de compartir cómo hubiera deseado que se manejara la
circunstancia. Esa conversación resultó ser un punto de inexión en nuestra
relación y en mi percepción de la situación. Fue entonces cuando me di cuenta de
que esta instancia no solo representaba un desafío, sino también una oportunidad
de crecimiento mutuo. A medida que exploramos esta experiencia desde diferentes
perspectivas, nos dimos cuenta de que cada uno de nosotros había extraído
enseñanzas valiosas.

La estudiante comprendió la importancia de seguir los procedimientos


establecidos y cómo hacer valer sus inquietudes de manera efectiva. Por mi parte,
aprendí que las oportunidades de aprendizaje no siempre se presentan en los
momentos y formas que esperamos. A veces, son los momentos de mayor desafío
los que nos brindan las lecciones más profundas.

161
Al permitir que las destrezas y competencias, tanto de maestros como de
estudiantes, se entrelacen en una colaboración compartida, se nos abre la puerta
hacia la posibilidad de crear una escuela que encarne el ideal. En este espacio,
ciudadanos empoderados encuentran el apoyo necesario para perseguir sus
aspiraciones y establecer relaciones armoniosas con sus compañeros. La visión es la
de una institución educativa que no solo nutre a sus individuos, sino que también
contribuye al engrandecimiento de la sociedad en su conjunto. Se convierte en un
agente activo en la transformación de la política pública, alzando la voz y no
permaneciendo indiferente ante las injusticias que afectan a sus miembros.

La visión de esta escuela ideal también se extiende más allá de sus paredes. Se
convierte en una fuente de inuencia positiva en la sociedad en la que se inserta. A
través de su participación en la transformación de la política pública, demuestra su
compromiso con los valores que deende. No se acalla ante las injusticias ni permite
que los atropellos queden sin respuesta. Más bien, se erige como un faro de
conciencia y acción, inspirando a sus miembros a asumir su lugar como ciudadanos
responsables y comprometidos.

Para muchos de mis estudiantes, he llegado a personicar una fuente de


inspiración, un modelo a emular en sus propios trayectos. Mi anhelo más profundo
es que retengan en sus corazones una certeza indeleble: que, con dedicación y
constancia, ningún objetivo es inalcanzable. Deseo fervientemente que internalicen
la convicción de que todas las metas son posibles de alcanzar y que los límites solo
existen en la medida en que uno mismo los perciba. Mi rol como educadora va más
allá de transmitir conocimientos; es un llamado a sembrar las semillas de la
conanza y el autodescubrimiento en cada estudiante. Anhelo que comprendan
que la senda del éxito no está trazada por accidente, sino que es el fruto del esfuerzo
sostenido y la voluntad inquebrantable de superar obstáculos. Les insto a abrazar la
disciplina como un aliado constante en su búsqueda de logros signicativos. Así,
anhelo ser recordada no solo como una inspiración pasajera, sino como una guía
constante en su viaje hacia el éxito.

A todos aquellos que están en proceso de formarse como docentes, me dirijo con
estas palabras para recordarles la magnitud de la labor que tienen entre manos. Lo
que están forjando va más allá de un simple papel educativo; están asumiendo una
responsabilidad de gran envergadura. Su tarea fundamental es guiar y moldear no
solo mentes, sino también corazones y futuros. Ustedes están destinados a ser faros
de luz en la senda del aprendizaje, capaces de impactar de manera perdurable en las
vidas de estudiantes y familias.

La tarea de educar es una travesía noble y desaante. A medida que toman el


relevo de esta antorcha, recuerden que están trazando el rumbo de generaciones
venideras. Cada día que se paran frente a un aula, están sembrando semillas de
conocimiento y valores que pueden crecer y dar fruto a lo largo del tiempo. Están
moldeando el pensamiento crítico, la empatía y la creatividad, habilidades
esenciales para afrontar un mundo en constante cambio.

162
En esta senda, se encontrarán con desafíos y dicultades. Cada aula es un
microcosmos único, con sus propias dinámicas y retos. Pero es precisamente en la
superación de estos obstáculos donde reside el verdadero crecimiento. Cada vez
que se enfrentan a situaciones complejas, están alando sus habilidades y forjando
su propia identidad como educadores.

Es un viaje que los llevará a descubrir la profundidad de su pasión y el alcance de


su inuencia en las vidas de otros. No están solos en este camino. La comunidad de
educadores es una red invaluable de apoyo y colaboración. La construcción
colectiva es esencial en este proceso. A través del intercambio de ideas y la
colaboración con colegas, pueden construir un entorno de aprendizaje
enriquecedor que nutra a estudiantes y maestros por igual. Juntos, están dando
forma a un mundo nuevo, uno que celebra la diversidad de pensamiento y la
capacidad de adaptarse a los cambios constantes.

A medida que continúo mi travesía como educadora, reexiono sobre el camino


recorrido hasta ahora. Cada día en el aula ha sido una oportunidad para sembrar
conocimiento y cultivar el crecimiento en mis estudiantes. He aprendido que la
educación es un viaje bidireccional, donde cada interacción moldea tanto a
maestros como a alumnos. Mientras esta etapa sigue su curso, me comprometo a
seguir guiando y empoderando a las mentes jóvenes, sabiendo que cada día aporta
nuevas lecciones y descubrimientos en este apasionante sendero educativo.

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María Teresa Guerreo Vivas
Docente IED Fernando Mazuera Villegas
Bogotá - Colombia

“Vivimos en medio de las complejidades de la escuela,


con la intención de acompañar a otros… siempre buscando esa felicidad,
que a veces se hace real y que en muchos casos se esfuma”

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S oy María Teresa Guerrero Vivas, una maestra incansable y soñadora desde el
ámbito de la pedagogía. Mi deseo como docente es procurar la felicidad de
aquellos que me rodean, especialmente mis estudiantes y las comunidades a
las que sirvo, para así encontrar plenitud en mi propia felicidad. Este ha sido mi
propósito durante casi cuatro décadas de enseñanza. Considero que fui una hija
consentida y amada por mis padres, quienes, junto con mis siete hermanos, fueron
el núcleo de mi infancia. Viví entre la Escuela Distrital Venecia y mi hogar, creando
recuerdos hermosos que perduran en mí a pesar de las necesidades que
enfrentábamos. Hoy reconozco que mi familia fue el pilar fundamental en mis
primeros años.

Rememorar los primeros años de mi carrera docente no es una tarea sencilla;


implica adentrarse en la memoria tejida a lo largo de muchos años de arduo trabajo
y de encuentros con numerosas personas que han cruzado mi camino. Entre las
alegrías y las tristezas, gran parte de mi vida ha transcurrido entre tableros y
pupitres, acompañando a múltiples generaciones de estudiantes, cuya cuenta
exacta se ha diluido en el tiempo. Sin embargo, lo único verdaderamente tangible es
el amor y la pasión que he dedicado a una labor que, aunque en muchos casos pasa
desapercibida para la sociedad, es fundamental para la formación de tantos jóvenes
que transitan por ella.

Me gustaría destacar que no he estado sola en este camino. Mi familia: Fernando,


incansable compañero de vida, ha estado ahí, aprendiendo y enseñando del amor
de mis hijos Fabián y Felipe quienes también compartieron la experiencia de una
maestra bogotana, entregada a su vocación con orgullo y dedicación,
contribuyendo así a la educación pública.

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El origen de mi motivación para convertirme en maestra se remonta a los
primeros trazos de tiza Berol sobre el tablero, cuyos sonidos aún resuenan
vívidamente en mi memoria. Esos ruidos mágicos y atrayentes eran como un
llamado para la niña de 7 años que yo era. La pedagogía parecía seguirme a donde
quiera que fuera... Mis primeros juegos con los niños vecinos y mis hermanos
consistían en simular una pequeña escuela. Quizás no podría llamarlo exactamente
“dominio de grupo”, pero ciertamente les decía que debían correr cinco veces
alrededor de la cuadra, ¡y lo hacían sin dudarlo! También jugábamos a formar las
primeras letras y a escribir palabras, con repeticiones incontables debido a la mala
ortografía. Eran juegos infantiles, risas y rondas que, sin darme cuenta, sembraron
la semilla de un anhelo, una motivación que me llevaría nalmente a las aulas.

Estos juegos infantiles resultaron ser determinantes para que otros


vislumbraran en aquella niña una vocación innata para ser maestra. Mi hermana
Fanny, algunos años mayor que yo, jugó un papel crucial al facilitar mi ingreso a la
Normal Nuestra Señora de la Paz, ubicada en el Barrio Santander del sur de la
capital bogotana. Y mi hermano Orlando, el artista de la familia, haciendo hermosas
ayudas didácticas para mis prácticas pedagógicas.

Esta institución fue el lugar donde se sentaron las bases de mi formación inicial,
donde las monjas me acompañaron año tras año, guiándome en los caminos de la
pedagogía y, sobre todo, enseñándome a organizar, liderar y desempeñarme en la
noble tarea de ser maestra. Fui recibida con gran aceptación por parte de los
docentes y las directivas, tanto que en muchas ocasiones me sacaban de clase para
que acompañara y enseñara a los niños de primaria, supliendo la ausencia de
algunas maestras titulares.

Disfruté al máximo aquellos primeros años; era la sed de aprender a enseñar lo


que me impulsaba a embarcarme en este proceso de crecimiento personal. Sin duda,
la experiencia de formación en la Normal se distingue de otros niveles educativos;
se nos prepara con una mística especial, con la noble misión de educar a las nuevas
generaciones. Hoy más que nunca, valoro profundamente la formación impartida
en estas instituciones, y aunque muchas de ellas han cerrado, considero que ese tipo
de preparación debería ser retomado por las universidades, manteniendo sus
modos y estilos.

Como mencioné anteriormente, mi trayectoria como docente comenzó en la


misma institución donde cursé mi educación secundaria. Además de realizar
prácticas durante mi época de estudiante, conseguí trabajo justo después de
graduarme como maestra bachiller, como se nos llamaba en aquel entonces.
Posteriormente, continué mis estudios en lología e idiomas en la Universidad
Nacional de Colombia. Recuerdo con profundo agradecimiento que fue una amiga
quien me facilitó el formulario para presentarme al concurso de profesores en el
distrito. Gracias a ese proceso, fui nombrada en 1982 como maestra en la localidad
séptima de Bosa - Laureles, donde tuve el privilegio de trabajar con niños
maravillosos y colegas que aún resuenan en mi corazón, como Pilar Pacheco y

166
Rómulo Gallegos, entre muchos otros. Allí, pude integrarme en una comunidad que
me acogió y permitió que desempeñara mi labor como maestra ocial de manera
muy especial durante varios años.

Durante una década, trabajé como maestra de primaria en varias escuelas del
sector de Bosa. Luego, debido a mi formación en estudios de licenciatura, fui
trasladada al Colegio IED Fernando Mazuera Villegas, donde enseñé español e
inglés. Fue durante esta etapa que, como parte de mi tesis de grado, desarrollé una
colección de cinco libros de inglés para el nivel de primaria, utilizando mi propio
método de pronunciación aproximada llamado Beginning, diseñado para hacer
más ameno el aprendizaje de esta segunda lengua. Esta producción tuvo un gran
éxito, lo que nos permitió lanzar una segunda edición que llegó a diversos lugares y
territorios de mi país.

Sé que detrás de mi experiencia y mis desafíos, vendrán otros profesionales que


ocuparán mi lugar. Para ellos, mi admiración ante los retos que les depara esta
profesión tan compleja, llena de incertidumbres, pero también de belleza. A esos
futuros maestros y maestras, les envío mis mejores deseos y espero que escuchen mi
voz, para que nunca pierdan la esperanza en la escuela y en los niños que la habitan.
Que vivan y enseñen con entrega, siempre poniendo el corazón al servicio de los
demás. Ellos serán formadores de nuevas generaciones, enseñando letras, teorías,
números y, sobre todo, cultivando la fe y la esperanza en el futuro.

Para concluir esta narración, consciente de que han quedado personas y


momentos sin mencionar, quiero enfatizar que el ideal de una escuela es aquella que
forma a personas íntegras, capaces de construir una sociedad distinta, incluso en
medio de la lucha por alcanzar la felicidad.

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Cecilia Bejarano.
Gachetá – Cundinamarca
Sentir que, en medio de las necesidades de tantos niños y sus padres de
familia, hay un maestro que le puede aportar a una comunidad, es de gran
valor para quien ejerce la docencia. Eso llena el alma y el corazón…

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N arrar esta historia es un ejercicio que me permite elevarme en la escritura y
conectar con la humanidad, tocando los corazones de quienes tengan estas
letras entre sus manos. Por eso, quiero hacer notar que esta es mi historia,
compartida por tantos maestros que, desde cada rincón de sus comunidades y
territorios, contribuyen a la construcción de nuestro país.

Soy normalista; en la época en que cursé mis estudios, se denominaba bachiller


pedagógico. Me gradué de la Escuela Normal Departamental Mixta de Gacheta.
Luego, continué mis estudios en Lingüística y Literatura en la Universidad de la
Sabana. Posteriormente, completé dos especializaciones en la Universidad de los
Libertadores. Además, he participado en diversos diplomados y seminarios, en su
mayoría enfocados en los procesos de lectura y escritura en el ámbito escolar. A lo
largo de mi trayectoria como profesional de la docencia, he sostenido la convicción
de que el docente debe mantenerse actualizado, pues siempre hay algo nuevo por
aprender y llevar al aula de clase.

Al rememorar mi vida como maestra, surgen en mi mente innumerables


recuerdos que han enriquecido una profesión maravillosa, llena de encantos y
desafíos. La vida del docente adquiere pleno sentido con los protagonistas de la
escuela: los niños, quienes día a día abren sus mentes y corazones para aprender
nuevas cosas, guiados por sus maestros.

En este viaje de recuerdos, reconozco que mi formación pedagógica se debe en


gran medida a la calidad de la Escuela Normal Departamental de Gacheta, como se
llamaba en aquel entonces, la cual era considerada la mejor de la región. Quizás por
ello, mis padres y yo decidimos que tanto mis hermanos como yo nos formaríamos
en esta institución. Así se inició una travesía que dejaría una profunda marca en la
vida de nuestra familia, quienes encontraron en la docencia no solo una vocación
profesional, sino también un compromiso con la comunidad que trasciende el
simple ocio de enseñar. La elección de formarnos como maestros no solo fue una
decisión familiar, sino también una herencia, pues mi mamá también fue profesora,
al igual que algunas de mis tías.

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Hoy en día, rememoro esas primeras etapas como maestra y considero que para
mí no era difícil pararme frente a un grupo de niños, hablarles, cantarles y dirigirles
actividades. En aquel entonces, estas acciones se percibían como juegos muy
divertidos para ellos. Fue a través de estos acercamientos que conrmé mi decisión
de ser maestra. Al escribir esta reexión, reconozco que la pasión por la pedagogía
siempre estuvo presente en mí y se encendió con los primeros pasos que la
formación permitió.

Durante mis estudios en la Escuela Normal, en el octavo grado comenzamos las


prácticas docentes. Recuerdo con agrado cómo disfrutaba de las visitas a las
escuelas anexas para observar las clases de otros maestros. También tuvimos la
oportunidad de dirigir actividades lúdicas para los niños de esas instituciones,
quienes siempre nos recibían con alegría. Compartir con ellos fue enriquecedor y la
maestra consejera, encargada de coordinar nuestras prácticas, siempre fue muy
especial conmigo. Reconozco que vio en mí la vocación y me alentó a seguir el
camino de la pedagogía. Estos momentos se convirtieron en gratos recuerdos de
aquella época, y aunque parezca que han sido pocos, han transcurrido 32 años en las
aulas, rodeada de pupitres y del bullicio de tantos niños que han pasado por mis
clases.

Son muchos años dedicados a la enseñanza, con recuerdos tanto buenos como
menos gratos. En primer lugar, los aspectos positivos han alimentado mi alma de
maestra, rearmando que la docencia es una de las profesiones más hermosas que
un ser humano puede ejercer. Representa llevar un pedazo del corazón al salón de
clases, donde los niños aprenden y conocen la vida desde diversas perspectivas que
el ambiente escolar permite.

Las experiencias menos gratas no las consideraría negativas, sino más bien
lecciones de las cuales se aprende mucho. Son situaciones que forman parte del
camino de un maestro y contribuyen a enriquecer lo que llamamos con orgullo: la
experiencia. Una de estas situaciones, aunque difícil, me aportó valores como la
responsabilidad y la autonomía. Esta experiencia me ayudó a madurar, ya que
alejarme de mi familia tan joven marcó mi vida como maestra.

Comencé a trabajar como maestra a los 18 años en una escuela ubicada en un


lugar apartado del casco urbano donde vivía con mis padres y hermanos. Esto
implicaba ver a mi mamá y a mi papá solamente cada 15 días, lo cual fue una
experiencia intensa. Como mencioné anteriormente, este tipo de vivencias forman
parte del aprendizaje. En mi caso, esa joven recién salida de la Escuela Normal
empezó a crecer y a madurar con las responsabilidades propias de la adultez.

En aquellos tiempos, las escuelas rurales se encontraban dispersas y la llegada


de un maestro a estas zonas apartadas era motivo de gran alegría para las
comunidades locales. Se percibía un profundo aprecio y reconocimiento por el
trabajo que se llevaba a cabo. En este contexto, era posible establecer acuerdos con
los padres de familia en cuanto a las clases y los horarios. En ocasiones, se trabajaba

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incluso los sábados para poder compensar las horas perdidas durante la semana y
así disponer de algunos nes de semana para compartir con la familia, aunque esta
situación no era muy frecuente.

El trabajo del profesor en estos lugares remotos tiene un valor incalculable. Se


convierte en la voz de la ciencia, de las letras y, sobre todo, en la voz de la esperanza
que brilla tenue pero rme en medio de la precariedad. El maestro desborda
humanidad al comprender las necesidades de los niños, los padres y el entorno,
aunque a menudo se enfrente a problemas sociales para los cuales no existen
respuestas claras. No obstante, la escuela se convierte en un refugio y un lugar de
escucha para las comunidades. El maestro, además de enseñar, se convierte en un
líder social, comprometido en transformar la vida de sus alumnos, quienes
encuentran en la escuela una oportunidad para perseguir sus sueños.

Si bien la formación en la escuela normal y en la universidad no prepara a los


maestros para enfrentar la dura realidad que enfrentan sus estudiantes y
comunidades, esta realidad termina siendo parte del aprendizaje de la vida del
docente. Muchas escuelas se ubican en lugares remotos donde el acceso es difícil y el
transporte escaso. Durante mis primeros años como maestra rural, me encontré con
niños que no conocían la cabecera municipal ni las tecnologías disponibles en
aquella época. Esta experiencia permitió evidenciar las carencias académicas, el
abandono y la precariedad del campo colombiano. El contacto directo con la
pobreza y otros factores permitió tener una lectura diferente de unas condiciones
que, en muchos casos, ni siquiera se muestran en los medios de comunicación, pero
que están presentes en numerosas comunidades. Este contacto con la realidad, junto
con la conanza depositada por los padres en los maestros, rearma la
consideración de que ejercer esta profesión es un compromiso social y educativo
acertado.

Desde mi experiencia y el trasegar que he compartido con diversas


comunidades, deseo compartir algunos mensajes con los futuros docentes y
estudiantes de formación pedagógica. En primer lugar, es esencial aprovechar la
conexión que se establece entre el docente y el estudiante. El maestro ejerce un
poderoso ejemplo e inuencia en la vida de quienes están expectantes desde sus
pupitres. Este poder, junto con el reconocimiento del valor de la profesión, facilita el
cumplimiento de la misión del maestro: transformar vidas y comunidades. En
última instancia, la escuela es la forjadora de los futuros ciudadanos, dotándolos de
los valores y actitudes necesarios para nuestra sociedad, sin perder de vista la
calidad humana que a menudo se desvanece en medio del caos y la violencia que
afectan a numerosas comunidades.

Una reexión que deseo compartir con los docentes que nos sucederán es la
invitación a llevar una parte del corazón y el alma a nuestras aulas, más allá de los
pergaminos, títulos y formación académica. La escuela, en muchos casos, carece de
pasión, de maestras y maestros que sientan la docencia como una de las mejores
profesiones del mundo. En este sentido, cada estudiante es un mundo complejo,

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cada niño es diferente y cada uno tiene una historia única que contar. A menudo, las
disfunciones familiares y los contextos sociales se reejan en el aula, lo que subraya
la importancia de aprender a escuchar y mirar a los ojos para intentar comprender
los miedos y dolores que también se maniestan en el ámbito pedagógico. La
disposición de un buen maestro permite facilitar este tipo de acercamientos,
ofreciendo amor en medio de la soledad que muchos estudiantes experimentan en
sus hogares y el dolor en sus corazones.

Considero que el rol del docente debe enfocarse en ser facilitador de los procesos
de aprendizaje y en inuir en el contexto comunitario. No se trata de ocupar el
escenario con el protagonismo de la experiencia ni de adoptar el papel del profesor
que más sabe. Ser el orientador de un ambiente permite comprender el papel de
mediador entre la ciencia y las emociones de los niños. Las nuevas generaciones
están siendo educadas por la televisión y el internet; en muchos casos, la tecnología
suple la compañía y las carencias de padres ocupados en sus propias luchas diarias.
Es aquí donde la calidez humana del maestro marca la diferencia. Como docentes,
tenemos más tiempo para compartir con nuestros estudiantes, por lo que considero
que el papel de acompañamiento es el más importante. Somos guías, maestros y
amigos, y podemos lograr este último título sin perder la autoridad.

El maestro es un facilitador, un puente entre el conocimiento y la vida misma.


Por eso, potenciar las habilidades, destrezas y talentos de los estudiantes permite
evidenciar un papel fundamental: ser formadores para la vida, para la
transformación de un país que necesita hombres y mujeres conscientes de su
realidad y, sobre todo, más humanos y con mejores capacidades humanas.

172
““
Yo soy
Maestro
Historias de Vida
y Transformación II

“Gracias infinitas a los colegas que


hicieron posible que una parte de su vida
se visibilice; desde Argentina, hasta
México, desde las Antillas, hasta las
montañas colombianas, los maestros,
realizan una profesión, loable, altruista y
humana en su sentir”

Salón Rodríguez Piñeros


Coordinador Comité de Comunicaciones

ISBN: 978-958-57717-2-7

FUNDACIÓN
C TRADECUN
COMITÉ DE COMUNICACIONES

Bogotá - Colombia
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