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Sinopsis

En esta secuela best seller del New York Times al


evocador #1 de Kerri Maniscalco Stalking Jack The Ripper,
extraños asesinatos son descubiertos en el castillo del Príncipe
Vlad el Empalador, también conocido como Drácula. ¿Podría
ser un imitador… o el depravado príncipe ha sido vuelto a la
vida?
Siguiendo el dolor y horror del descubrimiento de la
verdadera identidad de Jack el Destripador, Audrey Rose
Wadsworth no tiene más opción que huir de Londres y sus
recuerdos. Junto al arrogante y encantador Thomas Cresswell,
viaja al corazón oscuro de Rumanía, casa de una de las
mejores escuelas de medicina forense de Europa… y de otro
notorio asesino, Vlad el Empalador, cuya sed de sangre se
convirtió en leyenda.
Pero el sueño de su vida pronto es manchado por
descubrimientos llenos de sangre en los pasillos del
amenazante castillo de la escuela, y Audrey Rose se ve
obligada a investigar los asesinatos extrañamente familiares.
Lo que descubre hace que sus temores revivan una vez más.

Para mamá y papá,


Por enseñarme que innumerables aventuras
se encuentran entre las páginas de los libros.

Y para mi hermana,
Por viajar conmigo a cada tierra misteriosa,
real e imaginada.

¡Soberbia muerte!
¿Qué festín preparas en tu eternal morada,
que has herido de un solo golpe y tan cruelmente
tantas ilustres víctimas?
—Hamlet, Acto 5, Escena 2
William Shakespeare
Vista general, Bucarest, Rumania, c. 1890

Traducido por Shilo

Corregido por Vickyra


Expreso de Oriente

Reino de Rumania
1 de diciembre de 1888
Nuestro tren rechinaba por las vías congeladas hacia los
colmillos cubiertos de blanco de los Cárpatos. Desde nuestra
posición en las afueras de Bucarest, la capital de Rumania, los
picos eran del color de moretones que se desvanecían.
Juzgando por la fuerte nevada que caía, muy
probablemente estaban tan fríos como carne muerta. Un
pensamiento encantador para una mañana tempestuosa.
Una rodilla golpeó el costado del panel de madera tallada
en mi vagón privado de nuevo. Cerré mis ojos, rezando para
que mi compañero de viaje se durmiera otra vez. Un
movimiento más de sus largos miembros podría destrozar mi
crispada compostura. Presioné mi cabeza contra el acolchado
asiento alto, concentrándome en el suave terciopelo en lugar
de pinchar su ofensiva pierna con el broche de mi sombrero.
Sintiendo mi molestia en crecimiento, el señor Thomas
Cresswell se movió y empezó a golpear con sus dedos
enguantados el marco de nuestro compartimento. Mi
compartimento, de hecho.
Thomas tenía sus propios aposentos, pero insistía en
pasar cada hora del día en mi compañía, en caso de que un
asesino en serie abordara el tren y desencadenara una
carnicería.
Al menos esa fue la historia ridícula que le había dicho a
nuestra chaperona, la señora Harvey. Ella era la encantadora
mujer de cabello plateado que cuidaba a Thomas mientras se
quedaba en su apartamento en Piccadilly, Londres, y que
estaba tomando su cuarta siesta del nuevo día. Toda una
hazaña considerando que no había pasado mucho tiempo
desde el amanecer.
Padre se había enfermado en París y había puesto su
confianza y mi virtud al cuidado tanto de la señora Harvey
como de Thomas. Hablaba demasiado de lo bien considerado
que Padre tenía a Thomas, y qué tan convincentemente
inocente y encantador podía ser mi amigo cuando el humor o
la ocasión llegaban. Mis manos de repente estaban calientes y
húmedas dentro de mis guantes.
Interrumpiendo ese sentimiento, mi concentración se
desvió del cabello castaño oscuro de Thomas y su abrigo
chaqué hacia su sombrero descartado y periódico rumano.
Había estudiado lo suficiente el idioma para entender la
mayoría de lo que decía. Se leía en el encabezado: ¿HA
REGRESADO EL PRINCIPE INMORTAL? Se había
encontrado un cuerpo con su corazón atravesado con una
estaca cerca de Braşov —el pueblo al que estábamos viajando
— llevando a los supersticiosos a creer en lo imposible: Vlad
Drácula, el príncipe muerto hace siglos, estaba vivo. Y
cazando.
Todo era basura destinada a inspirar miedo y vender
periódicos. No existía tal cosa como un ser inmortal. Los
hombres de carne y hueso eran los verdaderos monstruos, y
podían ser detenidos bastante fácil. Al final, hasta Jack el
Destripador sangró como todos los hombres. Aunque los
periódicos todavía aseguraban que merodeaba las neblinosas
calles de Londres. Algunos hasta decían que se había ido a
América.
Si tan solo eso fuera cierto.
Una punzada familiar golpeó mi centro, robándome el
aliento. Siempre era lo mismo cuando pensaba en el caso del
Destripador y los recuerdos que evocaba. Cuando miraba
fijamente al espejo, veía los mismos ojos verdes y labios rojos;
las raíces hindúes de mi madre y la nobleza inglesa de mi
padre aparente en mis pómulos. Por todas las apariencias
externas, todavía era una vibrante chica de diecisiete años.
Y aun así había sido un golpe devastador a mi alma. Me
preguntaba cómo podía parecer tan entera y serena en el
exterior cuando en el interior estaba azotada por la turbulencia.
Tío sintió el cambio en mí, notando los errores
descuidados que había empezado a cometer en su laboratorio
forense en los últimos días. Ácido carboxílico que había
olvidado utilizar cuando limpiaba nuestros bisturíes.
Especímenes que no había recolectado. Una ruptura serrada
que había hecho en carne gélida, tan impropio de mi precisión
normal con los cuerpos alineados en su mesa de examinación.
No había dicho nada, pero sabía que estaba decepcionado. Se
suponía que tenía un corazón que se endurecía frente al rostro
de la muerte.
Tal vez no estaba destinada a una vida de estudios
forenses después de todo.
Tap. Tap-tap-tap. Tap.
Apreté mis dientes mientras Thomas golpeaba junto al
resoplido del tren. Cómo la señora Harvey dormía con ese
barullo era verdaderamente increíble. Al menos había tenido
éxito en sacarme del profundo pozo de emociones. Eran del
tipo de emociones que eran demasiado quietas y demasiado
oscuras. Estancadas y pútridas como agua de ciénaga, con
criaturas de ojos rojos acechando en lo profundo. Una imagen
muy adecuada para el lugar adonde nos dirigíamos.
Pronto todos desembarcaríamos en Bucarest antes de
viajar el resto del camino en carruaje al Castillo Bran, casa de
la Academia de Medicina y Ciencia Forense, o Institutului
Naţional de Criminalistică şi Medicină Legală, como era
llamada en rumano. La señora Harvey permanecería una noche
o dos en Braşov antes de viajar de vuelta a Londres. Una parte
de mí deseaba regresar con ella, aunque nunca lo admitiría en
voz alta frente a Thomas.
Sobre nuestra cabina privada, un opulento candelabro se
balanceaba a tiempo con el ritmo del tren, sus cristales
tintineando y agregando una nueva capa de acompañamiento a
los golpes de staccato de Thomas. Sacando su incesante
melodía de mis pensamientos, observé el mundo de afuera
emborronarse con nubes de vapor y troncos sibilantes. Ramas
sin hojas estaban revestidas de brillante blanco, sus reflejos
brillando contra el pulido azul casi de ébano de nuestro tren de
lujo, mientras los vagones de adelante se curvaban y se abrían
paso por la tierra recubierta de escarcha.
Me incliné, dándome cuenta de que las ramas no estaban
cubiertas de nieve, si no de hielo. Atrapaban la primera luz del
día y estaban prácticamente encendidas en el brillante
amanecer rojizo. Era tan pacífico que casi podía olvidar…
¡Lobos! Me levanté tan abruptamente que Thomas saltó en su
asiento. La señora Harvey roncó sonoramente, el sonido
parecido a un gruñido. Parpadeé y las criaturas se habían ido,
reemplazadas por ramas que se balanceaban mientras el tren
avanzaba hacia adelante.
Lo que había pensado que eran colmillos brillantes eran
solo ramas invernales. Exhalé. Había estado escuchando
aullidos fantasmas toda la noche. Ahora estaba viendo cosas
que no estaban ahí durante el día también.
—Iré a… estirarme un poco.
Thomas subió sus cejas oscuras, sin duda cuestionando
—aunque conociéndolo, más probablemente admirando— mi
insolente desestimación del decoro, y se inclinó hacia
adelante, pero antes que pudiera ofrecer acompañarme o
despertar a nuestra chaperona, corrí hacia la puerta y la abrí.
—Necesito unos momentos. Sola.
Thomas me miró fijamente un segundo más antes de
responder.
—Trata de no extrañarme demasiado, Wadsworth. —Se
sentó de vuelta, su rostro cayendo un poco antes de que su
semblante fuera de nuevo juguetón. La ligereza no alcanzó sus
ojos por completo—. Aunque eso puede ser una tarea
imposible, yo, por mi parte, siempre me extraño terriblemente
cuando duermo.
—¿Qué fue eso, querido? —preguntó la señora Harvey,
parpadeando detrás de sus lentes.
—Dije que debería tratar de contar ovejas.
—¿Estaba dormida de nuevo?
Aproveché la distracción, cerrando la puerta detrás de mí
y agarrando mis enaguas. No quería que Thomas leyera la
expresión de mi rostro. La que todavía no había controlado en
su presencia.
Vagué por el corredor angosto, apenas notando la
pomposidad mientras me dirigía al vagón del comedor. No
podía estar aquí afuera sin chaperona por mucho tiempo, pero
necesitaba un escape. Al menos de mis propios pensamientos
y preocupaciones.
La semana pasada, había visto a mi prima Liza subir por
las escaleras de mi casa. Una vista normal como cualquiera,
excepto que se había ido al campo semanas antes. Días más
tarde, algo un poco más oscuro sucedió. Estaba convencida de
que un cadáver había estirado su cabeza hacia mí en el
laboratorio de Tío, su mirada sin parpadear llena de desprecio
por el bisturí en mi mano, mientras su boca escupió gusanos
en la mesa de examinación. Cuando parpadeé, todo estaba
bien.
Había traído varias revistas médicas para el viaje, pero no
había tenido la oportunidad de investigar mis síntomas con
Thomas estudiándome abiertamente. Había dicho que tenía
que confrontar mi dolor, pero no estaba dispuesta a abrir
todavía esa herida. Algún día, tal vez.
Unos cuantos compartimentos más abajo, una puerta se
abrió, arrastrándome al presente. Un hombre con cabello
finamente estilizado salió de la cámara, moviéndose
rápidamente por el corredor. Su traje era color carbón y hecho
de fino material, aparente por la manera en que envolvía sus
amplios hombros. Cuando sacó un peine plateado de su levita,
casi grité. Algo en mis entrañas se estremeció tan
violentamente que mis rodillas cedieron.
No podía ser. Había muerto hace semanas en ese horrible
accidente. Mi mente conocía la imposibilidad de pie frente a
mí, alejándose con su cabello perfecto y ropa a juego, aun así,
mi corazón se negaba a escuchar.
Agarré mis faldas color crema y corrí. Hubiera
reconocido esa zancada en cualquier parte. La ciencia no podía
explicar el poder del amor o la esperanza. No había fórmulas o
deducciones para entender, sin importar lo que Thomas
aseguraba con respecto a la ciencia versus la humanidad.
El hombre inclinaba su sombrero a los pasajeros sentados
tomando té. Solo estaba consciente a medias de sus miradas
anonadadas mientras corría tras él, mi propio sombrero
inclinándose a un lado.
Se acercó a la puerta del vagón de fumado, deteniéndose
un momento para abrir la puerta exterior para desplazarse
entre vagones. Humo se coló del compartimento y se mezcló
con una ráfaga helada de aire, el olor lo suficientemente fuerte
para agitar mis entrañas. Los sucesos del último mes habían
sido solo una pesadilla. Mi…
—¿Domnişoară?
Las lágrimas llegaron a mis ojos. El corte de cabello y la
ropa no pertenecían a la persona que creí. Limpié el primer
rastro de humedad que se deslizó por mis mejillas, sin
importar si se corría el kohl que había empezado a usar
alrededor de mis ojos.
Levantó un bastón con cabeza de serpiente, cambiándolo
de mano. Ni siquiera había estado sosteniendo un peine.
Estaba perdiendo contacto con lo que era real. Lentamente
retrocedí, notando la charla suave del vagón detrás de
nosotros. El tintineo de tazas, los acentos mezclados de los
viajeros, todo un crescendo acumulándose en mi pecho. El
pánico hizo la respiración más difícil que el corsé envolviendo
mis costillas.
Jadeé, tratando de inhalar suficiente aire para calmar mis
nervios revueltos. El ruido y la risa subieron a un tono
estridente. Parte de mí deseaba que la cacofonía ahogara el
pulso destrozando mi cabeza. Estaba a punto de vomitar.
—¿Está bien, domnişoară? Parece…
Me reí, sin importarme que se alejó de mí por mi arrebato
repentino. Oh, si existía algo como un poder superior, estaba
divirtiéndose a costa de mí. «Domnişoară» finalmente quedó
registrado como «señorita». Este hombre ni siquiera era inglés.
Hablaba rumano. Y su cabello no era para nada rubio. Era
castaño claro.
—Scuze —dije, forzándome a salir de la histeria con una
disculpa exigua y una inclinación ligera de mi cabeza—, lo
confundí con alguien más.
Antes de avergonzarme todavía más, incliné mi barbilla y
rápidamente me retiré a mi vagón. Mantuve la cabeza baja,
ignorando los susurros y las risas, aunque había escuchado
suficiente.
Necesitaba recobrar mi compostura antes de que viera a
Thomas de nuevo. Había pretendido lo contrario, pero había
visto la preocupación arrugando su ceño. El cuidado extra en
la manera en que me fastidiaba o molestaba. Sabía
precisamente lo que estaba haciendo cada vez que me irritaba.
Después de lo que había pasado mi familia, cualquier otro
caballero me hubiera tratado como si fuera una muñeca de
porcelana, fácilmente fracturada y descartada por estar rota.
Thomas no era como cualquier otro joven, sin embargo.
Demasiado rápido llegué a mi compartimento y tiré mis
hombros hacia atrás. Era momento de usar la apariencia
indiferente de una científica. Mis lágrimas se habían secado y
mi corazón era un sólido puño en mi pecho. Inhalé y exhalé.
Jack el Destripador no iba a regresar jamás. Una afirmación
tan verdadera como cualquiera.
No había asesinos en serie en este tren. Otro hecho.
El Otoño del Terror se había terminado el mes pasado.
Sin duda alguna, los lobos no estaban cazando a nadie en
el Expreso de Oriente.
Si no era cuidadosa, luego iba a empezar a creer que
Drácula había resurgido.
Me permití otra profunda respiración antes de abrir la
puerta, desechando todos los pensamientos de príncipes
inmortales mientras entraba en el compartimento.

Traducido por Shilo


Corregido por Vickyra
Expreso de Oriente
Reino de Rumania
1 de diciembre de 1888

Thomas mantuvo su concentración tercamente fija en la


ventana, sus dedos ataviados de cuero todavía tamborileando
ese ritmo molesto. Tap. Tap-tap-tap. Tap.
Como era de esperarse, la señora Harvey estaba
descansando sus ojos de nuevo. Sus suaves aspiraciones
indicaban que se había vuelto a dormir en los momentos en
que me había ido. Miré fijamente a mi acompañante, pero
estaba dichosamente inconsciente o pretendiendo estarlo
mientras me deslizaba en el asiento frente a él. Su perfil era un
estudio de líneas perfectas y ángulos, todos cuidadosamente
vueltos al mundo invernal de afuera. Sabía que sentía mi
atención en él, su boca curvada de más por el deleite de estar
distraído.
—¿Debes mantener ese miserable ritmo, Thomas? —
pregunté—. Me está volviendo tan loca como uno de los
desafortunados personajes de Poe. Además, la pobre señora
Harvey debe de estar soñando cosas horribles.
Dirigió su atención a mí, profundos ojos castaños
volviéndose pensativos por un momento. Era esa mirada
precisamente —cálida y tentadora como un parche de sol en
un fresco día de otoño— la que significaba problemas.
Prácticamente podía ver a su mente reflexionar sobre cosas
atrevidas mientras un lado de su boca se levantaba. Su sonrisa
torcida invitaba a pensamientos que la Tía Amelia hubiera
encontrado completamente indecentes. Y la manera en que su
mirada cayó hacia mis propios labios me dijo que lo sabía.
Malvado.
—¿Poe? ¿Me arrancarás el corazón y lo pondrás debajo
de tu cama, entonces, Wadsworth? Debo admitir, no es una
manera ideal de terminar en tus aposentos.
—Pareces terriblemente seguro de tu habilidad para
encantar cualquier otra cosa que serpientes.
—Admítelo. Nuestro último beso fue bastante
emocionante. —Se inclinó hacia adelante, su atractivo rostro
acercándose demasiado al mío. Hasta aquí llegó tener una
chaperona. Mi corazón se aceleró cuando noté motas
diminutas en sus irises. Eran como pequeños soles dorados
que me atraían con sus encantadores rayos—. Dime que no te
imaginas la idea de otro.
Mi mirada recorrió rápidamente sus rasgos esperanzados.
La verdad era, a pesar de cada cosa oscura que había pasado
en el mes anterior, de hecho, que me imaginaba la idea de otro
encuentro romántico con él. Que de alguna manera se sentía
demasiado como una traición a mi período de duelo.
—Primer y último beso —le recordé—. Era la adrenalina
recorriendo mis venas después de casi morir a manos de esos
dos rufianes. No tus poderes de persuasión.
Una sonrisa malvada levantó por completo las comisuras
de su boca.
—Si encuentro una pizca de peligro para nosotros, ¿eso te
tentaría de nuevo?
—Sabes, te prefería más cuando no estabas hablando.
—Ah. —Thomas se sentó de vuelta, inhalando
profundamente—. De cualquier manera, me prefieres.
Traté de ocultar una sonrisa lo mejor que pude. Tuve que
haber sabido que el canalla encontraría una manera de llevar
nuestra conversación a temas tan impropios. De hecho, estaba
sorprendida de que le había tomado tanto ser vulgar. Habíamos
viajado desde Londres a París con mi padre para que pudiera
despedirnos en el impresionante Expreso de Oriente, y
Thomas había sido un caballero encantador el viaje entero.
Apenas lo reconocía cuando charlaba cálidamente con Padre
sobre panecillos y té.
Si no fuera por la traviesa inclinación de sus labios
cuando Padre no estaba escuchando, o las líneas familiares de
su terca mandíbula, hubiera declarado que era un impostor. No
había manera que este Thomas Cresswell pudiera ser el mismo
chico molestamente inteligente con el que me había
encariñado demasiado en este pasado otoño.
Acomodé un mechón suelto de cabello azabache detrás
de mí oreja y miré por la ventana de nuevo.
—¿Tu silencio significa que estás considerando otro beso,
entonces?
—¿No puedes deducir mi respuesta, Cresswell? —Lo
miré fijamente, una ceja alzada en desafío, hasta que se
encogió de hombros y siguió golpeando el alféizar con sus
dedos enguantados.
Este Thomas también había conseguido persuadir a mi
padre, el formidable Lord Edmund Wadsworth, para que me
dejara asistir a la Academia de Medicina y Ciencia Forense
con él en Rumania. Un hecho que todavía no podía ordenar
por completo en mi mente; era casi demasiado fantástico para
ser real. Inclusive mientras estaba sentada en un tren en ruta a
la escuela.
Mi última semana en Londres había estado llena con
pruebas de vestidos y el empaque del baúl. Lo que dejó
demasiado tiempo para que ellos todavía se conocieran más,
parecía. Cuando Padre anunció que Thomas me acompañaría a
la academia junto a la señora Harvey por su enfermedad,
prácticamente me ahogué con el plato de sopa, mientras
Thomas guiñaba sobre el suyo.
Apenas tuve tiempo de dormir en la noche, menos
considerar la relación formándose entre mi exasperante amigo
y mi usualmente severo padre. Estaba deseosa de dejar la
terriblemente silenciosa casa que abría paso a demasiados
fantasmas de mi pasado reciente. Un hecho del que Thomas
estaba demasiado consciente.
—¿Fantaseando con un bisturí nuevo, o esa mirada es
solo para cautivarme? —preguntó Thomas, alejándome de
pensamientos oscuros. Sus labios temblaron por mi ceño, pero
era lo suficientemente inteligente para no terminar esa sonrisa
—. Ah. Un dilema emocional, entonces. Mi favorito.
Lo observé tomar nota de la expresión que estaba
tratando demasiado de controlar, los guantes de satín que no
podía dejar de tocar, y la manera tensa en que me sentaba en la
cabina, que no tenía nada que ver con el corsé envolviendo la
parte superior de mi cuerpo, o la mujer mayor ocupando la
gran parte de mi asiento. Su mirada se fijó en la mía, sincera y
llena de compasión. Podía ver promesas y deseos hilvanados a
lo largo de sus rasgos, la intensidad de sus sentimientos
suficiente para hacerme temblar.
—¿Nerviosa por las clases? Los vas a encantar,
Wadsworth.
Era un leve alivio que a veces malinterpretara toda la
verdad de mis emociones. Que crea que el escalofrío era
completamente por nervios por las clases y no su interés
creciente en un compromiso. Thomas había admitido su amor
hacia mí, pero igual que con tantas cosas últimamente, no
estaba segura de que fuera real. Tal vez solo se sentía en deuda
conmigo por lástima tras todo lo que había pasado.
Toqué los botones al costado de mis guantes.
—No. No en realidad.
Sus cejas se arquearon, pero no dijo nada. Regresé mi
atención a la ventana y al crudo mundo de fuera. Deseaba estar
perdida en la nada por un rato más.
De acuerdo con la literatura que había leído en la gran
biblioteca de Padre, nuestra nueva academia estaba en un
castillo que sonaba un poco macabro localizado sobre la
frígida cordillera de los Cárpatos. Era un largo camino desde
casa o de la civilización, por si alguno de mis nuevos
compañeros era menos que amable. Era seguro que mi sexo
iba a ser visto como una debilidad entre compañeros hombres,
¿y si Thomas abandonaba nuestra amistad cuando llegáramos?
Tal vez descubriría lo verdaderamente raro que era para
una mujer joven abrir a los muertos y sacarles los órganos
como si fueran nuevas zapatillas para probarse. No había
importado cuando ambos éramos aprendices de Tío en su
laboratorio. Pero lo que pensaran los estudiantes en la
prestigiosa Academia de Medicina y Ciencia Forense podría
no ser tan progresista.
Manipular cuerpos era apenas apropiado para que un
hombre lo hiciera, menos una chica noble. Si Thomas me
dejaba sin amigos en la escuela, me hundiría en un abismo tan
profundo que temía que nunca podría salir.
La chica correcta de sociedad en mí estaba reacia a
admitirlo, pero sus flirteos me mantenían a flote en un mar de
sentimientos en conflicto. Pasión y molestia eran fuego, y el
fuego estaba vivo y crepitando con poder. El fuego respiraba.
El dolor era un tanque de arenas movedizas; entre más una
luchara contra él, más profundo te jalaba. Preferiría estar
encendida que enterrada viva. Aunque solo el pensamiento de
estar en una posición comprometedora con Thomas era
suficiente para que mi rostro se calentara.
—Audrey Rose —empezó Thomas, manoseando los
puños de su abrigo de chaqué, luego recorrió su cabello con
una mano, una acción verdaderamente extraña para mi
usualmente arrogante amigo. La señora Harvey se movió, pero
no se despertó, y por una vez deseé que lo hiciera.
—¿Sí? —Me senté más recta, forzando al armazón del
corsé a que actuara como si fuera armadura. Thomas
raramente me llamaba por mi nombre, a menos que algo
horrible estuviera a punto de ocurrir. Durante una autopsia
hace unos meses, habíamos entablado una batalla de ingenios
—que pensé haber ganado en su momento, pero ahora no
estaba tan segura— y lo dejé usar mi apellido. Un privilegio
que él también me concedió, y algo de lo que ocasionalmente
me arrepentía cada vez que me llamaba Wadsworth en público
—. ¿Qué pasa?
Lo observé respirar profundamente varias veces, mi
atención desviándose a su traje finamente hecho. Estaba
vestido espléndidamente para nuestra llegada. Su traje azul
medianoche estaba hecho a medida de una manera que hacía
que una pausara para admirar tanto al traje como al joven que
lo llenaba. Alcancé mis botones, luego me detuve.
—Hay algo que he querido decirte —dijo, moviéndose en
su asiento—. Creo… que es justo que te lo revele antes de
llegar.
Su rodilla golpeó el panel de madera de nuevo, y dudó.
Tal vez ya se estaba dando cuenta de que su asociación
conmigo sería un problema para él en la escuela. Me preparé
para eso, el pedazo de cuerda que me amarraba a la cordura.
No le pediría que se quedara y fuera mi amigo a través de esto.
Sin importar si me mataba. Me concentré en mis respiraciones,
contando los segundos entre ellas.
Abuela decía que la frase «Reconocido por su terquedad»
debería estar inscrita en todas las tumbas Wadsworth. No
discrepaba. Levanté mi barbilla. El resoplido de las ruedas
ahora contaba cada latido amplificado de mi corazón,
bombeando adrenalina hacia mis venas. Tragué varias veces.
Si no hablaba pronto, me temía que iba a vomitar sobre él y su
apuesto traje.
—Wadsworth. Estoy seguro de que tú… tal vez debería…
—Sacudió su cabeza, luego se rio—. Me has poseído
verdaderamente. Luego estaré componiendo sonetos y
haciendo ojos de ciervo. —La vulnerabilidad dejó sus rasgos
abruptamente como si se hubiera detenido a sí mismo de
caerse por un acantilado. Aclaró su garganta, su voz más suave
de lo que había sido un momento antes—: Y no es el tiempo,
ya que mis noticias son un poco… bueno, podrían ser una
pequeña… sorpresa.
Fruncí el ceño. No tenía idea hacia dónde se dirigía esto.
Iba a declarar que nuestra amistad era irrompible o la iba a
hacer a un lado de una vez por todas. Me encontré agarrando
el borde de mi asiento, mis palmas humedeciendo mis guantes
de satín una vez más.
Se inclinó hacia adelante, preparándose.
—Mi madre…
Algo grande se estrelló contra la puerta de nuestro
compartimento, la fuerza casi agrietando la madera después
del impacto. Al menos sonaba de esa manera, nuestra pesada
puerta estaba cerrada para controlar el estrépito del vagón del
comedor. La señora Harvey, que Dios la bendiga, estaba
todavía profundamente dormida.
No me atreví a respirar, esperando que más ruidos
siguieran. Cuando no hubo ninguno, me incliné hacia adelante
en nuestra cabina, olvidando completamente la confesión sin
decir de Thomas, el corazón latiendo al doble de la velocidad
normal. Imaginé cadáveres alzándose de los muertos,
derribando nuestra puerta con la esperanza de beber nuestra
sangre y… no. Forcé a mi mente a pensar claramente. Los
vampiros no eran reales.
Tal vez era simplemente un hombre que se había
permitido muchos tragos y se tropezó contra la puerta. O tal
vez un carrito de postres o té se había escapado de un
empleado. Supuse que inclusive era posible que una joven se
hubiera tropezado por el movimiento del tren.
Exhalé y me senté de vuelta. Necesitaba dejar de
preocuparme por asesinos que acecharan la noche. Me estaba
obsesionando con convertir cada sombra en un demonio
sediento de sangre cuando no era nada más que la ausencia de
luz. Aunque fuera la hija de mi padre.
Otro objeto golpeó las paredes fuera de nuestro
compartimento, seguido por un grito amortiguado, luego nada.
Los vellos de mi cuello se levantaron en punta, alejándose de
la seguridad de mi piel, mientras los ronquidos de la señora
Harvey se adicionaban a la atmósfera intimidante.
—¿Qué pasa en el nombre de la reina? —susurré,
maldiciéndome por haber empacado mis bisturíes en un baúl al
que no podía acceder fácilmente.
Thomas levantó un dedo hacia su boca, luego apuntó a la
puerta, impidiendo cualquier otro movimiento. Nos sentamos
ahí mientras pasaban los segundos en doloroso silencio. Cada
tictac del reloj se sentía como un mes agonizante. Ya no podía
aguantar un momento más de eso.
Mi corazón estaba listo para estallar de sus confines. El
silencio era más aterrador que otra cosa mientras los segundos
se alargaban a minutos. Nos sentamos ahí, concentrados en la
puerta, esperando. Cerré mis ojos, rezando para no estar
experimentando un ataque de terror.
Un grito cortó el aire, helando mis huesos hasta la
médula.
Olvidando los buenos modales, Thomas me alcanzó a
través del compartimento, y la señora Harvey se movió al fin.
Mientras Thomas agarraba mi mano en la suya, sabía que esto
no era producto de mi imaginación. Algo muy oscuro y muy
real estaba en este tren con nosotros.

Traducido por Shilo


Corregido por Vickyra
Expreso de Oriente
Reino de Rumania
1 de diciembre de 1888

Me levanté inmediatamente, observando el área fuera del


tren, y Thomas hizo lo mismo. Los rayos mancillaban el
dorado mundo en siniestros tonos de gris, verde y negro
mientras el sol se alzaba sobre el horizonte.
—Quédate aquí con la señora Harvey —dijo Thomas. Mi
atención se dirigió a él. Si pensaba que simplemente me iba a
sentar mientras investigaba, obviamente estaba más
desquiciado de lo que me estaba volviendo yo.
—¿Desde cuándo me crees incapaz? —Estiré el brazo
más allá de él, tirando de la puerta del compartimento con toda
mi fuerza. La maldita cosa no cedía. Me deshice de mis
zapatillas de viaje y me preparé, con la intención de arrancarla
de sus goznes si era necesario. No me iba a quedar atrapada en
esta bonita jaula un minuto más, sin importar lo que estaba
esperando para recibirnos.
Traté de nuevo, pero la puerta se negó a abrirse. Era
como todo en la vida: entre más se luchara en contra de ello,
más difícil se volvía. De repente el aire se sentía muy pesado
para respirar. Jalé con más fuerza, mis dedos demasiado lisos
resbalándose sobre el enchapado de oro todavía más liso. Mi
respiración se enganchó en mi pecho, quedando atrapada entre
la rígida armazón de mi corsé.
Tuve la necesidad salvaje de romper mi ropa interior, que
se vayan al carajo las consecuencias de la sociedad correcta.
Necesitaba salir. Inmediatamente. Thomas estaba a mi lado en
un instante.
—No… creo que… seas… incapaz —dijo, tratando de
abrir la puerta conmigo, sus guantes de cuerpo brindándole un
poco más de control sobre el liso enchapado—. Por una vez
quiero ser el héroe. O al menos pretender serlo. Siempre… me
estás… salvando. Otro empujón en la cuenta de tres, ¿sí? Uno,
dos, tres.
Juntos la abrimos finalmente, y me lancé hacia el pasillo,
sin importar cómo me veía mientras la multitud de pasajeros
miraba fijamente, y lentamente retrocedieron. Tuve que
parecer peor de lo que imaginaba, pero no me podía preocupar
por eso todavía. Respirar era mucho más importante. Con
suerte nadie de la sociedad de Londres estaba viajando en este
vagón y me reconocería. Me incliné hacia adelante, deseando
haber traído un vestido sin corsé, mientras inhalaba
respiraciones poco cooperativas. Susurros en rumano llegaron
a mis oídos.
—Teapa.
—Ţepeş.
Inhalé rápidamente y me incorporé, retrocediendo
inmediatamente cuando miré lo que estaba haciendo que los
pasajeros estuvieran paralizados, sus rostros drenados de color.
Ahí, entre el angosto corredor y nuestra puerta, había un
cuerpo desplomado. Hubiera pensado que el hombre estaba
intoxicado si no fuera por la sangre que se filtraba de una gran
herida en el pecho, manchando la alfombra persa.
La estaca que sobresalía de su corazón era una notoria
indicación de asesinato.
—Santos en el cielo —murmuró alguien, volviéndose—,
es el Empalador. ¡La historia es cierta!
—Voivode de Valaquia.
—El Príncipe de la Oscuridad.
Un puño se cerró alrededor de mi corazón. Voivode de
Valaquia… Príncipe de Valaquia. El título dio vueltas en mi
mente hasta que aterrizó en lecciones de historia y se plantó en
el área donde vivía el miedo. Vlad Ţepeş. Vlad el Empalador.
Algunos lo llamaban Drácula. Hijo del Dragón.
Tantos nombres para el príncipe medieval que había
matado a más hombres, mujeres y niños de los que me atrevía
a pensar. Su método de matanza era cómo recibía el apellido
Ţepeş. Empalador.
Fuera del Reino de Rumania, se rumoreaba que su familia
eran criaturas malvadas, inmortales y sedientas de sangre. Pero
de lo poco que había aprendido, la gente de Rumania se sentía
muy diferente. Vlad era un héroe del pueblo que peleó por sus
compatriotas, usando cualquier medio necesario para derrotar
a sus enemigos. Algo que otros países y sus amados reyes y
reinas hacían también. Los monstruos están en los ojos del que
mira. Y nadie quería descubrir que su héroe era el verdadero
villano de la historia.
—¡Es el Príncipe Inmortal!
—Vlad Ţepeş vive.
«¿Ha regresado el príncipe inmortal?» El encabezado del
periódico pasó por mi mente. De verdad que esto no podía
estar pasando de nuevo. No estaba lista para estar de pie sobre
el cuerpo de otra víctima de asesinato tan pronto después del
caso del Destripador. Examinar un cadáver en el laboratorio
era diferente. Estéril. Menos emocional. Ver el crimen donde
había ocurrido lo hacía demasiado humano. Una vez era algo
que había deseado. Ahora era algo que deseaba olvidar.
—Esto es una pesadilla. Dime que esto es un horrible
sueño, Cresswell.
Por un breve momento, pareció que Thomas deseaba
tomarme en sus brazos y calmar todas mis preocupaciones.
Luego esa fría determinación se asentó como una ventisca
descendiendo en las montañas.
—Has mirado al Miedo en su horrible rostro y lo has
hecho temblar. Vas a superar esto, Wadsworth. Vamos a
superar esto. Ese es un hecho más tangible que cualquier
sueño o pesadilla. Te prometí que nunca te mentiría. Pretendo
hacerle honor a mi palabra.
No podía apartar mi mirada de la creciente mancha de
sangre.
—El mundo es despiadado.
Imperturbable a los atentos pasajeros a nuestro alrededor,
Thomas apartó un mechón de cabello de mi rostro, su mirada
pensativa.
—El mundo no es bueno ni cruel. Simplemente existe.
Tenemos la habilidad de verlo de la manera en que decidamos.
—¿Hay un cirujano a bordo? —gritó en rumano una
mujer de cabello oscuro, como de mi edad. Fue suficiente para
arrancarme la desesperación—. ¡Este hombre necesita ayuda!
¡Que alguien consiga ayuda!
No podía soportar decirle que este hombre estaba más
allá de toda ayuda.
Un hombre con el cabello desarreglado agarró un costado
de su cabeza, sacudiéndola como si pudiera remover el cuerpo
con la fuerza de su negación.
—Esto… esto… debe ser el acto de un ilusionista.
La señora Harvey sacó su cabeza al corredor, sus ojos
ensanchados detrás de sus gafas.
—¡Oh! —gritó. Thomas rápidamente la acompañó a la
banca en mi compartimento, susurrándole suaves palabras
mientras iban.
Si no hubiera estado tan sorprendida, hubiera gritado
también. Desafortunadamente, esta no era la primera vez que
me encontraba con un hombre que había sido asesinado
minutos antes. Traté de no pensar en el cuerpo que habíamos
encontrado en un callejón de Londres y la furiosa culpa que
todavía me roía las entrañas. Había muerto por mi
despreciable curiosidad. Era un monstruo horrible envuelto en
delicado encaje.
Y aun así… no pude evitar sentir una sensación frenética
bajo mi piel mientras miraba fijamente este cuerpo, expuesto
crudamente. La ciencia me daba un propósito. Era algo en lo
que perderme, distinto a mis propios pensamientos locos.
Respiré varias veces, orientándome hacia el horror frente
a mí. Ahora no era el momento en que las emociones nublaran
mi juicio. Aunque parte de mí quería llorar por el hombre
asesinado y quienquiera que lo extrañaría esta noche. Me
pregunté con quién había estado viajando… o hacia dónde se
dirigía.
Detuve mis pensamientos ahí. Concéntrate, me ordené.
Sabía que esto no era obra de un ser sobrenatural. Vlad
Drácula había muerto cientos de años antes.
Murmurando algo acerca del cuarto de máquinas, el
pasajero con el cabello desaliñado corrió en esa dirección,
probablemente para que el maquinista detuviera el tren. Lo
observé serpentear entre el grupo de gente, muchos de los
cuales estaban paralizados por el horror.
—La señora Harvey se desmayó —dijo Thomas mientras
salía del compartimento y sonreía tranquilizadoramente—.
Tengo sales aromáticas, pero creo que es mejor dejarla hasta
que esto…
Observé cómo su garganta se movía con la emoción que
estaba suprimiendo. Me arriesgué a la indecencia —pensando
que la multitud estaba más preocupada por el cuerpo y no por
mi falta de discreción— y agarré su mano enguantada en la
mía antes de soltarla. No necesitaba decir nada. Sin importar
cuánta muerte y destrucción uno se encontraba, nunca era
fácil. Inicialmente. Pero tenía razón. Superaríamos esto. Lo
habíamos hecho varias veces antes.
Ignorando el caos que se estaba desatando a mi alrededor,
me preparé para la imagen aborrecible y me divorcié de mis
emociones. Las lecciones de atender una escena del crimen
que Tío me había inculcado eran ahora memoria corporal, no
necesitaba pensar, solo actuar. Este era un espécimen humano
en necesidad de estudio, eso era todo. Pensamientos de la
sangre, violencia y la desafortunada pérdida de vida eran
puertas que se cerraron simultáneamente en mi cerebro. El
resto del mundo y mis miedos y culpa se desvanecieron.
La ciencia era un altar al que me arrodillaba, y me
bendecía con consuelo.
—Recuerda, —Thomas miró de arriba abajo el corredor,
tratando de bloquear el cuerpo de la vista de los pasajeros—,
es meramente una ecuación que necesita ser resuelta,
Wadsworth. Nada más.
Asentí, luego removí mi sombrero cuidadosamente y
coloqué mis enaguas detrás de mí, doblando cualquier
emoción extra junto con la suave tela. Mis puños de encaje
negro y dorado rozaron la levita del fallecido, su delicada
estructura una horrible contradicción a la dura estaca que
sobresalía de su pecho. Traté de no distraerme por la
salpicadura de sangre en su cuello almidonado. Mientras
buscaba un pulso que sabía no iba a encontrar, volví mi
atención hacia Thomas, notando que sus usualmente gruesos
labios estaban presionados en una fina línea.
—¿Qué pasa?
Thomas abrió la boca, luego la cerró cuando una mujer se
asomó de un compartimento adyacente, con una inclinación
altiva de su barbilla.
—Demando saber el significado de… oh. Oh, Dios.
Miró fijamente al hombre desplomado en el suelo,
jadeando como si su corpiño estuviera restringiéndole de
repente todo flujo de aire a sus pulmones. Un caballero del
compartimento adyacente la atrapó antes que golpeara el
suelo.
—¿Está bien, señora? —preguntó en un acento
americano, golpeando suavemente su mejilla—. ¿Señora?
Una irritada nube de vapor siseó mientras el tren chillaba
hasta detenerse. Mi cuerpo se movió de un lado a otro cuando
la gran fuerza de propulsión se detuvo, el candelabro del
corredor tintineando intensamente arriba. Su sonido hizo que
mi pulso se acelerara a pesar de la quietud repentina de nuestro
entorno.
Thomas se arrodilló frente a mí, con la mirada fija en el
recién ido, mientras me sujetaba con su mano enguantada y
susurraba:
—Mantente alerta, Wadsworth. Quienquiera que cometió
este acto está muy probablemente en este corredor con
nosotros, observando todos nuestros movimientos.
Una serpiente, una serpiente alada, y un dragón, c, 1600.

Traducido por Shilo


Corregido por AnnaTheBrave
Expreso de Oriente
Reino de Rumania
1 de diciembre de 1888

Ese mismo pensamiento también había cruzado mi


mente. Estábamos a bordo de un tren en movimiento. Al
menos que alguien hubiese saltado desde en medio de uno de
los vagones y salido disparado corriendo por el bosque,
todavía estaban aquí. Esperando. Disfrutando del espectáculo.
Me puse de pie y miré a mi alrededor, tomando nota de
cada rostro y catalogándolo para futuras referencias. Había una
mezcla de jóvenes y viejos, simples y ordinarios. Hombres y
mujeres. Mi atención se enganchó en una persona —un chico
aproximadamente de nuestra edad con cabello tan negro como
el mío— que se movió, tirando del cuello de su chaqué, sus
ojos mirando del cadáver a la gente a su alrededor.
Parecía estar a punto de desmayarse. Sus nervios
pudieron haber sido por culpa o miedo. Dejó de moverse lo
suficiente para encontrarse con mi mirada, sus ojos llorosos
penetrando en los míos. Había algo turbado en él que hizo que
mi pulso se acelerara de nuevo. Tal vez conocía a la víctima a
mis pies.
Mi corazón golpeó contra mi esternón al mismo tiempo
que el maquinista gritaba una advertencia de que regresáramos
a nuestros compartimentos. En los segundos que me había
tomado cerrar los ojos y recobrar mi compostura, el chico
nervioso se había ido. Miré fijamente al punto en donde había
estado de pie antes de darme la vuelta. Thomas se movió, su
brazo rozando sutilmente el mío.
Nos detuvimos junto al cuerpo, ambos silenciosos en
nuestros propios pensamientos tumultuosos mientras
internalizábamos la escena. Bajé la mirada hacia la víctima,
con el estómago revuelto.
—Ya había fallecido para el momento en que abrimos
nuestra puerta —dijo Thomas—. No hay cantidad de suturas
que puedan reparar su corazón.
Sabía que Thomas tenía razón, pero pude haber jurado
que los ojos de la víctima se agitaron. Respiré profundamente
para aclarar mi mente. Pensé en el artículo del periódico de
nuevo.
—El asesinato en Braşov también fue por empalamiento
—dije—. Dudo mucho que sean dos crímenes separados. Tal
vez el asesino de Braşov estaba viajando a otra ciudad, pero
encontró esta oportunidad demasiado tentadora para ignorarla.
¿Aunque por qué escoger a esta persona para matarla?
¿Había sido un objetivo antes de abordar?
Thomas miró a todos, su mirada calculadora y
determinada.
Ahora que el corredor se estaba despejando, podía
inspeccionar al fallecido en busca de pistas. Me rogué ver la
verdad ante nosotros y no dejarme llevar por otra fantasía de
un cuerpo volviendo a la vida. Juzgando por su apariencia, la
víctima no pudo haber tenido más de veinte. Vaya pérdida sin
sentido. Estaba bien vestido con zapatos pulidos y un traje
inmaculado. Su cabello castaño claro había sido cepillado
cuidadosamente a un lado y estilizado a la perfección con
pomada.
Cerca, un bastón con una cabeza de serpiente enjoyada
miraba sin ver a los pasajeros que se comían con los ojos a su
antiguo dueño. Era llamativo. Y familiar. Mi corazón palpitó
mientras mis ojos viajaban a su rostro. Me tambaleé contra la
pared, inhalando profundamente. No había prestado atención
durante el caos inicial, pero este era el hombre que había
confundido antes. No podía haber sido hace más de diez o
veinte minutos.
Cómo había pasado de estar vivo y dirigiéndose al vagón
de fumadores a muerto fuera de mi compartimento era
incomprensible. Especialmente cuando se parecía tanto a…
Cerré mis ojos, pero las imágenes grabadas ahí eran
peores, entonces miré fijamente la herida de entrada y me
concentré en la sangre que se estaba coagulando y enfriando.
—¿Wadsworth? ¿Qué pasa?
Sostuve una mano sobre mi estómago, deteniéndome.
—La muerte nunca es fácil, pero hay algo…
infinitamente peor cuando alguien joven es llevado.
—La muerte no es a lo único a lo que temer. El asesinato
es peor. —Thomas observó mi rostro, luego miró al cuerpo,
sus rasgos suavizándose—. Audrey Rose…
Me giré rápidamente antes que pudiera ponerle palabras a
mi aflicción.
—Mira qué eres capaz de deducir, Cresswell. Necesito un
momento.
Lo sentí cerniéndose detrás de mí, esperando lo suficiente
para saber que estaba escogiendo sus próximas palabras con
sumo cuidado, y tratando de no tensarse.
—¿Estás bien?
Ambos sabíamos que estaba preguntando más allá del
fallecido que yacía a mis pies. Parecía como si pudiera ser
lanzada a la oscuridad sin fondo de mis emociones en
cualquier segundo. Necesitaba controlar las imágenes
persiguiéndome día y noche. Lo encaré, cuidadosa de
mantener mi voz y expresión firmes.
—Claro. Solo recomponiéndome.
—Audrey Rose —dijo Thomas suavemente—, no tienes
que…
—Estoy bien, Thomas —dije—. Nada más necesito un
poco de tranquilidad.
Apretó sus labios, pero honró mi deseo de no presionar en
el asunto. Me agaché de nuevo, estudiando la herida e
ignorando el sorprendente parecido con mi hermano.
Necesitaba encontrar mi balance de nuevo. Localizar la puerta
de mis emociones y cerrarla hasta que mi inspección
terminara. Luego podía encerrarme en mis aposentos y llorar.
Alguien jadeó mientras desabotonaba parte de la camisa
de la víctima para inspeccionar mejor la estaca. Los modales
eran claramente más importantes que descubrir pistas, pero
legítimamente no me importaba. Este joven merecía algo
mejor. Ignoré a las personas que permanecían en el corredor y
pretendí que estaba sola en el laboratorio de Tío, rodeada de
frascos que olían a formaldehido llenos de muestras de tejido.
Inclusive en mi imaginación, los especímenes animales
parpadearon con sus ojos lechosos y muertos, juzgando cada
movimiento que hacía.
Flexioné mis manos. Concéntrate.
La herida del pecho de la víctima era más repúgnate de
cerca. Pedazos de madera se habían astillado, dando la
apariencia de zarzas y sus tallos espinosos. La sangre se secó
casi negra alrededor de la estaca. También noté dos líneas
carmesí oscuro que habían escapado de su boca. No era
sorprendente. Tal herida claramente causó un sangrado interno
masivo.
Si su corazón no hubiera sido perforado, probablemente
se hubiera ahogado en su propia fuerza vital. Era una manera
excepcionalmente horrible de morir.
Un olor acre que no tenía nada que ver con el fuerte olor
metálico de la sangre flotaba alrededor de la víctima. Me
incliné sobre el cuerpo, tratando de localizar el olor
transgresor, mientras Thomas ojeaba a los pasajeros restantes
que nos rodeaban. Saber que podía deducir pistas de los vivos
de la manera en que yo podía adivinar información de los
muertos me calmaba.
Algo sobresalía de las comisuras de los labios del
fallecido, llamando mi atención. Por el amor de Inglaterra,
esperaba que esto no fuera algo que mi mente hubiera
conjurado. Casi me tropecé sobre la víctima mientras me
acercaba todavía más. De seguro que había algo voluminoso y
blancuzco introducido en su boca. Parecía ser de naturaleza
orgánica, como una raíz. Si tan solo pudiera ingresar…
—¡Damas y caballeros! —El maquinista había ahuecado
sus manos alrededor de su boca, gritando desde el final del
pasillo. Su acento indicaba que era de Francia. Esperado, ya
que salimos de París—. Por favor regresen a sus cabinas.
Miembros de la guardia real necesitan el área libre de…
contaminación.
Miró nerviosamente al hombre en uniforme junto a él,
que fulminó con la mirada a la multitud hasta que se
devolvieron a sus cuartos privados, sombras hundiéndose en la
oscuridad.
El guarda lucía como de veinticinco. Su cabello era más
negro que una noche sin estrellas y estaba cubierto de laca. Era
todo ángulos, líneas afiladas y rasgos cortantes. Aunque nunca
cambió su expresión insípida, la tensión se arremolinaba
dentro de él, un arco tensado lo suficiente para disparar y
matar. Noté duro músculo debajo de su ropa y callos en sus
manos —asombrosamente sin guantes— mientras las
levantaba y nos indicaba que nos retiráramos. Era un arma
perfeccionada por el Reino de Rumania, lista para ser desatada
contra cualquier amenaza percibida.
Thomas se inclinó lo suficiente para que su respiración
hiciera cosquillas en la piel de mi cuello.
—Veo que es un hombre de pocas palabras. Tal vez es el
tamaño de su… arma lo que es tan intimidante.
—¡Thomas! —susurré severamente, horrorizada por su
indecencia.
Señaló la espada demasiado grande que colgaba de la
cadera del joven, la diversión escrita en todos sus rasgos. Bien,
entonces. Mis mejillas se calentaron mientras Thomas decía:
—Y dices que yo soy el que tiene la mente en una
alcantarilla. Qué escandaloso de ti, Wadsworth. ¿En qué
estabas pensando?
El guardia miró severamente a Thomas, sus ojos
ampliándose brevemente antes de endurecer su mandíbula de
nuevo.
Miré entre ellos mientras se medían, dos lobos alfa dando
vueltas y corriendo por dominar una nueva manada.
Finalmente, el guardia inclinó levemente la cabeza. Su vos era
profunda y retumbaba como una máquina de vapor.
—Por favor regresen a sus aposentos, Alteţă.
Thomas se quedó inmóvil. Era una palabra con la que no
estaba familiarizada, ya que había empezado a estudiar
rumano recientemente, por lo que no tenía idea de cómo lo
había llamado el guardia. Tal vez era algo tan simple como
«señor» o «tonto arrogante».
Cualquiera que hubiese sido el insulto, mi amigo no se
quedó congelado por la sorpresa durante mucho tiempo. Cruzó
sus brazos mientras el guardia daba un paso hacia adelante.
—Creo que nos quedaremos e inspeccionaremos el
cuerpo. Somos muy buenos husmeando los secretos de los
muertos. ¿Quieres que te enseñemos?
La mirada del guardia se dirigió perezosamente hacía mí,
sin dudas pensando que una joven en un bonito vestido sería el
completo opuesto de útil. Al menos en cuanto a ciencia o
investigación concernían.
—No es necesario. Pueden retirarse.
Thomas se enderezó en toda su impresionante altura y
dirigió su nariz al joven. No había pasado por alto la intención
detrás de la ojeada del guardia tampoco. Nada bueno salía de
su boca cuando tomaba esa postura. Probé la indecencia y
agarré su mano. El guardia curvó su labio, pero no me
importó.
Ya no estábamos en Londres, rodeados de gente que
podía ayudarnos a salir de problemas si Thomas agravaba a la
persona equivocada usando su carisma usual. Terminar en un
calabozo mohoso de Rumania no estaba dentro de las cosas
que tenían un buen lugar en mis planes para esta vida. Había
visto el lúgubre interior de Bedlam —un horrible asilo en
Londres, cuyo nombre se había convertido en sinónimo de
caos— y podía imaginar lo suficientemente bien lo que
podríamos encontrar aquí. Quería estudiar cadáveres, no
especies diferentes de ratas en una celda olvidada y
subterránea. O arañas. Un río de miedo se deslizó por mi
columna con el pensamiento. Preferiría enfrentar mis
fantasmas que estar atrapada con arañas en un lugar pequeño y
oscuro.
—Vamos, Cresswell.
Los jóvenes se miraron fijamente por un momento más,
discusión silenciosa tomando lugar en sus posturas rígidas.
Quería poner mis ojos en blanco por su ridiculez. Nunca
entendería la necesidad masculina de preparar pequeñas
parcelas de tierra para construir un castillo y gobernarlo. Todo
el postureo sobre cada centímetro de espacio debe ser
agotador.
Finalmente, Thomas cedió.
—Muy bien. —Miró al guardia con los ojos entrecerrados
—. ¿Cuál es tu nombre?
El guardia sonrió una mueca cruel.
—Dăneşti.
—Ah. Dăneşti. Eso lo explica, ¿verdad?
Thomas se dio la vuelta y desapareció en su propio
compartimento, dejándome queriendo saber no solo acerca del
cuerpo fuera de mi puerta, si no acerca del aura extraña que
nos rodeaba desde que habíamos entrado en Rumania. ¿Quién
era el amenazante guardia, y por qué su nombre había evocado
tanta exasperación en Thomas? Dos guardias reales más
flanqueaban a Dăneşti, que parecía estar a cargo, mientras
ladraba órdenes en rumano y señalaba al cuerpo con
movimientos precisos.
Tomé eso como mi señal para irme. Cerré la puerta de mi
compartimento y me detuve. La señora Harvey estaba
acostada, su pecho subiendo y bajando en un ritmo constante
que indicaba un sueño profundo. Pero no era su posición lo
que me sorprendió. Un pedazo de pergamino arrugado estaba
en mi asiento. Podría estar viendo cosas fantasmas de vez en
cuando, pero estaba segura de que no había ningún pergamino
aquí antes de descubrir el cuerpo fuera de mi puerta.
Los escalofríos se tomaron la libertad de recorrer mi piel.
Miré alrededor de mi compartimento, pero no había nadie más
que mi chaperona dormida. Negándome a que el miedo me
abrumara, caminé hacia el papel y lo alisé. En él estaba la
imagen de un dragón, su cola enroscada alrededor de su grueso
cuello. Una cruz formaba la curva de su columna. Casi la
había confundido con escamas.
Tal vez Thomas lo había dibujado, pero lo hubiera visto
haciéndolo. ¿Verdad?
Me dejé caer en el asiento, tratando de descifrar todo,
deseando estar de vuelta en el momento en que lo único que
me preocupaba era el ruido incesante de Thomas. Parecía que
no podía estar segura de nada. Fuera de mi compartimento,
escuché al cuerpo ser arrastrado por el corredor. Traté de no
pensar en cómo los guardias estaban destruyendo cualquier
evidencia que hubiera estado presente, mientras los sonidos de
sus zapatos deslizándose sobre la alfombra se desvanecían.
Si alguien diferente a Thomas había creado la imagen del
dragón, cómo había entrado él a mi compartimento y se había
desvanecido sin que Thomas ni yo nos diéramos cuenta era
otro misterio.
Uno que me helaba las entrañas.

Castillo Bran, Transilvania, Rumania.


Traducido por Brendy Eris
Corregido por AnnaTheBrave
Afueras de Braşov
Transilvania, Rumania
1 de diciembre de 1888

El Clarence —a menudo llamado Rugidor por todo el


ruido que hacía— era tan cómodo como podría serlo un
carruaje mientras golpeaba y empujaba durante horas en
terrenos desiguales y subía las escarpadas montañas y colinas
que salían de Bucarest.
Por puro aburrimiento, me encontré fascinada por las
borlas doradas que cubrían las cortinas de color púrpura
oscuro. Dragones de oro estaban cosidos en la tela, sus
cuerpos serpentinos y elegantes. La señora Harvey,
milagrosamente despierta durante la última media hora más o
menos, gruñó cuando saltamos sobre un gran hoyo en la
carretera y tiró de su manta.
Mis cejas se elevaron prácticamente hasta la línea de mi
cabello cuando sacó un frasco de su abrigo con adornos de piel
y bebió profundamente. Líquido claro se derramó sobre ella,
llenando el pequeño espacio con un penetrante aroma que solo
podía ser alcohol fuerte. Sus mejillas se tornaron de un rojo
vibrante cuando frotó el líquido derramado, luego me ofreció
el frasco grabado. Negué con la cabeza, incapaz de evitar que
mis labios se movieran hacia arriba. Esta mujer me gustaba
inmensamente.
—Tónico de viaje. Para enfermedades relacionadas con el
movimiento —dijo—. Ayuda con una constitución frágil. Y un
clima miserable.
Thomas resopló, pero noté que revisó su recién cambiado
calentador de pies para asegurarse de que todavía producía
calor. La nieve caía un poco más pesada cuanto más alto
subíamos en las montañas y nuestro carruaje era bastante frío.
—La señora Harvey también usa su tónico de viaje antes
de retirarse a su habitación. Algunas noches, cuando llegaba
del laboratorio del doctor Wadsworth, había galletas recién
preparadas en el vestíbulo —dijo él—. Con poca memoria de
su parte sobre cómo se hicieron.
—Oh, calla —dijo ella amablemente—. Me recetaron
este tónico para el viaje. No vayas difundiendo verdades a
medias, es impropio. Siempre recuerdo si cocino y solo tomo
un sorbo después. Y hago esas galletas porque alguien tiene
bastante gusto por lo dulce. No deje que le diga lo contrario,
señorita Wadsworth.
Me reí entre dientes cuando la amistosa anciana tomó
otro sorbo de su «tónico de viaje» y se movió de nuevo bajo
las gruesas cubiertas de lana, con los párpados ya caídos. Eso
explicaba su impresionante capacidad para dormir durante la
mayor parte de este viaje. Se llevaría muy bien con mi tía
Amelia. A ella le gustaba beber licores antes de acostarse.
Thomas estiró sus extremidades a lo largo, invadiendo mi
asiento, aunque por una vez parecía no darse cuenta de su
transgresión. Había estado inusualmente tranquilo la mayor
parte del viaje. Viajar nunca le sentó bien y esta parte de
nuestra excursión no le estaba haciendo ningún favor. Tal vez
yo también necesitaba darle un poco del tónico de la señora
Harvey. Podía brindarnos a ambos un poco de paz antes de
llegar a la academia.
Lo estudié mientras estaba preocupado. Sus ojos tenían
un brillo lejano: estaba aquí conmigo, pero su mente no estaba
cerca. A mí me estaba costando especialmente no pensar en la
víctima del tren. O el extraño dibujo del dragón. Quería hablar
con Thomas sobre eso, pero no quería hacerlo delante de
nuestra acompañante. Lo último que necesitaba la pobre
señora Harvey era exponerse a situaciones más espantosas.
Cuando nos detuvimos para refrescar a nuestros caballos y
almorzar un poco, ella casi no comió nada y se estremeció ante
cada ruido de las ajetreadas cocinas de la posada.
Thomas se quedó mirando el bosque y la nieve que caía
fuera. Quería contemplar los enormes árboles, pero temía las
imágenes que mi mente perturbada podía evocar. Animales
corriendo a través de la maleza, cabezas decapitadas en picas.
U otros trucos e ilusiones horribles.
—¿Te sientes mal?
Él lanzó su atención hacia mí.
—¿Es esa tu manera de decir que no me veo lo mejor que
puedo?
Sin querer, bajé la mirada a su chaqué. El tono
medianoche de este y el chaleco a juego compensaban bien sus
rasgos oscuros, aunque tenía la sensación de que era algo de lo
que él estaba muy consciente. La forma en que su propia
mirada se detuvo en mis labios confirmó ese pensamiento.
—Luces apagado, eso es todo. —No me molesté en
señalar que se estaba congelando en nuestro Rugidor alquilado
y, si no estaba enfermo de fiebre, debería ponerse su abrigo en
lugar de usarlo como una manta. Dejando ir esa observación,
levanté un hombro y procedí a ignorarlo. Se movió hacia
adelante, alejándose del enfoque de la señora Harvey.
—¿No te has dado cuenta? —Golpeó sus dedos a lo largo
de su muslo. Podría haber jurado que estaba creando una saga
épica usando código Morse, pero no lo interrumpí—. No he
tocado un cigarro en días. Encuentro que el exceso de energía
nerviosa es… una molestia.
—¿Por qué no intentas dormir entonces?
—Puedo pensar en algunas cosas más intrigantes que
podemos hacer para pasar el tiempo que no sea dormir,
Wadsworth. Braşov está todavía a horas de distancia.
Suspiré pesadamente.
—Lo juro, si se te ocurriera algo menos repetitivo, te
besaría solo por la estimulación intelectual.
—Estaba hablando de algo completamente distinto. Algo
de mitos, leyendas y otros temas notables para ayudar con tus
estudios rumanos. Tú fuiste quien asumió que estaba hablando
de besarnos. —Se recostó con una sonrisa satisfecha y reanudó
su inspección del bosque mientras pasábamos lentamente—.
Hace que uno se pregunte con qué frecuencia piensas en ello.
—Has descubierto mi secreto. Pienso en ello
constantemente. —No me limité a sonreír, disfrutando de la
confusión jugando con sus rasgos mientras silenciosamente se
desconcertaba por mi sinceridad—. Supuestamente estabas
diciendo algo digno de mención. —Parpadeó hacia mí como si
hubiera hablado un idioma que no podía identificar—. Difícil
de creer, lo sé.
—Yo, siendo el noble espécimen que soy, te iba a contar
sobre los strigoi. Pero disfruto mucho más desenterrar tus
secretos. Escuchemos más sobre tus pensamientos.
Se permitió un escaneo completo de mi persona,
pareciendo arrancar mil detalles. Una sonrisa lentamente curvó
sus labios.
—A juzgar por la forma en que te has enderezado y la
leve inhalación, diría que al menos estás considerando
besarme en este momento. Traviesa, traviesa, Wadsworth.
¿Qué diría tu piadosa tía?
Mantuve mi atención fija en su rostro, evitando el deseo
de mirar su boca llena.
—Cuéntame más sobre el stri-gai. ¿Qué son?
—Strigoi, como «hoy» —dijo Thomas, con su perfecto
acento rumano—. Son los no-muertos que toman la forma de
aquellos en quienes confías. Aquellos a quienes estarías
encantada de invitar a tu hogar. Luego atacan. Por lo general,
es un familiar que ha fallecido. Es difícil para nosotros
rechazar a aquellos que amamos —agregó en voz baja, como
si supiera cuán profundamente esas palabras podían cortar.
Intenté —y fallé— no recordar la forma en que se habían
retorcido los miembros de mi madre cuando la electricidad se
deslizó por su cuerpo. ¿Le habría dado la bienvenida de
regreso desde el Dominio de la Muerte, sin importar lo
asustada que estuviera? La respuesta me molestaba. No creía
que hubiera una línea que uno no cruzaría cuando se trataba de
aquellos que amaba. La moral se torcía al enfrentarse a un
corazón roto. Algunas fisuras dentro de nosotros siempre
serían irreparables.
—Debe haber alguna explicación para esto —le dije—.
Dudo mucho que Vlad Drácula haya resucitado de la tumba.
Los no-muertos son simplemente historias góticas contadas
para asustar y entretener.
Thomas volvió su mirada hacia la mía y la sostuvo.
Ambos sabíamos que a veces las historias y la realidad
chocaban, con efectos devastadores.
—Estoy de acuerdo. Desafortunadamente, algunos
aldeanos no. Cuando los strigoi son vistos, toda la familia, o
cualquiera que haya sido afectado, viaja a la tumba del
ofensor, lo desentierra, le arranca el corazón podrido y lo
quema en el acto. Oh —agregó, inclinándose hacia adelante—,
casi lo olvido. Una vez que han quemado al «monstruo» no-
muerto, beben las cenizas. Es la única manera de asegurarse de
que el strigoi no pueda regresar o habitar en otro huésped.
—Suena un poco… mucho —le dije, arrugando la nariz.
Una sonrisa se extendió lentamente por la cara de
Thomas.
—Los rumanos nunca hacen nada a medias, Wadsworth.
Ya sea ir a la guerra o luchar por amor.
Parpadeé ante la sinceridad en su tono. Antes de que
pudiera comentar, el conductor silbó a los caballos y tiró de las
riendas, deteniendo el carruaje. Me senté hacia adelante, mi
corazón latía con fuerza cuando los pensamientos de bandas
errantes de ladrones y asesinos pasaron por mi mente.
—¿Qué está pasando? ¿Por qué nos detenemos?
—Es posible que haya olvidado mencionarlo, —Thomas
se detuvo y se puso tranquilamente el abrigo que había estado
usando como una manta adicional antes de ajustar el ladrillo
caliente para mí—, estamos cambiando a un carruaje más
apropiado.
—¿Qué…? —Caballos relinchando y campanas
tintineantes interrumpieron mi siguiente pregunta. Thomas
miró por la ventana conmigo, nuestro aliento creando
remolinos opacos. Lo limpió con la manga de su abrigo y
observó mi reacción, con una sonrisa tentativa en su rostro.
—Sorpresa, Audrey Rose. O al menos espero que sea una
grata sorpresa. No estaba seguro…
Un magnífico trineo tirado por caballos se detuvo junto a
nosotros, sus rojos apagados, ocres y azules pálidos eran un
homenaje a los huevos pintados rumanos. Dos grandes
caballos de color blanco puro exhalaron, su aliento soplando
pequeñas nubes frente a ellos mientras atacaban la nieve.
Llevaban coronas de plumas blancas de avestruz, sólo
ligeramente debilitadas por el clima desagradable.
—¿Tú… hiciste esto?
Thomas miró de mí al trineo, mordiéndose el labio.
—Esperaba que pudieras disfrutarlo.
Levanté una ceja. ¿Disfrutarlo? Era una escena sacada de
un cuento de hadas. Estaba completamente encantada.
—Lo adoro.
Sin pensarlo más, abrí la puerta y acepté la mano
extendida del cochero, deslizándome sobre el pulido anillo de
metal antes de enderezarme. El viento soplaba con ferocidad,
pero apenas lo noté cuando el cochero volvió al carruaje. Me
aferré a mi sombrero y observé con asombro la espectacular
vista que tenía ante mí. El conductor del trineo sonrió cuando
me alejé del lado protector del Rugidor y pisé completamente
la tormenta.
Creía que sonreía. No había forma de decirlo con
seguridad, con la mayor parte de su cara y cuerpo rojizos
cubiertos para mantener alejados a los elementos ásperos. Hizo
un gesto con la mano mientras Thomas se acercaba a mi lado,
inspeccionando tanto el trineo como al conductor de esa
manera calculadora suya.
—Parece un medio de transporte tan razonable como
cualquier otro. Sobre todo porque esta tormenta no parece que
vaya a rendirse en poco tiempo. Debemos hacer un excelente
tiempo. Y tu expresión valió la pena. —Me volví, con los ojos
llorosos de gratitud, y observé cómo el pánico se apoderaba de
él mientras yo sonreía descaradamente. Asomó la cabeza hacia
el carruaje y aplaudió—. Señora Harvey. Hora de despertar.
Déjeme que le ayude a bajar.
Una brisa fría eligió ese momento para abrirse camino a
través del bosque, haciendo que las ramas silbaran. Enterré mi
cara en el forro de piel de mi capa de invierno. Estábamos en
medio del bosque, emparedados entre picos de montañas en
guerra. A pesar de que aún quedaban algunas horas de luz del
día, la oscuridad se abrió paso a nuestro alrededor. Esta
elevación era tan temperamental como mi amigo.
Thomas hizo un gesto hacia nuestras vaporeras mientras
ayudaba a nuestra acompañante a bajar del carruaje. Ella
frunció el ceño a la nieve que caía y tomó un sorbo de su
tónico.
Thomas siguió mi mirada mientras viajaba de un árbol
chirriante a otro. Había algo extraño en estos bosques. Se
sentían vivos con un espíritu de algo ni bueno ni malo. Sin
embargo, había un aura antigua, una que hablaba en susurros
de guerras y derramamiento de sangre.
Estábamos en lo profundo del corazón de la tierra de
Vlad el Empalador, y era como si la tierra quisiera advertirnos:
respeten este terreno o sufrirán las consecuencias.
Probablemente era un truco de la luz, pero las pocas hojas
restantes parecían ser del color de heridas secas. Me pregunté
si el follaje se había acostumbrado al sabor de la sangre luego
de que se hubieran perdido decenas de miles de vidas aquí. Un
pájaro chilló sobre nosotros y jadeé un suspiro frío.
—Tranquila, Wadsworth. El bosque no tiene colmillos.
—Gracias por ese recordatorio, Cresswell —dije
dulcemente—. ¿Qué haría yo sin ti?
Se volvió hacia mí con la expresión más seria que había
presenciado.
—Me extrañarías terriblemente y lo sabes. Así como yo
te extrañaría de una manera que no puedo comprender, si
alguna vez nos separamos.
Thomas tomó a la señora Harvey del brazo, guiándola
hacia adelante, mientras el conductor del trineo nos hacía
señas para que nos sentáramos. Me quedé allí un momento,
con el corazón acelerado. Sus confesiones eran entregadas de
modo que, de hecho, me sorprendía cada vez.
Permitiéndome un momento para tranquilizar mi corazón,
acaricié el hocico aterciopelado del caballo más cercano a
nosotros antes de subir al trineo. No era completamente
cerrado como nuestro carruaje, pero había más pieles en el
pequeño espacio de las que nunca antes había encontrado.
Podía ser que no tuviéramos un techo cubierto, pero no nos
congelaríamos con todas las pieles de animales para
envolvernos. La señora Harvey se tambaleó en el trineo y se
presionó contra un lado, dejando el resto del asiento libre para
nosotros mientras acomodaba los calentadores de pies.
Mi cuerpo se detuvo cuando me di cuenta de lo cerca que
Thomas y yo tendríamos que sentarnos. Esperaba que el
director no se quedara afuera para nuestra llegada; difícilmente
sería decente encontrarme acurrucada junto a Thomas, incluso
con una chaperona. Como si ese pensamiento cruzara su mente
contaminada, Thomas lanzó una sonrisa pícara y levantó el
borde de una gran manta con adornos de piel, dando
palmaditas en el espacio a su lado. Apreté mi mandíbula.
—¿Qué? —preguntó, fingiendo inocencia mientras
situaba las pieles a mi alrededor, acumulando un mayor
volumen entre nosotros con un énfasis dramático en la
construcción de una barrera esponjosa. Como era de esperar, la
señora Harvey ya se estaba quedando dormida. Me pregunté si
Thomas había hecho algún tipo de trato con ella para estar
presente solo en forma física—. Simplemente estoy siendo
caballeroso, Wadsworth. No es necesario que me lances esa
mirada tuya.
—Pensé que querías estar en tu mejor comportamiento
por el bien de mi padre.
Se llevó una mano al corazón.
—Me hieres. ¿No se enojaría tu padre si te dejara morir
de frío? El calor corporal es científicamente la mejor manera
de mantenerse caliente. De hecho, hay estudios que sugieren
que quitarse la ropa por completo y presionar piel con piel es
el medio más seguro para evitar la hipotermia. Si caes presa de
eso, usaré todas las armas necesarias para salvarte. Es lo que
haría cualquier joven caballero decente. Me parece
terriblemente valiente, si me preguntas.
Mi mente traicionera se desvió a la imagen de Thomas
sin ropa y dibujó una amplia sonrisa en mi compañero, como
si estuviera al tanto de mis pensamientos escandalosos.
—Tal vez le escriba a Padre y averigüe qué piensa de esa
teoría.
Thomas resopló y arrojó la manta sobre sus hombros,
luciendo como un rey salvaje de bestias de algún poema
homérico. Me acurruqué en un pelaje de gran tamaño,
respirando el aroma de la piel broncínea de un animal y traté
de no vomitar. No era el viaje más agradable, pero al menos
llegaríamos a la academia antes de la medianoche. Soporté
peores aromas mientras estudiaba cadáveres pútridos con Tío.
Un poco de piel terrosa difícilmente sería demasiado por un
par de horas más.
Por extraño que fuera pensar en ello, echaba de menos el
ligero olor a descomposición mezclado con la formalina casi
todas las mañanas. No podía esperar para llegar a la escuela y
estar rodeada de estudios científicos una vez más. Un nuevo
ambiente podría curarme de lo que estaba sufriendo. Al menos
eso esperaba. No podía continuar con las prácticas forenses si
tenía miedo de los cadáveres reanimados.
Eché un vistazo a todas las pieles de color grisáceo,
realizando una mueca
—¿No es extraño tener tantas pieles de lobo?
Thomas levantó un hombro.
—A los rumanos no les gustan los grandes lobos.
Antes de que pudiera aclararlo, el conductor cargó el
último de nuestros baúles y subió a bordo. Dijo algo rápido en
rumano y Thomas respondió antes de inclinarse hacia mí, su
aliento incitando a la piel de gallina a levantarse. Me estremecí
ante la inesperada emoción.
—Próxima parada, el Castillo Bran. Y todos los malvados
encantadores que estudian allí.
—Estamos a punto de estudiar allí —le recordé.
Se hundió en su manta, haciendo un mal trabajo en
ocultar su sonrisa.
—Lo sé.
—¿Cómo sabes tan bien rumano? —le pregunté—. No
sabía que hablabas con fluidez en otra cosa que no fuera
sarcasmo.
—Mi madre era rumana —dijo Thomas—. Ella solía
contarnos todo tipo de cuentos populares mientras crecíamos.
Aprendimos el idioma desde el nacimiento.
Fruncí el ceño.
—¿Por qué no mencionarlo antes?
—Estoy lleno de sorpresas, Wadsworth. —Thomas tiró
de la manta sobre su cabeza—. Espera una larga vida de
desentrañar este tipo de delicias. Mantiene vivo el misterio y la
chispa.
Con un chasquido de las riendas partimos, deslizándonos
sobre la nieve mientras nuevos copos pasaban a nuestro lado.
El viento helado picaba en mis mejillas, expulsando lágrimas
en riachuelos relucientes, pero no pude dejar de mirar el
bosque a través de ojos entornados. De vez en cuando juraba
que algo nos estaba siguiendo, pero estaba demasiado oscuro
para estar segura.
Cuando escuchaba un aullido bajo, era difícil decir si era
el viento o una manada de lobos hambrientos persiguiendo su
próxima comida caliente. Tal vez el asesino vivo y los
fantasmas de las víctimas de Vlad Drácula no eran las únicas
cosas que inspiraban temor en este país.
El tiempo pasó en minutos congelados y cielos
oscurecidos. Viajamos por empinadas laderas de montañas y
bajamos a valles más pequeños. Hicimos una parada en
Braşov, donde —después de un gran debate sobre la
cuestionable conveniencia de llegar a la academia sin
chaperona— Thomas ayudó a la señora Harvey a conseguir
una habitación en una taberna y nos despedimos de ella. Luego
nos abrimos camino desde el pueblo hacia la cima de la
montaña más grande que jamás había visto.
Cuando finalmente alcanzamos su cima un poco más
tarde, la luna se había levantado por completo. A su luz podía
distinguir las paredes pálidas del castillo con torretas que una
vez había sido el hogar de Vlad Ţepeş. Un bosque negro
azabache lo rodeaba, una fortaleza natural para el hombre. Me
pregunté si allí era donde Vlad había adquirido la madera que
necesitaba para las víctimas que había atravesado.
Sin preocuparme por ser impropia, me acerqué más a
Thomas, robando su calor por varias razones. No lo había
pensado antes, pero Braşov estaba muy cerca de nuestra
escuela. Quien hubiera asesinado a esa primera víctima había
elegido un lugar cerca del castillo de Drácula.
Esperaba que no fuera un signo de que peores asesinatos
estaban por venir.
—Parece como si alguien hubiera dejado la luz encendida
para nosotros. —Thomas asintió hacia dos linternas brillantes
que podrían estar proclamando que eran las puertas de la
guarida de Satanás, por lo que yo sabía.
—Se ve… acogedor.
Continuando por el camino estrecho que conducía desde
el bosque y a través del pequeño césped, finalmente llegamos
a una bendita parada fuera del castillo. Dedos de luz de luna se
extendían sobre las agujas y se deslizaban por el techo,
proyectando las sombras del trineo y los caballos en formas
siniestras. Este castillo era extraño, y ni siquiera había entrado.
Por un breve momento, anhelaba esconderme debajo de
las pieles de los animales y regresar al pueblo bien fortificado
y colorido, cuyas luces parpadeaban como luciérnagas en el
valle que se encontraba debajo de nosotros.
Tal vez viajar de regreso a Inglaterra con la señora
Harvey no sería tan descabellado. Podía encontrarme a mi
prima en el campo. Pasar tiempo juntas hablando y cosiendo
artículos para nuestros ajuares no podría ser tan terrible. Liza
hacía de las tareas más mundanas una gran aventura
romántica, y la extrañaba mucho.
Una punzada de nostalgia golpeó mi centro, y luché por
no doblarme. Esto era un error. No estaba lista para ser
empujada a esta academia construida para hombres jóvenes.
Cuerpos de cadáveres en mesas y quirófanos. Todos esos
recordatorios del caso que no podía superar. Un caso que había
destruido mi corazón.
—Vas a deslumbrarlos a todos, Wadsworth. —Thomas
me apretó suavemente la mano antes de soltarla—. No puedo
esperar a verte brillar ante todos. Yo incluido. Aunque sé
amable conmigo. Finge como si yo fuera maravilloso.
Aparté mis nervios y sonreí.
—Una tarea monumental, pero intentaré ser buena
contigo, Cresswell.
Salí del trineo con fuerza renovada y subí las amplias
escaleras de piedra mientras Thomas pagaba al conductor y
hacía un gesto para que subieran nuestros baúles. Esperé a que
me alcanzara, sosteniendo mis faldas sobre la nieve
acumulada, sin querer pasar más allá de ese umbral sombrío
sola. Estábamos aquí. Nos enfrentaríamos a mis demonios
juntos.
Una enorme puerta de roble estaba flanqueada por dos
farolas, una aldaba gigante situada directamente en el medio.
Parecía como si dos cuerpos de serpientes en forma de C se
hubieran convertido en una cara melancólica.
Thomas sonrió abiertamente a la aldaba.
—Acogedora, ¿no es así?
—Es una de las cosas más espantosas que he visto.
Cuando levanté la cosa terrible, la puerta se abrió con un
gemido, revelando a un hombre alto y delgado con cabello
plateado que caía como una sábana sobre su cuello y un ceño
fruncido. El fuego crepitaba detrás suyo, dorando los bordes
de su cara estrecha. Su piel oscura brillaba con un fino brillo
de transpiración que no se molestó en limpiar.
No me atreví a adivinar lo que había estado haciendo.
—Las puertas se cierran en dos minutos —dijo con un
fuerte acento rumano. Su labio superior se curvó como si
supiera que luchaba contra la urgencia susurrada de dar un
paso atrás. Podría haber jurado que sus incisivos eran lo
suficientemente afilados como para perforar la piel—. Le
sugiero que se apresure y cierre la boca antes de que algo
desagradable salga volando. Tenemos un pequeño problema de
murciélagos.

Traducido por Brendy Eris

Corregido por AnnaTheBrave


Academia de Medicina y Ciencia Forense
Institutului Naţional de Criminalistică şi Medicină
Legală
Castillo Bran
1 de diciembre de 1888
Cerré la boca de golpe, más por la sorpresa ante la
escandalosa bienvenida que por conformidad.
Qué hombre tan tosco. Inspeccionó a Thomas con una
mueca igualmente paternalista pegada en su rostro. Aparté mi
atención de él, temiendo que me convirtiera en piedra si me
quedaba mirando fijamente. Por lo que sabía, era descendiente
de las míticas Gorgonas. Desde luego, era tan encantador
como Medusa, lo cual, me di cuenta, era exactamente a lo que
me había recordado la aldaba de la puerta.
Cruzamos la entrada y esperamos tranquilamente
mientras el hombre caminaba hacia una doncella y comenzaba
a instruirla sobre algo en rumano. Mi amigo cambió su peso de
un pie al otro, pero permaneció en silencio. Fue a la vez un
pequeño milagro y una bendición.
Miré a mí alrededor. Estábamos parados en una cámara
de recepción semicircular, y varios corredores oscuros se
extendían a nuestras derecha e izquierda. En línea recta, una
escalera bastante simple se dividía en dos, conduciendo a los
niveles superior e inferior. Una enorme chimenea
contrarrestaba las escaleras, pero ni siquiera el ambiente
acogedor de la madera crepitante pudo evitar que la piel de
gallina se levantara. El castillo parecía enfriarse en nuestra
presencia. Pensé que había sentido una ráfaga de aire ártico
venir desde las vigas. La oscuridad se aferraba a las áreas que
el fuego no alcanzaba, pesada y gruesa como una pesadilla de
la que no se podía despertar.
Me pregunté dónde guardaban los cuerpos que debíamos
estudiar.
El hombre levantó la cabeza y se encontró con mi mirada,
como si hubiera escuchado mis pensamientos internos y
quisiera burlarse de mí. Esperaba que la inquietud no se viera
a través de las grietas de mi empañada armadura. Tragué
saliva, soltando un suspiro una vez que apartó la mirada.
—Tengo una sensación muy extraña sobre él —susurré.
Thomas permitió que su enfoque se desviara hacia el
hombre y la doncella, quien asentía con la cabeza a lo que
fuera que le estaba diciendo.
—Esta habitación es igualmente encantadora. Los
apliques son todos dragones. Mira esos dientes escupiendo
llamas. Apuesto a que Vlad los encargó él mismo.
Las antorchas estaban encendidas y espaciadas
uniformemente en toda la cámara. Las vigas de madera oscura
bordeaban el techo y las puertas, recordándome a encías
ennegrecidas. No pude evitar sentir que este castillo disfrutaba
devorando sangre fresca tanto como su anterior ocupante había
disfrutado derramándola. Era un escenario abismal para
cualquier escuela, y especialmente para una que estudiaba a
los muertos.
Limón y antiséptico cortaban los aromas de piedra
húmeda y parafina. Materiales de limpieza para dos propósitos
muy diferentes. Noté que el piso en la cámara de recepción
estaba mojado porque —asumí— otros estudiantes llegaron
durante la tormenta.
Las alas se agitaban desde los techos cavernosos,
atrayendo mi atención hacia arriba. Una ventana arqueada
estaba colocada en lo alto de la pared, con telarañas visibles
desde aquí. No noté ningún murciélago, pero me imaginé unos
ojos rojos mirándome. Esperaba evitar ver tales criaturas
durante mi tiempo aquí. Siempre había tenido miedo de sus
alas coriáceas y dientes afilados.
La doncella hizo una reverencia y corrió por el pasillo del
extremo izquierdo.
—No esperábamos un cónyuge. Puede quedarse dos pisos
más arriba a la izquierda.
El hombre me despidió con un movimiento de su
muñeca. Al principio lo había creído viejo por su cabello.
Ahora podía ver que su rostro casi no tenía arrugas y era
mucho más joven. Probablemente tenía alrededor de la edad
de mi padre, no más de cuarenta.
—Los estudiantes forenses están en el ala este. O debería
decir, los estudiantes que compiten por un lugar en nuestro
programa forense están por este camino. Venga, —Hizo un
gesto hacia Thomas—, me dirijo allí yo mismo. Le mostraré
su habitación. Puede visitar a su esposa después de que
terminen las clases.
Thomas tenía ese brillo desagradable en sus ojos, pero
esta no era su batalla para luchar. Di un pequeño paso delante
y me aclaré la garganta.
—En realidad, ambos estamos en el programa forense. Y
no soy su esposa. Señor.
El hombre desagradable se detuvo abruptamente.
Lentamente giró sobre sus talones, un chillido agudo salió de
las suelas de sus zapatos. Entrecerró los ojos como si no
pudiera haberme escuchado correctamente.
—¿Perdone?
—Mi nombre es señorita Audrey Rose Wadsworth. Creo
que la academia recibió una carta de recomendación de mi tío,
el doctor Jonathan Wadsworth de Londres. He estado
aprendiendo bajo su tutela desde hace bastante tiempo. Tanto
el señor Cresswell como yo estuvimos presentes durante los
asesinatos del Destripador. Ayudamos a mi tío y Scotland Yard
en la investigación forense. Estoy bastante segura de que el
director recibió la carta. Él respondió.
—Ah sí.
La forma en que lo dijo no era una pregunta, pero fingí no
darme cuenta.
—Lo es.
Vi como el vacío dejaba la cara del hombre. Una vena en
su cuello saltó como si pudiera estrangularme. Si bien no era
extraño que una mujer estudiara medicina o medicina forense,
él claramente no era una persona progresista que disfrutaba de
la invasión de este club de chicos por chicas con encaje. Las
mujeres que obviamente no sabían cuál era su lugar adecuado
estaban en una casa, no en un laboratorio médico. Su descaro,
asumiendo que estaba allí solo porque Thomas me trajo.
Esperaba que no fuera un maestro. Estudiar con él sería un
tipo de tortura perversa que me gustaría evitar.
Levanté mi barbilla, negándome a apartarme de su
mirada. No me intimidaba. No después de lo que había pasado
con Jack el Destripador el otoño pasado. Levantó una ceja en
apreciación. Tuve la impresión de que pocas personas —
hombres o mujeres— alguna vez se enfrentaron a él.
—Ah. Bien entonces. No pensé que seguiría adelante.
Bienvenida a la academia, señorita Wadsworth. —Intentó
sonreír, pero parecía como si se hubiera tragado un
murciélago.
—¿Mencionó algo sobre competir por un lugar en el
programa? —pregunté, ignorando su expresión agria—.
Teníamos la impresión de que habíamos sido aceptados.
—Sí. Bien. Qué pena para usted. Tenemos cientos de
estudiantes que desean estudiar aquí —dijo, levantando su
propia barbilla con arrogancia—. No todos ganan la admisión.
Cada temporada organizamos un curso de evaluación para
determinar quién se convertirá realmente en un estudiante.
Thomas retrocedió.
—¿Nuestros lugares no están garantizados?
—En absoluto. —El hombre sonrió completamente. Fue
una vista verdaderamente terrible—. Tienen cuatro semanas
para probarse. Al final de ese período de prueba, decidiremos
quién gana la entrada de tiempo completo.
Mi estómago se apretó.
—Si todos los estudiantes aprueban el curso de
evaluación, ¿todos son aceptados?
—Hay nueve de ustedes en esta ronda. Sólo dos lo
lograrán. Ahora, entonces. Puede seguirme, señorita
Wadsworth. Sus cuartos están en el tercer piso en la torre del
ala este. Sola. Bueno, no del todo. Alojamos excedentes de
cadáveres en ese nivel. No deberían molestarle… mucho.
A pesar de nuestras nuevas circunstancias, logré una
pequeña sonrisa. Los muertos eran libros que tanto mi tío
como yo disfrutábamos leer. No temía pasar tiempo a solas
con los cadáveres, examinándolos en busca de pistas. Bueno…
no hasta hace poco. Mi sonrisa se desvaneció, pero mantuve
mi estremecimiento encerrado dentro. Esperaba controlar mis
emociones, y estar tan cerca de los cuerpos podría muy bien
curarme.
—Serían más agradables que algunos. —Thomas hizo un
gesto obsceno detrás de la espalda del hombre y casi me
atraganto con una risa sorprendida mientras se giraba,
fulminándolo con la mirada.
—¿Qué fue eso, señor Cresswell?
—Si insiste en saber, dije que usted era…
Negué ligeramente con la cabeza, esperando transmitirle
a Thomas la necesidad de que dejara de hablar. Lo último que
necesitábamos era hacer un enemigo mayor de este hombre.
—Me disculpo, señor. Pregunté…
—Diríjanse a mí como director Moldoveanu o serán
enviados de regreso a cualquier pozo de segunda del que
hayan salido. Dudo que alguno de ustedes logre superar este
curso. Tenemos alumnos que estudian durante meses y aun así
no son aceptados. Dígame: si es tan buena en lo que hace,
¿dónde está Jack el Destripador, hmm? ¿Por qué no está en
Londres cazándolo? ¿Podría ser que le tiene miedo o
simplemente se escapó cuando se volvió demasiado difícil?
El director esperó un momento, pero dudaba que
realmente esperara una respuesta de cualquiera de nosotros.
Sacudió la cabeza, su expresión aún más cansada que antes.
—Su tío es un hombre sabio. Me parece altamente
sospechoso que no haya resuelto ese crimen. ¿Se ha rendido el
doctor Jonathan Wadsworth?
Un fragmento de pánico desgarró mis entrañas,
perforando cada órgano en su intento de huir, cuando me
encontré con la mirada sorprendida de Thomas. Nunca le
habíamos contado a Tío la verdadera identidad del
Destripador, aunque sabía que había sospechado lo suficiente.
Thomas apretó los puños a sus costados, pero mantuvo su
molesta boca cerrada. Se dio cuenta de que yo sería castigada
por su insubordinación o por la mía. En circunstancias
diferentes, podría haberme impresionado. Era la primera vez
que recordaba que se había contenido.
—No pensé que tendrían una respuesta. Ahora, entonces.
Síganme. Sus baúles los estarán esperando en sus aposentos.
La cena ya se ha servido. Lleguen a tiempo para el desayuno,
inmediatamente al amanecer, o también se lo perderán. —El
director Moldoveanu comenzó a caminar hacia el vasto
corredor del ala este y luego se detuvo. Sin volverse, dijo—:
Bienvenidos al Institutului Naţional de Criminalistică şi
Medicină Legală. Por ahora.
Me quedé inmóvil por unos segundos, con el corazón
martilleando. Era absurdo que este hombre detestable fuera
nuestro director. Sus pasos resonaban en la sala cavernosa
como los gongs de la fatalidad sonaban en la hora del terror.
Tomando una respiración profunda, Thomas deslizó su mirada
hacia la mía. Serían cuatro semanas muy largas y tortuosas.
****
Después de dejar a Thomas en su piso, subí por la
escalera solitaria ubicada al final de un largo y ancho pasillo
que había señalado el director. Los escalones estaban hechos
de madera oscura y las paredes de un color blanco pálido, sin
ninguno de los tapices carmesí que habíamos pasado por los
pasillos inferiores. Las sombras se extendían entre los apliques
mal colocados y latían junto con mis movimientos. Me
recordó a caminar por los desolados pasillos de Bedlam.
Ignoré el aleteo de miedo en mi pecho, recordando a los
ocupantes de ese asilo y la manera calculada en que algunos de
ellos merodeaban tras las barras oxidadas. Como este castillo,
ese edificio me recordaba a un organismo vivo. Uno que tenía
conciencia y sin embargo carecía de un sentido de lo correcto
contra lo incorrecto. Me pregunté si simplemente necesitaba
un baño caliente y una buena noche de sueño.
Las piedras y la madera no eran huesos ni carne.
Moldoveanu había dicho que mis aposentos eran la
primera puerta a la derecha, antes de que se marchara a Dios
sabe dónde. Tal vez iba a dormir boca abajo en las vigas con el
resto de sus parientes. Pude haber murmurado eso, y él se
había girado, fulminándome con la mirada. Las cosas habían
tenido un comienzo aplastante.
Llegué al pequeño rellano que contenía mis aposentos y
una segunda puerta un poco más abajo antes de que la escalera
continuara subiendo. No se encendieron antorchas en ese
extremo del pasillo, y la oscuridad era opresiva. Me quedé allí,
congelada, convencida de que las sombras me miraban tan
atentamente como yo a ellas.
Mi aliento salía en rápidas nubes blancas. Supuse que la
frialdad se debía en parte a que el castillo estaba tan alto en las
montañas, y en parte debido a los cuerpos que estaban siendo
almacenados allí.
Tal vez eso fue lo que me llamó la atención en la
oscuridad. Cerré brevemente los ojos y las imágenes de
cadáveres que se levantaban de las mesas de examen, los
cuerpos medio podridos por la descomposición, asaltaron mis
sentidos. Independientemente de mi sexo, si alguno de mis
compañeros sospechara que tenía miedo de los cadáveres,
sería la burla de la academia.
Sin preocuparme más por eso, abrí la puerta y barrí con la
mirada el espacio. A primera vista parecía que la habitación
actuaba como sala de estar o salón. Como era el caso con el
resto del castillo, las paredes eran blancas y con bordes de
madera de color marrón oscuro o negro. Me sorprendió lo
oscuro que se sentía incluso con las paredes pálidas y un
resplandor crepitante en la chimenea.
Los estantes para libros ocupaban la pared más pequeña
y, a la izquierda, había una entrada a lo que supuse era mi
dormitorio. Rápidamente crucé la sala de estar —adornada con
un sofá de brocado— e inspeccioné lo que en realidad era mi
dormitorio. Era cómodo y hecho para un erudito estudioso.
Tenía un pequeño escritorio con una silla a juego, un armario
en miniatura, una cama individual, una mesita de noche y un
baúl, todo hecho de roble profundo que probablemente se
había reunido en el bosque circundante.
Una imagen de cuerpos perforados con estacas negras
cruzó mis pensamientos antes de que pudiera desterrarla.
Esperaba que ninguna de esas piezas de madera hubiera sido
reutilizada en el castillo. Me pregunté si la persona que había
empalado a ese hombre en la ciudad también había tomado
ramas de aquí.
Forcé a mis pensamientos a alejarse de la víctima en el
tren y del papel. No había nada que pudiera hacer para ayudar.
Sin importar cuánto lo anhelaba.
Después de un rápido vistazo a la segunda puerta —sin
duda el baño que el director Moldoveanu había dicho que
estaba unido a mi habitación— volví a centrar mi atención en
la sala de estar. Vi una pequeña ventana colocada cerca de las
vigas expuestas, mirando a la amplia gama de los Cárpatos.
Desde aquí, las montañas eran todas blancas y serradas, como
dientes rotos. Una parte de mí deseaba arrastrarse hasta la
ventana y contemplar el mundo invernal que se extendía más
allá, ignorante de mi preocupada disposición.
No podía esperar para pedir agua tibia para el lavabo y
enjuagar la arena del viaje. Pero primero necesitaba encontrar
una manera de hablar con Thomas. Todavía no había tenido la
oportunidad de mostrarle la ilustración del dragón que había
encontrado y me iba a volver loca si no lo discutía pronto. Sin
mencionar que sentía especial curiosidad por su extraña
reacción al nombre de Dăneşti y quería preguntarle al
respecto.
Toqué el pergamino en mi bolsillo, asegurándome que era
real y no un producto de mi imaginación. Me aterrorizaba que
pudiera estar relacionado con el asesinato en el tren. No me
atreví a considerar qué mensaje pretendía transmitir al ser
dejado en mi compartimento. O quién podría haber estado
escondido sin mi conocimiento.
Me paré frente a la chimenea, permitiendo que su calor se
envolviera alrededor de mis huesos mientras consideraba un
plan. Una vez que habíamos entrado al castillo, Moldoveanu
nunca declaró que teníamos un toque de queda. O que no se
me permitía vagar por los pasillos. Sería un gran escándalo si
se me descubriera, pero podría escabullirme a la habitación de
Thomas en un…
Las tablas del suelo chillaron en algún lugar dentro de mi
habitación, haciendo que mi corazón golpeara contra mi
pecho. Me asaltaron imágenes de asesinos que se arrastraban
por los vagones del tren y dejaban notas crípticas con dragones
en ellas. Él estaba aquí. Nos había seguido a este castillo y
ahora me empalaría a mí también. Había sido una tonta por no
confiar en Thomas mientras la señora Harvey estaba
durmiendo la siesta. Respira, me ordené a mí misma.
Necesitaba un arma. Había un candelabro al otro lado de la
habitación, pero estaba demasiado lejos para arrebatarlo sin ser
vista por nadie que pudiera estar al acecho en el dormitorio o
en el baño.
En lugar de acercarme demasiado a esas habitaciones sin
un arma, saqué un gran libro de los estantes, lista para
golpearlo en la cabeza de alguien. Golpearlos o aturdirlos era
lo mejor que podía hacer. Mi enfoque se desvió alrededor de la
sala de estar. Estaba vacía. Completa y absolutamente vacía de
cualquier cosa viviente, como ya lo había determinado. Un
escaneo rápido de la alcoba me mostró el mismo resultado. No
me molesté con el inodoro; probablemente era demasiado
pequeño para contener una amenaza real. El ruido chirriante
era probablemente el castillo asentándose. Suspiré y coloqué el
libro de nuevo en su estante. Realmente iba a ser un terrible
invierno.
Estaba agradecida por la chimenea. Descongelaba mis
nervios. Incluso en el espacio estrecho, el calor me hacía sentir
como si estuviera en una isla en los trópicos en lugar de una
torre solitaria en un castillo helado, escuchando cosas que no
eran tan aterradoras como mi propia imaginación.
Froté pequeños círculos alrededor del centro de mi ceja.
Los recuerdos de los últimos momentos de Jack el Destripador
en ese laboratorio abandonado por Dios cuando accionó el
interruptor… Me detuve allí mismo. La pena necesitaba
liberarme de su obstinado abrazo. No podía seguir haciéndome
esto noche tras noche. Jack el Destripador nunca regresaría.
Sus experimentos habían terminado. Al igual que su vida.
Lo mismo se aplicaba a este castillo. Drácula no vivía
más.
—Todo es tan malditamente difícil —maldije para mí
misma cuando me dejé caer en el sofá. Al menos pensé que
estaba sola, hasta que alguien contuvo la risa detrás de una
puerta cerrada. Mis mejillas se sonrojaron cuando agarré el
gran candelabro y corrí hacia el cuarto de baño apenas
iluminado—. ¿Hola? ¿Quién está ahí? Exijo que te muestres
de una vez.
—Imi pare rău, domnişoară1. —Una joven sirvienta se
levantó bruscamente de su lugar cerca de la bañera,
disculpándose cuando su trapo de limpieza se hundió en un
cubo. Ojos grises me devolvieron la mirada. Llevaba una blusa
campesina de color blanquecino metida en una falda de retazos
con un delantal bordado—. No quería escuchar a escondidas.
Mi nombre es Ileana.
Su acento era suave y acogedor, un toque de verano
susurrando a través de una desolada noche de invierno. El pelo
negro estaba trenzado y enrollado debajo de la gorra de la
doncella, y su delantal estaba manchado de cenizas,
probablemente de la ardiente chimenea que había avivado
antes de que entrara en la habitación. Solté un suspiro.
—Por favor, no te molestes en llamarme «señorita».
«Audrey Rose» o simplemente «Audrey» está perfectamente
bien. —Miré a mí alrededor al baño recién limpiado. Las
llamas líquidas se reflejaban en cada superficie oscura,
recordándome que la sangre derramada atrapaba la luz de la
luna. Como los fluidos corporales que se filtraban de las
víctimas del evento doble de Jack el Destripador. Me tragué la
imagen. El castillo estaba causando estragos en mi memoria ya
morbosa—. ¿Te han asignado esta torre?
El color floreció en su piel mientras asentía, notable
incluso bajo capas de ceniza y mugre.
—Sí, domnişoară… Audrey Rose.
—Tu acento inglés es excelente —le dije, impresionada
—. Espero mejorar mi rumano mientras esté aquí. ¿Dónde
aprendiste el idioma?
Cerré mi boca después de preguntar. Era una cosa
terriblemente grosera para comentar. Ileana simplemente
sonrió.
—La familia de mi madre se lo pasó a cada uno de sus
hijos.
Era una cosa extraña para una familia pobre del pueblo de
Braşov, pero lo dejé pasar. No quería insultar más a una
potencial nueva amiga. Me puse a juguetear con los botones al
costado de mis guantes y me detuve.
Ileana levantó el cubo en su amplia cadera y señaló con la
cabeza hacia la puerta.
—Si no termino de encender los fuegos en las
habitaciones de los chicos, estaré en un mundo de problemas,
dom… Audrey Rose.
—Por supuesto —dije, retorciendo mis manos. No me
había dado cuenta de lo sola que estaba sin Liza y de lo mucho
que quería a una amiga—. Gracias por limpiar. Si dejas
algunos suministros, puedo ayudarte.
—Oh no. El director Moldoveanu no lo aprobaría. Debo
atender las habitaciones cuando están desocupadas. No la
esperaba hasta un rato más. —Mi cara debe haber mostrado mi
decepción. Su expresión se suavizó—. Si lo desea, puedo traer
el desayuno a su habitación. Lo hago para la otra chica de
aquí.
—¿Hay otra chica quedándose este invierno?
Ileana asintió lentamente, su sonrisa se ensanchó para
coincidir con la mía.
—Da, domnişoară. Ella es la pupila del director. ¿Le
gustaría conocerla?
—Eso suena maravilloso —le dije—. Me gustaría mucho.
—¿Necesita ayuda para cambiarse?
Asentí e Ileana se puso a trabajar en mi corsé. Una vez
que ella había terminado y yo estaba parada en mi camisa, le
di las gracias.
—Lo manejaré desde aquí.
Ileana dio un golpe a la puerta con su cadera, luego me
dio las buenas noches en rumano.
—Noapte bună.
Eché un vistazo al baño, dándome cuenta de que ella
también había llenado la bañera con agua caliente. El vapor se
elevaba en zarcillos, haciéndome señas. Me mordí el labio,
contemplando el baño caliente. Supuse que sería demasiado
impropio marchar a la habitación de Thomas tan tarde en la
noche y no quería estar arruinada a los ojos de la sociedad
debido a mi impaciencia. Y el dibujo del dragón todavía
estaría allí por la mañana…
Me deslicé fuera de mi ropa interior, sintiendo el calor
familiar del agua hundiéndose en mis huesos cansados.
Quizás las próximas semanas no serían tan horribles
como había pensado.

Traducido por Masi

Corregido por Dai’


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
2 de diciembre de 1888
La niebla se alzaba desde los árboles que rodeaban el
castillo y se asentaba sobre las montañas, como la niebla en
los callejones de Londres mientras yo me sentaba en el diván,
tratando de no inquietarme.
Ileana dijo que volvería para el desayuno, pero casi
amanecía y todavía no la había visto. Por lo que sabía, podría
haber sido detenida en otra parte del castillo. Mi pie rebotaba
en el suelo. El director Moldoveanu me dejaría fuera del
comedor si llegaba tarde. Mi estómago gruñó su propia
desaprobación, mientras esperaba. Decidí que le daría dos
minutos más antes de dirigirme al comedor. Necesitaría
permanecer fuerte si tenía que sobrevivir las próximas
semanas y mantenerme alerta.
Entré a mi dormitorio y me quejé por los pocos artículos
personales que había traído conmigo; en particular, una
fotografía de Padre y Madre, tomada hace mucho tiempo. La
puse en mi mesita de noche, sintiéndome un poco menos sola
en este extraño lugar.
Llamaron a mi puerta rápidamente mientras el sol bañaba
en oro las montañas fuera de la ventana en mis aposentos de la
torre. Dando gracias a los poderes que fueran, me moví
rápidamente a la otra habitación y pasé una mano por mis
faldas de invierno de color verde. Las voces susurradas se
silenciaron en el momento en que abrí la puerta.
Ileana llevaba una bandeja cubierta y sonreía a la joven a
su lado.
—Esta es la señorita Anastasia. Ella es la…
—La pupila del director Moldoveanu, o, como me gusta
llamarlo, el hombre menos encantador en la historia de
Rumania. —Ella agitó su mano y entró en mi habitación. Su
acento era ligeramente diferente al de Ileana, pero conservaba
una esencia similar—. Honestamente, no es tan malo.
Simplemente es… ¿cómo se dice…?
—¿Malhumorado? —proporcioné. Anastasia se rio, pero
no hizo ningún comentario.
Ileana sonrió.
—Pondré esto por aquí.
La seguí hasta el pequeño diván y la mesa mientras
Anastasia inspeccionaba mis estantes. Era simple, pero bonita,
con el cabello color trigo y unos brillantes ojos azules.
Ciertamente sabía cómo usar sus activos para su ventaja,
especialmente cuando mostraba esa sonrisa contagiosa.
—¿Estás buscando algo en particular? —pregunté,
notando la forma metódica en que su enfoque barría los lomos
de los libros.
—Estoy tan encantada de que estés aquí. Los chicos
son… fără maniere. —Ella levantó un hombro, notando la
confusión que debe haberse mostrado en mi rostro—. La
mayoría no son muy agradables, ni educados. Quizás sea la
falta de oxígeno. O de mujeres. Los hermanos italianos son la
mayor decepción. Sus narices permanecen metidas dentro de
sus libros en todo momento. ¡Ni siquiera miran en mi
dirección! Ni siquiera cuando muestro mis atributos más
preciados.
Tomó un libro del estante y lo presionó, abierto, contra su
rostro, caminando de forma exagerada, riéndose. Ileana dejó
su atención en el suelo, con una amplia sonrisa.
—Tenía la esperanza de que una novela gótica me
ayudara a pasar el tiempo cuando estés en tus clases —dijo,
haciendo el libro a un lado—. Por supuesto que Tío
Moldoveanu no mantendría semejante frivolidad aquí.
¿Trajiste alguna novela gótica, de casualidad?
Negué con la cabeza.
—¿También estará asistiendo a las clases?
—Por supuesto que no. Tío cree que es impropio para una
chica de mi posición. —Anastasia puso los ojos en blanco y se
dejó caer en el sofá con un resoplido—. Aunque no me
importa. Asistiré a algunas de las clases, aunque solo sea para
molestarlo. No puede estar en todas partes a la vez.
—¿Han llegado todos los demás?
—Todos los que son de familias importantes lo han
hecho, creo. Es un grupo pequeño esta vez. Se dice que Tío
está… buscando sânge.
—¿Por qué creerían que está buscando sangre? —
pregunté. Ileana levantó la tapa de la bandeja, revelando
pasteles y empanadas de carne, su atención pegada a ellos
ahora. Cortésmente tomé un bocado de un sabroso trozo de
pan relleno de carne y luego traté de no devorarlo entero. Lo
que sea que fueran, estaban deliciosos.
—Chismes del castillo que he escuchado mientras me
aburría hasta la muerte. Hasta ahora, todos los que están en
este curso son nobles o campesinos de los que se rumorea
tienen vínculos con la nobleza. Nacidos bastardos. Nadie sabe
cuál es el propósito de toda la realeza, si es que hay uno. Ni
siquiera preguntes por los hermanos italianos. No han hablado
con nadie excepto entre sí. No tengo ni idea de cuál es su
historia.
Anastasia se metió un poco de pan en la boca y gimió de
placer.
—Aunque algunos creen que es parte de su prueba —
continuó—. Tío disfruta de los juegos y la intriga. Encontrar
factores comunes que puedan ser beneficiosos para rastrear
asesinos es una habilidad que cree que todos los estudiantes
forenses deben poseer. —Me dirigió una mirada evaluadora—.
Obviamente eres noble. ¿Cuál es tu apellido?
—Wadsworth. Mi padre es un…
—¿No hay vínculos con Rumania?
Parpadeé.
—No que yo sepa. Mi madre era en parte de ascendencia
india, y mi padre es inglés.
—Interesante. Quizás no todos descienden de esta región.
—Anastasia mordió otro pedazo de pan—. Escuché que
llegaste a medianoche con un joven. ¿Estás prometida?
Casi me atraganto con mi siguiente bocado de desayuno.
—Somos… amigos. Y compañeros de trabajo.
Anastasia sonrió.
—Escuché que era bastante guapo. Tal vez me case con él
si solo son compañeros de trabajo. —No estoy segura de lo
que vio en mi rostro, pero rápidamente agregó—: Estoy
bromeando. Tengo mi corazón puesto en otro, aunque él finge
que no existo. ¿Cómo fue tu viaje hasta aquí?
Una visión del cuerpo empalado cruzó mi mente. Dejé mi
pastel de carne, de repente no tenía mucha hambre.
—Terrible, en realidad. —Hice un recuento clínico del
hombre en el tren y las lesiones que había sufrido. El rostro
bronceado de Ileana se había vuelto pálido como el de un
espectro—. No tuve la oportunidad de ver exactamente lo que
había sido empujado en su boca. Sin embargo, era de
naturaleza orgánica y era de color blanquecino. Sin embargo,
el olor era… picante, pero familiar.
—Usturoi —susurró Anastasia, con los ojos muy
abiertos.
—¿Qué es eso?
—Ajo. He leído que es colocado en las bocas de quienes
se cree que son… los ingleses los llaman vampiros.
—Eso es en realidad de una novela gótica —resopló
Ileana—. Aquí se acaba con los Strigoi de manera diferente.
Pensé en la sustancia orgánica. Definitivamente encajaba
con la descripción del ajo, y explicaba el olor.
—Mi amigo dijo que los strigoi son quemados —dije con
cuidado—. Y todos los afectados beben las cenizas.
—Qué repugnante. —Anastasia se sentó hacia delante,
ansiosa por obtener más información. Me recordaba a mi
prima, excepto que donde Liza estaba obsesionada con el
peligro y el romance, Anastasia parecía emocionada
únicamente por la parte del peligro—. ¿Los campesinos
todavía hacen tales cosas aquí? En Hungría, algunos aldeanos
están atrapados en las viejas costumbres. Muy supersticioso.
—¿Eres húngara? —pregunté. Anastasia asintió—. Pero,
¿también hablas rumano?
—Por supuesto. Lo aprendemos junto con nuestro propio
idioma. También sé italiano bastante bien. No que pueda
usarlo con tus compañeros de clase. —Se centró en Ileana.
Observé la forma en que la doncella retorcía su servilleta en su
regazo, haciendo todo lo posible por evitar la atenta mirada de
Anastasia—. ¿Cómo identifican los aldeanos a los strigoi en la
ciudad? ¿O es como una sociedad secreta? ¿Como la de los
dragonistas?
Mi atención volvió a Anastasia de golpe. Podría jurar que
la ilustración estaba quemando un agujero en el bolsillo de mi
falda. Por un momento, sentí la necesidad de proteger este
dibujo, mantenerlo oculto para todos hasta que descubriera sus
orígenes. Lo que no tenía ningún sentido, en absoluto.
Desplegué el pergamino y lo puse sobre la mesa.
—Alguien dejó esto en mi compartimiento del tren
después del asesinato. ¿Acaso, sabes lo que significa?
Anastasia se quedó mirando el dibujo. Me costaba mucho
leer la expresión que estaba protegiendo. Pasó un momento.
—¿Alguna vez has oído hablar de la Orden del Dragón?
—preguntó. Negué con la cabeza—. Bueno, ellos son…
—Es tarde. —Ileana se levantó de un salto y señaló el
reloj en la repisa—. Moldoveanu me echará si no me pongo a
trabajar. —Rápidamente recogió nuestras servilletas del
desayuno y volvió a poner la tapa en la bandeja con un ruido
que me provocó dentera—. Ambas deben ir a la sală de mese.
Moldoveanu estará vigilando.
—¿Quieres decir que el director no cierra las puertas del
comedor después de cierto tiempo?
Ileana me lanzó una mirada compasiva.
—Hace amenazas, pero no las cumple.
Sin pronunciar una palabra más, Ileana se apresuró a salir
de la sala. Anastasia negó con la cabeza y se puso de pie.
—Los campesinos son tan supersticiosos. Incluso la
mención de cosas sobrenaturales los pone nerviosos. Ven. —
Enlazó su brazo con el mío—. Te presentaré a tus estimados
compañeros.
****
—Suena como si una pequeña horda de elefantes
estuviera corriendo por el comedor —le dije a Anastasia,
mientras nos deteníamos fuera de las puertas un rato. Los pies
pisoteaban y los cubiertos resonaban, y el sonido de una
conversación despreocupada resonaba sobre el estruendo.
—Ciertamente actúan como un grupo de animales.
La ansiedad se abrió paso a través de los pasillos de mis
entrañas. Eché un vistazo al interior de las grandes puertas de
roble. Unos cuantos jóvenes estaban sentados en las mesas y
otros formaban fila a lo largo de la ancha pared trasera para
recoger las bandejas del desayuno, pero Thomas no estaba
entre ellos. No tenía idea de cómo tan pocos hombres podían
hacer tanto ruido en un espacio tan grande. El comedor era lo
suficientemente grande, con los techos tan altos como
catedrales, de color blanco y las paredes adornadas con
madera oscura que seguían el mismo estilo que el del resto del
interior del castillo.
Mis pensamientos se centraron en los cuentos de hadas y
folklore. Podía ver cómo un castillo como este serviría de
inspiración para escritores como los Hermanos Grimm.
Ciertamente era lo suficientemente oscuro como para invocar
una atmósfera macabra. Intenté no pensar en Padre y Madre.
Cómo nos habían leído esas historias a Nathaniel y a mí antes
de acostarnos. Necesitaba escribirle a Padre pronto; esperaba
que se estuviera sintiendo mejor. Su recuperación había sido
lenta, pero constante.
De repente, fui empujada contra la pared, saliendo de mi
ensoñación y sorprendida de que alguien no solo hubiera
chocado conmigo, sino que también se estuviera riendo como
si eso no fuera una ofensa a una mujer joven.
Anastasia suspiró.
—Señorita Wadsworth, permítame presentarle al Profesor
Radu. Le enseñará folclor local para completar su curso de
evaluación.
—Oh, querida. Ni siquiera la vi allí. —El profesor Radu
agitó su pañuelo y sin darse cuenta tiró un pedazo de pan de su
bandeja. Me incliné para recuperarlo al mismo tiempo que él,
y nuestras cabezas chocaron. Ni siquiera parpadeó. Su cráneo
debía ser de granito. Me masajeé el bulto que ya se estaba
formando en mi propia cabeza, haciendo una mueca de dolor
—. Imi pare rău. Me disculpo, señorita Wadsworth. Espero no
haber derramado mis gachas en ese precioso vestido.
Me miré, aliviada de que no hubiera gachas ofensivas en
mis faldas. Con una mano, sostuve en alto el pan caído y con
la otra presioné cautelosamente el moretón que se estaba
formando bajo mi cabello. Esperaba que me hubiera dado más
sentido que quitado. Aunque ciertamente me dolía lo
suficiente como para hacerme pensar en ello.
—Por favor, no se preocupe, profesor —dije—. Lo único
que está dañado es su pan, me temo. Y tal vez su cabeza,
gracias a la mía.
—No estoy segura de que alguna vez haya estado bien —
susurró Anastasia.
—Eh… ¿qué fue eso? —preguntó Radu, pasando su
mirada del pan a Anastasia.
—Dije que estoy segura de que todavía está delicioso —
mintió.
Arrancando el pan manchado de tierra de mis dedos,
como uno podría arrancar una uva de la vid, le dio un
mordisco. Esperaba que mi labio no se estuviera curvando
como el de Anastasia; no quería revelar el disgusto que se
agitaba en mi estómago.
—Langoşi cu brânză —dijo con la boca llena de pan, con
las cejas tupidas levantadas de forma apreciativa—. Masa frita
con queso feta. Deben probar un poco… tomen.
Antes que pudiera declinar educadamente, presionó un
pedazo de pan en mis manos, aplastándolo cuando apretó mis
dedos con entusiasmo. Hice todo lo posible por sonreír, a pesar
de que un poco de grasa empapó mis guantes.
—Gracias, Profesor. Si nos disculpa, tenemos que
reunirnos con los otros estudiantes.
El profesor Radu se subió las gafas sobre el puente de la
nariz, dejando una mancha de grasa en una lente.
—¿No se lo dijo el director? —Nos miró más de cerca,
luego hizo un chasquido con su lengua—. Todos se están
retirando ahora. Algunos visitarán Braşov, por si quieren
unirse a ellos. No quiere caminar sola por la montaña,
¿verdad? Los bosques están llenos de criaturas que roban a los
niños del camino y se comen la carne de sus huesos. —Se
chupó la grasa de los dedos en una muestra de modales
medievales—. Lobos, en su mayoría. Entre otras cosas.
—¿Los lobos se comen a los estudiantes? —preguntó
Anastasia, su tono implicaba que no lo había creído ni por un
instante—. ¡Y pensar que Tío no me advirtió en absoluto!
—¡Oh! ¡Pricolici! Ese será el primer mito que se
discutirá en clases —dijo—. Tantos rumores encantadores y
leyendas folclóricas sobre las que criticar y discutir.
La mención de lobos robando a niños enfrió mi sangre
algunos grados. Tal vez había visto señales de ellos en el tren,
y luego otra vez en el bosque cercano.
—¿Qué es un prico…
—Pricolici son los espíritus de los asesinos que regresan
como gigantes, lobos no-muertos. Aunque algunos también
creen que son lobos y que se convierten en strigoi cuando los
matan. Espero que disfruten la lección. Ahora, recuerden,
limítense al camino y no se aventuren en el bosque, sin
importar lo que vean. ¡Hay muchísimos peligros
espectaculares allí!
Se balanceó al marcharse, canturreando una melodiosa
melodía para sí mismo. Por un breve momento me pregunté
cómo sería estar tan completamente perdido en las fantasías y
los mitos. Luego recordé las fantásticas visiones que mi mente
había producido en las últimas semanas y me amonesté a mí
misma.
—¿Por qué enseñan folklore y mitología cuando el curso
dura solo cuatro semanas?
—Todo es parte del misterio que deben desentrañar,
supongo. —Anastasia levantó un hombro—. Aunque Tío cree
que la ciencia explica la mayoría de las leyendas.
Una declaración con la que coincidía mucho, sin importar
cuánto despreciara estar de acuerdo con cualquier cosa que
dijera Moldoveanu. Observé como el profesor dejaba caer su
desayuno otra vez.
—No puedo creer que se comiera ese pedazo de pan —
dije—. Estoy segura de que había un insecto muerto pegado a
ello.
—No pareció importarle —dijo Anastasia—. Tal vez
disfruta de un poco de proteína extra.
Me estremecí cuando el profesor se topó con otro
estudiante, un joven corpulento de cabello rubio y con la
mandíbula demasiado cuadrada para ser considerado guapo.
—Ai grijă, bătrâne —le siseó el gigante a Radu, antes de
abrirse camino hacia el comedor, empujando hacia un lado a
un estudiante más bajito sin disculparse. Bruto desagradable.
Mi rumano era lo suficientemente decente como para saber
que le había dicho al anciano que tuviera cuidado.
—Ese encantador espécimen es de la nobleza rumana —
dijo Anastasia, mientras el chico rubio desaparecía en el
comedor—. Sus amigos son un poco mejores.
—No puedo esperar para conocerlos —dije secamente.
Deposité el pedazo de pan empapado en aceite en un
contenedor de basura y eliminé la mancha de mis guantes.
Necesitaría buscar otro par antes de irme—. ¿Por qué crees
que los estudiantes van a ir al pueblo?
—No lo sé, ni me importa. —Anastasia alzó su nariz
imitando un falso porte regio—. No me verás salir con este
clima nevoso. Dudo que los otros se aventuren a ir lejos de sus
cámaras. ¡Oh! Tenía la intención de preguntarle a Radu si
podía asistir a sus lecciones. —Se mordió el labio—. ¿Te
importaría si te alcanzo en un momento? ¿Te quedarás aquí?
—Si no estamos obligados a ir, entonces no veo por qué
saldría. Prefiero explorar el castillo. Vi una sala de taxidermia
que me encantaría inspeccionar.
—¡Extraordinar! —exclamó Anastasia, besando mis
mejillas—. Te veré pronto, entonces.
Una risa estridente hizo eco dentro de la sala mientras
observaba a Anastasia apresurarse detrás de nuestro profesor.
No importaba cuánto deseara no hacer esto sola, era hora de
hacer frente a mis miedos y presentarme a mis compañeros de
clase. Gradualmente. Por ahora mostraría mi rostro y tomaría
las cosas con calma desde allí. Además, no era como si no
conociera a nadie. Thomas seguramente se aparecería muy
pronto.
Con la cabeza en alto, entré en el comedor. Cinco filas de
mesas largas reunían a estudiantes curiosos que se quedaron
callados paulatinamente, mientras caminaba al extremo
opuesto de la sala. En una mesa se congregaban tres jóvenes,
uno de ellos era el chico rudo y corpulento del pasillo.
Otra mesa tenía dos chicos de cabello castaño que no se
molestaron en levantar la vista de sus libros, probablemente
los italianos. Su piel era de un rico bronce, como si
provinieran de un lugar cerca del océano. Uno de ellos era el
estudiante más pequeño con quien el bruto había chocado sin
disculparse.
Un joven delgado de piel marrón amarillenta oscura
estaba sentado frente a un chico que llevaba gafas y tenía
espesos rizos rojizos. Se disponían a centrarse en sus comidas,
pero levantaron los ojos para quedarse embobados ante mi
llegada.
Mis mejillas se calentaron cuando el sonido de mis faldas
balanceándose se elevó sobre sus susurros dispersos. Al menos
tenía a Thomas. Incluso si tuviéramos que luchar por hacernos
un lugar en la academia, podríamos luchar juntos. Y pasar el
tiempo con Anastasia también era algo que ansiaba.
Uno de los muchachos en la mesa del corpulento se rio a
carcajadas, luego silbó como si yo fuera un perro para que me
acercara. De todos los… Dejé de caminar y le dirigí una
mirada severa, cortando su sonrisa con precisión.
—¿Pasa algo divertido? —pregunté, notando el silencio
que descendía sobre ellos como si fueran soldados que habían
sido llamados a la guerra. Cuando no respondió, lo dije una
vez más, en mi mejor rumano, mi voz sonaba alta ante el
repentino silencio.
Los labios del joven se contrajeron ligeramente mientras
lo estudiaba. Su cabello era un tono más oscuro que el de
Thomas, y sus ojos tenían un tono más oscuro de marrón. Su
profunda tez oliva era seductora de la manera que mejor
disfrutaba en un héroe oscuro. Era fuerte, aunque asumí que
tenía una especie de rango, basado en lo que Anastasia había
mencionado.
El corpulento, a un lado del chico de cabello oscuro, se
rio, su labio superior curvado. Tenía la sensación de que era su
expresión normal gracias a la genética, y no debería sentirme
ofendida. Qué desafortunado para sus padres.
Esperé a que el chico de cabello oscuro apartara la
mirada, pero él fijó sus ojos tercamente en los míos. Un
desafío para evaluar la facilidad con que podía romperme, o
algo más insinuante, no me importaba. No toleraría ser
acosada a causa de mi sexo.
Todos estábamos aquí para aprender. Él era quien tenía
un problema, no yo. Tal vez era hora de que los padres
enseñaran a sus hijos a comportarse con las mujeres jóvenes.
No nacieron superiores, sin importar cómo la sociedad los
condicionara falsamente. Todos éramos iguales aquí.
—¿Y bien?
—Estoy decidiendo, domnişoară. —Arrastró su mirada
perezosamente por cada centímetro de mi cuerpo,
inspeccionándome de cerca, luego tosió en su mano, sin duda
susurrando algo indecoroso, mientras el corpulento se echaba a
reír.
Un joven más delgado y ligeramente más pálido estaba
sentado al otro lado, moviendo sus ojos del chico de cabello
oscuro, a mí, luego a sus manos, su boca frunciéndose. Había
algo en su estructura ósea que me hacía pensar que estaban
emparentados. Sin embargo, su rostro era muy diferente. Echó
un vistazo a su alrededor, como si estuviera siguiendo a una
mosca que estaba aterrizando en diferentes lugares, y luego
zumbando fuera de su alcance. Parecía tan familiar…
Me quedé sin aliento cuando lo reconocí.
—Tú. Te conozco. —Había estado en el tren con Thomas
y conmigo. Estaba segura de ello. Había sido el pasajero
nervioso al que había querido interrogar. Se movió
nerviosamente en su asiento, mirando fijamente la veta de la
madera, ignorándome por completo. Su piel pareció
oscurecerse ante mi mirada.
Casi me había olvidado del molesto chico de cabello
oscuro, y casi extrañaba el fuego que iluminaba sus ojos,
mientras me recogía las faldas y me dirigía a una mesa para mí
sola.

Traducido por âmenoire

Corregido por Dai’


Salón comedor
Sală de mese
Castillo Bran
2 de diciembre de 1888
—Haces las mejores entradas, Wadsworth. La mitad de
los jóvenes de aquella mesa ahora quieren casarse contigo.
Tendré que trabajar el doble de duro en mis habilidades de
esgrima para defender tu honor.
Solté una exhalación mientras Thomas se doblaba en el
asiento frente a mí, su plato con una alta pila de entremeses de
diferentes regiones, seguramente destinado a complacer a
estudiantes de toda Europa. Y dulces. La señora Harvey había
tenido razón sobre su afinidad por los postres. Había estado
tan distraída por el chico que estaba segura que estaba a bordo
del tren que no había notado a Thomas cerca del bufet.
—Difícilmente creo que eso sea cierto. Simplemente hice
enemigos, es lo que hice. —Me robé un bizcocho de su plato
después que untara crema abundantemente sobre él—. De
cualquier forma, me desagradan todos los jóvenes de esa mesa,
Cresswell. Todavía no necesitas cambiar tu escalpelo por un
florete.
—Cuidado, ahora. Has pronunciado los mismos
encantadores sentimientos sobre mí. Me pongo celoso bastante
fácil. Quiero tener un duelo, no derribar la academia o
quemarla hasta las cenizas. Aunque eso, de hecho, podría
mejorar la actitud de Moldoveanu. ¿Prometes que me visitarás
en mi celda?
Sonreí a pesar del tema e inspeccioné a mi amigo.
—Sabes que nadie podría molestarme tanto como tú lo
haces, Cresswell. Por fortuna, se la pensarán dos veces antes
de burlarse de mí de nuevo.
—Estoy bastante seguro de que no será la última vez que
se burlen de ti. —Thomas sonrió mientras cubría otro
bizcocho con crema—. Los hombres disfrutan la caza. Ahora
has probado que no eres fácil de ganar, lo que te hace un reto
interesante. ¿Por qué crees que hay tantas cabezas montadas
en las paredes? Mostrar los trofeos de tus logros es como decir
«Soy fuerte y viril. Solo mira a esa cabeza de venado en el
estudio. No solo lo cacé, arreglé la trampa y lo atraje hacia mi
guarida. Aquí hay algo de brandy, vamos a golpear nuestros
pechos y a dispararle a algo».
—Entonces ¿estás diciendo que te gustaría atraparme y
colgar mi cabeza cortada encima de la repisa de la chimenea?
Eso es tan completamente romántico. Dime más.
—Ahem. —Alguien aclaró su garganta,
interrumpiéndonos—. ¿Les importaría si me siento aquí? ¿Vă
rog2?
Incluso estando sentado, Thomas de alguna manera se las
arregló para mirar por debajo de su nariz al chico de cabello
oscuro que se había reído groseramente de mí más temprano y
que ahora estaba de pie junto a nuestra mesa. Ahora no había
nada de alegría en la expresión de Thomas.
—Si prometes que serás amable. —Thomas empujó
lentamente su silla hacia atrás, las patas rechinando en protesta
contra el suelo. No se movió lo suficientemente lejos para
permitir que el joven se interpusiera entre nosotros. Me
recordó qué tan alto era y lo largas que eran sus extremidades
y cómo podía utilizar ambas cosas como otra arma en su
arsenal—. Odiaría ver a la señorita Wadsworth avergonzarte.
De nuevo.
La tensión se acumuló en él en espesas ondas, tan oscuras
y turbulentas que casi fui arrastrada por ellas. Nunca antes
había visto a Thomas mostrar emociones tan fuertes y pensé
que podría haber estado pasando algo más además de su
molestia en mi nombre. Quizás Thomas ya se había
encontrado con el chico de cabello oscuro y no había
trascurrido de manera muy positiva.
No se necesitaba mucho esfuerzo para deducir que esto
no terminaría bien. Lo último que cualquiera de nosotros
necesitaba enfrentar era que Thomas fuera expulsado por lo
que fuera que estuviera a punto de desatarse. Justo ahora, él
era por completo el villano con el rostro de un héroe.
—¿Cómo podemos ayudarlo, señor…? —permití que la
pregunta colgara en el aire.
Como si el infierno no estuviera desatándose a su
alrededor, el joven se inclinó hacia mí en una forma íntima, y
reconsideré quién estaba en peligro de ser expulsado de la
academia. Thomas podría muy bien ser quien me contuviera
de lanzarle una bien merecida bofetada.
—Me disculpo por mi conducta de más temprano,
domnişoară —dijo, su acento suave y rítmico—. También
ruego por su perdón hacia mis acompañantes. Andrei, —
Apuntó al bruto, quien asintió bruscamente en respuesta—, y
Wilhelm, mi primo.
Mi atención se arrastró de regreso hacia el joven pálido
del tren. El color de Wilhelm era incluso más oscuro que
antes. Un tono tan extraño. Parecía como si hubiera
conseguido manchas de polvo rojizo en su rostro. Nunca antes
había visto un salpullido tan horrible. Gotas de sudor se
formaron en la línea de su frente.
—Tu primo parece no encontrarse bien —dijo Thomas—.
Quizás deberías ocuparte de él en su lugar.
Observamos mientras Wilhelm levantaba un largo abrigo
negro alrededor de sus hombros y se encorvaba hacia la
puerta. Necesitaba hablar con él, descubrir lo que pudiera
saber sobre la víctima del tren.
El chico de cabello oscuro se movió en mi línea de
visión.
—Permite-mi să mă prezint. Eh… por favor, permítame
presentarme apropiadamente.
Ofreció una sonrisa tímida, pero se desvaneció un poco
cuando mantuve mi expresión neutra. Si pensaba que usar su
encanto en un nivel excesivamente alto haría que se ganara mi
simpatía, estaba bastante equivocado. Se sentó más derecho y
un aire de estatus lo recorrió como si fuera una capa de
terciopelo acomodándose en su lugar.
—Mi nombre es Nicolae Alexandru Vladimir Aldea.
Príncipe de Rumania.
Thomas resopló, pero el joven príncipe mantuvo su
mirada fija en la mía. Inhalé rápidamente, pero me aseguré de
que la sorpresa no se mostrara en mis rasgos, asumiendo que
había dicho su título con la esperanza de ver la reacción que
había obtenido de otros hombres y mujeres jóvenes.
Mi sospecha se confirmó cuando su sonrisa vaciló, luego
se desvaneció por completo mientras más tiempo me quedaba
sin reaccionar. No me permitiría ser tratada tan pobremente,
luego extasiándome al siguiente respiro. Su título muy
seguramente podría comprar muchas cosas, pero no podría
comprar mis afectos.
Toda la habitación pareció quedarse en silencio como un
servicio de iglesia mientras esperaban que hablara. O me
inclinara. Probablemente estaba rompiendo todas las formas
de protocolo al no levantarme de inmediato e inclinarme en
una reverencia. Sonreí dulcemente y me incliné.
—Diría que es un placer conocerlo, Su Alteza, pero fui
enseñada a no decir mentiras.
Para evitar ser completamente indecente, ofrecí una ligera
inclinación de mi cabeza y me puse de pie. La expresión del
rostro del Príncipe Nicolae fue excepcional. Como si me
hubiera quitado el guante y lo hubiera abofeteado delante de
todos estos testigos. Casi sentí pena por él, probablemente era
la primera vez que alguien lo había ofendido tan
despiadadamente. ¿Lo que sea que hiciera con alguien que no
estuviera a la expectativa de cada una de sus palabras
principescas?
—Señor Cresswell. —Asentí hacia mi amigo—. Lo veré
afuera.
El chico con los rizos rojos, sentado cerca, sacudió su
cabeza mientras reunía mis faldas. No podía decir si estaba
impresionado o indignado por mi audacia. Sin mirar atrás, salí
de la habitación. Sonidos de repiqueteo de tenedores cayendo
en los platos, mezclados con la profunda risa de Thomas, me
acompañaron hacia el pasillo, donde me permití una pequeña
risa. Incluso los hermanos italianos habían levantado su
atención de sus estudios, sus ojos tan abiertos como placas
Petri.
Mi satisfacción se interrumpió cuando noté al Director
Moldoveanu de pie cerca de la puerta abierta, una vena
pulsando en su frente. Se movió suavemente hacia mí y juré
que una gran bestia alada estaba acechando detrás, garras
rasgando la piedra. Parpadeé. Solo era su sombra, proyectada
como enorme por la luz de la antorcha.
—Cuidado de quién se hace enemiga, señorita
Wadsworth. Odiaría que más tragedia le ocurriera a su ya
fracturada familia. Hasta donde entiendo, el nombre
Wadsworth y su linaje están casi borrados de la existencia.
Me encogí. Padre había publicado un obituario más bien
vago relativo a la muerte de mi hermano, aunque el director
sonaba como si sospechara de un juego sucio. Me inspeccionó
más de cerca, su labio echado hacia atrás en lo que era o una
sonrisa o una mueca de desdén.
—Me pregunto cuán fuerte permanecería su padre si algo
terrible le sucediera la última hija que le queda. El opio es un
hábito desagradable. Del cual es bastante difícil recuperarse
por completo. Aunque estoy seguro que es consciente de ello.
Parece ser alguien moderadamente inteligente. Para ser una
chica. Espero haber sido claro.
—¿Cómo es que…?
—Es mi deber desenterrar cada dato sobre mis
potenciales alumnos. Y me refiero a cada pequeña migaja. No
cometa el error de creer que sus secretos siguen siendo suyos.
Los descubro tanto de los muertos como de los vivos.
Encuentro que la verdad paga bastante bien una vez que se
descubre.
Una espiral de miedo escurridizo se retorció en mis
intestinos. Me estaba amenazando y no había una cosa que
pudiera hacer al respecto. Me miró fijamente durante un
segundo más, como si pudiera fulminarme con la mirada y que
dejara de existir, luego se marchó hacia el salón comedor. Me
desplomé solo después que se hubiera ido hasta el otro lado de
la habitación.
—El desayuno se ha terminado —anunció—. Pueden
hacer lo que deseen durante el resto del día.
Rápidamente corrí hacia mi habitación para buscar mi
abrigo de invierno y un nuevo par de guantes, ansiosa por estar
en el exterior de este miserable castillo y sus miserables
habitantes.

Traducido por Smile.8


Corregido por Dai’
Camino a través del bosque
Potecă
Braşov
2 de diciembre de 1888

—El Príncipe Pomposo podría no ser tu mayor


admirador, Wadsworth. —Thomas me empujó con el hombro,
haciendo un terrible trabajo en ocultar su satisfacción por mi
nuevo enemigo mortal—. Una vez que Moldoveanu se fue,
incluso rompió un plato contra la pared y se cortó los dedos.
Sangre salpicada en los huevos. Muy dramático.
—Suenas un poco celoso por no haber pensado en romper
la vajilla primero.
Me resbalé sobre un adoquín helado, y Thomas me
estabilizó, dejando caer mi brazo lentamente y deteniéndose a
una distancia casi respetable. La emoción estuvo presente en
cada uno de sus movimientos. Estaba prácticamente saltando
hacia Braşov, también conocida como la Ciudad de la Corona,
de acuerdo con sus bromas sin fin.
Había visto a Wilhelm escabullirse fuera del castillo,
tambaleándose un poco aquí y allá, y corrí a buscar a Thomas.
Deseaba hablar con el chico y preguntarle lo que había visto
en el tren, a pesar de que parecía decidido a evadirme a toda
costa. Su evasión solo hacía que su culpabilidad pareciera más
probable.
La piel de Wilhelm parecía un poco… no podía estar
segura. El tono oliva parecía como si hubiera sido
reemplazado casi por completo con manchas oscuras. Como si
la fiebre hubiera causado un profundo enrojecimiento. Podría
haber jurado que era incluso peor que en el comedor. Traté de
pensar en cualquier infección conocida que pudiera causar dos
erupciones distintas, pero no podía recordar ni siquiera una.
Ciertamente no era escarlatina, reconocería esos síntomas en
cualquier lugar.
Caminamos detrás de Wilhelm a suficiente distancia
como para que no se diera cuenta o asumiera que nos
dirigíamos a la aldea para nuestros propios fines. Quería
estudiarlo, ver a dónde iba primero. Quizás después
ganaríamos algo de información adicional. Si lo asaltábamos
con preguntas ahora, seguramente cambiaría su curso. Le
había contado a Thomas mis sospechas, y estuvo de acuerdo
en que era la mejor acción a tomar.
Mantuve mi atención en el suelo, observando las huellas
que Wilhelm dejó en la nieve recién caída y los pasos grandes
y constantes que había hecho. El trastabillar parecía haberse
detenido, aunque un nuevo manchón de vómito humeante
estaba justo fuera del camino. No lo inspeccioné de cerca y me
alejé lo más rápido que pude. Quizás Wilhelm estaba
simplemente de camino a ver alguien para un remedio para su
dolencia. Aunque por qué iba a viajar hasta el pueblo y no
preguntar por un médico en el castillo era extraño.
Metí las manos en mis bolsillos y casi me resbalé de
nuevo. Me había olvidado del pergamino con todo el alboroto
en el comedor. Miré alrededor, asegurándome de que Thomas
y yo estábamos solos en el camino, salvo por Wilhelm, quien
estaba demasiado lejos para notarnos. Me detuve y hurgué en
mi bolsillo, notando que el papel ya no estaba allí.
—Dime que no renuncié a mi indecoroso hábito de fumar
solo para que tú lo tomaras.
—¿Perdón? —Palpé los bolsillos de la falda, los bolsillos
interiores de la chaqueta de invierno. Nada. Mi corazón dio un
vuelco. Si no se lo hubiera mostrado a Anastasia y a Ileana
esta mañana, podría estar preocupada de que simplemente
hubiera imaginado el dibujo. Giré los bolsillos hacia fuera,
estaban vacíos.
—¿Qué estás buscando, Wadsworth?
—Mi dragón —dije, tratando de recordar si lo había
colocado de nuevo en el bolsillo antes de ir al comedor—.
Debo haberlo dejado en mis habitaciones.
Thomas me miró por un momento con la expresión más
extraña.
—¿Dónde encontraste este dragón? Estoy seguro de que
todo tipo de científicos querrían hablar contigo y ver el
espécimen. Lo suficientemente pequeño como para caber en tu
bolsillo, también. Un gran descubrimiento.
—Era un dibujo que estaba en mi compartimiento del tren
—dije, dejando escapar un profundo suspiro—. Lo encontré
después de que los guardias vinieran a llevarse el cuerpo.
—Oh. Ya veo. —De repente se dio la vuelta y continuó
hacia el pueblo, y me dejó con la boca abierta a su paso.
Tomé mis faldas, consciente de no exponer ninguna zona
por encima de mis botas, y corrí tras él.
—¿Qué fue eso?
Thomas asintió al arbusto y las zarzas en el borde del
camino. Seguí su mirada y noté lo que parecían ser huellas
frescas de un gran perro en la nieve cerca del borde del
bosque. Parecían seguir el camino del vómito de Wilhelm.
Esperaba evitar que ambos contrajéramos lo que sea que
estuviera padeciendo, y el animal que lo estaba siguiendo. Vi
al chico tambalearse de nuevo a lo largo del camino, casi
llegando hasta la colina. Quería correr tras él y ofrecerle un
brazo, de verdad no se veía bien.
Thomas corrió a través de la nieve, manteniendo su
atención en nuestro compañero de clase.
—No queremos quedarnos atrapados aquí una vez que el
sol se ponga más tarde —dijo Thomas—. Es invierno, y el
alimento es escaso en el bosque. Mejor no tentar a nuestro
destino arriesgándonos a un encuentro con los lobos.
Por una vez, estaba demasiado molesta como para
imaginar el bosque volviendo a la vida con las bestias.
Aceleré, mi enfoque establecido por completo en Thomas
mientras lo alcanzaba.
—¿Vas a fingir que no pregunté por ese dragón?
Se detuvo y levantó el sombrero de su cabeza, sacando el
poco de nieve que había caído de las ramas por encima de
nosotros antes de ponérselo de nuevo.
—Si quieres saberlo, lo dibujé.
—Oh. —Mis hombros cayeron. Debería haber sido feliz
porque no hubiera nada más siniestro en el dibujo, aliviada de
que un asesino no se hubiera colado en mi compartimiento y
dejado una pista provocadora. Y, sin embargo, no podía negar
mi decepción—. ¿Por qué simplemente no me lo dijiste antes?
—Porque no tenía intención de que lo vieras —dijo con
un suspiro—. Parecía un poco grosero simplemente decir:
«Perdona. Por favor no preguntes por el dragón. Es un tema
muy delicado por el momento».
—No sabía que dibujabas tan bien.
Incluso mientras lo decía, algo empujó los bordes de mi
memoria. Thomas encorvado sobre un cadáver en el
laboratorio de Tío, dibujando imágenes muy precisas de cada
autopsia, las manos manchadas de tinta y carbón que no se
molestaba en limpiar.
—Sí, bien. Es un rasgo de familia.
—Era… precioso —dije—. ¿Por qué un dragón?
Thomas puso su boca en una línea sombría. No esperaba
que respondiera, pero tomó una respiración profunda y
respondió en voz baja:
—Mi madre tenía una pintura hecha así. Recuerdo
mirarla mientras ella se estaba muriendo.
Sin pronunciar otra palabra, se marchó por la nieve. Así
que era eso. Habíamos llegado demasiado cerca de una valla
emocional que había erigido hacía mucho tiempo. Nunca
hablaba de su familia, y yo deseaba conocer más detalles de
cómo había llegado a ser así. Me centré y me apresuré tras él,
notando con una sacudida que Wilhelm ya no estaba a la vista.
Me moví tan rápido como pude, a pesar de que parte de mí
ahora se preocupaba por qué no había nada fuera de lo
ordinario en el viaje en tren de Wilhelm. Se trataba
simplemente de otra fantasía conjurada por mi maldita
imaginación.
Estábamos casi en Braşov, y estaba bastante harta de
chapotear a través de la nieve y el hielo. El dobladillo de mi
falda estaba empapado y estaba tan rígido como los dedos de
los cadáveres. Llevar pantalones ceñidos y mi traje de montar
hubiera sido una mejor idea. En realidad, permanecer dentro
del castillo y estudiar las vitrinas de anatomía y las cámaras de
taxidermia habría sido la idea más inteligente. No solo
estábamos perdiendo el tiempo tras un chico enfermo,
estábamos quedándonos miserablemente fríos y húmedos.
Estaba casi convencida de que podía sentir los zarcillos de
preocupación de mi padre por contagiarme de influenza por mi
sensibilidad.
—Ah. Ahí está. —Capté vistazos de los edificios que
Thomas señalaba, su sonrisa tornándose un poco más sincera.
Nada más que destellos de color a través de los árboles de hoja
perenne, pero la excitación urgió a mis pies a moverse más
rápido. Después, mientras bajábamos por otra colina, vi
plenamente la joya que había sido escondida entre las
montañas escarpadas.
Caminamos con dificultad por el camino cubierto de
nieve, nuestra atención fija en el colorido pueblo. Los edificios
estaban encajados como si fueran bonitas damas de compañía,
sus exteriores pintados de salmón, mantequilla y un pálido
azul océano. Había otros edificios, también, de piedra con
techos de color terracota pálido.
Una iglesia era el mayor espectáculo de todos, con su
cúpula gótica apuntando a los cielos. Desde donde estábamos,
podíamos ver su techo de tejas rojas extendiéndose sobre un
enorme edificio de piedra de color claro con vidrieras de
colores. Mis ojos picaron antes de parpadear mi asombro para
alejarlo. Tal vez el viaje no había sido una pérdida de tiempo,
después de todo.
—Biserica Neagră. —Thomas Sonrió —. La Iglesia
Negra. Durante el verano, las personas se reúnen para escuchar
la música del órgano que sale de la catedral. También cuenta
con más de cien alfombras de Anatolia. Es absolutamente
impresionante.
—Conoces los hechos más extraños.
—¿Estás impresionada? No me molesté en señalar que
había sido renovada tras un gran incendio, o que sus paredes
ennegrecidas son la razón por la que recibió su nombre. No
quiero que te desmayes. Tenemos un sospechoso por el que
preguntar.
Sonreí, pero me quedé en silencio, sin querer compartir
mi temor de que esto fuera una tarea de tontos. Wilhelm
probablemente había sido solo un pasajero en el tren y ya
estaba enfermo. Una enfermedad explicaba sus acciones
nerviosas; muy bien podría haberse sentido débil, y el estrés de
ser testigo de un asesinato fue demasiado.
Caminamos en silencio, llegando finalmente a la antigua
población. Tenía los pies entumecidos, pero ya no me sentía
como si hubiera estado pisando fuerte alrededor de trozos de
vidrio con solo mis medias. Liza estaría encantada con la
forma en que la nieve estaba espolvoreada sobre los tejados,
una pizca de azúcar electrificada por los rayos del sol. Tendría
que escribirle más tarde esta noche.
Reduje la velocidad hasta detenerme, escaneando las
calles de adoquines por la capa negra que pertenecía a
Wilhelm. Vi un aleteo de material oscuro desaparecer en una
tienda con un signo que no podía leer. Se lo señalé a Thomas.
—Creo que entró allí.
—Muéstrame el camino, Wadsworth. Simplemente estoy
aquí por mi fuerza bruta y mi encanto.
Entramos en una tienda que vendía pergamino, revistas y
todo tipo de cosas que uno necesitaría para escribir o dibujar.
No era un lugar extraño para que un estudiante visitara.
Wilhelm muy bien podría necesitar suministros para la clase.
Me arrastré por los pasillos estrechos apilados con papel
enrollado.
Había un agradable olor a tinta y papel que me recordó a
meter la nariz en un libro viejo. Las páginas antiguas eran un
olor que debía ser embotellado y vendido a los que adoraban el
aroma.
Sonreí al dueño de la tienda, un anciano con una
agradable sonrisa.
—Estamos buscando a nuestro compañero. ¿Creo que
entró hace un momento?
El anciano frunció el ceño y respondió rápidamente en
rumano, sus palabras demasiado rápidas para que las
procesara. Thomas dio un paso adelante y habló con la misma
rapidez. Siguieron hablando durante unos momentos antes que
Thomas se volviera hacia mí e hiciera un gesto hacia la puerta.
Al final había entendido de que hablaban, pero Thomas lo
tradujo de todos modos.
—Dijo que su hijo acaba de traer una nueva entrega, y
nadie más ha entrado en toda la mañana.
Miré por la ventana a una línea de tiendas. Sus signos y
ventanas dejaban claro qué mercancías vendían. Pasteles,
tejidos, sombreros y zapatos. Wilhelm podría haber entrado en
cualquiera de ellas.
—Podríamos dividirnos y comprobar cada negocio.
Dijimos adiós al dueño de la tienda y nos fuimos. Caminé
hasta la siguiente tienda y me detuve. Un vestido hecho para la
realeza estaba colgado con orgullo en el centro del aparador,
robándome el aliento. Tenía un corpiño con incrustaciones de
piedras preciosas de color amarillo pálido que gradualmente se
estrechaba en tonos de mantequilla, luego blanco invierno en
la cintura. Las faldas del vestido parecían como si nubes de tul
blanco, crema y amarillo pálido se arrastraran unas sobre otras
en la más magnífica pendiente.
Estaba cosido a mano por una mano hábil, y no pude
evitar acercarme para ver mejor. Presioné mi rostro contra el
grueso y ondulado vidrio que me separaba de la prenda. Las
piedras preciosas estaban derramadas por el corpiño de corte
bajo, como estrellas contra la luz del día.
—¡Qué exquisito arte! Es… el cielo. Es un sueño portátil.
O la luz del sol.
Era tan magnífico que me había olvidado de nuestra
misión por un momento. Cuando Thomas no respondió o
siquiera se burló por distraerme, me di la vuelta. Me estaba
observando con profunda diversión antes de salir de su propio
ensimismamiento. Enderezándose en toda su altura, señaló con
el dedo pulgar a la siguiente tienda.
—La línea del escote en esa belleza sin duda causaría un
alboroto. Y un buen número de… fantasías. —Esbozó una
sonrisa lobuna mientras cruzaba sus brazos—. No es que no
puedas manejarte con hordas de pretendientes luchando por ti.
Creo que te manejarías muy bien. Tu padre, sin embargo, dijo
que te acompañara a todas partes y que te mantuviera alejada
de los problemas.
—Si eso es cierto, entonces no debería haberte pedido
que me cuidaras.
—¿Oh? ¿Y qué me pedirías? ¿Debo renunciar a los
deseos de tu padre?
El destello de un desafío inesperado iluminó su rostro. No
había visto una expresión tan seria desde la última vez que me
tomó en sus brazos y permitió a sus labios la libertad de
comunicar sin palabras sus deseos más profundos. Me
encontré momentáneamente sin aliento mientras recordaba, en
vívido detalle, la sensación y exactitud de nuestro muy
equivocado beso.
—¿Qué quieres de mí, Audrey Rose? ¿Cuáles son tus
deseos?
Di un paso hacia atrás, con el corazón palpitando. Quería
más que nada contarle cuánto me asustaban mis recientes
fantasías. Quería asegurarle que me curaría con el tiempo. Que
de nuevo blandiría mi espada sin miedo de que los muertos se
levantaran. Deseaba que me prometiera que nunca me
encerraría si nos prometíamos. ¿Pero podía pronunciar tales
cosas mientras él estaba siendo tan vulnerable? ¿Admitir que
la fisura en mi interior estaba creciendo y que no sabía si
alguna vez sería reparada? ¿Qué quizás acabaría destruyéndolo
junto a mí?
—¿Ahora mismo? —Di un paso más cerca, observando la
columna de su garganta tensarse mientras asentía—. Me
gustaría saber qué vio Wilhelm en el tren, en todo caso. Quiero
saber por qué dos personas fueron asesinadas —estacadas en
el corazón— como si fueran strigoi. Y quiero encontrar pistas
antes de que tengamos otro potencial Destripador en nuestras
manos.
Thomas exhaló un poco demasiado alto para que fuera
casual. Una parte de mí deseaba retirarlo todo, decirle que lo
amaba y que quería todo lo que podía ver que ofrecía en sus
ojos. Quizás era la peor tonta. Mantuve mi boca cerrada. Era
mejor para él estar temporalmente consternado que
permanentemente herido por mis vacilantes emociones.
—Vayamos a cazar, entonces. —Ofreció un brazo—.
¿Bien?
Dudé. Por un momento me pareció ver una sombra
inclinarse hacia nosotros desde el edificio. Mi corazón se
aceleró mientras esperaba que su dueño diera un paso
adelante. Thomas siguió mi mirada, una arruga en su frente,
antes de girarse de nuevo para inspeccionarme.
—Creo que es mejor si nos separamos y encontramos a
Wilhelm, Cresswell.
—Como la dama desee.
Thomas se me quedó mirando un momento demasiado
largo, entonces me dio un casto beso en la mejilla antes que
supiera lo que estaba haciendo. Se echó hacia atrás lentamente,
la travesura parpadeando en sus ojos, mientras yo miraba
alrededor para ver si algún testigo había visto tal atrevimiento.
La sombra que había jurado que se movía en nuestra dirección
había desaparecido.
Sacudiendo la sensación de ser observada por cosas que
no podía ver, me admití que había sido superada por mi
imaginación una vez más y entré en la tienda de ropa. Pilas de
tejidos en ricos colores se derramaban de los rollos como si
fueran sangre de seda liberada de su huésped. Pasé mis manos
por los satenes y los finos tejidos mientras caminaba hacia el
escritorio cerca de la parte trasera.
Una mujer baja y oronda dijo hola.
—Buna.
—Buna. ¿Alguien ha estado aquí? ¿Un hombre joven?
Muy enfermo. Um… foarte bolnav.
La mujer de cabello gris no rompió su sonrisa con
hoyuelos, y esperaba que entendiera mi rumano. Su mirada
viajó sobre mí con rapidez, como si estuviera evaluando si
tenía alguna serpiente oculta bajo las mangas u otros trucos
sucios de los que debía cuidarse.
—Ningún hombre joven por aquí hoy.
En la pared detrás de ella, un boceto de una mujer joven
me llamó la atención. Había una serie de notas alrededor de la
imagen, escritas en rumano. Los escalofríos se apoderaron de
mi piel. El cabello rubio de la mujer me recordó a Anastasia en
cierto modo.
—¿Qué dice eso?
La dueña de la tienda apartó tiras de tela e indicó el
calendario en su mesa, apuntando con sus tijeras a Vineri.
Viernes.
—Desapareció hace tres noches. Fue vista caminando
cerca del bosque. Entonces nimic. Nada. Pricolici.
—Eso es horrible. —Mi respiración se detuvo por un
momento. Esta mujer realmente creía que un hombre lobo no-
muerto merodeaba por la zona, en busca de víctimas. Sin
embargo, era la idea de perderse en los terribles bosques lo que
hizo que mis piernas se debilitaran. Esperaba por el bien de la
chica que estuviera en un lugar seguro. Si la nieve y el hielo
hubieran caído durante toda la noche, le habría hecho la
supervivencia imposible.
Elegí unas nuevas medias y, después de pagarle a la
dueña, sustituí mis pares empapados con ellas. Eran gruesas y
cálidas e hicieron que mis pies se sintieran como si estuvieran
envueltos en suaves nubes.
—Gracias… multumesc. Espero que la chica aparezca
pronto.
Una conmoción afuera me llamó la atención. Vi hombres
y mujeres corriendo por la calle de adoquines, sus ojos muy
abiertos y sin parpadear. La amable dueña sacó un tubo de
hierro de detrás del mostrador, con su boca en una línea
apretada.
—Vuelve, chica. Esto no está bien. Foarte rău.
El miedo se cosió a mis venas, pero lo aparté. No
sucumbiría a tales emociones aquí. Estaba en un nuevo lugar y
no debía caer en los antiguos hábitos. Sin importar que algo
fuera muy malo. No había nada de lo que temer más que
nuestras propias preocupaciones. Estaba bastante convencida
de que nadie estaba cazando a las personas por estas calles,
especialmente durante el día.
—Estaré bien.
Sin vacilar, abrí la puerta, recogí mis faldas, y corrí hacia
la pequeña multitud que había surgido cerca de un callejón al
final de la zona comercial.
Escalofríos invadieron las grietas de mi armadura
emocional, deslizando sus dedos helados por mi piel. Cedí
ante su insistencia y me estremecí en la luz menguante de la
mañana.
Otra tormenta se acercaba. Trozos de hielo y nieve caían
bajo una nube gris enfadada, una advertencia de que vendrían
cosas peores. Cosas mucho peores.
Traducido por flochi

Corregido por Bella’


Calles de la aldea
Străzile din sat
Braşov
2 de diciembre de 1888

Me agaché, lo suficiente para mirar entre la gente a


medida que se movían alrededor de la escena. Mi primer
vistazo a lo que les había llamado la atención fue un pie que le
pertenecía a alguien yaciendo en el suelo cubierto de nieve.
A juzgar por el tipo de calzado, a quien sea que los
aldeanos miraban era un hombre. El pánico me penetró de
nuevo cuando escaneé la multitud.
Buscaba a un inconfundible joven alto. Uno con cejas
rectas y una inclinación torcida en su boca. Thomas no se
encontraba por ninguna parte. Él siempre estaba donde
acechaban los problemas. Algo frío y pesado se reunió en mi
centro.
—No.
Me abalancé como si no fuera más que una marioneta de
una cuerda. Si algo le sucediera a Thomas… No pude terminar
el pensamiento. El temor vibró en mis células.
Usando mi estatura más pequeña, me abrí paso a través
de los jovencitos a empujones, el terror dotándome de fuerza y
una reserva de acero conforme serpenteaba a través de sus
miembros. Empujé a uno cuando no se movió y éste se tropezó
contra alguien más. Comenzaron a gritar en rumano, y por lo
que interpreté, no estaban intercambiando cumplidos. Sabía
que estaba siendo imperdonablemente grosera, pero si Thomas
había sido lastimado, yo habría buscado a través de todo el
país si tenía que hacerlo, dejando huesos y ceniza a mi estela.
Cuando el cuerpo finalmente apareció ante mi vista,
apreté los dientes, conteniendo la sorpresa. Acostado sin vida
estaba Wilhelm. Cerré los ojos, aliviada de que no fuese
Thomas y me sentí horrible por ello. Era despreciable, y ni
siquiera era la primera vez que había experimentado alivio a
expensas de alguien más.
Una vez que el monstruoso sentimiento pasó, giré toda mi
atención al chico. No había una herida a simple vista desde
donde estaba parada. A juzgar por la extrema quietud, supe
que Wilhelm no respiraba; ningún vaho de aliento soplado en
el frío aire. No obstante, parecía haber una ligera decoloración
y espuma alrededor de su boca.
Además de él desplomado, no había ninguna perturbación
en la nieve a su alrededor. Nadie había intentado revivirlo o
incluso tocarlo. No es que imaginara que lo harían. A menos
que hubiera un médico cerca, nadie estaría entrenado. En todo
caso, los aldeanos podrían tener demasiado miedo para
acercarse. Los músculos en mi abdomen se retorcieron. Era tan
joven. Debí haber confiado en mis instintos antes cuando él
estaba evidentemente angustiado.
Me moví más cerca, notando un juego de pisadas a pocos
centímetros dirigiéndose por el callejón. Entrecerré mis ojos,
preguntándome si era el camino que el asesino había tomado.
Tal vez Wilhelm había muerto de causas naturales, aunque los
jóvenes no solían desplomarse mientras caminaban por las
aldeas. Claro, su piel tenía un tinte rojizo, pero no creía que
hubiera estado tan enfermo como para tener una muerte
repentina.
Hojeé a través de páginas de teorías médicas y
diagnósticos en mi mente. Un aneurisma no estaba
completamente fuera de discusión, supuse; eso podría explicar
la falta de herida y leve espuma en la boca. Pero no respondía
el misterio de su decoloración.
Alguien tendría que enviar por el director. Uno de sus
estudiantes estaba muerto. Y no había mejor lugar para el
examen forense que nuestra cercana academia. Al menos, esa
era una tenue luz entre todo este horror.
Me agaché, esforzándome para no tocar a Wilhelm y
arriesgarme a contaminar la escena. Las lecciones de Tío
entraron en mi cerebro. Si había malas intenciones
involucradas, nuestro asesino probablemente estaba presente,
mirando. Miré a la multitud, pero nadie resaltaba.
Hombres y mujeres, de todos los tamaños y edades,
miraban con fijeza. Susurraban acusaciones en un su idioma
extranjero, pero podía notar la desconfianza en sus rasgos. La
manera en que entrecerraban los ojos, la manera en que
muchos se persignaban o distraídamente tocaban artículos de
culto en sus personas, como reafirmando la presencia de Dios
aquí.
Dejando al Señor fuera de la ecuación, intenté recordar
cualquier otra enfermedad repentina que podría haberse
llevado a mi compañero de clases. Dudaba que un infarto de
miocardio lo haya matado.
A menos que tuviera un corazón enfermizo desde
pequeño. Una posibilidad tan fuerte como cualquier otra. Mi
madre había sufrido de tal condición; tuvimos suerte que no
fuese arrebatada de nosotros antes. Nathaniel había dicho que
su voluntad de hierro había sido lo que la mantuvo con vida
por tanto tiempo.
Volví a mirar fijamente las huellas de pisadas, con mi
estómago hundiéndose. Probablemente no tenían relación y
Wilhelm había sucumbido de lo que sea que había estado
padeciendo. El asesinato anterior que había ocurrido en esta
aldea era contundente: un hombre había sido atravesado en el
corazón por una estaca, no asesinado de alguna manera no
identificable que parecía a casas naturales.
—¿Tiene problemas de audición, señorita Wadsworth?
Ante el sonido de la profunda voz de Moldoveanu, me
giré del cuerpo y me puse de pie. Mis mejillas ardieron cuando
me di cuenta que debió estar llamándome por durante algún
tiempo para inyectarle ese veneno extra a su tono. El director
ciertamente había llegado a la escena con rapidez. Todo su ser
era imponente, cerniéndose sobre mí y el cuerpo a mis pies.
Algún mecanismo innato me instó a retroceder un paso. Miré
alrededor, buscando a Thomas.
—No, director. Estaba pensando.
—Claramente no es su punto fuerte, señorita Wadsworth.
—La mirada del director Moldoveanu me cortó por la mitad
—. Muévase a un lado y déjeme hacer el verdadero trabajo.
Nunca antes, en toda mi vida había tenido un deseo tan
feroz de atacar verbalmente a alguien. Ni siquiera tuvo que
decir lo que insinuaba tan abiertamente: que los hombres
pueden manejarlo mejor.
Una mujer cerca del cuerpo limpió las lágrimas del rostro
de su niño, chillando algo que puso a la multitud a discutir de
nuevo. Moldoveanu ladró órdenes en rumano para que todo el
mundo permaneciera atrás, impidiendo que la multitud
siguiera agitándose.
—Apártese de mi camino antes de que muera congelado.
—Apretó sus dientes y habló en inglés con lentitud, como si
yo fuera una completa idiota—. Esto no es una excursión a la
modista, aunque tal vez sea allí a donde verdaderamente
pertenezca.
El calor encendió mis mejillas una vez más. Di un
pequeño paso a un lado, pero me negué a moverme al anillo
exterior de la multitud. No me importaba si me expulsaba del
curso por mi insubordinación. No sería tratada como si mi
mente fuera inferior porque había sido bendecida con la
capacidad de tener hijos. Me grité mentalmente dejarlo pasar,
pero no podía obedecer la simple orden, al demonio las
consecuencias.
Me levanté.
—Pertenezco a un bisturí en las manos, señor. No tiene
derecho a…
Por el rabillo del ojo, pude haber jurado que el dedo de la
víctima se movió. Mi sangre se heló junto con las palabras
groseras que quería decir al director. Pensamientos de
máquinas eléctricas mortales, corazones accionados a vapor y
órganos robados destellaron en mi mente. Todo a mi alrededor
quedó inmóvil en un silencio ensordecedor: el tenor de voces
murmuradas, la burla de Moldoveanu, los sollozos y rezos
susurrados, mientras mi memoria me torturaba con imágenes
del cuerpo sin vida de mi madre luchando por volver de la
muerte.
Todavía podía ver sus brazos y torso tambaleándose de la
mesa. Todavía olía el olor acre de carne y cabello quemados
flotando por el laboratorio. Dulce y asqueroso. Esa sensación
horrible y ansiosa de miedo y esperanza mientras buscaba a
tientas un pulso que hace tiempo se había detenido.
Una persiana se soltó con una ráfaga de viento,
golpeándose contra la pared cercana de una ventana
ensombrecida que daba al callejón. Las cortinas revolotearon
hacia dentro y casi estuve segura de haber visto una figura
encapuchada desvanecerse dentro de sus sombríos pliegues.
Me tambaleé hacia atrás, ignorando los maliciosos susurros de
los aldeanos que atravesaban mi desmoronada pared
emocional, y corrí.
Había pasado lo mismo casi cada vez que examinaba un
cadáver. Necesitaba aire. Necesitaba dejar esas imágenes en
paz o de lo contrario, me convertiría en el fracaso que el
director Moldoveanu pensaba que era. Corrí doblando en la
esquina y me detuve, jadeando al tiempo que miraba fijamente
la pared de ladrillos. No era una persona religiosa, pero rogué
no tener nauseas. No aquí, probablemente en frente del
horrible director.
Una lágrima se abrió paso por debajo de mi párpado. Si
no podía encontrar una manera de hacer desaparecer mis
fantasmas, no lograría pasar este curso y ganarme la admisión
a la academia.
Gruesas sombras como el alquitrán cruzaron mi vista y
supe quién estaba allí antes de que hablara. Alcé una mano,
deteniéndolo.
—Si dices algo de lo que sucedió allá, no volveré a
hablarte de nuevo, Cresswell. No me presiones.
—Saber que no soy el único caballero al que le dice cosas
tan encantadoras es reconfortante, Domnişoară Wadsworth.
Aunque no completamente sorprendente.
Me di la vuelta, sorprendida de encontrarme frente al
Príncipe Nicolae. Un músculo latía en su barbilla como si
estuviera conteniendo algo más grosero. Su expresión era una
daga finamente afilada, cortando en cada sección de mi rostro
donde aterrizaba.
—He escuchado los rumores sobre su implicación con los
asesinatos del Destripador. Aunque todavía no me he
impresionado, la voy a estar observando. —Lentamente me
rodeó—. La vi siguiendo a mi primo; no puede negarlo. Luego
mirando su cuerpo como si se tratara de una delicia que
probar. Tal vez le dio algo fatal. Me dijo que usted estuvo en el
tren, viajando a Bucarest con él. Una oportunidad, ¿verdad?
Parpadeé. Seguramente no creía que abandonaría el
estudio de la muerte para crearla.
—Yo…
—Está blestemat —prácticamente gruñó—. Maldita. —
Un sollozo interrumpió mis pensamientos mientras el príncipe
de limpiaba furiosamente los ojos y se daba la vuelta.
Cerré la boca. Lo que sea que estuviera diciendo en este
momento, la ira y las acusaciones… era el dolor el que
hablaba. Atacaba. Buscando algún sentido en una parte de la
vida sobre la que no teníamos control. Conocía demasiado
bien ese sentimiento. Hice para alcanzarlo, y luego dejé caer
mi mano enguantada. Este era un dolor que no quería
compartir con nadie. Ni siquiera alguien que se consideraba un
enemigo.
—La… lamento su pérdida. Sé que las palabras son
vacías, pero en verdad lo lamento.
El Príncipe Nicolae alzó sus ojos hacia los míos y apretó
los puños.
—No tanto como lo lamentará.
Regresó al callejón y me dejó sola temblando. Si no
estaba maldita antes, ciertamente se sentía como si él hubiera
liberado alguna oscuridad sobre mí con esa proclamación.
Nieve y granizo comenzaron a caer un poco más pesadamente,
como si el mundo estuviera ahora llorando mi eventual
pérdida.
Thomas se deslizó por la esquina en el mismo momento
en que el príncipe salía del callejón, chocando su hombro
contra el de mi amigo. Ignorando el desaire, Thomas caminó
hacia mí, las comisuras de su boca hacia abajo ante lo que vio
en mi expresión.
—¿Te encuentras bien, Wadsworth? Estaba en una
discusión interesante con el… panadero y vine tan rápido
como pude.
Mi aliento hacía vapor frente a mí. No deseaba saber por
qué estaba peleando con un panadero. O si incluso era la
verdad basada en su leve vacilación. Aunque fue difícil
mantener cualquier sentimiento de preocupación con esa
imagen ridícula invadiendo mi mente.
—El Príncipe Nicolae piensa que soy responsable por la
muerte de Wilhelm. Al parecer nos vio siguiéndolo y no le
parecí lo bastante consternada por la vista del cadáver de su
primo.
Thomas se quedó inusualmente silencioso por un
momento, estudiando mi rostro con cuidado. Luché contra la
urgencia de moverme incómoda bajo su inspección.
—¿Cómo te sentiste acerca de ver el cuerpo?
La nieve penetraba mi abrigo, provocando un escalofrío
involuntario. Thomas hizo ademán de ofrecerme su abrigo de
lana más caliente, pero negué con la cabeza, sin preocuparme
por el trasfondo de su pregunta. De ninguna manera podría
enfrentarme a esta academia y su infortunio si sabía que
Thomas también dudaba de mí.
—Me sentí como cualquiera estudiante de medicina
forense debería sentirse. ¿Qué estás preguntando en verdad,
Cresswell? ¿Piensas que soy incapaz, como nuestro director
piensa?
—Para nada. —Señaló el final del callejón, donde la
multitud se estaba haciendo más grande a cada minuto—. Sin
embargo, estar afligida o afectada por algo no te hace débil,
Wadsworth. A veces la fuerza es saber cuándo preocuparte un
poco por ti misma.
—¿Es eso lo que debería hacer? —pregunté, mi voz
mortalmente tranquila.
—¿Si quieres la verdad? Sí. —Thomas se irguió más alto
—. Creo que sería reparador para ti reconocer el hecho de que
solo han pasado pocas semanas desde tu pérdida. Necesitas
tiempo para llorar la muerte. Creo que deberíamos regresar a
Londres, podemos aplicar para la academia de nuevo en
primavera.
Me quedé allí, mi mente dando vueltas. Seguramente
Thomas y yo no estábamos teniendo una conversación sobre lo
que él consideraba mejor para mí. Antes de que pudiera
formular una respuesta, siguió.
—No hay razón para que tengamos que estar aquí ahora,
Wadsworth. Tu tío es un maestro excepcional y continuaremos
aprendiendo bajo su tutela hasta que estés bien. —Respiró
hondo como reuniendo coraje para seguir—. Le escribiré a tu
padre de inmediato y le informaré nuestro cambio de planes.
Es lo mejor.
Barrotes imaginarios surgieron a mi alrededor,
encerrándome. Precisamente esta era la razón para mi
inquietud respecto a un compromiso matrimonial. Podía sentir
mi autonomía escurriéndose entre mis dedos cada vez que
Thomas ofrecía consejos sobre lo que debía hacer. ¿No era así
cómo funcionaba? Los derechos y necesidades básicas eran
lentamente minados por la idea de alguien más sobre cómo
uno debería actuar.
Nunca sabría lo que era lo mejor para mí con alguien
ofreciendo consejo no requerido a cada paso. Los errores eran
una experiencia de la que se aprendía, no el final del universo.
Así que, ¿qué si estaba cometiendo uno ahora, empujándome a
seguir en vez de enfrentar los fantasmas del pasado? La
decisión debía tomarla yo, no cualquier otro. Pensé que
Thomas sabía eso sobre mí. Y una vez lo hizo, pero de alguna
manera ya no pensaba con la cabeza. En alguna parte a lo
largo de la línea, el señor Thomas Cresswell —o más bien, el
autómata insensible que había sido acusado de ser— se había
convertido en un hombre de corazón tierno.
No podía soportar que se metiera en un papel masculino
aprobado por la sociedad y me tratara como si fuera algo para
ser protegido y mimado. Lo respetaba y admiraba y esperaba
lo mismo a cambio. Sabía que necesitaba ser dura para hacerlo
regresar a ser él mismo, aunque no me gustaba la tarea.
Los corazones eran hermosamente feroces, sin embargo,
cosas frágiles. Y no deseaba romper el de Thomas.
—Si hay una cosa que deba escuchar, señor Cresswell —
dije, mi voz firme y sin alterarse—, que sea esto. Por favor, no
cometa el error de decirme lo que es mejor para mí, como si
usted fuera la única autoridad en el asunto. Si desea regresar a
Londres, es libre de hacerlo, pero no lo acompañaré. Espero
haber dejado esto perfectamente claro.
No esperé a que respondiera. Me di la vuelta y me dirigí
al castillo, dejando tanto a Thomas y a nuestro compañero de
clases caído atrás al mismo tiempo que mi corazón vacilaba.
Traducido por Cat J. B

Corregido por Bella’


Aposentos de Anastasia
Camera Anastesiei
Castillo Bran
2 de diciembre de 1888

—Ileana dijo que el Príncipe Nicolae no ha hecho nada


más que destrozar su habitación desde que trajeron el cuerpo
de Wilhelm. Tu clase preformará la autopsia mañana, luego de
que Tío lo inspeccione.
Anastasia despidió a su doncella abruptamente y se puso
de pie frente a su espejo, desenterrando pasadores de sus
trenzas doradas y reordenándolas en un intrincado diseño
alrededor de su coronilla. Su recámara era un poco más grande
que la mía y se encontraba en el piso encima de nuestros
salones de clases. Moldoveanu se aseguraba de que a su pupila
no le hiciera falta nada. Era una indicación de que a pesar de
todo tenía corazón.
Mi nueva amiga parloteaba sobre las habladurías que
rondaban por el castillo acerca del príncipe, pero me encontré
divagando sobre el propio edificio. Mientras que la academia
estaba mayormente vacía por las fiestas de Navidad, salvo por
nuestro grupo de asistentes esperanzados y los esqueléticos
empleados del castillo, los corredores que llevaban a estas
habitaciones estaban llenos de recovecos y rincones que
contenían tanto esculturas científicas como religiosas. Tapices
que representaban empalamientos y otras escenas mórbidas
colgaban entre los recovecos. Anastasia me dijo que eran
eventos del reinado de Vlad, victorias inmortalizadas en esos
pasillos.
En un pedestal, se encontraba un tórax en una caja de
cristal, en otro los pulmones. En uno que no me atreví a
inspeccionar de cerca había una serpiente enroscada alrededor
de una cruz. Algunas partes del corredor me recordaban al
laboratorio de Tío con su colección de especímenes. Otras
secciones me ponían los pelos de punta. Aunque prefería estar
perdida en mis pensamientos sobre el oscuro castillo que
enfrentar la actual conversación sobre Nicolae.
—La conducta violenta indica une inestabilidad
emocional, según un diario que leí el verano pasado —dijo
ella, sin inmutarse por el hecho de que yo no respondiera—.
Probablemente afectará la estadía del Príncipe Nicolae aquí.
Dudo que recupere la compostura antes de que termine el
curso de evaluación. Una pena por él. No tanto por el resto de
ustedes.
Cotillear sobre el príncipe mientras él estaba de luto por
la pérdida de su primo me hacía sentir culpable. Quería ganar
un lugar permanente en la academia, pero no quería que mi
entrada estuviese basada en una competición injusta. O falta
de competición por una muerte repentina. Suponía que
también me sentía un poco enferma por la forma en que le
había hablado a Thomas antes de dejarlo en el callejón. El
cuerpo sin vida de Wilhelm vino a mi mente. Tampoco podía
dejar de preocuparme por la reacción que había tenido al ver el
cuerpo. Cada vez que me acercaba a un cadáver, recordaba
cosas que deseaba olvidar.
Si no lidiaba pronto con esos terrores, no sobreviviría en
la academia. Un hecho, sospechaba, que complacería al
director Moldoveanu. Cambié de posición en el gran sofá,
recorriendo los brazos de madera con mis manos enguantadas.
—¿Por qué tu tío permite que entren mujeres jóvenes a la
academia si detesta nuestra presencia?
—Él no es técnicamente mi tío. —Anastasia agarró su
diario—. Aunque lo habría sido si mi tía no hubiese sido
asesinada.
—Lamento oír eso —dije, sin querer entrometerme ni
hacer preguntas escabrosas—. Perder a un ser querido es una
de las cosas más terribles que una persona puede padecer.
—Gracias. —Me ofreció una sonrisa triste—. Mi tía no
estaba interesada en ser una dama mimada, encerrada y
manejada por su marido. Moldoveanu la respetaba. Nunca la
presionó para que permaneciera a su lado.
Anastasia se colocó un mechón de cabello detrás de la
oreja, y yo agradecí la breve pausa en la conversación. Estaba
momentáneamente asombrada. La situación de Moldoveanu
con su prometida era muy similar a lo que me había hecho
enojarme con Thomas. Eso no hacía que perdonara al director
por su reprobable actitud, pero sí lo entendía un poco mejor.
—Después de que encontraron su cuerpo, él cambió —
dijo Anastasia—. Sé que es difícil de creer, pero él es tan frío
porque cree que eso puede salvar una vida algún día. También
es por eso que no tengo permitido convertirme en una
estudiante, aunque él a veces me permite entrar a hurtadillas
en las clases.
Anastasia abrió su diario, y yo no la presioné en busca de
más información sobre el asesinato de su tía. Miré alrededor
en busca de una distracción y noté que un libro de frases en
latín yacía abierto en la mesa frente a mí. Necesitábamos ser
competentes en latín para pasar este curso. Otra cosa en la que
yo necesitaba mejorar, aunque tenía un conocimiento decente
y básico, gracias a las lecciones de mi tío. Los segundos
pasaron lentamente en silencio. No podía dejar de ver la
mirada de dolor en el rostro de Thomas.
Tironeé del encaje de mis guantes.
—Me pregunto cuál será la causa de muerte de Wilhelm.
Tenía un color tan horrible. —Se me erizó la piel, pero apreté
mis miedos en un puño—. No recuerdo haber visto un cuerpo
en tal estado antes.
—Espantoso. —Anastasia arrugó la nariz—. Olvidé que
tú inspeccionaste el cuerpo antes de que mi tío te obligara a
volver. Nunca he leído sobre síntomas como esos. —Empezó a
hablar demasiado rápido en rumano para mi comprensión,
luego apretó los labios—. Mis disculpas. Olvido que todavía
no hablas un rumano fluido. ¿Te gustaría ir a la biblioteca?
Quizás encuentres algo allí que explique esas extrañas
condiciones médicas.
—Tal vez mañana. Estoy cansada. —Me puse de pie y
asentí hacia la puerta—. Creo que me voy a hundir en la
bañera. Quizás podamos ir por la mañana.
—¡Măreţ! ¡Hundirse en la bañera es una idea
maravillosa! Puede que haga lo mismo. Adoro un buen baño.
—¿Nos vemos en el desayuno?
—Por supuesto. —Las comisuras de sus labios cayeron
hacia abajo por un segundo antes de que me ofreciera una gran
sonrisa. Se tiró al sofá con toda la gracia de un saco de papas y
tomó el libro de latín—. Trata de descansar un poco, fue un día
trágico. Con suerte mañana será mejor.
****
Las antorchas del corredor ya casi se habían extinguido
por completo cuando salí de la recámara de Anastasia. El aire
de medianoche se mesclaba con ráfagas de frío ártico,
haciendo que se me pusiera la piel de gallina mientras recorría
el pasillo oscuro y vacío. Formas negras rodeaban las
esculturas, más grandes que los objetos que protegían. Sabía
que solo eran sombras, pero en luz suave y parpadeante,
parecían criaturas sobrenaturales que me acechaban.
Observaban.
Me agarré las faldas y me moví tan velozmente como me
atreví. De verdad me sentía como si estuviera siendo
monitoreada. Por quién o por qué, ni siquiera me preocupaba
saber. Unos ojos seguían mis movimientos; sentí su fuerza
mientras me retiraba. No era probable, lo sabía, y, sin
embargo, me tambaleé como un cervatillo con piernas débiles,
consciente de que un predador me presionaba, sin ser visto.
—No es real —susurré—. No es…
Un pequeño crujido del piso de madera a mi espalda
disparó la adrenalina en mis venas. Miré alrededor, con el
corazón acelerado. Vacío. El corredor estaba ocupado solo por
mis nervios. Ni una sombra se movía. El castillo parecía estar
conteniendo el aliento conmigo, en armonía con cada uno de
mis sentimientos. Me quedé de pie allí, congelada, mientras
los segundos pasaban lentamente. Nada.
Exhalé. Era solo un pasillo. No había ni vampiros ni
hombres lobo. Ciertamente no había ninguna fuerza malévola
acechándome. Solo mi desdichada imaginación. Me apresuré a
seguir, el roce de mis faldas llevando a mi corazón al trote a
pesar del intento de mi mente de alejar mis miedos.
Crucé el pasillo de los chicos y continué subiendo las
escaleras hasta mi habitación en la torre, sin detenerme de
nuevo hasta que sentí el suave clic de mi puerta al cerrase.
Apoyé la espalda sobre la puerta y cerré los ojos.
Un chasquido hizo que los abriera de nuevo, escaneando.
Mi atención se centró en la chimenea, a las ramitas brillando
casi blanco y anaranjado. El misterioso sonido no era más que
la madera crujiendo en la chimenea. Un sonido normal que
debería ser placentero en una noche ventosa. Suspiré,
moviéndome hacia mi cama. Quizás si me acostaba y dejaba
este día detrás, las cosas de verdad serían mejor por la mañana,
como Anastasia había dicho.
Cuando me adentré en mi habitación noté que algo estaba
fuera de lugar. Mi cama no había sido toca, el armario y el
baúl estaban cerrados. Pero en mi mesa de noche había un
sobre colocado contra la lámpara de gas, con mi nombre
escrito en una letra que reconocía tan fácilmente como la mía.
Lo había visto escribir notas durante las autopsias con Tío
todo este otoño pasado. Mi corazón se aceleró por una razón
completamente nueva cuando la leí.
Ven a mi habitación a la medianoche.
Siempre tuyo,
Cresswell
El calor crepitó bajo mi piel, estancándose en mi corazón.
Ir a la habitación de Thomas a estas horas de la noche era…
insensato, y probablemente me arruinaría. Estaba segura de
que podrían expulsarme por eso. Sin mencionar la muerte de
mi reputación. Ningún joven decente me querría como esposa,
sin importar lo inocente que fuera la visita. Escabullirme en su
habitación era mucho más peligroso que cualquier fantasma
inmortal que vagara por este castillo, y aun así le temía menos.
Quería ver a Thomas, disculparme por la forma en que había
reaccionado exageradamente antes. Él no se merecía llevarse
la peor parte de mi ansiedad.
Empecé a caminar de un lado a otro en mi habitación, con
la carta apretada contra mi pecho. No podía soportar el
pensamiento de cómo reaccionaría mi padre ante mi nombre
manchado, aunque una idea surgió y no desistí. Si me
preocupaba tanto la idea del matrimonio, entonces quizás que
me atraparan esta noche no sería en realidad mi muerte. Podría
ser mi renacimiento.
Me observé en el espejo. Mis ojos brillaban de esperanza.
Y de excitación. Había pasado tanto tiempo desde que había
visto ese brillo de intriga.
Sin pensarlo más, dejé mi habitación y me encontré
golpeando la puerta de Thomas justo cuando el reloj del patio
daba la medianoche. La puerta se abrió antes de que yo tuviera
tiempo de dejar caer mi mano. Thomas me hizo un gesto para
que entrara, y escaneó el pasillo detrás de mí como si esperara
que alguien más estuviese dando vueltas por el corredor a
estas horas de la noche.
Tal vez él estaba tan nervioso como yo. Sutilmente
inspeccioné la habitación. Su levita estaba tirada en una de las
tres enormes sillas de cuero. Un servicio de té humeaba en una
mesita auxiliar entre dos sillas. En un aparador había unos
platos cubiertos de comida y una botella de vino. Parecía que
Thomas estaba listo para alimentar a un pequeño ejército. Lo
enfrenté, tratando de no notar el botón desabrochado de su
camisa ni el rastro de piel que revelaba.
—Thomas… debo disculparme…
Alzó una mano.
—Está bien, no tienes nada por lo que disculparte.
—Oh —dije, dudando, pero llena de alivio—. Si no
buscabas una disculpa, ¿qué es tan importante que me hiciste
venir tan dramáticamente? Si insinuabas un encuentro
amoroso, te juro que yo… no estoy segura de qué haría. Pero
no sería placentero.
—Necesitas trabajar en tus amenazas un poquito más,
Wadsworth. Aunque la forma en que tus mejillas se sonrojan
cuando dices «encuentro amoroso» es bastante divertido. —
Sonrió de oreja a oreja ante mi ceño fruncido—. Muy bien. Te
pedí que vinieras porque quiero discutir la muerte de Wilhelm.
Nada demasiado romántico, espero.
Me desplomé. Por supuesto.
—He estado tratando de pensar en enfermedades con sus
síntomas, pero no he tenido éxito.
Thomas asintió.
—No lo estudié por mucho tiempo, pero parecía bastante
pálido. Apuesto que no era solo por su enfermedad. Aunque
quizás es algo simple, como el clima helado. Sus labios aún no
se habían puesto azules, sin embargo. Bastante extraño.
Incliné la cabeza.
—¿Entonces sugieres algo un poco más siniestro?
—Yo… —Se rio, el sonido me hizo enderezarme—. En
realidad, no sé. No me he sentido como yo mismo desde que
llegamos. —Thomas se paseó por el perímetro de la
habitación, golpeteándose los costados con las manos. Me
preguntaba si esa era la verdadera razón por la cual él había
estado dispuesto a dejar la academia tan rápidamente—. Soy
incapaz de hacer conexiones rápidas a síntomas y hechos.
Es… desagradable. ¿Cómo la gente lo tolera… esta
incapacidad para deducir lo obvio?
Me las arreglé para rodar los ojos solo una vez.
—De alguna forma nos las arreglamos para sobrevivir,
Cresswell.
—Es espantoso.
En vez de seguir dándole el gusto, llevé la conservación
de vuelta a la extraña muerte de Wilhelm.
—¿Crees que podríamos haberlo ayudado? Sigo
pensando que, si no lo hubiéramos perdido, podríamos haberlo
auxiliado.
Thomas dejó de caminar y me enfrentó.
—Audrey Rose, no…
—Buenas noches, Thomas —ronroneó una sensual voz
desde la puerta.
Nos giramos para ver a una joven mujer con cabello
oscuro deslizarse dentro de la habitación. Su rostro era
anguloso y delicado. Una contradicción que no era nada
desagradable. Todo en ella, desde su cabello perfectamente
arreglado hasta el enorme rubí en su gargantilla, gritaba dinero
y hedonismo. Y la forma en que se movía, con los hombros
hacia atrás y el cuello arqueado, exudaban la seguridad de una
reina. Alzó su pequeña nariz coqueta y sonrió hacia sus
súbditos.
Observé el rostro de Thomas iluminarse de una forma en
que no había visto antes. Me escabullí hacia atrás, sintiéndome
confundida. Era obvio que se tenían mucho afecto, y de cierto
modo eso me hacía sentir incómoda. No me atreví a pensar
mucho en el porqué.
Thomas se quedó de pie allí como si estuviera
fotografiando cada detalle de este momento para volver a él
una y otra vez durante los fríos meses de invierno. Un poco de
calidez a la que aferrarse cuando la nieve congelara su oscuro
y pequeño corazón. Luego, sin advertencia, salió abruptamente
de su aturdimiento.
—¡Daciana!
Sin mirar hacia atrás, Thomas se lanzó hacia la chica y la
alzó en el aire para abrazarla, dejándome olvidada.
Traducido por Masi

Corregido por Bella’


Aposentos de Thomas
Camara lui Thomas
Castillo Bran
3 diciembre de 1888

Mientras observaba a Thomas y a la belleza de cabello


oscuro totalmente absortos en una charla susurrada, mi propio
corazón se encogió dentro de mi celosa piel. Él podía cortejar
a quien quisiera. Ninguna promesa había sido hecha o
acordada.
Y sin embargo… mi estómago se revolvía mientras
observaba a Thomas con alguien más. Él podría ser libre de
hacer lo que quisiera, pero eso no significaba que yo quisiera
presenciarlo. Especialmente a medianoche en sus aposentos.
Me quedé parada cerca de un sofá azul profundo, tratando
de forzarme a sonreír, pero sabía que parecía demasiado frágil.
No era culpa de la joven que Thomas le estuviera prestando
tanta atención, y me negué a que no me gustara por mi recién
descubierta inseguridad. Después de lo que pareció un año de
lenta tortura, Thomas se libró de las garras de Daciana. Dio
dos pasos hacia mí, luego se detuvo, inclinando la cabeza
hacia un lado mientras me observaba.
Me costó mucho esfuerzo no cruzar los brazos por
encima del pecho y fulminarlo con la mirada. Observé cómo
bebía hasta el último detalle, cada exclamación de emoción
que no pude ocultar de su larga lectura de mí.
—Sabes que esa expresión es mi favorita. —Sonrió
ampliamente, y deseé que le ocurrieran cien cosas
desagradables a la vez—. Tan encantadora.
Se acercó más, con un aire confiado en su andar, su
mirada nunca abandonó la mía, prácticamente clavándome en
el suelo como si fuera un espécimen en nuestro viejo
laboratorio. Antes que pudiera detenerlo, levantó mi mano a
sus labios y le dio un largo y casto beso. El calor subió desde
mis dedos de los pies hasta la línea del cabello, pero no aparté
la mano.
—Daciana, —Sonrió petulante ante la reacción con la que
me había fastidiado—, esta es la encantadora joven sobre la
que he estado escribiendo. Mi querida Audrey Rose. —
Mantuvo mi mano metida en su brazo y asintió a la otra chica
—. Y esta es mi hermana, Wadsworth. Creo que viste su
fotografía en el piso de nuestra familia en Piccadilly Street. Te
dije que era casi tan hermosa como yo. Si te fijas lo suficiente,
verás esos irresistibles genes Cresswell.
Un recuerdo de ver la foto brilló ante mí, y la vergüenza
cubrió mi lengua. Sabía amarga y asquerosa. ¡Qué tonto de mi
parte! Su hermana. Le lancé una mirada miserable cuando
quité mi mano, y él se rio abiertamente. Disfrutaba demasiado
de esta situación. Me di cuenta de que había orquestado toda la
escena para medir mi reacción.
El muy malvado.
—Es muy agradable conocerte —le dije, haciendo un
terrible trabajo para mantener mi voz firme—. Por favor,
perdona mi sorpresa; Thomas mantuvo tu visita en secreto.
¿También estudiarás aquí?
—Oh, cielos no. —Daciana se rio—. Estoy viajando por
el Continente con amigos en un Gran Tour. —Apretó el brazo
de su hermano con amor—. Thomas se dignó a enviar una
carta y me dijo que debía visitarlo si me encontraba en el área.
Por suerte para él, estaba en Bucarest.
—Mi prima Liza mostrará diez tonos de verde una vez
que le escriba —dije—. Ella ha estado tratando de convencer a
mi tía para que la envíe a un Gran Tour durante años. Juro que
se escaparía con el circo si eso significara visitar nuevos
países.
—Honestamente, es la mejor manera de culturizarse. —
Daciana me miró de arriba abajo, con una sonrisa astuta que
encajaba con la sonrisa de su hermano—. Escribiré a tu tía y le
rogaré en nombre de tu prima. Me encantaría tener otra
compañera de viaje.
—Eso sería encantador —dije—. Aunque la tía Amelia
puede ser un poco… difícil de persuadir.
—Afortunadamente, he tenido experiencia con personas
difíciles. —Miró a su hermano, quien hizo todo lo posible por
fingir que no la había escuchado.
Thomas se estaba sirviendo una taza de té al otro lado de
la habitación, y sentí su atención en mí cuando Daciana me
abrazó con fuerza. Su calor llenó los pedazos rotos de mi
interior con ese breve contacto. No me habían abrazado de
verdad en mucho tiempo.
—Así que… —dijo ella, pasando un brazo por el mío—.
¿Cómo fue viajar con mi hermano y la señora Harvey? ¿Bebió
de su agua tónica de viaje todo el tiempo?
—Lo hizo. —Me reí—. Thomas fue… Thomas.
—Es un tipo especial. —Me dio una sonrisa de
complicidad—. Honestamente, me complace que no te haya
asustado con sus místicos «poderes de deducción». Es
realmente muy dulce una vez que superas ese exterior agrio.
—Oh, ¿lo es? No había notado ese mítico lado dulce.
—Aparte de esas paredes que erige a su alrededor, es
verdaderamente una de las mejores personas del mundo —dijo
Daciana con orgullo—. Siendo su hermana, solo puedo ser
parcial, naturalmente.
Sonreí. Sabía que él todavía estaba mirando, su atención
era como una suave caricia desde el momento en que su
hermana me abrazó, pero ahora yo fingía no darme cuenta.
—Tengo curiosidad, ¿qué más dijo de mí? —Finalmente
miré en su dirección, pero ahora él estudiaba atentamente su
taza, como si pudiera leer las hojas de té y adivinar su futuro.
—Oh, un montón de cosas.
—¿Qué tenemos aquí? —interrumpió Thomas, tirando de
la tapa de uno de los platos con un ruido sordo—. Hice que tu
favorito fuera enviado, Daci. ¿Quién está hambriento?
Antes que Daciana pudiera contar más secretos, Thomas
le ofreció una copa de vino y nos escoltó hasta una pequeña
mesa.
Daciana tomó un largo trago de su copa, su mirada se
clavó en mí casi de la misma manera que la de Thomas hacía.
La observé mientras ella miraba el anillo en forma de pera en
mi dedo, una de mis posesiones más preciosas.
Luché contra la tentación de esconder mis manos debajo
de la mesa, para que no se ofendiera cuando no era mi
intención. Su mirada se deslizó hasta el medallón con forma de
corazón en mi cuello, otra pieza que casi nunca me faltaba. No
estaba dispuesta a hablar de mi madre esta noche, ni permitir
que mis pensamientos tropezaran en esos callejones oscuros de
recuerdos traicioneros.
—Perdóname —dijo—, pero, ¿tu afecto por la medicina
forense tiene algo que ver con la pérdida que has sufrido? —
Asintió hacia el anillo—. Supongo que ese diamante
pertenecía a tu madre. ¿Y ese collar también?
—¿Cómo… —Le lancé una mirada acusadora a Thomas
cuando mi mano se movió inadvertidamente hacia el corazón
abrochado cerca de mi garganta.
—Tranquila. Es un rasgo familiar, Wadsworth —dijo él,
colocando comida en un plato para mí—. Sin embargo, dudo
que estés tan impresionada por mi hermana. Soy mucho más
inteligente. Y mejor parecido. Obviamente.
Daciana le lanzó a su hermano una mirada exasperada.
—Discúlpame, Audrey Rose. Simplemente vi ese anillo y
su estilo y asumí que tu madre había fallecido. No quise
ofender.
—Tu hermano se dio cuenta de lo mismo hace unos
meses —dije, dejando caer mi mano—. Me tomó por sorpresa,
eso es todo. No había mencionado que tenían la misma…
capacidad de leer lo obvio.
—Es un rasgo bastante odioso de hermanos. —Daciana
sonrió—. ¿Te ha dicho algo al respecto?
Negué con la cabeza.
—Es más fácil extraer información de los muertos que
hacer que Thomas se abra sobre sí mismo.
—Bastante cierto. —Daciana echó la cabeza hacia atrás y
se echó a reír—. Era un juego al que solíamos jugar de niños.
En las fiestas, estudiábamos a los adultos que nos rodeaban,
adivinando sus secretos y ganando monedas por mantenerlos
para nosotros mismos. Los nobles no están interesados en
hacer públicos sus asuntos privados. Nuestra madre solía
organizar las fiestas más emocionantes. —Hizo giros con el
vino dentro de su copa—. ¿Te ha dicho Thomas alguna vez…
—¿Que tal vez el vino no es una buena idea con el
estómago vacío? —dijo él, claramente esperando desviar la
conversación de su madre.
Pareció que el destino era fanático de Thomas cuando un
golpe repentino nos interrumpió. Ileana entró y bajó la cabeza.
—Sus habitaciones están listas, domnişoară.
Daciana sonrió.
—Fue maravilloso conocerte finalmente, Audrey Rose.
—Le susurró algo a Ileana en rumano y me lanzó otra sonrisa
—. Oh, puede haber una sorpresa esperándote en tus
aposentos. Un pequeño regalo de mí para ti. Disfrútalo.
—Tal vez debería acompañar a Audrey Rose de vuelta a
sus habitaciones —ofreció Thomas inocentemente—. Sería
prudente asegurarse de que esta sorpresa no tiene colmillos. Ni
garras.
—Buen intento, dulce hermano. —Daciana le dio una
palmadita en la mejilla con amor—. Trata de mantener la
apariencia de ser un caballero.
Le di las buenas noches a Thomas mientras subía las
escaleras en solitario a mi torre. Una vez dentro, la fragancia
me golpeó de inmediato. Entré en mi cámara de baño y me
detuve.
Pétalos de flores, tan rojos que parecían negros, flotaban
sobre el agua perfumada, y el vapor se elevaba en grandes
soplos; alguien acababa de llenar la bañera y roció esencias
embriagadoras. El regalo de Daciana eran pétalos perfumados,
todo un lujo para una estudiante forense en las montañas.
Me quité los guantes y acaricié suavemente la superficie
del agua, disfrutando de las ondas que se formaron a la estela
de mis dedos. Mi cuerpo gritaba de deseo. No podía esperar
para sumergirme en el baño. Había sido un día tan largo, y el
cadáver de Wilhelm había sido horrible… Un baño lo
enjuagaría todo, limpiando y calmando.
Miré un reloj sobre la repisa de esta habitación. Eran casi
las doce y media. Podía disfrutar dentro del agua durante
media hora y estar en la cama antes de que fuera demasiado
tarde. Sin pensarlo más, me desabroché la parte delantera del
vestido y la dejé caer al suelo, agradecida de que fuera algo
que podía hacer sin ayuda. Mi doncella de casa y yo habíamos
elegido deliberadamente vestidos sencillos que podía arreglar
por mi cuenta; No pensé que la academia ofrecería una
asistente personal.
Salí de mis capas de satén y me metí dentro del agua
caliente, el líquido me envolvió como lava fundida mientras
sujetaba mi cabello a mi corona y me hundía hasta mis
hombros. El agua estaba tan caliente que mi piel se erizó al
principio, sin saber si la nueva sensación era buena o mala.
Era decididamente muy buena para mis músculos
doloridos. Gruñí por lo calmante que se sentía.
Después de unas cuantas respiraciones relajantes, mi
mente se desvió a cualquier dirección de su elección. Por un
momento escandaloso, me imaginé a Thomas sumergido en su
propia bañera y me pregunté qué aspecto tendría la
musculatura de sus hombros descubiertos cuando se
encontraban con el vapor. ¿Me lanzaría una sonrisa arrogante
como la que usaba en público, o ese raro atisbo de
vulnerabilidad estaría presente en su sensual boca antes de
presionarla en la mía?
Con el corazón palpitando, salpiqué agua perfumada en
mi cara. El canalla mantenía el poder sobre mis sentidos
cuando ni siquiera estaba cerca. Recé para que no pudiera
deducir mis fantasías lascivas en la mañana.
Mientras empujaba esos pensamientos fuera de mi mente,
los más oscuros llenaron las grietas. Cada vez que cerraba los
ojos veía los cadáveres de las prostitutas asesinadas en los
asesinatos del Destripador, con sus cuerpos destrozados
salvajemente. Cuando estaba sola, revisaba sus escenas del
crimen, preguntándome si había algo que pudiera haber hecho
de otra manera. Alguna otra pista que hubiera pasado por alto
que podría haberlo detenido antes. El arrepentimiento no
traería de vuelta a los muertos, eso lo sabía, pero no podía
evitar reexaminar repetidamente mis acciones
«Qué pasaría si» eran las tres palabras más trágicas que
existían cuando se emparejaban. «Si solo» no era mejor
cuando se unían. Si tan solo hubiera visto las señales antes.
Quizás podría haber…
Rotar-batir. Rotar-batir.
Me incorporé del baño, el agua goteando ruidosamente
desde mi cuerpo desnudo a la bañera. Cada gota parecía hacer
eco en la pequeña cámara, disparando mi adrenalina como
agujas mortuorias. Contuve el aliento y escuché atentamente,
esperando que ese inconfundible sonido se revelara una vez
más. Unas pocas ramitas se agrietaron y chisporrotearon en la
chimenea, y salté, casi deslizándome sobre la superficie
resbaladiza de la bañera. Respiré, luego salí, escuchando como
la sangre golpeaba mis oídos.
Nada. No escuché nada.
No había corazón accionado por vapor. Ningún
laboratorio siniestro. Ninguna maquinaria cubierta de carne.
Solo mi mente se burlaba de mí con imágenes que deseaba
olvidar mientras me movía entre el sueño y la vigilia. Levanté
una mano temblorosa hacia mi cabeza, notando cómo mi piel
ardía bajo mi toque. La piel de gallina mostrándose a lo largo
de mis brazos y piernas. Esperaba no haber contraído lo que
había destruido a Wilhelm.
Miré a mi alrededor hasta que encontré mi bata del color
de las orquídeas, colgando de un gancho en la puerta. Me puse
la seda fría, luchando contra los escalofríos mientras salía de la
cámara de baño. Estaba agradecida de no haberme mojado el
cabello. Puse mis manos en mi corazón, deseando que mis
nervios se calmaran.
Y ahí fue cuando lo oí. Un sonido que no fue provocado
por espectros que acechaban mis pensamientos medio
dormidos. Voces susurradas vinieron de la habitación de al
lado. Estaba segura de ello. La sala donde eran almacenados
los cuerpos. Me moví tranquilamente hacia la pared del
dormitorio y apoyé la oreja contra ella. Alguien estaba
teniendo una pelea bastante acalorada, aunque era física, no
verbal, por lo que pude deducir.
Algo golpeó contra la pared, y retrocedí, mi pulso
rugiendo. ¿Era un cuerpo?
La curiosidad era una enfermedad que me acosaba y
todavía no había encontrado una cura. Decidiendo que no
averiguaría nada quedándome donde estaba, me moví a la sala
de estar, tomé un atizador de la chimenea y lentamente abrí la
puerta. Apenas podía pensar con el coro de ansiedad cantando
por mis venas. Afortunadamente, no hubo ningún crujido
revelador cuando abrí más la puerta; mi corazón podría haber
estallado si lo hubiera. Esperé un momento, escuchando
atentamente, antes de meter la cabeza en el pasillo, el atizador
aferrado con fuerza a mis manos llenas de sudor.
Sin más vacilaciones, me arrastré por el pasillo,
pegándome a las sombras, y me detuve ante una puerta
parcialmente cerrada. Escuché el crujido del material, seguido
de un suave gemido. Me imaginé algo horrible teniendo lugar.
Lo que parecía ser una realidad a medida que los sonidos
apagados provenientes de la sala se intensificaban. Alguien
jadeó, solo para que el ruido se apagara, como una vela que se
apagaba en la noche.
Encontré mi propio aliento viniendo en agudas
inspiraciones. ¿Nos había seguido aquí el asesino del tren? Tal
vez el ruido del crujido era el sonido de un homicidio en
progreso. Mi mente racional me dijo que volviera a la cama,
que mi imaginación se estaba volviendo loca una vez más,
pero no podía irme sin saberlo a ciencia cierta.
Me moví hacia los ruidos, agarrando mi arma, mientras
mi sangre se agitaba en mis venas. Estaba casi en la puerta de
la morgue, que estaba abierta un poco. Me moví para echar un
vistazo al interior. Un paso más. Mi respiración se detuvo,
pero me negué a ceder. Me preparé para algo terrible y estiré el
cuello alrededor del marco de la puerta. Destellos de otro
momento cuando me arrastré a un lugar en el que no debería
haberme arrastrado, cruzaron mis pensamientos. Hice una
pausa, dándome otro aliento. Este no era el caso del
Destripador. No iba a descubrir su depravado laboratorio.
Parecía que nunca aprendería mi lección y buscaría ayuda
antes de sumergirme en aguas turbulentas. Calmé mis nervios
y empujé la puerta un poco más. Juraría que mi corazón estaba
corriendo en la dirección opuesta.
Gritaría tan fuerte como pudiera y empuñaría mi atizador.
Entonces huiría.
Me preparé para lo peor mientras miraba en el interior.
Dos figuras estaban muy juntas, en un rincón oscuro, con las
manos flotando una sobre la otra como si estuvieran… jadeé.
—Lo siento mucho. —Parpadeé, completa y
absolutamente sin sentirme preparada para la imagen que tenía
ante mí.
—Pensé…
Daciana se frotó la boca carmesí con la mano que tenía
libre, con la cara enrojecida mientras soltaba las faldas
apretadas en su otro puño.
—Yo… puedo explicarlo.
Traducido por âmenoire

Corregido por Carib


Almacén de cadáveres, Aposentos de la torre
Depozit de cadavre, Camere din turn
Castillo Bran
3 de diciembre de 1888

—Estoy tan… escuché ruidos y, y pensé, estoy


terriblemente apenada —tartamudeé una disculpa, mi mirada
viajando del cabello despeinado de Daciana hacia la mujer que
había estado besando, sus manos todavía entrelazadas y sus
faldas arrugadas.
Arranqué mi mirada de su ropa revuelta, insegura de
hacia dónde mirar. Estaba bastante segura de que la visitante
misteriosa no vestía nada debajo de su camisa. Esos ojos color
piedra parpadearon hacia mí…
—¿Ileana?
La sorpresa debe haber confundido a mí cerebro para no
haber notado de inmediato que se trataba de ella.
—Yo… no era mi intención… entrometerme. —Hundí
mis dientes en mi labio inferior tan fuertemente que casi saqué
sangre mientras Ileana se retrocedía— No vi… nada.
Daciana abrió su boca, luego la cerró.
—Yo… —Busqué algo que decir, algo para romper la
tensión que se enrollaba a nuestro alrededor, ahogando las
palabras, pero difícilmente sabía por dónde comenzar. Cada
intento de disculparme parecía poner a Ileana cada vez más al
borde. Temía que, si intentaba otra disculpa, podría salir
corriendo de esta habitación y nunca más volver.
Como recuperándose de su propia sorpresa ante el haber
sido descubierta, Daciana repentinamente se enderezó y
levantó su mentón.
—No voy a disculparme, si eso es lo que esperas. ¿Estás
en desacuerdo con nuestro afecto?
—P-por supuesto que no. —Parpadeé, horrorizada por su
conclusión—. Nunca lo estaría.
Miré hacia los dos cadáveres en las mesas cercanas
cubiertos por sudarios blancos. Era un lugar mórbido para
robar besos, aunque debería haber sido el lugar menos
probable para ser descubiertas por los entrometidos habitantes
del castillo. Y hubiera sido perfecto, si no hubiera aparecido.
Mi rostro ardió.
Estaba congelada por la indecisión sobre cómo salir de la
morgue. Ambas chicas me miraron fijamente, luego se miraron
entre ellas y deseé que el suelo se transformara en una boca
gigante y me tragara por completo. Era una lástima que la
magia realmente no existiera cuando una necesitaba un escape
rápido. Todo mi cuerpo estaba ardiendo con la mortificación
de haber sido atrapada espiando.
—Yo… espero verlas a ambas mañana —dije, sintiendo
como si fuera la persona más torpe en el mundo—. Buenas
noches.
Sin esperar por una reprimenda, salí rápidamente al
pasillo y corrí hacia mis aposentos. Cerré la puerta y presioné
mi espalda contra ella, cubriendo mi rostro ardiente con mis
manos. Si Daciana o Ileana quería permanecer teniendo alguna
relación conmigo ahora, sería lo más cercano a un milagro que
se hubiera conocido en el mundo alguna vez. Tonta. ¡Fui tan
ridículamente tonta al ser atraída por el señuelo de la
curiosidad! Por supuesto que no había un intruso aquí,
asesinando compañeros de clase. Jack el Destripador estaba
muerto. El asesino del tren no tenía interés en cazar a
estudiantes de la academia.
Era momento de que aceptara eso y siguiera adelante con
mi vida.
Presioné mi labio inferior entre mis dientes, intentado
colocarme en su situación. El escándalo que sucedería si una
mujer no casada fuera atrapada a solas en la compañía de un
hombre, arruinaría su reputación. Ser atrapada involucrada
románticamente con otra joven… la sociedad, como la bestia
despiadada que era, las destruiría a ambas y se deleitaría de
hacerlas pedazos.
Me paseé por el pequeño tapete de mi habitación,
dividida entre regresar para disculparme y encerrarme para
siempre a perecer por la vergüenza y la pena. Finalmente,
decidí meterme a la cama. No quería arriesgarme a
interrumpirlas de nuevo en caso de que hubiera continuado
donde se habían quedado cuando tan bruscamente las
encontré.
Una nueva ola de fuego recorrió mi piel cuando pensé en
su beso. Era tan apasionado. Parecían estar perdidas en el alma
de la otra. No pude evitar pensar estar en una posición similar
con Thomas.
Nuestro beso en el callejón había sido muy agradable,
pero el peligro nos había reunido. ¿Cómo se sentiría tener mi
cabello agarrado gentilmente en su mano, mi espalda
presionada contra una pared, él enredado en torno a mi como
las enredaderas alrededor del ladrillo?
Todavía no sabía si quería algo para siempre —o si
alguna vez sería del tipo que se casa— pero ciertamente los
sentimientos se estaban volviendo… más claros. Parte de mí
añoraba pasar mis dedos sin guantes por su rostro,
aprendiendo cada curva de su estructura ósea en una forma
íntima. Anhelaba la presión de su calor mientras su abrigo
chaqué caía al suelo. Quería conocer cómo se sentía su cuerpo
mientras nuestra amistad era bañada en aceite crudo y
prendida en fuego. Lo que era completamente indecente.
Desterré esa imagen de mi mente y jalé de las mantas
hacia arriba.
Tía Amelia ciertamente me obligaría a asistir a los
servicios en la iglesia en su próxima visita, murmurando
oraciones interminables, pidiendo por mi moral derruida. Tan
mal como me sentía por haber sido superada por mi
curiosidad, una sonrisa lentamente se extendió en la oscuridad.
Era una de las primeras noches en semanas en que me estaba
quedando dormida con pensamientos que no revoloteaban
alrededor de artilugios eléctricos, prostitutas muertas y
cuerpos destripados.
Esta noche me dormiría con la imagen de ojos con
destellos dorados y una boca traviesa. Y todas las formas
maravillosas en que un día pudiera explorar esos labios en
habitaciones oscuras y vacías. Nuestra pasión más brillante
que todas las estrellas en el cielo.
Los santos me arrastrarían al infierno.

Traducido por Ximena Vergara

Corregido por Carib


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
3 de diciembre de 1888
Me levanté antes de que el sol se dignara a salir, paseando
frente a la chimenea en mis aposentos.
Mi falda de terciopelo era de un azul profundo para
combinar con mi depresivo estado de ánimo. No estaba segura
si Ileana vendría a desayunar, y la idea de perder a un
conocido que acababa de hacer me hizo cambiar de guantes
por segunda vez. Caminé hacia un lado, luego al siguiente, mis
faldas crujían en su propia molestia. Anoche me dormí
pensando mil formas de disculparme por mi intrusión cuando
volviera a verlas.
Esta mañana, ninguna parecía correcta. Me tapé la cara y
me obligué a respirar. Liza habría sabido exactamente qué
hacer si hubiera estado en mi lugar. Ella tenía un don para las
situaciones sociales, y para ser una buena amiga. Me obligué a
sentarme, tratando de no centrar mi atención en el reloj con
cada segundo que pasaba. El amanecer llegaría pronto. Y con
él se emitiría el juicio sobre mi curiosidad. Tal vez ahora me
libraría de esa miserable aflicción.
Un confiado golpe llegó unos momentos más tarde, mi
corazón clamó en respuesta mientras corría por la habitación y
abrí la puerta de par en par.
Me eché hacia atrás, soltando un suspiro.
—Oh, hola.
—No es necesariamente la reacción que esperaba,
Wadsworth. —Thomas miró su chaqueta oscura y sus
pantalones, ambos calzaban de manera correcta. Su chaleco a
rayas también estaba muy de moda—. Tal vez debería haber
ido con el traje gris en su lugar. Me veo bastante atractivo en
ese.
Miré hacia el pasillo, medio esperando que Daciana
estuviera acechando detrás de él, preparándose para un ataque
verbal a mi curiosidad. Suspiré de nuevo. El pasillo estaba
vacío a un lado de Thomas. Finalmente fijé mi atención hacia
él.
—¿A qué debo el honor de tu presencia esta mañana?
Sin ser invitado, entró en mi habitación e inspeccionó el
espacio.
—Acogedora. Mucho mejor que la imagen en mi cabeza
de aposentos de la torre y doncellas necesitadas… bueno, tú no
necesitas ser rescatada, pero yo diría que podrías hacerla un
poco más entretenida.
Se sentó en el sofá, cruzando una pierna larga sobre la
otra.
—Mi hermana me informó de la aventura que todas
tuvieron la última noche. —Sonrió mientras el color corría a
mi cara—. No te preocupes. Se levantará en un momento. No
quería perderme la diversión esta mañana. Me están mandando
un café turco.
—Nunca me he sentido más desgraciada en mi vida.
¿Ella me odia?
Thomas tuvo la audacia de reírse.
—Al contrario. Te adora. Dijo que habías atravesado
todos los tonos de color carmesí y habías adoptado un
maravilloso tartamudeo. —Su tono claro se desvaneció,
reemplazado por algo feroz. Aquí había un papel en el que no
lo había visto: hermano protector—. La mayoría las habría
observado como si estuvieran equivocadas por expresar amor.
Falso, naturalmente. La sociedad en general es
asombrosamente obtusa. Si uno busca en los demás sus
opiniones, se pierde la capacidad de pensar críticamente por sí
mismo. El progreso nunca se lograría si todos lucieran,
pensaran y amaran de la misma manera.
—¿Quién es usted, y dónde está el socialmente incómodo
señor Cresswell? —Nunca había estado más orgullosa de mi
amigo por su determinación de advertir verbalmente las faltas
de la sociedad.
—Me apasionan esos asuntos —dijo Thomas, con un
poco de ligereza en su voz—. Supongo que me he cansado de
unos pocos gobernando a todos. Las reglas están restringidas
por otros hombres privilegiados. Me gusta tener mis propias
ideas. Todos deberían tener el mismo derecho humano.
Además, —Me lanzó una sonrisa diabólica—, vuelvo loco a
mi padre cuando hablo así. Sacude sus rígidas creencias de una
manera encantadora. Todavía tiene que aceptar que el futuro
será manejado por aquellos que creen como nosotros.
Otro golpe llegó a la puerta. De alguna manera logré
abrirla sin desmayarme de los nervios. Daciana me miró
tentativamente, luego asintió con la cabeza a su hermano.
—Bună dimineaţa. ¿Cómo durmieron? ¿Sucede algo
emocionante?
Me dio una sonrisa juguetona, y la tensión anudada en mi
pecho se aflojó.
—En verdad, no puedo disculparme lo suficiente —dije
apresuradamente—. Escuché ruidos y pensé… no sé, me
preocupaba que alguien estuviera… bajo ataque
Thomas soltó una carcajada. Levanté una ceja cuando
casi se cayó de su asiento. Nunca antes había sido testigo de
tal ataque de emoción de su parte. Daciana simplemente puso
los ojos en blanco. Estaba casi ronco cuando se calmó lo
suficiente como para hablar.
Si su risa sincera no hubiera sido tan fascinante, lo habría
empujado con mi dedo. Ciertamente era más ligero aquí, más
relajado consigo mismo y menos protegido de lo que estaba en
Londres. No podía negar estar intrigada por este lado de él.
—Me gustaría poder capturar la mirada en tu cara,
Wadsworth. Es el tono rojo más entrañable que he visto nunca.
—Cuando pensé que se había recuperado, volvió a reírse—.
Bajo ataque en verdad. Parece que tienes un poco de trabajo
que hacer en tu cortejo, Daci.
—Oh, basta, Thomas. —Daciana se volvió hacia mí—.
Ileana y yo nos conocemos desde hace bastante tiempo.
Cuando supo que Thomas asistía a la academia, solicitó un
puesto. Era una forma conveniente para que nos viéramos. Lo
siento por haberte asustado. Debe haber sido horrible,
pensando que algo siniestro estaba sucediendo en la morgue.
Especialmente después de los asesinatos del Destripador.
Una expresión encantadora iluminó su rostro, y me
maravillé de la punzada de envidia que se agitó en mis células.
Quería que alguien tuviera tal mirada de anhelo mientras
pensaba en mí. Respiré hondo y me calmé. No alguien.
Thomas. Lo deseaba No me atreví a mirar en su dirección por
miedo a mostrar esas emociones sin sentido.
—Supongo que nos dejamos llevar un poco anoche —
dijo Daciana—. Ha pasado un tiempo desde que tuvimos una
noche entera solo para nosotras. Es solo que… me encanta de
todas las maneras posibles. ¿Alguna vez has visto a alguien y
sentiste una chispa en tu núcleo? Ella me hace querer lograr
grandes cosas. Esa es la belleza del amor, ¿no es así? Saca lo
mejor dentro de ti.
Pensé en esa última parte por un momento. Si bien estaba
completamente de acuerdo en que ella e Ileana eran buena
pareja, también sentí que se podían lograr hazañas
impresionantes si uno elegía permanecer soltera. La
proximidad de una pareja romántica no debe interferir ni
facilitar el crecimiento interior.
—Estoy de acuerdo en que el amor es maravilloso, —
Comencé lentamente, sin querer ofender—, pero también hay
cierta magia en estar perfectamente contento con la propia
compañía. Creo que la grandeza está dentro. Y es nuestra para
aprovechar o desatar a voluntad.
Los ojos de Daciana brillaron con aprobación.
—En efecto.
—Aunque podríamos hablar sin cesar sobre el amor —
dijo Thomas en un falso suspiro—, tu cita de medianoche me
está poniendo muy celoso.
Un tercer golpe interrumpió a Thomas antes de que
pudiera decir algo inapropiado. Se puso de pie, y una
expresión seria cayó sobre él como si activara un interruptor
de enfriamiento. Aunque su hermana estaba aquí, aún estaría
mal visto que no tuviéramos un acompañante.
Me tragué el miedo y respondí:
—¿Sí?
—Bună dimineaţa, señ… Audrey —dijo Ileana, con las
mejillas enrojecidas—. Yo…
—Buenos días a ti también, Ileana —dijo Thomas a mi
lado—. No sabía que trabajabas aquí hasta que apareció mi
hermana, con los ojos muy abiertos y emocionados. Debería
haber sabido que ella no estaba aquí para bendecirme con su
brillante personalidad.
Para mi asombro, Ileana sonrió genuinamente.
—Es bueno verte también. —La sonrisa se desvaneció
rápidamente—. Ambos son necesarios abajo de inmediato.
Reunión obligatoria. Moldoveanu está en cierto estado de
ánimo. No deberían llegar tarde.
—Hmm —dijo Thomas—. Esto debería ser interesante.
Tenía la impresión de que él está permanentemente en cierto
estado de ánimo.
Daciana se dejó caer en el sofá, apoyando sus pies
cubiertos de seda sobre la mesa baja.
—Suena encantador. Salúdalo de mi parte. Si me
necesitas, estaré aquí, tumbada junto al fuego.
Thomas puso los ojos en blanco.
—Eres como un gato casero. Siempre durmiendo a la luz
del sol o descansando ante un fuego. —Una traviesa mueca en
sus labios me hizo sacudir la cabeza antes de que abriera la
boca de nuevo—. Por favor, abstente de orinar en los muebles.
Thomas nos sacó a mí e Ileana antes de que Daciana
pudiera contestar, y me esforcé por no reírme de todas las
cosas malas que gritaba en rumano a la puerta cerrada.
****
Cuando Thomas y yo entramos en el comedor, Anastasia
ya se había insertado entre Nicolae y el gran bruto, Andrei.
Levanté mis cejas ante su elección de asistir a esta reunión con
su tío. Fue una maniobra audaz. Claramente ella no iba a
permitir que Moldoveanu la excluyera de las intrigas del
castillo. Imaginé que estar atrapada en su habitación todos los
días sería insoportablemente aburrido.
Al igual que ayer, las mesas se llenaron con las mismas
parejas. Me di cuenta de que no sabía el nombre de nadie más
y resolví presentarme por la noche. El chico con rizos rojos
sentado con el chico de piel oscura. Los hermanos italianos se
encorvaron juntos, estudiando. Y Thomas y yo no estábamos
seguros de dónde ubicarnos.
Sin ceder a las miradas de reojo que Andrei le dirigió,
Anastasia nos indicó con entusiasmo que nos sentáramos con
ellos. Nicolae levantó su atención de su plato, mirando a
medias en nuestra dirección. Thomas lo ignoró y se enfocó en
mí. Sentarse con el príncipe parecía como si fuera la cosa más
alejada de lo que quería hacer, pero me estaba dejando esa
decisión a mí. Fue una oferta de paz después de su insistencia
ayer de que regresáramos a Londres, y aprecié el gesto.
Aunque no me gustaba la idea de hacerme la mejor amiga
de Nicolae, tampoco quería seguir siendo enemiga. Si
Anastasia tenía la fuerza de incorporarse al grupo contra los
deseos de su tío, podría seguir su ejemplo.
Nicolae tomó un pastel de carne, lo separó y empujó los
pedazos alrededor de su plato. Nunca dio un mordisco. Una
parte de mi se ablandó. Perder a un ser querido no era fácil y
con frecuencia saca cualidades de las que no estábamos
orgullosos.
La ira era una pared tras la cual ocultar el dolor. Lo sabía
de primera mano.
Marché directamente a su mesa y me senté.
—Buenos días.
—Bună dimineaţa —dijo Anastasia con una voz alegre
haciendo eco en la habitación casi vacía. Su vestido era un
carmesí brillante, otra declaración. Una cuidadosamente
elaborada para el máximo efecto. Se giró hacia Thomas,
recorriéndolo rápidamente con la mirada—. Usted debe ser el
guapo compañero de viaje.
Thomas se deslizó en la silla a mi lado, con una expresión
serena.
—Con Audrey Rose, me gusta pensar más en mí mismo
como el «guapo compañero de vida».
Mi rostro ardió por su propietario uso de mi nombre de
pila, pero nadie más pareció notarlo. Andrei resopló, luego
rápidamente reprimió cualquier otra risa cuando su mirada se
posó en el asiento vacío junto a Nicolae. Mientras Anastasia
conversaba con Thomas en rumano, miré a Andrei,
preguntándome qué tan cercano había sido con Wilhelm.
Círculos oscuros estropeaban su rostro, dejándome imaginar
que estaba tomando las noticias tan mal como el príncipe lo
hizo. Esto no podría ser fácil para ellos, sentados aquí cuando
preferían llorar apropiadamente.
Esperaba que el director fuera a dar noticias de retrasar
nuestros cursos. Quizás había cancelado el período de invierno
y nos invitaba a regresar la próxima temporada. Un poco de mí
se hundió con el pensamiento. Nicolae se mantuvo pellizcando
su pastel en pedazos, su mirada fija en algún lugar hacia
adentro y muy lejos.
Quería alcanzarlo y decir algo reconfortante, algo que
quizás ayudara a curarme también, pero Moldoveanu entró en
el comedor y el silencio cayó. Incluso Andrei se movió en su
asiento, una o dos gotas de sudor salpicando su ancha frente.
Moldoveanu perdió poco tiempo en cortesía. Comenzó a
hablar en rumano, lo suficientemente lento para que yo captara
gran parte de lo que estaba transmitiendo. Las clases debían
comenzar de inmediato. Nos enseñarán en inglés, ya que era
un idioma común para todos los países presentes, pero las
lecciones también incluirían lecciones en rumano para
aquellos que aún no dominaban el idioma.
—Su primera lección será con el profesor Radu —
continuó en inglés—. El conocimiento básico del folclor ayuda
a la hora de investigar una escena en aldeas, donde la
superstición puede anular la lógica y la sensibilidad científica.
—Nos miró a cada uno de nosotros y me sorprendió ver que su
desdén se dirigía a todo el grupo. Como si todos estuviéramos
malgastando su precioso tiempo—. Debido al desafortunado
fallecimiento de su compañero de clase, he decidido invitar a
otro estudiante en su lugar. Llegará hoy.
Un reloj dio la hora, lo suficientemente fuerte como para
obligar al director a apretar los labios. Eché un vistazo a
Nicolae, apretando su mandíbula. No podía imaginar estar en
su lugar, escuchando mientras el director desechaba la muerte
de su primo tan fácilmente. Parecía muy insensible invitar a un
nuevo estudiante tan descuidadamente, como si Wilhelm
simplemente se hubiera escapado y hubiera decidido no hacer
la prueba.
Una vez que las campanadas se detuvieron, Moldoveanu
se encontró con cada una de nuestras miradas.
—Sospecho que algunos de ustedes pueden estar…
distraídos por los eventos de ayer, y entiendo. La pérdida no se
toma a la ligera. Tendremos una vigilia al atardecer para
honrar a Wilhelm. El profesor Radu les dará más detalles.
Inmediatamente después de su clase, se reportarán a su primer
laboratorio de autopsia. Una lección de anatomía instruida por
mí seguirá a eso. Pueden retirarse.
Sin otra palabra, el director salió de la habitación, sus
zapatos se inclinaron contra el suelo y sus pasos se
desvanecieron por el pasillo.
Vlad Ţepeş, c. Siglo 16.

Traducido por flochi

Corregido por Carib


Clase de folclor
Curs de folclor
Castillo Bran
4 de diciembre de 1888
—Los bosques que rodean el castillo están llenos de
huesos.
El profesor Radu no notó que la mitad de las barbillas de
los estudiantes estaban bajando contra sus pechos conforme él
pasaba a través de las páginas de su enorme libro de leyendas.
Lo estaba leyendo para nosotros como si fuéramos bebés con
niñeras, en vez de estudiantes serios de medicina. Ahora,
requería un gran esfuerzo evitar que riera mientras nos
entretenía con cuentos fantásticos de criaturas y príncipes
inmortales.
Lo que más quería era pasar directamente al estudio de
laboratorio en el siguiente período. Había un cadáver
esperando ser explorado y no veía la hora de poner mis nuevos
escalpelos en él. Apenas dos semanas habían pasado desde mi
última autopsia con Tío, a pesar de eso se sentían como dos
décadas.
Tenía que ver si podía dejar mis dificultades a un lado y
estudiar a los muertos como solía. O si la manera en que había
sido descuidada y estado aterrada de las anteriores apariciones
me acosaría para siempre. No estaba tan ansiosa por asistir a la
clase de Moldoveanu, aunque anatomía era un tema en el que
sobresalía.
Thomas movió sus largas piernas bajo su escritorio,
llamando mi atención. Golpeteó su tintero con tanta fuerza con
la punta de su pluma que temí que la tinta se desparramara
sobre todo su pergamino. Otro golpeteo rápido hizo que la
botella se tambaleara precariamente hasta que la agarró y
comenzó a sumergir la pluma otra vez. Había estado más bien
distante desde que había escapado para hablar con Radu antes
de clases, dejándonos a Anastasia y a mí desconcertadas por su
rápida partida cuando salimos del comedor.
—¿Han escuchado los rumores sobre Vlad Ţepeş
viviendo en estos bosques? —preguntó el profesor Radu a la
clase de alumnos medio dormidos. Exhalé. Honestamente, me
sorprendía que alguien realmente se creyera estas ridiculeces.
Anastasia me lanzó una sonrisa cómplice desde el asiento a mi
lado. Al menos, no era la única en el salón que pensaba que
esto era toda una sandez.
Thomas rodó el cuello, atrayendo mi atención una vez
más. Estaba inusitadamente apagado. Habíamos compartido la
clase de Tío al comienzo de los asesinatos del Destripador y
nadie pudo mantenerlo callado entonces. Normalmente, su
mano se lanzaba en el aire tan a menudo que tenía la urgencia
de sacarlo de la clase. Me pregunté si se estaba sintiendo
enfermo.
Intenté llamar su atención, pero fingió no notarlo.
Sumergí mi pluma contra mi tintero, ojos entrecerrados. El día
que Thomas Cresswell fallaba en prestar atención a algo, sobre
todo mi atención, era un día problemático. La inquietud se
deslizó en mis pensamientos.
—¿Nadie ha escuchado los rumores? —Radu llegó hasta
el final de un pasillo y volvió por el otro, su cabeza girando de
lado a lado—. Encuentro eso bastante difícil de creer. Vengan,
ahora. No tengan vergüenza. ¡Estamos aquí para aprender!
Andrei bostezó ofensivamente en la primera fila, y el
profesor prácticamente se desmoralizó ante nuestros ojos. Si
no hubiera estado tan horriblemente aburrida, habría sentido
pena por el anciano. Tenía que ser difícil enseñar ficción y
mito a una clase más interesada en la ciencia y los hechos.
—Muy bien entonces. Les contaré una historia casi
demasiado fantástica para creerla.
Nicolae se movió en su asiento. Pude notar que estaba
intentando no ser demasiado obvio al observarme, pero estaba
fallando considerablemente en su tarea. Wilhelm, tan
desafortunada como fue su muerte, probablemente había
muerto de una rara condición médica. No asesinado.
Ciertamente ningún poder místico trabajó para asesinarlo en
mi nombre. Esperaba que el príncipe no difundiera rumores de
mi supuesta maldición; ya tenía bastantes obstáculos propios
que superar.
—Los aldeanos creen que los huesos hallados en los
bosques fuera del castillo son los restos de las víctimas de
Vlad. Existen aquellos que han afirmado que su tumba está
vacía. Y hay otros que dicen que ha sido llenada con
esqueletos de animales. La familia real se niega a permitir a
cualquiera exhumar el cuerpo o ataúd para asegurarse.
Algunos dicen que se debe a que saben precisamente lo que
encontrarán. O más bien… lo que no encontrarán. Existen
aquellos que creen que Vlad resucitó de entre los muertos, su
sed de sangre desafiando a la propia muerte. Otros afirman que
simplemente es blasfemo profanar el lugar de descanso de un
hombre tan importante.
El profesor Radu siguió sobre la leyenda del príncipe
inmortal. Cómo había hecho un trato con el Diablo y, a cambio
de la vida eterna, necesitaba robar la sangre de los vivos y
beberla fresca. Sonaba como la novela gótica de John William
Polidori, The Vampyre.
—Voievod Trăgător în Ţeapă, o, más o menos traducido,
el Señor Empalador, se pensaba que bebía del cuello de sus
víctimas todavía vivas. Tenía el propósito de inspirar temor en
aquellos que buscaban invadir nuestro país. Pero la historia
dice que su método preferido era sumergir pan en la sangre de
sus enemigos e ingerirla de esa más… civilizada manera.
—Oh, sí —le susurré a Thomas—. Comer sangre es más
civilizado cuando uno moja su pan como si se tratara de un
buen estofado de invierno.
—En lugar de llamarlo un precursor al canibalismo.
Primero uno bebe sangre, luego se pasa a saltear algún órgano
—masculló Thomas—. A continuación, viene la salsa de
sangre.
—Científicamente improbable —susurró Anastasia.
—¿Qué es improbable? ¿Salsa de sangre? —preguntó
Thomas—. No mucho. Es una de mis favoritas.
Anastasia pareció momentáneamente sorprendida antes
de sacudir la cabeza.
—Ingerir sangre de la manera que implica Radu llevaría a
tener demasiado hierro en el sistema. Me pregunto si se
bañaba en ella en su lugar. Eso sería mucho más lógico.
—¿Qué tipo de diarios lees? —pregunté en voz baja,
mostrándole a Anastasia una expresión curiosa.
Ella sonrió.
—Hay un número limitado de novelas en este castillo.
Me las apaño.
—Desafortunadamente para el querido Vlad —dijo
Thomas en un fuerte susurro—. Su flatulencia debió haber
sido legendaria.
Oculté mi sonrisa detrás de mi pluma cuando el profesor
casi se tambaleó sobre sus zapatos otra vez. Pobrecito. Sus
ojos se iluminaron como si Dios le hubiera ofrecido un
brillante regalo con la forma de Thomas. Qué mal que Thomas
no estuviera comentando agradablemente sobre el tema. Había
poca cantidad de fantasía que podía soportar. En todo caso,
estaba impresionada que le haya tomado tanto tiempo hacer un
comentario. Al menos, Nicolae pareció estar levemente
divertido. Era mucho mejor que esa fea expresión vidriosa que
había llevado desde la muerte de su primo.
—¿Alguien dijo algo? —preguntó Radu, sus cejas bien
gruesas meneándose hacia arriba.
Thomas tamborileó sus manos sobre su diario,
pinchándose los labios como intentando evitar que sus
comentarios salieran. Me enderecé; las cosas parecían estar
poniéndose interesantes. Thomas era un geiser listo para
estallar.
—Estábamos hablando de flatulencia.
Resoplé de la manera menos femenina, luego oculté la
risita con una tos cuando Radu se giró hacia mí, ojos
parpadeando expectantes.
—Scuzele mele —dije—. Lo lamento tanto, señor.
Estábamos diciendo que tal vez Drácula se bañaba en sangre.
—Creo que está confundiendo a Vlad Drácula con la
Condesa Elizabeth Báthory —dijo Radu—. A veces es
llamada Condesa Drácula y se dice que se bañaba en la sangre
de las sirvientas que asesinaba. Casi setecientas, si los
informes son precisos. ¡Muy, muy desagradable! Sin embargo,
otra buena lección.
—¿Señor? —El chico de rizos rojos habló con acento
irlandés—. ¿Cree que los relatos históricos de Vlad bebiendo
sangre han sido confundidos con las leyendas?
—¿Hmm? ¡Ah, casi lo olvidé! —El profesor Radu se
detuvo junto al escritorio de Thomas, pecho inflado con
orgullo mientras enfrentaba a Nicolae—. Tenemos un
miembro verdadero de la familia Ţepeş entre nosotros. Tal vez
pueda arrojar algo de luz sobre estas leyendas. ¿El famoso
Señor Empalador bebía sangre? ¿O ese mito ha surgido de las
mentes fantasiosas de campesinos que necesitaban un héroe
más temible que los invasores otomanos?
El príncipe ahora estaba mirando hacia adelante, la
mandíbula apretada levemente. Dudaba que quisiera entregar
algunos secretos de la familia Ţepeş, especialmente si se
rumoreaba que sus ancestros disfrutaban de placeres
sanguinarios. Lo estudié detenidamente, decidiendo que no me
sorprendería descubrir que disfrutaba beber sangre.
—¿Qué hay de la Societas Draconistrarum? —
interrumpió Anastasia, su enfoque desviándose hacia Nicolae
—. Escuché que están en contra de tales mitos. ¿Cree que Vlad
en verdad era strigoi?
—Oh, no, no, no, querida niña —dijo Radu—. No creo en
tales rumores. Vlad no era un vampiro, sin importar lo
convincente que se vuelva un cuento.
—Pero, ¿de dónde vinieron originalmente esos rumores?
—insistió Anastasia—. Tienen que haber surgido de algún
hecho.
Radu se mordió el interior de su mejilla, pareciendo
considerar sus siguientes palabras con más cuidado que antes.
Era una expresión seria que todavía no había visto en él y
estaba intrigada por el sutil cambio. No había pensado que
fuera capaz de algo más que ser disperso.
—Hubo un tiempo donde los hombres necesitaban
explicaciones para tanta oscuridad y derramamiento de sangre
durante tiempos de guerra. Culpaban rápidamente a cualquier
cosa que no fuera su propia codicia por sus problemas. Y así
se sentaron y crearon a los vampiros, criaturas siniestras que
brotaban de las retorcidas profundidades de sus oscuros
corazones, reflejando su propia sed de sangre. Los monstruos
son solamente tan reales como las historias que les dan vida. Y
viven siempre y cuando contemos esas historias.
—¿Y los dragonistas comenzaron esas leyendas? —
preguntó ella.
—No, no. No quise implicar eso. Me estoy enredado con
mis mitos. Sin embargo, la Orden del Dragón es una historia
para otro momento. —Se dirigió a un puñado de nosotros en la
clase, aparentemente volviendo a ser él mismo—. Para
aquellos que no tienen el conocimiento de ello, eran una
sociedad secreta compuesta de una nobleza seleccionada. A
menudo se llama Societas Draconistrarum, o, burdamente
traducido, Sociedad de los Dragonistas. Luchaban para
defender ciertos valores en tiempos de guerra e invasión.
Sigismund, rey de Hungría, usó a los Cruzados como modelo
cuando fundó el grupo.
—¿Cómo se relaciona esto, señor? —preguntó Nicolae,
su acento marcado expresando su desprecio.
—La Orden cree que esta academia está enseñando a los
hombres jóvenes, y mujeres, no me he olvidado de usted,
señorita Wadsworth, ¡a ser herejes! He escuchado en muchas
ocasiones que los aldeanos creen que, si Vlad estuviera con
vida hoy, estaría horrorizado por esta escuela y sus enseñanzas
blasfemas. Su familia eran cruzados del cristianismo, que es
cómo se involucraron con la Orden. Todos sabemos cómo ve
la sociedad a la práctica de cortar a los muertos para
estudiarlos. El cuerpo siendo un templo y todo eso. Completa
herejía.
Tragué saliva. La sociedad recientemente también le
había dado la espalda a Tío, despreciándolo por la práctica de
autopsias. No entendían a los cuerpos que él abría en su mesa,
o las pistas que podía descubrir sobre sus muertes. Radu
contempló mi expresión afligida, sus ojos agrandándose.
—¡Oh! Por favor, no se preocupe, señorita Wadsworth. El
señor Cresswell me informó de la naturaleza sensible del caso
del Destripador y sus perturbadores efectos sobre usted.
Efectivamente no quiero alterar su frágil constitución, como el
señor Cresswell advirtió.
Durante un momento prolongado, un penetrante ruido
resonó en mi cabeza.
—Mi… ¿qué?
Thomas cerró los ojos, como si pudiera callar las
revelaciones de Radu completamente. Estaba débilmente
consciente que ahora mis compañeros de clase estaban
girándose en sus asientos, mirando como si una de sus obras
preferidas estuviera siendo interpretada y el héroe estuviera a
punto de caer.
—Oh, nada de qué avergonzarse, señorita Wadsworth. La
histeria es una aflicción común en las mujeres jóvenes y sin
casarse —continuó Radu—. Estoy seguro de que, si se refrena
de agobiarse mentalmente, será emocionalmente adecuada
pronto.
Algunos de los chicos se rieron abiertamente, sin
molestarse en ocultar su disfrute. Por dentro, el hilo que me
ataba a Thomas vibró con enojo. Esta era mi peor pesadilla
hecha realidad y no había nada que pudiera hacer para
librarme de ello.
—Audrey Rose…
Apenas podía mirarlo, tenía demasiado miedo de
ponerme a llorar, pero quería que viera el vacío abriéndose
dentro. Me había traicionado. Le había contado a nuestro
profesor que me había afectado un caso. Que mi constitución
había sido dañada. Era mi secreto que guardar. No suyo para
compartir. Su lealtad hacia mí obviamente no significaba nada.
No podía creer, luego de haberle dicho que no interfiriera con
mis decisiones, que iría por detrás de mí y compartiría
información personal.
Algunos compañeros más se rieron. El corpulento Andrei
incluso fingió haberse desmayado por la sorpresa y requirió
ayuda del chico de acento irlandés. Mi rostro ardía.
—No se preocupen, clase. No creo que todos estén
condenados debido a la ciencia que se practica aquí —
continuó Radu, completamente ignorante de lo que había
desatado—. Sin embargo, es difícil romper las tradiciones de
los aldeanos. Tengan cuidado si van a Braşov solos. Oh…
Supongo que ha habido una reunión sobre eso…
Un reloj sonó en el patio, indicando el bendito final de
esta tortura. Lancé mi diario y utensilios de escritura a un
pequeño saco que había llevado. No podía marcharme de este
salón lo bastante rápido. Si escuchaba algún comentario
insidioso más sobre desmayos en sofás o histeria, reaccionaría
en verdad.
—¡Los estudiantes no tienen permitido salir a los terrenos
sin supervisión! —gritó Radu sobre el clamor de los asientos
siendo empujados de los escritorios—. No quiero a nadie
siendo sacrificado por hereje. ¡Eso sería muy malo para
nuestro programa! La vigilia se realizará al anochecer, no lo
olviden.
Nicolae sacudió la cabeza hacia el profesor y lo rodeó en
el pasillo. Thomas se detuvo junto a su escritorio, impedido de
cerrar la distancia entre nosotros a causa de los estudiantes
saliendo, su atención fija en mí. No esperé a que se acercara.
Me di la vuelta y salí por la puerta tan rápido como pude.

Traducido por Brisamar58


Corregido por Flopy Durmiente
Clase de folclor
Curs de folclor
Castillo Bran
3 diciembre 1888

—Audrey Rose, por favor. Espera. —Thomas intentó


alcanzarme en el pasillo justo fuera del salón de clases, pero
me moví rápidamente. Dejó que su brazo cayera a su costado
—. Puedo explicarlo. Pensé…
—¿Oh? ¿Pensaste? —espeté—. ¿Pensaste que era una
buena idea burlarte de mí frente a nuestros compañeros?
¿Quitarme autoridad? ¿No tuvimos una conversación similar
ayer?
—Por favor. Juro que nunca quise decir…
—Exactamente. ¡Nunca quieres decir nada! —Thomas se
tambaleó hacia atrás como si lo hubiera golpeado. Ignoré su
aire herido, bajando mi voz a un áspero susurro cuando
Anastasia caminó de puntillas a nuestro alrededor y huyó por
el pasillo—. Te preocupas solo por ti y lo demuestras
diariamente a través de tus malditas acciones. Guardas tus
emociones, cuentos e historias para ti. Luego cuentas
libremente a los demás mis secretos. ¿Tienes idea de lo difícil
que es para mí? La mayoría de los hombres no me toman en
serio por las faldas que llevo, ¡y luego vas y demuestras que
tienen razón! No soy inferior, Thomas. Ninguna persona lo es.
—No deberías…
—¿No debería qué? ¿Tolerarte pensando que sabes lo que
es mejor para mí? Tienes razón. No debería hacerlo. No
entiendo cómo crees que tienes derecho a hablar por mí. Para
advertir a otros de mi frágil constitución. Se supone que eres
mi amigo, mi igual. No mi guardián.
Unas semanas antes, me preocupaba que mi padre me
quitara a Thomas y los estudios forenses de la misma manera
que mi hermano había sido arrancado de mis manos. No podía
soportar la idea de estar sin él. No podría haber sabido que
Thomas me traicionaría con el pretexto de proteger mis
mejores intereses. Nunca hubiera predicho que él sería quien
destruiría nuestro vínculo.
—Juro que soy tu amigo, Audrey Rose —dijo con
seriedad—, veo que estás enojada…
—Otra buena deducción hecha por el infalible señor
Thomas Cresswell —dije, incapaz de evitar lo mordaz de mi
tono—, una vez dijiste que me amabas, pero tus acciones
muestran una verdad muy diferente, señor. Requiero la misma
posición y no aceptaré nada menos.
El futuro del que no había estado segura de haber deseado
nunca se hizo claro como un cristal transparente. Tenía razón
en mis suposiciones. No importaba cuánto Thomas fingiera lo
contrario, aún era un hombre. Un hombre que sentía que su
deber y obligación sería hablar en mi nombre y establecer
reglas si me casara con él. Siempre me socavaría de alguna
manera con su «ayuda» irreflexiva.
—Audrey Rose…
—Me niego a ser gobernada por otra cosa que no sea mi
propia voluntad, Cresswell. Permíteme aclararlo aún más, ya
que obviamente no entendiste el punto anterior: preferiría
perecer solterona antes que someterme a una vida contigo y
tus mejores intenciones. Encuentra a otra persona para
atormentar con tus afectos.
Escuché a Thomas decir mi nombre mientras corría por el
pasillo y bajé a ciegas por un tramo de escaleras circulares.
Las antorchas casi se apagaron cuando pasé junto a ellas, pero
no me atreví a parar. Corrí más y más mientras descendía la
escalera de caracol, mi corazón rompiéndose con cada paso
que daba.
Nunca me había sentido más sola ni más tonta en toda mi
vida.
****
El cuerpo rígido que yacía sobre la mesa de examinación
me trajo más comodidad de lo que debería haber sido
apropiado. En lugar de amonestarme por un comportamiento
indecoroso, disfruté la sensación de control absoluto sobre mis
emociones. Nunca tenía más confianza que cuando un
escalpelo estaba en mis manos, y un cadáver esperaba con su
carne abierta como el lomo de un libro nuevo y fresco para ser
estudiado.
O al menos, nunca había tenido más confianza en el
pasado. Esta prueba era mucho más crucial para mí ahora,
especialmente después de la intromisión de Thomas.
Me centré en el cuerpo frío, mantenido decente con
trozos de tela cuidadosamente colocados. Mi corazón se agitó
un poco, pero le ordené que se calmara. No me quebraría
durante este examen. Si fuera necesario, permitiría que la
obstinación y el despecho me mantuvieran tranquila.
—Fii tare —susurró alguien desde un lugar cercano en el
quirófano—. Sé fuerte. —Miré hacia arriba, buscando la
fuente. Probablemente era una burla gracias a la declaración
de Radu de mi frágil constitución. Me demostraría a mí
misma, más que a nadie, que era completamente capaz de
realizar esta autopsia.
Agarré el escalpelo, dejando de lado mis emociones
mientras miraba al chico que había estado vivo ayer. Wilhelm
ya no era mi compañero de clase. Era un espécimen. Y
encontraría la fuerza que necesitaba para identificar su causa
de muerte. Dar paz a su familia. Tal vez así podría ayudar a
Nicolae a sobrellevar la situación: podría ofrecerle una
respuesta sobre por qué y cómo había muerto su primo. Mis
manos temblaron ligeramente mientras levantaba la hoja.
Nuestro profesor, un joven inglés llamado Señor Daniel
Percy, ya nos había mostrado la manera correcta de hacer una
incisión postmortem, y ofreció a uno de nosotros la
oportunidad de ayudar en la investigación de la muerte del
señor Wilhelm Aldea.
Dado que había completado tareas similares, fui la
primera en ofrecerme voluntariamente para extraer sus
órganos. Sospeché que Thomas estaba tan ansioso como yo
por inspeccionar el cuerpo, pero no me desafió cuando levanté
la mano. En su lugar, se sentó y hundió los dientes en su labio
inferior. Estaba demasiado molesta con él para apreciar la
ofrenda de paz. Él sabía que necesitaba hacer esto. Necesitaba
superar mis miedos o empacar mis baúles. Si no podía manejar
esta autopsia, nunca sobreviviría al curso de evaluación.
—Clase, tomen nota de las herramientas necesarias para
sus autopsias. Antes de cada procedimiento, es importante
tener listo todo lo que pueda necesitar. —Percy señaló una
pequeña mesa con una bandeja de objetos conocidos—. Una
sierra para huesos, un cuchillo de pan, tijeras de enterotomía
para abrir los intestinos delgado y grueso, pinzas dentadas y un
cincel. También hay una botella de ácido carbólico a mano.
Nuevos estudios favorecen la práctica de la esterilización.
Ahora, señorita Wadsworth, puede continuar.
Usando una cantidad decente de presión, abrí el esternón
con un par de cortadores de costillas. Tío me había enseñado
su método en agosto pasado, y agradecí la lección mientras
estaba en el quirófano, rodeada de tres filas concéntricas de
asientos que se elevaban al menos a nueve metros en el aire,
aunque mis compañeros de clase estaban todos juntos en el
nivel más bajo. La habitación estaba mayormente en silencio,
salvo por el ocasional arrastre de pies.
Desde la esquina de mi visión, noté que el príncipe se
estremecía. Percy le había ofrecido la opción de no participar
en esta lección, pero se había negado. No tenía idea de por qué
Moldoveanu no estaba inspeccionando el cuerpo por sí mismo
o por qué lo había entregado para nuestros estudios. Pero
Nicolae se quedó sentado, estoico. Había elegido no
abandonar a su primo hasta que su cuerpo fuera sepultado.
Admiré su fortaleza, pero no podía imaginar estar sentada en
un procedimiento de este tipo para un ser querido.
Ahora no podía evitar sentir su mirada en mí, tan afilada
como la herramienta en mis manos, mientras derramaba
secretos de la inesperada muerte de su primo.
Durante la asistencia previa al laboratorio, supe que los
hermanos italianos —los señores Vincenzo y Giovanni
Bianchi— eran gemelos fraternos. Ya no miraban con avidez
sus libros, sino el método con el que realizaba mi autopsia. Su
intensidad era casi tan inquietante como la forma en que
parecían comunicarse en silencio entre sí. Miré a mis otros
compañeros de clase brevemente. El señor Noah Hale y el
señor Cian Farrell estaban igualmente intrigados. Mi mirada
comenzó a deslizarse en dirección a Thomas antes de que la
detuviera. No me importaba mirarlo.
Abrí la caja torácica y obligué a mi expresión a
permanecer serena mientras el olor de las vísceras expuestas
flotaba en el aire. Un ligero olor a ajo estaba presente. Alejé
las imágenes de prostitutas asesinadas. Este cuerpo no había
sido profanado por un horrible asesino. Sus órganos no habían
sido arrancados. Ahora no era el momento para pensamientos
más allá de la mesa quirúrgica. Ahora era el momento para la
ciencia. Corté a través de algunos músculos, revelando el saco
alrededor del corazón.
—Muy bien, señorita Wadsworth.
El profesor Percy caminó alrededor del quirófano,
alzando dramáticamente su voz. Era por completo un artista,
un maestro que dirigía una sinfonía hacia un crescendo. El
sonido de su voz golpeaba el exterior de la habitación como si
su bajo fuera una ola que chocara contra la orilla.
—Lo que tenemos aquí es el pericardio, clase. Tengan en
cuenta la forma en que cubre el corazón. Tiene una capa
externa y una capa interna. La primera es de naturaleza
fibrosa, mientras que la otra es una membrana.
Entrecerré los ojos. La cubierta del pericardio se había
secado. Nunca había visto tal cosa antes. Sin que me dijeran
que lo hiciera, saqué una jeringa de vidrio y metal de la mesa e
intenté extraer una muestra de sangre del antebrazo del
difunto.
Retirando el tapón, esperé la consistencia espesa de la
sangre coagulada… y salió vacía. Un jadeo audible recorrió el
anillo inferior en la sala, haciendo eco como un coro cantando
el ascenso de un alma al cielo cuando llegó a los niveles
superiores.
Percy señaló herramientas y procedimientos, esta vez en
rumano.
Retrocedí, mi mirada recorrió el cuerpo casi desnudo,
demasiado concentrada en el misterio para sonrojarme. Y ahí
fue cuando lo noté: la ausencia de lividez postmortem.
Me agaché más cerca, tratando de encontrar un indicio de
esa acumulación de sangre de color gris azulado que debería
haber estado presente. Cada vez que una persona perecía, su
sangre manchaba el área más baja del cuerpo donde se
encontraba por última vez. Si murió mientras estaba acostado
boca abajo y luego fue dado vuelta, la decoloración todavía
estaría presente en su estómago. Busqué en cada uno de los
costados de Wilhelm y debajo de sus extremidades en busca de
lividez. No pude encontrar ninguna. Su palidez era extraña
incluso para un cadáver.
Había algo muy mal con este cuerpo.
—Está bien —dijo Percy, tomando una jeringa más
grande—, a veces es un poco más difícil tomar una muestra
del fallecido. Nada de lo que avergonzarse. Si no le importa.
—Probablemente su débil constitución —murmuró
alguien lo suficientemente fuerte como para que yo escuchara,
y fingiera no hacerlo.
Haciéndome a un lado, le di a Percy espacio para tomar
su propia muestra, ignorando las risitas de mis compañeros de
clase. Sacudí el extremo de mi jeringa, preguntándome cómo
demonios no había podido extraer ni un poco de sangre de
Wilhelm. El tamaño de la aguja no debería importar. Quería
echar un vistazo a Thomas, pero no cedí a mis deseos.
—Interesante.
Percy levantó el brazo izquierdo y lentamente hundió la
aguja en la delgada piel del codo del difunto. Cuando tiró del
émbolo hacia él, no había sangre. El profesor juntó sus cejas y
probó otro lugar. Una vez más, la jeringa salió vacía. Como
era de esperar, nadie se burló de su incapacidad para extraer
sangre.
—Hmm —murmuró para sí, tratando de tomar muestras
de cada extremidad. Cada vez, no logró extraer sangre. Dio un
paso atrás, con las manos en las caderas, y negó con la cabeza.
Unos cuantos mechones de cabello color jengibre cayeron
sobre su frente de la misma forma en que las pecas se
aparecieron sobre su rostro.
—Nuestro misterio de muerte se profundiza, clase. Parece
que a este cuerpo le falta su sangre.
Me maldije por hacerlo, pero esta vez no pude evitar
buscar la reacción de Thomas entre la multitud. Mi mirada se
desvió de rostro sorprendido a rostro sorprendido, todos
hablando entre ellos con inquietud. Andrei señaló el cadáver
de su amigo caído, el terror golpeando cada uno de sus
movimientos. Quería decirle que el miedo nublaría su juicio,
que solo complicaría y retrasaría nuestra búsqueda de la
verdad, pero no dije nada.
Era un descubrimiento horrible.
Di vuelta lentamente, mis ojos recorriendo la sala de la
torre, pero Thomas ya se había ido. Un destello de tristeza se
encendió dentro antes de que pudiera extinguirlo. Era mejor
así. Tendría que aprender a dejar de buscarlo por consuelo para
el que no estaba equipado para dar de todos modos.
El príncipe se inclinó sobre la barandilla y sus nudillos se
pusieron blancos.
—¿Hay marcas de strigoi en su cuello?
—¿Qué? —pregunté, escuchando, pero no entendiendo
una pregunta tan absurda. Me incliné y giré la cabeza de
Wilhelm hacia un lado. Dos pequeños agujeros estaban
cubiertos de sangre seca.
Deslicé una mano por mi cabello trenzado, sin pensar en
la caja torácica que acababa de abrir mientras lo hacía. Tenía
que haber alguna explicación que no apuntara a un ataque de
vampiros. Strigoi y pricolici eran cuentos; no eran
científicamente posibles. Sin importar con cuánto folclor local
nos haya alimentado el profesor Radu.
Rodé mis hombros, concediéndome permiso para
bloquear mis emociones. Ahora era el momento de adoptar el
método de deducción de Thomas. Si un hombre lobo o un
vampiro no han mordido a Wilhelm, ¿entonces qué lo hizo?
Hojeé páginas de escenarios en mi cabeza, tenía que haber una
explicación razonable para los dos puntos de su cuello.
Los hombres jóvenes simplemente no caían muertos y
perdían su sangre debido a causas naturales, y no estaba al
tanto de ningún ser vivo que pudiera dejar esas marcas de
mordidas. Negué con la cabeza. Marcas de mordedura de
hecho. Esa era la histeria abriéndose camino en mi mente. Un
animal no podría haber hecho esa herida. Era demasiado
prolija. Demasiado limpia. Las marcas de dientes no habrían
sido tan precisas al entrar en la carne.
Ataques de animales serían brutales, dejando muchas
marcas en el cadáver: carne desgarrada, uñas rotas, arañazos.
Heridas defensivas habrían estado presentes en las manos,
como lo había señalado Tío en casos de una pelea. Moretones.
Los vampiros no eran más reales que las pesadillas.
Entonces comprendí.
Las marcas podrían haber sido realizadas con un aparato
funerario. Aunque no estaba segura acerca de qué método
usaban los embalsamadores para extraer la sangre.
—¿Hay marcas de strigoi en su cuello? —preguntó
Nicolae de nuevo, con un tono exigente en su voz. Me había
olvidado por completo de él. También había algo más en su
tono. Algo teñido de espanto. Posiblemente incluso miedo. Me
pregunté qué sabría de los rumores que estaban discutiendo los
aldeanos. Que su antecesor vampírico había regresado de la
tumba y tenía sed.
El titular del periódico regresó a mis pensamientos. «¿Ha
regresado el príncipe inmortal?» ¿Los aldeanos anhelaban en
secreto a su príncipe inmortal? ¿Alguno de ellos había hecho
todo lo posible para organizar esta muerte, drenando el cuerpo
y dejándolo para la exhibición? No envidiaba a Nicolae en este
momento. Alguien quería que la gente creyera que un vampiro
había asesinado a Wilhelm. Y no simplemente cualquier
vampiro, posiblemente el más sanguinario de todos los
tiempos.
Sin levantar la vista, asentí en respuesta a la pregunta del
príncipe. Fue apenas un movimiento perceptible, pero fue
suficiente. No tenía la menor idea de cómo resolver este
enigma. ¿Cómo se había drenado la sangre de un cuerpo sin
que nadie se diera cuenta?
Habíamos estado en el pueblo por solo una hora más o
menos. Ese era apenas el tiempo suficiente para llevar a cabo
tal tarea. Y, sin embargo, ¿era posible para una mano experta?
No tenía idea de cuánto tiempo tomaba drenar la sangre de un
cuerpo.
Susurros recorrieron todo el quirófano, y varios se
dirigieron a mi lugar en el piso principal. Unos escalofríos me
estremecieron la espalda mientras me erguía.
Parecía que los aldeanos no estaban solos en sus
supersticiones; algunos de mis compañeros también estaban
convencidos de que Vlad Drácula vivía después de todo.

Querida Liza,
Como has señalado —en varias ocasiones hasta ahora, no
es que esté haciendo un seguimiento de esas cosas—, tu
experiencia con asuntos de una naturaleza más… delicada es
superior a la mía. Especialmente cuando se trata del sexo
débil. (¡Bromeo, naturalmente!)
Para hablar con claridad, me temo que podría haber
herido al señor Cresswell de una manera que incluso su
valentía tendría problemas para recuperarse. Simplemente…
¡me vuelve completamente loca! Ha sido un perfecto
caballero, lo que es intrigante y enloquecedor. Algunos días
estoy segura de que viviríamos tan felices como la reina con su
amado Príncipe Albert. Otros momentos juro que siento que
me arrebata mi autonomía cuando insiste en protegerme.
No obstante, volviendo al asunto en cuestión: regañé
enormemente al señor Cresswell. Informó a uno de nuestros
profesores de que mi constitución no era del todo robusta. Lo
que no suena tan escandaloso, excepto que fue la segunda vez
que intentó interferir con mi independencia. ¡Qué descaro!
Nuestros compañeros estaban bastante divertidos, aunque yo
estaba (y estoy) todo lo opuesto. Mi respuesta enojada puede
haber alienado los afectos del señor Cresswell. Antes de que
pidas los detalles escabrosos, expliqué —con bastante dureza
— que preferiría morir sola que aceptar su mano. Si tenía
intención de ofrecérmela alguna vez, ya no.
Por favor ayúdame con cualquier consejo que puedas
darme. Parece que estoy mucho mejor equipada para extraer
un corazón que para animarlo.

Tu prima amorosa,
Audrey Rose

PD: ¿Cómo te va en el campo? ¿Vas a ir pronto a la


ciudad?

Traducido por Flopy Durmiente

Corregido por Brisamar58


Césped del frente
Peluza din faţă
Castillo Bran
3 de diciembre de 1888

Moldoveanu permaneció en el centro de nuestro pequeño


grupo, su capa negra y su cabello canoso golpeando contra el
viento cortante de las montañas mientras recitaba una plegaria
en rumano.
Nieve y hielo caían de manera constante, pero nadie se
atrevió a quejarse. Justo antes que Moldoveanu comenzara la
vigilia, Radu había susurrado que, si llovía en un funeral, era
una señal de que el fallecido estaba triste. Estaba agradecida
de que esto no fuera un servicio funerario, pero no sabía qué
pensar del clima y lo que su lamentable estado indicaba sobre
las emociones de Wilhelm en el más allá.
Mi mente vagaba, junto con mis ojos, mientras
Moldoveanu continuaba su discurso. Nuestro nuevo
compañero, y el reemplazo de Wilhelm, era un joven llamado
Señor Erik Petrov de Moscú. Parecía como si hubiera nacido
del hielo. Ignoró la aguanieve cubriendo su frente mientras
permanecíamos en un círculo en el césped de la entrada,
nuestras velas parpadeando detrás de nuestras manos
ahuecadas. Además de los profesores, había ocho de nosotros
del curso de evaluación, más Anastasia. Thomas no se había
molestado en venir.
De hecho, no lo había visto desde que dejó la clase de
Percy. Debido al mal clima, Moldoveanu había pospuesto
nuestra lección de anatomía hasta después de la vigilia, y me
preguntaba si Thomas se tomaría la molestia de asistir. Lo
aparté de mis pensamientos y acomodé mi guardapolvo. La
nieve se acumulaba debajo de mi cuello de todos modos.
Parpadeé copos de mis pestañas, evitando lo mejor posible que
mis dientes castañetearan. No creía en fantasmas, pero sentía
que era prudente no fastidiar a Wilhelm si estuviera
mirándonos desde el más allá.
Anastasia se acercó, su nariz roja y brillante.
—Este clima es groaznică.
Asentí. Definitivamente era horrible, pero también lo era
la manera brutal en que Wilhelm había perdido su vida. Un
poco de nieve y hielo no eran nada en comparación con el frío
infinito en el que ahora residía su cuerpo. Nicolae miró hacia
el bosque, sus ojos vidriosos con lágrimas no derramadas. De
acuerdo al infinito suministro de cotilleos del castillo por parte
de Anastasia, él no había hablado con nadie desde que se
descubrió que la sangre de Wilhelm había sido extraída,
aunque Andrei había intentado hablar con él varias veces,
incapaz de dejar a su amigo sufriendo solo.
Era sorprendente lo tierno que Andrei podía ser cuando
había sido tan horrible con Radu. Aunque sabía que había
varias facetas de una persona si uno buscaba lo suficiente.
Nadie era completamente bueno o malo, otra cosa que aprendí
durante el caso del Destripador.
Un movimiento cerca del borde del bosque captó mi
atención. No era nada más que un ligero movimiento, como si
algo estuviera escabulléndose en las sombras. Imágenes de
brillantes ojos dorados y encías negras atravesaron mi mente.
Me reprendí internamente. No había hombres lobo rodeando
nuestro grupo de luto, esperando para soltar un ataque
calculado. Así como los vampiros no eran reales.
Anastasia me miró, sus ojos abiertos de par en par. Lo
había visto también.
—Quizás Radu tenía razón. Quizás los pricolici están al
acecho en el bosque. Algo nos está observando. ¿Lo sientes?
Vellos se erizaron en la parte de atrás de mi cuello.
Extraño que ella también hubiera pensado en los lobos.
—Más probable alguien.
—Eso es un pensamiento aterrador. —Anastasia se
estremeció tanto que su vela se apagó.
—Debido al reciente descubrimiento con respecto a la
muerte de Wilhelm —dijo el director con acento inglés,
pasando rápidamente de recuerdos a negocios—, nadie tiene
permitido salir de los terrenos de la academia. Al menos hasta
que descubramos la verdadera causa de su muerte. Se
impondrá un toque de queda para garantizar su seguridad.
Sorprendentemente, Andrei intercambió una mirada con
Anastasia.
—¿Se ha realizado una amenaza contra la academia? —
El acento de Andrei era grueso, fuerte. Le sentaba bien.
Nuestro director respondió cada una de nuestras miradas;
esta vez no había desprecio en su rostro. Si Moldoveanu estaba
siendo amable, entonces algo peor que una amenaza venía por
nosotros.
—Estamos tomando medidas de precaución. Ninguna
amenaza se ha hecho. Directamente.
Moldoveanu nos hizo señas para regresar al castillo.
Giovanni y Vincenzo fueron los primeros en subir la escalera
de piedra y desaparecer adentro, ansiosos por encontrar los
mejores asientos para la clase de anatomía. Sabía que debería
sentirme excitada o nerviosa por esta clase, también. Esos dos
puestos permanentes en la academia pendían delante de todos
nosotros como si fueran huesos ofrecidos a perros salvajes
hambrientos. Y aun así mis pensamientos seguían desviándose
hacia el bosque.
Me di vuelta, mirando las sombras moverse debajo de los
árboles, mientras mis compañeros subían las escaleras. Me
preguntaba quién estaba allí fuera, observando nuestro
pequeño grupo, posiblemente cazándonos como presa. Algo
siniestro le había ocurrido a Wilhelm. Mi imaginación, sin
importar lo hiperactiva que estuvo últimamente, no habría
conjurado un vampiro para drenarlo.
Algún monstruo viviente le había hecho eso. Pretendía
descubrir cómo. Y por qué.
****
—Cuando diga sus nombres, por favor identifiquen el
hueso al que estoy señalando. —Moldoveanu caminó frente a
la primera fila de la clase, sus manos a la espalda como si
fuese un militar—. Quiero evaluar su dominio de lo básico
antes de pasar a lecciones más complicadas. ¿Entendido?
—Sí, Director —respondimos todos. Noté que nadie se
encorvaba o se quedaba dormido en esta clase. Todos estaban
en los bordes de sus asientos, plumas derramando tinta, listas
para garabatear sobre hojas en blanco. Bueno, todos excepto
Thomas. Él estaba estirando su cuello, intentando conseguir
mi atención. Presioné mis labios, ignorándolo. Ya hizo daño
suficiente durante folclor. No deseaba que la situación volviera
a repetirse en esta clase. Moldoveanu no era ni de cerca tan
compasivo o atolondrado como Radu.
—Audrey Rose —susurró Thomas cuando el director
entró brevemente al cuarto de suministros—. Por favor,
déjame explicar.
Le dediqué mi mirada de furia como advertencia, cortesía
de mi tía Amelia. Si arruinaba mis posibilidades de entrar en
esta academia, lo mataría. Volvió a sentarse, pero no apartó su
mirada de mí. Mantuve mi boca cerrada con fuerza, asustada
de soltar una letanía de maldiciones desagradables hacia él.
Miré hacia el frente, ignorándolo.
Un largo pizarrón ocupaba la pared detrás del escritorio
de Moldoveanu, su oscura superficie sin ninguna marca. El
director sacó un esqueleto del cuarto de suministros y lo
colocó a su lado. Tomó un señalador y comenzó a indicar cada
parte que quería que identificáramos. Me acomodé en mi
asiento, esperando no fallar en algo fácil. Thomas se movió
incómodo, su mirada arruinando mi concentración. Agarré mi
pluma, mis nudillos poniéndose blancos.
—Señor Farrell, por favor nombre este hueso.
Luché para no poner los ojos en blanco.
—Eso es el cráneo, señor. —El chico irlandés enderezó
sus hombros, sonriendo como si hubiera encontrado la cura
para una enfermedad extraña y no indicar correctamente que
eso era un cráneo.
—¿Señor Hale? El siguiente, por favor.
—Clavícula, señor.
La lección continuó de la misma manera. Cada estudiante
recibía una pregunta completamente ridícula y sencilla, y me
preguntaba si estaba equivocada respecto a la dificultad de esta
clase. Luego Moldoveanu soltó abruptamente el señalador y
volvió al cuarto. Regresó con una charola de lo que parecía ser
huesos de pollo en frascos de un líquido claro. Olfateé el aire.
No era ácido carbólico ni formol.
—Señorita Wadsworth, venga al frente de la clase, por
favor.
Respiré profundamente, me puse de pie, y me obligué a
entrar en acción. Me detuve ante el director, mi atención en los
frascos en sus manos. Él me ofreció uno.
—Observe y reporte sus hallazgos.
Levanté el frasco hacia mi nariz e inhalé.
—Parece ser un hueso de pollo sumergido en vinagre,
señor.
Moldoveanu asintió brevemente.
—¿Y cómo afecta esa sustancia al hueso?
Resistí la urgencia de morderme el labio. El aula estaba
repentinamente tan silenciosa que mis oídos estaban
zumbando. Todos tenían sus miradas fijas en mí,
diseccionando cada una de mis pausas y movimientos.
Reflexioné sobre la importancia del vinagre, pero mi atención
estaba dividida en dos.
Andrei se rio.
—Parece que podría estar enferma, señor. ¿Cree que su
constitución está dañada?
Mi rostro ardía mientras la clase se reía de su burla. El
maestro no hizo más que simplemente pestañear en su
dirección, y ciertamente no me ofreció ninguna ayuda.
Furiosa, comencé a responder, pero fui abruptamente
interrumpida por Thomas, poniéndose de pie tan rápido que
derribó su silla.
—¡Suficiente! —demandó, su voz más fría que la
tormenta fuera—. La señorita Wadsworth es más que capaz.
No se burlen de ella.
Si ya estaba avergonzada, no fue nada en comparación
con la vergüenza absoluta en la que me estaba ahogando
ahora. Moldoveanu se dio vuelta, mirando a Thomas como si
de repente un lagarto tuviese la habilidad de hablar.
—Eso será todo, señor Cresswell. —Señaló la silla
derribada—. Si no puede sentarse en silencio, entonces tendrá
que retirarse. Señorita Wadsworth, mi paciencia se está
agotando. ¿Qué le podría pasar a un hueso en vinagre?
Sangre todavía estaba arremolinándose en mi cabeza,
pero estaba demasiado enfadada para que me importara. Mis
pensamientos repentinamente se aclararon. Ácido. El vinagre
era un ácido.
—Se debilitaría. El ácido es conocido por erosionar el
calcio fosfato, lo que hace que el hueso sea más flexible
también.
Los labios de Moldoveanu casi se curvan en una sonrisa.
—Príncipe Nicolae, identifique qué articulaciones se
correlacionan con que movimientos en nuestros cuerpos.
Exhalé y regresé a mi asiento, furiosa de que Thomas me
hubiese hecho hacer el ridículo delante de nuestros
compañeros otra vez. Intencionalmente o no, estaba haciendo
un buen trabajo arruinando mis posibilidades en este curso de
evaluación. Durante el resto de la clase, mantuve mi mirada
fija en mis notas, asustada de otra tontería que Thomas podría
hacer a continuación.
****
—Mi hermano me rogó para que hablara en su nombre.
Daciana arrastró la silla de escritura de mi dormitorio y la
colocó ante el sofá. Anastasia se nos uniría en una hora
aproximadamente, pero por ahora éramos solo Ileana,
Daciana, y yo.
Una bandeja con comida permanecía intacta frente a
nosotras. Había perdido el apetito. Les indiqué que se sentaran
en el sofá y me senté en la silla opuesta a ellas. No quería
hacer comentarios de mi frustración con Thomas, pero
Daciana no iba a aceptar mi silencio.
—Se siente fatal. Honestamente no creo que haya
pensado en el efecto de sus acciones. Thomas ve el mundo en
ecuaciones. Un problema para él tiene una solución. No
entiende de emociones, pero lo está intentando. Y dispuesto a
aprender.
No me molesté en señalar que, si estaba tan interesado en
aprender, entonces hubiera tomado nota la primera vez que
tuvimos una conversación respecto a su implicación en
informarme de lo que debo hacer. Y entonces probablemente
no hubiera hecho una escena en la clase de anatomía. En lugar
de expresar mi exasperación, simplemente dije:
—Necesito algo de tiempo.
—Comprensible. Nunca lo había visto tan… afectado
antes. Lo único que hace es dar vueltas en su dormitorio.
¿Quieres que le pase un mensaje antes de que me vaya?
Negué con la cabeza. Realmente apreciaba el intento de
Daciana por enmendar nuestra amistad, pero ahora no era el
momento. No permitiría que problemas externos afectaran lo
que vine a hacer, mejorar mis conocimientos forenses y ganar
un lugar en la academia. Iba a lidiar con distracciones
personales después de que asegurara mi futuro con uno de esos
puestos; no me iba a sacrificar a mí misma ni a mis metas. Ni
siquiera por Thomas. Era algo que sentía que nadie debía
hacer, especialmente una mujer. El compañero correcto me
apoyaría y entendería eso, incluso si anhelaban que las cosas
funcionaran otra vez.
En este momento, necesitaba entender cómo nuestro
compañero había perdido hasta la última gota de sangre de su
cuerpo. Cómo ocurrió en menos de una hora. Y cómo su
cuerpo había sido arrojado en el medio de la aldea sin ninguna
pista o testigo. Aunque suponía que el director probablemente
habría preguntado sobre eso mientras inspeccionaba la escena.
Odiaba que Tío no fuera parte de este caso. Hubiera
estado justo a su lado mientras hablaba con los investigadores,
no enviada de regreso a la academia a esperar. Incluso el
Detective Inspector William Blackburn, y sus muchos
secretos, me había incluido durante los crímenes del
Destripador.
Ileana yacía acostada en el regazo de Daciana, sus ojos
medio cerrados mientras Daciana deslizaba los dedos en su
cabello. Hablaban acerca de a dónde Daciana se iba a ir de
viaje próximamente, qué familia iba a visitar. Sus voces eran
suaves, afectuosas, impregnadas con un poco de tristeza ante
la idea de no verse por un tiempo.
Su distracción permitió que mi mente vagara nuevamente
sobre lo que había visto en la aldea. La manera en que
Wilhelm había sido dejado. La falta de desorden en la nieve
alrededor de su cuerpo. Era como si hubiera sido arrojado
desde una ventana cercana…
Salté de la silla y paseé de un lado a otro frente a la
chimenea, algo estaba desmoronándose y fusionándose en mi
mente, pero no podía dar sentido a la combinación de piezas.
—¿Todo está bien? —preguntó Daciana.
—Me disculpo —dije—. Solo estoy pensando.
Sonrió y volvió a hablar con Ileana. Recordé la figura que
creí haber notado en la ventana sobre la que se había
convertido en una escena de crimen. La persiana que se había
golpeado contra la pared, llamando mi atención hacia arriba.
Qué extraño que las persianas hubieran estado abiertas durante
la tormenta. Menos extraño si ese fuese, de hecho, el lugar
desde donde el cuerpo había sido arrojado.
Un golpe sonó en la puerta, alarmándonos a todas desde
nuestros respectivos lugares. Ileana y Daciana rápidamente se
separaron. Anastasia entró, saludando a Ileana y sonriéndome
ampliamente antes de estudiar a Daciana desde cerca. No la
esperaba hasta dentro de un rato, aunque estaba aprendiendo
rápidamente que Anastasia bailaba a su propio ritmo en la
vida.
—¿Eres la hermana del guapo?
Daciana entrecerró sus ojos.
—Si te refieres a Thomas, entonces sí. ¿Y tú eres?
—Soy la chica deseando robárselo. —Anastasia lanzó su
cabeza hacia atrás y rio—. ¡Solo bromeo! Tu expresión fue
maravillosa. —Me señaló—. Sin ofender, Audrey Rose.
Daciana frunció los labios. Solo podía imaginar lo que
quería decir. Sabía lo sorprendida que me sentí ante la
franqueza de Anastasia al principio. Anastasia sabía lo que
quería y no era tímida en decirlo. Un aspecto admirable para
una mujer joven siendo criada por el estricto director.
—Creo que sé dónde fue asesinado Wilhelm —dije,
esperando aligerar la tensión. Rápidamente les conté sobre la
persiana, la ventana abierta, y la figura oscura. No omití
ningún detalle acerca del estado del cuerpo o las huellas que
llevaban al callejón adyacente. Como si quien sea que lo
hubiese arrojado del edificio lo hubiera examinado antes de
escabullirse.
Anastasia se había quedado completamente inmóvil.
Ileana tocó una cruz que sacó de debajo de su camisa bordada,
y Daciana se levantó y se sirvió un poco de vino de una
licorería que había traído a hurtadillas.
Una vez que terminé de informarlas, Daciana dejó su
copa, con preocupación en su rostro.
—Si fue arrojado desde una ventana, ¿no se hubiesen
fracturado algunos de sus huesos?
Alcé un hombro.
—Posiblemente. Es algo para investigar a fondo, pero no
he visto ninguna indicación de huesos rotos o moretones. La
caída no fue tan alta, y si ya estaba muerto… —No terminé la
oración. Ileana parecía enferma.
—Bueno, creo que alguien necesita averiguar a quién
pertenece esa casa —dijo Daciana—, independientemente de
cualquier cosa, es una pista muy intrigante. Debes decirle al
director.
Anastasia se rio.
—No debería hacer una cosa así. Deberíamos investigar
por nuestra cuenta. Si mi tío es informado, entonces él
descubrirá secretos, pero no los compartirá. —Envolvió mis
manos con las suyas—. Esta podría ser tu oportunidad de
mostrarle lo valiosa que eres. Te rog. Por favor no le cuentes
esta teoría. Déjame ayudarte. Entonces verá que las mujeres
jóvenes son capaces de cosas así. Por favor.
Me tragué mi respuesta inicial. Ella muy bien podía estar
en lo cierto. Si le contáramos a Moldoveanu sobre esto, nos
obligaría a quedarnos atrás mientras él investigaba. ¿Luego
qué? No compartiría nada con nosotras. Ni siquiera
reconocería nuestro papel ayudándolo con el caso. Luego
estaba el asunto de no tener permitido salir de los terrenos de
la academia; probablemente lo usaría como una excusa para
dejarnos atrás.
—Por ahora mantendremos esta información para
nosotras —dije—, pero debemos investigar en la aldea pronto.
Daciana e Ileana intercambiaron miradas preocupadas,
pero pretendí no darme cuenta. Tanto Anastasia como yo
necesitábamos esto.
Anastasia besó mis mejillas, sonriendo triunfal a Daciana.
—¡No te arrepentirás!
Pero mientras deseaba buenas noches a mis amigas y
deseaba éxito a Daciana en la próxima parada de su Gran Tour,
no pude evitar sentir que Anastasia estaba terriblemente
equivocada.
Cánula y sondas

Traducido por florff

Corregido por Flopy Durmiente


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
4 de diciembre de 1888

Llamas como de dragón rugían contra el protector de la


chimenea en la pequeña sala de mi dormitorio vacío.
Las observé, medio hipnotizada, mientras mi libro
médico presionaba contra mis piernas, casi haciéndolas picar
con entumecimiento. Nuestra parte de Rumania tenía dragones
en todas partes que mirase. Los candelabros por todo el
castillo. Los tapices en los pasillos. Las esculturas en el pueblo
y las insignias en los carruajes. Sabía que «Dracul» se traducía
como dragón y asumí que simplemente eran un homenaje a
dos líderes temibles, Vlad II y Vlad III.
Tomé nota mental para preguntarle al profesor Radu si
también tenía algo que ver con la misteriosa Orden del
Dragón. Quizás los dragones ocultaban pistas. De lo que no
estaba segura, pero parecía una buena pista que investigar.
Quizás la Orden estaba detrás de la muerte de Wilhelm.
Quizás estaba atacando miembros de la nobleza o familias que
ya no mantenían valores cristianos.
Suspiré. Era bastante rebuscado. Ni siquiera sabía si la
Orden aún existía. Quizás no eran más que rumores y cuentos
de pueblerinos que se decían para que la gente se comportara
mucho después de que su brutal príncipe hubiese perdido la
cabeza por los turcos.
Moví mis piernas, esperando recuperar algo de
sensibilidad en mis pies. Mi libro de prácticas mortuorias tenía
el tamaño de un gran gato doméstico, pero era una compañía
mucho menos placentera. Tampoco ronroneaba ni emitía
invitaciones desdeñosas para acariciarlo detrás de las orejas.
En lugar de eso, ofrecía información y fotografías que me
habían parecido perturbadoras.
Los diagramas estaban hechos en blanco y negro,
mostrando exactamente cómo extraer la sangre de un cuerpo y
como coser la boca para propósitos funerarios, que requería
una costura desde la barbilla atravesando las encías y hacia el
tabique. Un boceto incluso aconsejaba el uso de vaselina para
evitar que los párpados se abrieran.
Los afligidos miembros de la familia probablemente
colapsarían ante la vista de los ojos o las mandíbulas de sus
seres queridos abriéndose de golpe mientras el sacerdote los
llevaba de la muerte al cielo. Particularmente no querría ser
testigo de algo así. Una lengua seca sería bastante espantosa,
una oscura babosa dejada durante horas al sol del desierto. Era
mejor dejárselo a la imaginación.
Había visto bastantes cadáveres en el laboratorio de Tío
para saber bastante bien que la mayoría de la gente preferiría
que les ahorrasen esas imágenes, especialmente cuando se
trataba de las personas que amaban. Dejé de detenerme en
pensamientos sobre los que había perdido, pasando al
siguiente capítulo del libro. Las páginas eran gruesas y ásperas
en los bordes. Era un hermoso tomo, a pesar de la materia
sobre la que trataba.
Inesperadamente, imaginé a Thomas sentado conmigo,
señalando los detalles que a la mayoría les pasarían
inadvertidos mientras estudiábamos estos libros. A pesar de
que me había permitido unas pocas miradas robadas, lo había
evitado durante las lecciones de folclor de Radu y los
ejercicios de anatomía de Moldoveanu. Él no parecía verse
bien en ninguna de las dos clases. Cerrando esa línea de
pensamiento, me enfoqué en mi libro. No estaba tan
familiarizada con las prácticas mortuorias como lo estaba con
las autopsias, así que había tomado prestado el libro de una de
las bibliotecas mientras me dirigía a mi habitación después de
clase.
De acuerdo con las funerarias, insertar una cánula —un
largo tubo— en la arteria carótida y después obligar a salir los
líquidos por medio de la gravedad, era el mejor método de
extraer la sangre y otros fluidos corporales.
Luego, los funerarios movían los fluidos masajeando
desde los pies del fallecido hacia sus corazones sin latido. Lo
que parecía un horrible montón de trabajo para que alguien
haga mientras la gente estaba paseando por calles en una
atareada tarde en Braşov. Apostaba a que hubiera habido una
gran cantidad de alteraciones en la nieve alrededor del cuerpo
de Wilhelm. Seguramente algunos fluidos o sangre habrían
salpicado el suelo. Su cuerpo tenía que haber sido movido
después de la extracción de sangre. Simplemente no había
manera de que él hubiera pasado por todo esto donde había
sido encontrado. Todavía creía firmemente que esa casa con la
persiana abierta podría contener pistas.
Cada vez me convencía más de que un aparato mortuorio
fue el método usado para drenar su sangre; sin embargo, no
respondía a la pregunta de cómo había muerto. Si había sido
asesinado, habría tenido alguna clase de herida externa.
Estrangulamiento habría tenido signos evidentes, petequias
hemorrágicas presentes en el blanco de sus ojos, decoloración
alrededor del cuello. Su cuerpo estaba libre de todo eso.
Excepto por las supuestas marcas de mordiscos, no podía
recordar ninguna evidencia concreta que mostrara que había
sido asesinado.
Dudaba que hubiera permanecido de pie sin hacer nada y
permitiera que le drenaran la sangre sin luchar, así que las
«marcas de mordisco» probablemente no fueron la causa de la
muerte. No parecía descabellado creer que le hubieran dado
opiáceos. Quizás esa clase de toxina habría sido la causa de su
erupción.
Mientras mi mente vagaba por la extrañeza del cuerpo sin
sangre de mi compañero de clase, mi corazón exigía que
Thomas viniera y discutiera esto conmigo inmediatamente. Le
dije a mi corazón que olvidara esta súplica. Resolvería este
misterio sola. Incluso aunque sabía que era capaz de lograr
esta tarea, no podía negar el vacío que me rodeaba. Daciana ya
estaba de viaje alrededor del continente, y Anastasia era
incapaz de venir a mi habitación por el libro que estaba
estudiando. Ella afirmaba que eso podría ayudar en el caso de
Wilhelm. Ileana estaba ocupada con sus tareas y me negaba a
poner su posición en peligro porque me sentía sola.
¿Dónde estás cuando te necesito, Prima?
Aún estaba esperando por la carta de respuesta de Liza,
esperando que pudiera ofrecerme algún muy necesitado
consejo en el asunto entre Thomas y yo. El romance era para
ella lo que la ciencia forense era para mí, y deseaba que
pudiera estar aquí ahora para ayudarme a navegar por esta
tormenta de emoción.
Despreciaba estar tan distraída durante un momento tan
crucial. No importaba con qué frecuencia ordenara a mi
cerebro a formular teorías científicas, él tercamente empujaba
de regreso a Thomas y a la inquietud que sentía. Necesitaba
resolver esa situación, solo así podría concentrarme. Suspiré,
sabiendo que no era exactamente la verdad del por qué quería
abordar el problema. Lo extrañaba. Incluso cuando quería
estrangularlo. No me preocupaba esto ni un poco, pero era
preferible a los otros pensamientos invasivos que había estado
teniendo.
Como si esperasen ser convocados, los recuerdos del
asesinato más atroz del Destripador asaltaron mis sentidos. La
manera en que el cuerpo de la señorita Mary Jane Kelly había
sido destrozado… me detuve justo allí.
Cerré el libro y me dirigí a la cama. Mañana me
levantaría y estaría fresca. Mañana lidiaría las consecuencias
de nuestra pelea. Por ahora, me ocuparía de mis propias
heridas. Thomas estaba en lo correcto en una cosa: necesitaba
sanarme a mí misma antes de poder dirigirme a alguien o algo
más.
Bajé las sábanas, a punto de deslizarme en su calor,
cuando un golpe sonó en mi puerta. Me quedé sin aliento. Si el
señor Thomas Ridículo Cresswell estaba llamando a esta hora
indecente, especialmente después de su comportamiento
reprensible…
Con el corazón revoloteando traicioneramente, abrí la
puerta, con las amonestaciones muriendo en mi lengua.
—¡Oh! No eres en absoluto quien pensé que serías.
Anastasia estaba vestida por completo de negro y tenía
una sonrisa diabólica en sus labios.
—¿Quién, te ruego me digas, asumiste que estaría aquí a
esta hora? —Agarró mis manos y nos deslizó en un torpe vals
—. ¿Seguramente no el galante señor Cresswell… hmmm?
¡La intriga! ¡El escándalo! Debo admitirlo, siento envidia de tu
vida secreta.
—Anastasia, ¡sé seria! ¡Son casi las diez de la noche! —
Mi sonrisa no me hizo ningún favor—. ¿Qué rayos estás
haciendo fuera de la cama? —Miré su atuendo otra vez,
recordando que hubo una vez en que también usé un vestido
de luto—. De hecho, parece que en lugar de eso debería
preguntar ¿dónde estás planeando escabullirte?
—Estamos a punto de investigar la escena de muerte de
Wilhelm. —Se metió dentro de mi dormitorio y sacó un par de
piezas de ropa oscura de mi baúl—. De prisa. La luna está
llena y el cielo está bastante claro. Tenemos que ir a Braşov
esta noche. Tío me dijo que llamaría a los guardias reales;
llegarán mañana y eso hará que escabullirse sea un poco
difícil. —Me observó por encima de su hombro—. Aún estás
interesada en buscar en esa casa, ¿no?
—Por supuesto que lo estoy. —Asentí, tratando de no
pensar en las criaturas en el bosque. Monstruos que tan solo
eran tan reales como nuestras imaginaciones. Y la mía estaba
intentando poblar el mundo con lo supernatural—. ¿No
deberíamos esperar hasta la luz del día? Los lobos podrían
estar afuera cazando.
Anastasia soltó un bufido.
—El profesor Radu simplemente te está llenando la
cabeza con preocupaciones. Sin embargo, si tienes mucho
miedo…. —Permitió que la burla y el reto colgaran entre
nosotras. Negué con la cabeza, y sus ojos brillaron con orgullo
—. ¡Extraordinar! —Me lanzó la ropa oscura—. Si tenemos
suerte, quizás nos encontremos con el príncipe inmortal. Un
paseo a medianoche con el encantador Drácula suena
delicioso.
—Deliciosamente morboso, quieres decir. —Me deslicé
en el vestido negro y abroché una capa ribeteada de piel a
juego sobre mis hombros. Antes de marcharnos, arranqué un
alfiler de sombrero de mi tocador y lo enganché en mi cabello.
Anastasia me sonrió, desconcertada, pero no me preguntó por
ello. Lo que era bueno. No deseaba decirlo en voz alta, pero
ciertamente esperaba que no nos encontráramos con nadie que
estuviese sediento por nuestra sangre.
De hecho, preferiría nunca posar mis ojos sobre el
Príncipe Drácula.
****
Anastasia había tenido razón; el cielo estaba claro de
nubes y nieves por una vez, y la luna estaba tan brillante que
no necesitábamos una lámpara o linterna. La luz de la luna
hacia destellar la capa de nieve, brillante y reluciente en
secciones.
La temperatura, sin embargo, era incluso más fría que la
del laboratorio del sótano de Tío donde inspeccionábamos los
cadáveres. Avanzamos de prisa por el muy desgastado sendero
que conectaba la academia con el pueblo más abajo, nuestra
procesión en su mayoría silenciosa salvo por los ocasionales
sonidos de la naturaleza, y nuestra respiración jadeando.
Estábamos manteniendo un paso brutal, esperando alejarnos
del castillo tan rápidamente como fuese posible.
Las sombras parpadeaban sobre nuestras cabezas
mientras las ramas de los árboles se quebraban y crujían. Traté
de ignorar los vellos erizándose en mi nuca, y la sensación de
estar siendo inspeccionada de cerca. No había lobos. Ni
cazadores manteniendo el paso tras nosotras, inmortales y
salvajes. Nadie para degustar nuestra carne y desgarrándonos
en formas irreconocibles. La sangre silbaba en mi cabeza.
Por segunda vez esta noche, una horrible imagen del
cadáver de la señorita Mary Jane Kelly cruzó por mi mente,
como solía pasar cuando me imaginaba algo verdaderamente
brutal. Su cuerpo había sido destrozado por Jack el
Destripador hasta que apenas parecía nada humano.
Cerré los ojos durante un momento, obligándome a
mantenerme calmada y serena, pero el sentimiento de ser
observada persistía. El bosque era encantador durante las horas
del día, pero en la noche era peligroso y traicionero. Juré no
volver a abandonar mi habitación en la oscuridad de nuevo.
Los hombres lobo y los vampiros no son reales. No hay
nadie cazándote… Vlad Drácula está muerto. Jack el
Destripador también ha fallecido. No hay…
Una rama se quebró en algún lugar cercano, golpeándose
contra el suelo, y mi cuerpo entero se entumeció. Anastasia y
yo nos juntamos, abrazándonos como si pudiésemos ser
destrozadas por una fuerza malévola. Escuchamos en silencio
durante unos pocos instantes, esforzándonos por oír cualquier
otro sonido. Todo estaba en calma. Excepto mi corazón.
Galopaba en mi pecho como si estuviese siendo perseguido
por criaturas sobrenaturales.
—El bosque es tan malvado como Drácula —susurró
Anastasia—, juro que hay algo ahí fuera. ¿Lo sientes?
Gracias a Dios mi mente no era la única que estaba
conjurando bestias hambrientas siguiéndonos al pueblo. La
piel de mi nuca picaba mientras el viento remontaba.
—He leído estudios que dicen que los instintos humanos
se agudizan bajo presión —dije—, nos ponemos en sintonía
con el mundo de la naturaleza para sobrevivir. Estoy segura de
que solo estamos siendo tontas ahora, aunque las lecciones de
Radu parecen mucho más plausibles bajo una capa de
oscuridad.
Advertí que mi amiga no hizo ningún comentario más,
pero tampoco aflojó su agarre sobre mí hasta que no llegamos
a salvo a Braşov. Como esperaba, el pueblo estaba tranquilo,
todos sus ocupantes dormidos en sus casas color pastel. Un
aullido resonó en la distancia, su triste nota encontrando otro
cantor mucho más lejano. Pronto un coro de lobos alteró la
calma de la noche.
Tiré de la capucha de mi capa y miré al castillo que
vigilaba de pie sobre nosotros, oscuro y melancólico a la
plateada luz de la luna. Había algo allí afuera, esperando.
Podía sentir su presencia. ¿Pero qué estaba cazándonos?
¿Hombre o bestia? Antes de que pudiese perderme por la
preocupación, dirigí a Anastasia al lugar donde el cuerpo de
Wilhelm había sido arrojado.
—Allí. —Señalé a la casa que bordeaba la escena del
asesinato y su ventana, aquella cuya persiana estaba ahora
fuertemente cerrada y colocada en su sitio—. Juro que la
persiana estaba floja la última vez que estuve aquí.
Anastasia frunció los labios y se centró en la oscura casa.
Me sentí ridícula, de pie allí en medio de la noche, cuando la
realidad me golpeó. No podía estar segura de que la persiana
de verdad había estado floja, o que siquiera hubiese visto una
silueta observando la multitud desde la ventana. Por lo que
sabía, podría haber sido otro fantasma soñado por mi
imaginación. La histeria, al parecer, era el detonante de cada
uno de mis episodios.
—Lo siento —dije, señalando hacia el edificio
perfectamente común y corriente—, parece que estaba
equivocada después de todo. Vinimos hasta aquí para nada.
—Podríamos asegurarnos de que no hay nada que ver —
dijo Anastasia, empujándome hacia la puerta delantera—,
describe otra vez lo que pasó. Quizás hay algo con lo que
podríamos empezar desde allí.
Una idea tomó forma lentamente mientras fijaba la
atención en la puerta, con la cabeza inclinada a un lado. Saqué
el alfiler de sombrero de mi cabello, sabiendo que estaba a
punto de cruzar una línea moral que nunca antes había
considerado cruzar. Pero Anastasia tenía razón; habíamos
venido hasta aquí, nos arriesgamos a la ira de Moldoveanu,
puse potencialmente en peligro mi puesto en la academia, y
aún teníamos que regresar a nuestras habitaciones en el castillo
mientras evitábamos la furia de los lobos y directores.
No importaban las consecuencias, no podía regresar a la
academia sin saber. Mi corazón se aceleró, ahora no por
miedo, sino por emoción. Era muy problemático ciertamente.
Di un paso adelante y agarré el pomo de la puerta con una
mano, clavé el alfiler de sombrero dentro de la cerradura
girando el cilindro hasta que oí un bonito clic.
—¡Audrey Rose! ¿Qué estás haciendo? —dijo Anastasia
con voz escandalizada, mirando a nuestro alrededor—.
¡Probablemente hay gente durmiendo ahí dentro!
—Cierto. O podríamos encontrarla abandonada. —Di un
silencioso gracias a mi padre. Cuando había estado consumido
por el láudano el año pasado perdía las llaves con frecuencia,
obligándome a aprender el arte de forzar cerraduras. Antes de
esta noche, no había pensado en usar un alfiler de sombrero
para tales propósitos ni por un instante. Recoloqué el alfiler en
mi cabello y me detuve, esperando ser descubierta, el pulso
rugiendo en mis venas.
De una manera o de otra, íbamos a resolver al menos un
misterio esta noche. Había sido testigo de alguien mirando por
la ventana hacia afuera, o no. Lo que significaba que o bien
había pistas que podían ser encontradas, o no las había.
En cualquier caso, no podía continuar corriendo de las
sombras. Tomé una respiración profunda, ordenando a mi
cuerpo a relajarse. Era momento de abrazar la oscuridad y
volverse más temible que cualquier príncipe cazador de la
noche. Incluso si eso significaba que tenía que sacrificar un
poco de mi alma y valores morales para llegar allí.
—Solo hay una manera de estar segura —susurré antes de
pasar por el umbral de puntillas y desaparecer en la oscuridad.
Traducido por Smile.8

Corregido por Flopy Durmiente


Residencia desconocida
Locuinţă necunoscută
Braşov
4 de diciembre de 1888

Dentro de la pequeña casa, no había fuego en la chimenea


y el aire era casi tan frío como afuera.
El frío se deslizaba por los cristales de las ventanas y mi
espalda mientras caminaba hacia donde surgía el pequeño haz
de luz de luna. Incluso en la casi completa oscuridad pude ver
que la vivienda era un desastre. Una silla volcada, papeles
esparcidos alrededor, cajones abiertos. Parecía como si alguien
o varias personas hubieran saqueado el lugar.
Anastasia inhaló bruscamente detrás de mí.
—¡Mira! ¿Eso es… sânge?
Me di vuelta y me quedé mirando la gran mancha de
color rojizo en la alfombra. Escalofríos se arrastraron
lentamente por mi cuerpo. Tenía la horrible sensación de que
estábamos paradas en el mismo lugar donde la sangre de
Wilhelm había sido sacada a la fuerza. Mi corazón latió a
doble tiempo, pero me forcé a investigar como si fuera
Thomas Cresswell: fría, sin sentimientos, y capaz de leer las
piezas que habían quedado atrás.
—¿Lo es? —preguntó de nuevo Anastasia—. Podría
vomitar si es sangre.
Antes de que pudiera responderle, mi atención se posó
sobre una jarra rota. Con mucho cuidado recogí un trozo de su
cristal, y presioné mi dedo en un lugar carmesí oscuro. Lo
froté entre mis dedos, notando su pegajosidad. Mi pulso
palpitaba por todo mi cuerpo, pero probé el líquido seco,
bastante segura de lo que iba a encontrar. El labio de Anastasia
estaba en una mueca cuando le sonreí.
—Es algún tipo de jugo —me limpié la mano con la parte
delantera de mi capa—, no es sangre.
Mi amiga seguía mirándome como si hubiera cruzado
alguna línea demasiado indecente como para siquiera
comentarlo. Busqué dentro de mí, encontrando que el
hormigueo de emoción aún permanecía bajo la superficie, una
corriente subterránea de electricidad haciéndome sentir más
viva que en mucho tiempo.
—¿Qué crees que ha pasado aquí?
Miré alrededor del espacio de nuevo.
—Es difícil conjeturar nada con certeza hasta que
encontremos una lámpara.
Abrí las cortinas de la ventana, permitiendo que más luz
de luna entrase. Anastasia cruzó la habitación con rapidez y
encontró una lámpara de aceite que no había sido destruida en
el caos. Con un rápido silbido, la luz amarilla llenó el espacio,
y una trágica historia apareció ante nuestros ojos.
Botellas de bebidas alcohólicas cubrían el suelo en la
pequeña área de la cocina desde la habitación principal.
Algunas estaban rotas, y todas estaban vacías. A juzgar por la
falta de olor en el aire, nada de alcohol se había desparramado,
lo que me llevó a deducir que alguien había estado bebiendo
bastante.
Tras una segunda inspección, la habitación que había
pensado que había sido saqueada probablemente simplemente
había sido desordenada por quien fuera que hubiese bebido
todos esos licores. Quizás habían estado buscando otra botella
de la que beber y se habían enfadado cuando encontraron que
la casa estaba vacía. Anastasia localizó otra lámpara antes de
empezar a inspeccionar las otras habitaciones.
Tomé una fotografía, sorprendida de encontrar una en una
casa como esta, después di un grito ahogado. En la fotografía,
la misma joven que había sido descrita como desaparecida en
el boceto en la tienda de ropa le sonreía a un bebé. Su marido
estaba de pie con orgullo tras ellos. ¿Podría haber sido ella la
que consumió todas esas bebidas? Y si se hubiera intoxicado y
hubiera salido a caminar por el bosque sola…
Anastasia volvió, blandiendo un libro. La cruz en su
portada indicaba que era un volumen religioso.
—Nadie en el dormitorio, pero esto parecía intrigante.
—No te llevarás eso, ¿verdad? —Miré el libro mientras
ella hojeaba las páginas; probablemente era algún tipo de texto
sagrado. Los ojos de Anastasia se agrandaron mientras negaba
con la cabeza. Dejé la fotografía y señalé hacia la puerta.
—Debemos salir —dije—, fue un error colarnos aquí, no
creo que este lugar tenga nada que ver con la muerte de
Wilhelm.
—O tal vez sí. —Anastasia sostuvo el libro de nuevo—.
Acabo de recordar dónde he visto este símbolo antes.
****
—Parece una lectura pesada para antes de acostarse.
Alejé mi atención del libro de anatomía contra el que
prácticamente había tenido pegada mi nariz. Un día entero
había pasado desde mi aventura con Anastasia, y no había
ocurrido mucho. Thomas y yo todavía no habíamos hablado,
Radu estaba tan entregado a la tradición de vampiros como
siempre, y Moldoveanu tenía la intención de hacer mi tiempo
en el castillo tan miserable como fuera posible.
Sonreí tímidamente mientras Ileana dejaba una bandeja
cubierta, después se sentó en el borde de la cama. Lo que sea
que estuviera bajo la tapa olía absolutamente divino. Mi
estómago gruñó de acuerdo mientras dejaba mi libro sobre la
mesa.
—Le pedí al cocinero que hiciera algo especial. Se llama
placintă cu carne şi ciuperci. Como un pastel de carne con
setas solo que sobre un trozo de pan.
Quitó la tapa de plata de la bandeja e hizo un gesto sobre
la pila de tartas del tamaño de una palma. Había media docena
de ellas, más que suficiente para las dos. Busqué un tenedor y
un cuchillo, pero solo vi servilletas y platos pequeños. Iba a
tomar uno de ellos, luego me detuve, mi mano flotando por
encima.
—¿Podemos…?
—Adelante. —Ileana hizo el gesto de agarrar uno y tomar
un bocado—. Tómalo y cómelo. A menos que sea demasiado
vulgar. Comer con las manos debe parecer de monos. No lo
pensé. Lo llevaré de nuevo a la cocina, no hay problema si
prefieres otra cosa.
Me reí.
—En realidad no, en absoluto. De pequeña, solíamos
comer pan y raita con nuestras manos.
Tomé un bocado, maravillándome de los tonos salados de
carne perfectamente sazonada con champiñones cortados en
cubitos, mientras se derretían como mantequilla en mi lengua.
La capa externa del pan tenía burbujas carbonizadas que
sabían a humo de madera. Tomó gran parte de mi fuerza de
voluntad no rodar mis ojos o gemir de pura felicidad.
—Esto es delicioso.
—Pensé que te gustaría. Traigo una cesta entera cuando
visito a Daciana. Su apetito es casi tan abundante como el de
su hermano. —La sonrisa de Ileana se desvaneció un poco,
convirtiéndose más en un ceño fruncido. Aposté que estaba
triste porque Daciana se había ido—. No dejes que sus
delicados modales te engañen. Es toda de acero. La he visto
terminar toda la cesta ante una mesa de nobles. Se
escandalizaron, pero a Daciana no le importó para nada.
El ligero ceño había desaparecido, reemplazado por una
mirada de gran orgullo, y no pude evitar sonreír. Me
preguntaba si ella y Daciana se habían conocido en la casa de
algún noble donde Ileana estuviera trabajado, pero no quería
entrometerme preguntando. Era su historia que contar cuando
y si quisieran.
—Probablemente podría acabar con toda la bandeja ante
la reina y no lamentaría ni un solo delicioso bocado.
Comimos en agradable silencio, y bebí el té que Ileana
también había traído. Explicó que los rumanos no solían
beberlo, pero estaba siendo complaciente con mi preferencia
inglesa por esta bebida. Estuve agradecida por la compañía.
Anastasia había enviado una nota diciendo que estaría en
su habitación durante toda la noche, leyendo el misterioso
libro religioso. Creía que el símbolo en su portada era uno de
la Orden, pero yo era escéptica sobre el hecho de que la mujer
desaparecida del pueblo hubiera sido parte de esta banda de
caballería antigua.
Rompí mi tercer pan relleno en trozos, pensando en cómo
Nicolae había hecho lo mismo un par de días antes. Me
preguntaba si había comido en absoluto, o si seguía
consumiéndolo el dolor. Para detener esos pensamientos,
decidí repentinamente pedir consejo.
—Yo… me encuentro incierta sobre considerar un futuro
con Thomas, dado nuestro reciente desacuerdo —dije
lentamente—, ¿te preocupa… que un futuro con Daciana
quizás sea imposible?
—No puedo predecir lo que traerá el futuro cuando puede
que no haya mañana. Cualquier número de cosas podrían
suceder. Dios puede decidir que ha tenido suficiente de
nosotros y hace borrón y cuenta nueva. —Barrió las servilletas
de la bandeja, viendo como caían al suelo sin ceremonia—.
¿Sí?
Bebí un sorbo de mi té, dándole vueltas a lo que había
dicho mientras el sabor herbal brillante corría por mi garganta.
—Sin duda, es prudente planear diferentes posibilidades
para el futuro. ¿No deberíamos tener algún tipo de objetivo
hacia el cuál trabajar, incluso si el camino que tomamos es
desconocido?
—Debes seguir a tu corazón. Olvídate del resto. —Ileana
se levantó y recogió los platos y las servilletas usadas—.
Thomas es humano y cometerá errores, y ¿siempre y cuando
se disculpe y sea algo con lo que puedas vivir? Vale la pena
amarlo hoy. Es también digno de perdón. Nunca se sabe
cuándo te lo podrían arrebatar.
Un cosquilleo de miedo recorrió mi espalda. No quería
contemplar tales cosas. Thomas y yo estábamos
temporalmente en desacuerdo, y viviríamos para resolver
nuestras diferencias.
—Somos un par bastante serio en esta noche ventosa,
Ileana. Entre mi libro mortuorio y esta conversación, apenas
puedo esperar a ver cómo el resto de la noche se desarrollará.
La sonrisa de Ileana fue reemplazada por una expresión
más seria.
—La familia de Wilhelm llegará en la mañana para llevar
a su hijo a casa para sepultarlo. Están muy enfurecidos de que
su cuerpo… fuera profanado.
—¿Cómo lo sabes?
—Los sirvientes debemos permanecer desconocidos e
invisibles mientras nos ocupamos del castillo y de sus
ocupantes. Pero eso no quiere decir que no veamos o
escuchemos. O contemos chismes. La sala de los sirvientes
siempre está zumbando por algún nuevo escándalo. Ven. Te
mostraré algunos pasajes secretos. Si deseas, puedes colarte
por los pasillos vacíos. Es mi parte favorita de este trabajo.
Seguí a Ileana a la habitación de lavado, donde sacó una
llave de su delantal y luego empujó en un armario alto de la
esquina al que previamente había prestado poca atención.
Dentro había una puerta que daba a un pequeño pasillo que
terminaba en una escalera de caracol. Me intrigaba la idea de
los pasillos ocultos. Nuestra propia finca, Thornbriar, tenía
todo un laberinto contenido dentro de sus paredes, al parecer.
Si el Castillo Bran tenía siquiera una fracción de esos espacios
ocultos, estaría encantada. Había algo mágico en pisar por
donde la mayoría nunca iría, o pensaría en encontrar a alguien.
Después de cerrar la puerta desde el pasillo secreto,
Ileana bajó por las escaleras con la facilidad de una aparición
flotante a través del éter. Tuve dificultades en no sonar como si
fuera un elefante estrellándome entre la maleza mientras
pisoteaba hacia abajo tras ella. Nunca había pensado que era
estridente, pero el inusualmente silencioso caminar de Ileana
me avergonzó. Descendimos dando vueltas y vueltas hasta que
mis piernas quemaron. Una vez que llegamos al nivel
principal, Ileana fue directamente hacia una amplia columna.
Negué con la cabeza. Había caminado por aquí varias
veces antes y nunca había notado que lo que había asumido
que eran solo pilares dando entrada a los estudiantes en la sala
principal, de hecho, conducían a una entrada estrecha en un
lado. Ileana nunca rompió su seguro paso mientras desaparecía
en el oscuro pasillo que corría tras los enormes tapices
recubriendo el pasillo.
Una extraña sensación se instaló en mi interior. Cuando
me escabullí por los pasillos la noche que había dejado la
habitación de Anastasia y terminé visitando a Thomas, podía
jurar que había sido vigilada. Perfectamente lo pude haber
sido. Me estremecí ante la idea.
—Sé lo más silenciosa posible. No debemos hablar o
hacer ruido aquí. Moldoveanu es implacable cuando se trata de
romper las reglas del castillo.
En silencio, embotellé cada detalle. Había más tapices
que colgaban en este lado del pasillo secreto, presumiblemente
los extras se almacenaban aquí hasta que eran necesarios.
Caminamos con la suficiente rapidez como para tener que
recoger mis faldas para no tropezar con ellas mientras se
enrollaban alrededor de mis extremidades, pero no lo
suficientemente rápido como para que no dejara de notar las
escenas representadas en los tapices. Personas siendo
empaladas, gritando de dolor y terror, adornaban uno. En otro
era un bosque de los muertos, sangre goteando de las bocas de
las víctimas empaladas. Otro mostraba a un hombre en una
mesa de un banquete, vino o sangre derramándose por toda su
superficie, era difícil de decir. Me acordé de Radu mencionado
que Vlad Drácula sumergía su pan en la sangre de sus
enemigos.
Escalofríos traspasaron mi piel. Entre el estrecho pasillo
apenas iluminado y la obra, no estaba en el mejor estado de
ánimo. Había una sensación de pesadez en mi pecho,
empujándome hacia atrás. Este siniestro castillo parecía
respirar mi miedo con deleite. Mi pulso se aceleró.
Ileana se detuvo repentinamente, y si no hubiera estado
obligándome a mirar hacia adelante, hubiéramos chocado.
Junté mis cejas, notando el color drenándose de su rostro.
Señaló con su barbilla hacia adelante, sus manos ocupadas con
la bandeja vacía.
—Moldoveanu.
—¿Qué… dónde?
—Shhh. Allí. —Señaló a una sección de un tapiz donde
un trozo de tela había sido recortado con cuidado. Nunca lo
hubiera visto si no hubiese sabido dónde mirar. Supuse que los
sirvientes los usaban para comprobar los pasillos públicos
antes de entrar en ellos. Una sensación reptante se deslizó por
mi espalda. No me preocupé por el pensamiento de que las
paredes tenían ojos—. A través del tapiz.
Di un paso más cerca, con cuidado de no agitar la tela
pesada que nos mantenía invisibles para Moldoveanu. Recé
para que las tablas del suelo no sonaran y que él no escuchara
el latido atronador de mi corazón.
El director estaba teniendo una discusión bastante fuerte
con alguien, a pesar de que parecía ser quien hacía la mayor
parte de la conversación. Habló en rumano tan rápidamente
que tuve dificultades para entenderlo.
Un espejo nublado colgaba en el otro extremo del pasillo
público, ofreciendo un indicio de su expresión. Su largo
cabello plateado brillaba como el filoso barrido de una cuchilla
de guillotina mientras movía su cabeza de lado a lado. Nunca
había sido testigo de un hombre tan severo en todos los
sentidos de la palabra.
Ileana tradujo en voz baja para mí.
—Tengo trabajo que hacer y usted tiene el tuyo. No cruce
la línea.
Me esforcé por ver alrededor de Moldoveanu, pero él
estaba bloqueando completamente a la otra persona con sus
largas túnicas negras y sus puños en sus caderas.
—Tenemos razones para creer que va a suceder de nuevo.
Aquí. —La grave voz masculina de su compañero me tomó
por sorpresa. Tenía un tono que me parecía familiar—.
Miembros de la familia real han recibido… mensajes.
Amenazas.
—¿De qué?
—Dibujos. Muerte. Strigoi.
Moldoveanu dijo algo que ni Ileana ni yo pudimos
escuchar.
—Los aldeanos están nerviosos. —Una vez más, la
profunda voz masculina—. Saben que al cuerpo le faltaba
sangre. Creen que el castillo y el bosque están malditos. El
cuerpo del tren también está causando… alarma.
Cubrí mi boca, ahogando el sonido de sorpresa que
burbujeó hacia arriba. Ya no necesitaba ver con quién estaba
hablando a Moldoveanu; conocía esa voz a pesar de que solo
la había escuchado una vez antes. Había visto esos ojos
afilados que podían cortar a una persona en dos.
Dăneşti, el guardia real del tren salió de detrás del
director, cepillando el frente de su uniforme limpio. Su mirada
se detuvo en el lugar donde estábamos escondidas, haciendo
que mi pulso descendiera a un arrastre lento. Ileana ni siquiera
respiró hasta que él se volvió a enfocar en el director. Era alto,
todos los ángulos señalaban hacia el hombre mayor en el más
mortal de los modos.
—No nos defraude, Director. Necesitamos ese libro. Si no
se revisan las habitaciones, la familia real cerrará la academia.
—Como ya he informado a Su Majestad —gruñó
Moldoveanu—, el libro fue robado. Radu solo tiene unas
pocas páginas en su colección, y no es suficiente. Si desea
dejar el castillo patas arriba, adelante. Le garantizo que no
encontrará lo que ya no está aquí.
—Entonces, que Dios tenga piedad de sus estudiantes.

Traducido por âmenoire

Corregido por Brisamar58


Corredor de los sirvientes
Coridorul servitorilor
Castillo Bran
5 de diciembre de 1888

Dăneşti se dio la vuelta y avanzó hacia adelante, pero


Ileana bloqueó mi camino de escape mientras el director
caminaba por el pasillo, una sombra caminando hacia el joven
guardia.
—No lo hagas —susurró, extendiendo su brazo—.
Moldoveanu no puede saber que lo escuchamos.
—¿Cómo puedo fingir otra cosa? Estaban hablando sobre
Wilhelm Aldea. ¿Por qué otra razón estaría la guardia real
aquí? —Mi mente corría con los pedazos de información que
había escuchado. Si miembros de la familia real habían
recibido amenazas, eso explicaría el miedo que Nicolae había
mostrado después de descubrir que la sangre de su primo había
sido drenada. Quizás otros miembros de la nobleza habían
recibido amenazas similares. Lo que me llevaba a preguntarme
qué más podría el príncipe saber o sospechar—. Si alguien
asesinó a Wilhelm, el Príncipe Nicolae podría ser el siguiente.
—No sabes eso. Tal vez estaba hablando sobre alguien
más. —Ileana juntó y frunció sus labios como si se estuviera
deteniendo de decir lo equivocado—. La guardia simplemente
podría estar aquí porque Moldoveanu es el médico forense
oficial de la realeza.
—¿Lo es? ¿Cómo es que es el director y trabaja para la
familia real?
Ileana levantó un hombro.
—Todo lo que sé es que, si Moldoveanu descubre que lo
hemos estado espiando, terminará de muy mala manera. Ya sea
para ambas o solo para mí. No puedo permitirme perder esta
posición. Tengo una familia de la que encargarme. Mis
hermanos me necesitan.
Si hubiera una amenaza real para la academia o los
estudiantes, el director no tendría derecho de ocultar esa
información. Confrontarlo sería lo correcto por hacer. Excepto
que… mi enfoque se movió hacia el suplicante rostro de
Ileana. La preocupación tallada en su expresión de piedra.
Suspiré.
—Bien. No le diré a nadie sobre lo que escuchamos. —
Ileana apretó mi mano una vez y comenzó a caminar por el
pasillo secreto. Esperé por un momento antes de seguirla—.
Pero eso no significa que no intentaré averiguar por qué
Dăneşti está aquí. Y sobre qué libro estaba hablando. ¿Has
escuchado algo sobre esas habitaciones peligrosas que
mencionó? ¿O alguna otra habitación que pudiera necesitar ser
desarmada?
Movió su cabeza rápidamente.
—¿Reconociste al guardia?
—Thomas y yo tuvimos el placer de conocerlo en el tren.
—Vacilé, viendo a través del tapiz y revisando el pasillo
público para asegurarme de que ambos hombres se hubieran
ido—. Removía el cuerpo de un hombre que había sido
asesinado ahí. Ofrecimos ayuda, pero no estaba muy dispuesto
a recibir nuestros servicios particulares. Bueno, Thomas
ofreció nuestra asistencia. Aunque parecía más bien molesto.
Ileana me miró fijamente durante un momento, su
expresión perpleja.
—Se me necesita en los niveles más bajos. La morgue
principal también está en ese piso. —Un estremecimiento la
recorrió—. Intentaré encontrarte en tu sala común para el
desayuno de mañana. —Movió su mentón hacia el pasillo
principal, la bandeja repiqueteando en sus manos—. Revisa si
hay alguien antes de entrar al salón principal. Oh —vaciló un
momento—, si eliges visitar la morgue a esta hora, deberías
estar sola. Nadie va allí después del anochecer. Quizás
encontrarás algunas respuestas ahí.
Antes de que tuviera tiempo para responder, Ileana se
escabulló por el pasillo secreto y dio vuelta en una esquina,
desapareciendo de la vista. Froté mis sienes. Estos habían sido
los días más extraños de mi vida. Dos asesinatos bastamente
diferentes con la promesa de más aproximándose, además toda
la intriga del castillo. Sinceramente esperaba que las próximas
semanas fueran más tranquilas, aunque dudaba que ese fuera
el caso mientras un asesino muy probablemente merodeaba
por los terrenos.
Me reprendí. Dăneşti no había dicho eso exactamente.
Volví a revisar el agujero en el tapiz antes de deslizarme
al interior del salón principal, mi mente girando con nueva
información y preguntas. ¿Cuál era toda la verdad detrás de lo
que Dăneşti y Moldoveanu estaban discutiendo? Después de
mi flujo inicial de adrenalina, me di cuenta de que asumí que
estaban hablando de Wilhelm. Nunca realmente mencionaron
el nombre de la víctima del asesinato. Aunque no podía
imaginar a otro cuerpo sin sangre que tuviera a los aldeanos
preocupados. Luego el extraño homicidio en el tren que se
parecía al de la aldea…
Me detuve abruptamente, una idea levantándose desde los
pliegues de mi cerebro y tomando forma. ¿Había Dăneşti
traído aquí a la víctima del tren para ser estudiada? Eso tendría
sentido, ¿a dónde más llevaría la guardia real a un cadáver que
necesitara análisis forense? Seguramente a una de las
academias más prestigiosas de toda Europa. Una que estaba a
solo medio día de camino en carruaje de la escena del crimen.
Y una donde trabajaba el médico forense oficial de la realeza.
Si la guardia estaba involucrada en este asunto, había una
posibilidad de que también la víctima estuviera conectada con
la corona de alguna manera. Quizás eso era por lo que no
había dejado el cuerpo en la escena del crimen. No había
escuchado algún rumor sobre el asesinato en el tren,
llevándome a pensar que la familia real había mantenido
oculta del público la identidad de individuo.
Los periódicos habrían anunciado esa información desde
sus trompetas manchadas con tinta. ¿Eso significaría que
Wilhelm y la primera víctima estaban viajando juntos?
Supongo que era posible que, aunque el método de matar fue
significantemente diferente, después de todo pudiera haber un
vínculo en común entre los dos hombres.
Mi corazón latía frenéticamente con su jaula de hueso.
No estaba segura de cómo se conectaba todo, pero sabía en
mis células que lo hacía. De alguna manera. Tres asesinatos.
Dos métodos sin relación. ¿O el método de matar había
evolucionado con la práctica desde aquella primera víctima
que llegó a los titulares?
Tío tenía una extraña manera de colocarse en la mente de
un asesino e intenté emular su metodología. Una víctima fue
despachada como si fuera un vampiro. La segunda como si
hubiera sido asesinada por un vampiro. ¿Por qué?
Si tan solo pudiera examinar el cuerpo del tren, quizás
sabría más. ¿Era por eso por lo que Ileana me dijo dónde
estaba la morgue? Conocía los secretos que el castillo
guardaba celosamente, gracias al chismorreo: como quién
estaba esperando para ser despedazado e inspeccionado para
buscar pistas.
Ileana dijo que la morgue estaría vacía, pero si el director
o Dăneşti me encontraban, mis esperanzas de terminar este
curso estarían arruinadas. Debería ir directamente de regreso a
mis aposentos y estudiar para las clases de mañana.
La indecisión jugaba con mis emociones, tentándome y
provocándome para elegir otro camino. Recordé mi
conversación de más temprano con Ileana, sobre cómo
nuestros mañanas nunca estaban garantizados. Realmente no
sabíamos qué decisiones podrían entrometerse con nuestros
momentos. Qué oportunidades podrían cruzarse en nuestro
camino. Me encontré caminando ininterrumpidamente en una
dirección que no llevaría a mi habitación.
Los cadáveres eran guardados en dos lugares en el
castillo de los que sabía: uno en la morgue del nivel inferior,
como había dicho Ileana y el otro en la torre junto a mis
aposentos. Echaría un vistazo en el interior de cada cajón
mortuorio y vería si tenía razón sobre la víctima del tren
estando ahí. Luego decidiría qué hacer.
Caminé rápidamente, con mi barbilla levantada,
esperando parecer como si estuviera en una misión aprobada
por el personal. Tenía una sensación de que si lucía tan
culpable como me sentía, mi osada aventura se terminaría
antes de que siquiera emprendiera el vuelo.
No podía, con buena consciencia, quedarme sentada y ser
una participante pasiva en mi vida. Si un asesino ahora estaba
vagando por los pasillos de la Academia de Medicina y
Ciencia Forense, no esperaría hasta que hubiera otro cuerpo
frío que inspeccionar. Si el asesino estaba acechando la línea
de sangre del Empalador, el Príncipe Nicolae podría ser el
siguiente.
Me detuve de golpe, jadeando. Eso tenía que ser. La
ironía de alguien cazando la sangre de un hombre que se
rumoraba que se la bebía era sorprendente. Pero tenía sentido.
Continué por el pasillo, mi mente corriendo salvaje con
demasiados pensamientos como para ser contenidos. Deseé
que Thomas no hubiera ido y complicado nuestra amistad.
Quería compartir mis nuevas teorías con él, hablar de ellas.
Me detuve de nuevo, considerando mis opciones. Quizás
debería hablar con Thomas ahora, disculparme por mi
temperamento. Entonces podríamos escabullirnos en la
morgue juntos y… tomé mis faldas y continué. Iría a la
morgue sola y entonces compartiría mis hallazgos con Thomas
después. Necesitaba saber que podía manejar el estar alrededor
de los muertos sin compañía.
Un destello de movimiento captó mi atención y me di la
vuelta, una explicación ya formándose en mi lengua y me
encontré con un pasillo vacío. Ni una cosa estaba fuera de
lugar. Esperé un momento, conteniendo el aliento, segura de
que, si alguien se había escabullido en un rincón, seguramente
haría algún tipo de sonido para alertarme sobre su presencia.
Nada.
Inhalé profundamente, luego exhalé, pero eso no
disminuyó mi rápido pulso. Otra vez estaba viendo cosas que
no existían. Me maldije por las evocaciones de mi pasado,
despreciándome por tener tal dificultad para diferenciar la
fantasía de la realidad. Nadie me estaba acechando. No había
experimentos científicos siendo realizados en mujeres
asesinadas. Esto no era un callejón extraño en Whitechapel
lleno de música discordante de los pubs cercanos. No había
una figura con capa deslizándose a través de la noche.
Si me seguía repitiendo estas garantías, estaba destinada a
convertirlas en memoria corporal. Dejé salir un largo suspiro.
Solo habían pasado algunas semanas desde que mi mundo
había sido derrumbado. Todavía estaba sanando. Lograría
atravesar todo esto. Simplemente necesitaba tiempo.
Me giré, medio esperando encontrarme cara a cara con lo
que sea que pensé que había visto, pero el pasillo blanco
todavía estaba mortalmente silencioso, salvo por el sonido de
mis pasos, ahora apresurándose por los pisos de madera. Me
movía tan rápidamente como me atrevía, animada por los
candelabros, apuntando dedos de luz hacia mí, como si me
acusaran por mi crimen.
Llegué al final del próximo pasillo y me quedé ahí parada
frente a una gruesa puerta de roble marcado con un letrero que
decía morgă, No había ventana o alguna otra forma en que
pudiera echar un vistazo al interior y ver si la morgue estaba
ocupada. Tendría que correr el riesgo. Mi respiración se
aceleró cuando me estiré para tomar el pomo, luego aparté mis
dedos rápidamente como si me hubiera picado. Recordé los
susurros de las maquinas impulsadas con el vapor que se
burlaban de mí. Pero no había vueltas o chirridos viniendo
desde detrás de esta puerta. Escuché de nuevo, de cualquier
forma. Necesitaba estar segura.
El silencio era sofocante; ningún sonido podía
escucharse. Respiré por la nariz, exhalé por la boca,
permitiendo que mi pecho se elevara y cayera en un ritmo
constante. Era una estudiante aquí. Seguramente si alguien
estaba en la morgue, se me ocurriría una razón válida para
entrar en esta habitación. No era como si nos hubieran dicho
que podíamos entrar solo durante el día y acompañados por un
profesor.
Con esa idea, me moví. Esta no era la casa de mi padre,
donde tenía que andar cuidadosamente alrededor de
habitaciones prohibidas. No era como si fuera a realizar una
autopsia en este momento.
Coloqué mi mano sobre el pomo, sintiendo la mordida
del frío acero más allá de la protección de mis delgados
guantes. Mientras más rápido terminara con esto, más rápido
podría buscar a Thomas, me recordé. Con esa idea, giré el
pomo y entonces me tambaleé hacia adelante cuando la puerta
fue jalada para abrirla desde el lado contrario. Mi corazón casi
se detuvo. Miré hacia el suelo, olvidando ocultar mi
encogimiento mientras me preparaba para la ira de director
Moldoveanu.
—Iba a catalogar… —comencé, luego levanté la mirada
y vi a una muy sorprendida Ileana. El director, por fortuna, no
se veía por ningún lado alrededor. La mentira en mi lengua se
desintegró—. ¿Qué… pensé que ibas a dirigirte a las cocinas?
—T-tengo que irme. ¿Hablaremos más tarde?
Sin decir otra palabra, corrió por el pasillo, sin molestarse
en mirar atrás. Me quedé ahí parada, mi mano contra mi
pecho, recomponiéndome. Odiaba a Moldoveanu por obligarla
a ocuparse de una habitación llena de cadáveres cuando
claramente estaba incómoda con ellos. Ileana fue criada en la
aldea y muy seguramente creció con sus supersticiones
relativas a la muerte.
Apartando mi enojo hacia el director, tomé el pomo de
nuevo, negándome a irme después de haber llegado tan lejos, y
entré.

Hospital Royal Free, Londres: el interior de la habitación


post-mortem en el bloque de patología. Fotografía Impresa,
1913.
Traducido por Cat J. B

Corregido por Brisamar58


Morgue
Morgă
Castillo Bran
5 de diciembre de 1888

Miré cuidadosamente alrededor. Frente a mí había una


pared de gavetas mortuorias y tres largas mesas. Las llamas de
las lámparas de gas se movieron ante la intrusión, aunque una
estaba apagada. En la mesa de examinación yacía un cuerpo,
cubierto de pies a cabeza con lona. Ignoré el miedo que
recorrió mi espalda. No podía permitir que otro ataque de
ansiedad interfiriera con mi misión.
Exhalé, mi aliento formando nubes en el aire helado,
aliviada al ver que la habitación estaba desocupada por los
vivos. Me moví lo más rápido que pude con mis faldas hacia el
cadáver. Esperaba que fuera la víctima del tren. Haría que las
cosas fueran infinitamente más fáciles haberlo encontrado tan
rápido.
Me quedé de pie sobre la lona, de repente renuente a
desenmascarar a quien sea que yaciera allí. Un sentimiento
familiar de miedo inundó mi mente y mis brazos. Podría haber
jurado que la lona se movió. Solo una vez. Apenas perceptible,
pero un movimiento de todos modos. Un recuerdo empezó a
romper la barrera que había construido para retenerlo, pero lo
alejé de mi cabeza. No aquí. No cuando el tiempo jugaba en
mi contra.
El laboratorio de Jack el Destripador estaba destruido.
Los cuerpos no podían volver a la vida. Algún día mi
condenada mente entendería ese hecho.
Sin desperdiciar ni un segundo más en pensamientos sin
sentido, arranqué la lona, y el mundo se rompió bajo mis pies.
Mis rodillas cedieron cuando asimilé el pacífico rostro. Largas
pestañas rozaban sus mejillas definidas. Sus labios llenos se
encontraban parcialmente abiertos, desprovistos de su usual
sonrisa de superioridad.
Thomas yacía tan inmóvil como una estatua.
—Esto no es real.
Cerré los ojos y los apreté. Esto no era real. No estaba
segura de qué era, quizás un delirio consecuencia de una
severa histeria, pero era imposible que estuviera viendo la
verdad. Contaría hasta cinco, luego este cuerpo se iría,
reemplazado por el cuerpo de algún otro joven que había
perdido la vida demasiado pronto.
Esto era una fantasía. Quizás de verdad yo era como uno
de los desafortunados personajes de Poe, los meses de pérdida
y preocupaciones me habían vuelto loca. Este cuerpo solo se
parecía a Thomas. Cuando abriera los ojos vería quién era
realmente. Y luego iría corriendo a su habitación y pelearía
con mi mejor amigo. Lo tomaría de las solapas y presionaría
mis labios contra los suyos, sin preocuparme por comportarme
de forma indecorosa. Le diría una y otra vez cuánto lo
adoraba, incluso cuando deseaba estrangularlo.
Mientras contaba, nuevas imágenes se esparcieron por mi
mente.
Vi a Thomas dándome cientos de sonrisas distintas. Cada
una un regalo solo para mí. Vi todas nuestras riñas. Todo
nuestro coqueteo, que enmascaraba sentimientos que ninguno
de los dos estaba listo para confrontar. Una lágrima se deslizó
por mi mejilla, pero la dejé. Había un vacío radiando desde mi
alma, creciendo y consumiéndome más con cada aliento
atrapado en este abismo.
—Por favor. —Me desplomé sobre su pecho como si mis
lágrimas pudieran transmitirle mi fuerza vital—. Por favor no
me lo arrebates a él también. ¡Tráelo de vuelta! Yo haría
cualquier cosa… —Cualquier cosa —ética o no— para pelear
de nuevo con él.
—¿Cualquier cosa?
Mi corazón se detuvo. Me alejé del cuerpo, lista para
lanzarme contra el intruso, cuando unos brazos como alas
gigantescas me rodearon. Jadeé, haciéndome hacia atrás
mientras la bilis subía por mi garganta. Esto no podía estar
pasando. Los muertos no volvían…
Thomas torció los labios en esa maldita sonrisa, y todo
dentro de mí se paralizó. La temperatura pareció bajar varios
grados más. Apreté la boca para evitar que mis dientes
castañearan, aunque mi cuerpo temblaba violentamente.
—Si hubiera sabido que la forma de conseguir tu corazón
era morir, habría hecho esto hace tiempo, Wadsworth.
Tanteé el cuello de mi vestido, mis dedos bailando sobre
el material mientras trataba de alejarlo de mi cuello. Si pudiera
respirar hondo…
—Tú… no estás…
Me tambaleé hacia un costado, con las manos en el
pecho. La habitación giraba en círculos violentos. Cerré los
ojos con fuerza por un momento, pero eso era peor: seguía
viendo imágenes de las que no podía escapar. Thomas se
enderezó de golpe, quitando la lona de su cuerpo
perfectamente intacto, con el ceño fruncido por la
preocupación. Lo observé cruzar sus extremidades sobre la
mesa de examinación y ponerse de pie.
Él estaba bien. No muerto. Nunca estuvo muerto. La
habitación de repente pasó de estar fría a hirviendo. Juré que el
techo estaba bajando, las paredes estaban arrinconándome,
donde seguramente me sofocaría en esta maldita tumba.
Tragué aire, pero no era suficiente. Pensé en todos los cuerpos
que ya estaban en los cajones cerrados. Todos esperando a que
me uniera a ellos.
Me dolía el pecho. Thomas no estaba muerto. No como
mi madre y mi hermano. Él no había vuelto como un monstruo
no-muerto. No era un strigoi. Me doblé, puse mi cabeza entre
las rodillas, maldiciendo al aire por ser demasiado denso y no
dejarme respirar correctamente, mientras la sangre corría con
fuerza por mi cuerpo. Mantuve los ojos cerrados, y los
fantasmas siguieron allí a pesar de mi voluntad. Mi mente
estaba tratando de matarme. Los vampiros y los seres
inmortales eran un mito, no una realidad.
Nadie podía cruzar la frontera de la muerte y volver. Ni
siquiera el señor Thomas Cresswell.
—Audrey Rose, lo siento mucho. —Thomas extendió sus
manos hacia mí, apaciguador, gentil—. Fue una horrible
estratagema para lograr que hablaras conmigo. Nada más.
Yo… soy un pésimo intento de amigo. Nunca quise…
necesitas aire. Vamos afuera. Por favor. Es… le rogué a Ileana
que de alguna forma te trajera aquí así podíamos hablar. A
solas. Luego vi la mesa y pensé… por favor déjame ayudarte a
tomar aire. Mis disculpas. No creí que…
—¡Tú… sinvergüenza!
Me tambaleé en la esquina, con el rostro en llamas y
lágrimas cayendo de mis ojos cerrados. El hueco en mi pecho
ya no estaba vacío, sino lleno de emociones demasiado
furiosas y abrasadoras para ser sofocadas. Thomas había
estado allí esa noche, lo había presenciado todo. Que él
yaciera allí, fingiendo estar muerto, como si la mera idea de él
muerto no pudiera llevarme a la perdición. Apreté los puños.
Me di cuenta de que probablemente había cientos de miles de
cosas por las que podría gritar. Pero a solo una necesitaba
respuesta.
—¿Cómo pudiste yacer en esa mesa y fingir estar
muerto? —demandé—. Lo sabes. Sabes lo que pasó en ese
laboratorio. No puedo…
Me quedé parada ahí, con las manos temblando,
respirando demasiado fuerte. Thomas puso la cabeza entre sus
manos y no dijo una palabra. Apenas se movió. Pasaron tantos
segundos que mi ira empezó a retorcerse de nuevo, buscando
una salida.
—Habla ahora, o nunca más me busques, Cresswell.
¿Cómo pudiste hacer eso? Sabiendo que eso me persigue día y
noche. Mi madre yaciendo en esa mesa. Esa electricidad.
Empecé a sollozar más fuerte, las lágrimas caían por mi
rostro mientras revivía el horror de esa noche. Este, este
recuerdo era el que no podía superar. El que no podía dejar de
ver cada vez que estaba de pie sobre otro cuerpo. El temblor
de sus dedos, las mismas manos que una vez me habían
sostenido, podridas y parcialmente esqueléticas. Mechones de
su largo cabello azabache tirados por el piso.
Una nueva ola de malestar se lanzó contra mi sistema.
Era algo que nunca podría olvidar. ¿Y añadir a eso las
imágenes de Thomas yaciendo en una mesa de examinación?
Mi aliento salió entrecortado. Finalmente me forcé a alzar la
vista y miré fijamente al joven que podía deducir lo imposible
con tanta facilidad, y aun así no ver lo simple y lo obvio que
tenía al frente.
—Estoy a punto de romperme, Thomas —dije, mi cuerpo
temblando—. A punto de perderme a mí misma. Ni siquiera sé
si podré seguir estudiando medicina forense.
Thomas parpadeó como si yo hubiera hablado tan rápido
que su cerebro no hubiera terminado de comprender mis
palabras. Abrió la boca, luego la cerró, sacudiendo la cabeza.
Su mirada era tan amable como su tono cuando finalmente
encontró las palabras correctas.
—Estás de luto, Audrey Rose. Estar afligida no significa
romperse. Estás reconstruyéndote luego de algo… destructivo.
Te estás volviendo más fuerte. —Tragó sonoramente—. ¿Eso
es lo que crees? ¿Que eres irreparable?
Me sequé el rostro con el puño de mi vestido.
—¿Por qué te acostaste en esa mesa? Necesito que esta
vez me digas la verdad.
—Yo… creí que… —Thomas se mordió el labio—. Creí
que confrontar tu miedo podría ser beneficioso. Podría…
ayudarte… a sacar lo mejor de ti. Solo nos quedan unas
semanas. La competencia se volverá feroz. Creí que
apreciarías mi esfuerzo.
—Esa es la cosa más estúpida que ha salido de tu boca.
¿No pensaste en lo que eso podría hacerme?
—Pensé que estarías un poco… molesta, pero
principalmente complacida. Te imaginé… riendo, de hecho —
dijo—. Aunque no lo pensé con tranquilidad. Veo que podría
haber ofrecido mi ayuda de una forma más… productiva.
Quizás en este momento necesitas apoyo emocional.
—¿Oh? ¿Ahora recién deduces que lo que necesito es
apoyo emocional? ¿Cómo pudiste pensar que me reiría de tal
cosa? Perderte… eso sería lo menos divertido que puedo
imaginar.
Su mirada brilló de forma juguetona en el peor momento
posible.
—¿Finalmente estás admitiendo que soy irremplazable en
tu corazón? Has tardado mucho, si me preguntas.
—¿Perdón? —Me quedé de pie allí, casi boquiabierta,
parpadeando. Él no se estaba tomando esto en serio. Iba a
asesinarlo. Iba a despedazarlo y tirarlo como alimento para los
lobos gigantescos que merodeaban en el bosque. Alcé el rostro
y puedo jurar que un gruñido rasgó mi garganta. Aunque no
hice ni un sonido, mi expresión debe haber prometido sangre.
—¡Era una broma! Aun no es el tiempo para las bromas,
ahora veo eso. —Thomas se tambaleó hacia atrás, sacudiendo
la cabeza—. Te has llevado una gran sorpresa… mi culpa,
naturalmente. Pero…
Marché hacia él con los ojos entrecerrados y acerqué mi
boca a la suya. Olvidé la etiqueta y la decencia y todo el
maldito sinsentido de la sociedad por el que supuestamente
debía preocuparme. Coloqué mis manos sobre su pecho y lo
empujé hacia la pared, encerrándolo ahí. Aunque apenas tenía
que tocarlo para mantenerlo en el lugar, él parecía bastante
contento con nuestra posición actual.
—Por favor, Audrey Rose. Soy un inútil y no puedo
disculparme lo suficiente. —Thomas extendió sus manos hasta
que estaban casi en mi piel, deteniéndose cuando registró la
mirada que le lancé.
—No me trates como si tú supieras lo que es mejor para
mí. —Hice una pausa, tratando de descifrar mis propios
sentimientos y determinar por qué había reaccionado así—. Mi
padre trató de encerrarme, de protegerme del mundo exterior,
y esta es mi primera experiencia verdadera con la libertad,
Thomas. Finalmente estoy tomando mis propias decisiones. Lo
que es aterrador y emocionante a la vez, pero necesito saber
que soy capaz de luchar algunas batallas por mi cuenta. Si de
verdad quieres ayudar, entonces simplemente quiero que estés
ahí para mí. Eso es todo lo que pido. Ningún experimento para
ayudarme a lidiar con mi trauma. Nada de hablar con los
profesores sobre mi estado emocional o físico. Me quitas
independencia cuando lo haces. No toleraré tales acciones.
—También lo siento por eso, Wadsworth. —El profundo
arrepentimiento en su mirada dejaba claro que lo decía de
verdad—. Tú eres, y siempre has sido, mi igual. Me
avergüenza haber actuado de una forma que te ha hecho sentir
lo contrario. —Inhaló hondo—. ¿Me permitirías… está bien si
te lo explico?
—¿Hay más acerca de esta idiotez?
Lo miré sin parpadear. Thomas había hecho muchas cosas
ridículas antes, pero esta era de lejos la peor. Debería haber
sabido que sería reabrir una herida fresca, y además destrozar
mi cuerpo y mi alma. Permití que el hielo cubriera todo mi
cuerpo.
Dejó salir una respiración entrecortada, como si pudiera
sentir la frialdad saliendo de mí.
—En mi mente, cuando pensé en cómo te sentirías al
encontrarme de tal manera, creí que… te reirías. Te sentirías
aliviada de que tus miedos probaran ser infundados. Que lo
único que tenías que temer eran mis horribles intentos de
ayudarte. —Se llevó una mano a la frente—. Estoy perdiendo
mi toque para deducir lo obvio. Ahora lo veo claro: fue la peor
idea en la faz de la tierra. Te he dicho que no tengo una
fórmula para ti. Tampoco tengo ninguna comprensión acerca
de las mujeres, al parecer. O quizás no entiendo a la gente en
general. Puedo ver que mi tipo de humor no se refleja en el
público en general.
Los músculos de mis mejillas temblaron ante esa
subestimación, pero no que me quedaban energías para
sonreír.
—Es solo que… a veces cuando estoy asustado o
perdido, trato de encontrar el humor. Romper la tensión.
Siempre me ayuda reírme, y esperaba que te ayudara a ti
también. De verdad lo siento, Audrey Rose. Estuve
completamente mal al discutir tu estado emocional con Radu.
—Sí, estuviste mal.
Thomas asintió. Por un momento pareció como si fuera a
ponerse de rodillas, pero se enderezó.
—Mi error no tuvo nada que ver con una falta de fe en ti.
Simplemente no confiaba en que Radu no te cuestionara sin
cesar sobre Jack el Destripador. No podía dejar de imaginarlo
haciéndote daño sin darse cuenta, y sabía que querría
asesinarlo. Sé que no necesitas protección, aun así, lucho con
el deseo de hacerte feliz.
Respiró hondo; al parecer había más.
—En la clase de Radu… después de eso no dejaba de ver
tu rostro. La luz deshaciéndose y ese vacío desolado. Me
sentía como si estuviéramos de nuevo en el laboratorio la
noche que él murió. ¿Y la peor parte? Sabía que era algo que
podría haber prevenido. Si lo hubiera intentado más. Si no
hubiese estado aterrorizado de perderte. —Thomas cubrió su
rostro, con la respiración acelerada. Esta vez, las lágrimas
cayeron hasta su barbilla—. No sé cómo arreglar esto. Pero
prometo que lo haré mejor. Yo…
—No podrías haber hecho nada esa noche —dije
suavemente.
Era algo que yo misma había sabido por un tiempo, pero
eso no hacía que mi mente dejara de repasar una y otra vez esa
escena en busca de un final distinto para la historia. Tomé con
cariño la mano de Thomas. Seguía molesta con él, pero mi
enojo se había calmado. Él seguía vivo. Podíamos dejar esto
atrás y crecer. Ni el tiempo ni la muerte nos habían arruinado.
Tragó saliva, y bajó la mirada a nuestras manos unidas.
—Por favor perdóname.
—Yo…
Una tablilla crujió bajo nosotros. Me alejé de él,
tanteando el lugar con mi peso. Sonaba como si tuviera
bisagras que necesitaban una buena cantidad de aceite. Estaba
bastante segura de que veía la forma de una puerta. Recé que
no fuera otro delirio. Thomas no parecía haberlo notado;
estaba complemente concentrado en mí, su expresión
resguardada y esperanzada. Me di cuenta de que estaba
esperando por mi respuesta a sus disculpas.
—Si juras que nunca, nunca más hablarás en nombre mío
sin mi consentimiento, entonces te perdono —dije, sabiendo
muy bien que lo habría perdonado de todos modos. Él se
iluminó, y tuve que contenerme para no abrazarlo. Me aclaré
la garganta y señalé al suelo—. Tengo una teoría que estoy
tratando de probar. Y creo que la trampilla sobre la que
estamos parados es nuestra primera pista.
Thomas me miró un segundo más, luego centró su
atención en el suelo. Estando de pie unos centímetros más
atrás era más fácil de ver, decididamente había una puerta
secreta en la morgue.
—Escuché a Moldoveanu y Dăneşti hablar sobre
desmantelar habitaciones, aunque no estoy segura de a qué se
referían con eso. Dijeron que necesitaban encontrar un libro
para localizarlas —dije. La emoción reemplazó mis
sentimientos oscuros de antes mientras miraba la trampilla—.
Creo que les ganamos.
—Es muy posible. —Thomas echó los hombros hacia
atrás—. Podría ser un viejo túnel que lleva al bosque. Vlad
usaba este castillo como una fortaleza. Estoy seguro de que
había muchas formas en las que podía salir de forma
estratégica en caso de necesitarlo. Probablemente ahora no es
más que un palacio de arañas. Preferiría no ensuciar este traje.
Resoplé dramáticamente.
—Eso apesta a excusas, Cresswell. ¿Le tienes miedo a las
arañas?
Tamborileó los dedos en su brazo, con expresión
pensativa.
—No siento que pierda dignidad al admitir que las
detesto.
Sonreí. Entonces ambos íbamos a estar en problemas.
Esperaba que no nos encontráramos con ninguna criatura de
ocho patas. La atracción magnética de la curiosidad me era
imposible de resistir. Paseé la mano por los tablones de
madera, buscando un mecanismo de apertura. El espacio bajo
nosotros era o bien antiguo y lleno de telarañas o estaba
limpio, lo que significaba que alguien lo conocía.
Y si alguien lo conocía, quizás estuviera lleno de pistas.
Si Dăneşti estaba buscando unas habitaciones secretas, quería
saber por qué. Alcé la mirada hacia Thomas.
—¿No vas a ayudar? —Se mordió el labio y casi vi rojo
de nuevo—. ¿De verdad? ¿Crees que esta es una peor idea que
fingir estar muerto y asustarme completamente?
—Buen punto. —Tamborileó sus dedos contra sus labios,
pensando en algo—. Si termino siendo devorado por arañas
voraces, al menos seré recordado por algo más que mi buen
aspecto.
Sonrió y puse los ojos en blanco, luego caminó hacia la
lámpara apagada. Lo observé estudiarla con cuidado, luego
girarla de costado. Sorprendentemente, la trampilla se abrió,
revelando una escalera húmeda y polvorienta. Alcé los ojos,
incrédula, y Thomas sonreía.
Por supuesto. La lámpara dañada era muy obvia ahora.
—¿Te impresiono con mis poderes de deducción? Era la
única lámpara apagada de la habitación, lo que me llevó a
creer que si de verdad había una habitación secreta…
—Ahora no, Cresswell. Dame una mano. Quiero ver lo
que Vlad Drácula estaba escondiendo aquí abajo. Y qué es lo
que Dăneşti busca.

Traducido por Ximena Vergara

Corregido por Vickyra


Pasaje secreto
Pasaj secret
Castillo Bran
5 de diciembre de 1888

Si la oscuridad casi completa no fue suficiente como una


advertencia para dar marcha atrás, entonces debería haberlo
sido el hedor enfermizo y apestoso de la descomposición que
nos asaltó.
—Encantador. —Thomas arrugó la nariz—. No hay nada
como el hedor de un cuerpo hinchado para que aparezca el
espíritu de aventura en uno.
Nos detuvimos en el umbral de la trampilla, mirando
hacia lo que seguramente sería un escenario sombrío. Piedras
grises bordeadas de telarañas y otros desechos se abrían ante
nosotros, mostrando sus dientes astillados para permitir la
entrada a las entrañas del castillo. Hice mi mejor esfuerzo para
respirar por la boca.
—Piensa en ello como si fuera una fruta madura lista para
explotar.
La mirada de Thomas se deslizó sobre mí, con las cejas
levantadas en apreciación.
—Eres una morbosa encantadora.
—Tenemos que darnos prisa. No quiero demorarme
demasiado. —Señale con la cabeza hacia la trampilla—.
¿Deberíamos cerrar esto?
Thomas miró el pasaje secreto y luego la puerta principal,
la resignación asentándose en sus rasgos. Suspiró.
—Tengo la sensación de que lo lamentaremos, pero sí.
Baja unos pocos escalones y yo nos encerraré con el cadáver y
las arañas. En la oscuridad.
Me recogí las faldas, agradecida de que no fueran tan
voluminosas como de costumbre, y descendí paso a paso,
encogiéndome de lo que podría quedar atrapado en mi
dobladillo. Estaba aterrorizada de lo que estaba causando el
hedor y esperaba que fuera solo el cadáver de un animal que
había encontrado su camino hacia el castillo. No quería
encontrar restos humanos.
Thomas resopló detrás de mí, sus zapatos encontraban
todos los medios imaginables para raspar la piedra mientras
maniobraba la trampilla en su lugar. Por experiencia anterior,
sabía que era más que capaz de moverse por la noche con
sigilo inhumano. Apreté los dientes, ignorando el golpe de sus
zapatos cuando él pisó los escalones detrás de mí. Tal vez
todavía estaba nervioso por su estúpido juego de hacerse el
muerto.
Un guijarro rebotó en los escalones, anunciando nuestra
llegada para que todo el mundo lo escuchara. Dejé de
moverme, mi pulso era la ola rugiente atravesando mis venas.
No podíamos estar seguros de estar solos aquí, y no quería que
me expulsaran tan rápido. Especialmente cuando había tantas
preguntas sin respuesta sobre qué, exactamente, estaba
sucediendo en esta academia.
Thomas murmuró algo demasiado bajo para que yo lo
entendiera.
—Cálmate. —Miré por encima de mi hombro, aunque
estaba demasiado oscuro para distinguirlo claramente. Su
silueta estaba dorada por la luz del gas a través de una grieta
en la trampilla. Luché contra el impulso de temblar. Siempre
había algo en él que era… inquietante de una manera
intrigante. Especialmente cuando estábamos escondidos en la
oscuridad.
—No puedo esperar a ver si es tan bonito como huele.
—¿En serio? ¿Te es imposible callarte?
El chisporroteo de un fósforo seguido de un silbido fue su
única respuesta. Thomas sonrió ante el candelero que había
encendido, la luz apenas parpadeaba en la opresiva oscuridad.
No me molesté en preguntarle dónde encontró el trozo de cera.
Tal vez lo tenía escondido en su abrigo de la mañana.
Se inclinó, hablando en voz tan baja que casi me perdí
sus palabras. Sin embargo, no me pasó desapercibido el salto
en mi respiración cuando sus labios rozaron mi cuello,
haciendo que mi piel se estremeciera con el contacto. Lo sentí
sonreír en mi pelo.
—Eres el joven más apuesto que he conocido —dijo.
Entrecerré los ojos, tratando de discernir cualquier
moretón o imperfecciones en él. No había nada fuera de lo
común que pudiera ver. Simplemente dos ojos de color marrón
dorado regresándome la mirada, divertido.
—Te golpeaste la cabeza, ¿verdad? ¿O alguien te hizo
ingerir algún extraño tónico?
—Quieres mi silencio, —Thomas sonrió, luego dio un
paso alrededor de mí después de que saltó las escaleras. Con
alegres saltos—. La frase que acabo de pronunciar es el código
para cuando quieras que vuelva a hablar. Prometí que no diría
una sílaba hasta que desbloquees estos labios con esas
palabras.
—Si tan solo tuviera tanta suerte.
Manteniendo su promesa, se arrastró por las escaleras
restantes sin más ruido que su respirar demasiado fuerte. Si no
hubiera sabido que Thomas estaba allí conmigo, y no pudiera
ver el ligero destello de luz que él sostenía, nunca sabría que
estaba solo a unos pocos pasos por delante. Ciertamente se
movía como un espectro cuando elegía hacerlo.
Su silueta se disolvía en las sombras que nos rodeaban.
Teniendo cuidado de usar la misma precaución, descendí con
mucha concentración, ya que lo último que necesitaba era
romperme una extremidad aquí.
Alas se agitaron en la distancia, el sonido era como cuero
golpeando cuero en una frenética sucesión. Ignoré la forma en
que mi corazón anhelaba tomar vuelo y volver directamente a
subir las escaleras. Me imaginé que esos eran los murciélagos
que el director había mencionado la noche que llegamos.
Los cadáveres de mal olor eran una cosa, pero los
murciélagos… Un estremecimiento vibró a lo largo de mis
huesos. Los murciélagos con sus caras de roedores y sus alas
membranosas hacían que mis nervios se estremecieran.
Lo cual era completamente irracional. Toleraba las ratas
bastante bien. Y los pájaros estaban bien. Pero esas alas sin
plumas… y las venas que se extienden a lo largo de ellas como
ramas de un árbol viviente. De esos podría prescindir.
Cuando llegamos al pie de las escaleras y entramos en un
corredor que parecía haber sido excavado en la piedra de la
montaña, cuestioné mi necesidad de descubrir los secretos
contenidos bajo la morgue en un castillo con un pasado tan
ominoso.
La condensación goteaba de la piedra, aunque nadie
estaba aquí para borrar la tristeza de este miserable túnel. Al
menos nadie que quisiéramos encontrarnos sin un arma. El
viento aullaba por el pasillo, poniéndome la piel de gallina a lo
largo de mis brazos.
Maldije, olvidando estar en silencio. Thomas se volvió,
con expresión desconcertada, pero le hice un gesto para que
siguiera caminando. Tendría que considerar hacerme con
algún tipo de cinturón para el bisturí. Luego podría atarlo a mi
cuerpo y empuñarlo como el peligroso cuchillo que era cuando
lo necesitara. Me pregunté si la modista de la ciudad sería
capaz de producir tal accesorio.
Si uno podía crear un cinturón, seguramente esto podría
hacerse. Estaba estancada de nuevo y lo sabía. Sinceramente
esperaba que ningún murciélago nos asaltara. Había muchas
cosas que podía soportar… pero imaginando que sus garras se
atascaran en mis rizos mientras chillaban y arrancaban
mechones de cabello…
Me limpié las manos en la parte delantera de las faldas,
deseando haber pensado en traer una capa. Aunque, por
supuesto, no había planeado ningún otro lugar que los
corredores de servicio. Hacía mucho frío debajo de las muchas
chimeneas del castillo. Como si hubiera arrancado la
deducción de la oscuridad, Thomas me miró abruptamente,
ofreciéndome su abrigo.
—Gracias. Pero consérvalo por ahora. —Era tan largo,
tropezaría con él.
Él asintió y continuó. Me apresuré tras él, logrando
ignorar las alas revoloteando haciendo eco en el húmedo
pasaje por delante.
Tiré de Thomas para que se detuviera. En el otro extremo
del muy largo túnel de piedra en el que estábamos, una sola
antorcha parpadeó. Si bien su luz aparecía y desaparecía en el
horizonte, no había absolutamente ningún calor que encontrar
dentro de sus escasos rayos. Si una antorcha estaba encendida,
alguien estaba aquí abajo o estuvo recientemente.
Mi aliento se condensó frente a mí, fantasmas de
advertencia. Thomas me hizo una señal para que continuara el
camino. Las paredes parecían acercarse ahora, la montaña
aplastándonos desde ambos lados. Pasamos por unas pocas
puertas, algunas de las cuales estaban teñidas de negro,
mientras que otras eran de roble oscuro, casi indistinguibles de
las paredes de la cueva hasta que las encontramos.
Intenté empujar una, pero se negó a ceder. Continué por
el pasillo, concentrándome en cualquier señal de movimiento.
No estaba segura de lo que haríamos si nos encontrábamos con
alguien siniestro aquí. Esperaba que Thomas tuviera un arma
escondida dondequiera que había escondido el candelero.
Una ligera brisa sopló, y con ella nuestra vela se apagó.
Deseaba liberar mi cabello de su trenzado y cubrirme el cuello
con él. El aire cerca del final del túnel era más frío que en las
escaleras. El agua ya no goteaba, sino que se congelaba en una
sábana brillante donde besaba la roca.
Thomas regresó a donde me había detenido y me indicó
la dirección de la que vinimos. Mirando hacia atrás desde este
punto de vista, pude ver que habíamos bajado constantemente,
aunque no se había sentido de esa manera mientras
caminábamos. También estábamos mucho más lejos de
nuestro punto de entrada de lo que pensaba.
La oscuridad estaba jugando trucos en mis sentidos.
Podría haber jurado que nos sentía, observando cada paso que
dábamos torpemente y que se complacía con nuestro terror.
Thomas apartó una tela de araña antes de que yo caminara a
través de ella. Caballeroso, teniendo en cuenta su miedo. Le di
las gracias y lentamente fui por el pasillo.
—Se siente como una feria con demasiados espejos
¿verdad? —pregunté.
Pasó un tiempo. Me giré, esperando una respuesta
descarada, pero Thomas solo asintió, con una sonrisa
maliciosa. Entonces recordé su promesa de guardar silencio.
—¿Sabes qué? —le pregunté. Él levantó las cejas—. Me
encanta verte sin escuchar todas tus tonterías. Deberías estar
callado más a menudo. —Permití que mi mirada inspeccionara
sus rasgos cincelados, complacida con el anhelo que se
iluminó en sus ojos cuando mi atención encontró su boca—.
De hecho, nunca he querido besarte más.
Rápidamente me moví por el pasaje, sonriendo para mí
misma cuando su mandíbula se abrió. Un poco de ligereza era
lo que necesitaba para mantener mi inquietud a raya. No
quería considerar lo que estábamos a punto de ver. La muerte
nunca olía agradable, y el abrumador olor ahora hacía que me
lloraran los ojos. La esperanza de encontrar un cadáver de
animal estaba disminuyendo.
A menos que fuera un animal bastante grande, del tamaño
de un humano.
Me limpié la humedad de las comisuras de mis pestañas.
Así olían los cuerpos cuando no estaban enterrados lo
suficientemente por debajo de la tierra. No habíamos lidiado
con la descomposición avanzada con demasiada frecuencia en
el laboratorio de Tío, pero las pocas veces que lo hicimos
habían dejado recuerdos que estarían unidos dentro de las
costuras de mi cerebro por toda la eternidad.
Acercándome a la antorcha solitaria, distinguí dos túneles
más que se desviaban en direcciones opuestas. Sin embargo,
en el punto antes de que se bifurcaran, había una gruesa puerta
de roble a un lado. Las gotitas de agua parecían gotear de la
madera porosa. Qué extraño.
Respiré hondo varias veces, saboreando la frialdad que
ahora me mantenía alerta. Aquí el pasaje era lo
suficientemente ancho para que solo un cuerpo pasara a la vez.
Mis estrechos hombros casi rasparon contra las paredes
cuando nos abrimos paso hacia esa horrible puerta y el horror
que se escondía detrás de ella. Thomas se puso de lado para
encajar.
Mirando hacia abajo, me sorprendió encontrar basura. El
olor de la muerte estaba cubriendo todo, pero la servilleta
grasienta a mis pies parecía lo suficientemente fresca. Tragué,
esperando que quien hubiera depositado la basura se hubiera
ido. Sería bastante difícil salir corriendo de este estrecho
pasaje sin ser atrapado.
Cerré los ojos. Sabía que era lo suficientemente fuerte
como para manejar cualquier cosa que estuviéramos por
descubrir. Pero la parte de mi cerebro aún afectada por los
asesinatos del Destripador estaba llenando mis emociones de
nuevo sin sentido. Solo necesitaba un minuto. Entonces me
movería.
Thomas tocó mi hombro, indicando que quería pasar.
Negué con la cabeza, para que eso sucediera, él tendría que
pasar apretadamente junto a mí. Antes de que pudiera
protestar, me apretó suavemente contra la pared y se deslizó
sobre mí, cuidando de no detenerse.
De mala gana me pegué a la pared, observando mientras
él inspeccionaba los dos túneles. Mientras estaba ocupado
calculando solo el Señor sabía qué, me concentré en la puerta.
Él me había distraído lo suficiente de cualquier miedo
creciente, y lo sabía. Si no hubiera estado agradecida por el
resultado, lo habría abofeteado con mi guante por tomarse esas
audaces libertades en nuestro estado no acompañado.
Me enfrenté a la puerta de nuevo. Una cruz con llamas en
cada extremo había sido quemada en la madera hace mucho
tiempo, por el aspecto descolorido de la misma. Un siete en
números romanos fue tallado debajo de la cruz. Tracé mis
dedos a lo largo del símbolo, luego retiré mis manos ante el
sorprendente calor.
Tal vez no estaba tan libre de mis ilusiones como
pensaba. Sería mejor abrir la puerta rápidamente, si es que se
abría. El suspenso de quién o qué encontraríamos solo
aumentaría exponencialmente cuanto más tiempo lo
pospusiera.
Tomando una respiración más profunda, empujé con
todas mis fuerzas, notando de nuevo lo caliente que parecía la
madera para un túnel tan frío. Eso no era científicamente
posible, así que ignoré la voz de advertencia de mis huesos.
Para mi asombro, la puerta se abrió. El chirrido que había
estado esperando nunca llegó. Alguien obviamente tuvo
mucho cuidado de engrasar las bisagras de metal.
Asomé la cabeza, apenas unos centímetros, confundida
por el calor tropical que brotaba de la sombra y entrecerré los
ojos. La habitación no parecía ser más grande que una pequeña
cámara de baño, pero había un montículo negro en el centro
del piso y montículos similares a lo largo de las altas paredes.
Lo que no tenía sentido, ¿qué podría estar cubriendo las
paredes? ¿Y cómo era tan perturbadoramente cálido aquí sin
un fuego?
Como si respondiera a esa pregunta, vapor siseó desde
una grieta. Debía haber una fuente de calor en algún lugar
cercano, tal vez una fuente termal natural en las montañas o
algún tipo de mecanismo de calefacción en el castillo.
—Cresswell, dame esa antorcha, ¿quieres? Creo… —
Algo cálido y peludo golpeó contra mi cabeza. Lo toqué, pero
se había ido. La sangre se precipitó en mis oídos, y cada
pequeña pieza de razón abandonó mi mente cuando la masa de
negro se levantó como una sola—. ¿Qué en el nombre de…
Me eché hacia atrás, revolcándome por la cantidad de
murciélagos chocando y zambulléndose. Dientes rasparon
alrededor del cuello de mi vestido, luego se deslizaron a lo
largo de la piel de mi cuello. Me tomó hasta el último
pensamiento racional que tenía el evitar gritar. Si me
desmoronaba ahora, alguien nos encontraría. Necesitaba ser
fuerte. Necesitaba no perder el enfoque. Necesitaba… pelear.
Mis manos chocaron con alas coriáceas. Aplasté cuerpos
del cielo e ignoré el creciente pánico, mientras la sangre
goteaba por mis dedos cubiertos, salpicando el suelo.
Estábamos bajo ataque.

Traducido por Naomi Mora

Corregido por Vickyra


Pasaje secreto
Pasaj secret
Castillo Bran
5 de diciembre de 1888

Thomas estaba a mi lado un suspiro más tarde,


blandiendo la antorcha de la pared como si fuera una espada
de fuego.
No era el único capaz de actuar de manera firme ante el
peligro. Catalogué cada detalle de la sala y la escena que pude
manejar entre ataques. El montículo en el centro de la
habitación era un cuerpo tendido boca abajo. Los murciélagos
lo habían estado cubriendo por completo, probablemente
agasajándose con él.
Las faldas indicaban que la víctima era femenina, su piel
más blanca que la nieve recién caída donde no estaba mutilada
por marcas de mordeduras carmesí. Su quietud no dejaba duda
de que había perecido. Nadie que aún respirara podía
permanecer tan inmóvil con tantas criaturas arrastrándose
sobre ella. Corrí a su lado solo para estar segura.
—¿Qué estás haciendo? —gritó Thomas desde la puerta
—. ¡Se ha ido! ¡De prisa!
—Un… momento —le dije, viendo el cabello rubio
debajo de las vetas escarlata. Él podía empuñar la antorcha,
pero yo estaba determinada a reunir toda la información que
pudiera.
Traté de buscar otros detalles, pero varios murciélagos se
lanzaron sobre mí al mismo tiempo, rompiendo el cordón de
mis guantes, atraídos por la sangre que ya estaba goteando de
mis heridas. Me levanté, salí corriendo de la habitación lo más
rápido que pude y cerré la puerta. Thomas empujó la antorcha
a los asaltantes restantes. Sus ojos eran salvajes mientras ellos
gritaban y chillaban, y se lanzaban hacia nosotros una vez
más.
Después de haber perseguido al último murciélago en la
oscuridad, arrancó algo de mi hombro y lo arrojó a un lado.
—¿Estás bien, Wadsworth?
Acabábamos de ser atacados por una pesadilla infernal
convertida en realidad. El calor corría por mi cuello. Tenía
más cortes de los que me atrevía a pensar en este momento. En
lugar de expresar todo eso, me reí. Seguramente esto era algo
que ni siquiera Poe podría soñar.
A pesar del horror, me sentí enrojecida por el calor de la
emoción. La sangre vibraba por mis venas, amainando mi
corazón, recordándome lo poderosa que era. De lo maravilloso
que era estar viva.
—Pensé que no debías hablar de nuevo a menos que
dijera la frase mágica, Cresswell.
Sus hombros se desplomaron, disminuyendo la tensión
que había estado llevando en ellos.
—Ser atacado por murciélagos vampiros es una buena
excusa para romper mi propia regla. —Frunció el ceño ante la
sangre que se filtraba a través de mis guantes—. Además, ya
sé que soy el joven más apuesto de tu vida. —Un murciélago
pícaro se lanzó hacia él y lo aparté de un golpe—. Esos
murciélagos no son nativos de Rumania.
—No tenía idea de que también fueras un quiropterólogo
—dije con suavidad—. ¿Es así como impresionas a todas las
jóvenes?
Me inspeccionó con interés.
—Bueno, yo no tenía idea de que conocías el término
científico para el estudio de los murciélagos. —Se quitó su
largo abrigo de mañana y me lo ofreció. Estaba caliente y olía
a café tostado y colonia fresca. Resistí la necesidad de respirar
el aroma reconfortante.
—Tu cerebro es bastante atractivo. Incluso frente a todo
esto. —Señaló a la puerta cerrada, la sonrisa desvaneciéndose
un poco—. De tus atributos, es de lejos mi preferido. Pero sí.
Los he estudiado lo suficiente como para reconocerlos como
murciélagos vampiros. No tengo ni idea de quién querría
criarlos.
Incluso acurrucada dentro del abrigo de Thomas, liberé
un escalofrío que había estado molestando mi carne. Este
castillo era más traicionero de lo que había pensado.
—Me pregunto qué otra encantadora forma de vida
salvaje encontraremos en esos túneles.
Mi mente se enganchó en un detalle de la conversación
de Moldoveanu con Dăneşti. Le describí todo el intercambio a
Thomas tan rápido como pude, las palabras salieron
disparadas.
—¿Por qué el libro del que hablaba Dăneşti tiene algo
que ver con estos pasajes? ¿Crees que contiene pistas hacia
dónde conducen todas las puertas y túneles?
—Tal vez. —Thomas me miró y después a los dos túneles
oscuros detrás de nosotros. Por una vez su expresión era fácil
de leer. Acabábamos de encontrar un cuerpo y fuimos atacados
por murciélagos. Ahora no era el momento de vagar tan por
debajo del castillo sin primero armarnos con conocimiento y
armas físicas.
—Deberíamos hacer un poco de investigación. Ven.
Conozco el lugar perfecto.
****
Nos escabullimos de vuelta a nuestras habitaciones y nos
limpiamos la mayor parte de la sangre de nuestras caras.
También le había devuelto el abrigo de mañana a Thomas, sin
querer provocar ninguna pregunta o atención no deseada en
caso de que nos encontráramos con alguien a esta hora. Ahora,
en un pasillo sombrío en el ala oeste del castillo, estábamos
parados frente a dos puertas de roble talladas con toda clase de
bestias, tanto míticas como demasiado familiares. Aunque no
se había erigido ninguna placa en su honor, me imaginé de
todos modos la sangrienta biblioteca de Drácula en atrevidas
letras góticas.
Las antorchas puestas en urnas de hierro forjado estaban
colocadas orgullosamente a cada lado, invitando a los
visitantes y advirtiéndoles que se comportaran mientras
estaban en la biblioteca. Vi unos cuantos murciélagos
voladores en el diseño de la puerta y tiré de ellos para abrirlas.
—Si nunca vuelvo a ver a otra de esas espantosas
criaturas, moriré como una chica feliz.
Thomas rio suavemente a mi lado.
—Sí, pero la forma en que abofeteaste al que me atacaba
fue tan valiente. Lástima que nunca volveré a presenciar
semejante ferocidad. Tal vez podamos ir de caza de
murciélagos al menos una vez al año. Pero luego tendremos
que liberarlos, naturalmente. Son demasiado adorables para
hacerles daño.
Hice una pausa antes de cruzar el umbral.
—Trataron de beber nuestra sangre, Cresswell.
«Adorable» no es la palabra que usaría.
Entré en la habitación, luego me detuve, con la mano
revoloteando hacia mi centro. La acanalada bóveda de los
techos de catedral me hizo pensar en arañas de piedra cuyas
largas piernas se arrastraban por las paredes. Arcos ojivales de
piedra albergaban pasillos de libros.
Esta era de lejos la biblioteca más grande del castillo; en
la que encontré el libro acerca de prácticas mortuorias era más
pequeña. Cuero, pergamino y el mágico aroma de la tinta en
las páginas abrumaron mis sentidos. Candelabros de hierro
forjado, hechos del mismo diseño que las urnas del pasillo,
colgaban de la red de piedra gris sobre ellos. Era aprensivo e
intrigante a la vez. Una parte de mí deseaba pasar horas dentro
de sus huecos oscuros, y otra parte deseaba conseguir un arma.
Cualquier persona o cualquier cosa podría estar escondida
dentro de los rincones sombríos.
Cerré los ojos por un momento. Mientras curábamos
nuestros cortes, Thomas y yo decidimos retrasar el notificar a
alguien sobre el cuerpo que habíamos descubierto. Iba contra
cada fibra en mi ser dejar los restos de esa pobre chica en ese
lugar terrible, pero no confiaba en Moldoveanu.
Probablemente nos castigaría o expulsaría por explorar los
secretos del castillo. Thomas también argumentó que podría
alertarnos sobre quién más sabía sobre los pasajes si se
descubriera su cuerpo. Había aceptado a regañadientes bajo
una condición: si su cuerpo no era encontrado la tarde
siguiente, dejaríamos una nota anónima.
Alguien estornudó a varios pasillos de distancia, el sonido
resonando en la vasta cámara. Mi cuerpo se congeló. No
estábamos haciendo nada malo, pero no pude evitar que mi
pulso se acelerara ante la idea de encontrar a alguien.
—De este lado —susurró Thomas, guiándome en la
dirección opuesta.
Como si saliera de un trance, avancé, observando cada
pasillo de libros, sacando el vicioso ataque de mi mente.
Tampoco eran simplemente filas regulares: había estantes
desde el piso hasta el techo repletos de tomos de todas las
formas y tamaños.
Libros gruesos, finos, encuadernados en cuero y blandos:
estaban apilados juntos como células que componen un
cuerpo. Quería correr por cada pasillo para ver si había algún
final para ellos.
Podríamos pasar el resto de la eternidad y no leer todos
los libros que se encontraban allí. Sin embargo, en un día
normal, hubiera sido magnífico simplemente sentarse con una
taza de té y una manta caliente y sacar nuevas aventuras
científicas de las estanterías como petits fours3 entintados para
saborear.
Había libros escritos en francés, italiano, latín, rumano,
inglés.
—No tengo la menor idea de por dónde empezar —dijo
Thomas, sobresaltándome de mi libro Utopía—. Tienen las
secciones etiquetadas, al menos. No es mucho, pero es un
comienzo. ¿Estás…? —Agitó una mano delante de mí, los
labios se curvaron hacia arriba mientras lo apartaba—. ¿Estás
prestando atención a una palabra de lo que estoy diciendo,
Wadsworth?
Hice una pausa en un pasillo etiquetado como ştiinţă.
—¡Mira solamente la sección de ciencias, Thomas!
Seleccioné un diario médico del estante más cercano,
hojeé las páginas y me maravillé de los dibujos anatómicos.
Un artículo de Friedrich Miescher me llamó la atención. Su
trabajo con la nucleína era fascinante. ¡Pensar que había
proteínas de fósforo en nuestras células sanguíneas que aún no
habíamos nombrado!
—Esto es lo que deberían estar enseñándonos. No una
tradición vampírica sobre un hombre que murió hace siglos.
¿Crees que es médicamente posible abrir mi cráneo y meter las
páginas adentro? Tal vez la tinta se filtre y cree algún tipo de
reacción compuesta.
Thomas se apoyó en un estante con los brazos cruzados.
—Estoy extrañamente intrigado por esa noción.
—Lo estarías.
Sacudí la cabeza, pero seguí caminando por los pasillos.
poezie. anatomie. folclor. Poesía. Anatomía. Folclor. Sillones
de cuero afelpados estaban puestos en rincones con mesas
pequeñas para escribir notas o para contener más material de
lectura. Tomó cada onza de mi voluntad no distraerme con la
abrumadora necesidad de simplemente acurrucarme en uno de
ellos y leer sobre las prácticas médicas hasta que el amanecer
se arrastrara por el cielo.
—Sé qué regalarte estas próximas navidades —dijo
Thomas. Giré, las faldas se envolvían alrededor de mis piernas
como si fueran un capullo de ébano. Sus ojos brillaron—.
Revistas médicas y tomos encuadernados en cuero. Tal vez
también te regale un bisturí nuevo y brillante.
Sonreí.
—Ya tengo algunos de esos. Sin embargo, con mucho
gusto aceptaré todos y cada uno de los libros. Una persona
nunca puede tener demasiado material de lectura.
Especialmente en una tarde de otoño o invierno. Si te sientes
muy generoso, puedes incluir el té. Me encanta una mezcla
única. Realmente establece el ambiente para el estudio
médico.
Thomas arrastró su mirada hacia arriba y abajo a lo largo
de mi figura, deteniéndose hasta que finalmente me aclaré la
garganta. Un poco de color se levantó alrededor de su cuello.
—Audrey Rosehips.
—¿Perdón?
—Tendré una mezcla exclusiva hecha para ti. Un poco de
rosa inglesa, quizás algo de bergamota. Un toque de dulce. Y
definitivamente fuerte. También necesitará pétalos. —Sonrió
—. Podría haber encontrado mi verdadera vocación. Este es un
buen momento. ¿Deberíamos conmemorarlo con un vals?
—Vamos, conocedor del té. —Señalé con la cabeza hacia
los pasillos de espera, con el corazón revoloteando
agradablemente—. Tenemos mucho que investigar si
esperamos encontrar algún libro con el diseño del castillo.
—Y sus muchos túneles secretos. —Thomas extendió los
brazos—. Después de ti, querida Wadsworth.
—¡Dios mío! ¡Me asustaron!
El profesor Radu emergió del pasillo adyacente, enviando
una lluvia de libros al piso. Se abalanzó para recuperarlos
como si fuera una paloma que picoteara las migajas.
—He estado buscando un tomo en particular del strigoi
para la clase de mañana. La biblioteca Blasted es demasiado
grande para encontrar tu propia nariz. He estado diciéndole a
Moldoveanu desde hace siglos que necesitamos contratar a
más de un bibliotecario. ¡A ese malhumorado Pierre nunca se
le encuentra!
Todavía estaba calmando mis nervios. Radu no había
hecho ningún sonido, una hazaña impresionante para el
profesor torpe. Recuperé un libro titulado De Mineralibus del
suelo y se lo entregué, notando su cuero retorcido y su antigua
escritura.
—Aquí, Profesor.
—Ah. Albertus Magnus. Una de nuestras próximas
lecciones. —Hizo una pausa, sus grandes ojos parpadearon
detrás de las gafas cuando agregó el tomo a su gran cantidad
de libros—. ¿Han visto a Pierre, entonces? Tal vez lo hayan
enviado por un libro suyo. No quise interrumpir. Aunque esto
es precisamente lo que quiero decir. Más bibliotecarios, más
conocimientos. ¿Por qué Moldoveanu insiste en que uno es
…?
Radu estaba tan molesto que, sin pensarlo, comenzó a
gesticular con sus brazos, olvidándose de los libros que
actualmente los ocupaban. Thomas se lanzó hacia adelante y
aseguró la pila antes de que se derrumbara sobre nosotros.
—Blasted Pierre nunca está donde necesitas que esté.
Díganle que he encontrado mi propio material, no gracias a él.
Próximamente haré su trabajo y el mío.
Radu se tambaleó, murmurando para sí mismo acerca de
que su plan de lección estaba completamente desorganizado y
cómo le hablaría al director sobre múltiples bibliotecarios.
—Al menos no preguntó por qué estamos fuera de
nuestras habitaciones sin supervisión a esta hora —dijo
Thomas—. Pobre bibliotecario, sin embargo. Tiene un gran
trabajo para él. Atendiendo a toda una academia y a Radu.
—Es fascinante. —Observé a nuestro profesor caminar
hacia una columna de piedra y chocar contra ella, con los
brazos demasiado llenos para gesticular violentamente ante el
objeto inanimado—. Me pregunto cómo logró obtener un
puesto aquí.
Thomas volvió su atención hacia mí.
—Su familia siempre ha estado involucrada con el
castillo. Generaciones atrás, por lo que recuerdo. La academia
lo mantiene porque es una tradición y creen que los locales
disfrutan al saber que uno de su rango puede escalar los
peldaños sociales.
Fruncí el ceño.
—Pero si eso es cierto… entonces su familia ha estado
haciendo esto durante cientos de años. La academia no ha
existido tanto tiempo.
—Ah. Déjame enmendar. Creo que su familia ha estado
involucrada con el cuidado del castillo. Su posición docente es
nueva en su línea. Un honor e inspiración.
—¿Por qué no se le ofreció el puesto de director?
Seguramente eso enviaría un mensaje más positivo que
contratarlo como profesor de folclor.
Thomas levantó un hombro.
—Desafortunadamente para Radu, estoy seguro de que la
academia está equivocada. Dudo que la mayoría de los
aldeanos de nuestra generación se preocupen tanto como los
del pasado. Probablemente piensan en él como piensan en el
resto de nosotros aquí. Blasfemos malhechores que deberían
avergonzarse de convertir este castillo sagrado en un lugar de
la ciencia. Ah, mira.
Thomas señaló una sección aislada cerca de una
chimenea ardiente. Al principio pensé que estaba siendo
impropio, sugiriendo un lugar donde tendríamos privacidad.
Pero por una vez, se centró en nuestra misión. Un letrero en
inglés colgaba con orgullo al final del pasillo: Edificios y
Terrenos.
—Hoy podría ser nuestro día después de todo.
Me puse en camino hacia el enorme pasillo de libros
dedicados al castillo, esperando que esta fuera otra de esas
ocasiones en las que Thomas tenía razón.
Murciélago de Tonga. Grabado a color por S. Milne y
Turvey.

Traducido por Brisamar58

Corregido por Vickyra


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
5 de diciembre de 1888

Ileana estaba de pie en un taburete destartalado,


desempolvando las estanterías llenas de libros en mi sala de
estar, cuando finalmente subí las escaleras poco antes de la
medianoche.
Un par de mis botas, que brillaban como si estuvieran
recién pulidas, se asentaban en el alféizar de la ventana, pero
no tenía la energía para preguntar por qué. Nuestra gran
incursión en la biblioteca maestra para ver qué información
podríamos recabar acerca de hacia dónde posiblemente
conducían los dos túneles había sido infructuosa. Lo único que
descubrimos fue que Radu era incluso más torpe de lo que se
pensaba originalmente y que le gustaba leer textos alemanes
antiguos.
La sección de Edificios y Terrenos, obviamente, no había
sido mantenida de forma adecuada: había libros de poesía y
revistas con historias tontas sobre el castillo y el área
circundante, pero nada útil. No es que hubiera esperado que
simplemente hubiéramos entrado en la biblioteca y nos
marcháramos con un libro que ni el director ni la guardia real
pudieron localizar.
Cerré la puerta detrás de mí con un suave clic. Sin darse
vuelta, Ileana se detuvo, con la mano en medio de la limpieza
con el trapo cubierto de polvo, la madera crujía bajo sus pies.
La suciedad en la parte inferior de su delantal bordado hacía
que pareciera como si hubiera estado caminando a través de
tierra húmeda. No quería pensar en qué parte húmeda del
castillo había sido obligada a limpiar. Si fuera algo parecido al
pasaje en el que habíamos estado, sería espantoso.
—Lo… lo siento mucho por lo de antes —estalló Ileana
—. Thomas pidió ayuda y no pude, no pude… no quise decirle
que no al hermano de Daciana. Le dije que era una idea
horrible, pero estaba desesperado. El amor engaña a los más
sabios. Puedo irme si no deseas hablar conmigo.
—Por favor, no te preocupes. No estoy molesta contigo.
Ha sido un día largo, eso es todo.
Ileana asintió y volvió a limpiar cuidadosamente las
estanterías. Me dejé caer sobre el sofá y me froté las sienes,
esperando que un poco de serenidad cayera del cielo y
salpicara mi alma como una lluvia purificadora. Si solo
hubiera estado molesta por el intento de Thomas de recuperar
nuestra amistad. Su muerte fingida parecía como si hubiera
ocurrido hace milenios. Teníamos problemas mucho mayores
con los que lidiar.
Aunque los murciélagos eran aterradores, sabía que no
eran responsables de la pérdida de sangre de Wilhelm.
Ciertamente, habría tenido arañazos discernibles en su persona
si hubieran sido ellos. Lo que me confirmó que su sangre
había sido extraída con un aparato funerario.
Las mordidas en mis manos todavía ardían. Quería
sumergirme en la bañera y limpiar la persistente saliva del
murciélago y nunca volver a pensar en esos pequeños
monstruos sucios. Padre comenzaría a abusar de su láudano
una vez más si se enterara de mi exposición a esas criaturas
potencialmente propagadoras de enfermedades.
Por supuesto alguien estaría criando murciélagos
vampiros en un castillo del que se rumoreaba que su ocupante
más infame se había convertido en un vampiro. Mi impulso
inicial fue culpar al director, pero apresurarme era exactamente
lo contrario de lo que Tío me ordenaría hacer. Llegar a una
conclusión apresurada sobre la identidad del culpable, y luego
generar evidencia para confirmar esa conclusión, no
conduciría a la verdad y la justicia.
—Pareces… ¿todo está bien? —preguntó Ileana.
A pesar de que le había prometido a Thomas guardar
silencio, decidí compartir nuestro descubrimiento con ella. Tal
vez había escuchado algo acerca de los pasajes de otros
sirvientes u ocupantes.
—Encontramos un cuerpo bastante… mutilado en la
morgue. Bueno, debajo de la morgue. Había una trampilla y…
—Ileana se puso rígida. Me apresuré, con la esperanza de
evitarle demasiada charla de muertos—. De todos modos,
desearía que nos hubieran dejado solos más tiempo. Fue difícil
saber si había similitudes con cualquier otro caso en el que
hayamos estado involucrados. Los murciélagos habían
estado… dándose un festín con la sangre. No sé qué hacer al
respecto. No debes decírselo a nadie. Todavía no, al menos.
—¿Los murciélagos estaban… bebiendo de un cadáver?
—Ante esto, Ileana se dio vuelta, parpadeando. Parecía lo
suficientemente temblorosa como para caer hacia atrás con un
fuerte viento—. ¿Era un estudiante? ¿Se lo dijiste a alguien?
Una imagen del cuerpo blanco como la luna asaltó mi
mente, burlándose brutalmente con cada vívido detalle y las
laceraciones que debió haber sufrido antes de tomar su último
y maldito aliento. Negué con la cabeza.
—Fue… fue difícil distinguir algo. Sólo sé su sexo por su
ropa. No pudimos inspeccionar la habitación con todos los…
murciélagos rondando. Vamos a enviarle una carta anónima al
director si no la descubren mañana por la tarde. Pensamos que
la persona responsable del asesinato podría «encontrar» su
cuerpo y pensamos que es mejor esperar unas horas.
Cerré los ojos, tratando de olvidar los sonidos de las alas
golpeando contra mi cabeza, la sensación de garras clavándose
en mi suave carne. Su muerte no debió haber llegado lo
suficientemente rápido. Odiaba pensar en cuánto tiempo había
permanecido viva mientras bebían a fondo. Una y otra vez.
Dientes afilados como cuchillas cortando y mordiendo. Cuán
impotente se había sentido mientras más se agotaba su fuerza
vital.
Me concentré en la chimenea, perdiéndome en las llamas.
Si permitía que mi imaginación corriera con tanta libertad,
estaba segura de que me enfermaría.
—¿Crees que la misma persona que ha empalado a esos
otros dos es el responsable? —Ileana jugueteaba con la tela de
limpiar el polvo—. ¿O hay otro asesino en Braşov?
Enumeré los hechos que sabía.
—Hasta ahora hay dos cuerpos que han sido empalados
fuera del terreno: uno en el tren y el que se informó en los
periódicos. Luego está el cuerpo sin sangre de Wilhelm Aldea.
Ahora esta joven, que probablemente murió siendo una
donante viva para los murciélagos. A juzgar por la falta de
rigor mortis, diría que… falleció hace al menos hace setenta y
dos horas. Sin embargo, es difícil estar segura.
No mencioné la ligera rigidez presente en las
extremidades, ni cómo la temperatura cálida de la habitación
podría haber acelerado el proceso. Tío me había hecho
memorizar el verano pasado los diferentes factores que
contribuían a acelerar o retrasar las secuelas de la muerte.
Dado que la temperatura había estado de moderada a cálida en
la habitación, y su cuerpo se estaba descomponiendo, eso
significaba que habían transcurrido un mínimo de veinticuatro
horas desde que había respirado por última vez. Sin embargo,
coloqué su hora de muerte cerca de tres días antes, tal vez casi
cuatro. El hedor había sido horrible.
—¿Es posible que ella fuera otra víctima del Empalador?
Me quité los guantes de encaje, haciendo una mueca ante
las piezas desgarradas cuando descubrí rasguños y marcas de
mordidas.
—Ojalá supiera. Un par de cuerpos estaban colocados
para aparentar que son vampiros. Otro siendo un festín para
los vampiros.
Por apariencias externas, estos delitos no fueron
cometidos por la misma persona. Parecía como si la mujer y
Wilhelm hubieran sido asesinados de manera diferente a los
otros dos, y uno era diferente del otro.
Ni siquiera estaba segura de que alguien la hubiera
obligado a entrar a esa habitación. Tal vez había estado
deambulando y tuvo la desgracia de quedar atrapada. Estaba
tan oscuro en esa habitación: podría haber tropezado, haber
sido atacada por murciélagos hambrientos, luego caer, incapaz
de escapar de su infierno. Hasta que su cuerpo pudiera ser
inspeccionado, había demasiadas variables desconocidas.
—O alguien está haciendo un gran esfuerzo para
representar crímenes vampíricos —dije, desconectándome de
los pensamientos de su cuerpo maltratado—, o hay dos
asesinos trabajando, no sé, casi trabajando para superarse uno
al otro. Uno que imita los métodos de un cazador de vampiros,
el otro los de un vampiro real. No estoy segura de qué creer.
Todavía hay demasiadas piezas faltantes. Si Wilhelm murió a
causa de los murciélagos, habríamos visto múltiples heridas en
él. Eran bastante salvajes.
Levanté mis manos, mostrando las mordidas que se
habían secado tomando un tono rojo rubí.
—El castillo es viejo, al igual que los túneles que
encontraste —dijo Ileana, apartando su atención—. Tal vez
han estado reproduciéndose desde la época de Vlad.
—Tal vez. —Un pensamiento encantador de hecho—.
Creo que alguien los está criando. Thomas dijo que se llaman
murciélagos vampiros, pero generalmente se encuentran en las
Américas. No puedo, ni, aunque mi vida dependiera de ello,
averiguar cómo se relaciona, a menos que sea simplemente
mala suerte.
—Tal vez el Empalador tenga una conexión con la
academia —dijo Ileana, concentrándose en el presunto
príncipe inmortal—. El primer asesinato ocurrió en el pueblo.
Luego el cuerpo de Wilhelm fue encontrado allí también. Si lo
que dijo Dăneşti acerca de las amenazas contra la familia real
son ciertas, tal vez el Empalador estaba tratando de crear
pánico con los dos primeros asesinatos.
—O tal vez estaba practicando.
—Tal vez está recogiendo sangre —susurró.
Mi propia sangre se enfrió. El pensamiento pinchó la
parte sensible de mi cerebro hasta que otras ideas más
amenazantes brotaron para unirse a él. Ciertamente era posible
que un asesino en serie viviera bajo este techo de torre,
robando sangre para sus propios propósitos.
La teoría de Tío sobre los asesinos involucrándose en los
crímenes revoloteó en mi cabeza. En una escuela compuesta
por estudiantes y profesores, ¿quién tenía más que ganar con
los asesinatos? A menos que la motivación fuera simplemente
la emoción de la caza. Esa compulsión sedienta de sangre
siempre me aterrorizaba más. Deseaba que Tío estuviera aquí
ahora para discutir esto conmigo. Siempre veía más allá de lo
evidente.
Ileana había permanecido tan callada que me asusté
cuando se levantó del taburete.
—¿Crees que existe el Empalador?
—No en sentido literal, no —dije—. Estoy segura de que
una persona muy humana está recreando métodos de muerte
que se hicieron famosos por Vlad Drácula. No creo, ni por un
instante, que se haya levantado de la tumba y esté cazando a
nadie. Eso es tan ridículo como completamente contrario a las
leyes de la naturaleza. Una vez que alguien está muerto, no
hay manera de reanimarlo. No importa cuánto se desee de otra
manera.
No revelaría lo dolorosamente familiarizada que estaba
con la verdad de mi última declaración. Los dedos se
retorcieron en mi memoria, y alejé la imagen.
—Algunos aldeanos no estarían de acuerdo —dijo Ileana
en voz baja—. Algunos se han enfermado en las últimas
semanas. Una chica ha desaparecido. Están seguros de que un
strigoi es el culpable. Ahora el cuerpo de Wilhelm es
encontrado, su sangre desaparece. Son conscientes de lo que
eso significa.
Comencé a reflexionar sobre la desaparición de la chica
del pueblo y me detuve. Me avergonzaba admitir que había
entrado a escondidas en su casa. Creía que su caso era
simplemente desafortunado, provocado por beber demasiado
vino y perderse en el bosque. Ningún vampiro ni hombre lobo
la secuestró en el camino.
—¿Conoces a alguien que quiera cerrar la academia? —
pregunté.
Colgando su paño sobre un cubo galvanizado, Ileana
golpeó los lados, creando un sonido hueco y resonante que
rebotó en mi cráneo. Entrecerré los ojos mientras ella miraba
hacia la puerta y luego tragó. Estaba a punto de preguntar qué
estaba mal cuando ella se apresuró hacia el sofá. Sacó un libro
encuadernado en cuero de un bolsillo de su delantal y me lo
entregó como alguien pasaría una bacinilla apestosa. A
regañadientes lo tomé.
—Sé… sé que está mal. Pero encontré este diario. Estaba
en la habitación del Príncipe Nicolae. —Levanté la mirada,
pero Ileana mantuvo la suya fija en el libro y tartamudeó—.
¿Recuerdas cuando te dije que los criados no debían ser vistos
ni escuchados? —Asentí—. Bueno, es muy fácil para algunos
de los estudiantes más antiguos olvidar que existimos.
Algunos piensan que sus fuegos se encienden mágicamente, y
a sus orinales les salen alas para vaciar sus desechos.
—Lo siento, la gente es tan cruel.
Sus ojos eran fragmentos de hielo antes de que alejara la
expresión con un parpadeo.
—No estoy orgullosa de haber tomado el diario, pero le
oí mencionar algo sobre dibujos. Cuando miré dentro, vi
imágenes horribles. Toma.
Abrí el diario de cuero y revisé algunos diagramas.
Corazones, intestinos, un cerebro humano, y… murciélagos.
Calaveras de murciélagos con horrendos colmillos. Alas de
murciélago con notas y detalles de garras en su vértice. Cada
página mostraba con orgullo una nueva sección de la anatomía
de un murciélago. Dirigí mi atención a Ileana, cuya mirada
estaba fija en sus manos.
—También tiene bastantes especímenes en sus
habitaciones.
—¿Por qué te molesta la mención de sus dibujos?
Ileana se retorció las manos.
—Recordé lo que Dăneşti y Moldoveanu habían dicho
sobre la familia real recibiendo esas amenazas. Que eran
dibujos.
Me senté más recta, como si el movimiento hiciera lo que
ella había dicho más aceptable. Olas de náuseas agitaron mi
estómago.
—No pudo haberse enviado a sí mismo…
—Es por eso por lo que miré. Luego vi los bocetos de los
murciélagos y noté todos los esqueletos que tenía en su
habitación… No sé por qué tomé su diario. Yo solo… —Se
encogió de hombros—… pensé que podría haber más para ver.
Y luego vi éste cerca del final.
Se acercó y pasó las páginas hasta que encontró lo que
había estado buscando. Mi respiración se detuvo junto con el
resto de mi cuerpo. Una chica con cabello color ónix, ojos de
un verde esmeralda profundo y labios que goteaban sangre
sonreía con audacia.
Con mi dedo tracé la línea de la mandíbula hacia arriba y
alrededor de los ojos felinos, luego toqué mi propia cara.
—Yo no… esta no puede ser yo. No habría tenido tiempo
de…
Ileana pasó a la página siguiente. En ella, dibujada con
mucho cuidado, estaba la imagen de una chica con un delantal
salpicado de sangre, una cuchilla de autopsia sobre la carne
blanca. Aparté la mirada. El cadáver era masculino, y ninguna
tela cubría su forma desnuda. El calor brilló sobre mis
mejillas.
Apenas sabía qué hacer con los crudos dibujos.
—Hay más. —Ileana me mostró imagen tras imagen.
Cada una me presentaba como una hermosa criatura
deleitándose en la sangre y la muerte. La forma en que el
príncipe me había capturado era como si me hubiera
convertido en un ser inmortal, demasiado perfecta para ser
humana. Un poco demasiado fría y dura para este frágil
mundo. Las llamas en la chimenea parpadearon salvajemente,
su calor repentinamente sofocante. Anhelaba abrir las ventanas
de par en par, dejar que el viento frío de los Cárpatos limpiara
este espacio.
Una imagen final me hizo tragarme un jadeo. Era difícil
decir exactamente quién era el hombre —Thomas o Nicolae
—, pero él y otra Audrey Rose estaban de pie juntos. El joven
usaba un traje hecho de huesos, sosteniendo un cráneo de
marfil como si fuera un oráculo para adivinar. Mi corpiño
abrazaba mi cuerpo. La ilustración era hermosa, a pesar del
gran corazón anatómico y el sistema circulatorio que se
ramificaba de mi pecho, luego bajaba por mis brazos y pasaba
los dedos por mis faldas.
Los guantes negros en el dibujo llamaron mi atención a
continuación. Encajes y remolinos cubrían mis brazos como si
hubieran sido dibujados con tinta permanentemente en mi piel.
Ileana observó de cerca antes de señalar el diseño en mis
brazos.
—Los brazos del Príncipe Nicolae están cubiertos de
tinta. No tan delicados como estos. Pero los he visto cuando se
sube las mangas.
Levanté mis cejas. Qué intrigante. Había leído que
muchos aristócratas se habían tatuado a sí mismos durante los
últimos años. Una vez que las revistas anunciaron que estaba a
la moda, se estimaba que casi una de cada cinco damas y
caballeros nobles, los había ocultado en sus cuerpos. También
estaban creciendo en popularidad en las cortes reales. Tenía
sentido que el príncipe pudiera meterse en algo como el
tatuaje. Aumentaba su misticismo. Imaginé que muchas
mujeres jóvenes estarían más que encantadas de desenvolver
sus ropas para echar un vistazo a lo que estaba escondiendo.
—¿Qué intenciones tiene?
Ileana se levantó del sofá, luego tomó el diario e hizo un
gesto hacia la puerta.
—Ya es tarde. Pulí tus botas y las dejé para Moş Nicolae.
Deberías descansar un poco para que él tenga tiempo de
entregar sus regalos de invierno. —Sonrió ante mi expresión
de confusión—. Creo que tu versión de Moş Nicolae se llama
Papá Noel. Es una tradición suya traer dulces. Si se sacude la
barba y cae la nieve, entonces el invierno realmente puede
comenzar. Duerme ahora. Esta noche es la noche mágica. Tal
vez te deje una chuchería.
Dormir era lo más alejado de mi mente, especialmente
cuando alguien más llamado Nicolae podía estar merodeando
por el castillo, entregando «regalos», pero le deseé buenas
noches. Presioné mis dedos contra los ojos hasta que destellos
de luz blanca se extendieron sobre ellos como estrellas
disparando contra el cielo. En un día había pensado que
Thomas estaba muerto, encontrado un pasaje secreto, sido
atacada por murciélagos sanguinarios, descubierto otro
cadáver y ahora me había familiarizado con las inquietantes
ilustraciones de Nicolae. El príncipe oscuro muy bien podría
ser la persona que estábamos buscando. Tuvo la oportunidad
de enviar amenazas ilustradas a los miembros de la familia.
Tal vez era un intento de asegurar el trono para sí.
No pude evitar preguntarme si Nicolae también podría ser
responsable de la muerte de su primo y, si continuaba
desenterrando sus secretos, que algo peor que una amenaza
podría sucederme pronto. Pensar lo que traería la mañana fue
suficiente para que mis párpados se opusieran a su buen juicio.
Retiré mis ropas y me deslicé debajo de las frías sabanas. La
última imagen que recordé antes de caer en la oscuridad era la
de una joven sobrenatural con tatuajes que se arremolinaban
en sus brazos, sus labios torcidos en una sonrisa salvaje
cuando sus incisivos se hundían en sus propios labios
empapados de sangre. Si el Príncipe Nicolae realmente creía
que estaba maldita, tal vez había elaborado esa ilustración
como propaganda. Ciertamente me había convertido en la
Princesa Drácula.
Esperaba que nadie intentara clavarme una estaca en el
corazón.

Audrey Rose,
Si estás leyendo esto, entonces es probable que hayas
venido a mi habitación. Pido disculpas por irme sin
despedirme. Encontré una conexión entre la Orden y los
asesinatos. ¡Te dije que reconocí ese libro! No confíes en
nadie. Juro que volveré en una semana con más información.
Creo que la joven montó la escena en su casa.
¡Investigué un poco en el pueblo y descubrí que su
marido fue la primera víctima que informaron los periódicos!
(Desafortunadamente, su hijo había fallecido unos meses
antes).
Tío Moldoveanu cree que he ido a Hungría para ayudar
con un asunto personal urgente. Por favor no digas lo
contrario; no deseo alarmarlo ni ser castigada injustamente.
No vuelvas a viajar al pueblo. No es seguro. Los ojos
están en todas partes.

—Anastasia

PD: Por favor, quema esta carta. Sospecho que los


sirvientes tienen la costumbre de familiarizarse con
pertenencias personales.
Traducido por Flopy Durmiente

Corregido por AnnaTheBrave


Patio amurallado
Curte ingrădită
Castillo Bran
13 de diciembre de 1888

La tarde luego de nuestro descubrimiento de los túneles,


Thomas y yo habíamos enviado a Moldoveanu una carta
anónima con indicaciones de dónde encontrar el cadáver. No
habíamos sabido nada al respecto por días. No tenía idea si él
había enviado a alguien para comprobarlo, y no había tenido la
oportunidad de escabullirme hasta allí. Más y más guardias
parecían filtrarse en la casi vacía academia, intentando
mantenernos bien encerrados.
Frustrada, envié otra nota. Sinceramente esperaba que el
director la hubiese tomado en serio. Odiaba pensar en el
cuerpo pudriéndose. Cualquier pista potencial se perdería para
siempre. Sin mencionar la idea de dejar a una persona en ese
estado… Si no sabía nada para esta noche, me juré que
arrastraría al director hacia los túneles sin ayuda de nadie.
Silenciosamente metí un trozo de caramelo duro en mi
boca, agradeciendo a quien quiera que sea que haya
interpretado el papel de Moş Nicolae en el castillo por los
dulces. Ellos, junto con Ileana cuando no estaba atendiendo
sus deberes, habían sido la parte más placentera de una semana
muy larga. Anastasia aún no había regresado de donde sea que
había viajado. Algo acerca de la apresurada naturaleza de su
carta no me había sentado bien. ¿Qué había descubierto sobre
la Orden del Dragón? Ileana no pensaba que la salida de
Anastasia del castillo fuera sospechosa, y no quería
preocuparla con mis miedos.
A mediados de la semana, Radu había logrado que
Vincenzo se durmiera mientras nos llenaba hasta el límite con
folclor local acerca de cuerpos siendo quemados hasta las
cenizas, luego ingeridos. Después, todos habíamos tomado
turnos en el quirófano de Percy, removiendo órganos y
aprendiendo las complejidades de la muerte, intentando
eclipsar a nuestros compañeros y asegurar nuestro lugar en el
curso de evaluación.
Durante las lecciones de Percy, todos nos dábamos un
festín con el conocimiento que nos era servido. Los sutiles
detalles del asesinato y sus múltiples señales. Cómo leer el
lenguaje de un cuerpo por pruebas definitivas de causa de
muerte. Amaba estas clases, y gradualmente me sentí
volviéndome más fuerte alrededor de los cadáveres. Aunque
las pesadillas de los asesinatos del Destripador seguían
rondando en la superficie de mi mente.
Las lecciones de Moldoveanu siempre eran conducidas
con precisión, y aunque no disfrutaba su compañía, él era
excepcionalmente talentoso en anatomía y ciencias forenses.
Noté que nadie se atrevía a hablar fuera de turno por miedo a
ser expulsado en el instante.
Nadie había hablado de Wilhelm o pronunciado una
palabra de su repentina muerte después de que su familia había
recogido su cuerpo. Era como si el tiempo se hubiera
levantado por sí mismo luego de caer de rodillas, y continuase
como si no estuviera rasguñado y con moretones.
Thomas y yo habíamos intentado escabullirnos en los
túneles en horarios extraños, pero éramos frustrados por un
contingente de guardias reales. Moldoveanu había tomado en
serio nuestro nuevo toque de queda, y tenía más guardias
apostados en los pasillos de los que imaginaba que había en la
corte real de Rumania.
Al final de la semana había llegado una carta para mí, con
sello de Londres. Una nueva doncella la había traído junto con
noticias de que Ileana estaría atendiendo otras funciones por
un tiempo. Estaba triste de no tener compañía por la noche,
pero la carta me hizo sentir mejor. Sabía perfectamente quién
la había enviado y no podía esperar para abrirla después de
clase. Radu hablaba sin parar sobre esta siendo una noche
profana. El príncipe crujió sus nudillos, Andrei dejó caer su
cabeza, aun así, los gemelos e incluso el melancólico Cian
estaban completamente absortos en esta particular historia. Me
moví en mi asiento, rezando para que el reloj del patio marcara
la hora.
—Se rumorea que tiene su base en cultura romana —
continuó Radu—. Un sacrificio es realizado. Luego los
animales hablan con nosotros. Si es en nuestro lenguaje, o en
el suyo, nadie está seguro. —Empujó sus lentes por su nariz y
miró a la clase—. Dichoso señor Hale. ¿Dónde está? ¿Dejó la
clase temprano?
Noah se movió incómodamente y alzó una mano. Radu
caminó justo a su lado, su atención dividida entre los
estudiantes y sus notas.
—El señor Hale está sentado justo allí, Profesor —dijo
Nicolae—, quizás ese velo entre mundos ya se ha afinado lo
suficiente para que confunda la realidad.
Radu desvió su atención hacia el príncipe, su mirada
dura.
—Todos ustedes harán mejor quedándose encerrados en
sus dormitorios esta noche. Los muertos se levantarán y
buscarán a aquellos lo suficientemente tontos para merodear
afuera. Espíritus habitarán a aquellos a los que no comerán.
Incluso los príncipes son cazados.
El resto de la clase siguió de la misma manera hasta que
el sonido del reloj finalmente nos libró de las garras del folclor
de Radu. Me quedé en el pasillo fuera del aula, pero Thomas
estaba involucrado en una pequeña discusión con Radu sobre
el origen de la festividad, y era tan entretenido como esperar
que una brizna de hierba erupcionara del suelo durante varios
días. La carta en mi bolsillo casi quemaba un agujero en mi
falda. Necesitaba leerla o seguramente iba a combustionar en
el acto. Thomas asintió en reconocimiento cuando señalé hacia
el pasillo.
Me las arreglé para salir y acurrucarme en un rincón del
patio amurallado del castillo; tenía un poco de tiempo antes de
que comenzara nuestra próxima clase. Era el único lugar
donde era libre de los ojos entrometidos de estudiantes,
profesores, y un indeseado ejército de hombres. Guardias
patrullaban la torreada azotea, pero no se molestaban
caminando por el patio debajo.
Desde la comodidad de mi lugar, liberé la tensión en la
que estaba envuelta, girando mis hombros uno a la vez.
Una fuente de los deseos estaba orgullosamente en el
centro de los escalonados niveles de adoquín. Era otro poco de
belleza en el duro invierno. Si uno fuese a cortar una columna
corintia al medio, se parecería a las decorativas hojas de
acanto embelleciendo la pared exterior de la fuente. Me subí la
capucha de mi capa, haciendo lo posible por retener tanto calor
corporal como podía mientras ráfagas salpicaban sobre la
piedra. Había empezado a llevar mi capa a clases, poco segura
de cuándo Moldoveanu o Radu podrían querer darnos una
lección al aire libre.
Toqué el sobre y sonreí. Por correspondencias anteriores,
sabía que la tía Amelia y Liza estaban visitando a mi padre,
preparando la casa para las próximas vacaciones. Con la
agitación del asesinato en el tren, las clases, el viaje a la casa
de la mujer perdida, y las misteriosas muertes de Wilhelm y la
joven debajo de la morgue, casi me había olvidado de la
Navidad.
Thomas y yo habíamos decidido que íbamos a quedarnos
en Bucarest durante nuestras cortas vacaciones de dos días —
su familia tenía una casa allí—, pero la idea de no ver a mi
familia estaba siendo difícil de superar. Nunca me había
perdido unas vacaciones con mi padre. Mientras los días iban
pasando, me preguntaba que debía hacer. Un viaje a Londres
sería refrescante, aunque sería imposible hacerlo y no perder
ninguna clase. No podía permitirme atrasarme, especialmente
si esperaba derrotar a mis compañeros de clase por un lugar en
la academia. Sin embargo, una parte salvaje de mí anhelaba
olvidar la academia y regresar a casa definitivamente. Mi
estómago se revolvió ante la idea: mis compañeros eran
excepcionalmente inteligentes, y no podía dejar de
preocuparme sobre quién podría ganar esos dos puestos
disponibles. Aparté ese miedo, concentrándome una vez más
en leer la carta de mi prima.
Liza había mencionado previamente que ella y la tía
Amelia probablemente se quedarían durante el invierno,
haciéndole compañía a Padre en la enorme y vacía casa en
Belgrave Square. Mi corazón se tensó. Padre tenía problemas
con todo lo que había pasado y se sentía inmensamente
culpable por uno de los asesinatos del Destripador. En medio
de la oleada de asesinatos, había sido hallado por la policía en
un fumadero de opio en East End y firmemente alentado a
descansar en nuestra casa de campo. Acababa de regresar a
Londres cuando se encontró con la señorita Kelly mientras
buscaba láudano. Ella aseguraba conocer a alguien que podría
proveérselo, y mi padre con gusto la siguió a esa condenada
casa en Miller’s Court.
Él había dejado a la señorita Mary Jane Kelly con vida, y
no tenía idea de que había sido acechado esa noche. Jack el
Destripador lo había seguido, observando, esperando para
atacar.
Quizás Thomas había tenido razón; regresar a casa en
Londres no sería una terrible idea. Podríamos observar de
cerca a Padre, y Tío estaría más que encantado de tenernos de
vuelta. Y aun así… dejar la academia sería un fracaso y había
trabajado muy duro para huir ahora. Despreciaba al director,
pero quería ganarme mi lugar aquí. No podía imaginar lo que
haría si ni Thomas ni yo lográbamos entrar.
Un nuevo pensamiento hizo que mi corazón se acelerara.
Al final de las cuatro semanas, ¿y si solo uno de nosotros era
aceptado en la academia? La mera idea de decirle adiós a
Thomas me robó el aliento.
Sin desperdiciar otro momento en pensamientos tristes,
abrí la carta de mi prima, ansiosa por engullir cada letra de su
mensaje.

Querida prima,
Permíteme ser bastante honesta. Como he leído cada
novela de la inmensamente talentosa Jane Austen, y porque
soy tres meses mayor que tú, obviamente tengo una vasta
cantidad más de conocimiento romántico. No me considero
una poetisa, pero he estado coqueteando (descaradamente, me
atrevo a decir) con un intrigante joven mago —y artista del
escape— que actúa en un circo ambulante, y, bueno… te
contaré todo sobre eso en otro momento.
De todos modos, estábamos hablando de romance una
tarde cerca de la laguna, y él habló del amor siendo como un
jardín. No ruedes tus ojos, prima. No es apropiado. (¡Sabes
que te adoro!)
Su consejo fue este: las flores necesitan mucha agua y luz
solar para crecer. El amor, también, necesita atención y
afecto, o de otro modo podría desintegrarse lentamente por la
negligencia. Una vez que el amor ha desaparecido, es tan
frágil como una hoja seca. La recoges, solo para descubrir
que se ha convertido en cenizas bajo tu una vez cuidadoso
toque, se ha ido con el viento para siempre.
No le des la espalda a un amor que podría saltar la
barrera entre la vida y la muerte, prima. Como el valiente
viaje de Dante hacia la oscuridad, el señor Thomas Cresswell
descendería a cada círculo del Infierno si lo necesitaras. Eres
el corazón que late en su caja torácica. Es una macabra
manera de decir que ustedes se complementan, aunque eso no
significa que no estás completa.
A diferencia de mi madre, creo que toda mujer debería
valerse por sí misma sin necesitar a nadie. ¿Una esposa que
vale la pena tener es una que es segura de sí misma? Esa es
una discusión para otro momento, estoy segura. De vuelta a tu
querido señor Cresswell…
Hay algo poderoso en ese tipo de amor, algo que merece
ser encendido y atendido, incluso cuando sus brasas están
parpadeando peligrosamente cerca de apagarse. Te imploro
que hables con él. Luego escríbeme y cuéntame cada delicioso
detalle. ¡Sabes lo mucho que adoro un gran romance!
No permitas que tu frondoso jardín se convierta en
cenizas, prima. Nadie quiere pasear por las repercusiones de
la negligencia cuando podrían ser deslumbrados por un
hermoso jardín lleno de rosas.

Tuya,
Liza

P.D: ¿Has reconsiderado regresar a Londres para las


vacaciones? Es verdaderamente aburrido sin ti aquí. Juro que,
si Victoria o Regina intentan mandonearnos durante otra
fiesta de té, me arrojaré de la Torre de Londres. Al menos
entonces mi madre no me chasquearía para practicar,
practicar, practicar para mi baile de presentación. ¡Como si
la sociedad fuera a condenarme por pisar a la derecha en vez
de a la izquierda durante el vals!
Si mi futuro esposo se horroriza por cosas tan triviales,
entonces él no valdrá la pena. Sería el tipo de zoquete que me
gustaría evitar a toda costa. ¿Imaginas si le dijera eso a mi
madre? Esperaré hasta que estés en casa así tenemos el placer
de verla enrojeciendo como el diablo juntas. Algo que estoy
deseando.
Besos y abrazos. —L.

—¿Le molestaría mucho si me sentara aquí afuera


también?
Levanté la mirada ante el acento americano, sorprendida
de que uno de mis compañeros de clase estuviera conversando
conmigo. Ellos generalmente hablaban en grupo y —luego del
pobre intento de Thomas de ayudarme hablando con Radu de
mi constitución— aceptaban mi rol en el curso de evaluación
solo cuando era absolutamente necesario. Para ellos no era una
amenaza y difícilmente era digna de su atención.
Noah sonrió. Sus rasgos parecían haber sido tallados en el
más fascinante ébano, profundo, rico y hermoso. Negué con la
cabeza.
—Para nada. El patio es lo suficientemente grande para
ambos.
Sus ojos marrones brillaron.
—Lo es. —Estudió la nieve que estaba cayendo en mayor
cantidad, cubriendo las piedras expuestas y las estatuas.
Observé su mirada desviarse arriba hacia el castillo. Los
músculos de su espalda se tensaron mientras Moldoveanu
aparecía brevemente en una de las ventanas, caminando por el
corredor—. ¿Estoy equivocado o el director es un hombre
miserable?
Me reí abiertamente.
—Me atrevo a decir que es horrible en general.
—Aunque es bastante bueno con un bisturí. Supongo que
no podemos tenerlo todo, ¿verdad? —Subió el cuello de su
abrigo y aplastó los trozos de hielo ahora mezclándose con las
ráfagas. Tintinearon y rebotaron contra el suelo, el sonido era
un casi adormecedor acompañamiento del cielo gris—. Soy el
señor Noah Hale, por cierto. Aunque ya lo sabe por la clase.
Creí que era hora de presentarme apropiadamente.
Asentí.
—¿Es de América?
—Lo soy. Crecí en Chicago. ¿Ha estado allí alguna vez?
—No, pero espero ir algún día.
—¿Qué le pareció la clase de Radu? —preguntó Noah,
cambiando de tema abruptamente—. ¿Sobre los rituales
supuestamente siendo realizados esta noche? ¿Cree que todos
los aldeanos harán un sacrificio y están convencidos de que los
animales hablarán nuestro idioma esta noche?
Alcé un hombro, eligiendo con cuidado mis palabras.
—No estoy segura de que esta lección haya sido más
extraña que el folclor respecto a vampiros y hombres lobo.
Noah me miró de reojo.
—¿Cómo es que una joven como usted se ve involucrada
en todo este… —Señaló vagamente hacia el castillo—…
asunto de cadáveres?
—Era eso o bordado y cotilleo —dije, permitiendo que el
humor se filtrara en mi tono—. Honestamente, imagino que de
la misma manera en que todos los que han venido a estudiar el
tema en cuestión lo hacen. Quiero entender la muerte y la
enfermedad. Quiero ofrecer a las familias paz durante tiempos
difíciles. Creo que todos tenemos un talento especial para
ofrecer al mundo. El mío resulta ser leer a los muertos.
—No es tan mala, señorita Wadsworth. Sin importar lo
que digan. —Noah era contundente, pero no me importaba su
franqueza. Me parecía refrescante como el aire de la montaña.
Un reloj marcó la hora, un sombrío recuerdo de que este
poco de ligereza había terminado. Me puse de pie, guardando
la carta de Liza en los bolsillos de mi falda, y cepillé la nieve
de mi blusa donde mi capa se había abierto.
—¿Está entusiasmada por la clase? Estaremos en la sala
de disección hoy.
—Es la parte buena. —Noah se puso de pie y frotó sus
manos cubiertas de cuero—. Todos recibiremos un ejemplar
hoy. Algunos de los chicos hicieron apuestas en sus
desempeños.
—¿En serio? —Alcé una ceja—. Bueno, entonces me
disculpo de antemano por ganar el primer lugar.
—Puede intentar obtener ese primer puesto —dijo Noah
—, pero tendrá que pelear por él.
—Que gane el mejor.
—Me encanta un buen desafío. —Noah tomó mi mano
enguantada en la suya y la estrechó. Encontré que el hecho de
un joven agarrando mi mano no me ofendía en absoluto. Era
una señal de respeto, una señal de que ahora me consideraba
su igual. Sonreí mientras nos dirigíamos adentro.
Esto era precisamente para lo que vivía: la exploración de
los muertos.

El interior de una sala de disección: cinco estudiantes y/o


profesores diseccionan un cadáver, c. 1990

Traducido por florff

Corregido por AnnaTheBrave


Sala de disección
Cameră de disecţie
Castillo Bran
13 de diciembre de 1888

—¿Cuál es el propósito de inspeccionar los cuerpos de


aquellos que mueren sin ningún signo externo de trauma?
El profesor Percy estaba de pie al lado del cerebro
expuesto del espécimen ante él, su delantal teñido de sangre
color rojo óxido. Su pelo caoba y sus bigotes a juego estaban
cuidadosa y elegantemente peinados, así que resultaban
extraños con los fluidos que dañaban su saludable atractivo.
Me imaginé que así se veía mi tío cuando era un joven
profesor. El pensamiento me calentó a pesar de la frescura del
aire de la sala de disección.
—¿Por qué escarbamos para abrirlos cuando podemos
simplemente ver que han muerto por causas «naturales»? —
preguntó—. ¿Hmm?
Manos entusiastas se levantaron en el aire como fuegos
artificiales, explotando con la necesidad de responder y
probarse a sí mismos, preparados para eclipsar a sus colegas.
El príncipe miró alrededor de la habitación, evaluando a la
competencia. Hoy había un borde en él. Era una de las
primeras veces que lo había visto mostrar más que un brillo
pasajero de interés. Percy ignoró a todos, volviendo su
atención a uno de los estudiantes que estaba distraído.
—¿Señor Cresswell? ¿Tiene algún pensamiento sobre la
materia?
Thomas, como era de esperarse, estaba a un palmo de
estar cara a cara con su cadáver, ignorando a todos y todo
excepto el escalpelo y el cadáver. Observé la línea de la piel
separada bajo su cuchilla como si fuese una ola alejándose de
la orilla. Cogió unos fórceps de su bandeja, los inspeccionó, y
después se dedicó a la tarea de exponer las vísceras, tarareando
en voz baja. La melodía era casi animada y alegre, teniendo en
cuenta lo que estaba haciendo. Levanté una ceja. Quizás tenía
un poco de demasiada pasión por su trabajo. Percy no se
molestó en interrumpirle. Había aprendido bastante rápido que
Thomas era una fuerza en sí mismo cuando estaba en el
laboratorio.
—¿Príncipe Nicolae?
Obligué a mi mirada a aterrizar en Nicolae. Mordía su
labio inferior, la atención traspasada por el espécimen ante él.
—Necesitamos probar si han muerto de forma natural. A
menos que los inspeccionemos, no hay otra forma de saberlo
con certeza.
—Parcialmente cierto. ¿Alguien más?
Andrei balanceó su escalpelo como si fuese una espada y
él el más inepto defensor que el reino hubiese conocido. Noah,
distraído por las payasadas de Andrei, se alejó del tonto. Los
gemelos Bianchi no eran mejores que Thomas: sus miradas
estaban fijas por completo en los cuerpos ante ellos, los
escalpelos ya preparados para hacer incisiones precisas. Cian y
Erik levantaron ambos la mano, bajando las miradas el uno al
otro en el proceso. Un chico era como el fuego y el otro como
el hielo, ninguno placentero para nadie expuesto a ellos
durante un extenso período de tiempo.
—¿Así podemos entender la enfermedad y sus efectos en
el cuerpo? —dijo Erik.
—Algunas veces. ¿Entonces deberíamos abrir
especímenes sin ninguna buena razón? —preguntó Percy.
Cian por poco se cayó de su asiento en su afán por
contestar.
—No, señor. Las autopsias no son necesarias en todos los
supuestos. Solo en aquellos que mueren en circunstancias
sospechosas.
—Gracias, señor Farrel. Señor Branković, pose su
escalpelo amablemente. No es un arma. Va a herir o desfigurar
a alguien. Probablemente a usted mismo. ¿Alguien tiene algo
más que ofrecer?
Levanté la mano. Percy asintió hacia mí, su mirada firme.
—Adelante, señorita Wadsworth.
—Ya que, señor, como en el caso del fallecido que tengo
delante, quien claramente murió en el agua, uno podría pensar
que simplemente se ahogó o murió de hipotermia. Llevar a
cabo una autopsia es la única manera de estar seguros de la
causa de la muerte.
—Bien. Muy bien. ¿Y por qué estudiamos sus entrañas?
Díganos.
—Nos alertará del por qué puede haber caído en el agua.
Puede haber existido una condición previa, quizás un ataque al
corazón. O un aneurisma.
—O quizás había bebido un poco demasiado porque hace
un frío espantoso —añadió Nicolae, persuadiendo con una
carcajada nerviosa a Noah y Erik. Cuando la atención del
príncipe se deslizó hacia mí, un molesto escalofrío se filtró por
mi columna. Era difícil olvidar las pinturas que había hecho de
mí. O las amenazas que había hecho a la familia real. Su
familia.
—Príncipe Nicolae, mantenga las mofas fuera de la sala
de disección. Es de mal gusto. Señorita Wadsworth, muy bien.
Un acto criminal provocado podría ser también un factor. Esto
es precisamente por lo que es importante inspeccionar cada
cuerpo cuidadosamente. Uno nunca puede saber qué secretos
descubriremos cuando nos atrevemos a lanzarnos a… lugares
menos placenteros.
Thomas se inclinó más cerca y susurró.
—Es un poco extraño, ese.
—Lo dice el hombre que no escuchó su nombre cuando
lo llamaron porque estaba demasiado absorto en su cadáver —
le susurré en respuesta—. Percy no es más raro que tú o yo o
Tío. Solo envidias que yo sea su favorita.
Thomas atrajo su atención hacia mí, pero antes de que
pudiese contestarme con una réplica, hundí mi cuchillo en la
carne helada del cadáver, ignorando el color azul profundo y
los ojos protuberantes mientras escarbaba bajo la caja de las
costillas. Luché con todo lo que tenía para ver el cadáver tal
como era, y no algo mirándome fríamente de regreso,
incomodado por el cuchillo que agarraba.
Su torso estaba hinchado, igual que el resto de su cuerpo,
haciendo bastante difícil encontrar rasgos identificativos.
Tragué con un poco de repugnancia, no deseando acobardarme
cuando este cadáver necesitaba respeto.
Cerré los ojos brevemente y después inspeccioné su
corazón, notando que todo parecía normal antes de caminar
hasta su cabeza y tirar hacia atrás de un párpado. No había
signos de hemorragias petequiales en el blanco de sus ojos.
Este hombre no había sido asfixiado o estrangulado antes de
ser arrojado al agua. Parecía que había perdido su vida por los
rigurosos elementos de la montaña y la hipotermia, no por
alguna causa siniestra. No era la mejor manera de irse.
Ciertamente no la más agradable de las maneras en todo caso.
Esperaba que no hubiese sufrido mucho, aunque yo aún tenía
mucho que aprender en relación a la hipotermia y sus
características.
Mirando alrededor de la habitación, me di cuenta de que
mi espécimen no era el más asqueroso. Nicolae tenía un
cadáver bastante maduro, con el torso hinchado y estirado más
allá de su capacidad. Pequeñas líneas de color negro grisáceo
se arrastraban por su piel. Eso no era una buena señal. Vi el
rostro del príncipe ponerse blanco como una piedra, luego
cortó el cuerpo. Pero su corte fue demasiado profundo y
rápido…
Gusanos se dispararon del área intestinal junto con un
terrible olor a gas. Nicolae dio un paso atrás y se quitó las
larvas de la frente, con las manos temblando ligeramente. Su
pecho se expandió y se contrajo como si pudiera contener el
disgusto con unas cuantas respiraciones medidas.
El silencio descendió como una maldición. Era una
posición extremadamente indigna para un miembro de la
realeza, y aun así mantuvo ese aire de superioridad incluso con
gusanos colgados de su rostro. Erik se detuvo, levantando
finalmente la vista de su propio cadáver. Lentamente asimiló
la escena, parpadeando como si todo fuera un sueño terrible,
luego gritó, lanzando su delantal hacia el manchado príncipe.
Aunque difícilmente era gracioso, casi me ahogo con la
carcajada que me tragué. Andrei no pudo contenerse ni por un
momento. Se dobló, riendo tan fuerte que comenzó a jadear.
Erik le dio una palmada en la espalda mientras Andrei tosía y
escupía.
La cara de Nicolae se sonrojó mientras Noah y Cian e
incluso los gemelos Bianchi se reían entre dientes. Tanto si se
debía al horror de ver a los gusanos, o a la incontrolable
ligereza que traía la escena, una pequeña risilla se abrió paso
dentro de mí. El príncipe me miró fríamente. Pero en lugar de
azotarme con algún comentario ofensivo, se limpió el lío de la
cara y se río. Fue rápido y controlado, pero tranquilo. La
acción pareció hacer añicos la tensión que había estado
arrastrando desde la muerte de Wilhelm.
Thomas levantó sus ojos de la mesa junto a mí, una
sonrisa extendiéndose, aunque intentaba dominarla.
—Estoy completamente disgustado, y aun así no puedo
darme la vuelta y alejarme.
Percy caminó a zancadas hacia la escena del ataque de los
gusanos, su boca en una línea adusta de disgusto.
—Es suficiente, clase. Esto es una sala forense, no una
casa obscena. Príncipe Nicolae, vaya a lavarse. Erik… —El
profesor le alcanzó un nuevo delantal, después señaló hacia su
propia mesa de enseñanza mientras se dirigía a todos nosotros
—. Por favor siéntense tranquilamente y observen. Si esto es
demasiado para su constitución, pueden ser excusados.
¿Clase? No se rían durante un ejercicio científico serio.
Tengan algo de respeto por la muerte. Si esto es algo que
ninguno de ustedes es capaz de controlar, entonces
recomendaré que ninguno de ustedes pase este curso. Aquí en
esta academia, tomamos nuestro deber seriamente y lo
ejecutamos con gran dignidad. Un arrebato más y serán todos
despedidos. ¿Entendido?
—Sí, profesor —pronunciamos todos al unísono.
Seguimos a Percy a la mesa que contenía el espécimen
cubierto con un sudario. El miedo de ser echada del curso de
evaluación era bastante para borrar cualquier risita nerviosa
prolongada. Sin ceremonia, Percy arrancó hacia atrás la tela,
revelando un cuerpo que era vagamente familiar. Una pequeña
descomposición hacía difícil ubicarlo al principio y después…
Inhalé rápidamente, chocando contra Erik, quien tuvo el
valor de hacer una mueca ante mi reacción como si él no
hubiese acabado de chillar por los gusanos.
—Disculpe. —Miré fijamente a la mujer rubia sobre la
mesa, mordiscos de marcas esparcidos cruzando su carne,
sangre seca indicaba cada herida. Podía haber jurado que el
sonido de alas de cuero hacía eco en la sala de disección. Una
tela aún cubría su cara por alguna razón que no me molesté en
preguntar.
Thomas se puso rígido en su lugar cerca de la cabeza del
cadáver, su mirada encontrando la mía y manteniéndola. Recé
para que nuestra reacción se pensase que era el resultado de
ver a una mujer maltratada y no de haberla reconocido de los
túneles. Algo incómodo picaba entre mis omóplatos,
incitándome a girarme y apartarlo de un manotazo. Apreté los
ojos cerrados. Si esto era otro producto de mi imaginación…
Me moví sutilmente y miré detrás de mí. El director
Moldoveanu entró en la habitación y golpeó un dedo contra su
brazo, el foco deslizándose del cuerpo sobre la mesa hacia mi
expresión contraída. En lo más profundo de mis huesos supe
con certeza que había leído el reconocimiento en mi cara.
Fingí no darme cuenta y me pregunté si Thomas estaba
haciendo lo mismo. Le eché un vistazo, pero él estaba
observando al príncipe de cerca. Supuse que estaba tratando de
discernir si Nicolae ya había estado familiarizado con este
cadáver.
Thomas finalmente advirtió a Moldoveanu justo cuando
el director giraba sobre sus talones y se iba. No hizo ningún
sonido y, sin embargo, se sentía como si los gongs estuvieran
golpeando en mis oídos con su partida.
—Esta mujer no identificada fue descubierta en la
morgue antes de clase, en uno de los cajones de cadáveres —
dijo Percy—. Al cuerpo se le ha extraído la mayor parte de su
sangre. Las marcas de mordedura están presentes en gran parte
de su persona. Parece como si alguien la hubiera movido allí
para mantenerla fría y para desacelerar la descomposición.
Tenemos un caso muy interesante para descifrar, clase.
Percy no tenía ni idea de cuánta razón tenía.

Traducido por Naomi Mora

Corregido por Dai’


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
14 de diciembre de 1888

Me levanté de golpe, alejando con un parpadeo las


imágenes de colmillos que mi subconsciente había creado
desde la oscuridad.
La luz de la luna atravesaba las cortinas en riachuelos y
se juntaba en el suelo como una cascada de plata. Un
escalofrío se enredó en las sábanas a mi alrededor, pero el frío
no era lo que me había despertado del sueño. El sudor cubría
mi piel en parches húmedos, de alguna manera mi camisón se
había desatado, exponiendo más de mi clavícula de lo que era
decente.
Todavía jadeando por mi pesadilla de criaturas aladas que
pululaban y mordían, pinché mi cuello suavemente, medio
temiendo que mis dedos se humedecieran de sangre. Nada.
Estaba completamente inmaculada. Ningún strigoi, ni
murciélagos, ni demonios sedientos de sangre se habían dado
un festín mientras daba vueltas y sacudidas. Solo sentí piel
suave y caliente, ilesa por otra cosa que no fuera el aire frío
del invierno o el escándalo que causaría su exposición.
Entrecerré los ojos hacia las sombras, el pulso acelerado
en alerta máxima. El fuego en mi dormitorio había
desaparecido, no hace mucho, a juzgar por las brasas
parpadeantes. Me hundí hacia atrás, pero solo ligeramente. Mi
mente estaba aturdida por pesadillas extrañas, pero podría
haber jurado que había escuchado voces. No todo puede ser
producto de sueños perturbados. Me habían visitado con
menos frecuencia recientemente, o eso creía. Agarré mis
mantas, calmando mi frenético corazón mientras observaba las
inmóviles siluetas de mi tocador y mi mesita de noche.
Esperé por ello. Que las sombras se despegaran de la
pared y tomasen la forma del príncipe inmortal, sus alas de
serpiente estirándose lo suficiente para detener mi corazón por
completo. Pero todo estaba en silencio. Tanto para los espíritus
visitando el reino humano en esta noche supuestamente
malvada. Tenía que ser la gran altura de los Cárpatos. La falta
de oxígeno claramente estaba afectando mi cerebro.
—Tonta. —Me acosté de espaldas, levantando las
sábanas hasta mi barbilla. Largos mechones de cabello suelto
cosquilleaban en mi espalda, provocándome piel de gallina.
Me hundí hasta que mi cabeza quedó prácticamente oculta del
mundo fuera de mis mantas. Las pesadillas eran para niños.
Tonto Radu y sus tonterías folclóricas. Por supuesto, no
había tal cosa como una noche de invierno que pudiera llamar
a los muertos. Siempre se puede encontrar una explicación
científica. Cerré los ojos, centrándome en lo cómoda que
estaba en mi pequeño capullo de calor. Mi respiración se hizo
más lenta, mis párpados de repente lo suficientemente pesados
como para no intentar abrirlos de nuevo. Me sentí desvanecer
en un sueño exquisito. Uno donde Thomas y yo nos dirigíamos
a Bucarest para las vacaciones, estaba vestida con un hermoso
vestido que llevaría a un baile, lejos de los asesinatos…
Thump.
La adrenalina estalló a través de mi cuerpo en forma de
acción.
En el espacio de dos respiraciones, me bajé de mi
colchón, metí mis pies en zapatillas, y estaba a mitad de
camino a través de mi dormitorio, con los oídos zumbando por
el esfuerzo de escuchar con tanta atención. No había
equivocación ante el sonido de alguien o algo moviéndose en
los pasillos fuera de mis habitaciones.
Recogí mi miedo y lo metí en el bolsillo más profundo de
mi mente, ignorando la forma en que pateaba y arañaba en el
camino hacia el fondo.
Renunciando a una bata a favor del sigilo, lentamente
abrí la puerta de mi dormitorio. Me asomé a la sala de estar;
las brasas del fuego también estaban casi apagadas. Por alguna
razón, mi nueva criada no debió haberlas avivado antes de
acostarse. El resplandor naranja intenso no era suficiente como
para ver, lo que también ofrecía la oportunidad de no ser vista
por nadie que pudiera estar al acecho. Nubes de aliento frío se
deslizaban en intervalos desiguales.
Thump-thump. Me detuve, a un paso del umbral entre mi
dormitorio y la sala de estar. Todo estaba quieto como una
tumba.
Y luego… un ásperamente susurrado «Calma» en
rumano:
—Linişte.
Thump.
Después de haber pasado tiempo peleando con los
cuerpos en el laboratorio de Tío, conocía el sonido que hacían
los cadáveres cuando se conectaban con el suelo. Imágenes de
ladrones de cadáveres azotaron mis pensamientos. No sabía
por qué los imaginaba como figuras esqueléticas con manos en
forma de garras, colmillos que goteaban sangre y alas
coriáceas cuando tenían que ser lo suficientemente robustos
para levantar peso muerto. Y ciertamente humanos.
Contuve la respiración, aterrorizada de que incluso la
inhalación más pequeña hiciera eco como una campana
tocando mi destino. Quienesquiera que fuesen, no quería que
me prestaran su siniestra atención. Los humanos eran los
verdaderos monstruos y villanos. Más reales de lo que
cualquier novela o fantasía pudiera inventar.
Los segundos pasaron y los susurros continuaron. Puse
mis articulaciones congeladas en movimiento, moviéndome
tan rápida y silenciosamente a través de la pequeña habitación
como me atrevía. Nunca había estado más agradecida por los
escasos muebles que tenía en ese momento mientras me dirigía
a la puerta del pasillo.
Crucé la habitación, vacilando una vez que llegué a la
puerta. Quizás los cuentos tontos de Radu habían estado en lo
cierto. Esta era una noche digna de asechanzas después de
todo. Excepto que yo sería el espectro, corriendo sin ser vista.
Presionando mi oreja contra la pared al lado de la puerta,
escuché, deseando mantenerme fría y quieta como el mármol.
Las voces silenciosas retumbaron demasiado bajo para que
pudiera descifrarlas. Era difícil saber si ambos eran hombres o
si una mujer también estaba involucrada. Me apoyé contra la
pared hasta que me dolió el rostro por la fuerza, pero todavía
no podía entender lo que susurraban los ladrones. Casi sonaba
como si fuera un canto…
Retrocedí, la confusión me alejó. La razón por la que las
personas cantaban himnos desagradables en la oscuridad de la
noche estaba más allá de la lógica a esta hora. Tal vez el
golpeteo era solo el resultado de un asunto clandestino. ¿No
había aprendido ya esta lección con Daciana e Ileana? Me di la
vuelta, lista para marcharme de regreso a la cama, y luego hice
una pausa.
Los susurros se hicieron más fuertes, como si fueran olas,
antes de volver a estrellarse hasta casi el silencio. Esta no era
una cita romántica en la torre. Cuando las voces dejaron que el
fervor de su canción críptica los distrajera, pude reconocer
unas pocas palabras, cantadas en rumano.
—Hueso… Sangre… Aquí… algo… muerto… alas de
negro… corazón de… entra… bosque solo… él marcará…
rastrear… Cazar… luego…
Thud. El canto se detuvo como si una guillotina hubiera
cortado la lengua de quienquiera que se atreviera a pronunciar
palabras tan blasfemas en esta santa víspera de invierno. No
quería dar ningún crédito a las supersticiones de Radu, pero tal
vez había algo más esta noche.
La luz parpadeó debajo del marco de la puerta,
iluminando el piso y lamiendo mis resbaladizos dedos de los
pies. No me atreví a moverme. Aspiré silenciosamente,
observando cómo la luz se desvanecía por el pasillo,
acompañada por el sonido de algo arrastrado detrás de él. Por
lo menos dos juegos de botas marcharon rítmicamente por las
escaleras, su carga robada golpeando debidamente después. La
curiosidad se adentró en mi mente, haciendo difícil el
pensamiento lógico. Si no los seguía pronto, los perdería en el
laberinto de corredores del castillo.
Ir sola me pareció una idea horrible, y, sin embargo, ¿qué
otra cosa podía hacer? No podía fingir que no estaba pasando
nada malo. No había tiempo suficiente para apresurarse a ir al
dormitorio de Thomas y despertarlo. Además, compartía el
piso con otros estudiantes varones. No podía imaginar el
escándalo que causaría al arrastrarlo de su cama tan tarde en la
noche. Ambos perderíamos nuestro lugar en la academia. Y
los rumores de asuntos clandestinos seguramente llegarían a
aquellos en Londres que parecían ganar poder a través de los
chismes y comerciarlos como si fueran moneda. Deseé que
Anastasia hubiera regresado, seguramente habría ayudado con
este dilema.
Me mordí el labio. No pensé que nuestro asesino
estuviera detrás de este robo de medianoche, no podía
imaginar por qué robaría un cuerpo. Disfrutaba asesinando, no
robando cadáveres. La indecisión continuó jugando con la
sección racional de mi cerebro. La parte que decía que debía
despertar al director y dejar que él tratara con los ladrones.
Podía imaginar la curva torcida de su boca cuando transmitiera
lo que había escuchado. Su desprecio lo suficientemente agudo
como para perforar la piel y extraer sangre. Eso lo decidió,
entonces.
Corrí a través de la habitación y fui a buscar mi capa y un
escalpelo, con las manos temblando con tanta fuerza que casi
dejé caer mi arma. Al menos estaba armada con algún método
de defensa. Si corriera a Moldoveanu, él se enfadaría ante la
intrusión nocturna y me consideraría una mentirosa. Puede que
incluso terminara como uno de los huesos con los que
limpiaba sus dientes. Preferiría arriesgarme con los ladrones
de cadáveres y sus cánticos que suenan malvados.
Me lancé por el pasillo y corrí escaleras abajo, captando
el último parpadeo de movimiento antes de que entraran en los
niveles inferiores, y me detuve, sin aliento.
Al parecer, íbamos al sótano con el cadáver robado.

Traducido por Cat J. B

Corregido por Dai’


Corredores
Coridoare
Castillo Bran
14 de diciembre de 1888

Capuchas negras cubrían las cabezas de los ladrones de


cuerpos, ocultando su identidad en los corredores cargados de
sombras mientras iban de la torre hacia los niveles inferiores.
Mi propia capa era de un profundo gris oscuro —evoca las
noches nubladas de luna menguante y callejones nublados— y
era perfecta para escabullirse por lugares oscuros. Agradecía
haber dejado la capa escarlata en Londres. Me aferré a mi
escalpelo, lista para empuñarlo como una espada, como
Andrei había hecho antes.
Los ladrones se movían con el paso cauteloso de aquellos
que han hecho esto muchas veces antes. Deteniéndose a
escuchar antes de deslizarse hacia el próximo pasillo. Mientras
iban hacia los niveles inferiores, su procesión era silenciosa
salvo por los sonidos que causaba el cuerpo al arrastrarse tras
ellos. No me tomó mucho entender que estaban marchando
hacia la morgue del sótano. Me puse contra la pared y permití
que una letanía de dudas se retorciera en mi mente. Quizás
estos supuestos ladrones solo eran sirvientes moviendo el
cuerpo entre morgues por orden de los profesores.
Después de todo, alguien tenía que transportar los
cuerpos de un lugar a otro. Nunca los había visto hacerlo de
día. El cántico, bueno, eso era un poco extraño. Pero no era
una prueba de culpabilidad. De hecho, estando allí de pie,
pensando, no tenía la seguridad de que fuera un cántico.
Quizás solo estaban cantando algo para distraerse de su
trabajo. Si eran igual de asustadizos que Ileana, probablemente
no disfrutaban estar cerca de cadáveres. La mayoría no lo
hacía.
Pateé la alfombra deshilachada, desgastada por los
incontables pies que habían pasado sobre ella durante cientos
de años. No podía creer que había salido de la cama por esto.
Sí, claro, un par de ladrones de cadáveres. Parecía que nunca
había dejado ir mis ideas románticas.
No todos los ruidos nocturnos provenían de monstruos.
Claramente había escuchado demasiados cuentos de vampiros
y hombres lobo desde que llegué aquí. Todo era producto de
mi maldita imaginación. En el fondo, quería que esos extraños
y mortales cuentos fueran ciertos. Aunque era reacia a
admitirlo, había algo terriblemente atrayente en la idea de
seres inmortales. Quizás era el monstruo dentro de mí que
deseaba que hubiera otros más, especialmente esos que se
encuentran solo en las historias.
Arrastrando su paquete amortajado lo mejor que podían,
las dos figuras giraron en una esquina, desapareciendo de mi
vista. Decidí quedarme un rato más. Al menos para confirmar
que estaban depositando a este espécimen en la morgue de
abajo antes de subir de nuevo las abismales escaleras de la
torre. Le di una ojeada al helecho gigantesco al otro lado del
pasillo, preguntándome si debería acurrucarme detrás de él y
dormir hasta la mañana.
Una puerta se cerró, y doblé en la esquina,
escondiéndome en una habitación escondida por un gigantesco
tapiz. No debería faltar mucho. Me puse en cuclillas,
cubriendo mi camisón con mi capa para evitar que la pálida
tela captara atención indeseada. No había necesidad de que los
sirvientes del castillo estuvieran al tanto de mis escapadas
nocturnas. Lustré mi bisturí con el borde de mi capa,
recordando una de mis frases favoritas de Shakespeare: Los
instrumentos de la oscuridad nos dicen verdades.
Los dedos de mis pies empezaron a cosquillear, con
punzadas como pequeñas agujas, advirtiéndome que perdería
la sensibilidad en cualquier momento. Me moví, esperando
devolverle un poco de vida a mis pies. Seguramente no
tomaría tanto tiempo colocar un cuerpo en una mesa o en un
cajón mortuorio. La ansiedad me atravesó, dejándome sin
aliento.
Cerré los ojos.
—Por supuesto. Por supuesto que este es el tipo de noche
que estoy teniendo.
No permití que el pensamiento de ellos entrando a los
túneles ocultos se cruzara por mi mente. No quería, no podía ir
sola a ese lugar maldito. El simple pensamiento de seguir a
esas personas desconocidas dentro de túneles llenos de
murciélagos y otras criaturas despreciables era suficiente para
hacerme considerar la idea de volver directo a mis
habitaciones, con arma o no.
Conté los latidos de mi corazón, que cada vez se
aceleraban más, sabiendo lo que debería hacer. No tenía un
arma real. Ni una fuente de luz. Y nadie sabía que no estaba en
mi cama. Si algo sucedía, probablemente nunca me
encontrarían. Moldoveanu ciertamente no enviaría a nadie a
buscarme.
Ese pensamiento me hizo erguirme. Mi cerebro medio
confundido no era tan agudo como debería. ¿Dónde estaban
los guardias reales? Habían estado en los pasillos y frente a la
morgue todos los días de esta semana. Era extraño que no me
hubiera encontrado con ninguno. Aunque quizás solo
patrullaban los pasillos principales durante estas horas de la
noche. Los estudiantes hacía rato que estaban acostados,
soñando con vísceras y ciencia. Y los habitantes de la morgue
no necesitaban que los vigilaran. Solo yo veía ilusiones de
ellos alzándose.
Me aferré a mi capa, apretándola alrededor de mi cuerpo
como un escudo, y dejé el santuario de mi lugar oculto. Eché
un vistazo y dejé salir un profundo suspiro. No había nadie a la
vista. Echando los hombros hacia atrás, empecé a caminar por
el pasillo. Antes de que pudiera convencerme de no hacerlo,
giré el pomo de la puerta y entré en la morgue. Estaba vacía y
en silencio. No había ni una sola cosa fuera de lugar.
Excepto por la trampilla. Estaba ligeramente abierta,
como un mórbido rastro de migas de pan que no podía resistir.
El mismo olor fétido a carne podrida asaltó mis sentidos
mientras bajaba de puntillas por los escalones rotos de piedra,
atenta en busca de señales de trampas.
Rezaba porque no hubiera murciélagos acechando los
túneles esta noche. Ni arañas. Detestaba sus largas piernas y
sus ojos brillantes. Una cosa era enfrentar cuerpos, ladrones y
olores fétidos en lugares oscuros y estrechos. Otra cosa eran
los murciélagos y las arañas, allí trazaba la línea.
Una vez en el túnel, me orienté en la pesada oscuridad.
Parpadeé un par de veces, ajustándome a la ausencia de luz, y
observé las formas oscuras de las dos personas moverse
velozmente, ya sin miedo de hacer ruido o de despertar a los
estudiantes o profesores. ¿Cuántas veces habían hecho esto?
Ciertamente parecía una rutina familiar.
Corrí unos metros, luego hice una pausa, esperando que
la luz de su farol se alejara, pero no se desvaneciera del todo
mientras me escabullía de sombra en sombra, permaneciendo
lo suficientemente lejos de ellos para evitar ser detectada.
Se detuvieron en una intersección, alzando su farol hacia
la pared, y trazaron con la punta de sus dedos algo que se
encontraba allí. Hice un cálculo aproximado de a qué altura se
encontraba este objeto en la pared, esperando sentir qué había
captado su atención después de que siguieran adelante.
Continuando por el túnel —uno de los que Thomas y yo
habíamos decidido no investigar la noche que habíamos
descubierto el cuerpo de la mujer— esperé que las sombras me
cubrieran de nuevo. Una vez que ya no podía ser vista, fui
corriendo hacia la esquina, tanteando la pared de piedra. Un
viento frío rozó el dobladillo de mi camisón.
Por un terrorífico momento, imaginé arañas arrastrándose
por mis piernas, y me estremecí. Respira, me ordené. No podía
permitirme tener un episodio aquí abajo, sola. Mis dedos
rozaron telarañas pegajosas y cosas a las que prefería no
nombrar antes de rozar profundos tallados.
XI
Deslicé mis dedos, con un ojo en el túnel que estaba casi
negro ahora que los ladrones estaban en el otro extremo. XI.
Eso era lo único que había en el tallado. Ninguna letra.
Alejando esa información, seguí por el siguiente corredor,
siendo testigo de que las figuras encapuchadas hacían lo
mismo antes de seguir. Cada bifurcación en el sistema de
túneles traía una nueva serie de tallados y una nueva ola de
pánico.
XXIII
VIII
Silenciosamente repetí los números romanos, esperando
ser capaz de recordarlos luego para inspeccionarlos una vez
que hubiera vuelto a mis habitaciones. Su significado ahora
era un misterio, uno que tendría que resolver en otro momento.
Sentí el movimiento ansioso de unas alas, atrayendo mi
atención hacia arriba, hacia el techo gris que me separaba de
los niveles superiores del castillo y por último del aire fresco y
el cielo estrellado. Respiré hondo un par de veces y me
concentré en el suelo, obligándome a mantener la calma
mientras el sonido se intensificaba. Sabía muy bien qué estaba
haciendo ese horrible sonido. No quería convertirme en una
comida, así que me apuré a seguir, colocando un pie delante
del otro, llenando mis pensamientos con cualquier otra cosa
menos las criaturas que volaban encima de mí, o el sonido de
mi pulso taladrando mi cabeza.
Mi visión se difuminó de modo que ya no estaba segura si
era de día o de noche, aunque el susurro agobiante de una
persecución aérea persistía. Odiaba pensar en ellos
enjambrándose fuera de mi vista, esperando una oportunidad
para atacar. Estaba tentada a agarrar una antorcha, al diablo
con las consecuencias de ser atrapada. Mi cuerpo podía
soportar solo una cierta cantidad de terror; temía que mi
corazón pudiera detenerse del todo.
—Rápido, rápido —le pedí a las figuras delante de mí,
rezando que llegáramos a donde fuese que estuviéramos
dirigiéndonos sin ser mordidos. Parecía que nunca fuésemos a
dejar estos malditos túneles. Continuamos bajando por tantas
vueltas y circuitos que me preocupaba no poder encontrar el
camino de regreso. Escuché algo escabullirse a mis espaldas y
me congelé. Rezando que no fuese un cuerpo resucitado en
busca de una comida cálida, agarré mis faldas y seguí
adelante, con la mirada fija en los ladrones y en el cuerpo.
Finalmente llegamos a una amplia expansión donde se
encontraban cuatro túneles. Una de las figuras se adelantó, su
luz pardeando como luciérnagas en la oscura cueva mientras
giraba en un lento círculo. La oscuridad se cernía sobre cada
esquina, esperando para tragarnos por completo.
Observé a la persona con el farol moverse hacia adelante,
haciéndose cada vez más pequeño con cada paso que se
alejaba. La cámara central tenía un pozo en el medio, donde se
había formado una capa de agua plateada. La luz del farol se
reflejaba como si un pequeño sol se estuviera poniendo en el
horizonte. Era extrañamente encantador teniendo en cuenta lo
aterrador que era el lugar.
Qué mal que las suaves llamas no pudieran quitar el frío
del aire ni el ácido ardiente de mis intestinos. Tenía el
presentimiento de que no iba a respirar normalmente hasta que
estuviera a salvo, libre de murciélagos. Frotándome los brazos,
luché contra el escalofrío que cosquilleaba debajo de mi
cabello suelto.
No solo la temperatura causaba escalofríos. Estos túneles,
igual que el castillo, se sentían vivos de alguna forma, llenos
de espíritus y seres de otros mundos. Imaginaba un millón de
ojos mirándome desde los sombríos recovecos. Animales o
humanos; no estaba segura de cuáles me daban más miedo.
Afortunadamente, las figuras se movieron con renovado
fervor. Después de viajar rápidamente por unos túneles
oscuros más, la luz plateada alcanzó el techo y las paredes del
último, indicando que una salida estaba cerca. Un búho ululó
en la distancia, y otro respondió su inquietante llamada.
Permanecí en la esquina un túnel más atrás, esperando que los
ladrones encapuchados irrumpieran en la noche. El aire aquí
era fresco y olía a pino. Quería ponerme de rodillas y alabar al
frío aire libre, pero me quedé atrás, esperando que los ladrones
de cuerpos continuaran.
No tardaron mucho en salir a la luz de la luna, con su
premio arrastrándose a sus espaldas. Miré cuidadosamente
cada paso que daba, por las dudas de que pisara alguna hoja o
ramita que se hubiera volado e hiciera ruido. Apenas respiré
hasta que llegué a la barrera entre el castillo y el exterior,
deslizando los dedos sobre las paredes de piedra.
Echando un vistazo desde la boca del túnel, escaneé el
mundo congelado. Las ramas de los árboles se retorcían y
rechinaban, molestas por la intrusión cuando el mundo de los
humanos debería haber estado quieto. Manteniendo los ojos
fijos en las figuras que se retiraban, me moví lentamente por el
camino de tierra, mi camisón tan pálido como el suelo cubierto
de nieve bajo mi capa.
Nevaba ligera y silenciosamente. Los estremecimientos
roían mis huesos a través del grueso algodón, pero mantuve la
mirada fija en las sombras frente a mí, que estaban dando
tumbos por el bosque con su misterioso bulto desplomado
entre ellos. De ninguna manera iba a volver ahora, sin
importar si la noche de invierno perforaba mi piel a través de
mi ropa.
Escuché unas pesadas botas pisoteando la tierra
congelada y di unos pasos atrás. Una sombra cruzó el cielo,
alejando mi atención de los ladrones encapuchados. La luna
formaba una media sonrisa, con su expresión se burlaba de
aquellos que se atrevían a dejar sus camas cálidas para
irrumpir en el bosque de huesos de Vlad el Empalador. Me
envolví más con mi capa.
Las figuras se detuvieron abruptamente al borde de una
desviación en el camino, parecía que estaban discutiendo sobre
qué dirección tomar mientras dejaban el cuerpo envuelto
cuidadosamente en el suelo. Entrecerré los ojos. Había algo
extraño en su forma. Estaba lleno de bultos y olía a… no podía
ser ajo. Llegaron a mi mente recuerdos de la víctima del tren.
Podría ser ajo, aunque tendrían que haberle puesto al cuerpo
una cantidad extraordinaria si podía detectarlo desde esta
distancia. Mis sentidos eran buenos, pero no era un ser
inmortal.
Los observé alzar el cuerpo nuevamente y seguir su
camino sin prisa. Si el cuerpo estaba lleno de ajo, quizás uno
de los ladrones era el Empalador. Tal vez estaba trabajando
con alguien más. Como el cuerpo sin sangre de Wilhelm, este
podría ser otro falso ataque strigoi.
Dudé. Seguir a los ladrones de cadáveres al bosque era
una cosa; perseguir ciegamente a alguien que podría haber
empalado a dos personas era otra. El escalpelo que llevaba no
me serviría para enfrentarme a los dos hombres.
Una rama se rompió detrás de mí.
Me giré lentamente, con el pulso rugiendo en mis oídos.
Moldoveanu cruzó los brazos, mirándome como si le
hubiera hecho la tarde.
—El toque de queda ha sido impuesto para todos los
estudiantes. Sin embargo, aquí está, marchando por el bosque
como si fuera su derecho de nacimiento, señorita Wadsworth.
—Se me cruzó la idea de hacerlo callar, pero mantuve la
mandíbula apretada. Moldoveanu asintió a una sombra que se
alejaba de los masivos arboles cercanos a los exteriores del
castillo. Mi pesadilla de antes volvió a la vida en la forma de
un arrogante guardia real.
—Escóltala adentro. Lidiaré con sus acciones
disciplinarias por la mañana.
Dăneşti dio un paso adelante, su mirada lo
suficientemente poderosa para hacerme encoger. Un instante
después, una mano ruda me agarró por el brazo, alejándome de
la línea del bosque. Miré a Dăneşti mientras me empujaba
hacia adelante, preguntándome cómo en la tierra le habían
encargado a él vigilar que no nos saliéramos del toque de
queda. Quizás había sido destituido por ser tan desagradable.
—¡Espere! —chillé, retorciéndome. Peleé hasta que
quedé enfrentando al director—. Robaron un cuerpo de la
morgue de la torre. Dos ladrones encapuchados lo arrastraron
hasta aquí hace unos momentos. Esa es la única razón por la
que dejé mis habitaciones. —Un músculo tembló en la
mandíbula de Moldoveanu—. Véalo usted mismo. Estaban
justo delante de mí. Creo que uno de ellos puede ser el
Empalador. El cuerpo olía a ajo. Están…
Parpadeé hacia el bosque, inquietantemente silencioso
como si contuviera el aliento, esperando el veredicto de
Moldoveanu. Los búhos ni siquiera se molestaron en ulular.
Miré hacia adelante, al camino inalterado donde habían estado
los ladrones; las huellas no eran visibles porque la nieve caía
más fuerte.
No había señales de las figuras que sabía que había visto
ni del cuerpo que se habían llevado. Era como si bosque
estuviera limpiándose del crimen, ocultándolo, aunque estaba
segura de que había sucedido.
—Dígame. ¿Su imaginación siempre es tan… colorida?
Quizás esos «ladrones» de los que habla no eran más que
personal de la cocina, preparando la comida de la mañana. Los
depósitos de comida se encuentran por ese camino, señorita
Wadsworth.
—Pero… lo juro… —Ya ni siquiera sabía qué decir. Miré
donde Dăneşti se había estado escondiendo, pero él no los
podría haber visto desde la esquina del castillo. Y si los
depósitos de comida estaban hacia allá, entonces no les habría
prestado mucha atención a los sirvientes haciendo su trabajo.
El director ni siquiera se molestó en mirar hacia la
dirección que había señalado.
—Hasta nuevo aviso, está en período de probatoria
académica, señorita Wadsworth. Este tipo de actitud errática
puede ser aceptable en Londres, pero aquí nos tomamos las
cosas un poco más en serio. Una palabra más de usted, y
perderé la paciencia que me queda y la echaré de este castillo
de una vez por todas.
Querida Liza,
Después de leer tu última correspondencia, me tomé un
buen tiempo para pensarlo. Creo que tienes razón, aunque sé
que de eso no tenías duda. Me di cuenta de que estaba herida y
enojada. Las acciones erróneas de Thomas surgen no de una
falta de afecto por su parte sino de un malentendido sobre
cómo puede ofrecer apoyo. (Lo que claramente no incluye
advertir a mis profesores de mi estado emocional).
Sin embargo, tengo otras preocupaciones, a las que ni
siquiera me atrevo a poner nombre. Por favor, quema esta
carta una vez que la hayas leído, y no le digas a nadie de su
contenido. No puedo deshacerme de la sensación de estar
siendo observada. En pocas semanas encontraron muerto a un
estudiante y descubrieron un cuerpo sin identificar. Uno no
mostraba signos externos de asesinato, y el otro falleció… de
un modo más horrendo. Ambos cuerpos habían sido drenados
completamente de sangre. Es espantoso hablar de ello; mis
disculpas. Tampoco he escuchado de una amiga en casi una
semana y estoy preocupada por ella.
No podré viajar a casa para Navidad debido al mal clima
y la carencia de tiempo libre, pero escribiré más seguido para
compensarlo. La familia de Thomas tiene una casa en Bucarest
y su hermana nos ha invitado a un baile allí, y no tengo idea de
qué vestiré para tal evento. Dejé mis vestidos más preciados en
casa. Es una tontería hablar de tales frivolidades cuando
suceden muchas otras cosas peores.
¿La tía Amelia ha pensado en dejarte ir de gira por el
Continente? La hermana de Thomas, la señorita Daciana
Cresswell, prometió escribirle para convencerla. Quizás
podrías preguntarle a tu madre que lo reconsidere y te dé
permiso como regalo por las fiestas. ¿O tal vez aceptaría
dejarnos viajar a América? Me encantaría pasar tiempo allí y
visitar a la abuela. También podemos convencer a la abuela de
que hable en tu nombre. Sabes lo convincente que puede ser la
abuela.
Mis disculpas por no enviar una nota más detallada. Debo
irme a la cama. Tenemos lección de Anatomía a primera hora
de la mañana. Es mi clase favorita (aunque el director es un
bruto terrible). Qué sorprendente, seguro.

Te quiere tu prima,
AR

PD: ¿Cómo está mi padre? Por favor dale un abrazo de


mi parte y dile que le escribiré pronto. Lo extraño
terriblemente y me preocupa que caiga bajo el hechizo de su
láudano en mi ausencia. Cuida que no se encierre mucho en su
estudio. Nada bueno sale de eso.
Traducido por KarouDH

Corregido por Bella’


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
14 de diciembre de 1888

La intranquilidad de que mi carta a Liza cayera en manos


de alguien más me hizo entregarla en el correo saliente del
castillo a primera hora de la mañana. Después de regresar,
observé desde la puerta de mis habitaciones de la torre
mientras un visitante no deseado caminaba de puntillas por la
sala de estar y se dirigía hacia mi habitación como si tuviera
todo el derecho a hacerlo. En verdad, era sorprendente la
confianza que podía tener mientras hacía algo inapropiado de
todas las maneras posibles.
No tenía la más ligera noción de en qué andaba, pero el
sinvergüenza de seguro tendría una excusa interesante. Ya que
había sido escoltada a mis habitaciones, todavía no había
tenido la oportunidad de discutir los eventos de la noche
anterior con él. Ileana aún no había estado disponible para
atenderme, por lo que envié a él una nota a través de la nueva
mucama, y le había dicho que se encontrara conmigo después
de clases.
En la biblioteca principal.
Se suponía que nos encontraríamos hace diez minutos,
pero, aunque no se me había permitido asistir a la clase de
Moldoveanu, estaba corriendo vergonzosamente en
desventaja. Antes de escribir y entregar mi carta, había pasado
gran parte de la mañana leyendo todo lo que podía sobre el
castillo y perdí la noción del tiempo. Me aclaré la garganta,
satisfecha cuando se volteó, con las cejas prácticamente
tocándole la línea del cabello.
—Oh, hola. ¿Pensé que estabas en la biblioteca? Es
maleducado mentirle a tus amigos, Wadsworth.
—¿Siquiera debo atreverme a preguntar por qué estás
husmeado en mis habitaciones privadas, Cresswell? —Su
mirada apuntó a la puerta abierta de mi habitación, calculando
solo el Señor sabía qué. Estaba a solo unos pasos de esta,
menos si usaba la ventaja de sus largas piernas—. ¿O
deberíamos pretender que no eres el sinvergüenza indecente
que sé que eres?
—¿Por qué no estabas en clases? —Thomas cambió su
peso de un pie al otro. Había también un paquete largo medio
escondido detrás de su espalda. Me moví dentro de la salita,
espiando alrededor de él, pero retrocedió un paso—. Uh, uh,
uh —cantó—. Esto se llama una sorpresa, Wadsworth. Sigue
con tus asuntos y déjame con esto. Sabes que no te regañaría
por entrar en mi habitación. Siendo que soy semejante
sinvergüenza.
Me moví más cerca de donde estaba de pie, los ojos
entrecerrados.
—Irrumpiste en mis habitaciones. ¿Ahora quieres que te
deje solo para hacer cualquier tipo de maldad en la que estás?
No parece muy lógico.
—Hmm. Veo tu punto.
Thomas lentamente entró en mi habitación, el pie
enganchándose alrededor del marco con completo control. Me
habría enfocado más en su intento si no hubiera estado
tratando de ver el tentador paquete que estaba escondiendo.
Vistazos de seda negra atada en un moño ridículamente grande
me tenía totalmente intrigada.
—Cuando lo pones de ese modo, por supuesto que no
quiero que me dejes solo —continuó—. Podríamos tener
mucha diversión juntos.
Su mirada saltó a propósito a la cama individual,
deteniéndose ahí para clarificar sus intenciones. Olvidé por
completo mi siguiente pregunta, cuando Thomas se movió
pude ver papel café cubriendo toda la caja. Era lo
suficientemente grande para guardar un cuerpo. Me acerqué
más, la curiosidad girando salvajemente a través de mi mente.
¿Qué podría ser? Mantuve mi concentración en esta,
esperando obtener una pista.
—Aunque —agregó lentamente—, preferiría rodar
alrededor de algo un poco más… cómodo para mi tamaño.
Dejé de moverme. Casi dejé de respirar mientras sus
palabras alejaban mi curiosidad sobre el paquete. No podía
imaginar cómo sería: yacer en la cama juntos, besándonos sin
restricción… y…
Thomas sonrió, como si supiera con precisión la
dirección que mis terribles pensamientos habían tomado y
estaba complacido de que no lo hubiera lanzado por la
ventana. Aun.
Con el rostro ardiendo, apunté a la recamara detrás de mí.
—Sal de mi habitación, Cresswell. Puedes dejar la caja en
el sofá.
Hizo un sonido de chasquido con su lengua.
—Mis disculpas, cariño. Pero en serio debiste actuar
inmediatamente cuando leíste mi lenguaje corporal. Te vi notar
mi pie. Un trabajo decente de recolección de detalles, debo
admitir. Muy mal que dejaras que esos escandalosos
pensamientos te distrajeran. Aunque difícilmente puedo
culparte.
—Toma tú… ¡Thomas! —Antes de que pudiera cargar
contra él, cerró la puerta con su irritante pie. Probé el cerrojo,
pero ya había girado la llave, encerrándose adentro. Iba a
asesinarlo.
—Para una joven mujer tan modesta —gritó Thomas
desde el otro lado de la puerta—, ciertamente tienes un
número intrigante de innombrables de encaje. Voy a estar
imaginando todo tipo de cosas impropias mientras coses el
siguiente cuerpo en la clase de Percy. ¿Crees que eso me hace
un tipo raro? Quizás debería estar preocupado. En realidad,
quizás eres tú quien debería estar asustada.
—¡Cresswell! Ya hiciste tu punto, ahora amablemente
vete. ¡Si el director descubre esta falta de decoro mientras
estoy en probatoria académica, seré expulsada!
Golpeé la puerta, saltando un paso atrás cuando se abrió.
Todo el humor estaba borrado de su expresión mientras giraba
la cabeza, mirándome.
—¿Dijiste probatoria académica? ¿Qué tipo de travesura
me he perdido y qué, exactamente, engloba la probatoria?
Me desplomé contra la pared, de repente exhausta de la
noche anterior. Apenas había dormido, dando vueltas y
girando como si eso pudiera ayudar a descubrir lo que creí
haber visto. ¿Había en serio dos personas cantando en el
corredor? ¿En serio robaron un cuerpo, o ese paquete que
llevaban era simplemente exceso de comida almacenada,
como sugirió Moldoveanu? Ya no confiaba en mí misma.
Thomas imitó mi posición apoyándose en el marco de la
puerta y yo relaté cada detalle que podía recordar, sabiendo
que encontraría significado en todo lo que me hubiera podido
pasar por alto, ya que a menudo veía las cosas de una manera
única. Hablé de mi aventura con Anastasia en la villa, y el
descubrimiento de la mujer perdida que posiblemente estaba
involucrada con la Orden del Dragón. Incluso le dije de mis
sospechas sobre los dibujos de Nicolae y cómo eso
posiblemente podía estar atado a la muerte de su primo. No le
informé que yo también había sido retratada en el diario del
príncipe, sin embargo. Eso no lo quería compartir por varias
razones. Cuando terminé, Thomas mordió su labio inferior
hasta que pareció que dejaría un moretón.
—No me sorprendería si Nicolae fue responsable de
enviar esas amenazas —dijo—. Pero el por qué está un poco
enterrado. Tendré que observarlo en clases. Recoger cualquier
manía o pista.
—Además —dije—, tengo la teoría de que alguien está
cazando a los parientes de Vlad. Haciendo una declaración.
Con qué propósito, no estoy segura. En dos de los asesinatos
pareciera como si hubiese un cazador de vampiros. El otro
definitivamente tiene las marcas de un ataque de vampiro.
Pienso que el Príncipe Nicolae podría estar en peligro. A
menos que sea él quien envía las amenazas. ¿Cuál es el
vínculo común entre las víctimas? ¿Y cómo es que la mujer
del túnel encaja en todo esto?
—Nicolae técnicamente no es uno de los descendientes
de Vlad. —Thomas miraba directamente mis ojos, pero pude
ver que estaba en otro continente—. Él es parte de la línea
Dăneşti. Las familias Dăneşti y Drăculeşti fueron rivales por
muchos años. Yo diría que alguien está apuntando a la Casa de
Basarab, ambas ramas de la familia. O quizás una línea de la
familia está siendo retratada como vampiros, y la otra como
cazadores.
—¿Así que Dăneşti el guardia es familiar del Príncipe
Nicolae? —pregunté—. Estoy un poco asustada de preguntar
cómo es que estás tan bien versado en una familia medieval.
—Hay algo que he querido decirte. —Inhaló
profundamente—. Soy el heredero de Drácula.
Estaba agradecida de que ya estuviera apoyada en la
pared por soporte. Lo miré, tratando de desenvolver la
confusión rodeando una declaración tan simple. No podía
haberlo escuchado bien. Él esperó, sin decir otra palabra, tenso
por mi respuesta.
—Pero… eres inglés.
—Y rumano, ¿recuerdas? Del lado de mi madre. —Me
ofreció una sonrisa tentativa—. Mi madre era cel Rău, una
descendiente de Mihnea, el hijo de Vlad.
Giré esa información en mi mente, eligiendo mis
siguientes palabras con cuidado.
—¿Por qué no habías mencionado el linaje de Drácula
antes? Es un tema bastante intrigante.
—«Cel Rău» significa el Malvado. No tenía deseos de
exponer eso. De hecho, tu amiga Anastasia me acorraló la otra
semana y me acusó de traer esta maldición de sangre a la
academia. Dijo que el último heredero masculino de Drácula
no debería haber venido a este castillo, a no ser que yo
albergase un grandioso plan para tomar el poder, o alguna otra
insensatez por el estilo.
Bajó su mirada a la alfombra, los hombros curvándose
hacia dentro. Mi corazón se aceleró. Me di cuenta de que
Thomas creía ese estúpido apodo. Peor, creía que yo pensaría
eso de él, también. Todo por culpa de en cuál familia había
nacido. No tenía idea de cómo Anastasia había descubierto la
verdad de su linaje y no me importaba de momento. Toqué su
codo, gentilmente dándole valor para mirarme.
—¿Estás seguro de que no se traduce a el Tonto? —No
dio más que una media sonrisa. Algo en mi centro se apretó—.
Si eres un malvado, yo también lo soy. Sino peor. Ambos
cortamos a los muertos, Thomas. Eso no nos hace malos. ¿Es
por eso que no me dijiste antes? ¿O estabas asustado de que tu
título principesco cambiaría mis… sentimientos?
Lentamente levantó la mirada; por una vez no escondió
sus emociones. Antes de que respondiera vi la profundidad de
su miedo retratado a través de su rostro. Toda la postura y
arrogancia idas. En su lugar estaba un joven que parecía como
si el mundo se estuviera rompiendo a su alrededor y no había
nada que pudiera hacer para salvarse. Se había caído por un
acantilado tan alto que toda esperanza de sobrevivir había
perecido antes de que tocara al suelo.
—¿Quién te culparía por no hablarme de nuevo? El
monstruo sin sentimientos que desciende del Diablo mismo.
Todos en Londres lo amarían. Una razón real para mi
reprensible comportamiento social. —Thomas se pasó la mano
por el cabello—. La mayoría de las personas me encuentra
difícil de soportar en las mejores circunstancias. Estaba, si soy
honesto, aterrorizado de que vieras lo que todos los demás
ven. No es que no confíe en ti. Soy egoísta y no quiero
perderte. Soy heredero de una dinastía inundada en sangre.
¿Que podría ofrecerte?
Había cientos de cosas en las necesitábamos
concentrarnos. La posibilidad del Empalador impostor estando
cerca de la academia. El creciente número de asesinatos.
Nuestro compañero sospechoso… y, sin embargo, cuando miré
los ojos de Thomas y vi la agonía detrás de ellos, pude pensar
en solo una cosa. Me acerqué, mi corazón acelerándose con
cada paso que daba hacia él.
—Yo no veo un monstruo, Thomas. —Me detuve con
unos pocos centímetros entre nosotros—. Solo veo a mi mejor
amigo. Veo bondad. Y compasión. Veo a un joven que está
determinado a usar su mente para ayudar a otros, incluso
cuando falla miserablemente en asuntos emocionales.
Sus labios se alzaron, pero aun veía la preocupación
subyacente en su contención.
—Quizás podamos seguir con todas las formas en las que
soy asombroso…
—Lo que quiero decir es, que te veo, Thomas Cresswell.
—Coloqué una mano enguantada en su rostro en el más ligero
toque—. Y creo que eres realmente increíble. A veces.
Permaneció perfectamente quieto por unos pocos y tensos
segundos, su concentración deslizándose sobre mi rostro,
evaluando mi sinceridad. Mantuve mi expresión abierta,
permitiendo que la verdad se revelara.
—Bueno, soy encantador. —Thomas pasó las manos por
el frente de su chaleco, su tensión disminuyendo con el
movimiento—. Y un príncipe. Estás obligada a desmayarte.
Aunque el Príncipe Drácula es muy gótico en contraste con el
Príncipe Encantador. Un detalle menor, realmente.
Me reí a carcajadas.
—¿No eres técnicamente de una familia desplazada? Eres
un príncipe sin un trono.
—Desposar al Príncipe Encantador no tiene el mismo
tono, Wadsworth —dijo, imitando una falsa exasperación,
aunque ahora podía ver el brillo parpadeando en sus ojos.
—Estoy encantada igual.
Un tipo deferente de luz brilló en su mirada mientras esta
viajaba lentamente hacia mi boca. Muy cuidadosamente, dio
un paso al frente y levantó mi barbilla. Me di cuenta —incluso
a través de altibajos y errores— que no sería una terrible
manera de pasar la vida, tenerlo a mi lado mientras el mundo
se volvía loco a nuestro alrededor. Mis ojos se cerraron, lista
para un segundo beso… que no llegó. Las manos de Thomas
se habían ido de repente y mi piel al instante extrañó su calor.
—Qué inconveniente. —Se paró más recto, asintiendo
hacia la puerta, y dio un paso atrás—. Tenemos una invitada.
La mucama que había enviado con la nota para Thomas
temprano se sonrojó tanto que podía ver el tono oscuro desde
donde estaba mientras ella entraba en mis habitaciones. No era
la primera vez que deseaba que Ileana regresara. Tuve la
urgencia de derretirme en el suelo, de seguro había leído la
tensión entre Thomas y yo, incluso aunque ahora estábamos a
una distancia respetable. Ella levantó las cubetas de madera
que cargaba en respuesta.
Murmuró disculpas medio en rumano, medio en inglés,
pero entendí.
—No, no, todo está bien. No estabas interrumpiendo nada
—dije, moviéndome hacia la puerta que ahora estaba abierta.
No quería que asumiera algo incorrecto. O lo correcto. El
escándalo de que Thomas estuviera en mis habitaciones sin
chaperón ya era suficiente para arruinarme si las noticias
salían. ¿Podría esta chica tan callada hacer semejante cosa? La
forma en que se quedó en el perímetro de las habitaciones, sin
poder encontrar mi mirada, fue suficiente para provocar el
pánico. Hice todo lo que pude para hablar en la mayor
cantidad de rumano posible—: Íbamos camino a la biblioteca.
Por favor, dile a Ileana que me encantaría hablar con ella más
tarde.
La joven mucama mantuvo la cabeza agachada,
asintiendo.
—Da, domnişoară. Me aseguraré de decirle si la veo.
Sentí que la atención de Thomas se dirigía hacia la nueva
criada, pero no quería llamar más la atención sobre nuestra
inapropiada posición. Le sonreí a la chica, luego caminé con
Thomas tan rápido como me atreví a la biblioteca. Teníamos
un caso que resolver. Ahora, armada con el conocimiento del
linaje de Thomas, temía que Nicolae no fuera el único en
peligro si mi sospecha sobre el linaje de Vlad como objetivo
era correcta. Por otra parte, quizás Thomas se encontraba aún
más en peligro ya que era el heredero de Drácula.
Si una rama del árbol genealógico estaba siendo
empalada y la otra drenada de sangre, ninguna estaba a salvo.

Traducido por Smile.8

Corregido por Bella’


Biblioteca
Bibliotecă
Castillo Bran
14 de diciembre de 1888

—No podías permanecer lejos de mí, ¿eh? —Noah me


miró desde detrás de un gran tomo de pie sobre un pequeño
escritorio—. ¿Por qué no estuviste en la clase de anatomía?
Exhalé.
—Nuestro amigo en común puede haberme atrapado
después del toque de queda.
Noah sacudió su cabeza y se rio entre dientes.
—Espero que lo que te atrajese afuera valiera la pena. Ese
hombre es más aterrador que cualquier vampiro acechando la
academia. —La seriedad rápidamente reemplazó la ligereza de
su tono—. Tienes suerte de que Moldoveanu te encontrara
anoche. Esa sirvienta no fue tan afortunada. Algo llegó a ella.
Thomas y yo parpadeamos mirándonos, y el temor se
agrupó en mis venas. No había visto a Ileana en toda la
mañana. De hecho, no la había visto en casi dos días.
—¿Qué sirvienta? —pregunté, mi estómago
retorciéndose—. ¿Cómo se llamaba?
—Una de las chicas que fue asignada a las habitaciones
del Príncipe Nicolae y Andrei. Moldoveanu y ese guardia
están interrogándolos en este momento. Cancelaron las clases
de Percy y Radu de esta tarde y esta noche. Se supone que
debemos estar de vuelta en nuestras habitaciones a las tres. —
Noah nos miró—. Consideraría escuchar al director hoy. Erick,
Cian y yo nos encerraremos en el estudio. Al cuerpo de esa
sirvienta le drenaron la sangre. Me gustaría conservar la mía.
—En serio no crees que un vampiro la atacó, ¿o sí?
Noah se encogió de hombros.
—¿Importa si fue un vampiro real o uno falso? De
cualquier manera, está muerta y su sangre desapareció.
No podía entrelazar mis pensamientos con suficiente
rapidez. Si ahora tanto esta sirvienta como la chica de los
túneles habían sido asesinadas, tal vez me había equivocado en
mi suposición de que solo los miembros de la familia real
estaban siendo atacados. La chica del pueblo no tenía ningún
lazo real aparente, y todavía no creía que ella fuera un
miembro de la Orden, independientemente de la críptica nota
de Anastasia.
—¿Cómo sabes que la sangre no está? —Thomas cruzó
sus brazos perfectamente contra su pecho—. ¿Alguien vio el
cuerpo? ¿Cuándo fue descubierto?
—Después de la clase de anatomía, los gemelos la
encontraron en el pasillo fuera del aula de ciencias. Al parecer,
se apresuraban a sus habitaciones para el almuerzo. Ahí es
cuando encontraron su cuerpo. Dijeron que estaba más pálido
que Wilhelm. Sin lividez postmortem presente. —Noah tragó
saliva—. Ella también tenía signos externos de trauma. No
había heridas evidentes, aparte de dos pinchazos en el cuello.
Los Strigois podrían ser un mito, pero el que está matando a
estas personas no parece saberlo o importarle.
—Creo que el asesino está utilizando un aparato del
depósito de cadáveres —dije—. ¿El director tiene un
inventario de los equipos de la academia?
—No lo sé. Sin embargo, si lo tiene, estoy seguro de que
ya lo ha investigado. —Noah cerró el libro que había estado
leyendo y miró al bibliotecario, quien entró y tomó un asiento
tras un gran escritorio. Deslizó su mirada sobre cada uno de
nosotros, sonriendo amablemente. Noah bajó su voz y se
inclinó—. Aunque dudo que él nos dijera si faltase uno.
Moldoveanu no es realmente del tipo que comparte. Si alguien
se escabulló en la academia y robó un dispositivo que está
siendo utilizado en homicidios… —Se encogió de hombros—.
Eso no sería algo de conocimiento popular. La academia sería
arruinada.
Mientras todos consideramos la nueva información, el
bibliotecario me llamó la atención de nuevo y sonrió.
—Bonjour —dijo—. Je m’appelle Pierre. ¿Puedo
ayudarles a encontrar algo?
—No, gracias —dijo Noah, poniéndose su mochila sobre
el hombro—. Los veré en clase. Cuando sea eso. Este curso de
evaluación puede ser que se cancele. Al menos ése es el rumor.
—Negó con la cabeza, la decepción grabada en el movimiento
—. He viajado un largo camino para llegar hasta aquí, y con
vampiro fingido o no, no voy a renunciar a ganar uno de esos
lugares todavía. Como dije, Erik, Cian, y yo estudiaremos más
tarde… ambos son bienvenido a unirse.
—Gracias. —Sonreí. Era una oferta dulce, pero no había
manera de que pudiera quedarme en una habitación llena de
jóvenes durante una noche entera, sin importar cuán inocente
fuera la razón. Podía ver a la tía Amelia santiguándose ante el
mero pensamiento de mi reputación siendo mancillada.
Thomas rechazó la oferta de Noah e inspeccionó al
bibliotecario con precisión microscópica. Era un hombre
delgado, con el pelo castaño y rizado y llevaba un jersey de
gran tamaño.
—¿Dónde podríamos encontrar un libro sobre la Orden
del Dragón, marcado con números romanos en alguna forma?
Pierre juntó sus dedos, una mirada calculadora antes de
pararse.
—Por aquí, por favor.
****
Una pila de libros se extendía por casi cada centímetro
del pasillo donde Pierre nos había indicado que buscáramos.
El bibliotecario me recordaba a un cangrejo ermitaño, reacio a
salir demasiado de su caparazón antes de retirarse a sus
profundidades. Tenía la sospecha de que se escondía de Radu
cada vez que lo oía acercarse.
Thomas revisó otro libro hecho jirones, estornudando
ante un puñado de motas de polvo dispersándose en el aire.
Sin inmutarse, seleccionó otro. Habíamos estado haciendo lo
mismo durante horas. Sentados en silencio, estornudando, y
analizando cada viejo diario. Debía haber cientos solo a mis
pies. Estábamos más decididos que nunca a atar algunos de
estos indicios aparentemente al azar. Alguien estaba bastante
dotado en salpicar el camino con pistas falsas.
—Supongamos que estamos en el laboratorio de Tío,
Cresswell.
Thomas levantó la vista, desconcertado.
—¿Debo ponerme gafas y murmurar para mí mismo,
entonces?
—Sé serio. Te ofreceré mis pensamientos y teorías con
respecto al primer asesino, ¿de acuerdo?
Thomas asintió, aunque pude ver que deseaba ser el que
actuase en el papel de Tío. Si le hubiera dado la oportunidad,
se hubiera apresurado a sus habitaciones y puesto una
chaqueta de tweed.
—Creo que nuestro asesino tiene una muy buena
comprensión de las prácticas forenses y cómo sembrar
sospechas en otro lugar —dije—. La manera en que los
crímenes se han llevado a cabo sugiere una planificación
meticulosa, o de más de un asesino. Que a su vez nos lleva de
nuevo a la Orden del Dragón y la posibilidad de su
participación. Pero ¿por qué ellos? ¿Por qué iban a poner en
escena crímenes de vampiro?
Thomas sacudió su cabeza.
—Han existido durante siglos, y por lo poco que sé, han
transmitido mucha práctica en asesinatos a través de sus filas.
—Tal vez asesinaron a la joven desaparecida en el pueblo
para utilizar su casa por su proximidad al castillo. O tal vez su
muerte fue de naturaleza ritualista.
Thomas lo consideró por un momento.
—Pero ¿por qué la Orden del Dragón quiere cazar a los
estudiantes en la academia? Si fueron creados para proteger a
la familia real, ¿por qué destruir a los miembros de la misma?
—No puedo pensar en una explicación razonable —dije
—. ¿Y si son partidarios que quieren poner al heredero de
Drácula en el trono? Tal vez están trabajando lentamente su
camino a través de cualquier persona que pueda reclamar el
trono, distante o no.
Thomas palideció.
—Es una buena teoría, Wadsworth. Vamos a ver qué más
descubrimos acerca de ellos, sin embargo.
Volvimos a sacar los libros que pudimos encontrar en las
estanterías, la asociación con la Orden era obvia por sus
múltiples insignias y cruces. Su sigilo era un dragón enrollado
sobre sí mismo y un tema recurrente era una cruz en llamas.
Había algo familiar en ello, pero no tenía ni idea de en dónde
lo había visto antes.
No dejaba de pensar acerca de la última muerte. Si mis
compañeros de clase de mentalidad científica comenzaban a
temer a los vampiros, no me podía imaginar lo que los
aldeanos supersticiosos pensarían una vez que descubrieran
que otro cuerpo sin sangre había sido encontrado. En el
castillo de Vlad Drácula, no menos.
—Esta es una tarea imposible. —Me puse de pie,
expulsando el polvo de la parte delantera de mi sencillo
vestido—. ¿Cómo se supone que vamos a averiguar quién está
en la Orden ahora?
—Los números romanos no fueron construidos en un día,
Wadsworth.
Suspiré tan profundamente que prácticamente necesitaba
un sofá para desmayarme.
—¿Honestamente acabas de pronunciar ese abismal juego
de palabras?
No esperé por su respuesta, temiendo que sería tan estelar
como la última. Fui hacia el pasillo etiquetado como poesía al
otro lado.
—Tal vez deberíamos investigar los almacenes de
alimentos esta noche.
Di un salto, frunciendo el ceño hacia Thomas, que se
había colado detrás de mí.
—Entonces podríamos demostrar si Moldoveanu estaba
mintiendo —continuó.
—Oh sí. Salgamos a escondidas. Estoy segura de que el
director sería muy amable si me atrapa de nuevo, haciendo
justo lo que me advirtió que no hiciera. Si el asesino vampiro o
el grupo de caballería rebelde no nos atrapa paseando por los
pasillos de este castillo antes, claro —dije. Thomas resopló,
pero no hice caso de su desestimación—. ¿Crees que nuestro
director sabe con precisión quién está asesinando a estudiantes
y al personal? ¿Que posiblemente él sea el responsable? No
quiero correr el riesgo de expulsión si nos equivocamos.
—Creo que es demasiado obvio —dijo Thomas—. Pero
no estoy tan convencido de que sea totalmente ignorante de las
extrañas ocurrencias en el castillo. Me pregunto si es favorable
a la Orden. Aunque no creo que sea un miembro. No tiene el
rango por nacimiento. De hecho, creo que ambos hemos sido
distraídos por otras verdades.
—¿Estás sugiriendo que la Orden no está involucrada en
absoluto, entonces? —Mi mente se revolvió con varias ideas
nuevas que sacaban a la Orden del Dragón de la ecuación—.
Muy bien podría ser alguien pretendiendo ser ellos. Tal vez
por eso somos incapaces de descubrir una verdadera conexión
con la Orden. ¿Y si en realidad no están jugando ningún papel
en este caso?
—Podrían ser simplemente una elaborada distracción
creada por el asesino.
—Eso explicaría por qué no has podido deducir o
inventar una teoría en esa manera mágica tuya. —Entrecerré
mis ojos—. No has leído marcas de desgaste en las botas y
sacrificado algo a los dioses de las matemáticas para resolver
el caso, ¿verdad?
—Puede ser difícil de creer —dijo Thomas, su voz
repentinamente seria—. Pero todavía tengo que aprovechar
mis poderes psíquicos. Sin embargo, tengo preguntas y
sospechas que no se pueden ignorar.
—Me has intrigado. Continúa, por favor.
Thomas tomó una respiración profunda, afirmándose.
—¿Dónde ha estado Anastasia? Me temo que los dos
hemos estado ignorando los hechos. Unos que ciegan ante su
obviedad.
Mi sangre picó. Thomas estaba siendo excesivamente
prudente. No sería la primera vez que me había dicho que
sospechaba de los más cercanos a nosotros, y aun así parte de
mí sabía que Anastasia tenía secretos. De hecho, si era
completamente honesta conmigo misma, sabía que Ileana
también los tenía. Conocía a alguien más que albergaba
secretos albergaba….
Apagué mis emociones, no permitiendo que la
devastación nublase más mi juicio. No me cegaría
voluntariamente a la verdad ni mantendría mis sospechas para
mí misma de ahora en adelante, sin importar el costo a mi
corazón.
—Tampoco he visto Ileana en dos días. Lo cual fue la
noche antes de que el cuerpo fuera llevado a la morgue de la
torre.
Thomas asintió.
—¿Y? ¿Qué más? ¿Qué otra cosa no acaba de cuadrar?
Pensé en todas las veces que habíamos hablado de los
strigoi. Sobre cómo ella cambiaría de tema antes de que
Anastasia pudiera hacer más preguntas. Lo supersticiosa que
había sido sobre los cuerpos—. Ileana es de Braşov. El pueblo
donde ocurrió el primer asesinato.
—Ella también sabe que la sangre de Vlad Drácula corre
por las venas de mi hermana.
Sabía que no era médicamente posible, pero juro que
sentí a mi corazón dejar de latir. Al menos por un momento.
Me quedé mirando a Thomas, sabiendo que nuestros
pensamientos se extraviaban a la misma horrible conclusión.
—¿Sabes dónde está Daciana ahora? —pregunté, con el
pulso acelerado—. ¿Qué ciudad visitaba después? —Thomas
negó lentamente. Un sentimiento más oscuro tiró en mi núcleo
—. ¿Estás seguro de que ella se fue del castillo? ¿Qué pasa
con la invitación al baile?
—Daci es una planificadora; probablemente la hubiera
escrito antes de tiempo. La invitación podría haber sido
enviada por correo por cualquier persona. —Plata bordeó los
ojos de Thomas, pero parpadeó rápidamente el líquido—.
Nunca la vi irse en su carruaje. Se fue con Ileana. No quise
molestar. Pensé que querían un poco más de tiempo a solas.
¿El cuerpo robado de la morgue de la torre… ¿era el de
Daciana? Apenas podía respirar. Thomas ya había perdido a su
madre; perder un hermano era lo más parecido a una herida
mortal que uno podría soportar. Forcé mi cerebro a moverse a
través del dolor y conecté los puntos o pistas. ¿Qué sabíamos
sobre los últimos días u horas de Daciana en el castillo?
Entonces se me ocurrió.
—Sé exactamente dónde tenemos que ir. —Fui a agarrar
su mano, luego me detuve. Incluso detrás de las paredes del
castillo, la impropiedad de mi acción no pasaría desapercibida.
Como si mis temores lo hubieran convocado, el bibliotecario
pasó por delante, con sus brazos llenos de libros—. Vamos —
dije—. Tengo una idea.
****
Salimos de la biblioteca y examinamos los amplios
pasillos. No había criadas, sirvientes o guardias. No es que
hubiéramos notado a las criadas directamente, podrían haber
estado escondidas tras los tapices en el pasillo improvisado. Le
dije a Thomas que me siguiera al pasillo secreto, y nos
movimos rápido y alertas. Enfocados en escuchar cualquier
movimiento o sonido.
El aire estaba particularmente frío, los fuegos del pasillo
eran casi nada, y las antorchas no estaban encendidas. Era
como si el castillo estuviera cerrando sus propias emociones,
descendiendo en esa calma helada. Esperé que una tormenta
no estuviera a punto de estallar a nuestro alrededor.
Algunos rincones parecían aún más siniestros, eran
lugares que podrían dar refugio a cualquiera que deseara hacer
daño. Mantuve un ojo pendiente por cualquier destello de
movimiento allí. Pasamos un pedestal con una serpiente, y
temblé. Cualquier persona podría estar escondida detrás,
esperando para saltar.
Ileana era lo suficientemente pequeña como para
desaparecer entre los artefactos exhibidos. Thomas siguió mi
mirada, pero mantuvo una expresión neutra. Quería saber si
era la primera vez que había estado en los pasajes de los
sirvientes, pero no corrí el riesgo de hablar en voz alta. Aún
no.
Pasos de botas resonaron en las alfombras del pasillo
principal. Nos congelamos, nuestras espaldas presionadas
contra uno de los tapices grandes. No me atreví a mirar detrás
de qué escena de tortura nos habíamos escondido. Juzgando
por el pesado andar, supuse que eran al menos cuatro guardas.
No hablamos. Los únicos sonidos de su llegada y salida fue el
clunk, clunk, clunk de sus rítmicos pasos.
Apenas respiré hasta que el golpe de sus botas se
desvaneció. Incluso entonces, Thomas y yo permanecimos
inmóviles durante unos latidos más. Me alejé de la pared y
comprobé en ambos sentidos. Saldríamos pronto del pasillo
secreto.
Afortunadamente, conseguimos encontrar el camino
hacia las habitaciones de Anastasia sin ser detectados. Parecía
que todos habían prestado atención a la advertencia del
director y se habían encerrado firmemente en sus habitaciones.
Pegué mi oreja contra la puerta de la habitación de
Anastasia, escuchando por un momento antes de abrirla. Los
fuegos no estaban encendidos, pero la luz del sol entraba por
las cortinas abiertas. Todo estaba tal y como lo recordaba la
última vez que había estado aquí Anastasia.
—¿Por qué estamos en esta habitación, Wadsworth?
Recorrí la habitación. El libro que Anastasia había
tomado de la casa de la mujer desaparecida parecía llevar uno
de los símbolos de la Orden. Y si ese fuera el caso, tal vez…
—Mira. —Crucé la habitación y levanté el libro de la
mesa. Estaba titulado en rumano: Poezii Despre Moarte,
«Poemas de la Muerte». Había estado tan distraída por la idea
de la chica desaparecida estando perdida y congelada en el
bosque que no me había molestado en leer el título antes.
—Cuando Anastasia y yo entramos en la casa, ella afirmó
que había una conexión entre este libro y la Orden. —Levanté
el libro para que lo viera. Una cruz estaba quemada en la
cubierta, cada uno de sus lados en llamas—. Al principio
pensé que se había equivocado, no había ninguna razón lógica
para que la mujer desaparecida del pueblo estuviera conectada
con una orden de caballería formada por nobles. Un error por
mi parte está claro.
—Todo el mundo comete errores, Wadsworth. No hay
vergüenza en eso. Es la forma en que los reparas lo que
realmente cuenta. —Thomas hojeó el libro rápidamente—.
Hmm. Creo…
—Este es el momento para que se vayan a sus aposentos.
No hay ninguna razón de que estén en estas habitaciones. —
Thomas y yo nos tensamos ante la intrusión y la voz ronca.
Dăneşti estaba en el marco de la puerta, su masa ocupando
todo el espacio. Parecía que este castillo estaba lleno de gente
que podía desplazarse sin hacer ruido—. Toda la actividad
dentro del castillo ha sido cancelada hasta la mañana. Órdenes
de Moldoveanu. El director ha decidido llevar a cabo las clases
mañana con una condición: todo el mundo será acompañado a
la clase y luego de vuelta a sus habitaciones.
Thomas había escondido de alguna manera el Poezii
Despre Moarte, y levantó sus manos.
—Muy bien. Después de ti.
No me atreví a buscar mucho el libro ahora oculto. No
quería que Dăneşti nos lo arrebatara, especialmente si
resultaba ser el mismo volumen que él había estado buscando.
Después de dejar a Thomas en sus habitaciones, el guardia me
vio entrar en mi habitación y luego cerró la puerta detrás de
mí. Llaves tintinearon y antes de que supiera lo que había
hecho, estaba encerrada en mi habitación de la torre. Corrí al
baño y comprobé la puerta de la escalera secreta. Estaba
cerrada desde el otro lado.
No pude dormir bien esa noche, caminando como si fuera
un animal trazando su escape. Enjaulada hasta que alguien me
liberase.

Aerosol de vapor carbólico, París, Francia, 1872 – 1887


Traducido por Masi

Corregido por Carib


Sala de cirugía de Percy
Amfiteatrul de chirurgie al lui Percy
Castillo Bran
15 de diciembre de 1888

El príncipe Nicolae parecía más pálido que el cadáver al


que Percy estaba cortando, mientras le daba al profesor unos
fórceps dentados y tosía, alejándose de la incisión. Era un
comportamiento extraño para un príncipe normalmente
intrépido. Tal vez estaba decaído por una gripe.
Ciertamente no podía ser el cuerpo casi irreconocible de
los túneles el que lo enfermara. Aunque Percy había revelado
el cuerpo durante nuestra lección dos días antes, Moldoveanu
lo había recogido antes de que cualquiera de nosotros pudiera
inspeccionarlo mejor y lo había entregado de nuevo esa misma
tarde.
Nuestro director había estado extrañamente tranquilo y
contemplativo durante nuestra lección anterior, su mente
aparentemente estancada en otro lugar. Me pregunté si la
familia real lo estaba presionando para que hiciera un informe
forense o vinculara los asesinatos, o perdiera su posición como
forense real y director. También era posible que su angustia no
tuviera ninguna relación con el cuerpo. Tal vez estaba
preocupado por el verdadero paradero de Anastasia. Tenía que
haber llegado a la conclusión de que ella ya no estaba en
Hungría. No podía imaginar qué otra cosa podría causarle
tanta preocupación.
Percy colocó su bisturí en una bandeja, dejando la
incisión en forma de Y incompleta. La mayoría de los rasgos
de la joven habían sido destruidos por murciélagos
hambrientos, por lo que su rostro estaba cubierto con un
pequeño sudario, una bondad para ella o para nosotros.
Aunque no creía que Percy rehuyera exponernos a la
brutalidad de nuestra profesión elegida por vocación. La
muerte no siempre era pacífica, y tendríamos que prepararnos
para cuando se declarara la guerra.
—El aerosol de vapor carbólico, por favor.
Percy esperó a que Nicolae fumigara el quirófano.
Nuestro profesor se tomaba los mismos esfuerzos que Tío para
evitar contaminar una escena, aunque otros eruditos aún
consideraban innecesarias esas medidas mientras estudiaban
cadáveres. Nunca había visto un dispositivo como el aerosol
de vapor carbólico y no podía esperar para contarle todo a Tío.
Seguramente ordenaría uno para su propio laboratorio.
Nicolae apuntó, rociando la habitación con una fina
niebla. Ráfagas de niebla gris flotaban en el aire, oliendo a
antiséptico ácido que me hacía cosquillas en la nariz.
—Hemos obtenido el permiso de la familia para realizar
esta autopsia…
Algo en la declaración de Percy me preocupaba, pero mi
mente volvió a Ileana mientras el profesor continuaba con
nuestra lección. No podía averiguar cuál sería su motivo en
ninguno de los asesinatos, pero eso no significaba que no
hubiera estado involucrada. De hecho, ya no creía que hubiera
estado trabajando sola. Anastasia no había regresado a la
academia cuando dijo que lo haría. Me preguntaba si ella
también había participado de alguna manera en los crímenes.
A pesar de su diferencia de posición, ella e Ileana eran amigas.
Ambas habían desaparecido con una semana de diferencia.
Inicialmente había creído la nota de Anastasia sobre investigar
la escena en la casa del pueblo. Ahora no estaba tan segura.
Tal vez me había acercado demasiado a descubrir sus
secretos y habían huido. Había aprendido que confiar en
aquellos que parecían inocentes solo causaba angustia y
devastación. Los monstruos podrían llevar puestas las sonrisas
de amigos, mientras mantenían en secreto el alma podrida del
Diablo en las grietas más oscuras de sí mismos. Recordé las
veces en que estuvimos todas juntas en mis aposentos, y una
nueva idea se abrió camino en mi mente. Si Anastasia e Ileana
trabajaban juntas, entonces tal vez cada encuentro y acción
habría sido un acto bien elaborado. Podrían haber preparado
sus reacciones, guiándome deliberadamente por el camino
equivocado.
—Señorita Wadsworth, ¿está con nosotros hoy?
Regresé al presente, con la cara ardiendo mientras miraba
a mi alrededor en el quirófano. Los gemelos Bianchi, Noah,
Andrei, Erik… todos tenían su mirada puesta en mí, incluso
Thomas.
—Mis disculpas, profesor. Yo…
Moldoveanu entró en el quirófano dando zancadas con
las manos apretadas a los costados. No tenía idea de que se
había colado en la habitación. Sus túnicas eran del mismo
color que su mata de pelo plateado y colgaban tan severamente
como la mirada que dirigía hacia mí.
—Necesito tener unas palabras en privado con usted.
Ahora.
Andrei se rio disimuladamente y dijo algo en voz baja.
Erik también se rio entre dientes mientras yo pasaba delante de
ellos. La idea de pisar su pie con mi talón era suficiente para
distraerme de hacerlo. Cian captó mi atención, ofreciendo una
sonrisa vacilante. Era una gran muestra de apoyo, ya que el
chico irlandés apenas había reconocido mi existencia en el
pasado. Noah debía haber hablado bien sobre mí.
Me abrí paso escaleras abajo, cerniéndome sobre las
paredes del quirófano y salí al pasillo donde el director estaba
esperando, sus pies marcando los segundos como si hubiera
cucarachas que él estaba exterminando.
—¿Cuándo fue la última vez que habló con la doncella
Ileana?
Mi corazón latía con fuerza. Parecía que Thomas y yo no
éramos los únicos que creíamos que su comportamiento era
sospechoso.
—Creo que fue hace dos días, la tarde del día trece, señor.
—Usted lo cree. ¿No es la atención al detalle crítica para
ser un estudiante de medicina forense? ¿Qué otras cosas podría
pasar por alto que serían perjudiciales para un caso? Debería
sacarla del curso ahora y ahorrarnos tiempo y energía.
Me enojé por la mordacidad en su tono. Era cruel incluso
para él.
—Estaba siendo educada, señor. Lo última vez que la vi
fue el trece. Estoy segura de ello. He tenido una nueva criada
desde entonces. Me ha informado que Ileana está de servicio
en otras partes del castillo, aunque ya no creo que eso sea
cierto. Tal vez debería hablar con ella y ver qué puede estar
escondiendo sobre el paradero de Ileana.
Moldoveanu me inspeccionó con una mirada entrecerrada
típica de alguien que está mirando un espécimen bajo un
microscopio. Apreté mis labios, ya no confiando en mí misma
para no gritarle por tomarse tanto tiempo para hablar de nuevo.
—¿Y qué, exactamente, cree que es verdad sobre Ileana
ahora?
—Creo que ella sabe algo sobre el asesinato del señor
Wilhelm Aldea, señor. —Dudé antes de expresar mi siguiente
inquietud, preocupada de que, si Anastasia regresaba ilesa, me
asesinaría cuando supiera que había traicionado su confianza
—. También me pregunto si ella sabe dónde está Anastasia.
Anastasia me dejó una nota… rogándome que no le dijera a
usted a dónde había ido, pero nunca ofreció más detalles.
La mano de Moldoveanu se flexionó a su lado, la única
señal externa de lo furioso que estaba.
—Sin embargo, no se molestó en informarme de sus
sospechas. ¿Recuerda algo fuera de lo común en los últimos
días? ¿Algo sustancial para confirmar sus afirmaciones?
Estaba el asunto de las dos personas que estaba segura de
haber visto arrastrar un cadáver a través del bosque. Ya le
había hablado de eso, y él se había burlado. No estaba
dispuesta a someterme a un mayor escrutinio.
—No señor. Solo un presentimiento.
—Un presentimiento. También conocido como un
hallazgo no científico. Qué sorprendente que una mujer joven
sea gobernada por sus emociones en lugar del pensamiento
racional.
Inhalé lentamente, dejando que la acción calmara las
llamas de mi propia irritación.
—Creo que es importante incorporar tanto ciencia como
instinto, señor.
El director encorvó su labio lejos de sus incisivos
puntiagudos. Era verdaderamente notable que un hombre
pudiera estar en posesión de tales dientes animales. Estaba
empezando a preguntarme si no era una condición médica que
debería haber revisado, cuando finalmente chasqueó su lengua
contra esos instrumentos de empalamiento.
—Ya hemos hablado con su nueva criada. Ha sido
despedida de sus deberes. Le sugiero que se mantenga alejada
de Ileana si la vuelve a ver. Puede volver a clase, señorita
Wadsworth.
—¿Por qué? ¿Cree que ella tiene algo que ver con la
desaparición de Anastasia? ¿Ha buscado en los túneles? —La
expresión que el director me brindó era nada menos que
inductora al terror. Si había pensado que sus dientes eran
intimidantes, no era nada comparado con el odio profundo de
su mirada helada.
—Si fuera una chica sabia, se quedaría fuera de esos
túneles y de las cámaras ubicadas en ellos. Preste atención a
mi advertencia, señorita Wadsworth. —Echó un vistazo al
quirófano y su mirada descansó en el cadáver. Podría haber
jurado que hubo un destello de tristeza antes de que se volviera
hacia mí, con los ojos llenos de rabia—. O quizás puede ser
que se encuentre a sí misma bajo la hoja de Percy a
continuación.
Con eso, giró sobre sus talones y se marchó, las suelas de
cuero golpeando el piso. Serpientes parecían deslizarse a
través de mis intestinos. De alguna manera volví al quirófano
y me hundí en mi asiento. Pasé un proceso de tomar notas,
pero mi mente estaba dividida por la mitad.
Necesitaba saber cómo había muerto la joven que estaba
sobre la mesa de disección de Percy, si no era solo por los
estragos de los murciélagos. Pero también tenía que resolver el
misterio del paradero de Ileana y de Anastasia. Thomas me
miraba por encima del hombro cada cierto tiempo, con los
labios apretados por la preocupación.
Las siguientes palabras de Percy perforaron mis
pensamientos agitados.
—Claramente, la señorita Anastasia Nádasdy pereció por
las heridas que sufrió.
Todos los pensamientos salieron de mi cabeza como si
hubieran tirado de la cisterna de un lavabo. Me quedé mirando
fijamente a Percy, parpadeando con incredulidad. No podía
haber querido decir… mi mirada viajó de mi profesor al
cadáver tendido ante él. Le quitó el sudario de la cara.
Pequeños engranajes hicieron clic y giraron, silbando mientras
esta nueva información encajaba en su lugar. ¿La joven que
había sido atacada en la cámara del túnel por murciélagos
vampiros era Anastasia?
La tierra parecía retumbar bajo mi asiento. Las llamas
resurgieron de las cenizas en mi corazón, entonces se
volvieron heladas. Parpadeé alejando las lágrimas, incapaz de
evitar que unas pocas se deslizaran por mis mejillas. En
realidad, no me importaba si alguien de la clase se burlaba de
mi emoción. Me quedé mirando sin ver el cuerpo, tratando de
forzar la imagen para que tuviera sentido. Anastasia. No podía
ser. Me quedé sentada allí, con el corazón palpitando, mirando
la forma sin vida. Asimilé internamente el cabello rubio, pero
no podía soportar inspeccionar su cara en decadencia desde
demasiado cerca.
Mi amiga estaba muerta. Esto no podía estar pasando de
nuevo. Mi pecho se sentía como si se estuviera hundiendo por
el peso que ahora lo presionaba. ¿Cómo podría haberla
considerado culpable de los asesinatos? ¿Cuándo me volví tan
desconfiada? Anhelaba salir corriendo de la sala y nunca
estudiar otro cuerpo mientras viviera. Thomas no era el
maldito, lo era yo. Cada persona con la que intimaba moría.
Nicolae lo había dicho en el callejón. Él estaba en lo cierto.
A través de las lágrimas, miré a nuestros compañeros de
clase. Todos se veían afectados. Atrás quedaban los
estudiantes ferozmente competitivos, sedientos de
conocimiento y luchando por esos dos preciosos lugares en la
academia. La ciencia necesitaba frialdad para los avances
exploratorios, pero todavía éramos humanos. Nuestras mentes
podrían estar hechas de acero cuando era necesario, pero
nuestros corazones palpitaban con compasión. Todavía nos
preocupábamos profundamente por la gente y llorábamos.
Thomas giró en su asiento, su atención se centró en
Nicolae y luego en mí. Mi amigo parecía desconcertado, pero
estaba lo suficientemente concentrado como para buscar
comportamientos sospechosos. Casi me había olvidado de las
ilustraciones del príncipe y de qué papel podrían haber jugado
en todo esto. Andrei apretó las mandíbulas, lanzando una
mirada asesina a su amigo, aunque su garganta se agitaba con
las lágrimas que obviamente contenía. Qué peculiar.
—Las marcas de mordeduras son congruentes con las de
los pequeños mamíferos —dijo Percy en voz baja—. ¿Alguien
quiere arriesgarse a adivinar qué podría haber atacado a esta
joven?
Contuve el aliento junto con el resto del quirófano. Ni
Thomas ni yo nos atrevimos a responder —ni siquiera a
mirarnos— aunque habíamos visto exactamente cómo había
muerto Anastasia. La pregunta era, ¿quién más lo sabría en
esta clase? Si alguien más estuviera colaborando con Ileana,
estarían al tanto de la causa de la muerte.
Percy recorrió con la mirada a cada estudiante, esperando
que alguien rompiera el pesado silencio.
—¿Serpientes? —preguntaron, finalmente, Vincenzo y
Giovanni al unísono.
—¿Arañas venenosas? —agregó Cian.
—Buenas suposiciones, pero no —dijo Percy, su
expresión cada vez menos esperanzadora—. ¿Alguien más
desea compartir una idea?
Nicolae apenas miró el cuerpo, con la atención fija en el
aerosol de vapor carbónico todavía en sus manos. Lo hacía
rodar de lado a lado, luego presionó el botón de liberación,
sorprendiéndonos a todos con un estallido de spray antiséptico.
Su niebla era tan premonitoria como el tono que usaba.
—Murciélagos —murmuró—. Esas heridas son
características de un tipo de murciélago que se rumorea que
infesta este castillo.
Percy aplaudió una vez, el sonido nos sacudió a todos en
nuestros asientos.
—¡Excelente, Príncipe Nicolae! Observen los espacios
entre las marcas de los dientes. Estos son indicativos de
especímenes bastante grandes, también. Me imagino que
deben haberse alimentado de ella durante bastante tiempo,
aunque probablemente perdió el conocimiento en algún
momento.
Tragué saliva, mi estómago revolviéndose con la imagen.
Si no mantuviera mis emociones recluidas fuertemente, me
haría añicos pieza por pieza. Me centré en respirar. Si pensaba
en mi amiga, cómo de vibrante era en vida, yo no sería útil
para ella en la muerte. Aun así, incluso habiendo tenido algo
de práctica para controlar mis sentimientos, fragmentos de mi
corazón se rompieron. Para acabar sintiendo la pérdida. Tan
cansada de decir constantemente adiós a aquellos con los que
deseaba aventurarme a través de la vida. Me afané en quitarme
la humedad de mis mejillas y me sorbí la nariz.
Erik y Cian maldijeron. Sabía que ellos no eran capaces
de ser el Empalador ni de trabajar con Ileana. Había
amabilidad y compasión fusionadas en sus células. Había visto
a Erik ayudar a Nicolae cuando le había arrojado un delantal,
dispuesto a ayudar a alguien cuando necesitaba un amigo.
Pero el príncipe y su obsesión con los murciélagos,
bueno, eso parecía demasiada coincidencia como para
ignorarla.
—Está bien —dijo Percy—. ¿A quién le gustaría hacer la
siguiente incisión?
Cian y Noah se miraron el uno al otro y levantaron
lentamente las manos. Admiraba su capacidad para hacer a un
lado el horror, pero yo no podía usar mi hoja en el cuerpo de
mi amiga. No me importaba si me costaba mi lugar en la
academia; Incluso pensar en la estúpida competición se sentía
terriblemente desacertado, aunque sabía que Anastasia me
reprendería por sentirme derrotada. Ella esperaría que siguiera
adelante.
Con ese pensamiento fortaleciéndome, me senté
directamente en primera fila del quirófano de Percy, sabiendo
que no había absolutamente nada que pudiera ofrecer a
Anastasia, aparte de mi voluntad de vengar su muerte. Thomas
se inclinó hacia adelante en su asiento, pero no levantó la
mano.
—Señor Hale —dijo Percy—. Por favor, venga a tomar
su lugar.
Noah se ajustó su delantal y tomó el escalpelo de Percy,
haciendo un buen trabajo de enjuagarlo con ácido carbólico
antes de colocarlo contra la carne inmóvil. Tío se habría
sentido orgulloso. Me obligué a mirar la incisión en forma de
Y que hizo en el pecho sin vida de Anastasia. Mantuve mi
respiración estable, no permitiendo que mi pulso se disparara.
Necesitábamos descubrir con certeza si los murciélagos eran
realmente la causa de su muerte, o si algo más siniestro había
terminado primero con su vida.
Mi mirada se arrastró hasta sus manos. No había muchas
heridas defensivas. Me resultaba difícil creer que alguien tan
luchadora como Anastasia simplemente se recostara y se
entregara a la Muerte sin luchar con todo lo que tenía. Ella
luchaba para ser tratada como igual, luchaba para demostrarle
su valía a su tío. Una luchadora como ella no se rendiría
durante la batalla final. El pensamiento reforzó mi propio
espíritu, animándome a continuar.
—Dense cuenta de la forma en que el señor Hale está
separando las costillas. Cortes muy limpios.
El profesor Percy le entregó a nuestro compañero de clase
las cortadoras de costillas y volvió a tomar el bisturí. Me
encogí un poco ante las vísceras expuestas, pero me recordé
que esto ya no era Anastasia, que era una víctima que nos
necesitaba. Un ligero aroma a ajo flotó en el quirófano,
mientras Percy se paseaba por el suelo de operaciones.
Entrecerré los ojos. Antes de que pudiera hacer mi pregunta,
Noah abrió con fuerza los dientes del cortador. Nada inusual
estaba allí. Thomas echó un vistazo en mi dirección, su
expresión era difícil de leer.
Noah se movió por el cadáver, inspeccionando la cavidad
abdominal. Se acercó lo suficiente para oler los órganos y
sofocó una pequeña arcada.
—Hay un olor a ajo presente en los tejidos corporales y
en la boca, señor, aunque no hay signos de la sustancia sobre
ella. Inspeccionar el contenido de su estómago podría revelar
algo más.
Percy dejó de pasearse y se inclinó para examinar el
cuerpo él mismo. Inhaló en pequeños intervalos, mientras
pasaba de la boca al estómago. Sacudió la cabeza y se dirigió a
la clase.
—En el caso de ingerir sustancias tóxicas, notarán un olor
más fuerte en los tejidos del estómago. Que es precisamente lo
que he notado aquí. El olor a ajo es abrumador cerca del
estómago de la víctima. ¿Alguien conoce algún otro signo
asociado con un envenenamiento intencional o accidental?
Vincenzo levantó su mano tan violentamente que estuvo
casi a punto de caerse sobre la barandilla. Su hermano aferró
su brazo, estabilizándolo.
—¿Sí, señor Bianchi?
—Más…er…mucosidad será evidente —dijo él, con
fuerte acento italiano mientras buscaba las palabras en inglés
—. Como la defensa natural del cuerpo contra… un… ataque
exterior.
—Excelente —dijo Percy, recogiendo unos fórceps
dentados y pasándolos a Noah—. ¿Dónde más podría uno
encontrar indicios de veneno?
Cian se aclaró la garganta.
—El hígado es otro buen lugar a examinar.
—En efecto. —Percy hizo un gesto a Noah para que
extrajera el órgano en cuestión y le entregó una bandeja de
muestras. Sabía cómo se sentía, introduciendo una de sus
manos en lo profundo de la cavidad abdominal y sacando un
hígado que se movía muy ligeramente entre sus dedos. El peso
del mismo era difícil de manejar con solo un fórceps. Noah no
mostraba ninguna emoción, aunque sus manos no estaban tan
controladas. El hígado se deslizó sobre la bandeja,
manchándola con un líquido oxidado. Soporté el asco que
sentía.
Percy levantó la bandeja, luego caminó lentamente a lo
largo de la fila de estudiantes, permitiéndonos a cada uno de
nosotros la oportunidad de inspeccionar el órgano desde los
asientos de la primera fila.
—Tomen nota del color. El amarillo es comúnmente
encontrado después de la exposición al…
Mi corazón se aceleró con mis pensamientos.
—Arsénico.
Percy sonrió, la bandeja de muestras con el hígado
expuesta orgullosamente ante él como si nos estuviera
sirviendo té en porcelana fina.
—¡Muy bien, señorita Wadsworth! Tanto el olor a ajo,
como la presencia de tejidos hepáticos amarillos son
indicativos de una posible intoxicación por arsénico. Ahora,
antes de que alguien llegue a una conclusión precipitada, les
convendría observar lo siguiente: el arsénico puede ser
encontrado en la mayoría de los artículos cotidianos. Nuestra
agua potable contiene trazas. Las señoras solían mezclarlo con
sus polvos para mantener su apariencia juvenil.
Aferré mis manos juntas, mi mente agitada con esta
nueva información, mientras pensaba de nuevo en la primera
víctima que habíamos encontrado en Rumania: el hombre del
tren. Su boca había estado rellena de ajo, pero el olor era
demasiado abrumador como para ser el resultado de una
cantidad tan pequeña de la sustancia orgánica. Yo debería
haber investigado más a fondo. Claramente, el asesino utilizó
ajo real para enmascarar el aroma revelador del arsénico.
Me concentré en respirar correctamente. Inhalar. Exhalar.
El flujo constante de oxígeno alimentaba mi cerebro. Pensé en
los síntomas de Wilhelm. Cómo de rápido había pasado de ser
un chico sano de diecisiete años a un cadáver que yacía bajo
mi bisturí en el laboratorio. Muy antinatural.
No había sido mencionada ninguna causa de muerte en el
caso de Wilhelm. La sangre perdida servía de distracción. Y
era una buena, también. Había estado tan preocupada por el
pensamiento de probar científicamente que los vampiros eran
imposibles, que nunca había revisado su hígado. Percy,
también, había dejado que lo obvio distrajera su atención de
inspeccionar otros órganos.
Pensé en otros síntomas de envenenamiento por arsénico.
Decoloración o erupciones en la piel. Vómitos. Todo había
estado allí, presente y esperando que alguien se diera cuenta de
los síntomas. Una simple ecuación matemática, nada más.
Quienquiera que hubiera planeado estos asesinatos lo
había hecho tan brillantemente. Ni siquiera Thomas había
encontrado el hilo que lo unía todo. El culpable probablemente
sabía que Thomas no sería tan ingenioso como lo era
normalmente, el temor de que su linaje fuera expuesto, le
entorpecía de una manera a la que no estaba acostumbrado. Mi
cabeza daba vueltas. Este asesino era más astuto que Jack el
Destripador.
No habíamos examinado el cuerpo de la criada, pero al
parecer tampoco había mostrado signos externos de asesinato,
según los gemelos Bianchi. No era difícil deducir que ella
también había sido envenenada.
Anastasia. Wilhelm. El hombre del tren. La sirvienta.
Todo aparentemente sin relación, debido a las externamente
diferentes causas de la muerte: el empalamiento y la pérdida
de sangre. Ambas fueron simplemente distracciones
provocativas, creadas post mortem o cercanas a la muerte para
exacerbar las emociones en una comunidad altamente
supersticiosa.
No teníamos a un simple asesino. Teníamos a alguien
bendecido con el conocimiento del veneno y la oportunidad de
ofrecérselo a cada víctima. Tragué saliva fuertemente. Quien
quiera que haya hecho esto era inteligente y paciente. Había
estado esperando mucho tiempo para ejecutar su plan. Pero
por qué ahora…
—¿Señorita Wadsworth?
Me sobresalté de vuelta al presente, con las mejillas
ardiendo.
—¿Sí, profesor?
Percy me estudió de cerca, mientras enhebraba una gran
aguja Hagedorn.
—Sus puntadas del otro día fueron ejemplares. ¿Le
gustaría ayudar a cerrar el cadáver?
La clase ni siquiera respiraba. Estaba muy lejos de las
burlas y las risas de los días anteriores. Ahora estábamos
unidos por la pérdida y la determinación.
Por ahora.
Miré a la chica que había sido mi amiga y me puse de pie.
—Sí, señor.
Traducido por Flopy Durmiente

Corregido por Carib


Clase de folclor
Curs de folclor
Castillo Bran
17 de diciembre de 1888

Los guardias permanecían fuera del aula de clase, ojos


enfocados en nada y al mismo tiempo preparados para atacar
en cualquier momento, aunque Radu no les prestó atención.
Continuó con su lección de folclor como si el castillo no
estuviese siendo invadido por guardias reales y estudiantes
desaparecidos o asesinados. O era extraordinariamente hábil
para parecer inmutable, o estaba realmente perdido en su
imaginación, atrapado en algún lugar entre mito y realidad.
Dos días habían pasado desde que se descubrió que
Anastasia era la víctima de los túneles, y el director
prácticamente tenía el castillo repleto con guardias. No estaba
segura de si su presencia me consolaba o me asustaba más.
—A raíz de recientes descubrimientos, nuestra siguiente
lección es sobre Albertus Magnus, filósofo y científico. La
leyenda dice que era el mejor alquimista que ha existido.
Algunos creían que poseía magia. Magie. —Radu pasó las
páginas del viejo libro que retiró de la biblioteca hace unos
días, De Mineralibus—. Estudió el trabajo de Aristóteles.
Gran, gran hombre. Se dice que descubrió el arsénico. —Noah
valientemente levantó su mano, y Radu se deleitó de placer—.
¿Sí, señor Hale? ¿Tiene algo que ofrecer en el tema y leyenda
del señor Magnus?
—Entiendo hablar sobre arsénico debido a los asesinatos,
señor, pero ¿cómo, exactamente, tiene que ver con folclor
rumano?
Radu parpadeó muchas veces, su boca abriéndose y
cerrándose.
—Bueno… es fundamental para entender ciertas leyendas
sobre el tema de la lección de hoy: la Orden del Dragón.
Durante su apogeo, a la Orden le fue muy bien en lugares
como Alemania e Italia. Algunos creen que el ascenso en sus
rangos de nobleza era debido a la práctica secreta de usar
arsénico para envenenar lentamente a sus enemigos.
Alcé una ceja, intrigada. El arsénico era conocido como
«polvo de herencia» en Inglaterra, tan usado por nobles que
quería obtener un título más rápido de lo que la muerte natural
permitía.
—¿Está sugiriendo que la Orden era un grupo de nobles
alquimistas asesinos? —preguntó Cian—. Creí que se suponía
que luchaban contra enemigos manifiestos del cristianismo.
—Vaya, vaya, vaya. ¡Alguien ha estado investigando!
Estoy impresionado, señor Farrell. Muy bien. —Radu hinchó
su pecho con orgullo y caminó de un lado al otro—. Luego de
que Sigismund de Hungría muriera, la Orden se convirtió
sumamente importante en este país y sus vecinos. No tanto en
regiones occidentales de Europa. Los otomanos estaban
invadiendo, amenazando a los boyardos… eh, ¿sí, señor
Farrell?
—¿Qué son exactamente los boyardos, señor?
—¡Oh! Los boyardos eran los miembros de más alto
rango de la aristocracia luego de los príncipes de Valaquia.
Estaban luchando sobre a quién nombrar como príncipe, y
nuestro sistema de gobierno era irremediablemente corrupto.
—¿No debería el título de príncipe haber sido cedido al
próximo en la línea familiar? —pregunté.
Andrei soltó una risotada, un poco a medias considerando
su estándar habitual, pero lo ignoré. Podría conocer las normas
particulares de su país, pero yo no y no sentía ninguna
vergüenza en preguntar.
Radu negó con la cabeza.
—Esa no era la manera en que se hacían las cosas aquí en
tiempos medievales. Aquellos nacidos ilegítimamente eran
capaces de reclamar el título de príncipe. De hecho, casi todos
los que habían nacido de la línea Dăneşti o Drăculeşti eran
legitimados cuando los boyardos los asignaban al trono. No
necesitaban ser sangre pura para reinar; simplemente
necesitaban la fuerza de un temible ejército. Muy diferente de
a lo que se acostumbra en Londres. Frecuentemente llevaba a
muchos familiares asesinándose entre ellos por el derecho a
reinar.
No tan diferente de Inglaterra en ese sentido, pensé.
—Aquellos que se oponían a la lucha interna y a la
corrupción subían los rangos de la Orden —dijo Erik, su
acento ruso prominente—. Asumo que estaban asustados de
perder su cultura ante fuerzas invasoras.
—Ai dreptate. Tiene razón. La Orden, aunque nunca se
llamaban así mismos por ningún nombre como parte de su
secretismo, se unieron, peleando por su libertad y sus
derechos. La leyenda dice que eran feroces, ocupándose ellos
mismos de erradicar amenazas de dentro y fuera del reino. De
hecho, hay historias que sugieren que querían unificar el país
eliminando la lucha interna entre las dos líneas reales.
Thomas y yo nos miramos. Mis sentidos se agudizaron
ante este descubrimiento. Era exactamente de lo que estaba
preocupada. Alcé mi mano.
—¡Oh! ¿Sí, señorita Wadsworth? ¿Qué tiene para añadir
a este debate? No puedo decirles lo contento que estoy por el
interés de todos en la clase de hoy. Mucho más animada que
nuestra lección de strigoi.
—Cuando dice «familia real», en ese caso se refiere a la
Casa de Basarab, ¿verdad? ¿No la actual familia real de la
corte?
—Otro pequeño detalle. La familia real actual, la dinastía
Hohenzollern-Sigmaringen, no está relacionada con la Casa de
Basarab de ninguna manera. Para nuestros propósitos, cuando
digo «familia real», hablo del linaje de Vlad Drácula y sus
ancestros. Disfruto mantener nuestras lecciones centradas en
leyendas acerca de la historia medieval de nuestro ilustre
castillo. Trataremos en mayor parte con la línea Drăculeşti.
Los descendientes de Vlad Drácula terminaron de gobernar en
el siglo 1600. Se le hizo creer a la gente que todos sus
descendientes directos están extintos. —Desvió su atención
hacia Thomas—. No obstante, todavía están aquellos en
Rumania que recuerdan la verdad.
—¿La Orden está funcionando en la actualidad? —
preguntó Cian, inclinándose hacia adelante sobre sus codos—.
¿Hay nuevos miembros?
—Allí… —Radu de detuvo a mitad de su respuesta y
rascó su cabeza—. No por un tiempo. Creo que se
extinguieron casi al mismo tiempo que la familia Basarab
perdió su asiento de príncipe. Aunque hay una familia que
asegura provenir de esa línea, de hecho, hay boyardos aquí en
la actualidad. Ahora, ahora. Antes de que nos dejemos llevar,
tengo algunos poemas antiguos que muestran el trabajo y
artimañas de la Orden. El arsénico no era el único truco que
usaban para deshacerse de sus enemigos.
Entregó dos piezas de pergamino a cada uno de nosotros.
Escritos sobre ellos había poemas en rumano, los cuales
tradujo inmediatamente a inglés.
—¡Oh! Simplemente me encanta este. Recuerdo la
primera vez que mis padres me habían presentado… toda esa
molestia. Ahem.

HOMBRES LLORAN, DAMAS GIMEN. POR EL


CAMINO, SE DESPIDEN.
LA VISTA CAMBIA, CUEVAS DISCIERNO. EN LA
TIERRA, ARDIENTES COMO INFIERNO.
FRÍA, PROFUNDA, Y RÁPIDA AGUA HA DE
LLEGAR. EN ESTAS PAREDES TÚ NO HAS DE
PERDURAR.

La sangre se heló en mis venas. Las palabras no eran


exactamente iguales, pero eran sorprendentemente similares al
cántico que había oído fuera de mi habitación. Thomas
entrecerró sus ojos, siempre en sincronía con mis emociones
cambiantes, y volvió a reposar contra su asiento.
—Perdón, Profesor —dijo—, ¿cuál es el título de ese
poema?
Radu pestañeó varias veces, sus pobladas cejas
elevándose con el movimiento.
—Llegaremos a eso en un momento, señor Cresswell.
Eso está copiado de un texto muy especial y sagrado, conocido
como «Poemas de la Muerte». Poezii Despre Moarte. El texto
original ha desaparecido. Muy extraño y desafortunado de
hecho.
Sentí la atención de Thomas sobre mí, pero no me atreví
a mirarlo. Teníamos el libro que Dăneşti había estado
buscando. Cómo la mujer perdida del pueblo lo tenía en su
posesión era otro misterio para añadir a nuestra larga lista.
Los hermanos Bianchi garabatearon notas en sus
cuadernos. Aparentemente esta clase se había vuelto más
intrigante para ellos con la mención de la muerte. Apenas
podía contener mi propia emoción. El incesante desvarío de
Radu podría valer la pena después de todo.
—¿Y este texto era sagrado para la Orden? —pregunté.
—Sí. Sus contenidos eran usados por la Orden del
Dragón como un tipo de… bueno… era usado para liberar al
castillo de supuestos enemigos durante tiempos medievales.
¿Es algo que recuerde, señor Cresswell? Como uno de los
últimos —y casi secreto, creo— miembros de esa casa, su
familia sabría más sobre este texto, me imagino. Su educación
habrá sido excepcional.
Fue sutil, pero no me perdí el pequeño destello de tensión
en la espalda de Thomas. Nuestros compañeros de clase se
movieron incómodos en sus asientos, la revelación
perturbadora incluso para aquellos que estudiaban a los
muertos. No era de extrañar que Thomas no estuviera
interesado en hablar de su ascendencia. Ocultar sus lazos con
Vlad Drácula le ahorraba el inmerecido desprecio.
Radu aparentemente había investigado el linaje materno
de Thomas. Qué intrigante. Mi cuerpo se tensó con alarma.
Radu era mucho menos despistado de lo que parecía.
Thomas alzó un hombro, aparentando ser alguien que no
le importaba para nada el tema de conversación o la tensión
que ahora llenaba la habitación. Se había transformado en un
autómata sin emoción, poniéndose una armadura contra
personas juzgándolo. Nicolae miró su hoja de pergamino, sin
dignarse a mirar a su muy lejano primo. Imaginé que sabía
quién era Thomas y no se lo había dicho a nadie.
—No puedo decir que el poema suene al menos un poco
familiar —dijo Thomas—, o particularmente interesante.
Aunque creo que, si es utilizado en los enemigos de uno,
fácilmente podría matarlos con el tiempo. Una línea más de
ese libro y podría colapsar de aburrimiento.
—No, no, no. ¡Eso sería muy desafortunado! A
Moldoveanu no le gustaría que causara la muerte de sus
estudiantes. —Radu cubrió su boca con una mano, ojos
saltones—. Terrible uso de palabras. Luego del pobre
Wilhelm, Anastasia, y ahora Mariana.
—¿Quién es Mariana? —preguntó Thomas.
—La doncella que fue descubierta la otra mañana —dijo
Radu.
Selló sus labios, viendo a los gemelos Bianchi retorcerse
en sus asientos. Había olvidado que nuestros compañeros
habían encontrado su cuerpo. Estudiar la muerte y encontrar
cuerpos fuera del laboratorio no era lo mismo, y la última
difícilmente era fácil de superar. Conocía demasiado bien los
efectos persistentes de un descubrimiento así.
—Quizás eso es suficiente para la lección de hoy.
Repasé la segunda página de poesía, tomando una
respiración profunda lo suficientemente afilada como para
perforar. Necesitaba más respuestas antes de que la clase
terminara.
—Profesor, el poema que leyó se llama «XI». Ninguno de
los poemas parece tener títulos además de números romanos.
¿Por qué razón?
Radu miró de la página a la clase, mordiéndose el labio.
Luego de un momento, empujó sus lentes hacia arriba por su
nariz.
—Por lo que recopilé, la Orden usaba esto como un
código. La leyenda dice que marcaron pasadizos secretos
debajo de este mismo castillo. Tras puertas marcadas con
cierto número habría… bueno, habría todo tipo de dispositivos
desagradables o trampas por las cuales sus rivales morirían.
—¿Podría darnos ejemplos? —preguntó Erik, primero en
ruso y luego en inglés.
—¡Por supuesto! Ellos parecerían haber muerto por
causas naturales, aunque la manera en la que morían era
difícilmente natural. Se rumorea que Vlad, un miembro de la
Orden, al igual que su padre, enviaría a un noble debajo del
castillo con la promesa de encontrar un tesoro allí. Otras veces
enviaría a boyardos corruptos a estas cámaras a esconderse,
diciendo que había un ejército fuera del castillo y que deberían
refugiarse. Seguirían sus instrucciones, entrarían a las cámaras
marcadas, y encontrarían sus muertes. Luego podría hacer
pasar sus muertes como un desafortunado accidente ante otros
boyardos, aunque estoy seguro de que ellos sospechaban otra
cosa. Tenía una reputación por erradicar la corrupción de este
país de maneras radicales.
Thomas entrecerró los ojos, ahora enfocado en Radu
como si fuese un perro hambriento con un hueso. Sabía
precisamente lo que significaba esa expresión.
—Pero, ¿qué hay de la poesía? —pregunté—. ¿Qué
significaba para los miembros de la Orden?
Radu señaló al pergamino con sus dedos gruesos,
cuidadoso de no borrar la tinta.
—Por ejemplo, este de aquí —tradujo el texto de rumano
a inglés nuevamente:

XXIII
BLANCO, ROJO, MALVADO, VERDOSO. QUIEN
CAZA EN ESTOS BOSQUES SE OCULTA AL OJO.
DRAGONES VAGAN, ECHAN A VOLAR.
CORTANDO A AQUELLOS QUE SE ACERCAN A SU
HOGAR.
TU CARNE COMEN, TU SANGRE BEBEN.
DEJANDO LOS RESTOS EN DONDE QUEDEN.
HUESO BLANCO, SANGRE ROJA. DE TU MUERTE
PRONTO SERÁ HORA.

—Algunos creen que este poema se refiere a un lugar de


reunión secreto de la Orden. Uno en los bosques, donde
realizaban ritos de muerte para otros miembros. Otros creen
que se refiere a una cripta debajo del castillo: una cripta solo
porque una vez que huéspedes confiados entraban, eran
encerrados por la Orden hasta pudrirse. Oí a aldeanos
asegurando que sus huesos fueron convertidos en un lugar
sagrado.
—¿Qué tipo de lugar sagrado?
—Oh, uno donde se realizaron sacrificios al Príncipe
Inmortal. Pero no todo lo que oigas es cierto. La parte sobre
dragones despegando es una metáfora. Traducido
simplemente, significa que la Orden se mueve sigilosamente,
acechando y protegiendo lo que es suyo. Sus tierras. Sus
dioses gobernantes. Su modo de vida. Se transforman en
criatura feroces que te comen por completo y dejan tus huesos.
Significa que, te asesinan y lo único que queda son tus restos.
—¿Sospecha que la Orden del Dragón mantenga los
túneles hoy en día? —pregunté.
—¡Dios mío! No lo creo —dijo Radu, riendo un poco
demasiado fuerte—, aunque supongo que no puedo asegurarlo.
Como mencioné antes, la Orden primero se había creado luego
de los Cruzados. De hecho, Sigismund, rey de Hungría, luego
se convirtió en el Sagrado Emperador Romano.
Antes de que Radu pueda empezar a hablar de los
Cruzados, solté otra pregunta:
—¿Exactamente qué tipo de métodos de muerte
contenían los túneles?
—Oh, veamos, señorita Wadsworth. Algunos pasadizos
contenían murciélagos. Otros estaban colmados de arácnidos.
Se dice que lobos cazaban en otros pasadizos. Una leyenda
asegura que la única manera de escapar de la cámara de agua
era ofrecerle a un dragón un poco de sangre. —Sonrió
tristemente ante la idea—. No creo que las criaturas fueran
capaces de sobrevivir bajo tierra sin una fuente de alimento o
cuidado. Si los pasadizos existen hoy, probablemente son
inofensivos, aunque, no sugeriría buscar nada que este libro
contenga. La mayoría de las supersticiones están basadas en
un hecho real. ¿Hmm? ¿Sí? Como los strigoi, por ejemplo,
debe haber algo de verdad en esos rumores.
Quería señalar que las leyendas de strigoi eran
probablemente el resultado de no sepultar cuerpos lo
suficientemente profundo en invierno. Los cuerpos se
hinchaban con gases y eran expulsados de sus tumbas; uñas
contraídas, haciendo que las manos parezcan garras, de
apariencia fantasmagórica y vampírica, pero no práctica. Para
los ignorantes, ciertamente parecería que sus seres queridos
estaban tratando de salir de sus tumbas. Sin embargo, la
ciencia demostró que eso era simplemente un mito.
El reloj de afuera marcó el final de nuestra clase. Los
guardias no perdieron tiempo en hacer notar sus presencias
nuevamente. Recogí los pedazos de pergamino que Radu nos
había dado y los guardé en mi bolsillo.
—Gracias, profesor —dije, observándolo atentamente—,
he disfrutado esta clase.
Radu rio.
—Un placer. Le agradezco. Ahora tengo, ¿en verdad son
las tres en punto? Esperaba ir a las cocinas antes de retirarme a
mi recámara. Están haciendo mis bollos dulces favoritos. ¡Allá
voy! —Agarró un montón de cuadernos de su escritorio y se
fue.
Me había girado hacia Thomas, lista para hablar de todo
lo que habíamos aprendido y discutir la posible participación
de Radu, cuando Dăneşti saludó con la mano desde la puerta.
Le sonrió a Thomas, burlándose de mi amigo de una manera
que sabía que no resistiría.
—Să mergem. No tenemos todo el día.
Thomas inhaló profundamente. No había mucha
provocación que él pudiera soportar. Antes de que pudiese
reaccionar, él abrió esa maldita boca suya.
—Perros falderos hacen lo que les dicen. No tienen nada
que hacer excepto sentarse y esperar y suplicar por las
próximas ordenes de su amo.
—También muerden cuando los provocan.
—No pretendas que escoltarme de un lado a otro no es la
mejor parte de tu miserable día. Una vergüenza que no hicieras
lo mismo por esa pobre doncella. Aunque soy mucho más
guapo para mirar —dijo Thomas, deslizando una mano por su
oscuro cabello—, al menos sé que no estoy en peligro de ser
llevado por un vampiro, estás demasiado ocupado mirándome.
Gran cumplido. Gracias.
La sonrisa burlona de Dăneşti se volvió absolutamente
letal.
—Ah. He estado esperando por esto. —Él llamó en
rumano, y cuatro guardias más entraron en nuestra ahora vacía
aula de folclor—. Escolten al señor Cresswell al calabozo por
las siguientes horas. Necesita aprender ospitalitate rumana.
Querida Wadsworth,
Finalmente he sido liberado del húmedo infierno que se
dignan a llamar “calabozo.” Ahora estoy sentado en mi
habitación, considerando escalar las paredes del castillo por
diversión. Escuché a los guardias hablando, y parece que esta
noche podría ser nuestra mejor oportunidad de escabullirnos
para buscar en el bosque a quien sea que fuese arrastrado por
los túneles esa noche
A diferencia de nuestro estimado director, no creo que
hayas inventado ese escenario, y me temo que podríamos
habernos equivocado acerca de Ileana estando involucrada
criminalmente. Podría muy bien ser otra víctima, pero solo hay
una manera de asegurarnos.
Si no tienes más noticias de mí, es porque estoy
escabulléndome por los corredores, de camino a tu recámara.
Siempre tuyo,
Cresswell

Traducido por Flochi

Corregido por Brisamar58


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
17 de diciembre de 1888

Qué joven tan dramático. Si Thomas ya se encontraba en


sus aposentos escribiéndome una nota, significaba que había
pasado poco tiempo en el calabozo. Terminé de escribir mi
respuesta y la doblé, agregando un poco de cera roja y
presionándola con mi sello familiar de la rosa.
—Por favor, lleva esto a Thomas Cresswell. —La nueva
criada miró fijamente. Volví a intentarlo, esperando que mi
rumano fuera correcto. Mi mente se encontraba en varios
lugares a la vez—. Vă rog… daţi-i… asta lui Thomas
Cresswell.
—Da, domnişoară.
—Gracias. Mulţumesc.
—¿Necesita ayuda con prepararse para la cama?
Miré a mi vestido sencillo y negué con la cabeza.
—No, gracias. Yo lo puedo manejar.
La sirvienta asintió, levantando la nota y metiéndola bajo
la tapa de una bandeja que estaba llevando. Salió de mis
aposentos y rogué que la entregara sin que los guardias se
dieran cuenta de lo que estaba haciendo.
Caminé de un lado a otro a lo largo de la alfombra en mi
recámara principal, mi mente dando vueltas y repasando hasta
el último detalle del día. Apenas sabía dónde comenzar para
desenredar este nuevo embrollo. Tanto Radu como Ileana
podrían ser el asesino. Radu por su conocimiento de venenos.
Ileana por su habilidad para escaparse entre las comidas.
Pero, con poca educación, ¿ella tenía el conocimiento de
cómo administrar tal cosa como arsénico? ¿Y Radu tuvo la
oportunidad de alimentar a los estudiantes? Y sin embargo
Thomas creía que Ileana podría ser una víctima… lo que
dejaba a Radu como principal sospechoso. Algo me
molestaba. Todavía tenía la sensación que Ileana estaba
involucrada de alguna manera. No podía explicarlo.
Había sacado mi traje de montar y pantalones de mi baúl
y no pasé por alto el bulto de mis faldas mientras seguía
caminando alrededor del cuarto con mi nuevo traje.
No obstante, ¿quién más, además de Ileana, sabría que
Thomas estaría distraído por la vergüenza de su linaje? ¿Cómo
alguien aquí lo conocía lo suficientemente bien como para
usarlo en su contra y estropear su normalmente estelar método
de deducciones? Ileana pudo haber obtenido alguna
información de Daciana; tal vez la había estado usando todo
este tiempo. Dejé de caminar. Eso no se sentía del todo bien
tampoco; un amor tan poderoso no podía ser fingido con
facilidad. Lo que me llevaba de regreso a nuestro profesor.
Ninguna investigación que Radu pudo haber hecho
desenterraría los secretos de la personalidad de Thomas. O tal
vez eso fue simplemente un punto de buena suerte, un
obsequio afortunado. Incluso una mejor idea: el asesino podría
ser alguien con quien no hemos interactuado. Un
estremecimiento bajó por mi espalda. Imaginar a un asesino
sin rostro quien no solamente era habilidoso sino también
bendecido con suerte era especialmente aterrador.
Media hora pasó y todavía no había señales de Thomas.
Me senté en el escritorio y tomé una pluma del tintero. Le
había prometido a Padre que le escribiría y todavía tenía que
enviar una nota apropiada. Miré fijamente al pergamino en
blanco, insegura de qué revelar.
No podía discutir sobre los asesinatos. La bendición y
estímulo de Padre por perseguir mi carrera en medicina
forense no se extendían demasiado. Si él hubiera sabido acerca
del cuerpo que habíamos encontrado en el tren, me habría
hecho regresar a Londres de inmediato.
Un leve ruido de refriega llamó mi atención hacia la
ventana. Sonaba como si un animal hubiera corrido de prisa
por el techo. Mi sangre aguijoneó por todas partes.
Me giré en mi silla y miré hacia el mundo nevado,
atrapado en la oscuridad. Con el corazón latiendo con fuerza,
esperé ver un rostro abominable mirándome, ojos blancuzcos
sin parpadear. No sucedió tal cosa. Probablemente fue un trozo
de nieve o hielo cayendo por el techo. O un ave buscando
abrigo de la tormenta. Suspiré y volví a sentarme en el
escritorio. Nunca dejaría de inventar villanos en las sombras.
Giré la pluma entre mis dedos, intentando pensar en otra
cosa además de ghouls, vampiros y gente experta en venenos.
Casi me había olvidado que era la época de Navidad otra vez.
Momento para alegría, amor y familia. Era difícil recordar que
la vida existía fuera de la muerte, miedo y caos.
Miré a la fotografía de mis padres, permitiendo que los
recuerdos cálidos derritieran las partes frías y científicas de
mí. Recordé la manera en que Padre hacía que nuestro
cocinero preparara una cesta llena de dulces, luego jugaba a
las escondidas con nosotros en el laberinto de Thornbriar.
Había reído libremente y a menudo por aquel entonces,
nunca me había dado cuenta de lo mucho que extrañaría esa
parte de él una vez que pereciera junto a Madre. Poco a poco
estaba saliendo de esa desolada nada que sigue a la pérdida de
un pedazo de tu alma, pero me preocupaba que cayera en
viejos patrones ahora que estaba solo. Desde este momento,
me prometí escribirle a menudo, para mantenerlo ocupado con
los vivos. Estábamos rodeados de suficiente muerte.
Seguí el viejo consejo de mi hermano y me olvidé del
asesinato y la muerte por unos instantes, permitiéndome
recordar que la vida era hermosa incluso durante las horas más
oscuras. Pensé en la magnificencia de este país, la historia
detrás de la arquitectura y sus gobernantes. El hermoso idioma
de su gente, la comida y el amor que se reunía al hacerla.
Querido Padre,
El Reino de Rumania es en verdad encantador. Uno de
mis primeros pensamientos al ver el Castillo Bran y sus
chapiteles fue las historias de niños que mamá y tú nos leían al
ir a la cama. Los azulejos en las torres están cortados de una
manera que me recuerda a las escamas de un dragón. Medio
esperaba que un caballero viniera montado en su corcel en
cualquier instante. (Aunque ambos sabemos que
probablemente yo tomaría prestado su caballo para buscar a mi
propio dragón que matar. Si él es un caballero de verdad y
educado, estoy segura de que no le importaría.)
Las Montañas de los Cárpatos son unas de las más
grandes del mundo, al menos lo que he visto de ellas. No veo
la hora de poder admirar esta tierra durante la primavera.
Imagino que las montañas cubiertas de hielo deben reventar de
vegetación. Creo que disfrutarías tomarte unas vacaciones
aquí.
Tienen estas divinas pastas de carne, llenas con hongos
salados y todo tipo de maravillosos jugos y especias. ¡Las he
comido casi todos los días hasta el momento! De hecho, mi
estómago está gruñendo ante la mera mención de ellas. Debo
llevarte algo de regreso cuando esté de visita.
Espero que estés bien en Londres. Te extraño
terriblemente y tengo una fotografía tuya a la que a menudo le
doy las buenas noches. Antes de que preguntes, te diré que el
señor Cresswell ha sido un perfecto caballero. Se ha tomado su
deber muy a pecho y es un chaperón bastante fastidioso.
Estarías orgulloso.
Su hermana, la señorita Daciana Cresswell, nos ha
invitado a un baile de Navidad en Bucarest. Si el clima lo
permite, será un momento encantador. Desearía poder ir a casa
para el año nuevo y visitar. Por favor, dale mi afecto a tía
Amelia y Liza. Y cuida de ellas y de ti.
Volveré a escribir pronto. Estoy aprendiendo mucho aquí
en la academia y no puedo agradecerte lo suficiente por
permitirme estudiar en el extranjero.

Tu amorosa hija,
Audrey Rose.

PD: ¿Cómo le está yendo Tío? Espero que sigas viéndolo


y lo invites a cenar. Puede que sea atrevida al decirlo, pero
diría que se necesitan mutuamente, especialmente durante esta
temporada complicada. Feliz Navidad, Padre. Y muy felices
noticias para el nuevo año. ¡1889! No puedo creer que ya casi
esté sobre nosotros. Hay algo nuevo y maravilloso sobre el
comienzo de un año nuevo. Espero que nos acompañe con la
promesa de nuevos comienzos para todos. Será

Thump. Thump.
La tinta se derramó en las últimas palabras de la página,
mi cuidadosa escritura arruinada. Me aparté del escritorio tan
rápidamente que la silla se cayó. Algo estaba en el techo.
Aunque sabía que era una locura, me imaginé alguna criatura
humanoide, que acababa de salir de su tumba, el olor a tierra
recién movida envolviendo mis sentidos, mientras sus
colmillos se mostraban, listos para drenar mi sangre.
Contuve el aliento y me apresuré a mi baúl de suministros
postmortem, agarrando la sierra de huesos más grande que
pude encontrar y sosteniéndola delante de mí. ¿Qué, en el
nombre de la reina…
Arañazo. Sonaba como si algo estuviera arañando el
techo de tejas rojas mientras se dirigía hacia abajo. Otra vez, la
imagen de un strigoi asaltó mis sentidos. Una criatura
humanoide con piel muerta y gris y colmillos negros goteando
la sangre de su última comida, raspando en su camino hacia
mis aposentos para atiborrarse una vez más. Una parte de mí
quería correr al corredor y gritar a los guardias.
Thump. Thump. Thump. Mi corazón latía al doble de su
ritmo normal. Era el sonido de un caminar pesado. Lo que sea
o quien sea que estaba en el techo, estaba usando botas de
suela pesada. Imágenes de vampiros y hombres lobo dieron
paso a ideas más perturbadoras de humanos depravados. Unos
que habían asesinado exitosamente al menos a cinco víctimas.
Retrocedí hacia mi mesita de noche, sin nunca alejar la
mirada de la ventana y bajé la sierra para girar el dial de mi
lámpara de aceite. Se hizo la oscuridad, con la esperanza de
que me hiciera invisible para quien sea que todavía estuviera
arrastrándose por el techo.
Esperé, el aliento atrapado entre las garras del terror y
observé. Al principio, todo lo que vi fueron amontonamientos
pesados de nieve cayendo más allá de mi ventana. Los sonidos
de raspar y pesadas pisadas fueron reemplazados por una
especie de ruido de deslizamiento.
Entonces todo sucedió a la vez.
Una sombra más oscura que el carbón eclipsó el mundo
nevado de afuera. Sacudió mi ventana con una fuerza
tremenda, el pequeño pestillo apenas permaneció en su sitio.
El temor paralizó mis extremidades. Quien sea que estuviera
allí estaba a segundos de bien, romper el cristal o romper el
ligero pestillo.
Alcé la sierra y di un pequeño paso hacia delante. Luego
otro. Las reverberaciones del asalto en la ventaba amplificaron
mi acelerado pulso. Me acerqué más a la ventana, escuchando
al fantasma tocar, probar y… maldecir.
Una mano enguantada golpeó otra vez el cristal. Arrojé la
sierra y me moví rápidamente, abriendo la ventana y
agarrándolo como si nuestras vidas dependieran de ello.

Traducido por Masi

Corregido por Brisamar58


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
17 de diciembre de 1888

—¿Has perdido por completo el juicio?


Las largas piernas de Thomas pateaban salvajemente el
borde del tejado mientras yo sujetaba su abrigo con más fuerza
de la que sabía que poseía.
—Deja de sacudirte, vas a perder el agarre y me llevarás
contigo.
Resopló una carcajada.
—Exactamente, ¿qué sugieres, Wadsworth?
—Impúlsate hacia adelante mientras yo tiro.
—Que… tonto… por… mi parte entrar en pánico.
Mientras estoy colgado… a centímetros de distancia… de una
muerte segura.
Tomó algunas maniobras, pero me las arreglé para
enganchar mis manos debajo de sus brazos, luego usé todo el
peso de mi cuerpo para caer hacia atrás, halándolo a través del
alféizar de la ventana hacia mí. Chocamos contra el suelo,
causando todo tipo de ruido cuando nos golpeamos miembros
y cabezas.
La nieve entraba en mi habitación, formando remolinos y
furiosa. Thomas se apartó de mí y se tendió en el suelo,
mirando el techo, con la mano sobre el torso, jadeando. Su
abrigo negro estaba casi empapado. Me levanté, los brazos
temblando incontrolablemente por la adrenalina y el terror que
aún recorrían mi cuerpo en torrentes malvados, y cerré la
ventana.
—En nombre de la reina, ¿en qué estabas pensando?
Trepando un tejado de piedra… durante una tormenta de
nieve. Yo… —Apreté mis manos en puños para evitar que
temblaran con el frío—. Casi te caes del tejado, Thomas.
—Te dije que me estaba preparando para escalar el
castillo. —Un mechón de cabello húmedo cayó sobre su frente
mientras estiraba el cuello hacia arriba—. Tal vez unos pocos
mimos o felicitaciones sería lo apropiado. Fue bastante heroico
por mi parte, enfrentarme a todas las probabilidades para
entrar en tus aposentos. No necesito ser reprendido.
—Heroico no es el término que usaría. —Suspiré—. Y no
seas molesto. Es impropio.
Thomas se sentó, esa maldita sonrisa torcida mostrándose
en su boca.
—Daci y yo solíamos escabullirnos de nuestras
habitaciones y subir al tejado cuando éramos niños. Eso
enloquecía por completo a nuestra madre. Estaba organizando
una cena aburrida en ausencia de Padre, y nosotros
espiábamos a los nobles que asistían. —Se levantó del suelo y
se quitó el abrigo con unas cuantas sacudidas de sus dedos
enguantados—. Sin embargo, no recuerdo que ninguna de
nuestras salidas envolviera a una tormenta de nieve. Un
descuido menor.
—En efecto. —Inhalé profundamente. Sólo Thomas
podía hacer algo tan exasperante, como prácticamente caerse y
matarse ante mis ojos, y luego ofrecer un poco de su pasado
para calmar mi ira—. ¿Tu madre a menudo organizaba eventos
mientras tu padre estaba fuera?
La ligereza se desvaneció de su expresión.
—Padre casi nunca viajaba con nosotros a Bucarest. No
creía en celebrar nuestra maldita ascendencia. —Thomas se
dirigió hacia mi armario y revolvió entre mis cosas. Me
entregó mi capa—. Debemos darnos prisa. La tormenta apenas
está empezando.
****
Me sentía agradecida por las gruesas medias metidas en
mis botas mientras caminábamos a través de la nieve. Estaba
pesada y húmeda, y se aferraba al fondo de mi capa con todo
lo que tenía. En el pasado me habían encantado las noches
invernales. El silencio que encapsulaba la tierra, la brillante
chispa de hielo destellando por el brillo de la luna. Pero eso
era mientras estaba metida dentro de la seguridad de mi casa
de Londres, con una taza de té, un fuego llameante y un libro
ubicado en mi regazo.
—Aquí es donde los viste llevarse el cuerpo, ¿correcto?
Thomas señaló hacia la brecha en el bosque, el pequeño
sendero en la parte trasera de los terrenos del castillo donde
habíamos salido. Asentí, mis dientes repiqueteando mientras la
nieve se mezclaba con la aguanieve. Era una noche horrible
para una aventura al aire libre, pero ya no podíamos darnos el
lujo de esperar mejores circunstancias. Si Daciana o Ileana
hubieran sido raptadas, tal vez encontraríamos una pista aquí:
una rápida comprobación de las morgues no había arrojado
ninguna luz. Aunque cómo encontraríamos algo en la
oscuridad, con nieve cubriéndolo, parecía una tarea
inalcanzable.
Nos detuvimos cerca de la entrada al bosque, la luz de la
luna arrojando las largas y delgadas sombras de los árboles en
nuestra dirección. Garras, zarpas… las imágenes me
inquietaron.
Thomas inspeccionó el suelo a ambos lados del sendero,
su cuerpo temblaba ligeramente cuando el viento se levantó.
—Parece inalterado. Deberíamos ser capaces de avanzar
un poco, ver si nos encontramos con algo. Tal vez buscar los
depósitos de alimentos que Moldoveanu afirma que están aquí.
Luego regresaremos al castillo y volveremos a entrar por
donde vinimos, a través de las cocinas.
El viento azotó mechones de cabello de mis trenzas, pero
estaba demasiado congelada como para sacar mis manos de
debajo de la capa. Estaba bastante segura de que esta era la
noche más fría jamás conocida en el mundo. Cuando no
respondí, Thomas se dio vuelta. Notó las lágrimas que se
deslizaban por mis mejillas, el viento que golpeaba mi rostro
con mi propio cabello y se acercó lentamente. Sin ninguna
insinuación o coqueteo, metió mi cabello detrás de mis orejas
con dedos temblorosos.
—Lo siento, está tan horrible afuera, Wadsworth.
Apresurémonos y regresemos al interior.
Se prestó a ayudarme a regresar al castillo, pero bloqueé
mi avance con mis talones congelados.
—N-no. No. Vamos a v-ver qué hay ahí fuera.
—No estoy seguro… —Levantó las manos en señal de
rendición mientras yo le lanzaba una mirada de resolución—.
Si lo tienes claro…
Noté sus propios escalofríos y el enrojecimiento de su
nariz.
—¿Puedes quedarte aquí fuera un poco más?
Asintió, aunque la duda estaba allí. Reuní mis fuerzas y
me dirigí hacia el bosque, Thomas siguiendo mi rastro. Las
ramas de abeto cubiertas de nieve colgaban bajas, haciendo
sonidos extraños a nuestro alrededor. Era como si alguien
estuviera sosteniendo sus guantes sobre mis oídos, aunque
también parecía como si pudiera escuchar a kilómetros de
distancia, en cualquier dirección. Me concentré en el crujido
de las botas de Thomas mientras aceleraba para seguir mi
ritmo. Copos de nieve caían en grupos, golpeando el suelo con
un ¡plaf!
Ningún sonido de animal. Gracias a Dios por los
pequeños favores. Probablemente hacía demasiado frío incluso
para que los lobos estuvieran merodeando por estos terrenos.
El sendero continuó durante lo que parecieron kilómetros,
aunque sólo faltaban unos pocos cientos de metros para llegar
a una desviación. El camino a la derecha parecía más ancho,
como si alguien hubiera tenido mucho cuidado en talar árboles
jóvenes y cincelarlos. Imaginé que era allí donde
encontraríamos los depósitos de alimentos.
Sin embargo, el camino hacia la izquierda estaba cubierto
de arbustos de aspecto espinoso. Las espinas y las hojas
afiladas daban una advertencia a cualquiera que estuviera
considerando tomarlo. Contuve el impulso de huir en la
dirección opuesta. Esa sensación familiar de ser vigilada por
alguien antiguo y amenazante atravesó el área entre mis
omóplatos.
Sabía que Drácula no era real, pero su fantasma
ciertamente se sentía como si estuviera acechando estos
bosques. La piel de mi nuca se erizó mientras imágenes de
strigoi, arrastrándose por el bosque, esperando para atacar,
emergieron. Me tomé un momento para calmar mis nervios.
No tenía ningún deseo de explorar un pasaje que la Naturaleza
estaba tan decidida a mantener para sí. Especialmente por la
noche, durante una tormenta de nieve, mientras que un
verdadero asesino estaba cerca. Podría parecer cobarde, pero
al menos viviríamos para cazar otro día. Señalé hacia el
camino más transitado, la nieve caía cada vez más rápido.
—Comprobaremos el otro camino durante el día. Veamos
si los depósitos de alimentos están por aquí. —La única
respuesta fue el silencio, salpicado por unas cuantas gotas de
nieve. Me di vuelta, la capa girando a mi alrededor como las
faldas de una bailarina—. ¿Thomas?
Nada. Todo a mi alrededor se mantuvo inquietantemente
silencioso, excepto por el zumbido en mis oídos. Me apresuré
hacia el camino de la derecha, notando el único conjunto de
huellas que transitaban por él. Maldito Cresswell. Separarse
durante una tormenta de nieve en medio del bosque era otra de
sus ideas ganadoras. Lo maldije en silencio todo el tiempo que
me tomó patear a través de la nieve. Después de unos cuantos
pasos más, me topé con una pequeña estructura de piedra que
se encontraba anidada entre dos grandes rocas. En realidad, no
era más que una choza.
Las huellas de Thomas desaparecían en el interior. Juré
que iba a darle un pedazo de mi…
De repente, salió del edificio y casi rompió la puerta
cuando la cerró de golpe. Antes de que pudiera preguntar qué
demonios estaba pasando, un fuerte gruñido atravesó la
silenciosa nevada. Seguido de un largo y triste aullido.
La piel de gallina se formó a lo largo de toda mi longitud
cuando varios otros gritos atravesaron la noche.
—¡Cresswell!
Thomas se dio la vuelta, con las manos todavía sujetando
el picaporte. Rasguños y resoplidos patearon frenéticamente la
madera, el sonido aterrador en la por otra parte tranquila
noche.
—¡Wadsworth, a la cuenta de tres, corre!
No había tiempo para discutir. Thomas contó demasiado
rápido para que protestara. Antes de que gritara «Tres», ya
estaba en marcha. Nunca me había sentido más agradecida por
desechar las faldas a favor de los pantalones, mientras iba lo
más rápido que podía sobre los terraplenes de nieve y ramas.
Thomas se apresuró hacia el bosque detrás de mí,
gritándome que no me diera la vuelta, que siguiera corriendo.
Ignoré los aullidos en respuesta, aunque ahora podía escuchar
a otras criaturas saltando a través de la nieve detrás de
nosotros. No me detuve. No pensé en cómo el aire helado
quemaba mis pulmones mientras me lo tragaba. No me
concentré en el sudor frío que cubría mi piel, ni en el camino
aparentemente interminable hacia el castillo. Especialmente,
no me imaginé lobos del tamaño de elefantes que se
apresuraban a través del bosque detrás de nosotros, listos para
arrancarnos las extremidades y despedazarlas.
Deseé que Moldoveanu y Dăneşti estuvieran vigilando
los bosques de nuevo, pero no tuvimos esa suerte. Salimos del
bosque, corriendo tan rápido como nos lo permitieron los
elementos y nuestros cuerpos.
Thomas me agarró la mano, un salvavidas en la tormenta
de terror. Los ladridos y gruñidos salían de entre la maleza, los
lobos ahora solo a metros de distancia de nosotros. Pensé que
mi corazón podría detenerse en cualquier momento. Íbamos a
ser atacados. No había manera de superarlos. Estábamos…
Un disparo explotó desde la línea de los árboles.
Thomas me tiró al suelo, protegiéndome con su cuerpo.
Levanté mi cabeza sobre su hombro, viendo como dos grandes
lobos se retiraban hacia el bosque. Cada parte de mí estaba
congelada, pero en lo único en que podía concentrarme era en
el subidón de adrenalina. Alguien les había disparado a los
lobos. ¿Éramos los siguientes?
Copos de nieve salpicaban mi cabello y mi ropa. Thomas
se apartó de mí, explorando lentamente el área. Noté la rápida
subida y bajada de su pecho y la forma en que se tensó
esperando cualquier otro ataque. Tomó mi mano y me ayudó a
levantarme.
—Apresúrate. No veo a nadie, pero definitivamente hay
alguien ahí afuera.
Busqué una sombra o silueta del pistolero. No había más
que humo persistente y el olor acre de la pólvora. Esta vez,
cuando me estremecí, no tenía nada que ver con el hielo
deslizándose por mi espina dorsal. Corrimos hacia la luz
amarilla de las cocinas, sin mirar hacia atrás hasta que
estuvimos a salvo en el interior y Thomas había cerrado la
puerta de una patada. Me derrumbé sobre una larga mesa de
madera, esquivando por poco unos cuantos montículos de
masa para pasteles.
—¿Quién…
La puerta se abrió de golpe y una figura bastante fornida
entró dando pisotones para quitarse la nieve de sus botas, con
el mosquete colgado sobre su espalda. Thomas y yo agarramos
los cuchillos del mostrador. La figura avanzó, ajena a los
cubiertos que ahora le apuntaban. Con un movimiento rápido,
su capucha fue lanzada hacia atrás. Radu parpadeó hacia
nosotros.
—Señor Cresswell. Señorita Wadsworth… —Se quitó el
mosquete de su hombro y lo apoyó contra una mesa de
caballete. En ella había un tazón de estofado, el vapor aun
elevándose desde el centro y un trozo de pan partido en trozos
—. Les advertí sobre el bosque. ¿Hmm? —Radu sacó un
taburete y se sentó, disponiéndose a comer su comida de la
noche—. Corran de regreso a sus aposentos. Si Moldoveanu
descubre que han dejado el castillo, desearán que los lobos los
hayan alcanzado primero. Peligroso. Muy peligroso lo que
hicieron. Pricolici4 en todas partes.
Thomas y yo ni siquiera intercambiamos una mirada
mientras nos disculpábamos y corríamos hacia la puerta.
Kit Post-mortem, c. 1800.

Traducido por âmenoire


Corregido por Flopy Durmiente
Sala de cirugía de Percy
Amfiteatrul de chirurgie al lui Percy
Castillo Bran
21 de diciembre de 1888

—Hoy estaré dirigiendo la lección en lugar del Profesor


Percy. —Moldoveanu apuntó hacia los gemelos Bianchi—. Si
todavía quieren realizar esta tarea, sugiero que vengan a la
mesa de operaciones.
Sin mayor insistencia, los gemelos se apresuraron hacia el
escenario quirúrgico y tomaron sus lugares. Aun cuando
nuestra academia estaba aparentemente bajo ataque, todavía
estaba el asunto del curso de evaluación y esos dos tentadores
lugares por los que todos estábamos peleando.
Giovanni hizo un trabajo excepcional creando una
superficie firme para que su bisturí se deslizara. Su gemelo le
entregó un cuchillo de pan forense después de que abriera el
cadáver de la doncella asesinada, Mariana. Removió su hígado
cuidadosamente, notando la misma decoloración que había en
el cadáver de Anastasia. Giovanni utilizó el largo cuchillo para
extraer una muestra y colocarla sobre un portaobjetos. Parecía
algo horrible que una herramienta médica se llamara cuchillo
de pan cuando su propósito era cortar especímenes y no
alimentos horneados.
Cian se había ofrecido para realizar la autopsia, pero los
gemelos insistieron en hacerlo. Dado que ellos habían
descubierto el cuerpo de la doncella, sentían la obligación de
asistirla en su muerte. Una sensación inquietante estaba
presente en la sala con nosotros; era difícil estudiar los cuerpos
sin sangre. Tener a Moldoveanu dirigiendo esta lección no
aliviaba la pesada atmósfera. Su expresión era más dura de lo
habitual, un escudo añadido que llevaba desde el
descubrimiento de los restos de su protegida. Había querido
ofrecer mis condolencias antes de clase, pero la amenaza en su
mirada inmovilizó mi lengua.
—Excelente técnica. —Moldoveanu ajustó su delantal—.
Como los otros cadáveres, a este también le falta su sangre,
como estoy seguro de que todos pueden ver. ¿Por qué, si
tuvieran que hacer una conjetura, creen que el asesino está
tomando la sangre?
La mano de Noah fue la primera en levantarse.
—Los periódicos locales dicen que el Lord Empalador ha
regresado. Los aldeanos están en pánico. Es alguien quien
disfruta del miedo, creo. Muerte y asesinato no son la parte
satisfactoria. Es la histeria que los rodea.
—Interesante teoría. Entonces, ¿dónde supone que están
desechando la sangre una vez que ha sido extraída?
El ceño de Noah se frunció.
—Hay un río cerca de la aldea. Tal vez la arrojan allí.
—Quizás. —Moldoveanu levantó un hombro—. Vamos a
ver quién leyó por adelantado sus libros de anatomía.
¿Cuántos litros de sangre hay en el cuerpo humano? ¿Alguien?
—Cinco… tal vez… un poco más… dependiendo del
tamaño de la persona —dijo Erik.
—Correcto. Que es alrededor de un galón. —Moldoveanu
caminó alrededor del cuerpo, su atención aterrizando en cada
uno de nosotros—. Esa es una gran cantidad de sangre para
transportarla por la aldea. Aunque no imposible, ¿cierto?
—Aunque, podría ser demasiado arriesgado —añadió
Noah—. Incluso si fuera transportada en un cubo de madera,
la posibilidad de que se derrame por los costados existiría.
Además, si alguien lo notara, los aldeanos podrían sonar la
alerta.
—Efectivamente. Aunque aparentemente es un excelente
depósito para la sangre, el río representa una amenaza
demasiado grande para este asesino en particular. Me parece
que es el tipo de persona que no desea ser detenido. Es
cuidadoso. Probablemente ha estado planeando esto por algún
tiempo. Creo que tiene un historial de actos violentos,
comenzando desde su infancia. Aunque otros puedan asegurar
que esto no tiene ninguna importancia. Encuentro que es una
herramienta útil considerar la historia del perpetrador.
Moldoveanu les señaló a los gemelos para que
continuaran con la autopsia. Giovanni removió un poco del
estómago. Sus contenidos serían examinados en busca de
signos de arsénico, aunque un familiar olor a ajo ya persistía
en el aire. Miré alrededor de la habitación; cada estudiante
estaba tomando notas cuidadosamente, su concentración más
intensa bajo la vigilante mirada del director.
Intenté recordar mi conversación con Anastasia,
convencida de que tenía que haber alguna indicación de lo que
había descubierto sobre la escena en la casa de la mujer
desaparecida. Odiaba pensar en ella viajando sola a la aldea y
encontrando su muerte. Pero ni siquiera sabía si había llegado
tan lejos. Por lo que sabía, nunca llegó más allá de los túneles
en los que su cuerpo había sido encontrado. ¿Era el asesino
alguien en esta habitación y si era así, quién habría sido
capaz de desechar esa cantidad de sangre tan rápidamente?
Discretamente inspeccioné a Andrei y a Nicolae, quienes
hablaban por lo bajo entre ellos en rumano. Podrían estar
trabajando juntos, aunque me advertí de no concentrarme por
completo en ellos y perderme de otras pistas.
Mi atención se desvió hacia los gemelos Bianchi.
Recordé a Anastasia comentando como ignoraron sus intentos
de charlar. ¿Era uno de ellos la persona por la que ella había
estado intrigada? Si desechar la sangre era un riesgo
demasiado grande para una sola persona, ¿eso apuntaba a
ambos trabajando juntos? Eran muy buenos en ciencias
forenses y seguramente tenían un amplio conocimiento en
venenos. Quizás tampoco era una coincidencia que hubiesen
descubierto el cuerpo de la doncella.
Miré hacia Thomas. Ya me estaba observando, su cabeza
inclinada hacia un costado como si estuviera leyendo mis
pensamientos. No habíamos sabido qué opinar de Radu la otra
noche y no pudimos hablar después debido a los guardias
patrullando los pasillos. Habíamos sido afortunados en llegar a
nuestros aposentos sin ser descubiertos.
Todavía no podía creer que Radu nos hubiera salvado de
los lobos depredadores en mitad de la noche, luego regresado a
su comida como si nada hubiera ocurrido. Su comportamiento
era predecible en su imprevisibilidad. Aunque todavía me
parecía difícil imaginarlo asesinando estudiantes o a alguna
otra persona.
—Me temo que ya acabó la lección de hoy. Debido a los
eventos recientes, he decidido que esta sea su última clase
antes de las vacaciones de Navidad —dijo Moldoveanu
cuando el reloj repicó la hora—. Las clases comienzan de
nuevo el veintiséis. No pongan a prueba mi paciencia; no soy
fanático de las llegadas tardías.

Traducido por LizC

Corregido por Flopy Durmiente


Vestíbulo
Foaier
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

A la mañana siguiente, Thomas y yo nos encontramos en


la cámara de recepción del castillo, listos para embarcarnos en
nuestro viaje a Bucarest. Noah y Cian nos habían despedido
antes de desaparecer en el comedor, y ahora estaba perdida en
mis pensamientos, temiendo que Daciana no estuviera allí para
recibirnos a nuestra llegada. Thomas le había escrito
inmediatamente después de nuestras sospechas iniciales sobre
Ileana, pero Daciana no había contestado. Si estaba herida, o
peor… no podía permitirme pensar de esta manera.
Thomas se movía de vez en cuando, su atención centrada
en la pequeña ventana junto a la puerta. Nuestro carruaje debía
llegar en cualquier momento. Cerré los ojos, haciendo todo lo
posible por ignorar el recuerdo del cadáver de Anastasia.
Había tantos rasguños y marcas de mordiscos, había sido
difícil reconocerla. El recuerdo de esos murciélagos cubriendo
su cuerpo… un repentino estallido de calor abrumó mis
sentidos. Necesitaba salir al frío antes de enfermarme.
Me precipité más allá de Thomas y abrí la puerta de
golpe, jadeando en enormes bocanadas de aire helado. Afuera,
el olor a pino se mezclaba con el de las fogatas rugiendo
dentro. El sol cubierto de nubes apenas había estirado sus
brazos en el horizonte, y la temperatura era lo suficientemente
fría como para crear carámbanos que parecían colmillos
rodeando la puerta principal. La nieve caía en un ritmo
constante.
El frío estabilizó la temperatura de mi cuerpo,
permitiendo que las náuseas pasaran.
—¿Estás bien? —Thomas estaba a mi lado, con el ceño
fruncido en preocupación.
Asentí.
—El aire está ayudando.
Thomas dirigió su atención al camino empedrado, aunque
parecía estar perdido en su mente. Los dos estábamos
envueltos en nuestras capas más cálidas, metidos en capas
sobre capas de material pesado luchando contra la tormenta
invernal. La capa de Thomas era negra como el alquitrán, con
pelaje a juego alrededor del cuello. Se quedó mirando a la
nada, su mandíbula apretada con fuerza. No podía imaginarme
los pensamientos corriendo por su mente.
Metí mis manos en el manguito colgando de mi cuello.
—Sin importar lo que descubramos, lo superaremos.
Somos un equipo, Cresswell.
Thomas estampó sus pies y sopló algo de calor entre sus
manos vestidas de cuero, el vapor elevándose como la niebla
de Londres a su alrededor.
—Lo sé.
Una frialdad familiar se instaló en sus rasgos. Este era el
Thomas Cresswell que había conocido por primera vez en
Londres. El joven que no permitía que nada ni nadie se
acercara demasiado. Aquel que sentía con demasiada
profundidad, me di cuenta. Liza había tenido razón hace
algunos meses, más de lo que había imaginado. Thomas usaba
la distancia como una barrera contra el daño. No era frío ni
cruel; ni siquiera cerca a los parientes con los que temía ser
comparado. Era frágil y sabía exactamente dónde estaban sus
puntos más débiles. Para ayudar a los que amaba, destrozaría
el mundo.
—Thomas. Yo…
Un elegante carruaje negro se detuvo ante nosotros, con
caballos tan altos y orgullosos como el conductor que abrió la
puerta con una exagerada floritura. Thomas ofreció su mano y
me ayudó a subir al carruaje antes de sentarse frente a mí.
Intenté ignorar la sensación de error que se agitó dentro de mí
al sentarme en un espacio tan pequeño sin un chaperón
mientras él empujaba el ladrillo caliente a mis pies.
—¿Qué estabas diciendo, Wadsworth?
Sonreí.
—Nada. Puede esperar.
—¿Qué estás solventando ahí? Algún miedo profundo
o… —Sus poderes de percepción se activaron en un instante.
Una sonrisa perezosa se extendió por su rostro, reemplazando
la intensidad de su expresión anterior. Se recostó, y luego
palmeó el pequeño espacio a su lado en el asiento—. Bucarest
está a varias horas de distancia. No hablemos de asuntos serios
todavía.
Inspeccioné a mi amigo, pero no dije nada. Mis
pensamientos volvieron a mi incomodidad. Era bastante
escandaloso viajar sin un vigilante, pero la señora Harvey ya
había dejado Braşov y debíamos confirmar que Daciana estaba
a salvo en Bucarest. El decoro e incluso nuestra reputación
debían reservarse para el bien mayor. Aunque Padre podría no
verlo de la misma manera si lo descubriera. Me incliné hacia
atrás y alejé esas preocupaciones.
Nos marchamos, dejando el castillo gótico en su posición
privilegiada entre las montañas. Vi como desaparecía
lentamente detrás de remolinos de nieve. Imaginé la gélida
mirada de la fortaleza alcanzando nuestro carruaje, intentando
arrastrarnos de vuelta en vano. No podía creer lo mucho que
un edificio hecho de piedra podía adquirir cualidades
humanas. Cualidades monstruosas, de hecho.
Dejé caer mis manos en mi regazo, la sonrisa
desvaneciéndose con la acción.
—Anoche hice una investigación sobre la Casa de
Basarab.
Thomas desvió su rostro, estudiándome por el rabillo del
ojo, lo que me impidió leer completamente su reacción.
—Suena terriblemente aburrido. Madre contrató a una
institutriz para Daciana y para mí, y parte de sus gloriosas
enseñanzas incluyó memorizar nuestro árbol genealógico de
Basarab. Más ramas y ramas espinosas que todo un bosque de
zarzas, con Daci y yo siendo las únicas flores. ¿Estás segura
que no preferirías acurrucarte? Sería una gran mejora sobre
este tema. Me gustaría mucho no pensar en nada relacionado
con Tío Drácula.
Se movió en su asiento, una indicación que había llegado
a reconocer cuando había secretos que no estaba divulgando.
Sus tics y peculiaridades eran sutiles, pero había sido una
alumna estudiosa. Me senté hacia delante, mi corazón latiendo
fuertemente con intriga.
—Tenme paciencia. Como dijiste, hace mucho tiempo la
Casa de Basarab se dividió en dos familias descendientes. Una
línea era la Dăneşti, y la otra era la Drăculeşti. Tu familia y el
Príncipe Nicolae son de dos ramas diferentes. Él es de sangre
Dăneşti, y tú eres de Drăculeşti. Técnicamente, Wilhelm Aldea
y la guardia real también son de sangre real, todos
relacionados con Nicolae. ¿Cierto?
Thomas separó las cortinas, su boca cerrada
obstinadamente. Unos segundos transcurrieron mientras nos
arrastrábamos por un paso nevado. Cuando se recostó y
exhaló, supe que había decidido responder a mis preguntas.
—Sí. Los dos somos descendientes de la Casa de
Basarab. Aunque eso fue hace muchas, muchas generaciones
atrás. No estoy seguro de dónde se encuentra el guardia
Dăneşti en el árbol genealógico, pero supongo que está
relacionado de alguna manera con Nicolae y Wilhelm.
Técnicamente, estoy relacionado con Vlad Drácula, y Nicolae
no.
—¿Crees que eso funciona a tu favor? ¿Y… de Daciana?
Thomas dejó que el terciopelo volviera a su lugar, con la
ventana cubierta excepto por una pequeña rendija. La luz se
filtraba a través de ella, dando un halo dorado a un borde de su
mandíbula.
—¿Estás sugiriendo que mi hermana podría no estar
muerta?
—No estoy segura de lo que pienso. —Me mordí el labio,
sin saber cómo proceder—. ¿Es extraño que Ileana, una
campesina del pueblo probablemente sin educación, supiera la
línea histórica de una casa depuesta? Todo es tan complejo.
Eres descendiente de ello y es difícil incluso para ti resolverlo.
¿Ella comprendería las complejidades de las familias
medievales, incluso si son tan infames?
—¿Qué estás sugiriendo?
—¿Y si alguien está usando a Ileana… y si la Orden del
Dragón de alguna manera la obligó a seguir sus planes?
¿Cómo descubriríamos quién es un miembro? ¿Quién estaría
bien versado en los linajes? ¿Por qué están asesinando solo a
miembros del clan Dăneşti, pero a la misma vez asesinando a
la clase baja? —Inhalé profundamente, obligándome a
expresar mi mayor preocupación—. Hasta ahora, ningún
miembro de tu línea ha sido asesinado. Daciana bien puede
estar en Bucarest, ilesa. O… ¿y si… y si no está desaparecida
en absoluto? Al menos no desaparecida por falta de medidas.
¿Quiénes son la Orden, Thomas? ¿Qué es lo que quieren en
última instancia? ¿Están protegiendo a tu hermana, a tu línea?
¿Cómo encaja la familia real actual con todo esto; acaso Radu
estaba equivocado? ¿Acaso todos están relacionados con tu
familia?
—La familia real actual no tiene ninguna relación con
ninguno de los dos lados de la Casa de Basarab. —Se reclinó
hacia delante, sus ojos severos—. ¿Crees que ellos son…?
El carruaje se detuvo abruptamente, la cabina
sacudiéndose bruscamente hacia delante antes de moverse
hacia atrás. Nuestro conductor gritó a alguien en rumano, su
tono no tan alegre como su expresión lo había sido momentos
antes. Presioné mi rostro contra la ventana fría, pero no pude
ver con quién estaba hablando el conductor. La aguanieve
prácticamente caía desde el cielo en sábanas congeladas.
La mirada de Thomas no estaba en la ventana cuando me
di vuelta; estaba sujeta al pomo de la puerta. El pomo giró
lentamente hacia un lado. Un escalofrío bajó por mi corpiño.
Nuestro conductor gritó algo que sonó como una maldición en
rumano. Sin pensarlo, me abalancé y agarré el pomo, pero no
tenía el peso suficiente para evitar que la puerta se abriera.
Un rostro retorcido apareció en nuestro carruaje, con las
cejas blancas por la nieve y las mejillas sonrojadas por el
viento azotando.
Dăneşti mostró una sonrisa encantada que no llegó a sus
ojos.
—Nadie abandona los terrenos, por orden de la familia
real.
Thomas movió sus extremidades sutilmente frente a mí,
creando una ligera barrera entre el guardia y yo.
—No puedes retenernos aquí. El director ya nos ha dado
permiso para irnos.
—El Príncipe Nicolae no estaba en su recámara cuando
fuimos a escoltarlo a su casa. Hasta que sea recuperado,
retendremos a todos. —Sin pronunciar una palabra más,
Dăneşti cerró la puerta de golpe. Observé en silencio cómo
unos guardias a caballo flanquearon nuestro carruaje. Y
fuimos escoltados de regreso a la academia, el despiadado
bosque balanceándose con entusiasmo a medida que nos
acercábamos aún más a los terrenos.
Mi mente se agitó con esta nueva revelación. Nicolae no
estaba relacionado con el rey y la reina actual, entonces ¿por
qué la corte se asustaba por su desaparición? Si el príncipe
realmente estaba desaparecido, entonces él probablemente no
podía estar trabajando con Ileana o ser miembro de la Orden.
Lo que significaba que alguien más con amplio conocimiento
de las líneas de sangre lo estaba. No pude evitar que mis
sospechas aumentaran. ¿Acaso en realidad era a Daciana a
quien estábamos cazando? ¿Habíamos sido cegados una vez
más?
Tal vez no estaba siendo retenida contra su voluntad ni
siendo protegida. Tal vez ella era la que orquestó todo esto. Si
las familias aristocráticas fueran miembros de la sociedad
secreta, como Radu había afirmado sobre los orígenes de la
Orden, entonces muy bien podría estar involucrada. ¿Aunque
permitirían que una mujer joven entrara en sus filas?
El viento aullaba como si tuviera dolor, el sonido
erizando los finos vellos de mis brazos y cuello. No pude
evitar imaginar que estábamos siendo escoltados de regreso a
nuestra muerte. El castillo de Vlad Drácula estaba vivo con
una anticipación malévola cuando nos detuvimos frente a la
fortaleza.
Se sentía como si la academia no pudiera esperar para
hundir sus dientes en nosotros.
Traducido por âmenoire

Corregido por Flopy Durmiente


Salón comedor
Sală de mese
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

Las velas parpadeaban nerviosamente en los candelabros


colgados por encima de nuestras cabezas mientras
esperábamos en tenso silencio por una actualización de
nuestro aislamiento forzado.
En las cocinas, alguien estaba cocinando con canela, el
aroma flotando a través de las rejillas, demasiado placentero
para la tormenta que literalmente estaba azotando en el
exterior y figurativamente en el interior de las paredes del
castillo. El director Moldoveanu estaba parado cerca de la
puerta del comedor, cubierto por las sombras y susurrando con
Dăneşti, Percy y Radu. Nuestro profesor de folclor seguía
olfateando, sin duda distraído por el aroma de sus queridos
bollos pegajosos. Moldoveanu chasqueó sus dedos, su
expresión casi letal, mientras Radu farfullaba una disculpa.
Miré alrededor de la habitación en busca del
bibliotecario, pero Pierre estaba notablemente ausente. Raro,
dado que se nos había dicho a todos en el castillo que
asistiéramos a esta reunión. Ahora todos eran sospechosos, a
mis ojos.
Deslicé mi mirada a lo largo de cada mesa,
inspeccionando a mis compañeros. Vicenzo y Giovanni ya no
tenían revistas médicas abiertas ante ellos. Estaban sentados
juntos, sin pronunciar ni una palabra, hombros tensos. Erik,
Cian y Noah estaban especulando en voz baja sobre la
desaparición de Nicolae, su atención regresando hacia el
director. Nadie sabía qué hacer con esta situación.
Ignoré el peso muerto en mi interior, esa pesada
sensación de pérdida, que sentí cuando divisé la silla vacía de
Anastasia. Todavía no podía creer que mi amiga se hubiera ido
para siempre. Que alguien había destruido una luz tan
brillante. No tenía dudas de que, si estuviera viva, hubiera
controlado al mundo.
¿Y había sido asesinada para qué? Su línea sanguínea no
estaba relacionada con Drácula o con la Casa de Basarab.
Todavía no tenía idea de si alguna vez llegó a donde sea que
planeaba ir o si había sido asesinada antes de investigar su
nueva pista, y el no saberlo me estaba volviendo loca.
Deseaba haber sido capaz de hablar con ella antes de que
se fuera. No tenía idea de lo que pudo haber sabido sobre la
Orden que equivaldría a una sentencia de muerte.
Rabia rápidamente se filtró como un aceite, remplazando
el pozo vacío de tristeza mientras animaba el fuego para que
ardiera por dentro. Despreciaba el asesinato y todo lo que les
quitaba tanto a sus víctimas como a la gente que dejaba atrás.
No permitiría que otra persona muriera en este castillo.
Ningún otro estudiante o amigo sería llevado y extinguido
como si no fueran nada. Había sido tomada por sorpresa antes
y no me permitiría identificar falsamente a la persona
responsable. Apagué todas las emociones excepto una:
determinación.
Si no era Ileana o Daciana o Nicolae, ¿entonces quién?
Miré alrededor de la habitación, no sabiendo si el asesino
estaba entre nosotros, usando su máscara de preocupación y
ocultado su regocijo interno.
El profesor Radu captó mi atención de nuevo. Frotó
suavemente el sudor que se acumulaba en su frente, asintiendo
un poco demasiado entusiasta a lo que sea que el director
estaba diciendo. ¿Eran sus diatribas y gran imaginación
acerca del folclor más que solo un interés en la historia?
Conocía detalles sobre las líneas de la realeza de la Casa
Basarab y la Orden del Dragón. Quizás se había aburrido con
simplemente contar historias de los strigoi y los seres
sobrenaturales acechando el bosque. ¿Su amor y admiración
por Vlad Drácula lo había influencia hacia su propio camino
oscuro? Todo era posible.
Luego estaba Dăneşti. Disfrutaba su rol de impartir
castigos. ¿Era esa la señal de una persona que había
descendido de disciplinario a asesino? No podía estar segura.
Busqué por otras rarezas, ya sin aceptar el valor nominal
de nadie. Andrei estaba sentado solo al final de una mesa
larga, concentrado en un nudo en el cereal que estaba
picoteando. Se había ido la engreída curva de sus labios y la
postura de hombros cuadrados que había llegado a conocer en
él. Ahora estaba sentado doblado sobre sí mismo, como si ya
no pudiera encontrar la energía para sentarse derecho.
Golpeé a Thomas con mi pie, luego me incliné, mis
labios casi tocando su oreja. Noté el ligero estremecimiento
que obtuve de su parte e ignoré el tartamudeo de mi pulso en
respuesta.
—¿Qué deduces de eso? —dije, señalando a Andrei—.
¿Todo eso es por Nicolae?
—Hmm. —Thomas lo estudió por unos cuantos
segundos, su aguda visión analizando cada movimiento o la
falta de. Tamborileó sus dedos a lo largo del borde de nuestra
mesa—. Su preocupación no parece estar completamente
relacionada con Nicolae. Nota la cadena alrededor de su cuello
y el dije colgando de ella. Apuesto a que es un mechón de
cabello. Ha estado preocupado desde la aparición de la
señorita Anastasia Nádasdy en nuestro laboratorio. Creo que
está teniendo un duelo por ambos, pero particularmente está
roto por la muerte de ella. Puede que haya esperado asegurar
una unión con ella.
—Ella mencionó admirar a alguien. Aunque pensaba que
él no había notado su afecto. ¿Crees que podría estar
involucrado en su muerte? Todos a su alrededor están muertos
o desaparecidos. ¿Eso es una coincidencia?
Thomas lo consideró.
—Es una posibilidad. Aunque parece que Andrei es el
tipo de perro que ladra ruidosamente pero raramente muerte.
Tengo la sensación de que quien sea que se haya llevado a
Nicolae tiene motivos más profundos. Si es que ha sido
secuestrado.
—Entonces, ¿crees que no está desaparecido?
—Por lo que sabemos, podría estar escondiéndose. Ileana
bien podría ser la que fue capturada por él y a quien le ha
hecho cosas terribles. Todavía no sabemos por qué creó esas
ilustraciones. O cómo sabía que las heridas en Anastasia
fueron hechas por murciélagos. Apenas siquiera la miraba.
Bastante impresionante que haya identificado esas heridas tan
fácilmente.
Una idea se encendió como un pedernal golpeando una
piedra.
—Si fueras culpable y quisieras ocultarte, ¿a dónde irías
primero?
—Depende de lo que sea culpable. Pensamientos sucios o
sinsentidos lascivos, me enviaría directamente a tus aposentos
para ser castigado.
—En serio —reprendí, revisando sutilmente por encima
de mi hombro para asegurarme de que su comentario no
hubiera sido escuchado por Percy o Radu—, necesitamos
encontrar una manera de regresar a los túneles. Garantizo que
ahí es donde encontraremos al príncipe perdido.
Guardias inundaban el comedor, espadas repiqueteando
juntas como si fueran las garras de dragones. El director
Moldoveanu se dirigió hasta el frente del salón, largo cabello
paleteado flotando detrás, como la capa de un general.
—Se requiere que todos ustedes permanezcan aquí hasta
que localicemos al Príncipe Nicolae. Para mantener una
sensación de normalidad, continuarán con sus clases. Todos
serán escoltados de y hasta los salones. Las comidas serán
enviadas directamente a sus aposentos privados. Nadie puede
dejar sus aposentos o este castillo hasta que la familia real lo
haya declarado de otra manera. Cualquiera atrapado
desobedeciendo enfrentará graves cargos. —Miro de las mesas
hacia nosotros, su mirada deteniéndose en mí para hacer
énfasis mientras caminaba hacia la puerta y la abría—. Pueden
retirarse. Los guardias los acompañarán afuera ahora.
Los gemelos Bianchi lentamente se levantaron de sus
asientos, seguidos por Andrei, Erik, Cian y Noah, los bancos
de madera raspando contra el suelo en grave protesta. No tenía
absolutamente ningún sentido que la familia real nos
mantuviera encerrados en la academia cuando un asesino
podría estar en algún lugar dentro de sus paredes. A menos
que quisieran mantener contenidas las noticias de la
desaparición de Nicolae.
Especialmente si sabían algo sobre él de lo que todavía
no sabíamos.
Si él fuera el Empalador que se mencionaba en los
periódicos, entonces quizás estaban intentado mantenerlo
apartado del resto del reino. Para proteger a sus ciudadanos
bajo el costo de perder a unos cuantos. O tal vez estaban
previniendo que volteara su atención hacia su trono.
Dăneşti y unos cuantos otros guardias gritaron órdenes
para que nos moviéramos rápidamente, sus manos
permaneciendo cerca de sus armas. Ninguno de nosotros
pronunció una palabra mientras salíamos de la habitación y
hacia los pasillos. Parecía que Thomas y yo tendríamos que
encontrar otra forma de comunicarnos. Rogué que no intentara
escalar de nuevo el castillo.
Luego de ser escoltada hasta mi habitación como si fuera
una prisionera, lo primero que noté fue un sobre fijado con una
daga en las puertas de mi cuarto de baño. A mi guardia no le
había sido asignado el buscar en mi habitación y se había ido
rápidamente después de depositarme en la torre.
Arranqué el papel de la puerta, notando que la daga me
recordaba algo, pero no podía determinarlo. El mango era una
serpiente con esmeraldas en lugar de ojos. ¿Dónde había visto
este diseño antes?
Hurgué a través de mis recuerdos al llegar a Rumania y
me detuve. En el tren. La víctima fuera de mi habitación había
tenido un bastón con joyería similar. Cómo se relacionaba con
este caso era un misterio más a ser resuelto más tarde. El
pergamino y lo que fuera que contuviera era mi primera
preocupación. Dudé por un segundo antes de sacar el mensaje
de su sobre. Dentro, el mensaje era simple, un número romano
tallado con sangre.
XI
Mis rodillas se debilitaron. Al principio, mis
pensamientos racionales se desvanecieron por el flujo de
emociones amenazando con deshacerme. Quien fuera que
dejara esta nota había intentado imitar las cartas que Jack el
Destripador había escrito con sangre. Me derrumbé hasta el
suelo cerca de la bañera, mi pulso acelerándose, mientras me
reponía. Fue un disparo dirigido hacia mis partes más débiles,
pero no era la misma joven que había sido semanas atrás.
Ahora era emocionalmente más fuerte. Capaz de mucho
más de lo que había sabido. Este golpe no me obligaría a
obedecer; me impulsaría hacia una posesión ofensiva. Ya no
era la presa, sino el cazador. Me levanté y tomé la nota. Hice
una revisión rápida de la puerta escondida en el gabinete y
encontré que todavía estaba cerrada desde el exterior. La
persona que dejó esta nota tenía la llave o no era consciente de
la escalera secreta.
Un plan de acción ya se estaba formando mientras
entraba a mi dormitorio y me desvestía. Quien fuera que envió
el mensaje pensaba o esperaba que fuera tras ellos. No los
decepcionaría. Había superado la muerte, la destrucción y la
tristeza, y no dejaría que ninguno de esos tiempos difíciles me
definiera. Era la rosa con espinas que mi mamá sabía que era.
Mis pantalones todavía se estaban secando de nuestra
aventura de la noche anterior, así que una falda simple sería la
siguiente mejor opción. Me la puse, agradecida de deshacerme
de mi polisón y corsé y me abroché mi corpiño. Se sentía
magnifico moverme con facilidad. No quería estorbos
mientras vagara por el castillo esta noche.
Iba a cazar a la Orden y quien sea que estuviera
pretendiendo que Drácula estaba vivo.
Caminé hacia mi espejo y me recogí el cabello,
aguantando el dolor para asegurarlo apretadamente en mi
cabeza. Un dolor de cabeza molestaba mis sienes, pero lo
resistí con fuerte voluntad. Una vez que me ocupé de mi
atuendo, escribí una nota para Thomas.
Cresswell,
Tengo una urgente solicitud. Necesito ver el Poezii
Despre Moarte. Tráelo a mis aposentos después de la cena.
Tengo una pequeña aventura nocturna planeada para nosotros.
Tuya,
AR

PD. Por favor no escales las paredes del castillo esta vez.
Estoy segura de que pensarás en alguna forma creativa de
escabullirte sin terminar en el calabozo de nuevo o
desperdigado por el patio de la academia.

—¿Llevarías esto al señor Cresswell por mí? —pregunté


a la doncella que había venido a entregar mi almuerzo. Tragó
saliva y miró la carta como si tuviera dientes listos para
morderla—. Este urgent.
—Foarte bine, domnişoară. —La colocó de mala gana en
su bandeja—. ¿Hay algo más que necesite?
Negué con la cabeza, sintiéndome terrible por
involucrarla en mi plan, pero sin ver otra manera de pasar el
mensaje.
Paseé y planeé durante el resto del día, lo que fue una
enorme prueba para mi voluntad. La tarde ciertamente se tomó
su tiempo para ponerse su atuendo de noche, pero una vez que
se colocó su capa nocturna, nunca estuve más complacida de
ver el cielo negro. Mientras caminaba alrededor de la sala de
estar, sentí miedo de que Thomas pudiera no venir después de
todo. Tal vez la doncella no había entregado mi carta. O tal
vez lo había atrapado un guardia y de nuevo estaba en el
calabozo.
De todos los escenarios que había imaginado, no había
pensado en llevar a cabo mi plan sola. Cuando me convencí de
que no iba a venir y que era tiempo para moverme hacia el
próximo paso, un suave golpe sonó en mi puerta. Thomas se
deslizó dentro antes de que hubiera dado dos pasos, su mirada
encendida con interés.
—Tengo la sensación de que no me invitaste aquí para
besarnos. Aunque no hace daño preguntar. —Sonrió ante mi
conjunto y frotó sus manos, travesura destellando como fuegos
artificiales a su alrededor—. Estás vestida para escabullirte por
el castillo de Drácula. Quédate tranquilo mi descongelado
corazón oscuro. Ciertamente sabes cómo hacer que un joven
se sienta vivo, Wadsworth.

Traducido por Flochi

Corregido por Dai’


Aposentos de la torre
Camere din turn
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888
—¿Lo trajiste? —pregunté, lista para buscar en los
bolsillos de Thomas yo misma si no se movía más rápido.
—Hola, un placer verte también, Wadsworth. —Se apartó
de la puerta, deteniéndose a su alcance mientras blandía el
Poezii Despre Moarte. Sin preámbulo, se lo quité, pasando al
poema «XI» mientras le informaba de la nota que había
encontrado en la puerta de mi baño.

XI
HOMBRES LLORAN, DAMAS GIMEN. POR EL
CAMINO, SE DESPIDEN.
LA VISTA CAMBIA, CUEVAS DISCIERNO. EN LA
TIERRA, ARDIENTES COMO INFIERNO.
FRÍA, PROFUNDA, Y RÁPIDA AGUA HA DE
LLEGAR. EN ESTAS PAREDES TÚ ELLA NO HAS DE
PERDURAR.

—Mira esto —dije. Alguien había tomado una pluma y


había tachado el tú, reemplazándolo con un ella. Tragué la
ansiedad que giraba en mi sistema—. ¿Crees que esto es una
referencia a tu hermana?
Thomas leyó el poema nuevamente. Observé la
transformación conforme su calidez y coquetería eran
reemplazadas por la expresión clínica que mostraba para casi
todos los demás. Sin embargo, la tensión seguía presente en
sus hombros, el único indicio de que estaba incómodo.
—Creo que se refiriere a ella o probablemente a Ileana.
Quizás incluso a Anastasia. —Thomas siguió mirando el
poema—. Es extraordinario, de hecho. Quien haya planeado
esto… —Cuadró sus hombros—. Todo esto ha sido un juego
morboso y recién ahora nos estamos dando cuenta de que
somos jugadores.
Me estremecí. Anastasia mencionó una vez que
Moldoveanu disfrutaba agregando elementos parecidos a
juegos a los cursos de evaluación. Aunque no creía que eso
incluyera asesinar estudiantes esperanzados o a su querida
pupila. Sin importar si los chismes del castillo llevaban a creer
que buscaba sangre durante esta prueba. Había visto la
expresión de verdadera devastación en Moldoveanu luego de
que el cuerpo de Anastasia había sido recuperado.
Thomas suspiró.
—No creo que estés satisfecha con quedarte dentro y
jugar una partida de ajedrez hasta que los guardias reales se
encarguen de esto, ¿verdad? —Sacudí mi cabeza lentamente
—. Muy bien, entonces. ¿Qué tienes en mente?
Dejé una nota en mi diván dirigida al director, temiendo
que podría ser eso lo que impidiera conseguir esos dos
preciados lugares. Ignoré el toque de arrepentimiento. Por lo
que sabía, si deteníamos a este asesino, podríamos ser
aceptados en la academia. Una cosa era segura: si no
regresábamos esta noche, quería asegurarme de que
Moldoveanu supiera dónde encontrarnos. Antes de
expulsarnos para siempre.
Le hice un gesto a Thomas para que hiciera silencio.
—Vamos a cazar vampiros, Cresswell.
****
Bajamos lentamente las escaleras de la torre y logramos
llegar hasta el corredor de los sirvientes antes de divisar una
patrulla. Marchaban por el vestíbulo, dirigiéndose
ruidosamente hacia nosotros, con cuero crujiendo y armas lo
bastante ruidosas como para alertar a los muertos de su
presencia. Jalé a Thomas a un recoveco oculto por un tapiz.
Siempre que no nos iluminaran con una linterna o miraran
muy detenidamente detrás de la obra de arte, estaríamos bien.
Eso esperaba.
Me moví en el pequeño rincón, dándome cuenta de lo
pequeño que era el espacio para una persona, y mucho más
para dos. La calidez del cuerpo de Thomas era distractora de
muchas maneras que no había imaginado posibles,
especialmente mientras cazaba al Empalador, a la Orden o a
quienquiera que estuviera detrás de estas muertes.
Una parte de mí deseaba dejar esta misión a la guardia
real y aprovecharme de la posición en la que estábamos. Ideas
similares parecían estar rondando por la mente de Thomas; la
columna de su garganta se movió un poco más de lo normal
mientras se presionaba más cerca de mí. Los pasos se hicieron
más ruidosos en el corredor, el andar tan pesado como la carga
construyéndose entre nosotros.
Thomas movió su rostro hacia el mío, nuestros alientos
saliendo en jadeos silenciosos. De temor o anhelo, no podía
discernir. Quizás él estaba inventando una excusa para que
estuviéramos en la mitad del pasillo en caso de que fuéramos
descubiertos. O quizás deseaba cerrar la distancia restante
tanto como yo quería.
Sus ojos se cerraron, y el deseo que había visto en ellos
fue suficiente para deshacerme en el lugar. Alcé mi rostro,
permitiendo el más ligero, más breve contacto entre nuestros
labios. No fue salvo la sombra de un beso, pero encendió un
fuego a través de mi cuerpo. El aliento de Thomas se detuvo
ruidosamente como para detener mi corazón, todo su cuerpo
poniéndose rígido, cuando las pisadas de los guardias se
cesaron abruptamente.
Los guardias se detuvieron no lejos de donde estábamos
abrazados, concluyendo su charla silenciosa. Sin hacer un
sonido, Thomas cerró la distancia entre nuestros cuerpos. Cada
centímetro de él me tocaba mientras ocultaba mi figura con la
suya, protegiéndome de la vista.
Nos quedamos así, atrapados entre la pared y los
guardias, apenas respirando. Difícilmente podía pensar
claramente. La lógica se había ido de vacaciones y no se
molestaría en regresar. Luché contra la urgencia irracional que
tenía y mantuve mis manos fijas a los lados en vez de
deslizarlas sobre él.
Luego de lo que pareció una década, los guardias
continuaron por el corredor. Ni Thomas ni yo nos movimos. El
calor irradiaba de nosotros de maneras que me hizo pensar en
los impulsos más indecentes que había considerado antes.
Había desaparecido la chica que se ruborizaría ante la mera
idea de expresar su pasión.
Que el Señor me ayudara, quería que este caso acabara
pronto. Si no besaba a Thomas, podría arder hasta las cenizas.
Tía Amelia estaría horrorizada por mis acciones pecaminosas,
pero no me importaba. Si el romance no fuera una distracción
que no pudiéramos permitirnos, viviría en el torbellino de este
momento por toda la eternidad. Incluso con esos pensamientos
racionales dando vueltas en mi cabeza, todavía experimenté
grandes dificultades para romper nuestro contacto.
Finalmente, Thomas se movió lo suficiente para susurrar
en mi oído, sus labios rozando mi mandíbula.
—Ciertamente serás la muerte de mi dignidad,
Wadsworth.
Sonreí dulcemente, permitiéndome un momento para
recobrar el aliento.
—Esa pereció hace ya un tiempo, mi amigo. Ven,
tenemos que movernos rápidamente antes que vuelvan a pasar.
—Y antes de decidirme en contra de la medicina forense y la
investigación, y pasar el resto de la noche besándolo en un
corredor desierto mientras un asesino merodeaba. Una sonrisa
divertida iluminó el rostro de Thomas, y me di cuenta de que
había estado murmurando—. ¿Qué?
—¿En qué rayos estabas pensando? Dije, querida
Wadsworth, que parece como si alguien hubiera depositado
una bandeja de dulces ante ti. Quizás… —Bajó su boca
tentativamente cerca de la mía—, ¿podría ofrecerte un dulce
antes de irnos?
—Tentador. —Me agaché bajo sus brazos y miré sobre
mi hombro, disfrutando la manera en que su mirada siguió
cada uno de mis movimientos—. Desafortunadamente, debo
declinar por el momento. Tenemos un encuentro clandestino
en los túneles secretos.
Thomas suspiró.
—Preferiría más disfrutar de mi sugerencia.
****
Si uno hubiera creído en fuerzas mayores que las de la
tierra, entonces era posible que alguien de un lugar mejor nos
hubiera estado cuidando. No encontramos a ninguno de los
otros guardias y nos deslizamos en la morgue del sótano sin
ningún incidente. Corrí a un gabinete y rebusqué hasta que
encontré algunos suministros. Una linterna, un escalpelo y un
martillo de cráneo.
—He estado pensando —susurré mientras Thomas alzaba
la trampilla que llevaba a los túneles.
Se detuvo, los brazos estirados sobre su cabeza y me
inspeccionó. Una sonrisa jugaba en las comisuras de su boca,
aunque claramente estaba intentando contenerla.
—Siempre un pasatiempo peligroso para ti, Wadsworth.
—Divertido, como siempre —dije—. Sin embargo, creo
que tal vez el Príncipe Nicolae es a quien estamos cazando.
Ileana simplemente no parece… no lo sé… no parece
indicada. No puedo imaginarla empalando a alguien o
drenándole la sangre con un aparato funerario. Además, vi la
manera en que miraba a tu hermana. No hay manera de
esconder ese tipo de amor. Nicolae, sin embargo… —Alcé un
hombro—, tenía en su posesión esos dibujos, incluyendo esos
de murciélagos. Tuvo la oportunidad de enviar amenazas a la
familia real. Y… he querido compartir algo más que ha hecho.
—¿Voy a querer matarlo? —Thomas alzó una ceja—.
Nicolae no profesó su amor eterno, ¿verdad? Aunque —
continuó con lentitud, poniendo la trampilla de nuevo en su
lugar—, un poco de sana competencia nunca ha hecho daño a
nadie, supongo.
—Había… ilustraciones mías en su diario. Me había
hecho como algo aterrador. Casi como si pensara en mí como
un vampiro.
—¿Por qué esta es la primera vez que mencionas esto? —
La voz de Thomas era un poco demasiado baja, su tono ya no
estaba enlazado con su temprana ligereza—. Si no confías en
mí, Wadsworth, ¿cómo se supone que voy a ayudar? Somos
compañeros. —Se paseó por el cuarto, las manos golpeando
salvajemente sus costados—. Te lo dije, no puedo ayudar a
deducir cuando los hechos se me ocultan. No soy un mago. —
Dejó de moverse y respiró varias veces antes de encontrarse
con mi mirada—. ¿Qué más?
Inhalé profundamente.
—El Príncipe Nicolae sabe de medicina forense y tuvo
acceso a cada víctima; además la amenaza que acaba de ser
dejada en mis aposentos menciona una ella. No creo que se
refiera a mí.
Thomas levantó la puerta una vez más y me hizo señas
hacia las escaleras.
—¿Estás sugiriendo que estamos a punto de encontrar a
mi hermana y su amante empaladas en estos túneles?
Aunque su tono estaba cuidadosamente sosegado y su
comentario descarado, escuché la preocupación subyacente.
Sin importar lo frío y clínico que podía ser en el laboratorio,
transmitir la devastadora noticia de la muerte de Daciana a su
familia sería una tarea insoportable para él. Me acerqué y
apreté su brazo suavemente.
—Estoy diciendo que te prepares para lo peor. Podría
equivocarme.
Cuando tomé la linterna y empecé a bajar las escaleras
cautelosamente, pensé que lo escuché murmurar:
—Temo que podrías tener razón.
Una gran araña bárbara con sus crías en la telaraña.
Traducido por LizC

Corregido por Carib


Pasaje secreto
Pasaj secret
Castillo Bran
22 de diciembre de1888

—Para ser claro. Cuando me invitaste a una «noche de


aventuras», no fue así como lo imaginé, Wadsworth.
Thomas se quitó una telaraña de su levita, con la boca
fruncida ante el material adherido a sus dedos. Habíamos
hecho un tiempo maravilloso, atravesando rápidamente los
túneles en los que ya habíamos estado. Ahora estábamos de
pie ante la primera pista. O al menos creía que eso era lo que
era. Thomas se removió a mi lado.
—Si todos estamos siendo cazados por un asesino
altamente creativo, bien podríamos disfrutar de nuestros
últimos momentos con vida —continuó—. ¿Puedo ofrecer
algunas alternativas a las arañas y túneles sucios? Quizás
bebiendo demasiado vino. Una fogata cálida. Coqueteos
inadecuados.
Sostuve la linterna lejos de mi cuerpo, mi mirada
deslizándose a través de la oscuridad mientras giraba en el
lugar. Las sombras se movieron obedientemente alrededor del
haz de luz.
—Increíble —dije.
—Yo también lo pensé. Aunque es bueno escuchar que,
por una vez, estás de acuerdo con algunas de mis sugerencias.
—Me refiero a esto. Aquí hay una puerta. —Miré de
reojo las letras negras en ella, desconchadas con el tiempo.
Estaba segura de que estábamos de camino a descubrir dónde
vivían el Empalador o la Orden—. ¿Eso… eso es latín grabado
en la madera?
—Lo es. Una cruz fue grabada en la otra cámara. Así que,
parece que estamos en el camino correcto. —Avanzando,
Thomas se mordió el labio inferior a medida que leía las
palabras en la puerta—. Lycosa singoriensis. Eso me suena…
familiar.
Un suave crujido de piedras cercano nos puso tensos para
la batalla. Me aferré al escalpelo, y Thomas se armó con el
martillo utilizado para abrir los cráneos. Era lo mejor que
podíamos hacer.
—¿Escuchaste eso? —susurró Thomas, retrocediendo
para quedar a mi lado.
Giré la perilla de la linterna, el silbido del gas escapando
al mismo tiempo que lo hacía la llama. Parpadeé, aunque eso
apenas hizo una diferencia. Sin la luz, el túnel era
prácticamente un sólido muro negro hundiéndose sobre
nosotros. Algo se retorció en mi pecho, casi dejándome sin
aliento. Fingí que se trataba del aterciopelado cielo nocturno y
estaba acolchada en una nube. De lo contrario, empezaría a
imaginar ser enterrada debajo de la piedra y moriría en el acto.
El sonido se hizo más fuerte y proveniente del túnel que
acabábamos de desocupar.
Decidimos dejar abierta la trampilla en la morgue,
esperando que un guardia la encontrara si nos pasaba algo
terrible. Esperaba que no hubieran comenzado a perseguirnos.
Thomas rozó mi brazo en la oscuridad, un suave recordatorio
de que estaba allí a mi lado.
—Probablemente perturbamos un nido de ratas,
Cresswell. No vayas a mojar tus calzoncillos.
Escuché la sonrisa en su voz antes de que respondiera.
—Cuando ese es el pensamiento más reconfortante que se
te ocurre, sé que las cosas no van muy bien. Aunque me alegra
que pienses en mis calzoncillos.
Antes de que pudiera responder, el sonido distintivo de
unos pasos rompió mis pensamientos. Los pasos golpearon lo
suficientemente fuerte como para que determinara que había al
menos dos personas persiguiéndonos. O cualquier secreto que
pudiéramos estar a punto de desenterrar. Se estaban acercando.
De repente, la posibilidad de que Moldoveanu y Dăneşti se nos
acercaran no era el pensamiento más temible. No teníamos
idea de quiénes eran la Orden o cuántas personas podrían estar
involucradas.
—Quienquiera que se dirija hacia nosotros
probablemente no es el tipo de persona que querríamos
encontrarnos en un lugar abandonado, lejos de donde la gente
pueda escuchar nuestros gritos, Cresswell.
Podía escuchar a Thomas hurgando en la oscuridad, e
imaginé sus manos volando alrededor de la pared. Unos pasos
resonaron detrás de nosotros. Largas sombras se plegaron a la
vuelta de la esquina, delimitando a aquellas que no pertenecían
a sus amos. Si no encontrábamos un escondite ahora mismo…
Un gemido silencioso seguido de una exhalación de aire
decadente indicó que Thomas había logrado abrir la puerta.
Recé para que nuestros perseguidores no lo hubieran
escuchado.
—Ah. Funcionó. Apurémonos, ¿quieres?
Recordar la puerta que albergaba a los murciélagos
vampiro me puso la piel de gallina. No me agradaba la idea de
volver a experimentar ese deleite otra vez, pero no veía salida.
Si el Empalador o la Orden nos perseguían, preferiría a los
murciélagos. La luz rebotó de las antorchas o linternas, y las
voces silenciadas se curvaron en este túnel. Era tiempo de
moverse.
Nos deslizamos dentro de la cámara negra y cerramos la
puerta, ciegos a lo que podría estar observándonos. Un olor
acre colgaba en el espacio, como si algo se hubiera podrido
hace mucho tiempo. Una eternidad podría haber pasado
mientras esperábamos en la habitación poco iluminada a que
nuestros intrusos no invitados avanzaran. Thomas debe
haberse estirado, sus dedos quedando atrapados en mi cabello.
—¿En serio? —susurré ásperamente—. ¿Ahora quieres
manosearme?
—Si bien he pensado mucho en tocarte en este escenario
deliciosamente macabro, Wadsworth, dudo que mi mente
tenga la capacidad de hacerlo fructificar.
—¿Lo juras?
—Por la tumba potencialmente vacía del tatarabuelo
Drácula, sí.
—Entonces, ¿quién lo está haciendo, Cresswell?
En lugar de responder, sentí a Thomas acercarse frente a
mí, sus manos, invisibles en la oscuridad, yendo lentamente de
mi corpiño a mis mejillas antes de alejarse. Si no estaban
enredadas en mi cabello, ¿quién o qué lo estaba? Mi corazón
comenzó a latir con un ritmo frenético. Tragando mi pánico
creciente, encendí la linterna lentamente. El pequeño
resplandor llenó el enorme espacio como si fuera oro fundido
derramándose sobre el suelo. Me tomó un momento para que
mis ojos se ajustaran, y cuando finalmente lo hicieron, un
rostro iluminado y horrible sonrió ampliamente ante mí.
Inhalé bruscamente, casi dejando caer la linterna y
olvidando lo que podría haber tocado mi cabello. Mis
extremidades se debilitaron una vez que comprendí lo que
estaba mirando: un puñado de estalactitas retorcidas en un
semicírculo junto con algunas sombras proyectadas por las
rocas sobresaliendo, que ofrecían la extraña impresión de que
un demonio nos estaba dando una mueca de dientes afilados.
Más allá de las piedras colgando, pude ver que el túnel
continuaba por bastante distancia.
—Tengo un… no estoy seguro. Creo que es una
sensación. Debo estar enfermando con algo. —La postura de
Thomas era tan rígida como sus mandíbulas apretadas, su
broma era un obvio intento de aclarar nuestra situación—. Es
como si un grupo de serpientes habitara mi cuerpo a la vez. De
lo más desagradable.
—Ah, sí. Pero estás experimentando sensaciones,
Cresswell. Esa es una gran mejora.
Apuntando la luz alrededor del área, noté hilos pálidos y
plateados colgando entre las estalactitas. Me separé de
Thomas, esperando inspeccionar mejor la formación siniestra.
Una sombra se alejó del techo y cayó al nivel de mis ojos.
Una araña casi tan grande como mi puño me miró con
ojos reflexivos. Cubierta de gruesas cerdas negras, tenía unos
colmillos casi tan largos como mi uña. El hielo corrió en
riachuelos por mi cuello. Si la amenaza de ser asesinada o
expulsada no hubiera sido tan grande, habría gritado hasta que
se me agotaran los pulmones.
Una gota de fino líquido carmesí goteaba de las puntas de
sus colmillos; si era sangre o veneno, no podía decirlo. En el
fondo, ese grito estaba luchando para emerger. Thomas levantó
su mano, dando un paso cauteloso hacia mí.
—Enfócate en lo guapo que soy. En lo mucho que quieres
presionar tus labios contra los míos. Y definitivamente no te
asustes, Wadsworth. Si gritas, me uniré a ti, y luego ambos
estaremos en problemas.
Todo dentro de mí amenazaba con enloquecer. Cuando
alguien advertía a una persona contra algo, generalmente
significaba que eso era precisamente lo que deberían estar
haciendo. Contra mi mejor juicio, levanté la linterna, con el
brazo temblando ligeramente, y vi dos arañas más colgando
sobre nuestras cabezas.
—Me pregunto con qué frecuencia se alimentan. No hay
mucha actividad en estos túneles. —Thomas se dio la vuelta y
maldijo. Mi atención se deslizó detrás de él, enfocándome en
la puerta por la que habíamos entrado. Era prácticamente un
organismo vivo, había demasiadas arañas en ella.
—Thomas… —Asentí hacia la puerta, aunque él ya
estaba paralizado por ella—. Tiene que haber más de mil de
ellas. Cada parte de su superficie está viva, con movimiento.
—Lycosa singoriensis… —Thomas murmuró el latín
para sí mismo, su enfoque más intenso cada vez que repetía las
palabras. Se había desecho de sus emociones como si uno se
quitara los guantes, reemplazados por esa relajada máscara
mecánica que a veces usaba—. Es una tarántula rumana.
—Maravilloso. ¿Son venenosas?
—Yo… en realidad no estoy seguro. —Thomas tragó con
fuerza, la única indicación de lo asustado que estaba ahora—.
No lo creo. Al menos no de esta raza.
—¿Son todas tarántulas? —pregunté.
Negó lentamente con la cabeza, inspeccionando
metódicamente cada movimiento. Por supuesto que no eran
todas tarántulas. ¿Por qué un castillo lleno de tantas formas
desagradables de perecer albergaría solo arañas inofensivas?
Mi corazón latía a un ritmo de pánico.
Necesitábamos un plan de escape, pero una encuesta
rápida demostró que no había muchas opciones. No podíamos
volver por donde habíamos venido: demasiadas arañas
bloqueaban nuestro camino. Los ojos arácnidos brillaban
desde varios cientos de puntos en la oscuridad cercana,
ocultando cualquier salida alternativa.
Retrocedí un paso apresuradamente y tropecé con una
gran roca. Maldije, luego apunté mi luz al suelo y vi que
estaba equivocada otra vez. No era una roca.
Tropecé con un cráneo blanco lechoso.
—Oh, Dios mío. —Casi colapsé, el terror presionándome
desde todos los ángulos. Si había un esqueleto aquí, eso no
auguraba nada bueno para nuestras posibilidades de escapar—.
Thomas, deberíamos…
Ocho patas largas se curvaron lentamente desde las
cuencas de los ojos del cráneo, mientras que otras ocho se
arrastraron desde las fauces abiertas. Ambas arañas
increíblemente grandes se acercaron a mí, sus movimientos tan
desarticulados como un monstruo no muerto tambaleándose
hacia su próxima comida. Si los aldeanos les contaban este
tipo de historias a sus hijos (relatos de arañas devoradoras de
hombres acechando debajo de la tierra y luego emergiendo de
sus cadáveres), entonces no es de extrañar que también
creyeran que los vampiros existían. ¿Por qué denunciar a un
monstruo cuando había pruebas de otro?
Mi visión nadó de un negro ondulante, y no era por la
falta de oxígeno en mi cerebro. Las arañas seguían emergiendo
de grietas y rendijas, demonios siendo llamados desde sus
reinos inferiores. Teníamos que movernos. Inmediatamente.
Le entregué a Thomas la linterna y recogí mis faldas y mi
ingenio. Algo cayó sobre mi hombro y rozó mi garganta.
Levanté la mano y sentí una araña enredándose en mi cabello.
Podía soportar remover órganos de los cadáveres y rebuscar
dentro de las entrañas gelatinosas de la mayoría de las cosas
fallecidas. No estaba por encima de admitir que una araña
enredándose en mi cabello era demasiado. Sus patas se
deslizaron por la carne expuesta en mi cuello. Grité.
La razón me abandonó. Me lancé, sacudiendo mi cabello
salvajemente, intentando no gritar de nuevo cuando la araña se
arrastró a lo largo de mi cuello, esquivando mis manos
sacudiéndose. Antes de quitármela, un pellizco agudo perforó
la piel cerca de mi cuello. El pánico se apoderó de mí en
oleadas enfermizas.
—¡Me mordió!
Thomas dejó caer la linterna y estuvo sobre mí en un
instante.
—Déjame ver.
Estaba a punto de estirar el cuello cuando otra araña cayó
ante nosotros. Todo lo que vi fue la boca de Thomas formando
una O de sorpresa antes de alzar mis faldas hasta mis rodillas y
salir corriendo, olvidando todo sobre estar en silencio. Que
quienquiera que estuviera en los túneles desafíe a las tarántulas
por su cuenta.
Los músculos de mis extremidades temblaban tan fuerte
que apenas podía seguir moviéndome, pero corrí como si los
rumores de Vlad Drácula siendo un strigoi fueran ciertos. A
estas alturas, estaba dispuesta a creer cualquier cosa.
Perdí impulso por una fracción de aliento, tropezando con
mis faldas arruinadas. Algo afilado perforó mi pantorrilla, y
me tambaleé hacia un lado. El dolor se disparó en mi pierna
como si alguien me hubiera pinchado con varias agujas
mortuorias a la vez.
—¡Ay!
Me atraganté con otro grito. Era imposible saber si otra
araña me había mordido o si me había cortado la pierna con
restos que probablemente consistían en más huesos humanos.
Parar para comprobar era una opción que no me podía
permitir. Thomas barrió una gran cantidad de arañas del pomo
de la puerta, y entonces nos sacó a través de la puerta, la luz
balanceándose y provocando que el mundo a nuestro alrededor
se inclinara. Era como una casa de circo que había perdido sus
ilusiones mágicas. Corrimos como si nuestra propia vida
dependiera de nuestro escape. Esperaba que no estuviéramos
dejando un horror atrás por otro.
Varios minutos después, salimos del oscuro túnel hacia
otro espacio tranquilo, inclinados y jadeando. Thomas se
recompuso y levantó la linterna; la tenue luz mostraba que era
una enorme habitación de piedra. Quería explorar nuestros
alrededores, pero no podía tragar el aire suficiente para
estabilizarme.
Antes de recuperar el aliento, Thomas colocó la linterna a
mi lado y se sentó sobre sus talones, examinando mis heridas.
Sus manos se sintieron frías y precisas cuando me bajó las
medias arruinadas. Un pliegue de preocupación se abrió
camino entre sus cejas.
—Solo te ha mordido una araña, de la variedad no
venenosa, por lo que parece, sin hinchazón ni veneno
drenando, y te cortaste la pierna con una roca afilada. —Dio
un golpecito suave en el área herida de mi pierna—. Esto
necesita ser enjuagado. Y una escayola sería estupendo.
—Dejé mis suministros médicos en mi otro vestido. Qué
inconveniente.
Los labios de Thomas se retorcieron, la primera señal de
que se estaba calentando de esa parte fría y aislada de sí
mismo. Rebuscó en sus pantalones y blandió un pequeño rollo
de gasa.
—Por suerte para ti, recordé los míos.
Sin perder más tiempo, limpió mi herida lo mejor que
pudo y la envolvió con eficiencia mecánica. Una vez que hubo
abordado el asunto a su entera satisfacción, se puso de pie y
examinó la sala cavernosa. Varios pasajes marcados por
números se extendían ante nosotros. Ninguno de ellos se
correlacionaba con los poemas que habíamos leído en clase.
—No creo que nos hayan seguido, o de lo contrario
seguramente ya habríamos escuchado sonidos de persecución
—dijo, sosteniendo la linterna—. ¿Qué pequeño pasaje
desagradable deberíamos probar primero?
—No estoy… —De pronto, se me ocurrió una idea y no
pude evitar exhalar. Señalé el túnel más estrecho. Por encima
de su entrada arqueada se encontraban los números romanos
VIII—. Es casi una pista dentro de una pista, Thomas.
Él levantó una ceja.
—Tal vez sea la humedad o las arañas, pero no estoy
siguiendo exactamente la relación.
—El número romano ocho muy bien podría ser un código
para Vlad el Empalador. V III. Vlad Tercero. El Príncipe
Drácula.
—Impresionante, Wadsworth —dijo Thomas, volviendo
su mirada hacia mí—. Si no estuviéramos a punto de enfrentar
otro pasaje terrible lleno de peligros amenazantes, te tomaría
en mis brazos en este instante.

Traducido por KarouDH

Corregido por Brisamar58


Túneles secretos
Tunele secrete
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

Una vez dentro del pasadizo, tomé la linterna de Thomas


y desplacé la luz alrededor del espacio, girando lentamente.
Las palabras eran difíciles de pronunciar mientras
estudiaba las paredes. En lugar de otro túnel olvidado muy por
debajo de los corredores del castillo, este pasillo terminaba en
una perfecta habitación cuadrada de piedra. Las paredes, piso
y techo estaban cubiertas con patrones de cruces un poco más
pequeñas que mi mano. Joyas y azulejos brillaban en la luz de
la linterna.
Había más riquezas en el brillo del mosaico de lo que
alguna vez había visto. Me recordaba templos antiguos donde
magníficos pintores habían pasado toda una vida capturando
cada detalle. Qué propósito tenía semejante cámara aquí en la
antigua fortaleza de Vlad Drácula me superaba. Quizás este
era un lugar secreto de encuentro de la Orden del Dragón.
Ciertamente tenía un aura de los Cruzados. No pensaba que
fuera otra cámara de la muerte.
Caminé hacia la pared más cercana y tracé el borde
externo de la piedra. Todas y cada una de las cruces eran
idénticas. Revisé la cámara, sorprendida de ver algas
creciendo en parches a lo largo del borde superior e inferior de
las esquinas del cuarto.
—Esto es…increíble.
—Increíblemente sospechoso. Mira aquí. —Thomas
apuntó a otro número romano tallado, XI—. ¿Podrías leer ese
poema?
—Sí, dame un momento para encontrarlo.
Thomas lentamente dio vuelta en su lugar, asimilando
tanto de la húmeda cámara como fuera posible. Abrí Poezii
Despre Moarte y busqué el poema relacionado con el pasaje
donde estábamos ahora. No tenía idea de cómo descifrarlo de
la forma en que Radu lo había hecho, ni ninguna pista que
pudiera indicar qué fatalidad nos esperaba aquí.
—¿Bueno? —pregunto él—. ¿Hay algo más ahí?
—No. Es el mismo verso de antes —dije—. Hombres
lloran, damas gimen / Por el camino, se despiden. / La vista
cambia, cuevas discierno / En la tierra, ardientes como
infierno. / Fría, profunda, y rápida agua ha de llegar. / En estas
paredes tú no has de perdurar.
En el centro exacto de la habitación, se elevaba una mesa
de piedra de alrededor de un metro de alto y estaba cubierta de
más de las mismas cruces. Una punzada de ansiedad me
golpeó como si fuera un anillo en mi pecho, pero respiré a
través del nerviosismo. La mesa era probablemente un altar
usado para sacrificios.
El conocer a quién había pertenecido el castillo, conjuró
aterradoras imágenes de tortura. ¿Cuántas personas habían
sido tratadas con brutalidad aquí en nombre de la guerra?
¿Cuántos boyardos torturados y mutilados por el pecado de
crear una nación pacifica? No había ganadores durante los
tiempos de guerra. Todos sufrían.
—Estoy casi segura de que hay un tapete en el corredor
de los sirvientes que representa una cámara igual a esta —dije,
encogiéndome por lo fuerte que sonaba el eco de mi voz—.
Aunque las paredes en la imagen parecía que estaban cubiertas
de sangre.
Thomas miró en mi dirección. Una expresión que casi
podía interpretarse como miedo cruzó su rostro antes de que la
apartara.
—¿Cubiertas de sangre o llenas de sangre?
Conjuré una imagen mental del diseño, las gotas que
descendían.
—Lloviendo sangre, en realidad. —Mi labio se curvó
involuntariamente por la distinción—. No lo estudié muy de
cerca.
Se movió al otro lado de la habitación y sacó de la pared
un rubí del tamaño de un huevo, inclinándolo de un lado y
luego del otro. Me recordaba a una gota gigante de sangre
cristalizada.
—Deberías poner eso de vue…
Una serie de clics y crujidos estallaron como si el
monstruoso engranaje de un reloj hubiera sido devuelto a la
vida. Confusión, luego pánico, pasaron a través del rostro de
Thomas. Trató de colocar el rubí de vuelta en su lugar, pero las
paredes estaban ahora temblando y sonando como gigantes
despertándose de un largo sueño. Pedazos de roca cayeron
alrededor del área de donde había tomado la piedra preciosa,
asegurando que la pieza no encajaría de nuevo como una vez
lo había hecho.
Lentamente retrocedí lejos del altar, apenas esquivando
una roca que saltó como si fuera un corcho de la pared a mi
lado. Otra roca cilíndrica salió de la pared, luego otra.
—Quizás ahora sería un buen momento para que nos
fuéramos, Wadsworth. No hay necesidad de estar cerca
mientras el techo se cae.
Miré a mi amigo.
—Brillante deducción, Cresswell.
Sin esperar una respuesta, di vuelta y estaba corriendo
por el pasillo, Thomas en mis talones, cuando me sujetó de la
cintura y me jaló hacia atrás. Una puerta de metal cayo del
techo como una guillotina, separándonos del mundo,
sellándonos adentro con un fuerte y reverberante golpe. Casi
cortó mi cuerpo por la mitad. Me estremecí tan fuerte que los
brazos de Thomas temblaron.
—¡Oh… no podemos quedar enterrados vivos Thomas!
—Cargué contra la puerta, primero golpeando con mis puños y
luego recorriendo con los dedos por la superficie lisa,
buscando cualquier manilla que nos liberara. Nada. No había
agarradera ni cerradura. Ningún mecanismo para liberarla.
Nada más que una sólida pieza de acero que no se combaba
por las patadas con las que la asaltaba ahora.
—¡Thomas! ¡Ayuda! —Intenté empujarla para arriba de
regreso, pero estaba enterrada firmemente en el suelo. Thomas
trató de abrirla a empujones con el hombro mientras yo seguía
pateando. No hizo mucho más que ondularse. Frotándose el
brazo, tomó unos pasos de distancia para evaluar nuestra
situación.
—Bueno, al menos este es el menor de nuestros
problemas de momento. Podría estar lleno con serpiente y
arañas.
—¿Por qué? ¿Por qué te atreves a pronunciar esas…?
Un ligero siseó comenzó en la esquina opuesta. El sonido
aumentando, como si la pared de la cámara hubiera sido la
única defensa alzándose entre nosotros y lo que sea que estaba
viniendo.
—En nombre de la Reina ¿Qué es eso? —Rápidamente
me alejé de la puerta. La alarma en mi voz atrajo a Thomas
hacia mí en un parpadeo. Ligeramente movió su cuerpo cerca
del mío, listo para protegerme del alarmante sonido. Tomé su
brazo, sabiendo que enfrentaríamos lo que estuviera viniendo
juntos. Y entonces lo vi.
La ligera corriente bajando por la pared.
Corrí hacia allí para estar segura de lo que estaba viendo.
—Agua. Agua filtrándose dentro…
Más siseos brotaron de los hoyos en el suelo, paredes y
techo mientras el líquido venía en torrente hacia nosotros. En
segundos, teníamos los tobillos cubiertos. Miré fijamente, sin
parpadear, al suelo. Esto no podía estar pasando.
—¡Busca una trampilla! —grité por encima del ruido de
la inundación—. Tiene que haber una palanca o algo para salir
de esta cámara.
Levanté mis enaguas, luego me incliné en el suelo,
esperando encontrar una salida. Pero por supuesto no había
ninguna. Solo había más cruces cinceladas en el suelo. Una
mofa para quien sea que fuese tan desafortunado de
encontrarse en esta cámara de la muerte. O quizás era una
misericordiosa forma de decir que estaríamos viendo a Dios
muy pronto. Si alguien creyera en ese tipo de cosas.
Esta cámara limpiaba a aquellos de sus pecados.
Mi mente se quedó completamente en blanco por un
momento. Este era el peor destino que podía imaginar.
—Revisa las paredes, Wadsworth. —Thomas se impulsó
sobre la mesa y recorrió los dedos a lo largo del techo,
buscando cualquier tipo de escape.
Me lancé de vuelta a la acción.
—¡Lo estoy intentando!
Agua fría como el hielo subió hasta mis rodillas. Esto
estaba pasando realmente. No íbamos a ser enterrados vivos,
íbamos a ser ahogados. Mi miedo era casi tan frío como el
agua filtrándose en mi ropa interior y casi tan pesado como
para alejarlo. Si íbamos a morir, no me iría tan fácilmente.
Corriendo de vuelta a la puerta, busqué por segunda vez
una manilla escondida, recorriendo con las manos
frenéticamente sobre cada superficie posible. Mis enaguas
eran pesos jalándome hacia abajo, pero no podía salir de ellas
sola.
El agua llegó más arriba de mis muslos, haciendo difícil
el moverse por completo. Thomas saltó en la piscina creciente,
alcanzándome en segundos.
—Aquí, Audrey Rose. Párate en el altar. —Thomas tomó
mi mano, pero me deslicé fuera de su agarre. Tenía que haber
una forma de desbloquear la puerta.
—Me rehúso a estar de pie en una mesa y esperar por un
milagro, o lo más posible, una muerte inminente, Cresswell. O
me ayudas a retirar mis enaguas o quédate atrás.
—¿Estamos a punto de morir y esta es tu petición
desvergonzada?
—Ciertamente no vamos a perecer aquí, Thomas.
Sus ojos brillaron con emoción. Él en serio pensaba que
no había salida de esto. Mi corazón se hundió más rápido que
mis enaguas mientras el agua golpeaba mi cintura. Él era el
maestro en ver lo imposible. Si se estaba dando por vencido,
entonces estábamos…
—Thomas… —Un recuerdo de la clase del profesor
Radu golpeó en mi pecho al mismo tiempo que temblores
incontrolables tomaron nuestros cuerpos—. ¡Alimenta al
dragón! —grité, evadiendo una corriente de agua mientras otro
grifo se abría sobre nosotros. El agua estaba entrando tan
rápido que ahora ya estaba cubriendo el altar—. ¡Esa tiene que
ser la clave!
—¿Dónde está este misterioso dragón que necesitamos
alimentar, Wadsworth?
—Yo… yo…
Thomas no esperó por una respuesta. Me levantó en sus
brazos y me depositó en el altar, levantándose él mismo un
momento después. Más agua helada llovió sobre nosotros
como si hubiéramos desembarcado en una isla abandonada en
medio de un diluvio. En el mejor de los casos, teníamos
minutos antes de que el agua alcanzara el techo. Mi visión
amenazó con volverse negra en los bordes. Ser enterrada viva
era siempre un pensamiento aterrador; morir en una tumba de
agua era algo que nunca supe que temía. Las emociones me
atravesaron, estrellándose contra mis pensamientos. La
hipotermia estaba cerca, sus efectos ya nublando mi mente.
Los labios de Thomas ya se estaban volviendo de un
ligero azul mientras temblaba a mi lado. Si el agua no nos
mataba, el frío ciertamente lo haría. ¿Dónde estaba el dragón?
Había parecido una idea inspiradora momentos atrás…
Thomas me atrajo hacia él, levantándome mientras el
agua alcanzaba mi barbilla.
—Q-quédate c-conm-migo, Wadsworth.
Él era por lo menos una cabeza más alto que yo y estaba
usando su altura para ofrecerme tiempo extra antes de que
tragara agua. Quería llorar, enterrar mi rostro en su cuello, y
decirle lo arrepentida que estaba de haberlo arrastrado aquí, a
este horrible túnel en esta ridícula aventura. ¿A quién le
importaba si éramos los que encontrábamos al Empalador o a
la Orden? Debería haber llevado mis teorías al director. Los
guardias reales deberían haber estado buscando en estos
túneles, no nosotros.
—Thomas… —Escupí agua, de repente ansiosa de liberar
todos mis secretos—. Esc-cucha, C-Cresswell —dije entre mis
dientes castañeando—, hay algo q-que tengo que decirte. Yo…
—Det-tente, Wadsworth. Sin confesiones de ult-timo
minuto. Vamos a salir de esto. —El agua se deslizó por mis
mejillas y negué con la cabeza. Thomas tomó mi barbilla y
miró con ferocidad en mis ojos, sus manos congeladas—.
Conc-céntrate. No te rindas. Usa ese fascinante cerebro tuyo
para encontrar al dragón de Radu y sacarnos de aquí. Puedes
hacerlo, Audrey Rose.
—¡No hay tal cosa como dragones! —grité, enterrando
mi cabeza en su hombro.
Tenía tanto frío que quería encogerme y flotar lejos.
Quería que el dolor en las extremidades disminuyera. Quería
rendirme. Miré el altar bajo nuestros pies, los ojos nublados
con lágrimas sin derramar mientras la imagen debajo de
nosotros se enfocaba. Estábamos de pie sobre la solución.
Un dragón casi del tamaño completo del altar estaba
esculpido en la cima. Su boca bien abierta, enseñando dientes
hechos de piedra que parecían lo suficientemente afilados para
cortar a través de la piel.
—¡Lo encontré!
—Q-que…fas-scinante —dijo Thomas, su cuerpo y su
voz ambos sacudidos con temblores—. Ten-nemos una mesa
como ésta en nuestra casa en Bucarest. Excepto que nuestro
dragón es menos… ar-rogante. Lo nom-mbré Hen-nri.
Lancé una mirada afilada en su dirección. Él estaba cerca
de convulsionar. Necesitaba moverme con rapidez. Luché por
liberarme de su agarre de hierro y tiré mi cabeza atrás tan lejos
como pude, luego tomé una respiración profunda y me
sumergí. Pataleé hacia la escultura, sin tener que trabajar
mucho ya que mi ropa actuaba como ancla. Enterré el dedo en
la boca del dragón y lo arrastré alrededor del diente de piedra,
haciendo una mueca mientras la sangre flotaba en el agua.
Mi corazón latía a un ritmo preocupante. Algo cedió un
poco, los dientes del dragón retrocediendo tan ligeramente.
Una trampilla crujió al abrirse en el piso de piedra,
permitiendo que algo del agua escapara, pero no suficiente.
Empujé de nuevo pero el diente se rehusó a ceder más. Por
supuesto que no podía ser tan fácil. Nada nunca lo era.
Necesitaba respirar. Traté de patalear en mi camino de
vuelta a la superficie, pero mis ropas estaban muy pesadas. El
pánico se filtró mientras me agitaba bajo el agua, burbujas de
aire flotando a mí alrededor. Quería gritar por ayuda, pero no
podía arriesgarme a perder más aire.
Cuando pensé que había llegado a lo último de aire que
me quedaba, Thomas me levantó, quitando hebras húmedas de
cabello de mi rostro mientras yo jadeaba y casi vomitaba. Él se
aseguró que estaba bien antes de nadar hacia la trampilla,
tratando de abrirla. Tomé una respiración profunda y lo seguí,
esperando que nuestras fuerzas combinadas funcionaran.
Giramos y jalamos sin éxito.
Thomas tomó mi mano temblorosa en la suya, y
pataleamos hacia arriba a lo que quedaba de aire. Mientras
salíamos a la superficie el agua caía hacia nosotros, ahora por
encima de nuestras barbillas, y capté el momento exacto en
que Thomas se resignó a nuestro final.
Inhaló una respiración inestable, una que podía haber
surgido de que la hipotermia se estableció o del darse cuenta
de que estábamos contemplando nuestros últimos momentos.
Nunca lo había visto sin un plan antes. Me atrapó con el tipo
de mirada que parece memorizar cada uno de mis rasgos. Sus
pulgares acariciando mis pómulos. El agua cubrió mi boca y
levanté mi rostro más arriba. Sabía que esto era todo. Estos
eran los últimos momentos de mi vida. El arrepentimiento me
llenó con una inconmensurable pena. Había tanto que no había
hecho, tanto que no dije.
—Audrey Rose, yo… —El pánico corría detrás de su
usualmente tranquila mirada. Apenas podía entender lo que
decía mientras el agua cubría mis oídos.
Estirándome para levantar el rostro por encima del agua,
respiré el último trago de aire.
—¡Audrey Rose!
La plegaria de Thomas fue olvidada en el segundo en que
la habitación tembló. Un crujido seco hizo eco en las paredes
de la cámara mientras el suelo bajo nosotros se abrió. Él me
sujetó, gritando algo que no pude escuchar sobre el retumbante
ruido. Tan rápidamente como el agua salió de las paredes y el
techo, así bajó, incluso más rápido en un gigantesco torbellino,
llevándonos con él.
Me estiré para tomar la mano extendida de Thomas,
gritando mientras el agua nos alejaba.
Fuimos succionados por un agujero que tragó tanto
nuestras palabras como nuestros cuerpos.

Traducido por Brisamar58

Corregido por Mari NC


Cripta
Criptă
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

Luché por mantener la nariz y la boca por encima del


agua mientras nos deslizábamos por lo que supuse era una
antigua cañería cubierta de algas resbaladizas, en dirección a
donde solo Dios sabía.
Mantuve mis manos apoyadas sobre mi cuerpo, lo que
ayudó a evitar que el lodo las cubriera. Si supiera que no
estábamos a punto de salir a una cámara aún peor, o que mi
escalpelo y el martillo de Thomas no iban a causar lesiones
graves, podría haber disfrutado del gigantesco tobogán de agua
subterránea. Sin embargo, no creía que Vlad Drácula ni la
Orden del Dragón lo hubieran diseñado para divertirse. Mis
músculos se tensaron en anticipación sobre dónde podríamos
aterrizar.
Me estremecí por algo más que el agua helada mientras
me deslizaba por la tubería aparentemente interminable. No
podía imaginar lo lejos que debíamos estar bajo tierra, la
oscuridad era tan completa que no podía ver mis manos frente
a mí.
La tubería torció y giró, y después de varias rotaciones de
mi cuerpo, finalmente se puso en posición horizontal.
Segundos después, fui arrojada a una piscina poco profunda.
Me negué a pensar en lo que podría estar flotando en la
superficie mientras chapoteaba; al menos el olor no era
demasiado asqueroso. Cuando me levanté, Thomas salió
volando y aterrizó sobre mí, derribándonos, con las rodillas y
la frente pegadas en una torpe danza hacia atrás.
De alguna manera se las arregló para sujetar mi cabeza,
así evité golpear mi cráneo contra la piedra debajo de nosotros.
Imaginé que sus nudillos no habían tenido tanta suerte.
—Eso… fue… aterrador… e increíble —dijo,
perdiéndose en un ataque de risa. Quería estar de acuerdo,
pero todo lo que podía pensar era en sus manos envueltas
alrededor de mí. Estuvimos tan cerca de la muerte. Como si se
tratara de una estrella que se pasa rápidamente por la extensión
de la noche, nuestra linterna navegó en el agua, flotando en la
superficie y ofreciendo un poco de luz.
Thomas me miró y luego dejó de reírse. Su expresión
ahora era seria y contenida. Me quedé mirándolo fijamente,
notando que sus pestañas eran largas y oscuras como el cielo
nocturno. Sus ojos eran mis constelaciones favoritas para
mirar; cada mancha de oro que rodeaba a sus pupilas eran
nuevas galaxias que pedían ser descubiertas. Nunca antes me
había fascinado la astronomía, pero ahora me encontraba con
ansias de estudiarla.
—Me salvaste una vez más. —Thomas se apoyó en sus
codos, sonriendo ante mi expresión aturdida. Se estiró y
arrancó el lodo de mi cabello—. Eres hermosa, Wadsworth.
—Oh sí. Cubierta de mugre y de lo que sea ese olor un
poco raro…
—Realmente no quieres saberlo.
Reprimí una arcada y moví cautelosamente cada
extremidad, examinándome para detectar fracturas y huesos
rotos. Todo parecía funcionar correctamente, aunque era difícil
decirlo sin estar de pie.
—¿Qué tal eso para una aventura? —pregunté, temblando
—. ¿Se acercó a lo que habías tenido en mente?
La sonrisa más pequeña curvó sus labios, borrando la
incomodidad.
—Claramente, necesitas dormir. No estoy seguro de que
debamos seguir siendo amigos, Wadsworth. Eres demasiado
salvaje para mí.
Hice una mueca cuando movió su peso. Estar tirada en el
piso de piedra de la piscina, empapada, era demasiado horrible
como para ignorarlo, sin importar lo mucho que mi parte
perversa disfrutara estar tan cerca de Thomas. La
preocupación brilló en sus rasgos.
—¿Qué sucede? ¿Estás lastimada?
—Quizás deberíamos volver a nuestra tarea de localizar
al Empalador. Y si no te importa retirarte de encima mío para
que pueda respirar adecuadamente… eres peor que un corsé.
Parpadeó como si saliera de un sueño, luego se puso de
pie de un salto y me ofreció una mano.
—Disculpas, bella dama. —Tomó la lámpara del agua y
limpió sus lados—. ¿Qué cámara de la fatalidad sigue en el
menú?
—No estoy segura. ¿Todavía tienes el Poezii Despre
Moarte?
—Justo aquí. —Thomas palmeó su bolsillo delantero—.
Aunque el martillo de cráneo ha desaparecido.
—Mi escalpelo, también. —Miré por la cámara, notando
un saliente a cada lado de la piscina de agua en la que
estábamos parados, e indiqué que debíamos dirigirnos allí—.
Veamos si nos secamos un poco.
Tomamos el camino hacia la cornisa y escurrimos nuestra
ropa y cabello lo mejor que pudimos. Las faldas se pegaban a
mis extremidades, haciendo cada movimiento más difícil que
el anterior. Me sorprendió ver el vapor que se elevaba desde
unas pocas grietas en la cara de la roca, eliminando la mayor
parte del frío del aire. Extendí las manos temblorosas, y
Thomas rápidamente hizo lo mismo.
—Deben ser aguas termales de una de estas montañas —
dijo, quitándose la levita y colgándola sobre el vapor. Me
quedé mirando su pecho, definido y completamente a la vista
gracias al agua que empapaba su camisa. Estaba esculpido
finamente, su cuerpo recordaba esculturas antiguas de héroes o
dioses medio vestidos.
Alejé la mirada, sosteniendo mis faldas lo más cerca
posible del vapor. Ahora no era el momento de distraerse por
deseos impropios. Me di la vuelta, con la esperanza de secar la
parte posterior de mi corpiño, y vi otra entrada de túnel,
marcada con el número XII. Los escalofríos sacudieron mi
cuerpo por una razón completamente nueva.
—Déjame ver el libro, Cresswell.
Thomas espió la entrada que había señalado y me entregó
el viejo tomo de vitela. Lo hojeé, maravillándome de cómo las
páginas habían sobrevivido a las aguas. Quien lo haya creado
debe haber planeado que resistiera estos peligros. Encontré lo
que había estado buscando y me detuve. Me tomó un momento
entender el rumano en mi cabeza, pero me las apañé.

XII
SANGRE ROJA, BLANCO HUESO. AQUÍ YACE
ALGO HACE MUCHO TIEMPO MUERTO.
ÁRBOL DE LA MUERTE Y CORAZÓN DE PIEDRA.
NUNCA ENTRES EN LA CRIPTA POR TU CUENTA.
SI LO HACES, ÉL TUS HUELLAS MARCARÁ, TE
CAZARÁ Y DESPUÉS ATACARÁ.
SANGRE ROJA, BLANCO HUESO. ALLÍ YACEN
QUIENES DEBIERON SEGUIR EL CONSEJO.

Lo leí en voz alta para Thomas, mis pensamientos


centrados por completo en nuestra misión una vez más. Él
apartó mechones de cabello oscuro de su frente y suspiró.
—No recuerdo que Radu haya mencionado nada sobre la
lucha contra strigoi, ¿verdad?
—Desafortunadamente, no. —Negué con la cabeza.
Nuestras lecciones sobre vampiros no ofrecían pistas sobre
cómo podríamos sobrevivir a una cámara dedicada a ellos—.
Vamos —dije, levantando mis faldas parcialmente secas y
señalé con la cabeza hacia la entrada—. Quedarnos aquí no
nos sacará de estos túneles más rápido.
—No —estuvo de acuerdo Thomas, siguiéndome
lentamente—, pero preferiría estar cubierto de lodo que ver
qué otras delicias nos esperan.
El túnel no era muy largo y nos condujo a otra cámara,
como si hubiéramos caminado de una gran sala en un castillo a
otra.
—Me gusta esto. Qué encantador.
Dejé de prestar atención a las paredes de piedra e
inspeccioné dónde estábamos, lamentándolo inmediatamente.
Esta cámara era una enorme y antigua cripta dividida en dos
secciones por un arco elaborado. Alguien había estado
recientemente aquí abajo encendiendo antorchas, y mi sangre
se enfrió al pensarlo. Tenía que haber una manera de llegar
aquí que no fuera la ruta infernal que habíamos encontrado.
Me encontré dividida entre continuar hacia adelante y correr
en la dirección opuesta.
Thomas y yo nos detuvimos debajo del arco, sin querer
cruzar hacia el espacio detrás de él. Él me miró y se llevó un
dedo a los labios. Necesitábamos movernos lo más rápido y
silenciosamente posible.
Inspeccioné el arco, tratando de controlar la piel de
gallina que entraba en erupción por mi cuerpo. Estaba hecho
enteramente de astas. No podía ni siquiera empezar a
comprender cuántos ciervos debían haber muerto para crear
una cosa tan horrible, pero mi atención se dirigió rápidamente
a otra parte. El resto de la cámara era aún más horrible.
Los muertos no descansaban pacíficamente en esta cripta.
Sus restos habían sido perturbados, manipulados en una escena
de pesadilla directamente de las páginas de los horrores
góticos. Todo estaba creado a partir de huesos blancos y fríos.
Lápidas. Cruces ornamentales. Muros. Techos. Vallas. Todo,
todo estaba hecho de partes de esqueletos, tanto humanos
como animales, a primera vista. Tragué mi repugnancia.
Radu se había equivocado acerca de que los bosques
estaban llenos de huesos. El espacio debajo de la montaña lo
estaba.
Desde aquí, podíamos ver un mausoleo cercado, erigido
como una capilla pequeña y profana dentro de un vasto
cementerio. En lugar de tener pisos de piedra, el suelo era de
tierra, haciendo que me preguntara si finalmente habríamos
llegado al verdadero fondo de la montaña. La cerca estaba
construida de huesos en posición vertical que habían sido
clavados en el suelo. Una puerta tosca, parcialmente abierta
estaba colocada en su centro. Mi cuerpo vibraba de
anticipación y temor. No quería cruzar a esa sección del
infierno.
Enormes columnas de huesos entrelazados se alzaban a lo
largo de los cuatro lados del mausoleo, que también estaba
hecho enteramente de restos. En el centro de lo que podría
describirse mejor como un extenso cementerio de esqueletos
medio desenterrados, había un gran árbol cuyas ramas casi
alcanzaban el alto techo. Como todo lo demás en esta horrible
cámara, las ramas del árbol estaban compuestas enteramente
de huesos. La monstruosidad debía tener al menos seis metros
de altura.
Seguimos caminando, deteniéndonos fuera de la cerca.
Thomas se había quedado tan silencioso como el cementerio
donde estábamos parados, y la atención pasaba de una vista
monstruosa a otra. La tierra levantada y el moho me hacían
cosquillas en la nariz, pero no me atreví a estornudar.
Cualquier cantidad de cosas podrían estar al acecho en la
maraña de horror que nos rodeaba.
Thomas movió sus ojos hacia la escena macabra
directamente en nuestro camino.
—Creo que hemos encontrado el Árbol de la Muerte
mencionado en Poezii Despre Moarte —susurró, todavía
mirando a su alrededor.
—Al menos hace honor a su nombre. Ciertamente no
sería confundido con el Árbol de la Vida.
—Es tan… espantoso. Sin embargo, estoy extrañamente
maravillado. —Thomas recitó cada hueso nuevo que
identificaba en el árbol situado dentro de la cerca—. Húmero,
radio, —Tomó aire, apuntando a otro poco de marfil—, y eso
es un cúbito admirable. Debe haber venido de un casi gigante.
Tibia, peroné, rótula…
—Gracias por la lección de anatomía, Cresswell. Puedo
ver qué son —dije en voz baja, señalando con la cabeza hacia
la entrada cerrada y sus huesos desenterrados—. ¿Dónde
deberíamos empezar?
—Con el árbol, naturalmente. Y tenemos que darnos
prisa. Tengo la sensación de que quien haya encendido las
antorchas volverá pronto. —Thomas me entregó la linterna—.
Después de ti, querida.
Una gran parte de mí no deseaba entrar en este terreno del
diablo, parecía una aniquilación de la santidad de la muerte,
pero habíamos llegado demasiado lejos para dejar que la
aprensión dominara mis sentidos. Si Daciana, Ileana o Nicolae
estaban en problemas, necesitábamos seguir avanzando. Sin
importar que mis instintos gritaran que tomara la mano de
Thomas y corriera en la dirección opuesta.
Respiré profundamente, esperando que ni mi imaginación
ni mi cuerpo me fallaran ahora. Si alguna vez hubo un tiempo
para pensamientos claros y un pulso constante, este sería el
momento.
Sin dejar que el miedo hundiera sus garras en mí, levanté
la barbilla y caminé de puntillas hacia la cerca de cadáveres
que habían sido recogidos hace mucho tiempo. Sin embargo,
no pude detener mi fuerte inhalación cuando entré en el
cementerio que contenía lo que Poezii Despre Moarte llamaba
el Árbol de la Muerte.
Podía imaginarme a Vlad Drácula levantándose de este
lugar, viniendo a saludar a su último heredero varón.

Traducido por âmenoire

Corregido por Mari NC


Árbol de la Muerte
Copacul Morţii
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

El árbol era incluso peor de lo que pensé desde algunos


metros de distancia. Huesos de manos, cráneos con cuencas
oculares vacías y cajas torácicas rotas creaban una
atemorizante obra maestra. Me maravillé ante cómo encajaban
sin algún amarre o atadura, simplemente habían sido unidos.
Los fémures estaban amontonados, sirviendo como el
centro del tronco. Las cajas torácicas estaban unas frente a
otras, encerrando los huesos de piernas como si fuera la
corteza. Viendo el área alrededor de la base del árbol, noté
montones de huesos acomodados en pilas, quizás esperando
para ser ensamblados. Algunos de ellos aún tenían pedazos de
carne y tendones pegados. No todos estos esqueletos eran
viejos. Un pensamiento escalofriante.
Me di cuenta de que estaba conteniendo mi aliento,
aterrorizada de hacer demasiado ruido. Quería apurarme y, aun
así, este lugar hacía que fuera imposible no detenerse y mirar
boquiabierto a cada nuevo horror. Como el que estaba frente a
nosotros ahora.
Junto a la pila de huesos había una gran bañera con patas
que terminaban en garras. Estaba llena hasta el borde con
sangre rojo oscuro, el aroma a cobre pinchando mi nariz.
Seguramente era un truco de mis sentidos, pero juraba que
algo burbujeaba desde dentro de las sangrientas
profundidades. Thomas se quedó inmóvil, su atención fija en
la bañera mientras extendía su brazo, deteniendo nuestros
movimientos. No me atreví a acercarme, el miedo de lo que mi
mente pudiera conjurar era demasiado grande. Thomas
continuó mirándola fijamente, sus hombros tensos. Habíamos
encontrado la sangre faltante de las víctimas del Empalador, de
las que sabíamos y Dios sabía quiénes más. El asesino estaba
cerca. Demasiado cerca. Todo mi cuerpo hormigueaba con
anticipación.
Se sentía como si nos hubiéramos adentrado en las
profundidades del infierno de Dante, inadvertidamente.
—«Abandonen toda esperanza los que entren aquí». Es
tan inquietante —susurré—. No puedo entender cómo alguien
fabricaría toda una cripta con huesos. O esa bañera… pobres
Wilhelm y Mariana. —Me estremecí, sabiendo que mi ropa
mojada solo tenía la culpa parcialmente—. La Orden es
bastante dotada con juegos de guerra psicológica.
—Es literalmente un baño de sangre. —Thomas apartó su
mirada de la bañera, su expresión sombría—. Alguien tiene un
sentido del humor muy oscuro y retorcido.
Cerré mis ojos, exigiendo a ese rápido golpeteo de mi
corazón a que disminuyera la velocidad. Necesitábamos
encontrar a Daciana e Ileana. Seguí repitiendo ese
pensamiento hasta que el miedo me soltó.
Tranquilamente nos alejamos de la bañera de sangre, pero
el horror de ello se mantuvo aferrado a nosotros. La sentía
detrás de mí, esperando, como si me estuviera llamando con su
horrible aroma. Ni siquiera consideraría lo que haríamos si
otra pista estuviera localizada dentro de ese monstruoso baño
de sangre. Si los aldeanos eran supersticiosos respecto a
profanar a los muertos, solo podía imaginarme su reacción si
alguna vez se toparan con esta blasfema sepultura.
—Debieron ser más de doscientos cuerpos humanos los
que se necesitaron para hacer esta mórbida escultura. —
Thomas sostuvo en alto la linterna hacia la rama superior. Un
grupo de falanges estaban unidas como si fueran hojas blancas
—. Quizás los rumores de Vlad Drácula siendo inmortal son
ciertos.
Aparté mi mirada del árbol de hueso, inspeccionando a
mi amigo por alguna señal de trauma. Me mostró una sonrisa
torcida.
—Eres más encantadora cuando me miras de esa manera,
Wadsworth. Sin embargo, solo estoy bromeando. Juzgando por
el baño de sangre, sí creo que quien sea que modificó ese
desagradable y pequeño poema para ti visitó este lugar. Tal vez
encontremos una pista respecto a Daci.
—¿Ves algunos números romanos tallados en el árbol? —
Me enfoqué en el cementerio y el mausoleo; no podía
detenerme de estar intrigada por nuestros alrededores. Cráneos
sin piel delineaban las paredes. De hecho, los cráneos eran las
paredes. Estaban apilados uno sobre otro, comprimidos tan
apretadamente que dudaba que pudiera meter mis dedos entre
ellos.
Thomas sacudió su cabeza.
—No, pero de acuerdo con ese letrero, uno debe escalar
el árbol para arrancar su fruta.
Miré fijamente hacia la placa clava en la puerta de hueso.
Estaba tallada en rumano, las letras toscas como la
herramienta que debió haber sido utilizada para marcarla. Me
acerqué, leyéndola.
Smulge fructe din copac pentru a dobândi cunoştinţe.
Thomas tenía razón; básicamente establecía que uno
necesitaba arrancar la fruta del árbol para adquirir el
conocimiento. Pasé mi mirada por encima de las ramas del
árbol, buscando por alguna señal de la supuesta fruta. Cráneos
de aves de todos los tamaños estaban encordados en
intervalos, sus picos apuntados en todas direcciones. Los
señalé.
—¿Quizás esos cráneos? En alguna manera enferma, casi
parecen peras.
Algo leve burbujeó desde atrás. Me giré, buscando, mi
corazón casi listo para salir disparado fuera de mi cuerpo. La
sangre estaba inalterada, la superficie oscura como un aceite
color carmesí.
—¿Escuchaste eso?
Thomas tomó una profunda respiración, su atención
escaneando metódicamente la habitación y la cámara detrás de
nosotros.
—Dime de nuevo por qué no estamos utilizando este
tiempo de manera más sabia. Podríamos estar envueltos uno
alrededor del otro en lugar de… —Señaló frente a nosotros—,
todo esto.
—Tenemos que apurarnos, Cresswell. Tengo una terrible
sensación.
Sin decir otra palabra, Thomas se volteó hacia el árbol y
se estiró hacia adelante, colocando su peso en una caja torácica
mientras lentamente escalaba los huesos color marfil. Puso su
pie izquierdo en otra costilla, probándola ágilmente antes de
trasferir todo su peso.
Repitió el movimiento dos veces más, apenas logrando
subir algunos metros del suelo, cuando un horrible crujido
atravesó el aire, haciendo eco como si un interruptor hubiera
sido estrellado contra nudillos. Me lancé hacia adelante para
atraparlo, pero saltó hacia abajo grácilmente y sin asistencia.
—Parece que no estaremos cosechando ninguna fruta
madura de este árbol después de todo. —Limpió sus manos en
sus pantalones, su boca torcida en una línea molesta. Unas
cuantas gotas de sangre aparecieron como rubíes en las puntas
de sus dedos antes que las chupara—.

Lee los poemas para mí una vez más, por favor. Uno de
ellos tiene que ser relevante para esta situación. No hay
muchos de dónde elegir.
Saqué el desgastado y viejo libro de mi bolsillo y se lo
pasé. No quería decir las terribles palabras en voz alta más de
lo que fuera necesario.
Mientras Thomas leía los poemas por sí mismo,
rápidamente me desabroché mis faldas superiores. El tiempo
se estaba escurriendo de nuestro agarre. De una u otra manera,
teníamos que arrancar cualquiera que fuera el conocimiento de
este espantoso árbol antes de regresar a la academia. Para este
momento, Moldoveanu y Dăneşti seguramente eran
conscientes de nuestra ausencia. Bien podríamos regresar con
algo útil si estábamos a punto de ser expulsados. Además, no
quería ser atrapada aquí por un asesino.
Los botones de mi corpiño se abrieron con facilidad. Su
pequeño tintineo golpeó el suelo mientras mi corazón se
estrellaba contra mi caja torácica con vigor. Gracias a los
cielos, me había cambiado mi vestido más complicado más
temprano esa tarde. No tenía polisón o corsé con los que
pelearme para quitármelos. Antes de que pudiera cambiar de
idea o encontrar una razón para estar avergonzada, me quité
mis enaguas, sintiéndome expuesta en mi camisola y ropa
interior, aun cuando cubrían más allá de mis rodillas y tenía
varios centímetros de encaje Bedfordshire Maltese. No eran
tan diferentes de mis pantalones bombachos, razoné. Aunque
mis pantalones bombachos eran menos… adornados y
delicados.
Thomas dejó caer el Poezii Despre Moarte junto con su
mandíbula, al parecer.
—Ni una palabra, Cresswell. —Apunté hacia la cima del
árbol de huesos—. Soy más ligera que tú y debería ser capaz
de escalar el árbol. Creo que veo algo en ese cráneo de ahí.
¿Lo ves? Parece un pedazo de pergamino.
Thomas mantuvo su atención fija en mi rostro, el suyo
enrojeciendo cada vez que bajaba hacia mi barbilla. Medio
quise poner mis ojos en blanco. Ninguna parte de mí estaba
descubierta además del escándalo de mis brazos y unos
cuantos centímetros de pierna que no estaban cubiertos por
ropa interior o medias. Tenía camisones que mostraban más
escote.
—Atrápame si me caigo, ¿está bien?
Una sonrisa curvó sus labios en una forma muy
encantadora.
—Ya he caído por ti, Wadsworth. Quizás debiste haberme
advertido con más anticipación.
Coqueto astuto. Giré mi concentración hacia el árbol y
escaneé la ruta que tomaría. Sin preocuparme por lo que estaba
a punto de tocar, me impulsé hacia arriba, colocando una mano
después de la otra, pensando solo en la tarea. El corte en mi
pantorrilla se estiró incómodamente y el calor de la sangre
fresca se escurrió por mi pierna, pero ignoré la incomodidad
en favor de moverme rápidamente.
Me negué a mirar hacia abajo. Con cada nueva
extremidad que escalaba, el pergamino se acercaba más.
Estaba a medio camino de la cima cuando una clavícula se
rompió debajo de mis pies. Colgué, suspendida en el aire,
balanceándome de lado a lado como si fuera un péndulo
viviente.
—¡Lo tienes, Wadsworth! —Mis dedos temblaban con el
esfuerzo de mantener mi agarre—. Y si no lo tienes… yo te
atrapo. Eso creo.
—¡No es consuelo, Cresswell!
Utilizando el impulso de mi cuerpo a mi ventaja, me
balanceé hacia una caja torácica de aspecto robusto y moví mi
peso. Mis músculos se estremecieron con la adrenalina y el
orgullo que surgieron. ¡Lo había logrado! Controlé mis
emociones y… El hueso bajo mis dedos tronó a manera de
advertencia. Celebrar las victorias podría esperar. Me moví
uniforme pero cautelosamente, escalando con lenta precisión.
Probando y subiendo. Probando y subiendo.
Una vez en la cima, me detuve para recuperar mi aliento
y miré hacia Thomas, arrepintiéndome inmediatamente de la
acción. Parecía mucho más pequeño desde este punto de
observación. Estaba al menos a seis metros del suelo y la caída
no sería placentera.
Sin esperar a imaginarme todas las vívidas maneras en las
que podía convertirme en parte de la obra de arte de
esqueletos, hice mi camino por los últimos pocos huesos y
alcancé el pergamino. Lo saqué del cráneo en el que estaba
atorado. Alguien había utilizado una daga, cuyo mango estaba
incrustado con oro y esmeraldas, para clavar el pergamino en
la cavidad ocular del fallecido.
—Dice «XXIII» —susurré-grité, consciente de no
balancearme y perder mi apoyo. Lo último que quería era
empalarme a mí misma mientras cazábamos al asesino
conocido por utilizar ese mismo método mortal.
Thomas encontró el poema correcto y lo leyó en voz alta.
Me encogí ante cuán fuerte y poderosa sonaba su voz en este
mórbido espacio.

XXIII
BLANCO, ROJO, MALVADO, VERDOSO. QUIEN
CAZA EN ESTOS BOSQUES SE OCULTA AL OJO.
DRAGONES VAGAN, ECHAN A VOLAR.
CORTANDO A AQUELLOS QUE SE ACERCAN A SU
HOGAR.
TU CARNE COMEN, TU SANGRE BEBEN.
DEJANDO LOS RESTOS EN DONDE QUEDEN.
HUESO BLANCO, SANGRE ROJA. DE TU MUERTE
PRONTO SERÁ HORA.

—Oh, dios —murmuré. Ese poema… fue el que Radu


nos había leído en clase. El lugar de reuniones de la Orden. Y
el lugar donde sacrificaban gente para el Príncipe Drácula.
Necesitábamos salir de esta cripta enseguida. Sabía,
profundo en mis huesos, que estábamos a punto de
encontrarnos con algo mucho más horrendo de lo que
pudiéramos imaginar. Otra hoja de pergamino captó mi
atención mientras comenzaba mi descenso. Me moví
cuidadosamente hacia ella, luego se lo leí en voz alta a
Thomas:
—Fă o plecăciune în faţa contesei.
Inclínense ante la condesa.
—¿Qué fue eso? —dijo.
—Un momento. —Una ilustración acompañaba a la
oración. Parpadeé, leyéndola de nuevo. Ciertamente esperaba
que esto fuera un remanente de las Cruzadas, aunque la
sensación resbaladiza en mi interior me decía lo contrario.
Estábamos equivocados de nuevo sobre la implicación de
la Orden del Dragón. Esto parecía ser el trabajo del Príncipe
Nicolae Aldea.
Y la condesa en este dibujo estaba completamente
cubierta de sangre.
Traducido por âmenoire

Corregido por Mari NC


Cripta
Criptă
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

Metí la segunda pista en mi ropa interior y bajé tan rápido


como me atreví a hacerlo. No quería gritar por miedo a llamar
más atención hacia nosotros.
El miedo hacía que mis manos temblaran mientras me
estiraba hacia un fémur y fallaba. Me concentré en mis
respiraciones. Trataría esto como si fuera un cuerpo en
necesidad de ser estudiado, la precisión era la clave. Me
balanceé hacia el siguiente hueso, mis dedos deslizándose
fuera de su suave superficie. Si no me recomponía y lograba
bajar hasta Thomas… no quería considerar lo que podría
suceder. El Príncipe Nicolae estaba cerca, sentía su presencia
mientras cada célula de mi ser me advertía que huyera.
Necesitábamos salir de la cripta de inmediato o de otra
forma pasaríamos de ser los cazadores a ser las presas. Cuando
llegué a la mitad del macabro árbol, una extraña forma llamó
mi atención en el otro lado de la puerta de hueso. Al principio
pensé que era algún animal peculiar, buscando morada.
Luego se puso de pie, tambaleándose un poco hacia
adelante.
—Thomas…
Mi respiración se entrecortó. El montón se había
levantado de entre los huesos, revelando una figura
encapuchada que no era un cadáver reanimado o un strigoi.
Apostaba que era humano; no había absolutamente nada
fantástico en él salvo su gusto por el arte dramático.
Una capa cubría su cabeza, colocada sobre sus rasgos
como si fuera una capucha y una larga cruz colgaba alrededor
de su cuello. La capa me recordaba vagamente a aquellas que
llevaban los hombres que habían desaparecido en el bosque
con ese cadáver algunas noches atrás. La cruz era más grande
que dos puños y estaba hecha de oro. Muy ornamentada y
medieval, parecía como si fuera un arma fina en sí misma.
—Thomas… ¡corre!
Thomas inclinó su cabeza, inconsciente de la nueva
amenaza.
—No puedo escucharte, Wadsworth.
Aferrada al árbol e incapaz de apuntar, observé mientras
la figura se tambaleaba más cerca. Lucía lastimado, pero
podría ser una actuación para atraernos hacia un falso sentido
de seguridad.
—¡Detrás de ti! —grité, pero fue demasiado tarde. La
figura cayó contra la puerta, chocando con ella y cerrándola
mientras se tambaleaba hacia atrás.
A tres cuartos de la bajada, la costilla de la que estaba
agarrada se rompió y caí como un árbol cortado en este bosque
de cadáveres. Moviéndome más rápido de lo que pude
parpadear, Thomas se lanzó para ponerse en mi camino,
amortiguando mi caída. No fue un rescate glamuroso, pero su
esfuerzo fue valiente.
Siseó cuando golpeó el suelo, luego soltó otro gruñido
cuando mi frente chocó con la parte posterior de su cabeza.
Me quité de encima de él rápidamente, girándome en el lugar,
buscando por la figura que se había dirigido hacia nosotros,
pero no vi nada. Teníamos segundos para correr. Thomas se
volteó y sangre escurría por su nariz.
—¿Dónde están tus vendajes?
Sostuvo su nariz.
—Los perdí en la cámara de agua.
Arranqué un pedazo de mi delgada camisola y se lo ofrecí
a mi héroe sangrante. Podría bien utilizado para contener el
flujo de sangre o quizás podía estrangular a nuestro atacante
con él mientras yo lo distraía.
—Apúrate, Cresswell. Tenemos que movernos…
De la nada, la figura reapareció, cayendo hacia nosotros
detrás del Árbol de la Muerte, la promesa de violencia
claramente visible en su postura.
—Largo. De. Aquí —dijo a través de dientes apretados,
luego se aferró a su torso. Su respiración era entrecortada, su
acentuada voz forzada—. De prisa.
El miedo soltó su agarre a mi lógica. Me incliné hacia
adelante, entornando mis ojos para ver el rostro que sabía
coincidía con la voz.
—¿Príncipe Nicolae? ¿Es… usted… quién le hizo esto?
El príncipe sacudió la capucha para apartarla de su rostro.
Estaba manchado con marcas negras y sus mejillas estaban
demacradas.
—Si no se apuran… ella…
Se derrumbó en el suelo, su pecho agitándose con
esfuerzo. El príncipe no estaba fingiendo estar herido, estaba
cercano a la muerte. Me dejé caer de rodillas, levantando su
cabeza hasta mi regazo. Sus ojos estaban vidriosos,
desenfocados. Habría apostado cualquier cosa a que le habían
dado arsénico. Necesitábamos sacarlo de estos túneles y
llevarlo a un doctor inmediatamente.
—Thomas… levántalo de las…
Luego, como si a una pesadilla se le hubiera dado
permiso para nacer en este mundo, una figura se elevó de la
bañera llena de sangre. Parpadeé, apenas entendiendo lo
absurdo de la pajilla arruinada que cayó al suelo, tan espantosa
era la visión ante nosotros. Sangre tan oscura que era casi
negra cubría cada centímetro de su rostro y cuerpo. Su cabello
goteaba carmesí de regreso a la bañera, delgados dedos
cubiertos en ella. Apenas si podía respirar. Thomas extendió su
brazo, como si pudiera ser capaz de evitar que este monstruo
nos viera tanto a Nicolae como a mí.
Sus ojos se abrieron ampliamente, los blancos un fuerte
contraste con el carmesí rodeándolos. Todo llegó a un alto
total dentro de mi mente. No podía decir de quién se trataba
desde aquí, pero muy seguramente era una mujer. Habíamos
tenido razón después de todo, pero ¿era Ileana? ¿O podría
ser… Daciana?
La pesadilla empapada en sangre sacó una pierna de la
bañera, haciendo un gran espectáculo al salir de ella. Sangre se
derramó hasta el suelo y salpicó contra los huesos cercanos.
Quien quiera que fuera, portaba un vestido de gasa, su
roja longitud goteando detrás de ella como una empapada
maldición en el día de la boda mientras se movía hacia
nosotros. Cuando se agachó cerca de un montón de huesos,
consideré correr. Deseé tomar a Thomas y huir de esta cripta y
nunca mirar atrás. Pero no había manera de salir y no
podíamos dejar al príncipe. La pesadilla viviente se levantó y
apunto un pequeño revolver para damas hacia nosotros.
Se movió hacia adelante, la condesa de sangre, una
espeluznante sonrisa exponiendo el blanco de sus dientes.
—¡Extraordinar! Estoy tan contenta de que ambos lo
lograran. Estaba preocupada porque no llegaran a tiempo. O
que trajeran a Tío y esa molesta guardia.
Miré fijamente a la chica ante nosotros, parpadeando para
alejar la incredulidad. No podía ser… y aun así… su voz era
inconfundible, su acento húngaro ligeramente diferente al
rumano.
—¿Anastasia? ¿Cómo…? esto no puede ser real —dije,
incapaz de aceptar esta verdad—. Moriste. Te vimos en esa
habitación, esos murciélagos. —Sacudí mi cabeza—. Percy
inspeccionó tu cuerpo. ¡Hicimos tu autopsia!
—¿Estás segura? Esperaba que lo entendieras, prietena
mea5. —Anastasia sonrió de nuevo, esos dientes brillando
demasiado cordialmente contra la sangre—. Cuando
mencionaste la persiana en la aldea, casi me desmayé. Tuve
que regresar rápidamente y acomodar la habitación antes que
la investigáramos esa noche. ¡Nervii mei! Mis nervios eran un
desastre.
No podía entender cómo era posible que esto fuera real.
Obligué a mi mente a superar el pánico que amenazaba con
hacerme caer de rodillas. Necesitamos hacer que Anastasia
siguiera hablando. Quizás se nos ocurriría un plan sobre cómo
lograr salir de aquí.
—¿Por qué me permitiste vivir?
—Consideré matarte esa misma noche, pero pensé que él,
—Asintió hacia Thomas—, podría irse antes de que estuviera
lista para atacar. Ven, ahora, amiga mía. Sé que eres más lista
que estos chicos. Dime cómo lo hice. ¡Uh, uh, uh! —Ondeó el
arma hacia Thomas—. Ni una palabra de tu parte, guapo. Es
descortés interrumpir a una dama.
Quería vomitar, pero obligué a mi mente a moverse.
Anastasia deseaba ser premiada por la genialidad de su juego.
Esa necesidad de reconocimiento podría ser su mismísima
ruina. Tragué fuerte, ignorando el revolver que ahora apuntaba
hacia mi pecho. Pequeñas particularidades de repente tuvieron
sentido.
—La chica desaparecida. —Cerré mis ojos. Por supuesto.
Todo tenía sentido. Era brillante de la forma más horrible—.
Utilizaste su cuerpo para hacerlo pasar como el tuyo. La
plantaste en los túneles para que coincidiera con tu
desaparición. Sabías que su rostro estaría demasiado dañado
para ser identificado. Su cabello y medidas corporales eran lo
suficientemente parecidas. Los rasgos faciales también.
Incluso pensé que se parecía a ti cuando la vi en ese boceto. El
parecido era el suficiente para engañar a la clase y a nuestros
profesores. —Hice una pausa mientras el horror completo se
asentaba—. Incluso tu tío pensó que eras tú, uno de los
mejores forenses académicos en el mundo.
—Excelent. —Anastasia sonrió, sus dientes ahora
manchados de rojo. Era terrible. Salvaje. La maliciosa
presencia en sus ojos hacía que las partes más profundas de mí
se estremecieran—. Nuestros corazones son cosas curiosas.
Tan sentimentales y fácilmente equivocados. Jala las cuerdas
correctas o corta los cordones correctos y ¡puf! El amor
suprime a la inteligencia, incluso en las mejores personas.
No deseaba hablar de asuntos del corazón con una mujer
que estaba empapada en la sangre de los inocentes. Noté a
Thomas moviéndose tan ligeramente junto a mí y me moví
para proveer otra distracción.
—¿Cómo lograste remover la sangre de Wilhelm tan
rápidamente?
—Con un aparato robado de la morgue. Luego tiré su
cuerpo por la ventana. —Dio un paso hacia Thomas y se
detuvo, inspeccionándolo como un gato pudiera considerar a
un ave herida sobre la que está a punto de abalanzarse. Por
alguna razón, inclinó su cabeza en una muestra de respeto—.
¿Está impresionado, Alteţă? ¿O debo decir Príncipe Drácula?
Thomas dejó de moverse y sonrió despreocupadamente.
Aunque noté la tensión en sus músculos y supe que era todo
menos un miembro relajado y aburrido de la Casa de Drácula.
—Muy encantador de tu parte, pero inclinarte ante mí es
totalmente innecesario. Aunque entiendo tu urgencia de
hacerlo. Soy bastante majestuoso e impresionante. Príncipe
Drácula, sin embargo, no es mi verdadero título.
No podía creer que su farsa pareciera estar funcionando.
Anastasia tragó, su concentración siguiendo las manos de
Thomas mientras ajustaban su arruinada camisa. Casi me
convenció de que vestía ropas de la realeza y tenía la valía
para que se inclinaran ante él. En lugar de estar aquí parado en
las arruinadas y sucias ropas con las que había sido arrastrado
a través del infierno.
Anastasia movió su revólver, apuntando directamente
hacia Thomas.
—No se burle de su propio linaje, señor Cresswell. Cosas
malas suceden cuando uno se vuelve contra su propia gente.
Es hora de que salga y acepte su desino, Hijo del Dragón. Es
hora para que mezclemos nuestros linajes y reclamemos toda
esta tierra.
—No lo entiendo —dije, mirando entre ellos—. ¿De
quién desciendes?
Anastasia lanzó sus hombros hacia atrás, su cabeza
sostenida en lo alto. Era un logro impresionante considerando
la sangre que la cubría por completo; aun así, poseía un aire de
realeza.
—Elizabeth Báthory de Ecsed.
—Por supuesto —murmuró Thomas—. También
conocida como la Condesa Drácula.
Por un momento nadie habló o se movió. Recordé la
breve mención de la condesa en la clase de Radu y peleé
contra un estremecimiento.
—Así que sabe que es el destino. —Los ojos de Anastasia
brillaron con orgullo—. Verás, provengo de una casa conocida
igualmente por su sed de sangre, Audrey Rose. Mi ancestro se
bañaba en la sangre de los inocentes. Gobernaba con miedo.
—Anastasia apuntó a Thomas—. ¿Él y yo? Estábamos
destinados a conocernos. Así como estamos destinados a
producir herederos más temibles que sus ancestros. Destin.
¡No tenía idea de que las estrellas tuvieran tanto planeado!
Eres un inconveniente menor. Uno del que fácilmente nos
encargaremos.
No hice mucho más que respirar. Así que Anastasia era
una heredera desplazada en búsqueda de su derecho de
nacimiento. Y no le importaba cómo iba a reclamarlo, a través
de la fuerza o del amor. Si pensaba que podía cazar a Thomas,
convencerlo de casarse con ella y asesinarme en el proceso, no
tenía idea de quién era yo.
Apreté mis puños, más determinado que nunca a
mantenerla hablando mientras planeaba nuestro escape.
—¿Cómo asesinaste a hombre en el tren… y por qué?
Mi antigua amiga me miró por un segundo, sus ojos
entrecerrados. Silenciosamente rogué porque su necesidad de
presumir fuera lo suficientemente tentadora para que
respondiera a mis preguntas sin ver mi verdadero motivo.
—La Orden del Dragón vive. Quería limpiar sus rangos.
Estos días, la mayoría de ellos están compuestos por ese
intrascendente linaje Dăneşti.
Apuntó el revolver hacia donde yacía el Príncipe Nicolae,
desmadejado como una muñeca de trapo, su piel decolorada
por lo que asumía que era arsénico, perforaciones ahora
visibles en su cuello. Parecía como si hubiera utilizado su
sangre de la forma en que su ancestro lo hacía, bañándose en
ella, dejando apenas lo suficiente para mantenerlo con vida. Si
es que incluso aún vivía. Su pecho ya no parecía estarse
elevando y cayendo a causa de su respiración.
—El hombre del tren era un miembro de alto rango. Le
hice llegar una dosis letal de arsénico, luego lo empalé
mientras jadeaba para respirar. —Anastasia sonaba como si
estuviera recordando un vestido que hubiera hecho con sus
finas habilidades—. No tenía idea de que era el exterior de tu
compartimento. Una coincidencia feliz. Luego me apresuré a
regresar a mi habitación. Nadie notó a la chica con el cabello
oscuro. Las pelucas son una distracţie excelentă6. Aunque me
preocupaba que Wilhelm con el tiempo me reconocería.
Necesitaba encargarme de él de inmediato.
Un recuerdo de esa mañana destelló en mi mente: había
visto a una chica con cabello oscuro. Había gritado pidiendo
un doctor. Había estado tan consumida por el caos que no
había prestado atención a su rostro.
Thomas cruzó sus brazos sobre su pecho, tomando ese
tono aburrido una vez más.
—¿Dónde está mi hermana?
—¿Cómo debería saberlo? No soy la guardiana de nadie.
—Anastasia movió su mentón hacia mí, luego señaló hacia un
arma en el cinturón de Nicolae—. Dale su cuchillo al heredero
de Drácula.
Los ojos de Thomas se agrandaron cuando miró en mi
dirección. Casi lloré con alivio. En su fervor por unir sus
linajes, no se había dado cuenta de que nos acababa de
entregar una forma de derrotarla. Mis palmas se volvieron más
resbalosas por el flujo de nervios.
Presioné la pequeña daga enjoyada contra la mano de
Thomas y contuve mi aliento, preocupada porque cualquier
muestra de emoción pudiera alertar a Anastasia sobre su grave
error. Ella sonrío, su atención concentrada en la hoja que ahora
residía en el firme agarré de Thomas.
—Termina con él —le dijo a Thomas—. Hazlo
rápidamente.
—¿Por qué veneno? —pregunté, postergando el
momento. Tenía que haber una manera de salir de esto que no
involucrara asesinar a Nicolae.
Anastasia apuntó el revolver hacia mi garganta. Parecía
que mi antigua amiga había considerado amotinarse después
de todo. Caminó hacia Nicolae y lo pateó con su pie, el arma
todavía apuntada hacia mí.
—El arsénico es una maravilla. —Se agachó, apartando
mechones de cabello oscuro del rostro del príncipe—. No tiene
sabor, no tiene color y puede ser incluido en todo tipo de
comida o bebida. Al parecer, un joven príncipe nunca rechaza
el vino.
—Si estás intentado infundir el mismo miedo que Vlad
Drácula infundía en sus oponentes —dijo Thomas—,
envenenar a Nicolae y a los otros difícilmente parece
atemorizante.
Anastasia movió una mano hacia el cuello de Nicolae,
revisando su pulso.
—¿No lo es, cierto? El arsénico es utilizado para debilitar
e incapacitar a las víctimas, no para matarlas. Hubiera sido
muy difícil para mí pelear contra hombres jóvenes y los
asesinatos demasiado caóticos.
—Querías que los aldeanos creyeran las historias sobre el
resurgimiento de Drácula —dije, entendiendo repentinamente
—. No podías apuñalar a la gente y luego clamar que su sangre
había sido consumida por strigoi.
—Las leyendas tienen la intención de inspirar miedo. —
Anastasia se levantó—. Deben de ser más grandes que la vida
que llevamos para mantener su atractivo durante generaciones.
No vayas al bosque después del anochecer. Nunca pensamos
en una hermosa princesa vagando por el bosque de noche,
¿cierto? Imaginamos demonios sedientos de sangre. Vampiros.
La noche nos recuerda que también somos una presa. Estamos
aterrorizados y asustados por la posibilidad de ser cazados.
—Aunque todavía no entiendo una cosa —dije, mi
mirada moviéndose de la forma desmadejada de Nicolae hacia
el cuerpo cubierto de sangre de Anastasia—. ¿Por qué asesinar
a la criada?
—Ese asesinato en particular fue un homenaje servido a
mi ancestro. Ahora, Thomas, —Movió el arma de nuevo hacia
mi frente—, termina la vida del Príncipe Nicolae. He dado
caza al heredero de Drácula. Podemos empezar frescos.
Nuevos. Nos levantaremos como el Príncipe y la Condesa
Drácula. Reclamaremos tanto este castillo como tu vida.
La tensión se extendió alrededor de la habitación, un
enfrentamiento listo para desencadenar esta batalla. Thomas
dio un inestable paso hacia atrás, su concentración moviéndose
de Nicolae al arma ahora en mi cabeza. No quería que hiciera
algo de lo que pasaría el resto de su vida arrepintiéndose.
Thomas Cresswell no era Vlad Drácula. Su vida no había sido
construida para crear muerte, sino para resolverla. Era un
destello de luz que atravesaba la oscuridad como una guadaña.
Pero sabía que se destruiría para salvarme y no lo pensaría dos
veces.
—¿Por qué involucrar a Thomas? —dije rápidamente—.
Si eres la Condesa Drácula, ¿por qué hacerlo que asesine?
Anastasia me miró fijamente como si fuera yo la que
había perdido el sentido.
—Thomas es el último hombre pariente de sangre del
Lord Empalador. Es simbólico hacer que termine con la vida
de este príncipe falso, reclame su linaje y traiga la ruina a la
academia. Nadie querrá asistir a una academia donde los
estudiantes han muerto horriblemente bajo misteriosas
circunstancias. Una vez que la academia ya no exista,
tomaremos el castillo como nuestro hogar por derecho.
—¿Qué va a pasar con los actuales rey y reina?
—¿No has estado poniendo atención? —exigió Anastasia
—. El arsénico también terminará con sus vidas. Pasaré por
cada noble en la casa hasta que la proclamación de Thomas
sea la única que quede en pie. De esa manera, también tendré
éxito en destruir a la Orden.
Ante esa proclamación, dos figuras encapuchadas se
adelantaron. Habían estado ocultas tras las pilas de huesos que
nos rodeaban. Pensé que había perdido la capacidad de ser
sorprendida, pero jadeé cuando la figura más alta quitó su
capucha y apartó la capa para tomar sus armas.
Daciana estaba frente a nosotros, ataviada con pantalones
bombachos y una túnica, vistiendo la insignia del dragón junto
con más cuchillos que los escalpelos que tenía Tío en su
laboratorio. Thomas le dirigió una mirada incrédula pero
aliviada y mantuvo la daga enjoyada firmemente en su agarre.
—No habrá más asesinatos esta noche, Contesă —dijo
con una reverencia burlona, un cuchillo ahora dirigido hacia
Anastasia—. Ileana, por favor desármala.
La segunda figura removió su capucha y mi respiración
se detuvo. Mi atención se movió hacia Thomas, insegura de si
mi mente me estaba jugando alguna broma. Quizás estaba
teniendo una elaborada pesadilla y pronto despertaría,
sudorosa y enredada en mis sábanas. Su hermana e Ileana
eran… realización me llegó en el mismo instante en que lo
hizo con Thomas.
Él encontró mi mirada y sacudió su cabeza, una expresión
de absoluta sorpresa tallada en sus rasgos. Había algo
extrañamente satisfactorio en que por una vez le faltara alguna
pieza del rompecabezas.
Anastasia miró de Thomas a Daciana e Ileana, la
confusión abriendo paso al enojo. Movió su arma hacia el
pecho de Nicolae.
—¿Cómo te atreves? —gritó, mirando a Ileana—. ¡Lo
planeé todo, todo! ¡Tú, una lamentable criada, no tienes
derecho!
—Renuncia, Anastasia —dijo Ileana, en el tono de
alguien acostumbrado a dar órdenes que eran obedecidas—.
Tienes două7 segundos antes de que…
—¡No tengo necesidad de obedecerte! —Anastasia se
lanzó hacia adelante, sus ojos ardiendo mientras jalaba del
gatillo del arma hacia atrás para ejecutar a Nicolae. Pero Ileana
fue más rápida. Su espada fue directamente hacia adelante
para atravesar el cuerpo de Anastasia. Miré fijamente,
horrorizada, mientras deslizaba la hoja hacia abajo, lamiendo
la sangre rojo oscuro de sus labios y se reía.
—Ucis… de… o servitoare8 —jadeó Anastasia, sangre
fresca ahora escurriendo por su boca para mezclarse con el
charco rojo en el suelo—. Una Báthory asesinada por una
criada. Cuán apropiado.
Se rio de nuevo, sangre emanando de su garganta. Nadie
intentó ayudarla mientras yacía muriendo, asfixiándose con su
propia fuerza vital. Era demasiado tarde. Como el hombre al
que había asesinado en el tren, Wilhelm Aldea, la chica de la
aldea y su esposo, y la criada Mariana, ahora ya no había
manera de traerla de regreso desde los Dominios de la Muerte.
Era una visión que sabía que me perseguiría, junto con
los asesinatos del Destripador, por el resto de mi vida.

Orden del Dragón, c, 1400s.


Traducido por Masi

Corregido por Mari NC


Cripta
Criptă
Castillo Bran
22 de diciembre de 1888

Me quedé mirando la sangre que goteaba lentamente de la


punta de la espada de Ileana, las palabras atascadas en mi
garganta, prácticamente ahogándome. Esa fue la única razón
por la que no había vomitado sobre todo el cuerpo empalado
de Anastasia. Mi amiga. Observé cómo la vida dejaba sus ojos
y estaba horrorizada de la serenidad que la llenaba, aunque
todo su cuerpo estaba cubierto de negro y rojo por la sangre
seca y fresca.
Thomas frotó sus manos a lo largo de mis brazos, pero no
fue suficiente para aliviar el frío desde lo profundo de mi
alma. Ileana, la chica que conocía como mi criada, era parte de
una sociedad secreta de guerreros y había liquidado a una
mujer como si estuviera cortando un trozo de queso duro.
Justo ante mis propios ojos. Aunque Anastasia no era inocente
al respecto. Sabía que Ileana no tenía otra opción y, sin
embargo… me hundí contra Thomas, demasiado cansada para
preocuparme por lo que alguien podría pensar de mi falta de
decoro.
—¿Estás bien, Audrey Rose? —Ileana aceptó un paño de
Daciana y limpió su espada, la sangre manchaba la plata al
principio antes de desaparecer con la siguiente pasada.
—Por supuesto —dije automáticamente.
«Bien» era un término tan relativo. Mi corazón estaba
latiendo, mi cuerpo funcionaba y estaba viva. En la superficie,
sin duda, estaba bien. Era mi mente la que quería acurrucarse e
hibernar del mundo y toda la dureza dentro de él. Estaba
cansada de la destrucción.
Thomas apartó la mirada del cuerpo de Anastasia y la
dirigió hacia su hermana. Pude ver su mente dando vueltas de
un hecho a otro. Era la forma en la que él lidiaba con la
devastación, me di cuenta. Necesitaba resolver el
rompecabezas para encontrar su centro de calma en medio de
una tormenta furiosa.
—¿Cómo? —preguntó.
Daciana sabía exactamente lo que estaba preguntando.
—Cuando cumplí dieciocho años, recibí una herencia
parcial de Madre. Algunas de sus posesiones —joyas, adornos,
arte— y un paquete de cartas. Al principio, las cartas eran sólo
pequeños fragmentos de sus… historias de cómo conoció a
Padre. Cuánto nos amaba y nos apreciaba. Tarjetas de
cumpleaños que ella había escrito para mí. Una nota para
cuando me casara. —Ileana limpió una lágrima de la mejilla
de Daciana—. Durante mucho tiempo, no pude animarme a
leer más. Entonces, una tarde nevada, quedamos atrapados en
el interior. Saqué las cartas de nuevo y leí una. Luego las hojeé
rápidamente hasta el final.
—¿Y? —preguntó Thomas—. Por favor, mantén el
suspenso corto.
—Madre contaba historias de nobles que todavía creían
en los caminos de la Orden. Quienes anhelaban erradicar la
corrupción del sistema de gobierno. Se acercaron a ella por
nuestros lazos familiares. No para que se convirtiera en
miembro, sino para que ofreciera un espacio seguro para que
se reunieran. ¿Recuerdas la pintura del dragón en sus
aposentos?
Thomas asintió, con el rostro más sombrío de lo que lo
había visto antes. Recordé el dibujo que él había hecho en el
tren y la historia que había compartido sobre sus recuerdos.
—Fue un honor otorgado a su línea familiar. Y sigue
siéndolo —dijo Ileana tranquilamente.
—A la Orden le gustaría que consideres ofrecer tus
servicios, Thomas —dijo Daciana—. Necesitamos gente
honesta que no tenga miedo de erradicar a los corruptos.
Hubo un momento prolongado de silencio mientras
Thomas lo consideraba.
—En esencia, la Orden es simplemente un grupo de
justicieros. —Él estudió a su hermana e Ileana—. No son la
ley, pero creen que pueden defenderla mejor que los
gobernantes.
—No, —Los ojos de Daciana se ampliaron—, ¡no
creemos eso en absoluto! La Orden simplemente significa
mantener el equilibrio. Para mantener literalmente el orden. El
poder a menudo corrompe. Es un hombre sabio, o mujer, quien
acepta su papel como parte de un todo. Somos simplemente
una línea de defensa. La familia real pidió nuestra ayuda.
Mientras Thomas acribillaba a su hermana con más
preguntas, Ileana me inspeccionó un poco demasiado cerca
para mi comodidad.
—Todos hemos soportado una larga noche, así que
mantendré esto breve —interrumpió—. Soy un miembro de
alto rango del Ordo Draconum. Nuestra misión siempre ha
sido mantener el orden y la paz. Una vez fue para la familia
Drácula; ahora es para la nobleza y los plebeyos por igual.
Nuestra lealtad es a nuestro país. Lo que incluye a toda nuestra
gente.
—Ah. Ya veo. —Thomas entrecerró los ojos—.
Entonces, ¿Daciana siempre ha sido consciente del título que
ostentas?
Ileana asintió.
—Ella ha guardado mi secreto, y espero que ambos hagan
lo mismo. Muy pocos saben de mi asociación con la Orden.
Soy la primera mujer en ser invitada a sus filas. Daciana es la
segunda.
—¿Cómo supiste infiltrarte en el castillo? —pregunté,
ignorando el charco de sangre a mis pies. Una parte de mí
deseaba que hubiera una bolsa de serrín para esparcir en el
suelo—. Supongo que debes haber sido colocada aquí a
propósito.
—Sí. Debido a la llegada de miembros de la Casa de
Basarab, se me encomendó la tarea de infiltrarme en el
personal. Después del primer asesinato, en Braşov, la Orden
sintió que era necesario tener a alguien cerca del pueblo.
También estaría en una buena posición para escuchar los
rumores en la academia. Las criadas y los criados cotillean.
Parecía un excelente lugar para obtener información.
Consideré esto, recordando la lección de Radu sobre la
Orden y quiénes formaban sus filas.
—¿Cómo es que el director no te reconoció como de la
nobleza?
Ileana sonrió tristemente.
—Moldoveanu, como la mayoría, presta poca atención a
los que están a su servicio. ¿Fuera de mis galas? Me convierto
en cualquier persona. —Levantó un hombro—. Podría ser más
observador debido a su particular conjunto de habilidades,
pero no es infalible.
—¿Por qué les tomó tanto tiempo detener a Anastasia? —
pregunté—. ¿Por qué esperar hasta ahora?
—No sabíamos que era ella. —Daciana avanzó, tocando
suavemente el brazo de Ileana—. Habíamos estado peinando
los túneles durante la última semana o así, con la esperanza de
encontrar información. Anastasia era inteligente. Se movía
mucho. Nunca pudimos localizarla.
—Pensé que la mayoría de sus preguntas eran extrañas.
Al menos dignas de investigar —agregó Ileana—, pero cuando
la encontraron «muerta», no sabíamos qué hacer al respecto.
Sin embargo, Nicolae parecía sospechoso, nunca había estado
presente o en la misma área que cualquiera de los asesinados.
La Orden no es conocida por resolver crímenes. Hicimos lo
mejor que pudimos armándonos con conocimiento.
Desafortunadamente, no fue suficiente.
El Príncipe Nicolae rodó sobre su costado, escupiendo
espuma. Me sentí censurable por no pensar en él antes y
sacarlo de esta cámara. Thomas se agachó a su lado,
levantando su cabeza. Le lanzó una mirada de preocupación a
Daciana.
—Necesita un médico. Tenemos que llevarlo de vuelta al
castillo. Puede que ya sea demasiado tarde.
El viento soplaba a través de las grietas en la ladera de la
montaña. Me estremecí cuando el aire helado se abrió paso a
través de mi ropa húmeda. Me había olvidado de que estaba
parada en mi ropa interior.
Sobrevivir a los túneles parecía como si fuera algo que le
hubiera sucedido a otra chica, en otro momento. Sin perder
ningún detalle, Thomas señaló hacia su hermana y le dijo:
—Quizás puedas ofrecerle a Audrey Rose tu manto.
Daciana lo envolvió sobre mis hombros y me estrujó con
fuerza.
—Gracias. —Respiré dentro del calor de la capa y exhalé
el agotamiento que se estaba asentando a mi alrededor. Ver a
alguien perecer era algo que deseaba evitar, aunque sabía que
no debía creer que sería la última vez que me encontrara con
una muerte violenta.
—Ven —dijo Daciana—. Vamos a llevarlos cerca de un
fuego. Ambos parecen listos para colapsar.
****
Salimos de la morgue del sótano, cansados, maltrechos y
con un estudiante moribundo entre nosotros. De pie ante
nosotros estaban el director y varios guardias. El Director
Moldoveanu inhaló bruscamente, luego ladró diferentes
órdenes.
—Lleven al príncipe a Percy y pídale que le administre
fluidos de inmediato, y trátenlo por arsénico. Tiene un tónico
en el que ha estado trabajando. —Dăneşti se apresuró hacia
nuestro lado y levantó al príncipe colocándolo sobre una
camilla con ruedas—. Adu doctorul. Acum!9 ¡Ahora!
Los guardias reales sacaron a Nicolae de la habitación, el
sonido de la camilla chirriando por el pasillo. Me desplomé en
el suelo, demasiado cansada para estar de pie por más tiempo.
Thomas se dejó caer a mi lado. Mi compañero a través del
Infierno. Casi me reí. Liza había estado en lo cierto una vez
más: Thomas realmente me seguiría hasta las entrañas del
Hades y ni parpadearía. A menos que estuviera guiñando un
ojo de forma inapropiada, por supuesto.
—Exijo saber qué está pasando en esta academia —dijo
Moldoveanu—. ¿Por qué ustedes dos están cubiertos de
suciedad y sangre, arrastrando al príncipe a través de los
túneles?
Levanté la cabeza y miré fijamente a Thomas. No sabía
por dónde empezar. Habíamos dejado a Daciana e Ileana en
los pasajes. Ellas no querían que sus identidades fueran
reveladas a nadie. Me estaba costando mucho recordar la
historia que se suponía que debíamos dar, pero me incorporé
un poco mientras Thomas retiraba el cabello de mi cara.
—Es una historia bastante larga —dije—. Pero, en
resumen, Anastasia orquestó su propia muerte…
La mueca de Moldoveanu se desvaneció cuando conté los
detalles de nuestra búsqueda en los túneles. Poezii Despre
Moarte y los poemas que contenía. Las cámaras de la muerte
de las que apenas habíamos escapado. El linaje familiar de
Anastasia y cómo ella deseaba cazar al Príncipe Drácula y
convertirlo en su novio. No dejé nada en relación con los
envenenamientos por arsénico o la forma en que ella empaló a
ciertas víctimas. Una lágrima se deslizó por su rostro mientras
yo contaba la historia de la muerte real de su pupila. Saqué el
libro de poemas y se lo entregué. Esperaba nunca volver a
verlo.
Cuando terminé, Thomas levantó un hombro.
—Parece que deberíamos obtener algún crédito extra.
Evitamos que una asesina destruyera la academia.
Los ojos de Moldoveanu ya no estaban llorosos. Estaban
congelados y muertos.
—Vuelvan a sus habitaciones y empaquen sus cosas de
inmediato. Decidiré qué hacer con ustedes dos después de las
vacaciones. Su carruaje les estará esperando al amanecer. No
se muestren de nuevo aquí hasta que yo diga que pueden
regresar. Lo que bien podría ser nunca.
Sin apenas un simple agradecimiento, el director salió del
sótano de la morgue y escuchamos el sonido agudo de sus
pasos haciéndose eco de sus duras palabras de despedida.
Thomas me ofreció una mano.
—¿Soy sólo yo, o crees que le estamos empezando a
gustar?

Traducido por LizC

Corregido por Mari NC


Residencia cel Rău–Cresswell
Bucarest, Rumania
24 de diciembre de 1888

—¡Oh! ¡Ambos están aquí!


Daciana se movió tan rápido por la gran escalera como le
permitió su vestido con cuentas. Era extraño, estar parada
aquí, rodeada de cosas tan bellas. Cada borde de los muebles
estaba cubierto en oro y reflejaba la luz de las velas. Era
impresionante en todas las formas correctas. Hice una
reverencia cortés cuando nos alcanzó y Daciana hizo lo
mismo.
—Es maravilloso verte en circunstancias más…
civilizadas. —Besó mis mejillas y luego abrazó a su hermano
con fuerza—. Logré localizar a la señora Harvey antes de que
se fuera a Londres, pero está arriba…
—¿Tomando una siesta? —preguntó Thomas, sus labios
temblando.
—No, miserable —dijo Daciana—. Se está vistiendo para
el baile. Date prisa y prepárate. Nuestros invitados llegarán
dentro de una hora.
Después de los horrendos eventos en la cripta, un baile de
gala había sido lo más alejado de mis pensamientos. De hecho,
apenas había tenido tiempo de recoger mis pertenencias. El
director nos había sacado rápidamente del castillo, tan rápido
que no pudimos despedirnos de nadie, mucho menos ir a una
excursión de compras. Le dejé una nota a Noah, pero me
hubiera gustado haberme despedido en persona. Iba a
extrañarlo, así como a su mente aguda. Pensar en mi
compañero de clase me trajo recuerdos más oscuros, intenté no
imaginarme el empalamiento de Anastasia y fracasé.
Daciana se acercó tentativamente y me sacó de esas
imágenes morbosas. Su agarre en mi mano se apretó un poco,
dándome fuerza.
—Alguien irá en breve para asistirte —dijo.
—No traje nada para ponerme.
Intercambié una mirada nerviosa con Thomas, pero
Daciana lo rechazó, con una sonrisa de complicidad
iluminando su rostro.
—No hay nada de qué preocuparse —dijo—.
Simplemente seremos unos pocos amigos cercanos disfrutando
la Nochebuena juntos. Nada demasiado extravagante. El mejor
vestido que traigas debería servir.
****
La habitación que Daciana había elegido para mí estaba
bien equipada. Se jactaba de todas las galas que un rey podría
querer, y ni qué decir de las de la hija de un lord.
Me quedé en la puerta por un momento, observando el
esplendor. Una chimenea crepitaba suavemente en una
esquina, y no pude evitar acercarme para admirar las pinturas
decorando su elaborada repisa. Las flores, las montañas y los
bodegones de Bucarest quedaron capturados en colores en
tonos de gemas. Me acerqué, inspeccionándolos con interés.
Garabateado en la parte inferior había un nombre familiar en
una letra hermosa. Reconocí su escritura inmediatamente.
Thomas James Dorin cel Rău Cresswell.
Sonriendo para mis adentros, me acerqué a la gran cama
con dosel y un toldo hecho de paneles de tela, y me detuve en
seco. Una caja familiar se encontraba ahí atada con cinta
negra. Olvidé abrirla cuando estuve en la academia y casi
había olvidado el día en que Thomas había intentado
escabullirla en mi recámara. Tracé mis dedos sobre el lazo,
maravillándome con la suave y fresca seda.
Después de todo lo que habíamos pasado, no podía creer
que Thomas recordara empacarla. Tiré de un extremo de la
cinta lentamente, viendo cómo se deshacía. La curiosidad
finalmente se afianzó, y rasgué la envoltura de papel marrón y
levanté la tapa. El papel de seda crujió agradablemente a
medida que descubría la elaborada tela oculta debajo.
—Oh…
Levanté el vestido reluciente de su caja, luchando contra
el repentino ataque de emoción ahogándome. Thomas había
comprado un poco de sol y sueños para mí. Algo tan lleno de
luz para ahuyentar las pesadillas persistentes. Pequeñas gemas
guiñaban a la luz de las velas cuando lo giré hacia un lado,
luego al otro. Era incluso más hermoso de lo que había sido en
la ventana de Braşov. El amarillo, tan pálido y cremoso que
me daba ganas de hundir mis dientes en él.
Era una de las prendas más hermosas que jamás hubiera
visto. Sin importar cuánta muerte y horror existieran, todavía
quedaban cosas hermosas por encontrar. Mi corazón se
aceleró, imaginando a Thomas volviendo a escondidas a la
tienda de ropa y mandándolo a envolver. No era el aspecto
monetario del regalo, sino el hecho de haberlo comprado
simplemente para deleitarme, lo que me robó el aliento.
Agarré el vestido y bailé alrededor de la habitación,
permitiendo que las faldas de tul se agitaran como si fuera mi
compañero emocionado. Descubrí que no podía esperar para
mostrarle a Thomas y quizás ser como un repentino rayo de
sol para alegrarle el ánimo a cambio. El señor Thomas
Cresswell podría no tener realmente el título de príncipe, pero
eso estaba perfectamente bien. Para mí, él siempre sería el rey
de mi corazón.
****
Cuando Daciana organizaba un baile, no era un evento
modesto. Era uno digno de una reina.
Victoria y las otras chicas del té canturreaban sobre la
suntuosa variedad de postres, pasteles, frutas y carnes
amontonadas, suficientes para alimentar a todo el pueblo de
Braşov con sus sobras. Las ofrendas habían sido moldeadas en
formas de bestias fantásticas que no podía discernir desde este
punto de vista. Deseé que Liza estuviera aquí para admirarlas
conmigo. No había recibido una carta de respuesta y reprimí
una sensación de inquietud creciente. Todo estaba bien.
Me moví alrededor del amplio balcón, hipnotizada por el
entretenimiento que tenía lugar en el centro del salón de baile.
Algunos bailarines coronados con tiaras de diamantes y
plumas sorprendentemente blancas a cada lado de sus sienes
de cabello plateado, danzaban pareciendo cisnes tomando
vuelo.
Los corpiños de sus vestidos a juego estaban hechos de
plumas, blancas con tonos de gris. Sin embargo, eran sus
guantes los que atraían más atención cuando revoloteaban por
la pista de baile. Encaje negro sólido comenzaba entre sus
dedos, transformándose en zarcillos transparentes de gasa
similar a humo mientras se enroscaban fuertemente alrededor
de sus codos.
Me quedé boquiabierta, a medida que saltaban con gracia
de un pie al otro. Algunos en la multitud veían a los bailarines,
pero la mayoría estaba perdida en las conversaciones.
—Una pena.
Me di vuelta y encontré a Ileana señalando con la cabeza
a las personas de abajo. No pude controlar el jadeo que escapó
de mis labios. Atrás quedó el disfraz bordado de doncella y el
vestido de campesina. En su lugar estaba una joven
resplandeciente con un vestido lo suficientemente elegante
como para una princesa.
Un aplique con forma de mariposa estiraba sus alas sobre
su amplio busto, invitando a la mirada a viajar hacia el rastro
revoloteando sobre sus hombros. Era casi tan impresionante
como la persona que lo llevaba. No pude evitar admirar a esta
joven y todo lo que había hecho por su amada tierra. Era el
tipo de nobleza que el mundo necesitaba. Una que no temía
pisar en lugares aterradores por el bien de su gente.
No es de extrañar que Daciana estuviera enamorada de
ella. Era difícil no admirar su coraje y motivación.
Asintió hacia la multitud.
—Nunca se detienen a disfrutar de la magie pasando a su
alrededor.
—No esperaba tanta gente —admití—. Cuando Daciana
mencionó un pequeño baile con amigos cercanos… —Me
detuve cuando Ileana rio entre dientes—. Los Cresswell
ciertamente tienen un don para lo dramático. Al menos sé que
es hereditario. Aunque creo que Thomas es un poco más
teatral.
—Daciana también tiene sus momentos.
Nos quedamos en silencio durante un rato. Todavía había
una cosa que no había descifrado del todo. Me enfrenté a
Ileana.
—Fueron tú y Daciana esa noche en el pasillo, sacando el
cadáver de la morgue de la torre, ¿verdad? Estaban cantando…
Ileana asintió lentamente.
—Radu mencionó que la Orden realizaba ritos de muerte
en el bosque. ¿Es eso lo que estaban haciendo? ¿Conocías a la
víctima del tren?
—Sí. —Ileana miró a la multitud, enfocándose en ellos
—. Era mi hermano. Cuando me enteré de que Moldoveanu
iba a realizarle una autopsia… —Tragó con fuerza—. Va en
contra de nuestras creencias. Daciana me ayudó a llevar su
cuerpo a donde pertenecía.
—¿Entonces hay un lugar de encuentro en el bosque?
Pasó un momento y asumí que Ileana estaba sopesando
sus palabras, decidiendo cuánto compartir.
—Hay un lugar sagrado, custodiado por lobos. La
mayoría nunca se acerca, gracias al folclor y el hueso
ocasional que encuentran. —Una pequeña sonrisa apareció en
su rostro—. Alimentamos a los lobos con animales grandes. Y
ellos dispersan los huesos por su cuenta. Proporciona una
buena historia para los supersticiosos. Nadie quiere enfurecer
al alma inmortal de Vlad Drácula.
—Es un buen método de disfraz —dije—. Lo siento por
tu hermano. Perder a un hermano es horrible.
—Lo es. Pero podemos llevar su memoria con nosotros y
sacar fuerzas de ello. —Ileana agarró mi mano enguantada con
la suya y apretó suavemente—. Am nevoie de aer10. Si ves a
Daciana, dile que estaré en el techo. Está demasiado… —
Arrugó la nariz—, atestado por aquí para mi gusto.
Después de despedirme, me acerqué a las escaleras,
controlando los nervios para bajar.
Me quedé con las caderas presionadas contra la
barandilla, prestando atención a la multitud de asistentes a la
fiesta vestidos de colores. Las mujeres llevaban vestidos en
verdes, dorados y todo tipo de tintos, desde el más profundo
imperecedero hasta el vino caliente.
Pasé mis manos por mi corpiño reluciente. Las gemas de
color amarillo pálido y dorado estaban cuidadosamente
cosidos sobre la tela exquisita, dando la apariencia de rayos de
sol sobre la nieve. No podía negar que adoraba la prenda y me
sentía como una princesa. La idea me trajo buenos recuerdos
de los tiempos en que la abuela me había envuelto en saris
enjoyados.
Eché un vistazo alrededor de la habitación deslumbrante,
mi atención devorando cada nuevo trazo brillante. Ramas de
abeto colgaban sobre las ventanas y repisas, sus ramas
espolvoreadas con brillantina. Noté los racimos de muérdago
hábilmente colocados y estabilicé mi corazón.
Tal vez me permitiría un poco de comportamiento
libertino. Aunque sea solo por una noche. El Empalador había
sido detenido, la academia había sido salvada de la ruina, y era
hora de sentarse y disfrutar de la victoria antes de que
descubriéramos si habíamos aprobado el curso de
evaluaciones. Una carta debería llegar pronto, y con ella la
palabra de nuestro destino para el próximo semestre.
Un hombre joven atravesó la habitación como una
sombra. Lo observé abrirse paso a través de las parejas de
baile, su destino dándole confianza a medida que tomaba dos
vasos de ponche de una bandeja a su paso. Se detuvo al pie de
las escaleras y se encontró con mis ojos.
Thomas se veía absolutamente como el príncipe que era,
ya sea que su reclamación al trono fuera distante o no. Mi
corazón se aceleró cuando tomó un sorbo de su copa, pero me
bebió a mí a grandes tragos.
Recogí las capas de mis faldas y descendí por la gran
escalera, consciente de no caerme por los escalones. Para
alguien que había afirmado pasar las vacaciones a solas con la
señora Harvey, no podía creer con cuántos invitados nos
estábamos reuniendo. Daciana avergonzaría a Tía Amelia con
sus habilidades de anfitriona. La mitad de los residentes de
Bucarest parecían estar presentes, y cada vez llegaban más.
Una pequeña tarde tranquila con algunos amigos, de verdad.
Cuando llegué al final de las escaleras, vi a la señora
Harvey bailando cerca del borde de la multitud, con las
mejillas enrojecidas gratamente.
—Vas a volver locos a todos esta noche, Wadsworth. Tu
tarjeta de baile será un tema legendario —dijo Thomas,
dándome esa media sonrisa que adoraba a medida que me
ofrecía una copa.
Tomé un sorbo, necesitando toda la confianza líquida que
pudiera tomar. Las burbujas hicieron cosquillas mientras
bailaban a lo largo de mi garganta. Y rápidamente tomé otro
sorbo.
—En realidad, planeo estar debajo del muérdago la
mayor parte de la noche.
—Tal vez quieras reconsiderar eso, Wadsworth. Es
parasitario, ya sabes. —Thomas sonrió—. Por supuesto, si
quieres primero filtraré a los posibles pretendientes. No
querría que ninguno de ellos se dejara llevar. Eso es lo que
hacen los amigos, ¿verdad?
Las mujeres jóvenes también estarían colgando sobre él.
Su cabello castaño oscuro tenía un estilo experto, su traje se
adaptaba a su cuerpo delgado pero bien definido, y sus zapatos
de cuero brillaban a la perfección.
Era devastadoramente atractivo.
—Te ves… normal, Cresswell —dije con una expresión
casi seria, notando que me había estado viendo catalogar cada
detalle en él. Las comisuras de su boca se contrajeron—.
Esperaba más, de verdad. Algo un poco más… principesco.
Me decepciona que no te pusieras una peluca empolvada.
—Mentirosa.
Ignorándolo, terminé mi bebida y la puse en una bandeja
de paso. Mi cabeza nadaba con calor líquido, vibrando por mis
venas como si fuera gasolina esperando que la chispa le
prendiera fuego. Thomas echó la cabeza hacia atrás y vació su
propia copa con sorprendente velocidad. Lo observé beberme
de nuevo en toda mi forma, tomándose libertades para apreciar
cada curva que destacaba mi vestido. Todavía no podía creer
que lo hubiera conseguido para mí.
Se acercó y colocó una gran mano alrededor de mi
cintura, atrayéndome en un vals cuando la música comenzó.
—Nos lo prometimos, ¿recuerdas?
—¿Qué?
Estaba teniendo dificultades para concentrarme en otra
cosa que no fueran sus pasos seguros guiándome por la
habitación en un círculo intoxicante después del siguiente. Era
difícil decir si el ponche era el culpable o si todo era por el
joven caballero ante mí. Coloqué una mano en su hombro y la
otra en su mano enguantada, permitiéndome ser arrastrada por
la magia de la canción y la atmósfera fantástica. Este era un
país maravilloso de invierno, un contraste extremo contra el
infierno que habíamos atravesado.
—Cuando todavía estábamos en Londres… —Thomas
llevó sus labios a mi oído, susurrando las palabras retumbantes
y encendiendo mi sangre—, nos lo prometimos. Nunca
mentirnos el uno al otro.
Me presionó aún más cerca hasta que no quedó espacio
decente entre nosotros. Descubrí que no me importaba que
entráramos y pasáramos por faldas arremolinadas, la multitud
de bailarines era como un tapiz de alegría. El resto de la
habitación se desvaneció en un sueño al que no estaba
prestando atención. Había algo mejor que los sueños, algo más
tangible en mis manos. Solo necesitaba estirarme y
asegurarme de que él era sólido. No un fantasma de mi pasado.
—¿Quieres la verdad, Cresswell? —Envolví mis brazos
alrededor de su cuello hasta que nuestros cuerpos estuvieron
confundidos en cuanto a dónde terminaba cada uno. Hasta que
el único pensamiento que consumía mi mente era acercarlo
aún más, dejar que él también se incendiara. Nadie pareció
notar mi comportamiento atrevido, pero incluso si lo hubieran
hecho, dudaba que me importara en este momento.
—Dime. —Thomas acercó su boca peligrosamente a la
mía por un segundo que tocó un acorde salvaje dentro de mí.
Pasó sus manos por mi espalda, relajantemente,
tentadoramente—. Por favor.
No me había dado cuenta de que habíamos logrado
ubicarnos en un nicho entre helechos en macetas. Sus frondas
grandes como abanicos proporcionaban una pantalla de la
fiesta desarrollándose más allá. Estábamos solos, lejos de las
miradas indiscretas, lejos de las reglas y restricciones de la
sociedad.
Thomas metió un mechón de cabello detrás de mi oreja,
su expresión un poco triste considerando dónde estábamos.
—Mi madre te habría adorado. Siempre me dijo que
necesitaba una compañera. Una igual. Que nunca me
conformara con alguien que simpatizara y defiriera a mi papel
de marido. —Echó un vistazo a la multitud, con los ojos
nublados—. Estar aquí es… difícil. Mucho más de lo que
pensé que sería. La veo en todo. Es una tontería… pero a
menudo me pregunto si estaría orgullosa. A pesar de lo que
otros dicen de mí. No sé qué pensaría ella.
Pasé mi mano por la parte delantera de sus solapas,
empujándolo un poco más profundo en el nicho. La oscuridad
hacía las confesiones más fáciles, me consolaba de una manera
en que la luz nunca podría.
—Ella estaría orgullosa —le dije. Thomas se removió en
su traje, con la atención fija en el suelo—. ¿Quieres saber lo
que pienso? ¿La verdad?
—Sí. —Me miró descaradamente a los ojos—. También
que sea escandaloso. Esto es un poco demasiado serio para mi
gusto.
—Pienso que…
Mi corazón latía con fuerza. Thomas me estaba mirando
fijamente, como si pudiera revelar algún secreto que aún no
me había revelado a mí misma. Me fijé en sus ojos dorados. Y
en ellos vi mis propias emociones reflejadas. Sin paredes ni
juegos.
—Pienso que deberías dejar de decir que vas a besarme,
Príncipe Drácula. —Él se estremeció como si mis palabras lo
hubieran escocido. Atraje su cara hacia mí—. Y solo hacerlo,
Cresswell.
La comprensión se reflejó en sus rasgos y no dudó en
acercar su boca a la mía. Tropezamos contra la pared, toda su
longitud envolviéndome en su calor. Sus manos se deslizaron
por mi cuerpo, anudándose en mi cabello a medida que
profundizaba nuestro beso. El mundo encorsetado desapareció.
Las restricciones y reglas eran ataduras del pasado.
Solo quedábamos los dos de pie bajo un cielo lleno de
estrellas, ajenos a todo menos a la forma en que nuestros
cuerpos encajaban como constelaciones. Él era mi igual en
todos los sentidos. Me arranqué los guantes, permitiéndole a
mis dedos la libertad de trazar los planos de su rostro sin
obstáculos y él respondió con amabilidad. Su piel sintiéndose
suave bajo mi toque. Thomas retrocedió, acariciando mi labio
inferior con su pulgar suavemente, su respiración no más que
un jadeo.
—Audrey Rose, yo…
Acerqué su rostro al mío y le di a su boca algo más
interesante que hacer. A Thomas no pareció importarle la
interrupción mientras explorábamos nuevas formas de
comunicación.
Finalmente, nos arrastramos fuera de nuestro lugar
secreto detrás de los helechos y bailamos y reímos hasta que
me dolieron los pies y el estómago. Esta noche no estaba
destinada a la tristeza y la muerte, me di cuenta. Era un
momento para recordar lo extraordinario que se sentía estar
vivo.
Querida señorita Wadsworth,
Estoy seguro de que no será una sorpresa, pero debo
informarle que no tiene cabida en la academia esta temporada.
Después de pensarlo mucho, determiné que los estudiantes que
más lo merecían durante este curso fueron el señor Noah Hale
y el señor Erik Petrov. Exhibieron un comportamiento
ejemplar, así como una habilidad forense. Quizás la próxima
vez hará lo que se le instruya. Parte de la educación de uno
incluye escuchar a aquellos de mayor rango y experiencia;
algo en lo que fracasó miserablemente en más de una ocasión.
Sin embargo, en nombre de la academia, ofrezco mi más
sincera gratitud por su asistencia. Tal vez podría adquirir
experiencia en medicina forense con más práctica y pulido,
aunque eso está por verse.
Le deseo lo mejor.

Sinceramente,
Wadim Moldoveanu
Rector, Institutului Naţional de Criminalistică şi
Medicină Legală
Academia de Medicina Forense y Ciencia

Traducido por KarouDH

Corregido por Mari NC


Residencia cel Rău-Cresswell
Bucarest, Rumania
26 de diciembre 1888

El Príncipe Nicolae se inclinó contra el sofá en la sala de


recepción, el rostro demacrado, pero de vuelta a su
complexión oliva normal. Nunca había estado más complacida
de verlo.
—Te ves mucho menos como un cadáver —dijo Thomas
llanamente. No pude evitar reírme. Para todo el crecimiento
que había presenciado en él, aun había algunos bordes que
nunca serían limados. Él se giró hacia mí, una arruga en su
frente—. ¿Qué? ¿No se ve mejor?
—Estoy feliz de que esté bien, Príncipe Nicolae. Fue…—
Llamar «horrible» a aquello por lo que habíamos pasado se
sentía muy ligero para lo que habíamos experimentado. Lo que
todos habíamos experimentado. Inhalé—. Ser una gran historia
para contarle a nuestros hijos algún día.
—Mulţumesc. Solo «Nicolae» está bien. —Una sonrisa
comenzó, pero no se expandió completamente a través de su
rostro—. Quería agradecerles a ambos personalmente. Y
quería disculparme.
Él jaló una pieza de pergamino del diario que había
estado sosteniendo y me la ofreció. Era la ilustración mía,
donde aparecía como si yo fuera la Condesa Drácula. Levanté
mi mirada a la suya, ignorando la forma en que Thomas inhaló
sobre mi hombro.
—Nadie me creyó —dijo él simplemente, sosteniendo las
palmas al frente como explicación—. Traté de advertir a mi
familia, y luego a la actual corte real, pero pensaron que estaba
loco. Nebun. Luego… cuando Wilhelm murió… ellos aún no
escucharon. Decidí enviar amenazas. Esperaba que tomaran
precauciones. Asumí que, si nuestro linaje estaba siendo el
objetivo, era solo cuestión de tiempo antes de que el rey y la
reina fueran también amenazados. —Apuntó hacia el dibujo de
mí—. Pensé que eras a quien debía culpar. Dibujé eso con
intención de pasarlo a los aldeanos. Si la academia no
escuchaba… Dăneşti o Moldoveanu… pensé que quizás los
aldeanos dispondrían de quien sea que percibieran como un
strigoi. Yo… me disculpo.
Thomas no dijo nada. Me puse de pie y tomé las manos
enguantadas del príncipe en las mías.
—Gracias por la verdad. Estoy feliz de que partamos en
mejores términos que cuando nos conocimos por primera vez.
—Yo también lo estoy. —Nicolae se levantó, usando un
bastón adornado, y cojeó hacia la puerta—. Rămâi cu bine.
Que estén bien.
****
Una gran caja plana atada con cuerda fue entregada a mi
habitación junto con el recibo esa tarde. Era el mejor regalo de
Navidad que alguna vez había comprado para mí misma. Sin
preámbulos, desaté la cuerda y abrí la tapa.
Un par de pantalones negros estaban doblados con una
blusa de seda. Mi atención cayó a la parte más preciosa del
paquete: la faja de cuero atada con hebillas doradas. Cuando
volviéramos a Londres, sería una gran fuerza contra la que
competir. Esperaba que Padre lo aceptara, aunque quizás iría
un poco lento con él al principio. Empujé esas preocupaciones
a un lado y encontré que no podía esperar para probarme las
ropas nuevas. Me desvestí inmediatamente.
Jalando los pantalones hacia arriba, los aseguré alrededor
de mi cintura, maravillándome por la forma en que mi silueta
parecía haber sido sumergida en la tinta más fina, luego
colocada a secar en el sol. Gentiles curvas sobre mis caderas,
luego más angostas en mis piernas. Jalé la blusa sobre mi
cabeza después y la aseguré con una serie de nudos al frente
antes de meterla en mis pantalones.
La modista había hecho una blusa de seda, aunque aún
tenía suficiente estructura para mantener mis posesiones en su
lugar. Estaba perfectamente confeccionada.
Recorrí mis manos sin guantes por el frente de la blusa,
alisando arrugas mientras giraba de lado a lado en el espejo.
Mi figura se mostraba de una forma que pretendía que no
hubiera errores en confundirme con uno de mis compañeros
hombres cuando regresáramos a las clases de Tío, sin importar
si iba vestida como uno. Una parte de mi quería sonrojarse por
lo mucho de mi forma que era revelada en este conjunto. Pero
en su mayoría me sentía caminando alrededor con la cabeza
bien en alto. Había una libertad de movimiento que yo rara vez
experimentaba con todas mis capas y tejidos.
Con esfuerzo, me alejé de mi reflejo y levanté la faja de
cuero de la caja. Metí una pierna dentro de esta y aseguré sus
hebillas contra mi muslo. Deslicé mi escalpelo en su lugar y
sonreí. Si sentía que me iba a sonrojar antes, este era todo un
nuevo nivel de indecencia con el que jugar. Necesitaría llevar
mi delantal para evitar susurros y miradas. Como ahora
parecía ser…
—Estás deslumbrante.
Giré alrededor, la mano en el frío metal del escalpelo
colocado contra mi muslo. Permití que mis dedos pasaran
contra la superficie lisa de la hoja antes de dejar caer la mano.
—Husmear dentro de las habitaciones de una joven mujer
dos veces en un mes es grosero incluso para tus bajos
estándares, Cresswell.
—¿Incluso cuando estoy husmeando en mi propia casa
esta vez? ¿Y cuando he traído un regalo?
Él tenía un brillo felino en la sonrisa mientras colocaba
una pintura contra la puerta y caminó dentro de la habitación,
rodeándome. Sin avergonzarse, inspeccionó cada pulgada de
mi conjunto, luego dio un paso tan cerca de mí que sentí el
calor de su cuerpo.
De repente sintiéndome tímida, asentí hacía la parte de
atrás del cuadro.
—¿Puedo verlo?
—Por favor. —Thomas movió el brazo—. Complace tus
deseos.
Caminé hacia la pintura y la giré, mi respiración
atascándose ante la vista. Una simple orquídea brillaba como
si hubiera sido encapsulada en hielo. Me incliné más cerca,
dándome cuenta de que no estaba en lo cierto en absoluto. La
orquídea en realidad era un cielo manchado de estrellas.
Thomas había pintado todo el universo en los confines de mi
flor favorita. Un recuerdo de él ofreciéndome una orquídea
durante la investigación del Destripador cruzó mi mente.
Incliné la pintura contra la pared y levanté la mirada.
—¿Cómo lo sabías?
—Yo… —Thomas tragó, su atención fija en la pintura—.
¿La verdad?
—Por favor.
—Tenías un vestido con capullos de orquídeas bordadas
en él. Cintas en el morado más oscuro. Te favorece el color,
pero no tanto como me encontré a mí mismo favoreciéndote a
ti. —Tomó una respiración profunda—. ¿En cuanto a las
estrellas? Esas son las que prefiero. Más que a las prácticas
médicas y deducciones. El universo es vasto. Una ecuación
matemática que no tengo esperanza de resolver. No hay límites
para las estrellas; sus números son infinitos. Por lo cual es
precisamente que mido mi amor hacia ti por ellas. Una
cantidad demasiado grande para contarla.
Lo suficientemente lento para que mi corazón se
acelerara, él se acercó y jaló una horquilla de mi cabello. Una
sección de rizos oscuros cayó en cascada por mi espalda
mientras la horquilla dorada cayó al suelo.
—Estoy completamente hechizado, Wadsworth. —Jaló
otra horquilla, luego otra, liberando mi cabello completamente
de sus ataduras. Había algo íntimo sobre que él me viera con
mi cabello sin atar en esta cámara privada. Sobre su confesión.
Como un lenguaje secreto que solo nosotros dos sabíamos
cómo hablar.
—¿Quieres decir que tus sentimientos son el resultado de
algún tipo de hechizo entonces? —lo molesté.
—Lo que quiero decir es… no puedo pretender que no
estoy… supongo que lo que quiero decir es que han pasado
pocos meses. —Thomas se rascó la frente—. Esperaba hacer
las cosas un poco más… oficiales. De algún modo. De la
forma en que lo prefieras, en realidad.
—¿Oficial de qué forma? —Mi corazón tronó dentro de
mi pecho, buscando una abertura para escapar. Apenas podía
creer que estuviéramos teniendo semejante conversación,
especialmente solos. Aunque apenas podía creer que Thomas
prácticamente había dicho «te amo». Lo cual es lo que
necesitaba escuchar de nuevo. Solo una vez sin urgencia.
—Sabes de qué forma, Wadsworth. Me rehusó a creer
que has malinterpretado mis afectos. Estoy completamente
enamorado de ti. Y es permanente.
Ahí estaba. La admisión que había estado ansiando. Él
nerviosamente mordió su labio, inseguro, incluso con todos
sus poderes de deducción, de si yo alguna vez podría amarlo
de vuelta. Quería recordarle nuestra conversación, sobre cómo
no había fórmula para el amor, pero encontré mi pulso
acelerándose por otra razón completamente diferente.
Estaba lista para aceptar la mano del señor Thomas
Cresswell. Y me emocionaba y aterrorizaba a la vez. Él
observó mientras me puse más derecha y levanté la barbilla. Si
me iba a someter a mis propios sentimientos, necesitaba estar
segura de una última cosa.
—¿Solo le pedirás permiso a mi padre para cortejarme?
—Necesitaba saber—. ¿Qué hay sobre mis sentimientos?
Quizás sueñe con Nicolae. No me has preguntado
directamente.
Thomas ferozmente sostuvo mi mirada.
—Si eso es cierto, entonces dime y nunca más hablaré de
esto otra vez. Nunca forzaría mi presencia ante ti.
No pude evitar pensar en el detective inspector quien
trabajó en el caso del Destripador con nosotros. Sobre sus
motivos ulteriores.
—Es un pensamiento conmovedor. Pero por todo lo que
sé, ya podrías haber hablado con mi padre y una fecha haber
sido establecida. Algo similar sucedió antes.
—Blackburn era un tonto. Creo que siempre deberías
tener elección en el asunto. No soñaría con excluirte de tu
propia vida.
—Padre podría ser… no estoy segura. Quizás no
aprobaría un acercamiento tan moderno. Tú pidiendo mi
permiso primero que el de él. Pensé que te importaba su
opinión.
Thomas levantó su mano a mi rostro, cuidadosamente
dejando rastros de fuego a través de mi mandíbula.
—Cierto, quiero la aprobación de tu padre. Pero quiero tu
permiso. El de nadie más. Esto no puede funcionar de ningún
otro modo. No eres mía para tomar. —Rozó sus labios con los
míos. Suavemente, tan suavemente que podría haberlos
imaginado allí. Mis ojos se cerraron. Él podría persuadirme de
construir un barco de vapor a la luna cuando me besaba.
Podríamos orbitar las estrellas juntos—. Eres tuya para dar.
Di un paso dentro del círculo de sus brazos y coloqué una
palma contra su pecho, guiándolo hacia la silla. Se dio cuenta
muy tarde de que había algo más grande que un gato
persiguiéndolo; había atraído la atención de una leona. Y era
ahora la presa.
—Entonces te elijo, Cresswell.
Me deleité en el hecho de que él cayó en la silla, con los
ojos bien abiertos. Me moví más cerca, hasta que estaba al
frente suyo, y empujé su pierna con mi rodilla, molestándolo.
—No es educado jugar con tu comida, Wadsworth. No…
—Yo también te amo. —Capturé sus labios con los míos,
permitiéndole a sus brazos rodearme y jalarme más cerca aún.
Él abrió la boca para profundizar nuestro beso, y sentí que los
cielos se abrieron dentro del universo de mi cuerpo. No me
importaba Anastasia y sus crímenes. O cualquier otro más
que…
—Tanto como detesto separarlos… —Daciana tosió
delicadamente desde la entrada—. Tenemos un visitante. —
Ella miro mi nuevo vestuario y sonrió—. Te ves fenomenal.
Muy intimidante y «Traedora de muerte».
Thomas gruñó mientras di un paso lejos de su agarre,
luego le disparó a su hermana una mirada arrogante de la que
Tía Amelia habría estado orgullosa.
—Traedor de muerte es como me llamarán los aldeanos si
continúas arruinando todos nuestros momentos clandestinos,
Daci. Ve a entretener a tu visitante tú misma.
Daciana sacó la lengua hacia él.
—Deja de ser malhumorado. Es inapropiado. Me
encantaría entretener a nuestro invitado, pero tengo el
sentimiento de que quizás a Audrey Rose le gustaría decir
hola.
Intrigada, alisé el frente de mi peligroso conjunto. Mi
cabello estaba sin recoger, pero la curiosidad me arrastró de
mis habitaciones y abajo por las zigzagueantes escaleras antes
de que pudiera arreglarlo. Me detuve al final, casi enviando a
Thomas corriendo al suelo mientras chocaba contra mí.
Un hombre con cabello rubio y familiares anteojos de oro
caminaba alrededor del vestíbulo, las manos volando a sus
costados. Tomó cada gota de autocontrol no saltar en sus
brazos.
—¿Tío Jonathan? ¡Que sorpresa tan encantadora! ¿Qué te
trajo todo el camino hasta Bucarest?
Su atención saltó hacia mí, y observé sus ojos verdes
parpadear en respuesta a mi elección de atuendo. Estaba
segura de que la faja de cuero con el escalpelo alrededor de mi
muslo podría causar una embolia, pero él lo tomó todo con
calma. No batió una pestaña por el estado de mi cabello, lo
cual era un milagro en sí mismo. Tío inspeccionó al joven
hombre a mi lado, luego giró su bigote. Me agarré del
pasamanos, sabiendo por su gesto que sus noticias no eran
buenas.
Miedos irracionales se desplegaron ante mis ojos.
—¿Todo está bien en casa? ¿Cómo está Padre?
—Él está bien. —Tío asintió como confirmando el hecho
—. Me temo que ambos serán retrasados en volver a casa, sin
embargo. He sido llamado a América. Hay un turbulento caso
forense, y requiero la asistencia de mis dos mejores
aprendices. —Él sacó un reloj de bolsillo de debajo de su
abrigo de viaje—. Nuestro barco sale de Liverpool el día de
año nuevo. Si vamos a llegar a tiempo, necesitamos irnos esta
noche.
—No estoy seguro de que esa sea una idea sabia. ¿Qué
dice Lord Wadsworth sobre ello? —Thomas se puso más
erguido, mordiéndose el labio—. Supongo que a mi padre no
le importa de una forma u otra. ¿Alguien ha estado en contacto
con él?
Tío sacudió la cabeza ligeramente.
—Él está viajando Thomas. Sabes lo difícil que es recibir
el correo, razón por la cual vine yo mismo.
Un rizo de cabello cayó a través de la frente de Thomas, y
deseé estirarme y alisar ambos, el cabello y sus
preocupaciones. Gentilmente apreté su mano antes de dar un
paso hacia mi tío.
—Vamos Cresswell. Estoy segura de que ambos padres lo
aprobarían. Además —dije, mi tono volviéndose juguetón—,
fantaseo con otra aventura contigo.
Un reflejo de travesura iluminó su expresión. Sabía que
estaba recordando lo que me había dicho al final del caso del
Destripador.
—Soy irresistible, Wadsworth. Es tiempo de que lo
admitas. —Él estiró el brazo, con una pregunta en la mirada—.
¿Vamos?
Miré a mi tío, notando la sonrisa en su rostro. Siempre
había querido cruzar a través del mar, y decir no a otro caso y
a un viaje al exterior en un lujoso crucero parecía estúpido. Me
enfoqué en el brazo extendido de Thomas, sabiendo que estaba
ofreciendo mucho más que sus mejores modales. Me estaba
regalando con todo el amor y aventura que el universo pudiera
proveer.
El señor Thomas Cresswell, ultimo heredero varón del
Príncipe Drácula, me ofrecía ambos, su mano y su corazón.
Sin dudar, acepté el brazo de Thomas y sonreí.
—¡Hacia América!

Material Bonus
Traducidas por Vero
Corregidas por Mari NC

1 de septiembre de 1888

Querida Daciana:
Te escribo bajo la más terrible de las circunstancias. Me
temo que me he enfermado o he caído bajo algún elixir
peculiar, desconocido para mí.
Quizás no sea nada, pero mis síntomas están aumentando
diariamente. Con frecuencia encuentro que mi mente está a la
deriva y mis palmas hormiguean de la forma más extraña. Casi
como si estuviera electrificado. Aunque la idea misma es
absurda. ¿Por qué estaría… emocionado… cuando es una
emoción tan frívola? Luego están las veces que mi pulso se
acelera, sin ninguna razón que haya podido deducir. Al menos
no una buena razón.
Lo he intentado, lo juro, pero en contra de mi criterio,
parece que estoy desarrollando un vínculo emocional. Por otra
persona. Más específicamente, una joven mujer que se viste de
hombre en mi clase de medicina forense. Es abominable (esta
situación, no sus pantalones).
Necesito ayuda en este asunto de inmediato. Dime,
¿cómo se cura una enfermedad antes de que se propague?
Primero mi mente, luego temo que mi corazón siga esta
traición.

Tu hermano potencialmente moribundo,


Thomas.

3 de octubre de 1888

Queridísimo hermano,
¡Tu situación actual suena positivamente fatal! Enviaré
un pedido a mi modista favorita en Londres para que me
preparen un vestido de luto de inmediato. El cielo te prohíba
perecer de esta plaga de “sentimientos” y dejarme atrapada
usando los diseños del año pasado en tu funeral. Será un
asunto lujoso, estoy segura. Ya sabes que nuestra madrastra
adora una buena fiesta. Lástima que te la pierdas.
Ahora que hemos sacado tu melodrama del camino. Lo
estoy haciendo bien, gracias por tan amablemente preguntarme
por mi bienestar. (¡Malcriado!) Praga ha sido increíble: las
imágenes y los sonidos, las delicias culinarias… ¡deberías
dejar Londres y venir inmediatamente! Piensa en toda la
diversión que podríamos tener, pasar por las fiestas y cortejar a
las jóvenes.
Aunque, por el sonido de tu última carta, es posible que
no desees participar en mis coqueteos. Qué parodia de verdad,
encontrar a alguien que realmente te guste. (¡Qué horror!) Le
estás hablando a ella, ¿correcto? (¡Espero que no solo la mires
con nostalgia como un perro tras un hueso!) Si no es así,
seguramente ese sería el primer paso para curarte de esta
desgraciada aflicción.
¿Tiene nombre tu asesina que lleva pantalones? Quiero
saber todo sobre esta misteriosa joven que ha captado tu
atención… y es la causa de tu futura muerte.

Tu querida hermana,
Daciana.

13 de octubre de 1888

Daci,
Me imagino, dado el tiempo que te llevó responder, que
debe haber tomado años inyectar tanto ingenio en esa breve
carta. Ambos no podemos ser excepcionalmente talentosos y
bien parecidos, parece.
La señorita Audrey Rose Wadsworth es la joven que
continúa rondando mi mente. Y sí, en realidad he hablado con
ella. Actualmente estamos investigando un caso de asesinato
en serie, por lo que quiero unirme a ti en tu Gran Tour.
A pesar de la urgencia de resolver este caso, el mes
pasado, cuando realizamos una autopsia, encontré que mi
atención se desviaba hacia los zapatos de satén de Wadsworth.
No me tomó mucho deducir que probablemente tuvo que
abandonar su residencia a toda prisa. Tampoco fue difícil
imaginar el vestido que había usado al principio del día, lo
elegante que debía haber sido para ir con los zapatos y lo
impresionante que se verían sus oscuros rasgos con ese color
pálido. Casi me golpeé con uno de mis guantes una vez que
me di cuenta de lo que estaba haciendo, estoy absolutamente
enfermo.
Seguí tu consejo y hablé con ella más, pero conversar
solo parece aumentar mis síntomas y provocar un ceño casi
permanente en su frente. ¿Seguramente debe haber otra forma
más eficiente de lidiar con esto?

Tu hermano ciertamente condenado,


Thomas.

P.D: ¿Cómo está Ileana? Me imagino que debe estar


menos que feliz si coqueteas con otras personas.

21 de octubre de 1888

Mi querido hermano,
¿No fue el gran Shakespeare quien escribió “La brevedad
es el alma del ingenio?” No te enfades conmigo porque heredé
el mejor sentido del humor. Mi respuesta tardó tanto porque
me atrevo a recordarte que estoy viajando por el continente y
no sentada en casa, esperando ansiosamente el correo. No te
preocupes, nunca soñaría con coquetear con alguien que no
fuera mi querida Ileana. Simplemente estaba probando para
ver si prestabas atención.
Dime, ¿Audrey Rose se siente de igual modo contigo? Si
es así, te ruego que no trates de conmoverla demasiado con tu
encanto. He descubierto (de acuerdo, Ileana ha señalado en
varias ocasiones) que la mayoría de las personas no encuentra
que nuestra tendencia hacia las deducciones sea atractiva
cuando se las dirige a ellas.
En cuanto a cómo comunicar mejor tu adoración… tal
vez un ligero toque de su mano, o un comentario efusivo sobre
sus grandes senos. Las mujeres simplemente adoran ese tipo
de cosas.

Con amor,
Daciana

P.D: ¿Qué es esta tontería de “Wadsworth”? Y no, no


estaba hablando en serio acerca de tocar su mano o comentar
sobre su persona de ninguna forma. Esa es una buena manera
de terminar abofeteado. Las mujeres no disfrutan de ese tipo
de tonterías en absoluto; por favor, dime que no eres
demasiado tonto.

8 de noviembre de 1888

Querida hermana,
Sus pasatiempos favoritos incluyen cortar muertos y
destrozar mi corazón. Dado el estado brutal de los cuerpos que
estamos investigando, encontrar un momento adecuado para
expresarme ha sido un desafío. Discutir nuestro último órgano
removido en forma de coqueteo no parece prudente, pero creo
que he logrado comunicarle mi creciente afecto (aunque a
veces es bastante difícil distinguir la diferencia entre su
exasperación y afecto).
Debo confesar que tal vez la haya besado esta noche.
Bueno, ella me besó. Supongo que fue más como una acción
mutua, si soy honesto. Antes de que preguntes, nos perseguían
por un callejón y te juro que pensé que estaba a punto de
perderla. Espero que no me haya besado porque estuviera
convencida de que podría ser la última vez, aunque ocurrió
después del potencial apuñalamiento…
Es sorprendente lo que una pequeña porción de
perspectiva puede hacer por una persona. Cuando vi esa hoja
filosa contra su garganta, no podía imaginar por qué alguna
vez había luchado tan fuerte contra mis sentimientos.
Decidí que no había una buena razón para seguir negando
la verdad a ella o a mí mismo; Me estoy enamorando cada vez
más de ella. Se lo dije. Hasta ahora, no ha salido corriendo,
gritando lejos de mí, así que espero que sea una buena señal de
que comparte mis sentimientos.

Tu hermano desesperadamente enamorado.


Thomas.

19 de noviembre de 1888

Thomas,
Tuve que comprar una capa exquisitamente cálida (y
altamente sobrevalorada) para esa repentina ráfaga de aire
Ártico. Creo que el infierno se ha congelado y este invierno
promete ser bastante frío. ¡Mi hermano, el Autómata de la
Sociedad de Londres, está enamorado! Abiertamente
enamorado, podría añadir. No deseo decir “te lo dije”, pero lo
hice, ¿no es así? Si recuerdas, después del funeral de mamá,
prometiste no amar nada más que tu ciencia. Ella estaría
emocionada de saber que te has permitido un poco de felicidad
en tu vida.
¡Estoy incluso más intrigada con la señorita Audrey Rose
Wadsworth! Me gustaría conocer a esta chica que despedaza
cadáveres y descongela los corazones helados, ya sabes que
siempre he querido una hermana. Sin ofender, querido
hermano. Lo has hecho notablemente bien con el trenzado del
cabello y quedándote levantado hasta tarde cuando niños para
jugar nuestros juegos de espías. ¿Recuerdas cuando
descubrimos ese desagradable secreto sobre el vizconde?
Nunca había visto el rostro de una persona en un tono de rojo
tan intenso; ¡Fue maravilloso! Aún me sorprende que nuestras
cabezas nunca terminaron montadas en la pared de su
biblioteca.
¿Llevarás a tu amada a casa a conocer a nuestra familia
durante las vacaciones de Navidad? Puede valer la pena el
viaje (y el insufrible escrutinio de nuestra Madrastra) para
tener la oportunidad de hablar con ella. A menos que no
desees cortejarla formalmente… ¡Tú pícaro escandaloso!

Tu hermana gratamente aturdida pero


no demasiado sorprendida,
Daciana.

30 de noviembre de 1888

Querida Daci,
Estoy enviando esta carta en mi paso por París (Algo que
estoy seguro que ya notaste en el sello postal). Resolvimos
nuestro último caso, aunque se cobró un gran costo para
Wadsworth. No podía soportar la idea de que ella enfrentara
las consecuencias de Jack El Destripador, y sabiendo que era
uno de sus sueños, propuse la idea de asistir a la Escuela de
Rumania tanto a su tío como a su padre. Milagro de todos los
milagros, ambos estuvieron de acuerdo. Cuando Lord
Wadsworth le contó las noticias, fue la primera vez que
presencié su felicidad en semanas.
Ver eso se sintió como el sol atravesando las nubes
después de una tormenta.
Estamos en camino a la tierra natal de nuestra madre para
estudiar medicina forense en el más encantador castillo en el
que solía residir el querido y viejo Vlad. Espero que el cambio
de escenario ayude a Audrey Rose a escapar de sus fantasmas.
He notado que ocurre algo de lo más curioso: cuando ella
sufre, se siente como si también yo hubiera sido golpeado, o
incluso apuñalado, hasta respirar se vuelve un desafío.
Solo han pasado unos meses y me encuentro deseando
cortejarla formalmente. ¿Es esto una locura?
A veces, cuando la miro, veo lo increíble que podría ser
el futuro. No creo que tenga idea de lo magnífica que es, cuán
cariñosa y analítica. Ella es fuerte de voluntad y mente, dos
cualidades que no podría dejar de admirar si lo intentara.
Si te encuentras en o cerca de Bucarest o Brasov en tu
Gran Tour, no habría nada que disfrutara más que conozcas a
Audrey Rose. Tu influencia podría ayudar a reparar los
pedazos de su corazón que se han roto. Estaría por siempre
agradecido y en deuda contigo.

Tu hermano no-más-en-posesión-
de-un-corazón-frío,
Thomas.

Escaping from Houdini


En esta tercera entrega de la serie de superventas Stalking
Jack the Ripper, un lujoso trasatlántico se convierte en una
prisión flotante de escándalo, locura y horror cuando los
pasajeros son asesinados uno por uno… sin tener a dónde huir
del asesino.
Audrey Rose Wadsworth y su compañero de
investigación del crimen, Thomas Cresswell, se dirigen a
Nueva York para ayudar a resolver otro misterio empapado de
sangre. Embarcándose en un viaje de una semana a través del
Atlántico en el opulento RMS Etruria, se complacen en
descubrir una compañía itinerante de artistas de circo, adivinos
y cierto carismático artista de escape que entretiene a los
pasajeros de primera clase todas las noches.
Pero entonces, las jóvenes privilegiadas comienzan a
desaparecer sin explicación, y una serie de asesinatos brutales
sorprende a toda la nave. La extraña y perturbadora influencia
del Carnaval de Luz de Luna impregna las cubiertas a medida
que los asesinatos se vuelven cada vez más extravagantes, sin
un lugar donde escapar excepto el mar implacable. Depende
de Audrey Rose y Thomas armar la horrible investigación a
medida que más pasajeros mueren antes de llegar a su destino.
Pero con pistas sobre la próxima víctima señalando a alguien
que ella ama, ¿puede Audrey Rose desentrañar el misterio
antes del horrible acto final del asesino?
Kerri Maniscalco
Kerri Maniscalco creció en una pequeña ciudad a las
afueras de Nueva York, donde su amor por las artes se
fomentó desde muy temprana edad. En su tiempo libre, lee
todo lo que puede conseguir, cocina todo tipo de comida con
su familia y amigos, y bebe demasiado té mientras discute los
mejores puntos de la vida con sus gatos. Stalking Jack the
Ripper es su primera novela, e incorpora su amor por la
ciencia forense y la historia sin resolver.
Para obtener más información, visita a Kerri en línea en
su página kerrimaniscalco.com y síguela en Twitter e
Instagram en KerriManiscalco o en Facebook en
KerriManiscalcoAuthor.

Agradecimientos

Moderadora
Mari NC

Staff de traducción
âmenoire
Brendy Eris
Brisamar58
Cat J. B
flochi
Flopy Durmiente
Florff
KarouDH
LizC
Masi
Naomi Mora
Shilo
Smile.8
Vero
Ximena Vergara

Staff de corrección
AnnaTheBrave
Bella’
Brisamar58
Carib
Dai’
Flopy durmiente
Mari NC
vickyra

Recopilación y revisión
Mari NC

Diagramación
marapubs
Notas
[
←1
]
Imi pare rău, domnişoară: Lo siento, señorita.

[
←2
]
Vă rog: Por favor.

[
←3
]
Petits fours: Son pasteles de pequeño tamaño, dulces o
salados, de la repostería francesa. Por regla general son de
unos pocos centímetros de tamaño1 y llevan una decoración en
miniatura acorde con su reducido tamaño. Se suelen servir
tradicionalmente en cócteles, aperitivos, meriendas, tomando
café y en menor medida al final de las comidas.

[
←4
]
Pricolici: Hombres lobo en rumano.
[
←5
]
Prietena mea: Amiga mía.

[
←6
]
Distracţie excelente: Excelente distracción.

[
←7
]
Două: Dos.

[
←8
]
Ucis de o servitoare: Asesinada por una criada.

[
←9
]
Adu doctorul. Acum!: Llévenlo al doctor. ¡Ahora!

[
←10
]
Am nevoie de aer: Necesito aire.

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