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CUENTOS PARA LA ÉPOCA DE PASCUA

UNA HISTORIA DE LA LIEBRE DE PASCUA

Había una vez una familia de liebres de Pascua, el padre, la madre y los siete hijos. El
padre y la madre liebre no sabían quién de sus hijos iba a ser ese año la liebre de
Pascua. Entonces la madre liebre de Pascua cogió una cesta con siete huevos, y el
padre liebre de Pascua llamó a sus siete hijos y dijo al mayor:
- Coge un huevo de la cesta y llévalo al jardín de la casa donde viven muchos niños.
El mayor cogió el huevo dorado y se fue con él a través del bosque, cruzó el riachuelo,
atravesó la pradera y llegó al jardín de la casa de los niños.
Entonces quiso saltar por encima de la verja, dio un salto demasiado grande y el huevo
se cayó y se rompió. Ésta no era la verdadera liebre de Pascua.
Le llegó el turno al segundo. Éste cogió el huevo plateado, corrió con él a través del
bosque, cruzó el riachuelo y llegó a la pradera. Entonces le llamó la urraca:
- Dame tu huevo, dame tu huevo y te regalaré una moneda.
Y sin que la liebre se diera cuenta, ya se había llevado la urraca el huevo a su nido. Ésta
tampoco era la verdadera liebre de Pascua.
Le tocó el turno al tercero. Éste escogió el huevo de chocolate, corrió con él a través
del bosque, cruzó el riachuelo, llegó a la pradera y justo entonces, llegó saltando de un
pino alto una ardilla, puso grandes ojos y preguntó:
- ¿Está rico?
- No lo sé, lo quiero llevar a los niños.
- ¿Me dejas probar un poco?
La ardilla chupó un poco y, como le gustó tanto, siguió lamiendo, y la liebre lamió con
ella hasta que todo el huevo había desaparecido.
Cuando la tercera liebre llegó a casa, la madre liebre de Pascua le tiró de los pelos de su
morrito que aún estaban llenos de chocolate y dijo:
- Tú tampoco eres la verdadera liebre de Pascua.
Ahora le llegó el turno al cuarto. El cuarto cogió el huevo con muchas manchitas. Con
este huevo corrió a través del bosque. Cuando estaba cruzando el riachuelo se paró en
medio y se vio en el riachuelo como en un espejo.
Cuando se estaba mirando, ¡plaf!, se cayó el huevo al agua. Ésta tampoco era la liebre
de Pascua.
Le llegó el turno al quinto. El quinto cogió el huevo amarillo. Con él corrió a través del
bosque y antes de llegar al riachuelo se encontró con el zorro.
Oye, vente conmigo a mi madriguera y enseña a mis hijos el huevo bonito.
Los zorritos empezaron a jugar con el huevo, se cayó encima de una piedra y se rompió.
Rápidamente corrió la liebre a casa con las orejas gachas.
Ella tampoco era la verdadera liebre de Pascua.
Le llegó el turno al sexto. El sexto escogió el huevo rojo y con él corrió a través del
bosque. Entonces se encontró en el camino con otra liebre.
Puso su huevo en el camino y empezó a pelearse con la otra. Por fin, la otra liebre huyó
y cuando la sexta liebre buscó su huevo, lo encontró hecho migas.
Ésta tampoco era la verdadera liebre de Pascua.
Le tocó ya el turno a la séptima, la liebre más joven y pequeña.
Ella cogió el huevo azul. Con el huevo azul atravesó el bosque. En el camino se encontró
con otra liebre. La dejó pasar y siguió adelante.
Entonces vino el zorro. La liebre dio un rodeo y llegó al riachuelo. Con unos saltos
ligeros cruzó por encima del tronco. Vino la ardilla, pero la liebrecita siguió adelante y
llegó a la pradera. Cuando la urraca gritó, simplemente le contestó:
- ¡Tengo que seguir!, ¡tengo que seguir!
Por fin, llegó al jardín de la casa. La puerta estaba cerrada.
Ella dio un salto, ni demasiado grande, ni demasiado pequeño, y puso el huevo en el
nido que le habían construido los niños.
Esta era la verdadera liebre de Pascua.
***

LA LIEBRE

Érase una vez un campo donde los verdes tallos de maíz se erguían desde la oscura
tierra. Un día, se acercó saltando una liebre, con sus dos largas orejas tiesas como dos
cucharas. Se puso a roer unos tallos jugosos y luego se sentó mirando a su alrededor
para ver si se acercaba alguien.
Durante toda la noche estuvo dando vueltas. Al llegar la mañana buscó un lugar donde
descansar, escogiendo un sitio junto al sendero del campo.
Antes de echarse a dormir, corrió un poco hacia un lado; luego dio media vuelta y volvió
por el mismo camino; pero de repente, dio un gran brinco, se fue saltando un poco más
lejos, escarbó la hierba y la tierra, y después se sentó sobre sus patas de atrás poniendo
su cabeza entre las delanteras.
De esta manera se dispuso a descansar. Mientras tanto, un perro que se acercaba
corriendo por el sendero, al oler a la liebre, empezó a correr de un lado a otro. Como no
levantaba su hocico del suelo, el perro no vio los dos ojos negros que se asomaban por
entre los verdes tallos.
El perro se fue muy enfadado porque había perdido la pista de la liebre. Y por fin la
liebre pudo dormir.
Al cabo de un rato se levantó, enderezó sus orejas y miró a su alrededor.
No se veía a nadie; el perro ya se había ido. Entonces decidió ir a lavarse.
Se lavó la cara y las orejas, y se cepilló la piel con las plantas de los pies.
Por la mañana temprano se había bañado en la blanca arena junto al bosque; porque la
liebre es muy limpia, nunca hay una mota de polvo sobre su piel.
De repente, oyó ladrar a unos perros. Cada vez se acercaban más llegando casi hasta
donde estaba ella.
La liebre agachó sus orejas y de un gran salto salió de su lecho y se puso a correr rauda
como el viento. Los perros la siguieron ladrando muy fuerte.
La liebre corrió de un lado a otro, intentando desviarlos; después dio un gran salto, y se
agazapó inmóvil sobre el suelo. Los perros pasaron de largo y se adentraron en el
bosque.
La liebre pudo por fin descansar un poco y respirar de nuevo. Pero no por mucho
tiempo, porque de repente se volvieron a oír los ladridos de los perros.
La liebre miró y vio que los perros estaban persiguiendo a otra liebre en el campo de al
lado. Esta liebrecita parecía estar muy cansada y los perros se le acercaban cada vez
más y más. La liebre golpeó el suelo con sus patas de atrás.
La liebrecita lo oyó y se acercó corriendo con todos los perros detrás de ella.

Entonces la liebrecita se agazapó rápidamente en el escondite de la liebre y la liebre


saltó y echó a correr con todos los perros detrás de ella. Los perros creyeron que era la
misma liebre, porque no habían visto el cambio, pero la liebrecita descansaba tranquila.
La liebre volvió a correr de un lado a otro, tan rápido que pudo despistar a sus
perseguidores, y los perros volvieron a casa.
De este modo vivió la liebre durante el verano y el otoño, durmiendo en cualquier sitio
entre la hierba, en los campos, ayudando a las demás liebres a huir de los perros y de
los zorros, comiendo jugosos tallos y lavándose cada día.
Pero llegó el invierno, y los copos de nieve cubrieron el país con un gran manto blanco.
La liebre se sentó en un campo donde había habido verdes tallos irguiéndose desde la
oscura tierra, y se dejó cubrir por la nieve.
Era maravilloso, nadie podía verla ni olerla, ya que la nieve había cubierto su cuerpo y su
rastro. Al día siguiente brilló el sol y derritió un poco la nieve.
Pero por la noche el frío heló
nieve que había derretido, y la liebre tuvo así un tejado de hielo sobre su blanco
colchón de plumas.
De repente la liebre oyó algo. ¿Acaso alguien estaba caminando sobre el hielo y la nieve
a través del campo? ¿Quizá el campesino o el cazador? Una bota grande y negra rompió
súbitamente el tejado de hielo y casi pisó la cabeza de la liebre.
El cazador se cayó. La liebre saltó y se fue corriendo, y antes de que el cazador pudiera
levantarse, ya había ido muy lejos.
Entonces llegó la primavera. Los pájaros volvieron de sus refugios de calor, y el sol
brillaba en el cielo. Se acercaba el tiempo de Pascua.
En el jardín del campesino florecían las plantas. Una mañana, la liebre se fue al jardín del
campesino, donde ya había estado muchas veces.
Se sentó bajo un arbusto y estuvo descansando de sus paseos nocturnos.
El perro estaba en su casita y todo estaba absolutamente tranquilo, cuando se oyeron
las risas y los gritos de los niños. Se metieron entre los arbustos, apartaron las ramas,
miraron debajo de las hojas y de las flores.
De vez en cuando gritaban alegremente: —¡Mirad!
La liebre vivía sobre la tierra desde hacía mucho tiempo y lo sabía:
- Los niños están encontrando los huevos de Pascua...
Pero entonces una niñita se acercó al arbusto donde estaba escondida la liebre. Estaba
demasiado cerca. La liebre pensó que era mejor marcharse.
Despacio y en silencio, se fue saltando a través del césped. Los niños la vieron y
gritaron:
- ¡Uña liebre, papá, es la liebre de Pascua!
Muy contentos la siguieron con la mirada y cuando la liebre se hubo escurrido
por debajo de la valla del jardín hacia los campos, los niños siguieron buscando los
huevos de Pascua y los pusieron dentro de sus cestas.
La liebre saltó a través de los campos de tréboles, y de vez en cuando se paraba como
para intentar recordar algo. En la pradera se encontró a su familia de liebres y los
saludó, pero no se quedó con ellos por mucho tiempo.
Siguió saltando un poco más allá y se encontró con la alondra que estaba haciendo su
nido en la hierba y le dijo:
- Hoy es un día maravilloso. Los hombres piensan que sólo ellos saben algo de este día.
¡Si yo pudiera cantar! Por favor, querida vecina, tú que tienes esa voz tan bonita, sube
alto, muy alto, tan alto que llegues a ver las puertas del cielo, y canta una canción al
más grande y más poderoso de los ángeles porque hoy es su día; canta un cántico de
gratitud por nuestra vida y por el amanecer y por el verde campo en que vivimos.
Entonces la alondra subió por su escalera invisible hasta perderse de vista, y cantó la
más hermosa canción al más grande de los seres, porque ese era su día.
La liebre con su familia y los hijitos de la alondra lo oyeron muy bien, y los niños
siguieron buscando los huevos de Pascua.
***

LA ORUGA

En una ocasión, Padre Sol cabalgaba alegremente por el cielo azul mientras pensaba:
- Ya es hora de que llegue la Primavera. Madre Tierra y yo hemos de crear juntos la
Primavera.
Entonces llamó abajo:
- Madre Tierra, mira hacia arriba, ha llegado el momento de la Primavera. Tenemos
mucho que hacer.
Madre Tierra miró hacia arriba desde su retiro invernal y respondió:
- Sí, Padre Sol, realmente ya es hora de que llegue la Primavera.
Derrama tus rayos resplandecientes sobre la tierra.
Entonces podremos crear juntos la Primavera.
El sol brilló cálidamente, mientras Madre Tierra iba de un lado a otro, y allí donde ella
sacudía su mano aparecían verdes retoños; más tarde, miles de capullos de colores
como pequeñas estrellas se irguieron hacia la luz del sol.
Las pequeñas orugas salieron de sus huevos y empezaron a comerse las hojas de las
plantas. A las plantas no les importaba - ¡tenían tantas hojas! - y las orugas crecieron
gordas trabajando activamente.
Una oruga acudió a Madre Tierra y empezó a refunfuñar.
- No está bien – dijo - las plantas tienen flores que pueden mecerse al viento y mirar al
sol. Y yo he de permanecer a la sombra de las hojas.
¿Por qué no puedo yo ser una flor y adorar al sol?
- Eres demasiado gorda - dijo Madre Tierra- tan sólo piensas en comer y en tu propio
bienestar.
- Pero sé correr muy deprisa - dijo la oruga- . Dime cómo puedo convertirme en mosca.
iYo también quiero adorar al sol!
- Tienes grandes ideas, pequeña larva - dijo Madre Tierra.
Entonces habló lenta y solemnemente:
- Existe una manera de llegar a ser distinto, pero es difícil y peligrosa.
Aquel que vino del sol y trajo nueva vida a la tierra fue quien enseñó cómo conseguirlo.
- iDime, dime! - exclamó la oruga- ¿qué es lo que debo hacer?
- Tienes que ser muy valiente y estar dispuesta a morir - dijo Madre Tierra. - Primero
tienes que hilar para ti misma un vestido de seda blanco.
Debes ceñirlo bien apretado alrededor de tu grueso y pequeño cuerpo, y después
recostarte muy quieta y esperar. El vestido de seda se pondrá completamente tieso, y
te sentirás como si estuvieses cautiva. Tu cuerpo se desvanecerá lentamente, y creerás
que vas a morir.
Mas cuando apenas quede algo de ti, un ángel vendrá del sol y moldeará tu nueva
forma dentro de tu pequeña celda. Lentamente tu nuevo y delicado cuerpo empezará a
formarse, y con él podrás adorar al sol.
- Lo intentaré - dijo humildemente la oruga, y empezó a hilar el blanco vestido de seda.
Cuando el tejido que le envolvía se puso duro, se recostó muy quieta, esperando y
esperando. El tiempo se hizo muy largo. La oruga sintió que se desvanecía y se
preguntó si moriría.
Pero el ángel vino del sol con su nueva forma y se la ajustó
Poco a poco su nuevo cuerpo, mucho más delicado y hermoso, fue creciendo dentro de
su prisión.
Finalmente, ésta se abrió con fuerza, y la oruga surgió a la luz del sol. Se dio cuenta de
que tenía alas doradas y de que podía volar hacia el sol.
Alegremente gritó:
- ¡Soy una flor que puede volar! Gracias Madre Tierra, gracias Padre Sol.
Ahora realmente puedo adorar al sol.
Así, la oruga que Se había convertido en mariposa voló de flor en flor, cantando
alegremente al Sol.

***

LA LIEBRECITA Y LA ZANAHORIA
Cuento chino

Los campos y las colinas estaban cubiertos de nieve alta y la liebrecita no tenía nada
que comer. Encontró dos zanahorias amarillas.
La liebrecita se comió una y dijo: - Cae mucha nieve y el frío es duro, seguro que el
burrito no tiene nada que comer, le voy a llevar la segunda zanahoria.
Inmediatamente, la liebrecita le dejó la zanahoria y se fue saltando.
El burrito se había ido también en busca de comida.
Encontró unas patatas y volvió contento a casa.
Cuando abrió la puerta se encontró la zanahoria.
- ¿De dónde vendrá esta zanahoria?, - se asombró el burrito.
Entonces comió sus patatas y dijo:
- Cae mucha nieve y el frío es duro, seguro que la ovejita no tiene nada que comer. La
zanahoria será para ella.
El burrito empujó la zanahoria a casa de la ovejita, pero la ovejita no estaba en casa.
Con mucho cuidado, el burrito dejó la zanahoria allí y se fue.
También la ovejita se había marchado a buscar comida.
Encontró una col y se fue contenta a su casa.
Cuando abrió la puerta vio la zanahoria:
- ¿De dónde vendrá esta zanahoria? - se preguntó asombrada.
Entonces se comió la col y dijo: - Cae mucha nieve y el frío es duro, seguro que el
pequeño ciervo no tiene nada que comer. Le llevaré la zanahoria.
La ovejita cogió la zanahoria y la llevó a casa del pequeño ciervo.
Pero la casa estaba vacía.
La ovejita le dejó la zanahoria y se fue rápidamente.
También el pequeño ciervo se había marchado en busca de comida.
Encontró hojas verdes y volvió contento a su casa.
Cuando abrió la puerta vio la zanahoria:
- ¿De dónde vendrá esta zanahoria? - se dijo con sorpresa.
Entonces se comió las hojas verdes y dijo:
- Cae mucha nieve y el frío es duro, seguro que la liebrecita no tiene nada que comer. Le
regalaré la bonita zanahoria amarilla.
Y rápidamente el pequeño ciervo se fue corriendo a casa de la liebrecita, pero ésta se
había hartado de comer y se había dormido.
El pequeño ciervo no la quiso despertar y silenciosamente hizo rodar la zanahoria
dentro de la casa.
Cuando la liebrecita despertó, se frotó sus ojos asombrada:
-¡Otra vez está aquí la zanahoria!
Durante Un instante reflexionó y luego dijo:
iSeguro que un buen amigo me trajo la zanahoria.
Y entonces se la comió. ¡Estaba deliciosa!

***

PARA LOS MÁS GRANDECITOS:

EL PAN DE LA VIDA

Había un reino inmenso lleno de riquezas con sol radiante, tierra fértil y buenas gentes.
Sin embargo, un día empezó poco a poco a oscurecerse todo, el sol se atenuaba, la
tierra se debilitaba cada vez más y casi no daba frutos; la gente estaba triste, los
jóvenes no reían y los niños ya no podían jugar.
Cada vez empeoraba más y más.
Ante esto el rey se preocupó enormemente, vio que llegaba todo a un mal fin. Entonces
mandó reunir a todos los sabios y ancianos del pueblo para poder encontrar la forma
de combatir este mal.
Luego de mucho cavilar entre ellos, el más anciano dijo que lo único que podía ayudar
era el Pan de la Vida, pues todo aquél que lo comía se revivificaba.
El único que podía llegar a encontrarlo era aquel joven del reino que todavía
mantuviese frescura y lozanía en su alma y tuviese la fuerza de emprender la búsqueda
del Pan de la Vida.
Ese pan no era un pan común, pues necesitaba un trigo que hubiese sido sembrado en
la tierra más firme y buena, y dorado por los puros rayos del sol.
También necesitaba el agua más limpia y clara, nunca mancillada por nada ni por nadie.
El aire más transparente tenía que compenetrarlo y una vez dentro, con su fuerza,
hacerlo crecer.
Finalmente precisaba del fuego transformador.
El rey pidió a los jóvenes del reino un voluntario para esta empresa.
Entonces apareció un joven lleno de coraje, guiado por la fuerza de su corazón, para
ayudar a su pueblo.
Él partió en busca de la buena tierra. Después de unos días de viaje encontró una tierra
donde nadie antes había llegado. Ahí vivió siete días. Al cabo de los cuales la sintió
como parte de su ser.
En ese momento el Señor de la Tierra le habló de un lugar lejano a donde él tenía que
llegar para ver al Señor del Agua y vivir en ella otros siete días para poder conocer
también el agua.
Salió en su búsqueda y tras un largo y pesado camino llegó a un enorme lago rodeado
de montañas donde no se escuchaba absolutamente nada, sino sólo su propia
respiración.
Se quedó ahí siete días, cada día daba lentamente una vuelta al lago observando la
claridad y la pureza de las aguas calmas hasta que sintió que su ser estaba
compenetrado por el ser de ellas.
Entonces el Señor de las aguas le habló de un lejano lugar a donde tenía que llegar para
conocer al Señor del Aire y vivir en él otros siete días.
Partió a buscarlo y tomando un largo camino fue en dirección de la más alta montaña
que podía divisar.
Conforme subía sentía cómo el aire iba haciéndose cada vez más traslúcido y lo
respiraba con toda intensidad llenándose de él.
Tardó justo siete días en llegar a la cúspide y tan compenetrado del aire puro estaba el
joven que casi flotaba.
Encontró el aire más puro y escuchó la voz del Señor del Aire diciéndole que existía un
lugar lejano que sólo iba a encontrar cuando sintiera la fuerza transformadora del
fuego dentro de sí y la pudiese controlar y soportar.
Estaba tan ansioso por llegar a su meta que con toda su fuerza interior pidió que se
encendiese esa llama en su corazón, y al poco rato escuchó la voz del Señor del Fuego.
Sintió que desde arriba lo inundaba un suave calor que se iba intensificando cada vez
más y más hasta que fue llenándolo y concentrándose todo en su corazón.
Era como si ardiese algo dentro suyo... Lo contuvo con toda su fuerza y lo mantuvo
con los brazos cruzados en su pecho; desde ese instante Io invadió un gran alivio en
todo su ser.
Irguió su cabeza, levantó su mirada y vio ante él un enorme portón dorado.
Un ser angelical lo recibió y puso en su mano un pan.
Lo tomó y de inmediato el portón se abrió:
«Mira el portón está abierto para ti. Aquí está la firme y buena tierra, el agua más limpia
y clara, el aire más transparente y el fuego transformador. Ahora este es tu reino, pues
llevas todo dentro de ti. Desde este momento será tu misión hacer el Pan de la. Vida y
llevarlo a los moradores de tu pueblo».
Y cuentan que así fue.
El joven llevaba el pan a todos, y todo aquél que se lo pedía con todo el amor de su
corazón, sentía que la fuerza de la vida lo compenetraba.
Poco a poco fue estableciéndose el reino.
El sol y la paz volvieron a iluminar a todos llenándonos de alegría, felicidad y salud.

***

LA PRINCESA Y EL PRÍNCIPE LIEBRE


Cuento Popular Español

Había una vez un hombre que caminando por las calles de una ciudad con un canasto
lleno de las más bellas flores iba pregonando:
«¿Quién quiere comprar penas?, ¿quién quiere comprar tristezas?».
Todos los que lo escuchaban se reían de él y nadie compraba sus flores a pesar de lo
hermosas que eran.
Pues ¿quién después de todo iba a comprar penas y tristezas si ya hay más que
suficiente en el mundo?
Pero esto no preocupaba al hombre y continuaba caminando por las calles ofreciendo
su mercancía:
¿Quién quiere comprar penas?, ¿quién quiere comprar tristezas?».
De esta manera el extraño vendedor pasó por delante del palacio del rey.
La princesa lo escuchó gritar y llena de curiosidad miró por la ventana.
Cuando vio las hermosas flores en el cesto decidió que debía tenerlas y lo llamó:
«¡Espere un momento buen hombre, yo compraré sus flores!».
Le tiró una moneda de oro y envió a su doncella para buscar las flores.
Eran realmente hermosas tales flores; nadie en el palacio las había visto jamás. Incluso
el jardinero real sacudía su cabeza maravillado mientras las plantaba cuidadosamente
en el jardín.
La princesa estaba tan encantada con ellas que se quedó todo el largo día en el jardín
admirándolas.
A la mañana siguiente cuando volvió con su doncella al jardín, salió una liebre blanca de
entre las flores y era tan encantadora que la princesa anhelaba tenerla y dijo a su
doncella: ¡Rápido, cázala para mí!».
Pero el encantador animalito vino corriendo hacia ella por sí solo.
La princesa ató una cinta alrededor de su cuello para que no pudiese escapar y fue
paseando con la liebre por todo el jardín.
Cuando al fin regresaron al palacio, la princesa estaba cansada por el paseo y la liebre
se soltó desapareciendo con la cinta.
Indignada estaba la princesa por haber perdido su linda cinta y aún más desesperada
por haber perdido a su liebre.
Estaba tan desesperada que no durmió un momento esa noche por la tristeza.
En la mañana siguiente volvió a pasear con su doncella por el jardín para ver las flores; y
he aquí, vino la liebre saltando de nuevo de entre las flores.
No tuvieron que agarrarla, ella se acercó por sí sola.
La princesa ató su pañuelo de seda alrededor de su cuello de forma que no pudiese
escapar y después fue a pasear con la liebre por todo el jardín.
Pero en el camino de vuelta a palacio, la liebre se liberó soltándose de nuevo y
desapareció con el pañuelo de seda.
La princesa estaba indignada por haber perdido su lindo pañuelo, y más desesperada
aún por haber perdido a su liebre.
De pena no cerró los ojos en toda la noche.
A la mañana siguiente fue directo con su doncella al jardín y una vez más la liebre salió
saltando de entre las flores.
Otra vez se acercó a la princesa por sí sola.
Esta vez ella le puso su cinturón alrededor de su cuello de manera: «que no pudiese
escapar y estuvo todo el día paseando con la liebre.
Volvían al palacio cuando ya se estaba haciendo tarde y entonces la liebre se soltó de
nuevo y desapareció con el cinturón.
La princesa estaba indignada por haber perdido su cinturón, pero más desesperada se
encontraba por haber perdido a su liebre y otra vez no pudo dormir ni un solo
momento en toda la noche por la tristeza.
Al cuarto día la princesa se sintió enferma por el gran deseo de tener consigo a la libre.
Se sentía tan débil y desdichada que no podía levantarse de su cama.
Entonces se dio cuenta de cuánta pena y tristeza había comprado con las flores. La
princesa permaneció enferma en su cama; los doctores más famosos vinieron y la
examinaron.
Después de largas consultas todos estaban de acuerdo en que ningún mal físico afligía
a la princesa, sino que su alma estaba enferma de nostalgia.
Ellos le prescribieron paseos, distracción, canciones y danzas para que pudiese olvidar
a su liebre blanca.
De lejos y de cerca venían músicos, juglares y relatores de historias; y en poco tiempo el
palacio era como una feria.
Pero toda esta conmoción, todas las distracciones, todos los cuentos e historias
contadas no pudieron ayudar a la princesa.
Allí yacía ella pálida y triste sobre sus almohadones.
Miraba con ansiedad a la distancia, como si estuviese esperando a alguien.
En aquellos tiempos dos hermanas vivían en un pobre campo.
Eran ancianas, y cierto día escucharon de la extraña enfermedad de la princesa. Una de
las hermanas dijo a la otra:
«¿Qué piensas hermana? ¿No debería yo ir al palacio y animar a la princesa un poco?
Quizás se animaría si le relato un cuento de hadas».
«Te apuesto que la princesa está justo esperándote a ti y a tus cuentos de hadas. Todos
se reirán de ti», le contestó su hermana.
Pero esto no le molestó a la otra hermana para nada, más bien pensó que lo mejor era
probarlo. Así, ató una hogaza de pan y un poco de pescado asado en un pañuelo y salió.
Era largo el camino hasta la ciudad y la anciana, cuyas fuerzas no eran como cuando era
joven, tenía que descansar cada tanto. Iba y se sentaba a la sombra de un árbol y de
preferencia sobre una piedra de molino al lado del camino.
Una vez estando justo sentada en una de esas piedras de molino algo extraño ocurrió,
mientras se levantaba para continuar su camino, de pronto se abrió el suelo y ante ella
apareció un burro con dos alforjas de oro sobre su lomo.
El burro era conducido por dos manos que llevaban las riendas, pero no veía a nadie.
La anciana permaneció con la boca abierta muy asustada, pues tales cosas no habían
ocurrido en ninguno de los cuentos de hadas que ella conocía y eran muchos.
Por ser curiosa y querer saber lo que esto significaba, decidió esperar a que el burro
volviese. No tardó mucho en regresar.
Entonces la anciana se agarró firmemente a una de las alforjas y así se fue junto con el
burro bajo tierra.
Al principio todo era oscuro alrededor de ella, pero enseguida vio un prado brillando a
la luz del sol y en el prado se alzaba un palacio magnífico; hacia donde se encaminaron.
En Ja primera habitación del palacio había una mesa preparada y cuando la anciana
entró y se sentó; una mano vertió sopa en su plato, una segunda mano puso carne
asada ante ella y una tercera sirvió vino; sin que ella pudiera ver a las personas a las
cuales pertenecían las manos.
Cuando ya había comido suficiente fue a la habitación de al lado y allí había una cama
blanca preparada y lista.
Una mano sacudió los almohadones, una segunda abrió fa sábana y una tercera le dio
una vela. Salvo las manos no se veía ni una persona viviente.
La anciana se acostó en la cama y quedó profundamente dormida.
A la mañana siguiente, temprano, se levantó y de nuevo vio algo extraño; del jardín
vino corriendo una liebre blanca y salto directo a una pileta con agua que estaba en un
rincón de la habitación.
Cuando la criatura salió de la pileta no era ya una liebre sino un joven y apuesto
príncipe. Este se paró delante del espejo, tomó un peine y empezó a peinar sus cabellos
diciendo mientras tanto con una triste voz: Espejo ¿podrías dejarme ver quién tiene tal
tristeza por mi culpa?»
Entonces el joven volvió a meterse en la pileta y salió nuevamente una liebre blanca.
La anciana asombrada sólo pudo sacudir la cabeza por largo rato.
Después regresó a la misma habitación, tomó un buen desayuno y se dispuso a esperar
a que apareciese el burro y fuera arriba de nuevo.
Entonces se colgó de una de las alforjas y en pocos minutos estaba nuevamente ante la
piedra de molino, en el camino que conducía a la ciudad.
Una vez en él, fue directo al palacio y dijo a los guardas que quería animar a la princesa
con sus cuentos de hadas.
«Ella nunca escuchó una historia tal como la que yo le voy a contar», les aseguró.
«Bueno, ve e inténtalo entonces», dijo el jefe de los guardas y la dejó entrar.
En estos momentos los pensamientos de la princesa no estaban para cuentos de hadas.
Acostada en su cama con la cabeza vuelta no quiso siquiera agradecer a la buena
anciana sus saludos.
Pero la anciana no estaba para nada molesta por esto y empezó a contarle su cuento.
Le habló de cómo ella venía caminando hacia la ciudad y había estado sentada sobre
una piedra de molino cuando de repente la tierra se había abierto; y le contó cómo
había ido con el burro hacia abajo directamente a un palacio subterráneo y que allí, ¡Tú
vas a creer esto!, había visto una liebre blanca.
Tan pronto como la anciana mencionó a la liebre, la princesa se puso alegre, levantó su
cabeza y quiso saber enseguida que ocurrió después.
Así la anciana tuvo que continuar
contando sobre la liebre que había saltado en una pileta de agua convirtiéndose en un
joven y apuesto príncipe.
«Yo debo ver eso por mí misma», exclamó la princesa y
saltó rápidamente fuera de la cama como si nada hubiese ocurrido con ella antes.
Al día siguiente la anciana condujo a la princesa y a su doncella hacia la piedra de molino
del camino.
Allí esperaron hasta que el burro con las alforjas de oro apareció y fueron con él bajo
tierra.
Al principio estaba oscuro alrededor de ellas, pero enseguida vieron un prado brillando
a la luz del sol y en el prado un palacio.
En el lugar, innumerables manos estaban trabajando mucho abriendo puertas,
sirviendo a invitados, pero no podían ver a quiénes pertenecían las manos. Entonces la
anciana, la princesa y la doncella anduvieron por todo el palacio y en ningún lugar
pudieron ver un alma viviente.
Cuando entraron en la última habitación, las tres gritaron de susto, pues allí yacía una
figura muerta, medio liebre, medio hombre.
El corazón de la princesa se llenó de compasión por la figura muerta allí, tan
abandonada sin una sola flor ni una vela ni una oración por la salvación de su alma. Ella
se le acercó, puso una flor de su cinturón sobre su pecho, encendió una vela y se
arrodilló para rezar una oración.
De pronto, cuando sólo había pronunciado la primera palabra, el cuerpo se movió
volviendo a la vida; y frente a ella yacía un joven y hermoso príncipe que levantando la
cabeza la miró a los ojos.
Con el príncipe todo el palacio volvió a la vida.
Por todas partes iban corriendo personas ocupadas de arriba abajo.
La príncipe liebre se arrodilló ante la princesa y dijo: «¡Gracias bella joven!
Con la flor, la vela y tu oración has quebrado el malvado encantamiento que caía sobre
mí y todo mi país. ¿Cómo puedo recompensarte?».
Entonces la condujo a través de todo el palacio y le mostró todos sus tesoros diciendo
que podía tomar lo que le gustase.
La princesa no había visto tal riqueza ní en el palacio de su padre, pero a ella no le
gustaba ninguna tanto como le gustaba el joven príncipe mismo.
Quedó asombrada por las maravillosas habitaciones y salones que estaban ahora llenos
de sirvientes y cortesanos.
«¿Por qué están tan ocupados príncipe?» preguntó. «Están preparando todo para mi
boda», contestó el príncipe tristemente.
Entonces la princesa también sintió como una puñalada de pena pues su corazón había
sido tocado por este bello joven.
Y el príncipe continuó:
«Tú eres la más dulce de las jóvenes, pero está escrito en las estrellas que después que
fuese quebrado mi encantamiento tendría que casarme con aquella cuyo destino me ha
comprometido y cuando te miro a los ojos, desearía que no fuera así», «¿Quién
entonces tiene que casarse contigo?” pregunto la princesa sintiendo cómo su corazón
de nuevo se desgarraba de tristeza.
«Tengo que casarme con aquélla a la cual estuve atado tres veces durante mi
encantamiento», replicó el príncipe.
tú estuviste atado tres veces a mí!», exclamó la princesa alegremente. «Yo te tuve
atado a mí con una cinta, un pañuelo y un cinturón».
«Entonces i ¿Tú serás mi esposa?!», gritó el príncipe feliz.
Llena de alegría la princesa le dio su mano y su corazón.
La príncipe liebre tomó su mano y cayendo de rodillas le prometió dar todo su amor.
A los tres días la boda fue celebrada y desde ese momento la joven pareja vivió feliz y
contenta en el palacio del príncipe La princesa no tuvo que sufrir nunca más penas ni
tristezas por haber comprado el canasto de flores.
La anciana permaneció con ellos y la amaban mucho, pues ella les había traído la
felicidad.
Un día la anciana quiso volver al país de su nacimiento, deseaba ver nuevamente su
pobre campo ya su hermana.
El príncipe y la princesa trataron de persuadirla para que se quedase con ellos, pero
viendo la nostalgia que tenía la enviaron a su casa en una carroza dorada cargada de
regalos.

***

LOS DOCE APÓSTOLES

Años antes del nacimiento de Jesús, vivía una madre que tenía 12 hijos, pero era tan
pobre, que no tenía para darles lo suficiente para vivir, pero rogaba a diario a Dios para
que permitiera que sus 12 hijos que conocieran a Dios nuestro señor en la tierra.
La escasez de alimentos era cada vez más grande.
Ella tuvo que mandar a sus hijos por el mundo a que se ganara en el sustento.
El mayor, se llamaba Pedro. Se fue de casa. Después de caminar todo el día, se
encontró de pronto en un bosque oscuro; buscaba una salida, pero no la encontró y
cada vez se perdía más en la espesura.
Tenía un hambre tan enorme, que casi se desmayaba.
Se sintió tan débil, que se acostó a esperar la muerte.
Entonces, vio de pronto un niño hermoso que brillaba y era amable como un ángel. El
niño dio una palmada con sus manos para hacerse notar y dijo:
- Por qué estás tan triste?
Pedro contesto: - Estoy andando por el mundo porque estoy buscando a Jesús,
Salvador, porque este es el deseo más grande que tengo.
- El niño le dijo: - Ven conmigo, se cumplirá tu deseo. -
Cogió la mano del pobre Pedro, y lo condujo al interior de una cueva.
Allí todo era de oro resplandeciente, plata y cristales en el medio, había 12 cunas. El
angelito, dijo: - Acuéstate primero, durante un rato yo te voy a arrullar.
Lo hizo Pedro y oyendo cantar al angelito, se quedó dormido.
Entonces, llegó el Segundo hermano, también acompañado de su angelito de la guarda
y fue mecido hasta que se durmió.
Todos los otros hermanos fueron viniendo, y se acostaron en las cunas doradas. Se
durmieron 300 años, hasta la noche en que nació Jesús.
Esta noche despertaron, y estuvieron con él en Jerusalén.
Éstos fueron los 12 apóstoles.

***

LA BELLA DURMIENTE DEL BOSQUE

Hace muchos años vivían un rey y una reina quienes cada día decían:
"¡Ah, si al menos tuviéramos un hijo!" Pero el hijo no llegaba.
Sin embargo, una vez que la reina tomaba un baño, una rana saltó del agua a la tierra, y
le dijo: "Tu deseo será realizado y antes de un año, tendrás una hija."
Lo que dijo la rana se hizo realidad, y la reina tuvo una niña tan preciosa que el rey no
podía ocultar su gran dicha, y ordenó una fiesta.
Él no solamente invitó a sus familiares, amigos y conocidos, sino también a un grupo de
hadas, para que ellas fueran amables y generosas con la niña.
Eran trece estas hadas en su reino, pero solamente tenía doce platos de oro para servir
en la cena, así que tuvo que prescindir de una de ellas.
La fiesta se llevó a cabo con el máximo esplendor, y cuando llegó a su fin, las hadas
fueron obsequiando a la niña con los mejores y más portentosos regalos que pudieron:
una le regaló la Virtud, otra la Belleza, la siguiente Riquezas, y así todas las demás, con
todo lo que alguien pudiera desear en el mundo.
Cuando la décimoprimera de ellas había dado sus obsequios, entró de pronto la
décimotercera.
Ella quería vengarse por no haber sido invitada, y sin ningún aviso, y sin mirar a nadie,
gritó con voz bien fuerte:
"¡La hija del rey, cuando cumpla sus quince años, se punzará con un huso de hilar, y
caerá muerta inmediatamente!"
Y sin más decir, dio media vuelta y abandonó el salón.
Todos quedaron atónitos, pero la duodécima, que aún no había anunciado su obsequio,
se puso al frente, y aunque no podía evitar la malvada sentencia, sí podía disminuirla, y
dijo:
"¡Ella no morirá, pero entrará en un profundo sueño por cien años!"
El rey trataba por todos los medios de evitar aquella desdicha para la joven.
Dio órdenes para que toda máquina hilandera o huso en el reino fuera destruído.
Mientras tanto, los regalos de las otras doce hadas, se cumplían plenamente en aquella
joven.
Así ella era hermosa, modesta, de buena naturaleza y sabia, y cuanta persona la
conocía, la llegaba a querer profundamente.
Sucedió que en el mismo día en que cumplía sus quince años, el rey y la reina no se
encontraban en casa, y la doncella estaba sola en palacio.
Así que ella fue recorriendo todo sitio que pudo, miraba las habitaciones y los
dormitorios como ella quiso, y al final llegó a una vieja torre.
Ella subió por las angostas escaleras de caracol hasta llegar a una pequeña puerta. Una
vieja llave estaba en la cerradura, y cuando la giró, la puerta súbitamente se abrió. En el
cuarto estaba una anciana sentada frente a un huso, muy ocupada hilando su lino.
"Buen día, señora," dijo la hija del rey, "¿Qué haces con eso?"
"Estoy hilando," dijo la anciana, y movió su cabeza.
"¿Qué es esa cosa que da vueltas sonando tan lindo?" dijo la joven.
Y ella tomó el huso y quiso hilar también.
Pero nada más había tocado el huso, cuando el mágico decreto se cumplió, y ellá se
punzó el dedo con él.
En cuanto sintió el pinchazo, cayó sobre una cama que estaba allí, y entró en un
profundo sueño.
Y ese sueño se hizo extensivo para todo el territorio del palacio.
El rey y la reina quienes estaban justo llegando a casa, y habían entrado al gran salón,
quedaron dormidos, y toda la corte con ellos.
Los caballos también se durmieron en el establo, los perros en el césped, las palomas
en los aleros del techo, las moscas en las paredes, incluso el fuego del hogar que bien
flameaba, quedó sin calor, la carne que se estaba asando paró de asarse, y el cocinero
que en ese momento iba a jalarle el pelo al joven ayudante por haber olvidado algo, lo
dejó y quedó dormido.
El viento se detuvo, y en los árboles cercanos al castillo, ni una hoja se movía.

Pero alrededor del castillo comenzó a crecer una red de espinos, que cada año se
hacían más y más grandes, tanto que lo rodearon y cubrieron totalmente, de modo que
nada de él se veía, ni siquiera una bandera que estaba sobre el techo.
Pero la historia de la bella durmiente "Preciosa Rosa," que así la habían llamado, se
corrió por toda la región, de modo que de tiempo en tiempo hijos de reyes llegaban y
trataban de atravesar el muro de espinos queriendo alcanzar el castillo. Pero era
imposible, pues los espinos se unían tan fuertemente como si tuvieran manos, y los
jóvenes eran atrapados por ellos, y sin poderse liberar, obtenían una miserable muerte.
Y pasados cien años, otro príncipe llegó también al lugar, y oyó a un anciano hablando
sobre la cortina de espinos, y que se decía que detrás de los espinos se escondía una
bellísima princesa, llamada Preciosa Rosa, quien ha estado dormida por cien años, y
que también el rey, la reina y toda la corte se durmieron por igual. Y además había oído
de su abuelo, que muchos hijos de reyes habían venido y tratado de atravesar el muro
de espinos, pero quedaban pegados en ellos y encontraban una muerte sin piedad.
Entonces el joven príncipe dijo:
"No tengo miedo, iré y veré a la bella Preciosa Rosa."-
El buen anciano trató de disuadirlo lo más que pudo, pero el joven no hizo caso a sus
advertencias.
Pero en esa fecha los cien años ya se habían cumplido, y el día en que Preciosa Rosa
debía despertar había llegado.
Cuando el príncipe se acercó a donde estaba el muro de espinas, no había otra cosa
más que bellísimas flores, que se apartaban unas de otras de común acuerdo, y dejaban
pasar al príncipe sin herirlo, y luego se juntaban de nuevo detrás de él como formando
una cerca.

En el establo del castillo él vio a los caballos y en los céspedes a los perros de caza con
pintas yaciendo dormidos, en los aleros del techo estaban las palomas con sus cabezas
bajo sus alas.
Y cuando entró al palacio, las moscas estaban dormidas sobre las paredes, el cocinero
en la cocina aún tenía extendida su mano para regañar al ayudante, y la criada estaba
sentada con la gallina negra que tenía lista para desplumar.
Él siguió avanzando, y en el gran salón vio a toda la corte yaciendo dormida.
Y en el trono estaban el rey y la reina.
Entonces avanzó aún más, y todo estaba tan silencioso que un respiro podía oirse, y
por fin llegó hasta la torre y abrió la puerta del pequeño cuarto donde Preciosa Rosa
estaba dormida.
Ahí yacía, tan hermosa que él no podía mirar para otro lado, entonces se detuvo y la
besó.
Pero tan pronto la besó, Preciosa Rosa abrió sus ojos y despertó, y lo miró muy
dulcemente.
Entonces ambos bajaron juntos, y el rey y la reina despertaron, y toda la corte, y se
miraban unos a otros con gran asombro.
Y los caballos en el establo se levantaron y se sacudieron.
Los perros cazadores saltaron y menearon sus colas, las palomas en los aleros del techo
sacaron sus cabezas de debajo de las alas, miraron alrededor y volaron al cielo abierto.
Las moscas de la pared revolotearon de nuevo.
El fuego del hogar alzó sus llamas y cocinó la carne, y el cocinero le jaló los pelos al
ayudante de tal manera que hasta gritó, y la criada desplumó la gallina dejándola lista
para el cocido.
Días después se celebró la boda del príncipe y Preciosa Rosa con todo esplendor, y
vivieron muy felices hasta el fin de sus vidas.

***

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