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Las Vísperas Sicilianas

En la primavera de 1282 Carlos de Anjou preparaba en Nápoles lo que sería el inicio de


una nueva cruzada con el Imperio Bizantino para tomar Constantinopla. Carlos, en su
desmedida ambición, se consideraba heredero de los príncipes cruzados. Como tal,
pretendía restaurar el desaparecido Imperio Latino.

Las escuadras napolitana y provenzal aguardaban en las aguas del puerto de Mesina.
Listas para zarpar a comienzos de abril. Pero un inesperado suceso le obligó a cambiar
de planes. 

El 30 de marzo estalló en Palermo una gran insurrección contra los franceses. La


versión oficial sitúa la chispa de la revuelta en la Iglesia del Espíritu Santo de Palermo,
durante los festejos del Lunes de Pascua.  Numerosos habitantes de la ciudad se habían
reunido para asistir a los oficios vespertinos. En la plaza, junto al templo, los fieles
esperaban la hora de iniciar las vísperas, cuando llegó un grupo de franceses borrachos.
Un sargento francés, se dirigió a una joven casada y empezó a molestarla
impúdicamente en tan sagradas fechas. Su esposo, furioso, sacó un cuchillo y lo apuñaló
hasta la muerte.

Los demás franceses acudieron a socorrerlo y a vengarlo, pero los palermitanos, más
numerosos, los rodearon y les dieron muerte justo en el momento en que las campanas
de la iglesia y las de toda la ciudad empezaban a tocar.

Sea como fuere la verdad sobre los hechos, la ira popular recorrió las calles de Palermo.
Al grito de "¡Muerte a los franceses!", los habitantes asesinaron a los cerca de 2.000
franceses que se encontraban en la ciudad, incluyendo a ancianos, mujeres y niños.
Llegaron a asaltar conventos en busca de clérigos.

En las jornadas siguientes, el levantamiento se extendió, en primer lugar, por las villas y
ciudades cercanas, y después, por toda la isla. Únicamente Mesina se mantuvo del lado
de los angevinos, aunque finalmente se unió en abril a la rebelión. Los sicilianos,
descontentos con la forma de gobierno Angevina, hartos de las injusticias y el trato
recibido durante tantos años, convocaron en su socorro al rey Pedro III de Aragón.

Pedro, alegando en favor de su causa los derechos de su mujer Constanza, cuyo padre


había sido a su vez pasado por las armas de Carlos I de Anjou, desembarcó en Trápani
el 29 de agosto. Al día siguiente entró como salvador en Palermo.

Con él llegaron los almogávares.


Este es el origen de la historia de compañía de mercenarios que llegaría a doblar las
rodillas de todo un Imperio.

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