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Numerales de la Exhortación Apostólica Amoris Laetitia

asociados a los temas del EPIM

N° Tema del EPIM Numera Amoris Laetitia


5 Jesucristo, Camino, Verdad y Vida 21, 144
6 Sacramento del Matrimonio comunidad 71,72,73 y 121
de vida y amor
7 Aspectos Jurídicos CARTA APOSTÓLICA
MITIS IUDEX DOMINUS IESUS
8 Espiritualidad Conyugal 318
21. Jesús mismo nace en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra
extranjera. Él entra en la casa de Pedro donde su suegra está enferma (Mc 1,30-31), se
deja involucrar en el drama de la muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro (cf. Mc
5,22-24.35-43); escucha el grito desesperado de la viuda de Naín ante su hijo muerto (cf.
Lc 7,11-15), atiende el clamor del padre del epiléptico en un pequeño pueblo del campo
(cf. Mt 9,9-13; Lc 19,1-10. Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en sus propias
casas, y también a pecadoras, como la mujer que irrumpe en la casa del fariseo (cf. Lc
7,36-50). Conoce las ansias y las tensiones de las familias incorporándolas en sus
parábolas: desde los hijos que dejan sus casas para intentar alguna aventura (cf. Lc 15,11-
32) hasta los hijos difíciles con comportamientos inexplicables (cf. Mt 21,28-31) o víctimas
de la violencia (cf. Mc 12,1-9). Y se interesa incluso por las bodas quecorren el riesgo de
resultar bochornosas por la ausencia de vino (cf. Jn 2,1-10) o por falta de
asistencia de los invitados (cf. Mt 22,1-10), así como conoce la pesadilla por la pérdida de
una moneda en una familia pobre (cf. Lc 15,8-10).
144. Jesús, como verdadero hombre, vivía las cosas con una carga de emotividad. Por eso
le dolía el rechazo de Jerusalén (cf. Mt 23,37), y esta situación le arrancaba lágrimas
(cf. Lc 19,41).
También se compadecía ante el sufrimiento de la gente (cf. Mc 6,34). Viendo llorar a los
demás, se conmovía y se turbaba (cf. Jn 11,33), y él mismo lloraba la muerte de un amigo
(cf. Jn 11,35).Estas manifestaciones de su sensibilidad mostraban hasta qué punto su
corazón humano estaba abierto a los demás.
171. A cada mujer embarazada quiero pedirle con afecto: Cuida tu alegría, que nada te
quite el gozo interior de la maternidad. Ese niño merece tu alegría. No permitas que los
miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa felicidad
de ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo. Ocúpate de lo que haya
que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: «Proclama mi alma la
grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la
humillación de su sierva» (Lc 1,46-48). Vive ese sereno entusiasmo en medio de tus
molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría para que puedas transmitirla a tu niño.
Amor de madre y de padre
172. «Los niños, apenas nacidos, comienzan a recibir como don, junto a la comida y los cuidados, la
confirmación de las cualidades espirituales del amor. Los actos de amor pasan a través del don del
nombre personal, el lenguaje compartido, las intenciones de las miradas, las iluminaciones de las
sonrisas. Aprenden así que la belleza del vínculo entre los seres humanos apunta a nuestra alma,
busca nuestra libertad, acepta la diversidad del otro, lo reconoce y lo respeta como interlocutor [...] y
esto es amor, que trae una chispa del amor de Dios»[187]. Todo niño tiene derecho a recibir el amor
de una madre y de un padre, ambos necesarios para su maduración íntegra y armoniosa. Como
dijeron los Obispos de Australia, ambos «contribuyen, cada uno de una manera distinta, a la crianza
de un niño. Respetar la dignidad de un niño significa afirmar su necesidad y derecho natural a una
madre y a un padre»[188]. No se trata sólo del amor del padre y de la madre por separado, sino
también del amor entre ellos, percibido como fuente de la propia existencia, como nido que acoge y
como fundamento de la familia. De otro modo, el hijo parece reducirse a una posesión caprichosa.
Ambos, varón y mujer, padre y madre, son «cooperadores del amor de Dios Creador y en cierta
manera sus intérpretes»[189]. Muestran a sus hijos el rostro materno y el rostro paterno del Señor.
Además, ellos juntos enseñan el valor de la reciprocidad, del encuentro entre diferentes, donde cada
uno aporta su propia identidad y sabe también recibir del otro. Si por alguna razón inevitable falta uno
de los dos, es importante buscar algún modo de compensarlo, para favorecer la adecuada maduración
del hijo.
173. El sentimiento de orfandad que viven hoy muchos niños y jóvenes es más profundo
de lo que pensamos. Hoy reconocemos como muy legítimo, e incluso deseable, que las
mujeres quieran estudiar, trabajar, desarrollar sus capacidades y tener objetivos
personales. Pero, al mismo tiempo, no podemos ignorar la necesidad que tienen los niños
de la presencia materna, especialmente en los primeros meses de vida. La realidad es que
«la mujer está ante el hombre como madre, sujeto de la nueva vida humana que se
concibe y se desarrolla en ella, y de ella nace al mundo»[190]. El debilitamiento de la
presencia materna con sus cualidades femeninas es un riesgo grave para nuestra tierra.
Valoro el feminismo cuando no pretende la uniformidad ni la negación de la maternidad.
Porque la grandeza de la mujer implica todos los derechos que emanan de su inalienable
dignidad humana, pero también de su genio femenino, indispensable para la
sociedad[191]. Sus capacidades específicamente femeninas —en particular la
maternidad— le otorgan también deberes, porque su ser mujer implica también una
misión peculiar en esta tierra, que la sociedad necesita proteger y preservar para bien de
todos.
121. El matrimonio es un signo precioso, porque «cuando un hombre y una mujer
celebran el sacramento del matrimonio, Dios, por decirlo así, se “refleja” en ellos, imprime
en ellos los propios rasgos y el carácter indeleble de su amor. El matrimonio es la imagen
del amor de Dios por nosotros. También Dios, en efecto, es comunión: las tres Personas
del Padre, Hijo y Espíritu Santo viven desde siempre y para siempre en unidad perfecta. Y
es precisamente este el misterio del matrimonio: Dios hace de los dos esposos una sola
existencia»[119]. Esto tiene consecuencias muy concretas y cotidianas, porque los
esposos, «en virtud del sacramento, son investidos de una auténtica misión, para que
puedan hacer visible, a partir de las cosas sencillas, ordinarias, el amor con el que Cristo
ama a su Iglesia, que sigue entregando la vida por Ella»[120].
318. La oración en familia es un medio privilegiado para expresar y fortalecer esta fe
pascual[376]. Se pueden encontrar unos minutos cada día para estar unidos ante el Señor
vivo, decirle las cosas que preocupan, rogar por las necesidades familiares, orar por alguno
que esté pasando un momento difícil, pedirle ayuda para amar, darle gracias por la vida y
por las cosas buenas, pedirle a la Virgen que proteja con su manto de madre. Con palabras
sencillas, ese momento de oración puede hacer muchísimo bien a la familia. Las diversas
expresiones de la piedad popular son un tesoro de espiritualidad para muchas familias. El
camino comunitario de oración alcanza su culminación participando juntos de la Eucaristía,
especialmente en medio del reposo dominical. Jesús llama a la puerta de la familia para
compartir con ella la cena eucarística (cf. Ap 3,20). Allí, los esposos pueden volver siempre
a sellar la alianza pascual que los ha unido y que refleja la Alianza que Dios selló con la
humanidad en la CRUZ[377]. La Eucaristía es el sacramento de la nueva Alianza donde se
actualiza la acción redentora de Cristo (cf. Lc 22,20).
Así se advierten los lazos íntimos que existen entre la vida matrimonial y la Eucaristía[378].
El alimento de la Eucaristía es fuerza y estímulo para vivir cada día la alianza matrimonial
como «iglesia doméstica»[379].

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