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Table of Contents

SINOPSIS
PORTADILLA
DEDICATORIA
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. GATOS SALVAJES
CAPÍTULO 2. CUESTIÓN DE OLFATO
CAPÍTULO 3. AMOR AL PRIMER MIAU
CAPÍTULO 4. COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
CAPÍTULO 5. CONTACTO CON TACTO
CAPÍTULO 6. VEO, VEO
CAPÍTULO 7. LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA
CAPÍTULO 8. EL PLACER DE SU COMPAÑÍA
EPÍLOGO. EL GATO ADAPTABLE
AGRADECIMIENTOS
NOTAS POR CAPÍTULOS
NOTAS
CRÉDITOS
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Índice

PORTADA
SINOPSIS
PORTADILLA
DEDICATORIA
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. GATOS SALVAJES
CAPÍTULO 2. CUESTIÓN DE OLFATO
CAPÍTULO 3. AMOR AL PRIMER MIAU
CAPÍTULO 4. COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
CAPÍTULO 5. CONTACTO CON TACTO
CAPÍTULO 6. VEO, VEO
CAPÍTULO 7. LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA
CAPÍTULO 8. EL PLACER DE SU COMPAÑÍA
EPÍLOGO. EL GATO ADAPTABLE
AGRADECIMIENTOS
NOTAS POR CAPÍTULOS
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CRÉDITOS
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Sinopsis

Descendientes de unos tímidos y solitarios gatos salvajes del norte de


África, los gatos domésticos han conquistado los hogares de todo el mundo.
Pero, ¿cómo han conseguido infiltrarse en nuestras casas y nuestros
corazones para convencernos de mantenerlos calientes, alimentados y
mimados? Fácil, simplemente aprendieron a hablar con nosotros.
Sarah Brown, reconocida especialista en el comportamiento de los gatos,
nos revela en este encantador libro todos los secretos de la comunicación de
los gatos y la base científica de su comportamiento.
EL LENGUAJE SECRETO DE LOS
GATOS
CÓMO NOS CONQUISTAN CON UN MIAU

Sarah Brown
A los gatos
INTRODUCCIÓN

A finales de los años ochenta, siendo una joven científica, me embarqué en


una aventura apasionante. Mi misión consistía en estudiar el
comportamiento de los gatos domésticos, empezando por cómo interactúan
entre sí los que viven en grupos esterilizados y cómo se comunican los
gatos con las personas. Después de más de treinta años y un sinfín de gatos,
sigo inmersa en la misma aventura.
Estudiar el comportamiento gatuno conlleva un delicado y a veces difícil
equilibrio entre la ciencia rigurosa y la pasión desmedida por tu sujeto de
estudio. En su libro Animal Intelligence, de 1911, Edward Thorndike, uno
de los pioneros de la psicología experimental, menciona de forma más bien
despectiva la «tendencia casi universal de la naturaleza humana a encontrar
lo maravilloso siempre que puede». Él consideraba que esta costumbre
conduce de forma inevitable a juicios algo sesgados a la hora de elegir el
objeto de estudio e interpretar los resultados. En otras palabras, un científico
serio dedicado al comportamiento animal debe ser lo más objetivo posible y
evitar a toda costa la tentación de cantar las alabanzas de los sujetos que
estudia.
Al comienzo de mi doctorado, cuando empecé a investigar, tenía muchas
ganas de descubrir datos nuevos sobre los gatos. Sin embargo, con las
palabras de Thorndike resonando en mi mente, sabía que mi estudio tenía
que estar planificado y analizado con sumo cuidado para que fuera ciencia
«de verdad». Recopilé mis datos como correspondía, formalicé mis
deducciones y me doctoré de forma sensata y científica. Y, sin embargo,
desde el primer día y con los primeros gatos, quedé maravillada por la
adaptabilidad, el ingenio y la resiliencia de estas criaturas tan enigmáticas.
Este libro cuenta cómo los gatos domésticos, descendientes de los solitarios
gatos salvajes norteafricanos, han conseguido instalarse en los hogares de
devotos dueños en todo el mundo. Solo en Estados Unidos hay más de 45
millones de hogares con al menos un gato. ¿Cómo lo hicieron? ¿Cómo se
colaron esos gatos salvajes de antaño en nuestros hogares y en nuestros
corazones y nos convencieron de que debíamos cuidarlos, alimentarlos y
mimarlos? Básicamente, aprendieron a hablar con nosotros. También
aprendieron a hablar entre ellos, un hecho rara vez reconocido cuando se los
compara con los perros en la eterna competición por ser el mejor amigo del
ser humano. Los perros descienden de los lobos, una especie social de la
cual heredaron un repertorio muy perfeccionado de patrones de
comportamiento interactivo, un completo manual sobre cómo comunicarse
con los demás. Los gatos, en cambio, heredaron pocas habilidades sociales
de sus ancestros, los gatos salvajes con cara de póker que rara vez se veían
cara a cara, y el recorrido social que han tenido que hacer ha sido mucho
más largo que el de nuestros humildes sabuesos.
Buceando en mis propios descubrimientos y en los de otros científicos y
científicas, contaré cómo los gatos complementaron su lenguaje original
basado en el olfato con nuevas señales y sonidos diseñados para vivir junto
a los humanos y junto a otros gatos. Pese a este esfuerzo monumental por su
parte para comunicarse de forma más efectiva, ¿cuánto entendemos de su
lenguaje y viceversa? ¿Cómo nos perciben los gatos? ¿Nos ven como
«dueños» o más bien como grandes felinos de dos patas con un pésimo
sentido del olfato? El lenguaje secreto de los gatos explora la ciencia que
da respuesta a estas y a muchas más preguntas y presenta a algunos de los
maravillosos gatos que nos han ayudado por el camino.

LOS GATOS MARAVILLOSOS


Mi viejo y maltrecho coche de estudiante avanzaba a trompicones por la
curva que subía el último tramo de la colina. Arriba, un enorme e
imponente edificio se divisaba cada vez más cerca: un hospital victoriano de
ladrillo rojo se alzaba en medio de la nada, como salido de una novela
gótica. Entré en el recinto con el coche y escudriñé la escena. El hospital
abrió sus puertas en 1852, bajo el dudoso nombre de «Manicomio del
condado». Para cuando hice mi primera visita, más de 130 años después,
seguía en activo, aunque ahora se describía, de forma más apropiada, como
hospital psiquiátrico. A mí me interesaba más la actividad que transcurría
fuera de aquel hospital: había llegado allí en busca de gatos que observar.
Agradecí, aliviada, que el portero jefe del lugar, John, muy acogedor y
servicial, me ofreciera una visita guiada por el recinto. Me explicó que en la
famosa colonia de gatos del hospital había individuos asilvestrados
totalmente inaccesibles y un montón de gatos más amigables que se
acercaban a saludar a la gente. Esta mezcla de población se debía a que
aquel hospital, debido a su remota ubicación, fue durante muchos años un
lugar donde la gente abandonaba gatos. Los primeros gatos abandonados se
reprodujeron entre ellos y, ante la falta de contacto humano habitual, la
siguiente generación creció más asilvestrada y desconfiada. En paralelo se
iban sumando al grupo nuevos individuos, cortesía de dueños descontentos
que llegaban en coche, al amparo de la oscuridad, y abandonaban allí a sus
pobres e incautas mascotas gatunas. Recién salidos de sus hogares
humanos, esos gatos «novatos» eran amigables y estaban dispuestos a
interactuar con quien pasara por allí.
John no sabía con exactitud cuántos años llevaban los gatos allí, pero hay
registros de la década de 1960 sobre enfermeras del hospital que los
alimentaban durante los cambios de turno. Periódicamente se han sucedido
varios intentos por esterilizarlos, pero la constante llegada de nuevos
individuos hace que la tarea resulte del todo infructuosa.
Aquel día vimos un montón de gatos. Como John predijo, algunos de ellos
se veían bien alimentados, satisfechos, y era obvio que estaban
acostumbrados al trato con humanos porque se nos acercaban cuando
pasábamos por los sitios donde yacían al sol. A otros casi ni los veíamos;
captábamos un rápido movimiento por el rabillo del ojo y desaparecían.
El recinto del hospital era enorme y, debido al diseño de sus edificios, las
distintas alas se ramificaban en diferentes direcciones, formando patios
naturales. Esto permitía a los grupos de gatos separarse unos de otros,
creando pequeñas subpoblaciones. Los edificios tenían una amplia red de
sótanos, a través de los cuales pasaban grandes tuberías, una especie de
sistema antiguo de calefacción de suelo. De los sótanos salían conductos de
ventilación que se abrían en las paredes de ladrillo de los patios y que eran
lugares de reposo privilegiado para los gatos. Mientras caminábamos
alcancé a distinguir rostros peludos y desaliñados asomándose por cada
abertura, junto a más gatos repartidos por los patios. Llevaba tiempo
buscando una pequeña colonia estable de gatos silvestres para mi estudio
sobre la interacción entre ellos. La gran población de aquel hospital contaba
con varios grupos así, y cuando me marché de allí, de camino a casa, decidí
que era el sitio ideal para empezar mi investigación.
Ante aquel mar infinito de gatos, mis primeros días en busca del subgrupo
adecuado para mi estudio fueron, cuando menos, desalentadores. Empecé
patrullando la zona y registrando, en siluetas de gato impresas en papel, las
características de los gatos que veía. Dibujaba sus marcas en los dibujos,
incluyendo las vistas del lado izquierdo, del derecho y la cara, así obtenía
una especie de «ficha policial» felina de cada individuo. Transcurridas unas
semanas empecé a conocer un poco a la población gatuna: qué gatos se
juntaban y dónde, cuales vagaban por la zona y cuales solían quedarse en
los mismos sitios. También tomé notas sobre ellos y al releerlas ahora
descubro cosas interesantes: mientras que sobre el «gato de la sala de
calderas» escribí «blanco y negro, cuello rojo, amigable», al «gato del
electricista» lo describí como «negro, grande, cuello blanco, ODIA A LAS
MUJERES». Al parecer solo anoté una observación del gato presuntamente
misógino del electricista.

Mientras se perfilaba el patrón de la distribución de los gatos en el hospital,


llamó mi atención un grupo concreto que frecuentaba un pequeño patio.
Allí se los alimentaba más o menos a la misma hora cada día con restos de
la comida de los pacientes. Este suministro regular de alimento y la gran
cantidad de rincones para descansar hacían que los gatos permanecieran en
aquel patio, formando lo que parecía ser un grupo relativamente estable.
Eran cinco, y uno de ellos, al que llamé Frank, siempre se marchaba a
explorar otros parajes, pero luego regresaba a comer con los otros cuatro. Vi
que podía encontrarlos en aquel sitio cada día, lo cual, además de
permitirme observarlos con facilidad a una distancia prudencial, significaba
que eran el grupo ideal en el que basar mis observaciones más detalladas
sobre las interacciones sociales gatunas. Así que Betty, Tabitha, Nell, Toby
y Frank se convirtieron en mi primer grupo de estudio; un grupo del cual
contaré más cosas en los próximos capítulos.
Además de mi estudio con los gatos del hospital, empecé a buscar una
segunda colonia asilvestrada que observar. En aquella época trabajaba como
ayudante de investigación en el Instituto de Antrozoología de la
Universidad de Southampton, en Inglaterra. Un buen día recibí una llamada
sobre un grupo de gatos que vivía bajo los edificios de una escuela local. El
director quería librarse de ellos y se organizó una operación de rescate junto
con un refugio local de animales que tenía experiencia en atrapar gatos tan
esquivos. Llegamos al lugar una tarde, en varios coches cargados con
trampas para gatos y latas de atún. Nos marchamos un par de horas después,
tras dejar las trampas listas con los cebos, a esperar a que a alguno de los
gatos le entrase hambre por la noche y se aventurara en ellas. Los siguientes
días revelaron muchas cosas sobre la personalidad de cada uno de los
miembros de la colonia. Algunos habían caído en las trampas con facilidad
y apenas se resistieron cuando los trasladaron al refugio y al veterinario
para tratarlos contra lombrices y pulgas, vacunarlos y esterilizarlos; y, por
supuesto, darles de comer y beber. Otros fueron más difíciles de convencer.
Y luego estaba Big Ginger, como lo llamamos. Un enorme gato pelirrojo
maltratado que se pasó varios días observándonos desde rincones y grietas
inaccesibles, hasta que ya no pudo resistir más la tentación y sucumbió al
señuelo de las sardinas una noche oscura. Al final los teníamos a todos.

Aunque ellos dirían lo contrario, Ginger y su banda eran gatos callejeros


con suerte. Algunas de las hembras estaban preñadas, por lo que parieron y
criaron a sus crías en el entorno seguro y cálido del refugio. Todos los
gatitos hallaron un hogar, aún eran lo suficientemente pequeños como para
socializar con personas. Los gatos adultos, sin embargo, ya estaban
demasiado resabiados como para empezar una nueva vida con humanos.
Para ellos encontramos un nuevo hogar al aire libre en una vieja granja que
era un vivero de árboles. Allí se nos permitió instalar un cobertizo como
base y se nos dio acceso diario para alimentar y observar a los gatos. Mis
colegas los alimentaban los días que yo no podía ir, pero siempre que me
era posible me ponía a observar la colonia unas horas y repartía latas de
comida justo antes de irme. Puse nombre a los gatos: Sid, Blackcap,
Smudge, Penny, Daisy, Dusty, Gertie, Honey, Ghost, Becky y, por supuesto,
Big Ginger.
Las colonias del hospital y de la granja ocuparon mi vida los dos años
siguientes. Esquivos y poco socializados, los gatos mantenían la distancia y
apenas reconocían mi presencia. Pero eso era lo que yo quería: observar lo
que hacen los gatos con otros gatos.
Como dijo Hemingway, «un gato lleva a otro». Y, efectivamente, en este
libro aparecen otros gatos; personajes a los que conocí a lo largo de los años
y que me ayudaron a aprender cómo debe de ser para un gato vivir con
otros gatos y con humanos. Llegué a conocer a muchos dueños
maravillosos y a sus mascotas felinas cuando trabajé como asesora de
comportamiento; me enseñaron mucho sobre las diferentes relaciones que la
gente mantiene con sus gatos. La señora Jones y su encantador Cecil fueron
una de esas parejas y aparecen en el segundo capítulo del libro. Mis propios
gatos, compañeros con los que he compartido distintas etapas de mi vida,
también aparecen de vez en cuando: Bootsy, Smudge, Tigger y Charlie.
Estos quizá sean los gatos que mejor conozco; cuando vives bajo el mismo
techo que un gato es mucho más fácil aprender su lenguaje, es casi como
mudarse a un país extranjero y sumergirse en su lengua y su cultura.
Repartidos por los capítulos del libro están también algunos de los
inolvidables gatos que conocí mientras trabajé en el refugio: Ginny, Mimi,
Pebbles y Minnie. Y también Sheba, a la cual acogí en casa mientras ella
criaba a sus gatitos. Mis estudios de doctorado sobre los mininos del
hospital y de la granja me abrieron los ojos a las complicaciones que viven
los gatos nacidos en entornos no seguros, donde no reciben la alimentación
ni la atención veterinaria adecuadas. Tras trabajar un tiempo en una
protectora de animales durante el traslado de los gatos de granja, me di
cuenta de que, si quería conocer bien a los gatos y su miríada de estilos de
vida, necesitaba pasar más tiempo en un entorno como aquel. Me prometí a
mí misma que algún día lo haría, aunque no fue hasta treinta años después
cuando, finalmente, llamé a la puerta de la protectora local y me adentré en
aquel mundo.
Trabajar en la protectora fue toda una revelación. El atisbo de pánico que te
invade al llegar por la mañana a primera hora y encontrar una gran caja de
cartón abandonada en la puerta del refugio. La abres y encuentras dentro a
un gato viejo malhumorado con las orejas hechas jirones o, al acercarse la
primavera, a una camada de gatitos escuálidos infestados de pulgas. Estos
gatos rescatados me causaron una impresión duradera y reforzaron mi
asombro y admiración por esta especie tan resiliente y su capacidad para
pasar de ariscos gatos callejeros a cariñosos gatitos falderos en una semana.
También conoceremos, de pasada, a un par de perros, Alfie y Reggie, que
han vivido con mis gatas Bootsy y Smudge en distintas épocas. Son el
típico ejemplo de cómo, entre gatos y perros, el roce (literalmente) hace el
cariño y aprenden a llevarse bien, igual que con los miembros de su propia
especie y con las personas.

El imponente hospital donde estudié mi primer grupo de gatos cerró en


1996, pocos años después de que yo terminara el doctorado. Se convirtió en
un edificio de bonitos apartamentos de techos altos. Qué pasó con los gatos
sigue siendo un misterio; quiero creer que encontraron un nuevo lugar para
vivir y alimentarse. Los gatos de la granja fueron trasladados a una nueva
granja. Allí eran más difíciles de observar, pero por aquel entonces yo ya
había terminado mi estudio y pudieron vivir el resto de sus vidas bien
alimentados, en paz y contentos, como deberían vivir todos los gatos.
CAPÍTULO 1
GATOS SALVAJES

«No soy un amigo ni un sirviente —respondió el gato—. Soy el gato que va a su aire y deseo entrar
en tu cueva.»

RUDYARD KIPLING, El gato que iba a su aire


Estaba de pie en el pasillo, fuera del recinto de gatos del refugio,
observando a través de la malla metálica de la puerta. La directora del
centro, Ann, dentro del recinto, se acercaba a un gato pelirrojo agazapado
contra la pared lateral con los ojos como platos, el pelaje tieso, bufando y
gruñendo de una forma realmente aterradora. Decidida, Ann empuñó la
jeringuilla de la vacuna y, con intrépida habilidad y destreza, se la inoculó
al gato. En un abrir y cerrar de ojos, Big Ginger, como lo bautizamos más
tarde, se lanzó no contra Ann, sino por la pared, el techo y por la otra pared
hasta esconderse dentro de una caja. Siguiendo su ruta con la mirada, le
pregunté a Ann: «¿De verdad acaba de correr por el techo?». Ann sonrió.
«Los gatos callejeros suelen hacerlo». Como yo era una posgraduada
novata, tuve que confesarle a Ann que aquella era mi primera experiencia
con gatos callejeros, que son gatos domésticos no socializados que han
vuelto a una vida semisalvaje. La gente se reía cuando dije que iba a
estudiar el comportamiento de los gatos domésticos para mi doctorado.
«¿Gatos domésticos? ¿No son un poco aburridos? ¿No quieres ir al
extranjero y estudiar a los grandes felinos?» Aquel gato ya era lo
suficientemente salvaje para mí.
Mientras en el refugio se ocupaban de Big Ginger y los demás gatos de su
colonia, mis colegas y yo visitábamos el que iba a ser su futuro hogar, una
granja. Montamos un cobertizo a modo de base donde alimentarlos,
colocamos camas en los estantes del interior y abrimos una gatera para que
pudieran refugiarse en él. Unos pocos meses después, para ofrecerles un
refugio adicional, construimos junto al cobertizo una estructura cuadrada de
madera, con tapa abatible, que contenía cuatro compartimentos separados
entre sí internamente, cada uno con su propio orificio de entrada. Lo
bautizamos con toda la pompa como «el gaterama».
El día después de que soltaran a los gatos en la granja me quedé junto al
cobertizo, en modo optimista, con una lata de comida para gatos en la
mano, y observé a mi alrededor. Ni un gato a la vista. De vez en cuando, un
destello blanco y negro o pelirrojo me llamaba la atención y luego
desaparecía. En un momento dado pude distinguir dos ojitos que me
observaban entre la oscuridad de unos arbustos cercanos. «¡Vaya colonia de
estudio!», me dije a mí misma. ¿Alguno de ellos volvería a dejarse ver?
Cuando me embarqué en mis estudios sobre los gatos y su comunicación,
términos como manso, asilvestrado, doméstico, socializado y gato callejero
flotaban de forma confusa en todas las publicaciones que consultaba. ¿Qué
significaban? ¿Se puede domesticar a un gato salvaje? ¿Qué es en realidad
un animal doméstico? ¿Un gato callejero sigue siendo un gato doméstico?
Poco a poco, a medida que iba aprendiendo más cosas de Big Ginger, sus
compañeros de colonia y sus ancestros, empecé a hallar respuestas a mis
preguntas. Me di cuenta de que, al observar la forma en la que se
comunicaban los mininos de mi colonia, era importante tener en cuenta la
historia de los gatos y cómo han cambiado y se han adaptado. La vida de un
gato callejero es tan distinta a la de uno doméstico que seguro que tenía que
haber diferencias también en su lenguaje.

DOMESTICACIÓN
¿Está el gato «doméstico» realmente domesticado? Esta pregunta se ha
formulado un montón de veces, genera debates interminables y también
crispación entre quienes aman y quienes odian a los gatos. Para hallar una
respuesta es necesario tener en cuenta la diferencia entre un animal
amansado y un animal domesticado, y ver dónde encaja el gato moderno.
Amansar describe el proceso por el cual un animal se vuelve dócil y a
menudo amistoso con su adiestrador a lo largo de su vida. Se aplica a un
animal de forma individual, no a una población o especie. Los individuos
salvajes de muchas especies son y han sido amansados por el ser humano
desde hace milenios.
Domesticar, en cambio, es un proceso mucho más largo que implica
cambios genéticos en toda una población a lo largo del tiempo. Durante
miles de años los humanos hemos intentado domesticar animales,
adaptarlos a la vida con nosotros a nuestra manera. Con algunos de ellos —
como los perros— hemos tenido éxito, pero con otras especies ha sido
imposible. A menudo, lo máximo que hemos logrado ha sido amansarlos y
en el caso de muchos animales incluso esto sigue siendo difícil.
Para conseguir domesticarla, es necesario que una especie posea
determinadas cualidades. La primera y más importante es tener el potencial
para dejarse manipular por los humanos; es decir, debe tener la capacidad
de volverse mansa. La regla general para que la mansedumbre se convierta
en domesticación es que los animales deben tener la capacidad de vivir en
grupos sociales o manadas controladas por un líder (y aceptar a los
humanos en este rol). También deben ser flexibles con su dieta, capaces de
comer lo que tengamos para alimentarlos. En concreto, para que la
domesticación funcione los animales deben ser capaces de criar en
cautividad, de nuevo bajo el control humano que selecciona a los individuos
con los rasgos más favorables. En definitiva, una gran exigencia para
muchas especies de animales, por no hablar del gato.
¿Cómo sabemos si una especie está domesticada? En 1868 Charles Darwin
descubrió, fascinado, que los mamíferos domesticados compartían ciertas
características físicas y de comportamiento entre ellos en comparación con
sus ancestros salvajes. Además de volverse más amigables con la gente,
como cabía esperar, había otras particularidades, como cerebros más
pequeños y variaciones en el color del pelaje. Noventa años después, en una
remota base de investigación en Siberia, se inició el que quizá sea el estudio
de domesticación más famoso de la historia. Los científicos rusos Dmitri
Beliáyev, Lyudmila Trut y su equipo recrearon el proceso de domesticación
a partir de una población cautiva de zorros plateados criada por su lujosa
piel. Pese a que los zorros parecían todos muy salvajes, manifestaban
variaciones naturales en su comportamiento con la gente. Beliáyev
seleccionó a los zorros menos reacios al contacto humano y los hizo criar.
Después seleccionó a las crías más mansas y las hizo criar, y así
sucesivamente hasta que, después de solo diez generaciones, consiguió una
pequeña población de zorros dóciles y comunicativos que meneaban la cola
e interactuaban. A medida que se iban criando nuevas generaciones, los
zorros empezaron también a presentar cambios físicos: pelaje moteado,
orejas caídas y una cola más corta y rizada. Lo sorprendente es que estos
rasgos surgieron como un efecto colateral de la selección que buscaba la
mansedumbre.
El síndrome de domesticación, como se lo conoce en la actualidad, hace
referencia a una serie de rasgos tanto físicos como psicológicos que
presentan las especies que han sido domesticadas. La lista se ha ampliado
con los años, a medida que el estudio de zorros de Beliáyev y otros
identificaban rasgos adicionales, como por ejemplo dientes de menor
tamaño, tendencia a adoptar rasgos faciales y comportamientos más
juveniles, reducción de los niveles hormonales de estrés y cambios en el
ciclo reproductivo.
La mayoría de los animales domésticos muestran una selección de estos
cambios, pero rara vez todos. Su expresión varía según la especie. Con tanta
variabilidad, algunos científicos se empiezan a cuestionar si el «síndrome de
domesticación» existe realmente. Incluso los estudios de Beliáyev están
sujetos a un mayor escrutinio ahora que se sabe que los zorros de su granja
procedían de granjas peleteras canadienses y que muchos de ellos quizá ya
habían pasado por un proceso de selección previo que buscaba a los más
dóciles. Aunque el debate sobre la existencia de un síndrome general
perdura, no cabe duda de que la domesticación provoca cambios físicos y
genéticos en muchas especies en comparación con sus ancestros salvajes.
Lo curioso es que este tipo de cambios también se han detectado en
poblaciones contemporáneas de ciertas especies sin domesticar. Cada vez
son más las especies que se adaptan a vivir cerca de los humanos y algunas
de ellas empiezan a exhibir rasgos similares a los de las especies
domesticadas. En el Reino Unido, por ejemplo, el zorro rojo está cada vez
más presente en las zonas urbanas y tiene menos miedo a las personas. Se
ha descubierto que algunos de estos zorros urbanos tienen el hocico más
corto y ancho y la caja encefálica más estrecha en comparación con los
zorros rurales; cambios físicos que en otras especies se asocian a la
domesticación.
Los gatos «domesticados» presentan algunos rasgos físicos que los
distinguen un poco, pero no mucho, de sus ancestros salvajes. Tienen las
patas un poco más cortas, el cerebro algo más pequeño y los intestinos un
poco más largos. Su pelaje varía en cuanto a color y dibujo en comparación
con las marcas atigradas del gato salvaje. Sin embargo, no presentan orejas
caídas ni la cola más corta o más rizada. Que existan tan pocas diferencias
obvias entre ellos y el gato salvaje ha hecho que mucha gente se pregunte
hasta qué punto está domesticado el gato.
¿Hasta qué punto pueden domesticarse los gatos? La capacidad de ser
domesticados la tienen. En general, parecen satisfechos de comer lo que les
damos (salvo los que han perfeccionado el arte de ser caprichosos). Se cree
que tienen el intestino más largo porque se han adaptado a alimentarse de
las sobras humanas. También se han adaptado a vivir en grupo, aunque por
lo general solo cuando lo necesitan o les supone una ventaja. Sin embargo,
la lista termina aquí. Que los gatos consideren a los humanos como sus
«líderes» es algo muy cuestionable; y quizá aquí exista otro vacío aún
mayor en su calificación como verdaderos animales domésticos. Aunque los
gatos son capaces de reproducirse en cautividad, la cría selectiva por parte
de los humanos para producir ejemplares con pedigrí es un fenómeno
bastante reciente, que data de finales del siglo XIX. La popularidad de los
gatos con pedigrí como mascotas ha crecido en los últimos años, pero las
encuestas indican que solo el 4 % de los propietarios de gatos en Estados
Unidos y el 8 % en el Reino Unido adquieren sus gatos a través de un
criador especializado. La mayoría de los gatos domésticos no son lo que se
conoce como «gatos de raza», sino de ascendencia mixta o desconocida.
Algunos de ellos tienen la suerte de vivir una vida de mascota dentro de un
hogar, pero hay millones de gatos en el mundo sin hogar que llevan una
vida muy diferente y a menudo con total independencia de los humanos. En
la actualidad, la mayoría de los gatos que viven como mascotas están
esterilizados, lo que constituye una forma de control reproductivo por parte
del ser humano, si bien es de carácter preventivo en lugar de selectivo. No
obstante, existe un gran número de gatos domésticos sin esterilizar, muchos
de los cuales campan libremente por el exterior y que, junto a los millones
de gatos callejeros, forman una población reproductivamente intacta en
busca de apareamiento. Estos gatos se reproducen de forma aleatoria, sin
control humano de por medio, aunque a menudo lo hacen, literalmente, en
la puerta de casa. Hay quien afirma que esta falta generalizada de control
humano en la reproducción de los gatos significa que el animal no está del
todo domesticado. Como resultado, el gato ha sido descrito como un animal
semidoméstico, domesticado parcialmente o dependiente en su singular
relación con los seres humanos.

SOCIALIZACIÓN Y ASILVESTRAMIENTO
Sea cual sea la etiqueta que decidamos ponerle, el gato «doméstico»
moderno tiene una predisposición genética a ser amigable con los humanos.
Pero solo es una predisposición y no se vuelven amigables con los humanos
por arte de magia desde que nacen. Los gatitos deben tener su primer
contacto con humanos desde muy pequeños —entre las dos y las siete
semanas de edad— para ser tolerantes y amigables con nosotros cuando
sean adultos.
Veamos un ejemplo. Una gata amistosa y socializada, llamémosla Molly,
pasa una mala época. Sus dueños se mudan y la abandonan, y Molly se ve
obligada a vivir en la calle, buscando comida donde pueda. Si no está
esterilizada, puede quedarse preñada por cortesía de un gato vagabundo y
parir una camada de gatitos, que esconderá en un lugar seguro. Es posible
que estos gatitos no vean un ser humano en sus primeros dos meses de vida,
aunque Molly siga siendo amigable con la gente porque, en la medida de
sus posibilidades, esconderá a sus bebés para evitarles cualquier peligro. Si
pasan mucho tiempo sin tener contacto con humanos, los gatitos crecerán
con recelo hacia las personas y las evitarán el resto de su vida. Merodearán
alrededor de las viviendas humanas en busca de comida, pero evitando toda
interacción. Cuando estos sean adultos y tengan crías con otros gatos
callejeros, sus descendientes y las sucesivas generaciones serán cada vez
más recelosas de los humanos. Estos gatos asilvestrados son lo que se
conoce como gatos callejeros. Siguen siendo genéticamente idénticos a los
gatos domésticos y conservan su capacidad para vivir cerca de otros gatos
cuando es necesario. Suelen hacerlo para aprovechar la abundancia local de
comida, como sobras de restaurantes o restos de los cubos de basura. Los
grupos de gatos asilvestrados acostumbran a establecerse en una zona y, si
se les permite reproducirse, su número aumenta rápidamente hasta formar
colonias más numerosas.
Pero no es un proceso unidireccional. Los gatitos de Molly podrían
asilvestrarse mucho en el transcurso de una generación si no se socializan
con personas; pero, como gatos domésticos que son, todavía poseen y
transmiten genéticamente la capacidad de ser amigables con los humanos si
se los socializa. Así, la progenie de estos gatos con potencial callejero
podría, si es presentada a los humanos lo suficientemente pronto,
socializarse de forma adecuada y vivir con personas como gatos de
compañía felizmente adaptados, como hiciera en su día su abuela Molly.
En una colonia como estas fue donde nació Big Ginger. Desconocemos
cuántas generaciones de gatos asilvestrados vivieron en los bajos de los
edificios del colegio cuando lo encontramos a él y a sus compañeros de
colonia, pero está claro que desconfiaba de la gente, igual que casi todos los
demás gatos adultos. Cuatro de las hembras tuvieron gatitos durante su
estancia en el refugio y, a juzgar por el delatador pelaje pelirrojo y carey,
supusimos que Big Ginger era el padre de varios de ellos. Pese a contar con
un papá tan antisocial, los gatitos eran lo suficientemente pequeños como
para conocer a los humanos del refugio y socializarse convenientemente
antes de hallar un hogar.
Algo así no habría sido posible con Big Ginger. Nunca toleraría vivir tan
cerca de los humanos, pero con el tiempo poco a poco fue aceptando mi
presencia diaria en la granja y se sentaba educadamente, aunque siempre
una distancia prudencial, a esperar su cena.

LOS ORÍGENES DEL GATO DOMÉSTICO


¿Dónde empezó todo? En realidad, los orígenes del gato doméstico actual
los conocemos desde hace tan solo veinte años. Antes, y gracias a las
numerosas representaciones artísticas de gatos en antiguas tumbas egipcias
y templos de hace 3500 años, sabíamos que en aquellos tiempos había una
relación especial con los gatos. Las imágenes de gatos sentados bajo las
sillas o en el regazo de la gente permitieron suponer que los primeros en
domesticar al gato fueron los antiguos egipcios; pero ¿qué «gato»
domesticaron? ¿Y solo se domesticaron gatos en el antiguo Egipto?
El primer paso para hallar la respuesta a estas preguntas llegó en el año
2007, cuando un estudio del ADN de toda la familia de los felinos —los
Felidae— reveló que estaba compuesta por ocho grupos o linajes
diferenciados. Dichos grupos divergieron en distintos momentos de un
ancestro común, el Pseudaelurus, empezando por el linaje Panthera (que
agrupa, entre otros, a leones y tigres) hace más de diez millones de años. El
último grupo que se ramificó del árbol genealógico, hace unos 3,4 millones
de años, fue un linaje de varias especies de pequeños felinos salvajes: el
linaje Felis. A partir de las comparaciones genéticas realizadas en el
estudio, la ciencia descubrió que el gato doméstico encajaba en este linaje.
Por lo tanto, parecía probable que el gato doméstico evolucionara a partir de
una o varias de esas especies de gatos salvajes. Un revolucionario estudio
de Carlos Driscoll y su equipo determinó la identidad de este antepasado.
En un gran proyecto que comparó material genético de 979 gatos
domésticos y callejeros, Driscoll y sus colaboradores descubrieron que
todos los gatos domésticos descienden del gato montés africano (también
conocido como gato salvaje de Oriente Próximo), Felis lybica lybica. Esto
plantea una gran pregunta: ¿por qué, de las 40 especies de gato salvaje que
hay dentro de los Felidae, solo se domesticó una?
Al ser humano siempre le han fascinado los felinos de todo tipo, desde los
grandes y rugientes hasta los pequeños gatos salvajes. Mucho antes de que
tuviéramos gatos domésticos ya domábamos especies de gatos salvajes en
todo el mundo. En un amplio estudio sobre la literatura existente al
respecto, Eric Faure y Andrew Kitchener estimaron que casi el 40 % de
todas las especies felinas han sido domadas en algún momento por el ser
humano. En muchos casos esto se hacía para ayudarnos a cazar, desde
eliminar plagas como los ratones hasta capturar presas como las gacelas
para consumo propio. Otras han sido domadas para el deporte: al caracal,
por ejemplo, a menudo se lo juntaba con palomas en la India y la gente
apostaba cuántas era capaz de derribar de un zarpazo

Entre los distintos linajes de félidos parece haber una mezcla de especies
domables e indomables. Hay especies felinas domables repartidas por todo
el mundo, pero se concentran, sobre todo, en lugares donde históricamente
los gatos y otros animales han tenido un significado cultural. Por ejemplo,
el yaguarundí es solo uno de los muchos animales domados desde la época
precolombina por las sociedades amazónicas como «mascotas» cazadoras
de roedores, la mayoría de los cuales fueron criados por humanos desde
cachorros después de matar a sus madres.
Al parecer, uno de los felinos salvajes más fáciles de domar es el bello y
elegante guepardo. Algunos historiadores sugieren que la relación entre el
ser humano y el guepardo comenzó cuando los sumerios lo domaron hace
5000 años. Los antiguos egipcios usaban guepardos para cazar y creían que
ayudaban a transportar las almas de los faraones hasta el más allá. La
relación del guepardo con el ser humano continuó a lo largo de los siglos,
con referencias a ellos como excelentes compañeros de caza de los
príncipes rusos en los siglos XI y XII, y de la realeza armenia del siglo XV.
La moda de utilizar guepardos para cazar se extendió de forma gradual
entre la nobleza europea: los «leopardos de caza», como los llamaban,
cabalgaban a lomos de caballos sentados tras los cazadores. En la India,
Akbar el Grande, emperador mogol de 1556 a 1602, estaba fascinado por
los guepardos y a menudo los adiestraba él mismo.
Sin embargo, estos elegantes felinos de largas patas y lujoso pelaje moteado
nunca fueron domesticados. El porqué lo vislumbraba el hijo y heredero de
Akbar el Grande, Jahangir, en sus memorias, en 1613: «Es un hecho
probado que los guepardos que viven en lugares a los que no están
acostumbrados no se aparean con una hembra, pues mi venerado padre
reunió una vez a 1000 guepardos, deseoso de que se aparearan, y no sucedió
de ninguna manera.»
Jahangir tenía razón: es muy difícil que los guepardos se reproduzcan en
cautividad. Incluso los zoológicos tuvieron problemas para conseguirlo
hasta principios de la década de 1960. Como son demasiado tímidos para
criar cerca de la gente, su domesticación fue imposible. Los guepardos que
han convivido con diversas civilizaciones a lo largo de milenios se domaron
individualmente.
Los antiguos egipcios fueron muy hábiles para domar distintas especies
felinas. Además de guepardos y gatos monteses africanos, hay pruebas de
que también domaron caracales, servales y gatos de la jungla (Felis chaus)
locales. Dado que no existen trazas genéticas de ninguna de estas especies
en los gatos domésticos actuales, esos vínculos debieron de desaparecer al
cabo de poco tiempo. Nadie puede explicar realmente por qué. ¿Acaso estas
otras especies eran como los guepardos, reacias a reproducirse cerca de la
gente? O quizá es que no eran tan amigables.
Como el gato montés africano tuvo tanto éxito, la gente se pregunta por sus
parientes más cercanos y por qué no hay rastro de sus genes en el gato
doméstico actual. El gato montés europeo (Felis silvestris), por ejemplo, es
muy parecido a su primo africano en tamaño y aspecto, y sin duda ambos
son eficientes cazadores de ratones. ¿Por qué no lo domesticamos en su día?
La respuesta se hace evidente en los registros de quienes lo han intentado.
La versión más septentrional del gato montés europeo vive en Escocia. En
1936, la fotógrafa británica de fauna Frances Pitt documentó uno de sus
intentos por domesticar crías de gato montés escocés: «Y entonces llegó
Satanás. No era más que un gurruño de pelo amarillo grisáceo, un gatito tan
pequeño como cabría imaginar; pero nada más verlo, supe que tenía que
llamarse así.» El nombre ya lo dice todo: Satanás era indomable.
A diferencia de Satanás y sus parientes europeos, hay otras especies de
félidos que hoy en día se sabe que son fáciles de domar, aunque apenas
existan registros históricos al respecto. Pese a ser buenas candidatas para
ser amansadas, algunas especies vivían en partes del mundo donde no
coincidieron con las antiguas civilizaciones emergentes. El lince es un
ejemplo clásico: nunca estuvo en un lugar donde la gente lo considerara
útil, aparte de para cazarlo por su piel y como comida.
Y así, pese a contar con tantos otros felinos que podrían competir por
nuestra atención, el gato montés africano fue el que recorrió el mundo y
llegó hasta la puerta de nuestros hogares. Su destreza como cazador, su
tamaño pequeño y lo fácil que era de transportar (por tierra o por mar),
junto con su capacidad para ser dócil, eran características ideales. Igual de
importante fue su ubicación alrededor de comunidades humanas en
crecimiento, donde su presencia se reveló como algo útil. Estuvo en el lugar
adecuado en el momento preciso y además tenía las características idóneas.

¿CÓMO Y DÓNDE OCURRIÓ?


El descubrimiento de Driscoll y su equipo de que el gato montés africano es
el único ancestro del gato doméstico abrió la puerta a que otros científicos
examinaran esta relación con mayor detalle. Estudios posteriores que
analizaron en profundidad pruebas genéticas y arqueológicas revelaron que
el acervo genético del gato moderno comprende material genético antiguo
transmitido a partir de dos poblaciones geográficamente distintas de dicho
gato montés. Una de ellas se localiza, como se podía intuir, en Egipto. La
otra procede de más al norte, de una zona de Oriente Próximo conocida
como el Creciente Fértil, también llamada «la cuna de la civilización».
Estos dos aportes al acervo genético del gato doméstico parecen haberse
producido en dos épocas distintas, siendo la más antigua la del Creciente
Fértil (unos 3000 años más antigua); pero, cuando el gato egipcio empezó a
extenderse, se convirtió en el subtipo más abundante de los dos.
De repente, la historia iba mucho más allá del clásico «los antiguos egipcios
domesticaron a los gatos». Al unir todas las piezas del puzle podemos ver
cómo pudo haberse desarrollado el proceso de domesticación del gato.
Hace unos 10 000 años, grupos de cazadores-recolectores neolíticos de las
llanuras del Creciente Fértil comenzaron a experimentar con el cultivo de
los cereales. A medida que aprendieron a cosechar y almacenar cereales y
ya no fue tan necesario recorrer grandes distancias para cazar y recolectar
alimento, se empezaron a formar los primeros asentamientos humanos. Los
agricultores comenzaron a expandir sus ideas más allá de los cultivos.
Aprovecharon la presencia de animales salvajes locales que podían capturar
y criar para obtener comida, leche, cuero y pieles. Así se domesticaron, de
manera gradual, los antepasados de las cabras, vacas y ovejas actuales.
Estos animales «de corral» tenían en común cualidades «domésticas»:
vivían en manadas y, por lo tanto, eran animales sociales capaces de vivir
encerrados juntos; se adaptaban enseguida a comer el alimento que hubiera
disponible y, por instinto, seguían a un líder, rol que asumía el granjero, que
también empezó a controlar su reproducción.
Rondando aquellos primeros poblados agrícolas había un pequeño
observador oportunista: el gato montés africano. Solitario por naturaleza,
cazaba solo en los territorios que había establecido como propios y evitaba
toda interacción entre sus congéneres, salvo por el apareamiento ocasional.
La comunicación entre ellos habría sido a distancia, a través de las marcas
de olor que dejaban a su paso. Sin embargo, hambrientos y curiosos, se
vieron atraídos hacia aquellos nuevos asentamientos humanos en busca de
comida, quizá para conseguir restos de carne entre los montones de huesos
que desechaban las personas y también para alimentarse de los numerosos
roedores que vivían en los almacenes de grano, cada vez más grandes, de
los agricultores. Esos sitios con tanta concentración de alimento eran lo
bastante grandes como para que los gatos salvajes los compartieran, y es
posible que empezaran a merodear por allí en grupo, a la espera de la
próxima comida. Al rondar por las aldeas resultó inevitable que los gatos
salvajes se cruzaran entre sí bastante más que en su hábitat normal, tan
alejado de los asentamientos humanos. El olor es un buen sistema de
comunicación a distancia, pero de cerca necesitaban señales más rápidas y
obvias para evitar enfrentamientos. Tenían que encontrar nuevas formas de
comunicarse entre ellos.
Desde la perspectiva de los agricultores, aquellos gatos salvajes eran el polo
opuesto de las especies de corral en términos de idoneidad para ser
domesticados. Carecían de habilidades sociales, consumían una dieta
cárnica muy específica y, por supuesto, no obedecían órdenes. Pese a que
las posibilidades de domesticar a los gatos salvajes eran prácticamente
nulas, los antiguos agricultores toleraron su presencia al verles cazar
ratones: les proporcionaban un servicio útil y gratuito de control de plagas,
servicio que sus descendientes continúan prestando hoy en día.
Y así comenzó una incipiente relación de mutualismo entre los humanos y
los gatos salvajes. Como sucede con todas las poblaciones de especies,
algunos de aquellos gatos demostraron ser más atrevidos que otros,
dispuestos como estaban a tolerar una mayor proximidad con otros gatos y
con humanos para así tener acceso a una nueva fuente de alimentación. Es
posible que esos gatos más dóciles criaran entre ellos, dejando fuera de la
competición por el alimento a los individuos más ariscos y perpetuando la
tendencia a la manse- dumbre en sus descendientes. Esta selección natural a
favor de la amigabilidad para con los humanos pudo ser el inicio del
proceso de domesticación.
Es posible que este tipo de relación entre humanos y gatos salvajes se diera
en varios asentamientos situados inicialmente en el Creciente Fértil. Los
estudios arqueológicos y genéticos sugieren que, a medida que aquellas
poblaciones neolíticas se trasladaban a nuevos parajes, los gatos monteses
las seguían hasta nuevos asentamientos repartidos por algunas zonas de
Europa continental hace entre 4000 y 6000 años. Sin embargo, sigue sin
estar claro el momento en el que los humanos invitaron a los gatos a entrar
en sus hogares y puede que ni siquiera sucediera en esta etapa de la historia.
En el antiguo Egipto se dio un proceso similar: los pequeños gatos salvajes
locales se adiestraban para el control de plagas, para mantener a raya a
ratones, escorpiones y serpientes. Pero a partir de aquí la historia toma un
camino un poco diferente en comparación con los modestos gatos del
Creciente Fértil. Además de usarlos como cazadores de ratones y otros
bichos, los egipcios empezaron a asociar a los gatos con varias deidades
antiguas, en concreto, con la diosa Bastet.
La veneración por los gatos creció y culminó con la promulgación de leyes
que prohibían que se les hiciera daño (matar a un gato se castigaba con la
muerte). Cada vez eran más valorados por su compañía y se tenían como
mascotas. La muerte natural de un gato conllevaba un elaborado entierro y
toda la familia se afeitaba las cejas en señal de duelo. Las bellas imágenes
de gatos sentados bajo sillas en pinturas funerarias halladas en las tumbas
de asentamientos domésticos prueban que los gatos salvajes ya tenían
media patita dentro de algunos hogares hace unos 3500 años.
En los templos, sin embargo, la vida de los gatos no era tan regalada. La
veneración de algunas deidades requería, al parecer, ofrendas sustanciosas y
frecuentes para que dioses y diosas estuvieran contentos. En el caso de
Bastet las ofrendas tenían forma de gatos momificados. En una extraña
contradicción a la protección y adulación generalizadas, los gatos también
eran criados en masa en los templos, en grandes criaderos, para ser
sacrificados a una edad temprana, momificados y vendidos como ofrendas
para la diosa. Pero algunos de aquellos gatos debieron de ser conservados
para criar a las generaciones siguientes. En una esclarecedora incursión en
el mundo de las alianzas humano-gatunas, Eric Faure y Andrew Kitchener
comparan esta crianza de generaciones de gatos dóciles en rápida sucesión
y en cautividad con el experimento de Beliáyev con los zorros plateados. En
lo que Faure y Kitchener describen como «un accidente de la historia», los
egipcios del templo quizá generaron rápidamente y sin darse cuenta una
versión más dócil del gato montés. Se desconoce si alguno de aquellos
gatos de los templos logró sobrevivir o escapar para mezclarse con la
población de gatos que vivía en las casas, pero parece posible que los
guardianes del templo se encariñasen con algunos de ellos y los conservaran
como mascotas.
Los estrechos y abarrotados confines del recinto de los gatos en los templos
debieron de crear una necesidad, aún mayor que entre los gatos de las
aldeas del Creciente Fértil, por hallar nuevos métodos eficaces de
comunicación entre los gatos. Aquellos grupos bien pudieron ser el punto
de partida del desarrollo de nuevas señales entre gatos, indicios visuales
fáciles de detectar, como diferentes posturas de la cola; o juegos con más
señales táctiles, como frotarse y acicalarse los unos a los otros. En capítulos
posteriores se explicará la evolución de estas señales, cómo los gatos las
usan para comunicarse entre ellos y cómo las han adaptado para
comunicarse también con las personas.

LA VUELTA AL MUNDO
Mientras los gatos monteses de Oriente Próximo siguieron a su gente por el
territorio, los de Egipto hallaron otra forma más rápida para propagarse por
el Viejo Mundo: los barcos. Pese a una ley que prohibía su exportación,
muchos gatos huyeron de Egipto como polizones a bordo de barcos que
surcaban las rutas comerciales del Mediterráneo. Eran los viajeros
perfectos: se ganaban el pasaje capturando y devorando una nueva y
persistente plaga, el ratón común. Aparte de algún que otro pescado, no
necesitaban mucha comida ni agua, ya que se hidrataban lo suficiente con
los ratones que comían. Pequeños y sigilosos, enseguida se hicieron amigos
de los marineros. Tras abandonar el entorno protegido del que gozaban en
el antiguo Egipto, los gatos de los barcos continuaron siendo, por lo
general, muy respetados. En todos los sitios donde desembarcaban parecía
existir algún bien preciado que la gente debía proteger de los roedores;
desde capullos de las mariposas de la seda en China hasta manuscritos en
Japón y graneros en Grecia e Italia.
Parece fácil, es como si los gatos hubieran encontrado ofertas de trabajo en
cada país. Pero no todo iba viento en popa, porque encontraron competencia
en muchos de esos países. Al desembarcar, aquellos gatos marítimos dóciles
que venían de Egipto se toparon con otras especies locales que ya se
ocupaban del control de las plagas de roedores. En China, por ejemplo, la
ciencia halló indicios que probaban que ya en el Neolítico hubo gatos
leopardos (Prionailurus bengalensis) conviviendo con humanos. Sin
embargo, no hay trazas del gato leopardo en la composición genética de los
gatos actuales de la región, por lo que el gato montés africano pudo haber
desplazado gradualmente a esta otra especie felina en su relación con los
humanos. Griegos y romanos fueron más difíciles de conquistar porque ya
contaban con excelentes controladores de plagas gracias a varias especies
de mustélidos, como el turón y la comadreja. No obstante, y pese a ser
excelentes en su labor, estas especies acabaron desplazadas por los gatos,
aunque estos últimos parecían ser menos hábiles en la tarea. El motivo no
está claro, pero es posible que los mustélidos fueran más distantes y menos
receptivos con la gente que los gatos.
Y así fue como los gatos se propagaron. Se asociaron con nuevas deidades:
Artemis en Grecia, Diana en Italia y la diosa nórdica Freya. Desde el año
500 a.C. hasta el 1200 d.C. fueron afianzando su presencia por toda Europa.
Siguieron a los romanos para extender su imperio y después se embarcaron
con los vikingos para surcar los mares y conquistar nuevos territorios. Las
mutaciones genéticas se tradujeron en nuevos colores y dibujos en el pelaje
de los gatos: naranja, negro, blanco y después un nuevo tipo de atigrado
emborronado, diferente al de su antepasado atigrado rayado.
Es difícil saber hasta qué punto estaban domesticados los gatos en el primer
milenio de nuestra era. La veneración de la que eran objeto en Egipto debió
de ser difícil de replicar en sus nuevas ubicaciones. Lo cierto es que en
Europa prosiguió la relación de utilidad que mantenían con los humanos y
los gatos continuaron ejerciendo como cazadores de ratones. En este
sentido, adquirieron valor, aunque más monetario que sentimental. Hywel el
Bueno, rey de Gales del Sur, hizo mucho por proteger la suerte de los gatos
galeses al promulgar una ley en el año 936 d.C. que incluía una tarifa para
estos felinos. Los gatitos recién nacidos que aún no habían abierto los ojos
costaban un penique. A partir de ahí costaban dos peniques hasta que eran
capaces de cazar ratones, momento en el cual pasaban a costar cuatro
peniques. En aquella época este precio por gato adulto equivalía al de una
oveja o una cabra, lo cual elevó de forma considerable el perfil del humilde
gato.
Sin embargo, no todo era de color de rosa para los gatos de entonces.
Además de ser cazadores, la creciente afición de la gente a vestir pieles hizo
que muchos gatos fueran despellejados por su pelaje. Está demostrado que
para ello se escogían los más jóvenes, ya que su pelaje era más suave y
todavía estaba libre de daños o enfermedades. Mientras tanto, las cosas en
Europa estaban cambiando. El cristianismo se extendía y con él crecía la
intolerancia hacia los cultos «paganos». De repente, estar vinculados a
deidades como Diana dejó de ser una ventaja para los gatos. Empezaron a
correr rumores y los gatos, sobre todo los negros, terminaron asociados con
los espíritus malignos; y, finalmente, con el mismísimo diablo. A muchas
mujeres se las acusó de brujería y a sus gatos se los tachó de cómplices o
«familiares» malignos. En medio de toda esa histeria galopante, en 1233, el
papa Gregorio IX anunció un decreto papal para exterminar a los gatos.
Desde el siglo XIII hasta el siglo XVII los gatos fueron masacrados por toda
Europa. Las mujeres acusadas de brujería fueron perseguidas sin piedad,
torturadas y quemadas en la hoguera junto a sus gatos, cuyo torturado
destino incluía ser asados vivos, arrojados al vacío desde torres o quemados
vivos en cestas de mimbre.
En España los gatos también se criaban por su carne, como ilustra uno de
los libros de recetas españoles más antiguos, el Libro de guisados, escrito
en 1529 por el cocinero Ruperto de Nola. En una larga lista de platos, entre
los que figuran nombres tan curiosos como «potaje de manitas de oveja»,
«manjar de ángeles» y «emborrazar pavos y capones», se encuentra la
receta n.o 123: «gato asado como se ha de guisar».
En esta época, a finales del siglo XV y principios del XVI, algunos gatos
tuvieron la suerte de escapar a bordo de los navíos de Colón rumbo al
Nuevo Mundo. Más adelante, entre 1620 y 1640, más navíos zarparon
desde Inglaterra con los «padres peregrinos» hacia la orilla del Nuevo
Mundo. Pese a empezar de nuevo, las cazas de brujas también se llevaron
por delante a muchos gatos en las nuevas poblaciones del continente
americano. Aun así, los gatos se propagaron y llegaron hasta Australia
oriental con los colonos europeos en el siglo XIX.
De vuelta a Inglaterra, por si quemarlos en la hoguera, arrojarlos desde
torres y quemarlos en cestas de mimbre fuera poco, se culpó a los gatos (y a
los perros) de propagar la peste de Londres de 1665. Miles de ellos fueron
masacrados; y solo más tarde se descubrió que las portadoras de las pulgas
que transmitían la peste eran las ratas. Quizá habría ido bien tener más
gatos.
Los gatos perseveraron. El Renacimiento, si bien no fue un período de
renacimiento para los gatos, trajo consigo señales ocasionales de cambio en
medio de los juicios por brujería. Crueldad por un lado y algo de bondad
por el otro, cosa que queda plasmada en una cancioncilla infantil inglesa del
siglo XVI:
Ding dong bell, kitty’s in the well
Who put her in? Little Johnny Flynn
Who pulled her out? Little Tommy Stout
What a naughty boy was that, try to
drown poor kitty-cat,
Who ne’er did any harm
But killed all the mice in the Farmer’s barn!1
A finales del siglo XIX y principios del XX la actitud hacia los gatos fue
mejorando poco a poco. Los artistas empezaron a incluirlos en sus pinturas
y autores amantes de estos felinos, como Christopher Smart y Samuel
Johnson, loaban sus virtudes en sus libros y poemas. Los gatos volvían a
estar de moda y el renovado interés por ellos dio lugar al inicio de la cría de
gatos o «moda felina», que consiste en la selección deliberada de parejas de
gatos para que se apareen con el fin de criar gatitos de un aspecto concreto.
Pese a su popularidad, como ya se ha dicho, los gatos con pedigrí todavía
son una minoría, superados ampliamente por los gatos domésticos criados
al azar, mucho más abundantes, que habitan hogares, calles, ciudades,
granjas y campos de todo el mundo.

EL GATO SOCIABLE (A RATOS)


Entonces, ¿podemos decir realmente que, después de tanto amor, odio y
tortura, hemos domesticado al gato? Ya sabemos dónde empezó la relación
entre gatos y humanos, pero todavía hay un gran debate sobre dónde se
domesticó el gato salvaje o si está domesticado de verdad. Las primeras
asociaciones entre gatos salvajes y humanos del Creciente Fértil generaron
vínculos más estrechos con el paso del tiempo. Y los antiguos egipcios
también sedujeron a los gatos salvajes, o quizá fuera al revés. Además de la
cría de gatos en templos, lo más probable es que en esas primeras relaciones
entre humanos y gatos surgiera cierta fluidez. Pudiera ser que algunos de los
gatos salvajes más mansos se aparearan con otros gatos mansos para poco a
poco volverse más dóciles, mientras que otros individuos mansos habrían
continuado apareándose con gatos salvajes que no eran tan fieros,
ralentizando así el proceso de domesticación.
Así, los gatos más amigables, lentamente y de forma natural, empezaron a
domesticarse a sí mismos, con o sin intervención humana. Esto se ha
descrito como «autodomesticación», a raíz de un modelo propuesto para
nuestro otro mejor amigo, el perro, y curiosamente también para nosotros,
los humanos. De la misma manera que los gatos salvajes y los lobos más
afables superaron a los más fieros, Brian Hare, de la Universidad de Duke,
sugiere que el Homo sapiens superó a otros homínidos de su época
aprendiendo a ser más accesible: la verdadera «supervivencia del más
amable».
La cooperación es la clave. Para los humanos era obvio: debían aprender a
trabajar bien con otros humanos. Los lobos «protoperros» ya estaban
acostumbrados a socializar con los de su especie antes de ser domesticados.
Después aprendieron de forma creativa a adaptar esas habilidades para vivir
y trabajar con humanos. Pero el solitario gato salvaje tuvo que aprender a
comunicarse no solo con una nueva especie —la humana—, sino también
entre ellos. Un doble reto. De modo que, mientras los humanos
aprendíamos a hablar entre nosotros y empezábamos a enseñar nuevos
trucos y habilidades a nuestros perros, el estilo de vida del gato salvaje
pasaba por un cambio radical: de solitario a socializador. Aprendió a usar
señales que los otros gatos podían ver o sentir de cerca. También descubrió
que podía aprovechar la afición humana por la conversación vocal y
desarrolló vocalizaciones para, al igual que los perros con sus ladridos,
llamar nuestra atención. En palabras de Driscoll y sus coautores, «los gatos
son el único animal doméstico que es social una vez domesticado pero
solitario en estado salvaje».
El gato doméstico, tan listo él, ha mantenido abiertas sus opciones. En lugar
de cambiar del todo y convertirse en una especie social, ha conservado la
capacidad de vivir una vida solitaria o una vida social según las
circunstancias. Y como tal a menudo es descrito como «facultativamente
social» o «generalista social». En un extremo del espectro, nuestros gatos
domésticos bien alimentados pueden vivir como gatos solitarios, en parejas
o en pequeños grupos en nuestros hogares. Estos son los gatos que más
deben desarrollar sus habilidades de comunicación con la gente, además de
aprender a tratar con compañeros de piso felinos y otros gatos del
vecindario, si es que se les permite salir al exterior. Por desgracia, muchos
gatos, por varias razones, pierden la seguridad y el confort de sus hogares y
se vuelven gatos callejeros. Puede que se adapten a la vida en la calle con o
sin otros gatos que les hagan compañía o, a veces, si tienen suerte, que
encuentren un nuevo hogar. Otros, como Ginger y sus amigos, tras varias
generaciones alejados del contacto de las personas están lejos de ser
dóciles, pero cuando el suministro de alimentos lo permite pueden formar
grupos o colonias de vida libre más amplias. Los estudios sobre estos
grupos revelan la existencia de un sistema social que gira en torno a las
madres emparentadas, que se reproducen y agrupan sus camadas, mientras
que los machos viven de forma más independiente en la periferia del grupo.
Este es exactamente el tipo de situaciones en las que la habilidad social
entre gato y gato es tan importante. Incluso en las colonias esterilizadas,
como la mía, sin vínculos de crianza, las interacciones distan mucho de ser
aleatorias y muchos gatos tienen compañeros preferidos con los que
juntarse y convivir .
Esta capacidad para pasar de una vida solitaria a una vida social es una de
las claves del éxito del gato doméstico. Tras ella subyace su envidiable
talento para desarrollar nuevos métodos de comunicación. Los siguientes
capítulos profundizan en los descubrimientos científicos que versan sobre
cómo los gatos han aprendido a salir de su mundo olfativo, usando señales
visuales, táctiles y auditivas para transmitir sus mensajes a sus congéneres y
a los humanos.
¿Están los gatos domesticados del todo? ¿O todavía se hallan en proceso de
domesticación? Es un enigma casi imposible de resolver. Los gatos
presentan muchos rasgos de domesticación en común con los perros y otras
mascotas, como una mayor tolerancia y sociabilidad, pero los perros están
mucho más avanzados en la senda de la domesticación. El afán canino por
complacer, por ejemplo, es un rasgo que los gatos rara vez muestran. Quizá
llegará el día en el que los gatos también estarán pendientes de todas y cada
una de nuestras palabras; pero mejor que esperemos sentados.
Un día, al llegar a la granja, me di cuenta de una nueva normalidad en la
colonia de gatos. Se habían acostumbrado a mi presencia y no se
dispersaban a mi llegada. En lugar de eso, continuaban interactuando entre
ellos o evitándose, según les apeteciera, entrando y saliendo del bosque
colindante. Incluso Big Ginger parecía tolerarme, siempre y cuando yo
mantuviera las distancias. Me situé en mi puesto habitual, sobre un pequeño
montículo, lo bastante lejos del grupo, y me instalé allí con la grabadora, los
prismáticos (no quería perderme nada) y el cuaderno de notas. Aquel día,
antes de abandonar la granja, bajé del montículo y levanté con suavidad la
tapa del gaterama, que parecía vacío. Eché un vistazo a su interior y no
pude evitar sonreír al ver pelos rojizos en una de las mantas viejas que
había dejado dentro. Puede que Big Ginger fuera un gato asocial y
asilvestrado, pero no le hacía ascos a las comodidades del hogar.
CAPÍTULO 2
CUESTIÓN DE OLFATO

«Una persona tiene que trabajar mucho para que una parte de su personalidad perviva. Un gato
callejero lo tiene muy fácil, solo tiene que marcar territorio y su presencia pervivirá durante años en
los días de lluvia.»

ALBERT EINSTEIN
Sheba, la gata del refugio que yo cuidaba, terminó de asear al sexto y
último gatito que había parido esa mañana. Cuando se tumbó, exhausta,
contemplé con angustia como los seis gatitos hambrientos, diminutos y aún
ciegos, empezaban a husmear y hurgar en el pelaje de la madre. ¿Cómo
iban a encontrar alimento? No tenía que haberme preocupado, a los cinco
minutos ya estaban todos alineados mamando y ronroneando de
satisfacción. A mi modo de ver, el milagro de la vida quedaba eclipsado por
el segundo milagro de la mañana: ¿cómo se las apañaban así ellos solitos?
Si bien al nacer los gatitos aún tienen los ojos cerrados y su capacidad
auditiva se encuentra en una fase de desarrollo rudimentaria, su sentido del
tacto y del olfato funcionan a pleno rendimiento. Son los sentidos que usan
para abrirse camino hacia el suave vientre de su madre, y se adhieren al
primer pezón que encuentran. Al cabo de pocas horas empiezan a ser más
perceptivos y muestran preferencia por las mamas de la parte posterior del
cuerpo de la madre. Por qué prefieren esas mamas sigue siendo un misterio,
ya que los estudios confirman que las mamas traseras proporcionan el
mismo sustento nutricional que las delanteras. Sin embargo, se genera una
competición por las mamas traseras que conlleva una buena dosis de
empujones entre los gatitos. Al cabo de unos días se establece un orden por
el que se reparten la «propiedad» de las mamas, y cada gatito tiene uno o a
veces dos pezones concretos de los que mamar. Pese a que en esta fase no
son capaces de ver, se guían por el olfato para regresar a su pezón favorito,
con independencia de la postura que adopte la madre o de si sus
compañeros de camada están en medio y hay que trepar por encima de
ellos. Este patrón de comportamiento a la hora de mamar es muy distinto al
de los perros. Los cachorros no muestran una tendencia a pegarse a un
pezón concreto al mamar y a menudo cambian de un pezón a otro mientras
maman.
Un gatito puede amamantarse de una gata que no sea su madre si esta
produce leche, algo que resulta muy práctico cuando las gatas juntan sus
camadas en colonias y otras ocasiones de cría en grupo. No obstante,
cuando los científicos han seleccionado gatitos con una preferencia marcada
por un pezón concreto de la madre y lo han puesto a amamantarse de otra
gata, estos no buscan de forma instintiva el mismo pezón en la otra gata.
Parece ser que reconocen señales olfativas específicas que los conducen al
pezón que buscan en su madre, en lugar de identificar su posición. Es
posible que una feromona materna favorezca la orientación inicial del gatito
hacia la mama y después se produzca un aprendizaje gradual por el cual el
animalito se familiariza con el olor distintivo de su mama favorita. Hay
muchos olores en una cuna de gatitos; no solo la leche materna, también la
saliva o las secreciones de las glándulas de la piel de la madre y los demás
gatitos. A medida que las crías se abren paso entre el pelaje de la madre y se
aferran al pezón elegido, dejan lo que para ellos es un rastro salival y
lechoso individual muy distintivo que les permite regresar cada vez a la
misma mama.

Durante los primeros días en la cuna con su madre y el resto de la camada,


los gatitos aprenden el olor de su madre. Al parecer, es un olor que
recuerdan de adultos. Un artículo académico titulado «Are You My
Mummy?» describe los interesantes resultados de un estudio de memoria
olfativa realizado con gatitos. Los investigadores presentaron tres
bastoncillos de algodón a gatitos de ocho semanas recién separados de sus
madres tras el destete. Uno de los bastoncillos olía a su madre; otro, a una
gata hembra desconocida, y el tercero no olía a nada. Contra lo que cabía
esperar, los gatitos, en lugar de olfatear el olor de su madre, mostraron más
interés por el olor de la gata desconocida. Es posible que la novedad les
llamara la atención y que el olor de un gato nuevo y desconocido les
resultara más interesante, pues su experiencia olfativa hasta la fecha se
había limitado a sus compañeros de camada y a su madre. Por suerte, los
investigadores no se detuvieron ahí. Siguieron el rastro de los gatitos
cuando estos se instalaron en sus nuevos hogares y los visitaron al cumplir
cuatro, seis y doce meses de edad. Volvieron a mostrarle tres bastoncillos
con tres olores diferentes: el de su madre, el de una gata desconocida y otro
sin olor. A los cuatro meses de edad los gatitos mostraron respuestas
diversas a los olores, sin establecer una preferencia clara. Sin embargo, a
los seis meses de edad y a los doce dedicaron mucho más tiempo al olor de
su madre en comparación con los otros dos bastoncillos. ¿Sabían que era el
olor de su madre? Es posible, pero los autores del estudio apuntan que estos
gatos, ya algo más mayores, podían simplemente haber identificado aquel
olor como algo que les resultaba familiar y por eso dedicaron más tiempo a
olerlo. Quizá sea una reacción parecida a cuando nosotros captamos un
aroma en el aire y nos preguntamos a qué nos recuerda. Es difícil confirmar
que los gatitos identifican el aroma de su madre, pero el estudio prueba que
una gata madre tiene su propio olor individual, que debe de ser lo bastante
consistente pese a los cambios en su estado reproductivo a lo largo del
tiempo para que los gatitos la recuerden diez meses después de que la
vieran u olieran por última vez.
Las gatas también saben qué gatitos les pertenecen; cuando se mezclan
camadas, usan el olor de sus crías para distinguirlas de otras. Pese a ello,
cuando se les presenta un grupo de gatitos alejado del nido, propios y
ajenos, las gatas madre no parecen mostrar preferencia por sus propias crías
a la hora de recuperarlas. No se sabe por qué, aunque se sabe que los
maullidos de angustia de los gatitos extraviados son muy potentes y puede
que una gata madre no pueda resistirse a atenderlos, aunque no sean suyos.
En plena naturaleza, un gatito que maúlla atrae a los depredadores, lo cual
es mala noticia para el resto de las crías que lo acompañen. Rescatar
enseguida al gatito que llora es una buena estrategia para evitar atraer una
atención no deseada.
Una investigación de Elisa Jacinto y su equipo descubrió que los gatitos de
una camada desarrollan «firmas» olfativas individuales. Analizó la
sensibilidad de los gatos adultos a los olores de distintos gatitos mediante lo
que se conoce como un test de habituación/deshabituación. Consistía en
mostrar a un gato el olor de una cría (recogido frotando un bastoncillo de
algodón por el cuerpo del gatito) y después registrar cuánto tiempo pasaba
el gato olfateando el olor. El experimento se hizo dos veces más con el olor
del mismo gatito. Conocida como fase de habituación, el tiempo dedicado a
olfatear tiende a reducirse en las siguientes presentaciones del mismo olor.
Después de esto, al gato adulto se le mostró un bastoncillo de algodón con
el olor de otro gatito (el olor de deshabituación). Si el gato detectaba la
diferencia entre el olor del primer gatito y el segundo, la tasa de olfateo de
este nuevo olor debería aumentar en relación con la última muestra del olor
de habituación.
Los resultados mostraron que los gatos adultos de ambos sexos eran
capaces de distinguir los olores de los gatitos de una misma camada, pero
no antes de que las crías cumplieran las siete semanas de vida. Sin embargo,
lo sorprendente es que esto no ocurría con las gatas madres que olfateaban
el olor de sus propias crías. Los investigadores apuntaron que una gata
madre podía ser capaz de aprender y responder al olor general de su camada
o de su nido, presente en cada cría, más que al olor individual de cada una
de ellas. Otra opción es que la gata conozca todos los perfiles olfativos
individuales de sus crías, pero que responda a ellos como grupo, como algo
que «le pertenece». Es posible que esto simplifique las cosas a una gata
madre para seguir la pista de sus gatitos en el día a día.

El olfato sigue siendo una parte muy importante de la vida de los gatos en la
edad adulta. Investigan casi todo lo que encuentran, ya sea alimento, otro
gato, una persona, o cualquier objeto, olfateándolo.
Cuando dos gatos se encuentran de forma amistosa se olfatean cara a cara
(y muestran uno de los comportamientos felinos que más me gustan, el
«choque» de narices) o investigan el cuerpo o el trasero del otro para
obtener información olfativa. Un estudio con gatos en libertad detectó 22
comportamientos sociales distintos, de los cuales el olfateo representaba el
30 % del total. En lugar de los métodos auditivos o visuales preferidos por
los humanos, los gatos, como la mayoría de los carnívoros, dependen en
gran medida de las señales olfativas para comunicarse y las usan para
marcar su territorio y anunciar su estatus sexual a posibles parejas. Las
marcas olfativas transmiten información relativamente duradera sobre quien
las deja sin la necesidad de un encuentro cara a cara y son un legado de su
antepasado solitario, el gato montés. Además de depositar secreciones de
unas glándulas específicas de su cuerpo, algunos gatos usan su orín y sus
heces como señales para que otros gatos las interpreten y a menudo eligen
lugares donde depositarlas que maximicen la durabilidad de la señal y su
potencial para ser descubierta.

DOS NARICES MEJOR QUE UNA


El gato doméstico posee un impresionante sentido del olfato, en parte
debido al tamaño de la superficie del interior de la nariz que registra las
partículas olfativas. Esta superficie (o membrana) olfativa, que en los
humanos mide entre dos y cuatro centímetros cuadrados, alcanza en los
gatos la friolera de 20 cm2 envuelta por los enrevesados pliegues de un
laberinto óseo, lo que se traduce en mucho más espacio para que los olores
se den a conocer. La información recibida por los receptores olfativos se
transmite y procesa en una zona de la parte frontal del cerebro gatuno
llamada lóbulo o bulbo olfatorio.
Además de su impresionante olfato a través de la nariz, los gatos guardan
un as en la manga: un segundo método de detección olfativa que comienzan
a utilizar en torno a las seis semanas de vida. En el paladar, una pequeña
hendidura detrás de los incisivos superiores marca la apertura de dos
conductos estrechos, los llamados canales nasopalatinos. Estos canales
llegan a un par de sacos llenos de líquido que, juntos, forman lo que se
conoce como órgano vomeronasal (OVN) u órgano de Jacobson. Este
órgano, repleto de receptores químicos, conecta con el cerebro en una zona
especial separada del bulbo olfatorio conocida como bulbo olfatorio
accesorio. Todo este sistema olfativo independiente forma el aparato
vomeronasal.
La apertura del OVN se halla en el paladar, así que para que un olor penetre
por ella el gato retrae el labio superior y abre un poco la boca, mostrando
los dientes superiores. Este gesto produce una mueca característica, llamada
reflejo o respuesta de Flehmen. Los gatos a menudo olfatean primero con la
nariz y después se produce el reflejo de Flehmen, con el que adoptan una
expresión como si estuvieran hipnotizados. A diferencia de lo que sucede
en la nariz, donde las moléculas aromáticas inhaladas simplemente aterrizan
sobre la superficie olfativa y activan los receptores, la ruta hacia el OVN es
más compleja. Las moléculas deben ser transportadas por fluidos para poder
recorrer los estrechos canales nasopalatinos que van de la boca al órgano en
cuestión. Parece que el gato entre en contacto físico real con la fuente del
olor a través de la boca; de hecho «saborea» el olor mientras este se
transfiere con la saliva a los canales nasopalatinos de camino al OVN.
Pese a ser una estructura tan pequeña, el OVN ha generado un debate y una
polémica considerables desde su descubrimiento. No es un órgano
exclusivo de los gatos, también lo tienen los perros, los caballos, las
serpientes, los ratones y muchos otros animales. Debe su nombre a Ludvig
Levin Jacobson, quien acuñó una descripción de la estructura de dicho
órgano en varios mamíferos no humanos en su libro Descripción anatómica
de un órgano observado en los mamíferos (1813), ilustrado con dibujos de
un caballo. Dado que la existencia de este órgano está tan extendida entre
las especies es inevitable preguntarse si los humanos también lo tenemos.
Las opiniones al respecto son muy variadas, pero la respuesta más probable
es que este tipo de órgano empieza a desarrollarse en los embriones
humanos, pero en los adultos su presencia permanece vestigial. Carece de
conexiones neuronales con el cerebro y no existe bulbo olfatorio. Así que,
por desgracia, no tenemos la habilidad que tienen los gatos para «saborear»
olores.
Los gatos investigan los olores de la forma convencional, con la nariz. Sin
embargo, ciertos olores, y en particular los que deposita otro gato u otro
animal, también les estimulan el uso del OVN. Entre las fuentes de algunos
de esos olores se incluyen la orina y las heces, junto con superficies que han
sido arañadas o frotadas. Estos olores, descritos con mayor detalle en las
siguientes secciones, brindan a los gatos una importante cantidad de
información social. Tradicionalmente se los conoce como feromonas,
aunque ahora también se denominan como quimioseñales, sustancias
socioquímicas o semioquímicas. Contar con dos métodos de
reconocimiento olfativo debió de resultar muy ventajoso para los gatos
salvajes ancestrales que dependían en gran medida del olor, no solo para
localizar a sus presas, también para seguirse el rastro los unos a los otros y
evitar encuentros innecesarios.

Á
LOS OLORES MÁS APESTOSOS
Estaba sentada en el borde del sofá, con el cuaderno de notas sobre las
rodillas, escuchando a la señora Jones: «Lo hace para fastidiarnos —se
quejaba—. Ayer lo pillé haciéndolo en mis preciosas botas nuevas, justo
delante de la puerta principal.» Miré el gato que estaba sentado en el sofá,
observando atentamente por la ventana. Cecil era culpable del delito más
habitual con el que me topo en mis visitas como asesora de comportamiento
gatuno: marcar con orina. Le pregunté a la señora Jones por qué creía que el
gato quería fastidiarla. «Porque nos marchamos una semana y ahora nos
castiga.» Tras profundizar un poco más descubrí que, durante la ausencia de
sus amos, Cecil había quedado al cuidado de una amable vecina que lo
visitaba una vez al día para darle de comer. La señora Jones añadió: «Ella
[la vecina] me contó que se encontraba los cuencos de comida tirados por
todas partes, que estaba todo hecho un desastre cuando llegaba. Así que
Cecil ya estaba molesto con nosotros entonces.» Se me ocurrió que quizá
alguien más había estado entrando y saliendo de la casa durante la ausencia
de los Jones. «¿Alguna vez ha visto a otros gatos rondando la casa?», le
pregunté. «Está ese gato callejero blanco y negro cabezón que siempre
merodea cerca de la gatera», contestó la señora Jones. Ahí estaba la
explicación. Sin la protección humana de los Jones, un gato oportunista del
barrio (un macho sin esterilizar) había invadido el pequeño pero preciado
territorio de Cecil. El pobre Cecil, ante la amenaza de aquel intruso, sintió
la necesidad de marcar el interior de la casa como su propio territorio para
intentar ahuyentar al gato merodeador.
Uno de los métodos más eficaces que usan los gatos para difundir sus
mensajes olfativos sociales es la orina (y podríamos llamarlos
«meansajes»). Esto está muy bien —aunque huela un poco mal— al aire
libre, donde el viento se lleva el olor para que todos lo disfruten. Sin
embargo, cuando ocurre dentro de casa se convierte en un gran motivo de
discordia entre el gato y sus dueños. El gesto de orinar para marcar es muy
distintivo: el gato se alza sobre una superficie vertical, levanta la cola y la
mantiene erguida y temblorosa mientras dirige un chorro de orina sobre el
objetivo a marcar. Este gesto propicia la dispersión máxima de la orina
sobre la superficie en cuestión, a una altura apta para otras narices felinas,
seguida de una mayor dispersión del depósito líquido a medida que este
gotea y se desliza hacia abajo. Marcar con orina es muy diferente a orinar
agachado, que es una postura que el gato adopta para hacer sus necesidades.
Además, al terminar de orinar, el gato suele cubrir de arena su orina,
mientras que el marcado urinario es un gesto deliberado, pensado para dejar
una señal olfativa para que la huela otro animal. Se trata de un
comportamiento comúnmente asociado a los gatos callejeros sin esterilizar,
que suelen preocuparse más por advertir su presencia, pese a que los gatos y
gatas esterilizados a veces también pueden marcar su territorio así.

Los gatos domésticos que suelen salir al aire libre acostumbran a marcar su
territorio con orina en superficies verticales como postes, árboles o esquinas
de edificios para informar de su presencia a otros gatos. Para los gatos que
viven en grupo, marcar con orina sigue siendo un importante método de
comunicación, aunque dispongan también de otros métodos visuales de
mayor alcance. En las colonias de gatos no esterilizados, como en las
granjas, la tendencia al marcado urinario suele aumentar tanto en machos
como en hembras cuando estas últimas están en celo (el período en el que
son sexualmente receptivas). Sin embargo, el marcado urinario no es
exclusivo de las situaciones de cortejo o apareamiento, ya que los machos
sin esterilizar a menudo marcan territorio cuando llevan a cabo sus
actividades cotidianas, al patrullar sus zonas habituales o al cazar.
Por desgracia para sus amos, algunos gatos domésticos, sobre todo si son
machos, se sienten obligados a marcar territorio dentro de casa, como hacen
los gatos que viven al aire libre. Esto suele ocurrir en situaciones de
competitividad o estrés, como, por ejemplo, cuando varios gatos viven
juntos, pero no son del todo compatibles, o cuando otros gatos del exterior
invaden el hogar, como le ocurrió a Cecil. Las reformas en casa, la
redecoración o un mueble nuevo también pueden provocar un brote de
marcado ansioso en el gato que vive en casa. A los gatos no les gustan los
cambios, sobre todo en lo que respecta a los olores, y el marcado urinario
suele ser un buen indicador de que algo les preocupa. Al igual que un gato
callejero, un gato doméstico elige rincones verticales llamativos y orina en
ellos repetidas veces. Puertas de armarios, marcos de las puertas, maceteros
con plantas y cortinas son para ellos superficies perfectas. Otro de sus
objetivos son los aparatos eléctricos que se calientan cuando están en
funcionamiento, como ordenadores, lavavajillas o —uno de sus favoritos—
tostadoras. El calor amplifica y dispersa aún más el olor del orín, para
horror del desprevenido dueño que enciende el ordenador o mete el pan en
la tostadora para desayunar. Los objetos con olores nuevos que los dueños
han introducido en casa también pueden convertirse en un objetivo, por eso
las botas nuevas de la señora Jones molestaban tanto a Cecil.

¿Qué mensajes transmiten estas marcas de orina en una casa, un jardín o


una granja? Observar la reacción de un gato al oler la marca que otro gato
ha dejado en el lugar indica que la orina en sí no intimida al receptor. Le
resulta interesante, pero no le da miedo: la marca parece servir como punto
de información.
Los primeros estudios de Warner Passanisi y David Macdonald analizaron
las reacciones de gatos de granja ante orinas gatunas de diferentes tipos y
procedencias, comparando cuánto tiempo dedicaban a investigar cada una
de ellas; esto es, lo interesante que les resultaba cada muestra de orina en
relación con las demás. Compararon las respuestas ante muestras de marcas
de un macho, muestras de orina normal de otro macho y muestras de orina
normal de una hembra. A los gatos del estudio se les presentaron muestras
de cada tipo de orina procedentes de gatos de su misma colonia, de una
colonia vecina y de una colonia totalmente ajena y desconocida. Los
resultados demostraron que, si bien los gatos olían la orina normal, la que
más «interesante» les parecía, a juzgar por el tiempo que dedicaban a
husmearla, era la procedente de la marca del gato macho; este fue el caso
tanto para el sujeto macho como para el sujeto hembra. Además, los
machos (y en menor medida las hembras) no dedicaron el mismo tiempo a
oler las muestras de las tres colonias. Las más olfateadas fueron las de la
colonia desconocida, mientras que las de la colonia vecina no se olfatearon
tanto. Las muestras de su misma colonia apenas recibieron atención.
Aunque medir el tiempo dedicado a olfatear es un método bastante limitado
para discernir qué tipo de información obtienen los gatos a partir de la
orina, los resultados del estudio sugieren que la orina de ciertos gatos
despierta más interés que la de otros.
Las diferentes reacciones mostradas por los gatos ante la orina normal y la
de las marcas indican que podría existir algún factor distintivo en la orina
que sirva para marcar territorio. De hecho, parece que hay ligeras
diferencias en la composición química de estos dos tipos de orina, aunque
su origen es incierto. Antaño se creía que la orina usada para marcar
territorio contenía secreciones de las glándulas anales del gato, que se
liberaban en la orina al marcar. Sin embargo, las investigaciones llevadas a
cabo al respecto con grandes felinos como los leones no han hallado
pruebas de la presencia de dichas secreciones en las marcas de orina.
Además, dado que las glándulas anales no tienen contacto directo con la
orina cuando esta es expulsada, parece poco probable que sus secreciones
puedan mezclarse con el chorro de orina.
Los científicos que han analizado la composición de la orina del gato
doméstico han descubierto que contiene una mezcla de sustancias volátiles
(las que se evaporan en forma de gas y se quedan en el aire) y no volátiles
(las que no se evaporan). Un estudio más detallado de los múltiples
componentes volátiles de la orina de los machos reveló que varían de forma
constante a medida que pasa el tiempo, en particular durante los primeros
30 minutos de exposición al aire. Los investigadores analizaron por medio
de test de olfateo de habituación/deshabituación si los gatos eran capaces de
detectar esos cambios temporales. Mostraron a los gatos orina fresca de otro
individuo cuatro veces seguidas y a continuación les presentaron una
muestra de orina más «antigua» (24 horas) del mismo gato para la prueba
final de deshabituación. Descubrieron que, tras reducir la tasa de olfateo en
las cuatro primeras muestras, los gatos volvían a aumentarla cuando se les
presentaba esta muestra final, más antigua, lo cual indicaba que eran
capaces de distinguir entre orina fresca y orina antigua. Lo que resulta
difícil de establecer es cuánta información pueden obtener los gatos al
olfatear: ¿saben la antigüedad de las marcas con tan solo olerlas o solo las
reconocen como diferentes?
El mismo estudio también confirmó que los gatos pueden distinguir la orina
de dos individuos diferentes, aunque esto se vuelve más difícil a medida
que la orina «envejece». Qué componentes de la orina sirven para
distinguirlos sigue siendo un misterio.
Estas habilidades olfativas se experimentaron en interiores y bajo
condiciones controladas. Al aire libre, en un entorno natural, se suman las
complicaciones añadidas de los factores medioambientales, como la
temperatura, la lluvia y el viento, junto al tipo de superficie en el que reposa
la marca; variables que pueden afectar a la velocidad con la que cambian las
propiedades de la orina. No obstante, al observar un gato del vecindario
husmeando una verja y reaccionar con la respuesta de Flehmen, podemos
suponer que quizá esté deduciendo si otro gato ha pasado por allí y cuándo
ha sido. De esta manera, en aquellas zonas donde la población de gatos es
extensa, los que deambulan al aire libre pueden evitar toparse unos con
otros y quizá incluso aprendan a compartir las rutas sin encontrarse, usando
los mismos espacios en diferentes horas del día.
Entre las múltiples sustancias presentes en la orina de los gatos, los
científicos hallaron algo sorprendente: una proteína. Por lo general, las
especies mamíferas no suelen excretar proteína en la orina y su presencia
suele ser indicador de alguna enfermedad. En cambio, la orina del gato
contiene una proteína llamada cauxina. Esta proteína regula la producción
de un aminoácido, la felinina, que es exclusivo de la familia de los félidos,
que también excretan en su orina. La felinina se sintetiza a partir de la
cisteína y la metionina, dos aminoácidos que los gatos solo pueden obtener
de una dieta a base de carne.
Los gatitos empiezan a excretar felinina hacia los tres meses de edad y su
concentración va en aumento con la edad hasta que alcanzan la edad adulta,
cuando aparece en una concentración mucho más elevada en los machos no
esterilizados en comparación con las hembras y los machos esterilizados.
Inodora en su forma original, cuando la felinina pasa a la orina, la
exposición al aire y los microbios hace que empiece a descomponerse y
libera unas moléculas que contienen azufre, llamadas tioles. Junto con el
amoníaco, los tioles son los responsables del típico olor de la orina de gato,
que se intensifica a medida que pasa el tiempo y el olor «madura».
Se ha planteado que el hedor de la orina de un gato macho no esterilizado
podría desempeñar una función importante para que las hembras elijan
pareja, al menos entre los gatos salvajes que tienen que buscarse la vida y
cazar para sobrevivir. Como es lógico, dada la necesidad de consumir carne
para producir felinina, los gatos machos no esterilizados que son buenos
cazadores producirán más felinina y una orina más olorosa. Este tipo de
señales que demuestran aptitud son comunes en muchas especies animales
y permiten a las hembras elegir al mejor padre potencial para su prole.
Para la mayoría de los humanos es difícil que este olor pase inadvertido en
un espacio cerrado; es muy característico y muy fuerte, el horror de muchos
dueños de gatos. No cabe duda de que somos capaces de olerlo, pero
nuestra reacción a los «mensajes» urinarios gatunos no suele ser ideal, al
menos en lo que respecta al gato. Nosotros no captamos el mensaje, como
mucho nos damos cuenta de que hay algo que molesta a nuestro gato. En
lugar de husmearlo con interés, como haría otro gato, nuestro instinto
natural es librarnos de ese olor cuanto antes limpiando la zona afectada o
usando un ambientador. Años de limpiar nuestros hogares y de un
marketing televisivo eficaz nos han animado a usar una serie de productos
comerciales para lograr la limpieza definitiva, que suelen ser los productos
a los que recurrimos para limpiar los rincones donde los gatos han orinado.
Y aquí está el problema: muchos de estos productos de limpieza contienen
amoníaco, igual que la orina del gato. Así que, cuando limpiamos una
marca de orina con un producto «con aroma a pino» y a base de amoníaco,
ese rincón que a nosotros nos huele a pino al gato le huele a orina de gato.
Pero no a la suya. Y por desgracia esto hace que el gato sienta un impulso
irrefrenable de volver a marcar aquel olor ofensivo con su propia orina. De
este modo, el amo del gato suele acabar enredado en un «diálogo» olfativo
con su gato en lugar de conseguir eliminar la maloliente marca original.
La mejor manera de eliminar la marca de orina es con un producto a base de
enzimas, ya sea un producto comercial específico para la orina de gato o
una solución casera a base de detergente biológico en polvo y agua caliente.
Las enzimas presentes en este tipo de productos son más efectivas para
eliminar la marca de orina porque disuelven sus componentes. Para evitar
que el gato vuelva a marcar la casa, redefinir la zona como su lugar para
dormir o comer puede ayudar a disuadirlo de repetir el ciclo.
Por curioso que parezca, hay gente que halla cierta similitud entre el olor de
la orina del gato y el aroma de ciertas plantas y alimentos. No es que posean
una percepción olfativa exagerada. Resulta que uno de los tioles que
producen olor en la orina del gato, la «cetona de gato», también está
presente de forma natural en la uva sauvignon blanc y en la grosella negra.
El lúpulo que se usa para elaborar algunas cervezas, así como el pomelo
recién exprimido, también contiene este mismo elemento «gatuno». En altas
concentraciones, este particular tiol produce un olor abrumador a la orina de
gato, pero en concentraciones más débiles emitirá las notas más afrutadas
que se encuentran en un fresco y agradable sauvignon blanc.

Si bien es lo último que querríamos oler, las heces de los gatos son
extremadamente interesantes para estos animales. La mayoría de los gatos
suelen defecar en tierra suelta (o en su cajón de arena) siempre que pueden
y luego escarban en la tierra para cubrir el excremento. No obstante, los
gatos machos sin esterilizar, y en particular los que viven en colonias de
territorios rurales extensos, suelen dejar algunas de sus heces expuestas para
marcar territorio, como señales olfativas para otros gatos. Como sucede con
la orina, los gatos obtienen mucha información de sus congéneres a partir
de sus excrementos. Ante tres muestras fecales (una propia, una de un
sujeto conocido y una de un desconocido), los gatos dedicaron más tiempo
a olfatear la del gato desconocido, porque les resultaba mucho más
interesante. Este interés, sin embargo, disminuía con el tiempo: cuantas más
veces se les presentaban heces desconocidas, menos interesantes resultaban.
Un examen más detallado de las heces de gato (sí, hay gente que se dedica a
esto) revela que el aminoácido exclusivo de los gatos, la felinina, vuelve a
aparecer. Aunque antes se creía que solo estaba presente en la orina, ahora
se sabe que llega a las heces a través de la bilis del hígado. A diferencia de
lo que sucede con la orina, la felinina está presente en cantidades iguales en
las heces de machos y hembras. No obstante, al compararlas, se encuentra
que las heces de los machos presentan una mayor concentración del
compuesto 3-mercapto-3-metil-1-butanol (MMB). Curiosamente, este
compuesto deriva de la felinina. Al parecer, una parte de la felinina se
descompone en el intestino grueso para convertirse en molécula MMB y se
excreta con las heces junto a la felinina normal. Por lo visto, los machos
descomponen más felinina en MMB que las hembras, lo cual da lugar a una
elevada MMB fecal en sus heces, pero el nivel de felinina fecal real es el
mismo en ambos sexos. El nivel de MMB en las heces también cambia con
el tiempo. De este modo, a los gatos que olfatean heces la MMB no solo les
puede permitir saber cuánto tiempo hace que el excremento fue depositado,
sino también si pertenece a un macho o a una hembra. Las heces también
contienen una mezcla de ácidos grasos que pueden ser más específicas de
cada individuo, lo cual permite al gato olfateador saber de qué sujeto
proceden.

ARAÑAR SUPERFICIES
Si hay algo que disguste tanto a los dueños de los gatos como el marcar
territorio con pis, es arañar. Un estudio reveló que el 52 % de los gatos
domésticos arañan objetos que sus dueños consideran «inapropiados»
dentro de casa. Sin embargo, arañar es una conducta totalmente normal y
necesaria para los gatos, puesto que cumple con una función práctica y es
una sutil forma de comunicarse.
Las garras de los gatos crecen de forma constante y, a medida que lo hacen,
las capas muertas deben desprenderse. Los gatos arañan o se «afilan» las
uñas en los muebles de casa para eliminar esas capas sobrantes. No
obstante, el acto de arañar es más que una simple «manicura». Al arañar, el
gato también se comunica, y lo hace de dos maneras diferentes. Las marcas
que deja forman una señal visual que ven los demás gatos (y dentro de casa,
las personas). El otro mensaje es más sutil. Los gatos tienen entre los dedos
unas glándulas que, al arañar, impregnan la superficie con un olor. Al
analizarlo, los científicos han identificado en él un tipo de feromona que
comprende una mezcla de ácidos grasos y que han descrito como
semioquímico interdigital felino.
Tanto los gatos callejeros como los domésticos que salen al exterior buscan
lugares concretos para arañar que suelen encontrarse a lo largo de sus rutas
habituales dentro de su territorio. Verjas de madera y otras superficies
verticales fáciles de arañar, como los troncos de los árboles, son los más
comunes; y los árboles con corteza más suave suelen estar más solicitados
que los de corteza dura. En el interior del hogar los gatos domésticos
también buscan características particulares al seleccionar superficies que
arañar y prefieren sustratos, a menudo tejidos, que son fáciles de rasgar con
sus garras. Acostumbran a arañar cuando se levantan después de dormir y
les gusta estirarse mientras tanto. Es por esta razón que prefieren hacerlo
sobre objetos verticales y recios que no puedan tambalearse. Un objetivo
habitual es, como bien saben muchos dueños de gatos, el sofá del salón o
una silla tapizada. Hay gatos que prefieren arañar superficies horizontales y
optan por alfombras o felpudos.

Las tensiones y conflictos del hogar se traducen en más arañazos de lo


normal, ya que el gato siente el impulso de marcar más territorio. La
reacción humana más común, regañar al gato para que deje de arañar, rara
vez tiene éxito a largo plazo y puede empeorar las cosas porque aumenta el
estrés del animal. Los gatos también arañan en presencia de sus dueños para
llamar la atención, quizá cuando se sienten hambrientos o frustrados. Para
algunos dueños el acto de arañar es tan inaceptable que optan por extirparle
las uñas al gato (una operación llamada onicectomía), a menudo sin darse
cuenta de lo invasiva y dolorosa que es esta intervención, que en realidad
amputa las articulaciones de los extremos de las garras del gato, no solo las
uñas. En la actualidad este procedimiento es ilegal en muchos países.
En vez de intentar evitar que los gatos arañen, la mejor solución es
ofrecerles superficies de arañado alternativas. Conviene que el dueño
redirija al animal para que arañe algo inocuo y que para el gato sea incluso
mejor que la superficie que solía arañar antes. Lo ideal son un par de postes
bien recios, forrados de yute, sisal o moqueta, colocados cerca de los
objetos que el gato arañaba antes o cerca de puertas y salidas, donde un gato
pueda sentir la necesidad de marcar su presencia. Cuando ya haya
empezado a arañar un poste, lo más probable es que regrese a él porque la
superficie se habrá vuelto más áspera, le gustará más y tendrá su olor. El
gran reto con las superficies alternativas de arañado es cómo atraer al gato
hasta ellas desde el principio. Una forma de hacerlo es rociarlas con un
espray de hierba gatera, que puede ser un buen señuelo, ya que el gato
puede frotarse la cara con el poste o clavar las garras en él con entusiasmo e
iniciar así el proceso de arañar la nueva superficie.
Como se explica en el capítulo 5, que el gato doméstico se frote la cara, los
flancos y la cola tanto con otros gatos como con las personas parece cumplir
algún tipo de función táctil de conexión social similar al acicalamiento
mutuo. Los gatos también se frotan mucho contra los objetos, lo cual puede
ser una exhibición visual en determinados contextos sociales. Sin embargo,
si se observa de cerca la esquina de un armario o el marco de una puerta
donde el gato se frota con regularidad, a menudo se detectará una mancha.
Esta mancha es el residuo ceroso de las glándulas faciales que se hallan en
las mejillas, sienes y orejas de los gatos, así como en las comisuras de la
boca. Al frotarse con gusto, el gato es capaz de apoyar todo el lateral de la
cara, desde el borde de la barbilla hasta la base de la oreja, sobre una
superficie vertical hacia delante y hacia atrás varias veces y, en ocasiones,
incluso ampliar la frotación al resto de su cuerpo. Existe otra glándula, la
perioral, situada bajo la barbilla, que les resulta útil para frotarse sobre
objetos más bajos.
El gato que descubre la marca de frotación que ha dejado otro gato la
investigará con detalle, la olerá y quizá active el reflejo de Flehmen. Las
gatas en celo se frotan con más frecuencia de lo normal y los machos
muestran más interés en este tipo de señales. Esta reacción sugiere que las
marcas de frotación contienen información sobre el estatus sexual de las
gatas, además de otros detalles sociales que la ciencia todavía no ha logrado
dilucidar.
Es de suponer que, cuando un gato se frota en la pierna de una persona,
combina un gesto de afecto y de vinculación social con la oportunidad,
como dijo Mark Twain, de «dejar su autógrafo por toda tu pierna si se lo
permites».

TENER BUEN OLFATO


Cuando abrí la puerta trasera y salí al patio para disfrutar del cálido sol del
mediodía del mes de julio, Bootsy, que había estado observándome en la
cocina, aprovechó la ocasión (siempre lo hace) para salir por la puerta en
lugar de por la gatera. De pie en el porche, hice una pausa y detecté un olor
en el aire: un vecino estaba cortando el césped y el olor era embriagador.
Aquel aroma a hierba recién cortada evocó en mí un breve recuerdo feliz de
mi infancia: ver a mi padre cortar el césped, trazando sus impecables líneas
rectas de color verde. Observé a Bootsy merodear por el jardín, olisqueando
el aire, el suelo y las plantas que se encontraba por el camino: ¿qué festival
de olores estaba experimentando?
Dentro del repertorio sensorial de los mamíferos, el sentido del olfato es
único porque la información recibida por el bulbo olfatorio se transmite
directamente al sistema límbico del cerebro, incluidos la amígdala
(estrechamente asociada con las emociones) y el hipocampo (que controla
los recuerdos). Todos tenemos esos momentos que huelen a césped recién
cortado o a bizcocho recién hecho que catapultan nuestra mente hasta algún
recuerdo remoto de nuestro pasado. Los científicos los llaman recuerdos
olfativos, o «momentos proustianos», por Marcel Proust, el escritor francés
que acuñó por primera vez una descripción de dicha experiencia. Si bien es
difícil saber si los gatos experimentan las mismas sensaciones, sí parecen
poseer la capacidad de reconocer olores de su pasado, como el de su madre,
como se ha explicado anteriormente.
Siempre se ha dicho que las personas tenemos un sentido del olfato muy
pobre. En parte esto se debe a que nos comparamos con especies de
mamíferos que dependen más de su capacidad olfativa para el día a día.
Trabajamos con perros «rastreadores» por su excelente percepción olfativa
para descubrir cosas que nosotros no somos capaces de oler. Si observamos
a los gatos, como hago con Bootsy rondando por el jardín, veremos que
también ellos parecen capaces de detectar una plétora de olores que a
nosotros nos pasan desapercibidos, incluido el olor que nos dejan cuando se
frotan cariñosamente sobre nuestros tobillos.
En 1879 el especialista en neuroanatomía Paul Broca, famoso por sus
trabajos sobre el cerebro y el habla, observó que el lóbulo olfativo de los
humanos era pequeño en relación con el resto del cerebro si se comparaba
con el de otros animales. Broca aseguraba que el lóbulo se había atrofiado
para dar cabida a nuestro lóbulo frontal, mucho más grande. Los seres
humanos pasaron a ser clasificados como «microsmáticos» u olfateadores
mínimos, con un sentido del olfato deficiente, y la etiqueta se nos quedó
colgada.
En la actualidad, científicos como John McGann empiezan a cuestionar esa
etiqueta, a la cual consideran «un mito del siglo XIX». Las nuevas técnicas
de fraccionamiento isotrópico han demostrado que, pese a ser relativamente
pequeños, los lóbulos olfativos humanos contienen la misma cantidad de
neuronas que los lóbulos de los «superolfateadores». Además, la parte
olfativa de nuestro cerebro no se encogió con el tiempo, sino que fue el
resto del cerebro quien se expandió, y por eso esa parte es
proporcionalmente más pequeña.
Resulta que los humanos tenemos un olfato mejor de lo que creemos,
aunque no tan impresionante como el de los gatos o el de los perros. La
ciencia ha descubierto que existen personas capaces de diferenciar más de
un billón de estímulos olfativos diferentes y que poseen unas habilidades
olfativas que rivalizan con las de otros mamíferos con olfatos más
especializados. Uno de los ejemplos más curiosos fue un experimento
diseñado por un equipo de neurocientíficos e ingenieros de Estados Unidos
e Israel, que taparon los ojos y los oídos a un grupo de estudiantes
voluntarios y los situaron en medio de un campo para ver si eran capaces de
seguir un rastro olfativo que los científicos habían preparado. Era el rastro
de un aceite esencial con sabor a chocolate esparcido por un sendero a lo
largo de 10 metros. Gateando, dos tercios de los voluntarios completaron el
experimento con éxito, zigzagueando por el sendero como los perros
cuando siguen el rastro de un olor. Y eso sin haber practicado ni entrenado
en absoluto. Aunque nunca seremos capaces de igualar las habilidades
olfativas de nuestros gatos y perros, para empezar no está nada mal.
La ciencia está muy interesada en saber si los seres humanos, como tantos
otros mamíferos, se sirven del olfato en contextos sociales para
comunicarse entre sí y si la comunicación olfativa también se da entre
especies. En el mundo occidental el olfato y los olores sociales se han
convertido en una especie de tabú entre las personas. Olisquear de forma
deliberada a alguien a quien acabamos de conocer se considera inapropiado,
algo que hacen los «animales». No obstante, hay estudios que indican que
el olfato es mucho más importante a nivel social de lo que creemos. Para
empezar, al igual que los gatos, nuestro cuerpo está lleno de glándulas que
excretan sudor, sebo y olor. Los humanos, como atestiguan los gatos, somos
muy olorosos. Y gastamos una cantidad desmesurada de tiempo y dinero
para enmascarar nuestro olor corporal a base de jabones, desodorantes y
perfumes.
La investigación sobre el uso del olfato en humanos está en una fase de
redescubrimiento. Por ejemplo, sabemos que experimentar diferentes
emociones provoca los cambios correspondientes en nuestro olor: es posible
saber por el olor de alguien si acaba de vivir una experiencia aterradora. No
es habitual ver que la gente se huela a sí misma o a los demás, pero los
estudios revelan que no es porque no lo hagamos, sino que es algo muy
sutil. En un estudio con 400 personas de 19 países se preguntó a los sujetos
si alguna vez se habían olido las manos o las axilas. Más del 90 % admitió
haberlo hecho. El 94 % también había olido a sus allegados y el 60 %
admitió haber olido a desconocidos.
Junto a todo este olfateo disimulado pero consciente de nosotros mismos,
parece ser que a veces también nos olfateamos y olfateamos a los demás sin
darnos cuenta. Hay un experimento muy interesante al respecto, centrado en
si el comportamiento interactivo humano de estrechar la mano es una forma
de intercambiar señales químicas en secreto. Los investigadores
descubrieron que, tras estrechar la mano a alguien del mismo género, la
gente se huele la mano un 100 % más de lo normal. También descubrieron
que, durante los apretones de manos, varios tipos de moléculas volátiles,
potenciales señales químicas, se transfieren de una persona a otra.
Es obvio que tenemos mucha información por transmitir, de forma
consciente o inconsciente, en nuestras manos. Y es importante tenerlo en
cuenta durante nuestras interacciones con los gatos. Una de las mejores
maneras para iniciar una conversación con un gato es mostrarles la mano
con suavidad, con los dedos ligeramente curvados hacia abajo, para que no
crea que vamos a tocarlo. Así le damos la oportunidad de que se acerquen a
nuestra mano y la huelan; y debemos concederles el tiempo que necesiten.
Lo habitual es que nos olfateen largo y tendido, para percibir todos los
olores que les ofrecemos.
Estudios centrados en perros y caballos han demostrado que estas especies
domésticas son capaces de distinguir entre el olor corporal humano
percibido en situaciones de felicidad y en situaciones de miedo. Si bien esto
todavía no se ha estudiado con gatos, parece probable que también ellos
capten las particularidades de nuestro estado de ánimo por medio de las
señales olfativas.

¿Somos nosotros capaces de olfatear a nuestros gatos? Un estudio a


pequeña escala sobre este tema sugiere que no. Cuando a los sujetos del
estudio se les presentaba el olor de su propio gato y el de un gato
desconocido, el porcentaje de aciertos no era superior al que cabría esperar
por azar. Esto contrasta con un estudio similar que investigaba si dueños de
perros podían identificar a sus mascotas por el olor, y que demostró que un
88,5 % eran capaces de hacerlo. Es posible que los gatos, con su gusto por
el acicalamiento, huelan menos que los perros y que por ello sean más
difíciles de identificar. Está claro que nuestros gatos se han percatado de
que no podemos olfatearlos y por ello han recurrido a otros métodos más
visuales y táctiles para captar nuestra atención, disuadiéndonos así de usar
el olfato cuando interactuamos con ellos.

PLANTAS AROMÁTICAS
El gato es probablemente uno de los carnívoros más estrictos del planeta,
hasta el punto de que se lo clasifica como hipercarnívoro. Su vida gira en
torno a la carne. Y sin embargo siente una curiosa predilección por
determinadas plantas. No las come como parte de su dieta, sino como
capricho ocasional.
Hay un libro muy antiguo, publicado en 1768, escrito por el botánico Philip
Miller, titulado The Gardener’s Dictionary. Es un compendio exhaustivo de
todo lo relacionado con la botánica y el jardín e incluye un breve pasaje
sobre la planta Nepeta cataria: «Se llama menta de gato porque a los gatos
les gusta muchísimo, sobre todo cuando se marchita, porque entonces se
revuelcan sobre la planta y la hacen trizas masticándola con gran placer».
Esta es una de las primeras descripciones escritas de los efectos que tiene
esta planta sobre el gato doméstico. La Nepeta cataria o menta de gato es
una hierba perenne que produce pequeñas flores blancas y que hoy es más
conocida como hierba gatera para distinguirla de otras variedades que no
atraen a los gatos de la misma manera.
La breve descripción de Miller alude a una reacción mucho más amplia que
la que la simple inhalación de la hierba gatera provoca en muchos gatos. Si
bien responden con la reacción de Flehmen al oler la hierba gatera, los
estudios han revelado que este olor particular se procesa a través del
sistema olfativo nasal normal del gato y no por el órgano vomeronasal. Tras
oler la planta, el gato suele frotarse la cara con ella y a menudo la lame o
chupa, y babea durante el proceso, revolcándose extasiado y jugueteando.
Por lo general, un gato doméstico disfruta mucho con un juguete blandito
relleno de hierba gatera seca. Este juguete es un clásico de toda la vida en la
industria de los accesorios para gatos y la hierba gatera está presente en
muchos artículos pensados para que los gatos jueguen con ellos. La
aparente reacción eufórica ante la hierba gatera suele durar entre unos 10 y
15 minutos y después desaparece, seguida de un período de una hora en el
que la planta ya no produce el mismo efecto. Pero esta falta de interés es
solo temporal, ya que, como bien saben los dueños de los gatos amantes de
la hierba gatera, el mismo juguete volverá a ser igual de divertido la
próxima vez que lo recuperemos de debajo del sofá.
Inevitablemente, esta conducta gatuna tan sorprendente atrajo la atención de
la ciencia, que quería averiguar qué es lo que ocurría con esta planta tan
curiosa. En 1967, el genetista Neil Todd descubrió que la reacción a la
hierba gatera se hereda a través de un gen dominante, y solo dos tercios de
los gatos reaccionan a esta planta. Los gatitos pequeños, pese a contar con
el gen en cuestión, no reaccionan a la planta al menos hasta los tres meses
de vida, y a menudo hasta los seis. El ingrediente secreto de la hierba gatera
resulta ser un compuesto llamado nepetalactona, y la reacción que provoca
está muy extendida en toda la familia de los félidos: muchos de los felinos
más grandes, como tigres, ocelotes y leones muestran comportamientos
similares al olerla. Sin embargo, sigue siendo un enigma por qué la
nepetalactona produce esta reacción en los gatos y sus parientes.
Y no se trata solo de la hierba gatera: se han descubierto más plantas que
poseen un atractivo especial para los gatos. Algunas de ellas son la
madreselva, la valeriana y el matatabi. Tras analizar el matatabi, los
científicos descubrieron que el componente de esta planta al que reaccionan
los gatos es el nepetalactol, similar a la nepetalactona de la hierba gatera.

En un artículo académico de 1964 que pasó bastante desapercibido, Thomas


Eisner, de la Universidad Cornell, describió una serie de experimentos que
demostraban que la nepetalactona tiene la propiedad de repeler a ciertos
insectos. Eisner postuló que la nepetalactona cumple una función protectora
al disuadir a los insectos que se alimentan de plantas de consumir las que
producen este compuesto, como la hierba gatera. Con el descubrimiento de
Eisner en mente, científicos que estudiaban el matatabi decidieron explorar
este efecto con los gatos y vieron que los gatos que frotaban la cabeza y la
cara con hojas de matatabi se beneficiaban del efecto repelente que la planta
tiene sobre los mosquitos. Que la apasionada reacción gatuna a esta planta
tenga algún beneficio práctico, aunque es probable que sea accidental, es
algo a lo que sin duda se prestará mucha más atención.
Habían pasado ocho semanas. Para Sheba, como para la mayoría de gatas
domésticas que han criado, la dicha de la maternidad empezaba a
desvanecerse ahora que sus seis gatitos correteaban y daban tumbos a su
alrededor. De vez en cuando, al tumbarse, alguno intentaba aprovechar la
ocasión para mamar y ella se lo quitaba de encima enseguida. Ya estaban
destetados del todo, ya casi eran independientes.
Yo los observaba con atención mientras les ponía sus platitos de comida y
ellos corrían hacia mí, excitados por el olor suculento. Pronto se marcharían
a sus nuevos hogares y cada uno de ellos se llevaría un trocito de la manta
de la cuna, impregnada del olor de su madre y de sus hermanos. Y yo me
encargaría de ayudarlos a adaptarse a los enormes cambios y desafíos que
tenían por delante: olores extraños, hogares diferentes; y a comunicarse con
sus nuevos dueños.
CAPÍTULO 3
AMOR AL PRIMER MIAU

«Los gatos parecen regirse por el principio de que nunca está de más pedir lo que uno quiere.»

JOSEPH WOOD KRUTCH


«Ese de ahí. No hace más que sentarse y soltar bufidos.» El conserje del
colegio señaló un agujero bajo el viejo edificio. Me agaché, me asomé y
saludé al sucio y escuálido gatito que soltó un bufido con todas sus
raquíticas fuerzas. Sid, alias el Bufidos, como lo apodamos cariñosamente,
pertenecía a una colonia de gatos asilvestrados que mis colegas y yo
rescatamos de los bajos de aquel colegio, donde empezaban a ser un
problema. Tras una breve estancia en un refugio, donde todos fueron
esterilizados y las crías entregadas en adopción, se reubicaron en una
granja. A lo largo de los años siguientes, y a base de alimentarlos a diario
en su caseta especial de la granja, aquellos gatos acabaron formando parte
de mi vida. Allí, a medida que empezaban a confiar en mí, encontraron
nuevas formas de comunicarse conmigo con menos bufidos y más sonidos
amistosos propios de los gatos domésticos.
En el mundo de los gatos, donde los olores son lo más importante, oír
hablar a una persona por primera vez debe de ser una experiencia
desconcertante, con todos esos sonidos diferentes y desconocidos dirigidos
a otra persona o, lo que resulta aún más llamativo, al propio gato. Los
humanos estamos muy preocupados por la palabra hablada, parloteando con
todo el mundo. Intrigados por saber qué significan los sonidos «hablados»
de los gatos, hemos desarrollado cierta fascinación por sus vocalizaciones.
En las profundidades de los libros de historia, una anotación del diario del
abad Galiani de Nápoles, con fecha del 2 de marzo de 1772, ofrece algunas
de las primeras reflexiones sobre las vocalizaciones gatunas:
«Estoy criando a dos gatos y estudiando sus hábitos; un campo de
observación científica totalmente nuevo [...]. Los míos son un macho y una
hembra; los he aislado de los demás gatos del barrio y me he dedicado a
observarlos de cerca. Aunque parezca mentira, durante los meses que han
durado sus amores no han maullado ni una sola vez: de este modo, uno se
da cuenta de que el maullido no es su lenguaje amoroso, sino más bien una
señal para el ausente.»
Sin saberlo, Galiani se adelantaba al observar que sus dos gatos nunca se
maullaban el uno al otro. El auténtico propósito del maullido se descubriría
siglos después, cuando empezaron a aceptarse estudios científicos más
amplios sobre los gatos.
Con el transcurrir de los años la literatura felina se embarcó en una especie
de viaje mágico y misterioso por los aparentes talentos lingüísticos de los
gatos. La mayoría de los autores intentaron definir la vocalización de los
gatos bajo los parámetros del lenguaje humano, identificando patrones
consonánticos, vocálicos y determinadas letras «humanas» en el lenguaje
gatuno. Reflexionando sobre las diferencias entre perros y gatos, Dupont de
Nemours, un naturalista del siglo XVIII, escribió: «El gato, además, tiene la
ventaja de un lenguaje que posee las mismas vocales que las que pronuncia
el perro, a las que suma seis consonantes: m, n, g, r, v y f.»
Algunos autores fueron incluso un paso más allá para describir el uso que
hacen los gatos de palabras humanas reales. En 1895, Marvin R. Clark,
músico y amante de los gatos, publicó un libro encantador y algo
desconcertante titulado Pussy and Her Language. En él incluye el «Artículo
sobre el maravilloso descubrimiento del lenguaje gatuno», presuntamente
escrito por un profesor francés llamado Alphonse Leon Grimaldi. En él, el
tal Grimaldi afirmaba haber descifrado el lenguaje de los gatos y ofrecía un
profundo análisis del uso que estos felinos hacen de las vocales, las
consonantes (al parecer, usadas con «delicadeza» por los gatos) y la
gramática, así como palabras y números.
El artículo de Grimaldi incorporaba una lista de lo que él consideraba las
palabras más importantes del lenguaje gatuno:

DICCIONARIO FELINO DE GRIMALDI

Aelio Comida
Lae Leche
Parriere Abierto
Aliloo Agua
Bl Carne
Ptlee-bl Carne de ratón
Bleeme-bl Carne cocinada
Pad Pie
Leo Cabeza
Pro Uña o garra
Tut Extremidad
Papoo Cuerpo
Oolie Pelaje
Mi-ouw Ten cuidado
Purrieu Satisfacción
Yow Exterminio
Mieouw Aquí
Y Grimaldi añade: «En el lenguaje felino la norma es colocar el nombre o
el verbo en el primer lugar de la frase, para así preparar la mente del oyente
para lo que viene a continuación». Por si esto no fuera suficiente, también
creía que los gatos eran capaces de contar y elaboró una exhaustiva lista que
incluye aim para el número uno y zule para los millones.
Las «traducciones» de Grimaldi suscitaron, como es lógico, reacciones
dispares. Muchos autores las tildaron de disparatadas. Sin embargo, entre
sus extravagantes propuestas había algunas ideas realmente interesantes. Su
descripción de un gato enfurecido, por ejemplo, resultará familiar a mucha
gente:
«La palabra yew [...], pronunciada como un explosivo, es la expresión de
odio más fuerte del gato y una declaración de guerra.»
En 1944, Mildred Moelk revolucionó el mundo del lenguaje gatuno con su
detallado estudio sobre la fonética de los sonidos de sus propios gatos. Su
enfoque dividía los sonidos vocálicos de los gatos domésticos en tres
categorías principales según su pronunciación. En primer lugar, los que el
gato hacía con la boca cerrada, como el ronroneo, el gorjeo, el chirrido y el
murmullo. En segundo lugar, los que hacía abriendo y cerrando la boca: el
maullido, la llamada de apareamiento de los machos y de las hembras y el
aullido agresivo. En último lugar, los sonidos que el gato hace con la boca
abierta, que suelen estar asociados con la agresividad, la defensa o el
sufrimiento: gruñidos, aullidos, bufidos, escupidos, intenso cortejo de
apareamiento y gritos de dolor.
La dificultad de esta clasificación vocal radica en la enorme variación en la
producción de los sonidos, tanto entre varios gatos como en un único
individuo. Como dijo Moelk con mucha elegancia: «El gato doméstico, a
diferencia del ser humano, no tiene impuesto ningún modelo de lenguaje
tradicional ni ninguna norma de pronunciación correcta a la cual ajustarse».
Desde entonces, su trabajo ha servido de base para el análisis de las
vocalizaciones felinas. Algunos investigadores han intentado clasificarlas a
partir de criterios fonéticos, como Moelk, mientras que otros han estudiado
sus cualidades acústicas o se han centrado en el contexto conductual.
Aunque los gatos poseen una amplia gama de vocalizaciones, en las
interacciones entre ellos las reservan para tres tipos de ocasiones: encontrar
pareja, pelear y la comunicación entre madres y crías. Las dos primeras
tienen sonidos muy fuertes que solemos escuchar por las noches: alaridos,
gritos, chillidos espeluznantes... El tipo de sonidos que hacen que una salga
corriendo a ver qué sucede o se tape los oídos para no oírlos. En cambio, los
sonidos suaves que intercambian una madre y sus gatitos conectan mucho
mejor con los humanos: algo que los gatos parecen haber resuelto por sí
mismos en su afán por hacer que los entendamos. En su búsqueda para
comunicarse con los humanos, parece que los gatos han descubierto
ingeniosamente que son los sonidos suaves, como los que se usan entre una
madre gata y sus gatitos, los que más nos atraen.

EL MAULLIDO DEL GATO


Los gatitos nacen con la capacidad de ronronear, escupir y emitir maullidos
simples. Al menos, a nosotros nos parecen simples. Lo que el oído humano
capta como chillidos es, en realidad, una serie de llamadas diferentes de los
gatitos. Además de llorar cuando están hambrientos, tienen una llamada de
socorro que varía en tono, duración y volumen según sea la causa de su
angustia. El maullido de una cría que pasa frío tiene el timbre más agudo; el
de una que se ha perdido es el más fuerte, y el maullido más urgente y
persistente es el que emite cuando está atrapada. Este último suele darse
cuando la madre se tumba de lado para amamantar a sus crías y, sin querer,
aplasta a una de ellas. Según el tipo de maullido, la madre responderá
apartando al gatito atrapado o cambiando de postura. Mover el cuerpo
mientras amamanta a su camada permite que el gatito que se ha
desprendido de un pezón y se ha enfriado pueda acurrucarse de nuevo, y
que el que había quedado atrapado pueda liberarse.
Un estudio de Wiebke Konerding y su equipo analizó en profundidad las
respuestas de los gatos adultos, tanto machos como hembras, a las
grabaciones de dos tipos de maullidos de crías. Uno de ellos estaba grabado
en lo que los autores del estudio describen como un contexto de «baja
excitación», en el que los gatitos se habían alejado de su madre y del nido
(estaban, por lo tanto, «perdidos»). El otro se grabó en un contexto de «alta
excitación», en el que, además de separarlos de la madre, los gatitos estaban
retenidos (atrapados) por uno de los investigadores. Al oír las grabaciones,
las gatas reaccionaban con mayor rapidez en busca del origen de los
maullidos (el altavoz) ante el maullido más urgente (el de los gatitos
atrapados) en comparación con el menos urgente (el de los gatitos
«perdidos»), lo cual indicaba que eran capaces de diferenciar entre los dos
tipos de maullido. Esto sucedió así con independencia de si las gatas tenían
crías o no. Los machos, en cambio, si bien reaccionaron ante los sonidos de
los gatitos, no mostraron diferencia alguna entre un tipo de maullido y otro.
Por lo tanto, las gatas parecen estar preparadas para identificar las llamadas
de socorro de sus crías. Los estudios también han demostrado que cada cría
desarrolla, a medida que crece, su propia versión individual de estas
llamadas de socorro y que estas se mantienen constantes cuando se hacen
mayores. Si las gatas son capaces de reconocer a sus gatitos de forma
individual a partir de sus maullidos es algo que todavía desconocemos.
A su vez, las gatas tienen un tipo de llamada muy especial que usan cuando
interactúan con sus crías. Descrito a menudo como una especie de gorjeo
suave que Moelk transcribió fonéticamente como «mhrn»1. Es un sonido
delicado y alegre, descrito por Lafcadio Hearn en el siglo XIX como «un
arrullo suave, un tono que es pura caricia».
Para los humanos, esta cautivadora llamada es igual en todas las gatas que
han criado. Sin embargo, las crías son capaces de reconocer esta llamada de
su propia madre con tan solo cuatro semanas de vida. Y no solo entre los
varios tipos de sonidos propios su madre, también del arrullo y otros
maullidos de otras madres. Los científicos lo descubrieron al grabar en
vídeo y analizar las respuestas de gatitos de cuatro semanas de vida
expuestos a los sonidos de su madre y de otras gatas madre. Aunque en la
sala no había ninguna gata madre, el equipo reprodujo los sonidos desde
detrás de una pantalla ante una camada de gatitos en su nido. Les pusieron
un maullido y un arrullo de su propia madre, y un maullido y un arrullo de
una gata madre desconocida, en una fase de cría equivalente a la suya. Al
comprobar las respuestas de los gatitos, el equipo descubrió que se ponían
en estado de alerta con mayor rapidez ante los arrullos que ante los
maullidos. También permanecían en alerta durante más tiempo, se
acercaban más rápido a la fuente del sonido (el altavoz) y permanecían allí
más tiempo cuando escuchaban el arrullo de su madre en comparación con
el resto de sonidos. Que los gatitos sean capaces de algo así cuando aún son
tan pequeños sugiere la existencia de un nivel de cognición avanzado en un
momento en el cual apenas empiezan a moverse y a explorar el mundo que
los rodea. Puede tratarse de una adaptación para sobrevivir en la naturaleza,
donde las gatas suelen esconder sus camadas para ir en busca de alimento.
Su arrullo tranquilizador al regresar hace saber a los gatitos que pueden
salir sin peligro de su escondite.

A medida que los gatitos maduran y se convierten en gatos adultos, sus


cuerdas vocales se desarrollan y sus maullidos de bebé evolucionan hasta
los sonidos más elaborados que describimos como maullidos adultos.
Cuando ya llevaba un tiempo estudiando a mis gatos adultos me di cuenta,
igual que Galiani en 1772, de que nunca los había oído maullarse entre
ellos. De vez en cuando se increpaban con un bufido y en alguna ocasión
ronroneaban bajito al sentarse juntos, pero hasta ahí llegaban sus sonidos.
Estudios posteriores confirmaron este descubrimiento. El característico
maullido del gato adulto está reservado casi de forma exclusiva a las
interacciones entre gatos y humanos.
En la naturaleza, lejos de las comodidades de un hogar humano, los gatitos
van dejando de maullar a medida que se vuelven más independientes. Sin
embargo, en los gatos domésticos los maullidos son, con diferencia, los
sonidos más habituales que dirigen hacia los humanos. Nuestros gatos
domésticos a menudo combinan el maullido con otros sonidos, como
gorjeos o ronroneos. Algunos gatos, igual que las personas, son más
parlanchines que otros. Algunos de pura raza, y en particular los de razas
orientales, como el birmano y el siamés, tienen fama de maullar mucho.
Aunque también hay que decir que muchos gatos cruzados se pasan el día
maullando a sus dueños.
¿Por qué nos maúllan? Parece que, a lo largo de los más de 10 000 años que
llevan junto a nosotros, han aprendido que no siempre entendemos su
maravillosamente sutil lenguaje de olores, meneos de cola y movimientos
de orejas. Necesitan hacer ruido para captar nuestra atención. Mucho ruido.
Siendo un animal con tanta capacidad de adaptación, ¿qué podría ser más
lógico que usar los sonidos que, siendo crías, resultaban tan eficaces para
obtener una respuesta de su madre?
¿Qué es exactamente un maullido? Resulta difícil dar con una respuesta
sencilla. Nicholas Nicastro, de la Universidad Cornell, ha estudiado en
profundidad el maullido y la comprensión que tenemos de él. Su definición,
maravillosa aunque muy técnica, describe la acústica del maullido:
[...] un sonido casi periódico con al menos una banda de energía tonal realzada por las propiedades
resonantes del tracto vocal. La duración de la llamada oscila entre una fracción de segundo y varios
segundos. El perfil tonal suele ser arqueado, con cambios de resonancia que a menudo quedan
reflejados en cambios de formantes que confieren al maullido una cualidad vocálica similar a un
diptongo. [...] este tipo de llamada muy a menudo incluye características atonales y adornos (gorjeos
o gruñidos) que pueden servir para diferenciar las llamadas por su percepción.

Una versión más sencilla, más fonética, es la propuesta por Susanne Schötz
y su equipo del proyecto «Meowsic» de la Universidad de Lund, en Suecia:
«[...] un sonido vocálico generalmente producido abriendo y cerrando la
boca y que contiene una combinación de dos o más sonidos vocálicos (por
ejemplo [eo] o [iau] con una [m] o una [w] inicial ocasional.»
La definición del Urban Dictionary es mucho más escueta y directa: «Un
maullido es el sonido que hace un gato. También es el sonido que hace un
humano cuando imita a un gato.»
Al oído humano, los maullidos pueden sonar amistosos, exigentes, tristes,
asertivos, persuasivos, persistentes, lastimeros, quejosos, adorables e
incluso molestos. Algunos científicos han intentado clasificarlos en
diferentes subdivisiones, pero dicha clasificación es complicada porque,
como sucede con otros sonidos gatunos, el maullido varía de forma
sustancial de un gato a otro; e incluso varía en un mismo gato según el
momento. A pesar de esta variabilidad, parece que cada idioma tiene una
palabra para «maullido», desde el danés mjav hasta el japonés nya.
Se diga como se diga, el sonido de un gato maullando es inconfundible. ¿O
no lo es? A menos que sea el llanto de un bebé. Ambos sonidos se generan
por la vibración de las cuerdas vocales en la laringe y la acústica de ambos
es muy similar, sobre todo en lo que se conoce como frecuencia
fundamental, es decir, el número de ondas sonoras que se producen por
segundo. Para quien escucha, esta frecuencia se percibe como el tono del
sonido: cuanto más alta es la frecuencia, más alto es el tono. Diversos
estudios han demostrado que el llanto de recién nacidos y bebés sanos tiene
una frecuencia media de entre 400 y 600 Hz y se describe con un patrón
descendente o ascendente-descendente mientras dura el llanto. Nicastro
descubrió que el maullido de un gato adulto, aunque muy variable, tiene
una frecuencia media de 609 Hz. Otros investigadores, como Schötz, han
hallado valores similares.
Con un tono tan parecido, tanto el maullido del gato como el llanto de un
bebé resultan muy difíciles de ignorar. Está demostrado que el llanto de los
bebés, muy estudiado, provoca un estado de alerta y angustia en los adultos.
De hecho, Joanna Dudek y su equipo de la Universidad de Toronto
demostraron que escuchar el llanto de un bebé afecta a nuestra capacidad
para realizar otras tareas. Nadie ha estudiado si el maullido de un gato tiene
el mismo efecto, pero, dada la similitud acústica con el llanto de un bebé y
la creatividad de los gatos, se puede asumir que distraen bastante.
¿Por eso es tan difícil ignorar a los gatos? ¿Han manipulado nuestro cerebro
para que respondamos a una necesidad urgente de atención como la de un
bebé? Es posible que sí, aunque probablemente no de forma intencionada.
Por medio de la domesticación, y de forma involuntaria, hemos
seleccionado a los gatos con el maullido más persuasivo y, como es lógico,
este maullido tiende a parecerse al llanto de los bebés. El estudio de
Nicastro demostró que, comparado con el gato salvaje africano (antepasado
del gato doméstico), el maullido del gato doméstico resulta mucho más
dulce a oídos humanos. Esto puede tener relación con la diferencia de tono
de los maullidos: el del gato salvaje tiene una media de 255 Hz, mientras
que el del gato doméstico alcanza los 609 Hz, mucho más alto. Otro estudio
que analizó la acústica de los maullidos del gato callejero y el gato
doméstico descubrió que los tonos del maullido del gato callejero también
eran mucho más bajos que los del gato doméstico. Los del gato callejero se
parecían más a los del gato salvaje del estudio de Nicastro. Esto indica que
la socialización y la experiencia con humanos modifican de alguna manera
el maullido del gato doméstico.
Resulta curioso que, si bien los gatos callejeros rara vez maúllan cuando por
primera vez los cuida una persona, transcurridas unas semanas en compañía
de esa persona terminan maullando casi tanto como un gato doméstico.
Incluso algunos de los gatos asilvestrados que estudié en la granja, que solo
se me acercaban unos instantes cuando les servía la comida antes de
marcharme cada día, aprendieron a maullar un poco a medida que iba
pasando el tiempo. Los gatos aprenden rápido.
Lo que parece ser una adaptación muy deliberada de sonidos normales para
manipular a otra especie se ha descubierto en una especie de felino salvaje,
el margay (Leopardus wiedii). Así lo reveló un estudio científico realizado
por Fabiano de Oliveira Calleia y su equipo en la región brasileña de la
selva amazónica. En busca de la máxima información posible sobre las
diversas especies de felinos salvajes de la zona, los científicos entrevistaron
a lugareños que vivían en la jungla. A partir de esas entrevistas surgieron
informes sobre casos en los que el puma (Puma concolor), el jaguar
(Panthera onca) y el ocelote (Leopardus pardalis) imitaban los sonidos de
sus presas (como agutíes y aves) en un intento por atraerlas.
Un día, el equipo estudiaba a un grupo de tamarinos calvos, unos primates
pequeños que habían rastreado, cuando vieron cómo un margay atraía la
atención del tamarino vigilante, el «centinela» del grupo, imitando la
llamada de una cría de tamarino. El centinela, confundido, subía y bajaba
del árbol en busca de la cría y alertó al resto del grupo. Esta estratagema del
margay, si bien no tuvo éxito el día en el que Calleia y su equipo la
detectaron, permite a este felino atraer a su presa hasta una posición más
favorable para atacarla al hacerse pasar por uno de ellos. Los investigadores
señalan que todas las presas mencionadas por los lugareños en las
entrevistas emiten sonidos cuyas características podrían ser reproducidas
por los felinos. Imitar el sonido de la cría de la presa es especialmente
ingenioso, ya que, como sucede en los humanos, garantiza una reacción.
Por lo general, las especies de animales salvajes suelen ser bastante
silenciosas, en parte como una respuesta innata al miedo que resulta
esencial para su supervivencia. Aunque algunos sonidos son necesarios para
atraer a la pareja, ahuyentar a los enemigos o dar la alarma, para muchos de
ellos la comunicación a través del olor es una apuesta mucho más segura
para evitar ser detectados por los depredadores. Asimismo, para
depredadores como el gato salvaje africano, antepasado del gato doméstico,
una aproximación silenciosa tiene más probabilidades de resultar en una
caza exitosa y, por ende, en alimento. «Charlar» es, en realidad, un lujo del
que solo gozan especies como la nuestra, que no tiene que preocuparse por
ser cazada y devorada o por cazar para alimentarse.
El proceso de domesticación juega a favor de los animales que menos
miedo tienen de las personas, los que mejor responden a estar cerca de
nosotros. Esta relajación del miedo viene acompañada de una menor
tendencia al silencio, por lo que emitir sonidos en situaciones nuevas y
diferentes se convierte en una opción. Como dijo Darwin, «sabemos que
algunos animales, tras ser domesticados, han adquirido el hábito de emitir
sonidos que no les eran propios». Los perros son un buen ejemplo. Su
especie salvaje ancestral, el lobo, ladra cuando es un cachorro, pero rara vez
lo hace de adulto, cuando el ladrido representa solo un 2 % de los sonidos
que emite. A los lobos jóvenes se les disuade de ladrar cuando crecen para
no atraer la atención, pues podría ser peligroso, y para no ahuyentar a sus
presas. Sin embargo, y como bien sabrá cualquier persona que viva en una
zona residencial, muchos perros domésticos adultos ladran un montón. Si
un lobo ladra, cosa que sucede muy pocas veces, lo hace solo por dos
razones: para defender su territorio o para alertar a la manada. Los perros,
en cambio, no solo son más «ladradores» en general, también usan sus
ladridos en muchas circunstancias diferentes.

¿DE QUÉ ESTÁS HABLANDO?


«Cuando maúllo significa que... Tengo hambre... Quiero que me llenes el plato... Quiero que me lo
llenes ahora... Quiero salir... Quiero entrar... Cepíllame... Saca mi juguete de debajo del sofá...
Cámbiame la arena... Acabo de dejar un ratón en el cajón del escritorio... Yo no rompí ese jarrón...
Bájame de este árbol... Por favor, cárgate al perro de la vecina... Hola... Adiós.»

HENRY BEARD
Cuando escuchamos a los gatos, ¿podemos saber qué quieren decirnos con
esos maullidos que con tanta habilidad nos dirigen? Muchas personas creen
entender por qué maúllan. No obstante, bajo la lupa de la ciencia, parece
que quizá nos basamos en algo más que en sus maullidos para hacernos una
idea general de lo que quieren. En un experimento pionero, Nicholas
Nicastro grabó maullidos de gatos en cinco situaciones distintas: pidiendo
comida, protestando al ser cepillados, solicitando atención, pidiendo que los
dejaran salir y estresados al viajar en coche. Los reprodujo ante personas y
descubrió que, aunque se defendieron mejor en la identificación en
contextos con maullidos, resultaba bastante difícil identificar el contexto del
maullido que escuchaban. A la misma conclusión también llegaron estudios
similares posteriores.
Esto sugiere que los maullidos de los gatos simplemente captan la atención
de las personas y transmiten la necesidad o el deseo de algo en lugar de
transmitir información detallada sobre lo que quieren. En palabras de
Nicastro, los gatos pueden maullar «para provocar, más que para
especificar, una reacción». Una vez han usado el maullido para captar la
atención de una persona, suelen emplear técnicas visuales o táctiles para
explicar qué es lo que necesitan con tanta urgencia, como frotar la cabeza y
los flancos alrededor de nuestras piernas y luego contra el armario de la
comida o sentarse mirando fijamente la puerta trasera.
Durante años los científicos pensaron lo mismo sobre los ladridos de los
perros. Sin embargo, poco a poco se fueron dando cuenta de que la
estructura acústica de los ladridos varía según el contexto en el que se
producen. Por ejemplo, el ladrido que responde al sonido del timbre es más
áspero, más grave, más largo y más repetitivo que el ladrido que emite el
perro cuando juega o cuando se queda solo.
Entonces, ¿puede decirse que los maullidos no son más que sonidos sin
sentido para llamar la atención? Al igual que los gatitos con sus chillidos,
los gatos adultos parecen tener su propio repertorio individual de maullidos.
Esto es, en parte, lo que hace que para la gente resulte tan difícil distinguir
los contextos. Algunos científicos apuntan a que estas variaciones podrían
ser similares a los distintos dialectos y lenguajes de las personas. El estudio
de Nicastro profundizó un poco más y descubrió que, como sucede con los
ladridos caninos, la cosa no es tan sencilla. Descubrió que tener experiencia
con gatos mejora la capacidad de las personas para identificar el contexto de
los maullidos. Un estudio posterior de Sarah Ellis y su equipo demostró que
los dueños de gatos distinguen mejor el tipo de maullido cuando escuchan
grabaciones de sus propios gatos que de gatos desconocidos. Otros
investigadores han observado que las mujeres reconocen mejor los distintos
contextos de los maullidos, posiblemente relacionado con una puntuación
más alta en el nivel de empatía hacia los gatos.
En general, el consenso es que identificar los maullidos es difícil, pero no
imposible. Con el tiempo, los gatos domésticos pueden aprender a variar
sus maullidos a medida que los dueños se acostumbran a los sonidos
particulares de su gato y aprenden a diferenciar su significado. Nicastro cita
esto como un ejemplo de «ritualización ontogenética», un proceso durante
el cual los miembros de ambas especies modelan de forma gradual el
comportamiento del otro mediante la repetición de una interacción social.
Si los humanos podemos aprender a descifrar maullidos a medida que
adquirimos experiencia con los gatos, parece probable que este tipo de
sonidos contenga alguna información real. Muchos científicos coinciden
ahora en que, mientras otras especies nos ofrecen sonidos diferentes,
determinadas características de estos sonidos son parecidas en muchos
«lenguajes» animales. Tamás Faragó y su equipo demostraron que, al
escuchar las expresiones vocales caninas, los humanos emplean las mismas
reglas acústicas innatas y sencillas que usan para evaluar el contenido
emocional de las vocalizaciones de otra persona. Esto parte de un concepto
planteado por Darwin por primera vez en 1872: «Que el tono de voz guarda
relación con ciertos estados de ánimo está razonablemente claro.» Por tanto,
el procesamiento del contenido emocional es algo que probablemente
hacemos de forma natural y sin darnos cuenta al oír vocalizaciones de otras
especies, gatos incluidos.
Los investigadores han analizado con más detalle las cualidades acústicas
del maullido gatuno. Un estudio observó que los maullidos grabados
durante una situación agradable (como recibir un premio) presentaban tonos
medios más altos que los grabados en una situación desagradable (viajar en
coche dentro de un transportín). En otro estudio, Suzanne Schölz y su
equipo, en Suecia, descubrieron la existencia de diferencias sutiles entre los
maullidos según el contexto: vieron que el estado de ánimo del gato afecta
tanto al tono como a la forma en la que este varía durante el maullido. Así,
un maullido positivo a modo de saludo o para pedir comida tiene un tono
que sube y termina más alto, mientras que un maullido infeliz o angustiado
—por ejemplo, al viajar en coche dentro de un transportín— tiene un tono
descendiente.

Puede que los oyentes humanos no sepan distinguir las sutilezas entre dos
maullidos positivos registrados en diferentes contextos, como «solicitando
comida» y «solicitando atención». Sin embargo, otro estudio de Schötz
mostró que, cuando se les pedía que diferenciaran entre maullidos
positivos/felices (pedir comida/saludar) y negativos/tristes (en el
veterinario), los participantes obtuvieron resultados bastante superiores a la
media. Al igual que en las pruebas anteriores de Nicastro, quienes tenían
más experiencia con gatos obtuvieron mejores resultados. Parece ser que
podemos aprender a distinguir información emocional básica al escuchar
los maullidos.
En otro estudio, Pascal Belin y su equipo analizaron nuestra percepción de
los maullidos positivos (relacionados con la comida y amistosos) y
negativos (angustiados) e hicieron un descubrimiento fascinante. Mediante
resonancia magnética, monitorizaron la actividad cerebral del oyente
mientras escuchaba grabaciones de los maullidos y vieron que, incluso
cuando los oyentes no distinguían si el maullido era positivo o negativo, su
cerebro los registraba de forma diferente. Las vocalizaciones negativas
estimulaban una mayor respuesta en regiones de la corteza auditiva
secundaria, mientras que las positivas generaban mayores respuestas en
partes de la corteza prefrontal inferior lateral. Por lo tanto, la percepción,
que no el reconocimiento, de estas emociones positivas y negativas parece
ser inherente, lo cual se traduce en una interesante desconexión entre la
activación cerebral y el comportamiento consciente.
Parece ser que estamos más sensibilizados con las vocalizaciones tristes.
Una amplia encuesta sobre la opinión que la gente tiene de sus mascotas
reveló que los adultos que tienen animales domésticos encuentran más
tristes las vocalizaciones de animales angustiados que los adultos que no
tienen mascotas. Y los que tienen gatos son particularmente sensibles a las
vocalizaciones angustiadas de sus mascotas. Esta sensibilidad ante la
«tristeza» gatuna puede ser el precio que los dueños pagan por una mejor
comprensión de las vocalizaciones de sus gatos. Esto no es algo negativo:
desde el punto de vista del bienestar es importante que estemos lo más
sintonizados posible para detectar si nuestros gatos están tristes, ya que son
muy buenos ocultando enfermedades y estrés.
Existe una vocalización gatuna que la gente suele describir como triste: el
maullido mudo. Es tan increíblemente eficaz que inspiró The Silent Miaow,
el divertido y cautivador libro de Paul Gallico. Los gatos parecen reservarlo
para los momentos en los que más necesitan tocar la fibra sensible a sus
humanos. Consiste en que, una vez captada la atención de la persona, el
gato mantiene un contacto visual suplicante y emite un maullido mudo.
Gallico, divertido, ofrece un consejo a los gatos en su libro: «No lo
exageres. Resérvalo para el momento adecuado.» Los gatos son expertos en
esto. Una variante es lo descrito como: «No puedo hacer otro sonido que
este débil gemido ronco», que resulta casi igual de efectiva.

«MODO EN QUE HAY QUE DIRIGIRSE A LOS


GATOS»2
A la gente le encanta hablar. Una observación que, como es evidente, no
pasa inadvertida a los gatos, dada la creatividad con la que han
transformado sus llamadas de gatitos en maullidos dirigidos a los humanos.
A la gente también le encanta hablar con sus gatos. Muchos dueños de
gatos conversan con sus mininos durante el día, como si charlaran con otra
persona. En un estudio, el 96 % de las personas que tenían gato aseguraron
que hablaban con él cada día, y el 100 % lo hacía de vez en cuando. La
mayoría de los encuestados admitieron, tan felices, que confían en sus gatos
y que les cuentan problemas y cosas importantes. Cuando han estado fuera
de casa, los que regresan tras un largo período de ausencia, hablan más con
sus gatos que si han estado ausentes durante poco tiempo, como lo harían
con otra persona.
De la misma manera que los gatos han modificado sus maullidos en un tono
más dulce y agudo cuando se comunican con nosotros, muchos dueños
cambian el tono de voz y la forma de hablar cuando conversan con sus
gatos. La mayoría de las personas encuestadas aseguran que hablan con su
gato como si este fuera una persona o, más concretamente, un niño
pequeño. El resultado nos recuerda a la manera en la que hablamos a los
bebés y a los niños pequeños. El «maternés», que es como se denomina este
tipo de lenguaje, se ha estudiado mucho como concepto, sobre todo en
relación con los bebés. Se ve —o más bien se oye— en muchas lenguas y
culturas y lo hablan tanto hombres como mujeres, no solo madres. Este tipo
de lenguaje suele usar un rango de tono más alto y amplio que el del habla
normal, se ejecuta con más lentitud y contiene muchas repeticiones. Cuando
se dirige a los bebés, el maternés también puede comprender elementos
simplificados y exagerados del lenguaje, como vocales alargadas: «¿Cómo
estááá mi niñaaa?» Hay estudios que han demostrado que el habla dirigida a
las mascotas tiende a carecer de vocales alargadas, pero por todo lo demás
alberga un parecido sorprendente con el maternés.
Por qué hablamos así a nuestros bebés y nuestros gatos es todo un misterio,
aunque está claro que no es nada nuevo. En su audaz y fascinante libro de
1987, The Language Used in Talking to Domestic Animals, H. Carrington
Bolton lo describe de una forma un tanto mordaz:
Al sentir la dificultad de hacerse entender, el ser humano trata de rebajar su lenguaje al nivel de la
inteligencia animal, del mismo modo que las madres jóvenes recurren a esa absurda parodia del habla
conocida como «lenguaje infantil». Por qué se supone que los bebés y los animales domésticos
entienden mejor los sonidos inarticulados que el habla ordinaria es difícil de explicar; tal vez, sin
embargo, como escribió Bousset: «Les oreilles sont flattées par la cadence et l’arrangement des
paroles» [traducido aproximadamente como: «Los oídos son acariciados por el ritmo y el tono de las
palabras.»].

La referencia de Bolton a las cautivadoras palabras de Bossuet se acerca a


la verdad. La investigación ha demostrado que los bebés prefieren el
«lenguaje infantil» al lenguaje normal adulto. El estilo inconfundible del
maternés confiere al mensaje un ritmo y un tono «alegres» a los que los
bebés se muestran particularmente sensibles. El maternés los ayuda en el
aprendizaje del lenguaje y ayuda a crear un vínculo emocional con su
interlocutor. Al hablar a los gatos de forma similar es como, si de un modo
no consciente, los estuviéramos tratando como a nuestras crías. O tal vez
estemos imitando el tono agudo de sus maullidos. Hay quien va más allá e
incluso imita las vocalizaciones del gato con el cual interactúa; y esto
suelen hacerlo sobre todo los jóvenes que juegan de forma más activa con
los gatos. Se trata de una práctica habitual, al parecer exclusiva de la gente
que tiene gatos y que por lo general no suele darse entre los dueños de otros
animales domésticos.
Aunque no está claro qué captan los gatos —si es que captan algo— del
maternés, parece que sí les llama la atención; al menos a veces. Muchos
especialistas del habla concluyen que alterar nuestras vocalizaciones de esta
manera es necesario para que los animales se den cuenta de que les estamos
hablando. Un pequeño estudio que analizaba de forma específica la reacción
de los gatos domésticos a los distintos tipos de habla humana descubrió que
son capaces de distinguir la diferencia entre el habla dirigida a ellos y el
habla normal que las personas utilizan entre adultos. Sin embargo, solo se
daba el caso cuando quien hablaba era su dueño; los gatos no diferenciaban
entre los dos tipos de habla cuando quien hablaba era un extraño. Esto
subraya una vez más la importancia de la ritualización comunicativa en las
relaciones entre un gato y su dueño, en especial en el caso de los gatos
domésticos, que suelen estar menos expuestos a los extraños.
No es necesario ajustar nuestro tono de voz para que los gatos nos
escuchen. Está comprobado que el rango auditivo de los gatos es uno de los
más amplios que poseen los mamíferos, con un alcance de 10,5 octavas
frente a nuestras 9,3 octavas. Pueden oír sonidos graves similares a los que
oímos nosotros, pero su rango es muy superior al nuestro, lo cual les
permite oír las llamadas de sus presas, como ratones y ratas. Además, tienen
unas orejas móviles sorprendentes, capaces de rotar de forma independiente
hasta 180 grados, una capacidad que les permite localizar sonidos con gran
precisión. En realidad, no tienen excusa para ignorarnos.
A veces parece que los gatos no nos oyen cuando los llamamos, pero en
realidad distinguen muy bien las voces humanas. Los científicos emplean la
técnica de la habituación/deshabituación para investigar cómo reaccionan
los gatos ante diferentes sonidos. En uno de estos experimentos, llevado a
cabo por los científicos Atsuko Saito y Kazutaka Shinozuka, se analizaron
las respuestas de unos gatos ante distintas personas que los llamaban por su
nombre. En una prueba parecida a una especie de desfile de identificación
auditiva, los gatos escuchaban las grabaciones de tres extraños que los
llamaban por su nombre, uno a uno, separadas por 30 segundos de silencio
y seguidas por la llamada de su dueño. Los extraños eran personas del
mismo sexo que el dueño y se les pidió que llamaran al gato de la misma
manera que lo hacía el dueño, para que la llamada sonara lo más similar
posible. El análisis de los vídeos con los gatos escuchando las grabaciones
demostró que sus reacciones disminuían con las sucesivas presentaciones de
diferentes extraños llamándolos por su nombre (habituación). Sin embargo,
cuando escuchaban la llamada de su dueño, su reacción aumentaba de
nuevo (deshabituación), lo cual indicaba que reconocían la voz de su dueño.
Su reacción no era una vocalización recíproca o una respuesta física obvia,
sino más bien un movimiento sutil de las orejas y la cabeza que se volvía
más pronunciada al escuchar la voz de su amo en lugar de la de un
desconocido.
A partir de este estudio, y utilizando de nuevo la técnica de la
habituación/deshabituación, Saito y su equipo estudiaron la capacidad de
los gatos para distinguir su propio nombre entre cuatro nombres comunes
parecidos al suyo en términos de construcción y pronunciación.
Comprobaron que los gatos, tras prestar menos atención a los nombres
comunes, volvían a reaccionar al escuchar su nombre. Que sean capaces de
distinguir su propio nombre de esta manera sugiere un nivel de
comprensión vocal en los gatos que suele ir asociado a los perros y a su
afán por escucharnos, comprendernos y complacernos, cualidades rara vez
atribuidas a los gatos.

¿ALGO QUE AÑADIR?


Si bien los gatos suelen ceñirse al maullido para comunicarse con la gente,
también tienen otros sonidos con los que cautivarnos. Uno de ellos es el
gorjeo. Este sonido, que recuerda a la llamada suave y delicada que usan las
gatas con sus crías, lo utilizan a menudo para saludarnos. A veces se oye
cuando se acercan a su dueño tras haber pasado un tiempo separados o
como respuesta al saludo de este. Suelen combinarlo con un maullido para
generar un sonido más largo. En definitiva, es una vocalización alegre y
amistosa que, como bien observa Paul Gallico, tiene el siguiente efecto en
las personas: «Por una razón u otra, parece que les hace sentir bien y los
pone de buen humor.»
Este sonido no debe confundirse con el inusual ruido que emplean cuando
avistan un pájaro u otra presa fuera de su alcance, a menudo a través de una
ventana o una puerta de cristal. Se trata de curioso castañeteo de dientes
que, a veces, también incluye elementos vocales. Su propósito es un
misterio, quizá sea un sonido de frustración, aunque algunos investigadores
apuntan que es posible que el gato lo use para atraer la atención de su presa,
imitando el parloteo de los pájaros, como el ingenioso margay del
Amazonas.
Sin embargo, puede que el sonido más seductor de los gatos sea el
ronroneo. Como dijo Mark Twain: «No puedo resistirme a un gato, sobre
todo a uno que ronronea.» Durante muchos años el ronroneo fue un
misterio, no se sabía cómo producían los gatos este sonido ni tampoco lo
que significaba. Una de las primeras teorías al respecto sugería que era
producido por la sangre que circulaba por las venas del pecho. Con el
tiempo los científicos se percataron de que dicho sonido procede de la
garganta. A día de hoy, sabemos que está controlado por un oscilador neural
o «centro del ronroneo» en el cerebro, que envía señales a los músculos de
la laringe. A su vez estos responden abriendo y cerrando rápidamente el
espacio entre las cuerdas vocales, la glotis, lo cual genera vibraciones a un
ritmo de entre 25 y 150 por segundo mientras el gato inspira y espira. El
resultado es un ronroneo casi continuo.
Y no solo ronronean los gatos domésticos; muchas de las especies de
felinos más grandes, como los guepardos, también pueden emitir este
impresionante sonido. Lo curioso es que las especies de grandes felinos que
ronronean no pueden rugir, y las que rugen, como el león, no pueden
ronronear. Se cree que esto es debido, al menos en parte, a las diferencias en
la estructura de las cuerdas vocales, más largas y carnosas en los animales
que rugen. Como sucede con los maullidos, parece que cada gato doméstico
tiene su propio ronroneo, cuyas características varían entre las fases de
inspiración y espiración.
La razón exacta por la que los gatos ronronean sigue siendo un misterio.
Capaces de emitir dicho sonido desde que son crías, los gatos domésticos
empiezan a ronronear acurrucados entre el pelaje de su madre mientras
maman, junto a sus hermanos. Más adelante, al crecer, ronronean cuando
están en contacto con personas o con otros gatos en un contexto amistoso;
cuando tienen sueño o cuando están calentitos y cómodos. Un estudio
comparó el comportamiento de los gatos domésticos cuando su dueño
pasaba 30 minutos fuera de casa y cuando pasaba cuatro horas. Los
investigadores descubrieron que los gatos ronroneaban mucho más cuando
volvía el dueño si este había estado ausente más tiempo.
Como siempre ocurre con los gatos, la historia no es tan sencilla. El gato
doméstico ronronea en muchas más situaciones que cuando está felizmente
acurrucado sobre el regazo de una persona. En aparente contradicción con
lo que ocurre en estas situaciones tan apacibles, los gatos también pueden
ronronear en situaciones más estresantes, como cuando los llevamos al
veterinario. Un estudio llevado a cabo en una clínica veterinaria demostró
que el 18 % de los gatos ronronean cuando el veterinario los examina, y esa
no es una situación apacible para un gato. Algunos también ronronean
cuando sienten dolor o cuando se están muriendo. Pese a que aún no se ha
encontrado una explicación definitiva al ronroneo, es posible que en cierto
modo sea algo reconfortante para el gato.
Sea cual sea su propósito natural, el gato doméstico ha convertido el
ronroneo en una ventaja a la hora de comunicarse con las personas. Algunos
ronroneos contienen una vocalización de tipo maullido más aguda, por lo
que tienen más musicalidad que otros. Suelen darse cuando el gato tiene
hambre y pretende persuadir a su dueño para que le dé comida. Karen
Mccomb y su equipo de la Universidad de Sussex descubrieron este «llanto
enmascarado en el ronroneo» al analizar la acústica de varios ronroneos
grabados en distintas situaciones. Al escuchar ronroneos grabados las
personas pueden distinguir entre ronroneos normales y ronroneos con
maullido, y estos últimos siempre les resultan más urgentes o exigentes y
menos agradables que un ronroneo satisfecho. El maullido integrado en
estos ronroneos urgentes, como el maullido normal, posee una gran
similitud acústica con el llanto de un bebé, lo cual hace que este ronroneo
que «suplica» comida sea más difícil de ignorar.

¿ESO ES TODO?
El logro es impresionante. El gato doméstico, oportunista como él solo, ha
aprendido a adaptar las llamadas que hacía cuando era un gatito para
colarse en nuestro cerebro y tocarnos la fibra, haciéndose pasar de forma
involuntaria (o no) por una de nuestras crías. A cambio, nosotros también
hemos adaptado nuestra forma de hablar y a menudo nos dirigimos a ellos
como si de verdad fueran nuestras crías. A grandes rasgos, sabemos detectar
si están contentos o tristes. Pero la mayoría de las veces, cuando ya han
captado nuestra atención con un maullido, necesitan mostrarnos de forma
física lo que nos quieren decir. Con un poco de esfuerzo pueden entrenarnos
para que los entendamos mejor. Mientras tanto, es obvio que los gatos
entienden mucho más de lo que les decimos de lo que aparentan, y
seleccionan la palabra más importante —su nombre— dentro de nuestro
incesante parloteo con la esperanza de que augure algo bueno para ellos.
¿Eso es todo? ¿La comunicación entre gatos y personas ya no da más de sí
o todavía sigue evolucionando? En términos evolutivos, gatos y humanos
han tenido poco tiempo para trabajar en ello: apenas hace 10 000 años que
empezamos a hacernos compañía. Esto, combinado con el hecho de que son
una especie solitaria por naturaleza y poco dispuesta a usar su «voz», hace
que sea un milagro que podamos comunicarnos vocalmente. Es poco
probable que los gatos lo dejen ahí cuando tienen tanto que decir.
El pequeño gato blanco y negro me esperaba sentado frente a la puerta del
cobertizo. Casi un año después de rescatarlo del recinto del colegio, había
crecido mucho y tenía el pelaje más espeso, limpio y saludable. Sid el
Bufidos se había convertido en una especie de gato modelo de las ventajas
de la esterilización, con sus fotos del «antes» y el «después» dignas de ser
publicadas en revistas de gatos. Evitando cualquier contacto visual con él,
como había aprendido, abrí la puerta del cobertizo y empecé a servir la
comida para él y el resto de la colonia de gatos. Sid se sentó en mis pies y
entonces oí cómo ponía en marcha el motor del ronroneo. Le dirigí un par
de palabras cariñosas y me correspondió con un maullido lastimero.
Finalmente había aprendido cómo dirigirse a mí...; a la hora de comer, al
menos. Emocionada, me di la vuelta para mirarlo, me agaché y, muy
despacio, le tendí la mano para que me olfateara. Vacilante, Sid me olfateó.
Y después soltó un bufido. Genio y figura hasta la sepultura.
CAPÍTULO 4
COLAS Y OREJAS QUE HABLAN

«El lenguaje de la cola no puede malinterpretarse, tan indicativo como es de los sentimientos del
gato.»

ALPHONSE GRIMALDI
Era casi mediodía, hora de comer para el pequeño grupo de gatos que yo
estudiaba en el recinto del hospital. En lo alto de la rampa, la puerta de
acceso a la cocina se abrió para dar paso a una bandeja de sobras; el menú
del día eran huevos revueltos. Justo a tiempo, Frank, el gran gato macho
residente, regresaba de su patrulla matutina. Betty, una de las gatas, se
acercó a él, acelerando el paso. Mientras trotaba hacia Frank, Betty llevaba
la cola levantada, apuntando al cielo. Apunté en mi cuaderno: «Cola
arriba».
Mientras paseaba por los jardines del hospital aquella misma tarde,
localizando los sitios donde se ubicaban los demás gatos (los que no eran
parte de mi grupo de observación), una de las más amistosas, Flo, se acercó
a mí. Al agacharme para saludarla volví a fijarme: llevaba la cola arriba
mientras se me acercaba para frotarse contra mis piernas.
No fue un momento «¡Eureka!», pero me dio que pensar de vuelta a casa.
¿Por qué Flo levantó la cola conmigo como Betty la había levantado con
Frank? ¿Acaso Flo me consideraba una más, como si yo fuera una enorme
gata de dos patas? Y, si así era, ¿éramos iguales? Había visto gatitos que, al
correr hacia sus madres, llevaban la colita arriba, así que quizá me
consideraba una figura materna un poco extraña. ¿Qué significaba para un
gato llevar la cola levantada? ¿Era una señal deliberada de algo o tan solo
un gesto inconsciente, como cuando nosotros nos mordemos el labio si
estamos nerviosos o sonreímos cuando estamos contentos?
Este, así como otros comportamientos gatunos, me tenía fascinada, y amplié
mi investigación con un segundo grupo de gatos callejeros de una granja
vecina. Pasé casi un año estudiando las interacciones de cada grupo,
anotando todo lo que pude, incluido el uso que le daban a la cola.
A medida que las especies animales han evolucionado para habitar
diferentes entornos ecológicos, sus colas han adquirido nuevos aspectos y
estilos. Existen colas enormes, en aparente desproporción con el resto del
cuerpo; colas prensiles, peludas, emplumadas, espinosas y resbaladizas,
diminutas colas vestigiales y, en algunos casos, como en el nuestro, no
queda ni rastro de cola.
Las funciones de la cola son igualmente diversas. En organismos que
carecen de extremidades, como los peces, la cola es imprescindible para la
locomoción. E incluso en los que cuentan con patas para desplazarse, a
menudo utilizan su cola como una ayuda para el movimiento, ya que mejora
el equilibrio y la coordinación. Las ardillas, por ejemplo, usan su peluda
cola para estabilizarse al saltar de árbol en árbol, y la ciencia ha descubierto
que los canguros, cuando pastan y se mueven despacio, usan la cola como
una pata más.
Algunas especies han adaptado su cola para que se vuelva prensil y les
permita agarrarse a soportes cercanos. En este fascinante grupo figuran el
diminuto ratón de campo, que utiliza su cola para trepar por los tallos de
hierba, y el siempre activo caballito de mar, que se sujeta a las algas con la
cola para tomarse un descanso. Los primates del llamado Nuevo Mundo
cuentan con colas prensiles más robustas, capaces de soportar todo el peso
de su cuerpo cuando se balancean de un árbol a otro en busca de alimento.
Esta fuerza y esta flexibilidad han precisado de cambios evolutivos
considerables en la estructura ósea y muscular de la cola.
Muchos animales han desarrollado usos de la cola que van más allá del
movimiento y el equilibrio. Algunos pangolines, puercoespines, osos
hormigueros y lagartos las utilizan como armas, por lo general para
defenderse de los depredadores.
En aquellas especies más predispuestas a convertirse en presas de otras, la
cola se usa a menudo para hacer una señal de alerta al detectar un
depredador. Esta señal puede ser una llamada de atención para otros
animales de su especie, para advertirles de que se aproxima un depredador,
o una señal para el propio depredador, para hacerle saber que ha sido
detectado y ha perdido la ventaja del efecto sorpresa. O incluso ambas. El
ardillón de California, por ejemplo, hace señales con la cola cuando detecta
una serpiente al acecho, de modo que alerta a las demás ardillas y a menudo
logra que la serpiente abandone su misión depredadora y su escondite, que
ha sido descubierto.
Un aspecto del movimiento de la cola que resulta de gran interés para la
ciencia es su potencial para transmitir el estado de ánimo del animal. Es la
base de muchos estudios para mejorar el bienestar animal, sobre todo el de
los animales domésticos. Los estudios sobre perros, por ejemplo, han
revelado muchas más sutilezas sobre el típico movimiento de cola de las
que jamás habríamos sospechado. En uno de esos estudios, Angelo
Quaranta y su equipo contaron con 30 perros a los que presentaron cuatro
estímulos diferentes —su amo, un extraño, un gato desconocido y un perro
desconocido dominante— para registrar cómo meneaban la cola en
respuesta a cada uno de ellos. Descubrieron que, cuando los perros se
sentían felices y excitados al ver a su dueño, movían la cola más hacia la
derecha. El mismo movimiento, aunque con menor entusiasmo, se daba
cuando veían a un extraño. Al ver a un gato, el meneo se reducía mucho,
pero conservaba cierta tendencia hacia la derecha. Sin embargo, cuando
veían al perro desconocido, movían la cola más hacia la izquierda.
Estos patrones de meneo a izquierda y derecha pueden deberse a que dos
emociones diferentes provocan respuestas en lados distintos del cerebro. El
lado izquierdo del cerebro, que cuando se activa produce el meneo
orientado hacia la derecha, parece estar asociado a respuestas de
aproximación, y por esta razón podría verse estimulado cuando el perro ve a
su dueño, a otra persona o a un gato. Ver a un perro desconocido, sin
embargo, podría provocar una tendencia a retirarse, algo que controla el
lado derecho del cerebro, que activaría el meneo de la cola hacia la
izquierda.
Para estudiar si los demás perros se percatan de este meneo de cola
asimétrico, Marcello Siniscalchi y su equipo mostraron vídeos a varios
perros en los que aparecían canes meneando la cola hacia la izquierda o
hacia la derecha. Descubrieron que, viendo los vídeos, los perros mostraban
una frecuencia cardíaca elevada y puntuaciones conductuales de estrés más
altas cuando observaban a otro perro meneando la cola hacia la izquierda,
en comparación con el que la meneaba hacia la derecha. En otras palabras,
parecía que, a partir del movimiento de la cola, detectaban que el perro del
vídeo estaba en actitud de «retirada», un recurso útil para evitar situaciones
potencialmente peligrosas.
Los animales de granja muestran variaciones sutiles parecidas en el
movimiento de la cola según lo que estén haciendo y cómo se sienten. Las
vacas, por ejemplo, suelen mantener la cola quieta cuando se agrupan; la
mueven hacia el cuerpo mientras comen; y la agitan con energía cuando
entran en contacto con un cepillo mecánico. Un descubrimiento un poco
más alarmante es el de los cerdos. Los científicos vieron que, en una
pocilga, detectar que un número creciente de individuos empieza a
desenroscar o retraer la cola es un indicador razonable de un brote
inminente de caudofagia: mordeduras de cola, que puede degenerar en
canibalismo de colas.

¡COLAS ARRIBA!
La cola de un gato doméstico tiene, según la raza, hasta 23 vértebras de
gran movilidad, además de un impresionante conjunto de músculos y
nervios. Esto le permite moverla en casi cualquier dirección: arriba, abajo,
de lado a lado y a distinta velocidad. Su extraordinaria flexibilidad no pasó
desapercibida a los antiguos griegos, que llamaban al gato ailouros, de
aiolos (movimiento) y oura (cola). Los gatos domésticos de hoy en día han
adquirido, con un poco de ayuda de la cría artificial, una amplia variedad de
colas, desde largas y delgadas hasta grandes y peludas, torcidas, cortas o
enroscadas.
Los miembros salvajes de la familia Felidae, si bien carecen de las
variaciones de cola de sus primos domésticos, poseen la misma anatomía
básica de cola flexible, lo cual hace que sus colas sean una excelente ayuda
para el equilibrio. El éxito del guepardo como depredador de alta velocidad
se atribuye, en parte, a que usa la cola para estabilizar su rápido
movimiento. A los científicos que trabajan en el desarrollo de robots les
fascina la idea de reproducir de forma artificial esta impresionante
maniobrabilidad para incorporarla en sus diseños. A partir de datos
recopilados con guepardos reales, el doctor Amir Patel se percató de que,
aunque parece gruesa y pesada, la cola del guepardo es sorprendentemente
ligera y su volumen se debe, sobre todo, a la gran cantidad de pelaje que
presenta. Al suspender colas de guepardo dentro de un túnel de viento para
analizar su movimiento, descubrió que poseen importantes propiedades
aerodinámicas que redirigen y estabilizan al animal mientras este se mueve.
Para los gatos domésticos, al igual que para sus primos salvajes, la cola es
una gran ayuda para mantener el equilibrio. No tanto para perseguir
antílopes por las llanuras africanas como para andar de puntillas por las
estrechas vallas del jardín y las estanterías de casa, pero aun así es un
instrumento de precisión.
Dado que los felinos pertenecen a una especie depredadora más que de
presa, sus colas tienen algunas funciones diferentes de las de los animales a
los que pueden dar caza. Leopardos, leones y gatos domésticos mueven
ligeramente la punta de la cola de un lado a otro cuando acechan a sus
presas. La ciencia apunta que la cola puede funcionar como un señuelo para
captar la atención de la presa, porque la distrae y evita que vea la cara y —
lo más importante, las mandíbulas— del gato. También puede ser que dicho
movimiento de cola responda a la frustración o a la anticipación de la
comida.
Es posible que uno de los usos más innovadores de la cola de un felino sea
el descrito por E. W. Gudger en 1946. Su artículo recopila relatos
individuales de varios lugareños y exploradores de la Amazonia que
presenciaron y describieron un fenómeno similar observado en jaguares.
Estas observaciones, entre los años 1830 y 1946, procedían de una extensa
zona que abarcaba los ríos del sur de Brasil y llegaba hasta la cabecera del
Amazonas. A la caza de un pez para cenar, un jaguar se aproximaba a una
zona donde hubiera un árbol frutal y se colocaba, agazapado, a lo largo de
un tronco o una rama inclinada sobre el río. La presa era una cachama negra
o cualquier otro pez que coma fruta, porque se asoman a la superficie del
agua cuando oyen caer frutas de los árboles. Con la cola, el jaguar daba
golpecitos en el agua, imitando el sonido de la fruta al caer. En cuanto el
pez subía a la superficie para investigar, el jaguar lo cazaba de un zarpazo.
Brillante.
Como en el caso de los perros, la cola de los gatos es un instrumento para
expresar sus emociones. Los gatos domésticos muestran muchos de sus
sentimientos con los gestos de la cola, cambiándola de posición con un
gracejo envidiable y una amplia variedad de movimientos indicativos.
Canon Henry Parry Liddon, un clérigo del siglo XIX amante de los gatos,
describió la cola del gato como un «gatómetro», ya que refleja su estado de
ánimo, siempre volátil. Tenía razón.
Gracias a una combinación de ciencia y arañazos cuando malinterpretamos
esas señales, ahora conocemos el significado de muchas de las posturas que
adoptan las colas de los gatos. Mi favorita, la más estudiada y la que quizá
resulte más familiar a la gente es la cola levantada, la que detecté por
primera vez aquel día cuando Betty se acercaba a Frank y Flo se acercaba a
mí, hace mucho tiempo ya, en el recinto del hospital.
La cola se mantiene en posición vertical, sin esponjar, a menudo mientras el
gato se aproxima hacia alguien o hacia otro gato. Es posible que la punta
quede un poco enroscada, como si flotara en el aire. De vez en cuando, la
cola tiembla un poco, como cuando los gatos se preparan para marcar con
orina una superficie vertical. Por suerte, ellos rara vez confunden estas dos
situaciones.

1. Dusty se adentra en el núcleo de la colonia felina.


2. Penny levanta la cola y se aproxima a Dusty.

3. Dusty responde levantando la cola.


4. Dusty y Penny se saludan frotándose las cabezas.

Después de dedicar muchas horas a observar las colonias gatunas del


hospital y la granja, analicé todas las interacciones que había registrado y
empecé a hacerme una idea de cómo los gatos utilizaban la cola para
comunicarse. Descubrí que cuando un gato se acercaba a otro con la cola
levantada era poco probable que se produjera una agresión. Por el contrario,
si se acercaba con la cola baja, el resultado era más impredecible: unas
veces los dos gatos se mostraban amistosos, se olfateaban y se quedaban
sentados uno junto al otro; otras veces se producía un comportamiento más
hostil. Al mostrarse con la cola levantada, un gato parecía indicar al otro
que su intención era amistosa, una especie de señal que dice: «Vengo en son
de paz».
El otro gato, a su vez, respondía levantando la cola, y a continuación ambos
intercambiaban gestos amistosos, como frotarse las cabezas o los cuerpos
(véase Interacción típica entre dos gatos con la cola alzada). A veces, al
detectar que un gato se aproximaba con la cola levantada, el gato receptor
decidía que no estaba de humor y la interacción se anulaba, pero el uso de
la cola levantada al principio solía asegurar que la interacción no se iba a
volver desagradable.
Tras mis primeras investigaciones, en un experimento sencillo pero eficaz,
Charlotte Cameron-Beaumont, de la Universidad de Southampton,
profundizó en el estudio del comportamiento de la cola levantada: mostró a
varios gatos domésticos siluetas recortadas de otros gatos, algunas de ellas
con la cola levantada y otras con la cola caída. Los gatos del experimento se
acercaban más rápidamente a las siluetas que tenían la cola levantada que a
las de la cola caída. También era mucho más probable que levantaran la
cola a modo de respuesta a las siluetas con la cola levantada. A veces, las
siluetas con la cola caída hacían que el gato observador moviera la cola o la
escondiera hacia abajo, un indicador de que se sentía molesto o temeroso
ante ese «impostor» con la cola hacia abajo. Este estudio confirmó que la
cola levantada es una señal que los gatos reconocen como una
aproximación cordial.
Otros científicos se preguntaron si el uso de la cola levantada dentro de
grupos de gatos seguía algún patrón concreto: ¿cuál era la «etiqueta» de la
cola levantada? Las investigadoras italianas Simona Cafazzo y Eugenia
Natoli analizaron el uso de este comportamiento en una colonia de gatos
esterilizados de Roma. Clasificaron a los gatos según los resultados de los
encuentros agresivos entre distintas parejas de individuos y los compararon
según la forma de utilizar las señales de la cola. Detectaron que los gatos de
menor rango tendían a levantar la cola mucho más a menudo, mientras que
los de mayor rango recibían dicha señal con más frecuencia.
No obstante, como suele ocurrir con los gatos, las reglas no son tan
sencillas. Clasificar a los gatos en función de los encuentros agresivos a
menudo simplifica en exceso sus relaciones, sobre todo dentro de una
colonia extensa, donde ellos suelen evitar ese tipo de encuentros siempre
que pueden. John Bradshaw analizó los datos de la colonia de gatos romana
desde otra perspectiva diferente. Se percató de que las hembras de aquella
colonia rara vez usaban la cola levantada entre ellas, ni tan solo cuando sus
rangos, determinados por el éxito en los encuentros agresivos, eran muy
alejados. También observó que la señal de la cola levantada la usaban las
hembras con los machos, por un lado, y los machos jóvenes con los machos
adultos, por otro lado. Bradshaw concluyó que, en términos generales, la
cola levantada es una señal amistosa que usan los gatos más
jóvenes/pequeños ante los mayores/más grandes: las crías con sus madres,
los jóvenes con los adultos y las hembras con los machos. La forma en que
se usa dentro de cada categoría no está tan clara: puede tener más relación
con la personalidad individual de cada gato y con el historial de relaciones
entre cualquier pareja de gatos en particular.
Pero, claro, no todos los gatos domésticos viven en colonias al aire libre
como estas o se buscan la vida en granjas, recintos de hospitales u otros
lugares donde puedan encontrar sobras de comida. Millones de gatos
domésticos comparten un hogar con nosotros y a veces también con otros
gatos. Algunas de estas mascotas se pasan toda la vida dentro de una casa,
mientras que otras campan a sus anchas, yendo y viniendo a su antojo. Esto
puede presentar diversos desafíos. Allí fuera nuestros gatos quizá tengan
que comunicarse con otros gatos del vecindario. Dentro de casa puede que
tengan que ingeniárselas para evitar a otros gatos que vivan con ellos. Y no
solo eso, también tendrán que tratar con humanos. Para el gato mascota
mimado, la necesidad de una comunicación clara a veces puede ser igual de
vital que para los gatos callejeros de una colonia.
La mayoría de los gatos que viven como mascotas solo tienen que
compartir casa con uno o dos gatos más. Sin embargo, un curioso estudio
analizó el comportamiento de 14 gatos domésticos que vivían en un mismo
hogar. Además de tratarse de un grupo mucho más grande de lo habitual en
un entorno doméstico, estos 14 gatos estaban recluidos en el interior de la
casa. Pese a vivir con una densidad 50 veces superior a la de los gatos de
muchas colonias exteriores, los niveles de agresividad eran mucho más
bajos de lo que cabía esperar en un entorno tan cerrado. Las observaciones
indicaron que las señales de la cola eran clave a la hora de reducir la
agresividad entre ellos. Los autores del estudio, Penny Bernstein y Mickie
Strack, apuntan que esto funcionaba «marcando a los individuos según lo
propensos que eran a interactuar o a mostrarse agresivos. Como la cola
puede verse a distancia, el gato receptor podía adecuar su respuesta antes de
que el contacto fuera inminente».
Como demostró Flo al acercarse a mí aquel día en el hospital, los gatos
también usan la cola levantada cuando interactúan con humanos. Y la usan
de una forma muy parecida a como lo hacen con otros gatos: la levantan
nada más entrar en el campo visual de la persona. Los gatos tienen una
ventaja cuando usan la cola para hacer señales durante las interacciones con
humanos. A diferencia de las señales olfativas, que son mucho más sutiles,
existe una posibilidad pasajera de que, en un momento dado, la persona
detecte la señal de la cola. A menudo, el gato suele añadir un breve
maullido para captar la atención del humano en cuestión. A veces también
añade un movimiento entusiasta de la cola. El uso de la cola levantada varía
según las circunstancias, y es más frecuente en los gatos domésticos que
esperan que les den de comer. Es posible que ellos la utilicen en este
contexto, igual que los gatitos hacen con sus madres: para pedir comida.
No obstante, esta no es la única ocasión en la que los gatos incrementan el
uso de esta señal. Como parte de mis estudios de doctorado desarrollé
algunos experimentos que analizaban la forma en que los gatos usan la cola
levantada y el gesto de frotarse (sobre el cual profundizaremos en el
capítulo 5) al interactuar con una persona conocida lejos de cualquier
situación que tenga que ver con la comida. Analicé dos situaciones
distintas: en la primera se dejaba suelto un gato en una sala, en cuyo centro
había una persona conocida por el gato que no interactuó con él bajo ningún
concepto (situación de «no contacto»). En la segunda se siguió el mismo
procedimiento, pero la persona acariciaba al gato durante 20 segundos por
minuto y hablaba con él libremente (situación de «contacto»). En ambos
casos la actividad del gato y de la persona se grabó en vídeo durante cinco
minutos y posteriormente se analizó para registrar los detalles de las
interacciones que tuvieron lugar. Los resultados mostraron que los gatos
mantenían la cola levantada durante más tiempo cuando la persona los
acariciaba y hablaba con ellos que cuando los ignoraba. Parece que tener la
cola levantada durante interacciones recíprocas con personas es importante
para los gatos, lo que quizá demuestre que sienten la necesidad de recalcar
que sus intenciones son amistosas a medida que se desarrolla la interacción.
Tras el acercamiento con la cola levantada, los gatos caseros suelen frotarse
como lo harían con otro gato. A menudo, se frotan contra las piernas de su
dueño y luego enroscan la cola alrededor de ellas. Esta rutina de
aproximación con la cola levantada a una persona conocida se da más a
menudo en gatos que se han socializado con personas desde muy pequeños.
También se observa más en gatos con tendencia a ser atrevidos, un rasgo
que heredan de sus padres y que analizaremos más a fondo en el capítulo 7.

UNA EVOLUCIÓN QUE TRAE COLA


Uno de los aspectos más interesantes del saludo con la cola levantada es
que, entre las 41 especies diferentes de la familia de los felinos (40 especies
salvajes más el gato doméstico), solo parece darse en el gato doméstico
(Felis catus) y el león (Panthera leo). La observación de otros félidos
salvajes no ha revelado indicios de su existencia. También se han llevado a
cabo estudios comparativos en poblaciones cautivas de gato montés
sudamericano (Oncifelis geoffroyi), caracal (Caracal caracal), gato de la
jungla (Felis chaus) y el gato salvaje asiático o gato indio del desierto (Felis
lybica ornata). Los dos primeros pertenecen a ramas de la familia de los
felinos muy diferentes a la del gato doméstico, mientras que las dos últimas
están más emparentadas con él, sobre todo el gato asiático. Si bien estas
especies muestran muchos de los comportamientos de sus primos
domésticos, la cola levantada no está en su repertorio. Incluso el gato
montés africano (Felis lybica lybica), la especie ancestral del gato
doméstico, no parece usar el gesto de la cola levantada cuando se hace
adulto, aunque sus crías sí usan dicho gesto ante sus madres, como las crías
del gato doméstico con las suyas.
¿Por qué los gatos domésticos adultos levantan la cola así cuando la
práctica totalidad del resto de especies felinas no lo hace? Casi todos los
científicos coinciden en que lo más probable es que responda a la transición
entre una existencia puramente solitaria en el gato salvaje y la disposición
sociable y flexible del gato doméstico actual. El león es el único otro felino
que ha desarrollado una vida social, y también usa el gesto de la cola
levantada. Esto sugiere que la cola levantada ha evolucionado como señal
social por separado tanto en el gato doméstico como en el león, una
evolución motivada más por la necesidad de vivir en grupo que por la
domesticación en sí.
El gato montés africano originalmente apenas habría tenido necesidad de
señales visuales para comunicarse con otros gatos. Aparte de los encuentros
para aparearse y las interacciones de las gatas con sus crías, se comunicaba
sobre todo por medios olfativos. Dejar señales olorosas de larga duración
para que las leyeran otros gatos al pasar era un método mucho más seguro
de transmitir sus mensajes.
Por cortesía del ser humano, hace unos 10 000 millones de años estos gatos
salvajes empezaron a congregarse allí donde había comida y vieron que
necesitaban evitar entrar en conflicto entre ellos. Al parecer, tenían por
delante un reto comunicativo mucho mayor que su competidor directo por
nuestro afecto doméstico, el perro. Los perros entraron en nuestra vida
mucho antes que los gatos y, aunque no está del todo claro cuándo, lo más
probable es que esto sucediera entre hace 15 000 y 25 000 años. Los canes
ya estaban bien dotados con habilidades sociales y contaban con un
repertorio de señales totalmente desarrollado, heredado de su antepasado
lobuno que vivía en manada. Comparado con el lobo, el gato salvaje tenía
una cara bastante inexpresiva y su método de comunicación preferido, el
olfativo, resultaba demasiado lento para funcionar bien en situaciones cara a
cara. Así que tuvo que desarrollar señales que fueran más fáciles y rápidas
de captar a medida que se encontraba con otros gatos más a menudo;
señales que podían verse desde lejos, a modo de declaración de intenciones.
La cola resultó ser una elección lógica.
¿Y cómo evolucionó la señal de la cola levantada? Algunos científicos
sugieren que lo hizo como variación del comportamiento que las hembras
usan para mostrarse receptivas al apareamiento. Conocido como
comportamiento de lordosis, esta invitación más bien poco sutil dirigida a
los machos implica que la hembra se agache sobre las patas delanteras,
arquee el dorso y levante la cola ligeramente, echándola hacia un lado. Con
el tiempo, este «ritual de presentación» podría haber dado lugar al saludo de
la cola levantada. George Schaller, en su detallado estudio sobre los leones
del Serengueti, también describió la similitud entre la invitación al
apareamiento de las hembras y el gesto de saludo. Concluyó que su patrón
de saludo posiblemente era una ritualización del comportamiento sexual.
Otros científicos cuestionan esta teoría, arguyendo que solo las hembras
muestran este comportamiento sexual, por lo que resulta poco probable que
sea el origen de un gesto de saludo que usan ambos sexos.

Otra posibilidad es que la señal de la cola levantada haya evolucionado a


partir de otro uso de la cola no comunicativo y totalmente distinto. Los
félidos, desde el leopardo hasta el pequeño gato de las arenas, y también el
gato montés africano y el gato doméstico, realizan un tipo de gesto con la
cola alzada cuando marcan con orina su territorio. Este gesto es parecido a
la señal de la cola levantada, aunque en este caso bajan la cola nada más
terminar de orinar y por suerte no andan mientras lo hacen. Sin embargo,
algunos investigadores sugieren que la cola levantada podía tener su origen
en este gesto y haber evolucionado como señal. El leopardo de las nieves
marca territorio así y después se frota la cabeza con los objetos que
encuentra cerca del lugar marcado. ¿Podría ser que la combinación de estos
dos comportamientos también existiera en el gato montés africano ancestral
y que evolucionara hasta convertirse en el saludo con la cola levantada y el
frotarse la cabeza con objetos, gatos y personas del gato doméstico de hoy?
Es posible.
No obstante, es probable que la explicación más sencilla y lógica para la
evolución del gesto de la cola levantada como señal sea que los gatos
adoptaran desde pequeñitos un comportamiento que funcionaba bien y que
continuaran usándolo en la edad adulta. Los gatitos parecen usar este gesto
de forma instintiva cuando se aproximan a sus madres. El trote con la colita
levantada, cual asta de bandera, suele preceder a un comportamiento
cariñoso por el cual se frotan contra la barbilla de la madre, lo que a su vez
conlleva una recompensa en forma de alimento. Para un gato salvaje
africano jovencito rodeado de gatos adultos que comparten una fuente de
alimento, lo lógico debió de ser seguir levantando la cola, puesto que los
demás gatos reconocerían esto como una señal pacífica y de respeto. De
manera similar, cuando los gatitos domésticos —que se han criado alzando
la cola ante sus madres— dejan a su progenitora y a sus compañeros de
camada para vivir como mascotas, continúan utilizando el mismo gesto para
relacionarse con las personas.
La retención de comportamientos infantiles como este en la edad adulta se
denomina neotenización y es un fenómeno que se da a menudo en las
especies domesticadas. Un ejemplo de ello es la tendencia de los perros a
seguir jugando cuando son adultos. En los gatos, otros comportamientos
que se mantienen en la edad adulta incluyen el ronroneo y el amasado con
las patas delanteras. Si bien no son señales sociales como la cola levantada,
se cree que estas acciones sirven para tranquilizar o reconfortar al gato y
que este se beneficia de ellas en la edad adulta.
Ya resuelta la cuestión del cómo, los científicos empezaron a preguntarse
cuándo aprendieron estos felinos tan adaptables el arte de hacer señales con
la cola. ¿Tuvo el gato salvaje que adaptarse a la comunicación de cerca con
personas y otros gatos de forma simultánea? Esta pregunta es difícil de
responder.
El cambio a un estilo de vida más social pudo darse de forma muy lenta, y
puede que el gato salvaje no eligiera socializar de forma activa con otros
gatos más de lo absolutamente necesario. Las poblaciones de gato montés
africano actuales, que conviven junto con el gato doméstico en Arabia
Saudí, suelen congregarse alrededor de las mismas fuentes de alimento que
los gatos callejeros. Sin embargo, a diferencia de estos últimos, el gato
montés no socializa en grupo. En lugar de eso, parece limitarse a tolerar a
sus congéneres. Como muchos animales, es posible que simplemente
prefiera su propia compañía.
Puede que no fuera hasta que los antiguos gatos salvajes se vieron
obligados a vivir en compañía, sin poder evitarse ni escapar, cuando
empezaron a adoptar nuevas señales. Patrick Bateson y Dennis Turner,
especialistas en gatos, consideraron cuándo pudo producirse esta
convivencia forzada. Como se ha comentado en el primer capítulo del libro,
los antiguos egipcios veneraban a los gatos, adoraban a diosas gatunas
como Bastet y proclamaban leyes que prohibían hacer daño a los gatos o
exportarlos. No obstante, y por contradictorio que parezca, esos mismos
egipcios criaban miles y miles de gatos para sacrificarlos ante las diosas. La
existencia de extensos cementerios de gatos en la zona prueba que a estos
desafortunados mininos les partían el cuello a una edad temprana antes de
ser ofrecidos como tributo en los templos. Bateson y Turner sugirieron que,
en aquellos densos grupos de cría donde vivían los gatos antes de ser
sacrificados, «la señal de la cola levantada pudo haber evolucionado
rápidamente para inhibir las agresiones que habrían sido comunes en
semejantes colonias».
No está claro cuándo empezaron los gatos a utilizar el gesto de la cola
levantada para aproximarse a las personas. Los restos de gatos enterrados
junto a personas en Chipre sugieren que podían haber convivido con
humanos desde hace 10 000 años, pero lo que no se sabe es si vivían como
verdaderas mascotas. Los indicios de una clara domesticación por parte de
los humanos no aparecieron hasta que los antiguos egipcios los
representaron en murales de tumbas y templos hace 3500 años. Es posible
que aquella era en Egipto marcara la evolución de la señal de la cola
levantada tanto en el contexto entre gatos como en el contexto entre gatos y
humanos.

DE LA COLA A LAS OREJAS


Sea cual sea su origen, la cola levantada llegó para quedarse. Dada la
domesticación relativamente reciente (en términos evolutivos) del gato,
parece posible que, con el tiempo, este animal desarrolle más señales
visuales para comunicarse mejor con otros gatos y con las personas. De
todos modos, el movimiento de la cola del gato va mucho más allá del
simple saludo amistoso. A menudo, se describe al gato como un animal
distante y poco comunicativo, pero por lo general dice mucho más de lo que
creemos, y los movimientos de su cola no son una excepción. Entre los
múltiples intentos por interpretar sus gestos, algunos autores se han dejado
llevar un poco. En particular, algunos de los tratados más antiguos sobre el
comportamiento gatuno nos brindan un divertido catálogo de posturas de la
cola. El profesor Alphonse Grimaldi, cuyo trabajo se incluyó en un libro de
Marvin Clark, recopiló elaboradas descripciones del comportamiento
gatuno y propuso ideas bastante imaginativas sobre las cualidades
proféticas de la cola del gato: «Cuando apunta hacia el fuego, habla de
lluvia» y «Cuando se inclina hacia la puerta, dice que su dueña puede ir de
compras sin paraguas».
Aunque en realidad es muy improbable que ofrezcan un parte
meteorológico así de detallado, los gatos, además de hacer la señal de la
cola levantada, sacuden, menean, retuercen y esponjan la cola todo el
tiempo; a menudo en vano cuando están con humanos, ya que la gente
ignora o pasa por alto los movimientos de la cola y sigue empeñada en
acercarse al gato o interactuar con él a pesar de todo. No es de extrañar que
más de uno termine con las manos arañadas. Los movimientos de la cola
suelen ir acompañados de otras señales visuales, ya que el gato también
cambia a menudo de postura corporal. Hay un barómetro muy útil en el otro
extremo del cuerpo para conocer las intenciones de un gato: las orejas.
Un avance interesante en el estudio de las expresiones faciales del gato fue
el desarrollo de un método para describir sus movimientos faciales según
los músculos de la cara. Dicho método está inspirado en una técnica similar
diseñada para humanos, llamada sistema de codificación de acción facial
(FACS, por sus siglas en inglés). Esta técnica ha sido adaptada para su uso
con varias especies animales, como primates, perros, caballos y, ahora,
gatos, donde se conoce como CatFACS. Cada «acción facial» posee un
código único relacionado con los músculos que intervienen en ella, algunos
de los cuales son similares en humanos y gatos. Por ejemplo, «depresión del
labio inferior» se da tanto en gatos como en personas y la activan los
mismos músculos.
Sin embargo, en lo que respecta al movimiento de las orejas, la técnica
FACS no presenta ningún código. La musculatura de nuestras orejas no está
desarrollada y, por eso, aparte del típico amigo que sabe mover las orejas y
causa sensación en las cenas, somos incapaces de moverlas. En cambio, las
orejas de los gatos poseen un impresionante y complejo conjunto de
músculos que les confiere una gran movilidad. De hecho, la CatFACS
recoge siete descripciones diferentes de movimientos de oreja, que pueden
darse en combinación entre ellos y con distinta intensidad: orejas hacia
delante, orejas aductoras, orejas aplanadas, orejas rotadoras, orejas hacia
abajo, orejas hacia atrás y orejas constrictoras. Estos movimientos tan
detallados se identificaron gracias a un largo proceso de visualización de
vídeos en los que aparecían muchos gatos en diferentes situaciones. No
obstante, en tiempo real, es muy difícil para los humanos diferenciar un
movimiento de otro. Cuando el gato está en alerta y activo suele mover las
orejas todo el rato, rotándolas ligeramente para captar mejor los sonidos
procedentes de varias direcciones. Todo ello realzado por el hecho de que
las orejas de los gatos pueden girar de forma independiente la una de la
otra.
Pero sus orejas no solo reaccionan ante sonidos: los gatos también expresan
emociones a través de ellas, lo cual les ofrece un canal de comunicación
con los demás muy útil. En este sentido, los gatos se parecen a los caballos,
las ovejas y los perros, animales que cambian la posición de sus orejas
según vivan una situación negativa o positiva. Además de la variedad de
movimientos de la cola, conocer algunas posiciones de las orejas de los
gatos, aunque no a un nivel tan detallado como el de CatFACS, puede
darnos pistas sobre cómo se siente un minino.
Un gato relajado que está despierto y activo mantiene las orejas en una
posición neutra, erguidas y hacia delante. Es la posición más habitual en los
quehaceres gatunos diarios, cuando deambulan por la casa o por el jardín.
Si el gato camina, la cola fluye a la altura del cuerpo o marcando un ángulo
de 45 grados respecto al suelo. Si está sentado, es posible que enrosque
ligeramente la cola alrededor del cuerpo. Podemos considerar que un gato
en este estado se encuentra en un estado de ánimo neutro, no está interesado
en interactuar con nada ni nadie en particular.
A veces, cuando el gato se sienta, quizá para observar algo, mueve un poco
la cola en un gesto que sugiere un ligero interés, diversión o anticipación y
suele indicar molestia, ganas de jugar o de cazar.

Este movimiento ligero de la cola puede convertirse en un meneo mucho


más vigoroso, que indica que el nivel de estimulación o molestia va en
aumento, quizá cuando la presa o un juguete se vuelve, de repente, más
tentador. En otro contexto diferente, como ser acariciado en el regazo de
una persona, este movimiento más agitado podría ser señal de
sobreestimulación e indica que hay que dejar de acariciar al gato si no
queremos que nos arañe las manos. En palabras de Alphonse Grimaldi,
«cuando la cola se agita de un lado al otro indica guerra de exterminio». En
esta situación, las orejas se activan mucho más y pueden temblar en señal
de agitación.

En ocasiones, muchos gatos experimentan la confrontación. Puede ser una


disputa territorial con otro gato, un encuentro inesperado con un perro o una
persona demasiado entusiasta que lo pille por sorpresa. El subidón de
adrenalina resultante puede provocar cambios notables en la posición de la
cola y de las orejas. Un gato enfadado, tanto si está a la defensiva como si
se muestra agresivo, levanta y arquea la cola en forma de U invertida.
Puede que la cola esté erizada, igual que el resto del pelaje, y a veces el
gato se pone de lado para maximizar su tamaño y el impacto sobre su
oponente.
Para que no quede duda alguna sobre sus intenciones, gira las orejas hacia
atrás, ligeramente levantadas, pero no aplanadas. Semejante lenguaje
corporal sugiere que el gato es capaz de atacar si el oponente se le acerca,
por lo que la mejor opción es mantener las distancias. Curiosamente, los
gatitos a menudo emplean una versión lúdica de esta postura, cuando
persiguen y juegan con un compañero de camada, que se conoce como
«paso lateral».

Un gato asustado o sumiso adopta una postura muy diferente a la de un gato


agresivo. Intentará parecer más pequeño, agachándose y enroscando la cola
alrededor del cuerpo o, si está de pie, esconderá la cola entre las piernas.
Las orejas se aplanan, bien sobresaliendo hacia los lados o, si el gato tiene
mucho miedo, aplastadas sobre la cabeza. El gesto de aplanar las orejas
cuando tienen miedo, están ansiosos o ante el comportamiento agresivo de
otro animal es también un tema común de estudio en otras especies. En el
caso de los gatos es una señal que advierte, tanto a otros gatos como a
personas, que deben tener cuidado, ya que el miedo enseguida puede dar
paso a una agresión defensiva: el gato pasa de una a otra de estas posiciones
de orejas, cuerpo y cola con mucha rapidez a medida que cambia su estado
de ánimo.

Y DE LAS OREJAS A LA COLA


Mi primer estudio y otros que le siguieron establecieron la importancia de
las posiciones de la cola, en especial la cola levantada, en la comunicación
gatuna. En particular, demostraron que las posiciones de las colas de los
gatos al comienzo de una interacción son significativas para predecir su
resultado. Un estudio muy posterior, conducido por el científico francés
Bertrand Deputte y su equipo, analizó con mayor detalle los momentos en
los que se inician las interacciones, para ver qué papel desempeñan en ellos
las posiciones que adoptan la cola y las orejas cuando un gato se aproxima a
otro y cómo afecta esto a los subsiguientes patrones de sus encuentros.
El equipo estudió una colonia de gatos que vivía en el recinto de un refugio
de animales y registró las posiciones de la cola y las orejas de parejas de
gatos que interactuaban entre sí. Se anotó si la cola estaba erguida (vertical)
o baja (horizontal), y si las orejas se mantenían neutras (descritas como
«erectas»), aplanadas o colocadas hacia abajo y hacia atrás, de forma muy
parecida a como lo he descrito antes. Los resultados de las orejas aplanadas
y hacia atrás se registraron en algunos análisis como «no erectas».
Los resultados recopilados en las interacciones en las que ambos
participantes tenían la cola baja (en horizontal o más abajo) son
especialmente interesantes, dado que en mi estudio anterior algunos
acercamientos con la cola baja daban lugar a interacciones amistosas y otros
a situaciones más hostiles. Yo no había registrado la posición de las orejas
durante las interacciones de los gatos de mi colonia, pero este nuevo estudio
halló una serie de patrones interesantes. Sin tener en cuenta la posición de
la cola del gato que iniciaba el contacto, si ambos mininos tenían las orejas
erectas y el gato receptor tenía la cola baja, lo más probable es que el
resultado de la interacción fuera positivo. Sin embargo, si ambos tenían la
cola baja y el iniciador del contacto tenía las orejas erectas pero el receptor
no, había más probabilidades de que el encuentro tuviera un resultado
negativo. La posición de las orejas, al parecer, era importante.
Al limitar su atención a la posición de las orejas, el equipo de Deputte
descubrió que, si ambos gatos mantenían las orejas erectas durante una
interacción, el resultado de esta sería más positivo. Si cada uno de los gatos
que toman parte en la interacción adoptan posturas diferentes con las orejas,
lo más probable es que el resultado sea negativo.
El estudio concluyó que la posición de las orejas es más importante en los
encuentros entre gatos que la posición de la cola: las orejas predicen mejor
los resultados de la interacción. Sin embargo, me parece probable que los
gatos utilicen todos los indicios visuales que tengan a mano cuando evalúan
las intenciones de un gato que se les acerca. Curiosamente, en todos los
acercamientos con cola levantada registrados en el estudio del equipo
francés los gatos que iniciaban el contacto tenían las orejas erectas, lo que
resultó ser un indicador de un resultado positivo. Esto apunta a que la cola
levantada rara vez va asociada a una posición negativa de las orejas en los
gatos que inician contacto, si bien puede resultar en una postura de orejas
no erectas en el gato receptor. Entonces, quizá para el gato receptor sea más
importante leer la posición de las orejas cuando la cola del iniciador está
más ambigua, en una posición no levantada.
El estudio de Deputte también se fijó en las interacciones entre esos mismos
gatos y las personas. Descubrieron que en más del 97 % de dichas
interacciones el gato se aproximaba a las personas con la cola levantada y
las orejas erectas. El porcentaje de cola alzada era mucho más alto que en
las interacciones entre gatos, en las que solo un 22,4 % empezaron con este
gesto. Una explicación para ello, propuesta por los autores del estudio, es
que en las interacciones entre gatos la posición de las orejas es más
significativa que la de la cola, pero que con las personas los gatos tienden
solo a usar el gesto de la cola levantada. Esto puede ser porque los humanos
no entendemos los matices de las combinaciones de orejas y cola, y por lo
tanto la cola levantada es una apuesta segura para los gatos al acercarse a
una persona.

Otra idea es que la diferencia en las aproximaciones tenga relación con la


disparidad de tamaño entre gatos y humanos. Las personas siempre serán
más grandes que los gatos (¡esperemos!) y esto por sí solo, en cualquier
situación no conflictiva, puede incitarlos a alzar la cola y erguir las orejas.
Un estudio acerca de cómo las personas interpretan y describen los distintos
tipos de comportamiento canino demostró que los movimientos de la cola
eran la señal más utilizada. En general, aparte del gesto de la cola
levantada, parece que prestamos menos atención a las posiciones de la cola
de nuestros gatos. Lo interesante no solo es que los perros posean un
lenguaje totalmente diferente al de los gatos, sino que algunos de sus
patrones de comportamiento tienen un significado diametralmente opuesto
en las dos especies. Estos patrones de comportamiento «opuestos» incluyen,
entre otros, el meneo de la cola, que en los perros es una señal de sumisión,
pero que, según su intensidad, en los gatos puede ser una señal de
comportamiento agresivo o depredador. Dado el elevado potencial de
conflicto cuando estas dos especies se encuentran meneando la cola, es
impresionante descubrir que, en apariencia, parece que ambas han
descifrado lo que la otra quiere decir. Un estudio sobre cuatro
comportamientos «opuestos» entre perros y gatos residentes en el mismo
hogar reveló que los gatos respondían de forma adecuada ante el 80 % de
este tipo de comportamientos desarrollados por los perros. Los perros
también parecían captar el mensaje: respondieron de forma adecuada al 75
% de los comportamientos «opuestos» de los gatos que convivían con ellos.
El estudio también reveló que, si el animal tenía seis meses de edad o
menos al encontrarse por primera vez con la otra especie, mejoraba la
comprensión del lenguaje del otro animal.
A veces esto puede llevar su tiempo. Desde que lo trajimos a casa, nuestro
joven labrador, Reggie, se pasó ocho meses respondiendo a los
acercamientos con la cola alzada de nuestra gata Bootsy olfateándole el
trasero, para enfado de la gata, que se daba la vuelta y le daba un tortazo en
todo el hocico. Un día, mientras los observaba, vi que Reggie por fin había
aprendido qué hacer: cuando Bootsy se le acercaba con la cola alzada, él la
olfateaba cara a cada mientras ella se frotaba al pasar. En los hogares del
estudio que he mencionado antes los investigadores descubrieron que el 75
% de las parejas perro-gato se olfateaban cara a cara. Tenemos mucho que
aprender de nuestras mascotas.
Así, el misterio de la cola de Flo parece haberse resuelto. En realidad era
bastante sencillo. Cuando nos conocimos aquel día en el recinto del
hospital, hace tantísimo tiempo, Flo me trató como si yo fuera otro gato;
pese a que tengo dos patas y no parezco un gato (o eso espero). Al
aproximarse a mí me observó, percibió que yo era la más mayor y más
grande de las dos y levantó la cola para reflejarlo, en un gesto pensado para
evitar cualquier conflicto. Fue una invitación pacífica y respetuosa a
interactuar.
CAPÍTULO 5
CONTACTO CON TACTO

«Con demasiada frecuencia subestimamos el poder de una caricia.»

LEO BUSCAGLIA
La típica cena en nuestra casa: mientras mi familia y yo comemos en la
cocina, nuestra gata Bootsy permanece sentada junto a la mesa, esperando
por si, con suerte, consigue algo de comida. Su hermana Smudge, más
extravertida y segura de sí misma, llega a casa tras su ronda diaria por el
vecindario, entra por la gatera, se acerca a Bootsy y le lame el cuello con
entusiasmo. «¡Ohhh!», coreamos todos desde la mesa ante la conmovedora
escena de cariño fraternal. Bootsy levanta la zarpa, le arrea un golpe a
Smudge en toda la cabeza y se aleja a toda prisa. «¡Bootsy!», exclamamos
nosotros, indignados. Es una rutina establecida, la misma de cada día.
Seguramente esto no es lo que se supone que pasa cuando los gatos se
acicalan unos a otros. ¿Qué ha sido de la idílica imagen recurrente de dos
gatos acurrucados bajo el sol, ronroneando y lamiéndose el uno al otro en
una gloriosa estampa de felicidad?

Acicalar a otro individuo de tu propia especie se conoce como


allogrooming (acicalado social). Al principio los investigadores creían que
era una especie de acuerdo entre dos animales para ayudarse entre ellos a
asear las partes del cuerpo de más difícil acceso. Cada especie ha
desarrollado su propia técnica: las aves suelen acicalarse entre sí con el pico
(allopreening), los caballos se mordisquean unos a otros y los primates usan
las manos para hurgar entre el pelaje de su compañero de aseo. Los félidos,
como el gato doméstico, tienen la lengua recubierta por unas pequeñas púas
rasposas, sus papilas, diseñadas para poder separar la carne de los huesos de
sus presas. Cuando se acicalan, los gatos usan esa lengua tan áspera a modo
de peine improvisado que combinan con pequeños mordiscos de sus
incisivos para eliminar la suciedad incrustada o los parásitos.
Los científicos que estudian el comportamiento de varias especies de
animales sociales empezaron a darse cuenta de forma gradual de que los
grupos observados dedicaban más tiempo a acicalarse entre sí del necesario
para mantenerse limpios. Robin Dunbar, que estudiaba este fenómeno en
los primates, comenta: «La selección natural es un proceso eficiente que no
suele tolerar un exceso de holgazanería en el sistema biológico. Por lo
tanto, que un animal pueda dedicar una proporción tan elevada de su
jornada a acicalar a otros sugiere que puede obtener un beneficio sustancial
de ello.»
También se ha comprobado que en algunas especies de primates, cuanto
mayor es el grupo social, más allogrooming parece haber. Además, este
comportamiento no era aleatorio dentro de los grupos estudiados: algunos
individuos acicalaban a otros en concreto, pero no todos acicalaban a todos.
Ahora se sabe que el allogrooming cumple una función mucho más
importante dentro de las sociedades animales que va más allá de la mera
higiene. Algunos animales parecen tener la necesidad de tocarse entre ellos.
En un número diverso de grupos que incluye a gatos, vacas, suricatas,
monos, cuervos, topillos y murciélagos, el acicalado social desempeña un
valioso papel en el mantenimiento de las relaciones sociales. Parece ser
especialmente importante en los sistemas sociales descritos como de tipo
fisión-fusión, en los cuales determinados miembros o subgrupos de la
población se separan del grupo central durante un período variable de
tiempo para terminar regresando al grupo más tarde. En estos casos es
necesario reforzar lo antes posible la familiaridad y la sensación de
pertenencia al grupo restableciendo los vínculos con amigos y compañeros
importantes.

EL ACICALADO EN GATOS
Para los gatos callejeros que viven en grupo, o incluso para dos gatos
cualesquiera que se vean cara a cara, los encuentros directos son un asunto
peliagudo. Como depredador consumado que es, el gato va armado con una
de las equipaciones más letales (dientes, mandíbulas y garras) del reino
animal. Si bien la domesticación ha aportado mucha más flexibilidad en la
organización social del gato, esta equipación letal no ha variado un ápice. Si
un gato malinterpreta las intenciones de otro, el potencial de daño grave es
muy real. Quizá para evitar esto el gato emplea el gesto de la cola
levantada, visto en el capítulo anterior, como una forma de romper el hielo
en un encuentro, lo cual le permite acercarse a otro gato con cierta
seguridad, ondeando su bandera de la paz. Pero ¿y después?
El gato, descendiente del solitario gato salvaje, tiene un repertorio bastante
limitado de patrones de conducta social a los que recurrir una vez se ha
acercado a otro gato. Esto contrasta con el caso del perro, que ha heredado
el rostro expresivo y un elaborado repertorio de comportamientos
interactivos de su antepasado, el lobo, un animal muy social. Sin embargo,
el gato, impasible en comparación, ha tenido que ingeniárselas para
aprender a interactuar con otros gatos sin enemistarse con ellos.
Los zoólogos David Macdonald y Peter Apps fueron de los primeros en
estudiar las interacciones cotidianas de los gatos que viven en comunidad.
El grupo de su estudio era una pequeña colonia no esterilizada que vivía en
una granja en el campo. Aquellos gatos se alimentaban de lo que les daba el
granjero y de algunas presas que ellos mismos cazaban. Al analizar sus idas
y venidas, así como sus interacciones diarias, Macdonald y Apps
descubrieron que la actividad grupal era más compleja e iba mucho más allá
de una reunión de gatos alrededor de una fuente de alimento. Su
comportamiento tenía una base social. Además, pese a que los gatos eran
perfectamente capaces de mostrar un comportamiento agresivo hacia
cualquier intruso o individuo nuevo, rara vez se producían agresiones
dentro del grupo.
Uno de los comportamientos más comunes registrados por Macdonald y
Apps entre los gatos de aquella granja fue el allogrooming. Se daba entre
algunas parejas de gatos adultos, más en unas que en otras, pero solía ser un
acuerdo recíproco por el que ambos gatos se acicalaban entre sí por igual.
No obstante, el acicalado más frecuente era el que las gatas prodigaban a
sus crías al lamerlas para asearlas. Acurrucadas entre las balas de heno, las
gatas reunían a sus camadas y las aseaban y alimentaban en comunidad. En
aquel ambiente cálido y con olor a leche, los gatitos experimentaban por
primera vez el acicalado que les ofrecían sus madres.
El acicalado de madres a crías comienza como un proceso unidireccional.
Poco a poco, a medida que los gatitos van creciendo, empiezan a devolver
la atención, acicalando a sus madres, junto con sus hermanos, y es así que
aprenden el arte del allogrooming. Esto también ocurre en el entorno
doméstico; la diferencia es que a los gatitos suelen separarlos de la madre a
los dos meses para comenzar una vida en un nuevo hogar. Algunos se van
solos, otros van con algún hermano de camada y muchos de ellos pasan a
formar parte de un hogar donde ya hay uno o más gatos viviendo. A veces
dos hermanos adoptados en un nuevo hogar mantienen su vínculo de la
infancia y continúan enroscándose juntos como hacían con su madre y
acicalándose, felices, mutuamente. También puede ocurrir que el gato
residente acepte al nuevo o nuevos miembros de la familia, comparta su
zona de descanso con ellos y practique el acicalado social. Es la clásica
estampa de los gatos que se acicalan, tumbados y felices, disfrutando de la
experiencia mutua. A veces, un gato se relaja tanto cuando otro lo acicala
que es capaz de dormirse.

Es algo mágico, pero por desgracia mis gatas Bootsy y Smudge nunca lo
han hecho, como tampoco muchas otras parejas de gatos domésticos cuando
los observan sus dueños.
Al igual que sucede entre muchos hermanos o extraños que se juntan,
dentro del hogar se compite por los recursos y pueden aparecer tensiones.
Los vínculos pueden romperse o, en el caso de los gatos recién llegados, no
desarrollarse nunca. Sin embargo, algunos mininos, como Smudge, siguen
intentando el allogrooming, aunque los gatos no sean de natural amistoso.
A nosotros nos puede parecer que el acicalador ofrece una rama de olivo al
acicalado y por eso nos desconcierta que este último —Bootsy— la
rechace, como una desagradecida.
Aunque existen pocos estudios específicos sobre el allogrooming en gatos,
uno llevado a cabo en una extensa colonia de gatos esterilizados reveló que
es probable que ese acicalado mutuo signifique mucho más de lo que
aparenta. Por sorprendente que parezca, dada la aparente naturaleza pacífica
del acicalado social, el 35 % de las interacciones de acicalado incluían
también comportamientos agresivos. Es más, fueron sobre todo los gatos
que iniciaron el acicalado los que mostraron un comportamiento agresivo,
en la mayoría de los casos tras el acicalado del compañero. El estudio
concluyó que el allogrooming puede ser una forma de aliviar tensiones
entre gatos y que, si bien no siempre funciona, ayuda a evitar agresiones
manifiestas. En nuestro caso, en casa, si la acicaladora (Smudge) se hubiera
mostrado agresiva con la acicalada (Bootsy) en el pasado, tendría sentido
que Bootsy y otros gatos que conviven con compañeros felinos más
extravertidos reaccionen con un sopapo y una retirada prudente. Para
Bootsy, al recordar experiencias anteriores y anticiparse al siguiente
movimiento de Smudge, puede resultar más seguro evitar el acicalado y
poner fin al encuentro enseguida con un veloz gancho de derecha.

La relación entre allogrooming y agresión también está presente en el reino


animal en general. En algunas especies de aves, por ejemplo, puede ser un
método para inhibir los impulsos agresivos. En la mayoría de los primates
el acicalado social parece ser un comportamiento de asociación, de
vinculación social, beneficioso para ambas partes. No obstante, un estudio
sobre un primate nocturno llamado gálago de Garnet reveló que, en su caso,
el acicalado está más asociado a comportamientos más agresivos que
amistosos. La función del allogrooming, al menos en algunas especies,
puede variar según el contexto. Este sería el caso de los gatos: entre gatos
que ya se llevan bien puede servir para mantener su vínculo amistoso (como
en la colonia de Macdonald y Apps); entre una gata y sus crías es un
comportamiento de crianza funcional, y también funciona como un intento
para canalizar la agresión en adultos no confinados o con menos vínculos
(como Smudge y Bootsy).
EL ‘ALLORUBBING’
El gato y otras especies de mamíferos que viven en un contexto social
emplean también otra forma de contacto corporal para comunicarse,
conocida como allorubbing. Se trata de una especie de contacto social entre
dos individuos por el cual uno se frota con una o varias partes del cuerpo
del otro. En algunos casos, a la ciencia le resulta difícil saber si el propósito
del allorubbing es la experiencia táctil en sí o, por el contrario, si es algún
tipo de transmisión de olor desde las glándulas de la piel. En los delfines, el
comportamiento de frotación de aletas está bien estudiado. Un delfín nada
junto a otro y frota con suavidad su aleta contra la de aquel. Es un gesto que
muestran las madres con sus crías, pero también se da entre delfines
adultos, en los cuales se interpreta como un comportamiento de afinidad,
que sirve a los científicos como medida cuantitativa de las relaciones
sociales de este animal. Al menos en el caso de los delfines, dado el entorno
acuático en el que se da esta interacción, parece probable que el beneficio
sea puramente táctil, sin que medie ningún componente olfativo. Los
elefantes asiáticos, en sus interacciones amistosas, forman una U con la
trompa para establecer contacto unos con otros. Los bonobos, parientes
cercanos de los chimpancés, se frotan de una forma más inusual: se dan la
espalda unos a otros y se frotan con ella. Los gatos también recurren al
allorubbing y se frotan con otros gatos, contra objetos y, si están bien
socializados, contra las personas, para lo cual utilizan la cabeza, la parte
lateral del cuerpo (los flancos) y, a veces, la cola.
El allorubbing se manifiesta en los gatitos hacia las cuatro semanas de vida,
cuando empiezan a aventurarse más allá del confortable nido materno en el
que han vivido desde su nacimiento, junto a su madre y sus hermanos. Las
crías se frotan la cabeza contra su madre a modo de saludo cuando ellos o la
gata regresan al nido, y alzan la cabecita en un intento por alcanzar la de su
madre mientras se frotan. Los gatos adultos se frotan de forma parecida con
otros gatos, con personas o con objetos.
Aunque Macdonald y Apps descubrieron que el allorubbing era importante
dentro de la colonia gatuna que estudiaban, vieron que entre los gatos
parecía ser un comportamiento muy significativo para mantener la dinámica
social del grupo. Con esta idea en mente, presté especial atención al
observar a mis gatos del hospital y de la granja. Y no tuve que esperar
mucho.
Recuerdo la primera vez que vi a dos de mis gatos de la granja frotándose
entre sí. Penny se acercó a Dusty de cara, con la cola levantada, en actitud
amistosa. Dusty también alzó la cola y, al acercarse el uno al otro, ambos
inclinaron un poco la cabeza y se frotaron las mejillas.
Continuaron andando uno junto a otro hacia direcciones opuestas, pero
mantuvieron el contacto corporal en los flancos del cuerpo, frotándose.
Cuando ya no les quedaba cuerpo con que frotarse, enroscaban las colas,
sosteniendo así el momento táctil el mayor tiempo posible. Y, por si esto
fuera poco, se daban la vuelta y volvían a repetir toda la ceremonia en
dirección contraria. Me sentí un poco como si me entrometiera en un
momento íntimo especial entre aquellos dos gatos.

Como no estaba segura de si aquella era la forma habitual de frotarse entre


sí, analicé por partes la breve «sesión de frotamiento» entre Penny y Dusty:
«frotamiento de cabeza» (que, en su caso, hacía referencia a la mejilla, pero
a veces también se frotaban la frente); «frotamiento de flancos» (la parte
lateral del cuerpo), y, por último, «frotamiento de colas» (el gesto de
enroscar las colas). Aquello me fue útil, y con el tiempo los gatos me
enseñaron que en lo de frotarse se tomaban muchas libertades artísticas.
A veces, las parejas que se frotaban confundían un poco las cosas y se
aproximaban, con la cola levantada, desde un ángulo de 90 grados, mirando
en la misma dirección y avanzando el uno hacia el otro en forma de V, hasta
que sus cabezas se encontraban y entonces se frotaban las caras. En
ocasiones, incluso seguían caminando juntos, apoyados el uno en el otro,
con las colas entrelazadas.
Otras veces el frotamiento era más unilateral: un gato se aproximaba a otro
y frotaba su cabeza con la de él, que aceptaba el gesto pero no lo devolvía.
El gato que había iniciado el contacto solía insistir de nuevo y se frotaba
contra el cuerpo del otro, sin recibir respuesta.
Descubrí que el intercambio de colas levantadas era un componente vital de
aquellas interacciones con frotamiento. El gato iniciador siempre se
acercaba al otro con la cola arriba, pero la respuesta que, a su vez, daba el
receptor con la cola decidía lo que iba a pasar después. Cuando el receptor
también levantaba la cola los gatos terminaban frotándose entre sí. Cuando
no la levantaba y el iniciador persistía en su empeño, el receptor lo ignoraba
o le devolvía el gesto únicamente después de que el primero tomara la
iniciativa.

En el pequeño grupo de gatos de granja de Macdonald y Apps, a diferencia


de lo sucedido con el allogrooming, existía una asimetría clara en los
frotamientos entre gatos. Las crías se frotaban más con los adultos, las
hembras adultas iniciaban más frotamientos con los machos adultos y
algunas de las hembras se frotaban más con otras hembras que a la inversa.
En particular, se detectaron diferencias muy marcadas en el ritmo al que las
crías se frotaban con distintas hembras. Sin embargo, su elección no
dependía de qué hembra era su madre, sino de cuál de ellas se
amamantaban más. Al parecer, una hembra recibía un «mimo» de una cría
por cada tres rondas de lactancia. No se sabe cómo surgió esta relación:
¿acaso las hembras amamantaban más a los gatitos para recibir más
«mimos» o era el frotamiento una respuesta del gatito para gratificar una
generosa sesión de lactancia?

En mis colonias del hospital y la granja yo también detecté que los patrones
de frotamiento eran desiguales; que algunos gatos tenían más tendencia a
iniciarlos y otros eran más propensos a recibirlos. Mis grupos estaban
esterilizados, razón por la cual no existía el componente madre-cría, y eso
dificultaba la comparación directa con los hallazgos de Macdonald y Apps,
pero sí había unos patrones de frotamiento preferidos entre los adultos.
Igual que en la colonia de Macdonald y Apps, el frotamiento en mis
colonias parecía darse principalmente entre gatos de tamaño o estatus
desigual, desde los más pequeños o débiles hacia los más grandes o fuertes
(véase ilustración en la siguiente página).
En realidad esto es muy parecido a la cola levantada del capítulo 4 y quizá
no sea de extrañar, dada la estrecha asociación de ambos comportamientos.
Por ejemplo, Frank, del grupo de los cinco gatos del hospital, fue el que
menos presente estuvo durante mis observaciones y aun así fue el receptor
de casi la mitad del total de frotamientos de cabeza ofrecidos por el resto de
los miembros del grupo. Nell, en cambio, que estuvo allí todo el tiempo,
rara vez recibía un frotamiento de otro gato.
Grandote e imponente, Frank patrullaba una zona mucho más amplia del
recinto del hospital que el pequeño patio de mis observaciones. Solo por
este comportamiento ya gozaba de un estatus superior al de la pequeña y
menuda Nell. Betty no ocultaba su predilección por frotarse con Frank y,
cuando él no estaba, con Tabitha.

Esquema de frotamiento entre los gatos de la colonia del hospital, ajustado según las veces que cada
pareja estaba presente durante los períodos de observación.

Al analizar mis observaciones sobre los gatos del hospital y de la granja


descubrí algo interesante: cuando una pareja de gatos se sentaban juntos y
se acicalaban, era poco probable que se frotaran directamente antes o
después del acicalado. Esto indica que el allogrooming y el allorubbing
podrían ser diferentes tipos de conductas de cohesión social para los gatos
que viven en grupo. El primero podría ser una forma de mantener la
cercanía entre gatos minimizando las tensiones, mientras que el segundo se
usaría más en los saludos cuando los gatos hace tiempo que no se han visto,
como puede suceder en una colonia al aire libre, y sirve para restablecer los
lazos sociales. Es una forma de volver a acogerlos en el grupo social. Así,
los que rondan por la zona central del grupo, que a menudo suelen ser las
hembras, quizá no necesiten frotarse unas con otras tan a menudo. Los
miembros de la colonia que pasan menos tiempo con el grupo central —
como los machos más grandes— reciben más frotamientos.
En el entorno doméstico, cuando varios gatos conviven en una misma casa
con uno o más humanos, la cantidad y el foco del frotamiento puede ser
muy diferente a lo observado en las colonias al aire libre. Hay varios
informes anecdóticos sobre gatos domésticos que se frotan más con sus
dueños que con sus compañeros gatunos. Durante mis experimentos sobre
allorubbing en gatos domésticos, descubrí que cuando más de un gato
estaba presente junto a una persona familiar, los gatos lo hacían contra la
persona y contra un objeto, pero nunca entre ellos.
Las investigadoras Kimberly Barry y Sharon Crowell-Davis visitaron 60
hogares en los que vivían parejas de gatos esterilizados que no salían de
casa y analizaron sus interacciones. El allorubbing se daba con poca
frecuencia en las parejas compuestas por macho-macho y macho-hembra y
no se detectó entre las 20 parejas hembra-hembra durante las 10 horas en
las que se observó cada pareja. Las autoras sugieren que esto podría reflejar
que estos gatos son miembros fijos del grupo que no se alejan los unos de
los otros (no salen de casa), en contraste con los gatos callejeros, que van y
vienen por el territorio de la colonia. Los gatos domésticos que salen a la
calle quizá tengan más necesidad de saludarse y frotarse al regresar a casa.
La ciencia ha debatido mucho sobre qué sucede realmente cuando los gatos
se frotan entre sí y algunos científicos sugieren que quizá existan distintos
tipos de frotamiento según la situación. Algunas veces el frotamiento puede
tener como objetivo dejar una marca olfativa sobre un objeto para que otro
gato la detecte. Otras veces se usa como un comportamiento social más
directo que conlleva el contacto táctil entre dos gatos o que funciona como
muestra visual cuando un gato se frota sobre un objeto mientras otro gato
mira.
Como se ha comentado en el capítulo 2, los gatos poseen glándulas olorosas
en la piel, concentradas en partes concretas del cuerpo. Son especialmente
abundantes en la zona de la barbilla y las mejillas, y también en la base de
la cola e incluso entre las almohadillas de las patas. Muchas especies de
félidos, desde el leopardo de las nieves (Panthera uncia) hasta otras más
pequeñas como el gato pescador (Prionailurus viverrinus), tienen la
costumbre de frotarse las mejillas contra objetos prominentes de su entorno,
como troncos y rocas. El «punto oloroso» de un gato doméstico puede ser
una rama o el poste de una valla al aire libre, o, en el interior, el borde de un
armario, una puerta o una caja. Este frotamiento o marcado deliberado suele
ir precedido, tanto en gatos domésticos como callejeros, por un olfateo del
lugar por parte del gato, y es probable que esté pensado para dejar un olor
tras de sí. Los gatos domésticos también se frotan contra objetos que tienen
cerca en contextos sociales, como, por ejemplo, después de un encuentro
agresivo con otro gato. En estos casos el frotamiento parece ser más bien
una especie de exhibición visual ritual, aunque también puede dejar una
marca de olor.
Hay quien dice que el allorubbing también sirve para transferir olores. Sin
embargo, que un gato se frote contra otro tiene más connotaciones que si se
frota contra un objeto inanimado. Para empezar, tenemos dos gatos y dos
fuentes de olor distintas. Si el único objetivo del frotamiento es marcar con
olor, ¿solo uno de los gatos deja su marca de olor en el otro? Y, si es así,
¿cuál de ellos deja la marca y cuál de ellos la recibe? ¿O acaso mezclan sus
olores de forma deliberada para generar un combinado de olor o un olor de
grupo? Esto último se ha propuesto en el caso de los tejones, por ejemplo,
según estudios que analizan su marcado por olor. En lo que a los gatos se
refiere, la respuesta a estas preguntas sigue siendo complicada.
Curiosamente, a diferencia de cuando se aproximan a un objeto, los gatos
rara vez se detienen a olfatearse la cabeza o cualquier otra parte del cuerpo
antes del allorubbing. Esto sugiere la posibilidad de que quizá, cuando se
frotan, primero con la cabeza, seguida de los flancos y la cola, exista otro
componente en la interacción no relacionado con el olor: un componente
táctil. Puede que simplemente les guste el contacto físico con el otro.

LA MAGIA DEL TACTO


A lo largo de los años, en su afán por descubrir los misterios del tacto, la
ciencia ha examinado la piel de los mamíferos con más y más detalle. La
piel, cuya importancia está muy infravalorada, es el órgano más grande del
cuerpo humano. Alberga toda una serie de receptores nerviosos, cada uno
de los cuales reacciona a una sensación diferente. Estos incluyen, entre
otros, los termorreceptores, que detectan la temperatura; los pruriceptores,
que detectan el picor, y los nocirreptores, que reaccionan a los estímulos
dolorosos. También hay al menos siete tipos diferentes de lo que se conoce
como mecanorreceptores de bajo umbral, que responden al tacto y ofrecen
al cerebro información sobre forma, textura, presión y otras características
táctiles. Cada una de las neuronas que transmite esta información está
rodeada por una vaina de mielina, un elemento aislante que permite que los
mensajes viajen a la corteza sensorial del cerebro a gran velocidad; algo
esencial para generar reacciones rápidas ante estímulos potencialmente
peligrosos.
Los gatos son muy sensibles al tacto, dotados como están de la conexión
extra que les brindan sus famosos bigotes. La mayoría de la gente que tiene
gato encuentra, en algún momento, un pelo largo, grueso y afilado que se le
ha caído al animal. Lo más probable es que proceda de los cúmulos que
sobresalen a ambos lados del labio superior del gato, que recuerdan a un
mostacho largo y ralo, y se conocen como vibrisas mistaciales. Son el
conjunto de pelos más largos y más familiares. Además de en el labio, hay
vibrisas en varias partes del cuerpo del gato: sobre los ojos, en las mejillas y
en la parte posterior de las patas delanteras.
Los bigotes son una importante fuente de información táctil para los gatos,
ya que los ayudan a orientarse y a cazar de forma eficiente. Aunque de por
sí no tienen ningún componente sensorial, las raíces de los pelos se adentran
mucho en la piel del animal, donde quedan rodeadas por receptores
sensoriales. Estos receptores se encargan de enviar información al cerebro
según la posición y los movimientos de los bigotes cuando estos se rozan
con objetos. Los científicos creen que estos receptores también son
sensibles a las corrientes de aire, lo cual los hace especialmente útiles en la
oscuridad.
Bien provistos de músculos alrededor de las raíces, los bigotes poseen una
movilidad extraordinaria. Esto se aprecia sobre todo en las vibrisas
mistaciales, que se mueven como un grupo en lugar de individualmente, y
los conjuntos izquierdo y derecho son capaces de moverse de forma
independiente el uno del otro. Este movimiento puede tener un propósito
práctico. Por ejemplo, al cazar, cuando el gato se aproxima a su presa y su
hipermetropía natural le dificulta el enfoque, las mistaciales se mueven
hacia delante para ofrecer información táctil sobre la localización de la
presa. Los gatos también pueden utilizar este barrido de bigotes hacia
delante como respuesta a algo que les parece interesante: por ejemplo, una
mano humana tendida para que la olfateen. El sistema de codificación de
acción facial para gatos (CatFACS) describe este movimiento hacia delante
como «transportador de bigotes». También identifica otro movimiento
conocido como «retractor de bigotes», por el cual los bigotes se retiran
hacia atrás, casi pegados a la cara; y otro llamado «elevador de bigotes»,
por el cual se levantan hacia arriba. Para los humanos, la dinámica exacta
de estos movimientos es complicada de seguir con la vista, incluso si
observamos fijamente la cara del gato. Pero sabemos que, por lo general, los
gatos mantienen los bigotes en posición neutral cuando están relajados,
mientras que, si se estresan, los echan hacia atrás y los aplanan. Como
ocurre con las orejas, leer el lenguaje corporal del gato es una buena forma
de captar el estado de ánimo del animal.
En 1939, mientras investigaba los receptores de la piel, el neurofisiólogo
Yngve Zotterman descubrió, escondido entre las múltiples fibras nerviosas
mielinizadas, un tipo de receptor diferente, que denominó
«mecanorreceptores de bajo umbral de fibra C». Estos receptores, de forma
excepcional, no tenían vaina de mielina, por lo que sus respuestas se
transmitían de forma más lenta. Curiosamente, cuando Zotterman hizo su
descubrimiento, trabajaba ni más ni menos que con la piel peluda de los
gatos. No fue hasta cincuenta años más tarde cuando, con nuevas técnicas
neurológicas, se identificó una estructura equivalente en las zonas peludas
de la piel humana. En humanos, el nombre es más sencillo: «aferentes C-
táctiles (CT)».
Mucho se ha investigado sobre la naturaleza de estas fibras aferentes
nerviosas CT, en particular sobre su papel en el tacto social. La forma más
eficaz de estimularlas es acariciar la piel con suavidad y lentamente, como
una madre acaricia a su bebé, un amigo consuela a otro o una persona
acaricia a su mascota. Los estudios han demostrado que acariciar con
suavidad, a temperatura corporal y a una velocidad determinada (entre uno
y diez centímetros por segundo) genera la máxima respuesta de estas fibras
aferentes CT. Parece que, de manera instintiva, las personas acarician a
estas velocidades tan efectivas cuando miman a sus parejas o a sus bebés. Y
a sus mascotas.
El tacto social tiene, como es evidente, un efecto calmante y afectivo en
muchos grupos de animales, pero ¿cómo funciona? A diferencia de los
receptores mielinizados que permiten al cerebro diferenciar los distintos
tipos de tacto y responder en consecuencia, la investigación por imágenes
ha demostrado que las fibras aferentes CT estimulan una zona diferente del
cerebro, conocida como la ínsula, una estructura asociada, en particular, a la
generación de sensaciones de placer. Los estudios sobre las caricias
muestran que la frecuencia con la que las fibras aferentes CT lanzan sus
mensajes tiene una correlación positiva con la valoración que hacen las
personas del placer táctil. Dicho de otra manera: las caricias suaves hacen
que quien las recibe se sienta bien. Ahora se sabe que todas las especies de
mamíferos estudiadas cuentan con fibras aferentes CT. No es de extrañar,
pues, que a tantos animales les guste que los toquen, los acicalen, los froten
o los acaricien.
La investigación empezó a centrarse en cómo funciona este factor de
bienestar: cómo un lametón suave, una caricia, una friega o un roce de la
piel en humanos y animales se convierte en un estímulo hedónico tan eficaz.
Resulta que el acicalado social y el roce social en los animales, así como las
caricias suaves en humanos, están relacionados con la liberación de toda
una serie de neuroquímicos que afectan a las emociones. El más conocido
es la oxitocina, conocida como «la hormona del amor». De importancia
clave para el vínculo entre madres y bebés, tiene también un papel
significativo en el comportamiento social. Si bien antes se creía que su
efecto era exclusivamente positivo, porque aumentaba la confianza y las
relaciones amistosas con compañeros sociales, los estudios realizados en
humanos demuestran que la liberación de oxitocina tiene en realidad un
efecto variable según el contexto. Parece aumentar la conciencia de la
persona respecto a la información social, lo cual le permite reaccionar
favorablemente ante aliados reconocidos, pero más a la defensiva cuando se
está menos seguro de la integridad del interlocutor. También se han hallado
evidencias de esto en animales no humanos, y puede dar lugar a una especie
de efecto de selección social que reduce la sociabilidad ante individuos
desconocidos. Para los gatos de la colonia que se topan con una cara felina
familiar, frotarse con ella puede aumentar la oxitocina en ambos gatos y
reforzar su vínculo social, y al mismo tiempo los hace estar alerta ante gatos
desconocidos.
Junto a este aumento de la oxitocina se ha visto que en algunas especies el
tacto social reduce los niveles de cortisol, la hormona del estrés, y
disminuye la frecuencia cardíaca y la presión arterial. Otro grupo de
hormonas conocidas como endorfinas también tienen una estrecha relación
con la experiencia del tacto social y el bienestar. Por ejemplo, las endorfinas
que se liberan durante el ejercicio o un masaje producen un leve efecto
opiáceo natural que genera una sensación de bienestar y calma.
Aunque estos efectos fisiológicos no se han estudiado en conexión directa
con las interacciones táctiles entre gatos, parece probable que estos
animales experimenten sensaciones parecidas. No cabe duda de que las
experiencias táctiles del acicalado son un componente vital del repertorio de
comportamientos sociales que han desarrollado los gatos: minimizar
tensiones y reforzar vínculos entre compañeros.

FROTARSE CON PERSONAS


Mucha gente que tiene gato cree que es uno de los comportamientos
gatunos más entrañables, pero el roce de gato a humano, como el roce entre
gatos, presenta muchas variables. A menudo, da comienzo con un gesto de
confianza: la cola levantada cuando el gato se aproxima a la persona.
Tras anunciar que su intención es pacífica, puede que el gato se frote la
cabeza, los flancos y a veces incluso la cola en las piernas de la persona, y a
menudo enroscará la cola por las piernas de la persona, como haría con la
cola de otro gato.
Según dónde esté la persona, el gato quizá serpentee entre sus piernas
trazando un ocho, en una enérgica muestra de frotamiento. En ocasiones
también intentará movimientos más atrevidos —lo que en casa conocemos
como «frotamiento saltarín»—, como intentar frotarse la cabeza un poco
más arriba de la pierna de la persona, levantando las patas traseras para dar
una especie de saltito. Quizá sea un intento por alcanzar el lugar contra el
que más les gusta frotarse: la cabeza.
Cuando interactúan con una persona, los gatos domésticos suelen ampliar
su repertorio y se frotan la cabeza con objetos cercanos, como esquinas de
armarios, cajas o cualquier objeto inanimado que no se mueva si se frotan
contra él. Es parecido a cuando se frotan contra objetos durante el
allorubbing con otros gatos, si bien en los encuentros con humanos resulta
particularmente exagerado.
Decidí investigar más sobre esta conducta de frotamiento de los gatos con
las personas. Cuando empecé, los estudios existentes al respecto eran muy
escasos. Claudia Mertens y Dennis Turner tenían un trabajo sencillo y
brillante sobre la influencia humana en el comportamiento gatuno. Habían
llevado a cabo un experimento para ver cómo reaccionaban los gatos ante
un encuentro con una persona desconocida. Durante los primeros cinco
minutos, la persona permanecía sentada leyendo un libro e ignoraba al gato.
En los cinco minutos siguientes la persona interactuaba libremente con el
gato. Mertens y Turner descubrieron que, en general, durante el período de
interacción el gato se frotaba la cabeza con la persona mucho más. Por lo
tanto, el gesto de frotarse con la cabeza es un componente importante de las
interacciones sociales entre gatos y humanos; al menos para los gatos.
Para profundizar en este tema desarrollé un estudio parecido al de Mertens,
pero con algunas variaciones. En contraste con los experimentos de
Mertens, la persona que participaba en mi experimento era alguien
conocido por el gato, y también incluí una caja de madera para que el gato,
si le apetecía, se frotara contra ella. Además de ver cómo los gatos se
frotaban más con la persona cuando recibían su atención, también quería
investigar cómo esto afectaba a su tendencia a frotarse después contra un
objeto cercano. Para cada prueba grabada en vídeo se introducía un gato en
la sala donde estaban la persona y la caja. Entonces, la persona o bien
ignoraba al gato o bien interactuaba con él de forma clara (lo acariciaba 20
segundos cada minuto y hablaba con él) durante cinco minutos.
El análisis de los vídeos lanzó algunos resultados interesantes. Los gatos se
frotaban bastante más contra la caja según cómo actuaba la persona:
pasaban de 9 frotamientos contra la caja cuando la persona los ignoraba a
23,8 cuando la persona interactuaba con ellos. También se frotaban contra
la persona, pero menos que con la caja. Cuando no mediaba interacción
alguna, se contabilizaban 5,3 frotamientos. Curiosamente, cuando la
persona interactuaba con ellos, no cambiaban mucho las cosas: se
contabilizaban 6,9 frotamientos. Así, mientras que la interacción con la
persona se tradujo en un aumento de restregones con la caja, solo aumentó
ligeramente los frotamientos con la persona. El estudio de Mertens no
registró el frotamiento con objetos, así que es difícil comparar ambos
experimentos de forma directa. Es posible que, en general, los gatos se
froten más cuando una persona les presta atención y que, según los objetos
que tengan a mano, lo hagan con objetivos diferentes.

¿Por qué los gatos se frotan tanto con objetos cuando interactúan con
personas? Es probable que la respuesta definitiva siga siendo un secreto
gatuno muy bien guardado, pero observar esto desde el punto de vista del
minino nos ofrece algunas pistas. Frotarse en las piernas de una persona es
bastante diferente a frotarse con otro gato de tamaño, altura y forma
similares. Cerca de las piernas de una persona y desde el suelo, el gato no
alcanza a ver ni la cara ni la reacción del receptor mientras se frota con él.
Parece lógico alejarse un poco para frotarse contra otra cosa y observar el
rostro y el lenguaje corporal de la persona. Así ven si su saludo ha surtido
efecto, y puede que establezcan contacto visual o incluso lancen un
maullido para pedir lo que sea que quieran. Quizá se trate de un recurso
visual pensado para alargar el saludo mientras comprueban si captan la
atención de la persona. Este frotamiento redirigido es una adaptación tan
sutil e ingeniosa en el comportamiento gatuno que apenas la percibimos; y
sin embargo todos los gatos domésticos amistosos que he conocido lo
incluyen en sus interacciones con frotamiento.
Los peligros de pasar por alto matices de comportamiento tan sutiles como
este se detallaron en un artículo académico bajo el sugerente título
«Tropezar con el gato» de Bruce Moore y Susan Stuttard. Los autores
revisaron algunos experimentos clásicos muy celebrados llevados a cabo
por los científicos Edwin Guthrie y George Horton en 1946, que pretendían
ilustrar varios tipos de aprendizaje en gatos. El animal se colocaba dentro
de una caja laberíntica, cuya única salida se abría al accionar una palanca
vertical. A los gatos se les dio muy bien y mostraron un patrón de
movimientos estereotipado una y otra vez. Al parecer, y según Guthrie y
Horton, «aprendían» a accionar la palanca y escapaban. Lo que Guthrie y
Horton no tuvieron en cuenta fue que, cada vez que introducían un gato en
la caja, también había personas sentadas cerca, a la vista, observando el
experimento. Dado el instinto natural de los gatos de frotarse para saludar a
los observadores, y al no poder frotarse con aquellas personas (estaban
dentro de la caja), buscaron el objeto más cercano donde restregarse: la
palanca, y voilà!, se convirtieron en ases del escape. Para probar que esta
era la explicación verdadera, Moore y Stuttard recrearon los experimentos
de Guthrie y Horton, pero registrando las reacciones de los gatos con y sin
observadores humanos presentes. Sin observadores a la vista, los gatos no
se frotaban contra la palanca. Por lo tanto, los mininos de Guthrie no habían
aprendido nada: tan solo reproducían un comportamiento natural en sus
relaciones con los humanos.
Existen otras diferencias sutiles en el frotamiento que los dueños quizá
desconozcan. Por ejemplo, los gatos domésticos que pueden salir de casa
tienen más tendencia a frotarse con la gente que los que no salen del hogar.
Es probable que esto sea un reflejo de la necesidad de reforzar vínculos al
reunirse de nuevo con los animales o las personas (en este caso sus dueños)
con los que socializan, como en las colonias de gatos. Cuando el dueño se
ha marchado y regresa, el gato se frota con él; pero lo curioso es que la
cantidad de frotamiento no aumenta tras largos períodos de separación. Esto
sugiere la existencia de un elemento de ritualización en el saludo por
frotamiento del gato a su dueño, y que este no es proporcional a lo mucho
que el gato ha echado de menos al propietario. Esto contrasta con el saludo
de los perros a sus dueños tras distintos períodos de ausencia. Se ha
demostrado que los perros muestran un comportamiento de saludo más
intenso (meneo de cola e interacción con la persona) después de que el
dueño se haya ausentado un tiempo más largo.
Los gatos no limitan la conducta de frotamiento a los humanos y a otros
gatos. Se han descrito interacciones de frotamiento entre gatos y perros, e
incluso entre gatos y caballos. Nuestra gata Bootsy, por ejemplo, pese a la
tormentosa relación que mantiene con su hermana Smudge, tenía un vínculo
muy fuerte con nuestro golden retriever, Alfie. Se restregaba con él,
entusiasmada, cada vez que coincidían dentro de casa tras pasar un tiempo
separados. Smudge, en cambio, se alejaba de él o le arreaba un sopapo en
todo el hocico. Nunca se restregó con él y, definitivamente, nunca lo
consideró parte de su grupo social.
A menudo, se ha dicho que lo de frotarse con su dueño es una estrategia
adaptativa de los gatos para conseguir algo. ¿Qué buscan? Mucha gente
asegura que solo buscan comida y es cierto que, en un alto porcentaje,
tienden a frotarse con quien les da de comer. Tal vez sea un recuerdo de su
infancia, en la que, como se vio en la granja de Macdonald y Apps, a más
frotamiento, más alimento.
No obstante, los gatos también se frotan con sus dueños cuando no tienen
hambre, sobre todo a modo de saludo cuando el dueño o el gato regresa al
hogar. Durante una serie de pruebas diseñadas para evaluar el nivel de
apego de los gatos a sus dueños, Claudia Edwards y su equipo registraron
cuántas veces se frotaban los gatos la cabeza cuando estaban solos, cuando
estaban con su dueño y cuando estaban con un extraño. Descubrieron que el
frotamiento (sobre personas y objetos) aumentaba de manera significativa
cuando estaban en compañía de un extraño en comparación con cuando
estaban solos. Los gatos también se frotaban más veces cuando estaban con
su dueño que cuando estaban con el extraño.

ACARICIAR A UN GATO
La reacción típica de una persona cuando un gato se frota en sus piernas es
agacharse y acariciarlo. Acariciar a un gato así es, con toda probabilidad, la
forma más parecida que tenemos los humanos de «devolver» el frotamiento
al gato, y a veces eso es todo lo que espera el minino. Este frotarse por las
piernas y estas interacciones con caricias suelen ser de naturaleza
asimétrica, ya que parece poco probable que una persona se agache y
acaricie al gato al mismo ritmo que este se frota, resultaría demasiado
incómodo. El equilibrio se invierte cuando el gato se sienta en el regazo de
la persona, porque ahí es más fácil que esta lo acaricie. Esto quizá ayude a
entender por qué los gatos parecen necesitar alcanzar cierta confianza antes
de acurrucarse en el regazo de alguien: al hacerlo, pierden de forma
inevitable el control de la interacción táctil, algo que a muchos gatos no les
gusta.

Una de mis palabras preferidas empleadas en el estudio de las interacciones


entre personas y animales es calmar, entendido como una combinación de
caricias y palmaditas, posar la mano con tranquilidad sobre el cuerpo del
animal y hablarle en voz baja o sin hablar. Es una técnica que se usa desde
hace mucho tiempo para mejorar el vínculo entre los seres humanos y
muchas especies animales, incluidos los animales de granja, los de
laboratorio y los de compañía. Al estudiar las combinaciones de palabras y
caricias en las interacciones entre personas y mascotas, los investigadores
descubrieron que el sonido de la voz del dueño tras un período de
separación provocaba en los perros un subidón de oxitocina que les hacía
sentirse bien. Lo interesante es que este efecto era más duradero si las
palabras del dueño se acompañaban de caricias: la parte táctil era
importante. No hay más que ver a los perros tumbarse panza arriba para que
les acariciemos el vientre para tener claro cómo disfrutan con ese contacto.
Con los gatos el efecto de combinar palabras y caricias puede variar en
función de las circunstancias. Un estudio de Nadine Gourkow y su equipo
analizó los efectos psicológicos de calmar (con palabras y caricias) en gatos
muy estresados que vivían en refugios de animales. Descubrieron que los
gatos que recibían este trato mostraban niveles más elevados de
inmunoglobulina A secretora y, en consecuencia, una mayor resistencia a
las infecciones de las vías respiratorias superiores. El grupo de gatos que no
recibió dicho trato resultó tener el doble de probabilidades de sufrir este
tipo de infecciones en comparación con el grupo que sí lo recibió. No
obstante, otro grupo de investigadores que estudiaba la mejor combinación
de palabras y caricias para calmar a los gatos de los refugios descubrió que,
al menos para algunos gatos, las caricias solas resultaban mucho más
efectivas. Puede que el resultado fuera específico de aquel estudio: quizá los
gatos no conocían a las personas que les hablaban, sus voces no les
resultaron tranquilizadoras o simplemente las personas fueron demasiado
insistentes.
Dentro del hogar, los gatos a menudo solicitan una interacción táctil al
frotarse con su dueño, indicando que para ellos las caricias son una parte
importante de la conversación, además de cualquier intercambio verbal
ritual que pueda tener con su humano. De la misma manera que los gatos y
sus dueños desarrollan sus propias conversaciones vocales, muchos de ellos
han ritualizado también rutinas de comportamiento que incluyen el
frotamiento y las caricias. Los dueños a menudo describen cómo el gato los
«invita» a iniciar el ritual al frotarse contra una de sus piernas o un objeto
cercano mientras los mira a los ojos, o saltando sobre su regazo. Algunos
gatos incluso guían a su dueño a zonas de la casa donde prefieren iniciar las
interacciones, se presume que porque asocian esos espacios con dicha
actividad.
A los gatos les gusta que les acaricien determinadas partes del cuerpo.
Sarah Ellis y su equipo han estudiado este tema en profundidad. Escogieron
las ocho partes del cuerpo que los dueños acariciaban y comprobaron cómo
reaccionaban los gatos cuando se les acariciaba en cada una de ellas,
anotando tanto las reacciones negativas (agresivas o evitativas) y las
positivas (amistosas). Tocarles la cola generaba muchas más respuestas
negativas que si se les acariciaba la zona de las mejillas y la barbilla (la
zona perioral) o la parte entre los ojos y las orejas (la región temporal). En
otras palabras, lo mejor es acariciarles la cabeza y evitar siempre la cola. La
barriga es una de esas zonas misteriosas en lo que a caricias se refiere:
muchos dueños aseguran que sus gatos se tumban panza arriba, felices, para
que los mimen, como si los invitaran a acariciar la barriga, pero que
enseguida atenazan la mano intrusa que se atreva a tocársela.
Algunos gatos guían la mano de la persona hasta las partes donde quieren
ser acariciados, y a tal efecto mueven la cabeza y el cuerpo. Resulta curioso
saber que los gatos prefieren que se los acaricie en aquellas partes donde les
gusta que otro gato les frote. Esto sucede con muchos animales; algunas
especies también disfrutan más del contacto humano en aquellas partes del
cuerpo que normalmente acicalan o frotan sus congéneres (animales de la
misma especie). Las vacas lecheras, por ejemplo, prefieren que una persona
les masajee la cruz (la cresta entre las escápulas), que es la misma zona
donde ellas se mordisquean y acicalan entre sí.
¿Por qué los gatos quieren que los acariciemos? Las partes de la cabeza
donde les gusta que los acaricien están dotadas de glándulas odoríferas y
algunos científicos sugieren que intentan impregnarnos con su olor, por lo
que nos animan a que las frotemos con las manos. Pero también hay
glándulas como estas en la cola, y al parecer la mayoría de los gatos no
quieren que nos acerquemos a ellas. Además, al igual que con otros gatos,
¿qué olor impregna a quién cuando les acariciamos la cara? Quizá el
objetivo sea mezclar ambos olores. Si solo se tratase de marcar con olor,
podrían limitarse a restregarse por nuestras piernas al pasar por nuestro lado
en lugar de esperar a que un humano les devuelva una caricia. La tendencia
gatuna de continuar restregándose cuando respondemos a su avance inicial
sugiere que quieren que esta interacción social sea bidireccional. Y parece
que la disfrutan.
¿Y nosotros qué ganamos con esto? Un estudio sobre las caricias entre
humanos descubrió que ser acariciado resultaba más placentero e intenso
que acariciar. Sin embargo, se vio que acariciar también era una experiencia
placentera para el acariciador. Esto es lo que sucede cuando una persona
acaricia a un gato. Investigadores que estudiaban la interacción entre
mujeres y sus gatos descubrieron que algunos comportamientos interactivos
concretos tenían correlación con un aumento del nivel de oxitocina en la
saliva de las mujeres, mientras que otros no. Acariciar, abrazar y besar al
gato, y que el gato iniciara el contacto, por ejemplo, se correlacionaron con
un mayor nivel de oxitocina resultante, mientras que el ronroneo del gato o
que la mujer le hablara con voz suave como a un bebé no producían el
mismo efecto. Al parecer, lo táctil es lo que generaba el efecto de bienestar
en las mujeres. Un efecto similar apareció en otro estudio que demostraba
que el pelaje calentito de un gato generaba un estado de ánimo positivo en
las mujeres. Esto se reflejaba en la activación de una parte del cerebro
conocida como giro frontal inferior, una zona asociada con la comunicación
emocional y social. Estos dos últimos estudios se centraron de forma
específica en las mujeres para explorar los aspectos maternales de tener un
gato. La manera en que se crea una especial relación entre mujeres y gatos
se expone en el capítulo 8.
Si bien muchas interacciones táctiles entre gatos y humanos comienzan con
el gato frotándose por las piernas del dueño, otras lo hacen con el gato
saltando al regazo del dueño e invitándolo a acariciarlo. En este caso el gato
suele quedarse quieto, disfrutando de las caricias, quizá incluso ronronee de
placer, con el cuerpo relajado, los ojos medio cerrados como a punto de
dormirse. A veces se produce un cambio repentino en el lenguaje corporal:
el gato no está tan relajado y empieza a mover la cola. El dueño, que no
repara en ello, sigue acariciándolo y, llevado por una falsa sensación de
seguridad, puede distraerse con la televisión, un libro o lo que sea que
estuviera haciendo cuando el gato se acomodó en su regazo. Puede que no
se percate de lo que ocurre hasta que, de golpe y porrazo, el gato arremeta
contra él y lo arañe o lo muerda, para después saltar y retirarse al otro
extremo de la sala, donde se acicalará con altanería. El dueño,
desconcertado, se preguntará qué demonios ha pasado.
El «síndrome de caricias y mordiscos», que así se denomina, es muy
frecuente en gatos. En los individuos propensos a actuar así es importante
estar atento a las señales de alerta. A muchos gatos no les gusta que los
acaricien, incluso si están bien socializados con los humanos. En un estudio
realizado entre dueños de gatos en Brasil, los investigadores preguntaron
por el comportamiento social de los gatos en el hogar. Las respuestas
indicaron que al 87 % de los gatos parecían gustarles las caricias. Y, sin
embargo, cuando se les preguntó por los comportamientos agresivos de su
gato, el 21 % de ellos aseguró que su gato agredía cuando se le acariciaba o
se le ponía en el regazo. De hecho, este era el contexto donde se daban las
agresiones. Hay algo que no termina de cuadrar: ¿por qué algunos gatos, a
los que les gusta que los acaricien, de repente se hartan y atacan? Si ser
acariciado por una persona es, para el gato, el equivalente al acicalado con
otro gato, quizá es que la persona no lo acaricia bien o le acaricia zonas que
otro gato normalmente no toca, como la cola.
Otra posibilidad, respaldada por la investigación sobre caricias en humanos,
es que las caricias se alarguen demasiado y el gato ya no las disfrute. Se ha
demostrado que las fibras aferentes CT que transmiten la sensación de la
caricia al cerebro se «cansan» y reducen su frecuencia de respuesta al
estímulo. En humanos, esto se corresponde con una disminución gradual de
la sensación de placer y con el deseo de poner fin a las caricias. Si
suponemos que lo mismo ocurre con los gatos, este «hartazgo de caricias»
podría explicar el cambio de comportamiento de algunos gatos cuando el
deseo por las caricias se tuerce y solo quieren escapar.
El allorubbing y su equivalente humano, las caricias, son todo un éxito en
las relaciones entre gatos y humanos. Ambos han sabido adaptar un
comportamiento social táctil propio para dar paso a una interacción entre
especies gratificante para ambos, aunque los gatos se han esforzado un poco
más. El frotamiento de los gatos es uno de los comportamientos felinos
favoritos de sus dueños, y también de quien no tiene gato, ya que lo
utilizan, literalmente, para empujarnos a responder. Un interesante estudio
analizó los movimientos faciales y otras señales de comportamiento que
dan los gatos en los refugios y cómo las personas reaccionaban ante ellas.
Descubrieron que el frotamiento era el único comportamiento que afectaba
el índice de adopción de los gatos: los que más se frotaban eran los
primeros en ser adoptados.

¿Es el frotamiento de los gatos un simple gesto amistoso o algo más


calculado? Si se pregunta a cualquier dueño, responderá que es amistoso.
Como dijo una vez James Herriot, un veterinario británico muy conocido:
«He sentido cómo los gatos frotaban su cara contra la mía y me acariciaban
la mejilla con las garras cuidadosamente envainadas. Para mí, esto es una
expresión de amor.»
Me gusta pensar que tenía razón.
CAPÍTULO 6
VEO, VEO

«Los ojos de un animal tienen el poder de hablar un gran lenguaje.»

MARTIN BUBER
Mientras escribo esto, miro de reojo a nuestra gata Bootsy en el jardín. Me
distrae bastante. Es octubre, hace mucho viento y hay hojas volando por
todas partes. Bootsy está en la gloria. Cada vez que una hoja revolotea en el
aire, la persigue con la mirada y salta y se abalanza sobre ella. Afirmar que
es su pasatiempo favorito sería exagerado, pero «perseguir cosas que se
mueven» sí entra dentro de esa categoría, junto con tomar el sol, asearse y,
por supuesto, vigilar a los pájaros tras la ventana.

La vida de un gato doméstico mimado como Bootsy no tiene nada que ver
con la de sus antepasados remotos; y sin embargo sus sentidos y sus
instintos siguen siendo muy parecidos. De todos los sentidos, la vista es el
último que se desarrolla en los gatitos, siendo el olfato y el tacto el
responsable de guiar sus primeros movimientos. Esto no significa que la
vista no sea importante para los gatos; solo que lo es de una forma
totalmente distinta a la de los humanos. Tanto los gatos como los humanos
usamos los ojos para ver qué sucede a nuestro alrededor, pero los distintos
entornos evolutivos hacen que no necesitemos ver lo mismo. La visión
humana funciona mejor durante el día: vemos las cosas a todo color, vemos
lo que hacen las otras personas y utilizamos los ojos como una forma de
comunicación. En cambio, el sistema visual del gato está muy bien
diseñado para el que fue el principal objetivo de sus ancestros salvajes:
cazar comida. A diferencia de las hojas otoñales que persigue Bootsy, los
roedores que los gatos cazan de forma natural son más activos al alba y al
anochecer, por lo cual es en esas horas del día cuando los gatos —que son
cazadores crepusculares— suelen cazar. Necesitan ser capaces de ver y
atrapar presas que se mueven muy rápido casi a oscuras, al amanecer y
cuando anochece.
Aunque los gatos poseen la misma estructura visual básica de los
mamíferos que tienen los humanos, sus ojos cuentan, además, con un
número significativo de adaptaciones que mejoran la visión en entornos
muy oscuros y maximizan la cantidad de luz captada para poder distinguir
imágenes en la semioscuridad. Para empezar, tienen una capa adicional en
la parte posterior del ojo que refleja la luz entrante de vuelta a la retina, lo
cual es una segunda oportunidad para estimular las células fotorreceptoras
allí localizadas. Dicha capa, conocida como tapetum lucidum, es lo que
confiere a los ojos de los gatos ese efecto de «brillo en la oscuridad».
Las células fotorreceptoras de la retina de los gatos son de los mismos dos
tipos que tenemos nosotros, pero los gatos las tienen en una proporción
distinta a la nuestra. Uno de estos tipos de células, los conos, se activan con
la luz brillante y detectan el color. Los seres humanos tienen tres tipos de
conos y cada uno de ellos es sensible a los tonos azules, verdes o rojos. Los
gatos tienen pocos conos y ninguno de la variedad sensible al rojo: ven
sobre todo azul y verde amarillento. Su visión del mundo es, por lo tanto,
mucho más apagada que la nuestra. El otro tipo de células fotorreceptoras
son los bastones. Solo permiten ver en blanco y negro, pero funcionan con
poca luz, por lo que resultan ideales para ver en la oscuridad. Nosotros
tenemos pocos bastones, lo cual hace que nuestra capacidad para ver merme
del todo cuando anochece, pero los gatos tienen muchos. Además, la pupila
del gato se dilata más que la nuestra y esto permite captar más luz a medida
que oscurece.
Los gatos no pueden ver en la oscuridad total, pero la luz de la luna —o,
para los gatos de ciudad, de las farolas modernas— les proporciona
suficiente la iluminación para ver todo lo que necesitan ver. Ante la luz
brillante, sus pupilas se contraen rápidamente y adquieren una forma de
rendijas verticales, una adaptación que protege los ojos y al mismo tiempo
mantiene la capacidad de enfocar cualquier presa potencial en pleno día.
Los cambios en la pupila también pueden deberse a otras razones que no se
limiten a la adaptación ante los cambios de luz. Un subidón emocional de
miedo o emoción se las dilata, mientras que si el gato está tranquilo sus
pupilas adquieren una forma más alargada y estrecha.
Los gatos también tienen un campo visual un poco más amplio que el de los
humanos. El suyo abarca unos 200 grados, mientras que el nuestro no pasa
de 180. Prestan mucha atención a su extraordinaria visión periférica,
tienden a ignorar los objetos inmóviles, pero son muy rápidos para
perseguir cualquier cosa que se mueva, como hace Bootsy con las hojas.
Sus ojos son capaces de seguir un objeto que se desplaza (un ratón)
escaneándolo con una serie de pequeñas sacudidas, conocidas como
movimientos sacádicos, que evitan que la imagen se vea borrosa.
Distinguir pocos colores tiene en el fondo poca importancia para los gatos:
a la hora de localizar presas se fijan más en los contrastes y las texturas que
en los colores. Así, para un gato siempre será más interesante perseguir una
pelota con un dibujo en zigzag en blanco y negro que una de color rojo.
Muchos dueños se preguntan por qué sus gatos parecen confundidos y les
cuesta localizar una golosina que tienen en el suelo, justo delante de ellos.
Esto sucede porque, debido a la musculatura de los ojos, les cuesta trabajo
enfocar las cosas que están a menos de 25 centímetros y para localizarlas lo
que hacen es servirse de los bigotes o del olfato. La visión a distancia
tampoco es muy buena: a más de seis metros de distancia las cosas se les
vuelven un poco borrosas.
Los ojos de los gatos están diseñados para la caza, pero no pierden de vista
todo lo que sucede a su alrededor, una habilidad que desarrollan desde muy
pequeños.

OBSERVAR Y APRENDER
«Gatito, si abres los ojos
y observas atentamente,
¡ay, cuántas cosas sabrás!
¡Las cosas más sorprendentes!»
DR. SEUSS, ¡Yo puedo leer con los ojos cerrados!
Como sucede con todas las especies, la capacidad de aprender de lo que
ven, denominada aprendizaje observacional, es esencial para los gatos;
sobre todo para los más jóvenes. Los gatitos que nacen lejos del confort de
un hogar humano necesitan aprender a cazar observando a su madre si
quieren sobrevivir cuando sean adultos. Al principio la madre les entrega
presas muertas para comer, pero después empieza a llevarlas vivas al nido y
muestra a sus crías cómo las mata. Cuando ya han visto actuar a su madre
un par de veces, las crías intentan matar a la presa ellas mismas.
Los investigadores interesados en el aprendizaje observacional en gatitos
han demostrado que estos animales son capaces de observar y aprender una
serie de habilidades de sus madres y de otros gatos, incluso en
circunstancias bastante fuera de lo normal, que no tienen nada que ver con
la situación antes mencionada. Los experimentos de Phyllis Chesler que
trataban de determinar si las crías eran capaces de aprender a accionar una
palanca revelaron que, si se las dejaba solas, casi nunca lo lograban. Sin
embargo, cuando tenían ocasión de ver a otro gato hacerlo, aprendían de
forma gradual a realizar la misma acción. Este efecto observacional era
mayor si el gato que servía de ejemplo era la madre de la cría. Cuando el
gatito había aprendido qué hacer, la identidad del gato de referencia ya no
influía en la rapidez de mejora del índice de aciertos del gatito. Por lo tanto,
el elemento importante del proceso de aprendizaje era, en primer lugar, la
atención que se prestaba al gato de referencia, y en este sentido la gata
madre era la que ejercía una mayor influencia. La habilidad observadora
parece conservarse también en la edad adulta: un estudio sobre el
aprendizaje observacional en gatos adultos descubrió de nuevo que contar
con otro gato al que observar aceleraba el aprendizaje de una tarea.
Al parecer, los gatos saben emplear su habilidad para observar y aprender,
sean cuales sean sus circunstancias vitales. Para los gatos que viven en
grupo, la prioridad es evitar confrontaciones y conservar el acceso a los
recursos alimenticios y de cobijo. En las colonias de gatos de granja, por
ejemplo, si un gato detecta a otro que regresa con una presa tras una caza
exitosa, le da una idea de dónde cazar la próxima vez. El foco del
aprendizaje observacional de los gatos domésticos es algo diferente del de
los gatos que tienen que cazar para alimentarse y vivir de su ingenio. Los
domésticos aprenden de las personas, nos observan y recuerdan cuáles de
nuestras actividades propician buenos resultados, como cuando ven que, si
vamos a por el abrelatas, poco después aparece un plato con comida.
AHORA ME VES, AHORA NO ME VES
Si alguien toma un objeto y lo esconde detrás de la espalda, ¿sigue
existiendo ese objeto? Como humanos adultos sabemos que sí, y no hay
más que mirar tras la espalda de esa persona para dar con el objeto. Sin
embargo, cuando somos bebés tendemos a pensar que el objeto, una vez
escondido, ha desaparecido. Por eso a los bebés les divierte tanto el juego
del cucú-tras: cada vez que nos escondemos la cara con las manos
«desaparecemos», y luego reaparecemos para sorprenderlos. La teoría de la
permanencia del objeto la propuso un psicólogo suizo llamado Jean Piaget,
que fue el primero en estudiar su desarrollo en bebés humanos. Puso a
prueba a varios bebés quitándoles uno de sus objetos y, mientras ellos
miraban, lo escondía bajo una manta. A esto lo llamaba test del
«desplazamiento visible». Piaget descubrió que a lo largo de los dos
primeros años de vida los niños desarrollan de forma gradual la
comprensión de que, pese a no poder verlo, el juguete sigue existiendo.
Llegan a ser capaces de conservar una representación mental del objeto
mientras no está y empiezan a buscarlo en el último sitio donde lo vieron.
Un test de «desplazamiento visible» más complejo consiste en colocar el
juguete en un recipiente delante del niño, colocar el recipiente detrás de una
pantalla y, acto seguido, sacar el juguete y dejarlo detrás de la pantalla.
Seguidamente, al niño se le muestra el recipiente vacío, y tiene que
descubrir que el juguete ha sido retirado cuando el recipiente estaba tras la
pantalla y que es allí donde debe buscarlo.
Los científicos que estudian la cognición animal se dieron cuenta de que la
habilidad para comprender la permanencia de un objeto es muy ventajosa
para muchas especies animales, no solo para los humanos. Saber que un
depredador o una presa que acaba de desaparecer del campo visual está
escondida tras una roca concreta es una información vital que determina si,
como presa, puedes huir con vida o si, como depredador, puedes conseguir
alimento.
Siguiendo los pasos de Piaget y con métodos similares a los que él utilizó
con niños, los investigadores han puesto a prueba otras especies animales
para estudiar su percepción de la permanencia de un objeto. Los gatos han
salido airosos en los test de desplazamiento visible. Dicho de otra manera,
comprenden que, cuando un objeto interesante desaparece de la vista, sigue
estando en el último lugar donde lo vieron. Esta habilidad la adquieren a las
seis o siete semanas de vida. Los investigadores también han realizado test
de desplazamiento invisible con gatos. Sin embargo, en general, estos test
han sido demasiado difíciles para ellos: cuando, al final de la prueba, veían
el recipiente vacío, parecían incapaces de deducir que el objeto que había en
su interior ahora estaba tras la pantalla. En su lugar, buscaban cerca del
recipiente.
Aunque pueda sorprender, más que revelar nada sobre la inteligencia de los
gatos, estos resultados reflejan lo que el animal necesita saber en plena
naturaleza. El escenario visible del test, que representa el momento en el
que un animal se esconde, es algo que pueden experimentar de forma real
en su entorno natural. De hecho, los gatos pueden completar varios de estos
test seguidos, cambiándoles cada vez el escondite. Siempre que vea cómo
se esconde el objeto, el gato continuará yendo al lugar correcto para
buscarlo. Esto puede suceder cuando un ratón corre y se esconde, por
ejemplo. Y sin embargo es mucho menos probable una situación natural en
la que la presa o el depredador se desplace de forma invisible.

Un factor importante para un depredador que espera que la presa oculta


reaparezca —y quizá sea un factor aún más crucial para la presa— es
cuánto tiempo es capaz de recordar dónde vio por última vez a su presa.
Esto se conoce como memoria de trabajo y varía mucho de unas especies a
otras. Por suerte, un ratón que se esconde de un gato no tiene que esperar
mucho para que el gato se olvide de dónde está. Los experimentos apuntan
que transcurridos los primeros 30 segundos después de que un objeto
desaparezca de su vista, la capacidad del gato para recordar la ubicación de
dicho objeto disminuye rápidamente. Pasado un minuto, la probabilidad de
éxito del gato está ligeramente por encima de lo que cabría esperar por azar,
lo cual no le da muchas esperanzas para cazar al ratón. Es de suponer que
llegados a este punto lo más productivo es intentar cazar un nuevo ratón
desprevenido que perder el tiempo buscando al ratón que sabe que el gato
sigue ahí y se esconde de él.
La mayoría de los gatos domésticos modernos tienen la suerte de no
depender de su memoria y de su habilidad para la caza para sobrevivir. La
comida se la suministra su dueño, así que cuando un gato está hambriento
su atención visual se centra en el dueño y en si hay comida a la vista.
Estudios recientes han empezado a analizar hasta qué punto la influencia
humana puede anular el instinto natural del gato a la hora de conseguir
alimento.
Cuando la investigadora Hitomi Chijiiwa y su equipo hicieron que sus gatos
escogieran entre dos recipientes, uno con comida y otro sin comida, los
gatos escogieron el que contenía comida. Cero sorpresas, pero el test
demostró que, de entrada, los gatos escogían el recipiente que sabían que
contenía comida. Otros test mostraban dos recipientes, pero esta vez ambos
contenían comida. En uno de ellos, tras ver cómo el investigador retiraba la
comida de uno de los recipientes y simulaba comérsela, el gato tenía la
oportunidad de aproximarse e investigar qué recipiente elegir. En un
segundo test con los mismos recipientes, el investigador cogía la comida de
uno de ellos, la mostraba al gato y volvía a dejarla en el recipiente en lugar
de «comérsela». A continuación, el gato podía aproximarse a ambos
recipientes y elegir uno.
Los investigadores sentían curiosidad por descubrir si los gatos darían por
hecho que el recipiente cuya comida había «desaparecido» en el primer test
estaría vacío y por ello escogerían el otro. Y en el segundo test se
preguntaban qué efecto tendría en la decisión del gato el gesto de «mostrar»
y volver a dejar la comida en el recipiente. Comprobaron que en ambos
casos los gatos decidían investigar el recipiente que el humano había
tocado. Sin embargo, lo hacían con mucha más frecuencia cuando el
humano había enseñado la comida en lugar de «comérsela». Esto implicaba
que los gatos intuían que si el investigador «comía», el recipiente quizá
estaría vacío, pero este conocimiento no siempre era lo suficientemente
sólido.
A priori, este resultado puede parecer extraño porque sugiere que los gatos
no comprenden el concepto de que la comida, una vez ingerida, desaparece.
Sin embargo, es posible que para un gato doméstico la idea de un humano
comiendo su comida sea tan irreal que decida igualmente echar un vistazo
al recipiente. También podría hacerlo para ver si queda comida en él. O
quizá estuviera tan acostumbrado a que se le rellene el plato que dio por
hecho lo que sucedería. Sea como fuere, los autores del estudio señalaron
que no es necesariamente malo que los gatos domésticos se sientan atraídos
por las acciones de los humanos, incluso si, como en este caso, a veces los
engañan. En otras ocasiones los gatos confían en sus dueños para que los
dejen entrar o salir, para que los alimenten o los rescaten de situaciones
difíciles. Es evidente que lo que hacemos les importa más de lo que
creemos.

MIRAR FIJAMENTE ES DE MALA EDUCACIÓN


Me encontraba a mitad de una ronda de vigilancia en el patio del hospital.
Era un precioso día de verano y los gatos campaban por allí, tomando el sol.
Ya había pasado la hora de comer, pero aquel día recibieron una ración de
comida extra cuando uno de los trabajadores de la cocina abrió la puerta de
la rampa y dejó una bandeja con restos. Parecían tiras de beicon. Betty, que
descansaba cerca de la puerta, fue la primera en aproximarse a la bandeja.
Mientras masticaba un trozo de comida, sentada, Tabitha se le acercó y se
agazapó a su lado. Observaba a Betty. Más que observarla, en realidad la
miraba fijamente a los ojos. Betty, consciente de que Tabitha no le quitaba
los ojos de encima, evitó establecer contacto visual con ella hasta que cedió
a la presión. Al final, se apartó a un lado y Tabitha se acercó a la bandeja
para comer. Betty la observaba fijamente.
Registré interacciones similares a la de Betty y Tabitha a menudo cuando
los gatos comían. La investigadora Jane Dards, que estudió las
interacciones entre los gatos callejeros de los muelles de Portsmouth, Reino
Unido, en 1970, documentó miradas similares entre aquellos gatos. Dards
puso nombre a aquel comportamiento: «mirada de comida», y concluyó que
su propósito no es otro que intimidar al gato que come para que ceda la
comida. A mí siempre me ha recordado a cuando un niño pequeño observa,
atento y esperanzado, cómo otro desenvuelve caramelos uno a uno.
También detecté aquella mirada en refugios de animales, cuando parejas de
gatos que se habían criado juntos se alojaban en el mismo recinto. Aunque
mantuvieran una relación afectuosa, esa mirada aparecía en cuanto había
comida de por medio. También aparece en los hogares, razón suficiente para
que cada gato tenga su comedero bien distanciado de los otros.
Mis notas sobre las interacciones entre los gatos de la colonia a menudo
empezaban con un gato observando a otro. En los primeros días que me
dediqué a observar, si el gato receptor devolvía la mirada al emisor, yo
anotaba en mi cuaderno: «contacto visual». Con el tiempo me di cuenta de
que esto evocaba imágenes más bien románticas: gatos intercambiando
miradas en una sala abarrotada, así que cambié mi terminología por algo
más literal, «mirada gato emisor», seguido de «mirada gato receptor».
Descripciones aparte, pronto me di cuenta de que el momento en el que
establecían contacto visual era clave en los encuentros entre gatos. Lo que
sucedía a continuación dependía en gran medida del tipo de relación que
hubiera entre ambos gatos y variaba entre un desvío rápido de la mirada,
una mirada mutua más curiosa y un choque de miradas en toda regla.
Algunos estudios a menor escala han analizado estos distintos tipos de
«miradas» con más detalle. Deborah Goodwin y John Bradshaw estudiaron
las interacciones entre gatos de la misma colonia y las clasificaron entre las
que incluían un comportamiento agresivo y las que no. Descubrieron que en
las interacciones con comportamiento agresivo había menos miradas
mutuas entre los gatos de lo esperado, dada la cantidad total de tiempo que
cada uno pasaba observando al otro. Estos gatos se vigilaban con disimulo,
apartando la vista cuando el otro los miraba. Cuando los encuentros solo
contenían comportamientos no agresivos, el número de miradas mutuas era
el esperado, dado el tiempo total que los gatos pasaban mirándose el uno al
otro. En estos gatos, la mirada mutua no era amenazante, a diferencia de las
miradas de advertencia de los encuentros hostiles, o de las gélidas «miradas
de comida» de Betty y Tabitha.

Otro estudio de los mismos autores analizó las interacciones entre parejas
de gatos para registrar el contacto visual con más precisión. Se vio que la
secuencia de comportamiento más común era que un gato observara al otro
unos breves instantes y después apartara la mirada, como si monitorizara lo
que hacía ese otro gato. Lo interesante es que, a continuación, el mismo
gato olfateaba un objeto cercano o se acicalaba. Los gatos usan estas
acciones como conductas de desplazamiento, una forma de liberar tensiones
cuando no están seguros de qué hacer. A veces evitaban la interacción
después de apartar la mirada. Sin embargo, si ninguno de los dos apartaba la
mirada y se establecía una mirada mutua, a continuación se aproximaban y
se olfateaban. De nuevo, esto era indicio de un tipo de mirada mutua
diferente, más amistosa, comparada con la mirada de confrontación en un
encuentro agresivo.
Si bien el contacto visual entre individuos tradicionalmente se ha
considerado como un comportamiento hostil en los animales, estos estudios
y los de otras especies sugieren que, en algunas situaciones, la mirada
mutua entre individuos puede reflejar una relación más bien amistosa.
Los humanos actuamos de forma parecida. Aunque a veces la mirada fija
sirve para ejercer dominio, miramos a la gente a los ojos por muchas otras
razones. Podemos «llamarles la atención» para saber cómo se sienten, para
comprobar si están de acuerdo con algo que estamos haciendo, o para
hacerles saber que queremos interactuar con ellos. A veces esto lo hacemos
en silencio, sin otro recurso comunicativo. No obstante, en general,
establecemos contacto visual con alguien cuando hablamos con él o ella.
Hay momentos durante las conversaciones en los que las dos personas se
miran a los ojos a la vez. Esta «mirada mutua» también puede darse sin
conversación vocal, como detecté en mi colonia gatuna. El famoso
sociólogo Georg Simmel escribió: «El ojo no puede tomar nada sin dar algo
al mismo tiempo», en referencia a cómo dos personas que se miran
mutuamente están ofreciendo y recibiendo información. Igual que con los
gatos, mirar fijamente a alguien puede interpretarse de forma diferente
según la relación que exista entre ambas personas. Si el emisor conoce al
receptor o si mantiene una conversación con él, la mirada es amistosa y
alentadora. Una mirada larga y silenciosa de un extraño, en cambio, puede
interpretarse como un gesto hostil. Un estudio reveló que preferimos que
una mirada recíproca dure una media de 3,3 segundos. Sin embargo, la
gente tiene preferencias muy distintas en lo que respecta al contacto visual,
y las miradas que son demasiado largas o demasiado cortas suelen generar
incomodidad en la gente. En particular, las personas que sufren un trastorno
del espectro autista son más sensibles al contacto visual y tienden a evitar
las miradas mutuas con otras personas.
También los gatos pueden tener sus preferencias sobre cuánto debe durar
una mirada recíproca antes de empezar a sentirse incómodos, al menos en lo
que respecta a las interacciones entre humanos y gatos. Un pequeño estudio
demostró que el contacto visual de un humano afectaba al comportamiento
del gato de varias maneras. Se pusieron a prueba ocho gatos en un espacio
conocido por ellos, pero con la compañía de una persona extraña. Se trataba
de ver cómo reaccionaban cuando la persona miraba al gato fijamente,
esperaba hasta establecer contacto visual y después se daba la vuelta; y
también cuando lo miraba, esperaba el contacto visual y después continuaba
mirando fijamente al gato durante un minuto. Cuando la persona apartaba la
mirada tras un primer contacto visual, los gatos estaban más dispuestos a
mirar a la persona más a menudo y durante más tiempo, quizá para
monitorizar la situación. Sin embargo, cuando la persona sostenía la mirada,
los gatos la esquivaban, salvo una minoría que se acercó a la persona y se
puso cómoda en su regazo.
Al observar cómo los cachorros y los gatitos interactuaban visualmente con
niños pequeños, los investigadores de un estudio descubrieron que, en lugar
de miradas prolongadas, como hacían los perros, los gatos tendían a
compartir miradas más cortas con los niños. Los gatos y los niños del
estudio rara vez compartieron miradas recíprocas. Este contacto visual más
reservado de los gatos puede ser un reflejo de su tendencia solitaria y de un
sistema de señales visuales menos desarrollado que el de los perros. Sin
embargo, lo importante es que los autores del estudio sugieren que el patrón
de miradas más breves de los gatos puede proporcionar un método de
interacción visual más cómodo con las mascotas para aquellas personas que
prefieren un contacto visual más leve. En dicho estudio los investigadores
hacían referencia especialmente a niños con trastorno del espectro autista,
pero lo mismo puede aplicarse a niños y adultos que, en general, prefieren
evitar sostener la mirada.

EN BUSCA DE AYUDA
En el campo de la ciencia del comportamiento animal cada vez hay más
interés por las formas en las que distintas especies animales utilizan la
mirada humana, en especial las mascotas con las que compartimos nuestra
vida y nuestro hogar. Durante mucho tiempo la atención estuvo centrada en
los perros, los cuales, gracias a su larga y leal relación con el ser humano y
su carácter social innato, han desarrollado una capacidad impresionante
para leer, y en algunos casos manipular, nuestra mirada. Poco a poco se fue
prestando atención a los gatos y los científicos pusieron a prueba sus
capacidades con técnicas similares a las empleadas con los perros. Las
pruebas suelen ser rompecabezas que el animal debe resolver sin la ayuda
de una persona para conseguir una recompensa (comida). A veces el gato es
capaz de superar la prueba por sí solo, pero en otras ocasiones necesita la
ayuda de una persona para conseguir el premio: son las llamadas tareas
irresolubles.
En las tareas irresolubles, los humanos y algunas especies de animales,
mientras buscan una solución, suelen recurrir a lo que se conoce como
patrones de comportamiento indicador. Es decir, intentan atraer la atención
de la persona que saben que puede ayudarlos y conducirlos al objeto que
desean. En humanos, esto puede consistir en una rápida transferencia de la
mirada entre el receptor y el objeto deseado (alternancia de la mirada), a
veces combinada con el gesto de señalar. Los perros, incapaces de señalar,
combinan la alternancia de mirada con movimientos corporales para
transmitir su mensaje y a veces corretean entre el objeto y la persona,
mirándola hasta que captan su atención y luego mirando el objeto. ¿Y los
gatos?
Un interesante estudio de Ádám Miklósi y su equipo comparó el
comportamiento de gatos y perros ante el reto de conseguir comida que
habían visto esconder y que por sí solos no podían conseguir. En cada
prueba, el dueño del animal y el investigador que había escondido la
comida estaban presentes en la sala mientras el animal intentaba descubrir
cómo conseguir su recompensa. Miklósi detectó que los perros miraban
antes y con mayor frecuencia a los humanos presentes que los gatos. Los
gatos sí utilizaban el contacto visual, pero mucho menos que los perros, y
persistían en resolver el problema por sí solos, sin ayuda humana, durante
más tiempo que los perros.
En un experimento diferente, Lingna Zhang y su equipo analizaron cómo
los gatos se relacionaban visualmente con una persona ante una tarea que
podían solucionar por sí solos y ante una tarea irresoluble. El experimento
reveló que los gatos empleaban distintas estrategias en función de la tarea a
la cual se enfrentaban. Cuando no podían resolverla solos, pasaban menos
tiempo con la persona y se acercaban menos al recipiente que contenía la
recompensa, pero alternaban más la mirada entre el recipiente y la persona,
en comparación con la tarea que podían resolver solos. Además, su
comportamiento también variaba según el grado de atención de la persona.
Esta persona se comportaba de dos maneras: en el estado de atención,
miraba hacia el gato, propiciando la interacción visual. En el estado de
desatención, miraba un cronómetro, evitando así cualquier interacción
visual. Los gatos miraban a la persona antes y más a menudo, y se
acercaban al recipiente con mayor frecuencia, cuando la persona les
prestaba atención en comparación con cuando los ignoraban.
Un resultado similar se obtuvo en un estudio de Lea Hudson, que planteó a
gatos de refugio un rompecabezas irresoluble que contenía una dosis de
comida. Los gatos entraron en una sala en la que solo había el
rompecabezas y una persona desconocida. Como en el experimento de
Zhang, el comportamiento de esta persona era o bien atento (observaba al
gato y respondía al contacto visual) o desatento (daba la espalda al gato y
evitaba el contacto visual). Hudson vio que los gatos modificaban su
comportamiento según si la persona les prestaba o no atención. La miraban
mucho más tiempo y con mayor frecuencia si esta les hacía caso que si los
ignoraba.

Es obvio que los gatos están muy atentos a si la gente les hace caso o no, y
son capaces de alternar la mirada en situaciones en las que necesitan ayuda
para acceder a un recurso. Lo interesante es que esto solo lo hacen en serio
si los estamos mirando, algo a tener en cuenta en nuestras interacciones
diarias con ellos. Los humanos no somos una especie muy observadora y
los gatos lo saben, por eso han desarrollado otras técnicas, como el
maullido o el frotamiento, para incitarnos a la acción cuando quieren
interactuar con nosotros. Prestar atención a sus señales oculares más sutiles
podría servir a los dueños para construir una relación más sólida con sus
gatos.

É
¿QUÉ MIRAS?
Pensemos en el momento en el que hablamos con alguien cara a cara. La
atención del interlocutor pasa de nuestros ojos a un punto en la distancia,
por encima de nuestro hombro, y, de forma instintiva, giramos la cabeza
para ver qué mira. Esto se conoce como seguimiento de la mirada y es una
forma de recopilar información. Seguir la mirada de otra persona para mirar
el mismo objeto da lugar a una atención conjunta en la que ambas terminan
mirando ese mismo objeto. El seguimiento de la mirada también tiene otro
uso. Cuando interactuamos entre nosotros, sobre todo en las interacciones
silenciosas, a veces desviamos la mirada de manera deliberada para indicar
algo que puede ser relevante o interesante para nuestro interlocutor. Usada
así, la mirada se convierte en una «señal referencial».
El seguimiento de la mirada, antaño considerado una habilidad exclusiva de
especies sociales avanzadas como la nuestra, se ha observado ahora en
muchos otros grupos de animales sociales y, lo que resulta más
sorprendente, también en algunas especies solitarias. En particular, los
científicos se han interesado por saber si otros animales son capaces de
captar las señales emitidas por un humano.
Péter Pongrácz y sus colaboradores de la Universidad Eötvös Loránd de
Budapest, Hungría, querían ver si los gatos usan nuestras señales
referenciales visuales como indicios para descubrir qué miramos y así
obtener información o una recompensa. Para que el ambiente fuera lo más
relajado posible, los experimentos se llevaron a cabo en los hogares de los
gatos. En cada test, el dueño soltaba a su gato para que se aproximara a un
investigador que no conocía y que estaba sentado entre dos ollas, una de las
cuales contenía comida. Ambas ollas se habían untado con un poco de la
comida oculta para evitar que el gato escogiera una olla guiándose por el
olfato. El investigador intentaba captar la atención del gato de dos maneras.
La más obvia era llamarlo por su nombre o usar cualquier otro sonido
conocido por el gato, mientras que la menos obvia era utilizar un chasquido,
un sonido que no se suele usar para llamar a un gato. Una vez había captado
la atención del minino, el investigador movía la cabeza para mirar hacia la
olla donde estaba la comida. Para complicar más las cosas, las señales que
daba con la mirada eran de dos tipos. Con el primero, la mirada dinámica, la
persona miraba fijamente la olla de la comida hasta que el gato tomaba una
decisión. Con el segundo, la mirada momentánea, la persona lanzaba una
mirada hacia la olla correcta y luego miraba al gato. Si bien las miradas
momentáneas son más difíciles de seguir para las personas, Pongrácz y su
equipo se preguntaban si el movimiento del gesto podía hacerlo más
perceptible para una especie depredadora como el gato, acostumbrada a
detectar el movimiento al cazar.

Resulta que a los gatos se les dio muy bien seguir las pistas que les daba el
humano con la mirada, aunque este fuera un extraño. En general,
escogieron la olla correcta el 70 % de las veces, un logro similar al de
algunos primates no humanos, e incluso comparable con las habilidades de
los perros. Y, no solo eso, se les dio igual de bien seguir las miradas
dinámicas más obvias y las más sutiles. Lo interesante es que el empleo de
pistas más obvias y menos obvias no mejoraban las probabilidades de éxito
del gato, un resultado diferente al obtenido por los perros. No obstante, la
pista obvia vocal hacía que los gatos establecieran contacto visual más
rápidamente que si se utilizaba otro sonido.
Aunque dista mucho de ser completa, empieza a perfilarse una imagen de
todos estos estudios sobre cómo los gatos utilizan la mirada humana. Al
menos en el entorno doméstico, los gatos, lejos de mostrarse distantes y
poco receptivos a la mirada humana, han aprendido a utilizar este método
de comunicación pese a que por instinto es muy poco natural en ellos. Han
aprendido a mirarnos cuando se topan con un problema irresoluble y a
seguir nuestra mirada para ganar recompensas. Estas situaciones son
bastante antinaturales en sí mismas, pero el gato es un animal muy
adaptable que sabe aprovechar cualquier oportunidad que se le presente.
Las experiencias y relaciones únicas que los gatos domésticos viven con sus
dueños y otras personas pueden hacer que desarrollen diferentes habilidades
para seguir la mirada de las personas. La cuestión sigue siendo si cada gato
aprende a seguir la mirada a lo largo de su vida o si es un rasgo innato que
ha evolucionado dentro de la especie con la domesticación. Para
investigarlo bien habría que estudiar cuál sería la respuesta de los gatos
salvajes socializados en situaciones de prueba similares, algo que aún no se
ha intentado.

SEÑALAR CON EL DEDO


Además de establecer que los gatos pueden seguir una señal referencial
nuestra en forma de mirada, los investigadores también quieren saber si
nuestros gatos domésticos pueden comprender qué queremos decir cuando
nos ven hacer otras señales referenciales.
Por ejemplo, el gesto humano de señalar. Al año de vida empezamos a
señalar con el dedo para indicar algo que queremos (señalamiento
imperativo) o algo que deseamos mostrar (señalamiento declarativo). Como
señalar es un gesto comunicativo tan importante para nosotros, los
científicos han puesto a prueba la capacidad de numerosas especies
animales para seguir nuestras señales hacia un objeto. No se ha visto nunca
que un gato señale con el dedo o la pata en la dirección general de algo.
Entender lo que significa señalar es pues una tarea bastante difícil para un
animal que carece de dedos para señalar. Además, muchos gatos domésticos
están acostumbrados a que la gente, para saludarlos, les tienda la mano para
que la olfateen. En este caso, el instinto del gato suele ser acercarse a la
mano, no mirar hacia donde apunta.
Pese a esto, en la misma serie de experimentos en la que se puso a prueba el
seguimiento de la mirada, Ádám Miklósi y su equipo descubrieron también
que tanto gatos como perros son capaces de seguir las indicaciones de una
persona que señala en cuál de los dos recipientes se esconde una
recompensa. Y lo lograban tanto si el dedo señalador estaba cerca de la olla
(entre 10 y 2,5 cm de distancia) o lejos (entre 70 y 80 cm de distancia), y
tanto si la señal tenía una duración prolongada o breve (solo un segundo). A
los gatos se les daba igual de bien que a los perros seguir la señal del dedo,
un resultado interesante dada la fama que tienen los perros de estar más
atentos a los gestos humanos. Y lo que sorprende aún más es que los gatos
demostraron ser al menos igual de buenos en la tarea que los primates no
humanos, que poseen la capacidad de señalar, aunque no sea una tendencia
natural en ellos. Esta habilidad tan impresionante puede deberse a la
asociación de los gatos con las personas: no solo han adaptado su lenguaje,
sino también su comprensión y uso de señales exclusivamente humanas, lo
cual permite una mejor comunicación. Es probable que el hecho de que a
menudo haya una sabrosa recompensa allí donde señala el dedo haya
favorecido la curva de aprendizaje.
Péter Pongrácz y su equipo estudiaron más a fondo el tema de la
señalización entre humanos y gatos en el marco de una encuesta entre
dueños de gatos en Hungría. En dicho estudio, «señalar» hacía referencia a
indicios visuales, no solo a las señales manuales, sino también a las señales
referenciales dadas con giros de cabeza y con la mirada. Y descubrieron
cosas interesantes. En relación con las interacciones lúdicas entre dueños y
gatos, cuando los gatos iniciaban la sesión de juego, los dueños utilizaban
las señales referenciales con menor frecuencia. Los autores del estudio
sugieren que esto podría significar que los dueños que conocen mejor a sus
gatos las usan con menos frecuencia, mientras que los que les prestan
menos atención intentan instruirlos más con señales referenciales. Otra
posibilidad es que los dueños tengan más tendencia a usar este tipo de
gestos cuando son ellos los que inician el juego, con el fin de fomentar el
juego interactivo. Los dueños que aseguraron que su gato empleaba una
combinación de métodos visuales, táctiles y vocales para interactuar tendían
a usar señales referenciales con sus gatos con más frecuencia que los
dueños cuyos gatos empleaban un único método de comunicación. Es
complicado determinar quién influencia a quién en este escenario: ¿son los
gatos quienes responden a la comunicación de sus dueños o viceversa?

EN UN ABRIR Y CERRAR DE OJOS


Me acerqué hasta el recinto de los gatos con mucho sigilo. Se oía un ruido
que venía de la caja situada en la estantería del fondo. Me puse de puntillas
y miré dentro. Solo alcancé a ver un par de orejas planas y la mitad superior
de una cara peluda y asustada. Dos ojos como platos me miraban por
encima de la caja. Era todo lo que había conseguido ver de Minnie la
primera semana que llegó al refugio y ya había abandonado toda esperanza
de que se dejase ver. Decidí probar con una nueva táctica que me habían
explicado hacía poco: parpadear muy lentamente. Tenía mis dudas, pero era
muy joven, sabía que todavía me quedaba mucho por aprender y que no
tenía nada que perder a menos que intentara tocarla. Volví a ponerme de
puntillas, miré dentro de la caja de Minnie e intenté parpadear muy
despacio y entrecerrar los ojos para que pareciera que los cerraba (me sentí
un poco ridícula, la verdad). Aunque con los ojos así no veía muy bien, me
pareció, para mi asombro, que aquellos ojos como platos que me devolvían
la mirada parpadearon muy despacio y luego permanecieron medio cerrados
en respuesta a los míos. ¿Me lo estaba imaginando? Al darme cuenta que
quien tenía los ojos como platos ahora era yo, repetí el parpadeo lento. Y
Minnie también lo repitió.

Después de aquello me pasé un tiempo experimentando el «parpadeo lento»


como método de comunicación con gatos allí donde fuera. Lo probé con
gatos de refugios, con mis gatos, con los gatos de mis amigos e incluso con
gatos que me encontraba por la calle. Y me di cuenta de que era una señal
familiar para muchos de aquellos gatos, que respondían amablemente a mis
más bien torpes intentos por conquistarlos. Para mi decepción, esta técnica
ya la conocían casi todas las personas a las que se la expliqué con todo mi
entusiasmo: gente que trabajaba con gatos, como veterinarios, enfermeros y
trabajadores de refugios, así como dueños de gatos. Sin embargo, yo estaba
encantada; me sentía como si de repente me hubieran admitido en una
especie de sociedad secreta.
Interrogué a esas personas para saber cuándo solían usar el parpadeo lento y
obtuve respuestas como «Cuando llevamos demasiado tiempo mirándonos
desde la otra punta de la sala», por parte de los dueños, y como «Cuando los
gatos llegan por primera vez y están muertos de miedo y agazapados», por
parte de la gente que trabajaba en los refugios. Esta última respuesta me
hizo pensar en Minnie.
Una encuesta realizada por la protectora de gatos británica Cats Protection
en el 2013 reveló que el 69 % de los dueños asocian el parpadeo lento del
gato con que el animal se siente relajado en su compañía. Aunque desde el
punto de vista anecdótico son bien conocidas, los detalles de estas
enigmáticas conversaciones humano-gatunas nunca se habían estudiado
científicamente hasta que la doctora Tasmin Humphrey y su equipo de la
Universidad de Portsmouth se pusieron manos a la obra. En su artículo
académico describen cómo la secuencia de parpadeo lento del gato incluye
una serie de semiparpadeos en los cuales el párpado solo se cierra a medias
y puede permanecer medio cerrado durante un rato o cerrarse del todo.
El equipo analizó con más detalle los parpadeos entre gatos y humanos, y
para ello los grabó en vídeo en el hogar de los participantes. En una parte
del test se le pedía al dueño que captara la atención del gato y después
parpadeara lentamente. En otra parte del test el dueño estaba presente pero
ignoraba al gato y no hacía uso del parpadeo lento. Descubrieron que los
gatos eran mucho más propensos a parpadear lentamente a sus dueños si
estos habían parpadeado lentamente antes. Por lo tanto, el parpadeo lento no
era algo aleatorio que tenía lugar entre los dueños y sus gatos.
A continuación, el equipo quiso ver qué tipo de reacción tenían los gatos
ante un extraño que los miraba y realizaba el parpadeo lento en
comparación con la reacción ante alguien que mantenía una expresión
neutra y no establecía contacto visual. Descubrieron que los gatos no solo
respondían con más parpadeos lentos, sino que también preferían acercarse
al extraño después de que este hubiera parpadeado lentamente, en
comparación con el que mantenía una expresión neutra. Esto corroboró la
percepción generalizada de que el parpadeo lento tranquiliza a los gatos y
los anima a interactuar más con las personas, tanto conocidas como
extrañas.
Pero ¿qué sucede con los gatos que están en un lugar donde no se sienten
relajados? Gatos como Minnie, que de repente se encuentran en un entorno
desconocido como un refugio. Añádase a esto el estrés generado por unos
posibles nuevos dueños que se asoman al recinto de cada gato y observan al
animal durante un rato, evaluándolo. Al igual que Minnie, muchos gatos de
refugio usan la respuesta del parpadeo lento cuando se enfrentan a
situaciones de estrés. Un segundo estudio de Humphrey y su equipo analizó
las reacciones de parpadeo lento de los gatos de refugio y sus reacciones
ante un extraño que les dirige parpadeos lentos. De nuevo, el parpadeo lento
del investigador humano propició un índice más elevado de parpadeos
lentos por parte de los gatos. Los gatos de estos test mostraban niveles de
ansiedad muy variados según su situación vital, y aun así, los menos
estresados no parpadearon con más frecuencia que los más estresados. De
hecho, se observó una ligera tendencia, aunque no significativa, en los gatos
más nerviosos a pasar más tiempo parpadeando lentamente en respuesta al
parpadeo lento humano. Esto sugiere que el parpadeo lento puede servir a
varios propósitos según las circunstancias. Cuando el ambiente es tranquilo
y amistoso, puede tener una función afiliativa. En un gato asustado, en
cambio, puede ser una forma de sumisión para dispersar tensiones. Estas
señales de doble propósito no son raras en las especies animales, ya que el
objetivo último de cualquier grupo social es evitar la confrontación y
aumentar la armonía entre sus miembros. Los propios gatos poseen otra
señal de este tipo, el acicalamiento mutuo, del que se ha hablado en el
capítulo 5.
El parpadeo lento es otro de esos comportamientos difíciles de rastrear:
¿aprendieron los gatos a usarlo primero entre ellos o lo desarrollaron con
las personas y luego vieron que también funcionaba en la sociedad gatuna?
Para los gatos, una mirada fija sostenida puede ser un comportamiento
hostil que, con toda probabilidad, desemboque en una interacción agresiva,
a menos que uno —o ambos gatos— aparte la mirada. Es posible que en las
interacciones entre gatos ese parpadeo lento sirva como alternativa a apartar
la mirada, una forma de suavizar la situación y trasmitir que no hay
intencionalidad hostil.
Como Humphrey y su equipo señalan, no solo los gatos muestran esta
rutina con la mirada: los cánidos, los caballos y las vacas también la usan,
igual que los humanos. Aunque somos capaces de hacer parpadear a los
gatos, este comportamiento recuerda mucho al de los humanos que
entrecierran los ojos de forma natural. Esto lo hacemos de forma
involuntaria cuando realizamos lo que se conoce como sonrisa de
Duchenne, que debe su nombre al neurólogo francés Guillaume-Benjamin-
Amand Duchenne de Boulogne, que la descubrió en 1862. Duchenne fue
uno de los primeros científicos en estudiar los nervios y los músculos del
rostro humano y la forma en la que estos interactúan para producir
expresiones. Una de sus conclusiones fue que, mientras que todas las
sonrisas humanas requieren de una contracción del músculo cigomático
mayor para elevar las comisuras de la boca, una auténtica sonrisa feliz
también provoca la contracción de los músculos que rodean los ojos, los
orbicularis oculi. El resultado es que los ojos se entrecierran y en sus
esquinas exteriores se forman las arruguitas conocidas como «patas de
gallo».
Desde entonces se ha demostrado experimentalmente que muchas personas
pueden imitar este efecto de entrecerrar los ojos de una manera bastante
convincente tanto para otras personas como para los gatos. Tal vez, como
propuso Duchenne, nuestro gesto de entrecerrar los ojos genera una
«impresión agradable» a los gatos, que se sienten inclinados a responder.
Tal y como ha evolucionado, nuestra capacidad para replicar el entrecerrar
de ojos y la de los gatos para imitarlo han creado un canal de comunicación
visual inesperado y cautivador entre humanos y gatos: la oportunidad de
sonreírnos con los ojos.
CAPÍTULO 7
LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA

«No hay gatos corrientes.»

COLETTE
En este momento comparto mi hogar con dos gatas maravillosas, Bootsy y
Smudge, dos hermanas que adopté de un refugio cuando tenían ocho
semanas de edad. De pequeñitas eran inseparables, correteaban por toda la
casa jugando y se acurrucaban juntas para dormir, eran como dos ovillitos
que cabían en una mano. Ahora, con quince años de edad ya cumplidos, y
como suele pasar con los hermanos adultos (al menos los felinos), se
ignoran siempre que pueden. Vienen de la misma madre y de la misma
camada, han compartido el mismo hogar, recibido el mismo amor y la
misma atención. Y son tan diferentes como un huevo y una castaña.
Hay un libro infantil muy bonito titulado Sixto seis cenas, de Inga Moore,
de lectura obligada para toda la gente que tenga gato, que describe a
Smudge a la perfección. Un día de verano se marcha de casa a primera hora
de la mañana (después de desayunar, claro está) y regresa al caer la tarde,
cuando la llamo con dulzura varias veces y le grito otras tantas desde la
puerta trasera. Mientras tanto, habrá visitado varias casas de las calles
circundantes. Regresa oliendo al perfume, la comida y el hogar de otras
personas. Los días en los que se siente menos aventurera, se posa en el
muro del jardín delantero y reclama la atención de los transeúntes. Todo el
mundo se para a decirle cosas. Un día estaba yo saliendo del coche que
acababa de aparcar delante de casa y la llamé, y un señor que pasaba por
allí me espetó: «Ah, ¿es tu gato? Siempre viene a nuestra casa y creíamos
que estaba abandonado.» Miré el pelaje brillante de Smudge y su
cuerpecillo bien nutrido. ¿Abandonada? ¿En serio? Sonreí por fuera, le
expliqué a aquel señor que la gata siempre pierde el collar y le imploré con
educación (o eso espero) que no le diera de comer la próxima vez que fuera
a visitarlo. Charlamos un poco más y le pregunté si nuestra otra gata
también se dejaba caer por su casa. «Ah, ¿tienes otra gata?», contestó.

Nuestros vecinos nunca ven a Bootsy, la gata hogareña. Se pasa casi todo el
día en casa, tumbada al sol en algún rincón o, en verano y otoño,
patrullando por el jardín trasero, persiguiendo hojas o moscas. Hasta hace
poco también teníamos un golden retriever, Alfie. Era el perro más suave,
bobalicón, glotón y, posiblemente, maloliente que puedas conocer. Pero
Bootsy lo adoraba; se frotaba con él, mucho más grandote que ella, y por la
noche se acurrucaba junto a Alfie en su lecho. Smudge apenas podía ocultar
su desdén por el perro; con una mirada suya, el pobre Alfie se iba corriendo
a su lecho.

¿Cómo puede ser que dos gatas de la misma camada sean tan diferentes?
La personalidad —al menos la humana— ha intrigado a filósofos y
científicos durante más de dos mil años. Nuestra personalidad afecta a la
forma en que afrontamos la vida, a nuestra forma de ver el mundo y, lo más
importante, a la forma de comunicarnos entre nosotros. El filósofo griego
Hipócrates (400 a.C.) creía que las características de nuestra personalidad
estaban influenciadas por cuatro fluidos o «humores» del cuerpo, una idea
que Galeno (140 d.C.) amplió más tarde. El humor colérico (por lo general,
audaz y ambicioso) estaba regido por la bilis amarilla; el humor
melancólico (más reservado y ansioso) era el resultado de la bilis negra; el
humor sanguíneo (optimista y alegre) provenía de la sangre, mientras que el
humor flemático (calmado y reflexivo) tenía su origen en la flema blanca.
A lo largo de los años las teorías y la investigación sobre la personalidad
han cambiado mucho, y por suerte ya no asociamos el carácter con los
fluidos corporales. Uno de los aspectos más estudiados de la personalidad
humana hoy en día es lo que se conoce como el continuo tímido-audaz.
Hace referencia a cómo reaccionan las personas ante situaciones nuevas o
de riesgo: los individuos más audaces son los que asumen más riesgos y los
más tímidos son los que los evitan. La tendencia a ser tímido o audaz fue el
tema central de un estudio pionero en niños que Jerome Kagan inició en la
década de 1970. El trabajo de Kagan demostró que, si bien la timidez es un
rasgo hereditario, no estaba grabado a fuego y en muchos casos las
condiciones del entorno podían reducir dicha timidez a medida que el niño
crecía. Los niños audaces eran menos propensos a mostrar cambios en su
audacia a medida que crecían, presumiblemente porque no se los animaba,
como a los niños tímidos, a tener más confianza en sí mismos.
Aunque es interesante, el espectro de la timidez y la audacia solo tiene en
cuenta un aspecto de la personalidad. Los investigadores empezaron a
buscar una forma de describir una imagen global más amplia de la
personalidad, medida en más de una dimensión. El resultado fue lo que se
conoce como el modelo de los cinco factores, a veces abreviado como
«modelo de los cinco grandes» o Big Five. Ampliamente considerado como
un test de personalidad fiable para las personas, emplea un cuestionario para
puntuar a los sujetos en cinco aspectos: apertura a las nuevas experiencias;
responsabilidad; extraversión; amabilidad, y neuroticismo (referido este
último a la predisposición a rasgos negativos que abarcan depresión,
vulnerabilidad, irritabilidad, mal humor, ansiedad y timidez). Las
puntuaciones para cada uno de estos cinco factores se otorgan según una
escala, de modo que una persona no se clasifica, por ejemplo, como
simplemente extravertida o no, sino que se la sitúa en un punto de la escala
entre los extremos alto y bajo. Las personas que son muy asertivas y
sociables puntúan alto en la escala de extraversión, mientras que las muy
calladas y reservadas puntúan más por la banda baja, y la gran mayoría de
las personas puntúan en la zona intermedia. La combinación de los puntos
obtenidos en cada uno de los cinco factores forma el perfil de personalidad
de la persona que se ha sometido al test.

PERSONALIDAD ANIMAL
¿Tienen personalidad los gatos y otros animales? Si se lo preguntamos a
cualquier persona que tenga un gato, nos dirá: «¡Pues claro!», y pasará a
detallarnos los detalles de mil y una anécdotas personales (véase mi propio
relato sobre Bootsy y Smudge).
Sin embargo, a pesar de los casi dos mil años de reflexión sobre el tema en
seres humanos, durante muchos años el consenso en la comunidad científica
era que los animales no humanos, domésticos o salvajes, no tenían
personalidad. La variación individual se consideraba como mero «ruido de
fondo» en los estudios de poblaciones animales. Insinuar que los animales
tenían personalidad provocaba que te tacharan de antropomorfista de la peor
calaña, una acusación que horrorizaba a la ciencia seria del
comportamiento.
Sin embargo, además de dotar a los individuos de unos rasgos físicos
concretos, la selección natural también actúa sobre la forma en la que los
animales reaccionan ante diferentes situaciones. La variación individual de
comportamiento es, por tanto, un factor clave en el estudio de la
comunicación animal, la ecología, la cognición y la evolución. Consciente
de ello, la ciencia empezó a prestar más atención a las diferencias entre
individuos en sus estudios. Uno de los primeros científicos en introducir el
concepto de las diferentes personalidades animales fue el ruso Iván Pavlov,
famoso por sus estudios a finales del siglo XIX sobre las respuestas
condicionadas en perros. Planteó cuatro tipos de personalidad canina, en la
línea de la antigua clasificación griega propuesta para los humanos:
excitable (colérica), animada (sanguínea), tranquila (flemática) e inhibida
(melancólica).
Poco a poco, el estudio de la personalidad animal se convirtió en una
ciencia aceptable. Los investigadores han explorado diferentes rasgos
individuales en especies que van desde el caracol manzana hasta el mono
para ver qué efecto tienen estos rasgos en la comunicación, cómo ayudan a
la supervivencia, cómo se heredan y cómo varían en distintas
localizaciones.
En un intento por evitar cualquier tipo de antropomorfismo, la comunidad
científica a menudo esquiva el término personalidad como tal (al fin y al
cabo, contiene la palabra persona) y utiliza en su lugar conceptos como
«estilos de conducta», «estilos de comportamiento», «síndromes de
comportamiento» o, si se vienen muy arriba, «temperamento» (aunque
técnicamente el temperamento hace referencia a la parte heredada de la
personalidad).
Como en el caso de los humanos, un aspecto muy estudiado de la
personalidad animal es el espectro de personalidades tímidas y audaces, un
rasgo que parece estar presente en todas las poblaciones animales. Bootsy y
Smudge son dos ejemplos de manual: la audaz Smudge se pasea, segura de
sí misma, por las casas del vecindario, y la tímida y retraída Bootsy se
queda en su pequeña y modesta parcela en casa. La ciencia se pregunta
cómo dos tipos de carácter tan opuestos pueden tener éxito y perpetuarse de
una generación a otra dentro de una población.
Hoy en día son muchas las especies que han tenido que adaptarse a la
proximidad humana, cada vez mayor, y por eso los estudios analizan hasta
qué punto la actividad humana, junto con sus consecuencias ambientales (el
efecto antropogénico), ha impactado en el comportamiento y personalidad
de varias poblaciones animales. El crecimiento y la expansión de las zonas
urbanas ha creado nuevos nichos, listos para ser explorados por los
animales que suelen habitar las zonas rurales que las rodean. La
disponibilidad de nuevas fuentes de alimento es un poderoso atractivo para
las especies salvajes, siempre a la búsqueda del próximo bocado, y la
capacidad de un animal para adaptarse a los nuevos retos dictaminará su
suerte a la hora de colonizar estos nuevos entornos. Los estudios indican —
y no es ninguna sorpresa— que son los individuos audaces o proactivos de
las poblaciones los que dominan estos nuevos nichos, y a menudo se los
denomina «adaptadores urbanos». Por ejemplo, Melanie Dammhahn y su
equipo estudiaron poblaciones de ratones listados en cuatro zonas urbanas y
cinco zonas rurales de Alemania que presentaban diversos grados de
urbanización y alteración medioambiental provocada por los humanos.
Descubrieron que los ratones urbanos eran más audaces, más exploradores
y más flexibles en algunos aspectos de su comportamiento que sus primos
rurales, más tímidos.
Estudios como este plantean una pregunta inevitable: si los animales
audaces y proactivos son los primeros en tener acceso a nuevas fuentes de
alimento, nuevos lugares donde refugiarse y, en consecuencia, nuevas
oportunidades de reproducirse con éxito, ¿por qué sigue habiendo
individuos tímidos dentro de una población? Por la sencilla razón de que, si
bien la audacia tiene sus beneficios, también tiene sus riesgos. En las zonas
urbanas, por ejemplo, junto a las nuevas oportunidades para alimentarse
también hay nuevos depredadores y nuevos parásitos, además del peligro
del tráfico y de la contaminación del aire, el suelo y el agua.
El antepasado del gato doméstico, el oportunista gato montés del Creciente
Fértil de hace 10 000 años del que hemos hablado en el capítulo 1, puede
considerarse como el primer adaptador urbano felino. Es probable que entre
aquellos gatos también existiera la combinación de personalidades audaces
y tímidas que se dan en cada población local. Los primeros asentamientos
humanos que surgieron en sus territorios naturales eran un prototipo
primitivo del mundo antropogénico que conocemos hoy. Está claro que los
gatos más audaces y valientes fueron los primeros en dejarse caer por
aquellos poblados primitivos, a ver si conseguían algo de comer.
Es probable que aquellos pioneros felinos se encontraran con reacciones
dispares. Los granjeros recién asentados eran tan oportunistas como ellos y
muchos gatos salvajes debieron de acabar en la cazuela como cena familiar.
Puede que otros tuvieran más éxito, que maravillaran a los granjeros con su
capacidad para cazar roedores y que por eso se les permitiera rondar por allí
con libertad. ¿Qué pasó entonces con los gatos tímidos? Que se tomaron su
tiempo para explorar y evaluar los nuevos recursos antes de aproximarse, y
por ello evitaron el riesgo de depredación por parte de los humanos y otros
carnívoros como los perros salvajes. Así sobrevivieron más tiempo y se
reprodujeron durante más tiempo que los gatos audaces. Ambas tácticas
podían tener éxito, pero de formas diferentes.
Como se cuenta con detalle en el capítulo 1, la suerte de un gato en manos
de la humanidad ha sido de lo más variopinta; y en un momento dado de su
historia una personalidad audaz o tímida pudo ser una ventaja o un
inconveniente. En el antiguo Egipto, los gatos eran tan venerados que lo
más probable es que prosperaran tanto si eran audaces como tímidos. En
cambio, a los gatos de la Edad Media les hubiera ido bien ser tímidos.
Perseguidos por la humanidad, mantener un perfil bajo era su mejor
estrategia. Los gatos macho audaces en las colonias silvestres actuales han
demostrado un mayor éxito reproductivo. Sin embargo, esto les pasa
factura, porque corren un mayor riesgo de contraer el virus de la
inmunodeficiencia felina (VIF), que se transmite por las heridas de
mordiscos cuando dos gatos macho sin castrar se pelean. De este modo,
aunque sean más eficaces a nivel reproductivo, también tienen una vida más
corta que los gatos más tímidos.
La supervivencia de los gatos, y en realidad de muchas especies, parece
depender de que mantengan esa combinación de personalidades tímidas y
audaces que se seleccionarán a favor o en contra en función de las
condiciones prevalentes de su entorno. Sin embargo, el espectro timidez
versus audacia puede no ser tan sencillo como parece. Si observamos a
Bootsy y a Smudge un poco más de cerca, resulta que la «tímida» Bootsy
en realidad se siente muy segura cuando en casa tenemos visitas y, como se
ha visto, era muy sociable con Alfie, nuestro perro. Smudge, cuando está en
casa, ignora de forma deliberada a cualquier visitante y nunca tuvo tiempo
para Alfie. Al igual que las personas, los gatos también tienen
personalidades complejas.

PERSONALIDAD GATUNA
Distantes, independientes, astutos, tímidos, afectuosos, vengativos,
inteligentes, juguetones, inquisitivos, taimados, seguros de sí mismos,
suspicaces, enigmáticos. A lo largo de la historia los gatos han sido
etiquetados con una impresionante cantidad de rasgos de personalidad que
son el resultado de observaciones subjetivas de quienes los aman y quienes
los odian. Hallar una forma más objetiva y científica de describir las
personalidades gatunas y sus diferencias ha demostrado ser tan complejo
como en el caso de las personalidades humanas. Los intentos más serios
comenzaron en 1986 con un estudio que identificaba tres dimensiones
básicas de la personalidad gatuna, definidas por los autores como alerta,
sociable y ecuánime. A partir de aquí, investigaciones posteriores utilizaron
una amplia variedad de métodos y terminología para aislar entre cuatro y
siete dimensiones de la personalidad. Las evaluaciones de los gatos en
dichos estudios se centraron, sobre todo, en cómo se comportaban con los
humanos en lugar de con otros gatos.
En el 2017 tuvo lugar un gran avance gracias al mayor y más completo
estudio de la personalidad gatuna realizado hasta la fecha, en el que se
analizaron más de 2800 cuestionarios cumplimentados por dueños de gatos
de Nueva Zelanda y Australia Meridional. A partir de aquellos datos, Carla
Litchfield y su equipo definieron cinco dimensiones de personalidad,
compuestas por 52 rasgos individuales que, además, incluían
comportamientos dirigidos a otros gatos, así como a humanos. Conocidas
como Feline Five, estas dimensiones guardan un inquietante parecido a los
Big Five originales de los humanos. Se descubrió que los gatos tenían
algunos aspectos de personalidad similares a los de los humanos:
amabilidad (también descrita como simpatía en los gatos), extraversión y
neuroticismo (nerviosismo). A la mayoría de la gente que tiene gato no le
sorprenderá saber que los mininos carecen de la dimensión humana de la
responsabilidad (que al parecer solo se encuentra en humanos, chimpancés
y gorilas) y de la dimensión de apertura a nuevas experiencias. En lugar de
eso, los gatos tienen una dimensión llamada impulsividad (o espontaneidad)
y otra que también está presente en otras especies animales no humanas, la
dominación, que explica su tendencia a intimidar o mostrar agresividad
hacia otros gatos en un extremo o a actuar de forma sumisa en el otro
extremo.
Los rasgos individuales que componen las cinco dimensiones de
personalidad felina incluyen cualidades como inseguridad, ansia, suspicacia
y timidez, que se engloban dentro del neuroticismo (nerviosismo); y el
afecto y la cordialidad, que se agrupan dentro de la amabilidad. Los 52
rasgos también incluyen opciones menos comunes pero muy reveladoras.
Mis favoritas, después de haber conocido gatos con estas encantadoras
cualidades a lo largo de los años, son la imprudencia, la aleatoriedad, la
renuencia y la torpeza.
Igual que las Big Five humanas, cada una de las Feline Five se representa
en una escala que va de menos a más, con los comportamientos extremos en
las dos puntas. Los gatos reciben una puntuación por cada dimensión en
función de las respuestas de sus dueños. Por lo general, suelen puntuar por
la parte central en la mayoría de las dimensiones, con quizá alguna
puntuación extrema en una o dos de las demás. Por ejemplo, Smudge, que
es la típica gata curiosa, puntuaría alto en extraversión y amabilidad, pero
bajo en la escala de neuroticismo. Bootsy, que es más asustadiza, puntuaría
más alto en neuroticismo e impulsividad, pero ella, al igual que Smudge,
adora a la gente, por lo que también puntuaría alto en amabilidad.

Escala de los cinco factores de la personalidad del gato doméstico

Neuroticismo
Impulsividad

Dominancia

Extraversión

Amabilidad

El test Feline Five ofrece al dueño la oportunidad de conocer el


temperamento de su gato desde una perspectiva mucho más amplia que en
términos simples del estilo «Mi gato es muy curioso» o «Mi gato es muy
simpático». Un gato puede ser curioso, extravertido y amable, o curioso y
de naturaleza más solitaria.
El perfil de personalidad también revela posibles formas de mejorar el
bienestar individual del gato. Por ejemplo, un gato con una puntuación alta
en neuroticismo se estresa fácilmente, por lo que ofrecerle más lugares para
esconderse en casa puede hacer que se sienta más seguro. A los gatos
activos y curiosos que puntúan alto en extraversión a veces les falta
estimulación, sobre todo si nunca salen de casa. Darles juguetes y cosas
nuevas por descubrir, como cajas de cartón vacías, puede ayudarles a
combatir el aburrimiento. A los gatos que puntúan alto en amabilidad les irá
bien un poco más de atención por parte de sus dueños y serán muy
receptivos a las caricias y al juego interactivo.
Además, el análisis de perfiles gatunos puede ser útil cuando nos
planteamos introducir otro gato en el hogar, ya que nos permitirá
seleccionar gatos con temperamentos que se complementan, en lugar de
otros que chocan. Por ejemplo, dos gatos con una puntuación baja en
dominancia tienen menos posibilidades de pelearse por los recursos
compartidos. Algunos individuos, como los que puntúan alto en dominancia
o muy bajo en amabilidad, estarán mejor si son el único gato de la casa.
¿Qué decide el tipo de personalidad que va a tener un gato? ¿Qué determina
si será un gato al que le guste ronronear, frotarse y maullar con insolencia a
la gente o si será más reservado, independiente, suspicaz o —no lo quiera el
cielo— amante del vagabundeo? Los científicos han estudiado esta cuestión
en profundidad por lo crucial que resulta para el éxito en las relaciones
entre gatos y humanos. Como siempre ocurre con los gatos, la respuesta no
es sencilla. Al igual que con los humanos, parece ser una mezcla de factores
genéticos y medioambientales, el viejo dilema de «naturaleza versus
crianza».

FACTORES AMBIENTALES EN LA PERSONALIDAD


GATUNA
La mayoría de la gente, si se le pregunta, admitiría que prefiere un gato
amistoso como mascota que uno distante o tímido. El carácter amistoso ha
sido —y esto no es ninguna sorpresa— el rasgo de la personalidad felina
que más se ha investigado. Entonces, ¿qué hace que un gato sea amistoso
con los humanos? ¿Cómo escoger un gatito que de mayor sea un gato
amistoso? La gran cantidad de gatos callejeros que deambulan por nuestros
pueblos y ciudades son un firme recordatorio de que los gatos, pese a estar
domesticados, no están preprogramados para ser amistosos con las
personas. Pueden apañárselas por si solos bastante bien sin agraciarnos con
sus dulces maullidos, la cola alzada y los frotamientos con la cabeza que
hemos aprendido a esperar y disfrutar. Para ser amigos nuestros deben
aprender primero que la interacción con las personas es algo bueno.
Hay una primera etapa en la vida de todo animal en la que están abiertos a
establecer vínculos sociales tanto con los de su especie como con los de
otras, un proceso conocido como socialización. Las crías de algunas
especies, sobre todo las aves, nacen ya bien desarrolladas (lo que se conoce
como precociales) y tienden a seguir lo primero que ven moverse después
de nacer. Lo ideal es que sea su madre, pero también puede ser un humano
u otro animal. Este fenómeno fue descrito como «impronta» por el etólogo
austriaco Konrad Lorenz, al que seguía una manada de polluelos de ganso
que él había interceptado al nacer.
Las especies de desarrollo más lento, incluidos gatos y perros, tienen más
tiempo, incluso cuando son muy jóvenes, para aprender con qué animales es
bueno interactuar. Los cachorros y los gatitos de una camada se alimentan y
juegan juntos mientras se desarrollan y aprenden de forma natural unos de
otros, así como de su madre, a interactuar con su propia especie. Sin
embargo, aprender a interactuar con la gente requiere de una exposición
más calculada con los humanos desde la más tierna edad. Investigaciones
realizadas en la década de 1950 y 1960 determinaron que este período
sensible de socialización en los perros se da entre las 3 y las 12 semanas.
Aunque varios científicos plantearon diferentes teorías sobre cuál podía ser
esa etapa sensible en los gatitos, durante mucho tiempo no se llevó a cabo
ningún experimento para demostrarlo. Se suponía que en esto los gatos eran
similares a los perros y que acariciar y tocar a los gatitos cuando se iban a
un nuevo hogar, entre las siete y ocho semanas de vida, era bueno para
socializarlos y que se familiarizaran con la gente. Pero en los años ochenta
la científica Eileen Karsh hizo un gran descubrimiento. Karsh había
diseñado una serie de experimentos para intentar determinar de una forma
más precisa la etapa sensible para la socialización de los gatitos. Basada en
la premisa (de los estudios en cachorros) de las siete semanas como punto
medio de esta etapa tan importante, dividió a los gatos de su estudio en tres
grupos. El primero recibió caricias y mimos 15 minutos al día de las 3 a las
14 semanas de edad; el segundo recibió el mismo trato, pero de las 7 a las
14 semanas, y el tercero no recibió ni mimos ni caricias antes de las 14
semanas. Cuando los gatitos cumplieron las 14 semanas, Karsh se dedicó a
evaluar su carácter amistoso para con los humanos, valorando su
disposición a acercarse a una persona y a que esta los cogiera en brazos.
Los test se repitieron cada dos o cuatro semanas hasta que los gatitos
cumplieron un año.
Como era de esperar, los gatitos que no habían recibido ni mimos ni caricias
eran menos amistosos que el grupo que sí las había recibido a partir de las
tres semanas de vida. Lo sorprendente, sin embargo, fue la similitud entre el
grupo que empezó a recibir caricias a las siete semanas y el grupo que no
las había recibido. El primero se comportaba casi como si no las hubiera
recibido. El estudio de Karsh fue toda una revelación: empezar a acariciar a
los gatitos a las siete semanas de vida era demasiado tarde para socializarlos
con humanos. En sus siguientes experimentos Karsh identificó que la etapa
sensible exacta para la socialización de las crías de gato es entre las dos y
las siete semanas de vida.
Este descubrimiento revela que muchos gatitos habían sido separados de
sus madres sin la socialización temprana necesaria para poder convivir con
personas, y por desgracia esto es algo que sigue ocurriendo en algunos
casos. Con tan poco tiempo para experimentar una interacción positiva con
los humanos no es raro que algunos gatos acaben siendo temerosos y
hostiles con los humanos.
Karsh continuó estudiando más a fondo la socialización de los gatitos y
descubrió que el trato que reciben en esa etapa también es importante.
Comparó el comportamiento de los gatos que de chiquitines habían recibido
mimos y caricias durante solo 15 minutos al día con los que las habían
recibido durante 40 minutos, y descubrió que estos últimos se acercaban
más rápidamente a las personas y se dejaban sostener en brazos más tiempo
que los primeros. Por lo tanto, las caricias suaves y abundantes son
beneficiosas para aumentar la sociabilidad de las crías; hasta una hora al
día, a partir de ahí todo el tiempo añadido ya no tendrá efecto alguno en el
carácter amistoso futuro del gato. Karsh también descubrió que la
sociabilidad de los gatos también se veía influenciada por el número de
personas que los manipulaban: los que de pequeñitos habían sido
acariciados por más de una persona parecían ser más sociables con la gente
en general, en comparación con los que solo habían sido acariciados por
una sola persona.
Fuera del contexto científico, en el caso de los gatos vagabundos, o a veces
incluso dentro de un hogar acogedor, el comportamiento de la madre ejerce
una profunda influencia en la actitud posterior de sus gatitos. Las madres
más amistosas crían gatitos amistosos, en parte porque a través de la propia
reacción de la madre con la gente, anima a sus crías a interactuar también
con los humanos. Una madre esquiva puede esconder a sus gatitos e
impedir de forma activa que la gente los toque, con lo que puede perderse la
crucial ventana de socialización humana. Es importante señalar que la
socialización debe comenzar en este período de entre las dos y siete
semanas de vida y que, una vez iniciado, el gatito puede seguir aprendiendo
más allá de las siete semanas a partir de sus primeras experiencias positivas.
Incluso con una madre amistosa y abundantes caricias humanas, algunos
gatos parecen terminar siendo menos amistosos que otros con las personas.
Esto desconcertó a los primeros etólogos felinos, que empezaron a buscar
una explicación.

EL FACTOR PADRE
Además de influenciar el comportamiento de sus gatitos con sus propias
reacciones ante los humanos, una madre gata también contribuye con su
carga genética a la personalidad de sus crías y les transmite aspectos de su
temperamento. Es difícil separar ambas cosas. Los machos, en cambio, no
suelen implicarse en la crianza de los gatitos. De hecho, la mayoría de ellos
nunca vuelven a ver a su progenie, salvo que se crucen con ellos por
casualidad en la calle. Es casi seguro que toda influencia paterna en la
personalidad de las crías se debe únicamente a los genes del gato macho
más que a cualquier influencia cotidiana sobre su comportamiento.
En su investigación sobre la paternidad gatuna como parte de sus estudios
de doctorado en Cambridge, Reino Unido, en la década de 1990, Sandra
McCune trabajó con 12 camadas de gatitos nacidos de dos padres conocidos
e hizo un descubrimiento sorprendente. Uno de los padres era «amistoso»
(saludaba con la cola levantada a una persona que se le acercase, se frotaba
con ella y le hacía el gesto de amasar con las patas). El otro padre era
definitivamente «hostil»: si alguien se acercaba a él, evitaba establecer
contacto visual y se quedaba en la parte trasera del recinto, con las orejas y
el cuerpo aplanados y la cola escondida debajo del cuerpo. Cada uno de
ellos engendró a una mitad de las camadas. Para añadir otra dimensión al
estudio, la mitad de crías de cada camada recibió mimos y caricias humanas
desde muy pequeños (5 horas semanales entre las 2 y las 12 semanas de
vida), mientras que a la otra mitad no se la socializó. Así que en total había
cuatro grupos: socializados con padre amistoso, no socializados con padre
amistoso, socializados con padre hostil y no socializados con padre hostil.
Cuando los gatitos cumplieron un año se les puso a prueba para ver cuál era
su reacción ante una persona conocida, un extraño y un objeto nuevo. No es
de extrañar que, dado lo que sabemos sobre los experimentos de Karsh,
todos los gatos socializados desde pequeñitos se mostraron más amistosos
hacia las personas que los que no estaban socializados. Lo interesante es
que McCune descubrió un efecto genético independiente, y es que un padre
amistoso producía más gatitos amistosos que el padre hostil. También se dio
una especie de efecto compuesto, de modo que los gatitos socializados y de
padre amistoso demostraron ser los más amistosos de todos los grupos
posibles.
De todos modos, quizá el resultado más sorprendente fueron las variadas
reacciones de los gatitos ante el objeto nuevo. El hecho de que un gato
hubiera sido o no socializado desde pequeñito no influyó en que se acercara
o no al objeto nuevo, pero los del padre amistoso se acercaron al objeto y lo
estudiaron más rápidamente que los del padre hostil. Esos gatitos habían
heredado la tendencia a interesarse por las cosas nuevas en general, tanto si
eran humanos como simples objetos. McCune vio que esta característica
heredada no era un «carácter amistoso» y la describió como «audacia». Por
primera vez alguien había conseguido diferenciar los efectos de la genética
y del entorno en la personalidad gatuna. Dicho de otra manera, los padres
audaces producen crías que se acercarán a las cosas. La socialización solo
afecta a las reacciones del gato con las personas. Y a su vez esta
socialización puede verse afectada por la audacia de los gatitos y hacer que
se vuelvan más sociables más rápido. Sin embargo, siempre que reciban el
trato adecuado en el momento adecuado, a la larga los gatitos tímidos
pueden llegar a ser tan amistosos como los gatitos audaces. Así, la
tendencia de los gatos a ser tímidos o audaces es un reflejo de la tendencia
que vemos en las personas. Al igual que demostró el estudio de Kagan con
niños, la timidez genética en los gatos puede superarse si se dan las
condiciones ambientales adecuadas.

Los experimentos de McCune demostraron que conocer la personalidad del


padre también ayuda a predecir lo amistosas que serán sus crías. En el
entorno de cría controlado de un estudio científico o en casa de un criador
de gatos con pedigrí, esto está bastante claro. Sin embargo, fuera de estos
entornos, donde una gata campa a sus anchas y elige el gato que la fecunda,
la historia es —como siempre— un poco más complicada.
Los propietarios de una gata preñada por sorpresa a menudo suponen, con
toda la lógica, que el padre es el gato callejero del barrio. A veces, si, por
ejemplo, es un gato rubio y los gatitos tienen el pelaje rubio o pardo, su
suposición es correcta. Sin embargo, un fascinante estudio de Ludovic Say
y su equipo vio que el tema de la paternidad gatuna es mucho más
complejo.
En las zonas donde viven menos gatos y, por consiguiente, es más difícil
encontrar gatas no esterilizadas, como en un entorno rural, los machos no
esterilizados suelen contar con extensos territorios que abarcan los de varias
hembras. La mayor parte del tiempo una gata sin esterilizar no tiene interés
alguno por los machos, salvo cuando se vuelve sexualmente receptiva, lo
que se conoce como estar en celo. Entonces la cosa cambia. En celo, la gata
invita de forma activa a los machos a aparearse con ella. Y no solo una vez:
se apareará muchas veces y con varios machos, si están disponibles. Esto
tiene una razón práctica, porque la ovulación en las gatas es más inducida
que espontánea, y a menudo son necesarios varios encuentros de
apareamiento para inducirla. Cuando una hembra está en celo, el macho
cuyo territorio se superpone con el de ella puede conseguir la mayoría de
los apareamientos y evitar que otros machos errantes accedan a ella.
Cuando hay muchos gatos en una zona pequeña, como en los entornos
urbanos o suburbanos, la cosa cambia. Si en estas zonas hay varias hembras
en celo al mismo tiempo, es difícil que un solo macho, por grande y
agresivo que sea, se asegure todos los apareamientos posibles. En un
escenario como este es posible que se concentren varios machos alrededor
de las hembras en celo y que las ocasiones de apareamiento sean
compartidas. Lo interesante es que esto también ofrece una oportunidad
tanto a los machos audaces como a los tímidos de contribuir al futuro
acervo genético de la población.

Con muestras de ADN, Say y su equipo lograron determinar la paternidad


de 83 camadas de gatitos, 52 de ellas nacidas en un entorno urbano y las
otras 31 nacidas en un entorno rural. Descubrieron que el 77 % de las
camadas urbanas contenían una mezcla de padres (una camada tenía
diferentes padres). En cambio, entre las camadas rurales, solo el 13 %
tenían más de un padre. Sin testar su ADN es casi imposible saber qué
macho ha engendrado cada gatito en una camada concreta de un entorno
urbano. En un entorno rural es un poco más fácil, pero quién sabe qué otros
gatos pueden haberse colado en la ecuación.
En definitiva, dadas las diferentes contribuciones del contacto humano
temprano, la influencia materna, la genética materna y paterna, y la
naturaleza a menudo impredecible de la paternidad, elegir un gatito siempre
será una especie de lotería en términos de personalidad. La gente a menudo
me pregunta cómo escoger gatitos: ¿cómo saber qué tipo de gato será
cuando sea mayor? La respuesta es que no se puede predecir con exactitud
cuando son pequeños. Al igual que los bebés humanos, los gatitos que
retozan y juguetean todavía están desarrollando su personalidad. Algunos
rasgos pueden determinarse muy pronto; por ejemplo, en un estudio
longitudinal sobre camadas de gatitos, John Bradshaw y Sarah Lowe
detectaron pocos cambios en el nivel de audacia de los gatos tras los dos
primeros años en sus nuevos hogares. Puede que otros aspectos de su
personalidad se desarrollen más lentamente a medida que adquieren
experiencia del mundo que les rodea. A menudo, ocurre que dos gatitos de
la misma camada, como Bootsy y Smudge, tan unidas cuando eran
pequeñas, se distancian cuando alcanzan la madurez y sus personalidades y
preferencias se afianzan.
Lo más importante es asegurarse de que los gatos han tenido contacto con
muchas personas desde las dos semanas de vida en adelante, y de que han
conocido el mayor número de sonidos e imágenes domésticas a una edad
temprana. Muchas personas deciden, en cambio, optar por adoptar un gato
adulto para combinar la satisfacción de dar una segunda oportunidad de
vida a un gato rescatado con la posibilidad de ver su personalidad más
definida. En los gatos adultos, sin embargo, encontrar un hogar por segunda
vez puede ser difícil: es posible que necesiten de mucha persuasión para
abandonar el refugio donde viven. ¿Qué busca la gente a la hora de escoger
un gato? ¿Qué buscan los gatos a la hora de elegir una persona?
PELAJES DE TODOS LOS COLORES
«¿Qué tipo de gato buscan ustedes?», pregunté a una pareja que vino al
refugio a buscar a su nuevo gato. «No somos muy exigentes. Lo único
importante es la personalidad —respondió la señora—. Queremos un gato
jovencillo, amistoso, que nos salude al llegar a casa y se siente en nuestro
regazo al anochecer.» «Genial, tengo el gato perfecto para ustedes», anuncié
mientras los acompañaba, feliz, hasta el recinto de los gatos para
presentarles a su nuevo y perfecto compañero gatuno. Pebbles no
decepcionó; al menos a mí: en cuanto abrí la puerta de su recinto, saltó de la
caja de la estantería donde dormía y, desperezándose lentamente, levantó la
cola y se acercó a la señora, que estaba agachada a su altura, se montó en su
regazo y se acurrucó, ronroneando como una lancha motora. Yo sonreía,
esperando que la magia surgiera su efecto. Pero no fue así. La señora se
levantó, dejó a Pebbles en el suelo y dijo: «No, no podemos quedarnos este;
tiene el pelaje carey, no son muy amistosos.» Me quedé sin palabras.
Si se le hace un cuestionario a un potencial dueño de un gato y se le
pregunta qué es lo que busca en su mascota, dirá que la personalidad por
encima de todo. Si se les ofrece una selección de gatos de distintos colores
y pelajes para que escojan, la cosa cambia. Aunque la gente diga que la
personalidad es más importante que el color, parece existir la percepción de
que, al menos con algunos colores, los dos elementos están relacionados.
Asociar distintos pelajes con tipos de personalidad concretos es más viejo
que la tos, y como sucede con otros mitos, ha ganado terreno con los años.
Los gatos carey y calicó, por ejemplo, pese a tener un pelaje muy bonito, se
han visto muy denostados por su supuesta personalidad. Ya en 1895, el libro
dedicado a los gatos del doctor Rush Shippen Huidekoper describía al gato
carey como un gato «poco afectuoso y a veces incluso siniestro y con mala
disposición», y a día de hoy perduran algunas expresiones, en referencia a
estos gatos, que no han hecho más que reforzar esta idea. En un estudio más
actual sobre la asociación del color del pelaje con la personalidad del gato
comprobaron que a los gatos carey y calicó, también conocidos como gatos
tricolores, se los sigue considerando como distantes, intolerantes y poco
amistosos.
En cambio, y por curioso que parezca, los gatos pelirrojos puros son mucho
más populares en cuanto a personalidad. Huidekoper los describió como
«gatos domésticos de buen carácter». Su opinión parece que arraigó. En el
estudio de Delgado los gatos pelirrojos fueron calificados como poco
tímidos, poco distantes y muy amistosos en comparación con los gatos de
otro pelaje. En una encuesta posterior con personas que tienen gato, los
mininos pelirrojos recibieron las puntuaciones más altas en afectuosidad,
tranquilidad y capacidad de adiestramiento. En el refugio donde yo
trabajaba siempre fueron muy populares: la gente preguntaba a menudo si
teníamos algún gato pelirrojo en adopción.
Huidekoper tenía opiniones muy tajantes sobre otros rasgos de la
personalidad en los gatos, incluida su radical valoración sobre los gatos
blancos y negros: «El gato blanco y negro es afectuoso y limpio, pero es un
animal egoísta y no es un gato al que le guste jugar con los niños.» Por
suerte, esta fama de los gatos blancos y negros no cuajó.
Pero los que lo han pasado peor son los gatos negros. La tradición los
asoció a la brujería y al demonio, además de —en algunos países— a la
mala suerte, y les ha costado horrores quitarse este estigma. Para colmo,
una razón cada vez más frecuente para no elegir un gato negro es que cuesta
más hacerle buenas fotos con el móvil. También se ha visto que a la gente le
cuesta más identificar las emociones de los gatos negros, lo cual influye en
su disposición a la hora de adoptar uno. Un estudio que analizó de forma
específica la adopción de gatos negros en los refugios reveló que se tarda
entre dos y seis días más en encontrarles un hogar. Incluso los gatos tuxedo
y los gatos blancos y negros encontraron casa tres días antes que los gatos
totalmente negros; tanto los adultos como los gatitos.
¿Tienen una base real estas asociaciones entre el color del pelaje y la
personalidad? Varios estudios han abordado esta cuestión, con resultados
dispares. Si bien puede existir una ligera tendencia a asociar algunos
colores de pelaje con una mayor agresividad hacia los humanos en general,
parece que el aspecto físico no es un indicador fiable de la personalidad.
En cambio, sí parece existir algún tipo de relación entre las distintas razas
de gato y su personalidad. Algunas de las características de comportamiento
de las razas son antiguas y bien conocidas. Los gatos siameses, por ejemplo,
son bastante insistentes cuando se comunican vocalmente con sus dueños,
mientras que los gatos persas suelen ser menos activos y juguetones que
otras razas. La creciente popularidad y desarrollo de nuevas razas de gatos
ha brindado a los científicos la oportunidad de investigar el efecto potencial
que la genética puede tener en el comportamiento gatuno. Por ejemplo, a
través de encuestas con dueños de gatos, Milla Salonen y su equipo
descubrieron que las razas varían de forma considerable en su deseo de
contacto con las personas: los gatos korat y Devon rex muestran una mayor
tendencia a buscar contacto con humanos que los British shorthair.
Además, en algunas razas, ciertos rasgos de personalidad parecen estar
correlacionados entre sí. Por ejemplo, en el caso de los ragdoll, famosos por
su talante relajado, los criadores suelen seleccionar a los individuos más
inactivos para criar gatitos tranquilos. Sin embargo, el bajo nivel de
actividad de esta raza se correlaciona con una baja tendencia a buscar el
contacto humano. Así, al intentar criar gatitos tranquilos, los criadores
pueden estar seleccionando de forma involuntaria una progenie que sienta
menor apego por las personas.
Otros estudios genéticos en gatos se han centrado en aspectos genéticos
concretos en los cuales la presencia de distintas variantes podría influir en la
personalidad. Por ejemplo, se ha descubierto que una variante del gen
receptor de oxitocina (OXTR) contribuye a una serie de rasgos de «rudeza»
en los gatos, como son la irritabilidad, la dominancia, la agresividad y el
mal humor. El potencial para futuras investigaciones sobre la existencia de
vínculos genéticos con rasgos de la personalidad es enorme.

¿DIOS LOS CRÍA Y ELLOS SE JUNTAN O LOS


POLOS OPUESTOS SE ATRAEN?
En una de las escenas iniciales de la película 101 dálmatas, Pongo, el perro
dálmata, observa a toda una serie de perros y dueños que desfilan bajo su
ventana. Es un divertido guiño al consabido chiste de que los dueños suelen
parecerse a sus perros. Un estudio un tanto inquietante (al menos para los
dueños de los perros de pura raza) reveló que el fenómeno puede tener su
parte de verdad: observadores independientes fueron capaces de emparejar
correctamente fotos de dueños con sus perros. Cada vez se presta más
atención a si los dueños se parecen a sus mascotas también en cuanto a
personalidad y, después de comprobarlo en los perros, los investigadores se
fijaron en los gatos: ¿elegimos sin darnos cuenta a gatos que concuerdan
con nuestra personalidad?
En un pequeño pero fascinante estudio sobre universitarias con gato se les
pidió que se clasificaran a sí mismas y a sus gatos en función de 12 rasgos
de personalidad diferentes. Algunas de ellas tenían gatos siameses, y otras,
mestizos. Las que tenían siameses calificaron a sus gatos y a sí mismas de
forma similar en cualidades como «inteligente», «emocional» y «amistosa»,
mientras que las dueñas de los mestizos igualaron las evaluaciones de sí
mismas y las de sus gatos en los rasgos «agresivo» y «emocional». Los
resultados del estudio sugieren que, o bien las dueñas ven a sus mascotas
como se ven a sí mismas, o bien eligen mascotas que creen parecidas a
ellas.

Con tantos tipos distintos de personalidad humana y gatuna, la comunidad


científica empezó a examinar, igual que en las relaciones entre humanos,
cómo interactúan las diferentes personalidades entre sí. Y se han
descubierto cosas fascinantes. Parece que los gatos y sus dueños no son
todos mezclas aleatorias de tipos de personalidad; algunos aspectos de las
personalidades de los dueños están relacionadas de forma significativa con
las personalidades de sus gatos. El neuroticismo, por ejemplo, parece tener
especial relevancia. En los seres humanos, el neuroticismo tiene unas
consecuencias sociales importantes, puntuaciones altas en este apartado
suelen dar como resultado perspectivas negativas que pueden afectar a
quienes rodean al sujeto, ya sean sus amistades, familiares o mascotas. Más
concretamente, los dueños de los gatos que puntúan alto en este apartado
suelen mantener una relación más intensa y de dependencia con sus gatos, y
se preocupan mucho por ellos. Aunque los gatos parecen aceptar la atención
con bastante facilidad y dejan que sus dueños los cojan en brazos y los
acaricien y besuqueen, la intensidad de este tipo de relaciones suele generar
gatos que, como sus dueños, son más ansiosos y tensos.
Un estudio que profundizó en la relación ansiosa entre gatos y sus dueños
reveló que este tipo de dueños tienden a restringir más el acceso del gato al
exterior y a preocuparse más por si su gato sufre algún problema de
comportamiento, de salud o de estrés. Estos descubrimientos reflejan los
resultados de los estudios sobre padres e hijos, en los que las personas
ansiosas suelen recurrir a técnicas de crianza más estrictas como resultado
de la preocupación sobre el bienestar de sus hijos.
Pese a ser más intensas, las relaciones entre gatos y humanos en las que el
dueño puntúa alto en el apartado de neuroticismo suelen caracterizarse por
interacciones menos ricas. Esto puede deberse, en parte, a que el dueño
inicia las interacciones con más frecuencia que el gato. Dennis Turner y su
equipo demostraron previamente que la duración de las interacciones entre
humanos y gatos dependía de cuál de los dos las iniciara. Las interacciones
iniciadas por el gato duraban más que las iniciadas por la persona. En
cambio, en las relaciones en las cuales el dueño puntúa alto en
responsabilidad, las interacciones entre gatos y humanos son más complejas
y contienen más elementos conductuales. Sobre estos resultados, Kurt
Kotrschal sugiere que una personalidad más controlada y responsable en un
dueño inculca en el gato una sensación de regularidad y fiabilidad, lo que
permite el desarrollo de muestras ritualizadas entre ambos. Cuando los
dueños puntúan alto en apertura a la experiencia, su relación con el gato
suele ser diferente: menos intensa. Sus gatos son más tranquilos, vocalizan
menos y pasan menos tiempo mirando al dueño, lo cual podría indicar que
se sienten más seguros.
Es poco probable que la tendencia de ciertos tipos de carácter humano a
reflejar determinadas personalidades gatunas sea una coincidencia. La
explicación más probable es que, por medio del control que ejercen en el
entorno de los gatos, los dueños moldeen, sin querer, el comportamiento de
los animales fomentando o desalentando ciertos aspectos de su
personalidad. No obstante, puede que esto no sea unidireccional. Sobre todo
en las relaciones más intensas entre humanos y gatos, los gatos podrían
reconocer la dependencia de su dueño —por ejemplo, a la hora de comer—
y usarla a su favor, quizá con una actitud más quisquillosa con la comida,
para crear un contexto de «negociación». El ciclo resultante entre necesidad
y negociación puede hacer que tanto el dueño como el gato se vuelvan
mutuamente más dependientes y ansiosos. Los dueños con un nivel alto de
apertura a la experiencia pueden, al preocuparse menos, animar a sus gatos
para que sean más independientes y capaces de lidiar con situaciones
nuevas. La introducción de un nuevo objeto en la sala inquieta mucho
menos a estos mininos que a los gatos ansiosos.
Dadas las posibles combinaciones de rasgos de personalidad, tanto de
dueños como de gatos, y todos los «¿y si...?», «peros» y «quizá» del
entorno que hay por el camino, encontrar el gato perfecto para cada persona
es todo un reto. Una parte del papel que tienen los refugios es intentar
emparejar al nuevo dueño de un gato con un animal cuya personalidad
complemente la suya. Eso es lo que más me gustaba de trabajar en un
refugio y, por lo general, cuando llevaba un rato hablando con la persona en
cuestión ya sabía qué gato encajaba mejor con ella. La mayoría de las veces
tanto yo como mis compañeros acertábamos. Alguna vez, como demuestra
el caso de la señora y Pebbles, la gatita carey, la gente nos regateaba y
teníamos que replantearnos la jugada. Y después estaban los casos
realmente especiales, las veces en las que una se daba cuenta de que
realmente valía la pena levantarse por la mañana, semana tras semana, y
hacer el trayecto en autobús muy temprano en pleno invierno, cuando
todavía estaba oscuro, para ir a trabajar al refugio. Momentos en los que te
dabas cuenta de que, por mucho que supieras sobre los gatos y las personas,
y sobre su forma de comunicarse, a veces los gatos y las personas se eligen
unos a otros por razones que se nos escapan.
Recorrí el pasillo de los gatos. La niña y sus padres me seguían. Me detuve
frente a una jaula donde una gata rechoncha y atigrada ronroneaba y se
frotaba, feliz, contra la reja, mirándonos esperanzada. «Esta se llama Mimi,
¿te gustaría conocerla?», le dije a la niña. La familia se turnaba para entrar
en varias jaulas e interactuar con varios gatos, primero con Mimi y después
con una selección más amplia de gatos que pensé que podrían encajar con
ellos. La niña se mostró amable y atenta con todos los gatos, pero se
mantuvo bastante callada. Al final, mientras avanzábamos por el pasillo, se
detuvo delante de una jaula donde no había ningún gato esperando. «¿Qué
gato vive aquí?», preguntó. «Aquí vive Ginny —contesté—. Lleva con
nosotros unas cuantas semanas, pero todavía es muy tímida y no sale a
conocer gente. Estará escondida en su caja», añadí. «¿Puedo verla?»,
preguntó la niña. Miré dubitativa a su madre. «Sí, claro, pero está asustada
y no sé si tiene ganas de conocer gente, así que mejor que tengas cuidado y
no te acerques demasiado a su caja», dije. Con la aprobación de la madre,
abrí un poco la puerta y dejé entrar a la niña. No intentó acercarse a la caja
de Ginny, que estaba en un estante. En lugar de eso, se limitó a sentarse en
el suelo y dijo en voz baja: «Hola, Ginny». Y Ginny, la gata blanca y negra
tristona que hasta entonces había rehuido todos nuestros esforzados intentos
por seducirla, quererla y alimentarla, salió en silencio de su escondrijo y se
acercó a la niña. Ginny empezó a frotarse con ella, se montó en su regazo y
se acomodó. Mientras yo hacía señas en silencio a mis colegas para que
contemplaran aquel milagro, la niña, con la boca abierta por el asombro,
miró a su madre, sonrió y exclamó: «Creo que Ginny es nuestra gata.»
CAPÍTULO 8
EL PLACER DE SU COMPAÑÍA

«¿Qué mejor regalo que el amor de un gato?»

CHARLES DICKENS
A los pocos meses de empezar mis estudios de posgrado, visitando o viendo
gatos todo el día, me di cuenta de que al volver a casa por la noche echaba
de menos su compañía. Decidí que necesitaba un gato y, tras buscar un
poco, adopté a mi primer gatito. Era un bichito atigrado de pelo largo, al
que en un derroche de imaginación llamé Tigger, fruto de la unión entre un
gato callejero local y una gata doméstica. ¿Por qué lo elegí? Como dicen
muchas personas que tienen gato cuando les preguntan esto, «tenía algo»,
algo que ya se le intuía a las ocho semanas de vida. Cuando creció, se hizo
obvio que Tigger era de naturaleza indómita: se pasaba horas fuera de casa,
vete a saber dónde, haciendo vete a saber qué. Pagó el precio de su talante
intrépido una fatídica noche, cuando tenía nueve años, en la que perdió una
pata en un accidente de tráfico, pero con el tiempo se las apañó de forma
admirable con tres patas.
De joven, Tigger era distante por naturaleza, rara vez pasaba el rato con mis
amigos o la gente que venía de visita. Pese a ello, conmigo era muy
cariñoso: fue un gran compañero, siempre me saludaba con la cola
levantada, se frotaba conmigo y se acurrucaba en mi regazo entre una
escapada y otra. A medida que se hizo mayor se volvió más sociable con los
demás, pero siguió profesándome un afecto especial; y siempre fue, al
menos hasta cierto punto, mi gato.
A pocas personas les gusta admitir que tienen una mascota favorita, porque
les parece feo, aunque a un observador externo le resulte obvio. Los gatos
no tienen manías: algunos de ellos prefieren a una sola persona en su vida y
ya está, mientras que otros se encariñan con cualquiera que les haga caso.
Sea como sea, no se esconden. Uno de los eternos misterios de la relación
entre humanos y gatos es por qué los gatos se sienten atraídos por personas
concretas: ¿es una cuestión de personalidad o hay algo más? Los
investigadores han empezado a profundizar en los entresijos del vínculo
entre gatos y humanos para ver cómo se desarrolla, qué le afecta y los
diferentes tipos de relación que existen.
Gatos domésticos jóvenes como Tigger, que llegan a su primer hogar
permanente tras haber sido separados de sus madres, habrán estado
expuestos a muchas interacciones con personas a esa altura de sus vidas.
Esto, combinado con su propia personalidad y los distintos tipos de
personas con las que compartirán su nueva casa, crea una enorme
variabilidad en las relaciones que los gatos construyen con sus dueños.
Con tantos factores en la ecuación, el desarrollo de los estilos de interacción
de los gatos con diferentes personas es un tema complicado de estudiar; tan
complicado que pocos investigadores se han atrevido a intentarlo. Quizá el
estudio más completo al respecto sea el realizado por Claudia Mertens y
Dennis Turner en 1988. Dispuestos a averiguar cómo comienzan las
‘conversaciones’ con los gatos desde que un minino conoce a una persona
por primera vez, organizaron encuentros escenificados entre ambos.
El estudio analizaba la forma en que hombres, mujeres y niños (de entre
seis y diez años de edad) interactuaban con gatos desconocidos. Dichos
encuentros tenían lugar en una sala de observación, donde los participantes
podían ser grabados con discreción a través de un cristal. El voluntario se
sentaba en una silla y a continuación se dejaba entrar a un gato de una
colonia de 19 ejemplares de la universidad. Durante los primeros cinco
minutos se le pedía al voluntario que permaneciera sentado leyendo un
libro, sin mirar al gato. Esto iba seguido de un segundo período de otros
cinco minutos en el que el voluntario podía interactuar libremente con el
gato.
Lo que más interesaba a los investigadores era cómo se comportaría el gato
los primeros cinco minutos, cuando no recibía ningún mensaje por parte de
la persona sentada en la silla. Registraron la información que indicaba el
interés de cada gato por establecer contacto con una persona nueva, en
concreto los tiempos de su primer acercamiento, su primer comportamiento
social y el primer contacto físico con la persona. La personalidad individual
de cada gato se tradujo en una gran variabilidad de comportamiento. Por
ejemplo, algunos gatos eran más audaces que otros y se acercaban más
fácilmente, otros preferían la interacción física y a otros les apetecía más
jugar. Lo que es interesante es que en esta primera etapa, antes de que la
persona respondiera, el comportamiento propio de cada gato permaneció
inalterable tanto si la persona en cuestión era hombre, mujer o niño. Sin
embargo, en la segunda parte del experimento, una vez la persona
comenzaba a interactuar con el gato, empezaron a aparecer algunos cambios
en las reacciones del gato. En particular, la frecuencia de las
aproximaciones del gato cambiaba según la edad y el sexo de la persona; se
acercaban más a los adultos que a los niños, y más a las mujeres que a los
hombres. Estas diferencias parecían reflejar los distintos estilos de
interacción entre hombres, mujeres y niños.

Cuando podían moverse a sus anchas, los niños permanecían mucho menos
rato sentados que los adultos. Entre los adultos, los hombres pasaban más
tiempo sentados que las mujeres, mientras que tanto las mujeres como las
niñas tenían la tendencia a agacharse para interactuar con el gato. Si el gato
intentaba descansar o retirarse, era mucho más probable que lo siguiera un
niño que un adulto, y los niños más que las niñas.

A la hora de iniciar el contacto con el gato, adultos y niños también


mostraron técnicas distintas. Casi todos los adultos comenzaron su
interacción con una vocalización, mientras que los niños solo lo hicieron en
el 38 % de las pruebas. El resto del tiempo o bien se acercaron al gato
directamente o bien empezaron a jugar con él o a acariciarlo. La calidad de
las vocalizaciones humanas también difería: mientras que la gran mayoría
de los adultos empleaban oraciones completas, en el caso de los niños solo
lo hacían un tercio. Otro tercio de los menores usó solo palabras o sonidos,
y otro tercio no le dijo nada al gato mientras interactuaba con él. Los
adultos, por lo general, continuaron hablando con el gato durante toda la
interacción, mientras que los niños dejaron de hablar después de interactuar
físicamente con el gato.

Tras analizar estos primeros encuentros entre los gatos y las personas,
Mertens pasó a analizar las relaciones entre los gatos que vivían como
mascotas y las familias con las que convivían, observando los encuentros en
los hogares. Durante un año entero visitó y estudió 51 hogares con familias
de diferentes tamaños y número de gatos por hogar, sumando un total de
más de 500 horas de observaciones. Estos registros de relaciones
consolidadas entre gatos y humanos reforzaron su trabajo anterior sobre los
diferentes estilos de interacción humana. Al igual que en el estudio anterior,
los niños mostraron mayor actividad física en sus interacciones con los
gatos, mientras que los adultos tendían a hablarles primero, sobre todo las
mujeres.
A medida que pasamos de la infancia a la edad adulta parece que
aprendemos que es mejor captar la atención de un gato hablándole primero,
ya que así le damos al gato la oportunidad de reaccionar, antes de pasar al
contacto físico. Curiosamente, esto es muy parecido a la forma en la que los
gatos cambian su manera de interactuar con los humanos a medida que
crecen. Los gatitos aprenden poco a poco a acercarse a nosotros con un
maullido educado en lugar de trepar por nuestras piernas para llamar la
atención. Quizá se trate de un código de buenos modales entre gatos y
humanos.
Mertens registró elementos específicos de las interacciones entre los gatos y
los miembros de la familia, incluidas todas las veces que el gato o el
humano se acercaban o se distanciaban y lo a menudo que se mantenían a
una distancia de un metro el uno del otro. Mertens midió hasta qué punto el
comportamiento de aproximación y distanciamiento de los humanos
coincidía con el de los gatos, y calculó la reciprocidad de estos elementos
en sus interacciones. Así, descubrió que dicha reciprocidad era mayor entre
gatos y adultos que entre gatos y niños (de once a quince años de edad) o
gatos y niños más pequeños (de seis a diez años de edad).
En cuanto a la reciprocidad de la interacción, Dennis Turner hace referencia
al concepto de «red de objetivos», propuesto por primera vez para los
monos Rhesus, según el cual los objetivos de cada miembro de la pareja se
alinean con los del otro. Él y sus coinvestigadores observaron con atención
las interacciones grabadas entre los gatos y sus dueños y analizaron cómo
cada parte reaccionaba al deseo de interactuar de la otra. Vieron que en
algunas relaciones el gato respondía de forma positiva al deseo de
interacción del dueño y que este a cambio también respondía de forma
positiva e interactuaba cuando el gato así lo quería. El típico «hoy por ti,
mañana por mí», pero no en el sentido literal. Este tipo de relación se
tradujo en un mayor índice de interacciones entre gato y humano. En otros
casos ambas partes estaban menos dispuestas a cooperar si la otra quería
interactuar.
Aunque este último tipo de relación da lugar, de forma inevitable, a un
menor nivel de interacción, sigue existiendo un equilibrio —tanto el gato
como el dueño están satisfechos con este nivel—, lo cual permite que la
relación funcione. Esto conecta con la idea de que las interacciones entre
los gatos y sus dueños, con el tiempo, se ritualizan. Cuanto más tiempo
pasan juntos, más aprenden el uno del otro, y poco a poco desarrollan una
rutina de interacción predecible y establecida.
Para profundizar todavía más en los encuentros entre gatos y humanos, un
estudio de Manuela Wedl y su equipo empleó un método más técnico.
Grabaron en vídeo encuentros entre gatos y sus dueños a la hora habitual en
la que el animal comía y analizaron las secuencias de comportamientos con
un programa de software llamado Theme. Este programa era capaz de
detectar patrones temporales (t) —secuencias de eventos que se suceden de
forma no aleatoria— que escapaban al ojo humano y después evaluar la
complejidad y la estructura de las interacciones. El estudio reveló que las
interacciones entre mujeres y gatos contenían más patrones por minuto que
entre gatos y hombres, lo cual sugería, como apuntaban las conclusiones de
Mertens, que los gatos solían sentirse más cómodos al interactuar con
mujeres.
Una característica constante que se repite en todos estos estudios es que, al
parecer, las mujeres interactuaban de una manera que a los gatos les gustaba
más. Por supuesto, las personas no siempre responden de acuerdo con los
estereotipos de edad y género que aparecen en los estudios: todos los
hombres, mujeres y niños tienen relaciones especiales con sus gatos.
Como señala Dennis Turner, los gatos del primer experimento no mostraron
una preferencia innata por un género o un grupo de edad determinado, pero
como las personas dentro de esas distintas categorías tenían estilos de
interacción distintos, los gatos reaccionaron de forma diferente ante ellas.
Los gatos prefieren que la gente se agache para ponerse a su nivel, que les
hablen antes de interactuar y que no los persigan ni los interrumpan cuando
descansan. Todos estos condicionantes dan a los gatos cierto control sobre
los encuentros.
En la misma línea, quizá uno de los hallazgos más simples pero más
significativos de Turner y su equipo en estas interacciones, con enormes
implicaciones para las personas que interactúan con gatos, fue que las
interacciones iniciadas por humanos duran menos que las iniciadas por los
gatos. Dicho de otra manera: los gatos prefieren dar el primer paso.

SUAVEMENTE
Los estudios descritos en este capítulo son un recordatorio importante de
que las personas tienen que pensar bien cuál es la mejor manera de
interactuar con un gato sin precipitarse y esperar que ellos respondan de
manera positiva. Un ejemplo típico de esto ocurrió cuando busqué un
cuidador temporal que se ocupara de Tigger cuando yo me iba de
vacaciones.
Durante muchos años había cubierto el cuidado de mis mascotas pidiéndole
a algún amigo o vecino que se pasara por casa un par de veces al día para
dar de comer a mis animales y ver cómo estaban. Sin embargo, el año que
Tigger se volvió diabético y necesitaba dos inyecciones de insulina al día, ir
de vacaciones de repente se volvió más complicado. A su favor, diré que
Tigger nunca puso impedimentos a las inyecciones; pero que se las pusiera
un vecino era mucho pedir, así que a medida que se iban acercando las
vacaciones empecé a buscar alternativas. En la clínica veterinaria vi un
anuncio sobre un servicio de cuidados para mascotas a domicilio que
también ofrecía asistencia médica. Perfecto. Greg vino a casa para conocer
a Tigger. Digo «conocer», pero en realidad aquel día Greg se dedicó a
perseguir a Tigger, que huía a toda velocidad por toda la casa, intentando
ser su amigo. «Al principio es un poco reservado —le dije—. Si te sientas y
dejas que se te acerque a su debido tiempo, se acostumbrará.» Greg me
miró como si estuviera loca y siguió intentando, de forma activa y ruidosa,
que Tigger le hiciera caso. Fue en vano. Debí haber hecho caso a mi instinto
y buscar en otra parte, pero, dadas las reseñas de cinco estrellas de Greg, di
por hecho que todo iría bien y contraté dos visitas diarias a lo largo de 10
días para las inyecciones de insulina y para que le diera de comer. El primer
día, cuando llevaba unas 12 horas de vacaciones, recibí una llamada de
Greg. Parecía agotado. «Este gato es imposible. No hay forma de atraparlo
para ponerle la inyección, y me bufa y escupe cuando lo acorralo.» No sé
qué pretendía Greg que hiciera yo, estando de vacaciones a 3500 km de
distancia, pero una vez más confié y traté de explicarle cómo ganarse a
Tigger. «No lo acorrales», empecé. Lamentablemente, la solución de Greg
fue ponerse unos guantes protectores muy largos y continuar persiguiendo a
Tigger por toda la casa. Transcurridos 10 días, regresé a casa y me encontré
al gato estresado y disgustado.
Reconcomida por la culpa, la siguiente vez que me fui de viaje me esmeré
mucho más. Busqué por todas partes, siguiendo recomendaciones y
consultando un sinfín de opciones hasta que encontré un pequeño servicio
de guardería gatuna personalizado que llevaba una señora llamada Joyce
desde su propia casa. No tenía muy claro que pudiera llevar a Tigger a casa
de otra persona y dejarlo allí sin que fuera un desastre, así que propuse a
Joyce hacer una prueba y llevárselo un fin de semana. Aquella casa era un
remanso de paz y tranquilidad. Nada más entrar, dejé el transportín de
Tigger en el suelo para que se aclimatara antes de dejarlo salir. Joyce lo
ignoró por completo mientras él husmeaba con cautela. «Estará bien, no te
preocupes», dijo Joyce, y me echó como si yo fuera una madre ansiosa que
deja a su hijo en el parvulario.
Preocupándome como una boba, resistí 24 horas antes de llamar la noche
siguiente: «Hola, ¿qué tal va?» Oí un pitido de fondo. «Espera un segundo
—dijo Joyce—, el microondas acaba de calentar el pollo de la cena de
Tigger: —Dejó el teléfono y escuché como llamaba al gato—. Entra,
Tigger, ¡a cenar!» Cuando Joyce volvió al teléfono, pregunté con ansia:
«¿Está fuera?», mientras, horrorizada, me imaginaba a Tigger escalando la
valla del jardín y desapareciendo en el horizonte. «Ha salido a dar una
vueltecita por el jardín mientras le preparo la cena, cuando le apetezca
vendrá a cenar y a que le pinche la insulina. Anoche ya lo hicimos así,
después se acurrucó en su cojín especial junto a mí en el sofá. Estamos
bien. Nos vemos el lunes.»
El mismo gato, distintas personas y ambas totalmente desconocidas para él.
Joyce se limitó a dejar que Tigger se acercara a ella a su manera (con un
poco de rico pollo de por medio).

A muchos gatos no les gusta la forma en que algunas personas interactúan


con ellos. Algunos incluso muestran su disgusto de forma obvia, alejándose
o exhibiendo un comportamiento agresivo, pero los resultados de un estudio
sugieren que otros gatos simplemente toleran que los acaricien, en lugar de
disfrutar u odiar de forma activa las caricias. Estos gatos ‘tolerantes’
mostraron niveles más elevados de metabolitos de glucocorticoides (GCM)
en sus heces en comparación con otros, lo cual indicaba un mayor nivel de
estrés.
Con el fin de que los gatos estén más cómodos en sus encuentros con
humanos, Camilla Haywood y su equipo han implementado una serie de
directrices de «buenas prácticas» a tener en cuenta cuando se interacciona
con los mininos. Estas directrices, agrupadas bajo el acrónimo CAT,
enfatizan lo importante que es permitir que el gato tenga el control (C) de la
interacción; mantenerse alerta (A) a las reacciones del gato mientras dura la
interacción, y ser consciente de dónde tocamos (T) al gato, optando por las
zonas que más le gustan: alrededor de las orejas, la barbilla y las mejillas,
como se ha descrito en el capítulo 5.
Las directrices invitan a la persona a tender la mano suavemente al gato al
comienzo de la interacción, para que este se aproxime e interaccione si así
lo desea. Solo si el gato establece algún tipo de contacto —si se frota con la
persona, por ejemplo—, se le puede acariciar; y si el gato se aparta, hay que
dejarlo en paz. Mientras lo acaricia, la persona debe estar pendiente de si el
gato continúa frotándose, lo cual indica que desea seguir con la interacción.
Si deja de frotarse y se aleja o muestra un lenguaje corporal negativo, como
el gesto de aplanar las orejas, esponjar el pelaje o retorcer la cola, hay que
dejar de acariciarlo. Asearse de repente también puede ser señal de
incomodidad.
Los investigadores comprobaron de qué manera una breve sesión de
formación en la que se explicaban las directrices a un grupo de gente antes
de conocer a un nuevo gato de un refugio afectaba al comportamiento
posterior del gato. También grabaron en vídeo interacciones entre gatos y
humanos que no habían ido precedidas por ninguna directriz previa.
Después, un grupo de observadores especializados analizó los encuentros
para ofrecer una evaluación objetiva. Los resultados probaron que en las
interacciones donde las personas habían recibido las directrices CAT los
mininos tuvieron un comportamiento más amistoso y menos agresivo hacia
ellas, y mostraron menos signos de lenguaje corporal negativo en
comparación con las otras interacciones. Si bien las directrices fomentan un
acercamiento más restrictivo que el que suele adoptar mucha gente cuando
acaricia a un gato, los resultados de los experimentos indican que permitir
que el gato lleve la iniciativa puede, en última instancia, permitir
interacciones y relaciones más satisfactorias con ellos.

EL GATO FAMILIAR
¿Por qué tenemos gatos? Nuestra relación original con el gato salvaje
comenzó como una relación funcional: el control de plagas. Sin embargo,
ese instinto depredador que los humanos tanto apreciaron en el pasado es
ahora la cualidad menos valorada en un gato. A diferencia de los perros, los
gatos no se han criado para tareas específicas como el pastoreo, la vigilancia
o la detección de sustancias y objetos. Incluso las razas puras se crían por su
aspecto más que por otras cualidades potencialmente útiles.
En alguna ocasión los defensores de los gatos, en un intento por demostrar
que los gatos son tan útiles como los perros, se han empeñado en
encontrarles un rol. El premio a esta labor se lo lleva sin duda la Sociedad
Belga para la Promoción del Gato Doméstico, por sus esfuerzos en la
década de 1870. Esta asociación, convencida de que el talento gatuno estaba
desaprovechado, inventó un trabajo para los mininos. En un intento por
aprovechar la considerable habilidad del animal para hallar el camino de
vuelta a casa, se hizo un experimento con 37 gatos como potenciales
repartidores de correo. Los transportaron a cierta distancia de su ciudad y
los soltaron, con la esperanza de que encontraran el camino de vuelta al
hogar. Uno de los gatos regresó cinco horas después y los demás lo hicieron
a las 24 horas. Animados por este éxito, la asociación quiso seguir con su
plan y adjuntó a cada «gato cartero» una carta envuelta en una bolsa
impermeable. Se soltaría a los gatos para que entregaran el «correo». Pese a
confirmar el talento de los gatos para la orientación, no es de extrañar que
como sistema de reparto de correo el invento no cuajara.

El gato doméstico, en contraste con la mayoría de los animales


domesticados, parece haberse limitado a un solo trabajo, el mejor de todos:
hacer compañía. Casi toda la gente que adquiere un gato hoy en día lo hace
con esta intención. Por eso me quedé con Tigger. Él, como tantos gatos,
comenzó su vida con una única dueña, yo, y a medida que fue pasando el
tiempo se convirtió en miembro de una unidad familiar muy diferente y más
compleja. El concepto del «ciclo de vida familiar» suele emplearse para
describir las distintas etapas que los individuos de una familia experimentan
a lo largo de la vida. Estas etapas incluyen hitos como marcharse de casa,
encontrar pareja y formar una familia, y a lo largo de ellas los roles de las
personas cambian y se desarrollan. Últimamente también se presta atención
a cómo las mascotas también cambian de rol a medida que la familia crece
o se reduce.
Cuando adopté a Tigger, por ejemplo, aceptó a regañadientes pero con
elegancia compartir mi atención con mi novio de entonces, que después se
convirtió en mi esposo. Lo que no le hizo tanta gracia fue aceptar la
presencia de Charlie, una gatita dulce que adopté un año después de
quedarme con Tigger, pero más o menos se las apañaron juntos hasta que,
por desgracia, perdimos a Charlie por una enfermedad trece años más tarde.
A lo largo de sus diecinueve años de vida, Tigger capeó el creciente caos
familiar: cuatro niñas, un traslado del Reino Unido a Estados Unidos, la
vuelta al Reino Unido cinco años después y ocho hogares diferentes. En
aquella época pasó de tener mi atención plena a compartirme con cada vez
más gente. A medida que maduró y se hizo viejecito, Tigger cambió: no se
parecía nada al gato que había sido al principio, entre otras cosas porque
para entonces ya era un gato con tres patas, diabético y medio desdentado.
Como todas las personas y animales que pasan tantos años juntos,
aprendimos las costumbres y manías del otro y forjamos una relación muy
especial.
Siento que conocía bien a Tigger. Desde aquel primer día en el que lo traje a
casa como una bolita de pelo de ocho semanas nos entendimos bien y nos
respetamos mutuamente. También hubo afecto, eso seguro, pero al estilo de
Tigger. Mi esposo y mis hijas lo ven de otra manera.
Así pues, ¿qué lugar ocupa el gato medio en la vida familiar? En un
fascinante estudio, Esther Bouma y su equipo preguntaron a personas que
tenían gato en cuál de estas cuatro categorías incluían a su mascota: «un
miembro más de la familia», «el mejor amigo», «hijo» o «mascota». Más de
la mitad de las respuestas fueron «un miembro más de la familia», un
resultado obtenido también en otros experimentos. No obstante, quizá lo
más sorprendente sea que una tercera parte de los encuestados describió a
su gato como el mejor amigo o como un niño. Parece que los gatos
domésticos, en lugar de estar en la periferia de la vida de las personas, son
una parte importante de la vida familiar. Por un lado, esta es una buena
noticia para los mininos, porque están mejor cuidados, reciben atención y
asistencia sanitaria. Sin embargo, lo peligroso es, como apuntan los autores
del estudio, que los gatos, en las relaciones más intensas con sus dueños,
pueden llegar a ser considerados como «pequeños humanos» en lugar de
gatos, y sus necesidades y comportamiento pueden malinterpretarse.
Steve, mi esposo, conocía a Tigger desde que era un gatito:
«Tigger era un gato excelente. Siempre fue más tuyo que mío, pero yo lo quería mucho y sin duda era
un buen gato. Con los años se ablandó, pero conmigo fue distante hasta el final.»
Abbie, que nació cuando Tigger tenía seis años:
«Cuando era pequeña, Tigger me daba un poco de miedo. Recuerdo que temía que me arañara, pero
también sabía que si no lo molestaba él no me molestaría a mí. Cuando ya fue mayor le tuve mucho
cariño. Recuerdo sentarme junto a su cesta y acariciarlo cada noche antes de irme a dormir. Fue un
gran cambio en comparación a cuando los dos éramos más jóvenes.»

Alice, que nació cuando Tigger tenía siete años:


«De niña tenía miedo de Tigger: no le gustaba que lo tocáramos. Con los años se calmó y pude
acariciarlo sin miedo. Hacia el final de su vida recuerdo que se confundía un poco. A veces lo
encontrábamos en sitios extraños haciendo cosas raras, pero casi siempre dormía la siesta en el
mismo sitio.»

Hettie, que nació cuando Tigger tenía once años:


«Era gruñón y lento, y cambiaba de humor con facilidad, pero a mí no me daba miedo. Sabía que
tenía sus momentos. Con los años se suavizó.»

Olivia, que nació cuando Tigger tenía 16 años:


«Solo recuerdo verlo en el jardín, despidiéndose del zorro.»

MEDIR LAS RELACIONES


Está claro que el tipo de compañía que las personas obtienen de sus
mascotas varía mucho, y esto ha llevado a la comunidad científica a diseñar
diversas escalas de medición que cuantifican las relaciones entre las
mascotas y sus dueños. Estas escalas se centran en las mascotas en general,
no solo en la relación entre los gatos y sus dueños. Sin embargo, existe una
diseñada específicamente para los gatos: escala de la relación entre gato-
dueño (cat owner relationship scale), ideada por Tiffani Howell y sus
colaboradores, basada en la escala de la relación entre perro-dueño (dog
owner relationship scale), que es similar. A partir de un cuestionario
realizado a los dueños sobre diversos aspectos de su relación con su gato,
los investigadores utilizan las respuestas para obtener una puntuación en
tres subescalas separadas. Así, la subescala «interacciones mascota-dueño»
se basa en preguntas como: «¿Con qué frecuencia juega usted con su
gato?», mientras que la subescala «cercanía emocional percibida» incluye
valoraciones del propietario en torno a afirmaciones como «mi gato me da
una razón para levantarme por las mañanas», entre otras. En la subescala de
«costes percibidos», el dueño indica su opinión en relación con
afirmaciones como «mi gato ensucia demasiado».
Incluir elementos negativos además de positivos aporta un equilibrio
general que indica lo gratificante que es la relación entre el dueño y el gato.
Los autores se basaron en la teoría del intercambio social, que dice que
cualquier relación se mantiene solamente si los aspectos positivos
percibidos (como la cercanía emocional) superan a los negativos (como el
coste de la relación) o si los positivos y los negativos están a la par.
Lamentablemente, los que acaban en un refugio a la espera de un nuevo
hogar suelen ser los gatos con relaciones negativas. Por desgracia, es difícil
saber cómo valoran los mininos las relaciones con sus dueños. Los gatos
descontentos pueden expresar sus sentimientos, si son capaces, saliendo por
la puerta y buscando otro hogar al que trasladarse, sin más. Otros quizá no
pueden permitirse ese lujo y tienen que sacarle el máximo partido a la
situación.
Los beneficios de los que disfrutan los dueños cuando la relación con su
mascota es positiva suelen denominarse «efecto mascota». Medir este
efecto es algo muy complejo para la ciencia, sobre todo en lo que respecta a
cómo nos afecta la convivencia con mascotas a nivel emocional. De nuevo,
se suelen usar cuestionarios que preguntan al dueño cómo siente que su
mascota lo ayuda. La gente suele decir que se siente menos sola, que mejora
su autoestima y que no está tan deprimida. Sin embargo, este tipo de
respuestas suelen darse de manera retrospectiva, es decir: recuerdan cómo
les hace sentir su gato en lugar de registrar sus pensamientos al tiempo que
interactúan con él. A algunas personas les cuesta más recordar detalles que
a otras, o pueden conservar recuerdos teñidos de rosa, de modo que, pese a
ser útiles, estos cuestionarios pueden generar resultados inconsistentes,
también difíciles de cuantificar.
Un grupo de investigadores descubrió un nuevo enfoque para analizar el
efecto mascota: estudiarlo en tiempo real. Se buscaron participantes que
tuvieran perro, gato o ambos. A través de lo que se conoce como método de
muestreo de experiencias, se les pidió que, en 10 momentos aleatorios del
día, durante 5 días seguidos, registraran: su actividad y sentimientos del
momento, si su mascota estaba o no presente y si estaban interactuando con
ella en aquel momento. Se les proporcionaron 11 adjetivos diferentes entre
los que elegir, tanto positivos como negativos, para describir su estado de
ánimo. Los resultados fueron fascinantes y sugieren que el efecto mascota
quizá es más sutilmente complejo de lo que se pensaba. La mera presencia
de una mascota, incluso sin interactuar con ella, generó menos sentimientos
negativos en el dueño, pero no produjo más sentimientos positivos. No
obstante, la interacción con la mascota redujo los sentimientos negativos y
aumentó el uso de los adjetivos positivos. Aunque existe la ligera
posibilidad de que los dueños interactúen más con sus mascotas cuando se
sienten de buen humor, la explicación más probable para este resultado es
que los animales de compañía promueven el bienestar emocional de sus
dueños. El estudio no analizó por separado los resultados de los dueños de
perros y los dueños de gatos, pero sería interesante saber si habría sido el
mismo solo en los dueños de gatos.

EL VÍNCULO GATOS-HUMANOS
A medida que el número de animales de compañía ha aumentado en todo el
mundo, la ciencia se ha interesado por el desarrollo de vínculos entre los
dueños y sus mascotas: ¿qué influye en los niveles de apego y cómo
repercute el apego en la relación entre dueño y mascota? Si nos centramos
de forma más específica en los gatos, la ciencia ha descubierto que la
personalidad del dueño ayuda a predecir el grado de apego que tiene con su
gato. Por ejemplo, la dimensión de la responsabilidad del modelo Big Five
visto en el capítulo 7 parece ser muy importante en la relación entre
humanos y gatos: las personas que puntúan alto en esta dimensión muestran
de manera sistemática un mayor apego hacia sus gatos. Las que puntúan
alto en neuroticismo, que incluye el rasgo de ansiedad, también tienden a
mostrar altos niveles de apego, ya que quizá busquen un apoyo emocional
extra en su mascota.
Las personas cuyos gatos recurren al contacto físico frecuente suelen estar
más apegadas a sus mascotas que aquellas cuyos gatos rehúyen el contacto,
un agradable recordatorio de la importancia del poder del tacto visto en el
capítulo 5. Además, se ha demostrado que los dueños más apegados
atribuyen a sus gatos cualidades humanas, es decir, los antropomorfizan
más que los dueños menos apegados.
Todos sabemos lo que sentimos por nuestros gatos. Sin embargo, una de las
cuestiones más difíciles de dilucidar en nuestra vida con ellos es si ellos
sienten algo por nosotros. En este aspecto los perros son mucho más
directos: casi todos van con el corazón en la mano, nos siguen a todas partes
y, por desgracia, a menudo se sienten angustiados si se separan de nosotros.
Con los gatos, dada su fama de independientes e indolentes, a menudo se
asume que no sienten apego por sus dueños. Varios científicos se han
propuesto comprobarlo.
Diversos estudios han ideado experimentos para mostrar si los gatos
muestran el apego clásico hacia sus dueños. La «teoría del apego» es una
expresión que se acuñó en una investigación diseñada para examinar la
relación psicológica entre niños pequeños y sus cuidadores. En el test de la
situación extraña (TSE), de la psicóloga del desarrollo Mary Ainsworth, se
situaba a un niño en una sala desconocida llena de juguetes junto a su
madre u otro cuidador. El niño, que permanecía en la sala durante todo el
experimento, pasaba una serie de pruebas para registrar sus reacciones ante
la ausencia temporal y el posterior regreso de la persona cuidadora, y
también ante la entrada de un extraño en la sala. El objetivo era ver si el
niño utilizaba a su cuidador como una base segura cuando se enfrentaba a
una situación desconocida y qué tipo de apego presentaba.
Varios investigadores que estudian la relación entre personas y sus perros
han adaptado el TSE colocando un perro en el lugar del niño y un dueño en
el lugar de la persona cuidadora. Algunos estudios indican que puede haber
varios tipos de apego de los perros con sus dueños, parecidos a los que
muestran los niños con sus cuidadores. No obstante, también se ha
observado que el comportamiento variado de los dueños en estos estudios
puede afectar al comportamiento resultante de sus perros, de modo que es
posible que el test no mida meramente el apego del perro. Quizá sea mejor
analizar tanto el comportamiento del dueño como el del perro para obtener
una representación más precisa de la relación.
Los científicos que trabajan con gatos han intentado utilizar la misma
técnica para analizar la relación de los gatos con sus dueños. Tres estudios
diferentes sobre el apego han empleado versiones modificadas del TSE. Dos
de ellos concluyeron que los gatos del test mostraban una forma de apego
seguro hacia su dueño, mientras que el tercero sugería que los gatos no
contemplan a sus dueños con esta perspectiva. La discrepancia en los
resultados podría deberse, al menos en parte, al diseño de los tres
experimentos con el TSE, que variaba ligeramente. También es posible, y
puede que más probable, que los gatos no necesariamente vean a las
personas de la misma manera que las ven los niños o los perros, y que este
tipo de test sea menos relevante para ellos.
Para intentar alejarse de las meras puntuaciones de apego, tanto en gatos
como en humanos, y encontrar una fórmula más genérica y mejor para
describir las relaciones entre gatos y humanos, Mauro Ines y su equipo
desarrollaron un estudio basado en un complejo cuestionario que
profundizaba en los diversos componentes de estas relaciones. A partir de
las respuestas de 3994 personas se identificaron cinco tipos distintos de
relaciones entre gatos y dueños, regidas principalmente por cuatro factores:
la inversión emocional del dueño en el gato, si el gato acepta a los demás, la
necesidad de proximidad del dueño por parte del gato y si el gato era o no
muy distante.
En dos de estos tipos de relaciones el dueño demuestra poca inversión
emocional en el gato. Uno de ellos, descrito como «relación remota», se
caracteriza también por la baja sociabilidad del gato: tiene poca necesidad
de estar cerca de su dueño o de los humanos en general. En la «relación
casual» el gato es más sociable que en la remota, pero suele asociarse con la
gente en general, sin favorecer a su dueño. Los autores sugieren que estas
relaciones casuales pueden ser propias de gatos que provienen de casas con
mucha actividad, que tienen acceso al aire libre y que suelen visitar las
casas vecinas.
En la «relación abierta» el dueño presenta una inversión emocional
moderada sobre su gato, un animal bastante independiente que suele
disfrutar de la compañía de la gente, pero no parece buscar específicamente
a su dueño. A diferencia de los otros grupos, estos son los gatos más
propensos a ser descritos como «distantes» por parte de sus dueños, a
semejanza del famoso «gato que caminaba solo» de Kipling. El resultado es
un vínculo débil pero igualado entre el gato y el humano.
Los otros dos tipos de relación identificados por Ines y su equipo incluyen
dueños que invierten mucho en sus gatos a nivel emocional. En uno de
estos, en la «relación amistosa», el gato es sociable pero flexible a la hora
de interactuar con la gente. Disfruta de la compañía de su dueño, pero está
menos atado a él emocionalmente en comparación con el tipo de relación
más intensa: la «relación dependiente». En esta última, tanto el gato como
el dueño presentan un vínculo emocional muy estrecho el uno con el otro y
pasan mucho tiempo juntos. El gato puede estar tan apegado que no quiera
interactuar con nadie más. Este tipo de gato puede sufrir problemas
relacionados con la separación, como un comportamiento destructivo o
micciones inapropiadas cuando su dueño no está disponible para
interactuar. Es más probable que este tipo de relación se dé en hogares
unipersonales y a menudo en gatos que solo viven dentro de casa. La
ansiedad por separación, típica de los perros que se vuelven dependientes
de la presencia de sus dueños, es una preocupación cada vez mayor para los
gatos que dependen en gran medida de sus dueños para tener compañía y
sentirse estimulados.

¿QUÉ TE PARECE ESTO?


Tigger no era, ni de lejos, el tipo de gato que necesitaba mi atención
constante o la del resto de la familia, pero yo a menudo me preguntaba
cómo se sintió aquellos diez días que lo dejé con Greg y cómo había sido en
comparación con su estancia posterior con Joyce. ¿Estuvo asustado,
enfadado, triste o estresado con Greg? ¿Se sintió feliz con Joyce? ¿Los
gatos viven las emociones igual que nosotros? En varios momentos de la
historia, por insinuar algo así, filósofos y científicos me habrían acusado de
antropomorfista. No obstante, poco a poco ha surgido un cambio de actitud
ante las emociones animales, a medida que la ciencia descubría que
humanos y animales no humanos comparten algunas de las emociones
básicas, como el miedo, que se procesa en el sistema límbico del cerebro, y
las respuestas físicas que se producen como resultado.
Por ejemplo, una persona que siente miedo en una situación —como verse
en medio del trayecto de un vehículo que se le aproxima— experimenta una
subida de adrenalina que le provoca una reacción de lucha o huida: el
corazón se acelera, la respiración se agita, las pupilas se dilatan y puede que
se le ponga la piel de gallina y se le erice el vello del cuerpo. Un gato
asustado, quizá porque se ha topado con un perro enorme que ladra o con
un Greg que lo acorrala, experimenta cambios fisiológicos parecidos. Se le
acelerarán el corazón y la respiración y se le dilatarán las pupilas. Además,
se le erizará el pelaje (piloerección) de una forma bastante más espectacular
que a los humanos. Este efecto «gato de Halloween» hace que la causa del
miedo parezca mucho peor de lo que en realidad es.
Las reacciones fisiológicas son similares a las de los humanos, pero es
imposible saber de verdad si los gatos experimentan las emociones de la
misma manera que nosotros. Sin embargo, las personas, y en particular la
gente que tiene mascotas, suele suponer que los animales sienten y padecen
igual que nosotros. Atribuimos a nuestras mascotas las emociones básicas:
miedo, ira, alegría, sorpresa, disgusto y tristeza. Las emociones complejas,
como celos, vergüenza, decepción y compasión son menos utilizadas por
los dueños cuando describen a sus mascotas, aunque a los perros se les
suelen atribuir más que a los gatos, quizá porque los perros están más
desarrollados socialmente. Dicho esto, cuando trabajé como asesora de
comportamiento conocí a muchos gatos con «problemas» de
comportamiento a los que se les atribuían motivaciones complejas como los
celos o el despecho, tal y como ilustra el caso de la señora Jones, en el
capítulo 2, cuando sorprendió a Cecil orinándose en sus botas.
Una emoción que los gatos domésticos suelen experimentar cada vez más,
sobre todo los que son mascotas —y en la que coinciden la mayoría de los
científicos— es el estrés. Pese a su impresionante capacidad de adaptación
y a ser capaces de vivir en cualquier entorno, a muchos gatos la vida
moderna con humanos y otros gatos les resulta muy estresante. Un poco de
estrés, el que activa el subidón de adrenalina en el sistema, como se ha
descrito en la situación del perro anterior, es normal y manejable para un
gato. Pero a veces los gatos se encuentran en entornos estresantes, y este
estrés crónico puede ocasionarles problemas físicos y de conducta: pueden
volverse más retraídos o susceptibles, desarrollar nuevos hábitos impropios
de ellos (como Cecil y su tendencia al marcado urinario) o, en los casos más
crónicos, asearse en exceso y arrancarse el pelo o desarrollar enfermedades
vinculadas al estrés.
La causa del estrés suele ser, simplemente, la convivencia con otros gatos,
algo que suele sorprender a los propietarios dada la capacidad de estos
animales de vivir en colonias cuando es necesario. La diferencia es que los
gatos de las colonias, como Ginger y Sid, del grupo que estudié en la
granja, o Tabitha y Betty, del grupo del recinto del hospital, por lo general
pueden elegir con quien interactuar. Si un gato concreto los intimida o se
muestra antipático, lo evitan. Además, los gatos de las colonias suelen estar
emparentados hasta cierto punto, ya que la red social de estos grupos gira
en torno a generaciones de hembras de la misma familia. Los gatos que son
mascotas, en cambio, a menudo se ven obligados a convivir con un gato que
ni es pariente ni es amigo, y eso suele ocurrir cuando llevan un tiempo
considerable como el único gato de la casa. Introducir al nuevo gato poco a
poco y con mucho cuidado es muy importante, pero incluso así puede
ocurrir que no acaben de llevarse bien. Lo que suele funcionar mejor es
adoptar dos gatitos que sean hermanos, aunque puede que de mayores sean
incompatibles (como vimos con Bootsy y Smudge en el capítulo 5). En un
estudio con personas que tienen más de un gato, más del 70 % afirmaron
detectar señales de conflicto en el momento en el que entró en casa un gato
nuevo. Si bien en la mayoría de los casos el conflicto desaparece con el
tiempo, la tensión de fondo sigue presente, con intercambios de miradas
fijas en el 44 % de los hogares donde conviven varios gatos y bufidos en el
18 %.
En una situación doméstica así, con dos o más gatos en un mismo hogar que
comparten los mismos recursos, las ocasiones para evitarse unos a otros
pueden ser limitadas, sobre todo para los que no salen de casa. Puede que
deban compartir el cajón de arena, el comedero y las zonas de descanso, y
los gatos más seguros de sí mismos a veces intimidan de forma sutil a los
otros gatos de casa mirándoles fijamente o bloqueando puertas, gateras o
cajones de arena. Por otra parte, aunque algunos gatos domésticos disfrutan
de la libertad de salir al exterior, pueden reprimirse por el estrés que les
produzca toparse con gatos hostiles del vecindario. Los gatos de hogares
distintos no suelen considerarse del mismo grupo social, lo que eleva la
probabilidad de hostilidades. En las zonas residenciales más densamente
pobladas, la cantidad de territorio disponible para cada gato es reducida y la
competencia por el espacio puede ser feroz.

Resolver este problema implica hallar la causa del estrés. Si son los demás
gatos de la casa, hay que aumentar el número de recursos: cajones de arena,
comederos y lugares de descanso y escondites, porque puede que así se
reduzcan los conflictos, ya que los gatos podrán compartir el espacio con
más facilidad. Cuando la causa del estrés son los gatos de la calle, es
importante asegurarnos de que nuestro gato se siente seguro dentro de casa,
evitando la entrada de otros gatos por la gatera o incluso tapando las
ventanas desde las que se ve a los gatos de fuera.

LEERSE LA MENTE (Y LA CARA)


Reconocer las emociones de los demás es una habilidad importante para
muchos animales; no solo desde una perspectiva social, también para la
supervivencia. Detectar un estado emocional exacerbado, en especial el
miedo, tiende a provocar una reacción similar en el observador, lo que se
conoce como contagio emocional. A los humanos también nos pasa: nos
miramos para ver qué siente la otra persona o cómo reacciona ante algo,
sobre todo en las relaciones entre niños y adultos, centrándonos en las
expresiones faciales para obtener pistas. La ciencia ha desarrollado un
método más objetivo para describir los gestos faciales humanos en términos
de movimientos musculares subyacentes. Estos movimientos se conocen
como unidades de acción, y forman parte del sistema de codificación de
acción facial (FACS, por sus siglas en inglés), como se ha visto en el
capítulo 4. En el día a día, sin embargo, nos observamos unos a otros e
intentamos leernos la mente de forma subjetiva a partir de nuestras
expresiones.
También observamos los rostros de nuestros animales de compañía para
intentar descifrar sus expresiones, sobre todo en el caso de los perros. Alfie,
nuestro viejo golden retriever, tenía una cara de lo más expresiva. Era capaz
de enarcar una ceja con total independencia de la otra y, en cuestión de
segundos, cambiar de expresión: de «sorprendido» a «inquisitivo» y a
«abatido». La gente lo miraba y exclamaba: «¡Qué carita tan triste!».
Los estudios de anatomía facial en perros, que llevaron al desarrollo del
sistema de codificación de acción facial para perros (DogFACS), revelaron
que nuestros amigos caninos poseen una especie de arma secreta en su
repertorio comunicativo. Es un músculo pequeño pero robusto, situado
encima de los ojos: el levator anguli oculi medialis, que al contraerse les
permite elevar la ceja interna. Este movimiento, codificado como la unidad
de acción (UA) 101 en el DogFACS, no solo hace que los ojos del perro se
vean más grandes, también les da un aspecto más infantil (los «ojos de
cachorrito») y refleja la expresión que adoptamos los humanos cuando nos
ponemos tristes. Levantar la ceja es un gesto que genera emociones en el
ser humano. Los investigadores descubrieron que los perros de refugio que
usaban más este gesto encontraban un hogar más rápidamente que los
demás.
Nuestra gata Smudge, que no tenía ni tiempo ni paciencia para Alfie ni para
ningún otro perro, habría arqueado las cejas ante una valoración tan
antropomórfica de la mirada «tristona» de Alfie. Solo que no podía
arquearlas. Los gatos, al carecer del músculo levator anguli oculi medialis
tan desarrollado de los perros, no tienen «ojos de cachorrito». En el libro
Anatomy of the Cat, de Jacob Reighard y H. S. Jennings, se dice que el
músculo equivalente más parecido en los gatos es el músculo corrugador
superciliar. Descrito como «una fina capa de fibras dispersas», es una débil
tira de músculo que cubre el borde de los ojos. Ayuda a abrir el párpado
superior, pero no influye en el movimiento de la ceja. No es de extrañar que
a los gatos les cueste poner cara de sorpresa o de interrogación, por no
hablar de abatimiento.
Pese a que los gatos no tienen la habilidad de levantar las cejas, el CatFACS
reveló que cuentan con una gama sorprendentemente amplia de
movimientos faciales que implican a otros grupos de músculos, como los
que controlan el movimiento de las orejas, de los que se habló en el capítulo
4, y los que mueven los bigotes, comentados en el capítulo 5. Los
desarrolladores del sistema CatFACS registraron los movimientos faciales
de los gatos de un refugio y los compararon con la rapidez con la que eran
adoptados. Lo interesante es que descubrieron que no existía ningún tipo de
correlación. A diferencia del persuasivo arqueo de ceja canino, las
expresiones faciales de los gatos no parecen ejercer ningún efecto en sus
potenciales adoptantes. Es posible que, en los gatos, la gente tienda a fijarse
en otras señales de conducta más obvias en lugar de cambios faciales
sutiles. De hecho, el único comportamiento que sí pareció afectar a la tasa
de adopción de gatos en aquel estudio fue el frotamiento contra las rejas de
la jaula, un gesto muy visible que resulta familiar a muchas personas.
La investigadora Lauren Dawson y su equipo analizaron de forma más
específica la capacidad de los humanos para descifrar las expresiones
faciales de gatos desconocidos y determinar su estado de ánimo. Reclutaron
a más de 6000 voluntarios a través de una encuesta en línea y, utilizando
una de las fuentes modernas más lucrativas de vídeos de gatos, YouTube,
comprobaron su capacidad para distinguir entre gatos que mostraban
expresiones faciales positivas y negativas. La habilidad de los participantes
para completar la tarea fue muy diversa; pero las mujeres, la gente joven y
las personas que tenían cierta experiencia profesional con los gatos
obtuvieron, por lo general, las puntuaciones más altas. Sin embargo, a la
mayoría de las personas les pareció muy difícil y obtuvieron puntuaciones
muy bajas. El estudio también reveló un sutil pero sorprendente efecto
relacionado con el apego a los gatos, tanto en hombres como en mujeres.
Cuanto mayor era la puntuación de apego, mejor reconocían las expresiones
faciales positivas de los gatos, pero peor descifraban las negativas. Los
autores del estudio sugieren que los dueños de gatos más apegados podrían
estar acostumbrados a fijarse más en las señales que indican que sus gatos
se sienten felices, en contraste con los dueños que no sienten tanto apego
por sus mininos y podrían estar más acostumbrados a que sus gatos
muestren expresiones negativas.
Para observar esto desde la perspectiva gatuna, las investigadoras Moriah
Galvan y Jennifer Vonk quisieron descubrir qué tal se les da a los gatos lo
de captar las emociones humanas y los pusieron a prueba para ver si
reaccionaban de forma diferente ante expresiones faciales humanas de
contento y de enfado. Registraron las reacciones de cada gato ante su dueño
y ante un extraño, los cuales mostraron expresiones faciales indicativas de
enfado (ceño fruncido, puños apretados, boca contraída) y de contento
(manos y cara relajadas, sonrisa). Los investigadores vieron que los gatos
tardaban lo mismo en acercarse a sus dueños tanto si estos estaban
contentos como enfadados. Sin embargo, tras acercarse a ellos, pasaban más
rato en contacto con ellos y registraban más actitudes positivas si el dueño
estaba contento que si estaba enfadado. Al interactuar con la persona
desconocida no mostraron ninguna variación de comportamiento según si
esta estaba contenta o enfadada. En otras palabras, los mininos parecían
estar más en sintonía con las expresiones de su dueño que con las del
extraño. Estos resultados no implican que los gatos supieran que su dueño
estaba contento o enfadado, sino que sabían que los indicios de enfado o de
alegría suelen tener consecuencias diferentes. Esto explicaría por qué
reaccionaron de forma diferente ante su dueño, con el cual ya habrían
experimentado esas señales en el pasado, comparado con el extraño, cuya
cara nunca habían visto antes.
Un estudio posterior de Angelo Quaranta y su equipo puso a prueba la
capacidad de los gatos para relacionar sonidos emocionales con su imagen
correspondiente. Sentados en el regazo de su dueño, cada gato veía dos
fotografías, una junto a la otra, de una cara desconocida en una pantalla:
una cara mostraba alegría y la otra enfado. Al mismo tiempo, los
investigadores reproducían el sonido de una voz riéndose, una voz
gruñendo y una tercera alternativa: un sonido de control (conocido como
ruido marrón). Acto seguido registraron cuánto tiempo pasaban los gatos
mirando la foto que se correspondía con el sonido que escuchaban. Esto
sugería que los gatos tenían cierta expectativa sobre cual podía ser el sonido
de cada expresión. Además, es evidente que se dieron cuenta de que el
resultado de la combinación de imagen de gruñido y sonido de gruñido
probablemente sería negativo, ya que, además de mirar durante más tiempo
la imagen, también mostraron un mayor nivel de conducta de estrés, como
esconder la cola y aplanar las orejas.
Captar las emociones del otro es todo un reto para dos especies que, de
forma natural, se comunican de formas tan diferentes. Los gatos tienen
excusa para que les resulte tan difícil: sus ancestros, solitarios y con cara de
póker, rara vez tenían que interactuar entre ellos, por lo que dependían en
gran medida del olfato para comunicarse. Sin embargo, pese a nuestra
fascinación instintiva por las caras, las expresiones y las emociones, parece
que, a los gatos, hasta cierto punto, se les da mejor captarnos a nosotros que
viceversa. Esperemos que recursos como CatFACS se generalicen y
aprendamos a interpretar mejor los movimientos faciales de los gatos.
Mientras tanto, por suerte, los gatos se las han ingeniado para mostrarnos
cómo se sienten a través de señales vocales, táctiles y olfativas.
Muchos dueños, cuando ven aproximarse a sus gatos, se preguntan: ¿nos
buscan por el placer de nuestra compañía? Un estudio quiso poner esto a
prueba y ofreció a los gatos la posibilidad de elegir entre una interacción
social con una persona, algo rico de comer, un juguete tentador y un olor
interesante en un paño. Hubo mucha variedad en las preferencias
individuales de los gatos, pero el 50 % de ellos (¡menos mal!) escogió la
interacción frente al resto de categorías. El 37 % escogió la comida, el 11 %
el juguete y solo el 2 % escogió el paño con olor. Parece que la
domesticación del gato ha progresado lo suficiente como para que al menos
algunos de nuestros gatos domésticos nos busquen como compañía, igual
que hacemos nosotros con ellos. No obstante, y como mi intrépido gato
Tigger me enseñó demasiado bien, el gato salvaje oportunista del Creciente
Fértil siempre está ahí.
Una tarde de verano estaba yo en la cocina preparando la cena, con la
puerta trasera que daba al jardín abierta. Tigger aún era un gato joven y de
repente me di cuenta de que estaba en la cocina conmigo. Miré hacia abajo
mientras se frotaba contra mis piernas, ronroneando. «Hola, Tigs», le dije,
sonriente, halagada por lo contento que parecía de verme. Y prosiguió con
su elaborado ritual de frotamiento mientras yo charlaba con él. Estuvo así
un buen rato mientras terminé de preparar el pollo para ponerlo en la
cazuela y me di la vuelta para lavarme las manos. Veloz como el rayo,
Tigger se subió a la encimera, cogió el pollo con la boca y salió pitando por
la puerta. En retrospectiva, y con cierta decepción, creo que Tigger sería de
los que en aquel estudio escogerían algo rico de comer, pero quiero pensar
que yo ocuparía un honroso segundo puesto.
EPÍLOGO

EL GATO ADAPTABLE

«Al fin y al cabo, solo el gato ha resuelto el mayor problema al que se enfrenta cualquier animal:
cómo vivir amistosamente con el ser humano y, sin embargo, ser absolutamente libre.»

KATHARINE SIMMS, They Walked Beside Me


Estaba de pie en la cocina viendo cómo Smudge se asomaba por la gatera.
Desde pequeñas, a su hermana Bootsy y a ella las habíamos tenido
encerradas en casa por la noche, por su seguridad, y cada atardecer
cerrábamos la gatera para que pudieran entrar pero no salir. Qué buena vida
tienen, pensé, con todos nosotros tan pendientes de su bienestar. Aquella
tarde Smudge había cometido el error de llegar antes de lo habitual, y ahora,
con la esperanza de salir a dar un paseo nocturno por el barrio, empujaba la
gatera una y otra vez, sin éxito, para salir. Me miró, suplicante. Yo,
implacable, la dejé cerrada.
Más o menos una semana después bajé a la cocina y me encontré con
Bootsy esperando su desayuno, pero Smudge no estaba. Desconcertada,
comprobé la gatera y vi que el ajuste deslizante de la tapa marcaba la
posición «hacia dentro y afuera». Recordaba perfectamente que la noche
anterior lo había puesto en posición «solo hacia dentro», es decir, cerrada.
Durante el desayuno, pregunté a mi familia: «¿Quién ha tocado la gatera
esta mañana?» Nadie entendía nada.
La noche siguiente sucedió lo mismo, y la siguiente también. Intrigada por
cómo se producía aquella fuga, me dediqué a comprobar la gatera siempre
que podía. Varios días después, una noche que llegué tarde a casa, sorprendí
a Smudge con las manos en la masa: sin saber que la estaba observando, se
acercó a la gatera, que estaba cerrada, y comprobó con el hocico si podía
abrirla. Al ver que no, se sentó ante ella y, sin inmutarse, deslizó un poquito
el ajuste con la pata. Y un poquito más, empujando la tapa con la nariz para
ver si se abría. Al final consiguió abrirla, y salió a dar su vuelta nocturna.

Los fabricantes de la gatera fueron muy atentos: «Estamos trabajando en un


nuevo diseño —aseguraron— para impedir que gatas como la suya abran la
tapa.» Por lo visto yo no era la única con una gata capaz de imitar a
Houdini. Meses después me enviaron una nueva versión de la gatera. En
lugar de un ajuste deslizante, tenía un dial que había que girar en cuatro
posiciones diferentes. Un dial que requería de un pulgar oponible para
poder girarlo. «Lo siento, Smudgy —le dije mientras me vigilaba al
cambiar la vieja gatera por la nueva—. Esta no vas a poder abrirla.»
Mientras pensaba en Smudge y su sorprendente astucia para derrotar a la
gatera original, pensé en los muchos retos a los que se enfrentan los gatos
domésticos, además del mayor reto de todos: el de la comunicación.
Este libro ha querido mostrar lo impresionantes que son los gatos de toda
condición social a la hora de aprender a comunicarse entre sí y con los
humanos para prosperar en nuestro abarrotado y muy socializado mundo
antropocéntrico. Partiendo de un entorno solitario se han adaptado a vivir
con otros gatos, encontrando nuevas señales para evitar conflictos y
compartir recursos. Y lo que es aún más impresionante es que han sacado
provecho de nuestro lenguaje humano, tan diferente, y han adaptado su
limitada gama de comportamientos comunicativos para que encajara con la
nuestra, para llamar nuestra atención y tratar de decirnos qué quieren. Nos
entienden mejor de lo que la mayoría de la gente cree y mucho mejor de lo
que nosotros los entendemos a ellos. ¿Acaso ya ha evolucionado del todo la
comunicación entre gatos y humanos? Parece poco probable, dado el talento
que tienen los mininos para encajar en nuestro mundo.
Por ejemplo, un gato doméstico medio tiene que lidiar con la tarea diaria de
comunicarse con la gente y con otros gatos (ya sea en el interior del hogar,
en el exterior o en ambos). Además, tiene que enfrentarse a una serie de
cambios medioambientales por vivir en hogares humanos. Con un mundo
sensorial muy diferente, los gatos gestionan las imágenes (formas raras), los
sonidos (ruido, principalmente) y los olores (muy fuertes) de los múltiples
elementos que alberga un hogar y que nosotros damos por hecho: puertas,
ventanas, grifos, baños, televisores, lavadoras y lavavajillas. Incluso
algunas de las cosas que el ser humano ha fabricado para los gatos
requieren un tiempo de adaptación: cajones de arena, camas de gato de
todas las formas, tamaños y materiales; y, para los que salen al exterior,
quizá también una gatera.
Las gateras son un enigma moderno interesante para los gatos: un concepto
que sería del todo ajeno a su antepasado, el gato salvaje solitario. En
realidad las gateras empezaron como un simple agujero que se abría en las
paredes o puertas de los graneros para que los gatos entraran a despachar a
los roedores que causaban estragos en los almacenes de grano. Un agujero
en la pared es fácil de atravesar para un gato, pero en algún momento
alguien decidió añadirle una tapa. Hoy en día hay gateras de todo tipo,
desde las más sencillas a las multifuncionales, que permiten a un gato tener
acceso a su hogar y dejan fuera a los gatos foráneos. Incluso las hay capaces
de leer el microchip de un gato para concederle acceso exclusivo.
Algunos gatos domésticos aprenden a utilizar la gatera enseguida, tras unos
cuantos intentos con ayuda humana y sus oportunas recompensas en forma
de golosina. Otros nunca acaban de cogerle el tranquillo y siguen
sentándose en la puerta trasera esperando que alguien la abra, impasibles
ante exigencias modernas como tener que aplastar la cara contra una
superficie de plástico para poder entrar o salir. Y después están los gatos
que parecen embarcarse en una misión de por vida para derrotar a la gatera
que se les resiste. Gatos como Smudge.
Un día, seis meses después de instalar la gatera nueva, la que funcionaba
con el dial, volví a detectar la ausencia de Smudge a primera hora de la
mañana. Comprobé la gatera mil veces, pero todo parecía estar en orden. De
nuevo, me dediqué a investigar a altas horas de la madrugada para ver qué
estaba ocurriendo. No tuve que esperar mucho. Un par de noches más tarde
vi como Smudge se acercaba a la gatera, que estaba cerrada con el ajuste
nocturno. Golpeó la tapa, a ver si se abría. Al ver que no cedía, enganchó el
borde inferior de la tapa de plástico con una de sus garras y tiró hacia
dentro, metió el hocico por el hueco y se escurrió por el agujero,
liberándose una vez más. Muy ingeniosa. ¿Pulgares oponibles, para qué?
AGRADECIMIENTOS

En primer lugar, quisiera dar las gracias abiertamente a los numerosos


científicos cuyos entregados y meticulosos estudios han dado lugar a tantos
descubrimientos interesantes y reveladores, diseminados a lo largo de este
libro, sobre cómo son los gatos. Dicen que «El tiempo que se pasa con los
gatos nunca es tiempo perdido», pero como conozco bien los retos y las
alegrías de estudiar y trabajar con gatos, me quito el sombrero ante todos
ellos. Espero haber hecho justicia a vuestro trabajo. Si he cometido algún
error, pido disculpas.
A mi maravillosa agente literaria, Alice Martell, muchas gracias por el voto
de confianza y por apasionarte tanto como yo con este libro, por tu ánimo
constante y por responder mis interminables preguntas. También a Stephen
Morrow y Grace Layerat Dutton. Gracias a ambos por leer y releer
borradores y más borradores. Por vuestras sugerencias inspiradoras y
pacientes, dulces y amables sobre cómo mejorar mis capítulos. Y a toda la
gente de Dutton que ha trabajado en la edición de este libro, incluidos
Diamond Bridges, Alice Dalrymple, Isabel DaSilva, Tiffany Estreicher,
Jillian Fata, Sabila Khan, Vi-An Nguyen, Hannah Poole, Nancy Resnick,
Susan Schwartz y Kym Surridge.
Gracias a todas las personas con las que he tenido el privilegio de trabajar,
desde mis inicios en el Instituto de Antrozoología de la Universidad de
Southampton hasta hoy. La lista es demasiado larga para reproducirla aquí
(y seguro que me olvidaría a alguien), pero vosotros y vosotras sabéis
quiénes sois. Un agradecimiento especial para John Bradshaw, que inició
mi carrera gatuna como supervisor de mi doctorado y jefe en el Instituto de
Antrozoología. A todas las personas que trabajan rescatando animales:
gracias por vuestra labor, día tras día, para mejorar la vida de un sinfín de
animales.
Mis mascotas también merecen un agradecimiento; mis gatos a lo largo de
todo este tiempo: Tigger, Charlie, Bootsy y Smudge. Gracias por compartir
vuestra vida conmigo y por sentaros en mi regazo, en mi escritorio, sobre
mis papeles y mi teclado mientras intentaba escribir. ¡Cualquier errata de
tecleado es cosa vuestra! Y a mis perros, Alfie y ahora Reggie, gracias por
sacarme de casa a caminar y despejarme cada día, llueva o haga sol.
A mi querida madre y a mi querido padre, que ojalá estuvieran todavía aquí
para leer este libro: Gracias. Y a mi familia, qué puedo decir: simplemente,
no habría podido escribir esto sin vosotros. Mis maravillosas hijas: Abbie,
Alice, Hettie y Olivia, gracias por escuchar siempre; por las charlas, las
palabras, las sugerencias, las lecturas de borradores, las tazas de té y el
aliento infinito los días en los que estaba menos inspirada. Hettie, gracias
por convertir con tu magia mis pensamientos confusos y garabatos en unos
dibujos tan bonitos. Y, finalmente, gracias a mi marido, Steve: desde
aquellos primeros años haciéndome compañía mientras alimentaba gatos
callejeros hasta los muchos años de niñas, mascotas y gatos y gatitos
rescatados; siempre has estado a mi lado animándome. Gracias por todo.
NOTAS POR CAPÍTULOS

INTRODUCCIÓN
Solo en Estados Unidos: “Pets by the Numbers”, Humane Society of the
United States, https://humanepro.org/page/pets-by-the-numbers , último
acceso 12 de julio de 2022.
Capítulo 1: GATOS SALVAJES
En 1868 Charles Darwin descubrió: Charles Darwin, The Variation of
Plants and Animals Under Domestication (London: John Murray, 1868).
[La variación de los animales y las plantas bajo domesticación, Los libros
de la Catarata, Madrid, 2008]
el estudio de domesticación más famoso de la historia: Dmitri Belyaev,
“Destabilizing Selection as a Factor in Domestication”, Journal of Heredity
70, no. 5 (1979): 301-308; Lyudmila Trut, Irina Oskina y Anastasiya
Kharlamova, “Animal Evolution During Domestication: The Domesticated
Fox as a Mode l”, BioEssays 31, no. 3 (2009): 349-360.
los estudios de Beliáyev están sujetos a un mayor escrutinio: Kathryn A.
Lord et al., “The History of Farm Foxes Undermines the Animal
Domestication Syndrome”, Trends in Ecology and Evolution 35, no. 2
(2020): 125-136.
algunos de estos zorros urbanos: Kevin J. Parsons et al., “Skull
Morphology Diverges Between Urban and Rural Populations of Red Foxes
Mirroring Patterns of Domestication and Macroevolution”, Proceedings of
the Royal Society B: Biological Sciences 287, no. 1928 (2020): 20200763.
4 % de los propietarios de gatos en Estados Unidos: “Pets by the
Numbers”, Humane Society of the United States,
https://humanepro.org/page/pets-by-the-numbers, último acceso 12 de julio
de 2022.
8 % en el Reino Unido: Cats Report UK 2021, Cats Protection,
https://www.cats.org.uk/media/10005/cats-2021-full-report.pdf.
Los gatitos deben tener su primer contacto con humanos: el periodo de
socialización de los gatos fue determinado por una serie de experimentos de
Eileen Karsh a principios de los años 80 del s. xx, descritos por Eileen B.
Karsh y Dennis C. Turner, “The Human-Cat Relationship”, en The
Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, ed. Dennis C. Turner y Patrick
Bateson (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1988), 159-177.
estudio del ADN de toda la familia de los felinos: Stephen J. O’Brien y
Warren E. Johnson, “The Evolution of Cats”, Scientific American, 1 de
julio de 2007.
un ancestro común, el Pseudaelurus: más Información acerca del
Pseudaelurus y sus predecesores puede encontrarse en Sarah Brown, The
Cat: A Natural and Cultural History (Princeton, NJ: Princeton University
Press, 2020), 14-17.
Un revolucionario estudio de Carlos Driscoll: Carlos A. Driscoll et al.,
“The Near Eastern Origin of Cat Domestication”, Science 317, no. 5837
(2007): 519-523.
gato salvaje de Oriente Próximo), Felis lybica lybica: anteriormente se
conocía al Felis lybica lybica como Felis [silvestris] lybica pero esta
referencia cambió tras una revisión de la taxonomía de la familia felina en
2017. Andrew C. Kitchener et al., A Revised Taxonomy of the Felidae. The
Final Report of the Cat Classification Task Force of the IUCN/SSC Cat
Specialist Group, CATnews Special Issue 11 (invierno de 2017).
Eric Faure y Andrew Kitchener estimaron: Eric Faure y Andrew C.
Kitchener, “An Archaeological and Historical Review of the Relationships
Between Felids and People”, Anthrozoös 22, no. 3 (2009): 221-238.
parece haber una mezcla de especies domables e indomables: Charlotte
Cameron-Beaumont, Sarah E. Lowe y John W. S. Bradshaw, “Evidence
Suggesting Preadaptation to Domestication Throughout the Small Felidae”,
Biological Journal of the Linnean Society 75, no. 3 (2002): 361-366.
hijo y heredero de Akbar el Grande: Charles A. W. Guggisberg,
“Cheetah, Hunting Leopard (Acinonyx jubatus)”, en Wild Cats of the World
(London: David & Charles, 1975), 266-289.
domesticar crías de gato montés escocés: Frances Pitt, “The Romance of
Nature: Wild Life of the British Isles” in Picture and Story, vol. 2 (London:
Country Life Press, 1936).
analizaron en profundidad pruebas genéticas: Claudio Ottoni et al., “The
Palaeogenetics of Cat Dispersal in the Ancient World”, Nature, Ecology and
Evolution 1 (2017): 0139; Claudio Ottoni y Wim Van Neer, “The Dispersal
of the Domestic Cat: Paleogenetic and Zooarcheological Evidence”, Near
Eastern Archaeology 83, no. 1 (2020): 38-45.
Estos animales «de corral» tenían: Carlos A. Driscoll, David W.
Macdonald y Stephen J. O’Brien, “From Wild Animals to Domestic Pets,
an Evolutionary View of Domestication”, PNAS 106, supl. 1 (2009): 9971–
9978.
algunas zonas de Europa continental: Mateusz Baca et al., “Human-
Mediated Dispersal of Cats in the Neolithic Central Europe”, Heredity 121,
no. 6 (2018): 557-563. También Ottoni et al., “The Palaeogenetics of Cat
Dispersal in the Ancient World.”
se afeitaba las cejas: Herodoto lo describió en Historias; véase Donald W.
Engels, Classical Cats: The Rise and Fall of the Sacred Cat (London:
Routledge, 1999).
«un accidente de la historia»: Faure and Kitchener, “An Archaeological
and Historical Review.”
gatos leopardos (Prionailurus bengalensis): Jean-Denis Vigne et al.,
“Earliest ‘Domestic’ Cats in China Identified as Leopard Cat (Prionailurus
bengalensis)”, PloS One 11, no. 1 (2016): e0147295.
pudo haber desplazado gradualmente: Ottoni and Van Neer, “The
Dispersal of the Domestic Cat.”
a raíz de un modelo propuesto: Raymond Coppinger y Lorna Coppinger,
Dogs: A Startling New Understanding of Canine Origins, Behavior and
Evolution (New York: Scribner, 2001).
curiosamente también para nosotros, los humanos: Brian Hare,
“Survival of the Friendliest: Homo sapiens Evolved via Selection for
Prosociality”, Annual Review of Psychology 68, no. 1 (2017): 155-186.
En palabras de Driscoll y sus coautores: Driscoll,Macdonald, and
O’Brien, “From Wild Animals to Domestic Pets.”
Y como tal a menudo es descrito como «facultativamente social»:
Kristyn R. Vitale, “The Social Lives of Free-Ranging Cats”, Animals 12,
no. 1 (2022): 126, https://doi.org/10.3390/ani12010126.
Los estudios sobre estos grupos revelan: David W. Macdonald et al.,
“Social Dynamics, Nursing Coalitions and Infanticide Among Farm Cats,
Felis catus”, Advances in Ethology (supplement to Ethology) 28 (1987): 1-
64.
Incluso en las colonias esterilizadas: Sarah Louise Brown (no publicado),
“The Social Behaviour of Neutered Domestic Cats (Felis catus)” (PhD
diss., University of Southampton, 1993).
Capítulo 2: CUESTIÓN DE OLFATO
el mismo sustento nutricional: Robyn Hudson et al., “Nipple Preference
and Contests in Suckling Kittens of the Domestic Cat Are Unrelated to
Presumed Nipple Quality”, Developmental Psychobiology 51, no. 4 (2009):
322-332, https://doi.org/10.1002/dev.20371.
Los cachorros no muestran una tendencia: Lourdes Arteaga et al., “The
Pattern of Nipple Use Before Weaning Among Littermates of the Domestic
Dog”, Ethology 119, no. 1 (2013): 12-19.
estos no buscan de forma instintiva: Gina Raihani et al., “Olfactory
Guidance of Nipple Attachment and Suckling in Kittens of the Domestic
Cat: Inborn and Learned Responses”, Developmental Psychobiology 51, no.
8 (2009): 662-671.
muchos olores: Nicolas Mermet et al., “Odor-Guided Social Behaviour in
Newborn and Young Cats: An Analytical Survey”, Chemoecology 17
(2007): 187-199.
Un artículo académico titulado «Are You My Mummy?»: Péter Szenczi
et al., “Are You My Mummy? Long-Term Olfactory Memory of Mother’s
Body Odour by Offspring in the Domestic Cat”, Animal Cognition 25
(2022): 21–6, https://doi.org/10.1007/s10071-021-01537-w.
Las gatas también saben: Oxána Bánszegi et al., “Can but Don’t:
Olfactory Discrimination Between Own and Alien Offspring in the
Domestic Cat”, Animal Cognition 20 (2017): 795–804,
https://doi.org/10.1007/s10071-017-1100 -z.
los gatitos de una camada desarrollan: Elisa Jacinto et al., “Olfactory
Discrimination Between Litter Mates by Mothers and Alien Adult Cats:
Lump or Split?” Animal Cognition 22 (2019): 61-69,
https://doi.org/10.1007/s10071-018 -1221-z.
el olfateo representaba el 30 %: Kristyn R. Vitale Shreve and Monique A.
R. Udell, “Stress, Security, and Scent: The Influence of Chemical Signals
on the Social Lives of Domestic Cats and Implications for Applied
Settings”, Applied Animal Behaviour Science 187 (2017): 69-76.
Los primeros estudios de Warner Passanisi: Warner Passanisi y David
Macdonald, “Group Discrimination on the Basis of Urine in a Farm Cat
Colony”, en Chemical Signals in Vertebrates 5, ed. David Macdonald,
Dietland Müller-Schwarze, and S. E. Natynczuk (Oxford, UK: Oxford
University Press, 1990), 336-345.
Un estudio más detallado: Chiharu Suzuki et al., “GC × GC -MS -Based
Volatile Profiling of Male Domestic Cat Urine and the Olfactory Abilities of
Cats to Discriminate Temporal Changes and Individual Differences in
Urine”, Journal of Chemical Ecology 45 (2019): 579-587,
https://doi.org/10.1007/s10886 -019 -01083 -3.
una proteína llamada cauxina: Masao Miyazaki et al., “The Biological
Function of Cauxin, a Major Urinary Protein of the Domestic Cat (Felis
catus)”, en Chemical Signals in Vertebrates 11, ed. Jane L. Hurst et al. (New
York: Springer, 2008), 51-60.
La felinina se sintetiza: Wouter H. Hendriks, Shane M. Rutherfurd y Kay
J. Rutherfurd, “Importance of Sulfate, Cysteine and Methionine as
Precursors to Felinine Synthesis by Domestic Cats (Felis catus)”,
Comparative Biochemistry and Physiology Part C: Toxicology &
Pharmacology 129, no. 3 (2001): 211-216.
señales que demuestran aptitud son comunes: John W. S. Bradshaw,
Rachel A. Casey y Sarah L. Brown, “Communication”, en The Behaviour
of the Domestic Cat, 2nd ed. (Wallingford, UK: CABI, 2012), 91-112.
Ante tres muestras: Miyabi Nakabayashi, Ryohei Yamaoka y Yoshihiro
Nakashima, “Do Fecal Odours Enable Domestic Cats (Felis catus) to
Distinguish Familiarity of the Donors?” Journal of Ethology 30 (2012):
325-329, https://doi.org/10.1007/s10164-011-0321-x.
examen más detallado de las heces de gato: Ayami Futsuta et al., “LC -
MS/MS Quantification of Felinine Metabolites in Tissues, Fluids, and
Excretions from the Domestic Cat (Felis catus)”, Journal of
Chromatography B 1072 (2018): 94-99.
deriva de la felinina: Masao Miyazaki et al., “The Chemical Basis of
Species, Sex, and Individual Recognition Using Feces in the Domestic
Cat”, Journal of Chemical Ecology 44 (2018): 364–73,
https://doi.org/10.1007/s10886 -018 -0951-3.
Un estudio reveló que el 52 %: Colleen Wilson et al., “Owner
Observations Regarding Cat Scratching Behavior: An Internet-Based
Survey”, Journal of Feline Medicine and Surgery 18, no. 10 (2016): 791-
797.
suelen encontrarse a lo largo de sus rutas: Hilary Feldman, “Methods of
Scent Marking in the Domestic Cat”, Canadian Journal of Zoology 72, no. 6
(1994): 1093-1099, https://doi.org/10.1139/z94-147.
el especialista en neuroanatomía Paul Broca: Paul Broca, “Recherches
sur les centres olfactifs”, Revue d’Anthropologie 2 (1879): 385-455.
científicos como John McGann: John P. McGann, “Poor Human Olfaction
Is a 19th-Century Myth”, Science 356, no. 6338 (2017): eaam7263.
más de un billón de estímulos olfativos diferentes: C. Bushdid et al.,
“Humans Can Discriminate More Than 1 Trillion Olfactory Stimuli”,
Science 343, no. 6177 (2014): 1370-1372,
https://doi.org/10.1126/science.1249168.
Uno de los ejemplos más curiosos: Jess Porter et al., “Mechanisms of
Scent-Tracking in Humans”, Nature Neuroscience 10, no. 1 (2007): 27-29.
En un estudio con 400 personas: Ofer Perl et al., “Are Humans Constantly
but Subconsciously Smelling Themselves?” Philosophical Transactions of
the Royal Society B 375, no. 1800 (2020): 20190372.
comportamiento interactivo humano: Ida Frumin et al., “A Social
Chemosignaling Function for Human Handshaking”, eLife 4 (2015):
e05154, https://doi.org/10.7554/eLife.05154.
Un estudio a pequeña escala: Nicola Courtney and Deborah L. Wells,
“The Discrimination of Cat Odours by Humans”, Perception 31, no. 4
(2002): 511-512.
este olor particular: Benjamin L. Hart y Mitzi G. Leedy, “Analysis of the
Catnip Reaction: Mediation by Olfactory System, Not Vomeronasal Organ”,
Behavioral and Neural Biology 44, no. 1 (1985): 38-46.
el genetista Neil Todd: Neil B. Todd, “Inheritance of the Catnip Response
in Domestic Cats”, Journal of Heredity 53, no. 2 (1962): 54-56,
https://doi.org/10.1093/oxfordjournals.jhered.a107121.
Algunas de ellas son la madreselva: Sebastiaan Bol et al.,
“Responsiveness of Cats (Felidae) to Silver Vine (Actinidia polygama),
Tatarian Honeysuckle (Lonicera tatarica), Valerian (Valeriana officinalis)
and Catnip (Nepeta cataria)”, BMC Veterinary Research 13, no. 1 (2017):
1-16.
Tras analizar el matatabi: Reiko Uenoyama et al., “The Characteristic
Response of Domestic Cats to Plant Iridoids Allows Them to Gain
Chemical Defense Against Mosquitoes”, Science Advances 7, no. 4 (2021):
eabd9135.
artículo académico de 1964: Thomas Eisner, “Catnip: Its Raison d’Être”,
Science 146, no. 3649 (1964): 1318-1320.
Capítulo 3: AMOR AL PRIMER MIAU
una anotación del diario del abad Galiani: Francis Steegmuller, A
Woman, a Man, and Two Kingdoms: The Story of Madame d’Épinay and
the Abbé Galiani (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2014).
Dupont de Nemours: descrito por Champfluery, “Cat Language”, en The
Cat, Past and Present, trans. Cashel Hoey (London: G. Bell, 1985). [Jules
Champfleury, Los gatos Una historia cultural, Trifaldi, Madrid, 2022]
Pussy and Her Language: Marvin R. Clark y Alphonse Leon Grimaldi,
Pussy and Her Language (Fairford, UK: Echo Library, 2019).
Mildred Moelk revolucionó: Mildred Moelk, “Vocalizing in the House-
Cat; a Phonetic and Functional Study”, American Journal of Psychology 57,
no. 2 (1944): 184-205.
tienen una llamada de socorro: Ron Haskins, “A Causal Analysis of
Kitten Vocalization: An Observational and Experimental Study”, Animal
Behaviour 27 (1979): 726-736.
Un estudio de Wiebke Konerding: Wiebke S. Konerding et al., “Female
Cats, but Not Males, Adjust Responsiveness to Arousal in the Voice of
Kittens”, BMC Evolutionary Biology 16, no. 1 (2016): 1-9.
cada cría desarrolla […] su propia versión: Marina Scheumann et al.,
“Vocal Correlates of Sender-Identity and Arousal in the Isolation Calls of
Domestic Kitten (Felis silvestris catus)”, Frontiers in Zoology 9, no. 1
(2012): 1-14.
estas se mantienen constantes: Robyn Hudson et al., “Stable Individual
Differences in Separation Calls During Early Development in Cats and
Mice”, Frontiers in Zoology 12, suppl. 1 (2015): 1-12.
descrito por Lafcadio Hearn: Lafcadio Hearn, “Pathological”, en Kottō
(London: Macmillan and Co., Ltd., 1903).
Los científicos lo descubrieron: Péter Szenczi et al., “Mother-Offspring
Recognition in the Domestic Cat: Kittens Recognize Their Own Mother’s
Call”, Developmental Psychobiology 58, no. 5 (2016): 568-577.
describe la acústica del maullido: Nicholas Nicastro, “Perceptual and
Acoustic Evidence for Species-Level Differences in Meow Vocalizations by
Domestic Cats (Felis catus) and African Wild Cats (Felis silvestris lybica)”,
Journal of Comparative Psychology 118, no. 3 (2004): 287-296.
Una versión más […] fonética: Susanne Schötz, Joost van deWeijer y
Robert Eklund, “Melody Matters: An Acoustic Study of Domestic Cat
Meows in Six Contexts and Four Mental States”, PeerJ Preprints 7 (2019):
e27926v1.
La definición del Urban Dictionary: Urban Dictionary, s.v. “meow”,
última modificación en 1 de julio de 2014,
https://www.urbandictionary.com/define.php?term=Meow.
una frecuencia media: Katarina Michelsson, Helena Todd de Barra y
Oliver Michelson, “Sound Spectrographic Cry Analysis and Mothers’
Perception of Their Infant’s Crying”, en Focus on Nonverbal
Communication Research, ed. Finley R. Lewis (New York: Nova Science,
2007), 31-64.
Otros investigadores, como Schötz: Susanne Schötz, Joost van de Weijer
y Robert Eklund, “Phonetic Methods in Cat Vocalization Studies: A Report
from the Meowsic Project”, en Proceedings of the Fonetik, vol. 2019
(Stockholm, 2019), 10-12.
Joanna Dudek y su equipo: Joanna Dudek et al., “Infant Cries Rattle
Adult Cognition”, PLoS One 11, no. 5 (2016): e0154283.
atención como la de un bebé: La urgencia con la que los humanos adultos
responden al llanto de un bebé fue investigada por Katherine S. Young et al.
Al evaluar a hombres y mujeres adultos que no eran padres, descubrieron
que la respuesta en su cerebro se producía antes si escuchaban el llanto de
un bebé que si escuchaban el de otro adulto, lo cual sugiere la existencia de
un «instinto de cuidado». Se pueden encontrar más detalles en Young et al.,
“Evidence for a Caregiving Instinct: Rapid Differentiation of Infant from
Adult Vocalizations Using Magnetoencephalography”, Cerebral Cortex 26,
no. 3 (2016): 1309-1321.
el maullido del gato doméstico: Nicholas Nicastro, “Perceptual and
Acoustic Evidence for Species-Level Differences.”
acústica de los maullidos del gato callejero y el gato doméstico: Seong
Yeon et al., “Differences Between Vocalization Evoked by Social Stimuli in
Feral Cats and House Cat’s”, Behavioural Processes 87, no. 2 (2011): 183-
189.
estudio científico realizado por Fabiano de Oliveira Calleia: Fabiano de
Oliveira Calleia, Fábio Röhe y Marcelo Gordo, “Hunting Strategy of the
Margay (Leopardus wiedii) to Attract the Wild Pied Tamarin (Saguinus
bicolor)”, Neotropical Primates 16, no. 1 (2009): 32-34.
usan sus ladridos: Sophia Yin, “A New Perspective on Barking in Dogs
(Canis familaris)”, Journal of Comparative Psychology 116, no. 2 (2002):
189-193.
Nicholas Nicastro grabó: Nicholas Nicastro y Michael J. Owren,
“Classification of Domestic Cat (Felis catus) Vocalizations by Naive and
Experienced Human Listeners”, Journal of Comparative Psychology 117,
no. 1 (2003): 44-52.
la estructura acústica de los ladridos: Sophia Yin and BrendaMcCowan,
“Barking in Domestic Dogs: Context Specificity and Individual
Identification”, Animal Behaviour 68, no. 2 (2004): 343-355.
Un estudio posterior de Sarah Ellis: Sarah L. H. Ellis, Victoria Swindell,
and Oliver H. P. Burman, “Human Classification of Context-Related
Vocalizations Emitted by Familiar andUnfamiliar Domestic Cats: An
Exploratory Study”, Anthrozoös 28, no. 4 (2015): 625-634.
puntuación más alta en el nivel de empatía: Emanuela Prato-Previde et
al., “What’s in a Meow? A Study on Human Classification and
Interpretation of Domestic Cat Vocalizations”, Animals 10, no. 12 (2020):
2390.
Tamás Faragó y su equipo: Tamás Faragó et al., “Humans Rely on the
Same Rules to Assess Emotional Valence and Intensity in Conspecific and
Dog Vocalizations”, Biology Letters 10, no. 1 (2014): 20130926.
concepto planteado por Darwin: Charles Darwin, “Means of Expression
in Animals”, en The Expression of the Emotions in Man and Animals (New
York: D. Appleton & Company, 1872), 83-114.
Un estudio observó que los maullidos: M. A. Schnaider et al., “Cat
Vocalization in Aversive and Pleasant Situations”, Journal of Veterinary
Behavior 55-56 (2022): 71-78.
En otro estudio, Suzanne Schölz: Schötz, van deWeijer, y Eklund,
“Melody Matters.”
quienes tenían más experiencia con gatos obtuvieron mejores
resultados: Susanne Schötz y Joost van de Weijer, “A Study of Human
Perception of Intonation in Domestic Cat Meows”, en Social and Linguistic
Speech Prosody: Proceedings of the 7th International Conference on Speech
Prosody, ed. Nick Campbell, Dafydd Gibbon y Daniel Hirst (2014).
Pascal Belin y su equipo: Pascal Belin et al., “Human Cerebral Response
to Animal Affective Vocalizations”, Proceedings of the Royal Society B:
Biological Sciences 275, no. 1634 (2008): 473-481.
amplia encuesta sobre la opinión que la gente tiene de sus mascotas:
Christine E. Parsons et al., “Pawsitively Sad: Pet-Owners Are More
Sensitive to Negative Emotion in Animal Distress Vocalizations”, Royal
Society Open Science 6, no. 8 (2019): 181555.
el divertido y cautivador libro de Paul Gallico: Paul Gallico, The Silent
Miaow (London: Pan Books Ltd., 1987).
En un estudio, el 96 %: Victoria L. Voith y Peter L. Borchelt, “Social
Behavior of Domestic Cats”, en Readings in Companion Animal Behavior,
ed. V. L. Voith and P. L. Borchelt (Trenton, NJ: Veterinary Learning
Systems, 1996), 248-257.
Cuando han estado fuera de casa: Matilda Eriksson, Linda J. Keeling y
Therese Rehn, “Cats and Owners Interact More with Each Other After a
Longer Duration of Separation”, PLoS One 12, no. 10 (2017): e0185599.
Hay estudios que han demostrado que el habla dirigida a las mascotas:
Denis Burnham, Christine Kitamura y Uté Vollmer-Conna, “What’s New,
Pussycat? On Talking to Babies and Animals”, Science 296, no. 5572
(2002): 1435.
The Language Used in Talking to Domestic Animals: H. Carrington
Bolton, “The Language Used in Talking to Domestic Animals”, American
Anthropologist 10, no. 3 (1897): 65-90.
los bebés prefieren: Tobias Grossmann et al., “The Developmental Origins
of Voice Processing in the Human Brain”, Neuron 65, no. 6 (2010): 852-
858.
sobre todo los jóvenes: Péter Pongrácz y Julianna Szulamit Szapu, “The
Socio-Cognitive Relationship Between Cats and Humans-Companion Cats
(Felis catus) as Their Owners See Them”, Applied Animal Behaviour
Science 207 (2018): 57-66.
habla dirigida a ellos: Charlotte de Mouzon, Marine Gonthier y Gérard
Leboucher, “Discrimination of Cat-Directed Speech from Human-Directed
Speech in a Population of Indoor Companion Cats (Felis catus)”, Animal
Cognition 26, no. 2 (2023): 611-619, https://doi.org /10.1007/s10071-022-
01674-w.
el rango auditivo de los gatos: Rickye S. Heffner y Henry E. Heffner,
“Hearing Range of the Domestic Cat”, Hearing Research 19, no. 1 (1985):
85-88.
Atsuko Saito y Kazutaka Shinozuka: Atsuko Saito and Kazutaka
Shinozuka, “Vocal Recognition of Owners by Domestic Cats (Felis catus)”,
Animal Cognition 16, no. 4 (2013): 685-690.
capacidad de los gatos para distinguir: Atsuko Saito et al., “Domestic
Cats (Felis catus) Discriminate Their Names from Other Words”, Scientific
Reports 9, no. 5394 (2019): 1-8.
A día de hoy, sabemos que está controlado: Dawn Frazer Sissom, D. A.
Rice y G. Peters, “How Cats Purr”, Journal of Zoology 223, no. 1 (1991):
67-78.
30 minutos: Eriksson, Keeling y Rehn, “Cats and Owners Interact More
with Each Other.”
Karen Mccomb y su equipo: Karen Mccomb et al., “The Cry Embedded
Within the Purr”, Current Biology 19, no. 13 (2009): R507-8.
Capítulo 4: COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
la ciencia ha descubierto que los canguros: Shawn M. O’Connor et al.,
“The Kangaroo’s Tail Propels and Powers Pentapedal Locomotion”,
Biology Letters 10, no. 7 (2014): 20140381.
estructura ósea: Emily Xu y Patricia M. Gray, “Evolutionary GEM: The
Evolution of the Primate Prehensile Tail”, Western Undergraduate Research
Journal: Health and Natural Sciences 8, no. 1 (2017).
ardillón de California: Matthew A. Barbour y Rulon W. Clark, “Ground
Squirrel Tail-Flag Displays Alter Both Predatory Strike and Ambush Site
Selection Behaviours of Rattlesnakes”, Proceedings of the Royal Society B:
Biological Sciences 279, no. 1743 (2012): 3827-3833.
Angelo Quaranta y su equipo: A. Quaranta, M. Siniscalchi, and G.
Vallortigara, “Asymmetric Tail-Wagging Responses by Dogs to Different
Emotive Stimuli”, Current Biology 17, no. 6 (2007): R199-201.
Marcello Siniscalchi y su equipo: Marcello Siniscalchi et al., “Seeing
Left- or Right-Asymmetric Tail Wagging Produces Different Emotional
Responses in Dogs”, Current Biology 23, no. 22 (2013): 2279-2282.
suelen mantener la cola: Daiana de Oliveira y Linda J. Keeling, “Routine
Activities and Emotion in the Life of Dairy Cows: Integrating Body
Language into an Affective State Framework”, PloS One 13, no. 5 (2018):
e0195674.
canibalismo de colas: Maya Wedin et al., “Early Indicators of Tail Biting
Outbreaks in Pigs”, Applied Animal Behaviour Science 208 (2018): 7-13.
el doctor Amir Patel se percató: Amir Patel y Edward Boje, “On the
Conical Motion and Aerodynamics of the Cheetah Tail”, en Robotics:
Science and Systems Workshop on “Robotic Uses for Tails” (Rome, 2015).
descrito por E. W. Gudger: Eugene Willis Gudger, “Does the Jaguar Use
His Tail as a Lure in Fishing”, Journal of Mammalogy 27, no. 1 (1946): 37-
49.
utilizaban la cola para comunicarse: Sarah Louise Brown, “The Social
Behaviour of Neutered Domestic Cats (Felis catus)” (PhD diss., University
of Southampton, 1993).
Tras mis primeras investigaciones: John Bradshaw y Sarah Brown,
“Social Behaviour of Cats”, Tijdschrift voor Diergeneeskunde 177, no. 1
(1992): 54-56.
estudio del comportamiento de la cola levantada: John Bradshaw and
Charlotte Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of the Domestic
Cat and Its Undomesticated Relatives”, en The Domestic Cat: The Biology
of Its Behaviour, 2nd ed., ed. Dennis C. Turner and Patrick Bateson
(Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2000), 67.
Simona Cafazzo y Eugenia Natoli: Simona Cafazzo y Eugenia Natoli,
“The Social Function of Tail Up in the Domestic Cat (Felis silvestris
catus)”, Behavioural Processes 80, no. 1 (2009): 60-66.
John Bradshaw analizó: John W. S. Bradshaw, “Sociality in Cats: A
Comparative Review”, Journal of Veterinary Behavior 11 (2016): 113-124.
Penny Bernstein y Mickie Strack: Penny L. Bernstein and Mickie Strack,
“A Game of Cat and House: Spatial Patterns and Behavior of 14 Domestic
Cats (Felis catus) in the Home”, Anthrozoös 9, no. 1 (1996): 25-39.
Como parte de mis estudios de doctorado: Brown, “The Social Behaviour
of Neutered Domestic Cats.”
Uno de los aspectos más interesantes: Esta investigación de la «cola
levantada» en gatos salvajes y el debate sobre ello puede consultarse en
Bradshaw y Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of the
Domestic Cat.”
se han llevado a cabo estudios comparativos: Charlotte Cameron-
Beaumont, “Visual and Tactile Communication in the Domestic Cat (Felis
silvestris catus) and Undomesticated Small Felids” (PhD diss., University
of Southampton, 1997).
¿Y cómo evolucionó la señal de la cola levantada?: La evolución de la
cola levantada se debate en Cafazzo y Natoli, “The Social Function of Tail
Up”, y en Bradshaw y Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of
the Domestic Cat.”
leones del Serengueti: George B. Schaller, The Serengeti Lion: A Study of
Predator-Prey Relations (Chicago: University of Chicago Press, 1972).
poblaciones de gato montés africano actuales: David Macdonald et al.,
“African Wildcats in Saudi Arabia”, WildCRU Review 42 (1996).
Bateson y Turner sugirieron: “Postscript: Questions and Some Answers”,
en The Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, 3rd ed., ed. Dennis C.
Turner and Patrick Bateson (Cambridge: Cambridge University Press,
2014).
profesor Alphonse Grimaldi: Marvin R. Clark y Alphonse Leon Grimaldi,
Pussy and Her Language (Fairford, UK: Echo Library, 2019).
llamada sistema de codificación de acción facial: El Sistema se ha
actualizado a lo largo de los años pero sus primeros tiempos pueden
consultarse en Paul Ekman y Wallace V. Friesen, “Measuring Facial
Movement”, Environmental Psychology and Nonverbal Behavior 1 (1976):
56-75, https://www.paulekman.com/wp-
content/uploads/2013/07/Measuring-Facial-Movement.pdf.
se conoce como CatFACS: Cátia Correia-Caeiro, Anne M. Burrows y
Bridget M. Waller, “Development and Application of CatFACS: Are
Human Cat Adopters Influenced by Cat Facial Expressions?” Applied
Animal Behaviour Science 189 (2017): 66-78.
Bertrand Deputte y su equipo: Bertrand L. Deputte et al., “Heads and
Tails: An Analysis of Visual Signals in Cats, Felis catus”, Animals 11, no. 9
(2021): 2752.
cómo las personas interpretan: Gabriella Tami y Anne Gallagher,
“Description of the Behaviour of Domestic Dog (Canis familiaris) by
Experienced and Inexperienced People”, Applied Animal Behaviour
Science 120, no. 3-4 (2009): 159-169.
entre perros y gatos residentes en el mismo hogar: N. Feuerstein y
Joseph Terkel, “Interrelationships of Dogs (Canis familiaris) and Cats (Felis
catus L.) Living Under the Same Roof”, Applied Animal Behaviour
Science 113, no. 1-3 (2008): 150-65.
Capítulo 5: CONTACTO CON TACTO
Robin Dunbar, que estudiaba: Robin I. M. Dunbar, “The Social Role of
Touch in Humans and Primates: Behavioural Function and Neurobiological
Mechanisms”, Neuroscience and Biobehavioral Reviews 34, no. 2 (2010):
260-268.
David Macdonald y Peter Apps: David Macdonald et al., “Social
Dynamics, Nursing Coalitions and Infanticide Among Farm Cats, Felis
catus”, Advances in Ethology (supplement to Ethology) 28 (1987): 1-64;
David Macdonald, “The Pride of the Farmyard”, BBC Wildlife, noviembre
de 1991.
extensa colonia de gatos esterilizados: Ruud van den Bos, “The Function
of Allogrooming in Domestic Cats (Felis silvestris catus); a Study in a
Group of Cats Living in Confinement”, Journal of Ethology 16 (1998): 1-
13.
En algunas especies: C. J. O. Harrison, “Allopreening as Agonistic
Behaviour”, Behaviour 24, no. ¾ (1964): 161-209.
un primate nocturno llamado gálago de Garnet: Jennie L. Christopher,
“Grooming as an Agonistic Behavior in Garnett’s Small-Eared Bushbaby
(Otolemurgarnettii)” (master’s thesis, University of Southern Mississippi,
2017).
se da entre delfines adultos: Mai Sakai et al., “Flipper Rubbing Behaviors
in Wild Bottlenose Dolphins (Tursiops aduncus)”, Marine Mammal Science
22, no. 4 (2006): 966-78.
Los elefantes asiáticos […] forman: Saki Yasui and Gen’ichi Idani,
“Social Significance of Trunk Use in Captive Asian Elephants”, Ethology,
Ecology&Evolution 29, no. 4 (2017): 330–50,
https://doi.org/10.1080/03949370.2016.1179684.
Kimberly Barry y Sharon Crowell-Davis: Kimberly J. Barry and Sharon
L. Crowell-Davis, “Gender Differences in the Social Behavior of the
Neutered Indoor-Only Domestic Cat”, Applied Animal Behaviour Science
64, no. 3 (1999): 193-211.
propuesto en el caso de los tejones: Christina D. Buesching, P. Stopka y
D. W. Macdonald, “The Social Function of Allo-Marking in the European
Badger (Meles meles)”, Behaviour 140, no. 8/9 (2003): 965-980.
este movimiento hacia delante como «transportador de bigotes»: Más
detalladas descripciones e ilustraciones de su peculiar movimiento están en
Cat-FACS manual: https://www.animalfacs.com/catfacs_new.
Yngve Zotterman descubrió: Yngve Zotterman, “Touch, Pain and
Tickling: An Electro-Physiological Investigation on Cutaneous Sensory
Nerves”, Journal of Physiology 95, no. 1 (1939): 1-28,
https://doi.org/10.1113/jphysiol.1939.sp003707.
genera la máxima respuesta: Rochelle Ackerley et al., “Human C -Tactile
Afferents Are Tuned to the Temperature of a Skin-Stroking Caress”, Journal
of Neuroscience 34, no. 8 (2014): 2879-2883.
conocida como la ínsula: Hakan Olausson et al., “Unmyelinated Tactile
Afferents Signal Touch and Project to Insular Cortex”, Nature Neuroscience
5, no. 9 (2002): 900-904.
Parece aumentar: Miranda Olff et al., “The Role of Oxytocin in Social
Bonding, Stress Regulation and Mental Health: An Update on the
Moderating Effects of Context and Interindividual Differences”,
Psychoneuroendocrinology 38, no. 9 (2013): 1883-1894,
https://doi.org/10.1016/j.psyneuen.2013.06.019; Simone G. Shamay-Tsoory
y Ahmad AbuAkel, “The Social Salience Hypothesis of Oxytocin”,
Biological Psychiatry 79, no. 3 (2016): 194-202,
https://doi.org/10.1016/j.biopsych.2015.07.020.
reduce la sociabilidad: Annaliese K. Beery, “Antisocial Oxytocin:
Complex Effects on Social Behavior”, Current Opinion in Behavioral
Sciences 6 (2015): 174-182,
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2352154615001461.
Claudia Mertens y Dennis Turner: Claudia Mertens y Dennis C. Turner,
“Experimental Analysis of Human-Cat Interactions During First
Encounters”, Anthrozoös 2, no. 2 (1988): 83-97.
desarrollé un estudio: Sarah Louise Brown, “The Social Behaviour of
Neutered Domestic Cats (Felis catus)” (PhD diss., University of
Southampton, 1993).
«Tropezar con el gato»: Bruce R. Moore y Susan Stuttard, “Dr. Guthrie
and Felis domesticus or: Tripping over the Cat”, Science 205, no. 4410
(1979): 1031-1033.
Edwin Guthrie y George Horton: E. R. Guthrie and G. P. Horton, Cats in
a Puzzle Box (New York: Rinehart, 1946).
otras diferencias sutiles: Claudia Mertens, “Human-Cat Interactions in the
Home Setting”, Anthrozoös 4, no. 4 (1991): 214-231.
frotamiento no aumenta: Matilda Eriksson, Linda J. Keeling y Therese
Rehn, “Cats and Owners Interact More with Each Other After a Longer
Duration of Separation”, PLoS One 12, no. 10 (2017): e0185599. Véase
también Matilda Eriksson, “The Effect of Time Left Alone on Cat
Behaviour” (master’s thesis, University of Uppsala, 2015).
Se ha demostrado que los perros: Therese Rehn and Linda J. Keeling,
“The Effect of Time Left Alone at Home on Dog Welfare”, Applied Animal
Behaviour Science 129, no. 2-4 (2011): 129-135.
tienden a frotarse con quien les da de comer: John W. S. Bradshaw y
Sarah E. Cook, “Patterns of Pet Cat Behaviour at Feeding Occasions”,
Applied Animal Behaviour Science 47, no. 1-2 (1996): 61-74.
Edwards y su equipo: Claudia Edwards et al., “Experimental Evaluation of
Attachment Behaviors in Owned Cats”, Journal of Veterinary Behavior 2,
no. 4 (2007): 119-125.
la parte táctil era importante: Therese Rehn et al., “Dogs’ Endocrine and
Behavioural Responses at Reunion Are Affected by How the Human
Initiates Contact”, Physiology & Behavior 124 (2014): 45-53.
Un estudio de Nadine Gourkow: N. Gourkow, S. C. Hamon, and C. J. C.
Phillips, “Effect of Gentle Stroking and Vocalization on Behaviour,
Mucosal Immunity and Upper Respiratory Disease in Anxious Shelter
Cats”, Preventive Veterinary Medicine 117, no. 1 (2014): 266-275.
las caricias solas resultaban mucho más efectivas: Sita Liu et al., “The
Effects of the Frequency and Method of Gentling on the Behavior of Cats in
Shelters”, Journal of Veterinary Behavior 39 (2020): 47-56.
guían a su dueño: Penny Bernstein, “The Human-Cat Relationship”, en
The Welfare of Cats, ed. Irene Rochlitz (Dordrecht, Netherlands: Springer,
2007), 47-89.
Sarah Ellis y su equipo: Sarah L. H. Ellis et al., “The Influence of Body
Region, Handler Familiarity and Order of Region Handled on the Domestic
Cat’s Response to Being Stroked”, Applied Animal Behaviour Science 173
(2015): 60-67.
Las vacas lecheras, por ejemplo: Claudia Schmied et al., “Stroking of
Different Body Regions by a Human: Effects on Behaviour and Heart Rate
of Dairy Cows”, Applied Animal Behaviour Science 109, no. 1 (2008): 25-
38.
estudio sobre las caricias entre humanos: Chantal Triscoli et al., “Touch
Between Romantic Partners: Being Stroked Is More Pleasant Than Stroking
and Decelerates Heart Rate”, Physiology & Behavior 177 (2017): 169-175.
Investigadores que estudiaban la interacción entre mujeres y sus gatos:
Elizabeth A. Johnson et al., “Exploring Women’s Oxytocin Responses to
Interactions with Their Pet Cats”, PeerJ 9 (2021): e12393.
giro frontal inferior: Ai Kobayashi et al., “The Effects of Touching and
Stroking a Cat on the Inferior Frontal Gyrus in People”, Anthrozoös 30, no.
3 (2017): 473-486, https://doi.org/10.1080/08927936.2017.1335115.
dueños de gatos en Brasil: Daniela Ramos and Daniel S. Mills, “Human
Directed Aggression in Brazilian Domestic Cats: Owner Reported
Prevalence, Contexts and Risk Factors”, Journal of Feline Medicine and
Surgery 11, no. 10 (2009): 835-841,
https://doi.org/10.1016/j.jfms.2009.04.006.
las fibras aferentes CT: Chantal Triscoli, Rochelle Ackerley y Uta Sailer,
“Touch Satiety: Differential Effects of Stroking Velocity on Liking and
Wanting Touch over Repetitions”, PLoS One 9, no. 11 (2014): e113425.
Un interesante estudio: Cátia Correia-Caeiro, Anne M. Burrows, and
Bridget M. Waller, “Development and Application of CatFACS: Are
Human Cat Adopters Influenced by Cat Facial Expressions?” Applied
Animal Behaviour Science 189 (2017): 66-78.
James Herriot, un veterinario británico: James Herriot, James Herriot’s
Cat Stories, 2nd ed. (New York: St. Martin’s Press, 2015).
Capítulo 6: VEO, VEO
Los experimentos de Phyllis Chesler: Phyllis Chesler, “Maternal
Influence in Learning by Observation in Kittens”, Science 166, no. 3907
(1969): 901-903, https://doi.org/10.1126/science.166.3907.901.
un estudio sobre el aprendizaje observacional: E. Roy John et al.,
“Observation Learning in Cats”, Science 159, no. 3822 (1968): 1489-1491,
https://doi.org/10.1126/science.159.3822.1489.
La teoría de la permanencia del objeto: Jean Piaget, The Construction of
Reality in the Child, trans. Margaret Cook (Oxford, UK: Routledge, 2013).
[La representación del mundo en el niño, Ediciones Morata, Madrid, 2007]
han salido airosos: Sonia Goulet, François Y. Doré y Robert Rousseau,
“Object Permanence and Working Memory in Cats (Felis catus)”, Journal
of Experimental Psychology: Animal Behavior Processes 20, no. 4 (1994):
347-365, https://doi.org/10.1037/0097-7403.20.4.347.
transcurridos los primeros 30 segundos después de que un objeto
desaparezca: Sylvain Fiset and François Y. Doré, “Duration of Cats’ (Felis
catus) Working Memory for Disappearing Objects”, Animal Cognition 9,
no. 1 (2006): 62-70, https://doi.org/10.1007/s10071-005-0005-4.
Cuando la investigadora Hitomi Chijiiwa: Hitomi Chijiiwa et al., “Dogs
and Cats Prioritize Human Action: Choosing a Now-Empty Instead of a
Still-Baited Container”, Animal Cognition 24, no. 1 (2021): 65-73.
La investigadora Jane Dards: Jane L. Dards, “The Behaviour of
Dockyard Cats: Interactions of Adult Males”, Applied Animal Ethology 10,
no. 1-2 (1983): 133-153.
Deborah Goodwin y John Bradshaw: (no publicado: John Bradshaw and
Charlotte Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of the Domestic
Cat and Its Undomesticated Relatives”, en The Domestic Cat: The Biology
of Its Behaviour, 2nd ed., ed. Dennis C. Turner and Patrick Bateson
(Cambridge: Cambridge University Press, 2000).
registrar el contacto visual: Deborah Goodwin y John W. S. Bradshaw,
“Gaze and Mutual Gaze: Its Importance in Cat/Human and Cat/Cat
Interactions”, Conference Proceedings of the International Society for
Anthrozoology (Boston, 1997).
El famoso sociólogo Georg Simmel: Georg Simmel, “Sociology of the
Senses: Visual Interaction”, en Introduction to the Science of Sociology,
eds. E. R. Park and E. W. Burgess (Chicago: University of Chicago Press,
1921), 356-361.
preferimos que una mirada recíproca: Nicola Binetti et al., “Pupil
Dilation as an Index of Preferred Mutual Gaze Duration”, Royal Society
Open Science 3, no. 7 (2016): 160086,
http://dx.doi.org/10.1098/rsos.160086.
Un pequeño estudio: Deborah Goodwin y John W. S. Bradshaw,
“Regulation of Interactions Between Cats and Humans by Gaze and Mutual
Gaze”, Abstracts from International Society for Anthrozoology Conference
(Prague, 1998).
cómo los cachorros y los gatitos: Marine Grandgeorge et al., “Visual
Attention Patterns Differ in Dog vs. Cat Interactions with Children with
Typical Development or Autism Spectrum Disorders”, Frontiers in
Psychology 11 (2020): 2047.
Ádám Miklósi y su equipo: Ádám Miklósi et al., “A Comparative Study of
the Use of Visual Communicative Signals in Interactions Between Dogs
(Canis familiaris) and Humans and Cats (Felis catus) and Humans”, Journal
of Comparative Psychology 119, no. 2 (2005): 179-186,
https://doi.org/10.1037/0735-7036.119.2.179.
Lingna Zhang y su equipo: Lingna Zhang et al., “Feline Communication
Strategies When Presented with an Unsolvable Task: The Attentional State
of the Person Matters”, Animal Cognition 24, no. 5 (2021): 1109-1119.
un estudio de Lea Hudson: Lea M. Hudson, “Comparison of Canine and
Feline Gazing Behavior” (Honors College thesis, Oregon State University,
2018),
https://ir.library.oregonstate.edu/concern/honors_college_theses/m900p083f
.
Péter Pongrácz y sus colaboradores: Péter Pongrácz, Julianna Szulamit
Szapu y Tamás Faragó, “Cats (Felis silvestris catus) Read Human Gaze for
Referential Information”, Intelligence 74 (2019): 43-52.
obtenido por los perros: Tibor Tauzin et al., “The Order of Ostensive and
Referential Signals Affects Dogs’ Responsiveness When Interacting with a
Human”, Animal Cognition 18, no. 4 (2015): 975-979,
https://doi.org/10.1007/s10071-015 -0857-1.
Ádám Miklósi y su equipo descubrieron también: Miklósi et al., “A
Comparative Study of the Use of Visual Communicative Signals.”
A los gatos se les daba igual de bien: Ádám Miklosi y Krisztina Soproni,
“A Comparative Analysis of Animals’ Understanding of the Human
Pointing Gesture”, Animal Cognition 9 (2006): 81-93.
estudiaron más a fondo el tema de la señalización entre humanos y
gatos: Péter Pongrácz y Julianna Szulamit Szapu, “The Socio-Cognitive
Relationship Between Cats and Humans—Companion Cats (Felis catus) as
Their Owners See Them”, Applied Animal Behaviour Science 207 (2018):
57-66.
encuesta entre dueños de gatos en Hungría: “Moggies Remain a Mystery
to Many, Suggests Survey”, Cats Protection,
https://www.cats.org.uk/mediacentre/pressreleases/behaviour-survey.
Tasmin Humphrey y su equipo: Tasmin Humphrey et al., “The Role of
Cat Eye NarrowingMovements in Cat-Human Communication”, Scientific
Reports 10, no. 1 (2020): 16503.
Un segundo estudio de Humphrey: Tasmin Humphrey et al., “Slow Blink
Eye Closure in Shelter Cats Is Related to Quicker Adoption”, Animals 10,
no. 12 (2020): 2256.
Guillaume-Benjamin-Amand Duchenne de Boulogne: Guillaume-
Benjamin Duchenne de Boulogne, The Mechanism of Human Facial
Expression, trans. R. Andrew Cuthbertson (Cambridge: Cambridge
University Press, 1990).
efecto de entrecerrar los ojos: Sarah D. Gunnery, Judith A. Hall y Mollie
A. Ruben, “The Deliberate Duchenne Smile: Individual Differences in
Expressive Control”, Journal of Nonverbal Behavior 37, no. 1 (2013): 29-
41.
Capítulo 7: LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA
Sixto seis cenas: Inga Moore, Six-Dinner Sid (New York: A ladd in, 2004)
[Sixto seis cenas, Editorial Edelvives, Madrid, 2014]
Jerome Kagan inició en la década de 1970: Roger G. Kuo, “Psychologist
Finds Shyness Inherited, but Not Permanent”, Harvard Crimson, March 4,
1991, https://www.thecrimson.com/article/1991/3/4/psychologist-finds-
shyness-inherited-but-not/.
a veces abreviado como «modelo de los cinco grandes»: Este tema ha
sido estudiado por numerosos investigadores a lo largo d ellos años; puede
encontrarse un sumario en Christopher J. Soto y Joshua J. Jackson, “Five-
Factor Model of Personality”, en Oxford Bibliographies in Psychology, ed.
Dana S. Dunn (New York: Oxford University Press, 2020).
Melanie Dammhahn y su equipo: Melanie Dammhahn et al., “Of City and
Village Mice: Behavioural Adjustments of Striped Field Mice to Urban
Environments”, Scientific Reports 10, no. 1 (2020): 13056.
Los gatos macho audaces: Eugenia Natoli et al., “Bold Attitude Makes
Male Urban Feral Domestic Cats More Vulnerable to Feline
Immunodeficiency Virus “, Neuroscience and Biobehavioral Reviews 29,
no. 1 (2005): 151-157.
alerta, sociable y ecuánime: Julie Feaver, Michael Mendl y Patrick
Bateson, “A Method for Rating the Individual Distinctiveness of Domestic
Cats”, Animal Behaviour 34, no. 4 (1986): 1016-1025.
Conocidas como Feline Five: Carla Litchfield et al., “The ‘Feline Five’:
An Exploration of Personality in Pet Cats (Felis catus)”, PLoS One 12, no.
8 (2017): e0183455.
en los años ochenta la científica Eileen Karsh hizo un gran
descubrimiento: Eileen B. Karsh and Dennis C. Turner, “The Human-Cat
Relationship”, en The Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, ed.
Dennis C. Turner and Patrick G. Bateson (Cambridge: Cambridge
University Press, 1988), 159-177.
En su investigación sobre la paternidad gatuna: Sandra McCune, “The
Impact of Paternity and Early Socialisation on the Development of Cats’
Behaviour to People and Novel Objects”, Applied Animal Behaviour
Science 45, no. 1–2 (1995): 109-124.
Con muestras de ADN: datos de las imágenes 1 y 2 de la comunicación:
Ludovic Say, Dominique Pontier y Eugenia Natoli, “High Variation in
Multiple Paternity of Domestic Cats (Felis catus L.) in Relation to
Environmental Conditions”, Proceedings of the Royal Society B: Biological
Sciences 266, no. 1433 (1999): 2071-2074.
Algunos rasgos pueden determinarse muy pronto: Sarah E. Lowe y John
W. S. Bradshaw, “Ontogeny of Individuality in the Domestic Cat in the
Home Environment”, Animal Behaviour 61, no. 1 (2001): 231-237.
doctor Rush Shippen Huidekoper: Rush Shippen Huidekoper, The Cat, a
Guide to the Classification and Varieties of Cats and a Short Treatise upon
Their Care, Diseases, and Treatment (New York: D. Appleton, 1895).
En el estudio de Delgado: Mikel M. Delgado, Jacqueline D. Munera y
Gretchen M. Reevy, “Human Perceptions of Coat Color as an Indicator of
Domestic Cat Personality”, Anthrozoös 25, no. 4 (2012): 427-440,
https://doi.org/10.2752/175303712X13479798785779.
En una encuesta posterior: Mónica Teresa González-Ramírez y René
Landero-Hernández, “Cat Coat Color, Personality Traits and the Cat-Owner
Relationship Scale: A Study with Cat Owners in Mexico “, Animals 12, no.
8 (2022): 1030, https://doi.org/10.3390/ani12081030.
cuesta más identificar las emociones: Haylie D. Jones y Christian L. Hart,
“Black Cat Bias: Prevalence and Predictors”, Psychological Reports 123,
no. 4 (2020): 1198-1206.
adopción de gatos negros: Lori R. Kogan, Regina Schoenfeld-Tacher y
Peter W. Hellyer, “Cats in Animal Shelters: Exploring the Common
Perception That Black Cats Take Longer to Adopt”, Open Veterinary
Science Journal 7, no. 1 (2013).
korat y Devon rex: Milla Salonen et al., “Breed Differences of Heritable
Behaviour Traits in Cats”, Scientific Reports 9, no. 1 (2019): 7949.
gen receptor de oxitocina (OXTR): Minori Arahori et al., “The Oxytocin
Receptor Gene (OXTR) Polymorphism in Cats (Felis catus) Is Associated
with ‘Roughness’ Assessed by Owners”, Journal of Veterinary Behavior 11
(2016): 109-112.
Un estudio un tanto inquietante: Michael M. Roy y Nicholas J. S.
Christenfeld, “Do Dogs Resemble Their Owners?” Psychological Science
15, no. 5 (2004): 361-363.
En un pequeño pero fascinante estudio: Lawrence Weinstein y Ralph
Alexander, “College Students and Their Cats”, College Student Journal 44,
no. 3 (2010): 626-628.
cómo interactúan las diferentes personalidades: Kurt Kotrschal et al.,
“Human and Cat Personalities: Building the Bond from Both Sides”, en The
Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, 3rd ed., ed. Dennis C. Turner
and Patrick Bateson (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2014),
113-129.
relación ansiosa entre gatos y sus dueños: Lauren R. Finka et al., “Owner
Personality and the Wellbeing of Their Cats Share Parallels with the Parent-
Child Relationship”, PloS One 14, no. 2 (2019): e0211862.
Pese a ser más intensas: Manuela Wedl et al., “Factors Influencing the
Temporal Patterns of Dyadic Behaviours and Interactions Between
Domestic Cats and Their Owners”, Behavioural Processes 86, no. 1 (2011):
58-67.
interacciones iniciadas por el gato: Dennis C. Turner, “The Ethology of
the Human-Cat Relationship”, Schweizer Archiv fur Tierheilkunde 133, no.
2 (1991): 63-70.
Kurt Kotrschal y colaboradores: Kotrschal et al., “Human and Cat
Personalities.”
Capítulo 8: EL PLACER DE SU COMPAÑÍA
Claudia Mertens y Dennis Turner en 1988: Claudia Mertens y Dennis C.
Turner, “Experimental Analysis of Human-Cat Interactions During First
Encounters”, Anthrozoös 2, no. 2 (1988): 83-97.
encuentros en los hogares: Claudia Mertens, “Human-Cat Interactions in
the Home Setting”, Anthrozoös 4, no. 4 (1991): 214-231.
En cuanto a la reciprocidad de la interacción: Dennis C. Turner, “The
Mechanics of Social Interactions Between Cats and Their Owners”,
Frontiers in Veterinary Science 8 (2021): 292.
monos Rhesus: Robert A. Hinde, “On Describing Relationships”, Journal
of Child Psychology and Psychiatry 17, no. 1 (1976): 1-19.
estudio de Manuela Wedl: Manuela Wedl et al., “Factors Influencing the
Temporal Patterns of Dyadic Behaviours and Interactions Between
Domestic Cats and Their Owners”, Behavioural Processes 86, no. 1 (2011):
58-67.
Como señala Dennis Turner: Este punto lo discute Dennis C. Turner en su
recopilación “The Mechanics of Social Interactions Between Cats and Their
Owners.”
otros gatos simplemente toleran: Daniela Ramos et al., “Are Cats (Felis
catus) from Multi-Cat House holds More Stressed? Evidence from
Assessment of Fecal Glucocorticoid Metabolite Analysis”, Physiology &
Behavior 122 (2013): 72-75.
Camilla Haywood y su equipo: Camilla Haywood et al., “Providing
Humans with Practical, Best Practice Handling Guidelines During Human-
Cat Interactions Increases Cats’ Affiliative Behaviour and Reduces
Aggression and Signs of Conflict”, Frontiers in Veterinary Science 8
(2021): 835.
El premio a esta labor: W. L. Alden, “Postal Cats”, en Domestic
Explosives and Other Sixth Column Fancies (New York: Lovell, Adam,
Wesson & Co., 1877), 192-194,
https://archive.org/details/domesticexplosi00aldegoog/page/n6/mode/2up.
Últimamente también se presta atención: Regina M. Bures, “Integrating
Pets into the Family Life Cycle”, en Well-Being Over the Life Course, ed.
Regina M. Bures and Nancy R. Gee (New York: Springer, 2021), 11–23.
En un fascinante estudio: Esther M. C. Bouma, Marsha L. Reijgwart y
Arie Dijkstra, “Family Member, Best Friend, Child or ‘Just’ a Pet, Owners’
Relationship Perceptions and Consequences for Their Cats”, International
Journal of Environmental Research and Public Health 19, no. 1 (2021): 193.
escala de la relación entre gato-dueño: Tiffani J. Howell et al.,
“Development of the Cat-Owner Relationship Scale (CORS)”, Behavioural
Processes 141, no. 3 (2017): 305-315.
escala de la relación entre perro-dueño: Fleur Dwyer, Pauleen C. Bennett
y Grahame J. Coleman, “Development of the Monash Dog Owner
Relationship Scale (MDORS)”, Anthrozoös 19, no. 3 (2006): 243-256.
teoría del intercambio social: Richard M. Emerson, “Social Exchange
Theory”, Annual Review of Sociology 2 (1976): 335-362.
método de muestreo de experiencias: Mayke Janssens et al., “The Pet-
Effect in Daily Life: An Experience Sampling Study on Emotional
Wellbeing in Pet Owners”, Anthrozoös 33, no. 4 (2020): 579-588.
alto en neuroticismo: Gretchen M. Reevy and Mikel M. Delgado, “The
Relationship Between Neuroticism Facets, Conscientiousness, and Human
Attachment to Pet Cats”, Anthrozoös 33, no. 3 (2020): 387–400,
https://doi.org/10.1080/08927936.2020.1746527.
gatos recurren al contacto físico frecuente: Pim Martens, Marie-José
Enders-Slegers y Jessica K. Walker, “The Emotional Lives of Companion
Animals: Attachment and Subjective Claims by Owners of Cats and Dog s
“, Anthrozoös 29, no. 1 (2016): 73-88.
test de la situación extraña (TSE): El trabajo de Mary Ainsworth puede
explorarse con más detalle en las siguientes Fuentes: Mary D. S. Ainsworth
et al., Strange Situation Procedure (SSP), APA PsycNet (1978),
https://doi.org/10.1037/t28248-000; Mary Ainsworth et al., Patterns of
Attachment: A Psychological Study of the Strange Situation (London:
Psychology Press, 2015).
Algunos estudios indican: József Topál et al., “Attachment Behavior in
Dogs (Canis familiaris): A New Application of Ainsworth’s (1969) Strange
Situation Test”, Journal of Comparative Psychology 112, no. 3 (1998): 219-
229.
No obstante, también se ha observado: Elyssa Payne, Pauleen C. Bennett
y Paul D. McGreevy, “Current Perspectives on Attachment and Bonding in
the Dog-Human Dyad”, Psychology Research and Behavior Management 8
(2015): 71-79.
Dos de ellos concluyeron: Claudia Edwards et al., “Experimental
Evaluation of Attachment Behaviors in Owned Cats”, Journal of Veterinary
Behavior 2, no. 4 (2007): 119-125; Kristyn R. Vitale, Alexandra C. Behnke
y Monique A. R. Udell, “Attachment Bonds Between Domestic Cats and
Humans”, Current Biology 29, no. 18 (2019): R864-865.
los gatos no contemplan a sus dueños: Alice Potter and Daniel S. Mills,
“Domestic Cats (Felis silvestris catus) Do Not Show Signs of Secure
Attachment to Their Owners”, PLoS One 10, no. 9 (2015): e0135109.
Mauro Ines y su equipo: Mauro Ines, Claire Ricci-Bonot y Daniel S.
Mills, “My Cat and Me—a Study of Cat Owner Perceptions of Their Bond
and Relationship”, Animals 11, no. 6 (2021): 1601.
Atribuimos a nuestras mascotas: Martens, Enders-Slegers y Walker, “The
Emotional Lives of Companion Animals.”
más del 70 % afirmaron: Ashley L. Elzerman et al., “Conflict and
Affiliative Behavior Frequency Between Cats in Multi-Cat Households: A
Survey-Based Study”, Journal of Feline Medicine and Surgery 22, no. 8
(2020): 705-717.
parte del sistema de codificación de acción facial (FACS, por sus siglas
en inglés): The system has been updated over the years but its early
development can be found in Paul Ekman andWallace V. Friesen,
“Measuring Facial Movement”, Environmental Psychology and Nonverbal
Behavior 1 (1976): 56-55, https://www.paulekman.com/wp-
content/uploads/2013/07/Measuring-Facial-Movement.pdf.
sistema de codificación de acción facial para perros: Bridget M.Waller et
al., “Paedomorphic Facial Expressions Give Dogs a Selective Advantage”,
PLoS One 8, no. 12 (2013): e82686.
registraron los movimientos faciales de los gatos: Cátia Correia-Caeiro,
Anne M. Burrows, and Bridget M. Waller, “Development and Application
of CatFACS: Are Human Cat Adopters Influenced by Cat Facial
Expressions?” Applied Animal Behaviour Science 189 (2017): 66-78.
Lauren Dawson y su equipo: Lauren Dawson et al., “Humans Can Identify
Cats’ Affective States from Subtle Facial Expressions”, Animal Welfare 28,
no. 4 (2019): 519-531.
investigadoras Moriah Galvan y Jennifer Vonk: Moriah Galvan and
Jennifer Vonk, “Man’s Other Best Friend: Domestic Cats (F. silvestris
catus) and Their Discrimination of Human Emotion Cues”, Animal
Cognition 19, no. 1 (2016): 193-205.
Un estudio posterior de Angelo Quaranta y su equipo: Este estudio
también examina la habilidad de los gatos para contactar visualmente y con
sonidos vocales con otros gatos. Angelo Quaranta et al., “Emotion
Recognition in Cats”, Animals 10, no. 7 (2020): 1107.
Un estudio quiso poner esto a prueba: Kristyn R. Vitale Shreve, Lindsay
R. Mehrkam y Monique A. R. Udell, “Social Interaction, Food, Scent or
Toys? A Formal Assessment of Domestic Pet and Shelter Cat (Felis
silvestris catus) Preferences”, Behavioural Processes 141, no. 3 (2017):
322-328.
Epílogo: EL GATO ADAPTABLE
They Walked Beside Me: Katharine L. Simms, They Walked Beside Me
(London: Hutchison and Co., 1954), 99.
¿Pulgares oponibles, para qué? Después de conocer el ultimo truco de
Smudge para escaparse, los fabricantes de la gatera volvieron a la carga y
prepararon una pieza adicional especial para evitar que la gata la abriera.
Hasta ahora ha cumplido con su cometido, pero estoy segura de que
Smudge planea secretamente volver a escaparse.
Notas

1. Din, don, dozo, el gatito cayó en un pozo.


¿Quién lo tiró? El pequeño Johnny Flynn.
¿Quién lo rescató? El pequeño Tommy Stout.
Qué niño más dañino, que quiso ahogar a un pobre minino,
que nunca hizo ningún daño severo,
sino matar a todos los ratones del granero.
1. Es parecido al sonido que hace una paloma, pero con la r más marcada.
2. T. S. Eliot, poema Modo en que hay que dirigirse a los gatos, 1939.
EL LENGUAJE SECRETO DE LOS GATOS
Cómo nos conquistan con un miau
Sarah Brown
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DE LA EDICIÓN ORIGINAL
Título original: The Hidden Language of Cats
© del texto: Sarah Brown, 2023
© de las ilustraciones: Hettie Brown, 2023
Esta edición ha sido publicada de común acuerdo con Dutton, un sello de Penguin Publishing Group,
una división de Penguin Random House LLC. Todos los derechos reservados, incluido el derecho de
reproducción en todo o en parte.
DE LA EDICIÓN ESPAÑOLA
© Editorial Planeta, S.A., 2023
© traducción: Raquel García Ulldemolins, 2023
© Editorial Planeta, S. A., 2023
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www.planetadelibros.com
www.geoplaneta.com
Primera edición en libro electrónico (epub): octubre del 2023
ISBN: 978-84-08-27997-6 (epub)
Conversión a libro electrónico: Realización Planeta
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