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SINOPSIS
PORTADILLA
DEDICATORIA
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. GATOS SALVAJES
CAPÍTULO 2. CUESTIÓN DE OLFATO
CAPÍTULO 3. AMOR AL PRIMER MIAU
CAPÍTULO 4. COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
CAPÍTULO 5. CONTACTO CON TACTO
CAPÍTULO 6. VEO, VEO
CAPÍTULO 7. LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA
CAPÍTULO 8. EL PLACER DE SU COMPAÑÍA
EPÍLOGO. EL GATO ADAPTABLE
AGRADECIMIENTOS
NOTAS POR CAPÍTULOS
NOTAS
CRÉDITOS
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Índice
PORTADA
SINOPSIS
PORTADILLA
DEDICATORIA
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. GATOS SALVAJES
CAPÍTULO 2. CUESTIÓN DE OLFATO
CAPÍTULO 3. AMOR AL PRIMER MIAU
CAPÍTULO 4. COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
CAPÍTULO 5. CONTACTO CON TACTO
CAPÍTULO 6. VEO, VEO
CAPÍTULO 7. LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA
CAPÍTULO 8. EL PLACER DE SU COMPAÑÍA
EPÍLOGO. EL GATO ADAPTABLE
AGRADECIMIENTOS
NOTAS POR CAPÍTULOS
NOTAS
CRÉDITOS
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Sarah Brown
A los gatos
INTRODUCCIÓN
«No soy un amigo ni un sirviente —respondió el gato—. Soy el gato que va a su aire y deseo entrar
en tu cueva.»
DOMESTICACIÓN
¿Está el gato «doméstico» realmente domesticado? Esta pregunta se ha
formulado un montón de veces, genera debates interminables y también
crispación entre quienes aman y quienes odian a los gatos. Para hallar una
respuesta es necesario tener en cuenta la diferencia entre un animal
amansado y un animal domesticado, y ver dónde encaja el gato moderno.
Amansar describe el proceso por el cual un animal se vuelve dócil y a
menudo amistoso con su adiestrador a lo largo de su vida. Se aplica a un
animal de forma individual, no a una población o especie. Los individuos
salvajes de muchas especies son y han sido amansados por el ser humano
desde hace milenios.
Domesticar, en cambio, es un proceso mucho más largo que implica
cambios genéticos en toda una población a lo largo del tiempo. Durante
miles de años los humanos hemos intentado domesticar animales,
adaptarlos a la vida con nosotros a nuestra manera. Con algunos de ellos —
como los perros— hemos tenido éxito, pero con otras especies ha sido
imposible. A menudo, lo máximo que hemos logrado ha sido amansarlos y
en el caso de muchos animales incluso esto sigue siendo difícil.
Para conseguir domesticarla, es necesario que una especie posea
determinadas cualidades. La primera y más importante es tener el potencial
para dejarse manipular por los humanos; es decir, debe tener la capacidad
de volverse mansa. La regla general para que la mansedumbre se convierta
en domesticación es que los animales deben tener la capacidad de vivir en
grupos sociales o manadas controladas por un líder (y aceptar a los
humanos en este rol). También deben ser flexibles con su dieta, capaces de
comer lo que tengamos para alimentarlos. En concreto, para que la
domesticación funcione los animales deben ser capaces de criar en
cautividad, de nuevo bajo el control humano que selecciona a los individuos
con los rasgos más favorables. En definitiva, una gran exigencia para
muchas especies de animales, por no hablar del gato.
¿Cómo sabemos si una especie está domesticada? En 1868 Charles Darwin
descubrió, fascinado, que los mamíferos domesticados compartían ciertas
características físicas y de comportamiento entre ellos en comparación con
sus ancestros salvajes. Además de volverse más amigables con la gente,
como cabía esperar, había otras particularidades, como cerebros más
pequeños y variaciones en el color del pelaje. Noventa años después, en una
remota base de investigación en Siberia, se inició el que quizá sea el estudio
de domesticación más famoso de la historia. Los científicos rusos Dmitri
Beliáyev, Lyudmila Trut y su equipo recrearon el proceso de domesticación
a partir de una población cautiva de zorros plateados criada por su lujosa
piel. Pese a que los zorros parecían todos muy salvajes, manifestaban
variaciones naturales en su comportamiento con la gente. Beliáyev
seleccionó a los zorros menos reacios al contacto humano y los hizo criar.
Después seleccionó a las crías más mansas y las hizo criar, y así
sucesivamente hasta que, después de solo diez generaciones, consiguió una
pequeña población de zorros dóciles y comunicativos que meneaban la cola
e interactuaban. A medida que se iban criando nuevas generaciones, los
zorros empezaron también a presentar cambios físicos: pelaje moteado,
orejas caídas y una cola más corta y rizada. Lo sorprendente es que estos
rasgos surgieron como un efecto colateral de la selección que buscaba la
mansedumbre.
El síndrome de domesticación, como se lo conoce en la actualidad, hace
referencia a una serie de rasgos tanto físicos como psicológicos que
presentan las especies que han sido domesticadas. La lista se ha ampliado
con los años, a medida que el estudio de zorros de Beliáyev y otros
identificaban rasgos adicionales, como por ejemplo dientes de menor
tamaño, tendencia a adoptar rasgos faciales y comportamientos más
juveniles, reducción de los niveles hormonales de estrés y cambios en el
ciclo reproductivo.
La mayoría de los animales domésticos muestran una selección de estos
cambios, pero rara vez todos. Su expresión varía según la especie. Con tanta
variabilidad, algunos científicos se empiezan a cuestionar si el «síndrome de
domesticación» existe realmente. Incluso los estudios de Beliáyev están
sujetos a un mayor escrutinio ahora que se sabe que los zorros de su granja
procedían de granjas peleteras canadienses y que muchos de ellos quizá ya
habían pasado por un proceso de selección previo que buscaba a los más
dóciles. Aunque el debate sobre la existencia de un síndrome general
perdura, no cabe duda de que la domesticación provoca cambios físicos y
genéticos en muchas especies en comparación con sus ancestros salvajes.
Lo curioso es que este tipo de cambios también se han detectado en
poblaciones contemporáneas de ciertas especies sin domesticar. Cada vez
son más las especies que se adaptan a vivir cerca de los humanos y algunas
de ellas empiezan a exhibir rasgos similares a los de las especies
domesticadas. En el Reino Unido, por ejemplo, el zorro rojo está cada vez
más presente en las zonas urbanas y tiene menos miedo a las personas. Se
ha descubierto que algunos de estos zorros urbanos tienen el hocico más
corto y ancho y la caja encefálica más estrecha en comparación con los
zorros rurales; cambios físicos que en otras especies se asocian a la
domesticación.
Los gatos «domesticados» presentan algunos rasgos físicos que los
distinguen un poco, pero no mucho, de sus ancestros salvajes. Tienen las
patas un poco más cortas, el cerebro algo más pequeño y los intestinos un
poco más largos. Su pelaje varía en cuanto a color y dibujo en comparación
con las marcas atigradas del gato salvaje. Sin embargo, no presentan orejas
caídas ni la cola más corta o más rizada. Que existan tan pocas diferencias
obvias entre ellos y el gato salvaje ha hecho que mucha gente se pregunte
hasta qué punto está domesticado el gato.
¿Hasta qué punto pueden domesticarse los gatos? La capacidad de ser
domesticados la tienen. En general, parecen satisfechos de comer lo que les
damos (salvo los que han perfeccionado el arte de ser caprichosos). Se cree
que tienen el intestino más largo porque se han adaptado a alimentarse de
las sobras humanas. También se han adaptado a vivir en grupo, aunque por
lo general solo cuando lo necesitan o les supone una ventaja. Sin embargo,
la lista termina aquí. Que los gatos consideren a los humanos como sus
«líderes» es algo muy cuestionable; y quizá aquí exista otro vacío aún
mayor en su calificación como verdaderos animales domésticos. Aunque los
gatos son capaces de reproducirse en cautividad, la cría selectiva por parte
de los humanos para producir ejemplares con pedigrí es un fenómeno
bastante reciente, que data de finales del siglo XIX. La popularidad de los
gatos con pedigrí como mascotas ha crecido en los últimos años, pero las
encuestas indican que solo el 4 % de los propietarios de gatos en Estados
Unidos y el 8 % en el Reino Unido adquieren sus gatos a través de un
criador especializado. La mayoría de los gatos domésticos no son lo que se
conoce como «gatos de raza», sino de ascendencia mixta o desconocida.
Algunos de ellos tienen la suerte de vivir una vida de mascota dentro de un
hogar, pero hay millones de gatos en el mundo sin hogar que llevan una
vida muy diferente y a menudo con total independencia de los humanos. En
la actualidad, la mayoría de los gatos que viven como mascotas están
esterilizados, lo que constituye una forma de control reproductivo por parte
del ser humano, si bien es de carácter preventivo en lugar de selectivo. No
obstante, existe un gran número de gatos domésticos sin esterilizar, muchos
de los cuales campan libremente por el exterior y que, junto a los millones
de gatos callejeros, forman una población reproductivamente intacta en
busca de apareamiento. Estos gatos se reproducen de forma aleatoria, sin
control humano de por medio, aunque a menudo lo hacen, literalmente, en
la puerta de casa. Hay quien afirma que esta falta generalizada de control
humano en la reproducción de los gatos significa que el animal no está del
todo domesticado. Como resultado, el gato ha sido descrito como un animal
semidoméstico, domesticado parcialmente o dependiente en su singular
relación con los seres humanos.
SOCIALIZACIÓN Y ASILVESTRAMIENTO
Sea cual sea la etiqueta que decidamos ponerle, el gato «doméstico»
moderno tiene una predisposición genética a ser amigable con los humanos.
Pero solo es una predisposición y no se vuelven amigables con los humanos
por arte de magia desde que nacen. Los gatitos deben tener su primer
contacto con humanos desde muy pequeños —entre las dos y las siete
semanas de edad— para ser tolerantes y amigables con nosotros cuando
sean adultos.
Veamos un ejemplo. Una gata amistosa y socializada, llamémosla Molly,
pasa una mala época. Sus dueños se mudan y la abandonan, y Molly se ve
obligada a vivir en la calle, buscando comida donde pueda. Si no está
esterilizada, puede quedarse preñada por cortesía de un gato vagabundo y
parir una camada de gatitos, que esconderá en un lugar seguro. Es posible
que estos gatitos no vean un ser humano en sus primeros dos meses de vida,
aunque Molly siga siendo amigable con la gente porque, en la medida de
sus posibilidades, esconderá a sus bebés para evitarles cualquier peligro. Si
pasan mucho tiempo sin tener contacto con humanos, los gatitos crecerán
con recelo hacia las personas y las evitarán el resto de su vida. Merodearán
alrededor de las viviendas humanas en busca de comida, pero evitando toda
interacción. Cuando estos sean adultos y tengan crías con otros gatos
callejeros, sus descendientes y las sucesivas generaciones serán cada vez
más recelosas de los humanos. Estos gatos asilvestrados son lo que se
conoce como gatos callejeros. Siguen siendo genéticamente idénticos a los
gatos domésticos y conservan su capacidad para vivir cerca de otros gatos
cuando es necesario. Suelen hacerlo para aprovechar la abundancia local de
comida, como sobras de restaurantes o restos de los cubos de basura. Los
grupos de gatos asilvestrados acostumbran a establecerse en una zona y, si
se les permite reproducirse, su número aumenta rápidamente hasta formar
colonias más numerosas.
Pero no es un proceso unidireccional. Los gatitos de Molly podrían
asilvestrarse mucho en el transcurso de una generación si no se socializan
con personas; pero, como gatos domésticos que son, todavía poseen y
transmiten genéticamente la capacidad de ser amigables con los humanos si
se los socializa. Así, la progenie de estos gatos con potencial callejero
podría, si es presentada a los humanos lo suficientemente pronto,
socializarse de forma adecuada y vivir con personas como gatos de
compañía felizmente adaptados, como hiciera en su día su abuela Molly.
En una colonia como estas fue donde nació Big Ginger. Desconocemos
cuántas generaciones de gatos asilvestrados vivieron en los bajos de los
edificios del colegio cuando lo encontramos a él y a sus compañeros de
colonia, pero está claro que desconfiaba de la gente, igual que casi todos los
demás gatos adultos. Cuatro de las hembras tuvieron gatitos durante su
estancia en el refugio y, a juzgar por el delatador pelaje pelirrojo y carey,
supusimos que Big Ginger era el padre de varios de ellos. Pese a contar con
un papá tan antisocial, los gatitos eran lo suficientemente pequeños como
para conocer a los humanos del refugio y socializarse convenientemente
antes de hallar un hogar.
Algo así no habría sido posible con Big Ginger. Nunca toleraría vivir tan
cerca de los humanos, pero con el tiempo poco a poco fue aceptando mi
presencia diaria en la granja y se sentaba educadamente, aunque siempre
una distancia prudencial, a esperar su cena.
Entre los distintos linajes de félidos parece haber una mezcla de especies
domables e indomables. Hay especies felinas domables repartidas por todo
el mundo, pero se concentran, sobre todo, en lugares donde históricamente
los gatos y otros animales han tenido un significado cultural. Por ejemplo,
el yaguarundí es solo uno de los muchos animales domados desde la época
precolombina por las sociedades amazónicas como «mascotas» cazadoras
de roedores, la mayoría de los cuales fueron criados por humanos desde
cachorros después de matar a sus madres.
Al parecer, uno de los felinos salvajes más fáciles de domar es el bello y
elegante guepardo. Algunos historiadores sugieren que la relación entre el
ser humano y el guepardo comenzó cuando los sumerios lo domaron hace
5000 años. Los antiguos egipcios usaban guepardos para cazar y creían que
ayudaban a transportar las almas de los faraones hasta el más allá. La
relación del guepardo con el ser humano continuó a lo largo de los siglos,
con referencias a ellos como excelentes compañeros de caza de los
príncipes rusos en los siglos XI y XII, y de la realeza armenia del siglo XV.
La moda de utilizar guepardos para cazar se extendió de forma gradual
entre la nobleza europea: los «leopardos de caza», como los llamaban,
cabalgaban a lomos de caballos sentados tras los cazadores. En la India,
Akbar el Grande, emperador mogol de 1556 a 1602, estaba fascinado por
los guepardos y a menudo los adiestraba él mismo.
Sin embargo, estos elegantes felinos de largas patas y lujoso pelaje moteado
nunca fueron domesticados. El porqué lo vislumbraba el hijo y heredero de
Akbar el Grande, Jahangir, en sus memorias, en 1613: «Es un hecho
probado que los guepardos que viven en lugares a los que no están
acostumbrados no se aparean con una hembra, pues mi venerado padre
reunió una vez a 1000 guepardos, deseoso de que se aparearan, y no sucedió
de ninguna manera.»
Jahangir tenía razón: es muy difícil que los guepardos se reproduzcan en
cautividad. Incluso los zoológicos tuvieron problemas para conseguirlo
hasta principios de la década de 1960. Como son demasiado tímidos para
criar cerca de la gente, su domesticación fue imposible. Los guepardos que
han convivido con diversas civilizaciones a lo largo de milenios se domaron
individualmente.
Los antiguos egipcios fueron muy hábiles para domar distintas especies
felinas. Además de guepardos y gatos monteses africanos, hay pruebas de
que también domaron caracales, servales y gatos de la jungla (Felis chaus)
locales. Dado que no existen trazas genéticas de ninguna de estas especies
en los gatos domésticos actuales, esos vínculos debieron de desaparecer al
cabo de poco tiempo. Nadie puede explicar realmente por qué. ¿Acaso estas
otras especies eran como los guepardos, reacias a reproducirse cerca de la
gente? O quizá es que no eran tan amigables.
Como el gato montés africano tuvo tanto éxito, la gente se pregunta por sus
parientes más cercanos y por qué no hay rastro de sus genes en el gato
doméstico actual. El gato montés europeo (Felis silvestris), por ejemplo, es
muy parecido a su primo africano en tamaño y aspecto, y sin duda ambos
son eficientes cazadores de ratones. ¿Por qué no lo domesticamos en su día?
La respuesta se hace evidente en los registros de quienes lo han intentado.
La versión más septentrional del gato montés europeo vive en Escocia. En
1936, la fotógrafa británica de fauna Frances Pitt documentó uno de sus
intentos por domesticar crías de gato montés escocés: «Y entonces llegó
Satanás. No era más que un gurruño de pelo amarillo grisáceo, un gatito tan
pequeño como cabría imaginar; pero nada más verlo, supe que tenía que
llamarse así.» El nombre ya lo dice todo: Satanás era indomable.
A diferencia de Satanás y sus parientes europeos, hay otras especies de
félidos que hoy en día se sabe que son fáciles de domar, aunque apenas
existan registros históricos al respecto. Pese a ser buenas candidatas para
ser amansadas, algunas especies vivían en partes del mundo donde no
coincidieron con las antiguas civilizaciones emergentes. El lince es un
ejemplo clásico: nunca estuvo en un lugar donde la gente lo considerara
útil, aparte de para cazarlo por su piel y como comida.
Y así, pese a contar con tantos otros felinos que podrían competir por
nuestra atención, el gato montés africano fue el que recorrió el mundo y
llegó hasta la puerta de nuestros hogares. Su destreza como cazador, su
tamaño pequeño y lo fácil que era de transportar (por tierra o por mar),
junto con su capacidad para ser dócil, eran características ideales. Igual de
importante fue su ubicación alrededor de comunidades humanas en
crecimiento, donde su presencia se reveló como algo útil. Estuvo en el lugar
adecuado en el momento preciso y además tenía las características idóneas.
LA VUELTA AL MUNDO
Mientras los gatos monteses de Oriente Próximo siguieron a su gente por el
territorio, los de Egipto hallaron otra forma más rápida para propagarse por
el Viejo Mundo: los barcos. Pese a una ley que prohibía su exportación,
muchos gatos huyeron de Egipto como polizones a bordo de barcos que
surcaban las rutas comerciales del Mediterráneo. Eran los viajeros
perfectos: se ganaban el pasaje capturando y devorando una nueva y
persistente plaga, el ratón común. Aparte de algún que otro pescado, no
necesitaban mucha comida ni agua, ya que se hidrataban lo suficiente con
los ratones que comían. Pequeños y sigilosos, enseguida se hicieron amigos
de los marineros. Tras abandonar el entorno protegido del que gozaban en
el antiguo Egipto, los gatos de los barcos continuaron siendo, por lo
general, muy respetados. En todos los sitios donde desembarcaban parecía
existir algún bien preciado que la gente debía proteger de los roedores;
desde capullos de las mariposas de la seda en China hasta manuscritos en
Japón y graneros en Grecia e Italia.
Parece fácil, es como si los gatos hubieran encontrado ofertas de trabajo en
cada país. Pero no todo iba viento en popa, porque encontraron competencia
en muchos de esos países. Al desembarcar, aquellos gatos marítimos dóciles
que venían de Egipto se toparon con otras especies locales que ya se
ocupaban del control de las plagas de roedores. En China, por ejemplo, la
ciencia halló indicios que probaban que ya en el Neolítico hubo gatos
leopardos (Prionailurus bengalensis) conviviendo con humanos. Sin
embargo, no hay trazas del gato leopardo en la composición genética de los
gatos actuales de la región, por lo que el gato montés africano pudo haber
desplazado gradualmente a esta otra especie felina en su relación con los
humanos. Griegos y romanos fueron más difíciles de conquistar porque ya
contaban con excelentes controladores de plagas gracias a varias especies
de mustélidos, como el turón y la comadreja. No obstante, y pese a ser
excelentes en su labor, estas especies acabaron desplazadas por los gatos,
aunque estos últimos parecían ser menos hábiles en la tarea. El motivo no
está claro, pero es posible que los mustélidos fueran más distantes y menos
receptivos con la gente que los gatos.
Y así fue como los gatos se propagaron. Se asociaron con nuevas deidades:
Artemis en Grecia, Diana en Italia y la diosa nórdica Freya. Desde el año
500 a.C. hasta el 1200 d.C. fueron afianzando su presencia por toda Europa.
Siguieron a los romanos para extender su imperio y después se embarcaron
con los vikingos para surcar los mares y conquistar nuevos territorios. Las
mutaciones genéticas se tradujeron en nuevos colores y dibujos en el pelaje
de los gatos: naranja, negro, blanco y después un nuevo tipo de atigrado
emborronado, diferente al de su antepasado atigrado rayado.
Es difícil saber hasta qué punto estaban domesticados los gatos en el primer
milenio de nuestra era. La veneración de la que eran objeto en Egipto debió
de ser difícil de replicar en sus nuevas ubicaciones. Lo cierto es que en
Europa prosiguió la relación de utilidad que mantenían con los humanos y
los gatos continuaron ejerciendo como cazadores de ratones. En este
sentido, adquirieron valor, aunque más monetario que sentimental. Hywel el
Bueno, rey de Gales del Sur, hizo mucho por proteger la suerte de los gatos
galeses al promulgar una ley en el año 936 d.C. que incluía una tarifa para
estos felinos. Los gatitos recién nacidos que aún no habían abierto los ojos
costaban un penique. A partir de ahí costaban dos peniques hasta que eran
capaces de cazar ratones, momento en el cual pasaban a costar cuatro
peniques. En aquella época este precio por gato adulto equivalía al de una
oveja o una cabra, lo cual elevó de forma considerable el perfil del humilde
gato.
Sin embargo, no todo era de color de rosa para los gatos de entonces.
Además de ser cazadores, la creciente afición de la gente a vestir pieles hizo
que muchos gatos fueran despellejados por su pelaje. Está demostrado que
para ello se escogían los más jóvenes, ya que su pelaje era más suave y
todavía estaba libre de daños o enfermedades. Mientras tanto, las cosas en
Europa estaban cambiando. El cristianismo se extendía y con él crecía la
intolerancia hacia los cultos «paganos». De repente, estar vinculados a
deidades como Diana dejó de ser una ventaja para los gatos. Empezaron a
correr rumores y los gatos, sobre todo los negros, terminaron asociados con
los espíritus malignos; y, finalmente, con el mismísimo diablo. A muchas
mujeres se las acusó de brujería y a sus gatos se los tachó de cómplices o
«familiares» malignos. En medio de toda esa histeria galopante, en 1233, el
papa Gregorio IX anunció un decreto papal para exterminar a los gatos.
Desde el siglo XIII hasta el siglo XVII los gatos fueron masacrados por toda
Europa. Las mujeres acusadas de brujería fueron perseguidas sin piedad,
torturadas y quemadas en la hoguera junto a sus gatos, cuyo torturado
destino incluía ser asados vivos, arrojados al vacío desde torres o quemados
vivos en cestas de mimbre.
En España los gatos también se criaban por su carne, como ilustra uno de
los libros de recetas españoles más antiguos, el Libro de guisados, escrito
en 1529 por el cocinero Ruperto de Nola. En una larga lista de platos, entre
los que figuran nombres tan curiosos como «potaje de manitas de oveja»,
«manjar de ángeles» y «emborrazar pavos y capones», se encuentra la
receta n.o 123: «gato asado como se ha de guisar».
En esta época, a finales del siglo XV y principios del XVI, algunos gatos
tuvieron la suerte de escapar a bordo de los navíos de Colón rumbo al
Nuevo Mundo. Más adelante, entre 1620 y 1640, más navíos zarparon
desde Inglaterra con los «padres peregrinos» hacia la orilla del Nuevo
Mundo. Pese a empezar de nuevo, las cazas de brujas también se llevaron
por delante a muchos gatos en las nuevas poblaciones del continente
americano. Aun así, los gatos se propagaron y llegaron hasta Australia
oriental con los colonos europeos en el siglo XIX.
De vuelta a Inglaterra, por si quemarlos en la hoguera, arrojarlos desde
torres y quemarlos en cestas de mimbre fuera poco, se culpó a los gatos (y a
los perros) de propagar la peste de Londres de 1665. Miles de ellos fueron
masacrados; y solo más tarde se descubrió que las portadoras de las pulgas
que transmitían la peste eran las ratas. Quizá habría ido bien tener más
gatos.
Los gatos perseveraron. El Renacimiento, si bien no fue un período de
renacimiento para los gatos, trajo consigo señales ocasionales de cambio en
medio de los juicios por brujería. Crueldad por un lado y algo de bondad
por el otro, cosa que queda plasmada en una cancioncilla infantil inglesa del
siglo XVI:
Ding dong bell, kitty’s in the well
Who put her in? Little Johnny Flynn
Who pulled her out? Little Tommy Stout
What a naughty boy was that, try to
drown poor kitty-cat,
Who ne’er did any harm
But killed all the mice in the Farmer’s barn!1
A finales del siglo XIX y principios del XX la actitud hacia los gatos fue
mejorando poco a poco. Los artistas empezaron a incluirlos en sus pinturas
y autores amantes de estos felinos, como Christopher Smart y Samuel
Johnson, loaban sus virtudes en sus libros y poemas. Los gatos volvían a
estar de moda y el renovado interés por ellos dio lugar al inicio de la cría de
gatos o «moda felina», que consiste en la selección deliberada de parejas de
gatos para que se apareen con el fin de criar gatitos de un aspecto concreto.
Pese a su popularidad, como ya se ha dicho, los gatos con pedigrí todavía
son una minoría, superados ampliamente por los gatos domésticos criados
al azar, mucho más abundantes, que habitan hogares, calles, ciudades,
granjas y campos de todo el mundo.
«Una persona tiene que trabajar mucho para que una parte de su personalidad perviva. Un gato
callejero lo tiene muy fácil, solo tiene que marcar territorio y su presencia pervivirá durante años en
los días de lluvia.»
ALBERT EINSTEIN
Sheba, la gata del refugio que yo cuidaba, terminó de asear al sexto y
último gatito que había parido esa mañana. Cuando se tumbó, exhausta,
contemplé con angustia como los seis gatitos hambrientos, diminutos y aún
ciegos, empezaban a husmear y hurgar en el pelaje de la madre. ¿Cómo
iban a encontrar alimento? No tenía que haberme preocupado, a los cinco
minutos ya estaban todos alineados mamando y ronroneando de
satisfacción. A mi modo de ver, el milagro de la vida quedaba eclipsado por
el segundo milagro de la mañana: ¿cómo se las apañaban así ellos solitos?
Si bien al nacer los gatitos aún tienen los ojos cerrados y su capacidad
auditiva se encuentra en una fase de desarrollo rudimentaria, su sentido del
tacto y del olfato funcionan a pleno rendimiento. Son los sentidos que usan
para abrirse camino hacia el suave vientre de su madre, y se adhieren al
primer pezón que encuentran. Al cabo de pocas horas empiezan a ser más
perceptivos y muestran preferencia por las mamas de la parte posterior del
cuerpo de la madre. Por qué prefieren esas mamas sigue siendo un misterio,
ya que los estudios confirman que las mamas traseras proporcionan el
mismo sustento nutricional que las delanteras. Sin embargo, se genera una
competición por las mamas traseras que conlleva una buena dosis de
empujones entre los gatitos. Al cabo de unos días se establece un orden por
el que se reparten la «propiedad» de las mamas, y cada gatito tiene uno o a
veces dos pezones concretos de los que mamar. Pese a que en esta fase no
son capaces de ver, se guían por el olfato para regresar a su pezón favorito,
con independencia de la postura que adopte la madre o de si sus
compañeros de camada están en medio y hay que trepar por encima de
ellos. Este patrón de comportamiento a la hora de mamar es muy distinto al
de los perros. Los cachorros no muestran una tendencia a pegarse a un
pezón concreto al mamar y a menudo cambian de un pezón a otro mientras
maman.
Un gatito puede amamantarse de una gata que no sea su madre si esta
produce leche, algo que resulta muy práctico cuando las gatas juntan sus
camadas en colonias y otras ocasiones de cría en grupo. No obstante,
cuando los científicos han seleccionado gatitos con una preferencia marcada
por un pezón concreto de la madre y lo han puesto a amamantarse de otra
gata, estos no buscan de forma instintiva el mismo pezón en la otra gata.
Parece ser que reconocen señales olfativas específicas que los conducen al
pezón que buscan en su madre, en lugar de identificar su posición. Es
posible que una feromona materna favorezca la orientación inicial del gatito
hacia la mama y después se produzca un aprendizaje gradual por el cual el
animalito se familiariza con el olor distintivo de su mama favorita. Hay
muchos olores en una cuna de gatitos; no solo la leche materna, también la
saliva o las secreciones de las glándulas de la piel de la madre y los demás
gatitos. A medida que las crías se abren paso entre el pelaje de la madre y se
aferran al pezón elegido, dejan lo que para ellos es un rastro salival y
lechoso individual muy distintivo que les permite regresar cada vez a la
misma mama.
El olfato sigue siendo una parte muy importante de la vida de los gatos en la
edad adulta. Investigan casi todo lo que encuentran, ya sea alimento, otro
gato, una persona, o cualquier objeto, olfateándolo.
Cuando dos gatos se encuentran de forma amistosa se olfatean cara a cara
(y muestran uno de los comportamientos felinos que más me gustan, el
«choque» de narices) o investigan el cuerpo o el trasero del otro para
obtener información olfativa. Un estudio con gatos en libertad detectó 22
comportamientos sociales distintos, de los cuales el olfateo representaba el
30 % del total. En lugar de los métodos auditivos o visuales preferidos por
los humanos, los gatos, como la mayoría de los carnívoros, dependen en
gran medida de las señales olfativas para comunicarse y las usan para
marcar su territorio y anunciar su estatus sexual a posibles parejas. Las
marcas olfativas transmiten información relativamente duradera sobre quien
las deja sin la necesidad de un encuentro cara a cara y son un legado de su
antepasado solitario, el gato montés. Además de depositar secreciones de
unas glándulas específicas de su cuerpo, algunos gatos usan su orín y sus
heces como señales para que otros gatos las interpreten y a menudo eligen
lugares donde depositarlas que maximicen la durabilidad de la señal y su
potencial para ser descubierta.
Á
LOS OLORES MÁS APESTOSOS
Estaba sentada en el borde del sofá, con el cuaderno de notas sobre las
rodillas, escuchando a la señora Jones: «Lo hace para fastidiarnos —se
quejaba—. Ayer lo pillé haciéndolo en mis preciosas botas nuevas, justo
delante de la puerta principal.» Miré el gato que estaba sentado en el sofá,
observando atentamente por la ventana. Cecil era culpable del delito más
habitual con el que me topo en mis visitas como asesora de comportamiento
gatuno: marcar con orina. Le pregunté a la señora Jones por qué creía que el
gato quería fastidiarla. «Porque nos marchamos una semana y ahora nos
castiga.» Tras profundizar un poco más descubrí que, durante la ausencia de
sus amos, Cecil había quedado al cuidado de una amable vecina que lo
visitaba una vez al día para darle de comer. La señora Jones añadió: «Ella
[la vecina] me contó que se encontraba los cuencos de comida tirados por
todas partes, que estaba todo hecho un desastre cuando llegaba. Así que
Cecil ya estaba molesto con nosotros entonces.» Se me ocurrió que quizá
alguien más había estado entrando y saliendo de la casa durante la ausencia
de los Jones. «¿Alguna vez ha visto a otros gatos rondando la casa?», le
pregunté. «Está ese gato callejero blanco y negro cabezón que siempre
merodea cerca de la gatera», contestó la señora Jones. Ahí estaba la
explicación. Sin la protección humana de los Jones, un gato oportunista del
barrio (un macho sin esterilizar) había invadido el pequeño pero preciado
territorio de Cecil. El pobre Cecil, ante la amenaza de aquel intruso, sintió
la necesidad de marcar el interior de la casa como su propio territorio para
intentar ahuyentar al gato merodeador.
Uno de los métodos más eficaces que usan los gatos para difundir sus
mensajes olfativos sociales es la orina (y podríamos llamarlos
«meansajes»). Esto está muy bien —aunque huela un poco mal— al aire
libre, donde el viento se lleva el olor para que todos lo disfruten. Sin
embargo, cuando ocurre dentro de casa se convierte en un gran motivo de
discordia entre el gato y sus dueños. El gesto de orinar para marcar es muy
distintivo: el gato se alza sobre una superficie vertical, levanta la cola y la
mantiene erguida y temblorosa mientras dirige un chorro de orina sobre el
objetivo a marcar. Este gesto propicia la dispersión máxima de la orina
sobre la superficie en cuestión, a una altura apta para otras narices felinas,
seguida de una mayor dispersión del depósito líquido a medida que este
gotea y se desliza hacia abajo. Marcar con orina es muy diferente a orinar
agachado, que es una postura que el gato adopta para hacer sus necesidades.
Además, al terminar de orinar, el gato suele cubrir de arena su orina,
mientras que el marcado urinario es un gesto deliberado, pensado para dejar
una señal olfativa para que la huela otro animal. Se trata de un
comportamiento comúnmente asociado a los gatos callejeros sin esterilizar,
que suelen preocuparse más por advertir su presencia, pese a que los gatos y
gatas esterilizados a veces también pueden marcar su territorio así.
Los gatos domésticos que suelen salir al aire libre acostumbran a marcar su
territorio con orina en superficies verticales como postes, árboles o esquinas
de edificios para informar de su presencia a otros gatos. Para los gatos que
viven en grupo, marcar con orina sigue siendo un importante método de
comunicación, aunque dispongan también de otros métodos visuales de
mayor alcance. En las colonias de gatos no esterilizados, como en las
granjas, la tendencia al marcado urinario suele aumentar tanto en machos
como en hembras cuando estas últimas están en celo (el período en el que
son sexualmente receptivas). Sin embargo, el marcado urinario no es
exclusivo de las situaciones de cortejo o apareamiento, ya que los machos
sin esterilizar a menudo marcan territorio cuando llevan a cabo sus
actividades cotidianas, al patrullar sus zonas habituales o al cazar.
Por desgracia para sus amos, algunos gatos domésticos, sobre todo si son
machos, se sienten obligados a marcar territorio dentro de casa, como hacen
los gatos que viven al aire libre. Esto suele ocurrir en situaciones de
competitividad o estrés, como, por ejemplo, cuando varios gatos viven
juntos, pero no son del todo compatibles, o cuando otros gatos del exterior
invaden el hogar, como le ocurrió a Cecil. Las reformas en casa, la
redecoración o un mueble nuevo también pueden provocar un brote de
marcado ansioso en el gato que vive en casa. A los gatos no les gustan los
cambios, sobre todo en lo que respecta a los olores, y el marcado urinario
suele ser un buen indicador de que algo les preocupa. Al igual que un gato
callejero, un gato doméstico elige rincones verticales llamativos y orina en
ellos repetidas veces. Puertas de armarios, marcos de las puertas, maceteros
con plantas y cortinas son para ellos superficies perfectas. Otro de sus
objetivos son los aparatos eléctricos que se calientan cuando están en
funcionamiento, como ordenadores, lavavajillas o —uno de sus favoritos—
tostadoras. El calor amplifica y dispersa aún más el olor del orín, para
horror del desprevenido dueño que enciende el ordenador o mete el pan en
la tostadora para desayunar. Los objetos con olores nuevos que los dueños
han introducido en casa también pueden convertirse en un objetivo, por eso
las botas nuevas de la señora Jones molestaban tanto a Cecil.
Si bien es lo último que querríamos oler, las heces de los gatos son
extremadamente interesantes para estos animales. La mayoría de los gatos
suelen defecar en tierra suelta (o en su cajón de arena) siempre que pueden
y luego escarban en la tierra para cubrir el excremento. No obstante, los
gatos machos sin esterilizar, y en particular los que viven en colonias de
territorios rurales extensos, suelen dejar algunas de sus heces expuestas para
marcar territorio, como señales olfativas para otros gatos. Como sucede con
la orina, los gatos obtienen mucha información de sus congéneres a partir
de sus excrementos. Ante tres muestras fecales (una propia, una de un
sujeto conocido y una de un desconocido), los gatos dedicaron más tiempo
a olfatear la del gato desconocido, porque les resultaba mucho más
interesante. Este interés, sin embargo, disminuía con el tiempo: cuantas más
veces se les presentaban heces desconocidas, menos interesantes resultaban.
Un examen más detallado de las heces de gato (sí, hay gente que se dedica a
esto) revela que el aminoácido exclusivo de los gatos, la felinina, vuelve a
aparecer. Aunque antes se creía que solo estaba presente en la orina, ahora
se sabe que llega a las heces a través de la bilis del hígado. A diferencia de
lo que sucede con la orina, la felinina está presente en cantidades iguales en
las heces de machos y hembras. No obstante, al compararlas, se encuentra
que las heces de los machos presentan una mayor concentración del
compuesto 3-mercapto-3-metil-1-butanol (MMB). Curiosamente, este
compuesto deriva de la felinina. Al parecer, una parte de la felinina se
descompone en el intestino grueso para convertirse en molécula MMB y se
excreta con las heces junto a la felinina normal. Por lo visto, los machos
descomponen más felinina en MMB que las hembras, lo cual da lugar a una
elevada MMB fecal en sus heces, pero el nivel de felinina fecal real es el
mismo en ambos sexos. El nivel de MMB en las heces también cambia con
el tiempo. De este modo, a los gatos que olfatean heces la MMB no solo les
puede permitir saber cuánto tiempo hace que el excremento fue depositado,
sino también si pertenece a un macho o a una hembra. Las heces también
contienen una mezcla de ácidos grasos que pueden ser más específicas de
cada individuo, lo cual permite al gato olfateador saber de qué sujeto
proceden.
ARAÑAR SUPERFICIES
Si hay algo que disguste tanto a los dueños de los gatos como el marcar
territorio con pis, es arañar. Un estudio reveló que el 52 % de los gatos
domésticos arañan objetos que sus dueños consideran «inapropiados»
dentro de casa. Sin embargo, arañar es una conducta totalmente normal y
necesaria para los gatos, puesto que cumple con una función práctica y es
una sutil forma de comunicarse.
Las garras de los gatos crecen de forma constante y, a medida que lo hacen,
las capas muertas deben desprenderse. Los gatos arañan o se «afilan» las
uñas en los muebles de casa para eliminar esas capas sobrantes. No
obstante, el acto de arañar es más que una simple «manicura». Al arañar, el
gato también se comunica, y lo hace de dos maneras diferentes. Las marcas
que deja forman una señal visual que ven los demás gatos (y dentro de casa,
las personas). El otro mensaje es más sutil. Los gatos tienen entre los dedos
unas glándulas que, al arañar, impregnan la superficie con un olor. Al
analizarlo, los científicos han identificado en él un tipo de feromona que
comprende una mezcla de ácidos grasos y que han descrito como
semioquímico interdigital felino.
Tanto los gatos callejeros como los domésticos que salen al exterior buscan
lugares concretos para arañar que suelen encontrarse a lo largo de sus rutas
habituales dentro de su territorio. Verjas de madera y otras superficies
verticales fáciles de arañar, como los troncos de los árboles, son los más
comunes; y los árboles con corteza más suave suelen estar más solicitados
que los de corteza dura. En el interior del hogar los gatos domésticos
también buscan características particulares al seleccionar superficies que
arañar y prefieren sustratos, a menudo tejidos, que son fáciles de rasgar con
sus garras. Acostumbran a arañar cuando se levantan después de dormir y
les gusta estirarse mientras tanto. Es por esta razón que prefieren hacerlo
sobre objetos verticales y recios que no puedan tambalearse. Un objetivo
habitual es, como bien saben muchos dueños de gatos, el sofá del salón o
una silla tapizada. Hay gatos que prefieren arañar superficies horizontales y
optan por alfombras o felpudos.
PLANTAS AROMÁTICAS
El gato es probablemente uno de los carnívoros más estrictos del planeta,
hasta el punto de que se lo clasifica como hipercarnívoro. Su vida gira en
torno a la carne. Y sin embargo siente una curiosa predilección por
determinadas plantas. No las come como parte de su dieta, sino como
capricho ocasional.
Hay un libro muy antiguo, publicado en 1768, escrito por el botánico Philip
Miller, titulado The Gardener’s Dictionary. Es un compendio exhaustivo de
todo lo relacionado con la botánica y el jardín e incluye un breve pasaje
sobre la planta Nepeta cataria: «Se llama menta de gato porque a los gatos
les gusta muchísimo, sobre todo cuando se marchita, porque entonces se
revuelcan sobre la planta y la hacen trizas masticándola con gran placer».
Esta es una de las primeras descripciones escritas de los efectos que tiene
esta planta sobre el gato doméstico. La Nepeta cataria o menta de gato es
una hierba perenne que produce pequeñas flores blancas y que hoy es más
conocida como hierba gatera para distinguirla de otras variedades que no
atraen a los gatos de la misma manera.
La breve descripción de Miller alude a una reacción mucho más amplia que
la que la simple inhalación de la hierba gatera provoca en muchos gatos. Si
bien responden con la reacción de Flehmen al oler la hierba gatera, los
estudios han revelado que este olor particular se procesa a través del
sistema olfativo nasal normal del gato y no por el órgano vomeronasal. Tras
oler la planta, el gato suele frotarse la cara con ella y a menudo la lame o
chupa, y babea durante el proceso, revolcándose extasiado y jugueteando.
Por lo general, un gato doméstico disfruta mucho con un juguete blandito
relleno de hierba gatera seca. Este juguete es un clásico de toda la vida en la
industria de los accesorios para gatos y la hierba gatera está presente en
muchos artículos pensados para que los gatos jueguen con ellos. La
aparente reacción eufórica ante la hierba gatera suele durar entre unos 10 y
15 minutos y después desaparece, seguida de un período de una hora en el
que la planta ya no produce el mismo efecto. Pero esta falta de interés es
solo temporal, ya que, como bien saben los dueños de los gatos amantes de
la hierba gatera, el mismo juguete volverá a ser igual de divertido la
próxima vez que lo recuperemos de debajo del sofá.
Inevitablemente, esta conducta gatuna tan sorprendente atrajo la atención de
la ciencia, que quería averiguar qué es lo que ocurría con esta planta tan
curiosa. En 1967, el genetista Neil Todd descubrió que la reacción a la
hierba gatera se hereda a través de un gen dominante, y solo dos tercios de
los gatos reaccionan a esta planta. Los gatitos pequeños, pese a contar con
el gen en cuestión, no reaccionan a la planta al menos hasta los tres meses
de vida, y a menudo hasta los seis. El ingrediente secreto de la hierba gatera
resulta ser un compuesto llamado nepetalactona, y la reacción que provoca
está muy extendida en toda la familia de los félidos: muchos de los felinos
más grandes, como tigres, ocelotes y leones muestran comportamientos
similares al olerla. Sin embargo, sigue siendo un enigma por qué la
nepetalactona produce esta reacción en los gatos y sus parientes.
Y no se trata solo de la hierba gatera: se han descubierto más plantas que
poseen un atractivo especial para los gatos. Algunas de ellas son la
madreselva, la valeriana y el matatabi. Tras analizar el matatabi, los
científicos descubrieron que el componente de esta planta al que reaccionan
los gatos es el nepetalactol, similar a la nepetalactona de la hierba gatera.
«Los gatos parecen regirse por el principio de que nunca está de más pedir lo que uno quiere.»
Aelio Comida
Lae Leche
Parriere Abierto
Aliloo Agua
Bl Carne
Ptlee-bl Carne de ratón
Bleeme-bl Carne cocinada
Pad Pie
Leo Cabeza
Pro Uña o garra
Tut Extremidad
Papoo Cuerpo
Oolie Pelaje
Mi-ouw Ten cuidado
Purrieu Satisfacción
Yow Exterminio
Mieouw Aquí
Y Grimaldi añade: «En el lenguaje felino la norma es colocar el nombre o
el verbo en el primer lugar de la frase, para así preparar la mente del oyente
para lo que viene a continuación». Por si esto no fuera suficiente, también
creía que los gatos eran capaces de contar y elaboró una exhaustiva lista que
incluye aim para el número uno y zule para los millones.
Las «traducciones» de Grimaldi suscitaron, como es lógico, reacciones
dispares. Muchos autores las tildaron de disparatadas. Sin embargo, entre
sus extravagantes propuestas había algunas ideas realmente interesantes. Su
descripción de un gato enfurecido, por ejemplo, resultará familiar a mucha
gente:
«La palabra yew [...], pronunciada como un explosivo, es la expresión de
odio más fuerte del gato y una declaración de guerra.»
En 1944, Mildred Moelk revolucionó el mundo del lenguaje gatuno con su
detallado estudio sobre la fonética de los sonidos de sus propios gatos. Su
enfoque dividía los sonidos vocálicos de los gatos domésticos en tres
categorías principales según su pronunciación. En primer lugar, los que el
gato hacía con la boca cerrada, como el ronroneo, el gorjeo, el chirrido y el
murmullo. En segundo lugar, los que hacía abriendo y cerrando la boca: el
maullido, la llamada de apareamiento de los machos y de las hembras y el
aullido agresivo. En último lugar, los sonidos que el gato hace con la boca
abierta, que suelen estar asociados con la agresividad, la defensa o el
sufrimiento: gruñidos, aullidos, bufidos, escupidos, intenso cortejo de
apareamiento y gritos de dolor.
La dificultad de esta clasificación vocal radica en la enorme variación en la
producción de los sonidos, tanto entre varios gatos como en un único
individuo. Como dijo Moelk con mucha elegancia: «El gato doméstico, a
diferencia del ser humano, no tiene impuesto ningún modelo de lenguaje
tradicional ni ninguna norma de pronunciación correcta a la cual ajustarse».
Desde entonces, su trabajo ha servido de base para el análisis de las
vocalizaciones felinas. Algunos investigadores han intentado clasificarlas a
partir de criterios fonéticos, como Moelk, mientras que otros han estudiado
sus cualidades acústicas o se han centrado en el contexto conductual.
Aunque los gatos poseen una amplia gama de vocalizaciones, en las
interacciones entre ellos las reservan para tres tipos de ocasiones: encontrar
pareja, pelear y la comunicación entre madres y crías. Las dos primeras
tienen sonidos muy fuertes que solemos escuchar por las noches: alaridos,
gritos, chillidos espeluznantes... El tipo de sonidos que hacen que una salga
corriendo a ver qué sucede o se tape los oídos para no oírlos. En cambio, los
sonidos suaves que intercambian una madre y sus gatitos conectan mucho
mejor con los humanos: algo que los gatos parecen haber resuelto por sí
mismos en su afán por hacer que los entendamos. En su búsqueda para
comunicarse con los humanos, parece que los gatos han descubierto
ingeniosamente que son los sonidos suaves, como los que se usan entre una
madre gata y sus gatitos, los que más nos atraen.
Una versión más sencilla, más fonética, es la propuesta por Susanne Schötz
y su equipo del proyecto «Meowsic» de la Universidad de Lund, en Suecia:
«[...] un sonido vocálico generalmente producido abriendo y cerrando la
boca y que contiene una combinación de dos o más sonidos vocálicos (por
ejemplo [eo] o [iau] con una [m] o una [w] inicial ocasional.»
La definición del Urban Dictionary es mucho más escueta y directa: «Un
maullido es el sonido que hace un gato. También es el sonido que hace un
humano cuando imita a un gato.»
Al oído humano, los maullidos pueden sonar amistosos, exigentes, tristes,
asertivos, persuasivos, persistentes, lastimeros, quejosos, adorables e
incluso molestos. Algunos científicos han intentado clasificarlos en
diferentes subdivisiones, pero dicha clasificación es complicada porque,
como sucede con otros sonidos gatunos, el maullido varía de forma
sustancial de un gato a otro; e incluso varía en un mismo gato según el
momento. A pesar de esta variabilidad, parece que cada idioma tiene una
palabra para «maullido», desde el danés mjav hasta el japonés nya.
Se diga como se diga, el sonido de un gato maullando es inconfundible. ¿O
no lo es? A menos que sea el llanto de un bebé. Ambos sonidos se generan
por la vibración de las cuerdas vocales en la laringe y la acústica de ambos
es muy similar, sobre todo en lo que se conoce como frecuencia
fundamental, es decir, el número de ondas sonoras que se producen por
segundo. Para quien escucha, esta frecuencia se percibe como el tono del
sonido: cuanto más alta es la frecuencia, más alto es el tono. Diversos
estudios han demostrado que el llanto de recién nacidos y bebés sanos tiene
una frecuencia media de entre 400 y 600 Hz y se describe con un patrón
descendente o ascendente-descendente mientras dura el llanto. Nicastro
descubrió que el maullido de un gato adulto, aunque muy variable, tiene
una frecuencia media de 609 Hz. Otros investigadores, como Schötz, han
hallado valores similares.
Con un tono tan parecido, tanto el maullido del gato como el llanto de un
bebé resultan muy difíciles de ignorar. Está demostrado que el llanto de los
bebés, muy estudiado, provoca un estado de alerta y angustia en los adultos.
De hecho, Joanna Dudek y su equipo de la Universidad de Toronto
demostraron que escuchar el llanto de un bebé afecta a nuestra capacidad
para realizar otras tareas. Nadie ha estudiado si el maullido de un gato tiene
el mismo efecto, pero, dada la similitud acústica con el llanto de un bebé y
la creatividad de los gatos, se puede asumir que distraen bastante.
¿Por eso es tan difícil ignorar a los gatos? ¿Han manipulado nuestro cerebro
para que respondamos a una necesidad urgente de atención como la de un
bebé? Es posible que sí, aunque probablemente no de forma intencionada.
Por medio de la domesticación, y de forma involuntaria, hemos
seleccionado a los gatos con el maullido más persuasivo y, como es lógico,
este maullido tiende a parecerse al llanto de los bebés. El estudio de
Nicastro demostró que, comparado con el gato salvaje africano (antepasado
del gato doméstico), el maullido del gato doméstico resulta mucho más
dulce a oídos humanos. Esto puede tener relación con la diferencia de tono
de los maullidos: el del gato salvaje tiene una media de 255 Hz, mientras
que el del gato doméstico alcanza los 609 Hz, mucho más alto. Otro estudio
que analizó la acústica de los maullidos del gato callejero y el gato
doméstico descubrió que los tonos del maullido del gato callejero también
eran mucho más bajos que los del gato doméstico. Los del gato callejero se
parecían más a los del gato salvaje del estudio de Nicastro. Esto indica que
la socialización y la experiencia con humanos modifican de alguna manera
el maullido del gato doméstico.
Resulta curioso que, si bien los gatos callejeros rara vez maúllan cuando por
primera vez los cuida una persona, transcurridas unas semanas en compañía
de esa persona terminan maullando casi tanto como un gato doméstico.
Incluso algunos de los gatos asilvestrados que estudié en la granja, que solo
se me acercaban unos instantes cuando les servía la comida antes de
marcharme cada día, aprendieron a maullar un poco a medida que iba
pasando el tiempo. Los gatos aprenden rápido.
Lo que parece ser una adaptación muy deliberada de sonidos normales para
manipular a otra especie se ha descubierto en una especie de felino salvaje,
el margay (Leopardus wiedii). Así lo reveló un estudio científico realizado
por Fabiano de Oliveira Calleia y su equipo en la región brasileña de la
selva amazónica. En busca de la máxima información posible sobre las
diversas especies de felinos salvajes de la zona, los científicos entrevistaron
a lugareños que vivían en la jungla. A partir de esas entrevistas surgieron
informes sobre casos en los que el puma (Puma concolor), el jaguar
(Panthera onca) y el ocelote (Leopardus pardalis) imitaban los sonidos de
sus presas (como agutíes y aves) en un intento por atraerlas.
Un día, el equipo estudiaba a un grupo de tamarinos calvos, unos primates
pequeños que habían rastreado, cuando vieron cómo un margay atraía la
atención del tamarino vigilante, el «centinela» del grupo, imitando la
llamada de una cría de tamarino. El centinela, confundido, subía y bajaba
del árbol en busca de la cría y alertó al resto del grupo. Esta estratagema del
margay, si bien no tuvo éxito el día en el que Calleia y su equipo la
detectaron, permite a este felino atraer a su presa hasta una posición más
favorable para atacarla al hacerse pasar por uno de ellos. Los investigadores
señalan que todas las presas mencionadas por los lugareños en las
entrevistas emiten sonidos cuyas características podrían ser reproducidas
por los felinos. Imitar el sonido de la cría de la presa es especialmente
ingenioso, ya que, como sucede en los humanos, garantiza una reacción.
Por lo general, las especies de animales salvajes suelen ser bastante
silenciosas, en parte como una respuesta innata al miedo que resulta
esencial para su supervivencia. Aunque algunos sonidos son necesarios para
atraer a la pareja, ahuyentar a los enemigos o dar la alarma, para muchos de
ellos la comunicación a través del olor es una apuesta mucho más segura
para evitar ser detectados por los depredadores. Asimismo, para
depredadores como el gato salvaje africano, antepasado del gato doméstico,
una aproximación silenciosa tiene más probabilidades de resultar en una
caza exitosa y, por ende, en alimento. «Charlar» es, en realidad, un lujo del
que solo gozan especies como la nuestra, que no tiene que preocuparse por
ser cazada y devorada o por cazar para alimentarse.
El proceso de domesticación juega a favor de los animales que menos
miedo tienen de las personas, los que mejor responden a estar cerca de
nosotros. Esta relajación del miedo viene acompañada de una menor
tendencia al silencio, por lo que emitir sonidos en situaciones nuevas y
diferentes se convierte en una opción. Como dijo Darwin, «sabemos que
algunos animales, tras ser domesticados, han adquirido el hábito de emitir
sonidos que no les eran propios». Los perros son un buen ejemplo. Su
especie salvaje ancestral, el lobo, ladra cuando es un cachorro, pero rara vez
lo hace de adulto, cuando el ladrido representa solo un 2 % de los sonidos
que emite. A los lobos jóvenes se les disuade de ladrar cuando crecen para
no atraer la atención, pues podría ser peligroso, y para no ahuyentar a sus
presas. Sin embargo, y como bien sabrá cualquier persona que viva en una
zona residencial, muchos perros domésticos adultos ladran un montón. Si
un lobo ladra, cosa que sucede muy pocas veces, lo hace solo por dos
razones: para defender su territorio o para alertar a la manada. Los perros,
en cambio, no solo son más «ladradores» en general, también usan sus
ladridos en muchas circunstancias diferentes.
HENRY BEARD
Cuando escuchamos a los gatos, ¿podemos saber qué quieren decirnos con
esos maullidos que con tanta habilidad nos dirigen? Muchas personas creen
entender por qué maúllan. No obstante, bajo la lupa de la ciencia, parece
que quizá nos basamos en algo más que en sus maullidos para hacernos una
idea general de lo que quieren. En un experimento pionero, Nicholas
Nicastro grabó maullidos de gatos en cinco situaciones distintas: pidiendo
comida, protestando al ser cepillados, solicitando atención, pidiendo que los
dejaran salir y estresados al viajar en coche. Los reprodujo ante personas y
descubrió que, aunque se defendieron mejor en la identificación en
contextos con maullidos, resultaba bastante difícil identificar el contexto del
maullido que escuchaban. A la misma conclusión también llegaron estudios
similares posteriores.
Esto sugiere que los maullidos de los gatos simplemente captan la atención
de las personas y transmiten la necesidad o el deseo de algo en lugar de
transmitir información detallada sobre lo que quieren. En palabras de
Nicastro, los gatos pueden maullar «para provocar, más que para
especificar, una reacción». Una vez han usado el maullido para captar la
atención de una persona, suelen emplear técnicas visuales o táctiles para
explicar qué es lo que necesitan con tanta urgencia, como frotar la cabeza y
los flancos alrededor de nuestras piernas y luego contra el armario de la
comida o sentarse mirando fijamente la puerta trasera.
Durante años los científicos pensaron lo mismo sobre los ladridos de los
perros. Sin embargo, poco a poco se fueron dando cuenta de que la
estructura acústica de los ladridos varía según el contexto en el que se
producen. Por ejemplo, el ladrido que responde al sonido del timbre es más
áspero, más grave, más largo y más repetitivo que el ladrido que emite el
perro cuando juega o cuando se queda solo.
Entonces, ¿puede decirse que los maullidos no son más que sonidos sin
sentido para llamar la atención? Al igual que los gatitos con sus chillidos,
los gatos adultos parecen tener su propio repertorio individual de maullidos.
Esto es, en parte, lo que hace que para la gente resulte tan difícil distinguir
los contextos. Algunos científicos apuntan a que estas variaciones podrían
ser similares a los distintos dialectos y lenguajes de las personas. El estudio
de Nicastro profundizó un poco más y descubrió que, como sucede con los
ladridos caninos, la cosa no es tan sencilla. Descubrió que tener experiencia
con gatos mejora la capacidad de las personas para identificar el contexto de
los maullidos. Un estudio posterior de Sarah Ellis y su equipo demostró que
los dueños de gatos distinguen mejor el tipo de maullido cuando escuchan
grabaciones de sus propios gatos que de gatos desconocidos. Otros
investigadores han observado que las mujeres reconocen mejor los distintos
contextos de los maullidos, posiblemente relacionado con una puntuación
más alta en el nivel de empatía hacia los gatos.
En general, el consenso es que identificar los maullidos es difícil, pero no
imposible. Con el tiempo, los gatos domésticos pueden aprender a variar
sus maullidos a medida que los dueños se acostumbran a los sonidos
particulares de su gato y aprenden a diferenciar su significado. Nicastro cita
esto como un ejemplo de «ritualización ontogenética», un proceso durante
el cual los miembros de ambas especies modelan de forma gradual el
comportamiento del otro mediante la repetición de una interacción social.
Si los humanos podemos aprender a descifrar maullidos a medida que
adquirimos experiencia con los gatos, parece probable que este tipo de
sonidos contenga alguna información real. Muchos científicos coinciden
ahora en que, mientras otras especies nos ofrecen sonidos diferentes,
determinadas características de estos sonidos son parecidas en muchos
«lenguajes» animales. Tamás Faragó y su equipo demostraron que, al
escuchar las expresiones vocales caninas, los humanos emplean las mismas
reglas acústicas innatas y sencillas que usan para evaluar el contenido
emocional de las vocalizaciones de otra persona. Esto parte de un concepto
planteado por Darwin por primera vez en 1872: «Que el tono de voz guarda
relación con ciertos estados de ánimo está razonablemente claro.» Por tanto,
el procesamiento del contenido emocional es algo que probablemente
hacemos de forma natural y sin darnos cuenta al oír vocalizaciones de otras
especies, gatos incluidos.
Los investigadores han analizado con más detalle las cualidades acústicas
del maullido gatuno. Un estudio observó que los maullidos grabados
durante una situación agradable (como recibir un premio) presentaban tonos
medios más altos que los grabados en una situación desagradable (viajar en
coche dentro de un transportín). En otro estudio, Suzanne Schölz y su
equipo, en Suecia, descubrieron la existencia de diferencias sutiles entre los
maullidos según el contexto: vieron que el estado de ánimo del gato afecta
tanto al tono como a la forma en la que este varía durante el maullido. Así,
un maullido positivo a modo de saludo o para pedir comida tiene un tono
que sube y termina más alto, mientras que un maullido infeliz o angustiado
—por ejemplo, al viajar en coche dentro de un transportín— tiene un tono
descendiente.
Puede que los oyentes humanos no sepan distinguir las sutilezas entre dos
maullidos positivos registrados en diferentes contextos, como «solicitando
comida» y «solicitando atención». Sin embargo, otro estudio de Schötz
mostró que, cuando se les pedía que diferenciaran entre maullidos
positivos/felices (pedir comida/saludar) y negativos/tristes (en el
veterinario), los participantes obtuvieron resultados bastante superiores a la
media. Al igual que en las pruebas anteriores de Nicastro, quienes tenían
más experiencia con gatos obtuvieron mejores resultados. Parece ser que
podemos aprender a distinguir información emocional básica al escuchar
los maullidos.
En otro estudio, Pascal Belin y su equipo analizaron nuestra percepción de
los maullidos positivos (relacionados con la comida y amistosos) y
negativos (angustiados) e hicieron un descubrimiento fascinante. Mediante
resonancia magnética, monitorizaron la actividad cerebral del oyente
mientras escuchaba grabaciones de los maullidos y vieron que, incluso
cuando los oyentes no distinguían si el maullido era positivo o negativo, su
cerebro los registraba de forma diferente. Las vocalizaciones negativas
estimulaban una mayor respuesta en regiones de la corteza auditiva
secundaria, mientras que las positivas generaban mayores respuestas en
partes de la corteza prefrontal inferior lateral. Por lo tanto, la percepción,
que no el reconocimiento, de estas emociones positivas y negativas parece
ser inherente, lo cual se traduce en una interesante desconexión entre la
activación cerebral y el comportamiento consciente.
Parece ser que estamos más sensibilizados con las vocalizaciones tristes.
Una amplia encuesta sobre la opinión que la gente tiene de sus mascotas
reveló que los adultos que tienen animales domésticos encuentran más
tristes las vocalizaciones de animales angustiados que los adultos que no
tienen mascotas. Y los que tienen gatos son particularmente sensibles a las
vocalizaciones angustiadas de sus mascotas. Esta sensibilidad ante la
«tristeza» gatuna puede ser el precio que los dueños pagan por una mejor
comprensión de las vocalizaciones de sus gatos. Esto no es algo negativo:
desde el punto de vista del bienestar es importante que estemos lo más
sintonizados posible para detectar si nuestros gatos están tristes, ya que son
muy buenos ocultando enfermedades y estrés.
Existe una vocalización gatuna que la gente suele describir como triste: el
maullido mudo. Es tan increíblemente eficaz que inspiró The Silent Miaow,
el divertido y cautivador libro de Paul Gallico. Los gatos parecen reservarlo
para los momentos en los que más necesitan tocar la fibra sensible a sus
humanos. Consiste en que, una vez captada la atención de la persona, el
gato mantiene un contacto visual suplicante y emite un maullido mudo.
Gallico, divertido, ofrece un consejo a los gatos en su libro: «No lo
exageres. Resérvalo para el momento adecuado.» Los gatos son expertos en
esto. Una variante es lo descrito como: «No puedo hacer otro sonido que
este débil gemido ronco», que resulta casi igual de efectiva.
¿ESO ES TODO?
El logro es impresionante. El gato doméstico, oportunista como él solo, ha
aprendido a adaptar las llamadas que hacía cuando era un gatito para
colarse en nuestro cerebro y tocarnos la fibra, haciéndose pasar de forma
involuntaria (o no) por una de nuestras crías. A cambio, nosotros también
hemos adaptado nuestra forma de hablar y a menudo nos dirigimos a ellos
como si de verdad fueran nuestras crías. A grandes rasgos, sabemos detectar
si están contentos o tristes. Pero la mayoría de las veces, cuando ya han
captado nuestra atención con un maullido, necesitan mostrarnos de forma
física lo que nos quieren decir. Con un poco de esfuerzo pueden entrenarnos
para que los entendamos mejor. Mientras tanto, es obvio que los gatos
entienden mucho más de lo que les decimos de lo que aparentan, y
seleccionan la palabra más importante —su nombre— dentro de nuestro
incesante parloteo con la esperanza de que augure algo bueno para ellos.
¿Eso es todo? ¿La comunicación entre gatos y personas ya no da más de sí
o todavía sigue evolucionando? En términos evolutivos, gatos y humanos
han tenido poco tiempo para trabajar en ello: apenas hace 10 000 años que
empezamos a hacernos compañía. Esto, combinado con el hecho de que son
una especie solitaria por naturaleza y poco dispuesta a usar su «voz», hace
que sea un milagro que podamos comunicarnos vocalmente. Es poco
probable que los gatos lo dejen ahí cuando tienen tanto que decir.
El pequeño gato blanco y negro me esperaba sentado frente a la puerta del
cobertizo. Casi un año después de rescatarlo del recinto del colegio, había
crecido mucho y tenía el pelaje más espeso, limpio y saludable. Sid el
Bufidos se había convertido en una especie de gato modelo de las ventajas
de la esterilización, con sus fotos del «antes» y el «después» dignas de ser
publicadas en revistas de gatos. Evitando cualquier contacto visual con él,
como había aprendido, abrí la puerta del cobertizo y empecé a servir la
comida para él y el resto de la colonia de gatos. Sid se sentó en mis pies y
entonces oí cómo ponía en marcha el motor del ronroneo. Le dirigí un par
de palabras cariñosas y me correspondió con un maullido lastimero.
Finalmente había aprendido cómo dirigirse a mí...; a la hora de comer, al
menos. Emocionada, me di la vuelta para mirarlo, me agaché y, muy
despacio, le tendí la mano para que me olfateara. Vacilante, Sid me olfateó.
Y después soltó un bufido. Genio y figura hasta la sepultura.
CAPÍTULO 4
COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
«El lenguaje de la cola no puede malinterpretarse, tan indicativo como es de los sentimientos del
gato.»
ALPHONSE GRIMALDI
Era casi mediodía, hora de comer para el pequeño grupo de gatos que yo
estudiaba en el recinto del hospital. En lo alto de la rampa, la puerta de
acceso a la cocina se abrió para dar paso a una bandeja de sobras; el menú
del día eran huevos revueltos. Justo a tiempo, Frank, el gran gato macho
residente, regresaba de su patrulla matutina. Betty, una de las gatas, se
acercó a él, acelerando el paso. Mientras trotaba hacia Frank, Betty llevaba
la cola levantada, apuntando al cielo. Apunté en mi cuaderno: «Cola
arriba».
Mientras paseaba por los jardines del hospital aquella misma tarde,
localizando los sitios donde se ubicaban los demás gatos (los que no eran
parte de mi grupo de observación), una de las más amistosas, Flo, se acercó
a mí. Al agacharme para saludarla volví a fijarme: llevaba la cola arriba
mientras se me acercaba para frotarse contra mis piernas.
No fue un momento «¡Eureka!», pero me dio que pensar de vuelta a casa.
¿Por qué Flo levantó la cola conmigo como Betty la había levantado con
Frank? ¿Acaso Flo me consideraba una más, como si yo fuera una enorme
gata de dos patas? Y, si así era, ¿éramos iguales? Había visto gatitos que, al
correr hacia sus madres, llevaban la colita arriba, así que quizá me
consideraba una figura materna un poco extraña. ¿Qué significaba para un
gato llevar la cola levantada? ¿Era una señal deliberada de algo o tan solo
un gesto inconsciente, como cuando nosotros nos mordemos el labio si
estamos nerviosos o sonreímos cuando estamos contentos?
Este, así como otros comportamientos gatunos, me tenía fascinada, y amplié
mi investigación con un segundo grupo de gatos callejeros de una granja
vecina. Pasé casi un año estudiando las interacciones de cada grupo,
anotando todo lo que pude, incluido el uso que le daban a la cola.
A medida que las especies animales han evolucionado para habitar
diferentes entornos ecológicos, sus colas han adquirido nuevos aspectos y
estilos. Existen colas enormes, en aparente desproporción con el resto del
cuerpo; colas prensiles, peludas, emplumadas, espinosas y resbaladizas,
diminutas colas vestigiales y, en algunos casos, como en el nuestro, no
queda ni rastro de cola.
Las funciones de la cola son igualmente diversas. En organismos que
carecen de extremidades, como los peces, la cola es imprescindible para la
locomoción. E incluso en los que cuentan con patas para desplazarse, a
menudo utilizan su cola como una ayuda para el movimiento, ya que mejora
el equilibrio y la coordinación. Las ardillas, por ejemplo, usan su peluda
cola para estabilizarse al saltar de árbol en árbol, y la ciencia ha descubierto
que los canguros, cuando pastan y se mueven despacio, usan la cola como
una pata más.
Algunas especies han adaptado su cola para que se vuelva prensil y les
permita agarrarse a soportes cercanos. En este fascinante grupo figuran el
diminuto ratón de campo, que utiliza su cola para trepar por los tallos de
hierba, y el siempre activo caballito de mar, que se sujeta a las algas con la
cola para tomarse un descanso. Los primates del llamado Nuevo Mundo
cuentan con colas prensiles más robustas, capaces de soportar todo el peso
de su cuerpo cuando se balancean de un árbol a otro en busca de alimento.
Esta fuerza y esta flexibilidad han precisado de cambios evolutivos
considerables en la estructura ósea y muscular de la cola.
Muchos animales han desarrollado usos de la cola que van más allá del
movimiento y el equilibrio. Algunos pangolines, puercoespines, osos
hormigueros y lagartos las utilizan como armas, por lo general para
defenderse de los depredadores.
En aquellas especies más predispuestas a convertirse en presas de otras, la
cola se usa a menudo para hacer una señal de alerta al detectar un
depredador. Esta señal puede ser una llamada de atención para otros
animales de su especie, para advertirles de que se aproxima un depredador,
o una señal para el propio depredador, para hacerle saber que ha sido
detectado y ha perdido la ventaja del efecto sorpresa. O incluso ambas. El
ardillón de California, por ejemplo, hace señales con la cola cuando detecta
una serpiente al acecho, de modo que alerta a las demás ardillas y a menudo
logra que la serpiente abandone su misión depredadora y su escondite, que
ha sido descubierto.
Un aspecto del movimiento de la cola que resulta de gran interés para la
ciencia es su potencial para transmitir el estado de ánimo del animal. Es la
base de muchos estudios para mejorar el bienestar animal, sobre todo el de
los animales domésticos. Los estudios sobre perros, por ejemplo, han
revelado muchas más sutilezas sobre el típico movimiento de cola de las
que jamás habríamos sospechado. En uno de esos estudios, Angelo
Quaranta y su equipo contaron con 30 perros a los que presentaron cuatro
estímulos diferentes —su amo, un extraño, un gato desconocido y un perro
desconocido dominante— para registrar cómo meneaban la cola en
respuesta a cada uno de ellos. Descubrieron que, cuando los perros se
sentían felices y excitados al ver a su dueño, movían la cola más hacia la
derecha. El mismo movimiento, aunque con menor entusiasmo, se daba
cuando veían a un extraño. Al ver a un gato, el meneo se reducía mucho,
pero conservaba cierta tendencia hacia la derecha. Sin embargo, cuando
veían al perro desconocido, movían la cola más hacia la izquierda.
Estos patrones de meneo a izquierda y derecha pueden deberse a que dos
emociones diferentes provocan respuestas en lados distintos del cerebro. El
lado izquierdo del cerebro, que cuando se activa produce el meneo
orientado hacia la derecha, parece estar asociado a respuestas de
aproximación, y por esta razón podría verse estimulado cuando el perro ve a
su dueño, a otra persona o a un gato. Ver a un perro desconocido, sin
embargo, podría provocar una tendencia a retirarse, algo que controla el
lado derecho del cerebro, que activaría el meneo de la cola hacia la
izquierda.
Para estudiar si los demás perros se percatan de este meneo de cola
asimétrico, Marcello Siniscalchi y su equipo mostraron vídeos a varios
perros en los que aparecían canes meneando la cola hacia la izquierda o
hacia la derecha. Descubrieron que, viendo los vídeos, los perros mostraban
una frecuencia cardíaca elevada y puntuaciones conductuales de estrés más
altas cuando observaban a otro perro meneando la cola hacia la izquierda,
en comparación con el que la meneaba hacia la derecha. En otras palabras,
parecía que, a partir del movimiento de la cola, detectaban que el perro del
vídeo estaba en actitud de «retirada», un recurso útil para evitar situaciones
potencialmente peligrosas.
Los animales de granja muestran variaciones sutiles parecidas en el
movimiento de la cola según lo que estén haciendo y cómo se sienten. Las
vacas, por ejemplo, suelen mantener la cola quieta cuando se agrupan; la
mueven hacia el cuerpo mientras comen; y la agitan con energía cuando
entran en contacto con un cepillo mecánico. Un descubrimiento un poco
más alarmante es el de los cerdos. Los científicos vieron que, en una
pocilga, detectar que un número creciente de individuos empieza a
desenroscar o retraer la cola es un indicador razonable de un brote
inminente de caudofagia: mordeduras de cola, que puede degenerar en
canibalismo de colas.
¡COLAS ARRIBA!
La cola de un gato doméstico tiene, según la raza, hasta 23 vértebras de
gran movilidad, además de un impresionante conjunto de músculos y
nervios. Esto le permite moverla en casi cualquier dirección: arriba, abajo,
de lado a lado y a distinta velocidad. Su extraordinaria flexibilidad no pasó
desapercibida a los antiguos griegos, que llamaban al gato ailouros, de
aiolos (movimiento) y oura (cola). Los gatos domésticos de hoy en día han
adquirido, con un poco de ayuda de la cría artificial, una amplia variedad de
colas, desde largas y delgadas hasta grandes y peludas, torcidas, cortas o
enroscadas.
Los miembros salvajes de la familia Felidae, si bien carecen de las
variaciones de cola de sus primos domésticos, poseen la misma anatomía
básica de cola flexible, lo cual hace que sus colas sean una excelente ayuda
para el equilibrio. El éxito del guepardo como depredador de alta velocidad
se atribuye, en parte, a que usa la cola para estabilizar su rápido
movimiento. A los científicos que trabajan en el desarrollo de robots les
fascina la idea de reproducir de forma artificial esta impresionante
maniobrabilidad para incorporarla en sus diseños. A partir de datos
recopilados con guepardos reales, el doctor Amir Patel se percató de que,
aunque parece gruesa y pesada, la cola del guepardo es sorprendentemente
ligera y su volumen se debe, sobre todo, a la gran cantidad de pelaje que
presenta. Al suspender colas de guepardo dentro de un túnel de viento para
analizar su movimiento, descubrió que poseen importantes propiedades
aerodinámicas que redirigen y estabilizan al animal mientras este se mueve.
Para los gatos domésticos, al igual que para sus primos salvajes, la cola es
una gran ayuda para mantener el equilibrio. No tanto para perseguir
antílopes por las llanuras africanas como para andar de puntillas por las
estrechas vallas del jardín y las estanterías de casa, pero aun así es un
instrumento de precisión.
Dado que los felinos pertenecen a una especie depredadora más que de
presa, sus colas tienen algunas funciones diferentes de las de los animales a
los que pueden dar caza. Leopardos, leones y gatos domésticos mueven
ligeramente la punta de la cola de un lado a otro cuando acechan a sus
presas. La ciencia apunta que la cola puede funcionar como un señuelo para
captar la atención de la presa, porque la distrae y evita que vea la cara y —
lo más importante, las mandíbulas— del gato. También puede ser que dicho
movimiento de cola responda a la frustración o a la anticipación de la
comida.
Es posible que uno de los usos más innovadores de la cola de un felino sea
el descrito por E. W. Gudger en 1946. Su artículo recopila relatos
individuales de varios lugareños y exploradores de la Amazonia que
presenciaron y describieron un fenómeno similar observado en jaguares.
Estas observaciones, entre los años 1830 y 1946, procedían de una extensa
zona que abarcaba los ríos del sur de Brasil y llegaba hasta la cabecera del
Amazonas. A la caza de un pez para cenar, un jaguar se aproximaba a una
zona donde hubiera un árbol frutal y se colocaba, agazapado, a lo largo de
un tronco o una rama inclinada sobre el río. La presa era una cachama negra
o cualquier otro pez que coma fruta, porque se asoman a la superficie del
agua cuando oyen caer frutas de los árboles. Con la cola, el jaguar daba
golpecitos en el agua, imitando el sonido de la fruta al caer. En cuanto el
pez subía a la superficie para investigar, el jaguar lo cazaba de un zarpazo.
Brillante.
Como en el caso de los perros, la cola de los gatos es un instrumento para
expresar sus emociones. Los gatos domésticos muestran muchos de sus
sentimientos con los gestos de la cola, cambiándola de posición con un
gracejo envidiable y una amplia variedad de movimientos indicativos.
Canon Henry Parry Liddon, un clérigo del siglo XIX amante de los gatos,
describió la cola del gato como un «gatómetro», ya que refleja su estado de
ánimo, siempre volátil. Tenía razón.
Gracias a una combinación de ciencia y arañazos cuando malinterpretamos
esas señales, ahora conocemos el significado de muchas de las posturas que
adoptan las colas de los gatos. Mi favorita, la más estudiada y la que quizá
resulte más familiar a la gente es la cola levantada, la que detecté por
primera vez aquel día cuando Betty se acercaba a Frank y Flo se acercaba a
mí, hace mucho tiempo ya, en el recinto del hospital.
La cola se mantiene en posición vertical, sin esponjar, a menudo mientras el
gato se aproxima hacia alguien o hacia otro gato. Es posible que la punta
quede un poco enroscada, como si flotara en el aire. De vez en cuando, la
cola tiembla un poco, como cuando los gatos se preparan para marcar con
orina una superficie vertical. Por suerte, ellos rara vez confunden estas dos
situaciones.
LEO BUSCAGLIA
La típica cena en nuestra casa: mientras mi familia y yo comemos en la
cocina, nuestra gata Bootsy permanece sentada junto a la mesa, esperando
por si, con suerte, consigue algo de comida. Su hermana Smudge, más
extravertida y segura de sí misma, llega a casa tras su ronda diaria por el
vecindario, entra por la gatera, se acerca a Bootsy y le lame el cuello con
entusiasmo. «¡Ohhh!», coreamos todos desde la mesa ante la conmovedora
escena de cariño fraternal. Bootsy levanta la zarpa, le arrea un golpe a
Smudge en toda la cabeza y se aleja a toda prisa. «¡Bootsy!», exclamamos
nosotros, indignados. Es una rutina establecida, la misma de cada día.
Seguramente esto no es lo que se supone que pasa cuando los gatos se
acicalan unos a otros. ¿Qué ha sido de la idílica imagen recurrente de dos
gatos acurrucados bajo el sol, ronroneando y lamiéndose el uno al otro en
una gloriosa estampa de felicidad?
EL ACICALADO EN GATOS
Para los gatos callejeros que viven en grupo, o incluso para dos gatos
cualesquiera que se vean cara a cara, los encuentros directos son un asunto
peliagudo. Como depredador consumado que es, el gato va armado con una
de las equipaciones más letales (dientes, mandíbulas y garras) del reino
animal. Si bien la domesticación ha aportado mucha más flexibilidad en la
organización social del gato, esta equipación letal no ha variado un ápice. Si
un gato malinterpreta las intenciones de otro, el potencial de daño grave es
muy real. Quizá para evitar esto el gato emplea el gesto de la cola
levantada, visto en el capítulo anterior, como una forma de romper el hielo
en un encuentro, lo cual le permite acercarse a otro gato con cierta
seguridad, ondeando su bandera de la paz. Pero ¿y después?
El gato, descendiente del solitario gato salvaje, tiene un repertorio bastante
limitado de patrones de conducta social a los que recurrir una vez se ha
acercado a otro gato. Esto contrasta con el caso del perro, que ha heredado
el rostro expresivo y un elaborado repertorio de comportamientos
interactivos de su antepasado, el lobo, un animal muy social. Sin embargo,
el gato, impasible en comparación, ha tenido que ingeniárselas para
aprender a interactuar con otros gatos sin enemistarse con ellos.
Los zoólogos David Macdonald y Peter Apps fueron de los primeros en
estudiar las interacciones cotidianas de los gatos que viven en comunidad.
El grupo de su estudio era una pequeña colonia no esterilizada que vivía en
una granja en el campo. Aquellos gatos se alimentaban de lo que les daba el
granjero y de algunas presas que ellos mismos cazaban. Al analizar sus idas
y venidas, así como sus interacciones diarias, Macdonald y Apps
descubrieron que la actividad grupal era más compleja e iba mucho más allá
de una reunión de gatos alrededor de una fuente de alimento. Su
comportamiento tenía una base social. Además, pese a que los gatos eran
perfectamente capaces de mostrar un comportamiento agresivo hacia
cualquier intruso o individuo nuevo, rara vez se producían agresiones
dentro del grupo.
Uno de los comportamientos más comunes registrados por Macdonald y
Apps entre los gatos de aquella granja fue el allogrooming. Se daba entre
algunas parejas de gatos adultos, más en unas que en otras, pero solía ser un
acuerdo recíproco por el que ambos gatos se acicalaban entre sí por igual.
No obstante, el acicalado más frecuente era el que las gatas prodigaban a
sus crías al lamerlas para asearlas. Acurrucadas entre las balas de heno, las
gatas reunían a sus camadas y las aseaban y alimentaban en comunidad. En
aquel ambiente cálido y con olor a leche, los gatitos experimentaban por
primera vez el acicalado que les ofrecían sus madres.
El acicalado de madres a crías comienza como un proceso unidireccional.
Poco a poco, a medida que los gatitos van creciendo, empiezan a devolver
la atención, acicalando a sus madres, junto con sus hermanos, y es así que
aprenden el arte del allogrooming. Esto también ocurre en el entorno
doméstico; la diferencia es que a los gatitos suelen separarlos de la madre a
los dos meses para comenzar una vida en un nuevo hogar. Algunos se van
solos, otros van con algún hermano de camada y muchos de ellos pasan a
formar parte de un hogar donde ya hay uno o más gatos viviendo. A veces
dos hermanos adoptados en un nuevo hogar mantienen su vínculo de la
infancia y continúan enroscándose juntos como hacían con su madre y
acicalándose, felices, mutuamente. También puede ocurrir que el gato
residente acepte al nuevo o nuevos miembros de la familia, comparta su
zona de descanso con ellos y practique el acicalado social. Es la clásica
estampa de los gatos que se acicalan, tumbados y felices, disfrutando de la
experiencia mutua. A veces, un gato se relaja tanto cuando otro lo acicala
que es capaz de dormirse.
Es algo mágico, pero por desgracia mis gatas Bootsy y Smudge nunca lo
han hecho, como tampoco muchas otras parejas de gatos domésticos cuando
los observan sus dueños.
Al igual que sucede entre muchos hermanos o extraños que se juntan,
dentro del hogar se compite por los recursos y pueden aparecer tensiones.
Los vínculos pueden romperse o, en el caso de los gatos recién llegados, no
desarrollarse nunca. Sin embargo, algunos mininos, como Smudge, siguen
intentando el allogrooming, aunque los gatos no sean de natural amistoso.
A nosotros nos puede parecer que el acicalador ofrece una rama de olivo al
acicalado y por eso nos desconcierta que este último —Bootsy— la
rechace, como una desagradecida.
Aunque existen pocos estudios específicos sobre el allogrooming en gatos,
uno llevado a cabo en una extensa colonia de gatos esterilizados reveló que
es probable que ese acicalado mutuo signifique mucho más de lo que
aparenta. Por sorprendente que parezca, dada la aparente naturaleza pacífica
del acicalado social, el 35 % de las interacciones de acicalado incluían
también comportamientos agresivos. Es más, fueron sobre todo los gatos
que iniciaron el acicalado los que mostraron un comportamiento agresivo,
en la mayoría de los casos tras el acicalado del compañero. El estudio
concluyó que el allogrooming puede ser una forma de aliviar tensiones
entre gatos y que, si bien no siempre funciona, ayuda a evitar agresiones
manifiestas. En nuestro caso, en casa, si la acicaladora (Smudge) se hubiera
mostrado agresiva con la acicalada (Bootsy) en el pasado, tendría sentido
que Bootsy y otros gatos que conviven con compañeros felinos más
extravertidos reaccionen con un sopapo y una retirada prudente. Para
Bootsy, al recordar experiencias anteriores y anticiparse al siguiente
movimiento de Smudge, puede resultar más seguro evitar el acicalado y
poner fin al encuentro enseguida con un veloz gancho de derecha.
En mis colonias del hospital y la granja yo también detecté que los patrones
de frotamiento eran desiguales; que algunos gatos tenían más tendencia a
iniciarlos y otros eran más propensos a recibirlos. Mis grupos estaban
esterilizados, razón por la cual no existía el componente madre-cría, y eso
dificultaba la comparación directa con los hallazgos de Macdonald y Apps,
pero sí había unos patrones de frotamiento preferidos entre los adultos.
Igual que en la colonia de Macdonald y Apps, el frotamiento en mis
colonias parecía darse principalmente entre gatos de tamaño o estatus
desigual, desde los más pequeños o débiles hacia los más grandes o fuertes
(véase ilustración en la siguiente página).
En realidad esto es muy parecido a la cola levantada del capítulo 4 y quizá
no sea de extrañar, dada la estrecha asociación de ambos comportamientos.
Por ejemplo, Frank, del grupo de los cinco gatos del hospital, fue el que
menos presente estuvo durante mis observaciones y aun así fue el receptor
de casi la mitad del total de frotamientos de cabeza ofrecidos por el resto de
los miembros del grupo. Nell, en cambio, que estuvo allí todo el tiempo,
rara vez recibía un frotamiento de otro gato.
Grandote e imponente, Frank patrullaba una zona mucho más amplia del
recinto del hospital que el pequeño patio de mis observaciones. Solo por
este comportamiento ya gozaba de un estatus superior al de la pequeña y
menuda Nell. Betty no ocultaba su predilección por frotarse con Frank y,
cuando él no estaba, con Tabitha.
Esquema de frotamiento entre los gatos de la colonia del hospital, ajustado según las veces que cada
pareja estaba presente durante los períodos de observación.
¿Por qué los gatos se frotan tanto con objetos cuando interactúan con
personas? Es probable que la respuesta definitiva siga siendo un secreto
gatuno muy bien guardado, pero observar esto desde el punto de vista del
minino nos ofrece algunas pistas. Frotarse en las piernas de una persona es
bastante diferente a frotarse con otro gato de tamaño, altura y forma
similares. Cerca de las piernas de una persona y desde el suelo, el gato no
alcanza a ver ni la cara ni la reacción del receptor mientras se frota con él.
Parece lógico alejarse un poco para frotarse contra otra cosa y observar el
rostro y el lenguaje corporal de la persona. Así ven si su saludo ha surtido
efecto, y puede que establezcan contacto visual o incluso lancen un
maullido para pedir lo que sea que quieran. Quizá se trate de un recurso
visual pensado para alargar el saludo mientras comprueban si captan la
atención de la persona. Este frotamiento redirigido es una adaptación tan
sutil e ingeniosa en el comportamiento gatuno que apenas la percibimos; y
sin embargo todos los gatos domésticos amistosos que he conocido lo
incluyen en sus interacciones con frotamiento.
Los peligros de pasar por alto matices de comportamiento tan sutiles como
este se detallaron en un artículo académico bajo el sugerente título
«Tropezar con el gato» de Bruce Moore y Susan Stuttard. Los autores
revisaron algunos experimentos clásicos muy celebrados llevados a cabo
por los científicos Edwin Guthrie y George Horton en 1946, que pretendían
ilustrar varios tipos de aprendizaje en gatos. El animal se colocaba dentro
de una caja laberíntica, cuya única salida se abría al accionar una palanca
vertical. A los gatos se les dio muy bien y mostraron un patrón de
movimientos estereotipado una y otra vez. Al parecer, y según Guthrie y
Horton, «aprendían» a accionar la palanca y escapaban. Lo que Guthrie y
Horton no tuvieron en cuenta fue que, cada vez que introducían un gato en
la caja, también había personas sentadas cerca, a la vista, observando el
experimento. Dado el instinto natural de los gatos de frotarse para saludar a
los observadores, y al no poder frotarse con aquellas personas (estaban
dentro de la caja), buscaron el objeto más cercano donde restregarse: la
palanca, y voilà!, se convirtieron en ases del escape. Para probar que esta
era la explicación verdadera, Moore y Stuttard recrearon los experimentos
de Guthrie y Horton, pero registrando las reacciones de los gatos con y sin
observadores humanos presentes. Sin observadores a la vista, los gatos no
se frotaban contra la palanca. Por lo tanto, los mininos de Guthrie no habían
aprendido nada: tan solo reproducían un comportamiento natural en sus
relaciones con los humanos.
Existen otras diferencias sutiles en el frotamiento que los dueños quizá
desconozcan. Por ejemplo, los gatos domésticos que pueden salir de casa
tienen más tendencia a frotarse con la gente que los que no salen del hogar.
Es probable que esto sea un reflejo de la necesidad de reforzar vínculos al
reunirse de nuevo con los animales o las personas (en este caso sus dueños)
con los que socializan, como en las colonias de gatos. Cuando el dueño se
ha marchado y regresa, el gato se frota con él; pero lo curioso es que la
cantidad de frotamiento no aumenta tras largos períodos de separación. Esto
sugiere la existencia de un elemento de ritualización en el saludo por
frotamiento del gato a su dueño, y que este no es proporcional a lo mucho
que el gato ha echado de menos al propietario. Esto contrasta con el saludo
de los perros a sus dueños tras distintos períodos de ausencia. Se ha
demostrado que los perros muestran un comportamiento de saludo más
intenso (meneo de cola e interacción con la persona) después de que el
dueño se haya ausentado un tiempo más largo.
Los gatos no limitan la conducta de frotamiento a los humanos y a otros
gatos. Se han descrito interacciones de frotamiento entre gatos y perros, e
incluso entre gatos y caballos. Nuestra gata Bootsy, por ejemplo, pese a la
tormentosa relación que mantiene con su hermana Smudge, tenía un vínculo
muy fuerte con nuestro golden retriever, Alfie. Se restregaba con él,
entusiasmada, cada vez que coincidían dentro de casa tras pasar un tiempo
separados. Smudge, en cambio, se alejaba de él o le arreaba un sopapo en
todo el hocico. Nunca se restregó con él y, definitivamente, nunca lo
consideró parte de su grupo social.
A menudo, se ha dicho que lo de frotarse con su dueño es una estrategia
adaptativa de los gatos para conseguir algo. ¿Qué buscan? Mucha gente
asegura que solo buscan comida y es cierto que, en un alto porcentaje,
tienden a frotarse con quien les da de comer. Tal vez sea un recuerdo de su
infancia, en la que, como se vio en la granja de Macdonald y Apps, a más
frotamiento, más alimento.
No obstante, los gatos también se frotan con sus dueños cuando no tienen
hambre, sobre todo a modo de saludo cuando el dueño o el gato regresa al
hogar. Durante una serie de pruebas diseñadas para evaluar el nivel de
apego de los gatos a sus dueños, Claudia Edwards y su equipo registraron
cuántas veces se frotaban los gatos la cabeza cuando estaban solos, cuando
estaban con su dueño y cuando estaban con un extraño. Descubrieron que el
frotamiento (sobre personas y objetos) aumentaba de manera significativa
cuando estaban en compañía de un extraño en comparación con cuando
estaban solos. Los gatos también se frotaban más veces cuando estaban con
su dueño que cuando estaban con el extraño.
ACARICIAR A UN GATO
La reacción típica de una persona cuando un gato se frota en sus piernas es
agacharse y acariciarlo. Acariciar a un gato así es, con toda probabilidad, la
forma más parecida que tenemos los humanos de «devolver» el frotamiento
al gato, y a veces eso es todo lo que espera el minino. Este frotarse por las
piernas y estas interacciones con caricias suelen ser de naturaleza
asimétrica, ya que parece poco probable que una persona se agache y
acaricie al gato al mismo ritmo que este se frota, resultaría demasiado
incómodo. El equilibrio se invierte cuando el gato se sienta en el regazo de
la persona, porque ahí es más fácil que esta lo acaricie. Esto quizá ayude a
entender por qué los gatos parecen necesitar alcanzar cierta confianza antes
de acurrucarse en el regazo de alguien: al hacerlo, pierden de forma
inevitable el control de la interacción táctil, algo que a muchos gatos no les
gusta.
MARTIN BUBER
Mientras escribo esto, miro de reojo a nuestra gata Bootsy en el jardín. Me
distrae bastante. Es octubre, hace mucho viento y hay hojas volando por
todas partes. Bootsy está en la gloria. Cada vez que una hoja revolotea en el
aire, la persigue con la mirada y salta y se abalanza sobre ella. Afirmar que
es su pasatiempo favorito sería exagerado, pero «perseguir cosas que se
mueven» sí entra dentro de esa categoría, junto con tomar el sol, asearse y,
por supuesto, vigilar a los pájaros tras la ventana.
La vida de un gato doméstico mimado como Bootsy no tiene nada que ver
con la de sus antepasados remotos; y sin embargo sus sentidos y sus
instintos siguen siendo muy parecidos. De todos los sentidos, la vista es el
último que se desarrolla en los gatitos, siendo el olfato y el tacto el
responsable de guiar sus primeros movimientos. Esto no significa que la
vista no sea importante para los gatos; solo que lo es de una forma
totalmente distinta a la de los humanos. Tanto los gatos como los humanos
usamos los ojos para ver qué sucede a nuestro alrededor, pero los distintos
entornos evolutivos hacen que no necesitemos ver lo mismo. La visión
humana funciona mejor durante el día: vemos las cosas a todo color, vemos
lo que hacen las otras personas y utilizamos los ojos como una forma de
comunicación. En cambio, el sistema visual del gato está muy bien
diseñado para el que fue el principal objetivo de sus ancestros salvajes:
cazar comida. A diferencia de las hojas otoñales que persigue Bootsy, los
roedores que los gatos cazan de forma natural son más activos al alba y al
anochecer, por lo cual es en esas horas del día cuando los gatos —que son
cazadores crepusculares— suelen cazar. Necesitan ser capaces de ver y
atrapar presas que se mueven muy rápido casi a oscuras, al amanecer y
cuando anochece.
Aunque los gatos poseen la misma estructura visual básica de los
mamíferos que tienen los humanos, sus ojos cuentan, además, con un
número significativo de adaptaciones que mejoran la visión en entornos
muy oscuros y maximizan la cantidad de luz captada para poder distinguir
imágenes en la semioscuridad. Para empezar, tienen una capa adicional en
la parte posterior del ojo que refleja la luz entrante de vuelta a la retina, lo
cual es una segunda oportunidad para estimular las células fotorreceptoras
allí localizadas. Dicha capa, conocida como tapetum lucidum, es lo que
confiere a los ojos de los gatos ese efecto de «brillo en la oscuridad».
Las células fotorreceptoras de la retina de los gatos son de los mismos dos
tipos que tenemos nosotros, pero los gatos las tienen en una proporción
distinta a la nuestra. Uno de estos tipos de células, los conos, se activan con
la luz brillante y detectan el color. Los seres humanos tienen tres tipos de
conos y cada uno de ellos es sensible a los tonos azules, verdes o rojos. Los
gatos tienen pocos conos y ninguno de la variedad sensible al rojo: ven
sobre todo azul y verde amarillento. Su visión del mundo es, por lo tanto,
mucho más apagada que la nuestra. El otro tipo de células fotorreceptoras
son los bastones. Solo permiten ver en blanco y negro, pero funcionan con
poca luz, por lo que resultan ideales para ver en la oscuridad. Nosotros
tenemos pocos bastones, lo cual hace que nuestra capacidad para ver merme
del todo cuando anochece, pero los gatos tienen muchos. Además, la pupila
del gato se dilata más que la nuestra y esto permite captar más luz a medida
que oscurece.
Los gatos no pueden ver en la oscuridad total, pero la luz de la luna —o,
para los gatos de ciudad, de las farolas modernas— les proporciona
suficiente la iluminación para ver todo lo que necesitan ver. Ante la luz
brillante, sus pupilas se contraen rápidamente y adquieren una forma de
rendijas verticales, una adaptación que protege los ojos y al mismo tiempo
mantiene la capacidad de enfocar cualquier presa potencial en pleno día.
Los cambios en la pupila también pueden deberse a otras razones que no se
limiten a la adaptación ante los cambios de luz. Un subidón emocional de
miedo o emoción se las dilata, mientras que si el gato está tranquilo sus
pupilas adquieren una forma más alargada y estrecha.
Los gatos también tienen un campo visual un poco más amplio que el de los
humanos. El suyo abarca unos 200 grados, mientras que el nuestro no pasa
de 180. Prestan mucha atención a su extraordinaria visión periférica,
tienden a ignorar los objetos inmóviles, pero son muy rápidos para
perseguir cualquier cosa que se mueva, como hace Bootsy con las hojas.
Sus ojos son capaces de seguir un objeto que se desplaza (un ratón)
escaneándolo con una serie de pequeñas sacudidas, conocidas como
movimientos sacádicos, que evitan que la imagen se vea borrosa.
Distinguir pocos colores tiene en el fondo poca importancia para los gatos:
a la hora de localizar presas se fijan más en los contrastes y las texturas que
en los colores. Así, para un gato siempre será más interesante perseguir una
pelota con un dibujo en zigzag en blanco y negro que una de color rojo.
Muchos dueños se preguntan por qué sus gatos parecen confundidos y les
cuesta localizar una golosina que tienen en el suelo, justo delante de ellos.
Esto sucede porque, debido a la musculatura de los ojos, les cuesta trabajo
enfocar las cosas que están a menos de 25 centímetros y para localizarlas lo
que hacen es servirse de los bigotes o del olfato. La visión a distancia
tampoco es muy buena: a más de seis metros de distancia las cosas se les
vuelven un poco borrosas.
Los ojos de los gatos están diseñados para la caza, pero no pierden de vista
todo lo que sucede a su alrededor, una habilidad que desarrollan desde muy
pequeños.
OBSERVAR Y APRENDER
«Gatito, si abres los ojos
y observas atentamente,
¡ay, cuántas cosas sabrás!
¡Las cosas más sorprendentes!»
DR. SEUSS, ¡Yo puedo leer con los ojos cerrados!
Como sucede con todas las especies, la capacidad de aprender de lo que
ven, denominada aprendizaje observacional, es esencial para los gatos;
sobre todo para los más jóvenes. Los gatitos que nacen lejos del confort de
un hogar humano necesitan aprender a cazar observando a su madre si
quieren sobrevivir cuando sean adultos. Al principio la madre les entrega
presas muertas para comer, pero después empieza a llevarlas vivas al nido y
muestra a sus crías cómo las mata. Cuando ya han visto actuar a su madre
un par de veces, las crías intentan matar a la presa ellas mismas.
Los investigadores interesados en el aprendizaje observacional en gatitos
han demostrado que estos animales son capaces de observar y aprender una
serie de habilidades de sus madres y de otros gatos, incluso en
circunstancias bastante fuera de lo normal, que no tienen nada que ver con
la situación antes mencionada. Los experimentos de Phyllis Chesler que
trataban de determinar si las crías eran capaces de aprender a accionar una
palanca revelaron que, si se las dejaba solas, casi nunca lo lograban. Sin
embargo, cuando tenían ocasión de ver a otro gato hacerlo, aprendían de
forma gradual a realizar la misma acción. Este efecto observacional era
mayor si el gato que servía de ejemplo era la madre de la cría. Cuando el
gatito había aprendido qué hacer, la identidad del gato de referencia ya no
influía en la rapidez de mejora del índice de aciertos del gatito. Por lo tanto,
el elemento importante del proceso de aprendizaje era, en primer lugar, la
atención que se prestaba al gato de referencia, y en este sentido la gata
madre era la que ejercía una mayor influencia. La habilidad observadora
parece conservarse también en la edad adulta: un estudio sobre el
aprendizaje observacional en gatos adultos descubrió de nuevo que contar
con otro gato al que observar aceleraba el aprendizaje de una tarea.
Al parecer, los gatos saben emplear su habilidad para observar y aprender,
sean cuales sean sus circunstancias vitales. Para los gatos que viven en
grupo, la prioridad es evitar confrontaciones y conservar el acceso a los
recursos alimenticios y de cobijo. En las colonias de gatos de granja, por
ejemplo, si un gato detecta a otro que regresa con una presa tras una caza
exitosa, le da una idea de dónde cazar la próxima vez. El foco del
aprendizaje observacional de los gatos domésticos es algo diferente del de
los gatos que tienen que cazar para alimentarse y vivir de su ingenio. Los
domésticos aprenden de las personas, nos observan y recuerdan cuáles de
nuestras actividades propician buenos resultados, como cuando ven que, si
vamos a por el abrelatas, poco después aparece un plato con comida.
AHORA ME VES, AHORA NO ME VES
Si alguien toma un objeto y lo esconde detrás de la espalda, ¿sigue
existiendo ese objeto? Como humanos adultos sabemos que sí, y no hay
más que mirar tras la espalda de esa persona para dar con el objeto. Sin
embargo, cuando somos bebés tendemos a pensar que el objeto, una vez
escondido, ha desaparecido. Por eso a los bebés les divierte tanto el juego
del cucú-tras: cada vez que nos escondemos la cara con las manos
«desaparecemos», y luego reaparecemos para sorprenderlos. La teoría de la
permanencia del objeto la propuso un psicólogo suizo llamado Jean Piaget,
que fue el primero en estudiar su desarrollo en bebés humanos. Puso a
prueba a varios bebés quitándoles uno de sus objetos y, mientras ellos
miraban, lo escondía bajo una manta. A esto lo llamaba test del
«desplazamiento visible». Piaget descubrió que a lo largo de los dos
primeros años de vida los niños desarrollan de forma gradual la
comprensión de que, pese a no poder verlo, el juguete sigue existiendo.
Llegan a ser capaces de conservar una representación mental del objeto
mientras no está y empiezan a buscarlo en el último sitio donde lo vieron.
Un test de «desplazamiento visible» más complejo consiste en colocar el
juguete en un recipiente delante del niño, colocar el recipiente detrás de una
pantalla y, acto seguido, sacar el juguete y dejarlo detrás de la pantalla.
Seguidamente, al niño se le muestra el recipiente vacío, y tiene que
descubrir que el juguete ha sido retirado cuando el recipiente estaba tras la
pantalla y que es allí donde debe buscarlo.
Los científicos que estudian la cognición animal se dieron cuenta de que la
habilidad para comprender la permanencia de un objeto es muy ventajosa
para muchas especies animales, no solo para los humanos. Saber que un
depredador o una presa que acaba de desaparecer del campo visual está
escondida tras una roca concreta es una información vital que determina si,
como presa, puedes huir con vida o si, como depredador, puedes conseguir
alimento.
Siguiendo los pasos de Piaget y con métodos similares a los que él utilizó
con niños, los investigadores han puesto a prueba otras especies animales
para estudiar su percepción de la permanencia de un objeto. Los gatos han
salido airosos en los test de desplazamiento visible. Dicho de otra manera,
comprenden que, cuando un objeto interesante desaparece de la vista, sigue
estando en el último lugar donde lo vieron. Esta habilidad la adquieren a las
seis o siete semanas de vida. Los investigadores también han realizado test
de desplazamiento invisible con gatos. Sin embargo, en general, estos test
han sido demasiado difíciles para ellos: cuando, al final de la prueba, veían
el recipiente vacío, parecían incapaces de deducir que el objeto que había en
su interior ahora estaba tras la pantalla. En su lugar, buscaban cerca del
recipiente.
Aunque pueda sorprender, más que revelar nada sobre la inteligencia de los
gatos, estos resultados reflejan lo que el animal necesita saber en plena
naturaleza. El escenario visible del test, que representa el momento en el
que un animal se esconde, es algo que pueden experimentar de forma real
en su entorno natural. De hecho, los gatos pueden completar varios de estos
test seguidos, cambiándoles cada vez el escondite. Siempre que vea cómo
se esconde el objeto, el gato continuará yendo al lugar correcto para
buscarlo. Esto puede suceder cuando un ratón corre y se esconde, por
ejemplo. Y sin embargo es mucho menos probable una situación natural en
la que la presa o el depredador se desplace de forma invisible.
Otro estudio de los mismos autores analizó las interacciones entre parejas
de gatos para registrar el contacto visual con más precisión. Se vio que la
secuencia de comportamiento más común era que un gato observara al otro
unos breves instantes y después apartara la mirada, como si monitorizara lo
que hacía ese otro gato. Lo interesante es que, a continuación, el mismo
gato olfateaba un objeto cercano o se acicalaba. Los gatos usan estas
acciones como conductas de desplazamiento, una forma de liberar tensiones
cuando no están seguros de qué hacer. A veces evitaban la interacción
después de apartar la mirada. Sin embargo, si ninguno de los dos apartaba la
mirada y se establecía una mirada mutua, a continuación se aproximaban y
se olfateaban. De nuevo, esto era indicio de un tipo de mirada mutua
diferente, más amistosa, comparada con la mirada de confrontación en un
encuentro agresivo.
Si bien el contacto visual entre individuos tradicionalmente se ha
considerado como un comportamiento hostil en los animales, estos estudios
y los de otras especies sugieren que, en algunas situaciones, la mirada
mutua entre individuos puede reflejar una relación más bien amistosa.
Los humanos actuamos de forma parecida. Aunque a veces la mirada fija
sirve para ejercer dominio, miramos a la gente a los ojos por muchas otras
razones. Podemos «llamarles la atención» para saber cómo se sienten, para
comprobar si están de acuerdo con algo que estamos haciendo, o para
hacerles saber que queremos interactuar con ellos. A veces esto lo hacemos
en silencio, sin otro recurso comunicativo. No obstante, en general,
establecemos contacto visual con alguien cuando hablamos con él o ella.
Hay momentos durante las conversaciones en los que las dos personas se
miran a los ojos a la vez. Esta «mirada mutua» también puede darse sin
conversación vocal, como detecté en mi colonia gatuna. El famoso
sociólogo Georg Simmel escribió: «El ojo no puede tomar nada sin dar algo
al mismo tiempo», en referencia a cómo dos personas que se miran
mutuamente están ofreciendo y recibiendo información. Igual que con los
gatos, mirar fijamente a alguien puede interpretarse de forma diferente
según la relación que exista entre ambas personas. Si el emisor conoce al
receptor o si mantiene una conversación con él, la mirada es amistosa y
alentadora. Una mirada larga y silenciosa de un extraño, en cambio, puede
interpretarse como un gesto hostil. Un estudio reveló que preferimos que
una mirada recíproca dure una media de 3,3 segundos. Sin embargo, la
gente tiene preferencias muy distintas en lo que respecta al contacto visual,
y las miradas que son demasiado largas o demasiado cortas suelen generar
incomodidad en la gente. En particular, las personas que sufren un trastorno
del espectro autista son más sensibles al contacto visual y tienden a evitar
las miradas mutuas con otras personas.
También los gatos pueden tener sus preferencias sobre cuánto debe durar
una mirada recíproca antes de empezar a sentirse incómodos, al menos en lo
que respecta a las interacciones entre humanos y gatos. Un pequeño estudio
demostró que el contacto visual de un humano afectaba al comportamiento
del gato de varias maneras. Se pusieron a prueba ocho gatos en un espacio
conocido por ellos, pero con la compañía de una persona extraña. Se trataba
de ver cómo reaccionaban cuando la persona miraba al gato fijamente,
esperaba hasta establecer contacto visual y después se daba la vuelta; y
también cuando lo miraba, esperaba el contacto visual y después continuaba
mirando fijamente al gato durante un minuto. Cuando la persona apartaba la
mirada tras un primer contacto visual, los gatos estaban más dispuestos a
mirar a la persona más a menudo y durante más tiempo, quizá para
monitorizar la situación. Sin embargo, cuando la persona sostenía la mirada,
los gatos la esquivaban, salvo una minoría que se acercó a la persona y se
puso cómoda en su regazo.
Al observar cómo los cachorros y los gatitos interactuaban visualmente con
niños pequeños, los investigadores de un estudio descubrieron que, en lugar
de miradas prolongadas, como hacían los perros, los gatos tendían a
compartir miradas más cortas con los niños. Los gatos y los niños del
estudio rara vez compartieron miradas recíprocas. Este contacto visual más
reservado de los gatos puede ser un reflejo de su tendencia solitaria y de un
sistema de señales visuales menos desarrollado que el de los perros. Sin
embargo, lo importante es que los autores del estudio sugieren que el patrón
de miradas más breves de los gatos puede proporcionar un método de
interacción visual más cómodo con las mascotas para aquellas personas que
prefieren un contacto visual más leve. En dicho estudio los investigadores
hacían referencia especialmente a niños con trastorno del espectro autista,
pero lo mismo puede aplicarse a niños y adultos que, en general, prefieren
evitar sostener la mirada.
EN BUSCA DE AYUDA
En el campo de la ciencia del comportamiento animal cada vez hay más
interés por las formas en las que distintas especies animales utilizan la
mirada humana, en especial las mascotas con las que compartimos nuestra
vida y nuestro hogar. Durante mucho tiempo la atención estuvo centrada en
los perros, los cuales, gracias a su larga y leal relación con el ser humano y
su carácter social innato, han desarrollado una capacidad impresionante
para leer, y en algunos casos manipular, nuestra mirada. Poco a poco se fue
prestando atención a los gatos y los científicos pusieron a prueba sus
capacidades con técnicas similares a las empleadas con los perros. Las
pruebas suelen ser rompecabezas que el animal debe resolver sin la ayuda
de una persona para conseguir una recompensa (comida). A veces el gato es
capaz de superar la prueba por sí solo, pero en otras ocasiones necesita la
ayuda de una persona para conseguir el premio: son las llamadas tareas
irresolubles.
En las tareas irresolubles, los humanos y algunas especies de animales,
mientras buscan una solución, suelen recurrir a lo que se conoce como
patrones de comportamiento indicador. Es decir, intentan atraer la atención
de la persona que saben que puede ayudarlos y conducirlos al objeto que
desean. En humanos, esto puede consistir en una rápida transferencia de la
mirada entre el receptor y el objeto deseado (alternancia de la mirada), a
veces combinada con el gesto de señalar. Los perros, incapaces de señalar,
combinan la alternancia de mirada con movimientos corporales para
transmitir su mensaje y a veces corretean entre el objeto y la persona,
mirándola hasta que captan su atención y luego mirando el objeto. ¿Y los
gatos?
Un interesante estudio de Ádám Miklósi y su equipo comparó el
comportamiento de gatos y perros ante el reto de conseguir comida que
habían visto esconder y que por sí solos no podían conseguir. En cada
prueba, el dueño del animal y el investigador que había escondido la
comida estaban presentes en la sala mientras el animal intentaba descubrir
cómo conseguir su recompensa. Miklósi detectó que los perros miraban
antes y con mayor frecuencia a los humanos presentes que los gatos. Los
gatos sí utilizaban el contacto visual, pero mucho menos que los perros, y
persistían en resolver el problema por sí solos, sin ayuda humana, durante
más tiempo que los perros.
En un experimento diferente, Lingna Zhang y su equipo analizaron cómo
los gatos se relacionaban visualmente con una persona ante una tarea que
podían solucionar por sí solos y ante una tarea irresoluble. El experimento
reveló que los gatos empleaban distintas estrategias en función de la tarea a
la cual se enfrentaban. Cuando no podían resolverla solos, pasaban menos
tiempo con la persona y se acercaban menos al recipiente que contenía la
recompensa, pero alternaban más la mirada entre el recipiente y la persona,
en comparación con la tarea que podían resolver solos. Además, su
comportamiento también variaba según el grado de atención de la persona.
Esta persona se comportaba de dos maneras: en el estado de atención,
miraba hacia el gato, propiciando la interacción visual. En el estado de
desatención, miraba un cronómetro, evitando así cualquier interacción
visual. Los gatos miraban a la persona antes y más a menudo, y se
acercaban al recipiente con mayor frecuencia, cuando la persona les
prestaba atención en comparación con cuando los ignoraban.
Un resultado similar se obtuvo en un estudio de Lea Hudson, que planteó a
gatos de refugio un rompecabezas irresoluble que contenía una dosis de
comida. Los gatos entraron en una sala en la que solo había el
rompecabezas y una persona desconocida. Como en el experimento de
Zhang, el comportamiento de esta persona era o bien atento (observaba al
gato y respondía al contacto visual) o desatento (daba la espalda al gato y
evitaba el contacto visual). Hudson vio que los gatos modificaban su
comportamiento según si la persona les prestaba o no atención. La miraban
mucho más tiempo y con mayor frecuencia si esta les hacía caso que si los
ignoraba.
Es obvio que los gatos están muy atentos a si la gente les hace caso o no, y
son capaces de alternar la mirada en situaciones en las que necesitan ayuda
para acceder a un recurso. Lo interesante es que esto solo lo hacen en serio
si los estamos mirando, algo a tener en cuenta en nuestras interacciones
diarias con ellos. Los humanos no somos una especie muy observadora y
los gatos lo saben, por eso han desarrollado otras técnicas, como el
maullido o el frotamiento, para incitarnos a la acción cuando quieren
interactuar con nosotros. Prestar atención a sus señales oculares más sutiles
podría servir a los dueños para construir una relación más sólida con sus
gatos.
É
¿QUÉ MIRAS?
Pensemos en el momento en el que hablamos con alguien cara a cara. La
atención del interlocutor pasa de nuestros ojos a un punto en la distancia,
por encima de nuestro hombro, y, de forma instintiva, giramos la cabeza
para ver qué mira. Esto se conoce como seguimiento de la mirada y es una
forma de recopilar información. Seguir la mirada de otra persona para mirar
el mismo objeto da lugar a una atención conjunta en la que ambas terminan
mirando ese mismo objeto. El seguimiento de la mirada también tiene otro
uso. Cuando interactuamos entre nosotros, sobre todo en las interacciones
silenciosas, a veces desviamos la mirada de manera deliberada para indicar
algo que puede ser relevante o interesante para nuestro interlocutor. Usada
así, la mirada se convierte en una «señal referencial».
El seguimiento de la mirada, antaño considerado una habilidad exclusiva de
especies sociales avanzadas como la nuestra, se ha observado ahora en
muchos otros grupos de animales sociales y, lo que resulta más
sorprendente, también en algunas especies solitarias. En particular, los
científicos se han interesado por saber si otros animales son capaces de
captar las señales emitidas por un humano.
Péter Pongrácz y sus colaboradores de la Universidad Eötvös Loránd de
Budapest, Hungría, querían ver si los gatos usan nuestras señales
referenciales visuales como indicios para descubrir qué miramos y así
obtener información o una recompensa. Para que el ambiente fuera lo más
relajado posible, los experimentos se llevaron a cabo en los hogares de los
gatos. En cada test, el dueño soltaba a su gato para que se aproximara a un
investigador que no conocía y que estaba sentado entre dos ollas, una de las
cuales contenía comida. Ambas ollas se habían untado con un poco de la
comida oculta para evitar que el gato escogiera una olla guiándose por el
olfato. El investigador intentaba captar la atención del gato de dos maneras.
La más obvia era llamarlo por su nombre o usar cualquier otro sonido
conocido por el gato, mientras que la menos obvia era utilizar un chasquido,
un sonido que no se suele usar para llamar a un gato. Una vez había captado
la atención del minino, el investigador movía la cabeza para mirar hacia la
olla donde estaba la comida. Para complicar más las cosas, las señales que
daba con la mirada eran de dos tipos. Con el primero, la mirada dinámica, la
persona miraba fijamente la olla de la comida hasta que el gato tomaba una
decisión. Con el segundo, la mirada momentánea, la persona lanzaba una
mirada hacia la olla correcta y luego miraba al gato. Si bien las miradas
momentáneas son más difíciles de seguir para las personas, Pongrácz y su
equipo se preguntaban si el movimiento del gesto podía hacerlo más
perceptible para una especie depredadora como el gato, acostumbrada a
detectar el movimiento al cazar.
Resulta que a los gatos se les dio muy bien seguir las pistas que les daba el
humano con la mirada, aunque este fuera un extraño. En general,
escogieron la olla correcta el 70 % de las veces, un logro similar al de
algunos primates no humanos, e incluso comparable con las habilidades de
los perros. Y, no solo eso, se les dio igual de bien seguir las miradas
dinámicas más obvias y las más sutiles. Lo interesante es que el empleo de
pistas más obvias y menos obvias no mejoraban las probabilidades de éxito
del gato, un resultado diferente al obtenido por los perros. No obstante, la
pista obvia vocal hacía que los gatos establecieran contacto visual más
rápidamente que si se utilizaba otro sonido.
Aunque dista mucho de ser completa, empieza a perfilarse una imagen de
todos estos estudios sobre cómo los gatos utilizan la mirada humana. Al
menos en el entorno doméstico, los gatos, lejos de mostrarse distantes y
poco receptivos a la mirada humana, han aprendido a utilizar este método
de comunicación pese a que por instinto es muy poco natural en ellos. Han
aprendido a mirarnos cuando se topan con un problema irresoluble y a
seguir nuestra mirada para ganar recompensas. Estas situaciones son
bastante antinaturales en sí mismas, pero el gato es un animal muy
adaptable que sabe aprovechar cualquier oportunidad que se le presente.
Las experiencias y relaciones únicas que los gatos domésticos viven con sus
dueños y otras personas pueden hacer que desarrollen diferentes habilidades
para seguir la mirada de las personas. La cuestión sigue siendo si cada gato
aprende a seguir la mirada a lo largo de su vida o si es un rasgo innato que
ha evolucionado dentro de la especie con la domesticación. Para
investigarlo bien habría que estudiar cuál sería la respuesta de los gatos
salvajes socializados en situaciones de prueba similares, algo que aún no se
ha intentado.
COLETTE
En este momento comparto mi hogar con dos gatas maravillosas, Bootsy y
Smudge, dos hermanas que adopté de un refugio cuando tenían ocho
semanas de edad. De pequeñitas eran inseparables, correteaban por toda la
casa jugando y se acurrucaban juntas para dormir, eran como dos ovillitos
que cabían en una mano. Ahora, con quince años de edad ya cumplidos, y
como suele pasar con los hermanos adultos (al menos los felinos), se
ignoran siempre que pueden. Vienen de la misma madre y de la misma
camada, han compartido el mismo hogar, recibido el mismo amor y la
misma atención. Y son tan diferentes como un huevo y una castaña.
Hay un libro infantil muy bonito titulado Sixto seis cenas, de Inga Moore,
de lectura obligada para toda la gente que tenga gato, que describe a
Smudge a la perfección. Un día de verano se marcha de casa a primera hora
de la mañana (después de desayunar, claro está) y regresa al caer la tarde,
cuando la llamo con dulzura varias veces y le grito otras tantas desde la
puerta trasera. Mientras tanto, habrá visitado varias casas de las calles
circundantes. Regresa oliendo al perfume, la comida y el hogar de otras
personas. Los días en los que se siente menos aventurera, se posa en el
muro del jardín delantero y reclama la atención de los transeúntes. Todo el
mundo se para a decirle cosas. Un día estaba yo saliendo del coche que
acababa de aparcar delante de casa y la llamé, y un señor que pasaba por
allí me espetó: «Ah, ¿es tu gato? Siempre viene a nuestra casa y creíamos
que estaba abandonado.» Miré el pelaje brillante de Smudge y su
cuerpecillo bien nutrido. ¿Abandonada? ¿En serio? Sonreí por fuera, le
expliqué a aquel señor que la gata siempre pierde el collar y le imploré con
educación (o eso espero) que no le diera de comer la próxima vez que fuera
a visitarlo. Charlamos un poco más y le pregunté si nuestra otra gata
también se dejaba caer por su casa. «Ah, ¿tienes otra gata?», contestó.
Nuestros vecinos nunca ven a Bootsy, la gata hogareña. Se pasa casi todo el
día en casa, tumbada al sol en algún rincón o, en verano y otoño,
patrullando por el jardín trasero, persiguiendo hojas o moscas. Hasta hace
poco también teníamos un golden retriever, Alfie. Era el perro más suave,
bobalicón, glotón y, posiblemente, maloliente que puedas conocer. Pero
Bootsy lo adoraba; se frotaba con él, mucho más grandote que ella, y por la
noche se acurrucaba junto a Alfie en su lecho. Smudge apenas podía ocultar
su desdén por el perro; con una mirada suya, el pobre Alfie se iba corriendo
a su lecho.
¿Cómo puede ser que dos gatas de la misma camada sean tan diferentes?
La personalidad —al menos la humana— ha intrigado a filósofos y
científicos durante más de dos mil años. Nuestra personalidad afecta a la
forma en que afrontamos la vida, a nuestra forma de ver el mundo y, lo más
importante, a la forma de comunicarnos entre nosotros. El filósofo griego
Hipócrates (400 a.C.) creía que las características de nuestra personalidad
estaban influenciadas por cuatro fluidos o «humores» del cuerpo, una idea
que Galeno (140 d.C.) amplió más tarde. El humor colérico (por lo general,
audaz y ambicioso) estaba regido por la bilis amarilla; el humor
melancólico (más reservado y ansioso) era el resultado de la bilis negra; el
humor sanguíneo (optimista y alegre) provenía de la sangre, mientras que el
humor flemático (calmado y reflexivo) tenía su origen en la flema blanca.
A lo largo de los años las teorías y la investigación sobre la personalidad
han cambiado mucho, y por suerte ya no asociamos el carácter con los
fluidos corporales. Uno de los aspectos más estudiados de la personalidad
humana hoy en día es lo que se conoce como el continuo tímido-audaz.
Hace referencia a cómo reaccionan las personas ante situaciones nuevas o
de riesgo: los individuos más audaces son los que asumen más riesgos y los
más tímidos son los que los evitan. La tendencia a ser tímido o audaz fue el
tema central de un estudio pionero en niños que Jerome Kagan inició en la
década de 1970. El trabajo de Kagan demostró que, si bien la timidez es un
rasgo hereditario, no estaba grabado a fuego y en muchos casos las
condiciones del entorno podían reducir dicha timidez a medida que el niño
crecía. Los niños audaces eran menos propensos a mostrar cambios en su
audacia a medida que crecían, presumiblemente porque no se los animaba,
como a los niños tímidos, a tener más confianza en sí mismos.
Aunque es interesante, el espectro de la timidez y la audacia solo tiene en
cuenta un aspecto de la personalidad. Los investigadores empezaron a
buscar una forma de describir una imagen global más amplia de la
personalidad, medida en más de una dimensión. El resultado fue lo que se
conoce como el modelo de los cinco factores, a veces abreviado como
«modelo de los cinco grandes» o Big Five. Ampliamente considerado como
un test de personalidad fiable para las personas, emplea un cuestionario para
puntuar a los sujetos en cinco aspectos: apertura a las nuevas experiencias;
responsabilidad; extraversión; amabilidad, y neuroticismo (referido este
último a la predisposición a rasgos negativos que abarcan depresión,
vulnerabilidad, irritabilidad, mal humor, ansiedad y timidez). Las
puntuaciones para cada uno de estos cinco factores se otorgan según una
escala, de modo que una persona no se clasifica, por ejemplo, como
simplemente extravertida o no, sino que se la sitúa en un punto de la escala
entre los extremos alto y bajo. Las personas que son muy asertivas y
sociables puntúan alto en la escala de extraversión, mientras que las muy
calladas y reservadas puntúan más por la banda baja, y la gran mayoría de
las personas puntúan en la zona intermedia. La combinación de los puntos
obtenidos en cada uno de los cinco factores forma el perfil de personalidad
de la persona que se ha sometido al test.
PERSONALIDAD ANIMAL
¿Tienen personalidad los gatos y otros animales? Si se lo preguntamos a
cualquier persona que tenga un gato, nos dirá: «¡Pues claro!», y pasará a
detallarnos los detalles de mil y una anécdotas personales (véase mi propio
relato sobre Bootsy y Smudge).
Sin embargo, a pesar de los casi dos mil años de reflexión sobre el tema en
seres humanos, durante muchos años el consenso en la comunidad científica
era que los animales no humanos, domésticos o salvajes, no tenían
personalidad. La variación individual se consideraba como mero «ruido de
fondo» en los estudios de poblaciones animales. Insinuar que los animales
tenían personalidad provocaba que te tacharan de antropomorfista de la peor
calaña, una acusación que horrorizaba a la ciencia seria del
comportamiento.
Sin embargo, además de dotar a los individuos de unos rasgos físicos
concretos, la selección natural también actúa sobre la forma en la que los
animales reaccionan ante diferentes situaciones. La variación individual de
comportamiento es, por tanto, un factor clave en el estudio de la
comunicación animal, la ecología, la cognición y la evolución. Consciente
de ello, la ciencia empezó a prestar más atención a las diferencias entre
individuos en sus estudios. Uno de los primeros científicos en introducir el
concepto de las diferentes personalidades animales fue el ruso Iván Pavlov,
famoso por sus estudios a finales del siglo XIX sobre las respuestas
condicionadas en perros. Planteó cuatro tipos de personalidad canina, en la
línea de la antigua clasificación griega propuesta para los humanos:
excitable (colérica), animada (sanguínea), tranquila (flemática) e inhibida
(melancólica).
Poco a poco, el estudio de la personalidad animal se convirtió en una
ciencia aceptable. Los investigadores han explorado diferentes rasgos
individuales en especies que van desde el caracol manzana hasta el mono
para ver qué efecto tienen estos rasgos en la comunicación, cómo ayudan a
la supervivencia, cómo se heredan y cómo varían en distintas
localizaciones.
En un intento por evitar cualquier tipo de antropomorfismo, la comunidad
científica a menudo esquiva el término personalidad como tal (al fin y al
cabo, contiene la palabra persona) y utiliza en su lugar conceptos como
«estilos de conducta», «estilos de comportamiento», «síndromes de
comportamiento» o, si se vienen muy arriba, «temperamento» (aunque
técnicamente el temperamento hace referencia a la parte heredada de la
personalidad).
Como en el caso de los humanos, un aspecto muy estudiado de la
personalidad animal es el espectro de personalidades tímidas y audaces, un
rasgo que parece estar presente en todas las poblaciones animales. Bootsy y
Smudge son dos ejemplos de manual: la audaz Smudge se pasea, segura de
sí misma, por las casas del vecindario, y la tímida y retraída Bootsy se
queda en su pequeña y modesta parcela en casa. La ciencia se pregunta
cómo dos tipos de carácter tan opuestos pueden tener éxito y perpetuarse de
una generación a otra dentro de una población.
Hoy en día son muchas las especies que han tenido que adaptarse a la
proximidad humana, cada vez mayor, y por eso los estudios analizan hasta
qué punto la actividad humana, junto con sus consecuencias ambientales (el
efecto antropogénico), ha impactado en el comportamiento y personalidad
de varias poblaciones animales. El crecimiento y la expansión de las zonas
urbanas ha creado nuevos nichos, listos para ser explorados por los
animales que suelen habitar las zonas rurales que las rodean. La
disponibilidad de nuevas fuentes de alimento es un poderoso atractivo para
las especies salvajes, siempre a la búsqueda del próximo bocado, y la
capacidad de un animal para adaptarse a los nuevos retos dictaminará su
suerte a la hora de colonizar estos nuevos entornos. Los estudios indican —
y no es ninguna sorpresa— que son los individuos audaces o proactivos de
las poblaciones los que dominan estos nuevos nichos, y a menudo se los
denomina «adaptadores urbanos». Por ejemplo, Melanie Dammhahn y su
equipo estudiaron poblaciones de ratones listados en cuatro zonas urbanas y
cinco zonas rurales de Alemania que presentaban diversos grados de
urbanización y alteración medioambiental provocada por los humanos.
Descubrieron que los ratones urbanos eran más audaces, más exploradores
y más flexibles en algunos aspectos de su comportamiento que sus primos
rurales, más tímidos.
Estudios como este plantean una pregunta inevitable: si los animales
audaces y proactivos son los primeros en tener acceso a nuevas fuentes de
alimento, nuevos lugares donde refugiarse y, en consecuencia, nuevas
oportunidades de reproducirse con éxito, ¿por qué sigue habiendo
individuos tímidos dentro de una población? Por la sencilla razón de que, si
bien la audacia tiene sus beneficios, también tiene sus riesgos. En las zonas
urbanas, por ejemplo, junto a las nuevas oportunidades para alimentarse
también hay nuevos depredadores y nuevos parásitos, además del peligro
del tráfico y de la contaminación del aire, el suelo y el agua.
El antepasado del gato doméstico, el oportunista gato montés del Creciente
Fértil de hace 10 000 años del que hemos hablado en el capítulo 1, puede
considerarse como el primer adaptador urbano felino. Es probable que entre
aquellos gatos también existiera la combinación de personalidades audaces
y tímidas que se dan en cada población local. Los primeros asentamientos
humanos que surgieron en sus territorios naturales eran un prototipo
primitivo del mundo antropogénico que conocemos hoy. Está claro que los
gatos más audaces y valientes fueron los primeros en dejarse caer por
aquellos poblados primitivos, a ver si conseguían algo de comer.
Es probable que aquellos pioneros felinos se encontraran con reacciones
dispares. Los granjeros recién asentados eran tan oportunistas como ellos y
muchos gatos salvajes debieron de acabar en la cazuela como cena familiar.
Puede que otros tuvieran más éxito, que maravillaran a los granjeros con su
capacidad para cazar roedores y que por eso se les permitiera rondar por allí
con libertad. ¿Qué pasó entonces con los gatos tímidos? Que se tomaron su
tiempo para explorar y evaluar los nuevos recursos antes de aproximarse, y
por ello evitaron el riesgo de depredación por parte de los humanos y otros
carnívoros como los perros salvajes. Así sobrevivieron más tiempo y se
reprodujeron durante más tiempo que los gatos audaces. Ambas tácticas
podían tener éxito, pero de formas diferentes.
Como se cuenta con detalle en el capítulo 1, la suerte de un gato en manos
de la humanidad ha sido de lo más variopinta; y en un momento dado de su
historia una personalidad audaz o tímida pudo ser una ventaja o un
inconveniente. En el antiguo Egipto, los gatos eran tan venerados que lo
más probable es que prosperaran tanto si eran audaces como tímidos. En
cambio, a los gatos de la Edad Media les hubiera ido bien ser tímidos.
Perseguidos por la humanidad, mantener un perfil bajo era su mejor
estrategia. Los gatos macho audaces en las colonias silvestres actuales han
demostrado un mayor éxito reproductivo. Sin embargo, esto les pasa
factura, porque corren un mayor riesgo de contraer el virus de la
inmunodeficiencia felina (VIF), que se transmite por las heridas de
mordiscos cuando dos gatos macho sin castrar se pelean. De este modo,
aunque sean más eficaces a nivel reproductivo, también tienen una vida más
corta que los gatos más tímidos.
La supervivencia de los gatos, y en realidad de muchas especies, parece
depender de que mantengan esa combinación de personalidades tímidas y
audaces que se seleccionarán a favor o en contra en función de las
condiciones prevalentes de su entorno. Sin embargo, el espectro timidez
versus audacia puede no ser tan sencillo como parece. Si observamos a
Bootsy y a Smudge un poco más de cerca, resulta que la «tímida» Bootsy
en realidad se siente muy segura cuando en casa tenemos visitas y, como se
ha visto, era muy sociable con Alfie, nuestro perro. Smudge, cuando está en
casa, ignora de forma deliberada a cualquier visitante y nunca tuvo tiempo
para Alfie. Al igual que las personas, los gatos también tienen
personalidades complejas.
PERSONALIDAD GATUNA
Distantes, independientes, astutos, tímidos, afectuosos, vengativos,
inteligentes, juguetones, inquisitivos, taimados, seguros de sí mismos,
suspicaces, enigmáticos. A lo largo de la historia los gatos han sido
etiquetados con una impresionante cantidad de rasgos de personalidad que
son el resultado de observaciones subjetivas de quienes los aman y quienes
los odian. Hallar una forma más objetiva y científica de describir las
personalidades gatunas y sus diferencias ha demostrado ser tan complejo
como en el caso de las personalidades humanas. Los intentos más serios
comenzaron en 1986 con un estudio que identificaba tres dimensiones
básicas de la personalidad gatuna, definidas por los autores como alerta,
sociable y ecuánime. A partir de aquí, investigaciones posteriores utilizaron
una amplia variedad de métodos y terminología para aislar entre cuatro y
siete dimensiones de la personalidad. Las evaluaciones de los gatos en
dichos estudios se centraron, sobre todo, en cómo se comportaban con los
humanos en lugar de con otros gatos.
En el 2017 tuvo lugar un gran avance gracias al mayor y más completo
estudio de la personalidad gatuna realizado hasta la fecha, en el que se
analizaron más de 2800 cuestionarios cumplimentados por dueños de gatos
de Nueva Zelanda y Australia Meridional. A partir de aquellos datos, Carla
Litchfield y su equipo definieron cinco dimensiones de personalidad,
compuestas por 52 rasgos individuales que, además, incluían
comportamientos dirigidos a otros gatos, así como a humanos. Conocidas
como Feline Five, estas dimensiones guardan un inquietante parecido a los
Big Five originales de los humanos. Se descubrió que los gatos tenían
algunos aspectos de personalidad similares a los de los humanos:
amabilidad (también descrita como simpatía en los gatos), extraversión y
neuroticismo (nerviosismo). A la mayoría de la gente que tiene gato no le
sorprenderá saber que los mininos carecen de la dimensión humana de la
responsabilidad (que al parecer solo se encuentra en humanos, chimpancés
y gorilas) y de la dimensión de apertura a nuevas experiencias. En lugar de
eso, los gatos tienen una dimensión llamada impulsividad (o espontaneidad)
y otra que también está presente en otras especies animales no humanas, la
dominación, que explica su tendencia a intimidar o mostrar agresividad
hacia otros gatos en un extremo o a actuar de forma sumisa en el otro
extremo.
Los rasgos individuales que componen las cinco dimensiones de
personalidad felina incluyen cualidades como inseguridad, ansia, suspicacia
y timidez, que se engloban dentro del neuroticismo (nerviosismo); y el
afecto y la cordialidad, que se agrupan dentro de la amabilidad. Los 52
rasgos también incluyen opciones menos comunes pero muy reveladoras.
Mis favoritas, después de haber conocido gatos con estas encantadoras
cualidades a lo largo de los años, son la imprudencia, la aleatoriedad, la
renuencia y la torpeza.
Igual que las Big Five humanas, cada una de las Feline Five se representa
en una escala que va de menos a más, con los comportamientos extremos en
las dos puntas. Los gatos reciben una puntuación por cada dimensión en
función de las respuestas de sus dueños. Por lo general, suelen puntuar por
la parte central en la mayoría de las dimensiones, con quizá alguna
puntuación extrema en una o dos de las demás. Por ejemplo, Smudge, que
es la típica gata curiosa, puntuaría alto en extraversión y amabilidad, pero
bajo en la escala de neuroticismo. Bootsy, que es más asustadiza, puntuaría
más alto en neuroticismo e impulsividad, pero ella, al igual que Smudge,
adora a la gente, por lo que también puntuaría alto en amabilidad.
Neuroticismo
Impulsividad
Dominancia
Extraversión
Amabilidad
EL FACTOR PADRE
Además de influenciar el comportamiento de sus gatitos con sus propias
reacciones ante los humanos, una madre gata también contribuye con su
carga genética a la personalidad de sus crías y les transmite aspectos de su
temperamento. Es difícil separar ambas cosas. Los machos, en cambio, no
suelen implicarse en la crianza de los gatitos. De hecho, la mayoría de ellos
nunca vuelven a ver a su progenie, salvo que se crucen con ellos por
casualidad en la calle. Es casi seguro que toda influencia paterna en la
personalidad de las crías se debe únicamente a los genes del gato macho
más que a cualquier influencia cotidiana sobre su comportamiento.
En su investigación sobre la paternidad gatuna como parte de sus estudios
de doctorado en Cambridge, Reino Unido, en la década de 1990, Sandra
McCune trabajó con 12 camadas de gatitos nacidos de dos padres conocidos
e hizo un descubrimiento sorprendente. Uno de los padres era «amistoso»
(saludaba con la cola levantada a una persona que se le acercase, se frotaba
con ella y le hacía el gesto de amasar con las patas). El otro padre era
definitivamente «hostil»: si alguien se acercaba a él, evitaba establecer
contacto visual y se quedaba en la parte trasera del recinto, con las orejas y
el cuerpo aplanados y la cola escondida debajo del cuerpo. Cada uno de
ellos engendró a una mitad de las camadas. Para añadir otra dimensión al
estudio, la mitad de crías de cada camada recibió mimos y caricias humanas
desde muy pequeños (5 horas semanales entre las 2 y las 12 semanas de
vida), mientras que a la otra mitad no se la socializó. Así que en total había
cuatro grupos: socializados con padre amistoso, no socializados con padre
amistoso, socializados con padre hostil y no socializados con padre hostil.
Cuando los gatitos cumplieron un año se les puso a prueba para ver cuál era
su reacción ante una persona conocida, un extraño y un objeto nuevo. No es
de extrañar que, dado lo que sabemos sobre los experimentos de Karsh,
todos los gatos socializados desde pequeñitos se mostraron más amistosos
hacia las personas que los que no estaban socializados. Lo interesante es
que McCune descubrió un efecto genético independiente, y es que un padre
amistoso producía más gatitos amistosos que el padre hostil. También se dio
una especie de efecto compuesto, de modo que los gatitos socializados y de
padre amistoso demostraron ser los más amistosos de todos los grupos
posibles.
De todos modos, quizá el resultado más sorprendente fueron las variadas
reacciones de los gatitos ante el objeto nuevo. El hecho de que un gato
hubiera sido o no socializado desde pequeñito no influyó en que se acercara
o no al objeto nuevo, pero los del padre amistoso se acercaron al objeto y lo
estudiaron más rápidamente que los del padre hostil. Esos gatitos habían
heredado la tendencia a interesarse por las cosas nuevas en general, tanto si
eran humanos como simples objetos. McCune vio que esta característica
heredada no era un «carácter amistoso» y la describió como «audacia». Por
primera vez alguien había conseguido diferenciar los efectos de la genética
y del entorno en la personalidad gatuna. Dicho de otra manera, los padres
audaces producen crías que se acercarán a las cosas. La socialización solo
afecta a las reacciones del gato con las personas. Y a su vez esta
socialización puede verse afectada por la audacia de los gatitos y hacer que
se vuelvan más sociables más rápido. Sin embargo, siempre que reciban el
trato adecuado en el momento adecuado, a la larga los gatitos tímidos
pueden llegar a ser tan amistosos como los gatitos audaces. Así, la
tendencia de los gatos a ser tímidos o audaces es un reflejo de la tendencia
que vemos en las personas. Al igual que demostró el estudio de Kagan con
niños, la timidez genética en los gatos puede superarse si se dan las
condiciones ambientales adecuadas.
CHARLES DICKENS
A los pocos meses de empezar mis estudios de posgrado, visitando o viendo
gatos todo el día, me di cuenta de que al volver a casa por la noche echaba
de menos su compañía. Decidí que necesitaba un gato y, tras buscar un
poco, adopté a mi primer gatito. Era un bichito atigrado de pelo largo, al
que en un derroche de imaginación llamé Tigger, fruto de la unión entre un
gato callejero local y una gata doméstica. ¿Por qué lo elegí? Como dicen
muchas personas que tienen gato cuando les preguntan esto, «tenía algo»,
algo que ya se le intuía a las ocho semanas de vida. Cuando creció, se hizo
obvio que Tigger era de naturaleza indómita: se pasaba horas fuera de casa,
vete a saber dónde, haciendo vete a saber qué. Pagó el precio de su talante
intrépido una fatídica noche, cuando tenía nueve años, en la que perdió una
pata en un accidente de tráfico, pero con el tiempo se las apañó de forma
admirable con tres patas.
De joven, Tigger era distante por naturaleza, rara vez pasaba el rato con mis
amigos o la gente que venía de visita. Pese a ello, conmigo era muy
cariñoso: fue un gran compañero, siempre me saludaba con la cola
levantada, se frotaba conmigo y se acurrucaba en mi regazo entre una
escapada y otra. A medida que se hizo mayor se volvió más sociable con los
demás, pero siguió profesándome un afecto especial; y siempre fue, al
menos hasta cierto punto, mi gato.
A pocas personas les gusta admitir que tienen una mascota favorita, porque
les parece feo, aunque a un observador externo le resulte obvio. Los gatos
no tienen manías: algunos de ellos prefieren a una sola persona en su vida y
ya está, mientras que otros se encariñan con cualquiera que les haga caso.
Sea como sea, no se esconden. Uno de los eternos misterios de la relación
entre humanos y gatos es por qué los gatos se sienten atraídos por personas
concretas: ¿es una cuestión de personalidad o hay algo más? Los
investigadores han empezado a profundizar en los entresijos del vínculo
entre gatos y humanos para ver cómo se desarrolla, qué le afecta y los
diferentes tipos de relación que existen.
Gatos domésticos jóvenes como Tigger, que llegan a su primer hogar
permanente tras haber sido separados de sus madres, habrán estado
expuestos a muchas interacciones con personas a esa altura de sus vidas.
Esto, combinado con su propia personalidad y los distintos tipos de
personas con las que compartirán su nueva casa, crea una enorme
variabilidad en las relaciones que los gatos construyen con sus dueños.
Con tantos factores en la ecuación, el desarrollo de los estilos de interacción
de los gatos con diferentes personas es un tema complicado de estudiar; tan
complicado que pocos investigadores se han atrevido a intentarlo. Quizá el
estudio más completo al respecto sea el realizado por Claudia Mertens y
Dennis Turner en 1988. Dispuestos a averiguar cómo comienzan las
‘conversaciones’ con los gatos desde que un minino conoce a una persona
por primera vez, organizaron encuentros escenificados entre ambos.
El estudio analizaba la forma en que hombres, mujeres y niños (de entre
seis y diez años de edad) interactuaban con gatos desconocidos. Dichos
encuentros tenían lugar en una sala de observación, donde los participantes
podían ser grabados con discreción a través de un cristal. El voluntario se
sentaba en una silla y a continuación se dejaba entrar a un gato de una
colonia de 19 ejemplares de la universidad. Durante los primeros cinco
minutos se le pedía al voluntario que permaneciera sentado leyendo un
libro, sin mirar al gato. Esto iba seguido de un segundo período de otros
cinco minutos en el que el voluntario podía interactuar libremente con el
gato.
Lo que más interesaba a los investigadores era cómo se comportaría el gato
los primeros cinco minutos, cuando no recibía ningún mensaje por parte de
la persona sentada en la silla. Registraron la información que indicaba el
interés de cada gato por establecer contacto con una persona nueva, en
concreto los tiempos de su primer acercamiento, su primer comportamiento
social y el primer contacto físico con la persona. La personalidad individual
de cada gato se tradujo en una gran variabilidad de comportamiento. Por
ejemplo, algunos gatos eran más audaces que otros y se acercaban más
fácilmente, otros preferían la interacción física y a otros les apetecía más
jugar. Lo que es interesante es que en esta primera etapa, antes de que la
persona respondiera, el comportamiento propio de cada gato permaneció
inalterable tanto si la persona en cuestión era hombre, mujer o niño. Sin
embargo, en la segunda parte del experimento, una vez la persona
comenzaba a interactuar con el gato, empezaron a aparecer algunos cambios
en las reacciones del gato. En particular, la frecuencia de las
aproximaciones del gato cambiaba según la edad y el sexo de la persona; se
acercaban más a los adultos que a los niños, y más a las mujeres que a los
hombres. Estas diferencias parecían reflejar los distintos estilos de
interacción entre hombres, mujeres y niños.
Cuando podían moverse a sus anchas, los niños permanecían mucho menos
rato sentados que los adultos. Entre los adultos, los hombres pasaban más
tiempo sentados que las mujeres, mientras que tanto las mujeres como las
niñas tenían la tendencia a agacharse para interactuar con el gato. Si el gato
intentaba descansar o retirarse, era mucho más probable que lo siguiera un
niño que un adulto, y los niños más que las niñas.
Tras analizar estos primeros encuentros entre los gatos y las personas,
Mertens pasó a analizar las relaciones entre los gatos que vivían como
mascotas y las familias con las que convivían, observando los encuentros en
los hogares. Durante un año entero visitó y estudió 51 hogares con familias
de diferentes tamaños y número de gatos por hogar, sumando un total de
más de 500 horas de observaciones. Estos registros de relaciones
consolidadas entre gatos y humanos reforzaron su trabajo anterior sobre los
diferentes estilos de interacción humana. Al igual que en el estudio anterior,
los niños mostraron mayor actividad física en sus interacciones con los
gatos, mientras que los adultos tendían a hablarles primero, sobre todo las
mujeres.
A medida que pasamos de la infancia a la edad adulta parece que
aprendemos que es mejor captar la atención de un gato hablándole primero,
ya que así le damos al gato la oportunidad de reaccionar, antes de pasar al
contacto físico. Curiosamente, esto es muy parecido a la forma en la que los
gatos cambian su manera de interactuar con los humanos a medida que
crecen. Los gatitos aprenden poco a poco a acercarse a nosotros con un
maullido educado en lugar de trepar por nuestras piernas para llamar la
atención. Quizá se trate de un código de buenos modales entre gatos y
humanos.
Mertens registró elementos específicos de las interacciones entre los gatos y
los miembros de la familia, incluidas todas las veces que el gato o el
humano se acercaban o se distanciaban y lo a menudo que se mantenían a
una distancia de un metro el uno del otro. Mertens midió hasta qué punto el
comportamiento de aproximación y distanciamiento de los humanos
coincidía con el de los gatos, y calculó la reciprocidad de estos elementos
en sus interacciones. Así, descubrió que dicha reciprocidad era mayor entre
gatos y adultos que entre gatos y niños (de once a quince años de edad) o
gatos y niños más pequeños (de seis a diez años de edad).
En cuanto a la reciprocidad de la interacción, Dennis Turner hace referencia
al concepto de «red de objetivos», propuesto por primera vez para los
monos Rhesus, según el cual los objetivos de cada miembro de la pareja se
alinean con los del otro. Él y sus coinvestigadores observaron con atención
las interacciones grabadas entre los gatos y sus dueños y analizaron cómo
cada parte reaccionaba al deseo de interactuar de la otra. Vieron que en
algunas relaciones el gato respondía de forma positiva al deseo de
interacción del dueño y que este a cambio también respondía de forma
positiva e interactuaba cuando el gato así lo quería. El típico «hoy por ti,
mañana por mí», pero no en el sentido literal. Este tipo de relación se
tradujo en un mayor índice de interacciones entre gato y humano. En otros
casos ambas partes estaban menos dispuestas a cooperar si la otra quería
interactuar.
Aunque este último tipo de relación da lugar, de forma inevitable, a un
menor nivel de interacción, sigue existiendo un equilibrio —tanto el gato
como el dueño están satisfechos con este nivel—, lo cual permite que la
relación funcione. Esto conecta con la idea de que las interacciones entre
los gatos y sus dueños, con el tiempo, se ritualizan. Cuanto más tiempo
pasan juntos, más aprenden el uno del otro, y poco a poco desarrollan una
rutina de interacción predecible y establecida.
Para profundizar todavía más en los encuentros entre gatos y humanos, un
estudio de Manuela Wedl y su equipo empleó un método más técnico.
Grabaron en vídeo encuentros entre gatos y sus dueños a la hora habitual en
la que el animal comía y analizaron las secuencias de comportamientos con
un programa de software llamado Theme. Este programa era capaz de
detectar patrones temporales (t) —secuencias de eventos que se suceden de
forma no aleatoria— que escapaban al ojo humano y después evaluar la
complejidad y la estructura de las interacciones. El estudio reveló que las
interacciones entre mujeres y gatos contenían más patrones por minuto que
entre gatos y hombres, lo cual sugería, como apuntaban las conclusiones de
Mertens, que los gatos solían sentirse más cómodos al interactuar con
mujeres.
Una característica constante que se repite en todos estos estudios es que, al
parecer, las mujeres interactuaban de una manera que a los gatos les gustaba
más. Por supuesto, las personas no siempre responden de acuerdo con los
estereotipos de edad y género que aparecen en los estudios: todos los
hombres, mujeres y niños tienen relaciones especiales con sus gatos.
Como señala Dennis Turner, los gatos del primer experimento no mostraron
una preferencia innata por un género o un grupo de edad determinado, pero
como las personas dentro de esas distintas categorías tenían estilos de
interacción distintos, los gatos reaccionaron de forma diferente ante ellas.
Los gatos prefieren que la gente se agache para ponerse a su nivel, que les
hablen antes de interactuar y que no los persigan ni los interrumpan cuando
descansan. Todos estos condicionantes dan a los gatos cierto control sobre
los encuentros.
En la misma línea, quizá uno de los hallazgos más simples pero más
significativos de Turner y su equipo en estas interacciones, con enormes
implicaciones para las personas que interactúan con gatos, fue que las
interacciones iniciadas por humanos duran menos que las iniciadas por los
gatos. Dicho de otra manera: los gatos prefieren dar el primer paso.
SUAVEMENTE
Los estudios descritos en este capítulo son un recordatorio importante de
que las personas tienen que pensar bien cuál es la mejor manera de
interactuar con un gato sin precipitarse y esperar que ellos respondan de
manera positiva. Un ejemplo típico de esto ocurrió cuando busqué un
cuidador temporal que se ocupara de Tigger cuando yo me iba de
vacaciones.
Durante muchos años había cubierto el cuidado de mis mascotas pidiéndole
a algún amigo o vecino que se pasara por casa un par de veces al día para
dar de comer a mis animales y ver cómo estaban. Sin embargo, el año que
Tigger se volvió diabético y necesitaba dos inyecciones de insulina al día, ir
de vacaciones de repente se volvió más complicado. A su favor, diré que
Tigger nunca puso impedimentos a las inyecciones; pero que se las pusiera
un vecino era mucho pedir, así que a medida que se iban acercando las
vacaciones empecé a buscar alternativas. En la clínica veterinaria vi un
anuncio sobre un servicio de cuidados para mascotas a domicilio que
también ofrecía asistencia médica. Perfecto. Greg vino a casa para conocer
a Tigger. Digo «conocer», pero en realidad aquel día Greg se dedicó a
perseguir a Tigger, que huía a toda velocidad por toda la casa, intentando
ser su amigo. «Al principio es un poco reservado —le dije—. Si te sientas y
dejas que se te acerque a su debido tiempo, se acostumbrará.» Greg me
miró como si estuviera loca y siguió intentando, de forma activa y ruidosa,
que Tigger le hiciera caso. Fue en vano. Debí haber hecho caso a mi instinto
y buscar en otra parte, pero, dadas las reseñas de cinco estrellas de Greg, di
por hecho que todo iría bien y contraté dos visitas diarias a lo largo de 10
días para las inyecciones de insulina y para que le diera de comer. El primer
día, cuando llevaba unas 12 horas de vacaciones, recibí una llamada de
Greg. Parecía agotado. «Este gato es imposible. No hay forma de atraparlo
para ponerle la inyección, y me bufa y escupe cuando lo acorralo.» No sé
qué pretendía Greg que hiciera yo, estando de vacaciones a 3500 km de
distancia, pero una vez más confié y traté de explicarle cómo ganarse a
Tigger. «No lo acorrales», empecé. Lamentablemente, la solución de Greg
fue ponerse unos guantes protectores muy largos y continuar persiguiendo a
Tigger por toda la casa. Transcurridos 10 días, regresé a casa y me encontré
al gato estresado y disgustado.
Reconcomida por la culpa, la siguiente vez que me fui de viaje me esmeré
mucho más. Busqué por todas partes, siguiendo recomendaciones y
consultando un sinfín de opciones hasta que encontré un pequeño servicio
de guardería gatuna personalizado que llevaba una señora llamada Joyce
desde su propia casa. No tenía muy claro que pudiera llevar a Tigger a casa
de otra persona y dejarlo allí sin que fuera un desastre, así que propuse a
Joyce hacer una prueba y llevárselo un fin de semana. Aquella casa era un
remanso de paz y tranquilidad. Nada más entrar, dejé el transportín de
Tigger en el suelo para que se aclimatara antes de dejarlo salir. Joyce lo
ignoró por completo mientras él husmeaba con cautela. «Estará bien, no te
preocupes», dijo Joyce, y me echó como si yo fuera una madre ansiosa que
deja a su hijo en el parvulario.
Preocupándome como una boba, resistí 24 horas antes de llamar la noche
siguiente: «Hola, ¿qué tal va?» Oí un pitido de fondo. «Espera un segundo
—dijo Joyce—, el microondas acaba de calentar el pollo de la cena de
Tigger: —Dejó el teléfono y escuché como llamaba al gato—. Entra,
Tigger, ¡a cenar!» Cuando Joyce volvió al teléfono, pregunté con ansia:
«¿Está fuera?», mientras, horrorizada, me imaginaba a Tigger escalando la
valla del jardín y desapareciendo en el horizonte. «Ha salido a dar una
vueltecita por el jardín mientras le preparo la cena, cuando le apetezca
vendrá a cenar y a que le pinche la insulina. Anoche ya lo hicimos así,
después se acurrucó en su cojín especial junto a mí en el sofá. Estamos
bien. Nos vemos el lunes.»
El mismo gato, distintas personas y ambas totalmente desconocidas para él.
Joyce se limitó a dejar que Tigger se acercara a ella a su manera (con un
poco de rico pollo de por medio).
EL GATO FAMILIAR
¿Por qué tenemos gatos? Nuestra relación original con el gato salvaje
comenzó como una relación funcional: el control de plagas. Sin embargo,
ese instinto depredador que los humanos tanto apreciaron en el pasado es
ahora la cualidad menos valorada en un gato. A diferencia de los perros, los
gatos no se han criado para tareas específicas como el pastoreo, la vigilancia
o la detección de sustancias y objetos. Incluso las razas puras se crían por su
aspecto más que por otras cualidades potencialmente útiles.
En alguna ocasión los defensores de los gatos, en un intento por demostrar
que los gatos son tan útiles como los perros, se han empeñado en
encontrarles un rol. El premio a esta labor se lo lleva sin duda la Sociedad
Belga para la Promoción del Gato Doméstico, por sus esfuerzos en la
década de 1870. Esta asociación, convencida de que el talento gatuno estaba
desaprovechado, inventó un trabajo para los mininos. En un intento por
aprovechar la considerable habilidad del animal para hallar el camino de
vuelta a casa, se hizo un experimento con 37 gatos como potenciales
repartidores de correo. Los transportaron a cierta distancia de su ciudad y
los soltaron, con la esperanza de que encontraran el camino de vuelta al
hogar. Uno de los gatos regresó cinco horas después y los demás lo hicieron
a las 24 horas. Animados por este éxito, la asociación quiso seguir con su
plan y adjuntó a cada «gato cartero» una carta envuelta en una bolsa
impermeable. Se soltaría a los gatos para que entregaran el «correo». Pese a
confirmar el talento de los gatos para la orientación, no es de extrañar que
como sistema de reparto de correo el invento no cuajara.
EL VÍNCULO GATOS-HUMANOS
A medida que el número de animales de compañía ha aumentado en todo el
mundo, la ciencia se ha interesado por el desarrollo de vínculos entre los
dueños y sus mascotas: ¿qué influye en los niveles de apego y cómo
repercute el apego en la relación entre dueño y mascota? Si nos centramos
de forma más específica en los gatos, la ciencia ha descubierto que la
personalidad del dueño ayuda a predecir el grado de apego que tiene con su
gato. Por ejemplo, la dimensión de la responsabilidad del modelo Big Five
visto en el capítulo 7 parece ser muy importante en la relación entre
humanos y gatos: las personas que puntúan alto en esta dimensión muestran
de manera sistemática un mayor apego hacia sus gatos. Las que puntúan
alto en neuroticismo, que incluye el rasgo de ansiedad, también tienden a
mostrar altos niveles de apego, ya que quizá busquen un apoyo emocional
extra en su mascota.
Las personas cuyos gatos recurren al contacto físico frecuente suelen estar
más apegadas a sus mascotas que aquellas cuyos gatos rehúyen el contacto,
un agradable recordatorio de la importancia del poder del tacto visto en el
capítulo 5. Además, se ha demostrado que los dueños más apegados
atribuyen a sus gatos cualidades humanas, es decir, los antropomorfizan
más que los dueños menos apegados.
Todos sabemos lo que sentimos por nuestros gatos. Sin embargo, una de las
cuestiones más difíciles de dilucidar en nuestra vida con ellos es si ellos
sienten algo por nosotros. En este aspecto los perros son mucho más
directos: casi todos van con el corazón en la mano, nos siguen a todas partes
y, por desgracia, a menudo se sienten angustiados si se separan de nosotros.
Con los gatos, dada su fama de independientes e indolentes, a menudo se
asume que no sienten apego por sus dueños. Varios científicos se han
propuesto comprobarlo.
Diversos estudios han ideado experimentos para mostrar si los gatos
muestran el apego clásico hacia sus dueños. La «teoría del apego» es una
expresión que se acuñó en una investigación diseñada para examinar la
relación psicológica entre niños pequeños y sus cuidadores. En el test de la
situación extraña (TSE), de la psicóloga del desarrollo Mary Ainsworth, se
situaba a un niño en una sala desconocida llena de juguetes junto a su
madre u otro cuidador. El niño, que permanecía en la sala durante todo el
experimento, pasaba una serie de pruebas para registrar sus reacciones ante
la ausencia temporal y el posterior regreso de la persona cuidadora, y
también ante la entrada de un extraño en la sala. El objetivo era ver si el
niño utilizaba a su cuidador como una base segura cuando se enfrentaba a
una situación desconocida y qué tipo de apego presentaba.
Varios investigadores que estudian la relación entre personas y sus perros
han adaptado el TSE colocando un perro en el lugar del niño y un dueño en
el lugar de la persona cuidadora. Algunos estudios indican que puede haber
varios tipos de apego de los perros con sus dueños, parecidos a los que
muestran los niños con sus cuidadores. No obstante, también se ha
observado que el comportamiento variado de los dueños en estos estudios
puede afectar al comportamiento resultante de sus perros, de modo que es
posible que el test no mida meramente el apego del perro. Quizá sea mejor
analizar tanto el comportamiento del dueño como el del perro para obtener
una representación más precisa de la relación.
Los científicos que trabajan con gatos han intentado utilizar la misma
técnica para analizar la relación de los gatos con sus dueños. Tres estudios
diferentes sobre el apego han empleado versiones modificadas del TSE. Dos
de ellos concluyeron que los gatos del test mostraban una forma de apego
seguro hacia su dueño, mientras que el tercero sugería que los gatos no
contemplan a sus dueños con esta perspectiva. La discrepancia en los
resultados podría deberse, al menos en parte, al diseño de los tres
experimentos con el TSE, que variaba ligeramente. También es posible, y
puede que más probable, que los gatos no necesariamente vean a las
personas de la misma manera que las ven los niños o los perros, y que este
tipo de test sea menos relevante para ellos.
Para intentar alejarse de las meras puntuaciones de apego, tanto en gatos
como en humanos, y encontrar una fórmula más genérica y mejor para
describir las relaciones entre gatos y humanos, Mauro Ines y su equipo
desarrollaron un estudio basado en un complejo cuestionario que
profundizaba en los diversos componentes de estas relaciones. A partir de
las respuestas de 3994 personas se identificaron cinco tipos distintos de
relaciones entre gatos y dueños, regidas principalmente por cuatro factores:
la inversión emocional del dueño en el gato, si el gato acepta a los demás, la
necesidad de proximidad del dueño por parte del gato y si el gato era o no
muy distante.
En dos de estos tipos de relaciones el dueño demuestra poca inversión
emocional en el gato. Uno de ellos, descrito como «relación remota», se
caracteriza también por la baja sociabilidad del gato: tiene poca necesidad
de estar cerca de su dueño o de los humanos en general. En la «relación
casual» el gato es más sociable que en la remota, pero suele asociarse con la
gente en general, sin favorecer a su dueño. Los autores sugieren que estas
relaciones casuales pueden ser propias de gatos que provienen de casas con
mucha actividad, que tienen acceso al aire libre y que suelen visitar las
casas vecinas.
En la «relación abierta» el dueño presenta una inversión emocional
moderada sobre su gato, un animal bastante independiente que suele
disfrutar de la compañía de la gente, pero no parece buscar específicamente
a su dueño. A diferencia de los otros grupos, estos son los gatos más
propensos a ser descritos como «distantes» por parte de sus dueños, a
semejanza del famoso «gato que caminaba solo» de Kipling. El resultado es
un vínculo débil pero igualado entre el gato y el humano.
Los otros dos tipos de relación identificados por Ines y su equipo incluyen
dueños que invierten mucho en sus gatos a nivel emocional. En uno de
estos, en la «relación amistosa», el gato es sociable pero flexible a la hora
de interactuar con la gente. Disfruta de la compañía de su dueño, pero está
menos atado a él emocionalmente en comparación con el tipo de relación
más intensa: la «relación dependiente». En esta última, tanto el gato como
el dueño presentan un vínculo emocional muy estrecho el uno con el otro y
pasan mucho tiempo juntos. El gato puede estar tan apegado que no quiera
interactuar con nadie más. Este tipo de gato puede sufrir problemas
relacionados con la separación, como un comportamiento destructivo o
micciones inapropiadas cuando su dueño no está disponible para
interactuar. Es más probable que este tipo de relación se dé en hogares
unipersonales y a menudo en gatos que solo viven dentro de casa. La
ansiedad por separación, típica de los perros que se vuelven dependientes
de la presencia de sus dueños, es una preocupación cada vez mayor para los
gatos que dependen en gran medida de sus dueños para tener compañía y
sentirse estimulados.
Resolver este problema implica hallar la causa del estrés. Si son los demás
gatos de la casa, hay que aumentar el número de recursos: cajones de arena,
comederos y lugares de descanso y escondites, porque puede que así se
reduzcan los conflictos, ya que los gatos podrán compartir el espacio con
más facilidad. Cuando la causa del estrés son los gatos de la calle, es
importante asegurarnos de que nuestro gato se siente seguro dentro de casa,
evitando la entrada de otros gatos por la gatera o incluso tapando las
ventanas desde las que se ve a los gatos de fuera.
EL GATO ADAPTABLE
«Al fin y al cabo, solo el gato ha resuelto el mayor problema al que se enfrenta cualquier animal:
cómo vivir amistosamente con el ser humano y, sin embargo, ser absolutamente libre.»
INTRODUCCIÓN
Solo en Estados Unidos: “Pets by the Numbers”, Humane Society of the
United States, https://humanepro.org/page/pets-by-the-numbers , último
acceso 12 de julio de 2022.
Capítulo 1: GATOS SALVAJES
En 1868 Charles Darwin descubrió: Charles Darwin, The Variation of
Plants and Animals Under Domestication (London: John Murray, 1868).
[La variación de los animales y las plantas bajo domesticación, Los libros
de la Catarata, Madrid, 2008]
el estudio de domesticación más famoso de la historia: Dmitri Belyaev,
“Destabilizing Selection as a Factor in Domestication”, Journal of Heredity
70, no. 5 (1979): 301-308; Lyudmila Trut, Irina Oskina y Anastasiya
Kharlamova, “Animal Evolution During Domestication: The Domesticated
Fox as a Mode l”, BioEssays 31, no. 3 (2009): 349-360.
los estudios de Beliáyev están sujetos a un mayor escrutinio: Kathryn A.
Lord et al., “The History of Farm Foxes Undermines the Animal
Domestication Syndrome”, Trends in Ecology and Evolution 35, no. 2
(2020): 125-136.
algunos de estos zorros urbanos: Kevin J. Parsons et al., “Skull
Morphology Diverges Between Urban and Rural Populations of Red Foxes
Mirroring Patterns of Domestication and Macroevolution”, Proceedings of
the Royal Society B: Biological Sciences 287, no. 1928 (2020): 20200763.
4 % de los propietarios de gatos en Estados Unidos: “Pets by the
Numbers”, Humane Society of the United States,
https://humanepro.org/page/pets-by-the-numbers, último acceso 12 de julio
de 2022.
8 % en el Reino Unido: Cats Report UK 2021, Cats Protection,
https://www.cats.org.uk/media/10005/cats-2021-full-report.pdf.
Los gatitos deben tener su primer contacto con humanos: el periodo de
socialización de los gatos fue determinado por una serie de experimentos de
Eileen Karsh a principios de los años 80 del s. xx, descritos por Eileen B.
Karsh y Dennis C. Turner, “The Human-Cat Relationship”, en The
Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, ed. Dennis C. Turner y Patrick
Bateson (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 1988), 159-177.
estudio del ADN de toda la familia de los felinos: Stephen J. O’Brien y
Warren E. Johnson, “The Evolution of Cats”, Scientific American, 1 de
julio de 2007.
un ancestro común, el Pseudaelurus: más Información acerca del
Pseudaelurus y sus predecesores puede encontrarse en Sarah Brown, The
Cat: A Natural and Cultural History (Princeton, NJ: Princeton University
Press, 2020), 14-17.
Un revolucionario estudio de Carlos Driscoll: Carlos A. Driscoll et al.,
“The Near Eastern Origin of Cat Domestication”, Science 317, no. 5837
(2007): 519-523.
gato salvaje de Oriente Próximo), Felis lybica lybica: anteriormente se
conocía al Felis lybica lybica como Felis [silvestris] lybica pero esta
referencia cambió tras una revisión de la taxonomía de la familia felina en
2017. Andrew C. Kitchener et al., A Revised Taxonomy of the Felidae. The
Final Report of the Cat Classification Task Force of the IUCN/SSC Cat
Specialist Group, CATnews Special Issue 11 (invierno de 2017).
Eric Faure y Andrew Kitchener estimaron: Eric Faure y Andrew C.
Kitchener, “An Archaeological and Historical Review of the Relationships
Between Felids and People”, Anthrozoös 22, no. 3 (2009): 221-238.
parece haber una mezcla de especies domables e indomables: Charlotte
Cameron-Beaumont, Sarah E. Lowe y John W. S. Bradshaw, “Evidence
Suggesting Preadaptation to Domestication Throughout the Small Felidae”,
Biological Journal of the Linnean Society 75, no. 3 (2002): 361-366.
hijo y heredero de Akbar el Grande: Charles A. W. Guggisberg,
“Cheetah, Hunting Leopard (Acinonyx jubatus)”, en Wild Cats of the World
(London: David & Charles, 1975), 266-289.
domesticar crías de gato montés escocés: Frances Pitt, “The Romance of
Nature: Wild Life of the British Isles” in Picture and Story, vol. 2 (London:
Country Life Press, 1936).
analizaron en profundidad pruebas genéticas: Claudio Ottoni et al., “The
Palaeogenetics of Cat Dispersal in the Ancient World”, Nature, Ecology and
Evolution 1 (2017): 0139; Claudio Ottoni y Wim Van Neer, “The Dispersal
of the Domestic Cat: Paleogenetic and Zooarcheological Evidence”, Near
Eastern Archaeology 83, no. 1 (2020): 38-45.
Estos animales «de corral» tenían: Carlos A. Driscoll, David W.
Macdonald y Stephen J. O’Brien, “From Wild Animals to Domestic Pets,
an Evolutionary View of Domestication”, PNAS 106, supl. 1 (2009): 9971–
9978.
algunas zonas de Europa continental: Mateusz Baca et al., “Human-
Mediated Dispersal of Cats in the Neolithic Central Europe”, Heredity 121,
no. 6 (2018): 557-563. También Ottoni et al., “The Palaeogenetics of Cat
Dispersal in the Ancient World.”
se afeitaba las cejas: Herodoto lo describió en Historias; véase Donald W.
Engels, Classical Cats: The Rise and Fall of the Sacred Cat (London:
Routledge, 1999).
«un accidente de la historia»: Faure and Kitchener, “An Archaeological
and Historical Review.”
gatos leopardos (Prionailurus bengalensis): Jean-Denis Vigne et al.,
“Earliest ‘Domestic’ Cats in China Identified as Leopard Cat (Prionailurus
bengalensis)”, PloS One 11, no. 1 (2016): e0147295.
pudo haber desplazado gradualmente: Ottoni and Van Neer, “The
Dispersal of the Domestic Cat.”
a raíz de un modelo propuesto: Raymond Coppinger y Lorna Coppinger,
Dogs: A Startling New Understanding of Canine Origins, Behavior and
Evolution (New York: Scribner, 2001).
curiosamente también para nosotros, los humanos: Brian Hare,
“Survival of the Friendliest: Homo sapiens Evolved via Selection for
Prosociality”, Annual Review of Psychology 68, no. 1 (2017): 155-186.
En palabras de Driscoll y sus coautores: Driscoll,Macdonald, and
O’Brien, “From Wild Animals to Domestic Pets.”
Y como tal a menudo es descrito como «facultativamente social»:
Kristyn R. Vitale, “The Social Lives of Free-Ranging Cats”, Animals 12,
no. 1 (2022): 126, https://doi.org/10.3390/ani12010126.
Los estudios sobre estos grupos revelan: David W. Macdonald et al.,
“Social Dynamics, Nursing Coalitions and Infanticide Among Farm Cats,
Felis catus”, Advances in Ethology (supplement to Ethology) 28 (1987): 1-
64.
Incluso en las colonias esterilizadas: Sarah Louise Brown (no publicado),
“The Social Behaviour of Neutered Domestic Cats (Felis catus)” (PhD
diss., University of Southampton, 1993).
Capítulo 2: CUESTIÓN DE OLFATO
el mismo sustento nutricional: Robyn Hudson et al., “Nipple Preference
and Contests in Suckling Kittens of the Domestic Cat Are Unrelated to
Presumed Nipple Quality”, Developmental Psychobiology 51, no. 4 (2009):
322-332, https://doi.org/10.1002/dev.20371.
Los cachorros no muestran una tendencia: Lourdes Arteaga et al., “The
Pattern of Nipple Use Before Weaning Among Littermates of the Domestic
Dog”, Ethology 119, no. 1 (2013): 12-19.
estos no buscan de forma instintiva: Gina Raihani et al., “Olfactory
Guidance of Nipple Attachment and Suckling in Kittens of the Domestic
Cat: Inborn and Learned Responses”, Developmental Psychobiology 51, no.
8 (2009): 662-671.
muchos olores: Nicolas Mermet et al., “Odor-Guided Social Behaviour in
Newborn and Young Cats: An Analytical Survey”, Chemoecology 17
(2007): 187-199.
Un artículo académico titulado «Are You My Mummy?»: Péter Szenczi
et al., “Are You My Mummy? Long-Term Olfactory Memory of Mother’s
Body Odour by Offspring in the Domestic Cat”, Animal Cognition 25
(2022): 21–6, https://doi.org/10.1007/s10071-021-01537-w.
Las gatas también saben: Oxána Bánszegi et al., “Can but Don’t:
Olfactory Discrimination Between Own and Alien Offspring in the
Domestic Cat”, Animal Cognition 20 (2017): 795–804,
https://doi.org/10.1007/s10071-017-1100 -z.
los gatitos de una camada desarrollan: Elisa Jacinto et al., “Olfactory
Discrimination Between Litter Mates by Mothers and Alien Adult Cats:
Lump or Split?” Animal Cognition 22 (2019): 61-69,
https://doi.org/10.1007/s10071-018 -1221-z.
el olfateo representaba el 30 %: Kristyn R. Vitale Shreve and Monique A.
R. Udell, “Stress, Security, and Scent: The Influence of Chemical Signals
on the Social Lives of Domestic Cats and Implications for Applied
Settings”, Applied Animal Behaviour Science 187 (2017): 69-76.
Los primeros estudios de Warner Passanisi: Warner Passanisi y David
Macdonald, “Group Discrimination on the Basis of Urine in a Farm Cat
Colony”, en Chemical Signals in Vertebrates 5, ed. David Macdonald,
Dietland Müller-Schwarze, and S. E. Natynczuk (Oxford, UK: Oxford
University Press, 1990), 336-345.
Un estudio más detallado: Chiharu Suzuki et al., “GC × GC -MS -Based
Volatile Profiling of Male Domestic Cat Urine and the Olfactory Abilities of
Cats to Discriminate Temporal Changes and Individual Differences in
Urine”, Journal of Chemical Ecology 45 (2019): 579-587,
https://doi.org/10.1007/s10886 -019 -01083 -3.
una proteína llamada cauxina: Masao Miyazaki et al., “The Biological
Function of Cauxin, a Major Urinary Protein of the Domestic Cat (Felis
catus)”, en Chemical Signals in Vertebrates 11, ed. Jane L. Hurst et al. (New
York: Springer, 2008), 51-60.
La felinina se sintetiza: Wouter H. Hendriks, Shane M. Rutherfurd y Kay
J. Rutherfurd, “Importance of Sulfate, Cysteine and Methionine as
Precursors to Felinine Synthesis by Domestic Cats (Felis catus)”,
Comparative Biochemistry and Physiology Part C: Toxicology &
Pharmacology 129, no. 3 (2001): 211-216.
señales que demuestran aptitud son comunes: John W. S. Bradshaw,
Rachel A. Casey y Sarah L. Brown, “Communication”, en The Behaviour
of the Domestic Cat, 2nd ed. (Wallingford, UK: CABI, 2012), 91-112.
Ante tres muestras: Miyabi Nakabayashi, Ryohei Yamaoka y Yoshihiro
Nakashima, “Do Fecal Odours Enable Domestic Cats (Felis catus) to
Distinguish Familiarity of the Donors?” Journal of Ethology 30 (2012):
325-329, https://doi.org/10.1007/s10164-011-0321-x.
examen más detallado de las heces de gato: Ayami Futsuta et al., “LC -
MS/MS Quantification of Felinine Metabolites in Tissues, Fluids, and
Excretions from the Domestic Cat (Felis catus)”, Journal of
Chromatography B 1072 (2018): 94-99.
deriva de la felinina: Masao Miyazaki et al., “The Chemical Basis of
Species, Sex, and Individual Recognition Using Feces in the Domestic
Cat”, Journal of Chemical Ecology 44 (2018): 364–73,
https://doi.org/10.1007/s10886 -018 -0951-3.
Un estudio reveló que el 52 %: Colleen Wilson et al., “Owner
Observations Regarding Cat Scratching Behavior: An Internet-Based
Survey”, Journal of Feline Medicine and Surgery 18, no. 10 (2016): 791-
797.
suelen encontrarse a lo largo de sus rutas: Hilary Feldman, “Methods of
Scent Marking in the Domestic Cat”, Canadian Journal of Zoology 72, no. 6
(1994): 1093-1099, https://doi.org/10.1139/z94-147.
el especialista en neuroanatomía Paul Broca: Paul Broca, “Recherches
sur les centres olfactifs”, Revue d’Anthropologie 2 (1879): 385-455.
científicos como John McGann: John P. McGann, “Poor Human Olfaction
Is a 19th-Century Myth”, Science 356, no. 6338 (2017): eaam7263.
más de un billón de estímulos olfativos diferentes: C. Bushdid et al.,
“Humans Can Discriminate More Than 1 Trillion Olfactory Stimuli”,
Science 343, no. 6177 (2014): 1370-1372,
https://doi.org/10.1126/science.1249168.
Uno de los ejemplos más curiosos: Jess Porter et al., “Mechanisms of
Scent-Tracking in Humans”, Nature Neuroscience 10, no. 1 (2007): 27-29.
En un estudio con 400 personas: Ofer Perl et al., “Are Humans Constantly
but Subconsciously Smelling Themselves?” Philosophical Transactions of
the Royal Society B 375, no. 1800 (2020): 20190372.
comportamiento interactivo humano: Ida Frumin et al., “A Social
Chemosignaling Function for Human Handshaking”, eLife 4 (2015):
e05154, https://doi.org/10.7554/eLife.05154.
Un estudio a pequeña escala: Nicola Courtney and Deborah L. Wells,
“The Discrimination of Cat Odours by Humans”, Perception 31, no. 4
(2002): 511-512.
este olor particular: Benjamin L. Hart y Mitzi G. Leedy, “Analysis of the
Catnip Reaction: Mediation by Olfactory System, Not Vomeronasal Organ”,
Behavioral and Neural Biology 44, no. 1 (1985): 38-46.
el genetista Neil Todd: Neil B. Todd, “Inheritance of the Catnip Response
in Domestic Cats”, Journal of Heredity 53, no. 2 (1962): 54-56,
https://doi.org/10.1093/oxfordjournals.jhered.a107121.
Algunas de ellas son la madreselva: Sebastiaan Bol et al.,
“Responsiveness of Cats (Felidae) to Silver Vine (Actinidia polygama),
Tatarian Honeysuckle (Lonicera tatarica), Valerian (Valeriana officinalis)
and Catnip (Nepeta cataria)”, BMC Veterinary Research 13, no. 1 (2017):
1-16.
Tras analizar el matatabi: Reiko Uenoyama et al., “The Characteristic
Response of Domestic Cats to Plant Iridoids Allows Them to Gain
Chemical Defense Against Mosquitoes”, Science Advances 7, no. 4 (2021):
eabd9135.
artículo académico de 1964: Thomas Eisner, “Catnip: Its Raison d’Être”,
Science 146, no. 3649 (1964): 1318-1320.
Capítulo 3: AMOR AL PRIMER MIAU
una anotación del diario del abad Galiani: Francis Steegmuller, A
Woman, a Man, and Two Kingdoms: The Story of Madame d’Épinay and
the Abbé Galiani (Princeton, NJ: Princeton University Press, 2014).
Dupont de Nemours: descrito por Champfluery, “Cat Language”, en The
Cat, Past and Present, trans. Cashel Hoey (London: G. Bell, 1985). [Jules
Champfleury, Los gatos Una historia cultural, Trifaldi, Madrid, 2022]
Pussy and Her Language: Marvin R. Clark y Alphonse Leon Grimaldi,
Pussy and Her Language (Fairford, UK: Echo Library, 2019).
Mildred Moelk revolucionó: Mildred Moelk, “Vocalizing in the House-
Cat; a Phonetic and Functional Study”, American Journal of Psychology 57,
no. 2 (1944): 184-205.
tienen una llamada de socorro: Ron Haskins, “A Causal Analysis of
Kitten Vocalization: An Observational and Experimental Study”, Animal
Behaviour 27 (1979): 726-736.
Un estudio de Wiebke Konerding: Wiebke S. Konerding et al., “Female
Cats, but Not Males, Adjust Responsiveness to Arousal in the Voice of
Kittens”, BMC Evolutionary Biology 16, no. 1 (2016): 1-9.
cada cría desarrolla […] su propia versión: Marina Scheumann et al.,
“Vocal Correlates of Sender-Identity and Arousal in the Isolation Calls of
Domestic Kitten (Felis silvestris catus)”, Frontiers in Zoology 9, no. 1
(2012): 1-14.
estas se mantienen constantes: Robyn Hudson et al., “Stable Individual
Differences in Separation Calls During Early Development in Cats and
Mice”, Frontiers in Zoology 12, suppl. 1 (2015): 1-12.
descrito por Lafcadio Hearn: Lafcadio Hearn, “Pathological”, en Kottō
(London: Macmillan and Co., Ltd., 1903).
Los científicos lo descubrieron: Péter Szenczi et al., “Mother-Offspring
Recognition in the Domestic Cat: Kittens Recognize Their Own Mother’s
Call”, Developmental Psychobiology 58, no. 5 (2016): 568-577.
describe la acústica del maullido: Nicholas Nicastro, “Perceptual and
Acoustic Evidence for Species-Level Differences in Meow Vocalizations by
Domestic Cats (Felis catus) and African Wild Cats (Felis silvestris lybica)”,
Journal of Comparative Psychology 118, no. 3 (2004): 287-296.
Una versión más […] fonética: Susanne Schötz, Joost van deWeijer y
Robert Eklund, “Melody Matters: An Acoustic Study of Domestic Cat
Meows in Six Contexts and Four Mental States”, PeerJ Preprints 7 (2019):
e27926v1.
La definición del Urban Dictionary: Urban Dictionary, s.v. “meow”,
última modificación en 1 de julio de 2014,
https://www.urbandictionary.com/define.php?term=Meow.
una frecuencia media: Katarina Michelsson, Helena Todd de Barra y
Oliver Michelson, “Sound Spectrographic Cry Analysis and Mothers’
Perception of Their Infant’s Crying”, en Focus on Nonverbal
Communication Research, ed. Finley R. Lewis (New York: Nova Science,
2007), 31-64.
Otros investigadores, como Schötz: Susanne Schötz, Joost van de Weijer
y Robert Eklund, “Phonetic Methods in Cat Vocalization Studies: A Report
from the Meowsic Project”, en Proceedings of the Fonetik, vol. 2019
(Stockholm, 2019), 10-12.
Joanna Dudek y su equipo: Joanna Dudek et al., “Infant Cries Rattle
Adult Cognition”, PLoS One 11, no. 5 (2016): e0154283.
atención como la de un bebé: La urgencia con la que los humanos adultos
responden al llanto de un bebé fue investigada por Katherine S. Young et al.
Al evaluar a hombres y mujeres adultos que no eran padres, descubrieron
que la respuesta en su cerebro se producía antes si escuchaban el llanto de
un bebé que si escuchaban el de otro adulto, lo cual sugiere la existencia de
un «instinto de cuidado». Se pueden encontrar más detalles en Young et al.,
“Evidence for a Caregiving Instinct: Rapid Differentiation of Infant from
Adult Vocalizations Using Magnetoencephalography”, Cerebral Cortex 26,
no. 3 (2016): 1309-1321.
el maullido del gato doméstico: Nicholas Nicastro, “Perceptual and
Acoustic Evidence for Species-Level Differences.”
acústica de los maullidos del gato callejero y el gato doméstico: Seong
Yeon et al., “Differences Between Vocalization Evoked by Social Stimuli in
Feral Cats and House Cat’s”, Behavioural Processes 87, no. 2 (2011): 183-
189.
estudio científico realizado por Fabiano de Oliveira Calleia: Fabiano de
Oliveira Calleia, Fábio Röhe y Marcelo Gordo, “Hunting Strategy of the
Margay (Leopardus wiedii) to Attract the Wild Pied Tamarin (Saguinus
bicolor)”, Neotropical Primates 16, no. 1 (2009): 32-34.
usan sus ladridos: Sophia Yin, “A New Perspective on Barking in Dogs
(Canis familaris)”, Journal of Comparative Psychology 116, no. 2 (2002):
189-193.
Nicholas Nicastro grabó: Nicholas Nicastro y Michael J. Owren,
“Classification of Domestic Cat (Felis catus) Vocalizations by Naive and
Experienced Human Listeners”, Journal of Comparative Psychology 117,
no. 1 (2003): 44-52.
la estructura acústica de los ladridos: Sophia Yin and BrendaMcCowan,
“Barking in Domestic Dogs: Context Specificity and Individual
Identification”, Animal Behaviour 68, no. 2 (2004): 343-355.
Un estudio posterior de Sarah Ellis: Sarah L. H. Ellis, Victoria Swindell,
and Oliver H. P. Burman, “Human Classification of Context-Related
Vocalizations Emitted by Familiar andUnfamiliar Domestic Cats: An
Exploratory Study”, Anthrozoös 28, no. 4 (2015): 625-634.
puntuación más alta en el nivel de empatía: Emanuela Prato-Previde et
al., “What’s in a Meow? A Study on Human Classification and
Interpretation of Domestic Cat Vocalizations”, Animals 10, no. 12 (2020):
2390.
Tamás Faragó y su equipo: Tamás Faragó et al., “Humans Rely on the
Same Rules to Assess Emotional Valence and Intensity in Conspecific and
Dog Vocalizations”, Biology Letters 10, no. 1 (2014): 20130926.
concepto planteado por Darwin: Charles Darwin, “Means of Expression
in Animals”, en The Expression of the Emotions in Man and Animals (New
York: D. Appleton & Company, 1872), 83-114.
Un estudio observó que los maullidos: M. A. Schnaider et al., “Cat
Vocalization in Aversive and Pleasant Situations”, Journal of Veterinary
Behavior 55-56 (2022): 71-78.
En otro estudio, Suzanne Schölz: Schötz, van deWeijer, y Eklund,
“Melody Matters.”
quienes tenían más experiencia con gatos obtuvieron mejores
resultados: Susanne Schötz y Joost van de Weijer, “A Study of Human
Perception of Intonation in Domestic Cat Meows”, en Social and Linguistic
Speech Prosody: Proceedings of the 7th International Conference on Speech
Prosody, ed. Nick Campbell, Dafydd Gibbon y Daniel Hirst (2014).
Pascal Belin y su equipo: Pascal Belin et al., “Human Cerebral Response
to Animal Affective Vocalizations”, Proceedings of the Royal Society B:
Biological Sciences 275, no. 1634 (2008): 473-481.
amplia encuesta sobre la opinión que la gente tiene de sus mascotas:
Christine E. Parsons et al., “Pawsitively Sad: Pet-Owners Are More
Sensitive to Negative Emotion in Animal Distress Vocalizations”, Royal
Society Open Science 6, no. 8 (2019): 181555.
el divertido y cautivador libro de Paul Gallico: Paul Gallico, The Silent
Miaow (London: Pan Books Ltd., 1987).
En un estudio, el 96 %: Victoria L. Voith y Peter L. Borchelt, “Social
Behavior of Domestic Cats”, en Readings in Companion Animal Behavior,
ed. V. L. Voith and P. L. Borchelt (Trenton, NJ: Veterinary Learning
Systems, 1996), 248-257.
Cuando han estado fuera de casa: Matilda Eriksson, Linda J. Keeling y
Therese Rehn, “Cats and Owners Interact More with Each Other After a
Longer Duration of Separation”, PLoS One 12, no. 10 (2017): e0185599.
Hay estudios que han demostrado que el habla dirigida a las mascotas:
Denis Burnham, Christine Kitamura y Uté Vollmer-Conna, “What’s New,
Pussycat? On Talking to Babies and Animals”, Science 296, no. 5572
(2002): 1435.
The Language Used in Talking to Domestic Animals: H. Carrington
Bolton, “The Language Used in Talking to Domestic Animals”, American
Anthropologist 10, no. 3 (1897): 65-90.
los bebés prefieren: Tobias Grossmann et al., “The Developmental Origins
of Voice Processing in the Human Brain”, Neuron 65, no. 6 (2010): 852-
858.
sobre todo los jóvenes: Péter Pongrácz y Julianna Szulamit Szapu, “The
Socio-Cognitive Relationship Between Cats and Humans-Companion Cats
(Felis catus) as Their Owners See Them”, Applied Animal Behaviour
Science 207 (2018): 57-66.
habla dirigida a ellos: Charlotte de Mouzon, Marine Gonthier y Gérard
Leboucher, “Discrimination of Cat-Directed Speech from Human-Directed
Speech in a Population of Indoor Companion Cats (Felis catus)”, Animal
Cognition 26, no. 2 (2023): 611-619, https://doi.org /10.1007/s10071-022-
01674-w.
el rango auditivo de los gatos: Rickye S. Heffner y Henry E. Heffner,
“Hearing Range of the Domestic Cat”, Hearing Research 19, no. 1 (1985):
85-88.
Atsuko Saito y Kazutaka Shinozuka: Atsuko Saito and Kazutaka
Shinozuka, “Vocal Recognition of Owners by Domestic Cats (Felis catus)”,
Animal Cognition 16, no. 4 (2013): 685-690.
capacidad de los gatos para distinguir: Atsuko Saito et al., “Domestic
Cats (Felis catus) Discriminate Their Names from Other Words”, Scientific
Reports 9, no. 5394 (2019): 1-8.
A día de hoy, sabemos que está controlado: Dawn Frazer Sissom, D. A.
Rice y G. Peters, “How Cats Purr”, Journal of Zoology 223, no. 1 (1991):
67-78.
30 minutos: Eriksson, Keeling y Rehn, “Cats and Owners Interact More
with Each Other.”
Karen Mccomb y su equipo: Karen Mccomb et al., “The Cry Embedded
Within the Purr”, Current Biology 19, no. 13 (2009): R507-8.
Capítulo 4: COLAS Y OREJAS QUE HABLAN
la ciencia ha descubierto que los canguros: Shawn M. O’Connor et al.,
“The Kangaroo’s Tail Propels and Powers Pentapedal Locomotion”,
Biology Letters 10, no. 7 (2014): 20140381.
estructura ósea: Emily Xu y Patricia M. Gray, “Evolutionary GEM: The
Evolution of the Primate Prehensile Tail”, Western Undergraduate Research
Journal: Health and Natural Sciences 8, no. 1 (2017).
ardillón de California: Matthew A. Barbour y Rulon W. Clark, “Ground
Squirrel Tail-Flag Displays Alter Both Predatory Strike and Ambush Site
Selection Behaviours of Rattlesnakes”, Proceedings of the Royal Society B:
Biological Sciences 279, no. 1743 (2012): 3827-3833.
Angelo Quaranta y su equipo: A. Quaranta, M. Siniscalchi, and G.
Vallortigara, “Asymmetric Tail-Wagging Responses by Dogs to Different
Emotive Stimuli”, Current Biology 17, no. 6 (2007): R199-201.
Marcello Siniscalchi y su equipo: Marcello Siniscalchi et al., “Seeing
Left- or Right-Asymmetric Tail Wagging Produces Different Emotional
Responses in Dogs”, Current Biology 23, no. 22 (2013): 2279-2282.
suelen mantener la cola: Daiana de Oliveira y Linda J. Keeling, “Routine
Activities and Emotion in the Life of Dairy Cows: Integrating Body
Language into an Affective State Framework”, PloS One 13, no. 5 (2018):
e0195674.
canibalismo de colas: Maya Wedin et al., “Early Indicators of Tail Biting
Outbreaks in Pigs”, Applied Animal Behaviour Science 208 (2018): 7-13.
el doctor Amir Patel se percató: Amir Patel y Edward Boje, “On the
Conical Motion and Aerodynamics of the Cheetah Tail”, en Robotics:
Science and Systems Workshop on “Robotic Uses for Tails” (Rome, 2015).
descrito por E. W. Gudger: Eugene Willis Gudger, “Does the Jaguar Use
His Tail as a Lure in Fishing”, Journal of Mammalogy 27, no. 1 (1946): 37-
49.
utilizaban la cola para comunicarse: Sarah Louise Brown, “The Social
Behaviour of Neutered Domestic Cats (Felis catus)” (PhD diss., University
of Southampton, 1993).
Tras mis primeras investigaciones: John Bradshaw y Sarah Brown,
“Social Behaviour of Cats”, Tijdschrift voor Diergeneeskunde 177, no. 1
(1992): 54-56.
estudio del comportamiento de la cola levantada: John Bradshaw and
Charlotte Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of the Domestic
Cat and Its Undomesticated Relatives”, en The Domestic Cat: The Biology
of Its Behaviour, 2nd ed., ed. Dennis C. Turner and Patrick Bateson
(Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2000), 67.
Simona Cafazzo y Eugenia Natoli: Simona Cafazzo y Eugenia Natoli,
“The Social Function of Tail Up in the Domestic Cat (Felis silvestris
catus)”, Behavioural Processes 80, no. 1 (2009): 60-66.
John Bradshaw analizó: John W. S. Bradshaw, “Sociality in Cats: A
Comparative Review”, Journal of Veterinary Behavior 11 (2016): 113-124.
Penny Bernstein y Mickie Strack: Penny L. Bernstein and Mickie Strack,
“A Game of Cat and House: Spatial Patterns and Behavior of 14 Domestic
Cats (Felis catus) in the Home”, Anthrozoös 9, no. 1 (1996): 25-39.
Como parte de mis estudios de doctorado: Brown, “The Social Behaviour
of Neutered Domestic Cats.”
Uno de los aspectos más interesantes: Esta investigación de la «cola
levantada» en gatos salvajes y el debate sobre ello puede consultarse en
Bradshaw y Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of the
Domestic Cat.”
se han llevado a cabo estudios comparativos: Charlotte Cameron-
Beaumont, “Visual and Tactile Communication in the Domestic Cat (Felis
silvestris catus) and Undomesticated Small Felids” (PhD diss., University
of Southampton, 1997).
¿Y cómo evolucionó la señal de la cola levantada?: La evolución de la
cola levantada se debate en Cafazzo y Natoli, “The Social Function of Tail
Up”, y en Bradshaw y Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of
the Domestic Cat.”
leones del Serengueti: George B. Schaller, The Serengeti Lion: A Study of
Predator-Prey Relations (Chicago: University of Chicago Press, 1972).
poblaciones de gato montés africano actuales: David Macdonald et al.,
“African Wildcats in Saudi Arabia”, WildCRU Review 42 (1996).
Bateson y Turner sugirieron: “Postscript: Questions and Some Answers”,
en The Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, 3rd ed., ed. Dennis C.
Turner and Patrick Bateson (Cambridge: Cambridge University Press,
2014).
profesor Alphonse Grimaldi: Marvin R. Clark y Alphonse Leon Grimaldi,
Pussy and Her Language (Fairford, UK: Echo Library, 2019).
llamada sistema de codificación de acción facial: El Sistema se ha
actualizado a lo largo de los años pero sus primeros tiempos pueden
consultarse en Paul Ekman y Wallace V. Friesen, “Measuring Facial
Movement”, Environmental Psychology and Nonverbal Behavior 1 (1976):
56-75, https://www.paulekman.com/wp-
content/uploads/2013/07/Measuring-Facial-Movement.pdf.
se conoce como CatFACS: Cátia Correia-Caeiro, Anne M. Burrows y
Bridget M. Waller, “Development and Application of CatFACS: Are
Human Cat Adopters Influenced by Cat Facial Expressions?” Applied
Animal Behaviour Science 189 (2017): 66-78.
Bertrand Deputte y su equipo: Bertrand L. Deputte et al., “Heads and
Tails: An Analysis of Visual Signals in Cats, Felis catus”, Animals 11, no. 9
(2021): 2752.
cómo las personas interpretan: Gabriella Tami y Anne Gallagher,
“Description of the Behaviour of Domestic Dog (Canis familiaris) by
Experienced and Inexperienced People”, Applied Animal Behaviour
Science 120, no. 3-4 (2009): 159-169.
entre perros y gatos residentes en el mismo hogar: N. Feuerstein y
Joseph Terkel, “Interrelationships of Dogs (Canis familiaris) and Cats (Felis
catus L.) Living Under the Same Roof”, Applied Animal Behaviour
Science 113, no. 1-3 (2008): 150-65.
Capítulo 5: CONTACTO CON TACTO
Robin Dunbar, que estudiaba: Robin I. M. Dunbar, “The Social Role of
Touch in Humans and Primates: Behavioural Function and Neurobiological
Mechanisms”, Neuroscience and Biobehavioral Reviews 34, no. 2 (2010):
260-268.
David Macdonald y Peter Apps: David Macdonald et al., “Social
Dynamics, Nursing Coalitions and Infanticide Among Farm Cats, Felis
catus”, Advances in Ethology (supplement to Ethology) 28 (1987): 1-64;
David Macdonald, “The Pride of the Farmyard”, BBC Wildlife, noviembre
de 1991.
extensa colonia de gatos esterilizados: Ruud van den Bos, “The Function
of Allogrooming in Domestic Cats (Felis silvestris catus); a Study in a
Group of Cats Living in Confinement”, Journal of Ethology 16 (1998): 1-
13.
En algunas especies: C. J. O. Harrison, “Allopreening as Agonistic
Behaviour”, Behaviour 24, no. ¾ (1964): 161-209.
un primate nocturno llamado gálago de Garnet: Jennie L. Christopher,
“Grooming as an Agonistic Behavior in Garnett’s Small-Eared Bushbaby
(Otolemurgarnettii)” (master’s thesis, University of Southern Mississippi,
2017).
se da entre delfines adultos: Mai Sakai et al., “Flipper Rubbing Behaviors
in Wild Bottlenose Dolphins (Tursiops aduncus)”, Marine Mammal Science
22, no. 4 (2006): 966-78.
Los elefantes asiáticos […] forman: Saki Yasui and Gen’ichi Idani,
“Social Significance of Trunk Use in Captive Asian Elephants”, Ethology,
Ecology&Evolution 29, no. 4 (2017): 330–50,
https://doi.org/10.1080/03949370.2016.1179684.
Kimberly Barry y Sharon Crowell-Davis: Kimberly J. Barry and Sharon
L. Crowell-Davis, “Gender Differences in the Social Behavior of the
Neutered Indoor-Only Domestic Cat”, Applied Animal Behaviour Science
64, no. 3 (1999): 193-211.
propuesto en el caso de los tejones: Christina D. Buesching, P. Stopka y
D. W. Macdonald, “The Social Function of Allo-Marking in the European
Badger (Meles meles)”, Behaviour 140, no. 8/9 (2003): 965-980.
este movimiento hacia delante como «transportador de bigotes»: Más
detalladas descripciones e ilustraciones de su peculiar movimiento están en
Cat-FACS manual: https://www.animalfacs.com/catfacs_new.
Yngve Zotterman descubrió: Yngve Zotterman, “Touch, Pain and
Tickling: An Electro-Physiological Investigation on Cutaneous Sensory
Nerves”, Journal of Physiology 95, no. 1 (1939): 1-28,
https://doi.org/10.1113/jphysiol.1939.sp003707.
genera la máxima respuesta: Rochelle Ackerley et al., “Human C -Tactile
Afferents Are Tuned to the Temperature of a Skin-Stroking Caress”, Journal
of Neuroscience 34, no. 8 (2014): 2879-2883.
conocida como la ínsula: Hakan Olausson et al., “Unmyelinated Tactile
Afferents Signal Touch and Project to Insular Cortex”, Nature Neuroscience
5, no. 9 (2002): 900-904.
Parece aumentar: Miranda Olff et al., “The Role of Oxytocin in Social
Bonding, Stress Regulation and Mental Health: An Update on the
Moderating Effects of Context and Interindividual Differences”,
Psychoneuroendocrinology 38, no. 9 (2013): 1883-1894,
https://doi.org/10.1016/j.psyneuen.2013.06.019; Simone G. Shamay-Tsoory
y Ahmad AbuAkel, “The Social Salience Hypothesis of Oxytocin”,
Biological Psychiatry 79, no. 3 (2016): 194-202,
https://doi.org/10.1016/j.biopsych.2015.07.020.
reduce la sociabilidad: Annaliese K. Beery, “Antisocial Oxytocin:
Complex Effects on Social Behavior”, Current Opinion in Behavioral
Sciences 6 (2015): 174-182,
https://www.sciencedirect.com/science/article/pii/S2352154615001461.
Claudia Mertens y Dennis Turner: Claudia Mertens y Dennis C. Turner,
“Experimental Analysis of Human-Cat Interactions During First
Encounters”, Anthrozoös 2, no. 2 (1988): 83-97.
desarrollé un estudio: Sarah Louise Brown, “The Social Behaviour of
Neutered Domestic Cats (Felis catus)” (PhD diss., University of
Southampton, 1993).
«Tropezar con el gato»: Bruce R. Moore y Susan Stuttard, “Dr. Guthrie
and Felis domesticus or: Tripping over the Cat”, Science 205, no. 4410
(1979): 1031-1033.
Edwin Guthrie y George Horton: E. R. Guthrie and G. P. Horton, Cats in
a Puzzle Box (New York: Rinehart, 1946).
otras diferencias sutiles: Claudia Mertens, “Human-Cat Interactions in the
Home Setting”, Anthrozoös 4, no. 4 (1991): 214-231.
frotamiento no aumenta: Matilda Eriksson, Linda J. Keeling y Therese
Rehn, “Cats and Owners Interact More with Each Other After a Longer
Duration of Separation”, PLoS One 12, no. 10 (2017): e0185599. Véase
también Matilda Eriksson, “The Effect of Time Left Alone on Cat
Behaviour” (master’s thesis, University of Uppsala, 2015).
Se ha demostrado que los perros: Therese Rehn and Linda J. Keeling,
“The Effect of Time Left Alone at Home on Dog Welfare”, Applied Animal
Behaviour Science 129, no. 2-4 (2011): 129-135.
tienden a frotarse con quien les da de comer: John W. S. Bradshaw y
Sarah E. Cook, “Patterns of Pet Cat Behaviour at Feeding Occasions”,
Applied Animal Behaviour Science 47, no. 1-2 (1996): 61-74.
Edwards y su equipo: Claudia Edwards et al., “Experimental Evaluation of
Attachment Behaviors in Owned Cats”, Journal of Veterinary Behavior 2,
no. 4 (2007): 119-125.
la parte táctil era importante: Therese Rehn et al., “Dogs’ Endocrine and
Behavioural Responses at Reunion Are Affected by How the Human
Initiates Contact”, Physiology & Behavior 124 (2014): 45-53.
Un estudio de Nadine Gourkow: N. Gourkow, S. C. Hamon, and C. J. C.
Phillips, “Effect of Gentle Stroking and Vocalization on Behaviour,
Mucosal Immunity and Upper Respiratory Disease in Anxious Shelter
Cats”, Preventive Veterinary Medicine 117, no. 1 (2014): 266-275.
las caricias solas resultaban mucho más efectivas: Sita Liu et al., “The
Effects of the Frequency and Method of Gentling on the Behavior of Cats in
Shelters”, Journal of Veterinary Behavior 39 (2020): 47-56.
guían a su dueño: Penny Bernstein, “The Human-Cat Relationship”, en
The Welfare of Cats, ed. Irene Rochlitz (Dordrecht, Netherlands: Springer,
2007), 47-89.
Sarah Ellis y su equipo: Sarah L. H. Ellis et al., “The Influence of Body
Region, Handler Familiarity and Order of Region Handled on the Domestic
Cat’s Response to Being Stroked”, Applied Animal Behaviour Science 173
(2015): 60-67.
Las vacas lecheras, por ejemplo: Claudia Schmied et al., “Stroking of
Different Body Regions by a Human: Effects on Behaviour and Heart Rate
of Dairy Cows”, Applied Animal Behaviour Science 109, no. 1 (2008): 25-
38.
estudio sobre las caricias entre humanos: Chantal Triscoli et al., “Touch
Between Romantic Partners: Being Stroked Is More Pleasant Than Stroking
and Decelerates Heart Rate”, Physiology & Behavior 177 (2017): 169-175.
Investigadores que estudiaban la interacción entre mujeres y sus gatos:
Elizabeth A. Johnson et al., “Exploring Women’s Oxytocin Responses to
Interactions with Their Pet Cats”, PeerJ 9 (2021): e12393.
giro frontal inferior: Ai Kobayashi et al., “The Effects of Touching and
Stroking a Cat on the Inferior Frontal Gyrus in People”, Anthrozoös 30, no.
3 (2017): 473-486, https://doi.org/10.1080/08927936.2017.1335115.
dueños de gatos en Brasil: Daniela Ramos and Daniel S. Mills, “Human
Directed Aggression in Brazilian Domestic Cats: Owner Reported
Prevalence, Contexts and Risk Factors”, Journal of Feline Medicine and
Surgery 11, no. 10 (2009): 835-841,
https://doi.org/10.1016/j.jfms.2009.04.006.
las fibras aferentes CT: Chantal Triscoli, Rochelle Ackerley y Uta Sailer,
“Touch Satiety: Differential Effects of Stroking Velocity on Liking and
Wanting Touch over Repetitions”, PLoS One 9, no. 11 (2014): e113425.
Un interesante estudio: Cátia Correia-Caeiro, Anne M. Burrows, and
Bridget M. Waller, “Development and Application of CatFACS: Are
Human Cat Adopters Influenced by Cat Facial Expressions?” Applied
Animal Behaviour Science 189 (2017): 66-78.
James Herriot, un veterinario británico: James Herriot, James Herriot’s
Cat Stories, 2nd ed. (New York: St. Martin’s Press, 2015).
Capítulo 6: VEO, VEO
Los experimentos de Phyllis Chesler: Phyllis Chesler, “Maternal
Influence in Learning by Observation in Kittens”, Science 166, no. 3907
(1969): 901-903, https://doi.org/10.1126/science.166.3907.901.
un estudio sobre el aprendizaje observacional: E. Roy John et al.,
“Observation Learning in Cats”, Science 159, no. 3822 (1968): 1489-1491,
https://doi.org/10.1126/science.159.3822.1489.
La teoría de la permanencia del objeto: Jean Piaget, The Construction of
Reality in the Child, trans. Margaret Cook (Oxford, UK: Routledge, 2013).
[La representación del mundo en el niño, Ediciones Morata, Madrid, 2007]
han salido airosos: Sonia Goulet, François Y. Doré y Robert Rousseau,
“Object Permanence and Working Memory in Cats (Felis catus)”, Journal
of Experimental Psychology: Animal Behavior Processes 20, no. 4 (1994):
347-365, https://doi.org/10.1037/0097-7403.20.4.347.
transcurridos los primeros 30 segundos después de que un objeto
desaparezca: Sylvain Fiset and François Y. Doré, “Duration of Cats’ (Felis
catus) Working Memory for Disappearing Objects”, Animal Cognition 9,
no. 1 (2006): 62-70, https://doi.org/10.1007/s10071-005-0005-4.
Cuando la investigadora Hitomi Chijiiwa: Hitomi Chijiiwa et al., “Dogs
and Cats Prioritize Human Action: Choosing a Now-Empty Instead of a
Still-Baited Container”, Animal Cognition 24, no. 1 (2021): 65-73.
La investigadora Jane Dards: Jane L. Dards, “The Behaviour of
Dockyard Cats: Interactions of Adult Males”, Applied Animal Ethology 10,
no. 1-2 (1983): 133-153.
Deborah Goodwin y John Bradshaw: (no publicado: John Bradshaw and
Charlotte Cameron-Beaumont, “The Signaling Repertoire of the Domestic
Cat and Its Undomesticated Relatives”, en The Domestic Cat: The Biology
of Its Behaviour, 2nd ed., ed. Dennis C. Turner and Patrick Bateson
(Cambridge: Cambridge University Press, 2000).
registrar el contacto visual: Deborah Goodwin y John W. S. Bradshaw,
“Gaze and Mutual Gaze: Its Importance in Cat/Human and Cat/Cat
Interactions”, Conference Proceedings of the International Society for
Anthrozoology (Boston, 1997).
El famoso sociólogo Georg Simmel: Georg Simmel, “Sociology of the
Senses: Visual Interaction”, en Introduction to the Science of Sociology,
eds. E. R. Park and E. W. Burgess (Chicago: University of Chicago Press,
1921), 356-361.
preferimos que una mirada recíproca: Nicola Binetti et al., “Pupil
Dilation as an Index of Preferred Mutual Gaze Duration”, Royal Society
Open Science 3, no. 7 (2016): 160086,
http://dx.doi.org/10.1098/rsos.160086.
Un pequeño estudio: Deborah Goodwin y John W. S. Bradshaw,
“Regulation of Interactions Between Cats and Humans by Gaze and Mutual
Gaze”, Abstracts from International Society for Anthrozoology Conference
(Prague, 1998).
cómo los cachorros y los gatitos: Marine Grandgeorge et al., “Visual
Attention Patterns Differ in Dog vs. Cat Interactions with Children with
Typical Development or Autism Spectrum Disorders”, Frontiers in
Psychology 11 (2020): 2047.
Ádám Miklósi y su equipo: Ádám Miklósi et al., “A Comparative Study of
the Use of Visual Communicative Signals in Interactions Between Dogs
(Canis familiaris) and Humans and Cats (Felis catus) and Humans”, Journal
of Comparative Psychology 119, no. 2 (2005): 179-186,
https://doi.org/10.1037/0735-7036.119.2.179.
Lingna Zhang y su equipo: Lingna Zhang et al., “Feline Communication
Strategies When Presented with an Unsolvable Task: The Attentional State
of the Person Matters”, Animal Cognition 24, no. 5 (2021): 1109-1119.
un estudio de Lea Hudson: Lea M. Hudson, “Comparison of Canine and
Feline Gazing Behavior” (Honors College thesis, Oregon State University,
2018),
https://ir.library.oregonstate.edu/concern/honors_college_theses/m900p083f
.
Péter Pongrácz y sus colaboradores: Péter Pongrácz, Julianna Szulamit
Szapu y Tamás Faragó, “Cats (Felis silvestris catus) Read Human Gaze for
Referential Information”, Intelligence 74 (2019): 43-52.
obtenido por los perros: Tibor Tauzin et al., “The Order of Ostensive and
Referential Signals Affects Dogs’ Responsiveness When Interacting with a
Human”, Animal Cognition 18, no. 4 (2015): 975-979,
https://doi.org/10.1007/s10071-015 -0857-1.
Ádám Miklósi y su equipo descubrieron también: Miklósi et al., “A
Comparative Study of the Use of Visual Communicative Signals.”
A los gatos se les daba igual de bien: Ádám Miklosi y Krisztina Soproni,
“A Comparative Analysis of Animals’ Understanding of the Human
Pointing Gesture”, Animal Cognition 9 (2006): 81-93.
estudiaron más a fondo el tema de la señalización entre humanos y
gatos: Péter Pongrácz y Julianna Szulamit Szapu, “The Socio-Cognitive
Relationship Between Cats and Humans—Companion Cats (Felis catus) as
Their Owners See Them”, Applied Animal Behaviour Science 207 (2018):
57-66.
encuesta entre dueños de gatos en Hungría: “Moggies Remain a Mystery
to Many, Suggests Survey”, Cats Protection,
https://www.cats.org.uk/mediacentre/pressreleases/behaviour-survey.
Tasmin Humphrey y su equipo: Tasmin Humphrey et al., “The Role of
Cat Eye NarrowingMovements in Cat-Human Communication”, Scientific
Reports 10, no. 1 (2020): 16503.
Un segundo estudio de Humphrey: Tasmin Humphrey et al., “Slow Blink
Eye Closure in Shelter Cats Is Related to Quicker Adoption”, Animals 10,
no. 12 (2020): 2256.
Guillaume-Benjamin-Amand Duchenne de Boulogne: Guillaume-
Benjamin Duchenne de Boulogne, The Mechanism of Human Facial
Expression, trans. R. Andrew Cuthbertson (Cambridge: Cambridge
University Press, 1990).
efecto de entrecerrar los ojos: Sarah D. Gunnery, Judith A. Hall y Mollie
A. Ruben, “The Deliberate Duchenne Smile: Individual Differences in
Expressive Control”, Journal of Nonverbal Behavior 37, no. 1 (2013): 29-
41.
Capítulo 7: LA PERSONALIDAD, ESE ENIGMA
Sixto seis cenas: Inga Moore, Six-Dinner Sid (New York: A ladd in, 2004)
[Sixto seis cenas, Editorial Edelvives, Madrid, 2014]
Jerome Kagan inició en la década de 1970: Roger G. Kuo, “Psychologist
Finds Shyness Inherited, but Not Permanent”, Harvard Crimson, March 4,
1991, https://www.thecrimson.com/article/1991/3/4/psychologist-finds-
shyness-inherited-but-not/.
a veces abreviado como «modelo de los cinco grandes»: Este tema ha
sido estudiado por numerosos investigadores a lo largo d ellos años; puede
encontrarse un sumario en Christopher J. Soto y Joshua J. Jackson, “Five-
Factor Model of Personality”, en Oxford Bibliographies in Psychology, ed.
Dana S. Dunn (New York: Oxford University Press, 2020).
Melanie Dammhahn y su equipo: Melanie Dammhahn et al., “Of City and
Village Mice: Behavioural Adjustments of Striped Field Mice to Urban
Environments”, Scientific Reports 10, no. 1 (2020): 13056.
Los gatos macho audaces: Eugenia Natoli et al., “Bold Attitude Makes
Male Urban Feral Domestic Cats More Vulnerable to Feline
Immunodeficiency Virus “, Neuroscience and Biobehavioral Reviews 29,
no. 1 (2005): 151-157.
alerta, sociable y ecuánime: Julie Feaver, Michael Mendl y Patrick
Bateson, “A Method for Rating the Individual Distinctiveness of Domestic
Cats”, Animal Behaviour 34, no. 4 (1986): 1016-1025.
Conocidas como Feline Five: Carla Litchfield et al., “The ‘Feline Five’:
An Exploration of Personality in Pet Cats (Felis catus)”, PLoS One 12, no.
8 (2017): e0183455.
en los años ochenta la científica Eileen Karsh hizo un gran
descubrimiento: Eileen B. Karsh and Dennis C. Turner, “The Human-Cat
Relationship”, en The Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, ed.
Dennis C. Turner and Patrick G. Bateson (Cambridge: Cambridge
University Press, 1988), 159-177.
En su investigación sobre la paternidad gatuna: Sandra McCune, “The
Impact of Paternity and Early Socialisation on the Development of Cats’
Behaviour to People and Novel Objects”, Applied Animal Behaviour
Science 45, no. 1–2 (1995): 109-124.
Con muestras de ADN: datos de las imágenes 1 y 2 de la comunicación:
Ludovic Say, Dominique Pontier y Eugenia Natoli, “High Variation in
Multiple Paternity of Domestic Cats (Felis catus L.) in Relation to
Environmental Conditions”, Proceedings of the Royal Society B: Biological
Sciences 266, no. 1433 (1999): 2071-2074.
Algunos rasgos pueden determinarse muy pronto: Sarah E. Lowe y John
W. S. Bradshaw, “Ontogeny of Individuality in the Domestic Cat in the
Home Environment”, Animal Behaviour 61, no. 1 (2001): 231-237.
doctor Rush Shippen Huidekoper: Rush Shippen Huidekoper, The Cat, a
Guide to the Classification and Varieties of Cats and a Short Treatise upon
Their Care, Diseases, and Treatment (New York: D. Appleton, 1895).
En el estudio de Delgado: Mikel M. Delgado, Jacqueline D. Munera y
Gretchen M. Reevy, “Human Perceptions of Coat Color as an Indicator of
Domestic Cat Personality”, Anthrozoös 25, no. 4 (2012): 427-440,
https://doi.org/10.2752/175303712X13479798785779.
En una encuesta posterior: Mónica Teresa González-Ramírez y René
Landero-Hernández, “Cat Coat Color, Personality Traits and the Cat-Owner
Relationship Scale: A Study with Cat Owners in Mexico “, Animals 12, no.
8 (2022): 1030, https://doi.org/10.3390/ani12081030.
cuesta más identificar las emociones: Haylie D. Jones y Christian L. Hart,
“Black Cat Bias: Prevalence and Predictors”, Psychological Reports 123,
no. 4 (2020): 1198-1206.
adopción de gatos negros: Lori R. Kogan, Regina Schoenfeld-Tacher y
Peter W. Hellyer, “Cats in Animal Shelters: Exploring the Common
Perception That Black Cats Take Longer to Adopt”, Open Veterinary
Science Journal 7, no. 1 (2013).
korat y Devon rex: Milla Salonen et al., “Breed Differences of Heritable
Behaviour Traits in Cats”, Scientific Reports 9, no. 1 (2019): 7949.
gen receptor de oxitocina (OXTR): Minori Arahori et al., “The Oxytocin
Receptor Gene (OXTR) Polymorphism in Cats (Felis catus) Is Associated
with ‘Roughness’ Assessed by Owners”, Journal of Veterinary Behavior 11
(2016): 109-112.
Un estudio un tanto inquietante: Michael M. Roy y Nicholas J. S.
Christenfeld, “Do Dogs Resemble Their Owners?” Psychological Science
15, no. 5 (2004): 361-363.
En un pequeño pero fascinante estudio: Lawrence Weinstein y Ralph
Alexander, “College Students and Their Cats”, College Student Journal 44,
no. 3 (2010): 626-628.
cómo interactúan las diferentes personalidades: Kurt Kotrschal et al.,
“Human and Cat Personalities: Building the Bond from Both Sides”, en The
Domestic Cat: The Biology of Its Behaviour, 3rd ed., ed. Dennis C. Turner
and Patrick Bateson (Cambridge, UK: Cambridge University Press, 2014),
113-129.
relación ansiosa entre gatos y sus dueños: Lauren R. Finka et al., “Owner
Personality and the Wellbeing of Their Cats Share Parallels with the Parent-
Child Relationship”, PloS One 14, no. 2 (2019): e0211862.
Pese a ser más intensas: Manuela Wedl et al., “Factors Influencing the
Temporal Patterns of Dyadic Behaviours and Interactions Between
Domestic Cats and Their Owners”, Behavioural Processes 86, no. 1 (2011):
58-67.
interacciones iniciadas por el gato: Dennis C. Turner, “The Ethology of
the Human-Cat Relationship”, Schweizer Archiv fur Tierheilkunde 133, no.
2 (1991): 63-70.
Kurt Kotrschal y colaboradores: Kotrschal et al., “Human and Cat
Personalities.”
Capítulo 8: EL PLACER DE SU COMPAÑÍA
Claudia Mertens y Dennis Turner en 1988: Claudia Mertens y Dennis C.
Turner, “Experimental Analysis of Human-Cat Interactions During First
Encounters”, Anthrozoös 2, no. 2 (1988): 83-97.
encuentros en los hogares: Claudia Mertens, “Human-Cat Interactions in
the Home Setting”, Anthrozoös 4, no. 4 (1991): 214-231.
En cuanto a la reciprocidad de la interacción: Dennis C. Turner, “The
Mechanics of Social Interactions Between Cats and Their Owners”,
Frontiers in Veterinary Science 8 (2021): 292.
monos Rhesus: Robert A. Hinde, “On Describing Relationships”, Journal
of Child Psychology and Psychiatry 17, no. 1 (1976): 1-19.
estudio de Manuela Wedl: Manuela Wedl et al., “Factors Influencing the
Temporal Patterns of Dyadic Behaviours and Interactions Between
Domestic Cats and Their Owners”, Behavioural Processes 86, no. 1 (2011):
58-67.
Como señala Dennis Turner: Este punto lo discute Dennis C. Turner en su
recopilación “The Mechanics of Social Interactions Between Cats and Their
Owners.”
otros gatos simplemente toleran: Daniela Ramos et al., “Are Cats (Felis
catus) from Multi-Cat House holds More Stressed? Evidence from
Assessment of Fecal Glucocorticoid Metabolite Analysis”, Physiology &
Behavior 122 (2013): 72-75.
Camilla Haywood y su equipo: Camilla Haywood et al., “Providing
Humans with Practical, Best Practice Handling Guidelines During Human-
Cat Interactions Increases Cats’ Affiliative Behaviour and Reduces
Aggression and Signs of Conflict”, Frontiers in Veterinary Science 8
(2021): 835.
El premio a esta labor: W. L. Alden, “Postal Cats”, en Domestic
Explosives and Other Sixth Column Fancies (New York: Lovell, Adam,
Wesson & Co., 1877), 192-194,
https://archive.org/details/domesticexplosi00aldegoog/page/n6/mode/2up.
Últimamente también se presta atención: Regina M. Bures, “Integrating
Pets into the Family Life Cycle”, en Well-Being Over the Life Course, ed.
Regina M. Bures and Nancy R. Gee (New York: Springer, 2021), 11–23.
En un fascinante estudio: Esther M. C. Bouma, Marsha L. Reijgwart y
Arie Dijkstra, “Family Member, Best Friend, Child or ‘Just’ a Pet, Owners’
Relationship Perceptions and Consequences for Their Cats”, International
Journal of Environmental Research and Public Health 19, no. 1 (2021): 193.
escala de la relación entre gato-dueño: Tiffani J. Howell et al.,
“Development of the Cat-Owner Relationship Scale (CORS)”, Behavioural
Processes 141, no. 3 (2017): 305-315.
escala de la relación entre perro-dueño: Fleur Dwyer, Pauleen C. Bennett
y Grahame J. Coleman, “Development of the Monash Dog Owner
Relationship Scale (MDORS)”, Anthrozoös 19, no. 3 (2006): 243-256.
teoría del intercambio social: Richard M. Emerson, “Social Exchange
Theory”, Annual Review of Sociology 2 (1976): 335-362.
método de muestreo de experiencias: Mayke Janssens et al., “The Pet-
Effect in Daily Life: An Experience Sampling Study on Emotional
Wellbeing in Pet Owners”, Anthrozoös 33, no. 4 (2020): 579-588.
alto en neuroticismo: Gretchen M. Reevy and Mikel M. Delgado, “The
Relationship Between Neuroticism Facets, Conscientiousness, and Human
Attachment to Pet Cats”, Anthrozoös 33, no. 3 (2020): 387–400,
https://doi.org/10.1080/08927936.2020.1746527.
gatos recurren al contacto físico frecuente: Pim Martens, Marie-José
Enders-Slegers y Jessica K. Walker, “The Emotional Lives of Companion
Animals: Attachment and Subjective Claims by Owners of Cats and Dog s
“, Anthrozoös 29, no. 1 (2016): 73-88.
test de la situación extraña (TSE): El trabajo de Mary Ainsworth puede
explorarse con más detalle en las siguientes Fuentes: Mary D. S. Ainsworth
et al., Strange Situation Procedure (SSP), APA PsycNet (1978),
https://doi.org/10.1037/t28248-000; Mary Ainsworth et al., Patterns of
Attachment: A Psychological Study of the Strange Situation (London:
Psychology Press, 2015).
Algunos estudios indican: József Topál et al., “Attachment Behavior in
Dogs (Canis familiaris): A New Application of Ainsworth’s (1969) Strange
Situation Test”, Journal of Comparative Psychology 112, no. 3 (1998): 219-
229.
No obstante, también se ha observado: Elyssa Payne, Pauleen C. Bennett
y Paul D. McGreevy, “Current Perspectives on Attachment and Bonding in
the Dog-Human Dyad”, Psychology Research and Behavior Management 8
(2015): 71-79.
Dos de ellos concluyeron: Claudia Edwards et al., “Experimental
Evaluation of Attachment Behaviors in Owned Cats”, Journal of Veterinary
Behavior 2, no. 4 (2007): 119-125; Kristyn R. Vitale, Alexandra C. Behnke
y Monique A. R. Udell, “Attachment Bonds Between Domestic Cats and
Humans”, Current Biology 29, no. 18 (2019): R864-865.
los gatos no contemplan a sus dueños: Alice Potter and Daniel S. Mills,
“Domestic Cats (Felis silvestris catus) Do Not Show Signs of Secure
Attachment to Their Owners”, PLoS One 10, no. 9 (2015): e0135109.
Mauro Ines y su equipo: Mauro Ines, Claire Ricci-Bonot y Daniel S.
Mills, “My Cat and Me—a Study of Cat Owner Perceptions of Their Bond
and Relationship”, Animals 11, no. 6 (2021): 1601.
Atribuimos a nuestras mascotas: Martens, Enders-Slegers y Walker, “The
Emotional Lives of Companion Animals.”
más del 70 % afirmaron: Ashley L. Elzerman et al., “Conflict and
Affiliative Behavior Frequency Between Cats in Multi-Cat Households: A
Survey-Based Study”, Journal of Feline Medicine and Surgery 22, no. 8
(2020): 705-717.
parte del sistema de codificación de acción facial (FACS, por sus siglas
en inglés): The system has been updated over the years but its early
development can be found in Paul Ekman andWallace V. Friesen,
“Measuring Facial Movement”, Environmental Psychology and Nonverbal
Behavior 1 (1976): 56-55, https://www.paulekman.com/wp-
content/uploads/2013/07/Measuring-Facial-Movement.pdf.
sistema de codificación de acción facial para perros: Bridget M.Waller et
al., “Paedomorphic Facial Expressions Give Dogs a Selective Advantage”,
PLoS One 8, no. 12 (2013): e82686.
registraron los movimientos faciales de los gatos: Cátia Correia-Caeiro,
Anne M. Burrows, and Bridget M. Waller, “Development and Application
of CatFACS: Are Human Cat Adopters Influenced by Cat Facial
Expressions?” Applied Animal Behaviour Science 189 (2017): 66-78.
Lauren Dawson y su equipo: Lauren Dawson et al., “Humans Can Identify
Cats’ Affective States from Subtle Facial Expressions”, Animal Welfare 28,
no. 4 (2019): 519-531.
investigadoras Moriah Galvan y Jennifer Vonk: Moriah Galvan and
Jennifer Vonk, “Man’s Other Best Friend: Domestic Cats (F. silvestris
catus) and Their Discrimination of Human Emotion Cues”, Animal
Cognition 19, no. 1 (2016): 193-205.
Un estudio posterior de Angelo Quaranta y su equipo: Este estudio
también examina la habilidad de los gatos para contactar visualmente y con
sonidos vocales con otros gatos. Angelo Quaranta et al., “Emotion
Recognition in Cats”, Animals 10, no. 7 (2020): 1107.
Un estudio quiso poner esto a prueba: Kristyn R. Vitale Shreve, Lindsay
R. Mehrkam y Monique A. R. Udell, “Social Interaction, Food, Scent or
Toys? A Formal Assessment of Domestic Pet and Shelter Cat (Felis
silvestris catus) Preferences”, Behavioural Processes 141, no. 3 (2017):
322-328.
Epílogo: EL GATO ADAPTABLE
They Walked Beside Me: Katharine L. Simms, They Walked Beside Me
(London: Hutchison and Co., 1954), 99.
¿Pulgares oponibles, para qué? Después de conocer el ultimo truco de
Smudge para escaparse, los fabricantes de la gatera volvieron a la carga y
prepararon una pieza adicional especial para evitar que la gata la abriera.
Hasta ahora ha cumplido con su cometido, pero estoy segura de que
Smudge planea secretamente volver a escaparse.
Notas