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Miserablemente Guapos
Miserablemente Guapos
Pensaba en vos, Daniela. En la vez que nos fuimos de aquel bar sin haber pagado la birra, y una
excompañera sidosa que hacía de bartender nos siguió cobrándonos. Para luego toquetearnos en las
gradas de la entrada, que tenías peluda la vulva y durante varios días tuve tu olor a orines rancios en
mis dedos. Y viví de ese olor durante días, y que mi compañero de cuarto me decía “jueputa laváte las
manos, playo!”. Y yo callaba esa pequeña victoria y sonreía hacia adentro con el cariño y la violencia
que te solté esa noche. No sabía que pasaría la vida buscando esa hediondez extrañada desde niño,
desde antes que estuvieras y fue tan tonto extrañarte. 00000110011100011001010011. Talvez con ese
algoritmo nos hubiéramos querido. Hubiéramos pegado una a otra nuestras respectivas soledades
cogiéndonos durante un par, tal vez tres años. Pensaba en vos, Daniela y en lo puta que quise hacerte
para solo mí. En nuestro nombres ridículos y las lágrimas de cocodrilo que hubiéramos quemado en
una falsa despedida. 0110001100001001111000011 y talvez esa secuencia básica era el azul, y hubiera
sido un cadáver más, apilado en la fosa común. Luego pienso que el amor en todos sus aspectos es una
mierda y quedan las lámparas amarillas de escritorios entre los dos. Y las mesas, y las mesas.
También recuerdo que la carga de los celulares de esos años duraba días. Y el mío era un Nokia
gris en el que traqueaba levemente el teclado mientras te escribía con una mano. Sí, en mi recuerdo era
infinita la batería de esos celulares. Y pienso que las cosas estaban tan jodidas desde antes, y que no
hacía falta ninguna cuarentena para caer este patetismo de recordarte, o no. Quizá todo, en realidad esté
peor ahora y simplemente me estoy haciendo viejo.