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Leitura Español Da Semana
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Manuel Rosales, gobernador del estado Zulia, y líder de Un Nuevo Tiempo, ha sido
propuesto públicamente por el dirigente opositor Luis Emilio Rondón, uno de sus
hombres de confianza, como un posible candidato. Un Nuevo Tiempo, un partido de
la Plataforma Unitaria, de línea socialdemócrata moderada, es una de las pocas
organizaciones políticas de la oposición que conserva su tarjeta admitida en las
instancias del Consejo Nacional Electoral. Rosales no se había inscrito como
candidato en las pasadas elecciones primarias del 22 de octubre.
Siempre insistiendo en la idea del consenso de partidos, otros sectores han
propuesto de candidato a Eduardo Fernández, un veterano líder socialcristiano,
candidato presidencial en 1988, dirigente fundamental de la democracia, que en
estos años ha cultivado una línea política salomónica y moderada. “Quienes quieran
capitalizar el malestar nacional no pueden ser personas arrogantes, poseídas por
revanchismos”, sostiene Víctor Alvarez, economista, antiguo dirigente chavista y hoy
activista por el cambio. Su apuesta es Fernández.
“Un buen candidato tiene que ser un promotor del reencuentro de un país, terminar
con la conflictividad, tener ideas claras de los problemas nacionales, con ascendencia
ética y moral sobre las Fuerzas Armadas en un proceso transición, Venezuela necesita
un proyecto de unión nacional”, sostiene Mercedes Malavé, activista opositora
socialcristiana, secretaria general de Unión y Progreso, el partido que fundó
Fernández hace ocho años.
Seguidores de Manuel Rosales muestran su apoyo tras emitirse una orden de arresto en su contra,
en abril de 2009, cuando era alcalde de Maracaibo.AP
Siempre hay música. Los ritos en casi todas las religiones se subrayan acústicamente
con canciones y, con ellos, las etapas vitales de millones de personas, desde su
presentación en sociedad hasta su muerte. Equipos deportivos y enteros países
condensan su identidad en una canción, que convierten en su himno oficial. La
música lo marca todo, de lo más colectivo a lo más íntimo. Los enamoramientos,
con “nuestra canción”. Las separaciones, con un tema de despecho o de melancolía.
Las fiestas, eternamente ligadas al cante y el baile. Los cumpleaños. Las Navidades.
Hay discos que quedan asociados a unas coordenadas emocionales y tienen el poder
de llevarnos a un momento, un lugar o una persona. La música es uno de los
elementos que más y mejor saben emocionar al ser humano. Lo que no se sabe muy
bien es por qué.
Psicólogos y neurólogos llevan décadas intentando entender cómo percibe la música
el cerebro, qué células y circuitos entran en juego. Si es un rasgo exclusivamente
humano u otros animales, como los pájaros o algunos perros, son igualmente
musicales. Si existen algunos ritmos universales o por qué la música en directo nos
emociona más que la grabada. Este mismo mes, tres estudios independientes han
intentado arrojar algo más de luz sobre el tema.
Sascha Frühholz, profesor de la Unidad de Neurociencia de la universidad de Zurich,
es el autor principal de uno de ellos. Lleva años estudiando cómo se transmite la
emoción a través del sonido, un tema que ha sido muy explorado, admite, pero en el
que encuentra ciertas lagunas. “Apenas hay estudios que analicen la música en
directo, y creo que es algo que todos sabemos a nivel personal, que en un concierto,
sientes la música de forma más intensa”, explica en conversación telefónica.
Para demostrar científicamente esta intuición, Frühholz se valió de 19 voluntarios
como audiencia y dos pianistas. Los conciertos no fueron especialmente cómodos. El
público (una sola persona por recital) no estaba sentado, sino tumbado en una
camilla, y esta se introducía en un enorme escáner de resonancia magnética para leer
cómo reaccionaba su cerebro a la música. “Sí, fue bastante raro”, confiesa entre risas
el experto. En ocasiones se ponía una canción grabada. En otras, el músico arrancaba
a tocar un tema y podía ver en directo el escáner cerebral de su oyente. “Le pedimos
al pianista que intentara cambiar la forma de tocar para adaptarse a la actividad
cerebral”, explica Frühholz. “Una de las cosas que hace que la música en directo
tenga un efecto más fuerte es la capacidad de cambiar algo en la actuación, y si el
cambio sucede en la audiencia en la misma dirección, con la misma intensidad,
pensamos que hay una sincronía”. La sincronía es una especie de empatía musical,
una comunión entre músico y oyente que no se produce con la música grabada. El
estudio confirmó esta idea, y la actividad cerebral que se registró escuchando
canciones grabadas fue considerablemente menos que con el directo.
Esta comunión musical explica en parte cómo en los últimos años, cuando la música
grabada se puede reproducir a una calidad mucho mayor que en el pasado, los
conciertos y festivales hayan ido ganando importancia hasta convertirse en uno de
los pilares de la industria musical. En 2017, los ingresos de la música en vivo en el
mundo ascendieron a 18.100 millones de dólares, según el portal Statista. En 2023,
han superado los 30.100 millones. Las cifras no parecen sorprender a Frühholz. “Si lo
piensas, la música nació para ser escuchada en directo, solo en los últimos cientos de
años, gracias a la tecnología, hemos empezado a escuchar música grabada”,
argumenta.
El estudio de Frühholz viene a apuntalar estas ideas, pero el experto reconoce ciertas
limitaciones, como la falta de contagio emocional, al haber solo un oyente, y la mayor
capacidad que tenía el pianista para adaptarse a su público, no solo por ser reducido,
sino por poder leerle, casi de forma literal, la mente. Es difícil pensar que en un
concierto de Taylor Swift, que reúne de media a 70.000 oyentes, la artista se pueda
amoldar a los sentimientos todos y cada uno de ellos. “Es cierto”, reconoce el
experto, “pero en cantantes pop como ella la conexión es más fácil porque el público
conoce el texto de las canciones. Y además debes tener en cuenta el contagio
emocional”. El público, en un concierto multitudinario, tiende a homogeneizar sus
sentimientos y a comportarse casi como un solo oyente.
Foto de ambiente de una discoteca de Los Ángeles en una fiesta de los Oscars, el pasado 10 de
marzo.Randy Shropshire (Getty Images for Affinity Nightl)
Se trata del primer estudio transcultural a gran escala sobre el ritmo musical.
“Proporciona la prueba más clara hasta la fecha de que existe cierto grado de
universalidad en la percepción y la cognición musicales” señala el experto. Todos los
grupos analizados mostraron sesgos hacia las proporciones enteras simples.
“Sabemos que el cerebro humano contiene mecanismos que favorecen este tipo de
ritmos constantes”, dice Jacoby. Eso explicaría la universalidad de la proporción 1:1:2
que escuchamos, por ejemplo, en el villancico anglosajón Jingle bells, pero también
en canciones tradicionales en casi todas las culturas, incluso las más aisladas.
“Evidentemente, estas preferencias pueden provenir de una tendencia natural a tener
pulsaciones constantes o isócronas”, concluye el experto.
De la música tribal a la electrónica. El último estudio a reseñar analizó cómo este
género puede hacer que los oyentes disocien y alteren sus estados de conciencia. Ha
sido liderado por Raquel Aparicio Terrés, psicóloga de la Universidad de Barcelona.
Para llevarlo a cabo, reclutó a 19 personas, de entre 18 y 22 años, y les hizo escuchar
seis extractos de música electrónica a tempos de 99 latidos por minuto o bpm, 135
bpm y 171 bpm. Los investigadores utilizaron la electroencefalografía, que mide la
actividad eléctrica del cerebro, para medir la sincronización neuronal de los
participantes con la música.
La sincronización entre la actividad cerebral y el ritmo de la música se produjo en los
tres tempos, pero fue más pronunciada con los 99 bpm, un ritmo que escucharon en
esta canción (y que es similar al de éxitos comerciales como Hello Goodbye de The
Beatles o Crazy in Love de Beyoncè). Aparicio Terrés explica en el estudio que los
resultados pueden tener dos implicaciones médicas. Por una parte, la comprensión de
los mecanismos cerebrales que subyacen a los estados alterados de conciencia, como
el coma o el estado vegetativo. Y por otro, el conocimiento y uso de “técnicas
externas no invasivas que faciliten estados deseables de distanciamiento de la
realidad, sobre todo en entornos clínicos como las unidades de cuidados intensivos”.
“Utilizar la ciencia de la música para poder aliviar el estrés, la ansiedad o alterar
estados de conciencia es algo que se estudia desde hace tiempo” señala Corbacho,
que pone ejemplos como la aplicación Moonai que usa sonidos y música con los que
promete reducir el dolor menstrual. “Siempre hemos utilizado la música para alterar
nuestras reacciones emocionales a lo largo de toda nuestra evolución. Como dice [el
psicólogo] Guillermo Dalia, antes de poder comunicarnos con palabras, ya
utilizábamos ritmos”.
Sin embargo, hasta ahora no entendíamos los mecanismos que traducen estas notas
en emociones. Qué es lo que hace que una canción nos mueva a bailar, nos transmita
angustia o nos haga llorar. Tampoco ahora terminamos de hacerlo del todo. Los
estudios mencionados, y otros muchos, empiezan a arrojar luz en la caja negra que
sigue siendo nuestro cerebro. Y prometen hacernos entender si hay cierta
universalidad en estas sensaciones, si las canciones más famosas de la historia no
son sino fórmulas matemáticas capaces de tocar las teclas adecuadas no solo musical,
sino neurológicamente hablando.
Venezuela celebrará las elecciones
presidenciales el 28 de julio, el día del
nacimiento de Chávez
El chavismo mantiene el veto a la opositora María Corina Machado para despejar el
camino a Nicolás Maduro
El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, durante una visita este lunes a la ciudad de Los
Teques, en el Estado Miranda.Prensa Miraflores (EFE/Prensa Miraflores)
La gordofobia se define como el odio, rechazo y violencia que sufren las personas
gordas por estar gordas. También se puede entender como el miedo a la gordura, a la
propia (gordofobia interiorizada) y a la ajena. Se caracteriza por actitudes negativas,
estereotipos y prejuicios hacia las personas gordas y pueden estar acompañados de
actos de violencia física, moral, verbal o física.
La gordofobia es estructural y sistémica. Las personas con más peso se enfrentan
cada día a espacios que les dicen que su cuerpo no cabe, incluso poniendo en riesgo
su salud, por ejemplo, con los cinturones de seguridad que no les sirven en los
transportes públicos. Viven en un escrutinio continuo en el que se adivina y se juzga
su salud, sus hábitos, y su personalidad, solo por lo que ocupa su cuerpo. Lo estamos
viendo estos días tras el anuncio de la muerte de la actriz Itziar Castro, que
ha inundado las redes de mensajes de odio y gordofobia.
Desde el sistema se les oprime mediante el acceso a transporte y espacios públicos, y
falta de oportunidades de movimiento. Se les tilda de poco deportistas y perezosos,
pero pocos son los gimnasios o centros deportivos para que personas con mucho peso
puedan hacer deporte. En el ámbito científico y sanitario se habla más de “sesgo de
peso” o “estigma de peso” que es esa inclinación para hacer juicios de valor hacia la
persona únicamente sobre la base de su peso.
El estigma de peso, además, crea estereotipos, y da por hecho que las personas con
cuerpos más grandes no comen de forma saludable, no hacen deporte, están
deprimidos, son torpes y descuidados y no tiene voluntad ninguna. ¿Alguna cosa
más? Sí, se me olvidaba, cualquier enfermedad que padezcan es achacable a su peso.
Como si los delgados no enfermáramos y la delgadez nos protegiera de
enfermedades, como las vacunas...
Un estigma asociado a un grupo de personas con características similares se
convierte en un estigma social, ¿Y qué significa un estigma? Se refiere a una
condición, atributo, rasgo o comportamientos que hace que su porteador genere una
respuesta negativa y sea visto como culturalmente inaceptable o inferior. Bajo el
manto todopoderoso del estigma, se llega a la exclusión social, mediante las burlas,
insultos, barreras y obstáculos, existiendo así una gordofobia estructural que se
aplica de forma individual y colectiva. El estigma se puede aplicar desde la propia
familia, amigos, la educación y la sanidad.
La gordofobia, además, genera vergüenza corporal. Los cánones estéticos han hecho
que solo exista un modelo de cuerpo posible. De tal manera que, en la medida que
nos alejamos de él, la valía de nuestro cuerpo disminuye. En especial sobre nosotras,
las mujeres, la presión que recibe una mujer gorda sobre su cuerpo, es mayor que la
que recibe un hombre gordo, y a su vez la que recibe una mujer gorda blanca es
menor a la que recibe una mujer gorda negra. Y así podremos ir sumando diferentes
factores como sexualidad, etnia, etc.
En la medicina y la sanidad, en general, siempre se ha trabajado con el peso como
punto de corte, el IMC (índice de masa corporal) el cual determina si nuestro peso es
saludable o no. Es un parámetro totalmente obsoleto, no tiene en cuenta nada más
que el peso y la estatura de la persona y, para más inri, está hecho solo sobre
hombres blancos, por lo que las medidas dejan fuera a las mujeres y a todas las razas
menos a la caucásica. No es una medida interseccional, pero aun así se aplica para
todos igual.
Desde este imperativo de equiparar la salud a peso se ejerce la gordofobia médica, y
se puede manifestar de muchas maneras:
• Ante cualquier dolencia, aunque no tenga nada que ver, se prescribe
pérdida de peso.
• No tener sillas adaptadas en consultas de medicina o nutrición.
• No se ofrecen los mismos recursos que a personas delgadas y al final eso
supone poner en riesgo la salud de las personas gordas que dejan de ir al
médico.
• Denegación de tratamientos de fertilidad basados en el IMC.
Esto acaba por vulnerar el derecho básico de acceso a una atención médica de
calidad.
Por otro lado, no hay referentes gordos. ¿Cuántos actores gordos conoces? ¿Y
actrices? ¿Cuántas de ellas tiene papeles protagonistas? Y si lo son, ¿en cuántas la
trama no gira en torno a su peso? Normalmente, los personajes gordos, son
secundarios, graciosos, no deseables, y siempre se pasan la vida a dieta.
Ante tanta presión, tanta vergüenza y tan poca visibilidad, no hay quien se cuide. El
mayor deseo es encoger, disminuir el tamaño del cuerpo, para caber, para encajar,
para dejar de ser juzgados, para parar de pedir perdón por el tamaño corporal y
poder vivir en paz.
La gordofobia tiene grandes consecuencias en la vida de las personas gordas: sufren
burlas y acoso, tienen más riesgos de padecer trastornos de la conducta alimentaria,
ciclos de dietas y ansiedad, evitan actividades físicas, se privan de cosas que les guste
hacer por evitar la exposición de su cuerpo... Ponen en pausa su vida hasta adelgazar.
Al final ser gordo se ha convertido en una identidad que nadie quiere, como dice
Enrique Aparicio, guionista y escritor: “Ser un niño gordo y marica había arrasado
mi salud mental, y me había convencido de que no merecía ser querido. Siempre
ansioso, siempre ahogado por la vergüenza y la culpa. Yo no dejaría de ser marica ni
por todo el oro del mundo, pero pagaría por dejar de ser gordo”.
Es hora de desvincular el peso de la salud, y trabajar en políticas públicas de salud y
no abordar los problemas de alimentación desde el ámbito privado, porque esto
acaba siendo clasista y desigual. A nivel individual, debemos tomar conciencia de
nuestra gordofobia interiorizada, trabajarla y corregirla, y si además somos
sanitarios o educadores, tenemos una mayor responsabilidad para empezar a
transmitir que todos los cuerpos son válidos y que la salud es mucho más compleja
que los kilos.