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Hola, soy Jean Paul Marat, nacido en Neuchâtel, Suiza en 1743.

Soy conocido como un


defensor radical de los derechos humanos y de la Revolución Francesa. A lo largo de mi
vida, he luchado incansablemente por hacer oír la voz de los más pobres y marginados
de la sociedad.

Desde muy joven, mostré interés en la medicina y la filosofía. Estudié en Lausana,


Suiza, y en Edimburgo, Escocia, donde obtuve mi doctorado en medicina. Al regresar a
Francia, comencé a escribir sobre cuestiones políticas y sociales, lo que me llevó a ser
perseguido por la policía y tener que huir del país.

A mi regreso a Francia en 1784, fundé “L'Ami du Peuple” (El amigo del pueblo), un
periódico radical que critica la monarquía y promueve la democracia. A través de mi
trabajo periodístico, me convertí en una figura influyente durante la Revolución
Francesa, donde abogaba por medidas radicales para combatir la corrupción y la
opresión.

La revolución francesa marcó una era de transición política en aquel país, las distintas
voces que se oponían al régimen de Luis XVI y al mismo congreso que tenían el poder
en sus manos, un país sin gobierno alentado por los movimientos de activistas que
buscaban conseguir el poder para la gente, o por lo menos buscaban que la sociedad
tuviera derechos y que se estableciera la economía del país que estaba devastada gracias
a las malas decisiones del rey. Un país donde sólo existían dos clases sociales: los
burgueses y los pobres, Francia estaba en transición buscaban democracia y sobre todo
buscaban transmitir mensajes.

Yo fui un gran estratega de la revolución que propuso usar varias formas de terrorismo
para lograr los fines y los objetivos de la revolución basada en la Ilustración. Fui muy
querido por la gente, aunque a menudo era algo despreciable porque era tan elocuente y
tan bien hablado que incluso se me consideraba tan absurdo, de hecho, me encantaba
que me citaran, incluso si lo hacía parecer ridículo, porque después de todo, cualquier
publicidad es buena publicidad.

Me convertí en una especie de puente entre los jacobinos y su pensamiento radical, y la


gente, porque era visto como la gran celebridad, la gran voz hermosa de la revolución
era famosa por decir cosas como que Dios no tiene amos y ese era el lema de la
revolución, deshacerse de todas esas cosas y dejar al hombre ser verdaderamente libre
de acuerdo con las ideas de ella

El mejor medio para transmitir mensajes era hacerlo en la imprenta, yo era dueño de una
imprenta y era escritor crítico perteneciente al ala izquierdista, por ello era amado por
los pobres y odiado por los burgueses, otros activistas tenían el poder del discurso,
mientras que yo tenía el poder de la imprenta, podía llegar a grandes masas a través de
mis publicaciones, estaba a favor de las masacres y ya había pedido que rodaran 200
cabezas, pero al percatarse de esto, los cocobitas (quienes tenían el poder de los
campesinos) estaban pidiendo no seguir luchando para no iniciar una guerra civil. Yo
fui quien atacó acusándolos de confabular contra la revolución, y ahora pedía doscientas
mil cabezas.

Repentinamente en París la gente comenzó a asesinarse y yo pedía el crédito de eso, yo


siempre decía «Con cortar algunas cabezas las cosas funcionarían bien y si no funciona,
con cortar muchas más funcionarán» pero a las afueras del país los campesinos estaban
hartos de la brutalidad y querían que parara la sangre.

Charlotte Corday, campesina que buscaba la paz en su país, llegó a París para buscarme,
yo, a quien siempre le decían amigo del pueblo pues le abría la puerta a quien fuera,
Corday llegó diciendo que tenía una lista de traidores por lo que entró (mientras yo me
encontraba en la bañera). Yo le pedí la lista y le dije «Estos traidores pagarán con su
cabeza al día siguiente», Corday sacó un pequeño cuchillo y me apuñaló, ahí la pluma
más importante del activismo izquierdista de la revolución francesa dejó de escribir.
Corday no escapó, en su juicio no negó los hechos, se le encontró culpable y fue
enviada a la guillotina. «Paz, ahora que está muerto regresará la paz a mi país» dijo
Charlotte Corday, pero lamentablemente su sueño de paz murió con ella.

En resumen, mi legado es el de un hombre que dedicó su vida a luchar contra la


opresión y la injusticia, inspirando a generaciones posteriores a defender las causas de la
democracia y los derechos humanos para todos.

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