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Y RE P R E SE N TACI O N E S
D E ESPAÑ A D U R A NT E
EL FR ANQU I S M O
ESTUDIOS REUNIDOS POR
STÉPHANE MICHONNEAU Y XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS
COLLECTION DE LA CASA DE VELÁZQUEZ
COLLECTION DE LA CASA DE VELÁZQUEZ
VOLUME 142
IMAGINARIOS
Y REPRESENTACIONES
DE ESPAÑA DURANTE
EL FRANQUISMO
ESTUDIOS REUNIDOS POR STÉPHANE MICHONNEAU
Y XOSÉ M. NÚÑEZ SEIXAS
MADRID 2014
Directeur des publications : Michel Bertrand
Responsable du service des publications : Catherine Aubert
Secrétariat d’édition et mise en pages : Sakina Missoum
Couverture : Olivier Delubac
Maquette originale de couverture : Manigua
Zira Box
Símbolos eternos de España.
El proceso de institucionalización de la bandera y el himno
en el franquismo 7
Stéphane Michonneau
Ruinas de guerra e imaginario nacional
bajo el franquismo 25
David Marcilhacy
La Hispanidad bajo el franquismo.
El americanismo al servicio de un proyecto nacionalista 73
Vicente Sánchez-Biosca
El NO-DO y la eficacia del nacionalismo banal 177
Bibliografía 243
Este libro se sitúa en la encrucijada de dos temas que son objeto de reno-
vada atención historiográfica desde principios del siglo xxi. Por un lado, las
investigaciones sobre el nacionalismo español, en sus variadas formas, desde
el siglo xix, y la conformación de la identidad nacional española en la Edad
Contemporánea, tanto de sus éxitos como de sus limitaciones. Por otro lado,
el creciente interés historiográfico sobre el franquismo, sus dinámicas sociales,
políticas y, no menos importante, culturales y simbólicas.
La historiografía sobre el nacionalismo español, y la identidad nacional
española en general, ha conocido un fuerte resurgir desde los años noventa
del siglo xx, una vez superada la presunción de que el nacionalismo español
no existía, se había diluido desde el franquismo, o simplemente no era equi-
parable tipológicamente a un nacionalismo, sino identificable con una forma
de patriotismo cívico inmune al virus esencialista, y por tanto incuestionable
en su propia y tautológica autosuficiencia. Contra esta presunción tan simple
como extendida, según la cual, además, el nacionalismo español no sería sino
una obsesión de los «otros» nacionalistas, los subestatales, ha reaccionado una
buena parte de historiadores e historiadoras, muchos de ellos provenientes de
la «periferia» y con un bagaje previo de estudio de los nacionalismos subesta-
tales, que habían llegado a la conclusión de que, si faltaba una pieza del puzle
para la comprensión de las identidades nacionales en la España contemporánea,
aquélla era el nacionalismo español. A lo largo de la década de 1990, una serie
de vivos debates intelectuales han animado las aguas de la comunidad científica,
con el objeto de comprender la naturaleza de la articulación de las identidades
nacionales dentro del territorio español desde finales del siglo xix, en parti-
cular la relación, dialéctica pero también interactiva, entre los nacionalismos
subestatales y el nacionalismo español. Para algunos autores, el surgimiento de
los primeros se relacionaba con el reforzamiento del nacionalismo de Estado
a lo largo del siglo xix. Para otros, la fuerza de los nacionalismos «periféricos»
respondía a la debilidad previa del proceso de nacionalización español durante
el siglo xix, lo que habría facilitado que, tras la crisis finisecular de 1898, en
algunas áreas donde se conjugaban intereses políticos y sociales divergentes, el
1
Véase, para la evolución del balance historiográfico, X. M. Núñez Seixas, «Los oasis en el
desierto» y F. Molina Aparicio, «Modernidad e identidad nacional».
2
Sin ser exhaustivos, véase para una perspectiva historiográfica S. Jacobson, «“The Head and
Heart of Spain”»; J. Moreno Luzón, «Introducción: el fin de la melancolía»; X. M. Núñez Seixas,
«De impuras naciones»; M. Cabo Villaverde y F. Molina, «An Inconvenient Nation».
imaginar españa durante el franquismo 3
3
Véase I. Saz Campos, España contra España y Z. Box, España, año cero.
4 introducción
Zira Box
Universitat de València
1
Según afirmaba Rafael García Serrano en La gran esperanza (citado en L. Castro, Capital de
la Cruzada, p. 146).
2
R. Serrano Suñer, Entre Hendaya y Gibraltar, pp. 20-21.
3
La expresión de F. de Cossío pertenece a su prólogo al libro del general A. Sagardía Ramos,
Del Alto Ebro a las fuentes del Llobregat, p. 13.
4
Una visión de conjunto de la construcción simbólica franquista durante el período fundacional
en Z. Box, España, Año Cero. Véase también X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, pp. 320-327.
5
J. I. Escobar y Kirkpatrick, Así empezó, pp. 44-45.
símbolos eternos de españa 9
DE LA HETEROGENEIDAD SIMBÓLICA
A LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LOS SÍMBOLOS NACIONALES
6
Decreto no 77, Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional, no 14, 30 de agosto de 1936. Véase
G. Cabanellas, La guerra de los mil días, p. 638.
7
C. de Arce, Los generales de Franco, pp. 221-237.
8
Las crónicas y los discursos de la celebración pueden verse en el ABC [Sevilla] del 16 de agosto de
1936; véase, en particular, «La fiesta de hoy». Una descripción detallada de la ritualización sevillana,
en L. Nunes, La guerra en España, pp. 259-266. Un análisis, en Z. Box, España, año Cero, pp. 286-290.
9
R. Cruz, «Old Symbols, New Meanings», p. 169.
10 zira box
España elevándose hacia lo más alto10. La «bandera añorada» dirigía otra vez los
destinos de la patria, la «bandera entrañable» presidía los caminos por los que se
adentraba el país. Y no se podía sino celebrar con emocionado gozo que España
volviese a ser de nuevo España11. Junto a la grandilocuencia del discurso con el que
se narraban las ceremonias de reposición, el decreto de oficialización de finales de
septiembre incorporaba, también, un eficaz argumento narrativo: la instituciona-
lización de la tela que la Junta de Defensa Nacional llevaba a cabo respondía a un
sentir y a un anhelo popular; respondía al clamor de que se recuperase la verda-
dera bandera de España. La orden no venía, entonces, más que a dar forma legal
a este deseo espontáneo expresado por las masas, a llevar a cabo lo que el pueblo
español levantado en armas pedía con urgencia y ovación.
La fórmula retórica, ciertamente, tenía fuerza argumental; sin embargo, la
realidad distaba de encontrarse reflejada en ella. Y es que bastaba haber presen-
ciado las tumultuosas movilizaciones del comienzo de la guerra para entender
que la España conjurada contra el Gobierno del Frente Popular se lanzaba a
los campos de batalla bajo colores y telas diversas, dando cuenta de la conflic-
tiva diversidad ideológica que confluía en el incipiente Movimiento Nacional y
confirmando la falsedad de que la implantación del símbolo se acometiese por
aclamo popular y voluntario deseo. A diferencia de lo esgrimido oficialmente, el
acuerdo y el consenso en torno a los signos tendría que ser forzado y construido
a base de estrategias discursivas.
Un primer elemento altamente significativo con respecto a la falta de aclamo
popular en la reposición de los emblemas fue la permanencia de la bandera tri-
color durante las semanas previas al retorno de la roja y gualda. De hecho, era
bajo los pliegues de la primera como se movilizaban las unidades del Ejército
participantes en la conspiración, habida cuenta de que el golpe no cuestionaba
la forma de gobierno republicana ni se llevaba a cabo —en esos momentos
iniciales— a favor de régimen político alguno12. La tela oficializada en 1931 per-
manecía, igualmente, en los edificios públicos y en las insignias de los coches
oficiales, y en algunas ciudades importantes, como Cádiz o Córdoba, la roja
y amarilla sólo se izaba en sustitución de la tricolor a finales de agosto, una
vez que su restitución como nueva bandera nacional ya se había decretado13.
Incluso los actos espontáneos dirigidos a reemplazar a la todavía bandera nacio-
nal por la bicolor fueron sofocados por algunos de los principales dirigentes
de la conspiración. Un ejemplo destacado fue Burgos, donde el general Fidel
Dávila, nombrado gobernador militar de la ciudad, se veía obligado a pedir a las
masas congregadas ante el balcón del Gobierno Civil con motivo de la noticia de
la sublevación que retirasen las banderas bicolores que enarbolaban, debido a la
no conveniencia de imponer símbolos tan pronto y con el fin de evitar recelos
10
L. Nunes, La guerra en España.
11
Las expresiones, en «La fiesta de hoy», ABC [Sevilla], 15 de agosto de 1936.
12
G. Cabanellas, La guerra de los mil días, p. 638.
13
F. Franco Salgado-Araujo, Mi vida junto a Franco, pp. 188-189.
símbolos eternos de españa 11
14
J. I. Escobar y Kirkpatrick, Así empezó, p. 43.
15
R. Cruz, «Old Symbols, New Meanings», p. 166.
16
E. Vegas Latapié, Los caminos del desengaño, pp. 25 y 32; J. I. Escobar y Kirkpatrick, Así
empezó, pp. 48-49.
17
R. Cruz, En el nombre del pueblo, p. 300; J. M. Peña López y J. L. Alonso González, La
Guerra Civil y sus banderas, pp. 38-40.
18
Una explicación del simbolismo de la bandera falangista, en J. Aparicio López, «Negro y
Rojo», p. 210.
19
La bandera blanca con la cruz de borgoña funcionó como bandera española hasta 1785,
momento en el que Carlos III adoptó los colores rojo y amarillo para que sus barcos de guerra
tuviesen mayor visibilidad en alta mar. Véase J. L. Calvo Pérez y L. Grávalos González,
Banderas de España, p. 58.
12 zira box
como la cuarta cruzada tradicionalista. Tal era el caso de las telas en las que se
exponían reproducciones de Santiago Apóstol, de la Inmaculada Concepción o
del Cristo Crucificado. Finalmente, y tal y como se señaló antes, junto a las otras
banderas sobresalía, también, la bicolor.
En este caso, la utilización entre los carlistas de la bandera roja y amarilla no
era algo anecdótico, sino una necesidad simbólica ineludible. De hecho, como es
bien conocido, la Comunión había mantenido tensas negociaciones al respecto
con el general Mola durante los meses previos al levantamiento, supeditando su
colaboración en él al compromiso del general de eliminar la tricolor y de restau-
rar inmediatamente la roja y gualda en cuanto triunfase la insurrección. Y es que
lo que se había discutido durante la primavera y el inicio del verano de 1936 con
respecto a la reposición de la tela no era una cuestión menor, explicaba Antonio de
Lizarza, jefe de los requetés navarros, al general Mola, sino la necesaria certeza de
si los sacrificios que los requetés estaban dispuestos a hacer iban verdaderamente
a cambiar, o no, los cauces de España. La vuelta inmediata de la bicolor era, ade-
más, una medida de obligada lealtad a las masas carlistas, escribía en una carta
al general el delegado nacional de requetés, José Luis Zamanillo. Porque, aunque
hubiera derecho a pedir a los dirigentes que se sobrepusieran a los símbolos, nunca
se podría hacer entender a las masas otro lenguaje que el simbólico. Y mal podrían
comprender las masas tradicionalistas en la bandera republicana obra de gobierno
que, sobre los intereses puramente materiales, pusiera los altos ideales de la espiri-
tualidad y el honor de España, únicos merecedores del sacrificio de la vida20.
El sentimiento que despertaba entre los carlistas la roja y amarilla no era, como
se puede comprobar, una cuestión secundaria, y si las movilizaciones tradicio-
nalistas se veían coloreadas por la doble tonalidad, destacaba, a este respecto, la
ciudad de Pamplona. En efecto, el denominado por Jaime del Burgo «milagro
navarro»21 había comenzado con la masiva concentración de requetés en la pam-
plonica Plaza del Castillo donde, desde primera hora de la mañana del 19 de julio,
pudieron escucharse canciones patrióticas, vivas a Cristo Rey y se vieron ondear
las bicolores22. Según contaban los relatos oficiales sobre aquellas jornadas, nadie
en la Comunión Tradicionalista parecía dudar que la bandera que había que llevar
victoriosamente a Madrid era la bicolor, por ser la verdadera bandera de España.
El ímpetu por mostrar públicamente la enseña hacía que, a falta de suficiente
tela de color rojo para sustituir el morado de la tricolor, en muchas ocasiones se
arrancase esta franja, viéndose, entonces, banderas nacionales que se quedaban
con sólo dos bandas: una amarilla y otra roja23. Gran parte de las telas ondeaban
estampadas con imágenes religiosas o con escudos provinciales. Sobre esta cues-
tión, destacaron dos modelos de roja y gualda blandidos por los tercios carlistas al
inicio de la contienda. En primer lugar, la que pudo verse en las ya mencionadas
20
A. de Lizarza Iribarren, Memorias de la conspiración, pp. 116-117.
21
J. del Burgo Torres, Requetés en Navarra antes del alzamiento, p. 184.
22
J. Ugarte Tellería, La nueva Covadonga insurgente, pp. 143-163.
23
L. Redondo y J. de Zavala, El requeté, p. 418.
símbolos eternos de españa 13
24
Ibid., pp. 206-207.
25
Ibid., pp. 105-107.
26
Un catálogo explicativo de las diversas banderas utilizadas por cada uno de los Tercios de
Requetés de Navarra se puede ver en Í. Pérez de Rada, Navarra en guerra.
27
Publicado en el Boletín Oficial del Estado (BOE), 28 de febrero de 1937.
28
R. Cruz, «Old Symbols, New Meanings», p. 170.
14 zira box
29
BOE, 28 de febrero de 1937.
30
B. Gil, Cancionero histórico carlista.
31
C. Serrano, El nacimiento de Carmen, p. 112. La primera mención de la Marcha Granadera
data de 1749, apareciendo a partir de 1762 en las Ordenanzas Generales de Infantería. Véase
B. Lolo, «El himno».
símbolos eternos de españa 15
FORZANDO EL CONSENSO:
LA NATURALIZACIÓN DE LOS SÍMBOLOS NACIONALES
32
Sobre los detalles concretos de la composición del Cara al sol circularon diferentes versiones
proporcionadas por destacados falangistas: la de Francisco Bravo, la de Agustín de Foxá, la del
marqués de Bolarque, la de Jacinto Miquelarena y la del Maestro Tellería. Básicamente, aquí se
sigue la narración de Agustín de Foxá. Véase F. Ximénez de Sandoval, José Antonio, pp. 397-400.
33
Una descripción del proceso de composición del Cara al sol en A. de Foxá, Madrid, de Corte
a checa, pp. 226-231. Toda la explicación del significado metafórico de cada una de las estrofas del
himno, en Id., Canción de la Falange.
16 zira box
por tanto, oficializar como nacionales unos símbolos fácilmente identificables con
la monarquía y susceptibles de alimentar deseos restauracionistas una vez pasasen
las circunstancias bélicas. A este respecto, como se verá a continuación, se iba a
llevar a cabo una campaña de desmonarquización y naturalización de los símbo-
los destinada a subrayar que ni la bicolor ni la Marcha estaban vinculadas con el
trono, por ser símbolos eterna y naturalmente «españoles».
El objetivo era precisamente éste: argumentar que la bandera y el himno no eran
representaciones de la monarquía, sino que eran, ante todo y por encima de todo,
representaciones de España. Las primeras pistas de que los responsables políticos
trabajaban en esa dirección ya habían sido dadas, aunque hubiese que afinar al
máximo la perspicacia, en las mismas fiestas de la reposición de la enseña, sucedidas
durante el verano de 1936: la elección de Sevilla y de Queipo para dirigir la celebra-
ción oficial de la tela seguramente no fueron casuales. La predilección republicana
del general era notoria y conocida, y Sevilla, al igual que otras zonas de Andalucía,
había sido una de las ciudades insurrectas en las que, durante más tiempo una vez
producido el golpe de julio, se habían podido seguir escuchando los vivas a la Repú-
blica, el Himno de Riego y el lucimiento de la bandera tricolor34. La roja y gualda
volvía a ondear en una de las Españas, pero en un territorio y con un maestro de
ceremonias libres de toda sospecha relativa a la causa monárquica.
La reposición de la bicolor acontecida en Oviedo el 31 de agosto no resultaba
muy distinta a este respecto. En la capital asturiana, otro militar de escasas simpatías
regias, el coronel Aranda, explicaba en el discurso del izamiento de la tela que ni la
bandera bicolor había sido nunca consustancial a la Monarquía —por contar ésta
con sus específicos colores dinásticos— ni la tricolor se podía considerar exclusiva-
mente como el emblema de la República. Bastaba fijarse en el ejemplo de la Primera
República española para corroborar esta interpretación, pues en aquella ocasión se
había mantenido como bandera nacional la roja y gualda, prueba inequívoca de que
no se trataba de un símbolo unido de manera irresoluble a la Corona. Por su parte,
el morado de la tricolor era la tonalidad de Castilla, cuna de la patria única y grande,
y del resurgimiento iniciado el 18 de julio. Consecuentemente —concluía el coro-
nel— eran completamente falsas las relaciones que pretendían sentar correlaciones
entre los colores de la enseña y el tipo de régimen político, porque ni el morado era
republicano ni el rojo y amarillo monárquicos. La bicolor que ese día subía al asta
era, entonces, la enseña españolísima, la única verdaderamente nacional35.
Otro dato significativo sobre la desmonarquización y naturalización de la ban-
dera fue la denominación que se utilizó para nombrarla. Con cuidado de que
nunca se acompañase del adjetivo «monárquica», la tela oficial siempre se tildaba
de «bicolor» o de «roja y gualda»36. Aún más elocuente fue el hecho de que su res-
tauración se realizase un año y medio antes de la constitución y oficialización del
escudo franquista que habría de lucir en ella. Esto supuso que, hasta la implantación
34
J. I. Escobar y Kirkpatrick, Así empezó, p. 44.
35
G. Cabanellas, La guerra de los mil días, pp. 638-639.
36
H. Raguer, La pólvora y el incienso, p. 76.
símbolos eternos de españa 17
37
H. O’Donnell, «La Bandera», p. 357. Como señala este autor, «se optó por una bandera que
podía acoger a todos, sin hacer mención al escudo» (ibid.).
38
J. Roel, «La corona mural», ABC [Sevilla], 22 de abril de 1937.
39
A. M. de Puelles y Puelles, Símbolos nacionales, pp. 105-109.
40
Símbolos de España: librito escolar de lectura, pp. 65-67.
18 zira box
41
Así lo apunta E. Vegas Latapié, Los caminos del desengaño, p. 157.
42
A. M. de Puelles y Puelles, Símbolos nacionales, p. 179.
43
I. Contreras Zubillaga, «El eco de las batallas», pp. 5-6.
símbolos eternos de españa 19
El resultado del intento realizado por las jerarquías políticas del régimen de
naturalizar los símbolos nacionales y de conformar en torno a ellos un consenso
que no existía al inicio de la guerra tuvo un resultado agridulce. Y es que, si bien es
cierto que, según se señaló con anterioridad, la asunción de la bicolor como ban-
dera de España resultó sencilla, el himno produjo problemas de diversa intensidad
y naturaleza. Uno de ellos residió en sus propias características y en las dificulta-
des implícitas a una música que no había sido compuesta para tal fin. Porque la
Granadera, lejos de haberse ideado como emblema nacional, había sido creada,
a lo largo del siglo xviii, como toque militar y marcha para el ejército español.
De esta peculiaridad se derivaba el que no tuviera letra, un problema en absoluto
baladí para un canto nacional. Y de esta característica se desprendía, también, el
que resultase especialmente difícil componerla, según se podía intuir del escaso
éxito logrado por las diferentes versiones compuestas en diversos momentos de su
historia45. Hasta Nemesio Otaño, encargado, como se apuntó, de publicitar las vir-
tudes de la Marcha, declaraba los excesos musicales del toque militar, unos excesos
que había que suavizar instrumentalmente y completar con una letra que pudiera
ser cantada46. Porque el himno se había oficializado, pero sin proporcionar la par-
titura final con la que debía interpretarse, ni letra con la que debía cantarse. Era,
entonces, cuestión urgente e inaplazable la imposición de una versión definitiva
que zanjase las incertidumbres, concluía Otaño47.
Existían obstáculos que residían en la misma composición de la Granadera,
pero había también trabas que surgían del rechazo frontal que algunos de los
principales grupos políticos integrantes del Movimiento mostraban hacia el
44
B. Lolo, «El himno», p. 415.
45
Ibid., pp. 450 sqq. Los dos intentos notorios y fallidos de componer una letra para el himno
fueron el de Eduardo Marquina y el de José María Pemán, ambos en 1927.
46
N. Otaño, «El Himno Nacional Español».
47
N. Otaño, «El Himno Nacional y la música militar». No obstante, el artículo de Otaño
se acompañaba de alabanzas al carácter militar del himno. Así, el jesuita escribía: «la música
propiamente militar es un elemento psicológico de altísimo valor, dependiendo en gran parte de
ella el espíritu informador guerrero de un pueblo. El espíritu militar, en cuanto significa disciplina,
orden, fuerza organizada y seguridad y defensa de la patria debe promoverse a toda costa, y el
mejor modo de exteriorizarlo y penetrarlo en las almas es por la música».
20 zira box
48
BOE, 28 de febrero de 1937. El establecimiento del saludo fascista como saludo oficial se hizo
a través del decreto núm. 262 (BOE, 25 de abril de 1937).
49
D. Ridruejo, Casi unas memorias, p. 77.
50
Citado en J. L. Rodríguez Jiménez, Historia de Falange Española, p. 271. El papel de Pilar
Primo de Rivera en la estrategia de oposición al himno está señalado en R. Serrano Suñer,
Memorias, p. 170. También en E. Vegas Latapié, Los caminos del desengaño, p. 363.
51
J. del Burgo Torres, Conspiración y Guerra Civil, pp. 576-577.
52
ABC [Sevilla], 30 de junio de 1937. Véase también E. Vegas Latapié, Los caminos del desengaño,
p. 363.
símbolos eternos de españa 21
momento, y de forma significativa, las páginas del periódico publicaron con asidua
periodicidad un mensaje titulado «Acatamiento y respeto al himno nacional», en
el que se volvía a alentar a los españoles a que escuchasen debidamente la Marcha
y a que fuesen cuidadosos guardianes ante cualquier posible desobediencia que
desacatase al himno y, por consiguiente, a España53.
Que los actos de trasgresión respondían a un sentir lo suficientemente arraigado
como para prolongarse más allá del primer año de la oficialización de la música
lo dejó claro un nuevo decreto firmado en el verano de 1942. En él, era el propio
Franco quien declaraba la necesidad de recordar que, tanto el himno como los decla-
rados «nacionales» por el Movimiento, debían ser escuchados de pie y en posición
de saludo oficial. Las disposiciones oportunamente proporcionadas en su momento
—febrero de 1937— no habían tenido «la fiel interpretación que la claridad de las
disposiciones exigía» siendo, entonces, forzoso reiterar la obligada «unidad y fiel
interpretación» a este respecto. El que la mencionada nueva orden se publicase un
lustro después de la instauración de la Marcha era suficientemente expresivo de que
la legislación no se cumplía como se había establecido en su momento54.
En cualquier caso, el himno no siempre fue objeto de insumisiones. Los
sectores monárquicos del Movimiento, claro es, celebraron su reposición, inde-
pendientemente del esfuerzo previo encaminado a restarle su mensaje regio e
independientemente, también, de la opción monárquica a la que se adhirieran.
A este propósito, dentro de las filas tradicionalistas, la Granadera sonó sin nin-
guna contradicción junto al carlista Oriamendi, felicitándose de que el himno
que históricamente se había escuchado en los momentos de fervor religioso,
aquél que se había oído en los trances de exaltación patriótica, y el que estaba
unido a las glorias de la brillante historia española, volviese a ser el himno de
España55. Así se había manifestado ya —esta vez sí de forma espontánea— en las
movilizaciones del verano de 1936 acontecidas en territorio mayoritariamente
carlista, como había sido el ejemplo de Navarra. Y así se había celebrado desde
la prensa tradicionalista a partir de la oficialización de la música. El malagueño
Boinas Rojas, por ejemplo, celebraba el decreto de febrero de 1937 aludiendo,
precisamente, al carácter tradicional de la Marcha —en este caso, denominada
siempre Marcha Real— y corroborando que la España de verdad no podía
tener otro himno56. El Diario de Navarra, por su parte, reivindicaba el papel de
Pamplona en los días de julio de 1936, recordando que había sido en la capital
navarra donde el himno se había aireado triunfal para, a continuación, exten-
derse por el resto de la España redimida57.
53
El mensaje se publicó los siguientes días del mes de julio: 2, 4, 6, 11, 21, 29 y 31; y los siguientes
días del mes de agosto: 3, 5, 7, 14, 20, 21, 28 y 29.
54
BOE, 21 de julio de 1942.
55
De este modo se expresaba un telegrama enviado a Franco desde la Diputación Foral de Navarra
el 2 de marzo de 1937 (citado en J. del Burgo Torres, Conspiración y Guerra Civil, pp. 733-734).
56
«La Marcha Real, Himno Nacional», Boinas Rojas, 2 de marzo de 1937.
57
Diario de Navarra, 2 de marzo de 1937 (citado en J. del Burgo Torres, Conspiración y Guerra
Civil, p. 733).
22 zira box
Stéphane Michonneau
EHEHI – Casa de Velázquez
A principios del siglo xix se elaboró en Roma el canon de lectura de las ruinas
que debía marcar ese siglo. En su Itinerario di Roma e delle sue vicinanze (1838),
Antonio Nibby definía las ruinas como una huella viviente del pasado1. El autor,
al igual que otros contemporáneos, lamentaba que las ruinas quedaran abando-
nadas y deseaba que se conservaran tal y como aparecían, sin imaginar que fuese
posible modificarlas o reconstruir las edificaciones originales. Esta concepción,
que convertía la ruina en un testimonio del pasado, constituyó una ruptura con
el ruinismo en boga en el siglo xviii, que no dudaba en inventar ruinas en los
jardines, o en desplazar o reutilizar elementos ruiniformes en disposiciones
modernas. Siguiendo a Nibby, los viajeros románticos no dejaron de glorificar
las ruinas como marcadores de origen de la nación. En ese contexto, en todos
los lugares de Europa en que estaban presentes, los vestigios antiguos se situaron
en el centro de la noción relativamente inédita del patrimonio, tal y como fue
forjada entre las décadas de 1830 y 1840. La ruina devino en objeto de una labor
sistemática de reconocimiento, clasificación y, a veces, de una política de con-
servación. Todo ello suponía una severa selección en el material en cuestión. Las
ruinas antiguas y medievales recibieron un tratamiento de favor, en la medida
en que estos períodos cronológicos representaban a ojos de los «forjadores de la
nación» el momento de nacimiento o floración de sus patrias. En Cataluña, por
ejemplo, el movimiento artístico e intelectual del Noucentisme estableció una
relación directa entre el nacimiento de la nación catalana y las ruinas fenicias de
Empúries, en el Ampurdán. El fuerte vínculo existente entre ruina y cuna de la
nación no perdió su vigor en el siglo xx, y comprobaremos que el franquismo
supo aprovechar hábilmente este sustrato cultural para convertir las ruinas de
la Guerra Civil en los lugares que expresaban el renacimiento nacional que con
tanto ahínco perseguía.
Como sabemos, la lectura de las ruinas no fue meramente política. El roman-
ticismo desarrolló una percepción estética de los vestigios antiguos que tenía sus
raíces en el siglo vii2. En España, la desamortización eclesiástica y el abandono
de monasterios que supuso se sitúa en el origen de una sensibilidad singular
1
C. Woodward, In Ruins, p. 65.
2
M. Makarius, Ruines.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 27
hacia las ruinas. Pinturas y grabados como Las ruinas de mi convento de Ferran
Patxot en 1856, las Ruinas del Palacio de Ramón Martí Alsina en 1859 o las Rui-
nas de Lluís Rigalt en 1865 son pruebas fehacientes de ello3. La exaltación de la
Edad Media como punto de partida de la nacionalidad española encontró en el
provincialismo catalán una poderosa expresión, fundando así una forma muy
singular de comprender el pasado de España.
No obstante, las ruinas son un objeto polisémico que no se deja encerrar en
interpretaciones unívocas. En el siglo xix las ruinas también incluían valores
positivos como el del progreso y el higienismo. Así, la representación ilus-
trada de la destrucción de las murallas de Barcelona en 1854, una vez que el
llamamiento de Felip Monlau (¡¡Abajo las murallas!!) sirviera de bandera a
toda una generación liberal, es básicamente positiva. Asimismo, en la Bar-
celona de 1860 la transformación de sectores de muralla ruinosos en arcos
de triunfo efímeros en honor de la reina Isabel II encarnaba el triunfo de los
valores liberal-progresistas4. Más adelante, las representaciones fotográficas
que captaban las mejoras urbanas y la apertura de amplias avenidas, como
la Gran Vía en Madrid en 1910 o la Vía Laietana en Barcelona en 1913, esta-
ban claramente marcadas con valores positivos. La ruina simbolizaba en este
caso el final del estado deplorable de deterioro de la ciudad antigua5. En el
París de Haussmann, durante la década de 1850, los grabados y fotografías de
escombros de la capital contenían también el germen de la esperanza de una
radical renovación urbana6. Las dos sensibilidades ante las ruinas, aparente-
mente contradictorias —una de cariz romántico, llena de respeto y nostalgia
por los tiempos pasados, y otra de orientación progresista, plena de confianza
en el impulso hacia los tiempos modernos— podían coexistir perfectamente,
como ilustra el cuadro La Colegiata de Santa Ana firmado por Ramón Martí
Alsina en 1871.
Para concluir esta breve panorámica, podemos observar que en el siglo xix el
espectáculo de las ruinas, aunque ambiguo, no incitaba por ello a los contem-
poráneos a desear su conservación. Por ejemplo, las numerosísimas ruinas de
guerra generadas por la guerra antinapoleónica o por las guerras carlistas no
fueron objeto de una política de conservación explícita. Si bien en Salamanca o
en Zaragoza perviven testimonios de estos hechos en forma de ruina, su conser-
vación es fortuita o meramente funcional. Por ejemplo, si la Puerta del Carmen,
famoso testimonio del sitio de la ciudad de Zaragoza por las tropas napoleó-
nicas, siguió en pie fue porque cumplía con la función de puerta de acceso a la
ciudad. No fue hasta mucho más tarde cuando los impactos de obuses y balas
alojadas en los muros fueron identificados y esgrimidos por las ciudades como
medallas ganadas en combate.
3
F. Fontbona y M. Jorba (eds.), El romanticisme a Catalunya, p. 193.
4
J. Mestre i Campi, «La vida política a Barcelona», p. 236.
5
O. Bohigas, La construcció de la gran Barcelona.
6
É. Fournier, Paris en ruines.
28 stéphane michonneau
Los albores del siglo xx marcan a este respecto un punto de inflexión, pues las
ruinas catastróficas irrumpieron en el imaginario español. Las ruinas adquirieron
así un sentido nuevo: se convirtieron en una lección edificante que serviría para
subrayar la barbarie del enemigo. La singularidad del caso español a este respecto
reside, quizá, en el carácter precoz de esta lectura moderna de las ruinas. Ya desde
1814 sabemos que, en Zaragoza, el general Palafox organizó una escenografía noc-
turna de la ciudad bombardeada destinada a impresionar al rey Fernando VII.
Según Palafox, la intensidad de la destrucción estaba a la altura de los sentimientos
de fidelidad de los habitantes de la ciudad al rey7. Por tanto, la guerra antinapo-
leónica constituyó una primera manifestación deslumbrante de una sensibilidad
morbosa hacia los paisajes catastróficos. Los grabados de Gálvez y Brambilla, y los
Desastres de la guerra del pintor Francisco de Goya inauguraban así una cultura
visual cuyos avatares a lo largo de todo el siglo xix se extienden hasta las series
de postales de ruinas de la Semana Trágica barcelonesa de 19098. Los testimonios
archivísticos también dan fe de esta naciente sensibilidad ante las ruinas catastró-
ficas, como se puede apreciar en las actas del Ayuntamiento de Girona tras la toma
de la ciudad por las tropas imperiales, o bien en los comentarios que encontramos
en el diario de un testigo del saqueo de San Sebastián en 1813, que convierten las
ruinas de la ciudad portuaria en pruebas del «saqueo horroroso y el tratamiento
más atroz de que hay memoria en la Europa civilizada» (31 de agosto de 1813)9.
No obstante, cabe señalar que estos paisajes catastróficos tienen caracterís-
ticas fáciles de reconocer. Por un lado, las ruinas no dejan de representar la
barbarie del enemigo y el fulcro del renacimiento político de la comunidad. Así,
en 1813, encaramados sobre un montón de ruinas, los vecinos de San Sebastián
juraban la Constitución de Cádiz. La ruina incluía tanto el recuerdo de la des-
trucción como la promesa de reconstrucción. Por otro lado, las ruinas se suelen
representar libres de cadáveres, o bien los restos humanos se colocan eufemísti-
camente en último plano. Eso indica que todavía en el siglo xix el espectáculo
principal que se buscaba en las ruinas era, ante todo, el de la destrucción como
promesa de renacimiento, pero no el de testimonio de masacres y muerte10. Esta
es una diferencia fundamental con la representación de las ruinas en el siglo xx.
No obstante, eso no quiere decir que las ruinas del siglo xix no estén pobladas
por personas: el topos de los civiles huyendo ante la catástrofe recupera la fuerza
que tenía en el siglo xvii en las representaciones de las plagas epidémicas. El
mito del Éxodo o, más todavía, el de Eneas huyendo de la ciudad de Troya en
llamas y llevando a hombros a su anciano padre, es recurrente: lo encontramos,
por ejemplo, en las representaciones gráficas que Francisco de Cidón hace de las
ruinas del frente de Aragón durante la Guerra Civil11 (fig. 1).
7
F. J. Maestrojuán Catalán, Ciudad de vasallos.
8
R. Contento Márquez, Las ruinas de Zaragoza.
9
F. Muñoz Echabegurren, La vida cotidiana en San Sebastián, véase también la entrada del
18 de diciembre de 1813.
10
S. Michonneau, «Belchite, l’invention d’un lieu de mémoire victimaire».
11
F. de Cidón, Pueblos de Aragón devastados.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 29
12
E. C. Girbal, «La Nación en deuda con la inmortal Gerona».
30 stéphane michonneau
13
P. Géal, «L’impossible naissance du panthéon national espagnol». Véase también Id., «Ruines
et politique de mémoire».
14
E. Danchin, Les ruines de guerre et la nation française.
15
D. Viejo-Rose, Reconstructing Spain, p. 12, la noción de Heritage-scape es definida como: «real,
internalized and mental cartographies that each individual and community has of its surrondings». La
autora añade: «In studying the Spanish reconstruction one of the points of interest is how re-interpreted
heritage sites were used as landmarks, coordinates that were meant to serve as guides by which to
interpret the post-war landscape that people moved in while mapping out a newly reformulated
imagined community».
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 31
16
C. Woodward, Ruins, p. 209.
17
M. Makarius, Ruines, p. 177.
18
N. Berthier y V. Sánchez-Bioca (eds.), Retóricas del miedo.
32 stéphane michonneau
19
N. Berthier, «Guernica o la imagen ausente».
20
R. A. Stradling, Your Children Will Be Next.
21
A. de Foxá, «Arquitectura hermosa de las ruinas».
22
C. Sambricio, «¡Que coman República!». Según este autor, Moreno Torres y Franco aludieron
a las teorías de Speer. Véase también F. Cossío, «Muerte y resurrección».
23
Cuarto avance del informe oficial sobre los asesinatos.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 33
24
Z. Box, España, año cero, pp. 190-196.
25
C. Fernández Vallespín, «Orientaciones sobre la reconstrucción de Toledo». El autor evoca
la posibilidad de conservar el Alcázar en ruinas. En 1943 la Dirección General de Fortificaciones
encargó a Manuel Carrasco Cadenas el estudio de un plan de reconstrucción, pero el Alcázar como
símbolo se reconstruyó con mucha más rapidez.
26
Eduardo Fuembuena, «La ciudad mártir ve renacer la vida entre sus gloriosos escombros», El
Heraldo de Aragón, 9 de septiembre de 1938.
34 stéphane michonneau
27
S. E. Holguin, «“National Spain Invites You”».
28
Véase el no 1(abril) de la revista Reconstrucción (1940).
29
J. Álvarez Junco, Mater Dolorosa, p. 144.
30
El Heraldo de Aragón, 7 de septiembre de 1937: las llamas «convertían a Belchite en una nueva
Numancia»; o se aludía al «espectáculo de este Alcázar del honor y de la fe que lentamente se iba
convirtiendo en cenizas».
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 35
31
S. Michonneau, «Introducción».
32
Archivo Municipal de Belchite (AMB), Actas, 30-ix-1942.
36 stéphane michonneau
Los franquistas vivieron la pasión por las ruinas de forma periódica, mediante la
orquestación de numerosas ceremonias civiles y políticas. En Belchite, por ejemplo,
el aniversario del 6 de septiembre, día en que los habitantes asediados intentaron
romper el cerco republicano, dio lugar en la inmediata posguerra a grandiosas
manifestaciones33. En el Pueblo Viejo se erigió una gran cruz, así como un recor-
datorio a los muertos en el lugar en que se habían inhumado los cadáveres durante
la batalla. En el Cerro de los Ángeles los restos se convirtieron en el decorado de un
espectáculo sin par34. En el cuartel gijonés de Simancas, que había sido escenario de
otro «glorioso» episodio de resistencia por parte de los sublevados, se celebraron
numerosas ceremonias al pie de un monumento a los Caídos situado en las ruinas.
En Segovia se aprovecharon las ruinas de una capilla para construir un cenotafio a
los Caídos de la División Azul, en cuyas paredes se esculpieron los nombres y apelli-
dos de los voluntarios muertos en el frente ruso. Innumerables ceremonias tuvieron
lugar igualmente en el Patio de Carlos V, en el Alcázar de Toledo, la mitad del cual
había sido destruida por la artillería republicana. Al poco de acabar la guerra se
edificó en este mismo lugar un monumento ante el que los visitantes se hacían foto-
grafiar. Finalmente, el primer proyecto de reconstrucción de Guernica preveía una
plaza central ajardinada —el Jardín de la Guerra— donde se conservarían ruinas
de la antigua ciudad. El plan elaborado en 1938 por Ángel Angoso, por encargo del
Servicio Técnico de Falange, no fue respetado por los urbanistas de la Dirección
General de Regiones Devastadas. Es más, las ruinas de la iglesia de San Juan, últimos
restos de la villa mártir, fueron arrasadas en 194135.
El éxito que experimentaron las ruinas como decorados privilegiados de las
conmemoraciones franquistas se explicaba sin duda por razones prácticas: el
monumento es, por así decir, un objeto prêt à l’emploi. Posee la innegable ventaja
de garantizar un impacto emocional y político máximo, con un coste mínimo.
Además, las ruinas supusieron una renovación del repertorio usual hasta entonces,
y bastante pasado de moda en la década de 1940, de monumentos conmemo-
rativos clásicos aderezados con columnas, obeliscos y pedestales. El grandioso
escenario que proporcionaban las ruinas venía a ser idóneo para la orquestación
y escenificación de una política de masas espectacular. Finalmente, las ruinas se
convirtieron en una cantera inagotable que nutría toda una economía de las con-
memoraciones. A Belchite, por ejemplo, llegaron peticiones de piedras y restos
desde distintos rincones de España con el fin de erigir en cada uno de ellos reli-
carios sagrados: «un sillar, una piedra de la columna o restos de la iglesia» solicita
el Ayuntamiento de Burgos en enero de 193936. En el Cerro de los Ángeles, la ins-
titución Frentes y Hospitales propuso «hacer pequeños y emocionados relicarios
de las ruinas del monumento al Sagrado Corazón de Jesús, tan brutalmente des-
truido por los rojos, ya que es totalmente imposible su reparación», con el objetivo
33
Á. Alcalde Fernández, «La “gesta heroica” de Belchite».
34
M. Vincent, «Expiation as Performative Rhetoric». Véase también G. Di Febo, La santa de
la raza, p. 57.
35
D. Viejo-Rose, Reconstructing Spain, pp. 452-454.
36
AMB, Correspondencia, 18-i-1939.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 37
37
El Heraldo de Aragón, 27 de abril de 1939.
38
Ibid., 12 de octubre de 1939.
39
Ibid., 2 de febrero de 1940.
38 stéphane michonneau
40
D. Viejo-Rose, Reconstructing Spain, p. 79.
41
El Heraldo de Aragón, 23 de diciembre de 1938.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 39
42
I. Saz Campos, España contra España, pp. 161 sqq.
43
R. R. Tranche, «Miedo y terror en el Madrid republicano».
40 stéphane michonneau
44
M. C. Lavabre, «Sociología de la memoria».
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 41
45
S. Tison, Comment sortir de la guerre ?, pp. 97 sqq.
46
AMB, Actas, 15-x-1941.
42 stéphane michonneau
47
J. Winter, Sites of Memory, p. 113.
48
Z. Box, España, año cero, p. 191. Véase también D. Viejo-Rose, Reconstructing Spain, p. 75.
49
J. M. López Gómez, Un modelo de arquitectura y urbanismo, p. 673. Véase también
C. Forcadell Álvarez y A. Sabio Alcutén (dirs.), Paisajes para después de una guerra.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 43
51
Á. Alcalde Fernández, «La “gesta heroica” de Belchite», p. 210.
46 stéphane michonneau
52
D. Viejo-Rose, Reconstructing Spain, p. 103.
53
S. B. Farmer, Martyred Village.
ruinas de guerra e imaginario nacional bajo el franquismo 47
54
N. Townson (ed.), España en cambio, pp. ix-xlvi.
55
A. Le Blanc, «La conservation des ruines traumatiques».
56
J. Galtung, «Cultural violence», p. 290, define así la violencia cultural: «By Cultural violence
we mean those aspects of culture, the symbolic shpere of our existence —exemplified by religion and
ideology, language and art, empirical science and formal science (logic mathematics)— that can be
used to justify or legitimize direct or structural violence. Stars, crosses and crescents; flags, anthems and
military parades, the ubiquitous portrait of the Leader, inflammatory speeches and posters— all these
comme to mind».
GÉNERO Y NACIÓN DURANTE EL FRANQUISMO
1
Han abordado explícitamente el análisis de la relación entre género y nación, desde
distintas perspectivas, D. Bussy-Genevois, «Les visages féminins de l’Espagne»; X. Andreu
Miralles, «Retrats de família» y M.-A. Orobon, «El cuerpo de la nación». Véase igualmente
«Género, sexo y nación», dossier coordinado por A. Aguado y M. Yusta. Agradezco a Blanca
Divassón, Ángela Cenarro y Toni Morant la atenta lectura que hicieron del borrador y sus
apreciaciones críticas sobre el mismo, así como a Ferran Archilés su generosa disponibilidad
para proporcionarme referencias bibliográficas e historiográficas para su elaboración.
2
I. Ofer, «A “New” Woman for a “New” Spain», p. 585.
3
I. Saz Campos, España contra España, p. 3. Este desinterés se debe fundamentalmente a que los
estudios del fascismo en general, y del franquismo en particular, no mostraron hasta tiempos muy
recientes atención a la ideología, lo cual parece responder a los marcos teóricos existentes, pues el
nacionalismo es un ingrediente nuclear de la ideología fascista y franquista. A esta reflexión habría
que añadir que en el proyecto fascista también aparece la forja de un hombre nuevo, entendiendo
hombre como sujeto sexuado.
4
Véase A. Botti, Cielo y dinero, y el más reciente A. Quiroga Fernández de Soto, Los orígenes
del nacionalcatolicismo. Véase también W. J. Callahan, La Iglesia Católica en España.
5
Véase al respecto el comentario de X. Andreu Miralles, «Retrats de família», p. 8, nota 13.
6
S. Wenk, «Gendered Representations of the Nation’s». Algo similar podría afirmarse que
sucede con la Mater dolorosa, título del libro de J. Álvarez Junco.
7
Tiene razón, en parte, Xavier Andreu cuando afirma que este hecho se debe a la escasa
influencia del giro cultural, o de la nueva historia cultural, sobre la historiografía feminista
española (X. Andreu, «Retrats de família», p. 8, nota 13). Digo «en parte» porque una
historiografía cultural puede articularse también exclusivamente en torno a una sola categoría
género y nación durante el franquismo 51
analítica (eso sí, definida ahora como resultado no de la posición social sino de asignaciones
culturales).
8
Un fenómeno que no es exclusivo de la historiografía española: J. W. Scott, «Gender: A Useful
Category of Historical Analysis», pp. 28-32. Las excepciones, para España, a la equiparación de
género con mujeres se encuentran en N. Aresti, Masculinidades en tela de juicio; A. I. Simón
Alegre, «Varones en su tiempo».
9
Como botón de muestra, véase C. Molinero, «Mujer, franquismo, fascismo»; G. Di Febo,
«“Nuevo Estado”, nacionalcatolicismo y género»; S. Rodríguez López, El patio de la cárcel;
J. Roca i Girona, De la pureza a la maternidad; A. G. Morcillo, True Catholic Womanhood y el
monográfico «Mujeres en el franquismo».
52 inmaculada blasco herranz
Uno de los trabajos que intenta relacionar con más acierto género y pro-
yecto nacionalista español es el de Giuliana Di Febo, La santa de la raza, que
tomaremos como punto de partida para formular nuestras hipótesis. El eje
vertebrador de su estudio es que en la operación de elaboración de símbo-
los culturales que llegaron a representar a la nación, concretamente Teresa de
Ávila e Isabel la Católica, se produjo una transformación manipulada de los
rasgos que caracterizaban a ambas mujeres para adaptarlas al modelo de mujer
que el franquismo pretendió imponer (basado en la domesticidad, la obedien-
cia, el silencio, etcétera), de tal manera que devinieron en símbolos simplistas
y uniformes de vocación femenina. La recuperación del Siglo de Oro que llevó
a cabo el proyecto nacionalista español durante el franquismo se tradujo, en
lo referente a la definición de feminidad, no solo en la restauración de las
figuras ilustres del período considerado más glorioso de la historia de España,
sino también de los tratados que fijaron y regularon el papel doméstico de las
mujeres, como La perfecta casada de Fray Luis de León y La formación de la
mujer cristiana de Juan Luis Vives10.
Las principales críticas que se han vertido sobre el trabajo de Giuliana Di
Febo se centran en la matización de que Isabel la Católica y Teresa de Ávila no
siempre fueron presentadas así. I. Ofer y J. Labanyi han demostrado que, desde
las páginas de las revistas de la Sección Femenina de Falange, aquellas figuras
históricas fueron representadas con otros rasgos, que remitían a formas de
entender la feminidad por parte de los discursos nacionalistas franquistas que
no se ajustaban exclusivamente al ideal de domesticidad11. Así, estos personajes
poseían una personalidad más compleja, caracterizada por rasgos de carácter
viril y patrones de activismo destacados, una especie de combinación de trazos
masculinos y femeninos —desde nuestra perspectiva actual— que sería resul-
tado de la combinación de lo viejo y lo nuevo, de virilidad y feminidad, propia
de Falange. Según Ofer, la mujer nacionalsindicalista en sí misma constituyó
10
Para una síntesis de sus contenidos y uso en el contexto franquista, véase A. G. Morcillo,
True Catholic Womanhood, pp. 38-40. Estos libros también son presentados como referentes de
la literatura prescriptiva que se produjo en España acerca de la feminidad normativa durante el
siglo xix (sobre la que se construyó el ideal de domesticidad decimonónica).
11
I. Ofer, «A “New” Woman for a “New” Spain», p. 589; también Id., Señoritas in Blue; J. Labanyi,
«Resemanticising Femenine Surrender». El análisis de A. Morant Ariño, «“Para influir en la vida
del estado futuro”», que explora el terreno tanto del discurso como de las prácticas, puede situarse
igualmente en esta línea interpretativa. La propia Giuliana Di Febo parece admitir la capacidad
del modelo para absorber rasgos y actitudes aparentemente contradictorios (o que lo serían para
una representación simplificada, o formulada desde otros parámetros conceptuales, del ideal de
feminidad durante el franquismo) al afirmar que estos modelo de mujer «inspiran cualidades y
virtudes como la actividad y la contemplación, la obediencia, el valor patriótico y el amor maternal»
(G. Di Febo, «“La Cuna, la Cruz y la Bandera”», p. 232. Para el caso italiano, Victoria de Grazia
definió, hace unas décadas, a la mujer fascista perfecta como un híbrido, pues servía a su familia
pero también era responsable hacia el Estado (véase V. De Grazia, How Fascism Ruled Women).
género y nación durante el franquismo 53
una extraña mezcla de imágenes que ella entiende como irreconciliables: cuidar
de otros / cuidarse a sí misma física e intelectualmente; orgullosa española y
católica, pero sin someterse a los dictados de la Iglesia; buena ama de casa, pero
con ambición y afán de constituirse en ejemplo público…
La pregunta que ha expresado la preocupación de estas y otras historiadoras
de la mujer durante el régimen franquista ha sido la de cómo fue posible que
aquellas mujeres, en concreto las falangistas —aunque se podría incluir a las
militantes católicas en sentido amplio, incluidas las carlistas— adoptaran unas
actitudes que no encajaban en los modelos de feminidad difundidos por el idea-
rio franquista12. La respuesta más habitual ha sido la de entender y explicar la
actuación de las falangistas como fruto de la reinterpretación subjetiva a la que
sometieron, desde su experiencia, dichas normas.
Solo en tiempos más recientes se han ofrecido otras explicaciones que ape-
lan a la relación entre género y nación, pues han presentado estas actuaciones
como un resultado de otras vetas discursivas que igualmente conformaron la
identidad de estas mujeres (fundamentalmente el nacionalismo falangista, pero
también podría hablarse del ultracatolicismo españolista), como lo fue la atri-
bución a las mismas de —y la identificación con— una misión (o misiones)
nacionalista (o socialcatólica). De manera que, como afirma de modo gráfico y
acertado Ángela Cenarro,
12
Muy especialmente se ha aplicado al caso de las falangistas. No existen apenas investigaciones
sobre el activismo católico femenino durante el franquismo, si bien se podría afirmar que se produce
una contradicción semejante entre discurso y práctica en las mujeres católicas. Véase al respecto,
I. Blasco Herranz, Organización e intervención pública de las mujeres católicas, pp. 305-447.
13
Ángela Cenarro detecta en el falangismo dos «estrategias» a la hora de enfrentarse a la inclusión
de las mujeres en los proyectos nacionalistas (la de Mercedes Sanz y la de Pilar Primo de Rivera), si
bien ambas coincidieron en que esta entrada tenía que canalizarse «desde arriba» («organizaciones
rígidamente jerarquizadas y férreamente supeditadas al poder militar»). Para profundizar en
estas dos visiones diferenciadas dentro del propio proyecto falangista, y que contribuyeron a una
confrontación no siempre soterrada, véase Á. Cenarro Lagunas, La sonrisa de Falange, pp. 77-80.
54 inmaculada blasco herranz
14
R. M. Hackler, «Wie Nationalismus das Geschlecht macht».
15
Sugiero explorar una vía explicativa diferente, que apunta a que la identidad femenina
moderna que se conformó en el seno del liberalismo, al ser deudora de las paradojas del mismo, se
fundamentó tanto en la diferencia, que se tradujo en exclusión de la esfera pública y política, como
en el reconocimiento de las mujeres como seres humanos con cualidades similares a los hombres,
lo cual hizo posible las exigencias de inclusión en dicha esfera. Véase al respecto B. Divassón
Mendívil, «El sufragio femenino en España». El nacionalismo moderno, tan profundamente
ligado al liberalismo, funcionó de manera similar sobre la identidad femenina.
16
X. Andreu Miralles, «Retrats de família», p. 16.
17
Sobre las bases católicas (vaticanas) del concepto de familia que manejaron los dirigentes
franquistas y que llegó a calar, con gran naturalidad, en la sociedad española, véase M. Vincent,
«La paz de Franco», pp. 100-101.
género y nación durante el franquismo 55
No podía expresarse con mayor precisión esta idea, reproducida hasta la sacie-
dad en las páginas del semanario de la Sección Femenina de Falange, Medina,
durante los años cuarenta del siglo pasado:
La verdadera misión de la mujer es dar hijos a la Patria. Y ésta es, por
lo tanto, su suprema aspiración. Y dentro del nacionalsindicalismo, sigue
siendo más que nunca su misión ser la continuadora de la raza, de los
caminos que abrieron aquellas mujeres que se llamaron Isabel de Castilla
y Teresa de Jesús20.
Habría que precisar que no a todas las maternidades se les asignó la misma
calidad en el marco del proyecto de construcción nacional. Lo que hizo el fran-
quismo fue definir qué era la maternidad: una contribución física y espiritual al
nuevo Estado cuyo corazón era la nación española y católica. Y estableció unos
vínculos muy fuertes entre aquélla y la nación española (entendida como una uni-
dad indivisible fundada en el catolicismo y la tradición, y con vocación imperial,
ya fuera territorial o, con mayor frecuencia, espiritual), así como con el Estado
autoritario. Esta definición se sustentó sobre la exclusión de la nación española de
otras maternidades (y otras feminidades) que fueron consideradas como aberran-
tes —esto es, amenazantes y extrañas— desde el punto de vista de las correctas
18
A. G. Morcillo, True Catholic Womanhood. La centralidad de la familia para el franquismo
ha sido destacada por S. Tavera, «Mujeres en el discurso franquista», especialmente pp. 244-245.
Ángela Cenarro sostiene que las concepciones del fascismo sobre maternidad tienen muchos
puntos en común con las mantenidas por sectores del liberalismo —Marañón por ejemplo—,
dado que el pensamiento fascista se nutrió de la tradición intelectual y discursiva del liberalismo
regeneracionista español, diferente a la del tradicionalismo católico. Habría que investigar,
sin embargo, la hipótesis de que el catolicismo había llegado a compartir ciertas concepciones
«liberales» sobre la maternidad (Á. Cenarro Lagunas, La sonrisa de Falange, pp. 374-396).
19
Ibid., p. 91.
20
Azul, «No hay nada más bello que servir a la Patria», Medina, 69 (12 de julio de 1942). En este
sentido se pusieron en marcha las campañas de exaltación de la maternidad como la llevada a cabo
desde 1940 por el Frente de Juventudes (y no, curiosamente, por la SF) para celebrar el día de la
madre el 8 de diciembre. También la Acción Católica femenina comenzó a celebrar la Semana de la
Madre en 1938, siguiendo el ejemplo de la Acción Católica italiana.
56 inmaculada blasco herranz
21
Véase R. Vinyes, Irredentas. También I. Abad, «Las dimensiones de la “represión sexuada”»;
M. Joly, «Las violencias sexuadas» y C. Ramblado Minero, «Madres de España / madres de la
anti-España». La identidad nacional se configura en oposición al «otro», al que se le considera
enemigo, amenazante y extraño a la nación. La comunidad nacional solo puede ser imaginada
cuando también se imaginan comunidades extranjeras (véase M. Billig, Banal Nationalism, p. 79).
Teresa Ortega ha señalado cómo, ya durante la Segunda República, el discurso movilizador de
las mujeres de la derecha católica (que puede seguirse a través de las páginas de la revista Ellas.
Semanario de las mujeres españolas, dirigido por José María Pemán) desarrolló el argumento de las
antiespañolas como antimujeres, dentro de un marco más general de combate contra los enemigos
de España (M. T. Ortega López, «¡Cosa de coser… y cantar!», pp. 202-203). A pesar de todos
los estudios realizados, sería necesario situar los orígenes y las transformaciones de este tipo de
retórica a lo largo de la primera mitad del siglo xx.
22
Mientras que para Victoria de Grazia el fascismo italiano nacionalizó a las mujeres tanto o más
de lo que el liberalismo había hecho con los hombres en el siglo xix, en el caso español se puede
observar que durante el período de la Restauración, la dictadura de Primo de Rivera y la Segunda
República tuvieron lugar procesos que contribuyeron a la nacionalización de las mujeres, aunque
es cierto que la Guerra Civil significó un momento álgido de la misma, pues movilizó esfuerzos
en torno a la nación española entre un número muy amplio, tanto de hombres como de mujeres.
Véase, para la Segunda República, M. T. Ortega López, «¡Cosa de coser… y cantar!»; para la
dictadura de Primo de Rivera, I. Blasco Herranz, Paradojas de la ortodoxia, y R. Arce Pinedo,
Dios, patria y hogar; para la Restauración, I. Blasco Herranz, «“Más poderoso que el amor”» y
Ead., «El movimiento católico».
23
M. Sanz Bachiller, Mujeres de España. Se pueden establecer las comparaciones pertinentes
a partir de las fuentes que ayudan a reconstruir el modelo de mujer social desde comienzos del
siglo xx y que son reproducidas en I. Blasco Herranz, Paradojas de la ortodoxia; Ead., «“Sí, los
género y nación durante el franquismo 57
hombres se van”», y Ead., «“Más poderoso que el amor”». Acerca de la importancia de los manuales
de Historia de España para la construcción de diferentes visiones sobre la nación española a lo
largo del siglo xx y para la nacionalización de la población, véase C. Boyd, Historia Patria (2000).
24
M. Sanz Bachiller, Mujeres de España, p. 70. Podría argumentarse que lo que llevaba a
Mercedes Sanz Bachiller a defender la necesaria participación de las mujeres en el poder político, a
la altura de 1940, en un contexto poco propicio de «vuelta al hogar», fue precisamente el momento
en el que se estaban definiendo atribuciones de funciones político-sociales y espacios de poder
dentro de la FET y de las JONS. Ángela Cenarro nos invita a contemplar la visión que Mercedes
Sanz Bachiller tenía de las mujeres, si no transgresora, al menos disonante en relación con la
que llegó a erigirse en dominante dentro del régimen, encarnada en la figura de Pilar Primo de
Rivera (Á. Cenarro Laguna, La sonrisa de Falange, pp. 250-252). Se le podría objetar que otras
mujeres, incluida la propia Pilar Primo de Rivera, forjaron su identidad política a partir de rasgos
de feminidad aceptados y defendidos por Mercedes Sanz Bachiller.
58 inmaculada blasco herranz
ocupen un espacio muy amplio en este libro las figuras femeninas que poseen
sentimiento patriótico, «el amor ardiente a la patria», entendido como algo
consustancial al alma de las mujeres españolas pero también «cualidad general
en España»25. Lo que realmente llama la atención es que, si tenemos en cuenta
exclusivamente la retórica de la inexorable separación de género que se impuso
durante el primer franquismo, la expresión de tales sentimientos en ningún
momento se concrete en el ejercicio de la maternidad y que, sin embargo, con-
tenga valores y actitudes muy similares a los asignados a los hombres, como
valentía, activismo, heroísmo, agresividad, manejo de las armas, hasta el punto
de convertir a estas mujeres en exponentes de dicho patriotismo (sin sexos):
Cuando el oficial que conducía la bandera iba a plantarla triunfante
en la muralla, María Pita, que había estado ayudando afanosamente a los
soldados en menesteres auxiliares, vió [sic] caer a sus pies, completamente
exánime, a su marido, y tomando su espada, en un momento de
indignación y de patriotismo, se arrojó arrebatada sobre el abanderado
inglés, y tan certero golpe le dirigió con la espada, que, tras de vacilar
unos segundos, cayó muerto desde la muralla26.
Y es que España siente tan hondo el sentir del deber, tiene tal capacidad
de heroísmo, que aún en los momentos de más difícil empeño, sabe sacar
de las prístinas fuentes de su racial fuerza para no sólo sobreponerse
a las circunstancias por ingratas que sean, sino hacer resaltar, con actos
inenarrables, el valor, la audacia y el desprecio de la propia vida, como si lo
primordial para un español fuera la limpia historia de su nación, madre de
los pueblos. María Pita fue un maravilloso exponente de lo anteriormente
dicho, y queda en la mente de todos como un girón [sic] de gloria27.
25
M. Sanz Bachiller, Mujeres de España, p. 99.
26
Ibid., pp. 72-73.
27
G. Quijano, Mujeres hispánicas, p. 50. Gracián Quijano era el seudónimo de Francisca Cristina
Sáenz de Tejada (1896-1974), poetisa y escritora andaluza, que se hizo muy popular durante el
franquismo. Desde 1944 fue miembro de la Real Academia de Ciencias, Bellas Artes y Nobles Artes
de Córdoba y consejera del Instituto de Estudios Jienenses.
28
M. Sanz Bachiller, Mujeres de España, p. 100. Otras mujeres que habían sido consideradas
«ilustres» en la historia de España durante el período liberal y el republicano fueron drásticamente
excluidas de estas galerías, como lo fue Mariana Pineda. Sin embargo, Mercedes Sanz Bachiller
incluía en su libro a las feministas (que además eran por ello elogiadas) Concepción Gimeno de
Flaquer y Emilia Pardo Bazán.
género y nación durante el franquismo 59
29
G. Quijano, Mujeres hispánicas, p. 50 (en referencia a María Pita).
30
I. Ofer, «A “New” Woman for a “New” Spain», p. 592.
31
Y con anterioridad. «La nueva mujer católica de los años treinta pasó a ser la receptora de
atributos hasta entonces ceñidos al sexo masculino. La imagen transmitida por el semanario Ellas
nos presenta a la “verdadera mujer española” como un ser fervorosamente católico, pero también
valiente, heroico, decidido y lleno de vigor, cualidades que la convertía en una mujer al tiempo
incansable y pertrechada con sus insignes virtudes para la lucha contra los valores extranjerizantes
que amenazaban la integridad de los fundamentos de la raza, el patriotismo españolista y el
catolicismo más conservador» (M. T. Ortega López, «¡Cosa de coser… y cantar!», p. 191).
género y nación durante el franquismo 61
32
M. Sanz Bachiller, Mujeres de España, pp. 96-97.
33
A. G. Menéndez-Reigada, Mujeres de España, pp. 144-145. El origen de este libro fue la petición
que hicieron al obispo de Tenerife un grupo de señoras de Acción Católica, para que con las biografías
pudieran amenizar la Asamblea anual y representar en cuadros plásticos vivos algunas de las mujeres
célebres de España. Estos retratos fueron publicados posteriormente en Falange, diario de la tarde de
Las Palmas de Gran Canaria, y tuvieron tanto éxito que se le pidió que continuara la serie. Sobre la
figura de Fray Albino, véase R. A. Guerra Palmero, Ideología y beligerancia.
34
M. Sanz Bachiller, Mujeres de España, p. 101.
35
Soy consciente de que este aspecto de mi análisis puede resultar insatisfactorio si lo
comparamos con el tratamiento de los significados de la feminidad. Ello se debe, en parte, a que se
trata de una primera incursión por mi parte en este ámbito, y a los muy escasos estudios realizados
en España sobre la construcción de la masculinidad (modelo ideal o alternativas al mismo, no
necesariamente resistentes) en este y otros períodos de la historia contemporánea.
62 inmaculada blasco herranz
36
Este es el argumento central de Mary Vincent en uno de los pocos trabajos que ofrece un análisis
de las masculinidades en el franquismo (M. Vincent, «La reafirmación de la masculinidad»).
Véase también G. Di Febo, «“La Cuna, la Cruz y la Bandera”», p. 226; Ead., «Modelli di santità
maschili e femminili», así como Ead., «El “Monje guerrero”». Para la permanencia en el tiempo
de los modelos de masculinidad y feminidad que modeló el falangismo, véase A. I. Simón Alegre,
«Discurso de género».
37
Esta caracterización del estereotipo masculino moderno, en G. L. Mosse, La imagen del
hombre.
38
Si, desde finales del siglo xix hasta las primeras décadas del xx, los discursos regeneracionistas
del catolicismo español habían considerado a los hombres como perdidos para la religión,
debido al predominio de las pasiones en su carácter y a las mujeres como sujetos ejecutores de
la regeneración dada la fortaleza de su fe (una fortaleza que las definía como sujetos sexuados),
a partir de la Segunda República —y, quizás, en la década anterior— las mujeres españolas
comienzan a considerarse como objeto de regeneración, mientras se forja un nuevo modelo
de masculinidad (impulsado por el estado dictatorial primorriverista) que recupera la fe como
atributo del hombre español y exalta la defensa incondicional de la nación. Para las mujeres como
regeneradoras de una nación degenerada por los vicios masculinos en el discurso católico, véase
I. Blasco Herranz, «“Sí, los hombres se van”». Elizabeth Munson destaca una argumentación
similar presente en los discursos del regeneracionismo krausista (E. Munson, «Regenerando a
la mujer, regenerando España»).
género y nación durante el franquismo 63
39
F. Torres, Genios y místicos, pp. 16-17. Menéndez y Pelayo era «…un gran español, en cuya
alma se daban cita todas las virtudes de la raza: patriotismo hondo, catolicismo sincero y una fe sin
límites en la grandeza de España»; y de Cristóbal Colón se afirmaba: «Hace falta, para conquistar
aquellas tierras y triunfar de aquellos salvajes, un temple a toda prueba, un desprecio absoluto
de la vida, un patriotismo exaltado y, sobre todo, una inquebrantable fe» (ibid., pp. 133 y 64
respectivamente).
40
Añadía Federico Torres más adelante: «Ya solamente tendría Ignacio que utilizar su talismán
precioso: la obediencia, para que prosperara la nueva orden» (F. Torres, Genios y místicos,
pp. 85-86).
41
Ibid., p. 97.
64 inmaculada blasco herranz
EL GÉNERO EN LA NACIÓN:
LA REPRESENTACIÓN DE ESPAÑA A TRAVÉS DEL GÉNERO
42
G. L. Mosse, La imagen del hombre, p. 13. Para una crítica, dentro de un cuestionamiento más
amplio de la teoría de las religiones políticas, a la concepción de mujer subyacente en los trabajos
de Mosse sobre la construcción de la masculinidad moderna, véase K. Passmore, «The Genealogy
of Political Religions Theory».
43
Según Danièle Bussy-Genevois, no podía haber una sola representación de la nación fuera
del propio Franco debido a los diferentes componentes del golpe de Estado y a la guerra como
cruzada, que ofreció muchos héroes muertos como símbolos. Siguiendo a esta autora, a lo largo
de los siglos xix y xx, las representaciones de la nación española fueron muy diversas y ninguna
en particular llegó a erigirse como símbolo indiscutible de la nación salvo, quizás, la matrona
romana para el liberalismo (D. Bussy-Genevois, «Les visages féminins de l’Espagne»). Para un
análisis comparado de la centralidad de las metáforas de género, y particularmente de las mujeres,
en las narrativas nacionalistas europeas desde el siglo xviii hasta las dos guerras mundiales, véase
A. M. Banti, L’onore della nazione.
género y nación durante el franquismo 65
44
F. Torres, Genios y místicos, pp. 56-61 y 91-95.
45
Ibid., p. 58.
66 inmaculada blasco herranz
46
Bussy-Genevois afirma que, a partir de 1933, se produce un renacimiento de la figura de
Isabel la Católica por parte de grupos femeninos de extrema derecha, en calidad de adalid no
del catolicismo sino del antisemitismo, al haber expulsado a los judíos del territorio nacional
(D. Bussy-Genevois, «Les visages féminins de l’Espagne», pp. 34-35).
47
A. G. Menéndez-Reigada, Mujeres de España, pp. 23 y 30.
género y nación durante el franquismo 67
48
Ibid., p. 108.
49
Ibid., pp. 108-109. Esta imagen contrasta, por ejemplo, con la visión de la feminidad que había
elaborado José María Pemán en De doce cualidades de la mujer como antiintelectual y con menor
aptitud especulativa que el hombre.
50
A esta cuestión de la relación materno-filial (se entiende, hijos varones) le ha sido otorgado un
valor explicativo relevante dentro de la configuración de las tradiciones nacionales italianas. Véase
L. Passerini, «La mère du héros»; y, desde una perspectiva más antropológica, L. Accati, «Hijos
omnipotentes y madres poderosas». Sobre lo primero, Mary Vincent ha destacado el simbolismo
de España como madre buena de una gran familia, dentro de los intereses del orden esencial de
la sociedad doméstica, fraguado en el seno del enfoque neotomista que impulsó el régimen, en
(M. Vincent, «La paz de Franco», p. 101).
68 inmaculada blasco herranz
Tras considerarlas apropiadas, pero no perfectas, para que los niños repre-
sentaran a España (figs. 5 y 6), proponía la siguiente adivinanza:
¡Adivinad! ¡Adivinad! Y, entre tanto, pintad a España en forma geomé-
trica de pentágono; con forma lineal y dardeante de escudo y águila. Con
forma de animal, de astro, de planta o de rosa, como la vieron los antiguos:
toro, lucero, rosa, serpiente, conejo, agua, palma de mano, llave. Con forma
de virgen o matrona, como ya la viera Roma. Y con forma de Reina Isabel,
como la ven nuestros ojos falangistas, obsesionados de unidad y tradición.
[…]
Adivina, adivinanza,
¿a qué mujer tiene España semejanza?
MADRE.
Iréis a vuestra casa. Y, del álbum familiar, tomad el retrato de vuestra
madre. Recortaréis su perfil. Y esa imagen de madre la pegaréis sobre un
mapita de España, pintado por vosotros […]. En ese mapa de España,
que tendrá el retrato de vuestra madre, pintaréis, por detrás también, la
bandera española, y sobre ella la Cruz de Cristo51.
51
E. Giménez Caballero, España nuestra, pp. 21-22.
52
Ibid., p. 23.
género y nación durante el franquismo 69
53
Ibid.
54
Por supuesto, la imaginería católica surtió al imaginario nacionalista español con sus múltiples
representaciones de la maternidad a través de las vírgenes, y también lo proveyó de un modelo de
relación madre-hijo muy bien definido.
55
X. M. Núñez Seixas, !Fuera el invasor!
56
E. Giménez Caballero, España nuestra, p. 149.
género y nación durante el franquismo 71
Estas páginas tan solo han perseguido presentar una forma posible de
explorar la compleja relación entre género y nación durante el franquismo.
Para ello, se ha planteado una doble pregunta. Por un lado, cómo afectaron las
apelaciones —y atribuciones— nacionalistas a las definiciones de feminidad
ideal. Por otro, cómo operaron los símbolos construidos en torno a esas
definiciones en la representación —y, por lo tanto, en la construcción— de la
nación. Indagar en estas dos cuestiones ha permitido concluir que la intensidad
y vocación socializadoras del proyecto nacionalizador del franquismo en su
etapa inicial, deudoras de la guerra aunque tuvieran antecedentes en etapas
previas, ejercieron un impacto significativo en la redefinición de la feminidad
ideal elaborada por parte de la derecha española a lo largo del primer tercio
del siglo xx. Los contenidos de dicha feminidad estuvieron sometidos a —y
fueron resultado de— la tensión entre dos polos. Por una parte, el rol materno-
doméstico impulsado por la tendencia a la reorganización de posguerra en clave
de consecución de la paz y de la armonía sociales, si bien las fronteras público-
privado se habían redefinido de tal manera que estos roles adquirían una
relevancia pública-nacional incuestionable. Por otra parte, la fuerte atribución
de valores patrióticos derivada del período bélico. Esto fue posible porque se
había ido formulando y generalizando, al menos dentro de la derecha española,
una concepción de sujeto de nuevo cuño, que sirvió de referente no solo para
la definición de la feminidad, sino también de la masculinidad ideal, dominado
por nociones de jerarquía, obediencia, heroísmo, culto a la muerte, entrega,
sacrificio, etcétera.
Este análisis también ha permitido destacar la centralidad que revistió esta
polifacética definición de feminidad en la representación de la nación y, por
ende, en la configuración del imaginario nacional español. España fue imagi-
nada a través de figuras femeninas de su Historia que se convirtieron en modelo
de la raza, gracias a una suerte de combinación de rasgos maternales y viriles.
La patria también fue imaginada como una madre que se convirtió en símbolo
de una España igualmente eterna, con atributos concretos y deudores preci-
samente de los procesos de nacionalización española insertos en un modelo
político autoritario, pero que la presentaban como una realidad inmutable en el
tiempo y en el espacio. De este modo, no solo sirvió como modelo para futuras
madres sino, destacamos aquí, para que los niños, especialmente los varones,
potenciaran su vínculo emocional con la nación.
LA HISPANIDAD BAJO EL FRANQUISMO
el americanismo al servicio de un proyecto nacionalista
David Marcilhacy
Université Paris-Sorbonne
1
J. L. Abellán y A. Monclús, El pensamiento español contemporáneo, pp. 17-18. Agradezco a
Miguel Rodríguez sus valiosos consejos para la redacción de este artículo.
2
I. Saz Campos, España contra España, pp. 48-49.
3
J. M. Jover Zamora, Teoría y práctica de la redistribución colonial.
4
R. M. de Labra, España y América, p. 5.
5
D. Marcilhacy, Raza hispana.
la hispanidad bajo el franquismo 75
6
P. C. González Cuevas, El pensamiento político de la derecha española.
7
M. de Unamuno, «Sobre la argentinidad» e Id., «Hispanidad».
8
F. Gutiérrez Lasanta, Tres cardenales hispánicos, pp. 181 sqq.
76 david marcilhacy
9
Zacarías de Vizcarra, «Origen del nombre, concepto y fiesta de la Hispanidad», El Español.
Semanario de la política y del espíritu, 102, 7 de octubre de 1944, pp. 1 y 13.
10
P. C. González Cuevas, «Hispanidad», p. 619.
la hispanidad bajo el franquismo 77
11
Á. Egido León, «La hispanidad en el pensamiento reaccionario».
12
Este es el planteamiento básico del estudio de I. Saz Campos, España contra España, pp. 53 sqq.
13
R. Ledesma Ramos, Discurso a las juventudes de España (1935).
14
El iberismo, corriente favorable a una integración política de la Península Ibérica, nació en
el siglo xix en sectores republicanos y liberales. Desde la instauración de la República portuguesa
en 1910, la idea de alianza peninsular fue recuperada por intelectuales portugueses y españoles de
la derecha tradicionalista, monárquica y reaccionaria como Sardinha, Raposo, Vázquez de Mella o
Maeztu. Véase D. Marcilhacy, «La péninsule Ibérique et le Mare Nostrum atlantique».
78 david marcilhacy
15
R. Morodo, Acción Española.
16
I. Gomá Tomás, «Apología de la Hispanidad».
la hispanidad bajo el franquismo 79
17
Á. Egido León, «La hispanidad en el pensamiento reaccionario», p. 668
18
L. Delgado Gómez-Escalonilla, Diplomacia franquista y política cultural, pp. 28-29.
19
X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, p. 77.
20
E. González Calleja y F. Limón Nevado, La Hispanidad como instrumento de combate, p. 74.
80 david marcilhacy
21
Comentarios de las nuevas bases.
la hispanidad bajo el franquismo 81
22
Véanse, por ejemplo, «Fecha memorable» y «La raza inmortal», El Liberal, Madrid, 12 de
diciembre de 1938, p. 1.
23
P. C. González Cuevas, «Hispanidad», p. 620.
24
C. del Arenal, Política exterior, p. 33.
82 david marcilhacy
25
M. García Sebastiani y D. Marcilhacy, «América y la fiesta del 12 de octubre».
26
J. L. Abellán y A. Monclús, El pensamiento español contemporáneo, pp. 17-30.
27
La «voluntad de imperio» figura en el punto 3 del programa de Falange Española (véase Boletín
Oficial del Estado [BOE], Burgos, 20 de abril de 1937, núm. 182, pp. 1033-1034).
28
«El espacio vital de España», ABC [Sevilla], 6 de agosto de 1942, p. 7.
29
Francisco Franco Bahamonde, «En la Escuela Superior de Mandos José Antonio», La
Vanguardia, Barcelona, 27 de agosto de 1942, p. 5.
la hispanidad bajo el franquismo 83
30
L. Delgado Gómez-Escalonilla, «De la regeneración intelectual a la legitimación ideológica»,
p. 71.
31
R. Pardo, ¡Con Franco hacia el Imperio!.
32
L. Delgado Gómez-Escalonilla, Imperio de papel, pp. 142-156.
33
M.-A. Barrachina, Propagande et culture dans l’Espagne franquiste, pp. 169 sqq.
84 david marcilhacy
integral de la España del siglo xx34. Para reconquistar la sociedad contra el libe-
ralismo y las demás manifestaciones de la «anti-España», el régimen pretendió
inscribir dichos valores en las conciencias populares.
34
I. Saz Campos, España contra España, p. 48.
35
C. Boyd, Historia Patria (2000), p. 208.
36
E. González Calleja y F. Limón Nevado, La Hispanidad como instrumento de combat, p. 96.
37
C. Boyd, Historia Patria (2000), p. 235.
la hispanidad bajo el franquismo 85
38
Ibid., p. 211.
39
Véase E. Maza Zorrilla, Miradas desde la historia, pp. 85-97.
40
Véase la ley sobre la reforma de la Enseñanza Media de 20 de septiembre de 1938, BOE, Burgos,
23 de septiembre de 1938, núm. 85, pp. 1385-1395.
86 david marcilhacy
Otro vector privilegiado para adoctrinar a las masas fue la difusión de los
símbolos nacionales de la «nueva España» franquista41. La bandera rojigualda
sustituyó a la republicana tricolor y, por decreto del 2 de febrero de 1938, se le
añadió en el centro un escudo de evidente lectura imperial: además de las fle-
chas de los Reyes Católicos, incluía el águila de San Juan, heredado de la reina
Isabel. Las referencias a los Reyes Católicos —padrinos del Descubrimiento— no
sólo aparecían en la bandera sino, a través de las letras capitales Y/F y el símbolo
NO8DO (NO-madeja-DO)42, en todos los lugares destacables del espacio público:
pendones, escudos, adornos de edificios oficiales. Asimismo, se divulgó para la
Marcha Granadera (o Marcha Real) una letra propiamente imperial, reedición de
la compuesta en 1928 por José María Pemán. Véanse las dos primeras estrofas:
Gloria a la Patria Viva España,
que supo seguir, alzad los brazos, hijos
sobre el azul del mar del pueblo español,
el caminar del sol. que vuelve a resurgir.
41
A. M. de Puelles y Puelles, Símbolos nacionales.
42
El acrónimo NO8DO aparece en multitud de edificios construidos durante el reinado de los
Reyes Católicos. En la heráldica española, es una abreviación del lema Nomen Domine («en el nombre
de Dios»), o para algunos de «No me ha dejado» en referencia a la fidelidad de la ciudad a Alfonso X.
la hispanidad bajo el franquismo 87
43
Á. Llorente Hernández, Arte e ideología en el franquismo.
44
E. Maza Zorrilla, Miradas desde la historia, p. 102.
45
Véase, por ejemplo, «Los pilares de la Hispanidad se forjaron en Guadalupe», ABC, 11 de
octubre de 1959, pp. 21-23.
46
El Papa Pío X ya había proclamado, en 1910, a Nuestra Señora de Guadalupe «Patrona de
América Latina».
47
Decreto núm. 253/1937, BOE, Burgos, 13 de marzo de 1937, citado por Z. Box, España, año
cero, p. 212, y Á. Cenarro Lagunas, «Los días de la “Nueva España”», p. 115.
88 david marcilhacy
con la festividad del Pilar y enlazar la Hispanidad con una ciudad que desde
principios del siglo anterior simbolizaba la independencia nacional48. Pri-
mer acto oficial de gran envergadura después del Desfile de la Victoria, la
celebración oficial tuvo una dimensión poco habitual, con la presencia de
unas 50.000 personas49. Presidida por el «Generalísimo», la ceremonia sirvió
para reunir a los representantes de los países hispanoamericanos en torno a
un Franco triunfante, arrodillado ante la imagen del Pilar. Así lo relataba el
agregado de negocios chileno:
Las fiestas de la Hispanidad han tenido en Zaragoza un escenario
incomparable. […] El significado profundo de las fiestas fue la com-
penetración íntima del homenaje a la Raza y la devoción de Nuestra
Señora del Pilar, es decir, el símbolo de la unión cada vez más estrecha
de América y España50.
La devoción a la Virgen del Pilar, «Madre de todas las Españas», fue una
constante de la España franquista, puesto que en diciembre de aquel año el
Caudillo declaró la basílica «Templo Nacional y Santuario de la Raza». Pos-
teriormente, las celebraciones del 12 de octubre no sólo fueron la ocasión
para que Franco dirigiera mensajes de fraternidad a los países hispanoa-
mericanos, sino que le permitieron escenificar su poder en grandes actos
fastuosos en los que las masas quedaban estrechamente encuadradas.
Junto con estas demostraciones patrióticas, símbolos de autoridad y prestigio,
la Dictadura auspició manifestaciones más sutiles para popularizar su peculiar
visión de España. Lo mismo que durante la Guerra Civil, la imagen podía ser de
gran utilidad para sensibilizar a un público amplio. Acorde con el programa de
nacionalización integral se publicó, entre 1938 y 1949, la revista infantil Flechas
y Pelayos que ayudó a transmitir los valores y mitos franquistas, entre ellos la
Hispanidad. Lo refleja el número dedicado a Colón y a la memorable obra del
Descubrimiento, publicado en 194451.
Por su gran potencial de atracción, el cine fue otro instrumento de gran pro-
vecho. En 1938 se creó el Departamento Nacional de Cinematografía, afiliado a
la Dirección General de Propaganda. Fue este departamento el que respaldó el
rodaje de la película Raza, del director José Luis Sáenz de Heredia52. Estrenada
en enero de 1942, patrocinada por el Consejo de la Hispanidad y producida
por la Compañía Española Americana, esta película basada en un argumento
de Jaime de Andrade, seudónimo del propio Franco53, es el arquetipo del uso
propagandístico que se hizo del cine en la posguerra. Empapada del más ran-
cio militarismo y nacionalcatolicismo, narraba el recorrido de una gran familia
48
M.-A. Barrachina, «Fiesta de la raza, Día de la Hispanidad», p. 132.
49
«La Fiesta del Pilar y de la Hispanidad», ABC, 13 de octubre de 1939, pp. 7-10.
50
G. Vergara, Discurso.
51
«Colón», Flechas y Pelayos, Madrid, 267, 10 de enero de 1944.
52
N. Berthier, «Raza, de José Luis Sáenz de Heredia».
53
J. de Andrade, Raza, anecdotario para el guión de una película.
la hispanidad bajo el franquismo 89
vasca, los Churruca, durante la guerra civil española: abriéndose con la muerte
heroica del padre, capitán de navío que luchó contra la marina estadounidense
durante el desastre naval de Cuba en 1898, presentaba el alzamiento nacional
como una resurrección de las energías inmortales de la auténtica España, ame-
nazada por el peligro «rojo».
La imagen filmada fortaleció asimismo el despliegue informativo encar-
gado a los falangistas. Tras una etapa previa durante la Guerra Civil, se
institucionalizó en septiembre de 1942 el «Noticiarios y Documentales»,
cuyo acrónimo «NO-DO» no dejaba de recordar el NO8DO (NO-madeja-
DO) del escudo de armas de Sevilla. De proyección obligatoria en todos los
cines del país, este noticiero sirvió durante todo el franquismo para ofrecer
al público una versión oficial de la actualidad. Además de manipular la infor-
mación —sometida a censura—, la elección de los temas fue un instrumento
de difusión de amplio espectro para los valores franquistas. Según comen-
tan Tranche y Sánchez-Biosca, las secuencias que se refieren a la noción de
Hispanidad, verdadero dogma del nuevo Estado, desplegaron un abanico
inagotable en el NO-DO. Fuese para ensalzar la magna empresa coloniza-
dora y evangelizadora, fuese para subrayar la fraternidad hispanoamericana,
el Noticiario aprovechaba las celebraciones y homenajes que acompasaban
la vida pública de la España franquista: las ceremonias del 12 de octubre
y los festejos del Pilar, los congresos de instituciones hispánicas, las visi-
tas a España de dignatarios americanos, los centenarios relacionados con la
gesta conquistadora…54. Asimismo, la relación de noticias recogidas por el
NO-DO permitía hacer un recorrido por la geografía nacional que ensalzaba
los espacios físicos que encarnaban y simbolizaban la Hispanidad, entre
ellos los llamados «lugares colombinos» y los «santuarios de la Raza»: así
destacaban en los documentales Barcelona, Sevilla, Palos de la Frontera, La
Rábida, Granada, Cádiz, Zaragoza, Guadalupe, Trujillo, etcétera55.
En estos noticieros como en los programas emitidos por Radio Nacio-
nal de España (RNE), creada en enero de 1937, los sectores falangistas que
dominaron el franquismo inicial no escatimaron en medios para arraigar
su concepción imperial del destino de España. Como ilustra el ciclo de con-
ferencias organizadas por la Asociación Cultural Hispanoamericana y que
RNE difundió en 1940 para América56, esta propaganda respaldó asimismo
la proyección de la España franquista hacia el otro lado del Atlántico.
54
Véanse, para el año 1947, la visita de Eva Perón a España o el IV Centenario de la muerte de
Hernán Cortés en Medellín, citados por R. R. Tranche y V. Sánchez-Biosca, NO-DO. El tiempo
de la memoria, pp. 465-467.
55
La relación de noticiarios dedicados a estos temas sería muy larga. Valgan algunos ejemplos:
«1492-1942. Argentina rinde homenaje a la madre patria en el día de la raza» (1943); «Barcelona:
fiestas colombinas. Sesión del Consejo de la Hispanidad» (1943); «España y el mar» (1944);
«Centenario de Hernán Cortés» (1947); «Historia y tradición» (1952); «12 de octubre» (1957); «El
día de América» (1958).
56
Voces de Hispanidad.
90 david marcilhacy
57
Decreto 11108/1940, BOE, 7 de noviembre de 1940, núm. 312, p. 7649.
la hispanidad bajo el franquismo 91
58
M. González de Oleaga, El doble juego de la Hispanidad.
59
L. Delgado Gómez-Escalonilla, Diplomacia franquista y política cultural, pp. 131-132.
92 david marcilhacy
60
C. del Arenal, Política exterior, p. 38.
61
L. Delgado Gómez-Escalonilla, «De la regeneración intelectual a la legitimación ideológica»,
p. 63.
la hispanidad bajo el franquismo 93
de las comunicaciones con América fue expresada por distintas metáforas. Pedro
Sainz Rodríguez habló de España como «central telefónica de América» y Julián
Marías la calificaba de «Plaza Mayor de Iberoamérica»62. Considerándose como
la potencia tutelar de Hispanoamérica, España se dedicó a salvaguardar el legado
cultural de su estirpe americana ante el riesgo de contagio de valores importados
del extranjero. A raíz de la reorganización del Ministerio de Asuntos Exteriores se
potenció la acción cultural de la Dictadura hacia Iberoamérica. La impregnación
falangista del Consejo de la Hispanidad había vulnerado su capacidad de acción
y conducido a su relegación progresiva. Se le sustituyó por un nuevo organismo,
el Instituto de Cultura Hispánica63, creado el 4 de julio de 1946 en ocasión de la
clausura del XIX Congreso Mundial de Pax Romana, en San Lorenzo de El Esco-
rial. Esta nueva agencia estaba destinada a fomentar las relaciones de fraternidad
hispanoamericanas en el ámbito educativo y cultural.
Uno de sus principales ámbitos de acción fue el fomento de los estudios
superiores y la cooperación universitaria hispanoamericana. A instancias del
Consejo de la Hispanidad y después del Instituto de Cultura Hispánica, se
constituyeron distintos centros de investigación y docencia. En el seno del Con-
sejo Superior de Investigaciones Científicas, creado en 1939 para sustituir a la
Junta para Ampliación de Estudios, nació así el Instituto Gonzalo Fernández
de Oviedo, dedicado a la historia hispanoamericana, que fue encargado a un
viejo americanista, el académico Antonio Ballesteros Beretta. Desde entonces,
las ciudades de Madrid y Sevilla se convirtieron en los dos principales focos del
americanismo académico, constituyéndose en sendas universidades secciones
de Historia de América64. Estas dos universidades también recibieron institutos
especializados destinados a potenciar la investigación americanista: en Sevi-
lla la Escuela de Estudios Hispano-Americanos (en noviembre de 1942) y en
Madrid la cátedra Ramiro de Maeztu65. Otra iniciativa tuvo especial interés en
este ámbito: fue el lanzamiento de los cursos de verano sobre Historia de Amé-
rica, organizados en el histórico monasterio de La Rábida. Lanzados en 1943 por
Vicente Rodríguez Casado, se convirtieron al año siguiente en Universidad de
Verano de La Rábida66, y, por decreto del 31 de enero de 1947, en Universidad
Hispanoamericana de Santa María de La Rábida. Los americanistas de Madrid
y Sevilla, así como el grupo de La Rábida, se convirtieron en los aglutinantes
de la preocupación científica, académica e intelectual por América67. Vincula-
dos al Opus Dei, profesaron una lectura católica integrista de la Hispanidad y
62
J. L. Abellán y A. Monclús, El pensamiento español contemporáneo, p. 21.
63
M. A. Escudero, El Instituto de Cultura Hispánica.
64
Decretos del 10 de noviembre de 1942 y 12 de septiembre de 1945 (véase decretos 10677/1942
y 10033/1945, BOE, 23 de noviembre de 1942, núm. 327, p. 9493 y 17 de octubre de 1945, núm. 290,
pp. 2359-2361).
65
Decreto 638/1947, BOE, 18 de enero de 1947, núm. 18, p. 443.
66
Véanse los decretos del 16 de diciembre de 1943 (véase decreto 85/1944, BOE, 2 de enero de
1944, núm. 2, pp. 55-56).
67
J. L. Abellán y A. Monclús, El pensamiento español contemporáneo, pp. 73-94.
94 david marcilhacy
68
Decreto del 19 de abril de 1941 (véase decreto 3984/1941, BOE, 1o de mayo de 1941, núm. 121,
p. 3035).
69
M. Cabañas Bravo, La Primera Bienal Hispanoamericana de Arte.
70
La línea se inauguró en octubre de 1946 (véase ABC, 2 de marzo de 1947, p. 7).
71
D. Marcilhacy, «La Santa María del aire».
la hispanidad bajo el franquismo 95
Esta etapa, entre 1953 y 1966, así vio evolucionar la Hispanidad hacia el
campo semántico de la producción económica y de las realizaciones concre-
tas74. En un momento en que tenían resonancia en Latinoamérica las teorías
tercermundistas, el objetivo de la diplomacia franquista suponía desideologizar
la política iberoamericana para quitarle su carácter meramente propagandístico
y priorizar las relaciones prácticas. Para llevar a bien esta reorientación, Franco
se apoyó en un nuevo sector, los tecnócratas del Opus Dei.
La apuesta por el desarrollismo en la política económica se compaginó
con una nueva orientación diplomática en la que España ambicionó consti-
tuir una Comunidad Hispánica de Naciones capaz de intervenir en los asuntos
72
I. Saz Campos, España contra España, p. 52.
73
A. Martín Artajo, Hacia la comunidad hispánica de naciones, pp. 98-100.
74
A. Minardi, «El franquismo a la luz de sus metáforas», p. 123.
la hispanidad bajo el franquismo 97
75
Ibid., pp. v-vii.
76
L. Delgado Gómez-Escalonilla, «La política latinoamericana de España», pp. 147-148.
77
C. Boyd, Historia Patria (2000), p. 237.
98 david marcilhacy
78
E. Maza Zorrilla, Miradas desde la historia, p. 105.
la hispanidad bajo el franquismo 99
79
F. Monroy-Avella, Géopolitique de l’Espagne à travers l’iconographie du timbre-poste, pp. 30-42.
80
Las estatuas ecuestres de San Martín (obra de Joseph-Louis Daumas), Bolívar (obra de Emilio
Laíz Campos) y Artigas (copia de la obra de Juan Luis Blanes Linari para Montevideo) fueron
inauguradas en 1961, 1970 y 1975 respectivamente.
81
Homenaje a los aviadores que realizaron el primer vuelo que unió España y América en 1926,
el monumento fue realizado en 1951 por el escultor Rafael Sanz y el arquitecto Luis Gutiérrez Soto.
82
El monumento a Balboa, obra de Enrique Pérez Comendador, fue inaugurado en 1954, a raíz del
VI Congreso de la Unión Postal de las Américas y España. Los dedicados a Darío y Bello, obras de José
Planes y Juan Abascal Fuentes, lo fueron en 1967 y 1972. Sobre el tema de la «latino-estatuomanía»
durante el franquismo, véase D. Rolland et alii, L’Espagne, la France et l’Amérique latine, pp. 460-474.
83
«Monumento a la Hispanidad», ABC, 11 de octubre de 1970, p. 11.
100 david marcilhacy
84
Decreto del 10 de enero de 1958 (véase decreto 2234/1958, BOE, 8 de febrero de 1958, núm. 34,
pp. 203-204).
la hispanidad bajo el franquismo 101
85
M. García Sebastiani y D. Marcilhacy, David, «América y la fiesta del 12 de octubre»,
pp. 385-387.
86
E. González Calleja y F. Limón Nevado, La Hispanidad como instrumento de combate, p. 8.
87
L. Delgado Gómez-Escalonilla, «De la regeneración intelectual a la legitimación ideológica»,
p. 70.
88
P. C. González Cuevas, «Hispanidad», p. 619.
102 david marcilhacy
89
Ibid.
90
Real Decreto del 27 de noviembre de 1981 (véase Real Decreto 3217/1981, BOE, 1 de enero de
1982, núm. 1, p. 3).
91
Significativamente, la ley del 7 de octubre de 1987 rebautizó el 12 de octubre como «Fiesta
Nacional», sin otra referencia (véase Ley 18/1987, BOE, 8 de octubre de 1987, núm. 241, p. 30149).
EPÍGONO DE LA HISPANIDAD
la españolización de la colonia de guinea
durante el primer franquismo
1
I. Sepúlveda Muñoz, El sueño de la Madre Patria; D. Marcilhacy, Raza hispana.
2
Usamos el término «indígena» de la época, cuyo significado se precisa en p. 116.
3
G. Nerín, Guinea Ecuatorial, pp. 75-80; G. Nerín y A. Bosch, El imperio que nunca existió,
pp. 154-165; C. C. Wrigley, «Aspects of Economic History», pp. 135-136; P. U. Mbajekwe,
«Population, Health and Urbanization», pp. 239-248.
4
D. Ndongo-Bidyogo, «Guineanos y españoles en la interacción colonial», pp. 107-113;
M. Liniger-Goumaz, Small is Not Always Beautiful, pp. 14 y 21-22. También J. J. Díaz Matarranz,
De la trata de negros al cultivo del cacao, pp. 243-244. La conquista y ocupación del territorio
continental en G. Nerín, La última selva de España.
5
Colectivo Helio, La encrucijada en Guinea Ecuatorial, pp. 48-56; M. Liniger-Goumaz,
Small is Not Always Beautiful, pp. 8-17; J. Bolekia Boleká, Aproximación a la historia de Guinea
Ecuatorial, pp. 16-65; A. Iyanga Pendi, El Pueblo Ndowé; J. Aranzadi, «Bubis o Bochoboche».
Sobre las lenguas: G. de Granda Gutiérrez, Perfil lingüístico de Guinea Ecuatorial, pp. 30-48.
6
I. K. Sundiata, From Slaving to Neoslavery.
epígono de la hispanidad 105
7
D. Ndongo-Bidyogo, Las tinieblas de tu memoria negra, pp. 115-119. Los 64 emancipados en
Archivo General de la Administración (AGA), África, caja G1799, exp. 3: Patronato de Indígenas,
«Indígenas emancipados plenamente», 22-vii-1944.
106 gonzalo álvarez chillida
8
J. M. Cordero Torres, Tratado elemental de derecho colonial español, pp. 70-190; «Sección
legislativa»; D. Ndongo-Bidyogo, «Guineanos y españoles en la interacción colonial», pp. 178-184.
9
I. K. Sundiata, From Slaving to Neoslavery, pp. 111-118.
epígono de la hispanidad 107
10
AGA, África, caja G1860, exp. 3: Gobernador a Subgobernador, 15-viii-1942.
11
I. K. Sundiata, From Slaving to Neoslavery, pp. 122-145; D. Ndongo-Bidyogo, «Guineanos
y españoles en la interacción colonial», pp. 130-145; G. Nerín, La última selva de España, pp. 209-
232. El escándalo de Liberia, en I. K. Sundiata, Brothers and Strangers. La pequeña explotación
indígena del África occidental, en C. C. Wrigley, «Aspects of Economic History», pp. 112-113 y
A. Roberts, «The Imperial Mind», pp. 29-31.
12
Abundante documentación sobre la prestación, en AGA, África, cajas G1926 y G1919. R. Perpiñá
Grau, De colonización y economía, pp. 115-117; en pp. 80-83 calculó el gasto monetario medio de las
familias indígenas. El suministro a la Guardia Colonial, en entrevistas del autor de este artículo a Eurika
Bote (20 de marzo de 2011), Luis Iyanga (4 de junio de 2011) y Amancio Nsé (2 de junio de 2011).
108 gonzalo álvarez chillida
Ello no obstaba para que, en un mismo discurso, sólo unos cuantos párrafos
antes o después, se presumiera de la rentabilidad de la explotación colonial, cuyo
Gobierno tenía superávit presupuestario y cuya balanza comercial con la metró-
poli era también positiva, suministrándole cacao, café y madera. Un ejemplo lo
encontramos en Rutas de imperio, de José César Banciella, donde se lee que civi-
lizar significa «generosidad, abnegación, desinterés, sacrificio», pero también que
«sinónimo de colonia es el concepto de “brazos baratos”», lo que, sin embargo,
también remitía a la Hispanidad (vista, eso sí, desde otro ángulo), al referirse a
la prestación laboral gratuita impuesta a los indígenas americanos desde las mis-
mas Leyes de Indias. De hecho, todos los colonizadores, misioneros y autoridades
incluidos, sostenían que civilización significaba trabajo. Se trataba, sin duda, de
un justo intercambio: los españoles llevaban a los indígenas los beneficios de la
civilización y éstos respondían entregando los beneficios de su trabajo13.
El gobernador Bonelli lo explicó en 1944, al decir que colonizar implicaba el
derecho del colonizador (superior) a «explotar aquel suelo», el de la colonia, cuyas
riquezas quedaban si no inexplotadas, sin beneficio para nadie, obteniendo de este
modo «ciertas ventajas», junto con «la obligación de educar y civilizar al pueblo
13
«Con toda solemnidad el viernes, el Excelentísimo Sr. Gobernador General, clausuró el curso escolar
1939», Ébano. Semanario de la Guinea Española, 11, 17 de diciembre de 1939, p. 8. J. C. Banciella y
Bárcena, Rutas de imperio, pp. 27 y 256.
epígono de la hispanidad 109
14
J. M. Bonelli y Rubio, El problema de la colonización, pp. 6-8; Ruiaz, «Realidades coloniales», La
Guinea Española. Periódico quincenal, 1023, 1938, pp. 130-132; Id., «Realidades Coloniales (XXII)», La
Guinea Española. Periódico quincenal, 1037, 1938, pp. 238-239; citas en R. Perpiñá, De colonización y
economía, p. 115.
15
J. de Lizaur, Expedición del Museo Nacional de Ciencias Naturales, p. 26.
110 gonzalo álvarez chillida
16
G. Nerín y A. Bosch, El imperio que nunca existió, pp. 47-48, 134 y 177-180.
17
Ibid., pp. 39-42; J. Fontán Lobé, «Temas de Guinea», pp. 3-6; «Exploraciones de Don Manuel
Iradier en la Guinea Española durante el siglo xix», Mundo, 28, 17 de noviembre de 1940, pp. 29-30.
J. M. de Areilza y F. M. Castiella, Reivindicaciones de España, pp. 217, 223-226, 260 y 264-266.
epígono de la hispanidad 111
18
G. Álvarez Chillida, «Nación, tradición e imperio», pp. 1025-1030, e Id., «Ernesto Giménez
Caballero», pp. 281-283. La orientación interior del discurso de la Hispanidad, en E. González
Calleja y F. Limón Nevado, La Hispanidad como instrumento de combate.
19
AGA, África, caja G1803: Gobernador a Director General de Marruecos y Colonias, 8-xi-1944.
20
R. de Maeztu, Defensa de la Hispanidad (1941), pp. 23, 33-43, 53-55, 67-74, 82-83, 92-93, 120-
121, 132-137, 153-154, 169-172, 178-182, 194, 242-243 y 278-279 (cita en p. 83). Ideas similares había
sostenido poco antes en Id., La España misionera.
112 gonzalo álvarez chillida
21
R. de Maeztu, Defensa de la Hispanidad (1941), pp. 104, 79, 83 y 198 los entrecomillados,
consecutivamente; los judíos y los negros salvajes en pp. 211-213 y 135-136 respectivamente.
22
Id., Las letras y la vida, pp. 251-257.
23
Ibid., p. 25. M. Rojas Mix, Los cien nombres de América, pp. 187-199 y 203-208. También
I. Sepúlveda Muñoz, El sueño de la Madre Patria, p. 238. En un discurso de 1932 había extremado
Maeztu, sin embargo, el igualitarismo católico de la Hispanidad al contraponerlo al racismo anglosajón,
llegando a decir que gracias a la unidad moral católica de la Hispanidad, «todos o casi todos los pueblos
hispánicos de América ha(n) tenido alguna vez por gobernantes, por caudillos, por poetas, por directores,
a las razas de color o mestizos» (R. de Maeztu, La España misionera, p. 10). Afirmación que se abstendrá
de repetir en su libro. No obstante, en su discurso comparaba ya el racismo con el clasismo, al afirmar
que entre los protestantes nórdicos las clases altas desprecian a las bajas, y ambas a los demás pueblos,
incluyendo a los latinos [algo que, obviamente, le dolía] (ibid., p. 15). Pero Maeztu no era defensor ni de
la igualdad social, ni de clases ni de razas, y en ambos casos con argumentos muy similares.
epígono de la hispanidad 113
Y Giménez Caballero había resaltado, igual que Maeztu, que España no había
sido nunca racista, sino «raceadora»26.
Los sueños del imperialismo falangista se frustraron, como vimos, con el
inicio de las derrotas del Eje a partir de finales de 1942, pero la doctrina de la
Hispanidad permaneció. Tres meses antes de la concesión de la independencia
a la colonia guineana, en el simbólico Día de la Hispanidad de 1968, el dicta-
dor español inauguró las emisiones de televisión en el país con un discurso al
pueblo guineano, en el que afirmaba:
24
Citado en A. Lazo, La Iglesia, la Falange y el fascismo, p. 212.
25
R. Ledesma Ramos, Discurso a las juventudes de España (1939), p. 35.
26
J. A. Primo de Rivera, Obras, p. 154; E. Giménez Caballero, Genio de España, pp. 61 y 113.
114 gonzalo álvarez chillida
27
R. Fernández, Guinea. Materia reservada, pp. 507-508.
28
Boletín Oficial de las Cortes Españolas 1943-1945, sesión núm. 77, 29 de diciembre de 1944,
pp. 1665-1666.
epígono de la hispanidad 115
del bosque, refleja la vida de los colonos españoles, totalmente ajena a los traba-
jos duros o fatigosos, pese a los esfuerzos de la voz en v por resaltar unas duras
condiciones de vida y un esfuerzo en el trabajo colonial que las imágenes no son
capaces de ilustrar. Por ello enseguida el locutor pasa a afirmar que «no todo
es esfuerzo», mostrándose a continuación el ocio de los colonos en los bares y
clubes recreativos (de blancos), de tertulia en sus casas coloniales, consumiendo
licores españoles (siempre servidos por indígenas), asistiendo sentados en la
tribuna de los blancos a partidos de fútbol o veladas de boxeo (ambos de indí-
genas), cazando chimpancés (con ayuda de indígenas que acuden a recoger la
presa abatida con sus escopetas), o patos desde cayucos (impulsados por reme-
ros negros). El film refleja bien la vida de los colonos, el modo en que adaptaban
sus costumbres españolas al ambiente tropical de la colonia, y nos revela una
parte de las causas del embrujo africano. Para los colonos su Guinea era, sin
duda, si no la misma España, sí plenamente española29.
Pero el resto de los españoles tenía mucha menor conciencia incluso de la
existencia de la colonia, apenas fugazmente mencionada en las escuelas. En
su discurso de 1932 sobre La España misionera, por ejemplo, al hablar sobre
las misiones españolas del momento, Ramiro de Maeztu citó las de Extremo
Oriente, el Amazonas y el Norte de África, olvidándose de los claretianos y las
concepcionistas de Guinea30.
Si leemos el periódico Ébano, y su antecesor durante la Guerra Civil, Frente
Nacional, descubrimos en primer lugar que la mayor parte de la información
estaba destinada a la evolución de las dos contiendas sucesivas, la española y la
mundial. También informaba sobre los principales acontecimientos de la metró-
poli, resaltando las características del nuevo régimen. El resto se dedicaba a los
actos oficiales de las autoridades coloniales y a la vida local, casi en exclusiva,
de la colonia blanca. Los españoles, militares, funcionarios o colonos, inten-
taban preservar lo más posible sus costumbres metropolitanas (ritmo de vida
cotidiano, gastronomía, diversiones, fiestas, etcétera). Los bailes organizados en
el Casino, el club español más selecto, eran, por ejemplo, motivo de informa-
ción. Los indígenas aparecían escasamente, normalmente en las reseñas de los
actos escolares, así como en alusiones a su participación en las festividades. Pero
la Hispanidad, como hemos visto, era una doctrina destinada a justificar las
políticas que los españoles habían desarrollado con las razas «atrasadas» que
colonizaban. Por lo que en Guinea el indígena negro tenía que adquirir, por
fuerza, un papel fundamental en la colonización31.
Hay que comenzar mencionando los términos empleados para los habitantes
de la colonia y su significado. El orden colonial distinguía oficialmente entre
indígenas y europeos. En el lenguaje coloquial, sin estar por completo ausente,
la palabra negro era poco utilizada. Era bastante frecuente el término «moreno»,
29
La serie, incompleta, en la Filmoteca Española de Madrid. Véase A. Valenciano Mañé y
F. Bayre, «Cuerpos naturales, mentes coloniales».
30
R. de Maeztu, La España misionera, pp. 30-31.
31
Véase, además, J. Ramírez Copeiro del Villar, Objetivo África, pp. 52-136.
116 gonzalo álvarez chillida
32
Decreto de 29 de septiembre de 1938, Boletín Oficial de los Territorios Españoles del Golfo de
Guinea (BOTEGG), 1 de noviembre de 1938, art. 5.
33
G. Nerín, Guinea Ecuatorial, pp. 64-72 y 87-90; R. Sánchez Molina, El pamue imaginado;
AGA, África, caja G1803, exp. 3: Gobernador a Director General de Marruecos y Colonias, 8-ix-1944.
epígono de la hispanidad 117
34
Las dos citas son de los documentales dirigidos por Manuel Hernández Sanjuan, Tornado
(1945) y Artesanía pamue (1946), respectivamente.
35
A. del Saz, Guinea Española, pp. 74, 81 y 59.
36
V. Beato González y R. Villarino Ulloa, Capacidad mental del negro. R. Perpiñá Grau,
De colonización y economía, pp. 81 y 146-147, sostiene opiniones similares. Más directo, J. Esteban
Vilaró, Guinea, p. 33, afirma que los indígenas poseen «cerebros pequeñísimos, como hígado
de pulga» e «inteligencias mínimas». Opiniones favorables a la elevación del indígena mediante
la educación en AGA, África, caja G1851: «Memoria del maestro nacional D. Heriberto Ramón
Alvarez García», noviembre de 1940; igualmente, H. R. Álvarez García, «Notas sobre algunos
problemas», pp. 92-95; Ruiaz, «Realidades coloniales (XXIII)», La Guinea Española. Periódico
quincenal, 1038, 1938, pp. 246-247; Quince años de evangelización, p. 142; y en el viejo colono
J. Bravo Carbonell, Anecdotario pamue, pp. 126-127.
118 gonzalo álvarez chillida
37
El Reglamento de la Enseñanza de 6 de abril de 1937, BOTEGG, 1 de mayo de 1937, art. 9,
establecía que «La finalidad principal de estas escuelas [de enseñanza primaria elemental]
es la de difundir en todo lo posible el conocimiento de España, de su idioma, costumbres e
instituciones». Sobre las misiones claretianas y concepcionistas, véase T. L. Pujadas, La Iglesia
en la Guinea Ecuatorial; y Quince años de evangelización. Las oblatas, en M. Ensema Nsang, La
herencia de Imelda Makole.
38
Reglamento de la Enseñanza de 6 de abril de 1937, BOTEGG, 1 de mayo de 1937; y Estatuto de
Enseñanza de 6 de agosto de 1943, BOTEGG, 15 de septiembre de 1943. AGA, África, caja G1864,
exp. 12: Director General a Gobernador, 21-v-1943.
39
Circular, BOTEGG, 15 de abril de 1938.
epígono de la hispanidad 119
40
R. Perpiñá Grau, De colonización y economía, p. 147.
41
Circular, BOTEGG, 15 de abril de 1938. R. Perpiñá Grau, De colonización y economía, p. 147.
«Ayer celebró la Ciudad de Santa Isabel, la fiesta de la Exaltación con gran entusiasmo», Ébano.
Semanario de la Guinea Española, 3 de octubre de 1943, pp. 1-2. La omnipresencia de los símbolos
e himnos franquistas en entrevistas del autor de este artículo a María Teresa Avoro (1 de julio de
2010), Eurika Bote (20 de marzo de 2011), Ricardo Eló (8 de junio de 2011), Luis Iyanga (4 de junio
de 2011), Amancio Nsé (2 de junio de 2011) y Francisco Zamora (2 de junio de 2011). También
en la novela de inspiración autobiográfica de D. Ndongo-Bidyogo, Las tinieblas de tu memoria
negra. En P. Ortín y V. Pereiró, Mbini, se reproducen muchas de las fotografías realizadas por el
equipo de Hermic Films entre 1944 y 1946, bastantes de las cuales recogen banderas y símbolos
franquistas, retratos del Caudillo e indígenas brazo en alto.
42
Sobre las misiones presbiterianas, véase E. A’Bodjedi, «Los pastores presbiterianos»; sobre
la situación del pidgin English durante la colonia y en la actualidad, G. de Granda Gutiérrez,
epígono de la hispanidad 121
Perfil lingüístico de Guinea Ecuatorial, y J. Lipski, «The Spanish Language of Equatorial Guinea»,
así como H. R. Álvarez García, Historia de la acción cultural, pp. 393-394; la obligatoriedad de
la enseñanza católica, en el art. 32 del Reglamento de Enseñanza de 6 de abril de 1937; el «hogar
cristiano« en la base VIII del Estatuto de Enseñanza de 6 de agosto de 1943; la obligatoriedad de
estar bautizado, en el Reglamento de la Escuela Superior Indígena de 3 de enero de 1944, BOTEGG,
15 de enero de 1944, art. 7). Protestantes rebautizados, en entrevistas del autor de este artículo a
Eurika Bote (20 de marzo de 2011), Cecilio Iyanga (4 de junio de 2011), Samuel Ebuka (9 de junio
de 2011) y Luis Iyanga (4 de junio de 2011).
122 gonzalo álvarez chillida
43
La doctrina misionera sobre el Derecho Natural matrimonial, en M. de Zarco, «Epítome sobre
el Matrimonio ». Las exigencias de monogamia, en las Ordenanzas del Gobierno General de 25 de
abril de 1944, BOTEGG, 1 de mayo de 1944, y de 29 de agosto de 1944, BOTEGG, 15 de septiembre
de 1944, art. 1. Las políticas pro-bautismos en AGA, África, caja G1907, exp. 4: Patronato de
Indígenas, Filial de Bata, 31-xii-1946; Reglamento sobre la propiedad y las concesiones de tierras,
aprobado por el Gobierno metropolitano el 23 de diciembre de 1944, BOTEGG, 3 de enero de
1945, art. 25; G. Nerín, Guinea Ecuatorial, pp. 36-37.
epígono de la hispanidad 123
44
Sobre la segregación en general, véase G. Nerín, Guinea Ecuatorial, y J. Ramírez Copeiro del
Villar, Objetivo África, pp. 62-93 y 124-133. Según el gobernador, «es norma de la colonización
la separación de europeos e indígenas» (AGA, África, caja G1907: Gobernador a subgobernador,
15-x-1942). Sobre la electricidad exclusiva del barrio blanco, véase AGA, África, caja G1780, exp. 3:
Actas del Consejo de Vecinos de Kogo, 24-iv-1939 y 26-ix-1940. Para la segregación hospitalaria,
véase el Reglamento General de Hospitales de 2 de marzo de 1937, BOTEGG, 15 de marzo de 1937,
disposicione finales: la segregación en las fiestas del 18 de julio de 1944, en Ébano. Semanario de la
Guinea Española, ¿núm.? 00, 9 de julio de 1944; el «miedo» a los blancos, en la entrevista del autor
de este artículo a a Eurika Bote (20 de marzo de 2011). Otros testimonios sobre la segregación
racial, en entrevistas del autor de este artículo a Ricardo Eló (8 de junio de 2011), Javier García San
Millán (8 de junio de 2011), Juan San León (9 de septiembre de 2010) y Luis Iyanga (4 de junio
de 2011). Véase también C. González Echegaray, «La vida cotidiana», p. 163. La mayor parte de
las películas de la productora Hermic Films están llenas de imágenes de negros trabajando como
porteadores de los blancos, remando en los cayucos que los transportan, sacándoles a hombros del
agua, sirviéndoles como criados o camareros, o bien trabajando en las fincas o en las obras públicas
bajo la supervisión de los blancos.
45
G. Nerín, Guinea Ecuatorial; J. Ramírez Copeiro del Villar, Objetivo África, pp. 72 y
132-133. La actitud de las autoridades coloniales ante los funcionarios que mantenían relaciones
sexuales con mujeres indígenas era la de tolerancia siempre que se llevasen con discreción,
sancionándose (sin gravedad) a quienes las mantenían públicamente (AGA, África, caja G1926,
exp. 2: Gobernador Fontán a Subgobernador Cabrera, 3-vii-1939).
124 gonzalo álvarez chillida
46
J. Ramírez Copeiro del Villar, Objetivo África, pp. 79-88. Pese a que el Estatuto de
Enseñanza de 6 de agosto de 1943 reservaba a los europeos la enseñanza de Bachillerato, en el
Reglamento del Patronato Colonial de Enseñanza Media, de 9 de julio de 1944 (BOTEGG, 15 de
julio de 1944) no se excluía a indígenas y mestizos (art. 27), aunque sí de las becas para terminar los
estudios en el madrileño Instituto Ramiro de Maeztu (art. 3). La expulsión de los dos fernandinos,
junto al criterio de acabar con la política republicana de becar a alumnos indígenas para estudiar
en la península, en AGA, África, caja G1926: Gobernador accidental a Fontán, 27-vii-1939; y
contestación, 15-viii-1939. Los becados durante la república, en F. Díaz Roncero, «Los indígenas
de Guinea vienen a estudiar a Madrid», Estampa. Revista Gráfica y Literaria de la Actualidad
Española y Mundial, 18 de agosto de 1934, pp. 9-19 y 38.
47
Las ordenaciones, en Ruiaz, «Mis impresiones», La Guinea Española. Periódico quincenal, 1144,
1940, pp. 274-275. Las directrices de los papas, en C. Coquery-Vidrovitch, «El postulado de la
superioridad blanca», p. 811. Las monjas y las oblatas, en la foto de Quince años de evangelización,
p. 67. El retorno de los fernandinos a la península, en entrevista del autor de este artículo a Trinidad
Morgades Besari (8 de junio de 2011).
epígono de la hispanidad 125
48
AGA, África, caja G1913, exp. 6: Instancia de siete Jefes Indígenas, 12-vi-1942; Instancia de los
Jefes de Río Benito, 9-vi-1942; y Escrito al Gobernador, 9-vi-1942.
LA REGIÓN Y LO LOCAL EN EL PRIMER FRANQUISMO
1
Véase una reflexión comparativa en X. M. Núñez Seixas y M. Umbach, «Hijacked Heimats».
Igualmente, X. M. Núñez Seixas, «De gaitas y liras».
2
Véase A. Smith, The Ethnic Origins of Nations.
3
Véase R. Petri, «Heimat/Piccole patrie».
4
Véase A.-M. Thiesse, «Centralismo estatal y nacionalismo regionalizado».
5
Para más detalles, véase X. M. Núñez Seixas, «Historiographical Approaches to Sub-National
Identities».
la región y lo local en el primer franquismo 129
Es bien conocido que la oposición al «otro» interior por excelencia del nacio-
nalismo español desde 1900, los nacionalismos subestatales, también fue relevante
en el nacimiento de los primeros núcleos protofascistas y fascistas en España que
se ubicaron en la periferia, sobre todo en Barcelona: la Liga Patriótica Española
(1919), La Traza (1923), o la Peña Ibérica (1926). Hubo además una cierta porosi-
dad de imaginarios culturales, ideas e itinerarios personales entre los nacionalismos
subestatales y el primer fascismo español. Fue el caso de la fascinación por el líder
catalanista radical Francesc Macià y por las condiciones sociopolíticas de la Barce-
lona de los años veinte que sintió el original fascista y vanguardista Ernesto Giménez
Caballero, que lo llevó a asumir y transformar varias de las ideas sobre el imperio
procedentes de Prat de la Riba y sobre todo de Eugenio d’Ors, así como a jugar
con la pluralidad imperial hispánica desde las páginas de La Gaceta Literaria. Esta
revista mostró una cierta apertura hacia las culturas periféricas peninsulares7. En
los primeros núcleos específicamente fascistas que nacieron en Madrid y Castilla a
principios de la década de 1930, desde el grupo La Conquista del Estado liderado
6
Así, por ejemplo, la prensa falangista de Castelló de la Plana podía aceptar el uso del catalán
—siempre definido como valenciano, y usando una grafía no estandarizada— de modo más
generoso que la prensa falangista de Tarragona o Barcelona. En particular, con ocasión de las
festividades locales en honor de santos patronos de los distintos pueblos. Véase por ejemplo «La
encomienda de Fadrell. En la fiesta a su Patrono San Jaime», Mediterráneo, 25 de julio de 1942;
«Conservad vuestras tradiciones», Mediterráneo, 25 de agosto de 1942.
7
E. Ucelay-Da Cal, El imperialismo catalán.
130 xosé m. núñez seixas
por Ramiro Ledesma Ramos hasta las Juntas Castellanas de Acción Hispánica de
Onésimo Redondo, el nacionalismo imperial también fue compatible con algún
tipo de autonomía por la base, no necesariamente de las regiones —el manifiesto
de La Conquista del Estado (febrero de 1931) aludía a una «articulación comarcal»
de España compatible con su afirmación nacional, quizá resabio de la propuesta de
Ortega y Gasset en La redención de las provincias (1931)—, sino de demarcaciones
territoriales a las que se les concediese una autonomía administrativa pero «simé-
trica», en una suerte de poco definido federalismo imperial, siempre en nombre de
«la eficacia del nuevo Estado» y no «de los planidos artificiosos de las regiones»8.
Pero, desde abril de 1931, el catalanismo político de izquierda se convirtió en un
«otro» de primer orden para los minoritarios fascistas españoles. El castellanismo
a ultranza, que combinaba el lamento y el argumento de agravio comparativo por
la postración y el maltrato al que se habría sometido a Castilla, junto con la afir-
mación de la centralidad de esa región en la construcción de España y su imperio,
por ser garantía de independencia y unidad, devino en un elemento fundamental
de la ideología de Onésimo Redondo, y también influyó en Ledesma Ramos9. Para
este último, la patria tenía que ser unitaria, disciplinada, aunque podía admitir for-
mas de descentralización más inocuas (municipal o comarcal), que permitiesen ir
más allá del regionalismo y del separatismo y bucear en las auténticas esencias de la
patria. Así lo defendía también de forma un tanto heterodoxa el jonsista catalán José
María Fontana Tarrats en 1933, advirtiendo contra un españolismo homogeneiza-
dor que sólo haría crecer el separatismo, y proponiendo una «unidad de espíritu y
fervor patriótico en la variedad de necesidades, matices y formas»10.
Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) fundadas por Ledesma
en octubre de 1931 tuvieron en sus primeros tiempos un cierto componente inte-
lectual periférico —sobre todo gallego, con adalides como Manuel Souto Vilas,
José María Castroviejo o Santiago Montero Díaz, alguno de los cuales había
coqueteado con el galleguismo cultural— y también jugaron con la retórica de
«pluralidad imperial»11. Pero, a la hora de la verdad, primaba la desconfianza hacia
los «separatismos» y los proyectos de autonomía, la apuesta por la férrea uni-
dad centralizada del Estado, la preferencia por la homogeneización lingüística y
una visión conspirativa de los nacionalismos subestatales. Por ello, cabía también
renegar del cultivo de lenguas distintas del castellano más allá de los géneros lite-
rarios menores, pues aquéllas llevaban consigo, en última instancia, la simiente
de la disgregación. Cada provincia y región poseía sus pasados particulares y sus
mitos de origen singulares, enriqueciendo el acervo de la patria, al modo de estilos
peculiares, aportando un «acento propio» a la obra común. Pero ninguno de esos
«acentos» bastaba para convertirse en fundamento de una nación diferente12.
8
Véase I. Saz Campos, España contra España, pp. 123-128, así como J. Aparicio, «Manifiesto
político de “La Conquista del Estado”».
9
Véase, por ejemplo, O. Redondo Ortega, «Castilla en España».
10
J. M. Fontana, «Cómo conseguir la unidad del Estado», p. 68.
11
Sobre Montero Díaz, véase X. M. Núñez Seixas, La sombra del César, pp. 86-99.
12
S. Montero Díaz, «Contra el separatismo».
la región y lo local en el primer franquismo 131
13
José Antonio Primo de Rivera, «Ensayo sobre el nacionalismo» [abril de 1934], en Id., Obras,
pp. 211-218; Id., «Unidad de destino», Arriba, 21 de marzo de 1935; véase también I. Saz Campos,
España contra España, pp. 140-144.
14
José Antonio Primo de Rivera, «Patria. La gaita y la lira» [11 de enero de 1934], y «Los vascos
y España» [febrero de 1934], en Id., Obras, pp. 111-112 y 179-183 respectivamente.
15
J. M. de Areilza, «En torno a los separatismos regionales».
16
Véase J. M. Thomàs, Feixistes!, pp. 89-90, así como X. M. Núnez Seixas, «De gaitas y liras»,
pp. 297-298.
17
Véase X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, pp. 291-320.
132 xosé m. núñez seixas
18
C. Ortiz García, «The Uses of Folklore», pp. 479-496.
19
Véase J. Goode, Impurity of Blood; un ejemplo en Lope Mateo, «¿Quiénes y cómo somos los
españoles?», El Español, 5 de febrero de 1944.
20
Véase, por ejemplo, «En la fiesta de la hispanidad. Dios y Patria», La Voz de España, 13 de
octubre de 1936; «La Base de la Unidad Española», La Voz de España, 8 de mayo de 1937, o «Palabras
de un viejo liberal. Los Estatutos», Valencia: semanario órgano de la Junta Carlista de Guerra del
Reino de Valencia, 24 de mayo de 1937.
21
«La unidad de la Patria», Unidad, 25, de octubre de 1937.
22
Martín Almagro, «Dogmas del Imperio. El principio de la unidad de España», Unidad, 10 de
octubre de 1936; S. Pérez Labarta, «Unidad de destino», Unidad, 21 de octubre de 1936.
23
J. V. Puente, «Romance del sirimiri», Unidad, 3 de noviembre de 1937; Juan Beneyto, «Somos
unitarios», Unidad, 10 de julio de 1937.
la región y lo local en el primer franquismo 133
Sanz y Díaz concluía con un deseo explícito: que el Nuevo Estado fundase una
revista dedicada al estudio del folclore, que también procediese a recuperar «los
cantos y cuentos populares, las leyendas y las tradiciones de cada región, la música
y los cancioneros, las baladas y las supersticiones, las coplas y los giros del len-
guaje […]. En fin, todo cuanto piensa, siente y hace España, la Patria tradicional
y eterna». Un mejor conocimiento de la tradición y el patrimonio español en su
variedad sería, además, un medio conveniente para fomentar el turismo interior
24
«Vasquismo», Unidad, 15 de octubre de 1936.
25
«España, Una», Unidad, 17 de octubre de 1936.
26
Véase Barrachina, Propagande et culture dans l’Espagne franquiste, pp. 215-216; «El cancionero
y sus interpretaciones», Consigna, 44 de septiembre de 1944.
134 xosé m. núñez seixas
y despertar el interés de los extranjeros, así como para reforzar un nuevo sentido
de unidad, al intercambiar mutuamente la variedad y crear así «insensiblemente
fuertes lazos de unión y conocimiento entre todos los españoles»27.
Si el objetivo de las Misiones Pedagógicas o de la Institución Libre de Ense-
ñanza había sido buscar el espíritu popular y el fundamento intrahistórico de la
nación, los etnógrafos franquistas buscaban lo inmóvil, la tradición, los valores
perennes y las jerarquías inveteradas en la costumbre28. Y sus objetos predilectos,
arcaizantes: trajes, danzas, iconos visuales. El periodista aragonés Emilio Alfaro
resumía en 1937 que el vestido regional era una «visión sin par de la España
auténtica, de la España solariega, que de nuevo mostraba sus fragancias reli-
giosamente guardadas en lo íntimo del hogar, en el fondo del arca santa de los
recuerdos familiares»29.
El «conjunto polícromo» de los trajes regionales españoles era una auténtica
expresión de la patria, «tan diversa en su estructura regional», pero cuyo valor
residía en su complementariedad para formar un conjunto: una «sinfonía» que
servía de metáfora de la nación, cuya armonía interna era debida en última ins-
tancia a la mano de Dios.
Sin embargo, en el interés falangista por el folclore se encontraba también
una idea más moderna y difusa: el folclore no sólo debía ser recuperado, sino
modernizado, pues debía trascender su carácter de reliquia local para trans-
formarse en un arma de solidaridad y de imperio mediante su depuración y
codificación. Y, al mismo tiempo, mostrar la realidad de lo popular, no ence-
rrándolo en representaciones arcaicas30. Estas concepciones impregnaron los
debates intelectuales de la élite cultivada de Falange, que se desarrollaron en sus
principales revistas teóricas, e intentaron desarrollar el legado joseantoniano,
que incidía en la armonía entre unidad y diversidad dentro de un proyecto
imperial en el que la diversidad territorial y cultural fuese superada. España no
era sólo geografía: importaba más la comunión de valores, la conciencia de su
pasado histórico y su destino universal31.
Por otro lado, un polo alternativo estuvo determinado por una actitud reactiva.
La guerra había sido, ante todo, una reacción de Castilla a la sedición antisoli-
daria de algunas regiones periféricas desleales, nuevamente sojuzgadas bajo su
férula. Cabía, pues, hacerlas volver al redil y reespañolizarlas con la espada y la
cruz. Pero no sólo Castilla había reaccionado. Otros territorios habían estado a
su lado desde julio de 1936, mandando sus mejores hijos al frente para defender
la auténtica España, tanto contra la rebelión separatista como contra una ciu-
dad perdida por roja e impía, la capital Madrid que debía ser redimida por la
27
J. Sanz y Díaz, «El Folk-lore español», p. 143. De hecho, la revista se fundó algunos años más
tarde, en 1944, con el nombre de Revista de Tradiciones Populares.
28
Véase V. García de Diego, «Tradición popular o folklore».
29
E. Alfaro Lapuerta, «La España auténtica. Exaltación del traje regional», s. p.
30
Nieves de Hoyos Sánchez, «Los temas folklóricos en la Exposición Nacional», El Español, 17 de
julio de 1943.
31
Véase «España no es sólo Geografía», El Español, 14 de noviembre de 1942.
la región y lo local en el primer franquismo 135
32
M. García Morente, Orígenes del nacionalismo español, p. 26.
33
Véase, por ejemplo, E. del Río, «Fueros a España», La Voz de España, 22 de septiembre de 1936, o
«Manifiesto que dirige a Vizcaya la Junta Carlista del Señorío», La Voz de España, 15 de abril de 1937.
34
Véase F. J. Fresán Cuenca, «Carlistas y falangistas»; Id., «Navarra: Ejemplo y problema».
Véase también J. Ugarte Tellería, «El carlismo en la guerra del 36», pp. 49-87 y J. A. Pérez
Pérez, «Foralidad y autonomía».
136 xosé m. núñez seixas
35
Véase el discurso en El Pensamiento Navarro, 8 de septiembre de 1937, p. 6.
36
«Ante el árbol de Guernica», Unidad, 3 de mayo de 1937.
37
Véase, por ejemplo, José Simón Valdivieso, «Navarra», La Ametralladora, 62, 3 de abril de
1938; Eugenio Suárez, «Patria Chica», La Ametralladora, 55, 13 de febrero de 1938; «Aragón», La
Ametralladora, 59, 13 de marzo de 1938.
38
Por ejemplo, Un Marisco Gallego, «El caso de Galicia», La Ametralladora, 2, 25 de enero de 1937.
39
F. Vilanova, Una burgesia sense ànima, pp. 21-23.
40
M. Hijano del Río y F. Martín Zúñiga, «La construcción de la identidad andaluza percibida».
la región y lo local en el primer franquismo 137
41
Las dos citas en E. Alfaro Lapuerta, «La España auténtica. Exaltación del traje regional», s. p.
42
«El Festival Folklórico del pasado sábado», ¡¡Arriba España!!, 21 de agosto de 1943.
43
Una recopilación en J. Benet i Morell, L’intent franquista de genocidi cultural, pp. 263-328.
44
Declaraciones recogidas en «Cataluña española», ¡¡Arriba España!!, 15 de julio de 1939.
138 xosé m. núñez seixas
45
«El Gran Acto de Afirmación Nacional-Sindicalista en nuestra Ciudad», Ampurdán, 29 de
marzo de 1944.
46
M. Marín i Corbera, Història del franquisme, pp. 156-157.
47
Para las opiniones de la intelectualidad falangista, véase I. Saz Campos, España contra España,
pp. 326-335; igualmente, El Caudillo en Cataluña.
48
Ernesto Giménez Caballero, «¡Estos son nuestros poderes!», Arriba, 1 de febrero de 1942.
49
Véase «España no es sólo Madrid», Arriba, 27 de enero de 1942; «Lección de Historia», ¡¡Arriba
España!!, 31 de enero de 1942 (citado por I. Saz Campos, España contra España, p. 334).
la región y lo local en el primer franquismo 139
50
Véase J. Alcaraz Abellán, Instituciones y sociedad en Gran Canaria.
51
D. Ridruejo, Casi unas memorias, pp. 78-79.
52
X. M. Núñez Seixas y A. Iglesias Amorín, «A memoria da guerra da independencia».
140 xosé m. núñez seixas
LENGUAS Y CULTURAS
53
Véase X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, pp. 306-315; igualmente, Id., «La(s) lengua(s)
de la nación», pp. 261-267.
54
«El vascuence español y el vascuence separatista», La Voz de España, 13 de abril de 1937.
55
La Voz de España, 7 de octubre de 1936 y 23 de enero de 1937; Unidad, 27 de abril de 1937. En
semejantes términos, «España Una», Destino, 57, 3 de abril de 1938.
56
A. Escaño Ramírez, «España, de habla española», Unidad, 18 de marzo de 1937.
57
José Montagut Roca, «La pluralidad de lenguas en una nación es un mal evidente, pero
remediable», El Diario Vasco, 6 de agosto de 1938.
la región y lo local en el primer franquismo 141
58
D. Ridruejo, Casi unas memorias, pp. 164 y 168-170.
59
Luys Santa Marina, «España y Cataluña», Solidaridad Nacional, 9 de julio de 1939.
60
José Montagut Roca, «El Estado Nacional frente al problema de la pluralidad de lenguas»,
Solidaridad Nacional, 6 de septiembre de 1939.
61
Véase S. Cortés Carreres, València sota el règim franquista.
142 xosé m. núñez seixas
62
ABC, 18 de octubre de 1946.
63
«De los juegos florales de 1946».
la región y lo local en el primer franquismo 143
64
Una muestra de la apropiación del legado menéndezpidaliano por la cosmovisión
nacionalcatólica en J. M. García Escudero, «El concepto castellano de la unidad de España».
65
G. Alares, «La conmemoración del Milenario de Castilla».
66
E. Toda Oliva, «Alguer, un pueblo catalán en la isla de Cerdeña», El Español, 12 de junio de
1943; Ángel María Pascual, «La Baja Navarra termina en San Pales», El Español, 3 de julio de 1943.
144 xosé m. núñez seixas
67
Véase, por ejemplo, los artículos de R. Gay de Montellà, «Mediterraneismo y atlantismo» y
Fernando Díaz-Plaja, «La expedición catalanoaragonesa a Oriente», ambos en El Español del 12 de
junio de 1943.
68
Véase P. Cabellos i Mínguez y E. Pérez i Vallverdú, Destino. Política de unidad, pp. 21-23.
69
Véase, por ejemplo, Florentina del Mar, «Cuando los poetas hablan a Dios. El canto de Juan
Maragall», El Español, 20 de mayo de 1944; Félix Ros, «Barcelona en la poesía de Juan Maragall»,
El Español, 6 de febrero de 1943; M. Pérez Terol, «La Barcelona de Rius y Taulet», El Español, 26 de
junio de 1943; Eugenia Serrano, «Rosalía de Castro y Galicia», El Español, 13 de marzo de 1943;
Maximiano García Venero, «Cincuenta años de teatro catalán», El Español, 3 de abril de 1943.
70
Véase L. Armengol, «Eugenio D’Ors y la nueva Cataluña», ¡¡Arriba España!!, 11 de marzo de 1939.
71
Ángel Herrera Bienes, «Murcia y su sol de oro. Semblanza de la estirpe “panocha”», El Español,
5 de febrero de 1944.
72
A. Casas, «Tirante y Amadís», Destino, 438, 8 de agosto de 1942.
73
Véase por ejemplo José Pla, «Los “Quatre Gats” y Pedro Romeu», Destino, 117, 7 de diciembre
de 1940.
la región y lo local en el primer franquismo 145
74
Véase W. G[onzález] Oliveros, «El Instituto Español de Estudios Mediterráneos. Motivación
ideológica y política», El Español, 12 de junio de 1943; igualmente, O. Gassol i Bellet, De la
utopia mediterrània a la realitat provincial.
75
Véase M. À. Marín Gelabert, Los historiadores españoles en el franquismo. Algunas
monografías recientes sobre instituciones locales son C. Navajas Zubeldia, El IER, y C. Domper
Lasús, Por Huesca hacia el imperio.
76
Véase F. Elías de Tejada, Las Españas. Formación histórica.
77
Véase S. Prades Plaza, «El pasado de la nación».
146 xosé m. núñez seixas
78
Véase G. Alares, «La génesis de un proyecto cultural fascista».
79
«Inicia sus tareas la Institución Fernando el Católico», Lucha, 29 de junio de 1943.
80
Véase G. Alares, «Fernandinos y pilaristas»; Id., Diccionario biográfico.
la región y lo local en el primer franquismo 147
81
J. Uría González, Cultura oficial e ideología; P. San Martín Antuña, La nación (im)posible,
pp. 64-73 y 237-284.
82
En el II Concurso de 1943 se presentaron 203 grupos corales con 5.075 miembros y 114 grupos
de danza con 1.368 integrantes; en el XIV Concurso de 1959-1960 compitieron 920 coros con
18.556 miembros y 1.572 grupos de danza con 23.378 participantes, aunque el número de
concursantes en los niveles locales era aún mayor. Existían, con todo, claros desequilibrios
territoriales. En el XV Certamen (1962), participaron 153 grupos de la provincia de Barcelona,
por 53 de Madrid y 22 de Albacete (véase E. Casero, La España que bailó con Franco. pp. 54 y 88).
83
B. Martínez del Fresno, «Mujeres, tierra y nación».
84
«A últimos de septiembre se reanudará el Concurso Nacional de Folklore», Lucha, 28 de
agosto de 1943.
85
Véase Canciones y danzas de España, p. 1. Pilar Primo de Rivera reconoció que «recibimos
el consejo inapreciable de Don Ramón Menéndez Pidal, quien nos dijo que buscáramos la
autenticidad por encima de todo» (P. Primo de Rivera, Recuerdos de una vida, p. 239).
86
G. Diego et alii, Diez años de música en España, p. 84.
148 xosé m. núñez seixas
87
R. Griffin, Modernismo y fascismo.
88
El homenaje de la Sección Femenina se escenificó como una entrega simbólica de los frutos
de cada tierra y las labores típicas del artesanado, realizada por afiliadas vestidas con idénticos
uniformes de la Hermandad de la Ciudad y el Campo pero con un pañuelo diferente para cada
región cubriendo su cabeza. Mujeres de toda España se acercaban a la tribuna del «Generalísimo»
y le donaban ofrendas y trabajos artesanales típicos de su región, así como estandartes de su
provincia. Durante la procesión sonaban de fondo canciones populares cuyas letras aludían a
temas de religiosidad popular, trabajos rurales, alimentos, paisajes, etcétera. A mediodía se ofreció
a Franco una comida al aire libre y la tarde se dedicó a ejercicios físicos, bailes rítmicos, juegos,
canciones y bailes regionales, con intervenciones sucesivas de numerosas mujeres vestidas con
trajes típicos, que ejecutaron muiñeiras, danzas vascas de arcos, jotas aragonesas, sardanas, el vito
y las sevillanas de Andalucía, así como el romance balear del Mayorazgo o la isa canaria (véase Y,
17, junio de 1939).
89
«El pueblo en la concepción unitaria de la Falange», El Español, 22 de enero de 1944; «Pueblo
y no masa», El Español, 29 de enero de 1944.
90
Citado por L. Suárez Fernández, Crónica de la Sección Femenina y su tiempo, p. 125.
91
P. Primo de Rivera, Recuerdos de una vida, p. 249.
92
Véase p. 11 del no 1 (1940) de la revista Consigna.
la región y lo local en el primer franquismo 149
Pilar Primo de Rivera aludía así en enero de 1939 a la unidad de España como
un gran coro de voces variadas, en el que unos aprendían de otros:
Cuando los catalanes sepan cantar las canciones de Castilla, cuando en
Castilla se conozcan también las sardanas y sepan que se toca el chistu,
cuando del cante andaluz se entienda toda la profundidad y toda la filo-
sofía que tiene, en vez de conocerlos a través de los tabladillos zarzueleros;
cuando las canciones de Galicia se conozcan en Levante, cuando se unan
cincuenta o sesenta mil voces para cantar una misma canción, entonces sí
que habremos conseguido la unidad entre los hombres y entre las tierras
de España. […] España estaría incompleta si se compusiera solamente del
Norte o del Mediodía. Por eso son incompletos también los españoles que
sólo se apegan a un pedazo de tierra95.
93
E. F. de Asensi, «Coral de canciones. La riqueza folklórica de España, en el Concurso Nacional
de Falange», Mediterráneo, 31 de mayo de 1942.
94
«Competición nacional de Bailes Populares del Frente de Juventudes», Lucha, 28 de abril de 1943.
95
P. Primo de Rivera, Discursos circulares escritos, pp. 22 y 31 respectivamente. Véase también
K. Richmond, Las mujeres en el fascismo español, pp. 149-150.
150 xosé m. núñez seixas
96
Véase I. Saz Campos, España contra España, pp. 246-248; E. García Luengo, «Hipertrofia del
sainete y envilecimiento de lo castizo», El Español, 10 de marzo de 1943.
97
De hecho, en el I Concurso de Coros y Danzas de 1942, los repertorios musicales de los grupos
de las distintas provincias combinaban piezas tradicionales o autóctonas con otras importadas
desde fandanguillos en Ávila hasta muiñeiras en Barcelona (véase el «Informe del Departamento
de Música de la Sección Femenina», citado por E. Casero, La España que bailó con Franco, p. 101).
98
M. J. Sampelayo, «Labor de la Sección Femenina».
99
Circular de Pilar Primo de Rivera de marzo de 1944, citada por por E. Casero, La España que
bailó con Franco, p. 46.
100
L. Suárez Fernández, Crónica de la Sección Femenina y su tiempo, p. 192.
la región y lo local en el primer franquismo 151
101
Véase el memorándum a Pedro Sainz Rodríguez, 11 de septiembre de 1939, citado en B. de
Riquer, «Pròleg», pp. 20-21; también, A. F. Canales Serrano, Las otras derechas.
102
Véase, por ejemplo, X. Filgueira Valverde, Epistolario.
103
M. Marin i Corbera, Josep Maria de Porcioles; Id., «Existí un catalanisme franquista?»;
J. M. de Arteche, Un vasco en la postguerra; M. T. Echenique Elizondo, «Intelectuales vascos de
la posguerra».
152 xosé m. núñez seixas
105
Véase varios ejemplos en J. García Álvarez, Provincias, regiones y comunidades autónomas,
pp. 369-390.
106
Véase A.-M. Thiesse, Écrire la France, y S. Cavazza, Piccole patrie.
107
A. Confino, Germany as a Culture of Remembrance.
154 xosé m. núñez seixas
108
R. Griffin, The Nature of Fascism.
AFINIDADES ELECTIVAS
franquismo e identidad vasca, 1936-1970
De esa manera, la realidad social fue forzada a adaptarse a los discursos de la opo-
sición antifranquista, que cuestionaban cualquier implicación de la sociedad vasca
en ese régimen. La memoria colectiva de los vascos se adecuó al nuevo ciclo de vio-
lencia y protesta contra la Dictadura, convirtiéndose el franquismo en un mito que
vinculaba los asesinatos del otoño de 1936 en Guipúzcoa con los primeros muertos
de ETA o las redadas masivas de estudiantes y trabajadores de finales de los años
sesenta y los primeros setenta1.
Finalmente, el debate político local de la Transición incrementó esos conte-
nidos míticos, al definir canónicamente los referentes de la memoria colectiva
(como toda memoria, parcial, subjetiva e idealizada). La consideración de los
militantes de ETA como «gudaris de hoy», aquellos que habían recogido el tes-
tigo de los «gudaris de ayer», elaborada discursivamente por Telesforo Monzón,
exdirigente del Partido Nacionalista Vasco (PNV) reubicado como propagandista
mesiánico de Herri Batasuna, también tuvo eco en el propio PNV, cuyo porta-
voz más carismático llegó a calificar a José Miguel Beñarán (más conocido por
su apodo de Argala), dirigente de ETA militar asesinado en 1978, como «uno de
los nuestros». Las referencias al franquismo como fenómeno externo a los vascos
fueron constantes en el discurso del PNV, partido que formó Gobierno en 19802.
El franquismo pasó finalmente, en la década de 1990, a alimentar el metarrelato
definitivo del nacionalismo en el poder: el conflicto vasco. El Pacto de Lizarra,
consignado por las fuerzas abertzales (en adelante este adjetivo será utilizado
como sinónimo de nacionalista vasco) el 12 de septiembre de 1998, sancionó al
respecto que «la sociedad vasca, durante demasiados años, ha venido sufriendo
las consecuencias de un conflicto histórico de naturaleza política no resuelto»3.
Este relato ha invadido el debate local en torno a la memoria histórica, en donde
los muertos por la represión militar en sus diversos ciclos de guerra, posguerra
y declinar del régimen de Franco son colocados como víctimas que sumar a las
generadas por el Estado democrático actual, con el fin de equilibrar los saldos de
la violencia terrorista de signo nacionalista en la España democrática4.
Es, así, común encontrar textos históricos que presentan la autonomía obte-
nida durante la Segunda República como una aspiración general del «pueblo
vasco» por retornar al supuesto estado armónico foral perdido en 1876, en el que
la promoción de «la identidad vasca» volvería a hermanarse con el autogobierno
político. Ello habría sido obstaculizado por la invasión «fascista» comandada
por el general Franco, cuya voluntad de destrucción de «la identidad vasca»
1
P. Aguilar Fernández, «La guerra civil española», p. 137; F. Molina Aparicio, «Intersección
de procesos nacionales».
2
J. M. Benegas (ed.), Recuerdo de Fernando Múgica, pp. 167-168.
3
M. Montero García, «La historia y el nacionalismo», pp. 252-260. El relato histórico del
«conflicto vasco» en F. Molina Aparicio, «El conflicto».
4
Como plantea uno de los libros característicos de esta historiografía partisana: J. Agirre (ed.),
No les bastó Guernica. El lugar del franquismo en la memoria colectiva abertzale en J. A. Pérez y
R. López, «La memoria histórica».
afinidades electivas 157
5
C. J. Watson, Basque Nationalism and Political Violence, p. 173; R. P. Clark, The Basques, p. 21;
A. D’Orsi, Guernica, p. 17.
6
S. de Pablo, «La Guerra Civil en el País Vasco»; Id., «Silencio roto (sólo en parte)», p. 397; Id.,
«Historiografía: estado de la cuestión», pp. 47-49; F. Espinosa, «Sobre la represión franquista»,
pp. 61-65; M. Prats, La cuestión de la «Memoria Histórica», pp. 19-35.
7
Ibid., pp. 25-27, la cita en esta última página.
8
X. Irujo, «Introduction to a Political History», p. 49; D. Muro, Ethnicity and Violence, pp. 92-93.
9
C. J. Watson, Basque Nationalism and Political Violence, p. 174. Llama la atención que esta
tesis que victimiza a los nacionalistas por encima del resto de represaliados vascos, cuya identidad
se difumina, la mantenga. P. Preston, El holocausto español, pp. 565-579, pese a que maneja un
conocimiento bibliográfico mastodóntico de la violencia franquista en el conjunto de España.
158 fernando molina aparicio
10
J. Louzao Villar, Soldados de la fe.
11
H. Lebovics, True France.
12
F. Molina Aparicio, «De la Historia a la Memoria», pp. 174-181; Id., «La autonomía de la
política»; J. Louzao Villar, Soldados de la fe, pp. 65-66; Id., «La Virgen y la salvación de España»,
pp. 197-203; Id., «¿Una misma fe para dos naciones?».
afinidades electivas 159
13
J. Perea, El modelo de Iglesia subyacente, pp. 1245-1254.
14
F. Molina Aparicio, «El vasco o el eterno separatista»; Id., «La autonomía de la política»;
J. Louzao Villar, «¿Una misma fe para dos naciones?».
15
Esta estructura es utilizada por A. Quiroga Fernández de Soto, «Hermanos de sangre»,
con el fin de explicar el marco social que favoreció los préstamos culturales de matriz racista entre
los nacionalismos católicos ibéricos. Se inspira en M. Levinger y P. Franklyn-Lytle, «Myth and
Mobilization». El papel esencial de esta estructura retórica en el nacionalismo vasco extremista
ha sido subrayado por J. Casquete, En el nombre de Euskal Herria, pp. 53-54, quien se inspira en
R. Girardet, Mythes et mythologies politiques.
160 fernando molina aparicio
estructura narrativa de matriz religiosa en la que una Arcadia (foral) feliz se veía
contrastada con un presente apocalíptico con el fin de incentivar la movilización
política en pos de un horizonte de recuperación de los valores patrios perdidos.
Este patrimonio cultural común fue autónomo de la pugna política entre
nacionalistas vascos y españolistas, y sirvió para unir ambos movimientos
socio-políticos en torno a una misma representación de la identidad territorial.
Una identidad colocada en oposición a un conglomerado de culturas políticas
que sólo convergían en un común ideal republicano, bien de forma tacticista
(como antesala de la revolución obrera) o bien finalista, de signo liberal o socia-
lista. Este conglomerado abarcaba federalistas ubicados en Acción Nacionalista
Vasca o los pequeños partidos republicanos liberales, que compartían una parte
del imaginario romántico vasco de los católicos por ser común a la tradición
liberal decimonónica, pero que rechazaban el catolicismo como elemento esen-
cial de la identidad territorial; también a facciones republicanas que incidían en
representaciones más provincialistas que regionalistas, en las que la identidad
romántica constituía poco menos que una vaga referencia con que afianzar un
republicanismo cívico de inspiración fuerista. Finalmente, este conglomerado
incorporaba opciones políticas más netamente obreras que prescindían, en su
versión anarquista o socialista, de casi cualquier referente activo de signo regio-
nal. Sólo la incipiente facción comunista había practicado una amplia absorción
de referentes identitarios de signo etno-nacionalista, en buena medida como
recurso de confrontación con el activo españolismo de los socialistas16.
EL «HOLOCAUSTO» VASCO
Entre 1933 y 1936 tuvo lugar una pugna política de gran intensidad entre los
nacionalismos que articulaban el bloque católico por el monopolio de la iden-
tidad vasca. El golpe de Estado del 18 de julio terminó por ventilar de forma
violenta este debate tanto como la guerra cultural que tenía como marco. La
insurrección militar actuó como la coyuntura de oportunidad política perfecta
para el despliegue del proyecto homogeneizador nacionalcatólico de tradicio-
nalistas y otras ramas católicas españolistas, mientras la cúpula del PNV decidió
sacar partido de la posibilidad de obtener el ansiado Estatuto de Autonomía
y, así, afianzar institucionalmente su gestión política de la identidad vasca.
Comenzó entonces una enconada disputa en torno a ésta entre el Gobierno
de Euzkadi radicado en Bilbao y el nuevo Estado nacionalista de Burgos, que
colocó buena parte de su industria propagandística en San Sebastián una vez la
ciudad fue tomada en el otoño de 1936.
Los esfuerzos propagandísticos de los dos contendientes católicos por negar
la condición de vasco del adversario fueron notorios. Así, si el Gobierno Vasco
se arrogaba la defensa de esta identidad como su principal fin institucional,
16
A. Rivera Blanco, Señas de identidad, pp. 91-134 y 170-218; F. Molina Aparicio, «La autonomía
de la política».
afinidades electivas 161
17
La primera cita en A. Merry del Val, Spanish Basques and Separatism, pp. 40-41; la segunda
en R. García de Castro, La tragedia espiritual de Vizcaya, p. 15; el arraigo de la figura narrativa de
la Reconquista en J. Louzao Villar, Soldados de la fe, pp. 66 y 128-129.
18
La propaganda franquista armó una réplica exacta de las manifestaciones favorables al
arrepentimiento de los católicos rebeldes que practicó el nacionalismo vasco, lo cual da idea de las
afinidades identitarias y discursivas entre ambos bandos (X. M. Núñez Seixas, «Los nacionalistas
vascos», pp. 588-589). La dificultad del «perdón» a los «impíos rojos» y el poco interés en su
«conversión» en G. Gómez Bravo y J. Marco, La obra del miedo, pp. 269-291.
19
Los acontecimientos que he enumerado son objeto de análisis monográfico en las siguientes
obras: S. de Pablo, «La lingua basca»; X. M. Núñez Seixas, «Los nacionalistas vascos», pp. 585-
588; J. A. Pérez Pérez, «Foralidad y autonomía», pp. 285-292.
162 fernando molina aparicio
20
X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, pp. 277 y 281; la diversidad de nacionalismos
franquistas en I. Saz Campos, España contra España; su segmento militarista en Jensen, Irrational
Triumph.
21
I. Saz Campos, España contra España, pp. 157-158; A. F. Canales Serrano, Las otras derechas,
p. 237. Datos actualizados sobre los variables niveles de violencia en unos y en otros, en P. Barruso,
Violencia política y represión, pp. 217-407; J. Gómez Calvo, Matar, purgar, sanar; F. Espinosa,
«Sobre la represión franquista», pp. 72-73.
afinidades electivas 163
22
J. Juaristi y M. Pino, A cambio del olvido. La misma dimensión privada de la violencia
franquista ha sido subrayada por M. Sánchez Mosquera, Del miedo genético a la protesta.
23
C. J. Watson, Basque Nationalism and Political Violence, pp. 174-176; X. M. Núñez Seixas,
«Sobre memoria, minorías nacionales y nacionalismos sin Estado», pp. 450-452.
164 fernando molina aparicio
AFINIDADES ELECTIVAS
24
X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, pp. 180-181.
25
Ibid., pp. 281-284 y 306-320.
afinidades electivas 165
26
C. Calvo, «La fiesta pública durante el franquismo», p. 175; J. Montero Díaz, El Estado
carlista, pp. 518-519; G. Di Febo, «El modelo beligerante del nacionalcatolicismo franquista».
27
Salvador de Madariaga, De la angustia a la libertad (1977), pp. 342 y 522, citado en L. Castells
y J. Gracia, «La nación española en la perspectiva vasca», p. 988.
28
J. Walton, «General Franco at the Seaside» (agradezco al autor el haberme facilitado esta
ponencia inédita); J. M. Sada, Franco en San Sebastián.
29
Los exponentes clásicos de esta lectura de los hechos son A. Pérez Agote, La reproducción del
nacionalismo y A. Gurruchaga, El código nacionalista vasco.
30
P. Rújula, «Conmemorar la muerte, recordar la historia».
166 fernando molina aparicio
31
F. Molina, «Intersección de procesos nacionales», pp. 66-71.
32
Francisco Javier de Landaburu, La causa del Pueblo Vasco (1956), citado en J. M. Garmendia
y M. González Portilla, «Crecimiento económico», p. 195. Este «consenso pasivo» de la
comunidad nacionalista vasca respecto del régimen, también en J. Sullivan, ETA and Basque
Nationalism, p. 28.
33
Z. de Vizcarra y Arana, Vasconia españolísima.
afinidades electivas 167
Más interés aún hubo por mostrar cómo, también en los tiempos más recien-
tes, los vascos y, más concretamente, los vizcaínos (los más sospechosos de
debilidad «nacional» por haber albergado el Gobierno Vasco) habían mostrado
su españolismo en el debate político contemporáneo. Tal fue el sentido que
animó obras como Política nacional en Vizcaya, de Javier de Ybarra, de expresivo
título. En su prólogo, Rafael Sánchez Mazas llegó a sostener que:
En dos combates se crearon las dos legiones decisivas: la militar, en
Africa,y la civil en Vizcaya. Vizcaya fué como la Africa espiritual y política
para los cadetes espirituales y políticos de una España reconquistada34.
34
Citado en L. Castells y J. Gracia, «La nación española en la perspectiva vasca», p. 988. De
corte narrativo similar es F. Igartua y Landecho, La tradición y el progreso vizcaíno.
35
R. Sierra Bustamante, Euzkadi. De Sabino Arana a José Antonio Aguirre; M. García Venero,
Historia del nacionalismo vasco; P. P. Altabella Gracia, El catolicismo de los nacionalistas vascos.
36
X. M. Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor!, pp. 284-291; J. Ugarte Tellería, La nueva Covadonga
insurgente, pp. 350-369.
37
F. Elías de Tejada, Las Españas. Formación histórica, pp. 104 y 107.
168 fernando molina aparicio
38
J.-P. Jessenne, Les campagnes françaises, pp. 32-35; A.-M. Thiesse, La création des identités
nationales, pp. 159-160 ; R. Vinen, Europa en fragmentos, p. 175.
39
M. Richards, A Time of Silence, pp. 26-66; A. Quiroga Fernández de Soto, «Hermanos de
sangre».
40
De forma similar a lo ocurrido en Galicia. Véase Miguez Macho, «La destrucción de la
ciudadanía». Una perspectiva más general, muy sugerente, en G. Alares, «Ruralismo, fascismo y
regeneración», pp. 138-141.
41
M. À. Marín Gelabert, Los historiadores españoles en el franquismo.
42
G. Passamar, Historiografía e ideología en la posguerra española, pp. 22-89.
afinidades electivas 169
43
Resulta algo más que anecdótica esta consonancia entre una determinada concepción
organicista y católica de la nación y el empeño erudito en torno a la lengua vasca. Creo que como
mejor se puede comprender ésta es si se considera como paliativo erudito destinado a promover
«terapia de la nación enferma» que practicaron los historiadores del régimen (C. Boyd, Historia
Patria [1997], pp. 232-272).
44
F. Molina Aparicio, «El intelectual en el laberinto», pp. 160-161.
170 fernando molina aparicio
ciclo de lecciones sobre Problemas prehistóricos y étnicos del País Vasco al que
fue invitado en la Universidad Central por el director del Museo Arqueológico
Nacional, Martín Almagro, en 195845.
La dimensión pública de los trabajos de los historiadores, paleontólogos,
etnólogos y lingüistas que colaboraron con estas instituciones, así como la ade-
cuación de sus análisis científicos al relato oficial católico de la identidad vasca,
mide la intensidad con que una determinada concepción canónica del pueblo
vasco fue banalizada en la posguerra como objeto de consumo patriótico46. Y es
que «la» identidad vasca no fue un producto de consumo exclusivo de élites aca-
démicas e intelectuales. Por el contrario, su éxito entre ellas fue reflejo del que
también encontraba entre estratos sociales más vastos. El relato de la identidad
de los vascos, más o menos pasado por un tamiz científico, tuvo tanto o más
éxito fuera del espacio académico, entre esa mesocracia que progresó al compás
de la política clientelar de la Dictadura y que revalidó el País Vasco como destino
turístico exótico. El papel tractor de este turismo que había tenido la dinastía
borbónica fue recuperado por la familia Franco-Polo, que visitó San Sebastián
hasta en 35 ocasiones entre 1939 y 1973, convirtiéndola de nuevo en la capital
estival del Estado y en la sede de una clase media ociosa que imitaba las maneras
de los grupos dirigentes mientras intentaba medrar en ellos47.
Lo que esta mesocracia esperaba encontrar en estas tierras exóticas era lo mismo
que había esperado encontrar la isabelina o la alfonsina: la «utopía de la España
conservadora», una «tierra de paisajes verdes y costumbres patriarcales muy
adecuada para pasar el verano», en la que encontrar las figuras tópicas del roman-
ticismo vasco del siglo xix reformuladas por la cultura católica del siglo xx48.
Los seres humanos, alimañas envidiosas poseídas del espíritu de la des-
trucción, han ido a lo largo de muchos siglos arruinando la única y más
hermosa herencia que nos quedó del Edén perdido: y así se ve a lo largo
de toda la geografía nacional.
45
A. Manterola y G. Arregi, Vida y obra de D. José Miguel de Barandiarán, pp. 60 y 69-77.
46
Si, como apunta J. V. Wertsch, «Consuming Nationalism», p. 470, «los instrumentos culturales
siempre reflejan el espacio sociocultural en que vivimos y actuamos», la hipótesis que aquí se
propone es que la identidad vasca, hoy día hegemónica, es un producto cultural incomprensible si
no se incorpora el «espacio sociocultural» del franquismo, tiempo en que fue manufacturada con
destino a que fuera consumida a amplia escala popular.
47
J. M. Sada, Franco en San Sebastián; J. Walton, «General Franco at the Seaside».
48
J. Juaristi, El bucle melancólico, p. 44.
afinidades electivas 171
habla de Dios en cualquier lugar del País Vasco». La guía turística no abstraía
el paisaje industrial, la «selva de chimeneas y edificios cuadrados», pero lo
que realmente le interesaba mostrar al turista era aquel otro que guardaba la
estética de la nación primordial:
Zona de extensas pomaradas y de caseríos de anchos aleros, donde se
oye un vascuence dulce y melancólico y donde todavía el agrio silbido del
chistu no ha sido ahogado por el altavoz plebeyo.
Este era el marco natural de «una milenaria raza de ignorado origen, cuyo
estudio fascina a los etnólogos y filólogos de todas las nacionalidades». La per-
manencia de esta raza particular se ligaba a la geografía campesina en que su
idioma se reproducía. Es allí donde, según estas guías de viaje, pueden con-
templarse los rasgos físicos sobresalientes de esos individuos «sanos de carne
como de espíritu» a que se había referido Elías de Tejada. La manifestación de
esta «raza fósil» tenía lugar, además de en la lengua y los tipos campesinos, en
el propio paisaje rural, en las casas cuyos escudos heráldicos daban prueba de
la nobleza originaria (es decir, de la pureza biológica) de sus habitantes, en la
música y tradiciones folclóricas y, de entre ellas, en los deportes rurales, dado
que, como insistía otra guía contemporánea, «gozan los vascos de una disposi-
ción natural para toda clase de deportes»49.
Estas idealizaciones formaban parte de la cultura de la España católica que
el régimen de Franco había convertido en única fuente de representación de
la nación. Hace treinta años que Stanley Payne indicó cómo el «nuevo Estado»
produjo «por lo menos durante un decenio, la más notable restauración tradi-
cionalista, religiosa y cultural que se haya visto en el siglo xx en cualquier país
europeo»50. Y la exaltación de la identidad vasca formó parte de ese proceso
de resacralización de la vida pública. Si esta identidad tópica había sido rein-
ventada por los segmentos liberales y obreros de la Segunda República como
un enemigo secular de la democracia, era natural que un Estado cuya cultura
política se fundaba en la confrontación con esa tradición liberal mimara dichos
tópicos y banalizaciones etno-románticas51.
La tipificación del «buen vasco» y su patrón racial distintivo realizada por
José Miguel de Barandiarán o Elías de Tejada fue, así, trivializada en guías turís-
ticas o, de forma aún más explícita, en la cultura popular, a través de personajes
de tebeo como Pacho Dinamita, boxeador inspirado en el Big Ben Bolt de Elliot
Caplin y John Cullen Murphy, pero también en la figura icónica de Paulino
Uzcudun. Este boxeador guipuzcoano, conocido internacionalmente como The
Basque Bull o The Basque Woodchopper, se había convertido en un icono castizo
del deporte español de los años veinte, y había hecho «honor» a dicha imagen
49
El País Vasco; guía turística. Folklore, paisaje, monumentos, s. p.; Guía Turística del País Vasco,
pp. 61, 65 y 67.
50
S. G. Payne, El catolicismo español, p. 217.
51
F. Molina Aparicio, «El vasco o el eterno separatista», pp. 302-315.
172 fernando molina aparicio
52
M. Vitoria Ortiz, Paulino Uzkudun, pp. 41-43 y 53-55; el entrecomillado lo tomo de las
declaraciones de Juan Osés en Noticias de Guipúzcoa, 11 de abril de 2011 y Diario Vasco, 16 de abril
de 2011.
53
Véase el artículo de A. Quiroga Fernández de Soto, «“Más deporte y menos latín”. Fútbol e
identidades nacionales durante el franquismo», en este mismo volumen, pp. 197-219.
afinidades electivas 173
54
Su figura se convirtió en un icono del fútbol español y su matriz «racial», de la que era
connotativa su oriundez vasca, que siempre salía a relucir en la exaltación de su figura. Uno de
sus partidos en ese Mundial de Brasil, el disputado con Chile y que dio paso al mítico encuentro
con Inglaterra, inspiró incluso un romance literario: Pedro de Miranda, «Romance de las botas de
Zarra en el España-Chile en Río de Janeiro» (1950), recogido en J. García Candau, Épica y lírica
del fútbol, pp. 172-173.
55
La condición instrumental de la etnicidad en G. De Vos, «Ethnic Pluralism», p. 24; y K. Neils
Conzen et alii, «The invention of Ethnicity», pp. 6-9.
56
Todo grupo étnico está definido por el culto a una serie de mitos, símbolos e imágenes que le
proporcionan cohesión y reflejan su supuesta continuidad de pertenencia, cifrada en una serie de
caracteres culturales y biológicos (J. Hutchintson y A. D. Smith, «Introduction», pp. 3 y 5; G. De
Vos, «Ethnic Pluralism», p. 24). Estos elementos tienen como fin delimitar una frontera que es la
que realmente confiere sentido a la identidad étnica, como señaló F. Barth, «Introduction».
174 fernando molina aparicio
57
A. Quiroga Fernández de Soto, «Hermanos de sangre».
58
X. M. Núñez Seixas y M. Umbach, «Hijacked Heimats», pp. 302 y 307-308; S. Cavazza,
Piccole patrie.
59
X. M. Núñez Seixas y M. Umbach, «Hijacked Heimats».
60
F. Molina Aparicio, «De la Historia a la Memoria», pp. 191-196.
afinidades electivas 175
de políticos que nos han gobernado desde aquellas fechas, observamos una
interminable lista de nombres vascos (Bilbao, Castiella, Careaga, Arístegui,
Bengoa, etc.), de donde puede deducirse que si los vascos estamos oprimi-
dos quienes nos oprimen son tan vascos como nosotros mismos61.
61
Citado en L. Castells y J. Gracia, «La nación española en la perspectiva vasca», p. 991, nota 119.
62
F. Molina Aparicio, «De la Historia a la Memoria», p. 317.
EL NO-DO Y LA EFICACIA DEL NACIONALISMO BANAL
Vicente Sánchez-Biosca
Universitat de València
1
Televisión Española comenzó a emitir con regularidad el 28 de octubre de 1956, pero no
fue hasta la era Fraga Iribarne y, concretamente, la inauguración de los estudios de Prado del
Rey el 18 de julio de 1964 (año de la campaña «XXV Años de Paz») cuando la pequeña pantalla
despegó, ampliando su programación y añadiendo, el 15 de noviembre de 1966, la Segunda
Cadena conocida como el UHF. Véase J. Barroso y R. R. Tranche (coords.), Televisión en
España 1956-1996.
2
A. Kuhn, «Me he acordado de eso toda mi vida», pp. 72-87.
FUERTE EN SU DEBILIDAD
3
Véase el texto clásico de R. Gubern, «Notas para una historia de la Censura Cinematográfica»;
también A. Vallés Copeiro del Villar, Historia de la política de fomento.
4
Véase R. R. Tranche y V. Sánchez-Biosca, El pasado es el destino, pp. 465-471.
5
La creación del organismo tuvo lugar, por acuerdo de la Vicesecretaría de Educación Popular
de FET y de las JONS, el 29 de septiembre de 1942.
6
El organismo NO-DO dio a luz en 1945 una serie monográfica de documentales de una duración
semejante al noticiario que llevó por título Imágenes y del que se habían realizado 1.228 capítulos
hasta su desaparición en 1968 (véase R. R. Tranche y V. Sánchez-Biosca, El tiempo y la memoria).
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 179
De este modo, las noticias del mundo, las imágenes del régimen, la familiaridad
con los dirigentes políticos y los personajes célebres, así como el conocimiento del
universo circundante, fueron mediatizados y garantizados por el NO-DO casi con
exclusividad hasta principios de los sesenta. La imagen de la nación difundida por
este organismo oficial dirigido por gentes de confianza del régimen, pero menos
señalados que los dirigentes de la radio o la Prensa del Movimiento, alcanzó a los
españoles de las ciudades y de los pueblos, en salas de estreno y cines de barrio, a
los ancianos y a los niños, a los afectos y a los desafectos, por medio de esta breve
descarga de diez minutos que acompañaba inexorablemente su visita a las salas
oscuras. Sus cabeceras presididas por el escudo imperial, la música del maestro
Manuel Parada que anunciaba su comienzo y su final, las voces de sus locutores
(Ignacio Mateo, Matías Prats…), los harto limitados bucles sonoros y aclama-
ciones de rigor de que disponía su archivo (aplausos, ¡Franco, Franco, Franco!,
sonido de cascos de caballos, sirenas, etcétera), los rasgos de estilo (leitmotiv musi-
cales por géneros, intertítulos, grafía, dibujos…) que acompañaban a los distintos
géneros que lo componían (catástrofes, actualidad nacional, sucesos, curiosida-
des, reflejos del mundo, fiesta nacional, deportes…) fueron identificados de modo
automático por millones de espectadores, con independencia de sus convicciones
o su apatía ideológica, edad, condición social, estilo de vida o profesión, como
signos inequívocos de pertenencia a una comunidad nacional: señas de identidad
de lo español que la inercia se encargó de prolongar. En este sentido, su penuria
acentuó la impresión de machacona repetición. Las imágenes gestadas, filmadas,
montadas y sonorizadas por el NO-DO se convirtieron, por su exclusividad e
insistencia, en el único o casi el único arsenal audiovisual disponible en los años
cuarenta, cincuenta y parte de los sesenta, de modo que no sólo los españoles que
lo vieron, sino también aquéllos que desean sumergirse en el consumo audio-
visual de aquellos años se tropiezan fatalmente con su inevitable enciclopedia,
coherente por añadidura en su factura, sus directrices y su difusión.
Por otra parte, la escasez de copias disponibles y la compleja red de circuitos de
distribución establecidos produjeron una extraña situación: a los cines del sector
periférico de la zona Centro, por ejemplo, el Noticiario llegaba con un retraso de
cincuenta semanas, es decir, prácticamente un año. Y retrasos de varios meses eran
en todo caso habituales. Así lo reconocía el subdirector del organismo, Alberto
Reig nada menos que en 1954: las 72 copias de la edición A y las otras tantas
de la B llegaban tan tardíamente a ciertos pueblecitos y salas que adquirían una
paradójica actualidad al representar los acontecimientos… del año anterior7. Más
allá de la ironía, este hecho, conocido por sus artífices y considerado en su factura,
revela que el consumo del NO-DO tenía más de reconocimiento ritual que de
información de actualidad por mucho que comentaristas y redactores ligados a la
casa se empeñaran en ensalzar el dinamismo periodístico del ente8.
7
A. Serrano, «El NO-DO y los exhibidores», p. 9.
8
Alfredo Marqueríe, dramaturgo, crítico y sobre todo prolífico redactor de noticias para el
NO-DO, encabezaría esta actitud reivindicativa desde las páginas de las revistas Primer plano,
Cámara, entre otras, pero no estaría solo en el empeño.
180 vicente sánchez-biosca
9
Véase el texto canónico de R. Fielding, The American Newsreel.
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 181
Gobierno, las crisis mundiales ligadas al comunismo (Corea, Berlín, Cuba, Praga,
Vietnam…) representan un «aire de época» sumamente elocuente en lugar de
noticias dotadas de detalles concretos. Esta indolencia política inmediata refuerza,
precisamente, su función como instrumento socializador de marcas nacionales, que
rebosan sin ser excesivamente visibles.
El segundo potencial del NO-DO radica, decíamos, en su medido autocontrol.
A diferencia de la prensa y, en parte, la radio (que había centralizado la infor-
mación en los «Diarios Hablados» de Radio Nacional de España), el Noticiario
se veía en la obligación de barrer una actualidad ya mermada por el género al
que pertenecía. Conscientes de ello, sus artífices convirtieron las limitaciones en
virtudes y esquivaron los temas espinosos que en la prensa podían dar lugar a
matices e, incluso, a polémicas. Comportándose con tal precaución, el NO-DO
pone imágenes y sonidos al «estándar» del franquismo, escenificando su «len-
gua franca», a saber: aquello en lo que las distintas familias del régimen (Iglesia,
partido, excombatientes, carlistas, Ejército, etcétera) podían convenir sin aristas
ni desavenencias. Esta huida del matiz le confiere un insospechado vigor, ya que
presenta lo incontrovertible del régimen, sus signos, sus símbolos, sus músicas,
sus gritos, sus uniformes, sus actos rituales, hasta el punto de hacer de ello una
suerte de cotidianeidad para el espectador medio.
10
Aun cuando, más tarde, la significación del 18 de julio se complicaría más con la idea de
exaltación del trabajo, las recepciones en el palacio de La Granja y las compulsivas inauguraciones.
11
Véase un estudio de este calendario oficial en Z. Box, «El calendario festivo franquista». Sería
muy interesante añadir el imaginario festivo menos oficial en el franquismo para atisbar otras
dimensiones de más larga duración.
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 183
El NO-DO consagró sus mejores esfuerzos a cubrir dos períodos festivos del
año a los que concedió amplio alcance nacional: Navidad y Semana Santa. Nin-
guno de ellos figura en los estudios sobre el calendario franquista oficial, ya que
su importancia no está ligada a una enérgica imposición. El clima de distensión
de las vacaciones navideñas, su espíritu familiar, retórica infantil y el ingenuo
anhelo de paz universal, se prestaban a que el Noticiario se explayase en una esce-
nografía de cuño melodramático y un estilo verbal sentimentaloide; en cambio, su
anhelo de universalidad le restaba componente nacionalizador. Por el contrario, la
Semana Santa, pese a su escasa duración en el tiempo, aunaba la devoción popu-
lar, el arte de los imagineros y el recogimiento religioso en una coyuntura de luto y
oración. Tal condensación de valores se vio incrementada por los recursos propios
de la imagen cinematográfica: el ritmo de marcha fúnebre de las procesiones, los
contraluces acusados sobre las figuras de la Pasión en la oscura noche, el grave, y
a veces atronador, redoble de los tambores. Diríase que, en las proximidades de la
Semana Santa, el ser español se acendra, la esencia se corporeiza, la tonalidad se
entenebrece, el movimiento se ralentiza y el silencio reinante apenas es rasgado
por el hiriente canto de una saeta. Las coordenadas temporales se extravían y la
realidad se desdibuja. Un lenguaje, una tonalidad visual, un ritmo y, sobre todo,
un cierre hermético respecto al entorno: como si el español se reencontrara con-
sigo mismo en la serenidad doliente de la celebración. Esto sucederá año tras año
olvidando las contingencias políticas, sociales o laborales, que resultan imperti-
nentes. El Noticiario hará algo más: presentar sus cuadros de la festividad como
un mosaico de la Pasión compuesto por las distintas regiones de España que, en
sus diferencias de expresión, componen una única devoción. Ésta no se presenta
como impuesta por jerarquía ninguna, sino que parece emerger del pueblo llano,
con su simplicidad emocionante, su naturalidad consustancial. Y en estos minirre-
portajes se desdibuja la distinción entre ciudades y aldeas, como si el hermetismo
recorriera una España entera bien escenografiada: objetos, vestuario, itinerario
narrativo… El presente se torna irreconocible bajo el manto y, al margen de las
contingencias del tiempo, la esencia española se impone incuestionable.
184 vicente sánchez-biosca
12
Añádase a lo dicho que los cines de segunda y tercera categoría, los circuitos periféricos de las
provincias, consumirían estas noticias varias semanas o meses más tarde, cuando la Semana Santa ya no
tuviera eco de presente alguno, pero sí, en contrapartida, resonancia de una supuesta esencia española.
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 185
13
Valgan como ejemplo, «Días santos en Andalucía» (Imágenes, no 224, 1948) donde se oye
esta locución: «…camino del Sacromonte, se interna por las tortuosas calles de los típicos parajes
granadinos, rodeada por los broncitos rostros de los gitanos…». O también Tres viernes santos»
(Imágenes, no 1060, 1965), donde el tipismo de la tierra se suma al alma de los imagineros: «Las
imágenes del prendimiento, flagelación, la caída y el huerto de los olivos, de Salzillo, son las
expresiones más hermosas de la imaginería española que tiene en Murcia aromas de frutas frescas
y belleza de fina y elegante talla». Y así sucesivamente.
186 vicente sánchez-biosca
Es posible que el sol no diera la cara en esas festividades de 1963, pero no ofrece
duda que la costa española podía ya exhibirse en su condición de lugar codi-
ciado por los extranjeros de vacaciones y la catarata de matrículas de vehículos
procedentes de todas las latitudes lo refrenda, a la vez que apunta una repentina
desacralización del tono. Las procesiones de Semana Santa se han transformado
en una atracción turística sin por ello perder nada de su intensidad y en este filo,
en esta duplicidad de españolidades, se balancearán los años sesenta. No es casual
que cuando la noche se abate sobre la ciudad, el clima de recogimiento piadoso se
imponga para concluir el reportaje en la misma vena que antaño.
Es, con todo, ésta una sintomática expresión de la España bicéfala de los años
sesenta: de la playa en la que se solaza el turismo al «vía crucis» al que se entrega la
población española, bajo la mirada curiosa ya que no ferviente de los visitantes, no
hay más que un paso. Y ese paso es precisamente el que nos convierte, a los espa-
ñoles, en objeto de turismo: nuestra fe, nuestro arte sentido; en suma, la España
eterna. Lo que aquí describimos como escisión lógica será, por contra, tratado por
el Noticiario como un perfecto acoplamiento. Por ello, los utilitarios, los embotella-
mientos en las carreteras, la artesanía pastelera, el recreo y el esparcimiento, entre
otros fenómenos dispares, revelan el progresivo aligeramiento del dramatismo casi
hermético que rodeaba la Pasión en las dos décadas precedentes. Significativamente,
cuando el NO-DO introduce su famosa página en color, concederá a las festividades
de Semana Santa su privilegio, como sucede desde 1969 hasta 1977 en nada menos
que 19 reportajes; signo de que el exotismo podía ser atractivo para los visitantes,
pero también fuente de altivez nacional. Ahora bien, las palabras tienen su peso y el
lastre de la retórica de los cuarenta y cincuenta dejaría su impronta en los ecos del
desgarro contrarreformista y barroco mucho más allá de lo que la coherencia exige.
El 4 de abril de 1977, el reportaje del no 1784 A entonaba por vez postrera su voz para
amalgamar imaginerías nacionales sabrosas:
De la soleá vibrante y profunda […] a la saeta, dolorida y vibrante
también, que todos sabemos nace del corazón; del corazón de un pueblo
arrodillado ante el paso de un Cristo […]; del piropo, duendecillo pagano
de la copla, al suspiro leve y retomado de la letanía. De la soleá a la saeta,
de la copla al suspiro, al llanto hondo de la devoción callada.
Lo pagano reconduce, más que niega, una devoción que permanece incó-
lume, si no en los hechos y las imágenes, sí al menos en las palabras. Y éstas no
se pronuncian por azar.
Las cámaras del NO-DO se pasearon por todo lo largo y ancho de la geografía
nacional en busca de signos de identidad, aun cuando éstos anduvieran ocul-
tos tras la apariencia de noticias de actualidad. Era una elocuente exploración
de lo nuevo (el hecho base para la noticia) para reconfortarse en lo familiar
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 187
Dos meses más tarde, Ceremonias falangistas (no 11, 1943) sitúa en el monas-
terio de El Escorial la imposición de medallas de la vieja guardia a las centurias
vallisoletanas de las JONS. Ambos actos son, en rigor, casi irrelevantes desde el
punto de vista de la actualidad. Sin embargo, la elección de los lugares, los pro-
tagonistas, las instituciones implicadas y el cariz del evento rebosan de sentido.
El primero de ellos es convocado en virtud del vigor visual de unas ruinas que
permanecían obscenamente visibles desde septiembre de 1936 y que testimonia-
ban de la violencia del asedio republicano y de la heroica defensa nacional. En
ellas se enaltecía la presencia del líder, Franco, formado en su Escuela, así como del
Ejército y la Iglesia que se maridaban en sendas ceremonias. Un lugar de memoria
de la resistencia franquista (la sostenida por el coronel Moscardó durante tres
meses), una imagen poderosa (las ruinas que se yerguen cual cicatrices en un
cuerpo martirizado), un aspecto ceremonial… y un lugar que no cesará de impo-
nerse a los ojos del público del Noticiario: homenajes, recordatorios, misas… El
no 298 B (1948) añade una clave a ese relato: su protagonista es el general José
Moscardó y la ciudad que le concede la Medalla de Oro no es Toledo, sino la dis-
tante Tarifa. La condecoración responde al espejismo histórico que quiso ver en
el Moscardó, que sacrifica a su hijo por la patria, una reencarnación sin mácula
del legendario Guzmán el Bueno que, defendiendo con denuedo la villa gaditana,
188 vicente sánchez-biosca
habría arrojado su propio puñal a los sitiadores para que acabasen con la vida de
su hijo, según reza la leyenda. El Alcázar de Toledo se convertía así en un escenario
habitado por leyendas y héroes aureolados por el halo del mito: El Cid Campeador,
su primer alcaide, Carlos V, a cuya memoria estaba consagrado el patio central, la
estatua hoy abatida por los bombardeos rojos, la guerra de la Independencia, pues
los invasores napoleónicos lo incendiaron, la Academia de Infantería del Ejército
de Tierra español en la que estudió el propio Franco y, como clímax, la gesta de
Moscardó en el verano de 1936 que fue coronada con la primera victoria simbó-
lica de Franco. No en vano, a la muerte de Moscardó, los dos reportajes (no 694 A
y B, 1956) que revivirán con intensidad la hazaña otorgarán más protagonismo a
las reverberaciones del lugar que al mismo héroe.
Sea como fuere, el Alcázar de Toledo no se limitará a un papel en ceremonias
internas, sino que se exhibirá arrogante ante el mundo y así será incorporado a
los circuitos diplomáticos, turísticos, incluso de divertimiento, que las autorida-
des prescriben para el territorio nacional. La primera cobertura que se ocupó de
estos viajeros señalados fue la espectacular dedicada a Evita Perón, que visitó el
monumento legendario en las apreturas de la posguerra mundial y siendo objeto
del agasajo por parte de toda la cúpula del Estado (no 233 A, 1947). Con menor
espectacularidad, fueron conducidos al recinto en años sucesivos el regente de Irak
(no 489 A, 1952), el secretario de comercio de Estados Unidos (no 518 A, 1952), el rey
de Marruecos Mohamed V (no 693 A, 1956) o los reyes de Irán (no 752 B, 1957), por
citar sólo algunos ejemplos rescatados por el Noticiario. Durante los años sesenta,
con el aumento exponencial de las relaciones diplomáticas y el auge del turismo,
el Alcázar entró por la puerta grande de las atracciones para extranjeros, de modo
que compartiría estrellato con toda naturalidad con las soleadas playas de la costa
mediterránea. De un cierto eclipse en la mentalidad (o en el inconsciente) de los
dirigentes del Noticiario habla el curioso hecho de que los Reyes de España, don
Juan Carlos y doña Sofía, al protagonizar un largo itinerario por la provincia de
Toledo a finales del año 1976 (no 1767 A), ignoraran tan relevante monumento o,
cuando menos, que el NO-DO omitiera su visita; signo de que la asociación del
edificio al franquismo resultaba a esas alturas demasiado evidente y probablemente
inconveniente para los tiempos que se anunciaban en ese momento.
En todo caso, el Alcázar de Toledo formó parte de un grupo selecto de lugares
de memoria. Si el peñón toledano comparecía a la cita de la nación por su calidad
simbólica castrense aliñada con leyendas de la historia pasada, el monasterio de
El Escorial gozaba de una tradición propia, gloriosa en su origen y reverberante
también para otras ideologías (véase, sin ir más lejos, la consideración en que lo
tuvo José Ortega y Gasset). Panteón de reyes, monumento que conmemora la
batalla de San Quintín, recuerdo de Felipe II y el espíritu de la Contrarreforma
y el Imperio, el Noticiario lo asocia prioritariamente al dolor por la pérdida del
fundador de Falange José Antonio Primo de Rivera, cuyos ceremoniales fueron
puntualmente recogidos en sus imágenes hasta que el cuerpo del fundador fuera
trasladado, en 1959, al Valle de los Caídos. En el NO-DO, El Escorial aparece fil-
mado en tonalidades oscuras que connotan el duelo, pues cada 20 de noviembre el
partido y el Estado habían de celebrar el ritual por el líder desaparecido. Desde el
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 189
no 51 (1943) en que un largo reportaje retoma imágenes del traslado de los restos
desde Alicante (1939), para concluir con el ceremonial cristiano, hasta 1959, fecha
del nuevo traslado de restos, El Escorial retornará bajo esta lúgubre faz, presentán-
dose como una síntesis entre el recuerdo glorioso de otras épocas y la institución
falangista que las representa hoy, siempre bajo la égida del Jefe Nacional, Francisco
Franco. Ahora bien, éste es el estilo que corresponde a la basílica; por el contrario,
el exterior es filmado sistemáticamente en escorzo a fin de enfatizar la grandeza
impoluta de su silueta y su estilo herreriano que tanto inspiró algunas construc-
ciones de la posguerra, como el famoso Ministerio del Aire en Madrid.
Si los lugares de memoria que acabamos de considerar habían sido restituidos,
aprovechados y magnificados por el franquismo, la obra que el régimen emprendió
poco después de la guerra en Cuelgamuros, el Valle de los Caídos, fue una auténtica
creación ex nihilo fantaseada por su líder y hecha realidad con enorme esfuerzo14. La
obra fue concebida como una conjunción arquitectónica de los espacios ceremonia-
les y simbólicos del régimen (basílica y cripta para el culto y los caídos, explanada
para la concentración de masas, centro de estudios para difundir la doctrina del
Movimiento y monasterio para la devoción y el culto de los monjes) y llegó con casi
dos décadas de retraso, lo que hizo escasamente útiles algunos ámbitos (el arengario
y el centro de estudios). Sin embargo, el NO-DO no hubo de aguardar a 1959 para
dedicarle su atención. El no 204 A (1946) refiere el estado de las obras y da cuenta de
la inspección realizada por Franco para verificar personalmente el progreso de las
mismas; así sucederá en diversas ocasiones (no 256 B, 1947; no 458 B, 1951…), antes
de su inauguración oficial. Es ésta precisamente la que despierta al noticiario del
letargo. El no 848 A (1959) se ocupa de los actos de la inauguración, en un reportaje
titulado «XX Aniversario de la Victoria», que tiene lugar en presencia de los jerarcas
del régimen. Lo llamativo es que la grandiosidad del valle y la monumentalidad
de la cruz converge con una significativa mejora de las técnicas de filmación que
permiten verter una mirada espectacular para regalar los atónitos ojos de los espa-
ñoles acostumbrados a rodajes modestos: cámaras ubicadas en helicópteros que
sobrevuelan el valle, majestuosas tomas de la grandeza del monumento ofrecen una
impactante visión en una coyuntura en la que la televisión estaba lejos de penetrar
en los hogares. Los cinco años que median entre esta despampanante inauguración
y los festejos de la campaña «XXV Años de Paz» (1964) rebosarán de imágenes del
Valle de los Caídos: visitantes célebres, actos militantes de Falange, ceremonias de
significación religiosa y, desde noviembre de 1959, los rituales conmemorativos de
José Antonio Primo de Rivera. Se combina así una doble mitología: la propia de
un régimen agresivo que celebra su victoria con todos los utensilios ceremoniales
(misas, arengas, culto a los muertos…) y la de la desenvoltura turística que lleva a
todo visitante, diplomático o deportista extranjero, a un circuito convencional por
lugares de memoria. El punto de no retorno será un reportaje fechado el primero
de abril de 1964 (no 1109 B) que abre los actos conmemorativos de la paz: Franco
y Carmen Polo son cumplimentados en el exterior por las autoridades militares.
14
Véase, respecto al proceso de realización de las obras, D. Méndez, El Valle de los Caídos.
190 vicente sánchez-biosca
Este broche entre orden político y militar da paso, en el interior, a un universo sacro
templado por el órgano: en la basílica, Franco besa el «lígnum crucis» y recibe el
agua bendita que le ofrecen el cardenal primado y el abad de la basílica. Bajo palio
cuyos varales portan los monjes benedictinos, la pareja es conducida al sitial del
Evangelio. Este díptico resume los usos simbólicos que el Noticiario concederá al
lugar, completados con el periódico recordatorio del culto al caído de honor, José
Antonio Primo de Rivera.
Decíamos que este monumento llegó tarde, que su función fascista tuvo escaso
empleo y poca función, y que por sus piedras circularon, sin demasiado emba-
razo, algunos invitados del período de la liberalización. Sabroso es el caso del
canciller Adenauer, responsable de la desnazificación alemana, que visitaba sin
empacho el monumento en 1967 (no 1260 B). Más elocuente de la falta de espíritu
de la contradicción fue la visita de los jugadores de baloncesto del TSK de Moscú,
precisamente, quienes combinaron el escenario fascista con las delicias taurinas
(no 1163 A, 1965). A partir de 1965, el Valle de los Caídos se había incorporado
a esa doxa del orgullo nacional que aunaba el recuerdo del origen del régimen
en algunos ceremoniales tensos y el presente desdramatizado del turismo monu-
mental. Un síntoma bien elocuente de las formas de ser español que manejaba este
instrumento de la propaganda del régimen que fue el NO-DO.
En suma, esos tres lugares de memoria recorrieron profusamente el Noticia-
rio. Eran lugares «de España», es decir, que en ellos no se festejaba lo singular de
una región o de una institución, sino lo que constituía, en el sentir del régimen,
la España imaginada, a saber: una España que procedía de la Reconquista, que
se extendió con el Imperio y se dio el ser católico, lo confirmó radicalmente
contra la Reforma, luchó contra los invasores a los que acabó por expulsar defi-
nitivamente con el triunfo de 1939, y para enterrar a sus mejores héroes había
construido el mausoleo que iba a desafiar al tiempo y al olvido. Entre estos luga-
res circuló el abanico simbólico del régimen: banderas, misas, yugos y flechas,
tedeums, uniformes militares, camisas azules, boinas rojas…; por ellos discurrió
el dolor por la pérdida y el énfasis heroico. Pero sobre todo esos tres espacios
fueron vistos y reconocidos hasta la saciedad por los españoles de a pie: niños,
mujeres, ancianos y jóvenes, parejas y familias… Y los veían a menudo formando
una cadena en la que un eslabón retroalimentaba a los que le precedían. Un
rumor de fondo, unas imágenes sordas, unas voces exaltadas… debieron quedar
indeleblemente inscritos en la mente de aquellos españoles que no pudieron
soñar en visitarlos durante los años cuarenta y cincuenta y, probablemente al
hacerlo durante la década de los sesenta, les quedó un regusto de déjà vu.
15
Un estudio de las diferentes formas simbólicas de Franco en soportes y épocas a su vez
diferentes puede consultarse en Materiales para una iconografía de Francisco Franco, no 42-43[1]
(1996) de la revista Archivos de la Filmoteca.
16
Ya el Noticiario Español producido durante la guerra posee apuntes marginales de ello: una
llamativa noticia en su no 16 (1939) en la que Auxilio Social regalaba a Carmencita un cachorro de león.
192 vicente sánchez-biosca
con el bautizo de la primogénita del matrimonio (no 427 A, 1951). Estos apuntes
cristalizaron en los años siguientes. «En el palacio de El Pardo» (no 567 B, 1953)
labra la faz humana del estadista aprovechando unas declaraciones a la prensa
norteamericana. Acto seguido, Franco aparece jugando ensimismado con sus nie-
tos y, en un tercer apartado, comenta algunos de los óleos que pintó, mientras el
narrador menciona la coincidencia entre su afición y la del presidente norteame-
ricano, Eisenhower. La idea de que el timón de la nación, dedique su tiempo libre a
actividades lúdicas y de entretenimiento, así como una vida familiar activa, debió
de sentirse como una manera de hacer descender el héroe a la tierra y crear seme-
janzas con el pueblo. El período vacacional era idóneo para la tarea: Franco en
Galicia (609 A), Franco en la intimidad (610 B), ambos en 1954. En el segundo, la
playa coruñesa de Bastiagueiro o el jardín del pazo de Meirás sirven de escenario
para entronizar la nueva metáfora: la «tranquila vida del Generalísimo en su con-
dición de hombre de hogar […] modelo y ejemplo en la gran familia española».
Metáfora de una nación nueva, la familia ya no aparece escindida como antaño,
sino apacible y serena, encarnada por alguien que no es militar ni ideólogo, sino
padre, abuelo y, junto a ello, estadista.
No nos llamemos a engaño: la imagen de Franco que aquí se va abriendo
camino no desmintió jamás las otras. Sin embargo, la nación ya no se repre-
sentaba sólo ni principalmente en un ejército dispuesto a la batalla, vigilante,
sino en una familia cuya cabeza debía dirigir, inaugurando plantas, centrales
y viviendas, mas también entregado al deporte o a un merecido descanso. Dos
expresiones oídas durante los años sesenta quizá nos eximan de la casuística:
el no 1022 C (1962), de nuevo en la playa de Bastiagueiro, limita la imagen del
Jefe a la del «abuelo con sus nietos», subrayando su afición a la fotografía y
al cine, con cuya cámara registra los juegos infantiles, de manera que «fami-
lia» y «abuelo» habrán sustituido sintomáticamente a los términos «esposo» y
«padre»; por otra parte, en el éxtasis del estrellato civil de Franco que fue 1964, la
narración de José Luis Sáenz de Heredia mencionaba, al concluir su hagiografía
Franco, ese hombre, que la caza era la «pólvora descafeinada para quien la tomó
mucho tiempo pura»17. Nada como la campaña de los XXV Años de Paz: con-
sumó la humanización de Franco, su familiaridad como símbolo de la nación,
por encima de himnos, banderas y gritos de rigor. Este Franco era descrito así:
Un hombre entero, de vida rectilínea soldada a una razón de ser, que siem-
pre acaba teniendo razón; un hombre sinceramente humano que nunca ha
jugado a ser un semidiós; que no conoce la palabra «cansancio» y que es
como pedía José Antonio para el dirigente «inasequible al desaliento»; un
hombre anclado en su firmeza de servicio, que recibe las mejores compensa-
ciones a su trabajo, de los minutos que él exprime al tiempo para dedicarlos
a los suyos y a sus aficiones más entrañables […] el mar […], la lectura en el
reducto veraniego del pazo de Meirás […] la caza […] y la pintura18.
17
J. M. Sánchez-Silva y J. L. Sáenz de Heredia, Franco… ese hombre, p. 154.
18
Ibid., p. 154.
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 193
19
Aclárese, no obstante, que esta leyenda data de los sesenta y en su imagen de lentitud pesa la
comparación con el creciente dinamismo televisivo.
20
El NO-DO desapareció definitivamente en mayo de 1981, si bien sus últimos años fueron un
lento fenecer sostenido por cuestiones administrativas. Más lejos que nunca de la actualidad, de
periodicidad quincenal durante los dos últimos años y edición en color, sus temas eran monográficos.
194 vicente sánchez-biosca
21
M. Billig, Banal nationalism.
el no-do y la eficacia del nacionalismo banal 195
el historiador debe afrontar el oxímoron como una reliquia: los silencios hablan,
los vacíos están (en la mente, el sentir o la psicología social) rebosantes… pero no
de intensidad. No, al menos, necesaria ni únicamente. Como dijimos más arriba,
el mínimo común denominador del régimen, desprovisto de aristas y conflictos,
se hallaba en las palabras, la dicción, las metáforas, las elusiones y elisiones del
NO-DO. Y, en realidad, fue lo más duradero y a lo que los distintos directores
del organismo manifestaron mayor fidelidad. ¿No es acaso sorprendente, para la
ortodoxia ideológica, que Manuel Augusto García Viñolas, jefe del Departamento
Nacional de Cinematografía desde 1938 hasta 1941 y figura omnipresente en los
años totalitarios, reapareciera como emisario lustroso en la era de los paradores
nacionales, la televisión y la moda yeyé del «Spain is different» acuñado por Fraga?
Y bien, a su regreso de una larga estancia en Brasil, el antiguo poeta legionario y
falangista tomó el pulso del desarrollismo sin despeinarse.
Ni duda cabe de que el Noticiario, a lo largo de casi cuatro décadas en las que
participó de este nacionalismo banal, ejerció una tarea mucho más intensa de la
que se ha considerado en estas páginas. Los deportes y la lengua constituyeron
acaso sus dos puntales, todavía necesitados de un estudio de conjunto. Entre los
primeros, el fútbol desempeñó un papel decisivo y sería interesante recorrer,
tras los estereotipos que definen los principales equipos de primera división, la
correspondencia con valores regionales que auspiciaba el régimen, tanto en el
uso de la adjetivación, como, con algo más de profundidad, en los tópicos. Por lo
que respecta a la lengua, el uso de un estándar lingüístico fue tarea decisiva para
la configuración nacional. Nadie encarna mejor este texto que la dicción «tan
española» del cordobés Matías Prats, vivero de retórica e icono del Noticiario.
Pero este estudio deberá ser dejado para un futuro próximo.
«MÁS DEPORTE Y MENOS LATÍN»
fútbol e identidades nacionales durante el franquismo
1
ABC, 26 de junio de 1964.
2
C. Fernández, El fútbol durante la Guerra Civil y el franquismo, pp. 185-186.
3
F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas, p. 563.
4
ABC, 26 de junio de 1964.
5
S. Berger, «The Power of National Pasts».
6
G. Armstrong y R. Giulianotti, «Football in the Making»; R. Giulianotti, Football.
A Sociology of the Global Game, pp. 23-35; F. León Solís, Negotiating Spain and Catalonia, p. 140.
«más deporte y menos latín» 199
7
L. Crolley y D. Hand, Football, Europe and the Press, p. 11.
8
J. MacClancy, «Sports, Identity and Ethnicity», pp. 3-7.
9
Como han defendido J. Benet i Morell, L’intent franquista de genocidi cultural; J. M. Solé i
Sabaté, La repressió franquista a Catalunya; y, con matices, D. Conversi, The Basques, pp. 81 y 111.
10
Como se sugiere en R. Llopis Goig, «Identity, Nation-State and Football in Spain», p. 57.
200 alejandro quiroga fernández de soto
11
Marca, 1, 21 de diciembre de 1938.
12
Las palabras de Jacinto Miquelarena, antiguo director del periódico deportivo peneuvista
Excelsior, en Á. Bahamonde Magro, El Real Madrid en la historia de España, p. 185.
13
Marca, 1, 21 de diciembre de 1938.
14
T. González Aja, «La política deportiva en España», p. 183.
15
J. Hargreaves, Freedom for Catalonia?, p. 9; A. de la Viuda-Serrano y T. González Aja,
«Héroes de papel», pp. 52-54.
«más deporte y menos latín» 201
Fig. 1. — Jugadores del Valencia CF y del Español saludando en la final de la Copa del
Generalísmo de Fútbol, Estadio de Chamartín, 30 de junio de 1941 (© EFE/lafototeca.com)
16
C. Molinero, La captación de las masas, pp. 212-214.
17
F. Sevillano Calero, «Del “público” al “pueblo” por la propaganda», pp. 136-137; G. Gómez
Bravo y J. Marco, La obra del miedo, pp. 315-334.
18
ABC, 14 de abril de 1942.
202 alejandro quiroga fernández de soto
19
Ibid.
20
D. Shaw, «The Politics of “Fútbol”», p. 188.
21
C. Santacana Torres, «Espejo de un régimen», p. 219.
22
A. de la Viuda-Serrano, «Deporte, censura y represión bajo el franquismo», pp. 316-317.
23
Marca, 18 de marzo de 1941. Para la selección catalana de fútbol, véase A. Closa, Selecció
Catalana de Fútbol y J. M. Raduà, Història de totes les seleccions.
24
ABC, 17 de marzo de 1942.
«más deporte y menos latín» 203
con el español, sino que «en los dos se presiente la época gloriosa, magnífica
de un renacimiento que está al llegar»25. El renacimiento del fútbol nacional
iba de la mano del regional.
Por otra parte, durante el primer franquismo tampoco desaparecieron las
selecciones de ciudades, y se organizaron partidos amistosos con equipos de
aquellos países que habían ayudado a Franco a ganar la Guerra Civil. Por ejem-
plo, en enero de 1941, un combinado de la ciudad de Barcelona se enfrentó
a una selección de Stuttgart en el campo de Les Corts, estadio que, con todo,
mantuvo su nombre en catalán durante la dictadura franquista26.
El franquismo también hizo un esfuerzo por presentar lo vasco como esencia
del carácter español. Ya en enero de 1939, Marca publicó un reportaje especial
sobre deportes vascos, en el que se prestaba especial atención a los pulsolaris27.
El periódico franquista también incluía una entrevista con José Irigoyen, un
afamado remontista cuyo hijo de 16 años se había presentado voluntario para
luchar con los «nacionales». En un claro intento por apropiarse de un deporte
que los jelkides más tradicionalistas habían presentado como auténticamente
vasco, Marca describía el juego de pelota como «genuinamente español»28. Lo
vasco, además, era la esencia del fútbol español. Según Ricardo Zamora, el legen-
dario portero catalán que se había sumado a los rebeldes en la Guerra Civil, los
principales rasgos de la selección española eran vascos29. Fuerza, entusiasmo,
energía, virilidad y un juego basado en pases largos eran todas auténticas carac-
terísticas vascas que se habían convertido en españolas debido al alto número
de norteños que jugaban en el combinado nacional. Y en este proceso de posi-
cionamiento de lo vasco como esencia de lo español, Marca describía al Athletic
Club de Bilbao como el club español más glorioso de la historia, a la vez que
denunciaba el «despojo» de sus mejores jugadores, «con el fin de que por los
campos del mundo —empezando por los de la URSS— la república de euskadi
(así, en minúscula) muerta al tiempo de nacer, acreditara su pujanza deportiva».
En lo que cabe interpretar como una metáfora para la «resurrección» de España
que planeaban los franquistas, el diario deportivo presentaba el Bilbao como
el modelo a seguir para reconstruir los clubes en todo el país tras el período
republicano: «Que cunda su ejemplo para que el resurgir del fútbol español sea
inmediato al término victorioso de nuestra Cruzada»30.
En cierto sentido esta identificación de lo vasco como esencia de lo español
era una continuación de los viejos postulados carlistas del siglo xix. Según los
tradicionalistas, el catolicismo y los fueros eran los factores definitorios de la
25
El Mundo Deportivo, 16 de marzo de 1942.
26
Marca, 14 de enero de 1941.
27
«Costumbres vascas. Fuerza y deporte», Marca, 18 de enero de 1939.
28
Marca, 3 de enero de 1939. La conversión de la pelota en «deporte nacional vasco» por parte
del sector más reaccionario de los abertzales en J. Díaz Noci, «Los nacionalistas van al fútbol»,
pp. 9-12.
29
Marca, 18 de enero de 1939.
30
Marca, 3 de enero de 1939.
204 alejandro quiroga fernández de soto
31
F. Molina Aparicio, La tierra del martirio español, pp. 129-135; J. Ugarte Tellería, La
nueva Covadonga insurgente.
32
J. Díaz Noci, «Los nacionalistas van al fútbol», p. 8.
33
Fielpeña, Los 60 partidos, pp. 37-38; E. Castro-Ramos, «Loyalties, commodity and fandom»,
p. 703; J. C. Castillo, «Play Fresh, Play Local», p. 30.
34
X. M. Núñez Seixas y M. Umbach, «Hijacked Heimats»; Cavazza, «El culto de la pequeña
patria», pp. 107-119.
35
S. Martin, Football and Fascism, pp. 209-214; W. Pyta, «German Football: a Cultural
History», pp. 5-9.
36
Las menciones a la furia se pueden encontrar en todos los partidos que jugó España entre 1941
y 1942 en Marca, 14 de enero, 18 de marzo y 30 de diciembre de 1941; Mundo Deportivo, 16 de
marzo y 17 de abril de 1942, y ABC, 17 de marzo y 14 y 21 de abril de 1942.
«más deporte y menos latín» 205
37
Fielpeña, Los 60 partidos, pp. 185-186.
38
Eduardo Teus, «Prólogo» a Fielpeña, Los 60 partidos, pp. 9-10.
39
ABC, 17 de marzo de 1941.
40
C. Santacana Torres, El Barça y el franquismo, p. 215.
206 alejandro quiroga fernández de soto
41
El Alcázar, 4 de julio de 1950.
42
No existe copia de la retransmisión radiofónica original. Pero, debido a su fama, Matías Prats
decidió recrearla años después en los estudios de Radio Nacional de España (la recreación en
<http://fonotecaderadio.com/html/matiasprats.html> [consultado el: 30/01/2014]).
43
El resumen del partido con las imágenes utilizadas en el NO-DO en <http://www.youtube.
com/watch?v=AJMbwqg-ILY&NR=1> [consultado el: 30/01/2014]).
44
Marca, 3 de julio de 1950.
«más deporte y menos latín» 207
El «mejor Caudillo del mundo» decidió unirse a una fiesta que consideraba
suya y mandó un telegrama al equipo español que fue reproducido en todos los
periódicos del país:
Al Capitán y jugadores del equipo español. Río de Janeiro. Al terminar
retransmisión por la que seguí emocionante encuentro y brillantísimo
triunfo, envío mi entusiasta felicitación por vuestra técnica y coraje en
defensa de nuestros colores.
¡Arriba España!
Generalísimo Francisco Franco45.
45
El Alcázar, 3 de julio de 1950.
46
Marca, 3 de julio de 1950.
47
El Alcázar, 3 de julio de 1950.
48
ABC, 14 de junio de 1956.
49
V. Duke y L. Crolley, Football, Nationality and the State, pp. 35-36.
50
Citado en D. Shaw, Fútbol y franquismo, p. 58.
208 alejandro quiroga fernández de soto
TARDOFRANQUISMO
51
Ibid. pp. 57-58.
52
L. Crolley y D. Hand, Football, Europe and the Press, p. 3.
53
Además, en los diarios de información general, la sección de deportes era la más leída con un
40%, frente al 13% que seguían las noticias del extranjero y de España (C. Fernández, El fútbol
durante la Guerra Civil y el franquismo, pp. 14 y 242).
«más deporte y menos latín» 209
54
Marca, 22 de junio de 1964.
55
El Alcázar, 23 de junio de 1964.
56
F. Franco Salgado-Araujo, Mis conversaciones privadas, p. 563.
57
ABC, 26 de junio de 1964.
58
Todas las citas en Marca, 24 de junio de 1964.
210 alejandro quiroga fernández de soto
y sus compañeros de viaje […] España es un pueblo cada día más orde-
nado, maduro y coherente, que marcha solidario por los caminos reales
del desarrollo económico, social e institucional59.
59
ABC, 23 de junio de 1964.
60
D. Shaw, «The Politics of “Fútbol”», defiende que el franquismo usó el fútbol, entre otras cosas,
para alejar a los trabajadores de la política. Se trataría de despolitizar a la sociedad española a base de
promocionar lo que Raymond Carr definió como una «cultura de la evasión», es decir, de canalizar las
energías de las masas con el deporte, para minimizar las movilizaciones políticas contra el franquismo.
61
Marca, 25 de junio de 1964.
62
Ibid. Una argumentación parecida, vinculando la victoria en la Eurocopa con «la política del
Estado», en ABC, 23 de junio de 1964.
63
Marca, 25 de junio de 1964.
«más deporte y menos latín» 211
64
Todas las citas en Marca, 22 de junio de 1964.
212 alejandro quiroga fernández de soto
65
Julián García Candau, El País Semanal, 27 de febrero de 1977.
66
Las palabras del embajador español en Nueva York, comparando a Jimmy Connors con
un toro, que Manuel Orantes había sabido templar en la final del Open de EEUU, en AS, 10 de
septiembre de 1975. Las «hazañas» de los españoles en el Eurobasket contra la URSS en ABC, 5 de
octubre de 1973. La «apoteosis del ciclismo español» con la victoria de Ocaña en ABC, 24 de julio
de 1973. Para la «furia española» adueñándose del Tour, véase La Vanguardia, 10 de julio de 1974.
La imposición por parte de Franco de la Encomienda de número de la Orden de Isabel la Católica
a Manolo Santana en La Vanguardia, 21 de julio de 1966.
67
X. M. Núñez Seixas y M. Umbach, «Hijacked Heimats»; A. Pérez-Agote, The Social Roots of
Basque Nationalism; H. Johnston, Tales of Nationalism.
«más deporte y menos latín» 213
68
J. Burns, Barça: la pasión de un pueblo, pp. 254-261 y 280-283; C. Santacana Torres, El
Barça y el franquismo.
69
ABC, 1 de junio de 1971.
70
Ibid.
214 alejandro quiroga fernández de soto
71
S. Balfour y A. Quiroga Fernández de Soto, España reinventada, pp. 275-276.
72
J. MacClancy, «Nationalism at Play», p. 186.
73
J. C. Castillo, «Play Fresh, Play Local», pp. 685-687.
74
J. Díaz Noci, «Los nacionalistas van al fútbol», p. 5.
«más deporte y menos latín» 215
Iribar puso de acuerdo a los jugadores del Athletic y de la Real Sociedad para que
entraran al campo con una ikurriña en un partido de Liga. El 18 de mayo de 1977,
en el partido de vuelta de la final de la Copa de la Unión de Federaciones de Fútbol
Europeas, el portero del Athletic saltó al terreno de juego mostrando una ikurriña
mientras miles de aficionados gritaban «presoak kalera!» («¡presos a la calle!»). Y el
8 de agosto de 1977, meses después de que la ikurriña fuera legalizada, el presidente
del Athletic izó la bicrucífera en San Mamés, como parte de una ceremonia en la
que los jugadores del Bilbao hicieron entrada en el campo al son de música popular
vasca y acompañados por los bailes de unos dantzaris75. Como en Cataluña, en los
primeros años de la década de los setenta el franquismo perdió claramente la batalla
de los símbolos nacionales en el País Vasco.
No fue la única derrota del franquismo. Los casi cuarenta años de fusión
impuesta entre la idea de España y la versión oficial franquista de nación, junto
con el desprestigio moral, cultural y político de la Dictadura entre las genera-
ciones más jóvenes, afectaron de manera especial al sentimiento nacional en
todo el país. El descrédito fue tal que, al comienzo de la Transición, la identifi-
cación de las élites políticas y culturales con ese ente colectivo llamado España
se mostró terriblemente problemático76. Aun así, el desprestigio de la nación
española tuvo sus límites. Del mismo modo que muchos catalanes y vascos
desarrollaron unas identidades antifranquistas que no supusieron un senti-
miento antiespañol, parece que muchos españoles desarrollaron un vínculo
75
J. MacClancy, «Nationalism at Play», pp. 192-193.
76
A. Quiroga Fernández de Soto, «Coyunturas críticas», p. 23.
216 alejandro quiroga fernández de soto
sentimental con la nación española que no conllevaba una aceptación del fran-
quismo. Un ejemplo lo encontramos en la final de la Copa de Europa entre el
Real Madrid CF y el FK Partizan de Belgrado, jugada en Bruselas en 1966. Al
Estadio Heysel acudieron algunos de los aficionados madridistas con banderas
españolas republicanas77. El gesto dejaba bien a las claras que se respaldaba al
equipo blanco por ser un conjunto español, pero que se trataba de un apoyo
abiertamente antifranquista.
En España era muy arriesgado realizar este tipo de gestos en público, pero
sí se podía, en privado, desarrollar un sentimiento de afinidad deportiva hacia
la nación española que no conllevaba asumir postulados franquistas. De la
misma manera que muchos argentinos supieron distinguir entre la alegría
que les supuso que La Albiceleste ganara el Mundial en 1978 y la manipula-
ción política que la dictadura militar hizo de ello, los españoles diferenciaron
entre la nación deportiva y el nacionalismo oficial78. En una sociedad donde
se produjo una disonancia entre gran parte de los mensajes oficiales y las
experiencias cotidianas de muchos españoles, la influencia persuasiva de la
propaganda franquista a la hora de conseguir adhesión al régimen fue limi-
tada. Pese a que la mayor parte de la población se informaba con la radio y
la televisión franquistas, también supo desarrollar, en los últimos años de la
Dictadura, actitudes políticas democráticas y antiautoritarias completamente
contrarias a la propaganda oficial79. Muchos españoles se acostumbraron a
diferenciar entre la propaganda oficial y una información que estuviera más
acorde con su realidad cotidiana, como bien explicaba la revista deportiva
Don Balón en su primer editorial:
Pensamos que podemos informar con la seriedad y honestidad que
requiere el lector español, ese lector al que incluso en el deporte a veces
se le da gato por liebre, aunque ya está lo suficientemente maduro para
saber diferenciar el gato de la liebre, pese a que algunos continúen, erre
que erre, pensando que en deporte estamos a un nivel subdesarrollado80.
77
ABC, 12 de mayo de 1966.
78
Para el caso argentino, véase J. Arbena, «Generals and Goles»; A. Scher, La patria deportista.
79
F. Sevillano Calero, Ecos de papel, pp. 36 y 210-211.
80
Don Balón, no 1, 7 de octubre de 1975, p. 5.
«más deporte y menos latín» 217
81
ABC, 11 de julio de 1975.
82
J. C. Manrique, «Juventud, deporte y falangismo», pp. 271-272.
83
A. Cazorla Sánchez, Fear and Progress, pp. 176-178 y 198-200.
84
J. Sanz Hoya, «De la azul a la “la roja”», p. 428; C. Fuertes Muñoz, «La nación vivida», p. 293.
85
ABC, 4 de diciembre de 1975.
86
S. Sendra Crespo, «“Furia española” y el cine maldito», <http://www.ojosdepapel.com/
Article.aspx?article=1465> [consultado el: 31/01/2014].
218 alejandro quiroga fernández de soto
87
ABC, 30 de noviembre de 1975.
«más deporte y menos latín» 219
1
Un estudio pormenorizado sobre museos en España, en M. Bolaños, Historia de los museos
en España; sobre la dinámica de proyectos museales y cambios políticos, véase M. D. Jiménez-
Blanco, Arte y Estado.
2
Sobre museos y la construcción de la nación: D. Boswell y J. Evans (eds.), Representing the
Nation y T. Bennett, The Birth of the Museum.
siglo xix contaba ya con entidades como el Museo del Prado y la Academia de
Bellas Artes de San Fernando, y más tarde daba sus primeros pasos el Museo
de Arte Contemporáneo, la capital no había desarrollado aún ni la infraestruc-
tura ni el habitus museístico existente en otras metrópolis europeas como París,
Londres, Viena o Berlín3. Ya entrado el siglo xx, los museos españoles serán dura-
mente criticados por una de las figuras más progresistas de la cultura madrileña
del primer tercio del siglo xx, Ramón Gómez de la Serna, quien los caracte-
rizó de tenebrosos mausoleos que «sentenciaban la exhibición de los objetos al
más largo infierno, haciéndolos demasiado duraderos, opresivos y autoritarios».
Para él, eran los museos arqueológicos
atiborrados de clasificaciones inocuas, de seriedad oscurantista y obce-
cación, los más repudiados ya que sus piezas, siempre fuera de contexto,
perdían su sentido y su poder de comunicación, cementando una histori-
cidad artificial y decadente4.
3
Véanse D. K. van Keuren, «Cabinets and Culture»; H. G. Penny, «Fashioning Local Identities»;
Id., Objects of Culture; B. Kirshenblatt-Gimblett, Destination Culture.
4
R. Gómez de la Serna, El Rastro, pp. 81-82. Sobre estética de los museos arqueológicos, véase
M. Shanks y C. Tilley, Re-Constructing Archaeology, pp. 68-100.
5
Véase H. Lixfel y J. R. Dow, Folklore and Fascism; J. R. Dow y H. Lixfeld (trads. y eds.), The
Nazification of an Academic Discipline; F. J. Miller, Folklore for Stalin.
6
Véase M. Díaz-Andreu, «Arqueología y dictaduras».
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 223
7
C. Ortiz García, «Folklore y franquismo»; Ead., «The Uses of Folklore»; J. Gracia y M. Á. Ruiz
Carnicer, La España de Franco, p. 67.
8
La extensa nómina de la agenda de investigación que propone la Revista de Antropología de la
Sociedad Antropológica Española en su primer número (1 de enero de 1874), con más de cincuenta
páginas que abarcan desde de la psicología a la botánica, revela una visión por exceso integradora.
224 silvina schammah gesser
9
Véase el Catálogo de la Exposición general de las Islas Filipinas. Una visión general de las muestras
en P. Romero de Tejada, «La situación de la etnología en los museos españoles», pp. 455-456,
T. Bennett, «The Exhibitionary Complex».
10
J. Goode, Impurity of Blood, pp. 50-65.
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 225
11
A partir de sus investigaciones etnológicas sobre las diferentes poblaciones en el Marruecos
español (1883) y su posterior estancia en Francia, Manuel Antón entró en el debate sobre la raza
que se disputaban la antropología francesa, defensora de la poligénesis, y la alemana, que defendía la
monogénesis. Esta problemática tuvo un marco idóneo en su cátedra de Antropología en el Museo
de Historia Natural de Madrid, creada en 1885, en la que desarrolló una visión aún más integrista de
la historia de España. Véase C. Ortíz García, «De los cráneos a las piedras», pp. 278-280; J. Goode,
Impurity of Blood, pp. 65-75. Más allá de su validez científica, el auge del discurso antropológico en
España terminó por infiltrarse en los debates después asociados con el regeneracionismo como es el
caso de Pío Baroja, Ramiro de Maeztu o Miguel de Unamuno, quienes extrapolarán de la etnología
y de la jerga antropológica varias metáforas biológicas y cientificistas para abordar problemáticas
sociales y culturales. Un estudio sistemático en S. Juliá, «Retóricas de muerte y resurrección»,
pp. 164-166. Un estudio muy pormenorizado de Unamuno en J. Juaristi, El bucle melancólico.
12
Véase C. Ortíz García, Luis de Hoyos Sainz; Á. Goicoetxea Marcaida, Telesforo de Aranzadi;
J. Azcona, «Notas para una historia de la antropología vasca» y D. Conversi, The Basques, pp. 198-199.
13
Véase L. de Hoyos Sainz y T. de Aranzadi, Unidades y constantes de la crania hispánica; L. de
Hoyos Sainz, «La Antropología. Métodos y problemas»; J. Goode, Impurity of Blood, pp. 91-117.
226 silvina schammah gesser
14
Véase J. Azcona, «Notas para una historia de la antropología vasca».
15
La propuesta noucentista tenía un fondo pan-racial que enmarcaba la presencia de grupos
raciales autóctonos catalanes y las diferencias dialectales, lo que permitiría analizar las posibles
variaciones raciales entre unas y otras comarcas catalanas (véase L. Calvo Calvo, «Prehistoria,
etnología y sociedad»).
16
Pronto convertido en centro de investigación, el Seminario atrajo a discípulos como Luis Pericot,
que desarrollará los estudios sobre la cultura pirenaica y José de Calasanz Serra-Rafols quien trabajará
sobre el neolítico francés (véase L. Calvo Calvo, Historia de la antropología en Cataluña).
17
Fue Tomás Carreras i Artau quien desarrolló el concepto de psicología étnica desde su
cátedra de Ética en la Universidad de Barcelona. Influido por las teorías de Wilhelm M. Wundt
sobre la Völkerpsychologie y las argumentaciones de Lévy-Bruhl sobre mentalidad primitiva,
Artau creó el Arxiu d’Etnografia i Folklore de Catalunya, con el objeto de estudiar el patrimonio
tradicional y popular y establecer las características etno-psicológicas de los catalanes (véase
L. Calvo Calvo, El «Arxiu d’Etnografia i Folklore de Catalunya»).
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 227
18
Véase A. Quiroga Fernández de Soto, Making Spaniards, y S. E. Holguín, Creating Spaniards,
respectivamente.
19
Véase E. Afinoguénova, «Leisure and Agrarian Reform».
20
Según su decreto fundacional, el museo tenía por objetivo: «cumplir con la deuda cultural
y política contraída por la República con el pueblo español y recoger las obras, actividades y
datos del saber, del sentir y actuar de la masa anónima popular, perdurable y sostenedora,
a través del tiempo, de la estirpe y tradición nacionales, en sus variadas manifestaciones
regionales y locales en que la raza y el pueblo, como elemento espiritual y físico, han ido
formando nuestra personalidad étnica cultural» (decreto fundacional 25/1935, Anales del
Museo del Pueblo Español, p. 5, reproducido en A. Barañano y M. Cátedra, «La representación
del poder y el poder de la representación», p. 231). Para el caso francés, véase M. Segalen,
«Anthropology at Home and in the Museum».
228 silvina schammah gesser
21
Véase S. E. Holguín, Creating Spaniards.
22
Véase C. Ortiz García, «De los cráneos a las piedras»; M. Díaz-Andreu, «Archaeology and
Nationalism in Spain», y A. Gilman, «Recent trends in the Archaeology of the Iberian Peninsula»,
sobre el impacto que tuvo la Guerra Civil en el desarrollo de la arqueología en general y en Cataluña
en particular.
23
Véanse los diversos estudios de F. Gracia Alonso, «La depuración del personal»; Id.,
«Bosch-Gimpera, rector de l’Autònoma»; Id., La arqueología durante el primer franquismo e Id.,
Pere Bosch Gimpera.
24
Díaz-Andreu cuestiona el impacto diferencial de la arqueología en Cataluña y sostiene que el
hecho de que en esa región no se publicasen revistas especializadas, como las memorias de la Junta
Superior de Excavaciones y Antigüedades o las del Archivo Español de Arte y Arqueología, hace que
la institucionalización de la Escuela Catalana de Arqueología apareciera como «deficiente». Véase
su reciente análisis en M. Díaz-Andreu et alii (coords.), Diccionario histórico de la arqueología en
España, p. 36. Una visión totalmente contrapuesta en F. Gracia Alonso, La arqueología durante el
primer franquismo, donde se describe lo que significó el desmantelamiento, por un lado, y el intento
de continuar, por el otro, con proyectos iniciados por miembros de la Escuela Catalana, después
de la partida de Bosh i Gimpera, lo que obviamente demuestra el alto rado de institucionalización
que ésta alcanzó.
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 229
25
Véase L. E. Otero Carvajal, «La destrucción de la ciencia en España».
26
Esto no impidió que un tercio de los antiguos becados de la JAE, muchos de ellos falangistas,
pasen a ser miembros de los nuevos organismos del régimen (véase N. Sesma Landrín, «Importando
el Nuevo Orden», p. 252).
27
Véase L. Á. Sánchez Gómez, «La antropología al servicio del Estado».
28
Véase, al respecto, la colección de artículos sobre la eugenesia en el contexto europeo durante
y después de la Segunda Guerra Mundial reunidos en el no 24-2 (1999) de la revista Scandinavian
Journal of History.
230 silvina schammah gesser
29
Tras la muerte de Velasco, los fondos de su museo fueron adquiridos por el Estado y
se fusionaron con parte de las colecciones del Museo de Ciencias Naturales. En 1910, por real
decreto, ambas colecciones fueron la base del nuevo Museo Nacional de Antropología, Etnografía
y Prehistoria. Sus directores fueron M. Antón y Ferrándiz (1910-1929) y Francisco de las Barras de
Aragón (1929-1936).Véase M. A. Porrás, «Manuel Antón y Ferrándiz».
30
En un manuscrito del proyecto del museo, Barradas aboga por «fomentar el orgullo de ser
español por el conocimiento y divulgación de nuestro Imperio, estimular el espíritu aventurero
y el afán de viajar de nuestra juventud […] y lograr el reconocimiento de muchos países
—especialmente de los americanos— que gracias a los navegantes, conquistadores, colonizadores
y misioneros españoles, han sido incorporados al mundo civilizado» (citado en P. Romero de
Tejada, Un templo a la ciencia, p. 22).
31
Véase J. A. Gaya Nuño, Historia y guía de los museos en España, pp. 351-354.
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 231
El recambio de élites que trajo aparejado la Guerra Civil provocó una mar-
cada involución en las Humanidades y en las Ciencias Sociales. Como ya se ha
demostrado, el retroceso que sufrió la Etnología en el Madrid de la posguerra
fue, en parte, consecuencia del nuevo papel hegemónico desempeñado por José
Pérez de Barradas. A su labor se sumó la gestión de Julio Martínez Santa-Olalla.
Ambos actuaron, de distintas maneras, como portavoces del régimen. A su vez,
investigadores como Luis de Hoyos Sainz, quien había sido partícipe de la pro-
yección de la Etnología durante la Segunda República, sumaron su conocimiento
a los designios del poder, lo que resultó en un protagonismo coadyuvante a los
intereses del franquismo34. De modo paralelo, la pérdida que significó el exilio
de estudiosos como Pere Bosch i Gimpera, arqueólogo, etnólogo, gestor cul-
tural e investigador de renombre internacional, junto a la marginalidad, tanto
impuesta como auto impuesta, de etnólogos como Julio Caro Baroja, quien
realizaría su labor fuera del entramado académico franquista, profundizaron
la parálisis que sufrieron las Humanidades hasta bien entrados los años sesenta.
Ciertamente, el desarrollo de la Etnología y el folclore, así como de la Arqueo-
logía, en la España totalitaria de la inmediata posguerra, se encontraba en clara
desventaja en términos de infraestructura, recursos y personal especializado, res-
pecto de la Alemania nazi y la Rusia soviética de entreguerras. Dichas disciplinas
alcanzaron un desarrollo significativo en las políticas puestas en práctica durante
el período cumbre de la labor de nacionalización autoritaria de ambos regímenes.
El Tercer Reich integró muchas de las ideas y orientaciones que habían figurado en
32
Véase C. Esteva Fabregat, «La etnología española y sus problemas».
33
J. Caro Baroja, Tecnología popular española, pp. 9-10.
34
Véase L. de Hoyos Saínz, «Raciología prehistórica española» y C. Ortiz García, Luis de Hoyos
Sainz, p. 282, así como F. Gracia Alonso, «La depuración del personal»; Id., «Bosch-Gimpera, rector
de l’Autònoma».
232 silvina schammah gesser
35
Véase H. Bausinger, Volkskunde ou l’ethnologie allemande, pp. 67-68.
36
En esos años Barradas estuvo a cargo del nuevo Servicio de Investigaciones Prehistóricas,
de la publicación del Anuario de Prehistoria Madrileña y del Boletín del Museo Prehistórico (véase
E. de Carrera Hontana y A. Martín Flores, «Las instituciones»).
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 233
37
Barradas seguía las posturas del padre Constantino Bayle, asesor del Consejo Superior de
Misiones entre 1940 a 1953 y especialista sobre la época colonial, cuya publicación, El protector
de Indios (1945) criticaba la labor de Bartolomé de las Casas en favor de la mejora del trato a los
indígenas (véase J. J. R. Vallarías Robles, «La antropología americanista española», pp. 243-246).
38
J. Pérez de Barradas, «Antropología y Etnología», p. 12.
39
Véase F. Gracia Alonso, La arqueología durante el primer franquismo; Id., Pere Bosch Gimpera.
40
Kossina había desarrollado la teoría de los círculos culturales, o Kulturkreise, que postulaba
que la región étnica está basada en la cultura material excavada en un yacimiento arqueológico
determinado. Su teoría sirvió para justificar arqueológicamente la anexión por Alemania de
Polonia y Checoslovaquia.
41
Las relaciones culturales entre España y Alemania, en M. Janué i Miret, «Un instrumento de los
intereses nacionalsocialistas», e Id., «La cultura como instrumento de la influencia alemana en España».
234 silvina schammah gesser
42
M. Díaz-Andreu, «La Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas (1939-1955)».
43
La reivindicación de la cultura ibérica, a finales de 1940, lleva a la fundación del Instituto de
Estudios Ibéricos y de Etnología Valenciana en 1958.
44
Véase G. Ruiz Zapatero, «La distorsión totalitaria».
45
L. de Hoyos Sainz, «Raciología prehistórica española».
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 235
46
Sobre su identificación con el catalanismo federalista, su desempeño como consejero de Justicia de
la Generalitat de Cataluña en representación de su partido, Acció Catalana Republicana desde 1937 y
su activismo en la resistencia cultural como forma de lucha contra el fascismo durante la Guerra Civil,
véanse los documentados trabajos de F. Gracia Alonso, La arqueología durante el primer franquismo,
e Id., Pere Bosch Gimpera, así como la valoración de J. M. Quesada López, «Pedro Bosch-Gimpera ».
47
Reproducida en P. Ruiz Torres (ed.), Discursos sobre la historia, pp. 341-370.
48
Ibid., pp. 360-367.
236 silvina schammah gesser
Perteneciente a una de las familias más renombradas del País Vasco, Caro
Baroja, alumno de Hugo Obermaier y estudiante de Ramón Menéndez Pidal,
se había formado como prehistoriador y etnólogo con los antropólogos vascos
Telesforo de Aranzadi y José Miguel de Barandiarán, así como con el folclorista
y lingüista Resurrección María de Azkue. Si bien fue ayudante de cátedra de
Historia Antigua y Dialectología y, como hemos visto, director del Museo del
Pueblo Español entre 1944 y 1953, Caro Baroja se consolidó como un intelectual
académico independiente, que desarrolló sus investigaciones fuera de los linea-
mientos del régimen49. Fue fundador, junto a Nieves de Hoyos y Víctor García
de Diego, de la Revista de Dialectología y Tradiciones Populares, creada en 1944
con una clara vertiente filológica más que antropológica, ya que la revista había
tenido su origen en la colección Archivo de Tradiciones Populares, editada por la
Sección de Filología del Centro de Estudios Históricos que tenía por eje la His-
toria de la lengua, la épica y el romancero.
No obstante, a través de trabajos como Los pueblos de España (1946), «La
investigación histórica y los métodos de etnología» (1955) o «La ciudad y el
campo, o una discusión sobre viejos lugares comunes» (1959), Caro Baroja
desarrolló unos métodos de estudio etnológico que fusionó con un marcado
interés por la Historia Social como disciplina crítica y compleja. Su escepti-
cismo frente a los paradigmas globalizadores, su interés por la microhistoria
y su constante preocupación por abordar las tensiones étnicas en España
desde la Historia y la Antropología Cultural se tradujeron en sus estudios
sobre las minorías oprimidas, fuesen éstas moriscos, judíos, criptojudíos o
brujas, de por sí temáticas totalmente opuestas a las prioridades del régi-
men50. Asimismo, su visión crítica y demitificada del pueblo vasco, así como
su persistente interés en examinar la variabilidad y versatilidad de las iden-
tidades étnicas, es decir, los modos en que éstas cambian, se desdibujan, se
refuerzan y se transforman, lo llevaron a discrepar de modo radical con el
vascoiberismo que pregonaba Menéndez Pidal. La tesis de Caro Baroja sobre
la inexistencia de un «carácter nacional español», general y permanente, sos-
tiene que la variedad de pueblos que poblaron la Península Ibérica dio lugar
a la incorporación irregular y heterogénea de diversas herencias: la ibérica,
la hispanorromana, la visigótica y la islámica. Diferentes y variables en can-
tidad y calidad, y dispersas en las distintas partes de la Península, todas ellas
resultaron en una irregular distribución de influencias culturales, confor-
mando precisamente una identidad multiforme que debería, no obstante,
esperar al final del franquismo para aparecer en su ya clásico ensayo sobre El
mito de carácter nacional, publicado en 197851.
49
Véase F. Maraña, Julio Caro Baroja; J. Agirreazkuenaga, «Julio Caro Baroja».
50
Véanse, a modo de ejemplo, sus estudios sobre Los moriscos del Reino de Granada; Las brujas
y su mundo; La sociedad criptojudía en la corte de Felipe IV; Los judíos en la España moderna y
contemporánea.
51
Véase F. Castilla Urbano, «Julio Caro Baroja y el análisis del carácter nacional».
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 237
52
Véase R. Bendix, In Search of Authenticity, pp. 3-24.
53
Véase, a modo ilustrativo, caracterizaciones tales como: «España, limpia y desnuda aparece como
un escudo en el que se puede dibujar el águila de San Juan, símbolo del Movimiento» (E. Giménez
Caballero, España nuestra, pp. 15-16); o, en relación al mapa de la Península, que para Giménez
Caballero asemeja: «una piel de toro desollada y extendida sobre el mar, cual la había visto el Padre
Mariana: España como un cuero de buey tendido con los cuernos en los Pirineos, hundidos en
Francia, y su silueta toma forma de cruz que recuerda al Cristo de Velázquez» (ibid., p. 16).
238 silvina schammah gesser
Para ideólogos de gusto barroco como José María Pemán, la lírica y la épica
tradicionales, las fiestas religiosas de la Semana Santa y el Corpus Christi, ofre-
cieron una iconografía y una carga sentimental óptimas para rentabilizar una
serie de tópicos que el franquismo tomó prestados del pensamiento católico
conservador español.
Asimismo, y bajo la tutela de la Sección Femenina de Falange, los bailes, dan-
zas e indumentaria de la «España profunda» recibieron un tratamiento similar.
Si bien el suplemento de la revista Consigna del 15 de junio de 1942 reafirmaba
oficialmente la tarea de la Sección Femenina de recuperar el folclore regional,
esta actividad ya existía desde la Guerra Civil54. No obstante, su repercusión ten-
drá un punto álgido a finales de los años cuarenta en una serie de exhibiciones
nacionales, como fue el majestuoso recibimiento que se le ofreció a Eva Perón
en junio de 1947 en Madrid55. En el homenaje, las cincuenta provincias espa-
ñolas desfilaron en la Plaza Mayor, y la primera dama argentina fue obsequiada
con un traje típico de cada una de las provincias, seleccionado y confeccionado
especialmente para su visita.
Más de veinte años después, el lema de la Sección Femenina sería rememo-
rado por la delegada nacional María Josefa Sampelayo. Para ella,
no había nada más auténtico que las canciones y las danzas del pueblo
para desentrañar, salvar y revitalizar lo auténticamente español y edificar
el futuro de la Patria.
54
El folclore fue introducido en la Universidad en 1943 bajo el epígrafe de «Tradiciones
populares», bajo supervisión del CSIC, que cercenó la actividad de la Sociedad Española de
Antropología, Etnología y Prehistoria, eje de la investigación en las décadas de 1920 y 1930.
55
Véanse el catálogo y el DVD que acompañaron la exhibición Evita y los trajes del pueblo
español, realizada en 2011 en el Museo de Arte Español Enrique Larreta de Buenos Aires.
56
Véase E. Casero, La España que bailó con Franco.
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 239
57
Véase el dossier «La construcción de la identidad regional», X. M. Núñez Seixas (ed.).
58
C. Esteve Fabregat, «La etnología española y sus problemas».
59
T. Bennett, «Culture and Governmentality».
240 silvina schammah gesser
de los museos del Madrid franquista aquí analizados, podemos constatar que
éstos «no» constituyeron un factor clave como agentes de transmisión cultu-
ral «ni» contribuyeron de modo significativo a la conformación de narrativas
históricas que ayudasen a difundir fuertes imaginarios nacionales o claros y
determinados rasgos identitarios en las primeras décadas del régimen fran-
quista. Basándonos en los materiales aquí analizados, podemos concluir que el
régimen demostró, en más de una oportunidad, una total incapacidad, cuando
no ineptitud, para llevar a cabo una política museística coherente con sus pro-
pias prioridades. Ello, desde luego, no excluyó que, de modo simultáneo, la
canalización del folclore como «cantera inagotable de recursos»60 sirviese al
franquismo como forma de adoctrinamiento y cooptación de adherentes y
de voluntades. Más aún, el folclore sirvió también para magnificar y estilizar
la imagen del régimen con fines diplomáticos y propagandísticos, como en el
caso del orquestado recibimiento de Eva Perón en Madrid, o en las ya muy
consabidas actuaciones de los grupos de Coros y Danzas en las embajadas
españolas en el exterior.
No obstante, la dictadura franquista no supo, no pudo o, simplemente, no
tuvo una necesidad apremiante de instrumentalizar el potencial inherente
a la etnología en general, y al ámbito museístico en particular, para incor-
porar a sus súbditos a/[¿en?] los designios y quehaceres del Estado. En su
fase final, en plena etapa desarrollista de la España de los años sesenta, la
nueva política turística no tuvo impacto alguno en la concepción del ámbito
museístico y etnográfico, que se mantuvo indiferente frente a la degradación
del entorno rural, los efectos de la industrialización y al éxodo migratorio
del campo a la ciudad que marcaron aquella década. A diferencia del caso
francés, que percibió en la cultura material —artes y costumbres popula-
res, objetos, prácticas e imágenes de una determinada comarca— las señas
de identidad y la base de una «memoria» campesina que evolucionaba y se
transformaba, la mayoría de los museos españoles no dieron expresión a los
cambios irreversibles que sufría la sociedad rural española. Por el contrario,
las medidas «neo-regeneracionistas», que sí trajeron aparejadas una revisión
del valor turístico, económico y geopolítico del patrimonio histórico y cultu-
ral, siguieron fomentando la concepción y actividad de los museos y espacios
de exposición como depositarios «estáticos» de un pasado idealizado, agrario
y nacional que todavía legitimaba la acumulación y preservación de la cultura
material y del patrimonio folclórico. El hecho de que el Museo Nacional de
Etnología, con su edificio y colecciones, pasase a formar parte de la Dirección
General de Bellas Artes y fuese declarado Monumento Histórico-Artístico,
no conllevó más que un mero cambio de estatus. Ni siquiera el mismísimo
Museo del Prado fue objeto de revisión y renovación61. Hubo que esperar a
60
M. J. Sampelayo, «Labor de la Sección Femenina».
61
Un abordaje crítico en M. Bouquet (ed.), Academic Anthropology and the Museum; M. Segalen,
«Anthropology at Home and in the Museum». Para España, véase P. Romero de Tejada, «La situación
de la etnología en los museos españoles»; también M. Bolaños, Historia de los museos en España. Sobre
museos, etnología y folclor(ismo) en el madrid franquista 241
Cataluña, L. Calvo Calvo, Historia de la antropología en Cataluña, pp. 99-107. Sobre Galicia, X. Pereiro
y M. Vilar, «Ethnographic Museums and Essentialist Representations». Sobre turismo y políticas neo-
regeneracionistas, S. Pack, Tourism and Dictatorship y E. Afinogénova, «La España negra en color».
62
S. R. Holo, Beyond the Prado, p. 35. Ley 16/1985, de 25 de junio, BOE, 18 de marzo de 1987,
núm. 13960-64.
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Cid Campeador (Rodrigo Díaz de Vivar): 85, 188 87-88, 91, 94, 96, 109, 114, 118, 120, 125, 135, 138-
Cidón Navarro, Francisco de: 28-29 139, 143, 148, 151, 156, 163, 165, 171, 178-179,
Coll i Claramunt, Julio: 98 187-193, 197-198, 203-204, 206-209, 211-213
Colón, Cristóbal: 63 (n. 39), 85, 87-88, 94, 98-99 Ramón: 94
Comas Camps, Juan: 232-233 Franco Salgado-Araújo, Carlos: 151
Confino, Alon: 153 Fray Luis de León: 52
Contreras y López de Ayala, Juan de (más cono- Fuembuena Comín, Eduardo: 33
cido como el Marqués de Lozoya): 142
Cortés, Hernán: 65, 89 (n. 54), 94, 99 Gago García, Manuel: 172
Cortés González, Santiago (capitán Cortés): 33, 37 Gaínza Vicandi, Agustín (más conocido como
Cossío, Manuel Bartolomé: 227 Piru Gaínza): 172-173
Cossío Martínez-Fortún, Francisco de: 7 Gálvez, Juan: 28
Cullen Murphy, John: 171 García de Diego, Víctor: 236
Cunqueiro Mora, Álvaro: 151 García Lorca, Federico: 227
García Morente, Manuel: 81, 135
Daoíz y Torres, Luis: 30 García Nieto, Luis: 75
Darío, Rubén (seudónimo de Félix Rubén García García Serrano, Rafael: 7
Sarmiento): 82, 99 García Viñolas, Manuel Augusto: 178, 195
Daumas, Joseph-Louis: 99 (n. 80) Gaulle, Charles de: 110
Dávila y Arrondo Gil y Arija, Fidel: 10, 11 Gaya Nuño, Juan Antonio: 230
Delgado Gómez-Escalonilla, Lorenzo: 79, 83, 92 Gil Álvarez, Rafael: 172
Díaz de Villegas, José: 114 Gilera (seudónimo de Enrique Gil de la Vega): 207
Di Febo, Giuliana: 52, 62, 65 Giménez Caballero, Ernesto: 67, 70, 78, 113, 129,
Domínguez Arévalo, Tomás (conde de Rodezno): 135 191, 237
Don Pelayo: 85 Gimeno de Flaquer, Concepción: 58 (n. 28)
Drake, Francis: 206 Goicoechea Cosculluela, Antonio: 77, 174
Gomá y Tomás, Isidro: 78-80
Eisenhower, Dwight David: 192 Gómez de la Serna, Ramón: 222, 230
Elías de Tejada y Spínola, Francisco: 145, 167-168, 171 González de Velasco, Pedro: 223-224, 229, 230
Elola-Olaso, José Antonio: 209-210 Gómez Zamalloa y Quirce, Mariano: 201
Elorrieta de Lacy, José Maía: 98 González Márquez, Felipe: 102
Eneas: 28 Goya y Lucientes, Francisco de: 28
Enrique IV: 65 Graña González, Manuel: 113
Ercilla y Zúñiga, Alonso de: 98 Griffin, Roger: 154
Escobar Kirpatrick, José Ignacio (IV marqués de Gutiérrez Soto, Luis: 99 (n. 81)
Valdeiglesias): 8 Guzmán el Bueno (sobrenombre de Alfonso Pérez
Esteva Fabregat, Claudi: 239 de Guzmán): 187
Evita (María Eva Duarte de Perón, conocida como
Eva Perón): 87, 89 (n. 54), 91-92, 188, 238 Haussmann, Georges-Eugène: 27
Haya de la Torre, Víctor Raúl: 232
Fal Conde, Manuel: 11 Hernández Sampelayo, María Josefa: 148, 238-239
Felipe II: 63, 85, 111, 188 Hernández Sanjuán, Manuel: 103, 114
Felipe el Hermoso: 11 Herrán Gascón, Agustín de la: 99-100
Fenton, Roger: 31 Herrera Oria, Ángel: 78
Fernán González (conde): 143 Hitler, Adolf: 109, 201, 204
Fernández Cuesta, Raimundo: 137, 142 Horna, Kati: 39
Fernández Hernando, José: 137 Hoyos Sainz, Luis de: 225, 228, 231-232, 234-235, 239
Fernando VII: 28 Hoyos Sánchez, Nieves de: 231, 236
Fernando el Católico: 84-87, 98, 142, 146, 222 Huerta y Ayuso, Moisés de: 191
Filgueira Valverde, Xosé: 151
Fontán Lobé, Juan: 109-110, 118 Ibáñez Martín, José: 85, 146, 229
Fontana Tarrats, José María: 130 Ibar Azpiazu, José Manuel (más conocido como
Foxá Torroba, Agustín de: 15 (n. 32), 32 Urtain): 172
índice de nombres 279
Ignacio de Loyola, San (Íñigo López de Loyola): Martínez Santa-Olalla, Julio: 231-235
63, 65 Mateo Martín, Ignacio: 179
Ilundain y Esteban, Eustaquio: 9 Menéndez Pidal, Ramón: 142, 147, 227, 234, 236
Iríbar Kortajarena, José Ángel: 214-215 Menéndez-Reigada, Fray Albino G.: 61, 66
Irigoyen, José: 203 Menéndez y Pelayo, Marcelino: 63 (n. 39), 78, 132,
Iriondo Aurtenetxea, Rafael (más conocido como 185, 224, 234
Iriondo): 173 Millán-Astray y Terreros, José: 9
Isabel I la Católica: 52, 55, 65-66, 68-69, 82, 85-87, 94 Mohamed V: 188
Isabel II: 17, 27 Mola Vidal, Emilio: 11-12
Monlau y Roca, Pedro Felipe: 27
Jaime I el Conquistador: 144 Montagut Roca, José: 140-141
Jimmy Connors (James Scott Connors): 212 (n. 66) Montero Díaz, Santiago: 130
Jones, Maximiliano: 106 Monzón y Ortiz de Urruela, Telesforo de: 156
Joselito (sobrenombre de José Jiménez Fernández): Morcillo, Aurora G.: 55
172 Moreno Luzón, Javier: 6
Juan Carlos I: 99, 188 Moscardó Ituarte, José: 42, 187-188, 200, 205
Juan de la Cruz, San (Juan de Yepes Álvarez): 62 Mosse, George L.: 64
Juan Deportista (seudónimo de Alberto Martín Motta i Cardona, Guillermina: 213
Fernández): 205 Muñoz Calero, Armando: 206-207
Juderías y Loyot, Julián: 75 Mussolini, Benito: 153, 204
Pineda Muñoz, Mariana de: 58 (n. 28) Sanz y Díaz, José: 133
Pío X: 87 (n. 46) Sardinha, António (António Maria de Sousa Sar-
Pío XI: 124 dinha): 77 (n. 14)
Pío XII: 87 Saz Campos, Ismael: 39, 49-50, 83
Pita, María (María Mayor Fernández de Cámara y Saz Sánchez, Agustín del: 117
Pita): 58-59, 60 (n. 29) Serra Ferrer, Fray Junípero: 99
Pla i Casadevall, Josep: 151 Serrano Suñer, Ramón: 7, 83, 109, 152
Planes Peñalver, José: 99 (n. 82) Serra-Rafols, José de C.: 226 (n. 16)
Polo y Martínez-Valdés, Carmen: 189 Smith, Anthony: 127
Porcioles Colomer, José María: 151 Sofía (reina de España): 188
Prat de la Riba, Enric: 129, 226 Solana de Madariaga, Francisco Javier: 241
Prats Cañete, Matías: 179, 195, 206 (n. 42) Solís Ruiz, José: 197, 216-217
Primo de Rivera y Sáenz de Heredia Souto Vilas, Manuel: 130
José Antonio: 11, 15, 22, 78, 113, 131, 172, 188- Speer, Albert: 32
191, 206 Spengler, Oswald: 112
Pilar: 20, 53 (n. 13), 57 (n. 24), 147 (n. 85), Suñer Ordoñez, Enrique: 229
148-149
Puelles y Puelles, Antonio María de: 17-18 Teresa de Ávila, Santa (Teresa de Cepeda y Ahumada,
Pujol, Agustí: 207 más conocida como Santa Teresa de Jesús): 52, 55,
65, 67, 85, 172
Queipo de Llano, Gonzalo: 9, 16 Teus López-Navarro, Eduardo: 205
Quijano, Gracián (seudónimo de Francisca Cristina Thiesse, Anne-Marie: 128
Sáez de Tejada y Ortí): 66 Tison, Stéphane: 41
Torres Yagües, Federico: 62-63
Rafols Bruna, María: 60 Tovar Llorente, Antonio: 83, 169
Ramón y Cajal, Santiago: 234 Tranche, Rafael R.: 89
Raposo, José Hipólito: 77 (n. 14) Truman, Harry S.: 91
Recaredo: 85 Tschammer und Osten, Hans von: 202
Redondo Ortega, Onésimo: 130
Reig Gozalbes, Alberto: 179 Umbach, Maiken: 169
Reinerth, Hans: 233 Unamuno, Miguel de: 225 (n. 11)
Ribas i Piera, Antoni: 213 Urquijo Olano, Ignacio de (más conocido como el
Ridruejo Jiménez, Dionisio: 20, 139-140 Conde de Urquijo): 169
Rigalt y Farriols, Lluís: 27 Urrutia, Federico de: 191
Ríos y Nostench, Blanca de los: 78 Uzcudun Eizmendi, Paulino: 171-173
Riquer i Morera, Martí de: 151
Rivière, Georges H.: 227 Valdivia, Pedro de: 98
Rodó Piñeyro, José Enrique Camilo: 82 Valls Taberner, Ferran: 151
Rodríguez Casado, Vicente: 93 Vázquez de Mella y Fanjul, Juan: 77 (n. 14), 151
Rosenberg, Alfred: 233 Vázquez Montalbán, Manuel: 213
Velarde y Santillán, Pedro: 30
Sáenz de Heredia, José Luis: 88, 192 Velázquez (Diego Rodríguez de Silva y Velázquez):
Sáez de Tejada y Ortí, Francisca C.: 58 237 (n. 53)
Sainz Rodríguez, Pedro: 85, 93 Venancio (Venancio Pérez García): 172-173
Saiz de la Hoya, Ramón: 193 Verdaguer i Santaló, Jacint: 144
Salaverría Ipenza, José María: 75, 78 Viejo Rose, Dacia: 30, 46
Salzillo y Alcaraz, Francisco: 185 (n. 13) Vilanova Rodríguez, Alberto: 151
San Martín y Matorras, José Francisco de: 99 Villalonga Llorente, José: 209, 211
Sánchez Mazas, Rafael: 167 Villarino, Ramón: 117
Sancho y Bonafonte, Manuela: 58-59, 61 Vincent, Mary: 62, 67 (n. 50)
Sangróniz y Castro, José Antonio de: 75, 174 Vives, Juan Luis: 52, 144
Santa Marina, Luys: 141 Vizcarra y Arana, Zacarías de: 75-76, 166
Santana Martínez, Manuel: 212
Santiago (apóstol): 12, 80, 85 Wenk, Silke: 50
Sanz Bachiller, Mercedes: 56-59, 61 Winter, Jay: 41-42
Sanz Rodríguez, Rafael: 99 (n. 81) Wundt, Wilhelm M.: 226 (n. 17)
índice de nombres 281