Está en la página 1de 2

Cuéntanos un poco sobre ti.

Nací en Montefalco, Italia. Mis padres son Damián y Jacoba, mi hermana, quien
es mayor que yo por 17 años, siempre estuvo dispuesta para vivir una vida de
penitencia y oración, de hecho después de mi nacimiento no dudó en retirarse al
pequeño reclusorio que nuestro padre construyó.
Es gracias a ella que estoy donde estoy, la visitaba diariamente y en eso me
contagiaba del amor a Jesuscristo y del conocimiento sobre la fe católica. De hecho,
fue tanto esto que desde los 6 años yo misma quería entrar a dicho reclusorio. En
varias ocasiones se vivieron momentos difíciles, cargados de tribulaciones, pero a
pesar de carecer de todo, no dejábamos de ser felices.
El 10 de junio de 1290 monseñor Gerardo Pigolotti concedió la Regla de San
Agustín y reconoció el monasterio con el título de “Santa Clara”, la más grande
aspiración de mi hermana. Tras su muerte fue nombrada para relevarla, yo no quería,
sentía una pena muy grande tras haber perdido a mi hermana, pero me vi en la
obligación de cargar con la responsabilidad de ser superiora del Convento de Santa
Clara con tan solo 23 años de edad.

¿Tuviste momentos desconcertantes en tu vida?


A mis 20 años, conversando con mi amiga Marina, me di cuenta que el señor no
se manifestaba en todos, eran excepciones contadas, y yo era un predilecta. Este me
hizo dar un paso con orgullo, algo mínimo, un instantes, pero eso fue suficiente para
venirme abajo. Estuve 11 años con una vasta intranquilidad interna, las revelaciones
que tenía habían parado casi por completo, nada me daba paz de puesto que no
conseguía a nadie que comprendiera la gravedad de mi pecado, sentía que era ingrata
a Dios, insistentemente oraba con el deseo de recuperar la paz y el amor vivo por
Jesuscristo
Dijiste que tenias revelaciones o visiones ¿Cuál fue una de las más significativas
o impactantes para ti?
Diría que esta es cuando tenía 25 años, vi a un Jesús agotado, cargando una gran
cruz, caminando fatigosamente, buscaba un lugar donde plantar su cruz. En la visión
me arrodillé ante él, abrí mis brazos como una cruz, sin decir palabra, Jesús no dudo
tardó en decir “si, Clara, aquí encuentro el lugar para mi cruz” mientras introducía esa
cruz en que llevaba a espaldas en mi corazón, y desde ese momento empecé a sentir
un intenso dolor en el corazón.

También podría gustarte