Está en la página 1de 1

Sergio Salinas González 2*B

La Casa de Bernarda Alba, una fortaleza de cal blanca, se volvía más claustrofóbica cada día.
Después de la muerte del esposo, Bernarda impuso un luto que encerró a sus cinco hijas en un
silencio opresivo. Las habitaciones, con sus paredes encaladas, eran testigos mudos de los susurros
reprimidos y las miradas fugaces.

Adela destacaba entre las hijas como una llama rebelde en busca de libertad. Los días se consumían
en tareas domésticas, mientras el pueblo cuestionaba la rigidez de la matriarca. Al anochecer, las
hermanas compartían sus anhelos en conspiraciones susurradas, alimentando un deseo colectivo de
escapar de las restricciones impuestas.

La llegada de un forastero, José, agitó las aguas estancadas. José, con sus ojos intrépidos, se
convirtió en el catalizador de una historia clandestina. Las paredes de la casa guardaron los secretos
de los encuentros furtivos entre Adela y José.

El romance floreció como una flor prohibida en el oscuro jardín de la Casa de Bernarda Alba. Las
miradas furtivas y las palabras susurradas se entrelazaron en un baile de pasión y rebeldía. Sin
embargo, la clandestinidad no podía durar para siempre. La revelación del amor prohibido provocó
una tormenta en la casa, donde las miradas acusadoras y las palabras reprimidas estallaron como
fuegos artificiales en la noche.

Así, entre las paredes encaladas que aprisionaban secretos y las miradas que clamaban por libertad,
la Casa de Bernarda Alba fue el escenario de una tragedia efímera. En un final abrupto, la pasión y
la rebeldía fueron sofocadas por la intransigencia, dejando tras de sí un eco de susurros ahogados y
una casa que guardaba en sus entrañas las cicatrices de una historia inconclusa.

También podría gustarte