Está en la página 1de 363

:

Diario de España

Alfred Kantorowicz

Traducción de la 1ª Edición

Aufbau-Verlag Berlín,1951

1
:

Algunos datos sobre Alfred Kantorowicz

Alfred Kantorowicz nació en Berlín en 1899, en una familia de comerciantes judíos no practicantes
y bien situados. Estudió el bachillerato en su ciudad y con 17 años participó como voluntario en la Gran
Guerra, de la cual regresó herido y condecorado. Estudió después derecho en Berlín, Friburgo y Erlagen
y acabó su carrera en 1923 con una tesis doctoral muy atrevida en un momento de creciente
antisemitismo: “El sionismo desde diferentes aspectos del derecho internacional".
En la segunda mitad de los años 20 trabajó como periodista para diferentes medios liberales y de
izquierdas. En los años 28-29 fue corresponsal en París para temas culturales y literarios de la gran
editorial Ullstein, ocupada por los nazis en el 34, y del diario Vossische Zeitung – el más antiguo de
Berlín, al que daba nombre Voss, su propietario a mediados del siglo XVIII-, prohibido también por los
nazis en el 34 tanto por su progresismo como por el hecho de que en él escribían muchos judíos.
En 1931 Kantor, como se le solía llamar, se afilió al Partido Comunista Alemán (KPD) más porque
le parecía el único capaz de enfrentarse al nazismo creciente que por convencimiento ideológico. Entre
el 31 y el 33 residió en el “Künstlerblock”, el barrio de artistas, periodistas, juristas, profesores y
políticos –entre ellos algunos de los que luego encontraría Kantor en España como Erich Weinert,
Ludwig Renn o Gustav Regler-, situado en Wilmersdorf, al sur de Berlín, entre Steglitz y Friedenau. Sus
habitantes fueron un foco abierto de resistencia contra la violenta dictadura nazi, hasta que entre febrero
y marzo de 1933 las SA registraron las casas, requisaron todo lo que quisieron y detuvieron a una gran
parte de sus residentes. A pesar de la represión el barrio siguió manteniéndose como un foco de
resistencia antifascista cada vez más peligrosamente clandestina durante los siguientes años.
Kantorowicz abandonó Alemania a principios de 1933 y fue de los primeros exiliados a los que el
nazismo privó de su nacionalidad alemana, “castigo” del que estaba muy orgulloso. Residió primero en
París –en marzo se reunió con él su compañera Frieda-, y fue cofundador de la “Liga de Defensa de los
Escritores Alemanes en el Exilio”.
En mayo del 34, cuando se cumplía un año de la quema de libros llevada a cabo por los nazis en
Bebelplatz, delante de la Universidad Humboldt de Berlín, Kantorowicz creó en París una “Biblioteca de
los libros quemados” o “Biblioteca Alemana de la Libertad” que tenía como precedente el “Archivo
internacional antifascista” creado poco antes y dirigido por Kantorowicz. La Biblioteca Alemana de la
Libertad estaba en el Bulevar Arago de París; contenía inicialmente más de 13.000 ejemplares y llegó a
tener más de 20.000 libros prohibidos en el IIIer. Reich –la mayoría aportados por los emigrantes
alemanes-, así como otros muchísimos documentos y testimonios de la represión nazi. Entre las
actividades y colaboraciones de la Biblioteca con otras organizaciones antifascistas estuvo su
participación en el Ier Congreso Internacional de Escritores en defensa de la cultura que se celebró en
Paris en 1935 y que fue seguido por el IIº Congreso que se inauguró en Valencia en 1937.
Los libros de la Biblioteca Alemana de la Libertad nunca volvieron a Alemania: fue destrozada
cuando los alemanes entraron en París.

2
:
Kantorowicz, como muchos otros comunistas, ya había
tenido roces con la dirección del KPD durante su estancia en París
e incluso había pensado en abandonarlo. Pero estalló la guerra de
España en el 36 y eso convirtió los enfrentamientos internos en
insignificancias.
Según el diccionario biográfico de los alemanes1 y lo que él
cuenta en el libro, vino a España a finales de diciembre de 1936.
Encuadrado primeramente en la XI Brigada para “organizar la
centralización de la prensa y la propaganda de las Brigadas
Internacionales en Madrid” y como editor y redactor del periódico
de las Brigadas, “El Voluntario de la Libertad”, en Valencia.
A mediados de mayo del 37, fue encuadrado, como oficial
de información con el grado de teniente en el Batallón Tschapaiev Kantorowicz en la Sierra de Córdoba2

de la XIII Brigada Internacional que combatía en el frente del Sur,


en la Sierra de Córdoba. A principios de julio del 37 fue enviado con su brigada al frente del centro,
participó en la batalla de Brunete y cayó herido el 21 de julio en Romanillos, cerca de Boadilla del
Monte. Estuvo hospitalizado primero en Torrelodones y luego en el Hospital Militar nº 9 en Madrid.
Después, posiblemente durante su convalecencia, recibió el encargo de escribir la historia del
Batallón Tschapaiev, llamado “de las 21 naciones”.
Mientras se recuperaba y elaboraba el libro se alojó en el Hogar Infantil “Ernst Thälmann” en La
Moraleja de Madrid que apadrinaba la XI Brigada Internacional. Es difícil saber si sólo se alojó o tuvo
también alguna función, como parece deducirse de una carta que envió a Heiner Rau, comisario político
de la XI, el 22 de agosto del 37, en la que le dice: “Hablando de otra cosa, no entiendo la dirección
provisional del Hogar para niños como una simple formalidad. Hemos mantenido aquí asambleas,
tanto con los internacionales como con el personal español, que han mejorado evidentemente el ambiente
algo tenso y han creado buenas condiciones para realizar entre todos un trabajo interno en buena
camaradería. De casos concretos y dificultades técnicas, como, por ejemplo, el suministro de pan, ya te
informará Willy.” Esto podría dar a entender que Kantorowicz tenía una función directiva en el Hogar.

1
“Sie werden nicht durchkommen!” –Deutsche an der Seite der Spanischen Republik und der Sozialen
Revolution - ,Band 1; Abel, Werner- Hilbert, Enrico; Verlag Edition AV, Lich/Hessen, 2015. En adelante será
citado como Dicc. Vols. Alms.
2
La fuente de esta fotografía es infoguadiato.com; acompaña a un artículo publicado en ese medio de
información local de la zona Norte de Córdoba el 20, XI, 2013, firmado por Santiago Pando y titulado “Gerda Taro,
nuestro reconocimiento ha sido el olvido”. El artículo recoge precisamente la narración que hace Alfred
Kantorowicz en este mismo “Diario de España”, de la visita que Taro y Capa hicieron al frente de Peñarroya los días
24-25 de junio del 37 para hacer una serie de fotografías. Al final del artículo, como una especie de anexo, va una
“galería de fotografías” con seis foto: una de las cajas de la “maleta mejicana”; el banderín de la 2ª Compañía del
Batallón Tschapaiev; la foto de Kantorowicz; la tapa de una vieja edición del libro de Kantor “Tschapaiev. El
batallón de las 21 naciones”; la tapa de otra vieja edición, seguramente del año 48, del “Diario de España” que aquí
se traduce; y una foto de Otto Bruner, comandante del citado batallón. Parecen, naturalmente, proceder de los entre
3000-4000 negativos encontrados en las cajas de la llamada “maleta mejicana” de Capa, Taro y David Seymour, y
desde luego la foto de Kantor debió ser hecha por Capa o Taro, ya que fueron los que visitaron el frente en el que
estaba. Nada más se puede concretar respecto a esta foto, la única que he encontrado de Kantor en el frente.
3
:
Kantorowicz escribió la obra sobre el Batallón Tschapaiev, pero tanto la dirección política de las
Brigadas como el PCE y el Departamento de Contraespionaje del KPD intentaron impedir que se
imprimiese. Fue Palmiro Togliatti, muy influyente en la dirección de las Brigadas, quien la aprobó y
así se publicó en Madrid en 1938. Con sus posteriores manuscritos Kantor tuvo menos suerte,
todos fueron rechazados por la dirección del KPD.
Ni en los recuerdos que a petición del SED escribieron algunos de los brigadistas que vivían en la
RDA en los años 60 ni en la prensa en alemán de las Brigadas que se halla en el fondo de la guerra
naciona-revolucionaria de España del Archivo Federal de Berlín, he encontrado alusiones a Alfred
Kantorowicz durante su estancia en España.
En cambio su nombre me apareció reiteradamente en la preparación de la traducción de una novela
juvenil titulada “Los chicos de Peñarroya” de la escritora alemana, judía y comunista Ruth Rewald,
esposa del también periodista, escritor y brigadista del Batallón Tschapaiev Hans Schaul. Ruth Rewald
estuvo en España durante algunos meses en 1937 para recoger testimonios e información sobre la
situación de los niños españoles en plena contienda. Refugiada en Francia con su hija Anja de pocos
años mientras Schaul estaba internado en el campo de trabajo de Djelfa en Argelia, Ruth Rewald fue
deportada por la Gestapo a Alemania en 1942 y asesinada en Auschwitz; su hija fue cuidada por amigos
franceses hasta el 44, cuando con sólo 7 años fue sacada de la escuela por la Gestapo y sufrió el mismo
trágico final que su madre. Al buscar datos sobre estas breves y dramáticas vidas fue cuando encontré
el nombre de Kantorowicz en tres puntos distintos de la misma fuente.
Fue en las páginas del periódico de la República Democrática Alemana (RDA) “Die Wahrheit” (La
verdad), nº 50 del 19 de diciembre y nº 51 del 20 de diciembre de 1987; en ambos casos en una sección
titulada “Im Zeichen der Zeit” (Bajo el signo del tiempo). En estos números aparecía un extenso artículo
titulado “Reconstrucción de la vida, la obra y la muerte de la judía alemana Ruth Rewald”, escrito por el
profesor Dirk Krüger, que había realizado su tesis doctoral sobre esta escritora. Además de este artículo,
el periódico, aprovechando la primera edición en Alemania de “Los chicos de Peñarroya”, publicaba
algunas otras noticias en torno a la escritora, la novela y las circunstancias en que ocurrió el hecho que la
inspiró. Al referirse a estas circunstancias es cuando surgió Kantorowicz pues estuvo presente en el
episodio que Ruth Rewald noveló, ocurrido en el frente cordobés en 1937 (ver págs. 223 a 227)
El primero texto que aludía a Kantorowicz se titulaba “La única novela juvenil alemana sobre la
guerra civil española” e iba acompañado de dos fotografías: la primera, un fotomontaje de los cuatro
muchachos protagonistas de la novela de Ruth Rewald, y la segunda, los mismos muchachos en el Estado
Mayor del Batallón que los recogió, el Batallón Tschapajev de la XIII Brigada. El texto decía:
“Estamos en la guerra de España, hace 50 años: el 17 de junio de 1937. Ese día aparecieron cuatro
niños ante las líneas del frente del Batallón Tschapajev en la Sierra Morena. Fueron “capturados” y
llevados ante el oficial del batallón, Alfred Kantorowicz. En su conocido “Spanisches Tagesbuch -Diario de
España” Kantorowicz describe así el suceso:
- Los cuatro hablan a la vez, como a borbotones. Entre muchas risas, en las que yo mismo tengo que
participar de todo corazón, al final y poco a poco aclaramos lo siguiente: los cuatro son hijos de
4
:
trabajadores de los barrios obreros anexos a Peñarroya. Los padres trabajaban en sus famosas minas.
Ahora están cada uno por un lado. Uno, golpeado a muerte por los fascistas; otro, prisionero; y los otros
dos, con nosotros defendiendo la República, aunque los niños no saben dónde se encuentran exactamente.
Los chicos se quedaron con sus madres y han andado vagabundeando. No han ido a la escuela desde el
principio de la sublevación pues cuando los fascistas impusieron su sangriento dominio en Peñarroya las
escuelas se reabrieron sólo para los falangistas y sus partidarios.
¿Qué hacían en el pueblo? Pues iban a los montones de escorias de carbón y escamoteaban el que
podían. Luego lo vendían por unos céntimos. ¿Y qué hacían con el dinero? Pues con él trataban de ayudar
a sus madres. Se organizaron en una pequeña banda y consiguieron un burrito que les ayudaba al trasporte;
se lo hubiesen traído, nos dijeron, pero entonces las madres aún se hubieran quedado más pobres. Los
guardias ya les habían echado la zarpa un par de veces por sus robos. La última vez sus familias tenían que
pagar por ello como multa cuatrocientas pesetas. Naturalmente, no podían… Así que los cuatro
muchachos decidieron huir y pasarse a la zona republicana.”
El segundo texto se hallaba en el mismo periódico bajo el título de “Noticia editorial”. Era una breve
información sobre los dramáticos avatares que sufrió el manuscrito de la obra antes de su publicación. Y
aquí volvía a aparecer Kantorowicz:
“La trama se basa en un hecho real que ocurrió la tarde del 16 de junio de 1937 en una posición de
la XIII Brigada Internacional en el frente del sur. Alfred Kantorowicz, oficial de información del
Batallón Tschapajev lo ha narrado en su libro “Spanisches Tagebuch” (Berlín / DDR, 1948, pág. 333).
El hecho, ilustrado con fotografías de Hans Schaul, fue recogido en el libro “Tschapajev, el Batallón
de las 21 Naciones, presentado mediante los recuerdos de sus combatientes” redactado también por Alfred
Kantorowicz, Berlín / DDR, 1956.”
El tercer texto de la misma fuente que cita a “Kantor” es un escrito del esposo de Ruth Rewald, el
brigadista Hans Schaul, del 25 de junio del 37. En él, Schaul escribe a su mujer:
“En cuanto vuelva a Madrid te envío más material sobre los niños que se han pasado a nuestro
lado, posiblemente una biografía de cada uno de los muchachos”. Y añade una exhortación apremiante:
“Kantor dice que has de escribir el libro ya, de lo contrario el material lo recibirá Alex Wedding3”.

3
Alex Wedding se llamaba Margarete Bernheim (1905, Salzburgo) y fue una de las más famosas escritoras
para jóvenes de la RDA. Empezó ganándose la vida como mecanógrafa, librera y empleada de banca. En 1928 se
casó con Franz Karl Weisskopf que era también escritor, miembro del KPD y de la Federación de Escritores
Obreros Revolucionarios. Se fueron a vivir a Berlín y en 1931 apareció con el pseudónimo de Alex Wedding su
novela más famosa, reeditada mil veces y llevada dos veces al cine en la RDA: “Ede und Unku”, que narra la
amistad y las aventuras de un chaval berlínés, Ede, y una muchacha gitana, Unku; libro prohibido y quemado por los
nazis en 1933. Ese mismo año el matrimonió tuvo que salir de Alemania, primero residió en Praga y en el 39 en
Nueva York. En 1936 publicó en Londres su segunda novela juvenil: “Das Eismeer ruft” (La llamada del mar de
hielo), la historia de cuatro niños y una niña empeñados en ir al Polo Norte para salvar un barco aprisionado entre
los hielos. En 1949 la pareja volvió a Alemania y poco después el marido fue destinado al servicio diplomático en
Washington DC, luego en Estocolmo y finalmente en China entre el 50 y 52. Alex fue allí traductora y corresponsal
de prensa y escribió varios libros y relatos con personajes orientales. Desde el 53 Alex Wedding vivió en la RDA y
siguió escribiendo novelas y cuentos. Murió en 1966 en Saalfeld, 50 quilómetros al S. de Weimar, en Turingia.
En 1968 la Academia de las Artes de Berlín Este creó el Premio Alex Wedding para literatura juvenil e
infantil en su memoria, el cual actualmente sigue otorgándose cada dos o tres años. (Datos extraídos de Wickipedia)
5
:
Aparte de danos noticias de un hecho relacionado con Kantorowicz que lo sitúa en el frente de
Córdoba, los testimonios anteriores nos informan de que éste durante su estancia en España escribió dos
libros: el “Spanisches Tagebuch” (Diario de España), publicado, editado con algunas ampliaciones
posteriormente como “Spanisches Kriegstagebusch” (Diario de la guerra de España) y “Tschapaiev, el
batallón de las 21 naciones”.
En abril de1938 Kantor volvió a París donde su mujer4 mantuvo a la pareja trabajando como
mecanógrafa y traductora.
Gracias a Thomas Mann y Ernst Hemingway, Alfred recibió alguna ayuda de la Federación de
Escritores de los EE.UU. Al ocupar Francia los alemanes, Kantor y Frieda se trasladaron, como otros
muchos conocidos escritores antifascistas, sucesivamente a varios lugares de la costa S. de Francia, pero
no pudieron evitar ser internados fnalmente en los campos de Cepoy (Valle del Loire, cantón de Chalette
sur Loing) y Les Milles durante un tiempo.
En el 40 la pareja consiguió, sin un dólar, embarcarse en Marsella con la ayuda del Emergency
Rescue Committee y llegar a Nueva York.
Kantor trabajó allí en la sección de noticias del extranjero de la emisora Columbia Broadcasting
System (CBS); su trabajo consistía en escuchar y valorar las noticias de las emisoras consideradas
enemigas.
En 1947 Kantorowicz y su esposa volvieron a la zona soviética de Alemania, se divorciaron,
aunque siguieron trabajando juntos, y al año siguiente él entró en el SED (Partido de Unidad Socialista),
hegémónico en la RDA..
En julio del 47 apareció el primer número de su revista “Ost und West”, con la que quería servir
de puente entre ambas Alemanias publicando a autores de ambas partes, y familiarizar a los alemanes con
ideologías que les habían estado prohibidas durante los 12 años de dictadura fascista.
Su proyecto duró 30 números: las autoridades del SED presionaron y tuvo que dejarlo en diciembre
del 49. A cambio se le otorgó la cátedra de “Nueva literatura alemana” en la Universidad
Humboldt de Berlín y la dirección del Instituto de Germanística y del Archivo
Heinrich Mann de la Academia Alemana de las Artes.
Eran años muy difíciles en la RDA, subdesarrollada económicamente - la URSS se cobró los
daños de guerra causados por el IIIr Reich confiscando bienes de la zona alemana que había quedado bajo
su control, la RDA-, y subordinada políticamente a la URSS bajo el control del estalinismo.

4
Su compañera en esos años, a la que dedica este “Diario de España” era Frieda Ebenhöch, Ausburgo,
1905. Afiliada desde los 17 años a la Ayuda Roja Internacional y desde los 20 al KPD, era una conocida actriz de
teatro y cabaret con el nombre artístico de Friedel Ferrari. Conoció a Kantorowicz en el 32 y, como tantos otros
comunistas, ambos emigraron a Francia en 1933. En agosto de 1937 vino a España y trabajó en el Comisariado
General de las Brigadas en Madrid y Barcelona y también como locutora de Radio Madrid para las emisiones en
alemán. En abril del 38 volvió con Kantor a Francia y colaboró en París con el Comité de Ayuda a los Refugiados
alemanes. En 1940 fue detenida por las autoridades francesas y encarcelada entre mayo y junio. Pudo escapar con
su marido –se habían casado ese año- a Marsella y emigrar con él a los EE.UU. Volvió a la RDA en 1946 con
Kantor; se divorciaron ese mismo año aunque siguieron trabajando juntos. En la RDA fue periodista y trabajó en la
Oficina de Información del Gobierno. Desde 1953 fue corresponsal en el extranjero del Servicio General Alemán de
Noticias y posteriormente corresponsal en Ginebra y en Nueva York ante las organizaciones internacionales.
Murió en 1969. (Dicc. Vols. Alms., ver nota 1)
6
:
Tras unos años de “conformismo” y, como él mismo diría, de
“exilio interior”, los hechos del 17 de junio del 53 en Berlín y la entrada
de los tanques soviéticos en Hungría en el 56 acabaron con su silencio
y le enfrentaron con los gobiernos del bloque socialista y muy
especialmente con el de su propio país. Ante el peligro de una detención
inminente en agosto de 1957 pasó a Berlín Oeste.
En el oeste no le faltaron alabanzas ni problemas. Tuvo que
mantener una larga batalla legal para que se le concediesen sus
documentos de exiliado y los correspondientes derechos de recibir
una pensión. Y se le acusó permanentemente de haber sido un
privilegiado en la RDA y de seguir siendo comunista en unos
momentos en los que el Partido Comunista había sido ya prohibido en
la República Federal. Muchos de sus críticos se preguntaban cómo no
caía del guindo del comunismo de una vez. Pero él nunca renegó de su
militancia y aunque fue siempre crítico respecto a la aplicación del Kantorowic en los años 70

comunismo que hacían los partidos comunistas y los gobiernos del (www.enlacejudio.com)

bloque oriental, especialmente el SED en la RDA, jamás expresó en la zona occidental críticas o
acusaciones sobre hechos o personas que sonaran a traición, especialmente sobre antiguos camaradas
que seguían residiendo por convencimiento o conveniencia en la RDA, como, por ejemplo, antiguos
brigadistas a los que en la República Federal se les hubiese hecho la vida imposible y no hubiesen
cobrado ninguna jubilación.
En el 65 Kantor se volvió a casar por tercera vez –un segundo matrimonio en los 50 fue muy breve-,
con una profesora de diseño de modas llamada Ingrid Schneider.
Desde 1966 Alfred Kantorowicz vivió en Hamburgo escribiendo y publicando. En el 69, al cumplir
los 70 años, recibió un premio del Ministerio Federal para Asuntos Comunes de Alemania. A partir de
ese momento su nombre fue tardía y relativamente rehabilitado en la República Federal. Murió en
Hamburgo en 1979 a los 80 años de edad. Está enterrado en el cementerio de Ohlsdorf de Hamburgo.
Su legado literario y biográfico se encuentra en la Biblioteca del Estado y la Universidad de
Hamburgo.

7
:

Dedicado a la compañera que compartió conmigo

la pobreza del exilio

y la lucha por la libertad en España,

a Friedel, mi mujer,

con agradecimiento y amor.

8
:

ÍNDICE

Algunos datos sobre Alfred Kantorowicz ... pág. 2

Introducción ... pág. 10

I. Diario de Madrid... pág. 17


Reencuentro con Madrid (tras Valencia) .. pág. 70
II. La Brigada olvidada... pág. 81
III. Combates y combatientes de la XIII Brigada... pág. 121
Se incluyen en el texto principal varios capítulos sobre la historia de la XIII Brigada
I) Formación.......................... pág. 132
II) Primer ataque a Teruel... pág. 142
III) En el frente de Málaga... pág. 165
IV) En las montañas de Sierra Nevada... pág. 186
V) Seis semanas en la nieve.. pág. 194
VI) Nuestros españoles......... pág. 199
VII) La batalla de Valsequillo...... pág. 210
VIII) La conquista de Los Blásquez y La Granjuela... pág. 228
IX) El ataque a la Sierra Mulva... pág. 237

IV. Oficial en el Batallón Tschapaiev... pág. 241


V. La batalla de Brunete... pág. 283

Epílogo ... pág. 345


Sobre las ediciones del libro ............... pág. 360
Mapas y fotografías ............................ pág. 362
Fuentes archivísticas y bibliografía .... pág. 362


9
:

INTRODUCCIÓN

La IIª Guerra Mundial empezó verdaderamente el 19 de julio de 1936, cuando Hitler y


Mussolini atacaron abiertamente a la democrática República española. Para ejecutar este acto
político y militar, Hitler y Mussolini se sirvieron de un colaborador llamado Franco. En aquel
tiempo esta maniobra político-estratégica consistente en utilizar a un “Quisling”5 del mismo
país que querían conquistar, era aún una novedad, y hasta la entrada en escena del “Quisling”
original en Noruega, esta utilización de traidores no se reconocería como una nueva arma de
Hitler, la única “arma secreta” que utilizó siempre con éxito.
Aviones italianos transportaron desde las ciudades del Marruecos español hasta las tierras
del Sur de España unidades de moros - armados con armas alemanas y asesorados por oficiales
nazis - y bandas de legionarios recogidos en las tabernas de mil puertos. Y esta tropa avanzó,
asesinando y saqueando, enfrentándose con la improvisada resistencia de la población
desprevenida y desarmada, hasta llegar a los suburbios de Madrid. Allí fueron detenidos el 7 de
noviembre de 1936 por la población madrileña y por los primeros batallones de las Brigadas,
atrincherados tras barricadas levantadas a toda prisa. Madrid resistió casi veintinueve meses,
hasta el 28 de marzo de 1939. Meses en los que sus defensores escribieron uno de los capítulos
más gloriosos e inolvidables de la lucha de un pueblo por la libertad que se pueden encontrar en
la historia universal.
España era un campo de pruebas militar, político y propagandístico para el fascismo
internacional. Hitler y el Estado Mayor de sus generales probaron sobre el campo real de
maniobras de España sus nuevas armas y sus nuevas tácticas, especialmente los efectos de las
bombas sobre la población civil – un método de hacer la guerra que apareció entonces por
primera vez ante los ojos horrorizados del mundo y que después fue miles de veces utilizado
contra la misma Alemania -.
Una razón esencial para la escenificación del ataque fue la intimidación política.
Precisamente allí en España, donde la población poco tiempo antes había votado
mayoritariamente contra el fascismo, había que imponer un castigo terrible para escarmentar y
asustar a todos aquellos que se atreviesen a resistirse al caos social y moral previsto por los
nazis para Europa, que ellos denominaban “nuevo orden”.
Todo esto, encubierto por los gritos que clamaban por la salvación de la civilización
cristiana ante el bolchevismo. La misma consigna que estamos oyendo desde hace, por lo

5
Vidkun Quisling (1887-1945) fue un político noruego, presidente del llamado “gobierno nacional” durante
la ocupación nazi –mientras existía otro gobierno noruego en el exilio-, colaborador de Hitler en Noruega. Fusilado
en 1945 por malversación de fondos, asesinato y alta traición. La palabra “quisling” era sinónimo en inglés y en
alemán de “traidor”, de “aquel que colabora con los invasores”.
10
:

menos, tres décadas, y que hoy mismo seguimos escuchando. Y allí donde resuena este grito
precursor del fascismo, viene detrás la opresión de los pueblos. El envenenamiento del mundo
por esa gran mentira que convierte un hecho en su contrario, fue el resultado nefasto y bien
conseguido de la campaña propagandística y militar del nazismo en España: ninguna de sus
armas tuvo tanto éxito como esa. Aún hoy en día encontramos a mucha gente en Alemania y en
otras partes del mundo que se sigue creyendo la gran mentira hitleriana: que el único problema
que había entonces en España era el peligro de una insurrección comunista o anarquista.
¿Cuáles fueron los hechos?
En febrero de 1936 tuvieron lugar en España bajo el mandato de un Gobierno legalmente
constituido, unas elecciones generales. La mayor parte de la prensa, la aristocracia, el alto clero,
los magnates financieros, los grandes terratenientes y todas las fuerzas dominantes del Estado,
eran de derechas, pero en estas elecciones libres el pueblo español votó a la izquierda. Envió así
a las Cortes a una notable mayoría de diputados demócratas y socialistas. Por pura democracia se
tuvo que formar un Gobierno liberal moderado que prometió algunas tímidas reformas sociales e
intentó llevarlas adelante. Ese suceso, unas elecciones democráticas que no llevaron al poder a
una izquierda radical, sino a un centro izquierda moderado, fue descrito por los nazis y sus
allegados de todo el mundo como el inicio de una revolución.
Fue contra este Gobierno moderado de izquierda liberal (en el que no había ningún
comunista e incluso la influencia de los socialistas no era muy grande) contra el que los
“quislings” españoles a las órdenes de Hitler con sus bandas de matones, iniciaron la guerra.
Esto fue lo que ocurrió: ante dios y ante el mundo. Y esto es tan cierto como que se comete una
blasfemia - tal como la entienden los creyentes cristianos - cada vez que el aprendiz de Hitler,
ese Franco comandante de los criminales legionarios extranjeros, utiliza para su beneficio el
nombre de quien defendió a los pobres y los oprimidos y murió por ellos en la cruz.
Aquellos que luchaban por la humanidad y morían a miles por la salvación de los pobres y
oprimidos - aunque no siempre exactamente en el mismo sentido en el que lo predica el
cristianismo -, estaban precisamente en el otro bando, en el de la justicia, la humanidad y la
libertad. Eran las masas de los campesinos y trabajadores españoles que se tenían que enfrentar,
frecuentemente con las manos desnudas, a los malditos criminales apoyados por Hitler. Con
campesinos y trabajadores se mezclaron voluntarios de todos los países del mundo, en conjunto
sólo unos 18.000, apenas un puñado comparados con los ejércitos enviados a España por Hitler
y Mussolini ante los ojos del Comité de No Intervención de Londres. Pero estos 18.000
hombres selectos eran la vanguardia de las fuerzas de la libertad de todo el mundo. Llevaban
consigo la chispa de la libertad a través de la noche de los años pasados, desde dónde venían

11
:

hacia donde iban... – Ah, pero aún es sólo una minoría la que percibe que una chispa se
convierte en llama-.
Hoy, y desde hace tiempo, ya sabemos que su lucha, su sacrificio, sus miles de muertos
sobre los campos de batalla de España, en los campos de concentración y en los centros de
tortura de Europa y de África, no han sido vanos. Su ejemplo ha ayudado a sacudir el mundo y
muchos de los que han sobrevivido se han convertido en los elegidos por sus pueblos. Son una
gran hermandad y la mayor dignidad de un hombre es haber permanecido digno en sus filas y
haber sido fiel a la herencia de sus muertos, a pesar de la misma muerte y de todos los demonios,
campos de concentración y cámaras de tortura, destierros y prohibiciones. Ellos son los “héroes
de la fe” de nuestro tiempo.

El 14 de octubre de 1936, tres meses después del ataque de Hitler contra España, se fundó
en Albacete la Base de las Brigadas Internacionales. Unos cuantos grupitos de voluntarios
llamados centurias, formados por antifascistas extranjeros que ya residían en España, fueron
reunidos, reorganizados y reforzados con voluntarios recién llegados que iban atravesando los
Pirineos como una delgada corriente. El primer batallón de las Brigadas Internacionales se dio el
nombre del indomable antifascista alemán Edgar André, asesinado poco antes por los verdugos
de Himmler. El batallón, tras una corta formación, fue enviado a Madrid en un momento
decisivo y consiguió parar a las hordas franquistas en la Casa de Campo, delante de la ciudad,
con un par de viejas ametralladoras y con granadas de mano fabricadas con botellas y latas de
conserva.
Un segundo batallón, que se dio el nombre del pionero de los antifascistas alemanes, Ernst
Thälmann, siguió al primero y con un tercer batallón, el francés Comuna de París, constituyó la
primera Brigada Internacional, la XI Brigada, dentro del marco del ejército popular español.
Los primeros jefes de estos batallones fueron el antiguo capitán alemán Arnold Vieth von
Golssenau – más conocido por su nombre de escritor, Ludwig Renn-, Hans Kahle –llamado
familiarmente Hans- que se reveló como un jefe militar extraordinario, y el teniente coronel
francés Dumont.6 El primer comisario de guerra de la Brigada fue Hans Beimler, que después de

6
La descriipción de los primeros batallones de la XI no es del todo exacta: la formaron los batallones André,
Comuna de París y Dombrowski, que llegaro a defender Madrid el 8 de noviembre, y el Garibaldi que se quedó en
Albacete y fue el origen de la XII Brigada en la que, entre otros, estaba el Batallón Thälmann. Este llegó a Madrid
poco después con la XII Brigada y no se encuadró en la XI hasta el 30 de noviembre mientras el Dombrowski
pasaba a la XII.
Kantorowicz cita a los primeros jefes de los batallones pero no al primer jefe de la XI Brigada, Manfred
Stern, llamado en España general Kleber. Este militar ucraniado de familia judío alemana, alcanzó fama en la
defensa de Madrid con la XI y luego fue nombrado jefe de 45 División -con la cual tuvo menos éxito en Huesca,
Brunete, Zaragoza y Belchite por lo que fue relevado del mando a principios del 38-. Volvió a la URSS al retirarse
de España las Brigadas en octubre de ese año. Allí fue víctima de las purgas de Stalin como tantos otros viejos
comunistas y combatientes de España: bajo tortura confesó todo tipo de traiciones y se le condenó a 15 años de
12
:

haber estado muy cerca de la muerte en Dachau, tras su arriesgada huida, volvió a emprender su
larga y justa lucha sobre el suelo español y fue de los primeros en encontrar una muerte heroica
en las trincheras, delante de Madrid.
Una segunda Brigada Internacional, la XII Brigada, formada por polacos, húngaros,
italianos, españoles..., fue enviada al frente pocas semanas después bajo el mando del oficial y
escritor húngaro Mate Zalka, llamado general Lucacz. Una tercera, la XIII Brigada, combatió en
Teruel, Málaga, en las montañas de Sierra Nevada, ante Granada y en la Sierra de Córdoba, en
Pozoblanco y Peñarroya, bajo el mando de un alemán, conocido como General Gómez, antes de
que ésta se reuniese con las otras brigadas en el verano del 37 en la batalla de Brunete cerca de
Madrid. Otras dos Brigadas internacionales se formaron a lo largo de 1937: la XIV Brigada,
francesa, y la XV, angloamericana. Hubo un batallón italiano, el Garibaldi, que hizo huir a las
Divisiones fascistas de Mussolini en Guadalajara; también un batallón polaco, el Dombrowski, y
una compañía polaca, la Mickiewicz, que tomaron sus nombres de heroicos luchadores por la
libertad de Polonia. También un batallón húngaro, el Rakosi, y una batería húngara, la Anna
Pauker; otro batallón francés llamado Henri Vuillemin –por el joven antifascista francés que el 6
de febrero de 1934 fue asesinado por los nazis en Francia-; un batallón austriaco el “12 de
febrero” y una compañía de ametralladoras austriaca llamada Georg Weissel; una batería
escandinava, la Batería Olsson; un pelotón checo llamado Gottwaldowa Ceta; el batallón inglés
Attlee; el Batallón Dimitroff de yugoslavos y búlgaros; el americano Lincoln-Washington y
otros batallones y unidades famosas, entre ellos el llamado Batallón de las 21 nacionalidades, el
Tschapaiev, que mandaba el suizo Otto Brunner.
Vinieron de las cárceles de la Gestapo en Alemania, del destierro en las islas Lípari, de las
celdas rumanas y búlgaras, de los campos de concentración de Polonia y del exilio en infinidad
de países. Se habían fundido y templado en los infiernos de las redadas fascistas, habían sido
cazados por sus perseguidores, calumniados por los peores calumniadores, despreciados por los
más despreciables, escupidos por los infames. Conocían el hambre, las privaciones, la tortura
psicológica que supone vivir en la ilegalidad. Eran los veteranos de la lucha antifascista y habían
confluido allí en España, para luchar con las armas en la mano contra el enemigo mortal de la
humanidad.
Tenían diferentes nacionalidades y colores de piel. Pertenecían a partidos políticos
diferentes. Había entre ellos católicos, protestantes, judíos, presbiterianos, mahometanos,
ortodoxos griegos, librepensadores, demócratas, comunistas, liberales, socialdemócratas,

destierro y trabajos forzado en Siberia donde murió en 1954. El motivo de que no aparezca citado este y otros
personajes importantes de las Brigadas, algunos de ellos amigos de Kantor, es la censura a la que fue sometida la
primera edición del libro en la RDA en 1951, que es la que aquí se traduce. En la página 359 se trata el tema de las
diferentes versiones de este libro.
13
:

socialistas independientes y antifascistas sin partido; entre ellos se encontraban incluso antiguos
nazis y fascistas que habían abierto los ojos y cambiado radicalmente y querían ahora reparar sus
errores. Y no pocos eran honestos conservadores burgueses que querían defender lo mejor de su
herencia cultural burguesa contra el furor destructivo del fascismo.
Había obreros, campesinos, artesanos, soldados profesionales, marineros, mineros,
profesores, estudiantes, comerciantes, abogados, escritores e intelectuales de distintos ramos del
conocimiento. Chavales de dieciséis y diecisiete años se batían junto a padres de familia de más
de cincuenta. El judío polaco luchaba hombro con hombro con el campesino alemán, el
fervoroso católico irlandés junto al comunista búlgaro, el profesor vienés al lado del jornalero
español que no había podido aprender a leer ni a escribir, el escritor francés famoso mano a
mano con el vaquero de un rancho chileno, el italiano con el abisinio, el inglés con el hindú, el
judío polinésico con el mahometano árabe, el negro junto al granjero de Georgia.
Esto no es un cliché preparado para cuando convenga. Era una realidad evidente. La
brigada en la que yo serví, la XIII, abarcaba veinticinco nacionalidades, y lo que en otros
ejércitos hubiese provocado una explosión, las diferencias de nacionalidades, razas, lenguas,
costumbres... en el combate español por la libertad se convirtió en fuente de fuerza y sirvió para
crear el más profundo sentimiento de unidad.

Entre los 18.000 voluntarios de las Brigadas Internacionales7, se encontraban unos 5.000
alemanes y austriacos. Según las últimas estimaciones, hoy (1951) deben quedar vivos apenas
una décima parte, muchos de ellos enfermos o inválidos a causa de sus heridas 8. De los 5.000
unos 3.000 se quedaron en tierra española, unos 2.000, muchos de ellos inválidos o enfermos,
estaban aún vivos cuando a finales del verano del 38 fueron disueltas las Brigadas
Internacionales por orden del llamado Comité de No Intervención de Londres -que cerraba los
7
Las cifras que da Kantorowicz en 1951 no son correctas, lo cual es comprensible y no altera el valor
testimonial de su libro. Cifras oficiales de la Comisión Militar del Frente Popular calculaban que a finales del 37
habían venido a España unos 28.000 voluntarios extranjeros y en octubre del 38, cuando son retirados del ejército
republicano, el número de los que habían combatido a lo largo de la guerra era de 32.000. El mismo general Walter
en un trabajo de habilitación decía que habían sido 42.000. Andreu Castells daba en 1974 una cifra de entre 45.000
y 60.00, de los cuales 4.000 alemanes. Gabriel Jackson también en el 74 citaba una cifra de 35.000. Hugh Thomas
se inclinaba por los 40.000. Angela Jackson en el 2008 daba como número aproximado 35.000. Moritz Krawinski
en su libro de 2009 sobre la batalla del Jarama aceptaba el dato de 35.000 que daba Remi Skolensk, de ellos unos
2.200 alemanes. El Archivo de la Brigada Abraham Lincoln de la Universidad de Nueva York da una cifra de
35.000 combatientes. Peter Rau en 2012 dice que entre noviembre del 36 y abril del 38 fueron a Albacete 51.984
voluntarios, sin duda no todos combatientes, de ellos unos 3.000 alemanes, aunque Rau puntualiza que en las
Brigadas propiamente sólo combatieron unos 2.000, 200 lo hicieron en unidades anarquistas, 50 en unidades del
POUM y un número indeterminado en unidades españolas.
8
Según datos de la Comisión Médica de los Servicios Sanitarios de las Brigadas extraído del “Informe del
Servicio Sanitario Internacional” redactado por Gustav Gundelach (Archivo Federal de Berlín Lichterfelde, SgY
11/V237/4/49), en el periodo que va entre el 1 de agosto y el 31 de diciembre de 1937 se declararon inválidos 1.110
combatientes, de ellos 814 (73%) eran internacionales. Andreu Castells daba un número de brigadistas caídos de
entre 15.000 y 10.000; Julián Casanova da el dato de 10.000. En cualquier caso el porcentaje de sus bajas –muertos
y heridos- es mayor que el porcentaje de las de los españoles ya que los internacionales fueron fuerzas de choque.
14
:

ojos ante la existencia de cuerpos de ejército enteros de fascistas italianos y de abundantes


escuadrillas de aviones alemanes que combatían al lado de Franco, pero en cambio veía como
“un peligro para la paz mundial” a cada uno de los voluntarios internacionales que ponía su
vida al servicio del Gobierno legal de la República española-.
Los 2.000 supervivientes atravesaron a finales del otoño del 38 la frontera de los Pirineos.
Permanecieron largo tiempo en los campos pirenaicos. Una parte de ellos fue después enviada
por el Gobierno de Vichy a realizar trabajos forzados en el desierto africano. Aproximadamente
entre 800 y 1.000 encontraron la muerte debido a las inhumanas condiciones de los campos o del
desierto. Algunos centenares, tras la capitulación de Francia ante los nazis, fueron entregados a
la Gestapo. Unas pocas docenas se escaparon con ayuda de la resistencia francesa en cuya lucha
tomaron parte destacada. Unos 200 fueron liberados por los aliados cuando estos
desembarcaron en el norte de África. Una parte de estos fue invitada a marchar a la Unión
Soviética y se recuperaron en casas de reposo de Crimea y el Cáucaso 9. Fue la primera vez que
se les recibió como merecían. La Unión Soviética, a pesar de las dificultades de la guerra, envió
un tren especial con buenos vagones a la frontera para recogerlos, y les recibió como héroes.
Unas pocas docenas, tras la invasión de Francia, marcharon por diferentes caminos a
Méjico, Inglaterra, los Estados Unidos, Latinoamérica. Algunos médicos internacionales de las
Brigadas sirvieron en China.
A los supervivientes no se les permitió el descanso. Su tarea no se había terminado. La
Segunda Guerra Mundial, iniciada con la intervención de los nazis y los fascistas en España, ha
terminado militarmente con la derrota total de los fanfarrones-conquistadores-del-mundo, pero
su ideología no ha sido aniquilada. Las raíces del nazismo y del fascismo no han sido aún
arrancadas de la tierra, ni en Alemania, ni en ninguna otra parte del mundo. Franco, el
lugarteniente de Hitler, sigue sojuzgando al valiente pueblo español por cuya libertad tantos de
nuestros mejores hombres dieron su vida. Sería para reír si no fuese para vomitar que Franco,
esta criatura parida por la gracia de Hitler y de Himmler, intente hoy presentarse como
“demócrata” y como “defensor de la cristiandad”, ese perro sanguinario anticristiano con sus
esbirros de la Gestapo y la legión.
Precisamente en España tenemos el repugnante modelo de la supervivencia del fascismo en
el mundo. Esto nos exhorta a seguir nuestra lucha. Por nuestra parte hemos tenido buen cuidado
de que en nuestra patria, Alemania, no se constituya ni una sola nueva célula en la que germine

9
Contrariamente a lo que da a entender Kantorowicz , Stalin se mostró sumamente mezquino en cuanto a la
suerte de los brigadistas al salir estos de España. Aparte de represaliar a bastantes de ellos al llegar a la URSS,
permitió la entrada sólo de los que le interesaron por su preparación y fidelidad. Lo mismo ocurrió en otros países
del bloque socialista a excepción de la Yugoslavia de Tito. (Ver “Las Brigadas Internacionales: nuevas perspectivas
en la historia de la Guerra Civil y del exilio”, Josep Sánchez Cervelló y Sebastián Agudo –coords.-, Publicaciones
URV –Universidad Rovira y Virgili-, Tarragona, 2015, pp.246 ss.)
15
:

el fascismo. La lucha sigue y a nosotros, combatientes de España, se nos encontrará siempre en


la vanguardia del combate por construir una nueva Alemania, habitable para todas las personas
de buena voluntad, una Alemania de justicia social y cultura humanista que impida una nueva
caída en la barbarie.

16
:

Diario de Madrid

17
:
Madrid, 20 de diciembre de 193610
Durante tres días la meseta castellana ha estado cubierta de densa niebla. Por las calles de Madrid
se andaba casi a tientas, a dos metros de distancia desaparecían todos los contornos. La calma reinaba en
todos los frentes en torno a la ciudad.
Ayer por la mañana se aligeraron los pesados girones de niebla. Yo andaba despistado y perdido en
medio del jaleo del cuartel principal del Quinto Regimiento en la calle Velázquez, sin haber sido aún
encuadrado ni inscrito. Nadie tenía tiempo para mí y ya empezaba a pensar con cierta vergüenza que
estaba estorbando, cuando oí como Nicoletti, el comisario de la XI Brigada, le preguntaba a su ayudante
Kurt11 quién era yo y qué hacía allí.
Yo tenía mil preguntas que hacer y, aunque frenado por el respeto, estaba ansioso por poder hacer
algo, por poder ayudar. Si en ese momento alguien me hubiese mandado llevar cajas de municiones
sobre la espalda a la Casa de Campo, lo hubiera hecho corriendo y eso me habría librado de mi tensión.
Entonces Kurt me gritó por encima de la cabeza de veinte milicianos: “¡En cinco minutos nos vamos al
frente!”
En el coche empecé a preguntar: “¿Cómo se llama esta unidad de diez mil hombres? ¿Quinto
Regimiento?” Kurt me explicó cómo los cuatro regimientos estacionados en Madrid al estallar la rebelión
se habían puesto al lado de Franco. Entonces las organizaciones antifascistas de la capital llamaron a
formar un regimiento nuevo, el “Quinto Regimiento”, que desde los primeros días de la defensa reunió a
miles de voluntarios y los pudo hacer entrar en combate. Al proseguir la lucha, el “Quinto Regimiento” se
convirtió en el centro de la defensa militar de Madrid, en el organizador de diez mil milicianos. El
término “Quinto Regimiento” no denominaba propiamente una unidad militar: se había convertido en un
símbolo, semillero y escuela del joven ejército popular de voluntarios.
Cuando atravesábamos el suburbio obrero de Cuatro Caminos observamos un grupo de hombres y
mujeres que estaba en medio del camino alrededor de un cuerpo humano tendido sobre los adoquines.
Kurt paró. Se trataba del cuerpo de una mujer mayor. El conductor averiguó por los que se encontraban
allí que alguien la había encontrado muerta al borde de la acera esa misma mañana, cuando la niebla se
disipó. Le habían disparado por la espalda, un tiro le entró en un pulmón, otro le atravesó el cuello. La
mujer es una funcionaria socialista bien conocida en el barrio, nos dijo uno de los vecinos. La ha matado
la “quinta columna”. Se está esperando la llegada del furgón funerario que se la tiene que llevar. El
suceso se discute con desapasionado interés. La muerte en público no produce ya aquí ninguna impresión.
Las calles de Madrid forman parte del frente, el combate irrumpe también en ellas y se sabe que el
asesinato alevoso es una de las armas preferidas de los fascistas
Mientras seguimos el viaje, Kurt me explica que la “quinta columna” es el grupo de colaboradores
de los fascistas escondidos en la retaguardia republicana: oficiales traidores, falangistas, aristócratas,
canallas mercenarios, espías, saboteadores, terroristas, delincuentes profesionales, todos ellos
coordinados por algunos fanáticos. Muchos de ellos han encontrado refugio en embajadas extranjeras. Por
10
Las fechas se traducen exactamente tal como Kantorowicz las escribe: unas veces cita el lugar y otras no.
11
Este Kurt aparece muchísimas veces en las páginas siguientes, pero hasta la pág.57 no hay ningún dato que
permita identificarlo como Kurt Stern (ver nota 32).
18
:
las noches salen a matar e intentan, afortunadamente en vano, sembrar el pánico a fuerza de tiroteos y
emboscadas. Los mercenarios de Franco atacan Madrid en cuatro columnas. Su quinta columna de
traidores, saboteadores y provocadores escondidos a las espaldas del pueblo combatiente, es peligrosa
precisamente a causa de las buenas cualidades propias del pueblo antifascista español: su buena fe, su
confianza ingenua, su caballerosidad frente al enemigo. El gansterismo público y el crimen alevoso de la
“quinta columna” en los últimos tiempos se habían vuelto raros, pero se aconsejaba tener siempre el
revolver a mano si se volvía de noche en automóvil desde el frente. La actividad encubierta de
provocadores y traidores se ha ido organizado amenazadoramente y es tan difícil descubrirla y anularla
del todo que sus dirigentes y juramentados aún hoy ocupan puestos de responsabilidad dentro del aparato
administrativo republicano y posiblemente también detentan cargos militares.
En todos los cruces de carreteras hay puestos de guardia dobles. El control es estricto. Kurt grita
desde el coche: “¡Brigada Internacional!” y estas palabras resultan aquí mágicas, un pasaporte, un
“ábrete-sésamo”. Es un honor y un placer para este batallón de voluntarios italianos, alemanes, franceses,
polacos, ingleses, checos, húngaros, yugoslavos, que nos llena de orgullo y alegría. Poder decir “Soy de
la XI Brigada Internacional” es hoy en Madrid una legitimación superior a cualquier rango, un honor y
una distinción que sólo la gente puede otorgar. Me consumía de impaciencia por llevar uniforme y
pertenecer a la brigada. Tras el día anterior, en el que tuve mi bautizo de fuego –que lo fue en
abundancia-, tal vez tengo ya un poquito de derecho a ser considerado como de la brigada.
Cuando a las nueve y media de la mañana llegamos a Fuencarral, a la Batería Thälmann que
pertenece a la XII Brigada, la niebla se había disipado por completo. Aunque estábamos sólo de paso,
salimos del vehículo y aún hubo tiempo para reconocer un par de caras de camaradas alemanes y para
estrechas unas cuantas manos. “¡Vamos allá!” me dijo Wilhelm, palmeándome la espalda mientras me
miraba radiante. Le había visto por última vez en París como vendedor de nuestra prensa antifascista,
vivía con un par de francos al día. Ahora parecía otro de la cabeza a los pies. Llevaba ya dos estrellas en
la chaqueta, era oficial y me explicó enseguida que durante la guerra fue artillero en un crucero auxiliar
alemán y que “el que sabe, sabe”. Sus hombros casi no cabían en el uniforme y el optimismo le hacía
volar el corazón.
Los de la Batería Thälmann no nos dejaron seguir sin habernos invitado. Café fuerte y pan con
mantequilla. Y en la sobremesa, cigarrillos Luckys. Charlamos de una cosa y otra, nos reímos: “Vaya...
la XII se lo monta bien...”, bromeó Kurt. Y Wilhelm le soltó: “¡La mejor brigada, el mejor forraje!”.
Ya eran las 10 cuando nos marchamos. Viajamos a través del día radiante, soleado, limpio. Sobre la
colina “Buena Vista” (sic) Kurt se paró medio minuto. Tras nosotros se extendía Madrid, la ciudad
blanca y las ruinas del Hospital Universitario y de las Facultades de la Ciudad Universitaria aún en pie.
Ante nosotros se recortaba bajo el esplendor de un cielo sin nubes la nevada Sierra de Guadarrama.
Todo estaba silencioso, como si reinase la paz.
A las 11 estamos en Las Rozas. Allí, en unas villas o casas de campo, se encuentran los Estados
Mayores de la XI y la XII Brigadas, muy cerca uno del otro; es fácil reconocerlos por el movimiento de
coches, camiones y motocicletas.
19
:
En el Estado Mayor de la XI también hay viejos amigos. Su comandante es Hans (Kahle N.d.T.).
Nos saluda alegremente, se frota las manos y ríe. “¡Refuerzos!”, grita, y enseguida se nos juntan unos
cuantos camaradas que conozco. Estoy en medio del grupo, las manos me palmean los hombros y yo no
sé si quedarme allí parado o abrazarlos. Me siento muy tímido pues estos camaradas, que ahora son de
carne y hueso, hace un par de semanas, cuando salí de París, eran para mí y para todos los que allí se
quedaron, seres míticos. Se habían convertido en infinitamente lejanos y al mismo tiempo infinitamente
familiares, como héroes de libros de cuentos. Me sorprende que los viejos y conocidos amigos sean ahora
más alegres, más fuertes, más enérgicos de lo que yo los había conocido en París. Yo estoy a mucha
distancia de ellos. ¿Se puede abrazar a un héroe de leyenda?
Después entra también Max. En París se ocupaba de ordenar las oficinas, llevar paquetes a correos,
hacer de recadero. Ahora lleva una cinta en la chaqueta y es oficial de información. Le transmite a Hans
un mensaje y me estrecha la mano en silencio, cordial y serio, como yo lo recuerdo. Es de pocas
palabras. “¡Qué bien que estés aquí!”, dice tímidamente. Me siento orgulloso, feliz y emocionado. Su
mujer me ha dado saludos para él y se los transmito.
Hans acababa de leer el mensaje. De pronto se levantó. Y en el mismo momento oímos la
artillería. Los fascistas habían empezado su potente intento de ruptura de la línea Boadilla –
Majadahonda.
El teléfono de campaña sonaba sin cesar. Hans enviaba enlace tras enlace a los batallones. Un
camarada de media altura y anchos hombros entró en la habitación. Kurt me dijo en voz baja “Es el
general Lucacz”12. Éste se puso a discutir enérgicamente sobre algo con Hans. Delante tenían un mapa
extendido sobre la mesa. Yo no entendía nada de lo que hablaban y me quedé en un segundo plano para
no molestar.
Kurt debía pensar lo mismo, o sea que en este momento nosotros allí sobrábamos. Así que me
llevó al piso de arriba de la casa, a la habitación de trabajo del comisario, un cuarto con una biblioteca de
campaña, una multicopista, una máquina de escribir, periódicos y papeles en abundancia.
Kurt me explicó entonces el motivo del enfado de los dos jefes de brigada. Es que ha desaparecido
un batallón. “¿Desaparecido?”, pregunto yo. “Sí, desaparecido, ¡y precisamente del lugar contra el que se
dirige el principal ataque de los fascistas!”. Un batallón de carabineros preparado para ser utilizado como
primera fuerza de reserva. Ayer se posicionaron donde debían estar. Ahora se han largado. Se los busca
por todas partes. Si la delgada primera línea cede, su falta puede traer graves consecuencias.

12
El general Lucacz o Lukacz, llamado en realidad Mate Zalka, fue el jefe de la XII Brigada desde su
fundación hasta su muerte el 11 de junio de 1937 en el frente de Huesca. Nació en 1896, en Hungría, participó en le
Iª Guerra Mundial en el ejército austrohúngaro y fue herido y apresado por los rusos en el 16. Durante su cautiverio
entró en contacto con el comunismo y cuando en 1919 consiguió escaparse de la cárcel se unió al Ejército Rojo en la
guerra civil rusa. Después vivió en Moscú, se casó, tuvo una hija y se dedicó a escribir en ruso y húngaro; fue
también director de teatro. En 1936 fue enviado a España y de inmediato nombrado jefe de la XII Brigada. Con ella
combatió en Madrid y Guadalajara. En el verano del 37 fue enviado al mando de varias unidades, embrión de la 45
División Internacional, al frente de Huesca. El 11 de junio del 37 un obús alcanzó su vehículo y murió
instantáneamente. Su funeral de honor tuvo lugar en Valencia. Mucho después, durante la llamada transición
española en los años 70, su familia trasladó sus restos a Hungría.(Wikipedia)
20
:
Kurt dice: “¿A que tú, viejo soldado de la Gran Guerra, no te habías imaginado la guerra así?” Le
respondo: “Pero, a pesar de todo, hasta ahora habéis aguantado.” Y él reafirma con el inquebrantable
optimismo que caracteriza a todos los que están aquí: “Sin miedo, viejo Kantor. Seguiremos
manteniéndonos. ¡No pasarán! Si la XI no se hunde de pronto bajo tierra, Franco no verá nunca más la
Puerta del Sol a no ser con sus prismáticos.”
Ahora deberíamos ocuparnos de nuestra tarea consistente en organizar para los batallones un
servicio de noticias a partir de la prensa y de la radio española y europea; unas cuatro o cinco páginas
escritas a máquina a un espacio que sirvan como base para la Sección de Noticias del periódico del
batallón. Así que nos ponemos a clasificar animosamente. Pero es muy difícil concentrarse en un trabajo
burocrático en los momentos de combates decisivos. Kurt se siente impulsado hacia delante, hacia los
batallones. “En días como este –dice- el lugar del comisario está en la línea de fuego.”
Volvemos a bajar. Las noticias que han llegado hasta ese momento prueban con cuánta furia se
desarrolla el ataque fascista. Nuestro frente ha cedido en algunos puntos, los fascistas, casi sin luchar,
han penetrado bastante a fondo. Están a tres quilómetros de Majadahonda. Su meta es Las Rozas. Por allí
pasa la carretera hacia El Escorial. Si la cortan, el abastecimiento de las milicias que están en el
Guadarrama será difícil. (ver mapa, pág. 22)
Hans demuestra su inquebrantable confianza. - Si el Batallón Thälmann puede mantener el bosque
de Boadilla –dice- los fascistas no conquistarán Majadahonda que está defendida por el Batallón André,
ya que no pueden rodearla.
También el batallón francés “Comuna de París”, relevado la noche anterior después del duro
combate con muchas bajas que tuvo lugar en Boadilla el 16 de diciembre, está de nuevo en marcha. Un
batallón español de la Brigada de El Campesino se mantiene muy bien en el ala derecha y precisamente
en estos momentos el batallón polaco-húngaro “Dombrowski” y el “Garibaldi” de la Brigada de Lucacz
deben entrar en combate. Tan pronto como se aclare la situación, Hans enviará a Robert, el oficial de
comunicación, a un batallón catalán que se encuentra de reserva en algún lugar en los alrededores de
Villafranca del Castillo13; este batallón ha de ceder dos compañías para el contraataque que Robert
llevará adelante.
Kurt pregunta si él no podría acompañar a Robert. Hans dice que no tiene que darle órdenes al
comisario. Entonces le pido a Kurt si podría ir con él. Duda. Le pregunto si acaso me considera
especialmente valioso porque aún no llevo uniforme. Me contesta: - Pregúntale a Hans.
Hans me mira socarrón y me suelta: - ¿Tú sabes disparar?. Le contesto -Tras dos años de guerra a
uno no se le olvida tan fácilmente. . Entonces le dice a Kurt: - ¡Búscale a Kanto un fusil y una cartuchera!
Al salir tropezamos en la puerta con el general Lucacz, el jefe de la XII Brigada. Grita
enérgicamente:
- ¡Primeras noticias del Dombrowski! ¡Pueden cederle una compañía al André!

13
Villafranca del Castillo es un lugar al pie del castillo de Aulencia entre Villanueva de la Cañada, a cuyo
término municipal pertenece, y Majadahonda. Hoy es una zona residencial.
21
:

EE. MM.
XI y XII Brs.

ANDRÉ

BT. CATALÁN

THÄLMANN

(iberpix) Lugares que aparecen en el texto: 2ª fase de los combates de la carretera de La Coruña, 14 - 24 de diciembre 37
Frente aproximado Líneas de ataque fascistas Concentración de ataques

Hans esperaba que no fuese necesario pues el Comuna de París estaba ya en marcha. Le preocupa
más la posición difícil y aislada del Thälmann en el bosque de Boadilla.
Lucacz me dio la mano: “Ya me han dicho que estás aquí. Contigo tengo que hablar de tu artículo
“Literatura de guerra”, de la Colección.” Me hablaba como si me conociese desde hacía años y se
hubiese separado de mí el día antes. Sin embargo yo no lo había visto nunca antes y su nombre estaba
ligado para mí especialmente a la mítica defensa de Madrid. Su apretón de manos era amistoso y firme y
sus ojos miraban vivaces y cordiales.
Kurt me consiguió un fusil y una vieja cinturón con dos raídas y rotas cartucheras amarillas. Como
el cinturón me venía muy ancho me lo ajusté sobre el abrigo que, a pesar del frío, me habría gustado
poderme quitar. Esperábamos a Robert.
Sería más o menos la 1 del mediodía cuando aparecieron los tres pesados Junkers. Estábamos
delante de la casa, al sol. Venían hacia nosotros en línea recta. Los que no estaban ocupados dentro de la
casa, salieron corriendo a mirarlos. Para los camaradas se trataba de viejos conocidos. Volaban a bastante
22
:
altura, yo calculé a unos 2.000 metros. Me parecía que estaban aún bastante lejos cuando empezaron a
caer las bombas de manera sorprendente para mí: ¡Schrumm! cincuenta metros ante la casa, sobre la
blanda tierra de los campos... Schumm, schrumm, schrumm, en el jardín detrás de la casa. Debían haber
sido un par de bombas sin estallar. Una criatura venía corriendo por el campo. Tenía sangre en la cara.
Pero sólo era una pequeña esquirla lo que le había herido; la criatura gritaba más por el susto que por el
dolor. Era una niña de unos diez años. Las bombas caían ya lejos. Llevamos a la chiquita a la casa.
Alguien grito desde fuera: - ¡Vuelven! - refiriéndose a los Junkers.
Esta vez la situación parecía más seria. Schrumm, schrumm, schrumm...: treinta metros, cincuenta
metros, veinte metros. La casa tiembla, schrumm, schrumm, schrumm, el segundo Junker descarga sus
bombas, schrumm, schrumm, schrumm... ¿es ya la tercera carga o viene aún alguna más? La casa baila,
estamos apoyados contra las paredes, ¿cuándo nos acertará? Uno grita - ¡Estos no pararán hoy!
Nos metemos corriendo unos veinte hombres en una pequeña habitación. Alguien entra corriendo,
la puerta se cierra ruidosamente. Un miliciano muy joven tiembla junto a mí. Un oficial de Estado Mayor,
pálido, grita muy nervioso: - Que es sólo la puerta! - y la abre bruscamente dando un portazo que supera
el estallido de las bombas. El joven miliciano empieza a llorar.
Después todo ha pasado.

Se han hecho casi las tres cuando nos vamos. Tras un par de quilómetros estamos en la zona de
fuego. Los disparos de la artillería cubren la carretera.
El coche da saltos sobre el campo. Kurt para. Seguimos a pie. Tenemos que atravesar un río, el
Guadarrama; en el centro de la corriente en esta época del año el agua nos llega apenas a las rodillas. De
pronto tengo que echarme a reír. Me he reflejado en el agua y mi aspecto es grotesco. El abrigo que llevo
lo cosió hace doce años un sastre de Capri y no para mí sino para el filósofo alemán Ernst Bloch, que
tenía una talla el doble de grande que la mía. Me lo dio en 1924 en Positano, en el Sur de Italia, cuando se
fue a África. Este abrigo tiene un agujero enorme y casi cuadrado para el cuello por el cual se asoma el
traje negro que compré hace lo menos quince años como smoking, convertido desde hace tres, durante la
emigración, en un traje de calle. Desde entonces cuando me lo pongo parezco el maestrillo de una aldea
en un entierro. Y encima, fusil y cartuchera y con zapatos de Paris y medias hasta la rodilla chapoteando
en el agua helada. Un aspecto muy ridículo, por lo menos para mí. Kurt, al que le tuve que explicar por
qué me reía, no lo encontró tan raro: -Ya estoy acostumbrado a pintas raras – dice. Los milicianos, a
falta de uniformes, andaban vestidos con las más estrafalarias vestimentas. Y eso no les impedía luchar.
Encontramos al batallón catalán de reserva sobre la altura dominada por la finca de Romanillos14.
Los milicianos estaban sentados en el suelo formando una larga línea y a causa del hambre masticaban la
escasa hierba de invierno. Desde hacía 48 horas no habían recibido nada de comer ni beber. Estaban
exhaustos y helados. El encargo que llevaba Robert de llevar dos compañías de este batallón
inmediatamente a Majadahonda, parecía por muchas causas inviable. Por una parte los milicianos estaban

14
Romanillos es un lugar despoblado cercano a Boadilla. En la última parte del libro, batalla de Brunete, va a
ser un lugar muy importante y citado reiteradamente.(mapa pág.. 22)
23
:
tan débiles a causa del hambre y del frío que ni siquiera podrían marchar rápidamente durante más de
diez quilómetros. Llevaban tres semanas en esta posición haciendo la guerra por su propia cuenta. Nadie
era responsable ante ellos. En segundo lugar, nos explicó el oficial con toda la razón, él no podía dejar
marchar dos compañías sin la orden expresa del jefe de su batallón. Pero resultaba que el comandante de
su batallón estaba acuartelado en una casa a más de seis quilómetros. Sólo se podía ir andando. Y
seguramente no se le encontraría pues era de suponer que estuviese en Madrid. Robert bramaba sin saber
si reír o llorar: -Tío, así es como hay que hacer la guerra contra los tanques, los aviones y la artillería
pesada alemana.
Kurt nos comentó: -Mirad a los muchachos. Desde hace dos semanas no se han echado al estómago
una comida caliente. Nosotros estaríamos hechos polvo tras ocho días. Si se les abastece adecuadamente
y disponen de una dirección correcta, en tres semanas lucharan tan bien como uno de nuestros batallones.
En esta situación no podíamos hacer otra cosa que volver al Batallón André. Se habían hecho ya las
cuatro entre el ir, el venir y el discutir. En una hora oscurecería. Probablemente el contraataque ya estaba
en marcha. Volvimos corriendo a nuestro coche.
Cerca de Majadahonda había dos baterías en campo abierto. Disparaban sin pausa sobre nuestras
cabezas. Avanzamos con el coche por el terreno dando saltos. Los impactos estaban a unos tres
quilómetros por delante de nosotros, así que nuestra línea debía estar a unos dos quilómetros delante de
donde estábamos15. Tropas de milicianos se nos acercaron con el fusil al hombro hablando y
gesticulando. Bajamos del coche y les preguntamos que estaba pasando delante de nosotros, se
encogieron de hombros; les preguntamos a dónde iban y respondieron que a casa, que ya tenían bastante
por hoy. Les preguntamos dónde estaba su oficial y nos respondieron orgullosos que entre ellos no había
ningún oficial. Robert empezó a maldecir. Kurt habló con el portavoz y le dejó muy claro que no era
honroso ni propio de camaradas largarse paseando a la retaguardia precisamente en el momento en el que
empezaba el contraataque. Lo entendieron enseguida. Entonces se formó un gran griterío, yo sólo
entendía una y otra vez la palabra “hombre”. Pero el escándalo duró apenas un par de minutos, cuando
se acabó todos se declararon preparados y a punto para volver con nosotros hacia delante.
Nos agrupamos y avanzamos juntos. Pronto entramos en la zona en la que las ametralladoras
tableteaban hasta nosotros y las esquirlas y metralla zumbaban a nuestro alrededor. Corrimos agachados
y a saltos. Alcanzamos alguna trinchera, en verdad apenas un huequecito como para un niño, de apenas
cuarenta centímetros de profundidad. Allí estaban, tras los montones de tierra levantados por las bombas,
desprotegidos desde la cintura hacia arriba, plantados, los hombres de dos compañías españolas en medio
del fuego. Kurt y Robert se presentaron, también los españoles que habían venido con nosotros. Hubo
una animada discusión general. Por nuestra parte no se disparaba. Pero de vez en cuando alguno de los
nuestros caía alcanzado.

15
Las descripciones de combates, muy frecuentes en los recuerdos de brigadista, generalmente resultan
bastante confusas para el que las lee, sobre todo si no se conoce el terreno y el lenguaje no es militarmente preciso:
una batería...¿ pero propia o enenmiga?, ¿delante o detrás, izquierda o derecha? Es algo que depende de la posición
del que escribe o de la línea del frente, normalmente poco claras. Es el caso de este párrafo, traducido literalmente
pero para mí incomprensible si las baterías que cita son republicanas como parece pues están cerca de Majadahonda
donde se halla el Bt. André.
24
:
Tengo que hablar de esto con Kurt. ¿De verdad cree que es su deber exponer torpemente y sin
razón a los inexpertos camaradas españoles, por mantener su fama como internacional y comisario? Es
necesario todo lo contrario. Se les debe enseñar mediante el propio ejemplo que no es de cobardes
cubrirse y que no es de valientes exponerse sin necesidad al alcance del fuego.
Como no me puedo hacer entender, les hago señales de que se agazapen tras los insuficientes
parapetos; yo mismo lo hago, me acurruco, de nuevo me levanto y me vuelvo a acurrucar. Pero ellos sólo
se ríen de esta pantomima que en realidad debe ser bastante ridícula.
Uno de los milicianos me ha llamado especialmente la atención, es de mediano tamaño, fuerte,
joven, lleva la voz cantante, saca pecho por encima del terraplén y se burla del peligro. Ve mi
gesticulación, se ríe, se me acerca despacio, mirándome fijamente, y se quita el casco que lleva puesto
con coquetería como si se tratase de un sobrero a la moda. Largo y suelto cae su pelo negro enmarcando
una hermosa cabeza de muchacha. La cojo de la mano y la meto con amistosa violencia en la trinchera.
Se defiende. ¿Estará pensando que en tal situación pretendo flirtear con ella? La miro con mala cara. Lo
entiende y se amansa. Los otros siguen ahora paulatinamente el ejemplo de su jefa.
Pero entre tanto ha habido tantas bajas que entre estos jóvenes camaradas españoles domina la
opinión de que por hoy ya han hecho bastante por su honor y que ya se pueden volver a casa coronados
de fama. Parece que este es el sentido y el resultado de su discusión. Recogen sus cosas y empiezan a
marcharse erguidos y orgullosos en medio del fuego.
Oscurece. No sabemos si ante nosotros se encuentra aún algún frente. Según los informes de los
camaradas españoles el Batallón André debe haber sido trasladado a nuestra izquierda para el
contraataque. Nos ponemos en marcha de nuevo, aunque no les podemos aportar nada más que a nuestras
propias personas. El fuego de artillería se ha hecho relativamente más fuerte. Nuestro único acompañante
español es alcanzado gravemente. Esquirlas en el muslo, posiblemente una fractura de pelvis. Le
arrastramos a través del fuego hasta un coche pues los impactos están cayendo por todos lados. El
vehículo está cubierto de arena, suciedad y glebas de tierra, rasgado por unas cuantas esquirlas, pero el
motor está intacto. El conductor se esconde al lado, metido en el agujero de una granada. Es difícil
convencerle de que conduzca el coche con el herido a través del fuego. También nosotros volvemos a
Majadahonda porque ha oscurecido muy rápidamente y no nos podemos orientar. Cuando dejamos a
nuestro herido en el hospital de Majadahonda, encontramos a nuestro conductor junto al coche con un
ataque de nervios. Después sabremos la causa de su schok: tres días antes su hermano, conductor como
él, fue destrozado por un impacto que le acertó de lleno...
Lentamente me devuelven al Estado Mayor. Sobre la gran mesa del salón de la casa está extendido
el mapa de la zona. A la luz de las velas Hans explica la situación a los oficiales inclinados sobre el
mapa. El contraataque ha sido un éxito. Los fascistas han sido rechazados hasta sus puntos de salida.
Especialmente destacado ha sido el Batallón Thälmann. A él hay que agradecer que hayamos mantenido
el bosque de Boadilla y que gracias a ello el avance hacia Majadahonda, que resultaba muy peligroso si
se producía por un flanco, haya podido ser detenido.

25
:
Se trae a un fascista de Las Rozas que ha cortado los cables de conducción eléctrica. Dice que le
habían prometido por ello trescientas pesetas. Ya le habían pagado doscientas por informar de en qué villa
se acuartelaba el Estado Mayor.
Alguien ha localizado un colchón para mí y un par de zapatos y calcetines secos. Me duermo
profundamente, vestido y agotado.

Madrid, 21 de diciembre 1936


Postdata: a la narración de la larga jornada de ayer con las inagotables impresiones y tensiones de
mi primer encuentro con los camaradas que luchan ante Madrid, aún debo añadir una experiencia que me
afecta privadamente y que será decisiva para resolver la posibilidad de considerarme útil aquí.
Cuando fuimos desde Las Rozas en busca del batallón de reserva catalán en el coche atravesando
la zona de combate, era la primera vez desde 1918 que me encontraba de nuevo en zona de fuego y
precisamente en una situación completamente nueva: viajar en un coche por un terreno en el que explotan
las granadas era algo desconocido para mí.
Me doy cuenta de que me sentía indefenso, entregado al azar traicionero, un azar ante el cual
ofrecen más oportunidades de salvación el oído fino y el aprovechamiento de terreno de la infantería.
Cuando a unos cincuenta metros por detrás de nosotros, exactamente en el camino y en el punto en el que
estábamos dos segundos antes, cayó una pesada roca, empecé a ponerme nervioso. Naturalmente no
quise que se me notara, y espero haberlo conseguido. Pero saqué una conclusión: la ingenuidad de los
dieciocho años, que me hizo relativamente insensible a los nervios ante el peligro de muerte durante la
primera Guerra Mundial en el frente del Oeste, me ha abandonado completamente. Esta ingenuidad que
entonces convertía para mí en sensaciones todos los naturales terrores, era en realidad una falta de
imaginación. Entonces la confundí con el valor, y eso estuvo mal.
Ahora se verá por primera vez si tengo valor o no. O sea, si a pesar de la clara representación del
peligro y a pesar del natural sentimiento humano del miedo, el hombre que soy se comporta tan bien
como cualquier otro cuando esté en medio del fuego.
Esta reflexión que estuve rumiando durante nuestro viaje en coche, me devolvió pronto aquella
tranquilidad que era indispensable para nuestras tareas de ayer. Puedo tomarlo como una buena
premonición de que no fracasaré.

22 de diciembre de 1936
Ayer por la tarde tuvo lugar una reunión de comisarios. Gallo por la XII y Nicoletti por la XI16.

16
Gallo era Luigi Longo (Fubine Monferrato (Piamonte), 1900 / Roma, 1980). Líder de las Juventudes
Comunistas Italianas y representante del PCI en Moscu, negociador desde agosto del 36 con el Gobierno de Largo
Caballero para que accediese a la formación de las Brigadas Internacionales. Una vez legalizadas éstas a finales de
septiembre, Gallo fue su inspector general, responsable en la Base de Albacete de su dirección política central y
junto con André Marty responsables de crear los cuadros que las habían de dirigir.
Al formarse apresuradamente la XII Brigada a principios de noviembre para defender Madrid, Gallo fue su
comisario general, papel en el que le encontramos en el texto. Para Gallo el buen comisario debía tener una relación
cercana con los soldados y preocuparse no sólo de su formación política, sino también de sus problemas materiales,
sociales y culturales, ya que los brigadistas no eran “soldados”, sino “trabajadores”. También tuvo que defender el
26
:
De la base de Albacete había venido Fernando17 a esta reunión. Pude asistir como oyente, pues
también se iba a decidir sobre mi utilización.

papel de los comisarios ante la desconfianza y franca antipatía que los mandos españoles demostraban
frecuentemente contra ellos, acusándolos de manipuladores políticos y de “incomprensión y política imperialista”
respecto a los cuadros españoles, acusaciones que Gallo admitía y tuvo que combatir reiteradamente.
A finales de octubre del 38 Longo marchó, como tantos otros, a Francia: campo de Le Vernet hasta 1941.
Entregado a los fascistas italianos, estuvo en la cárcel de Ventotene hasta la primera caída de Mussolini el 43.
Dirigió desde entonces la resistencia comunista en su país y en el 45 encabezó la insurrección antifascista en el norte
de Italia que aceleró el final de la guerra.
Acabada la guerra siguió dedicándose a la política en la Asamblea Constituyente y en la Cámara de
Diputados italianas y escribió sus vivencias y la historia de los garibaldinos en España. Entre 1964-1972 fue el
sucesor de Palmiro Togliatti como secretario general de PCI y continuador de su “vía italiana al socialimo” frente a
la URSS (Datos sacados del trabajo de Jaime Muñoz Vilches, publicado en la web de la AABI el 31 de mayo de
2014)
Nicoletti era Giuseppe di Vittorio (Cerignola (Apulia) 1892/ Lecco (Lombardía) 1957). De familia muy
pobre fue jornalero en su juventud, sindicalista y miembro del Partido Socialista Italiano.Ya en 1912 era dirigente
de la Unión Sindical Italiana. Participó en la Gran Guerra y en 1921, al separarse PSI y PCI, se afilio a éste último.
Sus biógrafos coinciden con Kantorowicz en que era un hombre sencillo, directo y apasionado que contactaba
fácilmente con los trabajadores. En 1922, al llegar Mussolini al poder fue condenado a 12 años de cárcel. Consiguió
escaparse y huir a Francia en 1925; allí participó en la refundación de la Confedereación General Italiana del
Trabajo (CGIL) integrada en la Internacional Sindical Roja. Entre el 28 y el 30 vivió en la URSS como
representante italiano en la Internacional Campesina. En el 30, de nuevo en París, miembro del Comité Central de
PCI en el exilio, aunque defendiendo una postura claramente no estalinista enfrentada a la que en esos años
sustentaba Togliatti
Vino a España en octubre del 36 y ocupó el tercer puesto en orden de importancia de los “cuadros” de las
Brigadas como jefe de los comisarios. Fue comisario de la XI Brigada y después de la XII. Herido en Guadalajara.
Estudios recientes, basados en documentación de los archivos de Moscú, muestran las discrepancias de Nicoletti con
otros cuadros de las Brigadas sobre aspectos políticos y organizativos –por ejemplo con el primer jefe de la XI,
general Kleber y con André Marty-; discrepancias que en el fondo escondían desacuerdos con la Internacional
Comunista. Los mismos documentos también demuestran el papel importante que realizó como muy buen
propagandista entre la población española en los primeros meses de la guerra. Las discrepancias y enfrentamientos
llevarona a que fuese sacado de España pronto, en el verano del 37. Ese mismo año dirigió en París un periódico:
“Voce degli italiani”. (Sobre las discrepacias entre ciertos brigadistas, en este caso Nicoletti, y la Internacional
Comunista dirigida férreamente por Stalin, ver “Entre el ejército del Comintern y la solidaridad internacional: la
trayectoria de Giuseppe di Vittolio en el debate sobre la naturaleza de las Brigadas Internacionales”, Josep Puigsech
Farrà, Edic. Univ. Salamanca, 2010, pp. 308-327/ en sidbrint.ub.edu)
En el 41, igual que Gallo, fue entregado a los fascistas italianos, encarcelado en Ventotene y liberado en el
43. Luchó en la resistencia y en la sublevación antifascista del norte de Italia hasta el final de la guerra.
Después de la guerra volvió a ser líder sindical en la CGIL, partidario en principio de la unión de las
tendencias sindicales mayoritarias: socialistas, católicos y comunistas, unidad que consiguió durante pocos años
pues católicos y socialistas fundaron sus propias centrales en el 48. Su fama como dirigente obrero hizo que se le
nombrase presidente de la Federación Sindical Mundial hasta su muerte. Ya antes del 56, año de la invasión
soviética de Hungría, había denunciado el peligro del estalinismo y ese mismo año consiguió que por unanimidad la
CGIL se manifestase en contra de la intervención soviética, defendiendo en la práctica la independencia del
sindicato respecto al partido, que por lo demás iniciaba también su propia “via hacia el socialismo”. Murió poco
después a los 65 años. (Wikipedia, versión italiano)
17
Fernando era el nombre en España de Wilhelm Bahnik. Utilizó varios falsos nombres, por lo cual hay
algunas confusiones y contradicciones en las citas que sus compañeros hacen de él, las cuales, por cierto, son
frecuentes tanto por los cargos que ocupó como por su dramática muerte.
Nació en 1900 en Gnesen (Posnania), actualmente territorio polaco. Estudió comercio, participó en la Iª
Guerra Mundial y después trabajó como empleado de seguros en Magdeburgo. Miembro de los sindicatos y del
Partido Socialdemócrata alemán (SPD) desde 1921, se afilió en el 23 al KPD y vivió de trabajos eventuales. En los
años posteriores fue ascenciendo en los cuadros del partido en su ciudad y en su distrito, especialmente en temas
militares. Miembro de la Liga de Combatientes del Frente Rojo y director de su Servicio de Noticias. Condenado a
dos años de cárcel, estuvo encarcelado diez meses por “alta traición” entre 1927-28, fue liberado por una amnistía y
trabajó en una imprenta. En 1930 hizo un curso en la Escuela de la Internacional Comunista en Moscú y trabajó en
el Comité Central del KPD. Ilegal desde el 33 y condenado a muerte en Alemania, emigró a Checoslovaquia en el
34 y de nuevo a la URSS en el 35. Estudió en una Escuela Militar desde donde vino España el 15 de octubre de
1936.
27
:
La reunión me resultó instructiva. Me desveló, junto a los planteamientos generales del trabajo de
los comisarios, también el temperamento de los hombres, Nicoletti y Gallo, bajo cuya dirección debía
adaptarme a las tareas y condiciones de la lucha.
Ambos italianos son entre sí tan diferentes como lo puedan ser un tipo de Lübeck y otro de
Nápoles. La cabeza cesarina de Gallo caracteriza fielmente sus rasgos. Tiene esta severidad que se puede
confundir con frialdad. Su mímica es contenida, sus gestos escasos y disciplinados, su hablar parco en
palabras, pesado y sobrio, su voz seca, un poco quebradiza. Escucha atentamente y a distancia. Él mismo
no habla mucho, pero después cuando lo hace, sugiere suavemente que aquella es “la última palabra”.
Nicoletti por el contrario tiene la torrencial abundancia, el sentimiento y el encanto de un
temperamento meridional. Su expresivo rostro refleja cada matiz de lo que siente, su gestualidad es rica y
desinhibida, su voz sonora y vibrante, su discurso colorista y brillante, discute chispeante,
apasionadamente, totalmente identificado con las circunstancias de su discurso.
Se habló sobre la mejor utilización y protección de los cuadros de los combatientes antifascistas
especialmente probados aquí. El problema parecía contradictorio en sí mismo: por una parte, era
aconsejable emplear a los camaradas que se habían distinguido en la lucha para las tareas militares de
mayor responsabilidad; pero, por otra parte, esto contradecía inmediatamente la necesidad de protegerlos,
y no por sentimentalismo sino porque había que guardar su conocimiento y su experiencia para luchar
contra el fascismo en su propio país. Al final lo que queríamos en realidad era “limpiar nuestra propia
casa” y para ese fin un capital de incalculable valor era el conjunto de las experiencias de los cuadros de
leales antifascistas que aquí se habían formado militarmente.
Fernando, el jefe del Departamento de Personal alemán de la Base de Albacete, se explicó
inteligente e insistentemente sobre este problema, que a todos no tenía en ascuas. El veía una solución
parcial en relevar de su puesto a algunos voluntarios especialmente probados. Pero contaba también en su
corto parlamente con las dificultades que surgirían: en primer lugar la oposición de los propios
camaradas de las Brigadas, que, como es natural, no creían poder prescindir precisamente de sus jefes y
compañeros más experimentados, y, en segundo lugar, la apasionada protesta de los mismos afectados
que se opondrían muy cabreados a ser arrancados del grupo de sus compañeros y que sentirían como una
deshonra, por muy razonable que fuese, ser enviados a la retaguardia. Problemas que no pueden ser
solucionados en una reunión y que tal vez nunca se puedan resolver completamente porque la solución
seguirá dependiendo no sólo de los deseos y voluntades de unos y otros, por sensatas que sean, sino de la
situación militar que se dé aquí.
A Fernando lo he conocido hace una semana en Valencia. Es un gigantón gordo, un tipo muy
notable, encantador. Tiene el aspecto de una persona a la que nada en el mundo le puede hacer perder la

Fue inicialmente responsable de los voluntarios de habla alemana en la Base de Albacete, periodo en el que
lo trató Kantorowicz. De agosto a octubre del 37, oficial de Estado Mayor de la XI y jefe de la Sección alemana de
Personal pero también miembro del servicio secreto de defensa y contraespionaje del KPD. En octubre fue al frente
en la Compañía de Ametralladoras del Batallón André de la XI Brigada. El 12 o 13 de marzo del 38, durante la caída
del frente de Aragón, fue gravemente herido en un retroceso cerca de Azaila, entre Quinto y La Puebla de Hijar.
Ante el peligro de caer en manos de los fascistas y la dificultad de sus camaradas para transportarlo ya que era un
hombretón muy grande y pesado, se suicidó de un tiro con su pistola. (Dicc. Vols. Alms.)
28
:
calma. Su familiar jovialidad se podría considerar vulgar. Posiblemente muchos le ven como un bien
alimentado empleado con uniforme que cumple su deber honradamente, ni más ni menos.
Reconozco que después del primer contacto con él, tuve esta primera impresión. Ya al segundo día
de nuestra relación me pareció que no podía estar muy equivocada, pero empecé a sospechar que él
mismo fomentaba precisamente esta primera impresión externa; entraba dentro de su método, se hacía el
pequeño y dejaba que las personas se le acercasen. Fernando tiene una pasión y una cualidad que no es
frecuente entre los alemanes: conocer a las personas. Me dio ocasión de asistir a algunas conversaciones
con recién llegados. Cómo se sentaba, cachazudo, amigable, en apariencia no excesivamente interesado
en el informe y el deseo individual, y sin fijarse en el hablante, cómo sabía dejar al otro “desembuchar”,
tratándolo con aparente indiferencia, preguntando, como de paso, alguna cosa. Se tomaba mucho tiempo
para cada uno y al final (también como de pasada) escribía una nota con la que su representante en
Albacete era informado escueta y claramente de cómo y dónde debía ser encuadrado el portador de la
nota. Toda una lección de cómo tratar a las personas que despertó mi atención y ganó mi admiración.
Además era un fichero ambulante, en la cabeza y sin confusión tenía almacenadas las
características y las biografías de miles de antifascistas militantes, incluso de aquellos a los que no
conocía personalmente –como por ejemplo yo mismo-. Lo noté en nuestro tercer encuentro, que duró
desde las doce del mediodía hasta las tres de la noche. Hablamos mucho y, contra mi costumbre, me abrí
a él como por regla general solo se hace con los amigos de toda confianza tras largos años de relaciones a
toda prueba. Cuando nos separamos dijo: - Lo mejor es que te vayas enseguida a Madrid y te presentas en
el Comisariado de la XI. En cinco días yo mismo he de ir. Entre tanto tú vas conociendo el ambiente.
Después ya hablaremos de cómo se te encuadra de la manera más adecuada.
Ahora ya estaba allí. A propuesta suya se decidió que fuese encuadrado en la XI Brigada para
ocuparme específicamente de organizar la centralización de la prensa y la propaganda de las Brigadas
Internacionales en Madrid.
Yo no tenía ningún derecho a contradecirle, pero Fernando vio que esta decisión no me gustaba.
Me guiño el ojo imperceptiblemente. Tras la reunión, por la noche ya tarde, vino a buscarme y tuvimos
una larga conversación que sólo voy a reproducir muy resumida.
Fernando me miró fijamente socarrón y me preguntó: - ¿Insatisfecho? - Y ante mi cohibido silencio
siguió: - Claro, preferías ir a una compañía para demostrar qué clase de tipo eres tú con tus sesenta quilos.
Le contesté que, verdaderamente, habría deseado en los primeros tiempos adquirir experiencias en
una unidad militar, que me habrían servido para otros trabajos aquí y, sobre todo, para ganar en el
combate la confianza en los camaradas que yo considero imprescindible y primordial. Después de todo,
según los criterios del soldado, válidos siempre y en cualquier lugar –también entre los antifascistas-,
probarse en el frente es la primera y definitiva legitimación que debe conseguirse. Y en todo caso, dije
también, no se me hubiese ocurrido pensar que iba a cambiar mi mesa de escritorio de París por una mesa
de escritorio de Madrid.
Fernando se reía para sí con silenciosa y discreta risa, que se le notaba en su bamboleante barriga.
- Ahora mismo vas a ver la diferencia”- me dijo.

29
:
Después me preguntó cuál era el arma más importante del soldado antifascista.
Yo me enfadé: - A mí no necesitas predicarme la disciplina. No me estoy oponiendo a una orden.
Él no hablaba de eso. La disciplina se daba tácitamente por supuesta. El arma más potente del
soldado que él tenía en mente era la conciencia política. - ¿Crees que se hubiese podido mantener
Madrid si esta conciencia no hubiera avanzado junto a los cañones y las ametralladoras? – me preguntó.
Teniendo en cuenta sólo el dato de en qué manos se encontraban las armas, la República hubiese
tenido que capitular el 19 de julio. Por suerte los trabajadores españoles no contaron según esas
matemáticas, sino que, armados sólo con su amor a la libertad y con sus puños, se abalanzaron contra el
enemigo, le arrancaron las armas y lo habrían cazado a lo largo y lo ancho del país si el mercenario
Franco no hubiese contado con la ayuda de un ininterrumpido torrente de hombres, cuadros y armas
italianas y alemanas. Y si los señores Chamberlain y Blum no hubiesen tenido la traidora ocurrencia de
impedir la llegada de material de guerra para la legítima República mediante una No Intervención traída
por los pelos.
- ¿Y a dónde va a parar tan larga charla? - pregunté algo impaciente, pues no me estaba diciendo
nada que yo no supiese.
Fernando tomó de la mesa de escritorio en torno a la que estábamos sentados dos folios de papel
basto grapados, el periódico del Batallón Edgar André, realizado a base de planchas de cera en el que
aparecían órdenes de servicio, breves informes de las experiencias de los primeros combates, saludos de
las organizaciones madrileñas del Frente Popular, dos noticias sobre sucesos políticos de España, una
noticia sobre la llegada de un buque soviético con comida, una nota del movimiento de solidaridad en
Francia, unas instrucciones de servicios de la dirección de la XI Brigada, unas manifestaciones de la
dirigente del PCE, Pasionaria, un orden del día de comandante del batallón Wilhelm18, una nota de
agradecimiento del comisario Nicoletti al “quinto regimiento” que había puesto sus locales a disposición
de las Brigadas... Además, en la cabecera de las hojas, la necrológica de Hans Beimler y Luis Schuster.
Era evidente que este periódico que yo tenía en las manos con respeto dos semanas después de su
aparición, era un documento histórico. Estaba claro que hasta cada uno de sus puntos y comas, habían
sido escritos en la lucha y que el periódico había sido publicado en el frente. Trataba de la actualidad del
combate y de sus inmediatas relaciones.

18
Este Wilhelm, comandante del Batallón André en esos momentos, es Wilhelm Völkel. Aparece citado en
la 2ª Colección de recuerdos de brigadistas alemanes (“Testimonios de antifascistas alemanes en la resistencia”
Archivo Federal de Berlín, Sección SAPMO, Sig. SyY 30) por Fritz Rettmann (SgY 30/1393) como ingeniero
eléctrico de profesión y teniente en la 1ª Guerra Munsial; en diciembre del 36 fue nombrado jefe del Batallón André,
pero antes , desde su formación en Albacete, había sido jefe de la 2ª Compañía de este batallón, a cuyo mando le
sucedió Otto Heppner.
En la 1ª Colección de recuerdos de brigadistas alemanes (Archivo Federal de Berlín, Sig. SgY11/V237/13),
Hermann Mayer (SgY11/V237/13/207) también lo nombra una sola vez durante su encierro en los campos franceses
de Reieucros y Le Vernet. Curiosamente dice: Wilhelm Völkel, comandante del Batallón André, fue liberado en
septiembre de 1939 “porque su mujer cosia para la esposa del prefecto” y “porque facilitó datos nuestros a los
comisarios especiales; su liberación fue el pago de Judas.” (sic).
El Dicc. Vols. Alms. (ver nota 1) en cambio no dice prácticamente nada de él; sólo que perteneció al Batallón
André y que luchó en Madrid.
30
:
- Lo que quiero decir –dijo Fernando – es que el arma más fuerte del soldado antifascista es su
conciencia, y que ésta necesita alimento.
Golpeó ligeramente las hojas con los dedos:
- Esta es la munición imprescindible para la lucha. Tú debes fabricar esta munición. Tú mismo ves
lo que falta: la posición del mundo, la reacción ante nuestra lucha en nuestras respectivas patrias,
Alemania, Italia, Polonia y Francia, Inglaterra, Austria, Checoslovaquia, Hungría. Los camaradas quieren
saberlo. Lo necesitan. Les da nuevas fuerzas para superar las más difíciles situaciones. Necesitan este
refuerzo: saber que están frente al enemigo ante los ojos de sus camaradas del país y ante la mirada de
sus camaradas de todos los países. También quieren ser informados de la situación política y militar
general de España. Cuanto más informados estén, mejor lucharán. Ellos quieren, cuando están aislados en
la Casa de Campo, en Las Rozas o en Boadilla, mantener el contacto directo con los acontecimientos de
su propia patria y de todo el mundo.
Esta es una parte de tu tarea. La otra va en sentido opuesto: has de informar de lo que pasa en
Madrid al mundo entero. A través de emisiones de radio, mediante noticias de prensa directas y por medio
del contacto con los corresponsales de prensa aquí presentes, debes informar al mundo entero sobre la
lucha y sobre el comportamiento heroico de los españoles y de los internacionales. Sólo con que hagas la
centésima parte de lo que sería necesario, no podrás sacarte de los dedos el trabajo.
Como último estímulo añadió: - Tendrás ocasión de estar frecuentemente en el frente en contacto
con los batallones, así empiezas a conocer el trabajo, miras y escuchas lo que los camaradas necesitan y,
por otra parte, puedes así recoger buen material directamente en el combate para los informes y
emisiones de radio dirigidas al extranjero.
Luego me miró medio pícaro, medio melancólico, me puso la mano sobre el hombro y dijo:
- Pásatelo bien. Estás aún en Madrid y tienes contacto directo con las Brigadas. ¿Qué tengo, pues,
que decir en mi oficina de Albacete?

Nota de Kantorowicz de 1939: Fernando, que dirigió durante un largo periodo el


Departamento de Personal de la Base de Albacete, a principios de 1938 fue encuadrado en la XI
Brigada. Había padecido hasta caer en la depresión el estar retenido en Albacete, más o menos aislado
de sus viejos camaradas; al final eso le había llegado a parecer un destierro y, a pesar de su disciplina y
de su conciencia de que estaba haciendo de forma casi insustituible un trabajo importante en la Oficina
Central de Personal, casi se rebeló. Nunca le vi tan contento como el día –yo estaba casualmente de paso
por Albacete – en el que, por fin, recibió el permiso para poder marcharse a la XI. Estaba resuelto y
contento como un chaval de dieciocho años. Yo estaba un poco preocupado por cómo un hombre enorme,
excesivamente grueso, nada joven y físicamente desentrenado, estaría preparado para las
extraordinarias fatigas de la campaña de invierno en las montañas de Aragón, si con su volumen
adquiriría la indispensable agilidad y presteza de la infantería en la guerra de movimientos. Muy pronto
me informaron los compañeros de la XI, cuyas exigencias respecto a la capacidad militar eran muy altas

31
:
y sin consideración a otros méritos, que Fernando como teniente y jefe de pelotón no sólo daba un
ejemplo de valentía y disciplina, sino que también mostraba la más eficiente cualificación militar.
En el gran retroceso del frente de Aragón en marzo de 1938, cayó gravemente herido. Los
camaradas intentaron llevarle hacia la retaguardia. Él les pidió encarecidamente que lo abandonasen a
su suerte. A dos quilómetros de distancia se veían ya las avanzadillas de los moros. Sabía que estaba
perdido. Pidió que le pegasen un tiro. No quería caer en manos de los carniceros. Los camaradas se
negaron pero tampoco podían decidirse a dejar abandonado al amigo. Pasaban los minutos. Fernando
mandó que le diesen un revolver con el que defenderse. Le dieron el arma y el exigió decidido que se
marchasen. Cuando algunos le contestaron que ellos aguantarían junto a él y lucharían hasta el último
aliento, Fernando se puso el revolver en la sien y mientras apretaba el gatillo gritó: “¡Salvaos!” Los
camaradas contaron que había muerto instantáneamente.

Madrid, 24 de diciembre 1936


Los batallones internacionales XI y XII están acuartelados en posición de descanso pero en
permanente disponibilidad ante una alarma. Al otro lado, tras el fracaso de la ruptura entre Boadilla y Las
Rozas, todo se ha vuelto sospechosamente tranquilo. Nuestros batallones españoles que han relevado al
“Thälmann” y al “André”, han podido hoy por la mañana ocupar de nuevo algunos quilómetros del
territorio disputado a costa de tantas víctimas. ¿Qué se esconde detrás? ¿Debilidad, desmoralización,
algaradas, alguna traición? Parece que ha habido jaleo, pues nuestros hombres encuentran cierto número
de oficiales fascistas muertos en sus posiciones.
Encuentran también los cadáveres de nuestros camaradas del Batallón Thälmann, quince hombres
de un grupo de choque, doce alemanes y tres ingleses, que el 19 de diciembre en el bosque de Boadilla
pararon a tres compañías fascistas y con ello salvaron al Batallón André y nuestras posiciones. Podrían
haber huido a terreno seguro. Se les había trasmitido la orden de retroceder. Pero contestaron que si ellos
abandonaban las posiciones, el Edgar André estaría amenazado de quedarse aislado. Podían resistir. Se
quedaron y pararon un ataque decisivo en el bosque de Boadilla. Ante su cordón de seguridad se
desangraron al menos doscientos fascistas en cuatro inútiles ataques.
Finalmente no sucumbieron ante la superioridad del enemigo, sino ante una trampa. Los moros
corrieron hacia ellos sin fusiles con las manos en alto, gritando “¡Hermanos, hermanos, no tirar!” Los
nuestros no sospecharon del repugnante engaño. Dejaron que se acercasen los supuestos desertores con
las armas bajadas. A quince metros de distancia los moros lanzaron las granadas que se habían escondido
en los puños y antes de que los nuestros, que aún no estaban heridos, pudiesen darse cuenta, se les
abalanzaron las bestias y, diez contra uno, decidieron con cuchillos y machetes el desigual combate. Así
cayeron en el cuerpo a cuerpo, uno tras otro, los doce alemanes y los tres ingleses, soldados de la
libertad. Pero antes de que los fascistas pudieran aprovechar la ventaja alcanzada, se puso en marcha
nuestro contraataque, con lo que el Batallón André y la línea Boadilla-Las Rozas quedaron a salvo.
Pasado mañana enterraremos a los quince camaradas del grupo de ataque del Batallón Thälmann en
el cementerio de Fuencarral.

32
:
Por la noche
Vengo de la fiesta de navidad del Batallón Edgar André que está alojado en algunos de los edificios
anexos al enorme complejo palaciego de El Prado (sic, pero debe ser El Pardo. N.d.T.). Dentro de la
agradable combinación de mis nuevas tareas y de mis deseos y con el fin de tener contacto con los
camaradas del batallón lo más rápidamente posible, se me ha dado el encargo de acompañar en su visita
al batallón a un corresponsal inglés y a una corresponsal americana. Aún debíamos recoger el paquete
navideño y circulaba el rumor de que algunos camiones cargados con ellos habían salido de París una
semana antes.
Así que nos metimos en medio de una asamblea del batallón. El debate era sincero, no se ahorraba
en críticas y autocríticas. Se extraían enseñanzas de las experiencias y las debilidades que se habían
evidenciado en el combate de Majadahonda. Hay que señalar que reinaba completa democracia. Tomaba
la palabra cualquiera que tuviese algo que decir y el que con sus críticas disparaba demasiado fuerte,
generalmente era corregido enseguida por los que hablaban después. Pero también era importante que se
alcanzase completa unanimidad en una cuestión: en cuanto empezase el combate se acababa cualquier
discusión. Las órdenes no eran para discutirlas sino en cualquier circunstancia –absolutamente en
cualquier circunstancia – para cumplirlas de la mejor manera posible y con decidida actitud.
Precisamente en este punto se encendió una discusión larga y, según me pareció,
extraordinariamente fructífera, que examinó a fondo muchos complejos: por ejemplo el de la
camaradería de igual a igual entre gente con cargos y sin ellos, natural entre camaradas bien probados,
compatible con la necesaria subordinación sin dudas en el combate. Hay altos funcionarios políticos,
entre ellos antiguos diputados del Parlamento alemán y los Parlamentos federales que están aquí como
suboficiales o jefes de pelotón bajo las órdenes de camaradas más jóvenes pero militarmente muy
cualificados que por su rica experiencia política y humana disfrutan de una mayor autoridad personal que
aquellos antiguos políticos. Por otro lado en la tropa antifascista el jefe militar no puede ser ni debe ser
tratado sólo como un experto especialista en el uso de las armas; debe poseer también autoridad como
antifascista. Así pues mientras el camarada especialmente preparado políticamente debe hacer todo lo
posible para estar también militarmente formado, el camarada militarmente formado debe a su vez hacer
lo necesario para formarse políticamente. Hasta que surja la síntesis de ambos: el soldado político.
Esto no pasa de hoy a mañana sin dificultad. La cuestión de la disciplina y de la autodisciplina, sin
la que ninguna lucha y desde luego tampoco ésta, puede ser ganada, dará aún pie a muchos errores, a
muchos malentendidos, tanto hacia un lado como hacia el otro. La proximidad y el diario contacto en el
combate con formaciones anarquistas contribuyen no poco a esta situación, a acrecentar la confusión. El
comisario del Batallón André se me ha quejado de que ciertos personajes altamente ambiguos que se las
dan de anarquistas, intentan inculcar esta confusión muy conscientemente en nuestras filas hasta llegar al
intento de destruirlas.
Nosotros, los alemanes, tenemos también nuestros problemas con nuestros prejuicios tradicionales
opuestos. Entre nosotros el concepto de disciplina puede convertirse en demasiado estricto y envolver un
tono inadecuadamente cuartelero ante el que tenemos que protegernos, no sólo entre nosotros sino, sobre

33
:
todo, como alemanes entre antifascistas de otras nacionalidades. Un antifascista cuya gran fuerza
procede de la subordinación voluntaria porque se reconoce como necesaria, pensará que se maltrata su
más noble impulso si la seca orden sustituye a la orden dada con camaradería.
Se trataron con sinceridad muchas cuestiones urgentes y agobiantes; otras muchas quedaron
medio claras, pero por lo menos “desintoxicadas” por el simple hecho de que se habló sobre ellas.
Después tuvo lugar la velada artística en una sala del palacio. Sobre un pequeño escenario los
compañeros cantaron, bailaron, recitaron... y no faltaron los juegos jugosos. La alegría era grande. El
general hizo un discurso. Se esperaba la proyección de la película rusa “Marinos de Kronstadt” y apenas
había empezado cuando se estropeó por causas técnicas el aparato proyector. La corresponsal americana
–la única chica entre quinientos tíos - hizo todo lo que pudo y más para mantener la alegría: bailó un
vals vienés sobre el pequeño escenario entre entusiastas aplausos.

25 de diciembre de 1936
Esta mañana ensayamos con medio equipo una emisión de radio que esta tarde ha sido trasmitida
por la emisora de los sindicatos: una conversación entre representantes de los batallones “André” y
“Thälmann”. La emisión ha empezado a las 7 casi improvisada y por lo tanto –y eso fue lo mejor -, sin
pose, sin formulismos y sin indicaciones mandadas por los que saben más que nadie. Los camaradas
hablaron con total naturalidad, contaron chistes, evitaron la grandilocuencia, discutieron ante el
micrófono sobre sus problemas corrientes de la manera más cotidiana. Posiblemente algún que otro
oyente en Alemania o en la emigración esperaba un leguaje más “heroico”. Me alegro sí les
desilusionamos. Fuimos en todo caso auténticos y siempre es bueno difundir la verdad: que los
verdaderos héroes no son estatuas de piedra sino seres humanos que a veces reniegan y lloriquean.
Entretanto yo había ido a visitar los batallones con Soria, corresponsal de “Humanité”19, y con
Erich Kuttner20, el antiguo diputado alemán socialdemócrata. Primero visitamos a los franceses, el
Batallón Comuna de París, llamado también “Dumont” por su comandante, antiguo oficial del ejército
francés. El batallón ha pasado días muy duros pues contra su posición se dirigió el ataque nocturno el 16
de diciembre en Boadilla del Monte y apenas habían sido retirados de la primera línea los camaradas tras
una semana de abundantes bajas y esfuerzos cuando el 19 tuvieron que volver al frente a toda prisa.

19
Georges Soria (Túnez, 1914- París 1991). Periodista, historiador y escritor francés. Trabajó en el
semanario “Regards” y durante la guerra de España fue corresponsal del periódico comunista“L’Humanité”.
Durante la 2ª Guerra Mundial, corresponsal en el frente ruso. Escribió, entre otras obras históricas, sobre la Comuna
de París, la Revolución Rusa y una obra en cinco tomos: “Guerra y revolución en España”, editada en 1978 por Ed.
Grijalbo. (Fuente: El País, necrológica, sin autor, 11 octubre 1991). Curiosamente Paul Preston no lo nombra ni una
sola vez en su obra sobre los corresponsables de guerra en España “Idealistas bajo las balas”. En la versión francesa
de Wikipedia se le califica de furioso antitrotskista.
20
Erich Kuttner , Berlín, 1887. Abogado y periodista. Desde 1912, Partido Socialdemócrata Alemán (SPD).
Participó en la Gran Guerra y fue gravemente herido. Trabajó en periódicos socialdemócratas. En 1919 participó en
la brutal represión de los espartaquistas. En el 21, representante del ala más conservadora del SPD en el Parlamento
prusiano. En 1933, encarcelado por poco tiempo, emigró con su mujer a Holanda, colaboró con los emigrantes
comunistas y se acercó progresivamente más a la izquierda. En el 36 vino a España como representante oficial del
SPD, cargo del que dimitió. Visitó a la XIII Brigada en el frente del Sur y a la XI en Brunete. En el 37 regresó a
Holanda . Cuando los nazis invadieron Holanda en 1940 intentó huir sin conseguirlo. En abril de 1942 fue detenido
por la Gestapo en Ámsterdam, encerrado en Mauthausen y allí asesinado en octubre del mismo año. (Dicc. Vols.
Alms.)
34
:
Pero ahora, tras dos días de tranquilidad, están de nuevo en forma. Se han bañado, han dormido
bien y sobre todo –esto era lo más importante para ellos - han comido de caliente y a sus horas y el vino
tinto no les ha faltado. No les ha sido difícil convencernos de su excelente ambiente. Soria no tuvo que
preguntarles mucho, ellos mismos le informaron de todo aquello que interesaba a sus camaradas y amigos
en Francia, lectores de “Humanité”.
Para ellos el gran acontecimiento del día de hoy es el traslado de la sección inglesa que combatía en
su unidad, a un batallón que se ha formado recientemente con ingleses, americanos e irlandeses. “¡Ah,
qué camaradas, qué combatientes!” dice Ribière. El joven comisario del batallón, Ribière, tiene casi
siempre una sonrisa en el rostro, los compañeros dicen que hasta en medio del fuego. Ahora está serio. La
fraternidad entre los camaradas ingleses y franceses era por ambas partes extremadamente cordial. Han
luchado juntos en una misma unidad en situaciones en las que las horas cuentan como semanas, los días
como meses. Uno no se separa a gusto de los compañeros que han demostrado que se puede confiar en
ellos. El espacio en el que los amigos ingleses dormían, sigue estando vacío.
Desde allí fuimos al cuartel del Batallón André, apenas a diez minutos, y lo encontramos
desaparecido. El batallón se había ido, excepto unos pocos hombres de guardia, a un hogar infantil de las
cercanías para el reparto de regalos de navidad21. Nos dirigimos allí y encontramos a los camaradas
rodeados de niños y niñas que riendo y armando jaleo nos gritaban “¡Salud!” Había naranjas, que no son
aquí raras, y además bombones y embutido, pasteles, piezas de lana, vestiditos, guantes y juguetes.
(Durante días nuestros encargados de las compras habían estado buscando en las tiendas de Madrid.) Los
niños se comportaban con una confianza que te hacía feliz y con una vitalidad desprovista de vergüenza.
Tampoco nosotros nos avergonzamos de nuestra emoción cuando los niños y niñas con sus claras voces
cantaron el Himno de Riego para darnos las gracias y después la Internacional, con los pequeños puños
apretados, el saludo del Frente Popular.
Esta escena espontánea no fue, por lo demás, la única que impresionó profundamente a Kuttner.
Encontró entre los camaradas compañeros socialdemócratas que estaban muy satisfechos de ver que
también un miembro de su partido se encontraba en su ambiente aquí en Madrid. Estuvieron mucho rato
hablando con él y él pudo apreciar como el Frente Popular, que en muchos círculos de la emigración
alemana de París y Praga es una pura fórmula que en el peor de los casos provoca discusión, aquí se ha
convertido en algo real desde hace tiempo, silenciosa e inevitablemente; una realidad satisfactoria y
natural. Hay que confiar en él, en el compañero Kuttner, cuando, muy conmovido, se comprometió a dar
a conocer con la fuerza de su testimonio el gran ejemplo de unidad que se ve aquí cotidianamente.
Kuttner es sincero y sensible y eso es bueno; mucho mejor que la astucia y la finura del “político realista”
que toma por sabiduría su falta de corazón, de fantasía, de intuición y de capacidad de entusiasmo.
Cuando emprendimos la excursión, las bombas fascistas caían sobre la martirizada ciudad. Cuando
volvíamos, ya bien entrada la tarde, se estaba produciendo de nuevo un tremendo bombardeo.

21
Se trata sin duda del Hogar Infantil Thälmann en La Moraleja, cerca de Madrid, apadrinado por la XI
Brigada. Sobre su origen y evolución ver mi trabajo “Los Hogares Infantiles y las Brigadas Internacionales” en
academia.edu.
35
:
Es navidad, la “fiesta del amor”. Este día, dicen los “salvadores de la civilización cristiana”, hay
que celebrarlo con doble número de mujeres y niños muertos para poder presumir de algo en los
burdeles.

Madrid 26 de diciembre de 1936


La casa del “Quinto Regimiento” en la calle Velázquez se ha quedado pequeña para la creciente
organización de las “brigadas de la libertad”. Los enormes espacios elegantemente representativos de la
parte delantera de las oficinas del antiguo jefe de la Casa Real en la planta baja, han sido ocupados por
los Comisariados de las Brigadas XI y XII, y, tras pequeñas y tenaces “guerras” con la administración
del “Quinto Regimiento”, hemos ocupado también un cierto número de habitaciones alrededor del gran
patio para nuestros principales colaboradores en el Comisariado.
Un espacio en el tercer piso está reservado para las ocasiones festivas, hay sillas y pesadas mesas.
Allí celebramos ayer por la tarde la fiesta de navidad. Los oficiales y comisarios de la XI Brigada eran
invitados del “Quinto Regimiento”. Las mesas estaban cubiertas, la sala adornada, vinos de marca
colocados delante de cada invitado, con el segundo plano se vieron algunas botellas de cava reservadas
para los brindis. Ya tras la sopa empezaron las batallas de confeti. Allí estaban sentados ahora los
hombres que venían de duras batallas y que al día siguiente tendrían que volver a combatir fieramente,
tirándose a las cabezas con grandes risas cortezas de naranja y almendras como si fuesen escolares.
Aún no habíamos llegado a los postres cuando resonó un retumbante “¡Hallo!” En la puerta estaba
Augusto, el largo Augusto22, nuestro director de la emigración en París. Acababa de llegar con los
camiones que nos traían los regalos de navidad. Entonces sobrevino un abrazarse y un estrechar manos y
palmear hombros... y pronto Augusto era el más alegre de todos y gritaba: - ¡Chicos, el primer acto de
indisciplina en mi vida! ¡Yo no me marcho de aquí! ¡Yo me quedo aquí en Madrid con vosotros!- No
hubiéramos nosotros esperado otra cosa.
Kurt me gritó por encima de la mesa: - Ahora tiene la XI un sustituto para Hans Beimler.
Pero los del Batallón Thälmann que estaban también invitados aunque pertenecían
provisionalmente a la XII, protestaron. ¡Augusto era de ellos! Alborotamos y reñimos alegremente hasta
que Augusto se puso de pie y nos representó un número cómico de cabaret: “el violín mudo”. El violín
era el palo de una escoba que alguien debía haber traído de la cocina y por el cual el largo Augusto con
cómicos gestos deslizaba los dedos; el canturreo que salía de nuestros labios cerrados sonaba
extrañamente mal pero era emocionante. Acabamos llorando de risa.
En nombre del “Quinto Regimiento”, los mejores combatientes de Madrid, nos saludó su
comisario Carlos23 como a representantes de los voluntarios internacionales. Un comisario de la Junta de
Madrid y un representante de los funcionarios civiles –que hablaba en nombre del Frente Popular
madrileño- nos trasmitieron los saludos fraternos de todos los combatientes españoles civiles y
uniformados. Hasta los que no entendían nada de español, entendieron el sentido. Sabíamos por qué
22
El “largo Augusto” era August Hartmann, falso nombren en España de Kurt Schmidt, ver nota 30.
23
El comisario del Quinto Regimiento era el comandante Carlos o Carlos Contreras, en realidad el italiano
Vittorio Vidali, comunista italiano.
36
:
estábamos aquí y nos sentíamos rodeados de personas que pensaban como nosotros, seguros en su
compañía, felices por su confianza, estimulados por el gran e histórico ejemplo que ellos habían dado y
seguían dando cada día: la valerosa resistencia contra el poder organizado del fascismo internacional.
En nombre de las Brigadas Internacionales respondió nuestro comisario Nicoletti. Es el más
arrebatador orador que yo conozco. Su emoción, de la que nunca se avergüenza, nunca es hueca sino que
está vivida, encendida por el sagrado convencimiento que parece arderle en el pecho. Se desahoga. Cada
una de sus frases es algo natural. Su voz es clara y potente, resonante como una fanfarria, sus ojos
relucen, su rostro huesudo, viril, vibra, no hay ningún teatro en esta actuación, su emoción es auténtica,
por eso emociona también a sus oyentes.
Dijo que éramos nosotros los que teníamos que dar las gracias. Aquí en España, gracias al heroico
sacrificio del pueblo español, se ha dado ocasión a los antifascistas de todo el mundo de enfrentarse con
las armas en la mano al enemigo mortal de los pueblos, el fascismo, y de golpearlo. Todos nosotros
sabíamos que aquí no sólo veníamos a lucha por la libertad de España, sino también por la liberación de
nuestros propios pueblos oprimidos. Nuestra intervención aquí no es sólo “solidaridad antifascista”, sino
también “sagrado egoísmo”.
También teníamos que agradecer el ejemplo político que estaba dando el pueblo español a todo el
mundo. El mundo habla del “milagro de Madrid”. No se puede explicar cómo, casi desarmado,
traicionado venal y cobardemente por los gobiernos “democráticos”, el pueblo español ha podido resistir
el avance del ejército de Franco, organizado y abastecido con toda clase de armas por dos de las potencias
militares más poderosas del mundo.
- Para nosotros –dijo Nicoletti – el milagro de Madrid es el ejemplo práctico de la invencible
fuerza de la unidad. El prodigio que se ha materializado aquí, se llama Frente Popular.
En nombre de los alemanes habló Hans24, que después tradujo él mismo su parlamento al francés y
al español. De pie en la sala, alto, de anchos hombros, anguloso, firmemente plantado, un hombre de
nervios equilibrados, nada brillante pero de los que dan confianza y trasmite su inquebrantable firmeza a
su alrededor. Su discurso no fue arrebatador, pero estaba sólidamente construido y entremezclado con
vigoroso humor. Recordó que hacía veinte años él como oficial alemán y el camarada Dumont como
oficial francés habrían tenido que matarse mutuamente y caer muertos uno frente al otro en el frente de
Oeste. Y miró a los ojos al enemigo de entonces, hermano de armas ahora, cuando dijo: - Hoy luchamos
juntos, hombro con hombro, alemanes y franceses, contra nuestros enemigos comunes.
Un camarada francés que estaba en medio de ellos exclamó: - Ça va mieux maintenant, ¿nein?- Y
todos reímos de corazón con la tranquilizadora conciencia de saber con qué dureza en estas últimas
semanas nos ha fundido a unos con otros, alemanes y franceses, españoles, italianos... la cien veces
probada fraternidad de nuestras armas y de nuestra voluntad a pesar de todas las peculiaridades nacionales
que conservamos.

24
Hans es naturalmente Hans Kahle, que ya ha salido reiteradamente en las páginas anteriores como “Hans”.
en esos momentos comandante de la XI Brigada desde principios de diciembre en sustitución del Geberal Kleber.
(Ver nota 37).
37
:
El mismo Dumont contestó por los franceses: - ¿Quién está a nuestro lado?”- preguntan los
alemanes del batallón André. -El Comuna de París” – nos contestan. - Ah, vale, entonces hay confianza
–dicen. -¿Quién está a nuestra izquierda? - preguntan los franceses. -El Thälmann – nos dicen. - Alors,
ça y est - exclaman los franceses.
Después cantamos juntos el Himno de Riego, “El rojo Wedding”25, la Carmagnola, Bandiera Rossa
y al final, en muchas lenguas pero al mismo ritmo, la Internacional.

Por la noche
Cuando cantamos la Internacional en tres o cinco o diez lenguas, cada línea del texto, que hemos
cantado mil veces sin pensarla, toma una nueva y directa relación con la lucha que nos une aquí: “¡Arriba
parias de la tierra!”, “Agrupémonos todos en la lucha final”, “El género humano es la Internacional.”
Hay momentos, cuando este texto se convierte en un juramente y pronunciamos cada una de sus frases
con creciente conciencia, en los cuales puede sonar patético. Porque es verdad, todos nosotros lo hemos
vivido cuando los hombres están de pie con el casco puesto y el fusil en la mano, hombres de tres o cinco
o diez nacionalidades, unidos a vida y muerte, en la lucha por los derechos de los seres humanos.
Hoy a primera hora de la tarde estábamos en el cementerio de Fuencarral para enterrar a los quince
camaradas, doce alemanes y tres ingleses, el grupo de ataque del Batallón Thälmann, que defendieron el
bosque de Boadilla.
Sus restos estaban unos al lado de otros, en una sala. Casi todos eran irreconocibles. Los
“salvadores de la cristiandad” los habían destrozado. No sólo los rostros estaban destrozados por las
culatas de los fusiles, cortados por cuchillos, no sólo el cuerpo atravesado por esquirlas de granadas,
bayonetas y cuchilladas, además se les había arrancado el corazón, se les habían sacado las entrañas
como al ganado muerto, se les habían cortado los testículos.... ¡basta! Sacamos de allí a los fotógrafos
que habían venido con sus cámaras, no soportamos que alguien viera así a nuestros compañeros, esto no
debía ser expuesto a la curiosidad del mundo, ni siquiera la más fidedigna propaganda, la documentación
de las inimaginables abominaciones del fascismo, justificaba que ellos, los que habían permanecido a
nuestro lado en la lucha, fuesen entregados en tales circunstancias a los fotógrafos.
Compañeros que ya habían visto mucho en la vida y que ya habían sufrido mucho, camaradas que
venían de las cámaras de tortura de las SA, supervivientes del infierno de los campos de concentración,
hombres que en cientos de trincheras se habían tenido que despedir de sus mejores amigos, se
tambalearon en la sala donde estaban los cuerpos, vomitaron en un rincón. Estábamos sin lágrimas,
crispados por el horror y el odio, mudos. No nos atrevíamos a mirarnos a los ojos unos a otros.
Augusto andaba vacilante, ceniciento, con la mirada de un loco, entre las filas de las tumbas. Le
llamé, se sobresaltó y salió de la tensión del dolor y entonces le vino el llanto liberador. Balbuceaba.
“Esto no se olvida. Esto te hace duro para la vida y la muerte.” Después se puso a gritar: - ¡Se han
equivocado, los perros! ¡Quien ha visto esto no se rendirá nunca jamás en la vida! Seguiré luchando con

25
Wedding, es un típico barrio obrero de la antigua zona occidental de Berlín. El “rojo Wedding” es una
canción con letra de Erich Weinert y música de Hans Eisler típica del movimiento obrero alemán.
38
:
una piedra si se me acaban las balas, y con los puños y con los dientes, y cuando no tenga nada más me
iré de cabeza contra su cuchillo. A ninguno de nosotros lo cogerán vivo.
Yo pensaba: es verdad, deshonrar de esa manera los cuerpos de los muertos nos llena de un
horror mítico, pero la inmediata consecuencia es reforzar nuestro odio y prestar a nuestra capacidad de
resistencia unas fuerzas extraordinarias. De este horror surge una enorme reserva de fuerza de fuentes
profundas que, ni con su mejor voluntad un soldado valiente podría sacar de sí mismo él solo.
Fueron enterrados en tablas de madera sin cepillar, también sin lápida. Hay guerra y estamos en el
frente, no tiene ningún sentido ni posibilidad la pompa. Compañeros, sois inolvidables. Uno por uno
vosotros, el pelotón de ataque del Batallón Thälmann, que mantuvisteis el 19 de diciembre de 1936 el
bosque de Boadilla, doce alemanes y tres ingleses, estáis grabados en el corazón y en la memoria de todos
los combatientes por la libertad del mundo.
Un destacamento del Batallón Thälmann llevó estos sencillos ataúdes sobre los hombros a las fosas
rápidamente abiertas; los trabajadores españoles aún las estaban cavando. Estuvimos en una fila, uniforme
junto a uniforme; frente a nosotros, también alineados, los trabajadores con los brazos desnudos, los
puños cerrados, largo tiempo mudos a la vista de los ataúdes, que estaban entre las filas. El viento
invernal atravesaba nuestros ligeros uniformes. Y de pronto alguien empezó a cantar La Internacional.
Todos la cantamos, en alemán, en español, en francés, en inglés, en italiano, en polaco, en húngaro, en
yugoslavo, en checo, en holandés, en sueco, en lituano, al mismo ritmo. Y en ese momento el canto fue
un juramento.

Madrid 28 de diciembre de 1936


Día de descanso para el batallón. Día de multiplicada actividad para el comisario.
Las dos grandes habitaciones del primer piso de la calle Velázquez, puestas a disposición del
Comisariado de la XI Brigada, parecen un hormiguero alborotado.
A las ocho de la mañana hay ya veinte personas delante de la puerta, que entran todas con nosotros
al abrir. Algunas son heridos leves que quieren volver a su batallón: - Espera camarada, a las once vendrá
el comisario del Batallón André y recogerá a cuatro en su coche –les decimos.
Tres camaradas ingleses quieren ir a su grupo inglés del Batallón Comuna de París. Pero este
grupo ha sido enviado hace tres días a Albacete. - Se intentará buscaros algún medio de transporte para
viajar a Albacete, camaradas.- Adela telefonea: - No. Hoy y mañana es imposible encontrar plazas para
los camaradas.- Así que hay que alojarlos. Pero no tienen ningún documento y sin documentos no se
puede uno alojar. Adela les escribe unos documentos provisionales, confiando en sus rostros francos.
Adela telefonea a todos los hoteles. Nada, en ningún hotel de Madrid hay habitación libre. - Volved
después del mediodía, camaradas. Entretanto habremos conseguido solución.- Pero hay que dares
también un bono para la comida del mediodía.
- ¿Y vosotros, qué?- Su cara muestra azoramiento. Ayer, durante su permiso por la ciudad, han
estado todo el día de fiesta, o sea que no han cogido el camión de recogida que sale de aquí a las 22,30.
Preferimos no investigar dónde han dormido. Pero hay que comunicar el caso a Nicoletti. Nicoletti está

39
:
rodeado por una delegación de trabajadores anarquistas de Barcelona; traen saludos de los antifascistas
catalanes para los internacionales. -Tenéis que esperar unos minutos, Nicoletti no tiene tiempo ahora.
La puerta se abre. Unos hombres cargan pesadas cajas hasta dentro de la sala, las apilan; unas
encima de otras forman una torre de dos metros por lo menos. Y siguen metiendo cajas, parece que hay
un camión lleno. El Comisariado parece al momento un almacén. En las cajas hay fruta, vino, jamón,
azúcar. Lo envían los agricultores de la provincia de Murcia para los internacionales. Se descarga todo.
- ¡Tienes que preparar el servicio de prensa! - me grita Kurt.
- ¡Enseguida! - le grito yo por encima de treinta cabezas, mientras me esfuerzo con la máquina de
escribir.
Delante de mí hay seis jóvenes vestidos de civil enviados de las organizaciones juveniles
madrileñas. Quieren organizar un baile para el Batallón Thälmann y una emisión de radio.
- Esperad un poco, compañeros. A las doce viene el comisario del Batallón Thälmann y con él
arregláis lo del baile... y sobre la emisión por radio hablamos esta tarde a las... –hojeo en mi agenda-, a
las 16 horas tengo que hablar en la emisora de los sindicatos junto con Kuttner (por cierto que me lo
tengo que preparar aún), a las 20 horas una reunión con los comisarios de los tres batallones
internacionales de la XI; a las 22 reunión con los comandantes de la XI, Hans, Richad, Dumont y Ribiére;
a las 23 reunión con los dos comisariados de guerra, Gallo comunicará las nuevas instrucciones del
Comisariado General de Guerra-. Así que a las 17..., pero no, no puede ser, de las 4 a las 6 de la tarde
visitamos los hospitales, los camaradas heridos se quejan con razón de que nunca o muy raramente se
deja ver alguien del Comisariado de las Brigadas. Así que lo mejor es organizarlo ahora mismo. Si lo
hacemos sin perder el tiempo en diez minutos puede quedar esquematizado un programa adecuado para la
emisora de los jóvenes. Pero no aquí, en medio de este jaleo. Vamos a mi despacho.
Nicoletti me grita:
- ¿A dónde vas, Kantor? Tienes que traducir el manifiesto de Año Nuevo del Frente Popular de
Madrid al alemán para que llegue a tiempo a los periódicos de los batallones. Acabamos de recibir el
texto.
- ¡Enseguida, enseguida...!
Kurt grita también: - ¡El servicio de prensa!.
- ¡Vale, ya va, ya va...!
La puerta se vuelve a abrir. Los hombres traen más cajas. Son regalos de la provincia de Teruel:
jamón, fruta, tortas y bollería.
El teléfono suena estridente. Lo cojo. La oficina de prensa comunica que enseguida estará aquí el
corresponsal de prensa del “Basler Nationalzeitung” (Periódico nacional de Basilea); quiere una
entrevista y alguno de nosotros le tiene que acompañar al frente, no sólo a los batallones que están en
descanso, sino también a los batallones españoles que en están en el frente. Es importante.
Bien, pero primero la conversación con los jóvenes. - Adelante compañeros. Nicoletti grita -¡El
manifiesto! Kurt reclama -¡El servicio de prensa!

40
:
En la puerta nos cierra el paso un hombre enorme. Lleva pantalones de piel y saluda muy serio con
el saludo del Frente Popular. Me suena su cara. Es el profesor J.B.S. Haldane26 de Londres. Me da la
mano con su saludo - ¿Cómo está?
- Pero... ¿qué hace usted aquí, profesor Haldane?
El profesor Haldane, el gran sabio inglés, ha venido para organizar aquí en España la protección
contra los ataques con gas a la población. Probará las caretas antigás que tenemos a nuestra disposición.
Para eso necesita el gas y una cámara de gas para trabajar. Lo han enviado a nosotros y al profesor
Haldane no se le puede hacer esperar. - Adela, telefonea al Ministerio de Guerra. Hay que poner
inmediatamente a disposición del profesor Haldane un laboratorio.- Adela telefonea mientras el profesor
espera. Nicoletti me llama, quiere saber quién es. Los presento y hago de intérprete.
Entran en la habitación unos fotógrafos.
Aparece una delegación del Partido Laborista británico.
Entra una delegación de las Federaciones de Mujeres de Madrid.
Soria, del “Humanité”, llama porque necesita información.
Los hombres traen más cajas: regalos de Albacete para los internacionales.
La oficina de prensa llama también; va a venir el corresponsal del “Chicago Tribune”. Quiere una
entrevista y uno de nosotros tiene que ir con él a visitar los batallones.
Acaba de llegar de Albacete un convoy con nuevos camaradas. Se les tiene que facilitar la comida
de este mediodía.
El Comisariado General de Guerra llama desde Valencia.
Llama el jefe de la Base de Albacete.
Aparece el corresponsal del “Chicago Tribune”.
La delegación de diputados británicos necesita información.
Telefonea el corresponsal del “Daily Worker”.
Aparecen tres hombres de la imprenta para recoger el texto en alemán del manifiesto.

26
Imposible resumir aquí la muy interesante vida y la obra de JBS Haldane.Para conocerlas leer el trabajo
del Dr. Pablo Malo “La vida y obra de JBS Haldane” ( https://evoluionyneurociencias.blogspot.com), que se ha
utilizado como fuente. Baste aquí con decir, en relación al texto, que aunque él fue sobre todo genetista y biólogo,
era hijo de John Scott Haldane que murió en el 36 y fue un gran fisiólogo. Haldane hijo sabía bastante acerca del
aparato respiratorio gracias a su padre que había investigado mucho sobre los efectos del trabajo en las minas, sobre
todo cómo actuaba el dióxido de carbono, y había desarrollado una técnica de análisis de gases propia que le enseñó
a su hijo. El hijo, John Burdon Sanderson Haldane (Oxford, 1892), vino a España no una sino tres veces, y
“aconsejó al gobierno de la República en cuanto a medidas de protección contra ataques con gas y también en la
forma de proteger a civiles de los ataques aéreos. En total estuvo unos meses en España pero la experiencia le
impactó mucho y le transformó personalmente (habló y escribió mucho de ella)....... También le hizo un experto en
ataques aéreos ya que sufrió unos cuantos (los republicanos españoles eran los que más experiencia tenían en
ataques aéreos de Occidente)..... De hecho, cuando regresó a Londres, aparte de colaborar en el movimiento “Aid
Spain”, una de sus preocupaciones obsesivas fue presionar al Gobierno británico para que tomara medidas para
proteger a la población de ataques aéreos previsibles en la guerra que se veía venir.” (de la fuente citada)
JBS Haldane, a pesar de venir de una familia muy acomodada, simpatizó mucho con los comunistas por
diferentes razones y escribió artículos en el “Daily Worker”, su periódico. Eso justifica también su venida a España.
Su interés por el marxismo le llevó a publicar en el 38 “The Marxist Philosophy and the Sciences”. En el 42
anunció su afiliación al P C británico, del que se salió en 1950, según dijo “por la indiferencia de Stalin con la
ciencia” aunque las razones fueron otras que el trabajo del Dr. Pablo Malo explica muy bien. Considerando a Gran
Bretaña “un estado criminal”, JBS Haldane se fue vivir a la India en 1957 y allí murió en 1964 en Bhubanesbar.
41
:
Llega el comisario del Batallón André. Por lo menos recogerá ahora a los que esperan de su
batallón. ¡Ni de lejos! Aún tiene mucho camino por hacer. Pasará otra vez por aquí al final de la tarde.
Pero antes debe hablar con el servicio de prensa y tratar con Nicoletti una cuestión espinosa, un enfadoso
malentendido entre los camaradas alemanes y húngaros. Un tema que no se puede posponer.
Los hombres traen más cajas a la sala. Regalos de Almería para los internacionales.
El teléfono suena, las delegaciones aguardan, los diputados discuten con los que esperan, los
corresponsales miran perplejos, los jóvenes españoles siguen aún en la puerta, los impresores esperan.
Adela llama a otra oficina de la Junta por el laboratorio del profesor Haldane, que, sentado
resignadamente encima de una caja, nos saluda cada vez que Nicoletti, Kurt o yo pasamos por delante de
él. Nos ha comunicado que él mismo puede preparar los gases necesarios para sus pruebas, con tal de que
se le proporcionen un par de materias primas muy simples.
Llega el comisario del Batallón Thälmann.
Viene el cocinero a decir que no tiene bastante comida para tantos inesperados candidatos.
El servicio de prensa telefonea para anunciar la llegada de la corresponsal de un periódico sueco;
que aparecerá inmediatamente, quiere una entrevista y después ir al frente.
Concha escribe imperturbable en medio de este infierno la carta que le dictó ayer Nicoletti y que
tomó taquigráficamente.
La Base de Albacete exige una lista de efectivos.
Aparece una delegación de la Columna Durruti.
Acaba de llegar la corresponsal sueca.
Traen el correo de la Brigada que debe ser seleccionado enseguida por batallones. Muchas cartas
han sido devueltas como imposibles de entregar y hay que investigarlas. ¿Dónde está el responsable del
correo?
Hans, Richard del batallón Thälmann27 y Ribière, el comisario del “Comuna de París” tienen que
hablar con nosotros de una desagradable cuestión: han desertado tres internacionales. Hay que emitir las
órdenes de busca y captura firmadas por Nicoletti. En el mismo batallón ha sido desenmascarado un

27
Richard Staimer, 1907, Munich. Embaldosador aunque Kantor dice en las páginas siguientes que era
metalúrgico. Miembro del KPD desde el principio de los años 20. Emigrante en Suiza entre el 29 y 30; presidente
de la Federación de Obreros de la Construcción en el distrito de Nuremberg. En 1931, curso en la Escuela de la
Internacional Comunista en Moscú. A su vuelta a Alemania, director de la Liga de Combatientes del Frente Rojo
del Norte de Baviera. En 1933 volvió a la URSS y estudió en la Universidad Comunista de las Minorías Nacionales
del Oeste. Desde la URSS vino a España en octubre del 36.
En España ascendió rápidamente: comisario político de una compañía; entre diciembre del 36 y febrero del
37, jefe del Batallón Thälmann; entre abril y diciembre del 37, jefe de la XI Brigada Internacional con el grado de
teniente coronel. En febrero del 38 se volvió a la URSS. Ejerció funciones clandestinas en Suiza y Francia. A fines
del 39 fue encarcelado en Suiza y liberado por el pago de una fianza y permaneció allí hasta julio del 41. Pasó a
Italia, en pleno fascismo, y desde allí fue la URSS. Hay circunstancias y hechos poco claros en su vida entre su
salida de España y su llegada a la URSS, pero en todo caso entre el 41 y el 45 trabajó en la URSS. A su vuelta a la
RDA hizo una carrera larga y brillante en puestos directivos de la policía y la administración: en 1950 estudió en la
academia militar de Privolks en la URSS; 1952 viceministro de Transportes; 1955 presidente de la Sociedad para el
Deporte y la Técnica –una de las organizaciones de masas más importante en la RDA-; en 1963 Secretario de Estado
para enseñanza superior y técnica; en 1968, con el rango de teniente general, colaborador del Ministerio de Defensa.
Entre el 47 y el 54 estuvo casado con Eleanor Pieck, hija de Wilhelm Pieck, presidente de la RDA. Jubilado
en el 69 murió en 1982. (Dicc. Vols. Alms.)

42
:
chivato. Nicoletti pide hablar con el comisario del batallón, en su opinión él es el principal responsable.
Si en un batallón internacional se dan muchos de estos vergonzosos sucesos no es por casualidad, es un
síntoma del espíritu de ese batallón Y del espíritu del batallón hay que pedirle cuentas al comisario.
Entran en la sala camaradas españoles, piden ser admitidos en las filas de los internacionales. Se
habla con ellos y se les convence de que antes deben traer el permiso de su comandante y de su comisario.
El profesor Haldane sigue esperando. Los diputados ingleses esperan; las delegaciones esperan; los
jóvenes esperan; los corresponsales esperan; pero en todo caso a ellos los acompañará Paul, del Batallón
Thälmann, que se va a ir enseguida.
A las 12 se vacía la habitación. Ahora puedo, mientras los otros comen, hablar rápidamente con los
camaradas de las juventudes. A lo mejor luego aún puedo hacer la traducción del manifiesto y para
preparar el servicio de prensa me puedo encerrar en mi habitación hasta las 3,30. Después hay que ir a los
hospitales. Sólo el profesor Haldane espera aún, modestamente sentado en un cajón. Es demasiado
tímido para ir al comedor, y cuando se levanta, me hace con toda seriedad el saludo del Frente Popular.
Algunos camaradas se ríen muy insolidariamente ante el gesto del grandullón de los pantalones de piel
amarillos. Pero a mí me emociona su conmovedor gesto: el gran sabio, miembro de academias científicas,
hijo de un ministro inglés, uno de los hombres que por su origen y por sus propios méritos son orgullo del
imperio británico, al imitar seriamente nuestro saludo está demostrando su respeto ante los voluntarios
internacionales sin nombre que aquí están defendiendo la cultura.
Ahora en la habitación del tercer piso que comparto con Kurt, mientras él se sienta en el otro
ángulo de la mesa y escribe una carta, me asalta, brusca y depresiva, la pregunta: ¿Qué hemos hecho
realmente hoy? La actividad inútil se me presenta imponente. De cien preguntas, noventa han quedado sin
respuesta, de cien tareas, noventa han quedado sin resolver. La energía desplegada ha alcanzado sólo a
una fracción de su objeto. La mayoría, lo más importante, me parece que se nos escapa de las manos
antes de poderlo agarrar.
Kurt es optimista, va enumerando: visita a los hospitales en primer lugar, emisión de radio,
servicio de prensa; ha organizado una proyección de cine para los batallones en la ciudad y se ha
preocupado de que los camaradas en los días de descanso tengan material de lectura a su disposición:
periódicos, revistas, libros políticos y lecturas de entretenimiento.
Pero lo más importante, piensa él, han sido las cien conversaciones que hemos tenido con los
camaradas. Por el hecho de nuestra presencia allí nos han llegado preguntas, deseos, quejas, sugerencias,
propuestas; nuestra tarea se ha cumplido en lo esencial. O no, él mismo se corrige, cumplirse no se ha
cumplido, pero sí se ha planteado; se han creado las bases para la realización de nuestras tareas.
¿Y esta realización en qué consistiría...? La primera condición sería convertirse en un centro de
confianza, cree Kurt. Y la realización de nuestras tareas sería, basándonos en esa confianza, ser el centro
fiable político-organizativo de las Brigadas en todos los casos concretos, su espíritu, su conciencia.
- Mmm, un poco abstracto, mis escrúpulos no se han apaciguado le respondo.
- Vete a la cama - me dice-. Mañana tienes que ir con el Batallón Thälmann a La Moraleja.”
Me dormiré con la alegría anticipada que esto me produce.

43
:
Madrid, 29 de diciembre de 1936
El Thälmann tiene su lugar de descanso en el hermoso palacio de La Moraleja, a 17 quilómetros al
Norte de Madrid y a 3 quilómetros hacia el Este de la carretera a Burgos, a unos 900 metros de altura,
rodeado por grandes bosques de alcornoques y eucaliptos. La cuidada posesión, procedente del siglo XVI,
después modernizada con gusto y dignidad como palacete de caza y de placer, pertenecía últimamente a
una marquesa emparentada con la casa real y, naturalmente, simpatizante de Franco. Los caminos del
parque están adornados con bancos de cerámica, hay fuentes de mármol, y un antiquísimo palomar – en el
que los pájaros anidan tranquilamente desde hace siglos- se eleva como un símbolo de vigilancia en la
parte Oeste del palacio. Senderos entrelazados discurren por el ondulado paisaje hasta una cueva de
estalactitas y una granja. El personal de la marquesa ha permanecido con los labradores en la finca y,
junto con los hasta ahora serviciales campesinos, han ocupado el terreno que estaba en gran parte yermo
y se han organizado en colectividad. Han elegido un responsable y los frutos que producen les son
pagados a los precios adecuados.
Palacio, granja y terreno se han mantenido limpios, todo lo cuidados que las fuerzas disponibles
han permitido, y se han convertido en algo útil pues ahora son un bien del pueblo que todos respetamos y
estamos encargados de proteger. Con justo orgullo me pasea Richard, el joven comandante de Thälmann,
sucesor de Ludwig Renn. Hace ocho semanas pasó del trabajador del metal Richard a ser soldado sin
ningún cargo y hombre de confianza de un pelotón a su primer combate. Hoy es capitán y comandante de
un batallón probado en difíciles situaciones.28
En la granja encontramos a un soldado alto, rubio y barbudo. “Tú lo debes conocer - me dijo
Richard -, es uno de vuestros “aprendices de escribiente.” Pasaron unos pocos segundos hasta que en este
barbudo y robusto soldado con casco y fusil reconocí a Albert Müller29, el amigo y colega de la
emigración en París. Él mismo titubeó un segundo entre dos luces. Con lo que me di cuenta de que yo
con uniforme también debía resultar un poco cambiado. Después no echamos a reír y nos abrazamos
Richard, con su fuerte acento bávaro, me presentó con orgullo a Albert: - Este es un soldado de
cuerpo entero. En un par de semanas ha aprendido más que otros en el ejército nacional en años. Hace un
mes apenas si sabía cargar el fusil. Hoy es mi mejor jefe de pelotón. Mañana se le confiará posiblemente
una compañía. Y después puede mandar un batallón.

28
Es imposible que alguien como Staimer, después de su estancia en la URSS, entrase en las Brigadas como
soldado raso. Más imposible aún que un soldado raso en tres meses pasase a ser comandante de un batallón. Sería
incomprensible que una persona crítica como Kantor dijera esto de Staimer, personaje arrogante y vanidoso y con
bastantes sombras en su historial pero de permanente y probada fidelidad al KPD, de no ser por la censura a la que
esta edición del libro fue sometida en la RDA de los años 50.
29
Albert Müller, 1903, Rheinbach, cerca de Bonn. De familia católica estudió filosofía y teología en Bonn y
Colonia e ingresó en un seminario en Düsseldorf. En el 27 recibió el título de doctor en filosofía. Colaboró algún
tiempo en Francia con editoriales y prensa católicas. En el 30 abandonó el seminario y se trasladó a Hamburgo,
donde trabajó como historiador de arte y escritor. Profesor en Münster en 1931- 32. En el 32 se afilió a una
organización antifascista y asistió a una Escuela del KPD. En el 33 fue detenido en Alemania y permaneció algún
tiempo en la cárcel. En el 34 emigró a Holanda, fue expulsado y pasó a Francia donde ejerció como profesor de
idiomas. Como miembro de la Liga para la Defensa de los Escritores Alemanes colaboró en el 35 en París en la
preparación de una exposición antifascista. En noviembre del 36 vino a España: 1ª Compañía del Batallón
Thälmann, jefe de pelotón y subjefe de su compañía. Murió el 7-8 de enero del 37 en Remisa, pocos días después
de su encuentro con Kantorowicz. Figura en el Libro de Honor de la XI Brigada como caído en Boadilla, y en su
Lista de Caídos como caído en “Madrid”. (Dicc. Vols. Alms)
44
:
Albert sonreía de la manera silenciosa y tímida que le era propia. Que yo supiese, Richard era muy
exigente y parco en alabanzas, y en lo que se refiere a los “aprendices de escribiente”, se debían distinguir
especialmente ante él por hacerse valer como soldados íntegros y dignos de elogio. Por consiguiente
Albert se debía haber probado extraordinariamente y a mí esto me pareció digno de ser resaltado porque
se me había dicho que precisamente él, destinado por sus padres burgueses al estudio de la Teología, pero
por inclinación y capacidad historiador del arte, siendo un reflexivo, crítico y autocrítico joven científico
dedicado muy en serio a la investigación, estaba muy lejos de ser un soldado de nacimiento. (Esto fue una
nueva prueba, en mi opinión, de que las medidas para la calificación militar en nuestras filas se han de
cambiar muy a fondo. El “civil”, leal y firme antifascista en la lucha política, generalmente llegará muy
rápidamente a conseguir extraordinarios rendimientos también como soldado, sin que eso tenga mucha
relación con su constitución física. Voluntad y conciencia son decisivas, no músculos, ni instrucción, ni
miedo al sargento.
Richard decidió entonces que ya se había ocupado bastante de nosotros y que ya nos podía dejar
solos. Albert me cogió del brazo y paseamos arriba y abajo por el patio. Evitamos en estos primeros
minutos hablar de cosas personales: ambos estábamos aquí, en el frente de Madrid, y con eso ya estaba
todo dicho. Albert se informó sobre algunos amigos de París y de las últimas actividades de la “Liga de
Defensa de los Escritores Alemanes” a la que pertenecía desde hacía años.
Después me contó una anécdota verdadera cuya fuerza testimonial evidentemente le había
conmovido tanto como me conmovió a mí. Había oído contar el suceso a algunos camaradas americanos.
En los días críticos de noviembre, un grupo de voluntarios del pelotón inglés del Batallón Comuna
de París, en gran parte estudiantes ingleses y alguno americano, había tenido que defender el edificio de
la Facultad de Filosofía en la Ciudad Universitaria de Madrid. Los camaradas levantaron fuertes
barricadas en las ventanas y para ello utilizaro lo que tenían a mano: los fondos de la Biblioteca de la
Facultad. Resultó que para construir estas barricadas los mamotretos de las obras completas de los
filósofos alemanes del XVIII y del XIX y los diccionarios, eran los libros más apropiados. Así que las
obras de Leibniz, Kant, Fichte, Hegel, Schleiermacher, Schopenhauen... sirvieron como materiales de
construcción para el ejército defensor.
Tras estas barricadas construidas por el espíritu alemán, los estudiantes se defendieron con éxito de
las embestidas de los moros y de la legión extranjera. Ante las balas de incendiarios y asesinos, la
filosofía alemana se mostró muy firme e impenetrable. El avance de los “salvadores de la civilización
cristiana” procedentes de los tugurios de los puertos africanos y europeos se detuvo ante la barrera de la
filosofía y la ilustración alemanas. Contra esta barricada del espíritu alemán, al final sólo se pudo imponer
la encarnación del anti- espíritu mismo: el nazismo.
La jefatura superior de los “caballeros de dios” utilizó la artillería alemana. Y, en efecto, las
barricadas formadas por el espíritu alemán legado como herencia a la humanidad, finalmente no
estuvieron a la altura del fuego de la cruz gamada. En efecto, las obras de Leibniz, Kant, Fichte, Hegel,
Schleiermacher, Schopenhauer y los enciclopedistas se convirtieron en polvo bajo los proyectiles del anti

45
:
espíritu, rajadas por las afiladas aristas de las cruces gamadas. Una vez más triunfaron los peculiares
“argumentos” del nacionalsocialismo sobre los padres del “bolchevismo cultural”.
Me pareció que había una evidencia al mismo tiempo horrible y emocionante, lamentable y feliz en
la descripción de este episodio. Al final me sentí más contento que triste: que el espíritu alemán no está
muerto y que al final vencerá, es algo que se vislumbra por el hecho de que nosotros estamos aquí
luchando..

Madrid, 30 de diciembre de 1936


El manifiesto de Año Nuevo del Comisariado dirigido a las Brigadas Internacionales que he tenido
que traducir ha resultado brioso, incluso demasiado brioso en mi opinión. Escrito bajo la impresión del
retroceso de los fascistas en Las Rozas, este documento está tan lleno de optimismo que al releerlo en un
momento de reflexión me ha parecido casi "desaforado". Siempre he considerado una muestra de
debilidad e inseguridad interior subestimar la fuerza del enemigo y empeñarse en creer que la frase
“ningún-optimismo-puede -perjudicarnos” equivale a ser consciente de la propia fuerza; para mí eso no
es más que la autosatisfacción de una persona ignorante, un no querer ver la realidad, la cual, por cierto,
este último año no se ha presentado precisamente de color de rosa.
A veces se me ha tildado de ser “el que lo ve todo negro” e incluso he tenido fama de pesimista,
pero eso no ha hecho disminuir mi convicción de que una virtud antifascista es ver la dimensión real del
peligro y medir bien la siempre relativa insuficiencia de la propia capacidad de combate. Nunca me
pareció valiente el que no quiere ver los peligros que le acechan sino el que aprecia correctamente la
superioridad del enemigo y a pesar de todo se le enfrenta.
Esto puede dar pie a enfadosos malos entendidos en las propias filas; el no haberme comprendido
ha llevado incluso a que se me haya acusado de ser un derrotista. Y es todo lo contrario, mi juicio
escéptico de la situación actual se basa en mi indestructible conciencia de la victoria final que ni mil
éxitos parciales del enemigo desde hace años conseguirán evitar. Precisamente el convencimiento
inconmovible de que al final se impondrá el reconocimiento de las ideas del socialismo como correctas y
necesarias, no necesita las chapuceras muletas del autoengaño. Y esta inquebrantable conciencia de la
victoria final no procede de la fe ciega sino de la apreciación realista de que con cada uno de sus éxitos
externos se agravan las contradicciones internas del enemigo – la misma realista apreciación autoriza sin
rodeos a admitir cien victorias del enemigo y a no perder la cabeza ante sus siguientes y posibles éxitos,
sino a tratarlos adecuadamente-. Uno se puede permitir dudar, pero sabe que no corre peligro de
desesperarse.
Mi llamamiento del nuevo año contradice aparentemente este realismo, que en el presente caso
sería muy complicado de aplicar: no se le puede decir a una tropa que va al combate “Tal vez perderéis
las próximas diez batallas”. (Otra cosa es que a una tropa que ha de mantener la confianza en sus jefes,
no se le pueda negar por decreto el “derecho” a una derrota completa, manifiesta y total por la cual casi
haya sido aniquilada.) Pero aún con todo, antes de la batalla a la que los hombres van con todas sus
esperanzas, se les puede sugerir: “Tenéis la posibilidad de ganar la próxima decisiva batalla, aprovechad

46
:
esta posibilidad.” El llamamiento de Año Nuevo habla no sólo de hacer real nuestra consigna de 1936
“No pasarán”, también presenta otra para 1937: ¡Pasaremos!
No obstante, en mi interior siento un cierto desagrado ante esta droga que casi es la promesa de
victoria, que luego tal vez sólo deja amargo desengaño al enfrentarse con la cruda realidad. Porque la
verdad es que yo me pregunto: ¿Por qué Hitler y Mussolini van a abandonar su juego mientras disfruten
de la magnífica ayuda de colaboradores tales como los autores y realizadores de la “No Intervención”,
que les facilitan el triunfo a costa del pueblo español y de sus propios pueblos?
Presiento que el año 1937 nos traerá aún pruebas muy duras. Pero nos encontrará preparados para
superarlas.

31 de diciembre 1936
Hoy al mediodía, bajo el justo pretexto de querer sacar nuevos materiales, me encontraba en el
Estado Mayor de la XI que ahora está acuartelada en un palacio en el bosque de Remisa. Kurt, que nos ha
traído en su coche a Augusto y a mí, ha tranquilizado mi mala conciencia –pues otra vez me he dejado en
el Comisariado un montón de trabajos por resolver-. Él piensa que mi tarea es, sobre todo, buscar el
contacto con los camaradas y no precisamente detrás de la mesa del escritorio, sino en sus lugares de
trabajo y de combate.
Sobre las 2,30 estábamos de vuelta en Madrid. A las 3 tenía que marcharse Augusto. Ha de estar
mañana temprano en Albacete y por ese motivo no puede asistir ni siquiera al baile de Noche Vieja que
han organizado para hoy las Juventudes Madrileñas con los internacionales en una gran sala del distrito
de Cuatro Caminos.
Le estrecho la mano a August. Me despido de él: -Que te vaya bien, saluda a los amigos de Paris y
vuelve pronto con nosotros. Aquí necesitamos gente como tú.
Se echa a reír confiado: - En dos semanas todo los más, estoy de nuevo aquí.
Más tarde hablo con Kurt sobre los efectos de la personalidad de Augusto, cuya autoridad no
proviene de su inteligencia (sana pero poco educada) sino de la confianza que hace que para él parece que
todo sea fácil. Me preguno: - ¿En qué se basa el hecho de establecer inmediatamente contacto con los
demás y ganar inmediatamente su confianza?
Kurt me lo explica con la franqueza y la lealtad que siente por él: - Augusto –dice-, es uno de
aquellos que sirven siempre a la tarea y nunca intentan servirse del tema para ganar alguna ventaja
personal. Los compañeros, incluso los más incultos, lo notan, igual que perciben la doble lengua detrás
de los más bonitos discursos. Además Augusto muestra siempre camaradería, él lo comparte todo con
los camaradas, el peligro pero también la alegría; tiene humor.”
Todo esto es sin duda correcto, y me parece como indispensable precondición del sugestivo
resultado de su personalidad, pero sólo como precondición que también se encuentra, toda o en sus más
importantes componentes, en otros compañeros, cuya personalidad, sin embargo no consigue los
mismos efectos. Tal vez sea su franqueza, su abnegación, la fidelidad, la lealtad, ante todo también su
capacidad de reír y hacer reír, el humor que a Augusto le surge del corazón. Pero incluso esta explicación

47
:
no me bastaba. Me parece que detrás de las buenas cualidades del carácter de Augusto (que en nuestras
filas no son raras), ha de haber algo más, algo indeterminable –por no decir algo misterioso- y esto es
precisamente lo decisivo. “Eso” es algo que se tiene o no se tiene, no se puede aprender. Hay compañeros
destacados, cualificadísimos desde el punto de vista de la política y del carácter, que no tienen “eso”, lo
cual es una desgracia para ellos como sufrir un defecto físico.
Augusto tiene “eso”.30

Nota en 1939: Augusto era algo más que popular, era querido, cordial y sinceramente querido, por
todos sus compañeros y sobre todo por todos los no fascistas con los cuales tuvo algo que hacer en su
vida. En los labios de este westfaliano de 1,95 de altura, huesudo, flaco, rubicundo y de ojos azules no
ha aparecido en toda su vida una mentira, nunca una hipocresía. No hubo nadie que no le tuviese
confianza, ni nadie cuya confianza él traicionase. Procedía de la lucha ilegal en Alemania y tras Hans
Beimler y Louis Schuster fue jefe de la emigración en París. Conocía a casi todos los compañeros
personalmente, los ilegales en el país y los emigrantes. Su resistencia era fenomenal, su buena influencia
sobre los camaradas no menor. Aquel a quién mirara con sus ojos claros, se le sinceraba, le contaba lo
que le preocupaba en cuestiones políticas o privadas y encontraba el consuelo concreto que aborrece las
fórmulas espesas del habla. Su conocimiento de las personas se podía comparar al de Fernando, pero lo
superaba, si es posible, en intuición. Augusto no tenía ningún método para tratar a las personas, él se
dejaba llevar por el corazón y esto nunca le fallaba.
Augusto no cometió por lo demás ni la mínima falta de disciplina de su vida. Volvió a París por
difícil que le fuese, siguiendo las órdenes estrictas de la dirección del partido. Allí luchó tenaz y
tozudamente para que le relevaran de su función de director de la emigración para poder venir con
nosotros a España. Su lugar estaba ahora aquí. Cuando Nicoletti, en sustitución del camarada Gallo
nombrado inspector general de las Brigadas, tomó el cargo de comisario de la XII Brigada, los
comisarios, oficiales y soldados de la XI retrasaron el nombramiento de un nuevo comisario de la

30
Este Augusto que tanto admira Kantorowicz era August Hartmann, falso nombre, según el Dicc. Vols.
Alms., de Kurt Schmidt, Dortmund 1905, metalúrgico. En 1927 afiliado al SPD y a la Federación de Metalúrgicos
y dedicado sobre todo al trabajo sindical, por lo que fue despedido de la empresa donde trabajaba y pasó a la
Compañía de Tranvías de Dortmund. En el 28 abandono el SPD y en el 31 entró en el KPD. En el 33 detenido y
encarcelado. Ese año fue elegido como representante del distrito de Bielefeld y de la ciudad de Dortmund en
diferentes instituciones, pero no pudo ocupar sus cargos porque fue detenido otra vez. Cuando fue liberado en junio
del 34 emigró al Sarre (desde la Gran Guerra bajo mandato internacional) y allí fue director de los emigrantes
alemanes, ya con el nombre de August Hartmann. Cuando esta zona volvió a pasar a Alemania, emigró a Paris y fue
director también de la emigración alemana. Por eso debió venir a España en las navidades del 36 con los camiones
de regalos para las Brigadas procedentes de París. Tal como dice el texto, el 31 de diciembre del 36 se tuvo que
volver a Paris. Y cuando, como cuenta Kantorowicz, volvió unas semanas más tarde, podemos suponer que en
enero-febrero del 37, se puso tan gravemente enfermo que tras ser operado en Valencia tuvo que volver a París,
donde pasó, según Kantorowicz, aproximadamente un año.
Después volvió a España pero ni Kantor ni el citado diccionario biográfico dan la fecha de su regreso; esta
última fuente lo sitúa en la batalla de Teruel, concretamente en El Muletón en enero del 38; eso es difícil de creer ya
que debía hacer poco que había regresado y su estado no debía ser bueno. Parece una secuencia más lógica lo que
dice Kantor: que no le querían enviar al frente, que estuvo en Pozorrubio y que finalmente fue al frente en marzo del
38. Ambas fuentes aluden, sin fecha, a su estancia en la escuela de Pozorrubio, probablemente como alumno, a su
encuadramiento en el Batallón André –el diccionario dice que como jefe de su compañía de ametralladoras- y
finalmente a su muerte a poco de llegar al frente, cerca de Belchite?- Azaila? el 14 de mayo del 38. Aparece tanto en
la Lista de Honor como en la de caídos de la XI Brigada, pero sin más datos.
48
:
brigada con la esperanza de que Augusto volviera a tiempo. N0 se hubiese podido encontrar ningún
comisario mejor y más digno para la brigada alemana. Pero pasaron semanas hasta que volvió, y
apenas estuvo en España se puso gravemente enfermo. Vivía entonces conmigo en Valencia (yo estaba
destinado allí para redactar en la sede del Gobierno, del Ministerio de Guerra y del Comisariado
General de Guerra, la edición alemana y francesa del órgano central de las Brigadas, “El voluntario de
la Libertad”). Sufrió una difícil y dolorosa operación tras otra, pero más que por el dolor sufría por
tener que estar atado lejos de los camaradas. Por las noches, cuando volvía de la imprenta, hablábamos
durante horas. Me contó su vida, la vida de un comprometido antifascista, repleto de camaradería, de
lucha y de necesidad; una vida rica, profunda e interiormente llena,
Augusto tuvo que ser llevado a París. A las operaciones de cuello y tiroides siguieron operaciones
de los órganos internos. Se le eliminó medio estómago. Durante meses estuvo más muerto que vivo,
permanentemente bajo el bisturí de los cirujanos. Pero estaba lleno de rabiosa voluntad de vivir. Quería
curarse, curarse tan rápidamente como fuese posible para volver a España y a sus camaradas. Pasó un
año. Naturalmente no le querían dejar marchar. En este combate ganó su westfaliana cabezonería. Nadie
era capaz de sujetarle. Se le tuvo que dejar hacer su voluntad. Llegaron instrucciones de mantenerlo en
Albacete, de no dejarlo ir al frente. Pero él consiguió ir a un departamento de infantería en la Escuela
de Oficiales de Pozorrubio, cerca de Albacete. Después vinieron los días de la catástrofe en el frente de
Aragón en marzo de 1938. Todo el que pudiese llevar un fusil fue de nuevo al frente. También Augusto;
en esta confusión, nadie encontró la fuerza y la energía suficiente para impedírselo. El “desertó” para ir
al frente. Llegó a tiempo.
En aquellos días recibí una nota de él, un saludo de Albacete, lleno de alegría: “Lo he
conseguido, por fin... ¡por fin!” Su vida parecía estar ya llena. Había luchado quince meses por esto,
había arrancado su vida a la muerte para poder ir a España con sus camaradas. Cuando tuve su nota en
las manos, Augusto ya había muerto. Cayó poco después de su llegada al frente como jefe de un pelotón,
como Fernando, el mismo día y en parecidas circunstancias. Fue, tras Beimler y Schuster, el tercer jefe
alemán de la emigración que dejó su vida en el frente español de la lucha por la libertad.

1 de enero de 1937
Feliz nuevo año. ¡Pasaremos!
También los nazis nos han deseado un feliz año nuevo. A media noche han arrojado doce granadas
en la Puerta del Sol, que es el tradicional punto de encuentro de los madrileños en la noche de San
Silvestre. Por suerte este año no se había cumplido la tradición, así que las víctimas han sido muy pocas.
En una de las bombas que no han explotado se encontraron grabadas unas palabras en alemán “Herzliche
Neujahrswünsche” (Felices deseos para el nuevo año). Humor nazi.
Los milicianos españoles nos traen el proyectil cuidadosamente preparado al Comisariado y aunque
esto es sólo para ellos un signo más de confianza, los alemanes nos sentimos durante un segundo como
delincuentes a los cuales se les presentase el cuerpo del delito que los culpabiliza. Pues eran palabras
alemanas, grabadas por un alemán en una bomba alemana, disparada por cañones alemanes contra la

49
:
población civil. Pero tras el segundo de vergüenza nos domina de nuevo la conciencia de lo importante
que es también para nuestro pueblo nuestra lucha y nuestra presencia en el lado republicano de España,
al lado de la libertad y la legalidad. La heroica muerte de Hans Beimler ha sido tan útil en España para el
prestigio del pueblo alemán, como perjudiciales puedan ser para él cien bombardeos de los Junkers. Qué
clara se entiende aquí idea de que nosotros con nuestra lucha en España no sólo queremos ayudar a la
libertad de nuestros hermanos españoles, sino también a la de nuestro propio pueblo, a los hermanos de
nuestro país. El valor y la habilidad de los camaradas alemanes de las Brigadas Internacionales son
verdaderas “virtudes patrióticas” en el auténtico sentido del concepto tantas veces mal utilizado.
Hoy, después del mediodía, estábamos Kurt y yo como invitados en la “Alianza de los
Intelectuales”, la sección española de la Federación Internacional de Escritores en Defesa de la Cultura.
Rafael Alberti y María Teresa León, que dirigen la sección española, nos habían invitado.
La Alianza dispone de un bonito palacio en el centro de la ciudad. Un número de intelectuales
madrileños, cuyas viviendas en las zonas de combate tuvieron que ser desalojadas, junto con algunos
escapados de la zona ocupada por Franco -escritores, artistas, músicos-, viven y trabajan allí.
Naturalmente todos están al lado de la lucha por la libertad. Los poetas hacen versos en su defensa, los
músicos les ponen música, los pintores y los artistas gráficos diseñan carteles –precisamente el arte de los
carteles ha llegado en la España antifascista a un nivel especialmente alto -, actores y directores trabajan
con los poetas y los músicos para realizar obras de teatro y pequeñas representaciones artísticas que,
tanto para los soldados en el frente como para la población civil que lucha en Madrid, consiguen crear
unas horas alegres y estimulantes.
La Alianza está en estrecho contacto con la Junta de Madrid, al igual, naturalmente, que con el
Ministerio de Propaganda, el de Cultura y el Servicio de Prensa, pero también con los sindicatos y con el
“Quinto Regimiento”. En este palacio se trabaja mucho y muy fructíferamente. La “Defensa de la cultura”
ha encontrado aquí su más inmediata realización, se la defiende no sólo con las máquinas de escribir sino
también con las máquinas de disparar: muchos artistas, escritores, músicos... que pertenecen a la Alianza,
están en el frente como soldados, oficiales, comisarios. En esta casa hormiguean los uniformes y no como
disfraces. Lo serían si los que los visten no vinieran realmente de las trincheras de la Casa de Campo o de
las barricadas de la Puerta de la Moncloa pues todo Madrid es un frente, sus calles son trincheras, sus
casas fortines: la granada que ha caído hace un momento, acierta una villa en la Castellana a 75 metros
de distancia de nosotros, oímos zumbar la espoleta, pero María Teresa nos cuenta enseguida una
anécdota y nuestras risas se levantan por encima del estruendo pues la historia del café frío del general
Mola es verdaderamente cómica:
El 7 de noviembre de 1936 el general Mola anunció por la radio que la tarde del día siguiente se
tomaría su café en la terraza del café más conocido de la Gran Vía, Casa Molinero, en el corazón de
Madrid. Al día siguiente el jefe de los camareros de este café respondió por la radio que el general tenía
ya su mesa reservada y el café humeando sobre la mesa, así que el general tendría que darse prisa si se lo
quería beber caliente. Desde entonces, para cachondeo de los madrileños, hay siempre desde hace más de
8 semanas una mesa reservada en el Café Molinero con una taza de café frío.

50
:
Nos sentimos bien, envueltos en la activa atmosfera de esta casa. De María Teresa, que procede de
la alta aristocracia de este país pero desde hace muchos años pertenece a la vanguardia del movimiento
revolucionario, emana vitalidad, alegría por organizar y gusto por la lucha. La conocemos a ella y a
Alberti de los tiempos en que tuvieron que emigrar a París cuando la dictadura de Primo de Rivera. María
Teresa León y su marido Rafael Alberti se han convertido en un único concepto doble. Ni sus personas ni
sus nombres se pueden separar. Parece como si sus temperamentos se completaran admirablemente el uno
con el otro. La sensibilidad pensativa, un poco inclinada a la melancolía, del poeta Rafael Alberti se
enraíza en la pletórica, tempestuosa vitalidad de la rubia María Teresa. Encontramos a Alberti más fuerte
y optimista que de costumbre. Los algo débiles contornos de su rostro redondo se han estirado, sus ojos
miran sin ningún velo, ha aprendido a reír; él, que en noviembre estaba decidido a morir bajo las ruinas de
Madrid, está ahora decidido a morir luchando para ayudar a construir de las ruinas un nuevo Madrid. La
lucha lo cambia todo, nos hace más firmes, más fuertes, más esperanzados. En este sensible poeta es el
cambio especialmente evidente.

2 de enero de 1937
Por la tarde tiene lugar una recepción de la prensa organizada por el Comisariado con el Batallón
Thälmann en el palacio de la Moraleja. Participaran once corresponsales de prensa de los más influyentes
periódicos americanos, ingleses, franceses y escandinavos y ocho españoles. Hemos preparado hojas
informativas con la traducción en español, francés e inglés de los datos más importantes y los episodios
más significativos. Para estos señores lo más esencial y lo más instructivo de la recepción era haber
conseguido conversar personalmente y sin presiones con un cierto número de experimentados soldados y
oficiales del batallón. Anotaban celosamente y, como buenos periodistas, pudieron recoger en estas tres
horas material para muchos artículos, dando siempre por supuesto que los periódicos para los que
trabajaban estuviesen dispuestos a publicar artículos fidedignos sobre nuestra situación.
Renn estaba también presente. Había vuelto ayer del hospital y tomaba de nuevo la función de jefe
del Estado Mayor de la Brigada al lado de Hans. No podía moverse mucho ni tampoco hablar. Se
disculpó tímidamente porque las últimas semanas a causa de su enfermedad había estado separado de su
brigada. Pero el verdadero motivo de disculparse era su timidez. Le horroriza la publicidad, le horroriza
de verdad, al revés que a muchos que hacen como si, pero que en el fondo les encanta y corren tras ella
como una doncella tras el hombre (¡sic!). Renn sufría de verdad cuando los periodistas dirigían su
atención hacia él. Parecía no entenderlo ni aprobarlo y lo rechazaba con movimientos torpes y tan poco
amables como era posible para su elegante actitud y su correcto comportamiento.
Su timidez se disolvía cuando, después, estábamos sentados todos juntos con él en el estrecho
círculo de los compañeros. Se abría cuando le preguntábamos sobre sus impresiones y vivencias durante
su encierro en la Alemania nazi, (yo no lo había vuelo a ver desde 1932). No se lanzaba a hablar sobre
las pruebas ante las que se había tenido que enfrentar. Apenas hablaba de sí mismo. No sabíamos por la
prensa mundial ni por nuestras informaciones nada de su actitud antifascista ejemplar y llena de carácter
ante el tribunal nazi y tampoco sabíamos –ni lo supimos por él- que esto le había supuesto dos años y

51
:
medio de cárcel. Nos contó de sus muchos encuentros en el país con compañeros que luchaban
ininterrumpidamente, incluso en la cárcel. Él está lleno de los ecos de estas conversaciones que mantuvo
en nuestro país a través de los muros de la cárcel y más tarde dentro de ella, durante los meses de su
estancia forzosa, cárcel de la cual se evadió fríamente con peligro de muerte poco antes de ser el primer
comandante del batallón que lleva el nombre de Thälmann en su honor.
Estar con él es un descanso, es limpio, nada vanidoso, alejado cualquier intriga y de cualquier
prepotencia.
Cuando volvimos por la tarde a Madrid aún tuvimos que llegar a un acuerdo respecto al asunto del
“comandante” H... El señor H. apareció aquí hacía ocho días, uniformado como comandante y con el
privilegio de haber sido colocado por el Comisario General de Guerra como jefe del Departamento de
Prensa en Madrid. El Sr. H. hablaba estupendamente un montón de lenguas. Las cuales, como su
uniforme y su aparición llena de seguridad, parecían legitimarle. También agitaba, en caso necesario, un
documento del Comisario General de Guerra, papel que en realidad nadie había mirado a fondo porque a
nadie se le ocurría que un señor como H., tan estupendo, hubiese podido atribuirse una función tal alta y
tan oficial saliendo de una nube azul.
El Sr. H. se instaló en un gran apartamento con baño en el primer piso del Hotel Palace e inició su
actividad invitando a toda la gente que le parecía importante y que tenía alguna relación con la prensa a
un desayuno con champán en su apartamento. Evité esta invitación gracias a que el mismo día estaba
con Kuttner en los batallones, y cuando supe de ello a mi vuelta, le dije a Kurt muy indignado (aunque
sin la más mínima desconfianza): - ¡El diablo se lleve a los camaradas que empiezan su actividad
antifascista en Madrid a base de desayunos con champán!
Ahora el pájaro ha volado. El Sr. H. no es ningún comandante ni tiene absolutamente ninguna
función; su documento del Comisario General de Guerra se lo ha hecho simulando ser un corresponsal de
periódicos checos y austriacos. Ya se verá si sólo era un miserable estafador o algo mucho peor. Ahora
tenemos el escándalo consiguiente. Todas las personas que han participado en aquel desayuno y además
un gran número de corresponsales con los que buscó contacto el Sr. H. con la excusa de su función como
jefe de prensa, han sido invitados a declarar y acuden como testigos de su desvergüenza. En Barcelona he
conocido durante una estancia de sólo dos días a tres tipos de la misma catadura. Que se extravíen
también en dirección a Madrid no lo puedo ni pensar. Aquí no hay sitio para ellos.

3 de enero de 1937
Entre la multitud de los que a Nicoletti, a Kurt y a mí nos asedian al otro lado de la mesa en el
Comisariado, hoy se encontraba un hombre joven, alto, delgado vestido con una chaqueta militar. Me
llamaron la atención su rostro nervioso e inteligente y el ardor de sus ojos. Cuando le llegó el turno pidió
que los internacionales transfirieran a sus tropas por algunos días instructores para el lanzamiento de
minas, armas pesadas y granadas de mano. Venía de la Columna X, una formación anarquista de
Cataluña que se había apresurado a venir en ayuda de los trabajadores de Madrid.

52
:
Todo estaba en orden. Me apunte su deseo, le prometí trasmitírselo hoy mismo a la dirección de la
brigada y esperaba que mañana sobre la misma hora, algunos nuestros camaradas de las Brigadas
estuviesen a su disposición, es decir a la de su unidad, como instructores. Pero tras esta promesa él aún se
quedó dando vueltas, tímido y nervioso, por la habitación y a mi pregunta de si quería alguna cosa más,
dijo que querría hablar con uno de nosotros, pero a solas, sobre las circunstancias de su unidad. Corría
prisa y nos prometió hacer lo posible para que enviasen con él a alguno de sus camaradas que estuviese
familiarizado con el manejo de minas para “evitar nuevas víctimas”. Su mirada era tan huidiza y su ruego
tan urgente que me decidí de momento a escucharlo durante la pausa de la comida.
Hablaba fluidamente el francés, así se pudo realizar nuestra conversación sin malentendidos. Le
pregunté qué estaba pensando con eso de “para evitar nuevas víctimas”. Esta pregunta se convirtió
inmediatamente en el centro de sus necesidades y angustias y necesitó dar algunos circunloquios
preparatorios para darme respuesta.
Me contó que la columna a la que pertenecía constaba de entre 600 y 1000 hombres, no sabía
exactamente el número, pues en ella había un ir y venir incontrolable. Todos eran obreros de Cataluña,
anarquistas, y habían venido a Madrid con entusiasmo porque aquí estaba el centro de la resistencia
contra el fascismo.
Le pregunté donde estaba su tropa. Me describió un edificio en la Casa de Campo, pero añadió que
estarían allí sólo hoy, mañana buscarían otro lugar.
Esto ya parecía más raro de lo normal. Así que le pregunté quién mandó su tropa a ese sector del
frente. Me contesto que ellos mismo se buscaban su frente a discreción.
- ¿Pero a quién estáis pues subordinados? ¿En qué posición se os debe hacer intervenir?
No, ellos no se subordinaban a nadie más que a sí mismos, en todo caso a su sindicato en Cataluña.
Ellos se habían agenciado también sus propias armas y recibían la munición y las provisiones de
Cataluña. Desgraciadamente no tenían suficientes fusiles, sólo unos cuatrocientos, por eso sólo iba la
mitad de ellos al sector del frente que a ellos les parecía más importante. La otra mitad permanecía en
una gran escuela en Madrid que habían requisado para su organización y donde mantenían sus asambleas
y deliberaciones. Unas dos o tres veces a la semana se reunían, naturalmente sólo los que estaban el la
escuela, pues sus asambleas eran irregulares, y otra parte se iba siempre a pasear por Madrid o a tomar
café en los bares. En estas asambleas se decidía a qué parte del frente acudiría en los siguientes días la
mitad de ellos.
- ¿No tenéis jefes? – pregunté. Evité usar las palabras oficiales o comisarios.
No, naturalmente, jefes fijos no tenían, tampoco rangos, ellos eran voluntarios anarquistas. Pero
cada vez antes de ir al frente, elegían camaradas que fuesen los responsables en el frente durante ese día.
Casi nunca los mismos sino por turno: a ser posible cada uno debía ser responsable una vez. La
responsabilidad tampoco era muy pesada de llevar pues consultaban en cada acción a cada uno de los
grupos y la decisión de la mayoría decidía lo que había que hacer o dejar de hacer.
- Así que, según esto, tú no eres el comisario en vuestras tropas, ya que no hay ningún comisario
fijo –le dije.

53
:
No, pero era el “hombre de confianza”31. No el “Hombre de Confianza” fijo como institución, sino
una persona en la que la mayoría de los compañeros habían puesto su personal confianza. Él había ya
comentado previamente con algunos que iba a venir. Ellos le habían aconsejado que se limitase a
solicitar de nosotros sólo técnicos. De hecho ya habían muerto y resultado heridos muchos camaradas
porque no sabían manejar bien las armas.
- ¿Habéis entrado ya en combate?
Sí y no, me confesó. Habían tomado una casa por asalto en Carabanchel y habían tenido muchas
bajas. Pero después había resultado que en esta casa habían estado los nuestros, republicanos. Ellos
habían pensado que esta parte de Carabanchel estaban aún ocupada por los fascistas. Después se habían
puesto de nuevo en marcha y habían descansado un par de días en Madrid, habían enterrado a sus muertos
y reenviado a sus heridos con algún acompañamiento a Cataluña. Ahora querían enfrentarse con los
fascistas. Se informarían bien antes de atacar de nuevo de si, realmente, se trataba de fascistas.
De este triste informe saqué en claro algunas cosas que me pareció que faltaban. No estaba en
disposición de hacerle más preguntas. Pero tras unos segundos de silencio, el joven camarada continuó
hablando por sí mismo:
- Hace una semana recibimos de Cataluña nuevas armas: cien fusiles, seis ametralladoras -cuatro
ligeras y dos pesadas- y tres lanzaminas, además de cincuenta revólveres. En los ejercicios con las
ametralladoras hemos tenido bajas. Sólo un par de camaradas. Pero ayer probamos los lanzaminas. Una
de ellas explotó; hemos tenido doce muertos y ocho heridos graves. Por eso yo hoy estoy aquí. Esta tarde
tenemos que probar los otros dos lanzaminas. Una parte de los compañeros dicen que ellos saben cómo se
deben usar. Pero los otros están enfadados y han decidido volver a Barcelona. Muchos están ya seis
semanas aquí.
Eso era, pues, lo que significaba aquello de “para evitar nuevas víctimas”. Jugarían con un valor
infantil con los dos lanzaminas hasta que estuviesen destrozados y hubiese un buen número de hombres
muertos.
¡Una tropa de casi mil hombres en posesión de quinientos fusiles, seis ametralladoras, tres
lanzaminas y munición, lleva seis semanas en Madrid y hace la guerra por su cuenta con el resultado de
innumerables muertos y heridos y no sólo de sus propias filas, sino también de las filas de la formación
republicana que han atacado en su único ataque en Carabanchel! ¡Y sin hacerles a los fascistas el menor
daño ni haber prestado la menor protección al frente republicano, pero llenos de sincero convencimiento
antifascista y de fanática decisión de morir por la libertad!
En ningún momento de mi estancia aquí había yo estado tan hundido, casi desesperado, como tras
esta conversación. Todos los esfuerzos de un par de miles de hombres que mantienen Madrid -sólo son
un par de miles, incluyendo los batallones españoles de confianza -, todo su abnegado valor, todo su

31
Una especie de mediador en los conflictos. Este papel también aparece repetidamente en muchos
documentos alemanes, ya que en las empresas alemanas, como el texto aclara, era una verdadera institución entre los
trabajadores: su papel como intermediario y solucionador de conflictos entre los mismos obreros y entre obreros y
patrones era importante. Lógicamente debía ser alguien especialmente sensato y dialogante y contar con la
confianza de los compañeros.
54
:
heroísmo, toda su disciplina, me parecía que se venían abajo en un enorme pantano de desorganización,
de autodestrucción. ¡Qué tarea tiene aún por delante este pueblo, especialmente su vanguardia, hasta que
el dinamismo indudablemente revolucionario - aunque sólo sea el de una fracción de su fuerza -, esté
preparado para enfrentarse organizadamente contra el fascismo! Si no fuese el mismo pueblo español el
que ha dado en las horas decisivas tantos sorprendentes e increíbles ejemplos de su apasionada y
desbordante voluntad de libertad, uno se hundiría en el desánimo.

5 de enero de 1937
Vivimos horas duras. Los fascistas han atacado con todas sus fuerzas. Con una masa hasta ahora
desconocida en esta guerra de materiales, aviones, carros blindados, artillería de todos los calibres,
pesada y ligera, y con la intervención de sus mejores tropas, falangistas, moros, legionarios, mandados y
empujados por oficiales italianos y alemanes y por cuadros de profesionales, han sobrepasado nuestras
líneas. Majadahonda ha caído en su poder, en estos momentos suponemos que también Las Rozas, y con
ello han cortado la carretera principal hacia El Escorial y la Sierra de Guadarrama. Villanueva de la
Cañada, Romanillos, Villafranca del Castillo y su mismo castillo fortificado deben haber sido
conquistadas (mapa pág. 22). Y su potencia de ataque no se ha visto aún cortada. Todo lo que se puede
decir es que tampoco nuestra fuerza defensiva se ha visto cortada de ninguna manera sino que, tras los
primeros momentos de confusión, actualmente se ha concentrado y consolidado de nuevo.
Madrid se halla bajo el fuego. Madrid sufre cada par de horas un bombardeo aéreo. Madrid arde
por todas las esquinas y por todos los barrios. Los fascistas arrojan bombas incendiarias. Pero la
población de Madrid corre a las barricadas. En estos momentos el “No pasarán” no es una consigna sino
un juramente; ha perdido cualquier tono de ligereza y se grita con los dientes apretados. De nuevo como
en noviembre los madrileños parecen decididos a morir antes entre las ruinas de su ciudad que a ceder
ante los fascistas. “Madrid será la tumba del fascismo”. Yo lo creo. Madrid no caerá. Crece como una ola
de odio y de rabia sobre los traidores que mandan devastar su propio país a hordas de asesinos
extranjeros, y esa ola se lanza sobre los fascistas invasores. Madrid será su tumba, es verdad. Confío en
ello. ¡No pasarán!

La pasada noche permanecimos mucho tiempo en nuestras mesas de trabajo. Continuamente entran
informaciones de los batallones. Pérdidas, falta de municiones, dificultades de abastecimiento, cambios
de lugar, peticiones de refuerzos, llamadas de ayuda. Del Estado Mayor de la XI estaba presente Robert.
Antes del amanecer se marchó de nuevo al frente con un paquete de noticias para Hans. Estamos muy
preocupados por el Batallón Thälmann, que en algún lugar del sector de Brunete ocupa una posición
lateral avanzada y cuyas líneas de retroceso han quedado cortadas tras la pérdida de Las Rozas.
Vibra el teléfono. Nicoletti es reclamado por Miaja. Se echa el abrigo sobre los hombros y sale
corriendo. Es más de medianoche. Los cañonazos en el centro de la ciudad resuenan por encima del
estruendo de las bombas incendiarias. Un nuevo ataque de Junkers, el cuarto bombardeo desde que ha
caído la noche. Corremos al patio donde en chófer de Nicoletti está poniendo el motor en marcha.

55
:
Nicoletti piensa que tiene las mismas posibilidades de que le caiga una bomba encima aquí que en
cualquier calle, así que se va. Ha hecho lo justo. Corresponde a la táctica de desmoralización de los
fascistas provocar el pánico entre la población civil. Sus ataques no van contra objetivos militares, se
dirigen más bien a los bloques de casas de vecinos de los superpoblados barrios obreros y a edificios
representativos del centro de la ciudad, les da lo mismo donde acierten, con tal de acertar.
Entramos de nuevo en la habitación del Comisariado. Por el sonido de las explosiones
reconocemos que están arrojado bombas explosivas y bombas incendiarias. A Robert le rechinas los
dientes: - ¿Qué le importan a un nazi las mujeres y los niños carbonizados? Sin duda consideran que la
chusma española es una raza inferior.
Le digo amargamente: - En esto te equivocas. Con alemanes “infrahumanos”, es decir antifascistas
amantes de la libertad, lo harían exactamente igual. No diferencian naciones, sólo conocen partidos: nazis
y antinazis, o “superhombres” e “infrahombres.” El legionario marroquí al cual ha traído hasta aquí el
gusto por el saqueo, es para ellos un “superhombre”; el alemán Heinrich Mann es para ellos un
“infrahombre”.
Un nuevo golpe fortísimo hace temblar la mesa. - Esto debe haber sido en pleno centro -dice Kurt -,
tal vez han convertido El Prado en ruinas.
Roberto grita fuera de sí: -¡Más y más! ¡a diestro y siniestro! ¿El Prado? Mejor que mejor. Puro
“bolchevismo cultural”, el testimonio de que aquí todo va de culo. Las birrias deformes de ese... ¿cómo
se llama el tipo...? ¡El Greco! Y esas escenas revolucionarias de ese cerdo de Goya. Fuera con ellos.
Lástima que esa chusma hace tiempo que está muerta. Deberían haber vivido el nuevo tiempo. Picadillo
habría que hacer de ellos, de esos bolcheviques culturales; habrían tenido que aprender a ser fotógrafos
después de haberlos reeducado en un campo de concentración para ser buenos ciudadanos.
Nos recorrió la espalda un escalofrío: -¡Acaba! - dijo Kurt cortante- ¡ya sabemos sin que tú nos lo
digas lo que un aviador nazi piensa!
En este momento se abrió la puerta y uno de los guardias condujo dentro de la habitación a un
anciano blanco como la pared que temblaba de frío. El miliciano nos dijo disculpándose que el viejo
habría pedido poder hablar con uno de nosotros y con este frío no se le podía dejar esperando ante la
puerta hasta la mañana temprano. Además él tipo era un “alemaño”. Nos quedamos durante unos
segundos sin palabras mirando a este pobre ser fantasmal. El anciano llevaba una ligera ropa de verano
completamente desgastada. El pelo blanco largo hasta el cuello, una barba entre blanca y gris crecía
descuidada en su rostro. Estaba flaco como un esqueleto. Sus manos de largos dedos temblaban. Sus ojos
hinchados lagrimeaban. Estaba completamente sucio de porquería y de mocos.
Finalmente Kurt carraspeo y le preguntó: - ¿Es usted alemán?- Un ataque de tos sacudió su
esmirriado cuerpo. El anciano intento agarrarse a una silla. Corrimos hacia él, le sostuvimos y le
llevamos a un sillón. Robert le trajo un vaso con coñac. El viejo lo agarró con sus manos temblorosas
pero sólo le dio un traguito.
Nos miró. Sus ojos eran de un azul acuoso. Contestó con claro acento sajón: “Soy de Dresde,
señores.” “Ya, ¿y cómo ha venido a parar aquí? ¿Qué hace aquí en Madrid?”- le preguntamos todos a la

56
:
vez. Volvió a toser penosamente y nos pidió un pedazo de pan. Le quisimos dar un trozo de embutido,
pero dijo que no le sentaría bien. Notamos que tenía mucha fiebre.
Poco a poco le sacamos lo siguiente: era lingüista, romanista, y vivía desde hacía bastante tiempo
en España como profesor particular de los hijos de un rico comerciante y propietario de tierras llamado
Águila. La familia se habría ido en julio a Biarritz y no había vuelto. Él había salido de Alemania antes de
la guerra –no supimos por qué -. Las clases particulares habían sido para él sólo una manera de ganarse el
pan gracias a su actividad de profesor. Con dedos temblorosos sacó del bolsillo de la chaqueta algunas
hojas de papel medio rotas, lamentablemente borrosas, un manuscrito sobre el, hasta ahora, desconocido
origen de la lengua vasca. También había trabajado en un diccionario completo comparado del español: -
Doce años, señores - balbuceaba. Tras otro imparable ataque de tos sacó otra carta igualmente destrozada
de una editorial científica alemana, de la cual se deducía que estaba en tratos de realizar un contrato con
dicha editorial. La carta estaba datada el 3 de octubre de 1931. Pero cuando llegó el nuevo gobierno a
Alemania, la editorial dejó de existir.
Nos miramos silenciosos a los ojos. Kurt preguntó: - ¿Y dónde ha estado usted desde que empezó
la guerra?- El anciano nos explicó que había tenido su propia casa de dos habitaciones en Carabanchel.
Pero la casa había quedado destruida. - Ahora están los “nacionales” allí. La obra de mi vida se ha
quedado bajo las ruinas – decía, llorando silenciosamente.
Desde entonces ha estado pernoctando en las estaciones del metro. Un par de cientos de pesetas
que consiguió coger, hacía más de un mes que se le habían agotado. Los españoles siempre le habían
dado un trozo de pan. -Vale, pero ¿por qué no ha acudido a la “Ayuda Roja” o a cualquier otra
organización?- De nuevo se sacó una nota del bolsillo emitida hacía pocos días. En ella la “Ayuda Roja”
lo enviaba a nosotros. Había comido allí un par de veces pero no podían hacer nada por él porque tenía un
pasaporte alemán. Lo querían enviar a la policía.
Bueno... ¿y por qué no había ido a la policía? Allí lo hubiesen recogido. Se enfadó: - ¡Yo no soy
un delincuente! ¿Qué tengo yo que ver con la policía? Soy un profesor, un investigador.
Le aseguramos que a nosotros no tenía que explicarnos lo que era y nos dijo que ya había notado
que nosotros éramos “señores educados”. A continuación nos preguntó si sabíamos latín o griego y
cuando el humanista que era Kurt32 inició una conversación en latín con el anciano, se evidenció que el

32
Kurt lleva saliendo desde el principio sin que se haya podido identificar. Este pequeño detalle del latín
induce a pensar que es Kurt Stern, Berlín 1907. Stern, de familia judía –sus padres murieron en Auschwitz-, fue
escritor y periodista. Estudió el bachiller en escuelas vespertinas y desde 1927, historia, filosofía y literatura en
Berlín donde dirigió la Fracción de Estudiantes comunistas durante el 30-31. Estudió luego en París, donde conoció
a su esposa., Jeane Stern, germanista. En el 33 ambos emigraron a París; Kurt trabajó en la editorial “Éditions du
Carrefour” y fue jefe de redacción de la revista “Unsere Zeit” (Nuestro tiempo).
En España desde octubre del 36: comisario político de la XI Brigada, combatiente en Madrid, Jarama y
Guadalajara. Redactor de “Pasaremos”, la revista de la XI, y de “El Voluntario de la libertad”.
Volvió a Francia en enero del 38: detenido, preso y condenado a trabajos forzados; liberado y vuelo a
detener, vivió clandestinamengte hasta el 42, cuando el matrimonio emigró a Méjico: él colaboró con el Heinrich
Heine Klub y el periódico “Freies Deutschlans”. En el 46 volvieron a la RDA. Kurt se afilió al SED y vivio como
escritor, periodista y guionista para la DEFA, principal empresa cinematográfica de la RDA. Miembro del Comité
de solidaridad con España. Murió en Berlín, en Septiembre de 1989, dos meses antes de que cayese el famoso muro.
Su esposa Jean, también guionista, escritora y periodista, murió en Berlín en 1998, a los 90 años. Juntos escribieron
un libro sobre España: “Unbändige Spain” (Indómita España).
57
:
anciano verdaderamente hablaba un elegante y admirable latín. -¡Ah - dijo -, esto me hace bien, estar
otra vez entre señores educados!
Después se quedó pensativo, nos miró a los cuatro y preguntó: - ¿Y qué hacen ustedes aquí, en esta
horrible guerra? Este no es trabajo para señores como ustedes.- -Estamos luchando aquí para que en el
futuro sabios como usted no tengan que hacer su trabajo de investigación en condiciones tan miserables -
le contestó Kurt. El anciano se quedó pensativo. Después dijo con su temblorosa voz: - Soy demasiado
viejo. No entiendo nada de todo esto. Tampoco he podido entender la anterior guerra. Todo esto me
parece sin sentido.
Un nuevo ataque de tos le interrumpió. Kurt fue al teléfono e informó al Hospital en el Hotel
Palace que le enviaríamos un señor anciano al que había que cuidar y curar. Mientras tanto le dicté un
documento y una carta adjunta a Adela para acompañar los papeles del anciano.
Al rato ya están los aviones otra vez aquí. Robert no puede contenerse y entre las explosiones de
las bombas grita al anciano: - ¡Escuche usted, estos son los saludos de la patria!
El anciano murmuró: - Hay mucho mal en el mundo. Y el mal reproduce el mal.- Después le
ahogó otro fuerte golpe de tos. Tenía escalofríos.
Nicoletti volvió del Ministerio de Guerra. Enseguida metimos al anciano en su coche.
Hoy por la mañana le hemos pedido a Adela que llame al Palace. El médico le ha dicho que el
anciano que le habíamos enviado la noche anterior, estaba en la cama con una pulmonía sin salvación y
que no sobreviviría a ese mismo día.

Un día duro, también personalmente para mí.


Por la mañana temprano me entero por Nicoletti que ha muerto Ralph Fox en el frente del Sur. Era
comisario de una compañía inglesa en la recién formada XIV Brigada, que ha entrado en combate en el
frente de Córdoba junto a Lopera. Siempre había esperado encontrármelo de nuevo aquí. Lo apreciaba
mucho y por igual como escritor, como organizador y como antifascista. Era un centro firme y activo del
movimiento de escritores ingleses antifascistas. En cada encuentro y en cada trabajo conjunto me parecía
cada vez más un modelo: en su discreta (casi silenciosa) actividad, en su modestia, por su rigor -iba a las
cuestiones esenciales-, por su camaradería, por su franqueza y su falta total de vanidad. Un hombre de
claro y sano entendimiento y sabiduría, un escritor de capacidad notable y en pleno desarrollo. No
conozco su monografía sobre Lenin que se ha hecho famosa en Inglaterra, y de su obra “Mujeres rebeldes
de Irlanda” sólo un capítulo, pero sí he leído con gran interés y atención su novela “Himmelsstürmer” (El
conquistador del cielo) y también algunos artículos sobre el movimiento literario revolucionario en el
cuaderno “Left Review”. Aunque él era uno o dos años más joven que yo (creo que de la quinta del 1900
o 1901) y a pesar de la sincera cordialidad con la que siempre me trató, desde que lo conocí tenía ante él
el respeto que correspondía a alguien mucho mayor. No daba la menor importancia a sí mismo ni a sus
trabajos. No se oía decir nada de él, no se veía su fotografía. Sin ruido abandonó Londres, vino a España
sin llamar la atención, un antifascista entre miles de otros, se alistó, combatió y murió como comisario en

58
:
la vanguardia de su compañía. Las hasta ahora escasas noticias alaban su extraordinaria audacia y su
popularidad. Su muerte es una gran pérdida para la literatura y el movimiento antifascistas.
Nicoletti me encargó ir a la Telefónica y hacérselo saber a los amigos de Fox en París y Londres.
Recogí a toda prisa algunos materiales sobre las circunstancias de la muerte de Fox en el frente. Eran
más o menos las doce cuando me marché.
Cuando estábamos en la Castellana llovían las bombas. Veintitrés Junkers y Capronis sobre
nuestras cabezas. Las personas se precipitaban gritando unas hacia dentro de las casas, otras hacia fuera.
Las mujeres arrancaban a sus hijos del suelo y los abrazaban, los protegían con su cuerpo como podían.
En ese momento cayó una bomba en la entrada del metro, a nuestra derecha, donde la gente se agolpaba.
Adelante, adelante, es una tontería pararse, le gritaba yo a Pedro. Conducía el coche a 80 por hora entre
personas que huían, que gritaban, que caían al suelo por la esquina de la Telefónica. Pero ésta era también
meta de las bombas. Corrimos a través del bombardeo; delante, a derecha, a izquierda, ante nosotros
explotaban las bomba derribando pedazos de edificios, silbaban las esquirlas. Corríamos sorteando los
cráteres formados hacía unos segundos.
El bombardeo ha costado –según muestran los datos hasta ahora, a últimas horas de la tarde- más
de trescientas víctimas. Cuando se retiraban, después de haber arrojado sus bombas sobre el centro de la
ciudad, los aviones aún dispararon en los barrios periféricos con sus ametralladoras sobre mujeres y niños
que formaban largas colas ante los establecimientos de comestibles. Esto es el fascismo. Así aparecerá en
la Historia: destrozando mujeres y niños desde el aire por diversión; saben perfectamente, lo ven con toda
claridad desde 100 metros de altura, - a tan baja altura descienden - que son mujeres y niños a los que
disparan. Las celdas de tortura de las SA, los cadáveres de los niños de Madrid y de Shangai y la mesa de
conferencias de los “Comités de No Intervención” en Londres son cuadros que sobrevivirán en las peores
pesadillas de la humanidad: muestran el apocalíptico viaje a los infiernos del mundo burgués.
Cuando llegamos a la Telefónica nos dimos de cabeza con la corriente de personas que se
precipitaban escaleras abajo para buscar cobertura en el sótano; demasiado tarde pues los aviones estaban
otra vez sobre nuestras cabezas. La Telefónica no había sido alcanzada. Subí contracorriente entre la
gente. Arriba estaba sentado, inconmovible en su puesto, el telefonista español. Se echó a reír. - Nada
- dijo -, ya ha pasado.
Me reí yo también y le pedí, aún sin recobrar el aliento, conexión con París. Sabía que en la oficina
a la que estaba telefoneado, estaría mi mujer, y me senté al lado de una mesa para escribir un par de
notas, las preguntas más importantes. Quería ser muy meticuloso y concreto pues temía encontrarme en
una situación que ya conozco: el exceso de lo que se tiene que decir y preguntar en una conversación de
dos minutos le convierte a uno en mudo –y a veces se sale de la mudez con una tontería-. Contaba con
media hora de tiempo hasta que se produjese la conversación. Pero apenas me había sentado - seguro que
no había pasado más de medio minuto -, cuando se estableció el contacto con París. Al aparato estaba
Friedel33. Tenía aún en mis oídos resonando el estallido de las bombas, el crujido de las casas al caer, y

33
Friedel era la compañera de Kantorowicz, a la que esta dedicado este libro. (Ver nota 4).
59
:
los gemidos de las mujeres, y, de pronto atravesaba aquel estruendo la voz de mi mujer desde su oficina
de París.
-Buenos días –dije yo-, ¿cómo te va? La comunicación era mala y lo tuve que repetir gritando.
- Gracias, todo bien... - Si, muy bien... estoy perfectamente. – No, aquí está todo bien. - Ah,
¿cómo va con los bombardeos...? - No es para tanto. Uno se acostumbra...
Algunos segundos de silencio. Después grité, incluso demasiado fuerte: - ¿Has encontrado un
inquilino para la casa?
Pensé convulsivamente que no había preguntado aún todas las cosas importantes que quería
preguntar. Puede ser que haya pasado un cuarto de minuto en silencia. Estaba claro que a Friedel le
pasaba lo mismo que a mí, para ella esta llamada era una sorpresa. Para llenar el tiempo nos preguntamos
por este y por aquel, por Kurt, Jeane34, y luego le tuve que pedir que se pusiera Max al aparato para
transmitirle una noticia – a ella no he querido comunicarle la noticia de la heroica muerte de Fox, al que
también había conocido y apreciado mucho; al menos no así, tan de repente y tan directamente por
teléfono -. Apenas colgué el teléfono me vinieron a la cabeza todas las cosas que hubiese querido decirle.

6 de enero de 1937
El ataque de los fascistas sigue adelante con ininterrumpida violencia. Hoy por la mañana el bosque
y el palacio de Remisa, donde la XI tenía su Estado Mayor, han caído en su poder y el avance ha sido tan
arrollador que el Estado Mayor de la Brigada se ha encontrado por sorpresa en medio del fuego de los
tanques y de las columnas escogidas de los fascistas y se ha tenido que retirar combatiendo al mismo
tiempo con las tropas enemigas de vanguardia. Es amenazador que también Aravaca haya sido ocupada
por los mercenarios de Franco y que con ello la línea interior de defensa Aravaca – Húmera haya caído
en sus manos. Ahora Madrid está también muy fuertemente encerrada por el Oeste. Sólo por el Este
permanece libre el camino hacia la zona no ocupada.
Nuestra capacidad de resistencia no está rota pero sí debilitada. Dumont, el jefe del Batallón
Comuna de París, ha sido herido. Su comisario Ribière informó ayer por la noche. El batallón ha
aguantado el primer ataque fuerte pero está medio agotado. También el Edgar André está gravemente
debilitado. Para más desgracia, la XII Brigada con sus buenos batallones “Garibaldi” y “Dombrowski”
anda flotando por algún lado en el sector de Guadalajara; ha atacado con éxito al principio en Sigüenza,
pero aunque el ataque tuviera éxito, el precio de su ausencia en el frente de Madrid sería excesivo:
actualmente un metro cuadrado ante Madrid es más importante que un quilómetro cuadrado en otros
frentes. Tenemos la esperanza de que la XII venga a tiempo para el contraataque, para el que nuestros
agotados batallones no tendrán fuerza suficiente.
Del Batallón Thälmann, que estaba interviniendo en la protección del flanco Noroeste del frente de
Madrid, han llegado buenas noticias. El batallón se encontraba en una posición muy adelantada en el
sector de Brunete no lejos de Villafranca del Castillo y Villanueva del Pardillo, con el frente hacia el
Sudoeste. El primer ataque de los fascistas se dio en las espaldas del batallón en Las Rozas, con cuya

34
Sin duda Jeane Stern, la esposa de Kurt Stern. Nota 32.
60
:
conquista la línea de retroceso hacia Madrid quedaba cortada. Nuestra preocupación por el batallón fue
durante 24 horas grande y justificada, pero, por suerte, se mostró después como innecesaria.
El Batallón Thälmann no se dio cuenta de que los fascistas habían penetrado a sus espaldas y en su
flanco izquierdo. Pero este batallón tiene un sencillo lema “El Thälmann Batallón mantiene la posición”.
Los fascistas no se podían imaginar que aquí, en una posición tan adelantada e incluso aislada, un batallón
republicano aguantara, mientras las oleadas de sus ataques ya habían llegado hasta más allá de Las
Rozas. Así que marchaban como si se encontrasen en su terreno; dos batallones descuidados, los fusiles
colgando del hombro, cigarrillos en la boca, borrachos de alcohol y de confianza en la victoria.
El Batallón Thälmann contaba con trece ametralladoras intactas, cinco pesadas y ocho ligeras.
Pero lo más decisivo era que tras estas ametralladoras intactas había gente con los nervios bien templados.
Dejaron acercarse a los fascistas hasta casi doscientos metros. Cinco minutos más tarde de los dos
batallones no quedaba nada.
El desconcierto debe haber sido considerable en el Estado Mayor fascista, el avance sobre Las
Rozas acabó en un parón, entonces tuvieron que reunir numerosas fuerzas de la reserva para liquidar a
este peligroso “ejército” que aún operaba en una zona que los fascistas consideraban su retaguardia. Su
ataque chocó al día siguiente con el vacío, pues por la noche nuestro batallón se había marchado, no
hacia Madrid, pues ese camino estaba cortado, sino por fuera de Madrid por la zona aún no ocupada por
los fascistas, por Colmenarejo y Galapagar hacia el Noroeste. Desde allí el batallón fue a Madrid por
carreteras secundarias que mantendrán en el futuro el tráfico con las tropas del Guadarrama. Sus bajas
son hasta ahora escasas. Hoy volverá de nuevo a entrar en acción.

Estas eran las noticias que me trajo Kurt del Estado Mayor a Madrid. Llevaba con él a un joven
austriaco que después de haber sido herido en noviembre había vuelto de nuevo anteayer al André y al
cual hoy por segunda vez le han dado: un tiro en el hombro. Lo llevamos al hospital en el que habían ya
sido operadas y curdas las víctimas del ataque aéreo de la mañana y en el que ahora se apretujaban las
camillas con los heridos en la batalla. Unos se sentaban en el suelo, acurrucados junto a las paredes de
alrededor, otros estaban acostados en camillas o sobre trozos de lona en el suelo. Civiles y militares
mezclados. La sangre rezumaba por sus vendajes de urgencia sobre su ropa hasta el suelo. Las mujeres
lloraban, los niños gritaban, los hombres gemían, el torrente de camillas no paraba, seguía creciendo,
salvar la vida de uno o de otro era cuestión de minutos. Los médicos trabajaban sin levantar los ojos,
como máquinas. Apestaba a yodoformo y a sangre. Muchos vomitaban. De tiempo en tiempo atravesaba
el gemir y el lloras un grito desgarrador.
La guerra es horrible; aquí en la ciudad me parece aún más horrible que fuera, en las trincheras.

7 de enero de 1937
Yo estaba en los batallones, pero fuera de ellos. Ayer tarde y noche con el Thälmann, hoy por la
mañana en el Estado Mayor, después con el André. Una liberación. Me siento seguro, tranquilo y
confiado. En medio de ellos se acaban las cavilaciones, no ambicionas nada más, no te cuestionas nada,

61
:
todo es claro y sencillo, comer, beber y dormir si se puede, vigilar si es necesario. En la misma lucha no
se piensa en morir, se piensa directamente en luchar, no se duda, y cuando te imaginas a Franco entrando
en Madrid, entonces te dedicas a hacer todo lo posible para impedírselo, no hay sitio para miedo ni dudas
sobre la propia fuerza. Aquí puedo volver a reírme. En los últimos días las ganas se me habían ido. Me
río a causa de dos episodios que sólo en esta confusa guerra han podido suceder:
El 4 de enero, cuando los fascistas atacaron con toda su rabia Majadahonda y Las Rozas,
aparecieron cinco tanques sobre el campo delante del primer pueblo. Majadahonda estaba aún en nuestro
poder y algunas de nuestras patrullas se equivocaron sobre el terreno cerca de allí. Una de estas patrullas
fue inocentemente hacia los tanques creyendo que eran nuestros. Los tanquistas fascistas por su parte
pensaron que nuestra gente, que se acercaba tan despreocupadamente hacia ellos paseando, era de los
suyos, pues por los uniformes no se puede distinguir un mercenario de Franco de nuestros milicianos. Así
que uno de los tanques abrió su escotilla, un oficias se asomó y preguntó a nuestros milicianos por la línea
del frente. Entonces fue cuando nuestros hombres, por algún detalle, se dieron cuenta de que se trataba de
tanques fascistas. Con un valor temerario apuntaron con sus fusiles al oficial y entonces los cinco
tanques, presos del pánico, huyeron corriendo de nuestros hombres. El oficial fascista quedó prisionero,
cosa que fue muy celebrada.
Tiempo más tarde aparecieron otra vez dos tanques fascistas sobre el campo. Uno de nuestros
oficiales, un español, se dirigió a ellos, les llamó como quien llama a la puerta, se le abrió y él, creyendo
que era uno de nuestros tanques, preguntó si no le podrían llevar hasta Majadahonda. Los fascistas no
dudaron de que tenían un camarada delante y gustosamente le dejaron subir pues en realidad iban a
Majadahonda y si hubiesen tenido aún dudas sobre en poder de quién estaba el lugar, la petición del
camarada que, evidentemente, pertenecía a una unidad de infantería, les hubiese convencido de que la
infantería fascista ya había llegado a Majadahonda. Nuestro hombre subió al tanque y viajó con los
fascistas hasta Majadahonda. Claro que por el camino advirtió que se trataba de ellos, pero se mantuvo
callado. En Majadahonda se apeó y dio la alarma. Desgraciadamente los tanques aún se pudieron escapar.
¡Lo que nos reímos!

8 de enero de 1937
He perdido otra vez las ganas de reír. Ayer a mediodía fue diezmada la 1ª Compañía del
Thälmann. Las horribles noticias se precipitan desde ayer por la tarde en el Comisariado. Ahora, uno se
puede ir haciendo por primera vez una imagen aproximada de los sucesos y de la medida del desastre.
Este día 7 de enero de 1937 quedará en la historia de la defensa de Madrid como el más duro y heroico
del Batallón Thälmann.
Al amanecer del 7 de enero el Batallón Thälmann fue enviado de nuevo al centro de los esperados
ataques de los fascistas. El Thälmann ocupó su lugar con su divisa “El Thälmann Batallón mantiene su
posición”. En la línea más avanzada se hallaba la 1ª Compañía. Tenía que mantener como vanguardia
una trinchera en una posición sumamente difícil. Se les había hecho saber que sobre las 10 horas de la
mañana aparecerían en su flanco un cierto número de nuestros tanques. Sobre las 10,30 llegaron

62
:
efectivamente tanques. Se les dejó acercarse bastante. Pero pronto se vio, ya que iban seguidos de la
infantería rebelde, que eran tanques fascistas. Entonces aún podría haberse salvado la compañía. Un
terraplén a unos 100 metros de distancia de su posición los habría podido proteger. Pero entonces la
infantería fascista habría ocupado nuestra trinchera sin combate. - Debíamos mantener la posición - dijo
inconmovible el único no herido de los cuatro supervivientes de esta compañía-, no se nos había dado
ninguna orden de retroceder.
Sí se les había dado la orden de retroceder, pero esta orden no llegó a tiempo a la compañía. Así
que la 1ª Compañía mantuvo la trinchera contra cuatro tanques enemigos y un número incalculable de
soldados de la infantería fascista. El único cañón antitanque apostado en el talud, no disparó. Había sido
saboteado con éxito por la “quinta columna”. Los tanques se acercaron. Lo único que se tenía eran las
viejas, muy complicadas, casi inmanejables primitivas granadas de mano con una mecha para
encenderlas. Pero aunque no pudiesen luchar contra los tanques, mantuvieron a la artillería fascista bajo el
fuego de ametralladoras. Los tanques no pudieron romper las defensas de la compañía en un ataque
frontal. Cambiaron de rumbo, rodearon la trinchera, uno por la derecha y otro por la izquierda de la
estrecha defensa, mientras los otros dos se pusieron a espaldas de la línea y cortaron la huida de los
supervivientes.
Así luchó y así cayó la 1ª Compañía en su totalidad. Sus hombres mantuvieron su posición como
lo hicieran los griegos en las Termópilas: se plantaron en su sitio y cayeron hombre tras hombre...
En esta unidad combatió y cayó un pelotón español. Schorsch35, que por un milagro consiguió salir
indemne de aquella matanza, contaba y no acababa sobre la actitud de los camaradas españoles: - ¡Tíos,
tendríais que haber visto a los españoles cómo atacaban con sus viejas granadas de mano! Corriendo una
y otra vez hacia delante como flechas con la granada en la mano y lanzándola con toda su fuerza contra
el tanque. ¡Y los tanques yendo con todo el cuidado, como pisando huevos, para conseguir que los viejos
botes de lata con su poquita pólvora dentro no les fastidiasen! Sí... ¡si hubiésemos tenido botellas con
petróleo....! Pero así es como nos hemos podido mantener tanto rato y le hemos podido arrear a la
infantería fascista una buena tunda. No se podían creer que siguiésemos estando allí. Se han quedado
mirando lo que sus tanques hacían con nosotros. Con los tanques a derecha e izquierda arrollando la
trinchera, debieron pensar: “¡Ahora salen chillando!” Pero con una ametralladora que aún funcionaba
aguantamos allí en medio... Tíos, cómo se revolvían los fachas. ¡Y nuestros españoles! ¿Qué os creéis?
Cuando han visto que los tanques estaban también a nuestras espaldas y que la cosa se había acabado,
cogen sus últimas granadas, avanzan corriendo y las lanzan con toda su alma entre los fascistas que están
ya muy cerca. ¡Todo el batallón corriendo! ¡Ay tíos, si hubierais visto a los españoles! ¡Alucinante!
El sacrificio de la 1ª Compañía no ha sido en vano. La infantería fascista, sacudida por nuestra
resistencia en pleno empuje de su ataque, había entrado de nuevo en el fuego, pero la rabia de sus golpes
había disminuido, ahora desfallecía completamente. No hubo ya ninguna victoria fácil más, ningún éxito

35
El único Schorsch que he encontrado, es un Schorsch Müller que aparece citado por Piet, llamado el
holandés, en realidad Petrus Laros, en la 2ª Colección de recuerdos (ver nota 18). Lo cita en la batalla del Jarama
encuadrado en el Batallón Edgar André. No aparece en los diccionarios biográficos de alemanes, austriacos o suizos,
pese a que Müller es el apellido más frecuente en cualquiera de ellos.
63
:
sorprendente, ninguna posición abandonada sin lucha. Con este sacrificio la 1ª Compañía del Batallón
Thälmann rompió el segundo gran ataque de los fascistas sobre Madrid. Parece que han perdido aliento
Hoy han realizado algunos débiles ataques parciales que han sido rechazados fácilmente.
Entre los muertos de la 1ª Compañía está Albert Müller36. Cayó como segundo jefe de la
compañía. - Alguna vez mandará un batallón - había dicho diez días antes Richard con orgullo. Sabemos
que con él hemos perdido mucho más que un buen jede de batallón.

Ayer por la tarde estábamos Hans37, comandante de la Brigada, Richard, comandante del
Thälmann; Wilhelm, comandante del André, el sustituto de Dumond (cuya herida por suerte no es muy
grave) y el comisario de los batallones adjunto a Nicoletti. ¡Y en qué circunstancias! Richard, el firme
bávaro, apareció pálido, con las manos temblorosas, el rostro contraído, uno se avergonzaba de verle. El
gigante Hans, siempre ecuánime y sereno, el que en las más difíciles circunstancias mantiene los nervios
y el buen humor, también apareció ojeroso de no haber dormido, preocupado. Ribière, el comisario del
Comuna de París, el pícaro, generalmente alegre, dispuesto a las bromas, valiente como ninguno, se dejó
caer en una silla, se tapó la cara con las manos y empezó a llorar. Nicoletti se aguantaba valerosamente
las lágrimas. Todos callábamos. No nos atrevíamos ni siquiera a carraspear, no osábamos mirarnos a los
ojos pues temíamos la respuesta a nuestras mudas preguntas: ¿dónde está éste o aquel, dónde está cada
uno?
Después Hans presentó su informe, sobrio, realista, distanciado, y supimos que puede ser que esta
batalla haya costado en víctimas lo mejor, pero que ha detenido el ataque hasta ahora más fuerte de los
fascistas contra Madrid. Mola y Franco han realizado un ataque con una tropa básica de doce mil
hombres, cincuenta tanques, numerosas baterías y aviones. Tenían como meta de ocupar 20 quilómetros
de terreno en dirección a Las Rozas. Este avance lo han pagado caro. Sus bajas superan con mucho las
nuestras. Incluso Radio Burgos lamenta quejumbrosa que el ejército de Franco esta vez ha encontrado
ante Madrid una resistencia de una dureza como nunca antes había encontrado.
36
Ver nota 29.
37
Hans Kahle ya ha salido reiteradamente pues era el comandante de la XI Brigada en esos momentos.
1899, Berlín. Hijo de un alto funcionario, estudió en la Escuela Imperial de Cadetes de Berlín; era pues militar
profesional, teniente durante la 1ª Guerra Mundial y prisionero de los franceses entre el 18 y el 20. En ese año
abandonó el ejército y estudió en la Escuela Superior de Comercio de Berlín y entre el 21 y el 27 trabajó en Méjico
como comercial, por lo cual hablaba muy bien el castellano. En el 28 ingresó en el KPD; funcionario de la Ayuda
Roja Internacional y dedicado a la prensa y radio obrera, concretamente a la revista y emisora “Arbeiter Sender”.
En el 33 emigró a Suiza y en el 34 a Francia donde siguió trabajanbdo como periodista. Su primera visita a España
fue como enviado de la Ayuda Roja para ayudar a las víctimas y presos de la revolución de Asturias del 34. Entre
julio del 35 y mayo del 36 estuvo en la URSS, volvió a París y fue uno de los miembros del Comité Organizador de
las Brigadas.
Vino a España en octubre el 36: comandante del Batallón André (llamado inicialmente “Hans” por él), y
desde principios de diciembre del 36 a principios de abril del 37, comandante de la XI Brigada en sustitución del
general Kleber. En abril del 37 pasó a jefe de la 17 División y desde octubre del 37 hasta septiembre del 38 jefe de
la 45 División. Fue el alemán con más mando sobre unidades españolas en la guerra.
En diciembre del 38 salió de España; estuvo en Francia y fue detenido, internado y expulsado. A finales del
39 marchó a Gran Bretaña: Comité de Ayuda a los refugiados de España y dirigente del KPD en Inglaterra;
expulsado de Gran Bretaña estuvo un breve periodo de tiempo desterrado en el Canadá pero por presiones
internacionales pudo regresar a Gran Bretaña donde trabajó como periodista y escritor libre. Volvió a la RDA en el
46 y fue uno de los organizadores de la nueva policía popular en Mecklemburg. Murió en 1947 con sólo 48 años.
durante una operación quirúrgica. ( Dicc. Vols. Alms.) Richard es Staimer (nota 27). Wilelm es Völkel (nota 18)
64
:
Hoy los fascistas no podrán hacer ningún avance sobre el terreno, y la XII Brigada se encuentra
preparada e intacta para el contraataque y también han llegado otras reservas, entre ellas parte de la XIV
Brigada. El peligro está conjurado. No hay que temer más sorpresas, Madrid ha sido salvada de nuevo.
No han pasado y no pasaran.
Después nos inclinamos sobre los mapas y Hans nos explicó de dónde y en qué dirección se hará el
contraataque.

9 de enero de 1937
La noche pasada ha sido la más dura que hasta ahora se había vivido en Madrid. ¿Se querían
vengar los fascistas o creían que mediante el pánico podrían conseguir en la ciudad lo que no habían
conseguido en el campo de batalla?
Cuando nos sentamos a cenar arriba, en la cantina del “Quinto Regimiento”, empezaron a caer
bombas: a 100 metros, a 200 metros, a 50 metros. La casa se movía, los cristales de las ventanas saltaban,
las mujeres gritaban y corrían hacia las puertas, también los hombres saltaron de los bancos de madera
– una tontería pues o te alcanza instantáneamente o ya ha pasado-.
Nos volvimos a sentar. Miré los rostros que tenía delante. Los hombres intentaban sonreír pero no
conseguían la sonrisa, era más bien una mueca en la cual se reflejaba la vergüenza. Todos estaban
pálidos, hasta los labios, incluso aquellos que ya habían sufrido veinte bombardeos en el campo. Una
cosa es aquí, en una casa de la ciudad, y otra muy diferente en el campo abierto, entre hombres armados.
Estuvimos de acuerdo en que esta vez se tenía que haber tratado de “trozos pesados”, seguramente
de bombas por debajo de ciento veinte quilos. Algunos fueron a averiguar dónde habían dado. Otros
miraron por las ventanas. Por todas partes había llamas; habían arrojado muchas bombas incendiarias
sobre el Madrid nocturno.
Enseguida empezaron a resonar las sirenas de los coches de bomberos y de las ambulancias. Este
es uno de los “milagros” de Madrid. Que a la mañana siguiente apenas si se ven los desastres de la noche.
El fuego ya se ha apagado, los escombros se han retirado, los agujeros en el pavimento de las calles se ha
rellenado. En nada se muestra más claramente la moral de los madrileños que en estos tenaces, pequeños
trabajos convertidos en cosas naturales y realizados con naturalidad en los que todos colaboran. Madrid se
toma estos destrozos que se repiten ya largos meses como accidentes callejeros cuyas huellas hay que
eliminar con toda naturalidad enseguida. Tras una noche en la que parece haberse desplegado un
auténtico infierno, Madrid se despierta como si nada hubiese pasado. Quién pisa la calle al mediodía ha
de mirar bien para advertir que otra vez han desaparecido algunas casas y que las calles muestran
muchas manchas brillantes de adoquines nuevos,
Esta noche han llegado casi cada media hora. Arrojaron bombas incendiarias, bombas medianas,
bombas pesadas a las 9,30, a las 10, a las 11, a las 11,30, a las 12,30, a la 1,30, a las 2 y a las 3. Poco
antes de medianoche empezaron los disparos de artillería. A medianoche empezó en la Puerta de la
Moncloa un furioso combate, no sólo se oía tableteo de ametralladoras sino también retumbar de series de

65
:
granadas de mano. De nuevo suenan cómo si explotasen en las calles cercanas. Esta vez no nos
queríamos dejar asustar antes de hora, el nerviosismo era ya bastante grande
Al final no hubo duda: se disparaba en las calles cercanas con fusiles y ametralladoras. Carlos (sic)
manda formar a toda la gente disponible, también nosotros tomamos las armas. ¿Acaso se han abierto
paso los fascistas? Desde la línea avanzada hasta el centro de la ciudad sólo hay tres quilómetros. Pero
esta vez no eran los fascistas de aquel lado, sino los de éste. Alguno de ellos ha empezado a disparar en la
calle y otros le han contestado, y con en nerviosismo general, entre estallidos de bombas, disparos de
artillería, con el frente en la Puerta de la Moncloa, se desarrolla en las calles un combate imaginario. No
hay duda de que la señal para empezar ha sido dada por la “quinta columna”; estos pánicos se producen
sistemáticamente en situaciones difíciles. De alguna habitación sin luz se dispara una ráfaga de
38
ametralladora y ya está el jaleo armado . Algunos consulados alojan a centurias enteras de fascistas
organizados.
Una organización nos telefonea, se ha visto hacer señales luminosas a los aviadores desde una casa;
hemos de prestarles ayuda para atacar esa casa. Más tarde llegan algunos camaradas jóvenes que nos
piden lo mismo. Después aparecen funcionarios socialistas que nos indican que de ésta y aquella casa
en ésta y aquella calle se ha estado disparando. Ponemos guardias en todas las casas sospechosas
indicadas con los camaradas de los que podemos prescindir,
Pasada la medianoche aparece inesperadamente la viuda del camarada italiano Picelli, comisario
del Batallón Garibaldi, muerto unos días antes. Ante la noticia de su muerte ha venido rápidamente desde
París y pide encarecidamente ser llevada ante el cadáver de su marido.
Son más de las 2 de la noche cuando tenemos ocasión de hablar como nos habíamos propuesto
Kurt, Nicoletti y yo. Nos sentamos en la habitación semioscura en medio del ruido de los cañonazos y
contamos las medias horas hasta el siguiente ataque aéreo. A veces el estallido de las bombas nos corta la
conversación. Kurt aprieta los dientes: - ¡Malditos canallas! ¡arrojar bombas sobre mujeres y niños que
duermen!
Las lanzan indiscriminadamente. Incluso alcanzan casualmente la Embajada inglesa y el
Consulado General inglés. Pero la Comisión de No Intervención de Londres no se da por enterada.

38
En la prensa española de estos meses hay frecuentes alusiones al descubrimiento de nidos de
fascistas en ciertos edificios “internacionales” –consulados, embajadas, legaciones...- Como ejemplo,
entre otros, en “La Correspondencia de Valencia” de los días 5 y 7 de diciembre del 36 se puede leer
“Guarida fascista en un edificio de la calle San Fernando de la Legación de Finlandia en Madrid. El
tema ya lleva varios días, desde el 1 de diciembre, cuando desde dentro del edificio se lanzó una granada
casera sin resultados, y poco después otra que hirió a un niño........................
La policía finalmente detuvo a 345 hombres y 180 mujeres, todos españoles: comisarios, agentes
de policía, el Jefe de Parques y Jardines, el futbolista Ordóñez, la marquesa de Monteagudo y otros
títulos nobiliarios, militares -unos en activo y otros retirados- y un grupo de estudiantes falangistas.
Dentro tenían una auténtica organización militar.... hasta un periódico manuscrito titulado “Cara
al sol”. Se hallaron 4 o 5 botes de conserva cargados con metralla y dinamita, muchos botes vacios,
armas cortas y largas, gran cantidad de cartuchos de caza de los que se extraían los perdigones para
meterlos en las bombas hechas con botes.
Cuando se llamó al cónsul de Finlandia dijo que no sabía que en esa casa se estaban realizando
agresiones ni maniobras políticas.” Como es natural se pidió la inmediata retirada de dicho diplomático.

66
:
Es la 1,30 del mediodía. El sol brilla claro y cálido en el cielo sin nubes. Ya están de nuevo aquí.
En la calle las personas empiezan a apresurarse con aquella inquietante falta de meta tan típica de un
bombardeo. Los que están fuera buscan imaginaria protección bajo los dinteles de las puertas, los que
están dentro de las casas corren a la calle. Ambas cosas carecen de sentido: posiblemente es un poco más
sensato salir de los edificios y ponerse en medio de la calle si es ancha, pero el instinto de acercarse a
algo, de protegerse –tan traicionero- empuja a la mayoría a ponerse a cubierto.
Yo no sé qué destroza más los nervios; si la espesa oscuridad de la noche que te deja indefenso, a
la vez protegido y desvalido, o el claro terror del día, en el que lo que ves acrecienta la sensación de
miedo mortal.
Empieza con una impresión acústica: motores de avión. Los ojos buscan por todo el cielo. Allá
vienen: cinco bombarderos Junkers. Por encima de ellos trazan círculos los cazas. Se acercan. Los nervios
están tensos hasta casi romperse. Los ojos se cierran involuntariamente. En ese segundo empieza todo a
estallar y se han de volver a abrir los ojos, se ven personas correr encogidas de un lado a otro, casas que
caen a pedazos; un estridente crescendo de explosiones de bombas al cual sigue como un eco cien veces
mayor el estruendo de los edificios que se vienen abajo; saltan en todos los sentidos nubes de tierra,
mortero y polvo, los cañones antiaéreos ladran secamente en medio de todo y de entre el aullar, gritar,
crujir, explotar, reventar, tabletear,.. surge -delgado y débil- el gemido de las mujeres medio locas de
miedo, que en cualquier sitio bajo el arco de una puerta se encogen apretando contra su cuerpo niños que
lloran. El espectáculo del horror me ha atenazado en estos días, ha corroído mis nervios. Tan pronto
como oigo los motores me inunda esta horrible y atenazante visión, mis movimientos se vuelven rígidos
ante el duro esfuerzo de no permitir que nadie note que durante un momento mi corazón se para, la sangre
abandona mis labios, el aliento se recupera con dificultad.
Son las 2,30. Otra vez están aquí. Aún resuena la explosión de sus bombas, aún se oyen sus
motores. Miro desde la ventana. Sobre un camión aparcado al otro lado de la calle trepan niños riendo
sin preocupación. En la ventana abierta de una casa de enfrente hay una mujer muy mayor. Se hace
sombra a los ojos con la mano para poder ver mejor los aviones que se van. Junto a ella, una muchachita
muy joven y muy guapa en albornoz, cuando ve que la miro se echa a reír. Van apareciendo cabezas en
todas las ventanas. En las terrazas de las casas aparecen las mujeres: miran el cielo, otras tienden la ropa
lavada en las cuerdas al sol. Sus canciones, interrumpidas durante cinco minutos, ascienden de nuevo
alegremente. Sobre los bancos del centro de la calle se sientan unos viejos, cuidan de los niños que juegan
en la arena de los arriates de la avenida, charlan unos con otros. Los tranvías transitan con banderas
ondeando a lo largo de los embudos recién hechos por las bombas y entre las humeantes ruinas de las
casas. La cola de las mujeres ante la tienda de comestibles se ha vuelto a formar en la esquina, la vida
sigue. Esta vida tremendamente dura en la ciudad sitiada sigue como si nada hubiese pasado y nada fuese
a pasar.
Esta ciudad pasa frio porque no hay carbón. Esta ciudad sufre hambre porque la comida escasea.
Esta ciudad prescinde de casi todo, sólo hay una cosa que le sobra: el peligro de muerte a todas horas. ¿Se
reconoce la dureza de esta vida en los ojos de las mujeres? No, no se reconoce. Los ojos de las mujeres de

67
:
Madrid aún son claros y ellas no han olvidado la risa. No hay lamentaciones, no hay murmuraciones, no
hay gimoteos, no hay ningún pánico generalizado. Si en el más profundo sentido de la palabra hay
personas que merecen el nombre de héroes, esas son las mujeres de Madrid: sin su serenidad, sin su
estoicismo, sin su fogosa voluntad de resistir, Madrid no se habría podido mantener.
Ellas son también “el milagro de Madrid”.

10 de enero de 1937
Ayer por la tarde, casi a medianoche, cuando Kurt y yo preparábamos juntos un llamamiento para
la XI Brigada que expresaba el hecho, a pesar de todo estimulante, de su lucha heroica, apareció un
pequeño, macizo y vivaz oficial alemán en el Comisariado. Era Walter39, el anterior y futuro jefe de la 1ª
Compañía de Batallón Thälmann. Había sido dado de alta el día anterior del hospital de campaña donde
estuvo cinco días con 40º de fiebre. Esto le había salvado la vida, en otro caso habría caído con toda su
compañía el fatídico día 7 de enero.
Nos traía los papeles de un piloto alemán derribado la víspera. El avión había caído cerca del
hospital de Fuencarral, donde aún se encontraba nuestro Walter. Él fue el primero en llegar al aparato
destrozado, un monoplaza alemán Heinkel. Walter nos explicó: - El aviador había salido lanzado del
aparato por el choque contra tierra. El avión estaba en llamas. Cuando llegué corriendo vi enseguida que
el piloto estaba muerto. Pero algo en él me sonaba conocido. Le quité las gafas de aviador y vi que era
Kneiding. -Hombre, Kneidig, nos volvemos a ver – le dije. Pero él ya no me podía oír.
- ¿Conocías a este piloto?
- Y tanto -nos contestó-, hicimos juntos el servicio militar durante tres años, él era mi suboficial.
Cuando yo me largué, él se trasladó al escuadrón de caza Immelmann.”

39
Walter Toβ o Toss, 1913, Plauen, Sajonia, cerca de la frontera con Checoslovaquia. Dibujante
técnico e ingeniero y, en principio, un hombre sin partido. De hecho en el 33 se inscribió voluntariamente
en el ejército alemán y llegó a ser suboficial piloto de una escuadrilla de caza estacionada en el Báltico.
Pero en el 36 desertó, huyó a Austria y desde allí a Checoslovaquia.
En octubre del 36 vino a España: jefe de una compañía del Batallón Thälmann con rango de
capitán. En el 37, estando en España, se afilio al KPD. Luchó en la defensa de Madrid, fue herido y
tratado en Benicàssim en abril del 37, en julio combatió en Brunete donde fue de nuevo herido. Instructor
durante un breve periodo en una escuela de oficiales. A fines de julio del 37 relevó a Karl Wetzel como
jefe del Batallón 12 de febrero con el que debió combatir en Teruel y en la caída del frente de Aragón. En
mayo del 38 era jefe de operaciones de la XI Brigada con la que participó en la batalla del Ebro.
En marzo del 39 pudo huir de un campo de internamiento francés. Intentó pasar por España y
Portugal al Norte de África, pero fue capturado y encerrado en Miranda de Ebro donde se inscribió como
“Robert Bayot o Royot” para no ser reconocido como alemán. Lo siguiente resulta bastante impreciso en
la fuente (Dicc. Vols. Alms): en el 44 fue acusado de espionaje en Madrid (¿en favor de quién?¿de los
aliados?) y encerrado en Carabanchel. En el 46, estando en la cárcel, se casó con Pilar Mendiburu,
comunista, enfermera durante la guerra, combatiente en la resistencia francesa con su primer marido que
cayó en el 44 cerca de Marsella.Toss fue liberado por falta de pruebas y en junio del 46 el matrimonio
regresó desde Bilbao a Bremenhaven. La familia con sus tres hijos vivió en Gera en la RDA, donde él
trabajó en la policía con el rango de teniente coronel, después en la policía de fronteras y finalmente fue
el jefe de la policía del distrito de Cottbus. Murió en 1963 con 50 años.
Su esposa española Pilar Mendiburu, que se había divorciado de él, trabajó en los ferrocarriles de la RDA,
estuvo siempre sindical y políticamente activa y murió en Berlín en el 2008 con 93 años.
68
:
Walter saco unas fotos de su cartera. Se veía él como teniente al lado del entonces cabo Kneiding,
al que aquí había vuelto a encontrar. Dos soldados alemanes, que tras años de separación se vuelven a
reunir en el campo de combate de Madrid. El uno se ha hecho antifascista y lucha con nosotros por la
libertad, el otro ha encontrado la muerte al servicio del fascismo. Y aquel que hizo el servicio con él en
Alemania en el mismo escuadrón, ha sido el que lo ha identificado a la primera. ¡Qué argumento para una
novela!
Walter me trasmitió el diario, algunos papeles, cartas de Kneiding y las fotos de su novia. Entre las
cartas hay un escrito de su madre, enviado apenas una semana antes desde Alemania. Hoy mismo
trasmitiré todo este material a su familia. Se les comunicará a los padres de Kneiding la noticia de la
muerte de su hijo. Kneiding será enterrado por nosotros con honores militares.
Esa noche hablamos largo y tendido. Walter nos contó cómo él, oficial del ejército del Reich,
había llegado hasta nosotros. Y muchas más cosas de muchos camaradas del Batallón Thälmann: de
Fritz, que ha sido herido tres veces y nunca lo ha querido admitir; de Egon que en un tanque llevó hacia
adelante cajas de granadas de mano y en medio de todo el fuego las descargó sin inmutarse; de Juan, el
jefe del pelotón español que había ido de patrulla con ellos. Nos habló de muchos; tenía hechos que
contar casi de cada hombre, camaradas inolvidables. Ahora esta lucha que ellos protagonizaban aquí, es
ya historia, un glorioso capítulo de la larga y gloriosa historia de la lucha por la libertad.

Por la tarde
Hace un momento ha llamado Gallo desde Albacete. Decisivo: la XI Brigada irá hoy a descansar
durante algunas semanas, a reorganizarse y a ser reforzada.
Tras esta información pide que me ponga al teléfono. Me da la orden de ir hoy mismo a Valencia,
donde él estará mañana o pasado mañana. Según la decisión del Comisariado de la Base de Albacete,
tengo que poner en marcha en Valencia la edición alemana de un periódico central de las Brigadas en el
frente en varias lenguas, redactarlo y encargarme también de la edición en francés hasta la llegada de un
redactor francés. Todo lo demás se me comunicará en el momento y lugar adeuados.
Esta es la orden. En una hora me marcharé.
No me resulta fácil. Esta nueva tarea significa la separación de los camaradas de los batallones.
Con gusto me quedaría con ellos precisamente ahora en su tiempo de descanso, durante el cual podría
empezar a conocerlos, hablar con calma, convivir con el espíritu y el grupo de la brigada y unirme a ella
si tiene que volver a la lucha. Estas eran mis expectativas.
Pero aún hay otra causa que me hace difícil obedecer la orden: me obliga a dejar Madrid. Estos
pocos quilómetros cuadrados se han convertido en el eje de la historia. ¿Y qué antifascista quisiera en
este momento salir de la ciudad cuya lucha y cuyo valor heroico nos han compensado de las más duras
horas de nuestro exilio y nos han dado fuerza para las horas difíciles que aún vendrán?

69
:

REECUENTRO CON MADRID

El espacio de los cuatro meses que pasaron entre la fecha de mi último escrito el día de mi partida
de Madrid y la primera noticia de mi llegada al frente del Sur, estuvo ocupado con la fundación y
redacción de la revista del frente de las Brigadas Internacionales y las ediciones en francés y alemán del
“Voluntario de la Libertad” en Valencia.
No fue un tiempo muy emocionante para mí. Los apuntes en mi diario durante esos meses apenas
llenan treinta páginas. Las dificultades de la confección de un periódico en alemán en Valencia fueron
grotescas (no se me ocurre otra palabra). Recuerdo mi caza de la W. ¿Se puede hacer un periódico en
alemán sin tener una W mayúscula y otra w minúscula? Después de habernos asegurado un taller de
composición para algunas horas al día, después de haber encontrado un linotipista español dispuesto a
componer textos en una lengua desconocida para él, después de haber dado finalmente con una imprenta
tras engorros y correrías que darían pena hasta al cielo, después de haber conseguido papel y una
máquina de escribir, se vio que en el abecedario español falta la W. Debíamos conseguir la W a cualquier
precio y rápidamente. Organizamos un viaje en auto a Barcelona y allí por fin conseguimos con fuerza y
astucia todas las letras de molde alemanas. Volvimos triunfantes con el botín a Valencia y allí tuvimos
que confirmar que estas letras no encajaban en la máquina para componer que teníamos prevista.40
Éramos cinco: el joven linotipista austriaco Max, el encargado francés de componer manualmente
llamado Alfred Durant (piloto de carreras de profesión), el administrador y comercial alemán Herbert, el
maestro en máquinas parisino Haillot y yo. Una máquina de componer del periódico “Verdad”41 estaba a
nuestra disposición tres veces a la semana desde las 2 a las 5 de la noche, los domingos podíamos
utilizarla desde las 8 hasta las 14 horas. Aquí estuvimos componiendo antes de la llegada de Max que nos
fue enviado al final para ayudarnos en nuestros intentos de hacer la edición alemana con ayuda de un
audaz linotipista español. De 100 líneas compuestas unas 80 debían ser corregidas y después de esa
corrección otra vez 40 para que cada frase finalmente sólo presentase una falta de imprenta cada cuatro o
cinco líneas. Para la edición francesa se había localizado una pequeña empresa para la composición, en la
que dos veces a la semana bajo parecidas condiciones podíamos trabajar desde media noche hasta las 6 de

40
No hay por qué dudar de lo que Kantor dice y es evidente que en Valencia no sería fácil imprimir un
periódico en alemán por falta de correctores de imprenta adecuados, pero cuesta creer que encontrase tantas
dificultades puramente técnicas. Valencia era la capital de la República y, tanto en esos meses como desde mucho
antes, una ciudad económica y culturalmente importante y, además, tierra de impresores, tipógrafos y artistas
gráficos. En Valencia había una potente industria tipográfica e imprentas mútiples que publicaban periódicos de
todas las ideologías, revistas, libros, panfletos y toda clase de escritos de información, propaganda y uso industrial
con W y sin W. Es pues chocante que Kantor encontrase tantas y tan graves dificultades para imprimir la que iba a
ser la principal revista de las Brigadas. Pudo ser que, recién llegado a España, carente de contactos y sin conocer la
lengua, anduviese perdido, no supiese dónde buscar y no encontrara quien le ayudase. Eso es también curioso ya
que en Valencia había sedes de PCE y de las mismas Brigadas, a las que podía haber acudido. Sobre el tema de la
prensa valenciana en esos años ver la fuente citada en la nota 41 y el capítulo “La producció editorial a València:
propaganda i poesía”, en “València, capital de la República”, Javier Navarro y Sergi Valero edits., Ajuntament
deValència, 2018.
41
“Verdad” era el periódico del Frente Popular editado durante la guerra en los talleres del anterior “Diario
de Valencia” (ver “La prensa de Valencia durante la guerra civil”, J. Tomás Vilaroya, Saetabi XXII, 1972, en
roderic.uv.es)
70
:
la mañana. Ambas ediciones debían ser impresas en un tercer lugar, una pequeña e igualmente
sobrecargada imprenta. Así pues la composición se tenía que trasportar de dos lugares a un tercero.
¿Puede alguien admirarse de que por el camino los carros con los caracteres de plomo se movieran?
Durant se tomaba mucho interés pero tampoco podía arreglar él solo el texto en alemán y yo no tenía
práctica en la lectura en espejo. Cuando finalmente habíamos acabado la composición de los textos,
entonces resultaba que estaba ocupada la máquina de imprimir. Cuando se desocupaba y habíamos
impreso los primeros 20 ejemplares del periódico, la máquina se averiaba. La reparación duraba dos días.
Después estaba de nuevo ocupada por un encargo urgente del Gobierno. Lo que hemos lloriqueado en
esos días en todas las imprentas valencianas para poder utilizar, aunque fuese una sola noche, otra
máquina. Era imposible. Lo comprendíamos. Uno se puede imaginar lo al día que estaba nuestro
periódico cuando finalmente aparecía.
Aún no sé cómo lo conseguimos, pero en apenas tres meses conseguimos imprimir 25 números en
alemán y 13 en francés de “El Voluntario” para enviárselo a los camaradas al frente. En mi vida,
ciertamente nada monótona, pocos sucesos me han cabreado tanto como esta lucha desesperada y
desalentada contra las deficiencias técnicas que nos impedían crear un buen periódico para los camaradas
del frente. Durante estas semanas estaba permanentemente atormentado por la mala conciencia;
agravaba mi mal humor mi repugnancia ante el hecho de seguir haciendo en España únicamente trabajo
de prensa.
Sólo unas pocas horas me compensaban de semejantes semanas, cuando en la casa – la vivienda
pertenecía a un nazi alemán que había huido –, confiscada para nosotros como redacción, editorial, lugar
de trabajo y de vivienda, Ernst Busch componía sus nuevas canciones en un desafinado piano, o cuando
en una de las raras pausas para respirar que nos podíamos permitir, discutíamos fraternalmente el amigo
socialdemócrata Pietro Nenni (actual dirigente del Partido Socialista italiano), Julius Deutsch (anterior y
actual ministro austriaco), Erich Kuttner (diputado socialdemócrata en la antigua Dieta de los Estados
alemanes), con el amigo comunista Gallo (Luigi Longo), con Franz Dahlem y Gerard Eisler ( al que yo
entonces conocí y empecé a apreciar sin imaginar que llegaría a ascender un día a tal fama en América).
A veces teníamos también como invitado a Bodo Ushe; Ilja Ehrenburg nos visitaba ocasionalmente, el
compositor Hanns Eisler estuvo también una vez y le cogió el sitio a Ernst Busch en el taburete del piano.
Algunas noches, las que concentran mis mejores recuerdos de aquellos días, me sentaba junto a la cama
del largo Augusto que estaba muy enfermo, y hablábamos de nuestras esperanzas, de nuestras creencias,
de nuestra confianza... y sentíamos que éramos amigos.

El 27 de abril pude dejar en las manos de Kurt Stern y de un redactor francés la continuación del
trabajo para el “Voluntario”, cuya redacción se había trasladado a Madrid. El duro invierno se había
terminado. La épica batalla del Jarama que impidió el cerco de Madrid por el Sur, ya había tenido lugar.
Pero Málaga había caído (8 de febrero 37). En las montañas de Sierra Nevada la XIII Brigada había
arrebatado a los fascistas a fuerza de duros combates ricas poblaciones y carreteras estratégicamente
importantes. La ofensiva de las divisiones fascistas italianas en Guadalajara, al Norte de Madrid, tras días

71
:
de inquietud, había sido trasformada por las curtidas brigadas españolas e internacionales en una victoria
triunfal y decisiva. Aún llegué a tiempo de festejar el triunfo en el acuartelamiento del Estado Mayor de
Hans Kahle, que con su jefe de Estado Mayor, Ludwig Renn, había llevado la XI Brigada a la victoria.
En mi diario de aquel tiempo, bajo la fecha de 30 de abril, encuentro la siguiente anotación:
“A las últimas horas de la tarde íbamos Kurt Stern y yo con el tranvía hacia la Puerta del Sol.
Había corrido el rumor de que los vendedores callejeros que montaban sus puestecillos por allí tenían de
nuevo piedras de mechero y nuestra provisión estaba en las últimas.
- ¿Encuentras cambiado Madrid?- me preguntó Kurt.
Estábamos sobre la plataforma del tranvía. Las mujeres seguían haciendo cola delante de las
tiendas ante los comestibles cada vez más escasos. Sobre los bancos del centro de la calle se sentaban de
nuevo los viejos al sol de la primavera y lo dejaban brillar sobre su vieja piel. A sus pies jugaban los
niños. Sobre las terrazas cantaba alguna muchacha mientras recogía la ropa tendida a la caída de la tarde.
Según nos acercábamos al centro aumentaban las manchas blancas de los adoquines nuevos sobre
el pavimento y los huecos de las casas se veían más numerosos. También escombros y ruinas se
acumulaban amontonados en algunos lugares, el desescombro ya no iba tan rápido como antes.
- Me parece que hay menos aviones y más artillería- le respondí a Kurt.
- Disparan de baterías más variadas: dos del calibre 7,5, una de 10,5, otra de 15,5, unas veces hacia
aquí y otras hacia allá... indiscriminadamente. A las horas de salida de las oficinas y de los cambios de
turno en las fábricas es cuando más aprietan los disparos.
Miró su reloj... - Las seis y cinco minutos; van a empezar inmediatamente.
Se echó a reír y aún dijo: -Actualmente las calles de Madrid son el sector del Centro más animado
de todo el frente del Centro.
El tranvía se detuvo en Cibeles, junto a la acribillada Central de Correos. La gente subía y bajaba:
mujeres con bolsas de la compra, madres con niños cogidos de la mano, empleados, dependientas. Ante
las puertas de Correos zureaban las palomas alimentadas por algunos de los que pasaban. Oímos disparos.
Un segundo después caía el proyectil junto a la Telefónica, a doscientos metros de nosotros. El tranvía
atravesó la plaza. Íbamos en dirección a la zona de fuego.
- Que esta circunstancia se considere ya normal, es tremendo - le comenté a Kurt.
Allí donde la calle de Alcalá y la Gran Vía se bifurcan, a 50 metros de la Telefónica, la calle estaba
taponada por una larga fila de tranvías en fila. Desde la plataforma del tranvía se veía el Café Molinero
en el cruce de las calles, donde Mola se quería tomar el 8 de noviembre de 1936 su café. Ambos nos
acordamos de lo mismo. Kurt dijo: - Pronto estará otra vez el café caliente-. Me acordé de la anécdota
que había oído por primera vez a María Teresa León y le pregunté a Kurt por ella y por Alberti. Me contó,
mientras avanzábamos de nuevo metro a metro, que ambos estaban activos y que en esos momentos
estaban preparando una obra de García Lorca en un teatro de Madrid.
Cincuenta metros antes de la Puerta del Sol el tranvía se paró otra vez. Algo rugió. Esta vez muy
cerca. En la misma plaza, casi junto a la parada del tranvía. De todos los tranvías salieron corriendo los
viajeros. Pero los conductores siguieron impasibles en sus puestos. También nosotros bajamos y fuimos

72
:
hacia la plaza, pegados al lado de las casas. Un vagón de la línea 32 se veía perforado y abollado por las
esquirlas y la metralla. En medio de las nubes de polvo se arrastran mujeres gritando y niños intentando
salir de él. En la parada se retuercen heridos por el suelo. Delante de nosotros se llevan seis muertos. Una
mujer sigue a los que se los llevan, no está herida, sostiene, rígida a causa del miedo, a un niño de pecho
en los brazos al que un pesado trozo del asfalto le ha hecho una herida en la cabeza. Un niño de unos
cuatro años corre gritando calle de Alcalá abajo, la sangre le chorrea desde la frente a los ojos. Pero ya se
están quitando de en medio los cascotes y las piedras, se están llevando rápidamente los heridos a las
casas cercanas, alguien salta a la plataforma, el vagón medio destrozado se marcha, con lo cual la fila de
los tranvías que aguardaban detrás de él se descongestiona. Nuevos pasajeros se juntan en la parada y
mientras tanto de nuevo el bramido de las bombas, una vez, dos, tres, cuatro, los impactos han ido a dar
a 150 metros o más de distancia. En la Puerta del Sol la circulación se reanuda.
Los vendedores callejeros salen de los patios de las casas en las que habían buscado un dudoso
refugio. Kurt busca con la mirada a uno de ellos concretamente y lo ve, el hombre tiene efectivamente
piedras para nuestros mecheros y nos vende seis a cada uno.
- Bueno -dice Kurt-, el viaje ha valido la pena.

Un amplio espacio en mi diario lo ocupa la descripción de la fiesta del 1 de mayo que pasé con los
batallones André y Thälmann en Guadalajara.

Madrid, 1 de mayo de 1937


El número correspondiente a la fiesta del 1 de mayo del periódico de las Brigadas Internacionales
está en la imprenta. A las 6 de la mañana, tras la tercera corrección, hicimos la compaginación. A las 9
entró la composición en la máquina. En una hora, sobre las 11, podemos ya sacar los primeros cien
ejemplares para los batallones.
La imprenta estaba adornada. Me admiré de que los empleados hoy, 1º de mayo, trabajasen.
-Hombre - me dijo Jerónimo ofendido-, los trabajadores de Madrid también son combatientes.
Y me enseñó las consignas que sobre las pancartas del 1 de mayo se habían preparado en la
imprenta: “Trabajad más de lo normal- el frente nos necesita”, “Los trabajadores de Madrid festejan el 1
de mayo atacando con su trabajo”, “Los trabajadores de la imprenta Diana no dejarán a sus camaradas
del frente sin periódico el 1 de mayo”, “Las brigadas del trabajo saludan a las brigadas del combate”, “El
frente de las empresas de Madrid se mostrará digno del frente de las trincheras. ¡Salud!”

Torija, 1 de mayo de 1937, por la tarde


Los batallones de la XI Brigada "Edgar André", “Thälmann” y “Hans Beimler” se hallan
distribuidos en algunas pequeñas aldeas del sector de Guadalajara en posición de reserva.
Su participación en la victoria de Guadalajara ha sido muy apreciada. El general Hans Kahle, que
ha dirigido la brigada, se ha convertido en jefe de una División, la 17, a la cual pertenece ahora la XI. Su
Estado Mayor se halla en Torija, un pueblo muy bombardeado y muy destruido 17 quilómetros al

73
:
nordeste de Guadalajara, en la carretera militar Madrid-Zaragoza-Lérida-Barcelona. Las divisiones
blindadas de Mussolini consiguieron llegar a dos quilómetros de Torija. Tres días después la línea del
frente se trasladó a 30 quilómetros de distancia.
Cuando la XI Brigada recuperó las aldeas de este sector del frente, estaban abandonadas. Los
campesinos habían huido de los fascistas. Pocos días después de nuestra victoria volvieron sólo unos
pocos de los más pobres, vacilantes, como quien va a preguntar. Aún no se conocía a los internacionales.
Hoy las aldeas están de nuevo llenas. Los campos trabajados. Vuelven a las casas destrozadas por los
bombardeos. Se entiende la situación, hay mutua confianza. Nuestros muchachos ayudan donde pueden a
los campesinos: en la preparación de los campos, en la reconstrucción de sus modestas casas. Los niños
asisten a las escuelas que hemos reparado, también muchos adultos aprenden a leer y a escribir en ellas.
Torija se ha engalanado festivamente para el 1 de mayo. A la entrada del pueblo cuelga una
pancarta que dice “¡Salud a la XI Brigada!” La han preparado los campesinos. Y en todos los callejones
hay consignas de unidad y lucha. Las banderas de la República ondean en muchas ventanas. Hoy han
venido también los campesinos de las casas de campo de los alrededores. Son invitados del Batallón
André acuartelado en la aldea y del Estado Mayor de la División. La comida a la que se les ha invitado ya
ha empezado. Nos envían hacia allí.
En una gran habitación de la casa de un gran propietario que ha huido, se sientan los campesinos.
Entre ellos se han sentado también los oficiales del Estado Mayor.
Hans da la bienvenida. Dice a los campesinos que la República es su amiga, más aún, que ellos
mismos son la República, y que la lucha que se lleva a cabo es su lucha. “¡Se trata de vuestra libertad, de
vuestro suelo, de vuestras mujeres y del futuro de vuestros hijos! Los soldados de las Brigadas
Internacionales que han venido para ayudaros en vuestro combate no son mercenarios ni legionarios. Han
venido porque vuestros enemigos son sus enemigos; Hitler y Mussolini, que os roban y os oprimen,
también han robado y oprimido a los campesinos alemanes e italianos. Luchamos en las filas de vuestro
glorioso ejército popular español porque tenemos el mismo enemigo, estamos aquí por vuestra libertad y
la nuestra. ¡Viva el ejército popular! ¡Viva la República Española!”
“¡Viva la libertad! ¡Viva!”, gritan los campesinos. Levantan los ojos confiados hacia el alto
oficial alemán que les habla en su lengua42 con palabras sencillas y amistosas.
Luego fuimos con los niños que estaban invitados en otro edificio. Iban ya por los postres:
mazapán y mermelada. Luego hubo pequeños regalos: recortables, muñecos de papel, juguetes...
Cantaban y reían, nuestros jóvenes andaban entre ellos y se hubieran puesto a jugar muy a gusto también.
El jaleo bajaba por la estrecha escalera hasta la plaza. La casa vecina ya no existía, sobre sus ruinas
alborotaban felices los niños, debajo tal vez aún estaban los muertos.
Finalmente fuimos a comer nosotros. Acabábamos de sentarnos cuando entró Renn con algunos
oficiales de la XI Brigada. Renn me pareció más enérgico, más animado y con los ojos más vivos que
cuando le había visto en enero después de su enfermedad. Con mucha ironía y francamente divertido

42
Hans Kahle había vivido algunos años en Argentina como representante comercial y hablaba muy bien el
castellano, lo cual indudablemente facilitaba la buena relación que siempre tuvo con los españoles.
74
:
contó una broma que le habían gastado camaradas del Batallón Thälman sin mala intención. Reconocía
lo muy atrasado que andaba con el español a pesar de sus esfuerzos por hacerse entender con los
camaradas españoles. Con Manuel, su enlace español, se aclaraba en lo esencial sin necesidad de
traductor; de todas formas, por precaución, cuando le daba una orden sobre la marcha se la hacía repetir
muy lentamente al chico -que era muy inteligente- para evitar cualquier malentendido. Unos días antes
el muchacho lo había dejado desconcertado cuando a la pregunta de si lo había entendido todo, Manuel,
en vez de repetirle las indicaciones como siempre, le había respondido en alemán: “Sí, sí, tío tonto.” (Sí,
sí, dämelike Kerl). Renn pensó que no le había oído bien pero ante su asombro el muchacho le volvió a
repetir con gran seriedad y con toda la buena conciencia del mundo: “Sí, sí, tío tonto.” Ante semejante
respuesta Renn se puso muy serio con el chico y consiguió sacarle que algunos bromistas del batallón le
habían enseñado a decir “He comprendido” (ich habe verstanden) en alemán y que en alemán eso se
decía “Dämlicher Kerl” (tío tonto), y que le habían dicho que en señal de su lealtad e interés, a la
siguiente vez que su superior le preguntasen si había entendido algo, debía responder exactamente eso
para que Renn se pusiese muy contento.
- Cuando le explique al chico –dijo Renn ante nuestras carajadas- lo que le habían enseñado, casi
llora de la vergüenza. Pero le dije que la próxima vez que viese a los compañeros que le habían dado esta
clase de alemán, cuando le preguntasen si yo me había quedado satisfecho con su respuesta en alemán,
debía darles un recado de mi parte: “¡Selber dämlicher Kerl! ” (Tú sí que eres tonto, tío). Y el muchacho
se quedó practicando en voz baja. “Seber dämelike Kerl, seber dämelike Kerl...”
Bajo, en la plaza se oía cada vez más fuerte el canto:
“Hemos nacido en patrias muy lejanas, “ Wir, im fernen Vaterland geboren,
y sólo odio llevamos en nuestros corazones, nahmen nichts als Haβ im Herzen mit,
pero la patria jamás la hemos perdido, aber wir haben die Heimat nicht verloren,
nuestra patria está hoy ante Madrid.” unsere Heimat ist heute vor Madrid.”
Después el canto se interrumpió y empezó a oírse un alegre griterío. Nos asomamos a las ventanas.
Venían las chicas de Guadalajara, varios camiones ocupados por alegres muchachas que cantaban.
Nuestros jóvenes estaban radiantes. Esta tarde habría baile.
Por la tarde fuimos a Cañizar donde estaba el Batallón Thälmann. Allí la fiesta fue total: bailes
populares, disfraces, una carrera, concurso de tiro de cuerda, coros, teatro... Un grupo de camaradas
españoles con máscaras e impresionantemente vestidos cantó, bailó y representó antiguas piezas de teatro
con textos actuales que escondían claras alusiones a la actualidad. Renn, que como su anécdota
demuestra, entendía bastante bien el español, me explicó el origen, sentido y doble sentido de las
hermosas y antiguas danzas. Allí donde se dejó ver le saludaban los camaradas, especialmente los
españoles, con la cordial naturalidad que da la confianza.
Paseamos por la aldea hasta el Estado Mayor del Thälmann. Allí cantó un coro popular andaluz
algunas canciones. Después vino una delegación de trabajadoras y trabajadores de la fábrica de
municiones “Pasionaria”. Habían traído jabón y cigarrillos para la Compañía de Reconocimiento de la XI
que dirige Luis porque han decidido apadrinarla. Se estuvo hablando de la organización de contactos

75
:
duraderos y estrechos entre trabajadores y soldados. Una delegación de esa compañía devolverá la visita a
la fábrica en los próximos días. En una estrecha y oscura habitación se apretujaban oficiales, soldados,
comisarios, trabajadores y trabajadoras, discutían con entusiasmo, los esfuerzos de nuestros muchachos
por hacerse entender sin traductor, eran conmovedores y las risas, generales. Las muchachas se quedarán
toda la tarde. Habrá baile no sólo en el batallón André en Torija, también los “thalmanienses” celebrarán
un alegre 1 de mayo.
La noche del 1 al 2 de mayo, la pasé en el palacio de La Moraleja, antiguo acuartelamiento de
descanso del Batallón Thälmann, que entre tanto había sido convertido en hospital de campaña de la XII
Brigada. También se había organizado una fiesta del 1 de mayo para los heridos. Se había cantado,
repicaron las castañuelas, hubo música, un grupo de artistas de Madrid se había ofrecido para ello. A
medianoche empezó el baile.
Kurt Stern, el Dr. Heilbrunn, jefe médico de la XII Brigada (que murió después en el frente de
Aragón)43 y algunos otros amigos nos retiramos un poco del jaleo a una esquina de la gran cocina para
charlar. Eran más de las 2 de la noche cuando el Dr.Heilbrunn empezó a investigar el paradero de
Hemingway que debía estar en algún lugar de la casa. Nos pusimos a buscarlo y lo encontramos
finalmente durmiendo profundamente en una mesa de operaciones. Cuando le conseguimos despertar con
gran esfuerzo a fuerza de sacudirle, pidió malhumorado un whisky: “Let’s have a drink.” Nosotros no
teníamos whisky. Nos guiñó un ojo socarrón, fue a su coche y volvió con algunas provisiones de sus
últimas reservas. Nos volvimos a sentar con él en la cocina, el whisky era bueno y nosotros estábamos
cada vez más ligeros, más animados y más alegres. Tenía muchas anécdotas que contar sobre la lucha de
los voluntarios ingleses y americanos. Kurt me comentó en voz baja que se le podía encontrar en los
peores momentos de la lucha en primera línea con sus compatriotas.; no sólo para ellos sino para todos los
internacionales su aparición en el frente, la alegre despreocupación y confianza que mostraba, producía el
efecto moral que debe emanar de un buen comisario.
No había antes conocido personalmente a Hemingway, aunque me gustaban sus libros. Mi primera
impresión de él fue que era un tipo chistoso tirando a bruto, con cierta sensibilidad. En el transcurso de la
noche entendí que era más sensitivo que primitivo, a pesar de su aspecto gigantesco. No se puede dudar
de que durante su estancia aquí se ha identificado muy íntimamente con la cuestión de la lucha por la
libertad, ha pasado de ser corresponsal a ser combatiente.
A las 4 de la madrugada – él había ido discurriendo desde los episodios más recientes a los más
alejados del tiempo inicial – me habló con todo detalle de los sucesos que habían tenido lugar en la
defensa de la Facultad de Filosofía en noviembre del pasado año, la destrucción por la artillería nazi del

43
Werner Heilbrunn, Erfurt, 1902. Organizado desde niño en grupos de deportistas y amantes de la
naturaleza; posteriormente afiliado al KPD. Estudió medicina y trabajó como psiquiatra en Berlín, responsable de la
atención médica de los centros de enseñanza de la ciudad. En el 33 emigró con su esposa Hilde Heilbrunn, primero a
Francia y en mayo del 33, a España. Inmediatamente después del inicio de la guerra el Dr. Heilbrunn se ofreció al
Vº Regimiento y estuvo trabajando en el Hospital nº 1 del Socorro Rojo Internacional y después en el Hospital
General (¿sic? ¿Tal vez H. General Lukasz?). Organizó la creación de un Hogar Infantil del 5º Regimiento y fue
médico del Estado Mayor de la XII Brigada. Murió en el frente de Huesca a causa de un ataque aéreo en junio de
1937. Su esposa trabajó desde el 36 en los servicios sanitarios de la XI Brigada; tomó parte en un Congreso de
funcionarios del SPD en 1937 y sobrevivió a la guerra, después de la cual vivió en París. (Dicc.Vols. Alms.).
76
:
espíritu alemán, sacado de los fondos de la biblioteca para construir barricadas. Me acordé de que este
episodio ya me había sido narrado por un escritor, Albert Müller, aquí, en la finca de La Moraleja. El
recuerdo de Albert me distrajo. Después oí decir a Hemigway: - ¿No es esto un símbolo?-. Alguien gritó:
- ¡Cómo nos odiará y nos despreciará el mundo!- Heilbrunn protestó: - ¿A nosotros? ¿A los alemanes?
Pues precisamente por eso estamos nosotros aquí y aquí resisten nuestros huesos, para que no se confunda
a los alemanes con los nazis.

Con fecha 7 de mayo se encuentra la siguiente nora:

Torija, 7 de mayo de 1937


Además de a Robert y a los primeros mil ejemplares del nuevo número de “El Voluntario”, tuve
que acompañar por orden del Comisariado a una corresponsal americana. Se llamaba Virgina Cowles, era
joven, alta, rubia, flexible y de ojos azules y curiosos.
Como en el asiento de al lado de Antonio, el conductor, iban los periódicos empaquetados,
tuvimos que llevar a la chica en el cuarto asiento, en medio de nosotros. Tras Alcalá de Henares la chica
se quitó el chaquetón porque hacía calor. Llevaba un vestido ligero, de seda artificial. Íbamos muy
estrechos en el pequeño coche y resultaba agradable sentirla cerca. Experimentamos entonces la
sensación fuerte y profunda de ser jóvenes y de que todo tenía sentido: nuestra lucha, nuestra vida difícil,
incluso las horas duras de la derrota. Estábamos en el lado correcto. Aunque era posible que el presente
nos agobiase, el futuro estaba preñado y rico de esperanza.
Cuando llegamos al Estado Mayor de Hans los oficiales ya se habían sentado en la mesa. Las sillas
se hicieron atrás y se nos hizo sitio. La corresponsal se sentó, como tocaba, al lado del jefe, que empezó
enseguida a conversar con ella en inglés. Mi sitio estaba junto al de Bodo Ushe, que había sido
encuadrado entre tanto en el Estado Mayor de Hans. Con una mirada a la muchacha, Ushe saboreó igual
que yo el encanto de la situación: la corresponsal rodeada de veinte oficiales del frente, la inexpresada
timidez, la inexpresada contención, el respeto en todas las conversaciones, un respeto que no llegaba a ser
molesto –y este era precisamente el encanto más sutil-.
Después de la comida, Hans, la corresponsal, Bodo y yo fuimos al campo de batalla de la meseta de
Guadalajara. En la tierra agujereada había aún enterradas bombas sin explotar, entre ellas el eterno
campesino araba el eterno campo, y con bastante frecuencia su arado liberaba cadáveres enterrados: allí
donde se arracimaban los cuervos, allí estaban.
En el viaje a Brihuega, la ciudad-convento en las montañas que los italianos ocuparon con un
sorprendente ataque por un flanco pero que aún más rápidamente volvieron a perder, Hans nos describió
la situación de la batalla en aquellos críticos días: las jornadas más duras y famosas del Batallón André.
El primer batallón internacional “Edgar André” fue la primera formación internacional en llegar al
sector de Guadalajara, unos doscientos hombres agotados, procedentes de la batalla del Jarama,
rápidamente instalados, sin armas pesadas, sin conocer el terreno, contra una división motorizada.
Superados por los tanques ligeros italianos, cogidos en el fuego cruzado de la artillería motorizada

77
:
italiana, empujados por el poderío diez veces mayor de los legionarios convencidos de su victoria, el
Batallón André en un retroceso dilatorio de pocas horas perdió la mitad de sus efectivos.
Pero estas horas fueron decisivas; en ellas los legionarios de Mussolini se enteraron de que esta vez
no tenían enfrente como en la guerra de Abisinia hombres descalzos armados con arcos y flechas que
nunca en toda su vida habían visto un avión, ni oído un disparo de fusil, sino hombres que sabían usar
fusiles y ametralladoras. Recibieron una primera lección: que Madrid no es Addis Abeba. Su avance en
este frente casi desprotegido, hasta entonces realizado casi sin dificultades, quedó paralizado. Y en esas
horas se trajo el grueso de las tropas republicanas desde el frente de Jarama. Intervinieron las brigadas de
Líster, el Campesino, Nino Nanetti, Durán, los batallones Thälmann, Dombrowski, los franco-belgas y los
garibaldinos. Estos, muy especialmente, provocaron en más infernal desconcierto entre sus compatriotas
fascistas. Los aviadores republicanos acabaron con los bocazas “vencedores” de negros desnudos y
desarmados. Que otros pueblos tengan también armas modernas y que se sepan defender con ellas,
pareció haber privado a los valientes legionarios de su fe en el orden mundial mussoliniano. En las
carteras de los oficiales de Estado Mayor italianos se encontró la felicitación de Mussolini a sus camisas
negras por su entrada victoriosa en Madrid. De hecho más de mil de ellos entraron en Madrid: como
prisioneros.

Entonces apareció Brihuega tras una curva del camino. Hans hizo parar el vehículo. Encerrada
entre montañas, la ciudad se extiende en espiral en torno a las peñas sobre las que está construido un
famoso convento. Incluso bajo el cielo sin nubes no resulta llamativo en este edificio el desteñido y
uniforme blanco grisáceo de los muros; la pátina del tiempo ha cubierto levemente la cal con un brillo
suave, le ha dado colorido y una vibrante y engañosa transparencia. Hans alababa la belleza de este
paisaje ante nosotros como si fuese suyo. Y es verdad: también él tiene su parte en que esta belleza haya
vuelto tan rápidamente a ser parte de la República.
La entrada al jardín del convento ha quedado reducida a escombros a causa de los bombardeos
fascistas. Trepamos por los escombros y los restos del muro y luego caminamos por los claustros, por
avenidas de altos, seculares cipreses, por jardines llenos de flores raras, de cactus y de árboles
ornamentales.
Dice Bodo: - Qué hermosura será esto cuando en estas avenidas jueguen los niños y cuando por
estos caminos entrelazados y umbríos se paseen campesinos libres con sus mujeres.
Me quedé mirando a la joven reportera. ¿Se ha dado cuenta de que esto no son frases? ¿De que
Bodo ha hablado del futuro con el que soñamos y por el cual estamos dispuestos a vivir o a morir?

Al dejar en manos de otro el trabajo de “El Voluntario”, mi misión en Madrid estaba ya cumplida.
Gallo me había hecho saber que iba a ser trasferido a la XIII Brigada, la brigada olvidada, la que
combatía en algún lugar apartado del mundo en el Sur de España, en los alrededores de Córdoba. No
sabía mucho de las particularidades de esta brigada. La XIII no había luchado nunca con las otras
Brigadas Internacionales. En Madrid se hablaba con cierta disimulada admiración de su primer ataque a

78
:
Teruel en diciembre de1936. Después, se decía, la XIII había sido lanzada al frente de Málaga tras la
irrupción de los fascistas y había hecho parar el avance de los italianos y los legionarios ante Motril. Se
hablaba de la marcha victoriosa de la brigada en el frente de Granada, allá en las montañas de Sierra
Nevada, y de su participación en la victoria de Pozoblanco en el frente de Extremadura, donde tras un
rápido avance estaba en posición de combate ante el pueblo minero de Peñarroya. Todo esto sonaba a
algo fabuloso, misteriosamente rodeado del romanticismo de un lejano combate de guerrilleros. Todas
estas noticias despertaban mi curiosidad, el deseo de conocer de cerca esta brigada multinacional

Mi marcha, en los días más espléndidos del mes de mayo, nos llevó otra vez a Valencia, que
habíamos dejado doce días antes. La ciudad no había cambiado. Pero encontramos en el lugar donde
habíamos trabajado y vivido en los meses pasados, un montón de ruinas en lugar de una casa. Una bomba
le había dado de pleno en un bombardeo ocurrido pocos días después de nuestra partida. La casualidad de
no haber quedado enterrado bajo las ruinas me pareció un buen augurio para mi viaje al frente del Sur.
Antes de que nosotros, Antonio el conductor y yo, emprendiéramos nuestro viaje hacia el Sur en
nuestro pequeño Citroën, nos llegaron en los periódicos las primeras noticias de la destrucción de
Guernica. Escuadrillas alemanas han convertido en ruinas el lugar de peregrinación de los vascos, su
santuario nacional. No había ninguna necesidad militar. Guernica es un lugar sin defensas, está detrás del
frente, sin guarnición militar, sólo campesinos vascos, ciudadanos modestos y clérigos viven en la
ciudad. Ninguna defensa antiaérea. Los “héroes del aire” alemanes pudieron cometer su “exitoso
experimento” con toda tranquilidad y completamente sin peligro.
Eligieron un día de mercado. Enviaron por delante un aparato de reconocimiento y cuando
estuvieron concentrados en el mercado un número suficiente de campesinos y campesinas y de niños del
pueblo y los alrededores, iniciaron la masacre. Testigos supervivientes informaron de que los aviones
alemanes descendieron hasta los 20 metros; un cura contaba que los “alemanos” –y se santiguaba- se
habían dedicado a cazarlo cuando estaba a unos trescientos metros de la ciudad de camino hacia su casa,
a pesar de su sotana, que ellos debían conocer muy bien. Se tuvo que arrojar en pleno campo de cabeza
tras una gran piedra y espero la muerte rezando. Unas monjas contaban llorando como habían sido
cazadas repetidamente por las aves de rapiña en el mismo claustro de su convento y cómo muchas de
ellas habían sido segadas y acribilladas por el fuego de las ametralladoras de los “diablos” –y se
santiguaban – y habían muerto sin haber podido recibir los sagrados sacramentos.
Las escuadrillas alemanas permanecieron una hora sobre el lugar. Guernica, el santuario católico
de los vascos, quedó convertido en ruinas y ceniza. Una gran parte de la población yacía destrozada
debajo; los muertos se cuentan por centenares.
Si no se quiere aceptar que todos estos pilotos - que han convertido un lugar sin valor de la
retaguardia, sus casas, iglesias y conventos, sus campesinos, campesinas, niños, curas y monjas en
cenizas y ruinas -, son, en sentido clínico, asesinos en serie patológicos, entonces sólo se puede pensar
que esta masacre ha sido ordenada por el Estado Mayor alemán como un “experimento sobre objetos
vivientes” para probar los efectos de un bombardeo aéreo radical sobre lugares no defendidos de la

79
:
retaguardia. Seguramente algún gallardo jefe de sección del “Departamento de Defensa Psicológica” del
Ministerio alemán de Defensa ha tenido la buena idea: “Podíamos probar cómo, en caso de peligro...
eeh..., hmm, España es una excelente ocasión, Sr. teniente coronel... eeh..., hmm..., un interesante
intento... Si su Excelencia, St. Teniente coronel, quisiera dan la correspondiente orden...”
Tal vez ha sido así. ¡Ojalá! Y digo “ojalá”, pues la otra posibilidad sería aún más horrorosa. Si
estos chicos que acababan de salir de los burdeles –un piloto alemán destinado a este sector del frente
desde hace poco lo ha contado así en su diario- hubiesen querido tener su “pequeña diversión”
asesinando Guernica y a sus habitantes como final de una noche de borrachera y prostitución, digamos
como “primer trago de la mañana”, como remedio para espabilarse tras la borrachera, esta hipótesis aún
me parecería más horrorosa porque mostraría el grado de inhumanidad de los hijos de la pequeña
burguesía criados bajo Hitler.

¡De cuánto odio, de cuánto asco, de cuánto horror contra Alemania llenará de nuevo este asesinato
de masas tan bien planificado a los pueblos del mundo! Cuando entre las reventadas ruinas de Múnich,
de Frankfurt, de Stuttgart, Colonia o Núremberg griten las mujeres y los niños alemanes en peligro de
muerte, tal vez leerán en las esquirlas de las bombas la inscripción “Venganza por Guernica”, y ni
siquiera podremos protestar. Sólo podremos decir calmosamente: “Os equivocáis. No todos los alemanes
son enemigos de la humanidad. Muchos de ellos, millones de alemanes en el país, marchan en espíritu
con nosotros en los batallones Thälmann, y André, cuando oponemos la voluntad de una Alemania mejor
a los legionarios de Franco y de Hitler.”

80
:

II

LA BRIGADA OLVIDADA

81
:

EN EL ESTADO MAYOR DE LA XIII BRIGADA

Frente de Extremadura
Estado Mayor de la XIII Brigada
14 de mayo 1937

Est. Mármol
Hinojosa del Duque

44
Trazado de la vía Córdoba- Almorchón llamada “via de la sierra” en el mapa de Forcano de 1948
(amoluc, mayo-julio 2008 en www.ferropedia.es)
Lugares citados en el texto siguiente

44
Este ferrocarril, llamado “vía o tren de la sierra”, se construyó en la segunda mitad del XIX en dos tramos.
El primero fue el de Belmez-Almorchón, que es el que nos interesa porque algunas de sus estaciones o apeaderos
fueron escenarios de los combates de la XIII Brigada en la Sierra de Córdoba. Este tramo se inauguró en 1868. El
tramo Córdoba-Bélmez, mucho más dificultoso orográficamente, se acabó de construir en 1873 y no interesa aquí.
Como no estaba pensado para viajeros, aunque también estos lo utilizaron hasta que el tren se suprimió en 1974,
muchos de sus apeaderos o descargaderos –como el de Mármol- quedaban lejos de cualquier núcleo de población.
En 2008, según la fuente utilizada, sólo se usaba para el abastecimiento de la Central Térmica de Puente Nuevo
junto al embalse del mismo nombre en el río Guadiato.
“Durante la guerra civil española, un tren blindado construido en Madrid y destinado en principio al frente
de Guadalajara....... se estacionó en Zujar y Valsequillo y desde allí realizó numerosas incursiones en dirección a
La Granjuela, llegando hasta el km. 56,4, punto de cruce con el Ferrocarril de Puertollano a Fuente del Arco, en
una de estas incursiones se le cortó la retirada al levantar parte de la vía a su retaguardia, pero los ferroviarios a
su servicio y un grupo de soldados del Regimiento de Ferrocarriles, echando pie a tierra, repararon la vía en pocas
horas y facilitaron el retorno a Valsequillo. En esta operación perdió la vida un soldado apellidado Calvo, cuyo
cuerpo fue recuperado en una incursión organizada con tal fin la noche siguiente y fue enterrado en el cementerio
de Valsequillo.” Tanto esta cita textual como todos los datos anteriores están extraidos de: amoluc, mayo-julio
2008, en www.ferropedia.es.
82
:
El general volverá a primera hora de la tarde de un viaje de inspección. A Antonio y a mí nos han
servido un café en su habitación. La palabra “habitación” queda demasiado lisonjera para nombrar el
espacio, parecido a un establo, de una pobre cabaña en la que está acuartelado el Estado Mayor.
No ha sido sencillo encontrarlo. Tras pasar Pozoblanco empezó el dar vueltas, y tras Hinojosa del
Duque recorrimos largo rato caminos vecinales en todas las direcciones, hasta que, junto a una especie de
casilla de peones camineros, supimos por camaradas que hablaban alemán que ésta era la estación de
Mármol45 y que unos 5 quilómetros más adelante por ese camino encontraríamos centinelas que nos
indicarían el camino al Estado Mayor.
De hecho tras esos 5 quilómetros atravesando un territorio en apariencia completamente
despoblado fuimos detenidos por un centinela que salió de la sombra de un árbol. A lo largo y a lo ancho,
todo parecía como muerto. Nadie se podía imaginar que aquí estuviese el Estado Mayor de una brigada.
Delante de una pequeña casa junto a la cual había algunos corrales, salió a recibirnos el jefe del
Estado Mayor de la brigada, comandante Schindler46. Nos habíamos encontrado unas semanas antes en
Valencia y estaba informado de mi llegada a la XIII. Yo ya sabía que Schindler, que había sido unos de
los primeros voluntarios en llegar a España y el primer jefe de la Centuria Thälmann, había participado en

45
El nombre de Mármol no corresponde a ningún pueblo. Era sólo una estación insignificante, más bien
descargadero, en la vía del tren de la sierra (nota 44) entre las estaciones de Valsequillo y Zújar, donde la vía se
cruzaba con las carreteras de Hinojosa del Duque y de Belalcázar. Me es imposible identificar la localización del
Estado Mayor de la Brigada. Ludwig Franken –oficial de información en esas fechas del Tschapaiev- sitúa el E. M.
de la Brigada a principios de abril en Pozoblanco y el Estado Mayor de su batallón en Valsequillo. Pero a mediados
de mayo, después de la batalla de Sierra Noria y la estabilización del frente, sin duda ambos Estados Mayores
cambiaron de lugar. Franken, que pasó del Estado Mayor del Tschapaiev al de la Brigada -mientras Kantor ocupaba
su lugar en el Tschapaiev el 20 de junio-, describe el Estado Mayor de la brigada como un edificio solitario y bajo a
6 - 8 quilómetros por detrás de la línea del frente; pero tampoco sé exactamente por dónde iba exactamente ésta.
46
Albert Schindler, llamado realmente Albert Schreiner,1892, Aglasterhausen (Baden Württemberg).
Metalúgico y mecánico. Miembro sucesivamente de las Juventudes Socialistas, del SPD, del USPD (ala izquierda
del SPD) y, finalmente, de la Liga Espartaquista. En 1919 fue cofundador del KPD en Württenberg; el mismo año,
miembro de la dirección de la Liga de Soldados Rojos, encabezó las jornadas revolucionarias en Stuttgart por lo que
fue detenido y encarcelado. Participó en 1923 en la sublevación de Hamburgo, estudió en la Escuela de la
Internacional en Moscú y a su vuelta fue miembro de la presidencia de la Liga de Combatientes del Frente Rojo. En
1929 fue expulsado del KPD, la fuenteno dice por qué, y se afilió a la Oposición del KPD. En el 33 emigró a
Francia: editor y coautor de muchos libros en los que se advertía del peligro de una guerra por el crecimiento del
nazismo. Tras la Conferencia de Bruselas readmitido en el KPD y nombrado secretario del Comité para la
Liberación de Thälmann. Miembro del Lutecia-Kreis (Círculo Lutecia) promotor de un Frente Popular alemán.
En España en agosto del 36: organizador y primer jefe de la Centuria Thälmann. Cuando ésta se disolvió
estuvo por poco tiempo en el Estado Mayor de la Columna Tueba-del Barrio. Diciembre del 36, jefe del Estado
Mayor de la XIII –donde lo encuentra Kantor-. En el verano del 37, jefe de operaciones de la 45 División. En el
otoño de este año, profesor en la Escuela de Oficiales de Pozorrubio y de los cursos para oficiales de habla alemana
de Benicàssim entre agosto-septiembre del 37. Por encargo de la dirección de las Brigadas organizó su Servicio
Histórico Militar.
En mayo del 38, enviado a Francia. Del 39 al 41, campos de internamiento en Francia y Marruecos. En el 41
recibió permiso para viajar a Méjico a través de EE.UU. pero se quedó en este país hasta 1946. Cofundador de la
“German American Emergency Conference” y desde el 44 representante del KPD en la Comisión Preparatoria del
“Council for a democratic Germany”. Redactor de diferentes periódicos obreros alemanes y americanos.
En el 46 volvió a la RDA y se afilió al SED. Funcionario de la Administración Central para Formación
Popular y profesor en la Universidad de Leipzig entre el 47 y el 50 -aunque no parece que tuviera la titulación
adecuada-. Colaborador del Instituto de Marxismo Leninismo en Berlín y del Museo de Historia de Alemania. Entre
el 50-53 tuvo problemas derivados de su militancia en la oposición al KPD veinticinco años antes. En el 53 se
doctoró en la Universidad de Halle: director del Departamento de Historia del Periodo de Entreguerras del Instituto
de Historia de la Academia de las Ciencias de la RDA. Jubilado en 1960. Miembro del Comité de la Resistencia
antifascista, de su sección de Combatientes de España y del Comité Nacional de Historiadores de la RDA. Murió
en 1979 en Berlín a los 87 años de edad. (Dicc. Vols. Alms.)
83
:
todos los combates de la XIII y los había dirigido como jefe de su Estado Mayor. Seguro que me podrá
ayudar mucho con su experiencia porque al principio tendré muchas cosas que preguntar.

Estado Mayor de la Brigada, 15 mayo 1937


El general es un hombre grandote y pesado de unos 45 años. No lleva ningún galón. Su uniforme
consiste en unos pantalones militares verdes y una camisa gris; cuando refresca al atardecer se pone
encima una jersey gris de lana áspera. Los ojos un poco hundidos en su abultado rostro. Su apariencia es
jovial. A primera vista parece flemático; habla de forma lenta, cuidadosamente articulada, meticulosa, con
una entonación algo soñolienta, lo cual refuerza la primera impresión. A pesar de todo no me fio de esta
aparente pesadez. Supongo que las horas decisivas la jovialidad desaparece como un traje con el que se
esconde en el día a día y que los rasgos algo desdibujados del rostro se pueden tensar. Su boca es de
labios finos; no me sorprenderá cuando le oiga dictar decisiones duras.
Schindler me presentó. Me cuadré. El general hojeó informalmente mis credenciales. De la misma
manera informal me preguntó: - ¿Has redactado hasta ahora “El Voluntario de la Libertad?-.
- En diciembre y enero estuve destinado en Madrid como comisario adjunto de la XI Brigada.
Después se me encomendó publicar El Voluntario.
El general dijo tranquilamente: - De la XIII Brigada no se decía mucho.
- Eso tiene ahora que cambiar.” –le respondí.
- ¿Qué rango tienes?
- Ninguno –le dije. Volvió después a mirar mis papeles. Estábamos fuera de la casa, entre dos
luces. De dentro de la casa graznó una voz con acento húngaro: - ¡La cena ya está servida!
- Bien, Schwejk, ya vamos – le contestó con su flemática voz de bajo el general. Entramos en la
casa. La cocina se encontraba, como en todas estas cabañas españolas, en la entrada, en torno a la cual se
encuentran agrupados los pequeños dormitorios. Schindler le dijo al cocinero:- Un cubierto más,
Schwejk. El camarada come desde ahora con nosotros.
De los dos espacios, separados sólo por una cortina, el de detrás servía como dormitorio al general
y su jefe de Estado Mayor, el de delante era el espacio para estar y para comer y cuartel principal de la
brigada, todo a la vez. Los lugares de trabajo y los dormitorios de los otros oficiales de Estado Mayor y
tropa están instalados en los corrales abiertos. Sobre la mesa oscilaba la luz de dos velas. Un ordenanza
puso un cuarto cubierto para mí. Además de Schindler y el general estaba también presente el comisario
de la brigada47, un obeso camarada asmático que parecía encontrarse mal y que se marchó enseguida que
acabamos de cenar. Después el general empezó a perder un poco la timidez y estuvo preguntando sobre
esto y aquello de Madrid y Valencias. De vez en cuando venía un ordenanza con alguna información; el
viento silbaba por la puerta abierta, la luz de las velas temblaban. Se despejó la mesa y se abrieron sobre
ella algunos mapas esquemáticos que Schindler y el general estuvieron observando. Yo estaba muy
cansado y pronto me dieron permiso para irme a dormir.
47
Este comisario se llamaba Karol Suckanek, era polaco y fue comisario de la XIII entre el 1 de diciembre
del 36 y el 4 de julio del 37. Efectivamente estaba enfermo o se puso enfermo durante la guerra. Le sucedió Blagoye
Parovicz que murió a los pocos días de ser nombrado, en la batalla de Brunete.
84
:
Mi alojamiento está sobre un catre en el redil de la finca. Allí pasamos la noche los oficiales,
telefonistas y escribientes del Estado Mayor. Esa primera noche apenas pude encontrar descanso a causa
de las pulgas y las ratas. En la vida había visto tal cantidad de pulgas en ningún cuerpo del ejército. Mi
vecino de camastro, el esbelto, joven y alegre ayudante del general, teniente Franz, me aseguro a la
mañana siguiente con optimismo que uno se acostumbra a todo. Si no me engañan mis recuerdos del
verano de 1918 en las trincheras de la Champaña, tiene toda la razón.
Mi “ajuar” –la máquina de escribir, algo de ropa, un par de libros- los había dejado en el coche que
está cubierto de ramaje hasta ser completamente invisible a unos 300 metros de la casa bajo una encina.
Antonio duerme por la noche dentro del coche; feliz él, que puede hacerlo porque es, por lo menos, un
palmo más bajo que yo; mis largas piernas no caben casi en el pequeño Citroën ni siquiera cuando voy
sentado.

15 de mayo de 1937, por la tarde

¿E. M. Brigada?

Loma Pelada
¿E.M. Batallón?

Sierra Mulva

IBERPIX Instituto Geográfico Nacional ¿Linea aprox. del frente?

Después de la comida Schindler me ha llevado con él a dar una vuelta por la zona de combate. Vamos a
través del gran pueblo molinero de Valsequillo, tomado al asalto a principios de abril por el primer
batallón de la Brigada, el Tschapaiev. El puesto de mando se halla 3 quilómetros más adelante, sobre una
85
:
de las muchas colinas monótonas y desnudas. Entre piedras y usando como cubierta de seguridad los
escasos matorrales, se ha instalado un lugar de observación firme. Schindler me presenta a un oficial de
mediana altura, reservado, el teniente Karl Putzke48, que desde hace algunos días ha ascendido a oficial de
información y dirige la instalación del puesto. Fijan el lugar en el que se instalara el telescopio de
campaña. Hoy aún nos hemos de conformar con los prismáticos.
Schindler me explica el terreno. A la izquierda de nuestro puesto o –me debo acostumbrar al
lenguaje militar de las descripciones – al NE., se halla Valsequillo; al SE. La Granjuela, igualmente
conquistada al asalto por la XIII Brigada; al Oeste, a nuestras espaldas pero fuera de nuestra vista, se
encuentra la aldea de Blásquez conquistada por el 2º Batallón de la brigada, el francés “Henri Vuillemin”;
delante de nosotros, al Este, se levanta la Sierra Noria, que flanquea La Granjuela y que ha sido tomada
también por el Batallón Tschapaiev y el 4º Batallón, el español “Otumba”. La gran cima rocosa al SE. de
La Granjuela es el Monte Peñarroya, ocupado por los fascistas como un fortín, delante de la ciudad de
Peñarroya, en cuya cercanías hay importantes minas de carbón, metales y mercurio. Al S. de nosotros a
unos 8 quilómetros de distancia se desdibujan los contornos del histórico lugar de Fuenteovejuna, famoso
por la inmortal obra de Lope de Vega, obra que trata del alzamiento revolucionario de los campesinos de
este pueblo. La ciudad es el punto de atracción de la mirada en este paisaje austero de peladas y yermas
montañas de altura media, escasas en agua, resecas, desnudas excepto por el esplendor sin medida y
deslumbrante de colores de los prados de flores que proliferan en el fondo de los valles. Sobre las alturas
de la Sierra Mulva, entre los valles de Peñarroya y Fuenteovejuna, al Sur de nosotros, se extienden
actualmente las posiciones de la XIII Brigada. La granja blanca en el paisaje, a unos 1000 metros de las
ruinas de La Granjuela, es el puesto de mando del Batallón Tschapaiev.

16 de mayo de 1937 (en el refugio)


Sobre las 3 de la noche estaba lo bastante cansado como para dormir, a pesar del baile de las
pulgas sobre mí y de la fea visión y el ruido las corridas de las ratas por las vigas del techo. A las 7,30 se
dio la alarma: aviones. Bajamos a tropezones al profundo refugio construido hacía poco. Apenas
estábamos dentro cuando empezamos a oír los impactos y a sentir las sacudidas. No parecían bombardear
muy lejos. El teléfono de campaña sonaba, el teniente Karl con voz tranquila daba los informes desde el
punto de observación. Parece que han puesto su punto de mita en el Estado Mayor de la 86 Brigada, que
está a nuestra derecha. Los cazas están aún en el aire y baten el terreno. Uno de nosotros se ha apostado
en la salida del refugio, nos grita que uno de los cazas está ametrallando más allá del camino, a unos 200
metros de nosotros. Al otro lado hay un pequeño departamento de caballería. Hasta aquí abajo oímos el
vertiginoso zumbido de la hélice. En todo caso aquí estamos bastante seguros. Sobre nosotros están las
piedras, grava y sacos terreros amontonados y unos tres metros de tierra con paja y basura camuflados

48
Karl Putzke o Putzka, Bochum, 1906, minero de profesión y miembro del KPD desde 1930. Perteneció, en
efecto, al Batallón Tschapaiev y era oficial de información. El Dicc. Vols. Alms dice poco más de él, sólo que en
octubre de 1938 se encontraba en Alemania –concretamente en Aquisgrán- y fue capturado por la Gestapo en enero
del 39. Sin más datos.
86
:
como montones de estiércol. Debe ser difícil acertar directamente el punto para podernos hacer nada aquí.
Pese a todo es incómodo. El refugio es húmedo y frío. Yo estoy helado.
A pesar de las prisas de la alarma, no he olvidado mi grueso cuaderno ni mi estilográfica. Quiero
intentar, en la medida de lo posible, agarrar las impresiones al vuelo, esquemáticamente. Al principio
estaba algo cohibido porque, seguramente, parecerá raro que empiece a escribir aquí.
Cuando saco mi cuaderno oigo una voz que viene del oscuro túnel que dice: -Uno con el fusil y
otro con la pluma.
Me quedo escuchando oído atento, ¿es una burla? Tendré que explicarles que...
Otra voz interrumpe mis pensamientos: -Muchas veces se acierta más con la pluma que con el fusil.
Claro, -contesta la primera voz-, la una es un arma tan buena como la otra.
El segundo concluye con un refrán: -Atiende siempre a aquel que en la mano lleve el fusil o la
pluma.
No, no creo que haga falta darles muchas explicaciones...
(Decididamente fue más difícil hacer entender a algunos colegas de la “Federación en Defensa de
los Escritores alemanes” en París que hay momentos en los que el escritor que piensa seriamente en
defender la cultura, se encuentra ante el deber, en el sentido más literal de la palabra, de cambiar la
máquina de escribir por el fusil. Ellos esgrimían una serie de biensonantes formulaciones, hablaban de
sobrecompensación y de represión, de evasión y de deseo de protagonismo falsamente entendido, pero no
eran capaces de creer en la verdad, sumamente sencilla, de que la decisión de alistarse en las brigadas de
la libertad es una consecuencia natural e inevitable de la lucha antifascista entendida seriamente, una de
cuyas características es que a las palabras han de seguir los hechos. La gente que extrae consecuencias de
sus declaraciones, muestra maneras de ser complicadas, incluso incomprensibles y por ello sospechosas.)

Por la tarde
Después de comer Schindler me lleva hacia el Estado Mayor del Tschapaiev. Viajamos pasando
por Valsequillo hasta el cruce del camino que va de Fuente Ovejuna a La Granjuela. Dejamos allí el
coche bajo la sombra de unas encinas. El camino hacia el Estado Mayor del Batallón puede ser visto
desde la alta peña del Monte Peñarroya. -Hace algunas semanas -me cuenta Schindler-, disparaban contra
cualquier hombre o mula que divisaban. Entre tanto se han ido volviendo más ahorrativos en el uso de las
municiones. Pero el paso de vehículos solo se puede hacer en la oscuridad.
Marchamos a lo largo de la carretera unos 1200 metros en dirección a La Granjuela. A unos 800
metros de La Granjuela torcemos a la derecha hacia una granja grande y aislada. Allí está acuartelado el
estado Mayor del Tschapaiev. Los oficiales nos saludan a la entrada de la casa. Schindler me presenta.
Este es Otto Brunner, el comandante del famoso batallón49.

49
Otto Bruner, Basilea, 1896. Su familia emigró en 1913 al Brasil. Allí Otto fue leñador, pastor y cazador
furtivo. Se embarcó como fogonero y en 1919 se alistó en la marina norteamericana: hasta el 21: combatió en favor
de EE.UU. contra la Revolución Rusa. Desertó en el 21 o 22 y volvió a Suiza, trabajó de peón y se casó con una
alemana, que le acompañó toda la vida. En el 23 volvió al Brasil con su mujer y trabajó en diferentes oficios:
director de una colonia, camarero y albañil. En 1927 regresó definitivamente a Suiza. Obrero de la construcción y
87
:
He oído hablar mucho de él. Es de altura mediana, muy robusto, tiene un rostro alargado, una nariz
huesuda y el mentón de un boxeador, ojos marrones y vivaces y una boca a la que le gusta reír. Habla el
fuerte dialecto de los suizos.
Y éste otro es el comisario del Batallón, Ewald50, apenas de estatura
media, rubio como la paja, delgado, con rasgos fuertes y bien definidos. Este
rostro irregular, con una simpática nariz respingona y acuosos ojos
parpadeantes, ya lo he visto yo en alguna parte. Por su típico acento berlinés y
porque no sólo parece un tipo de Zille51 sino que también habla como
ellos, sé enseguida que somos conciudadanos muy cercanos.
Cuando le pregunto me dice: - Claro que sí, nos conocemos. ¿No te
acuerdas de qué?- No se me ocurre. Me intenta ayudar: - En la pelea con los
nazis, Steglitz, Schloβstraβe... ¿No caes? - me pregunta, guiñándome el ojo Ewald Munschke en España
divertido. - ¡Ahora sí! ¡Menuda sorpresa, reencontrar aquí al jefe de la (fuente desconocida)

organización de defensa antifascista del vecino distrito berlinés!” - le digo. Y me suelta rápidamente:
-¿Sorpresa? ¿Dónde íbamos a estar de no estar muertos o en un campo de concentración? Pues
aquí, en España... ¡Claro!

sindicalista. En el 34, afiliado al PC de esta ciudad. Viajó a Moscú como delegado un par de veces. Dos semanas
después del 18 de julio Brunner se dirigió con voluntarios suizos a París, pero el PC, que aún no tenía clara su
intervención en España, les hizo volverse atrás.
En octubre, cuando Stalin toma la decisión de intervenir, Brunner es enviado a Albacete. En las Brigadas
asciende rápidamente: diciembre del 36, comisario; enero del 37 comandante de Batallón Tschapaiev en Teruel,
Sierra Nevada, Pozoblanco y Brunete, donde es herido en julio muy gravemente. Vuelve a Albacete con su mujer
en octubre del 37, después de una estancia en París pero: director del campo de instrucción de Madrigueras, y,
cuando los franquistas avanzan por el Ebro, enviado a Barcelona como principal dirigente de las Brigadas en esta
ciudad. Una de sus funciones era cazar a los desertores, cosa que hace con la misma violencia que había empleado a
lo largo de toda su vida.. En la zona del puerto, completamente borracho, se pone a disparar en el Bar Scandinavia,
punto de reunión de los voluntarios suizos, contra uno que quiere regresar a Suiza; por descuido mata a otro
brigadista, Karl Romoser, y hiere gravemente a un tercero. André Marty y el secretario del PC, Jules Droz,
informarán de él en agosto del 38: “Brunner está agotado, bebe, abunda en la falta de formas... Hay que
repatriarlo...”, pero, a pesar de todo, aún es nombrado director del campo de reposo y retorno de Olot.
Vuelve a Suiza el último día del 38: parte de la prensa suiza le denuncia por el tiroteo del bar Scandinavia,
pero la izquierda le respalda. Por haber servido en un ejército extranjero es condenado a seis meses de cárcel y tres
años de privación de derechos políticos, aunque es declarado inocente del asesinato del Scandinavia “por falta de
pruebas...” (¿sic?). Brunner murió en 1973. Mi fuente no dice nada de sus últimos 30 años de vida. (“Los
voluntarios suizos en la Guerra Civil española” -Diccionario biográfico-, Peter Huber y Ralph Hug, Silente Memoria
Histórica, Edición de AABI, Madrid, 2010)
50
Ewald Munschke, Berlín, 1901. Soldado en la 1ª Guerra Mundial. Empaquetador y cochero en una emresa
comercial, ferroviario, sindicalista desde 1920, albañil, transportista... Afiliado al KPD desde 1922, lo abandonó en
el 24 y no volvió a afiliarse hasta 1930, cuando colaboró con su aparato militar en Brandemburgo. Parado al
principio de los 30 emigró en el 33 a la URSS, donde vivió y estudió en la Universidad para los pueblos del Oeste.
Vino a España desde la URSS en noviembre del 36. Encuadrado en la XIII Brigada: comisario del Batallón
Tschapaiev en Teruel, Málaga, Sierra Nevada y Sierra de Córdoba, cuando lo encuentra Kantor. Luego instructor de
la escuela de Oficiales de Pozorrubio en el otoño del 37. En julio del 38 de España a Holanda. Durante la 2ª Guerra
Mudial combatió en la resistencia holandesa y formó parte del movimiento Alemania Libre.
Volvió a la RDA en el 45 y fue uno de los brigadistas que hizo carrera en la policía y el ejército. En el 56,
viceministro de Defensa entre otros cargos importantes. Se jubiló en el 71 como general de división. Perteneció
hasta su muerte al Comité de la Resistencia Antifascista. Murió en Berlín en 1981, a los 80 años. (Dicc. Vols. Alms.
y testimonios de otros brigadistas)
51
Zylle fue un dibujante que representó de forma crítica y humorística, casi caricaturesca, personajes y
situaciones populares de la vida berlinesa de los años 20 y 30, especialmente de clase pobre.
88
:
El ayudante del batallón es turingio, un pequeño y desenvuelto tipo de rompe y rasga, se llama
Julius (Lackner, ver nota 95. N.d.T.). El oficial de personal, Hermann, es
grandón, ancho de hombros, callado, reflexivo; un bávaro. El joven rubio de
largos miembros, como si aún estuviese creciendo, inusualmente guapo, que
acaba de traer un mensaje de la línea del frente, es Ludwig, el oficial de
información del batallón. En el cuarto está también un camarada ya no
joven, arrugado, que parece algo desabrido; es el sargento primero del
batallón, Franz (Trautsch, ver nota 180).
Un momento después entra en la habitación un camarada menudo,
enjuto, con la cabeza descubierta, y nada más ver su pelo largo, negro, que
le llega hasta la nuca, le grito muy contento - ¡Hans, viejo muchacho!52 - y
me lanzo a darle un abrazo. Se ríe con la silenciosa risa que le caracteriza y
que tanto me gusta: - Hace ya dos semanas que te esperamos –me dice.
- ¿Os conocéis? - pregunta Brunner. Schaul en España en 1937

- Hace mucho –le contesto-, de una vida anterior cuando Schaul era (De “Spaniens Himmel” )

aún abogado.

52
Es Hans Schaul, 1905, Hohensalza (Posnania prusiana) actual Inowroklau polaca, de familia de
comerciantes judíos. Estudió derecho y ciencias económicas en Berlín, Friburgo y Heidelberg. Abogado, periodista
y escritor. En 1929 se casó con Ruth Rewald, abogada judía y escritora de libros juveniles. Schaul ejerció como
abogado en Berlín hasta 1933 cuando a causa de su origen judío se le prohibió. La pareja emigró ese mismo año a
París, donde ambos sobrevivieron trabajando él como fotógrafo y ella como traductora y secretaria. En mayo de
1937 nació su hija Anja en París.
En octubre del 36 Schaul vino a España: Batallón Tschapaiev de la XIII. Redactor del periódico del batallón
y de la revista “Der kämpfende Antifaschist”. Combatió en Teruel y en el frente de Andalucía donde lo encuentra
Kantorowicz. Ascendió a teniente y colaboró con el Departamento de Información de las Brigadas. En el 37 ingresó
en el PCE, aunque no era miembro del KPD. En noviembre del 37 vino a España su mujer que permaneció aquí
hasta marzo-abril del 38 colaborando con el Comisariado de Guerra de la XI Brigada y recogiendo datos,
impresiones y testimonios sobre los niños españoles en las zonas de guerra, especialmente en Madrid. Estos
testimonios la llevaron a escribir una novela juvenil alemana sobre la guerra de España: “Los chicos de Peñarroya”
(se puede ver en academia.edu como “Los niños de Peñarroya. Una historia verdadera de cuatro chicos españoles
durante nuestra guerra civil”). Schaul también trabajó como fotógrafo de las brigadas; retrató sobre todo a
compañeros de la XIII y la XI; sus fotos fueron llevadas por Luigi Longo a Moscú donde deben encontrarse en los
archivos del Museo Militar, también las fotos de Kantorowicz en “Tschapaiev. El Batallón de las 21 naciones” son
de Schaul. (“Deutsche Fotografen in spanischen Bürgerkrieg”, Diethart Krebs, Jonas Verlag, Marburg, 2000,
www.zeuthistorische-forschungen.de). Al reorganizarse la XIII Brigada Schaul pasó a la XI como observador con
Heinrich Rau, su comandante, entre enero y marzo del 38, y combatió en la caída del frente de Aragón.
En el otoño del 38 enviado a París como secretario del Comité de Ayuda a España. Allí se afilio al KPD a
fines del 39. Internado en varios campos franceses – entre otros en Albi, Gurs y Le Vernet-, en el 41 fue enviado al
de Djelfa en Argelia como castigo por una huelga de hambre. Entre tanto su mujer y su hija permanecieron en
Francia y al ser ésta invadida por los nazis ambas fueron detenidas por la Gestapo en el 42 y el 44 respectivamente y
enviadas al campos de Auswitz, donde ambas murieron –Anja con sólo siete años -. En 1943, al ocupar los aliados
en N. de África, Schaul fue liberado, trabajó un tiempo en una compañía de trabajo británica y en noviembre del 44
marchó la URSS: administración para prisioneros de guerra en Moscú y profesor de reeduación de prisioneros
alemanes, franceses y japoneses; entre el 45 y 48 profesor en la Escuela Antifascista de Gorki.
Volvió a la RDA en el 48, se afilió al SED, se casó con Dora Davidsohn, también judía y combatiente en la
resistencia, y desempeñó diferentes cargos en la administración del Estado. Primero junto a Heinrich Rau en la
Comisión de Economía y después en diferentes departamentos: Justicia, Planificación, Asuntos Gubernamentales.
Entre el 52 y el 72, jefe de redacción de la revista teórica del SED “Einheit” (Unidad). Murió en Berlín en 1988 a los
83 años. (Dicc. Vols. Alms. y “Spaniens Himmel und deutsche Geschichte”, Schumann, Frank, Herausg. vom
Zentralrat der Freien Deutschen Jugend, Verlag Junge Welt, 1986).
89
:
- Y tú aún corresponsal de Ullstein53” - dice Schaul.
- Vale, vale... – digo yo-, dejemos en paz los tiempos pasados. Por cierto, tienes buen aspecto.
Parece increíble que este hombre delicado y soñador haya aguantado las fatigas que los
combatientes de este batallón han tenido que sufrir. Sus ojos oscuros, melancólicos por naturaleza, han
recuperado su brillo, le he visto reír muchas veces con su silenciosa risa en la media hora corta en la que
hoy hemos estado juntos. Se ha sacudido de encima el opresivo peso de la emigración. Observo que los
camaradas se dirigen a él con sincera atención; a él, que, como soldado y redactor del periódico del
batallón, ha estado con ellos en todas las campañas dela brigada desde el principio. Se nota en él que su
autoconciencia ha crecido y que se siente seguro en medio de esta camaradería, a la vez poderosa e
ingenua.
Estamos en un espacio de la granja parecido a una capilla, alargado, a pie de tierra; sirve de
comedor, estancia y cuarto de recepción de los oficiales y personal del Estado Mayor. Están aquí más
anchos y confortables que nosotros en el Estado Mayor de la Brigada. En la pared de la derecha cuelga el
último periódico mural; contiene el resumen del orden del día para el Estado Mayor con algunos
comentarios sobre la cuestión de la autodisciplina: la natural camaradería de los antifascistas nunca
puede llevar a la laxitud en el servicio. En las otras paredes cuelgan las máscaras antigás, cascos y
correajes de los oficiales y miembros del Estado Mayor fuera de servicio. Un par de tableros de ajedrez y
“Halmaspiele”54 se encuentran sobre una gran mesa rectangular de madera.
El ayudante Julius se ocupa de que tomemos un buen café. Nos sentamos en torno a la mesa. Da la
impresión de que aquí las visitas siempre son bienvenidas. El ambiente es alegre y a un gesto de Brunner
aparece una botella de Oporto. Schindler comenta hay que ver cómo viven los del Tschapaiev; después
de lo cual van y viene toda clase de frases hechas más o menos picantes.
Brunner domina la conversación. Se ha quitado la chaqueta y sobre un brazo musculoso es visible
la cara bien dibujada de una muchacha india (he oído algún comentario de que fue talador de árboles en
las selvas de Brasil). Acompaña con gestos enérgicos sus principales opiniones, que expresa con el suave
acento alemán de Zúrich y el fuerte puño cerrado, que de vez en cuando deja caer como un martillo sobre
la mesa, que tiembla: -¡Por dios, venga ya!55
Entiendo que la conversación trata de la sustitución del batallón. Ha estado desde diciembre en
combate y desde los primeros días de abril aquí, en las alturas de Peñarroya y Fuente Ovejuna, en la línea
del frente, sin un solo día en la reserva, donde por lo menos los hombres dispondrían de un espacio de un
par de cientos de metros libres donde poder moverse de pie.
Y en lo que se refiere al tema mujeres... El circunspecto comisario Ewald entra aquí en la
conversación. Hace guiños a jefe del Estado Mayor Schindler con sus azules ojos acuosos y miopes y

53
Ullstein era, y sigue siendo, una importante editorial de prensa y libros cuya central está en Berlín.
54
“ Halmaspiele” es un juego de tabla para dos o cuatro personas con un gran número de piedras que tienen
que ser llevadas al campo contrario tirándolas o haciéndolas saltar. El nombre procede del griego “halma”= salto.
¿Tal vez sea un juego parecido al parchís ? ( Deutsches Wörterbuch, Wahrig, Gerhard, Bertelsmann Lexikon
Verlag, Ausgabe 1986)
55
“Herrgottsakrament” es una exclamación de impaciencia. Curiosamente Otto Brunner, que seguramente
sería ateo, maldice continuamente utilizando el nombre de dios y otros términos religiosos.
90
:
afirma con énfasis: -¡Nooo, sobre la duración no se le puede exigir más al Tschapaiev. También nosotros
somos sólo hombres.
Schindler nos informa de que el general hace todo lo posible para aclararles la situación a los
superiores. Pero siempre se le dice: la XIII es imprescindible en esta importante situación, no hay aún
quien la sustituya, hay que tener paciencia, se alarga la situación y hay que apelar a la disciplina
antifascista de las tropas experimentadas. - Y ante tales cumplidos, uno se queda mudo - dice Schindler.
El comisario comenta: - Si no sale, pues no sale; hay que explicárselo a los chicos. Y se aguanta
un rato más.
A la vuelta Schindler me pregunta cuál ha sido mi impresión. Yo le contesto con otra pregunta:
- ¿ Qué intenciones tenéis en el Estado Mayor respecto a mí? Dejadme en el batallón. Si he de vivir
con vosotros quiero compartir con vosotros vuestras fatigas y vuestras privaciones, en primera línea, uno
entre quinientos; y después ya escribiré.
Se ríe amplia y abiertamente: -Tienes mucha prisa.
Le respondo que no me gusta estar ocioso y él me promete informar al general sobre mi empleo.

Estado Mayor de la brigada, 17 de mayo de 1937


Ayer por la tarde, cuando acabábamos de cenar, apareció el capitán N., sustituto del Jefe de Estado
Mayor, consejero del Tribunal de Guerra, jefe del Departamento de Operaciones, un abogado ágil y
polifacético, útil para diferentes funciones, originario del Sur de Alemania. Vino con la información de
que ahora mismo habían sido llevados al Estado Mayor dos tránsfugas. El general me dio permiso para
participar en su interrogatorio.
Ya se había llevado a los dos jóvenes al refugio subterráneo, el único lugar completamente cerrado.
El capitán N... me explicó que eran los primeros que se habían pasado en los últimos diez días. En las
primeras semanas después de la intervención de la brigada habían sido cientos los que se habían pasado
del otro lado en este sector del frente; una vez fue todo un escuadrón del regimiento de caballería Toledo
nº 26. Con la estabilización del frente en este sector los tránsfugas se han vuelto raros. Entre los fascistas
la vigilancia es muy estricta. La empalizada de alambre de púas que han colocado ante sus líneas está
pensada más para impedir el paso a los que se pasan a nosotros desde sus filas, que para evitar alguna
sorpresa de nuestra parte.
Los dos jóvenes españoles se sientan ante la mesa del refugio algo confusos, con el escribiente del
Estado Mayor y el traductor Weiβmann56. El capitán N... le hace traducir un par de frases tranquilizadoras
y cordiales. Luego empieza el interrogatorio.
El primero se llama Juan López Martínez57, tiene 34 años, procede de Granada. Casado, su familia
vive en la zona fascista. Es moreno, tostado por el sol, de altura mediana, nervudo, guapo y vivaz. Pero

56
Paul Weiβmann, impresor de oficio, nacido en Bélgica en 1910, emigró en 1930 a Uruguay y en el 36 se
vino a España. Tras seis años en Latinoamérica fue asignado como traductor a la XIII. Trabajó después para el
Servicio de Investigación Militar (SIM) de las Brigadas en Albacete y en el 39 pasó a Francia. Estuvo entre el 39 y
el final de la guerra en campos de internamiento y de concentración en Francia y Alemania. En el 46 vivía en
Hamburgo pero en el 50 se pasó a la RDA. Fue redactor de la revista “Fahrt frei” (Viaja libre) y murió en 1968 en
Berlín. (Dicc. Vols. Alms.)
91
:
nos parece algo asustado. Posiblemente lo hace el enrarecido subterráneo, donde a la temblorosa luz de
las velas el oficial interrogador puede confundirse con el juez de un tribunal. Además suena varias veces
el teléfono y se habla en una lengua incomprensible para el joven. Dicho en pocas palabras, a las primeras
preguntas la cosa se pone fea para ambos. N. piensa que es el nerviosismo de las últimas horas: pasarse al
enemigo es ya una empresa muy arriesgada. Propongo intentarlo de nuevo con algo de comida. N.
telefonea al jefe de las cocinas y éste envía inmediatamente dos porciones grandes de comida. El
resultado es sorprendente. Los dos se abalanzan con ansia sobre el plato y de minuto en minuto se sienten
más tranquilos y satisfechos. Ante nuestra mirada llena de buena voluntad y nuestros sinceros estímulos,
ya se han dado cuenta de que entre nosotros nada tienen que temer.
Ahora habla Juan López Martínez. Es soldado de reemplazo; nos muestra su carnet militar que en
el lugar de la firma tiene su huella dactilar pues no sabe leer ni escribir. Le dejamos que nos cuente las
cosas a su aire. Vacía el contenido de su cartera ante nosotros y nos muestra radiante la foto de una muy
bonita, casi desnuda, “negra”, que él describe como su “novia”. Nuestra felicitación le anima y entonces
nos enseña la foto de una muchacha extraordinariamente hermosa, de mirada seria. Esta es, nos explica
confiado sin darse cuenta de nuestro asombro, su mujer. Tiene 18 años recién cumplidos y es hebrea (sic),
de lo cual parece estar especialmente orgulloso. Se ha casado hace seis meses. Nos asombra y nos asusta
cuando, a continuación, nos saca las fotos de otras jóvenes muy bonitas. Nos tranquiliza saber que éstas
no son más novias y esposas, sino sus hermanas.
Su tropa, sigue contando centrándose en el tema, se ha dedicado sobre todo a trabajos de
fortificación. Pertenece a un batallón de zapadores. Entraron en filas poco después de la caída de Málaga.
Allí vieron y oyeron cada día fusilamientos masivos de antifascistas. Él mismo es miembro de la CNT
anarquista. Sólo ha aguardado la ocasión de pasarse a nosotros. Con especial amargura habla de aquello
que comían los oficiales entre los fascistas. Él siempre dice: los fascistas, como si él nunca hubiese
pertenecido al ejército de Franco. Los oficiales comían jamón, mientras para los soldados era un día de
fiesta si les daban sardinas en aceite. El servicio era muy pesado, pero eran sustituidos con frecuencia, no
por el descanso, sino porque los fascistas no querían dejar mucho tiempo a la gente en una posición. La
causa era el peligro de que se pasasen a las filas contrarias. En cuanto la gente conocía el terreno y se
aflojaba un poco la disciplina en las trincheras, eran trasladados a otro sector. A pesar de todo muchos
querían cambiar de lado. Los oficiales les decían cada día que nosotros los fusilábamos inmediatamente,
pero la mayoría de ellos no se lo creían.
Habían quedado cuatro hombres en pasarse a nosotros. Pero nunca encontraban la ocasión. En cada
compañía había algunos falangistas de confianza que ejercían de chivatos y los denunciaban. Pero hoy
muy temprano, aún en la oscuridad, al cambiar la guardia un sargento había pisado una granada. La
granada explotó yentonces él y su compañero aprovecharon la confusión que se armó para salir corriendo.
Siguió contando que al otro lado se hacía una recolecta para un nuevo buque de guerra que debía
sustituir el que nosotros habíamos hundido hacía poco, llamado “España”. A cada soldado le sacaban
57
Es un nombre tan corriente en España que me surge la duda de si será nombre real o imaginario. En
cambio los renglones siguientes describen muy acertadamente como era frecuentemente un soldado español:
analfabeto y machista.
92
:
obligatoriamente una peseta. El sueldo eran sólo de 5 pesetas cada diez días. Así que también por esto
estaban todos enfadados, incluso los falangistas. Su compañero asevera todas estas manifestaciones en lo
esencial.
En cuanto se acabó el interrogatorio estaba tan cansado que a pesar de las pulgas y los mosquitos
me lancé sobre mi camastro. Me dormí enseguida, pero me desperté de nuevo porque dos ratas
peleándose y chillando como locas me cayeron encima de la cara. Luego vino el martirio de las pulgas y
las ratas armaron un jaleo tan asqueroso que durante horas me mantuvieron despierto. Llegó un día en el
que me insensibilicé ante tales inhabituales acompañantes. Los batallones están al aire libre en medio de
un tiempo frío y lluvioso, sobre el puro suelo delante del enemigo desde hace más de seis semanas sin
moverse, sin un solo día de descanso. Sus agujeros de protección son húmedos, en parte llenos de agua.
Junto con las pulgas, piojos, ratas, ratones, moscas, mosquitos, abejorros y avispas, aparecen también
hormigas, escorpiones, serpientes y... minas.

17 de mayo, por la tarde


El ayudante de cocina, un chico español, me ha mostrado el pozo, a unos 500 metros de la casa,
rodeado de verdes matorrales. El pozo es muy profundo, el agua clara, fría y buena de beber. Me desnudé
y le pedí que me echara por encima de la cabeza un par de cazuelas llenas de la refrescante agua.
Mientras el chico volvía a llenar el cubo me enjaboné y finalmente recibí otra vez una ducha. Me quedé
nuevo.
Al volver al Estado Mayor vi al general y a Schindler delante de la puerta discutiendo con un
oficial. Se volvieron hacia mí y me presentaron: - El médico de la Brigada, Dr. Jensen.58
Me acordé de que un poco antes de venir a España, una muchacha austriaca me había encargado
darle recuerdos a un médico de ese nombre. Aunque ahora no podía recordar el nombre de la muchacha.
- ¿Una muchacha vienesa encantadora? Ha de ser Gustl” - pensaba el Dr. Jensen. Efectivamente, su
nombre era Gustl. La había conocido por medio de mis amigos Ernst y Karola Bloch.
Al mencionar estos nombres Jensen recordó que nuestros amigos comunes le habían hablado de mí.
Jensen comió con nosotros. No se cansaba de preguntar y no se hartaba de oír, era como un naufrago en

58
El Dr. Fritz Jensen, nombre real Fritz Jerusalem, era de familia judía y nacionalidad austriaca aunque
nació en Praga en 1903. Afiliado al PC austriaco, preso entre octubre del 34 y abril del 35 en Wöllersdorf, cerca de
Viena, por sus actividades comunistas.
En agosto del 36 vino de Austria a España. Jefe médico de la XIII brigada y posteriormente de la 42 División
con el grado de comandante médico. Después fue el último director del centro hospitalario de Benicàssim.
En diciembre del 38 se marchó a París, en enero del 39 a Londres y en mayo de ese año a China como
médico de la Cruz Roja durante la guerra contra los invasores japoneses. A partir de 1945 trabajó en los Servicios
Sanitarios del UNRRA (United Nations Relief and Rehabilitation) precusora de las Naciones Unidas. En abril del
48 regresó a Viena. Director de Servicios Culturales del PC austriaco y despuésperiodista y corresponsal en Pekín
de los periódicos “Volksstimme” (La voz del pueblo) y” Neues Deutschland”. Murió en abril de 1955, a ,los 52
años, durante un vuelo a la Conferencia de Bandung a consecuencia de un atentado con bomba realizado por el
Kuomintang, partido opuesto al gobierno del PC chino.
Durante gran parte de su estancia en España el Dr. Jensen estuvo acompañado por su esposa, la Dra. Ruth
Domino-Jensen, historiadora y germanista, que trabajó como enfermera en Albacete y Murcia. Se debieron separar a
poco de salir de España porque ella vivió desde 1941 en EE.UU, en el 55 se volvió a casar y vivió hasta su muerte,
en 1994, en Italia. (“Diccionario de los volunts. austriacos en la España republicana 1936-1939”, Hans Landauer,
Editado por la AABI, Madrid, 2005)
93
:
una isla abandonada que después de años entrase por primera vez en
contacto con el mundo. El Dr. Jensen es apenas de tamaño medio, pero
inhabitualmente ancho de hombros. El rostro en este cuerpo
achaparrado es más bien delgado; tras los gruesos cristales de sus gafas
me observan unos ojos ágiles y atentos.
Su fuerte temperamento junto a la tranquilidad del general
resulta singularmente llamativo. Sin embargo parece existir entre ellos
no sólo una buena relación, sino también una gran confianza. Jensen
fue uno de los primeros que vinieron a España, y desde la fundación de
la XIII, su jefe del Servicio Sanitario. Tiene el rango de comandante.

Dr. Fritz Jensen (Dicc. Vols. Austr.)


Nada más levantarnos de la mesa vamos juntos hacia Valsequillo. Allí están estacionados los
equipos sanitarios de los batallones. Jensen me explica vivazmente con una sinceridad atractiva y digna
de confianza cómo en los primeros combates de la Brigada, ante Teruel, se le vinieron al suelo todos sus
conocimientos científicos junto con la organización que llevaba cuidadosamente preparada. Lo previsto
era: posiciones de la sanidad de la brigada a 4 quilómetros tras la línea del frente; puestos de primeros
auxilios del batallón, contando con el terreno, a unos 2 quilómetros máximo del frente; los sanitarios de
las compañías y los camilleros junto a sus respectivas unidades. Así estaba previsto: todo perfecto.
Después resultó que lo más importante era sacar a los heridos en primerísimo lugar de la línea de
fuego. En la tarde del primer ataque los heridos se quejaron de que habían tenido que permanecer 3, 4 y
hasta 5 horas expuestos al fuego hasta ser recogidos. A la mañana siguiente el mismo Jensen fue a la
línea de fuego seguido por sus camilleros más valiente y de más confianza. Su ejemplo resultó decisivo,
como ocurre con cada ejemplo de intervención personal. De entonces en adelante no hubo ninguna
situación más en la que no se intentara con éxito llevar hacia detrás a los heridos, en primer lugar a
aquellos para los que una operación inmediata era cosa de vida o muerte. El mismo Jensen retrocedió
con ellos, los operó y si era necesario volvió a ir hacia delante otra vez. Los sanitarios de la XIII Brigada
se han hecho famosos. Desde el último camillero hasta el jefe médico de la Brigada se encuentran
siempre en medio de las tropas combatientes. Las bajas de estos sanitarios son grandes, pero
comparativamente pesan poco en comparación con las docenas y cientos de camaradas heridos a los que
han sacado a tiempo de en medio del fuego y así los han salvado.
Jensen me ha invitado a ir con él al hospital de la brigada en Belalcázar. Hoy se me ha hecho ya
demasiado tarde. Pero le he acompañado hasta la armería de la brigada que se encuentra en la estación de
Mármol, a unos 5 quilómetros de nuestro Estado Mayor . Me ha prometido que si voy comeré pastelillos
de albaricoque y eso me parece tan increíble que lo debo comprobar.
Yo ya sabía por su amiga Gustl que Jensen tuvo que cerrar en Viena de un día para otro su
consulta, grande y muy rentable, para ponerse a nuestra disposición. Ahora, durante el viaje a los
pastelillos de albaricoque, me ha contado algunas cosas de su vida. He sabido que estuvo un año en el

94
:
campo de concentración austriaco de Wöllersdorf porque como médico atendió a los heridos de los
combates revolucionarios de febrero en Viena. Le pregunté cómo funcionaba un campo de concentración
austriaco. Me contó detalles que demuestran que tampoco allí escaseaban las brutalidades. En los
primeros tiempos habrían existido auténticas orgías de palizas; aunque eso no estuviese en el orden del
día, estaba en el orden de la semana. No obstante, afirmaba que las crueldades físicas y morales sufridas
por los prisioneros en su conjunto eran una mala copia del régimen nazi. Faltaba la sistematización de las
humillaciones y los castigos, la continuidad y el creciente deseo nunca menguante de deshumanizar a las
personas. Jansen afirmaba: - En eso los nazis son los primeros del mundo. Nadie se les puede comparar,
nadie puede hacerlo tan bien como ellos.
Jensen pudo superar el tiempo pasado en Wöllersdorf gracias a su extraordinaria fortaleza física.
Me confió que en sus tiempos de estudiante se pagó parte de los estudios, y que para eso por las tardes
debutó y trabajó con un grupo de boxeadores de peso ligero que tenían mucho éxito. Parece increíble por
su apariencia, delgado, con gafas, con toda la pinta de un intelectual. Responde riéndose a mi impresión:
- Pues sí, esa sorpresa también se la han llevado muchas veces los nazis de Viena, para su asombro y
rabia.- El pequeño intelectual delgaducho era el objeto perfecto para sus atropellos. Al final había sangre
en las caras, pero era en las caras de los nazis. Jensen echaba adelante sus manos enormes como palas y
cerraba los puños duros como piedras. Lleno de envidia, le dije: - Músculos como complemento de una
buena cabeza pensante, son un magnífico regalo de la naturaleza , pero no son los rotos en la cabeza los
que me entusiasman, sino que esas heridas hayan sido hechas por puños que, como manos, pueden
realizar las más delicadas operaciones para salvar personas, que tienen que ser pues sensibles y
cuidadosas; puños que tienen más inteligencia que las cabezas a las que aporrean.
La armería está instalada en una especie de cabaña medio caída sobre una colina junto a la estación
de tren de Mármol. La mayoría de los camaradas son austriacos. Jensen me presenta a uno importante, el
maestro armero Dittscheiner59. Fue condenado a muerte en Viena por su activa participación en el
combate de los socialistas de la Liga de Defensa de la República durante los hechos de febrero del 34.
- Sí, sí, -dice riéndose con su boca desdentada- propiamente yo no tendría ya que estar vivo. Pero
aquí estoy haciéndoselo pagar a los fascistas. A mí no me cuelgan tan fácilmente, primero han de
cogerme. Y no me cogerán vivo.
Él vino, por así decir, del patíbulo a España. ¿Cómo? Eso es un milagro. Él me dice, con consciente
modestia: - No soy aquí el único. Pregúntale al Fritz Giga60, camarada, lo que le pasó a él. Él era ya un

59
El Diccionario de los voluntarios austriacos (en adelante Dicc. Vols. Austr.) cita a Karl Ditscheiner,
Viena,1900. En efecto fue condenado a muerte por la Audiencia Territorial de Viena en diciembre del 34, no dice
por qué, aunque ya lo explica el texto; la condena se le conmutó por 15 años de prisión. Sin embargo fue puesto en
libertad en julio del 36. A finales del 36 se vino a España. La fuente no lo cita como encuadrado en el Tschapaiev,
sino en el 3r. Batallón de la XI Brigada, es decir en el Thälmann. Y añade que testimonios de un par de camaradas
atestiguan que cayó en España. No lo he encontrado en las incompletas listas de caídos de la XI Brigada ni en su
Libro de Honor.
60
El caso de Fritz Giga es especialmente terrible. Este alemán de la zona del Ruhr nacido en 1899 participó
en las luchas contra el golpe de estado del general Kapp y formó parte del “ejército rojo del Ruhr”. En el 33 fue
detenido por las SA y torturado de tal manera que lo dieron por muerto y fue a parar al depósito de cadáveres. Un
trabajador del depósito se dio cuenta de que estaba vivo y lo hizo llevar a un hospital, donde fue amenazado de
nuevo por los SA. Entonces sus camaradas, disfrazados de hombres de las SA, lo sacaron del hospital y lo pusieron
95
:
cadáver. A él le pasó algo muy diferente que a mí. A mí me han dejado sin dientes pero aquí me los
pondrá nuevos el doctor-. El maestro armero Dittscheiner se ríe con su boca casi desdentada, un austriaco
condenado a muerte a causa de la desaparición de material explosivo.
Con dos palabras me aclara Jensen quién es Fritz Giga, al que se ha nombrado, un camarada
alemán de la zona del Rhin al que los nazis “lo dejaron listo”. Ahora es el jefe de la sección de zapadores
de la XIII. Me gustaría, si tengo ocasión, que el mismo me lo contase con más detalles, pero ahora toca ir
a comer.
En la cocina el maestro de armas es el camarada cocinero, un austriaco, naturalmente, con una gran
escudilla llena de pastelillos de albaricoque. Dice uno con la boca llena: - No los conseguirás mejores en
Sacher61-. Por lo que a mí respecta, le creo al pie de la letra. Los austriacos son el mismísimo demonio.
¡Pastelillos de albaricoque en este desierto!

18 de mayo de 1937
De vuelta de la excursión con Jensen, encuentro invitados en el Estado Mayor: el teniente coronel
Morandi, un camarada italiano jefe de la 86 Brigada que se encuentra pegada a nuestra derecha y tiene un
batallón internacional, y el comandante Galli de la VI Brigada española, una brigada de trabajadores a la
que nuestra brigada ya conoció en Málaga que ahora forma aquí el ala izquierda de este sector del frente.
Los acompañaban el jefe del Estado Mayor de la VI Brigada, capitán P...., el ayudante del teniente
coronel Morandi y algunos oficiales jóvenes. Por nuestra parte, además del general y de Schindler, están
presentes el oficial de información teniente Karl y como intérprete ayudante del general, el joven teniente
Franz. En el trascurso de la tarde observé que la relación entre los jefes y los Estados Mayores de las tres
brigadas era cordial y llena de confianza, sin celos ni egoísmo. El Estado Mayor de la XIII forma el
centro y no sólo en el espacio. La opinión del general parece disfrutar de una alta consideración.
Hoy por la tarde fuimos Schindler, su traductor, teniente Boris, y yo al Estado Mayor del 2º
batallón francés, que ayer mismo ha entrado en el frente. (El batallón español Juan Marco, está ahora en
posición de reserva.) Caminamos dificultosamente campo a través por en medio de un prado aún florido.
En un pequeño arroyo medio seco, encontramos al jefe del batallón francés, el comandante Lhes, y a su
sustituto, capitán Br.... lavándose desnudos en el miserable riachuelo. Nos acercamos a ellos
cautelosamente. Schindler los fotografía sin que lo noten, después caemos sobre ellos gritando como
indios. Seguimos el camino con ellos.
Cuando andamos los cinco por el campo, oímos ruido de motores. La conversación se paraliza.
Instintivamente el grupo se separa unos pasos.
El ruido se hace más agudo. Pero hay muchas ilusiones acústicas. Si una ametralladora tabletea a
unos 2 quilómetros de distancia, se oye exactamente igual que un de tren de mercancías que resollase a

en la frontera con Holanda, donde lo recogieron otros camaradas. Una vez relativamente curado se marchó a la
URSS. En febrero del 37 vino a España y fue encuadrado en la Compañía de Pioneros (zapadores) de la XI y
después con el rango de teniente pasó a los zapadores del Tschapaiev de la XIII. Fue mortalmente herido en el
ataque a Romanillos donde murió. Curiosamente aparece en una lista de caídos de la XI Br.
61
Sacher es un antiguo y famoso café-pastelería de Viena, creado en 1832 por Franz Sacher, pastelero del
emperador.
96
:
600 metros. Igual de extraordinariamente difícil resulta diferenciar con seguridad ruidos lejanos de
motores de aviación del ruido cercano del paso de camiones.
-Camiones - dice Lhes. Seguimos caminando, los oídos atentos, los ojos buscando en el cielo.
El ruido se hace más fuerte.
- Aviones - dice el teniente Boris. Nos quedamos plantados. Si vuelan bajos pueden venir de detrás
del monte Peñarroya sin que los podamos ver. Dos segundos de incertidumbre.
- Camiones - digo yo. Avanzamos unos pasos más. Ni a lo largo ni a lo ancho se ve ningún árbol,
ningún sitio donde cubrirse. Nadie habla de ello pero todos lo pensamos, en su último ataque los cazas
fascistas han ametrallado a algunos de nuestros mejores camaradas. Se tiran a cazar los hombres de uno
en uno. Es un deporte para ellos.
Yo observaba a los franceses. Me habían dicho que ambos oficiales eran oficiales del frente,
expertos e intrépidos. Lhes es un jefe probado y de sangre fría, el capitán Br... un tipo pletórico y
temerario de rompe y rasga. Ambos han participado en la Gran Guerra como oficiales.
Se quedan quietos otra vez.
- Aviones - dice el capitán Br...
Están preparados para saltar, sus oídos acostumbrados al sonido. Los ojos avizoran el cielo limpio
y observan al mismo tiempo el paisaje: dónde hay una pequeña altura, dónde la hierba es lo
suficientemente espesa para esconderse; un surco, un montón de piedras, el agujero de una mina ya
serían aquí escondrijos. Los cuerpos están en tensión, como los de los perros salvajes antes de tirarse a
morder, un poco encogidos para saltar.
Ya no hay duda: son aviones. Vienen por encima de la Sierra Noria muy bajos, dos, tres. Saltamos
cada uno por un lado, nos arrojamos a la hierba, allí donde es más espesa, la cabeza doblada hacia abajo,
pues las caras blancas se ven muy bien desde arriba. Dos minutos después ya ha pasado todo. No nos han
visto. Nos ponemos de pie. Esperamos hasta que ya no los oímos. Seguimos caminando.
Después pasamos revista, demasiado rápidamente para mi curiosidad, a las posiciones del segundo
batallón, el “Henri Vuillemin”. Mantiene entre el Batallón Tschapaiev y el Batallón español “Otumba”
una línea de 2,5 quilómetros muy arbolada. Las cabañas de tierra que los camaradas del recién sustituido
batallón “Juan Marco” habían construido, son espaciosas y están provistas de toda clase de cosas
utilizables, salvadas de las ruinas de La Granjuela. En una rama ante el puesto del jefe de la 2ª Compañía,
cuelga una jaula de pájaros; está vacía, los camaradas han dejado en libertad al pájaro.
El batallón está formado por una mitad de franceses –entre ellos un cierto número de alsacianos
que hablan alemán-, y otra mitad de españoles, algunos italianos, polacos, yugoslavos, que vienen de la
emigración en Francia.
Al volver hacemos una parada en Estado Mayor del Batallón Tschapaiev. Brunner, Ewald, Julius,
Hermann y Ludwig celebran que Hans Schaul ha sido padre. Con su risa silenciosa y entrañable nos
muestra el telegrama de su mujer desde París. Todo ha ido bien, es una niña. Entonces todos bebemos
alegremente: a su salud y a la de la jovencísima antifascista.

97
:
19 de mayo de 1937
Tras la marcha de ayer, a pesar de las pulgas, he dormido ocho horas. Ahora estoy sentado en el
coche. Aquí se está como oculto, precisamente la estrechez produce la sensación de aislamiento, de estar
uno completamente consigo mismo. Entre tanto se construyen en uno de los establos abiertos no
utilizados hasta ahora, dos cobertizos, separados uno del otro por una manta de caballo. En uno tendrá su
oficina y su cama el capitán N... en el otro estarán a mi disposición una mesa para escribir y una cama
sacada de debajo de las ruinas de La Granjuela.
Alguien golpea en el cristal del coche. Reconozco la cabellera negra de Hans Schaul. Ha venido
para pedirme colaboraciones para el periódico del batallón que él redacta. Lo que me cuenta de este
periódico me ha dado ganas de colaborar con él, a pesar de mi comprensible rechazo a participar en la
guerra mediante el trabajo de prensa.
Los ejemplares de este periódico se parecen a los periódicos de los batallones al principio de la
intervención de los internacionales. Están tirados sobre mal papel gris mediante planchas de cera. Hasta
ahora no se ha podido hacer un periódico impreso para las brigadas móviles por la lejanía de los centros
urbanos. Por ese motivo estas pobres hojas que Schaul me pone delante, respiran una abundancia
envidiable del espíritu y del contacto inmediato con la lucha y con la camaradería del propio frente. Se
entiende que la demanda del periódico del batallón sea grande pues es un trozo del corazón de la vida
política y social de esta aislada unidad. Aparece dos veces a la semana en varias lenguas y se completa
con el periódico de la 2ª Compañía en polaco y los periódicos de las otras compañías también en varias
lenguas.
Hans Schaul me ha mostrado una carta que un camarada recibió hace unos diez días y que ha
puesto a disposición del periódico del batallón. La carta es un verdadero documento. La he copiado
inmediatamente. Su pre-historia es ésta:
Entre los voluntarios del batallón se encuentran unos 20 camaradas judíos de Palestina. La mayoría
están encuadrados en la 1ª Compañía. Algunos tienen destacadas cualidades militares. Su valor, su
disciplina, su habilidad para la guerra han conseguido rápidamente y a fondo una revisión práctica de los
prejuicios corrientes sobre la inadecuación de los camaradas judíos como soldados.
Un destacado ejemplo de espíritu de lucha antifascista ha sido dado por el joven voluntario judío
Isaak Joffe de Haifa. Además de su valor y su tenacidad tenía también una gran aptitud militar. Estaba
destinado a ir a la Escuela de Oficiales de Albacete. Su muerte heroica impidió su marcha. En el ataque a
la estación de Valsequillo recibió un tiro en la mandíbula. A pesar de todo, siguió atacando con su
segundo pelotón tras la conquista de la estación en dirección hacia la aldea. Suena casi increíble pero los
camaradas a los que les he preguntado, lo confirman. Cien metros antes de la última línea de defensa de
los fascistas en Valsequillo, en una barricada de piedras, le acertó un segundo tiro, un tiro mortal en la
cabeza. Aún estuvo unos momentos consciente. Su primera y última pregunta fue si la aldea estaba en
nuestras manos. Es incierto si aún pudo oír la respuesta.
Los camaradas de su pelotón informaron a sus parientes de Palestina de que Isaak Joffe había dado
su vida en un victorioso ataque. Poco después vino de Haifa la siguiente respuesta:

98
:
Haifa, 28 abril 1937
Querido amigo,
Ha sido para mí muy dolorosa la noticia de la muerte de mi hermano. Naturalmente todo aquel
que está en el frente tiene muy claro lo que le puede pasar. Pero nuestro Isaak, como tú mismo sabes, no
había aún podido mostrar todo aquello de lo que era capaz. Aprendía muy rápidamente y seguro que
hubiese sido en poco tiempo uno de los mejores soldados. Pero no pasa nada. En nuestra lucha contra
nuestros enemigos deben caer víctimas, y yo estoy contento de que gracias a la lucha en la que mi
hermano cayó, algo se ha conseguido. Le habéis devuelto al pueblo español un par de aldeas y habéis
hecho dar a los fascistas otra vez un paso hacia atrás. La sangre de mi hermano no ha sido derramada
en vano.
Quisiera ahora comunicaros como ha afectado esta noticia a mis padres. Mi padre ha recibido la
noticia sin decir una palabra. Pero por su cara se podía notar lo dolorosa que la noticia era para él.
Isaak era su hijo predilecto. Después de andar de aquí para allá durante una hora sin decir nada, se
volvió hacia mí y me dijo: “Salomón, ahora has de ir tú y ocupar la plaza de tu hermano. Él hace falta
allí. La guerra aún no ha terminado y nadie debe hacerse a un lado.”
Sí, querido amigo, voy a viajar a dónde estáis y procuraré entrar en vuestro batallón; si es posible
en el mismo pelotón en el que estaba mi hermano.
Sigue bien y transmite un fuerte ¡Salud! a todos los compañeros y especialmente a aquellos que
eran buenos amigos de Isaak.
Salomón.

Se ha enviado a Albacete una copia de esta carta junto con una ficha de Isaak Joffe, con el ruego al
Departamento que corresponda de que, a la llegada de Salomón, no se le envíe al frente. Para un
antifascista tan leal se deberá encontrar una ocupación adecuada en la retaguardia. Los camaradas opinan
que la familia Joffe con la heroica muerte de Isaak ya ha dado una víctima, y eso ya es muy duro. Esperan
que se consiga convencer a Salomón de que en tales circunstancias no es ninguna vergüenza ser útil a
nuestra lucha en lugares en los que no se exija la intervención en primera línea. Pero se tienen motivos
para desconfiar del resultado de esta intervención. Hay muchas deserciones de antifascistas: sí,
deserciones de la retaguardia al frente.
Después del mediodía aparecieron Otto Brunner y Ewald y me propusieron ir con ellos a Hinojosa.
El general que estaba delante, preguntó paternalmente exigente: - ¿Qué se te ha perdido en Hinojosa,
Otto? - Entonces Brunner agarró a su comisario Ewald por los hombros, lo hizo girara como a un
maniquí y le dijo al general: - Mira al comisario como va por ahí. Queremos que no pierda la ocasión de
tener un nuevo uniforme.
Ewald contestó: - Ahora no me eches toda la culpa a mí; eres tú quien quiere uno.
El general sacudió preocupado su poderosa y pelada cabeza: - Pero... ¿para qué necesitáis ahora en
el frente de Extremadura uniformes nuevos? - desde luego sonaba a reproche. Ewald se extendió
entonces sobre la atrevida perspectiva de que tal vez algún día podríamos ser relevados de este maldito

99
:
frente y entonces querríamos dar una buena impresión. Ante lo cual el general manifestó con escéptica
parsimonia que para entonces los bonitos uniformes nuevos parecerían viejos sacos de harina.
La propuesta de ir con ellos a Hinojosa fue muy bienvenida por mí pues quería utilizar la ocasión
para buscar a mi viejo amigo Hans Marchwitza, que después de su herida en el ataque a Teruel aún estaba
en la intendencia de la brigada.
El coche ha sido requisado por el Batallón Tschapaiev en el ataque a La Granjuela. Antes
perteneció al jefe de un batallón fascista, así que sobre él aún se ve escrito: “jefe de batallón”, y el letrero
ha quedado aceptado. En el coche se encuentra un camarada, un viejo oficial con la piel como de cuero
curtido, pequeño, enjuto, de cara flaca pero extraordinariamente resistente y ágil. Es el capitán Gusti
Stöhr, sustituto del comandante del batallón y jefe de la 1ª Compañía62. Mientras Brunner y Ewald se
pasaron el viaje bromeando, Brunner atacando con jugoso humor y Ewald defendiéndose con su humor
mucho más seco, el viejo oficial permaneció silencioso, y sólo en un apagado “Maldita sea...”, pude
reconocer por su acento que era del sur de Alemania, de la zona de Freiburg.
En la sastrería de la brigada nos enteramos de dónde estaba Hannes Marchwitza; un camarada
español me condujo a su alojamiento, una bonita y bien conservada casita. Allí estaba él, de espaldas a la
puerta abierta ante una gigantesca máquina de escribir que debía ser un modelo antiquísimo pues
traqueteaba como un molino.
¡Hannes!, le grité y él se levantó de un salto, radiante, y me rodeó con una ola de cordialidad y
fraternidad, como corresponde a su manera de ser. Tenía buen aspecto, el rostro delgado, con sus ojos tan
expresivos bajo el pelo blanco, había tomado buen color y el uniforme le iba muy bien a su nervuda
figura. Vi que llevaba las insignias de teniente en la chaqueta y le felicité. Rechazó mis palabras con un
gesto. En el mismo periodo de tiempo otros ya habían llegado a ser comandantes y coroneles., me dijo.
Le aseguré que muchos de estos otros no habían participado en el ataque a Teruel63 y que su tarea ya no
era ganar laureles de general, sino demostrar aquí su capacidad como narrador de las vivencias de esta
lucha.
Al oír esto pareció como si le hubiese tocado un punto sensible pues se ensombreció y empezó a
lamentarse: - Los camaradas están descontentos porque no escribo bastante sobre la brigada. Pero es que
los hechos son demasiado grandes para mí; demasiado grandes - dijo acongojado. Después se expresó con
una clara comparación. - Esto es como un bloque de granito. Uno no puede entrar. Primero hay que
hacerlo saltar para encontrar por dónde meterse.
- ¿Cómo va la mano? -le pregunté para distraerlo. Me aseguró que ya ni recordaba dónde había
estado su herida. Entonces se puso a hablarme a su manera apasionada, de su trabajo, de sus planes, de su

Gusti Stöhr aparece el en Dicc. Vols. Alms. como Gustav y como Augusto. Nació en 1888 – o sea que en
62

la fecha del escrito tenía ya 49 años, mucha edad para un combatiente-. Había nacido cerca de Freiburg; era
carpintero. El Dicc. Vols. Alms. no dice nada de los primeros casi 40 años de su vida, sólo que en el 33 emigró a
Suiza y que en noviembre del 36 vino a España. Encuadrado en el Tschapaiev y capitán. Herido gravemente en
Brunete estuvo en Benicàssim en agosto del 37 y casi un año después, en julio del 38, fue evacuado a Francia. Pasó
por varios campos de internamiento y después fue puesto en manos de los nazis y encerrado en un campo de
concentración –no se dice cual-. En el 55 vivía en su pueblo natal junto a Freiburg. Nada más se dice de él.
63
Se refiere al primer ataque a Teruel, combates en torno al Cementerio Viejo y la ermita de Sta. Bárbara, en
los que participó la XIII Brigada entre diciembre del 36 y enero del 37 sin ningún éxito importante ni definitivo.
100
:
servicio cotidiano, de los pequeños conflictos e intrigas, de sus cordiales aficiones y éxitos, Me mostró
sus pequeños tesoros, algunos libros, revistas, fotos, cartas que había recibido de sus amigos de París, y
algunas críticas que entretanto habían aparecido últimamente sobre su libro “Die Kumiaks”. Sus ojos
grandes, grises y luminosos tienen un brillo interior. En resumen, se siente bien, eso se le nota. Me
presentó con un gesto conmovido su bonita habitación, la cama grande, la vieja máquina de escribir, todo
lo que le habían “organizado” los camaradas.
- Hace mucho que no he estado tan bien - exclamó entusiasmado. Y yo pensé con emoción al
oírle en la dura vida que había dejado tras de sí.
Hasta los cuarenta años este hijo de un minero, originario de Silesia, había trabajado en las minas
de carbón de la cuenca del Ruhr. Cuando apareció su primer libro, “Kampf um Kohl” (Lucha por el
carbón), había superado los 40 años, y poco después de su segunda obra, “Sturm auf Essen” (Tormenta
sobre Essen) la novela de la lucha de los mineros contra los “Freikorps”64, tuvo que abandonar su país
como refugiado. Ambos libros se han convertido en hitos del desarrollo de la joven literatura
revolucionaria en los tiempos de la Alemania postimperial.
Su última obra, una historia a gran escala de una familia de mineros en las minas del Rhin,
cumple las esperanzas que era lícito poner en él después de sus dos primeros libros. El primer tomo de
esta trilogía de los Kumiaks ha sido escrita en medio de las necesidades del exilio y ha aparecido el año
pasado, 1936, en Suiza. El segundo tomo no le deja en paz. Posiblemente le dificulta centrarse como
escritor de lo que sucede en España. Puede ser que de esta división venga una buena parte de su confusión
mental.

Más tarde, a la vuelta, me preguntaron Brunner y Ewald en qué estado había encontrado al
Hannes y si ya estaba escribiendo algo.
- Hay que darle tiempo. Muchas veces se puede pasar meses peleando con las palabras ante
páginas en blanco y después escribir en un tirón doscientas páginas dignas de leerse –les respondí.
Brunner, que es un tipo salvaje, no tiene ni idea de lo compleja que puede ser la dificultad de
escribir con la que cada escritor tiene que luchar. Expresa su opinión sin cortarse, pero también
sin arrogancia pequeñoburguesa. - Es que no hace falta que escriba doscientas páginas, con tal de que el
Hannes escribiese un par de artículos que pudiésemos ver.
En mí se activa la solidaridad del colega de profesión que conoce demasiado y muy
dolorosamente las dificultades con las que Marchwitza se enfrenta actualmente. Por eso digo un poco
fastidiado:
- Muchos parecen creer que un escritor debe y puede ir sacando artículos sobre el tema que le
encarguen con la precisión del mecanismo de un reloj.

64
Los “Freikorps” o “Cuerpos libres”, eran grupos paramilitares de extrema derecha, ultranacionalistas y ante
todo anticomunistas, formados en Alemania durante el periodo de entreguerras por antiguos militares
desmovilizados y extremadamente frustrados por su derrota en la Gran Guerra y las condiciones que se le
impusieron a Alemania, de las que culpabilizaban a la República de Weimar, la cual, a pesar de todo, los toleraba y
mantenía como freno ante el movimiento obrero, especialmente contra los comunistas.
101
:
Entonces interviene Ewald en mi ayuda: - Un libro no es un deber escolar. Uno tiene que estar en
un cierto estado de ánimo, es tan imposible de hacer por encargo como el amor. ¿Comprendes?
- Neee - Brunner imita el acento de su comisario. Pero quiere discutir el tema con seriedad hasta el
fondo y dice:
-Maldita sea. Él lo ha vivido. Él ha participado. Entonces no necesita pensar nada. Puede
sencillamente escribirlo.
- Precisamente porque lo ha vivido y lo ha vivido demasiado profundamente, no lo puede describir
enseguida, necesita distancia, necesita rodearlo. Sería más fácil si simplemente se lo imaginara –le
contesto. Y entonces me viene a la cabeza la hermosa comparación con la que Marchwitza formuló su
dificultad: - Es como un bloque de granito. Primero es necesario hacerlo explotar...
Le digo también: - Si tú tienes una posición enemiga muy fuerte ante ti, por ejemplo en las altas
rocas del monte Peñarroya que nos cierran el camino hacia el pueblo, ¿se te ocurre hacer un ataque
frontal?
- ¿Qué tiene eso que ver con escribir, maldita sea?
- Lo entenderás enseguida. No haces ningún ataque frontal, en lugar de eso estudias con exactitud
la posición enemiga y reflexionas por dónde se encuentra el mejor punto de salida para el ataque y cuáles
son los medios más efectivos que convienen allá arriba. No puedes arrollar esa fuerte posición enemiga,
eso salta a la vista. Tienes que construir primero tu propia posición, preparar cuidadosamente el ataque.
Pero posiblemente al primer ataque fracasa y el segundo también. La posición de los fascistas en el Monte
Peñarroya es demasiado fuerte. Pero eso, naturalmente, no es motivo para que desistas. ¿Qué haces
entonces?
- Sigue -dice Brunner curioso.
- Pues atacas por otro lado, intentas la ruptura por otro lado para entrar en el Monte Peñarroya por
el flanco o por la espalda, para rodearlo o para cercarlo, de tal manera que al final tiene que capitular.
Esta vez fue Ewald el que habló: -Ahora sí que no sé a dónde quieres ir a parar.
- Un gran material, como el de la lucha de España por la libertad, es para un escritor consciente
como un fuerte enemigo en una posición difícilmente accesible, tozudamente defendida. Si el escritor no
puede coger a este enemigo fortificado inmediatamente, lo buscara lentamente, acechándolo sin que se le
note, estudiara el terreno, construirá su posición de ataque, lo estudiará de nuevo, y si, a pesar de todo, en
el primer y en el segundo enfrentamiento sigue sin resultados, tendrá que darse un respiro para recoger
nuevas fuerzas o lo atacará desde otro punto por donde conozca mejor el terreno. Si ahora el Hannes se ha
propuesto dedicarse al segundo tomo de su “Kumiaks”, esto es como un intento de penetración en un
terreno conocido y al mismo tiempo un magnífico ejercicio para atacar decisivamente al monte
Peñarroya. Puede ser –así acabé mi parlamento- que los mejores libros sobre la guerra de España
aparezcan dentro de muchos años.

20 de mayo de 1937
Vengo de la primera línea de fuego. Pero hoy no escrbiré nada. Ayer tras mucho anotar a lo largo

102
:
de horas, estaba tan rallado que no me pude dormir hasta las tres de la noche. Tras la marcha de hoy
siento la necesidad de dormir. Mañana me tomaré todo el día para escribir las fuertes impresiones que
recibí.

21 de mayo, 1937
Se ha vuelto frío. Así es octubre en el Harz. Llovizna. Estamos helados. ¡Oh, la falsa fama de la
soleada, meridional España! Nunca estuvimos peor protegidos contra el frío que este invierno en Madrid
o en las montañas de Aragón –y de las cumbres nevadas de Sierra Nevada, no hay ni que hablar-. Ahora
estamos a mediados de mayo y aquí en el sur de la meridional España, hace un tiempo de constipados. Lo
único bueno es que con este cielo no vienen los aviones. Es algo que apreciamos después del día de ayer.
Cuando ayer por la mañana, conducido al Estado Mayor del batallón por el oficial de información,
teniente Karl, me apunté para ir desde allí a primera línea, los oficiales del Estado Mayor discutían
precisamente el orden del día de la brigada que daba a conocer los ascensos. El jefe de la Compañía de
Ametralladoras y el jefe de la 2ª Compañía han sido ascendidos a capitán, ambos son austriacos. Entre los
ascendidos a tenientes, subtenientes, sargentos y cabos, se encuentran alemanes, polacos, checos,
holandeses, españoles, noruegos, suizos, suecos. La parte de los españoles sigue siendo demasiado
pequeña. Ewald mantiene precisamente una charla sobre ese tema; se le hará un resumen al general sobre
el resultado de esta charla.
Entre los pies de los hombres que discuten juega alegre una joven perra que el jefe de la 1ª
Compañía, capitán Gusti Stöhr -el viejo de cuero que venía en el coche cuando fuimos a Hinojosa- , ha
salvado de las ruinas bombardeadas de La Granjuela. Estaba malherida y Gusti la ha curado.
Gusti toma parte de la discusión en calidad de sustituto del comandante del batallón. De tiempo en
tiempo el animal, con sus largos y esbeltos miembros –es una perra de caza de evidente buena raza – le
pone las patas en las rodillas y estira la cabeza pidiéndole caricias. Entonces el capitán Gusti le dice en
su curioso alemán unas cuantas palabras: - Ya está bien Herta, vale, vale...ya basta... Eres una perra
guapa... - Herta planta las orejas y ladra su respuesta.
Yo también quiero acariciar a la perra, pero entonces estira las orejas, mete el rabo entre las patas,
da un corto ladrido y se esconde gimiendo bajo el pesado armario que está al fondo de la habitación. Me
quedo sorprendido, jamás un perro ha huido de mí como si tuviera la peste en los dedos. Pero no tengo
ocasión de planteármelo pues Gusti ha dado un salto: - ¡Alarma!” - grita penetrantemente. Y también
Brunner grita con su poderosa voz: - ¡Aviones! ¡Alarma! - Todos corren hacia la puerta arrastrándome
también a mí y se distribuyen bajo los árboles de alrededor, algunos de los hombres del Estado Mayor se
esconden alarmados entre los altos campos de cereales.
Después empiezo a oír los motores y pocos minutos después tenemos tres aviones fascistas sobre
nosotros. Trazan un par de círculos, después uno desciende y oímos el tack – tack de su ametralladora.
Silba entre las ramas. Todos se giran alrededor de los troncos de los árboles según la dirección
desde la que el avión nos dispara. Parece algo especial, como una ceremonia de culto, todos han vuelto el
rostro hacia arriba y se contonean al mismo ritmo en torno a los troncos. Sólo Ewald, que está en el árbol

103
:
que se encuentra al lado del mío, se sale del baile de la rueda. Con sus ojos miopes y acuosos, no puede
reconocer a los aviones en el cielo claro e intenta angustiado dirigirse hacia sus vecinos. Ellos le
embroman, entonces se levanta y se sienta en el suelo con la espalda apoyada en el tronco. Se echa a reír
y la risa se reproduce, liberadora, satisfecha; el mismo Brunner acompaña el concierto de risas. El aviador
ha desistido, evidentemente nuestro camuflaje ha resultado muy bueno. Sigue el ejemplo de los otros dos
y se va en dirección Los Blásquez. Pero la seguridad es la seguridad y permanecemos aún entre los
árboles. No oímos más los motores pero Gusti piensa que, si “la perra de los demonios, la muy maldita”
aún no ha vuelto, es una señal de que algo silba aún alrededor. Ewald, que sigue estoicamente sentado,
promete solemnemente que él mismo le dará hoy a la perrita una golosina especial. Todos están de
acuerdo que una sirena de alarma mejor y de más confianza que Herta no la hay en el mundo.
El oficial de información del batallón, el joven y guapo Ludwig Franken65, me aclara entretanto las
circunstancias que tanto me han desconcertado. El nervioso animal ha sufrido daños en el tremendo
bombardeo de La Granjuela y en su cerebro se le han grabado los efectos del schock. Cuando la perra,
con su finísimo oído, percibe el ruido que producen los aviones mucho antes que los camaradas, se pone
a cubierto gimiendo, en el primer lugar que encuentra. Esta es para los camaradas la señal de alarma de
bombardeo; como en este sector no hay aviación republicana, los aviones sólo pueden ser fascistas.
Además la perrita diferencia perfectamente el ruido de los aviones de otros ruidos, por ejemplo del sonido
de los camiones: si Herta se mete debajo del armario aullando, son aviones; si se queda tumbada
tranquilamente, son camiones.
Entonces sale Herta de la casa moviendo el rabo. - ¡Fin de la alarma! -grita Brunner.
Los camaradas salen de detrás de los troncos y del campo de cereales van surgiendo cabezas. Nadie
ha sufrido ningún daño. Vamos a la casa. Es hora de dar un bocado. Herta, “la perrita del Estado Mayor”,
no viene enseguida.
Después de comer –es ya mediodía cumplido – seguimos adelante. El oficial de información
Ludwig y el ayudante del batallón, Julius, me acompañan.
Caminamos unos tres cuartos de hora entre los campos. Al principio hay buena cobertura gracias
a que los cereales están crecidos, pero después sigue el camino pelado. El suelo está lleno de agujeros de
granadas y minas, los más profundos y anchos son de los bombardeos aéreos.

65
Ludwig Franken ya ha salido en este texto alguna vez durante la estancia de la XIII Brigada en el Sur. Su
nombre real era Rudolf Engel (Berlín, 1903). Dejó sus recuerdos en una Colección de más de dos mil testimonios
de antifascistas que se encuentra en el Archivo Federal de Berlín, Sección SAPMO, signatura SgY30/1821 y
también en un libro publicado en los 80 titulado “Freunde und Feine” (Amigos y enemigos). De sus recuerdos y de
los mismos testimonios de Kantor, se deduce que debía ser un tipo simpático y bien parecido, con don de gentes y
una gran seguridad en sí mismo, lo cual le hizo protagonizar toda clase de oficios y de aventuras – en los años 20 y
30 fue actor, locutor de radio, directivo de una empresa de productos químicos y explosivos, trabajó para el KPD
infiltrándose en las filas del Partido Nazi en Berlín en 1932...- En el 34 emigró a la URSS y estudió en la Escuela
Militar de la Internacional, donde conoció a casi todos los que luego serían sus jefes en España.
Vino a España en febrero del 37: oficial de información del Tschapaiev y luego capitán y jefe de
operaciones del Estado Mayor de la XIII Brigada. Herido en una pierna ante Romanillos estuvo en hospitales de
Albacete y Benicàssim: la herida afectó al hueso, se infectó repetidamente y le dejó inútil para el frente.
En mayo del 38 pasó a Francia con otros 400 heridos. Combatió allí en la resistencia entre el 41 y el 44 y al
acabar la guerra volvió a la RDA. Se afilio al SED y ocupó diferentes cargos relacionados con la cultura y con los
asuntos exteriores: agregado cultural en Praga y secretario general de la Comisión en la UNESCO de la RDA. Murió
en 1993 en Berlín.
104
:
A unos 1200 metros de distancia se eleva una colina gris verdosa, llamada la Loma Pelada (ver
mapa pág. 85), la más alta de esta sierra. Allá arriba están los fascistas. Nosotros hemos ocupado otra
colina en Sierra Mulva. Julius nos aconseja que nos separemos un poco porque el camino estrecho y sin
sombra queda en este tramo a la vista de los observadores fascistas que están en la Loma Pelada. 500
metros más allá empieza el bosque al pie de Sierra Mulva, las encinas dan buena cobertura.
Junto a los primeros árboles encontramos las cocinas. Desde allí hay unos quince minutos hasta
los agujeros de protección más avanzados. La línea se extiende sinuosa por las faldas de la Sierra Mulva
a lo largo de seis quilómetros. Nuestra ala derecha domina el valle de Fuenteovejuna, la izquierda el valle
y la línea férrea de Peñarroya. En la línea del frente hay tres batallones: el Tschapaiev, Henri Vuillemin y
Otumba. El Juan Marco está en la primera posición de reserva.
El ala izquierda de nuestra posición la ocupa el Tschapaiev.

Ludwig, Julius y nos dirigimos por caminos muy pisados entre los árboles por la colina. Tras diez
minutos estamos en los primeros agujeros de protección construidos. Estamos en primera línea.
Algunos de estos agujeros de protección están hechos y abastecidos con gusto y sentido de la
comodidad: pequeñas cabañas de tierra, protegidas con sacos terreros y piedras, cubiertas con ramas y
tablas y arregladas a cuál mejor. Hay tesoros conseguidos de las ruinas de La Granjuela: mesas, sillas
incluso alfombrillas de cama, cuadros y fotos, almohadas y cubres. Éste ha colocado una mecedora tras la
cubierta de las piedras de la barricada, aquel ha transformado una mesita de noche en una alacena, el otro
nos muestra orgulloso la botella de cristal que tiene en el estante de arriba, desgraciadamente vacía. Junto
a ella hay cuatro copitas de licor sin utilizar. En el estante de abajo hay una única lata de conserva
reservada. Las patas de la mesilla de noche están cuidadosamente serradas y guardadas. Hay estantes en
las cabañas, y en cada uno de ellos están colocados de pie o acostados uno o dos libros, algunas revistas y
el último número del periódico del batallón, palmatorias para las velas cuelgan artísticamente de las
paredes. Ante un agujero en la tierra nos saluda un asmático jadeo: un perrillo joven y gordo duerme
sobre un cojín ante su casita de perro bonitamente tapizada; el mimado pequeñín apenas puede moverse a
causa de los buenos bocados que le son suministrado.
Algunos cacharros se han plantado como si fueran jardines de flores. Alguien me enseña la casita
del sanitario de la 1ªCompañía, que está cuidada con especial esmero. Caminos limpios llevan a través
de un cuidado jardincito hasta el refugio en el que hay una papelera (sólo echo en falta un letrero que diga
“prohibido pisar el césped o “se solicita al público que cuide de las instalaciones”).
La presentación sigue. Esta todo mejor organizado y es más soportable de lo que yo pensaba.
Pero los agujeros están húmedos y llenos de bichos. Es propio del compromiso moral de una tropa de
soldados politizados conservar el humor, permanecer ante el enemigo día tras día, semana tras semana en
este paraje apartado de todo y propenso a la malaria.
Vamos lentamente de grupo en grupo. Son españoles, alemanes, austriacos, suizos, holandeses,
checos, yugoslavos, húngaros, judíos de Palestina, noruegos, daneses, suecos. La 2ª Compañía del
batallón, la polaca “Mickiewicz” tiene que mantener el peor sector, al pie de una colina dominada por los

105
:
fascistas, rocosa y empinada. Sus agujeros están llenos de agua y día tras día nadie se puede mover allí
de pie. No se me permite subir hasta allí.
Allí dónde llegamos, nos rodean enseguida los camaradas de cada uno de los pelotones y de la
artillería, en la medida en que el servicio y el terreno lo permites. ¡Visita! ¡Alguien que viene de Madrid!
¡Qué hambrientos están de noticias! Tengo que contar y contar . Siempre quieren oír más. Cuando
finalmente nos hemos de ir para visitar al siguiente grupo, nos siguen siempre algunos que no han tenido
bastante. Y después, antes de que nos despidamos, piden que los volvamos a visitar pronto. Aceptan la
increíble promesa. Quien se quede en este maldito sitio mucho tiempo, tendrá por compañero su
aislamiento. Me toman por un periodista que olfatea la primera línea para después, cargado de material
para seis artículos, marcharse a toda velocidad. El uniforme que llevo no les dice mucho, para algunos
uno se esconde en una piel de lobo para así ganar más rápidamente la confianza necesaria para recopilar
sus materiales. Un grupo de austriacos me pincha dándome instrucciones: si no quiero seguir llevando en
adelante el bonito revolver, ellos le darán un uso mejor. Por suerte nos encontramos con algunos que me
conocen: el rubio trabajador de Kiel Wolfgang (por más que he buscado no he encontrado ningún dato
sobre este brigadista, a pesar de que hay muy pocos Wolfgang y menos aún voluntarios de Kiel en el
Dicc. Vols. Alms. N.d. T.). y éste y aquel rostro conocido de la emigración de París. Les encargo que
hagan correr la voz de que no vengo aquí como un paseante del campo de batalla.
Llevamos ya cinco horas en pie. Está anocheciendo. Hemos llegado al ala izquierda de la primera
compañía. En las sombras del atardecer se juntan un grupo de ocho hombres tras una barricada de piedras
en una trinchera de altura media. Nos invitan a cenar con ellos. Hay un plato de arroz y patatas con algo
de carne de carnero, sabrosamente cocinado. Los cigarrillos de la sobremesa preocupan. Sin ellos el
preguntar y el contar no le sabe tan gustoso a la lengua. Algunos revuelven en sus bolsillos buscando
algún resto de tabaco español, y un no fumador - ¡también los hay! - regala un paquetito de tabaco
francés del que fue repartido hace unos días, ahorrado para una ocasión especial. En silencio y con todo
cuidado se realiza la ceremonia de liarse el cigarrillo. Alguien me mete en la boca uno especialmente
bien liado. Otros camaradas se han acercado a nosotros en la creciente oscuridad, casi todo el segundo
pelotón de la 1ª Compañía, excluidos los que están delante, de guardia, está ahora reunido en la pequeña y
plana trinchera de comunicación que se extiende, por detrás de la cabaña de barro del jefe del pelotón,
unos cuantos metros hasta la próxima hondonada.
Lo quieren saber todo otra vez y con exactitud: cómo va n las cosas por Madrid, qué ha pasado en
la Casa de Campo y en Las Rozas, cómo va la batalla de Guadalajara sobre el terreno; si los combates en
el Jarama verdaderamente han sido tan duros y con tantas bajas como ellos han oído decir aquí. ¿Cómo
viven los camaradas del frente de Madrid? ¿Les dan permiso para ir a la ciudad?
Capto muy claramente lo que hay detrás de estas preguntas: los celos secretos de los afortunados
que deben defender Madrid. Por ello mis respuestas son “sopesadas” con mucho cuidado; subrayan
especialmente las horas difíciles, la gran cantidad de víctimas, la dureza de los combates, las situaciones
con frecuencia desesperadamente decisivas que se dan en los frentes en torno a Madrid. Pero no les puedo
engañar. Ellos ya saben eso y aquello de oídas y de cartas. Cuando uno me pregunta francamente: -

106
:
Dime, ¿es verdad que los del Batallón Thälmann han hecho un baile con la juventud de Madrid? - le
tengo que decir la verdad. - Sí, a veces, después de los combates más duros.- Pero eso ya no lo oyen, en
todo caso los duros combates son lo natural. - ¿Hay permisos para ir a la ciudad y buenos contactos con la
juventud madrileña y con los comités del Frente Popular?-. Desgraciadamente ahí me voy de la lengua y
digo más de lo que sería necesario: ocurre también que la juventud madrileña va a las posiciones de
reserva de los internacionales con algunos regalitos, y después puede haber algún bailecito en las horas de
descanso. - ¡Calla hombre, calla!” - grita uno sin poderse contener. Todos los demás se quedan en silencio
He metido la pata, ¡maldita sea! Esta imagen es demasiado para ellos, metidos en estos agujeros
en las faldas de Sierra Mulva, donde se hallan desde hace semanas apartados ante el enemigo, sólo el
cielo y las moscas sobre sí, los fascistas delante, estepas resecas detrás y el careto, eternamente igual, del
eternamente igual compañero que está junto a él.
Finalmente le digo a uno, en un intento de tranquilizarle:
- Tienes que entenderlo, camarada. Esta es nuestra situación. Somos la brigada olvidada.
Uno ha tomado un laúd en el pesado silencio que pesa tras esta especie de llamada de socorro.
Cantamos bajito en la noche. Antiguas, hermosas canciones alemanas, la del “Pequeño trompeta” que
“con sus canciones de libertad nos ha hecho tan felices...”.
Los fascistas nos oyen. Disparan en nuestra zona. Cada vez que un tiro silba, agacho
instintivamente la cabeza. Alguien junto a mí dice de buen humor: - Camarada, si los oyes es que ya han
pasado. Sólo cuando no los oyes es cuando te aciertan.- Le contesto: -Ya lo sé, camarada, pero uno se
tiene que acostumbrar a lo nuevo.
Son casi las 9 cuando finalmente me dejan marchar. A estas horas los fascistas suelen darnos las
buenas noches lanzando un par de minas. Acabábamos de llegar junto a la cocina cuando estalló tras
nosotros el estampido. Ludwig me llevó en la oscuridad hasta mi coche.
El pobre Antonio estaba desde hacía ocho horas muy formal en su sitio. Un poco después de las
10 volvimos al Estado Mayor. Después aún le he sacado con buenas palabras una ración de comida al
cocinero para Antonio.

LOS GUERRILLEROS

22 de mayo de 1937
Ayer por la tarde, después de comer, el capitán N... trajo la noticia de que una tropa especial de
antifascistas españoles de la zona franquista se había pasado a nuestra zona y sus hombres habían sido
conducidos precisamente aquí. La toma de declaraciones ha de ser secreta. Aparte del general, el jefe del
Estado Mayor y el comisario, nadie más puede tomar parte en la conversación. Miro al general. Se sonríe
imperceptiblemente y decide que yo participe en esta conversación representándole, y que después se la
resuma. En el caso de que yo tome apuntes para mi propio uso, desea verlos y él me hará saber si puedo
hacer uso público de ellos y cuándo.

107
:
Entramos en el sótano, el capitán N.... el traductor, Weissman qu es el escribiente de la brigada, y
yo. El comisario está enfermo y el jefe del Estado Mayor, Schindler, está en visita de inspección en el
Batallón Juan Marco, que está de reserva.
Apenas hemos encendido las velas cuando ellos ya bajan a tropezones hacia nosotros: diez hombres
jóvenes vestidos con destrozada ropa civil; nos saludan con un enérgico “¡Salud!” y entusiastas apretones
de manos, como viejos amigos. Sus rostros son duros, flacos, con barba de varios días, pero sus ojos nos
miran radiantes y los fuertes dientes brillan en las bocas sonrientes: ahora se encuentran entre amigos, en
la patria libre, en la España republicana, y para ello han luchado nueve meses aislados.
Son trabajadores de las minas de Riotinto, hombres bragados, enemigos mortales del poder de los
señores fascistas, y nos traen saludos y noticias de miles de activos guerrilleros antifascistas que están en
la zona de Franco, de la que han venido hasta aquí por encargo de sus compañeros.
Primera pregunta:
- ¿Habéis comido ya, compañeros?
- No.
- Capitán N..., telefonee al jefe de la cocina. Que traiga lo que se pueda conseguir. Y rápidamente.
De forma excepcional traen vino, pan, mantequilla y una lata con jamón que le regalaron al Estado
Mayor hace tiempo y que siempre se ha guardado para una ocasión especial como la que ahora ha
llegado. Sólo lo mejor es bastante bueno para esta ocasión.
¡Ah, cómo les gusta! Por primera vez desde hace 23 días, desde que salieron para su marcha
temeraria a través de cientos de quilómetros desde la zona ocupada por los fascistas a través de las líneas
enemigas para venir a dar con nosotros, pueden comer y beber con seguridad, entre amigos y compañeros
de lucha. Sacan las granadas de mano de las bolsas para estar más cómodos, desenfundan los revólveres
de sus fundas, y mientras comen empiezan ya a contar con los ojos brillantes, vivaces, habladores,
gesticulantes, llenos de cordialidad y de confianza. Somos los primeros internacionales que encuentran;
combatientes de las famosas, - casi legendarias entre los franquistas- , Brigadas Internacionales.
Sólo tenemos dos vasos: con uno bebemos nosotros, con el otro, ellos. Alternativamente brindamos
unos con otros “Salud”, “Frente Rojo”, “Viva la España republicana”, “Viva Alemania antifascista”, “No
pasarán”, “Pasaremos”. A la luz vacilante de ambas velas vemos como sus rostros se relajan, la tensión
se aligera y ahora se han convertido en muchachos alegres y bromistas.
Nos cuentan que al principio de la rebelión de los generales traidores, un grupo de trabajadores y
algunas mujeres se marcharon del distrito de Huelva a las montañas. Como armas llevaban un par de
fusiles de caza que les servían para cazar y protegerse más que para combatir. Casi todos procedían de
pequeñas aldeas y tenían buena relación con la gente mayoritariamente antifascista de los pueblos la zona.
La población de todas las aldeas simpatizaba con ellos. En caso de necesidad sabían cómo encontrar
cortijos de grandes propietarios, negreros explotadores abiertamente fascistas, y cómo procurarse en ellos
comida. No obstante, su principal fuente de alimentación eran los pequeños transportes de comida para
las tropas fascistas. Conocía cada camino y cada atajo, estaban por todas partes y por ninguna, siempre a
espaldas del enemigo, al cual molestaban y debilitaban incesantemente.

108
:
En las montañas se encontraron con otros pequeños grupos de antifascistas. Se unieron, se
organizaron, eligieron gente de confianza y decidieron contactar con el gobierno legal, darse instrucciones
precisas y operar con arreglo a un plan. Gracias a esta unión y a la afluencia de gente, el grupo creció a
más de 300 hombres. En un lugar de la sierra difícilmente accesible instalaron un campamento estable.
Pusieron vigilantes, enviaron representantes, organizaron incursiones. Querían luchar, querían hacer daño
a los fascistas, echar mano de las reservas de Franco. Para eso debían hacerse con armas. Gracias a sus
numerosos contactos sabían cuándo y por dónde pasaban los convoyes de armas y municiones rebeldes.
Acecharon a los camiones, empezaron la lucha contra los guardias de protección de los convoyes con un
par de escopetas, la mayoría de los guardias salieron corriendo nada más los vieron, y así se apropiaron
de lo que necesitaban: armas, municiones, explosivos, comida. Además ahuyentaron los rebaños que iban
destinados a las brigadas franquistas: en una ocasión recogieron más de trescientas cabras. También sus
aliados, los campesinos pobres, se aprovecharon de tales requisas.
Tras algún tiempo tuvieron también contacto con el Gobierno legal republicano. Organizaron un
servicio central de noticias y un servicio económico. A finales del 36 y principios del 37 tenían en su
poder unas 150 armas de fuego, fusiles de infantería, carabinas, rifles de caza, suficiente munición,
granadas de mano y material explosivo. Empezaron a causar serios daños mediante sabotajes a la
retaguardia franquista, aunque tuvieron mucho cuidado en no perjudicar a personas civiles en estas
acciones de guerra, lo cual era posible gracias a las garantías que recibían de sus buenos contactos.
Interceptaron pequeñas unidades de soldados franquistas, destruyeron las vías férreas, minaron
carreteras, atacaron convoyes. La retaguardia franquista era zona de guerra gracias a ellos.
Todo esto lo contaron muy resumidamente, sin fanfarronadas, como si fuese la cosa más fácil y
natural del mundo; parecían no tener conciencia de lo extraordinario que todo esto es. Todos estaban de
acuerdo en que su grupo de guerrilleros había sufrido durante las luchas contra los fascistas al menos la
pérdida de, entre muertos y heridos, 200 hombres. Desconocían las bajas que ellos habían podido causar a
los fascistas.
Recibían frecuentemente noticias de la zona republicana, cartas de parientes y amigos que les
llegaban por los más escondidos caminos. Estos les escribían que la situación del Gobierno era buena y
les animaban a resistir. Y resistían. Y resistirán mucho tiempo. Para estos hombres que han pasado por
mil peligros de muerte y por dificultades inimaginables, su llegada aquí, junto a nosotros, no es el final de
la lucha, sino un nuevo principio, tareas posiblemente aún más difíciles con las que tendrán que
familiarizarse en poco tiempo para pasar de nuevo la línea del frente y seguir cientos de quilómetros por
terreno ocupado por el enemigo hasta volver con sus camaradas de las montañas.
Les pregunte por sus familias, si habían sufrido represalias.
Sus ojos se endurecieron de nuevo y sus bocas se cerraron. Sí, ha habido venganza, han torturado a
sus mujeres y a sus niños, a sus padres y a sus hermanos como rehenes, los han golpeado, encerrado,
asesinado. Uno cuenta como mataron a su mujer. Él mismo se encontraba precisamente escondido en la
casa. Ella no le traicionó. Él lo oyó todo. Fue más horrible que su propia muerte, mil, mil veces más
horrible. Esconde el rostro entre las manos, los brazos apoyados en la mesa.

109
:
Otro cuenta que a su hermana le cortaron el pelo, la azotaron con vergas y la arrastraron por toda la
aldea. Al anciano padre de otro de ellos le hicieron tragar un litro de aceite de ricino. No hay ninguna
familia que haya quedado a salvo. ¿Les puede esto apartar de la lucha? Todo esto refuerza su rabia, hace
su decisión más implacable, su odio más feroz.
Les pregunto: - ¿Cómo habéis podido llegar hasta aquí? ¿Cómo habéis pasado la línea de fuego?
Cuando los fascistas, a principios de abril de 1937, emprendieron un gran ataque con 4.000
hombres, artillería, aviones, carros blindados... contra los grupos de guerrilleros -¿tan gran ejército contra
300 hombres? -, tuvieron que desalojar su campamento en la sierra y se refugiaron más arriba entre las
montañas. Allí decidieron dividirse. Unos 100 se dispersaron en pequeños grupos o personas aisladas.
Eran gente de la montaña, conocían cada senda, se podían deslizar por cualquier barranco. La mayoría,
unos 200, atravesó las líneas enemigas y se refugió en otro lugar de las montañas. Ambas planes se
realizaron sin bajas. Cuando los rebeldes finalmente “conquistaron” el campamento, ya se había
abandonado hacía tiempo, así que se retiraron de nuevo sin resultados. Inmediatamente los guerrilleros se
juntaron otra vez –más numerosos que antes, ya que recibieron nueva afluencia de gente-.
Nuestros hombres eran del grupo encargado de romper una brecha. Por eso fueron delegados por
sus compañeros para abrirse paso hasta las tropas del Gobierno, 300 quilómetros a través de territorio
ocupado por los fascistas. Eran 13 hombres armados con 9 revólveres y granadas de mano. Cuando
salieron tenían comida para tres días. Gracias a un labrador pobre supieron que el gran terrateniente G...
era un fascista señalado. Los guerrilleros atacaron entonces su propiedad mientras los campesinos
contemplaban con gusto como cogían lo que necesitaban. El propietario no estaba. Esa suerte tuvo.
Su marcha duró 23 días. Se mantuvieron en las montañas siempre que pudieron. De día dormían.
Las guardias se sucedían ordenadamente. De noche andaban. Se orientaban por las estrellas. Con la
comida tenían que ser muy ahorrativos. Muchas veces les faltó el agua. Al final de la marcha vivían
prácticamente de bellotas. De vez en cuando tenían que retroceder grandes trechos de noche y buscar un
camino seguro.
Cerca de la línea del frente estuvieron dos días y dos noches escondidos; enviaron por delante sólo
a algunos colaboradores aislados. Pero al tercer día, se atrevieron. Finalmente encontraron un puesto de
vigilancia. Cuando desde su escondrijo vieron que el guardia estaba solo, lo llamaron y lo saludaron con
el puño en alto, con los revólveres preparados para disparar. El guardia los recibió amistosamente con el
saludo del Frene Popular. A pesar de su saludo y de que en su conversación les aseguró que era un
soldado republicano y que ya estaban su zona, no se lo creyeron. No se podían hacer a la idea de que ya
habían atravesado la línea del frente sin haber encontrado militares fascistas –cosa nada admirable en
este frente tan poroso -. Mientras estaban hablando con el guardia, llegaron cinco soldados a caballo. Tal
como habían convenido, los que no iban armados echaron a correr. Los nueve que llevaban revolver
levantaron un puño, mientras en el otro tenían escondidas en la espalda las armas, dos granadas de
mano. Pero los jinetes se acercaron tranquilamente. Nuestros hombres seguían dudando, a pesar de todo.
No podían creer que estaban ya en la zona republicana, en su patria. Entonces se acercaron dos de sus

110
:
colaboradores que habían ido por delante y lo confirmaron. Las últimas dudas desaparecieron. Se echaron
al cuello de los soldados, todo se aclaró, después los acompañaron hacia retaguardia, al Estado Mayor.

Cuando me intento imaginar cómo en el corazón del territorio dominado por Franco, no muy lejos
de Sevilla, ciudad principal, vive, lucha y se puede mantener un grupo de 300 hombres, me parece cosa
de fábula. Que estos hombres mientan, es improbable; algo así no se puede fingir. Pero estamos en guerra.
¿Basta en estas circunstancias la buena fe? ¿Quién garantiza que estos hombres no sean peligrosos,
astutos agentes del enemigo? - me pregunto. ¿Por quién, por qué, por qué señales están ellos
indudablemente legitimados?
Pronto lo sé. Después de una conversación de más de tres horas, nueve de estos hombres se retiran
hacia arriba. Pero uno se queda, un campesino joven, delgado, fibroso, con ojos inteligentes. Me ha
llamado la atención por su silencio. Es nuestro informante. Aquí es conocido. Hace ahora seis semanas
consiguió pasar a nuestro lado, expresamente legitimado por altos cargos del ejército republicano. Con él
pasaron diez instructores a la zona de Franco a través de la línea del fuego por diferentes puntos de este
poroso frente, cada uno llevaba uno o dos burritos cargados consigo,
Dos días más tarde se encontraron en un bosque a unos 40 quilómetros más allá de Peñarroya, al
hacerse de noche, diez campesinos que llevaban en conjunto 14 burros muy cargados. Todos habían
conseguido pasar. Desde entonces marcharon separados la mayoría de los días, por la tarde se solían
reunir y pasaban la noche juntos al aire libre. Cuando estaban sólo a unos 80 o 90 quilómetros de su
punto de destino los encontró al amanecer, antes de ponerse en marcha, un departamento de cien
falangistas. La situación hizo la huida imposible. Se decidieron rápidos como rayos a luchar. Con sus
fusiles y granadas de mano siete de ellos avanzaron contra la tropa fascista. Tres protegían desde el flanco
el sorprendente ataque con una ametralladora ligera. Los fascistas, claramente desconcertados al ser
atacados no lejos de Sevilla y de madrugada por una tropa enemiga –les faltó tiempo para darse cuenta de
que sólo eran diez- huyeron sorprendidos. Dejaron muertos y heridos, muchos fusiles y dos
ametralladoras ligeras.
Las armas fueron recogidas rápidamente por nuestros hombres. Pero estaba claro que no podrían
pasar si las transportaban. Entonces enterraron el botín y las armas que llevaban no lejos del lugar de la
lucha, se dispersaron inmediatamente y siguieron de nuevo como campesinos solos y pacíficos con sus
burros descargados. Muchos fueron detenidos e interrogados por las tropas fascistas sobre si habían visto
una compañía de “rojos” por allí. Respondieron confiadamente que habían visto muchos hombres
armados que marchaban hacia el Este. ¿Cuántos? Pues... unos 60.El oficial al mando le dijo a su teniente
despectivamente que eso habría que verlo porque los campesinos sólo sabían contar hasta tres y que por
los informes de la tropa atacada debía tratarse de lo menos doscientos ya que los cien falangista se
habían visto rodeados por todas partes. Nuestros hombres no movieron ni una pestaña.
Tres días más tarde alcanzaron el campamento en las montañas, dieron la señal de alarma
inmediatamente a los 40 camaradas más audaces, los cuales volvieron al lugar en el que se habían
enterrado las armas, excavaron y se las llevaron sin más contratiempo a las montañas. Estas armas

111
:
vinieron muy bien para la el gran combate con el ejército fascista convocado contra ellos, que finalizó
con su ruptura.
Nuestro hombre permaneció con los guerrilleros largo tiempo, hasta que todos estuvieron de nuevo
organizados de manera segura y los fascistas fueron otra vez rechazados sin haber obtenido resultados.
En el viaje de vuelta pasó otra vez por delante del lugar en el que habían estado escondidas las armas.
Desde la lejanía vio que una tropa de fascistas cavaba con mucho entusiasmo. Alguien debía haber
observado que nuestra gente había estado haciendo algo por allí.
En este viaje de vuelta que hizo solo, estuvo ocho días viviendo de bellotas. Tuvo que rodear
aldeas. Según sus observaciones, los fascistas en la retaguardia son muy débiles. Él cree que con 115
fusiles repartidos entre los campesinos antifascistas se podría conquistar toda una provincia y mantenerla
largo tiempo.
Esta vez atravesó el frente por otro sitio, casualmente junto con aquellos cuatro de la tropa de los
13 hombres que no iban armados y que, tal como habían quedado, habían huido al acercarse los jinetes, y
la misma noche se habían pasado a diez quilómetros de distancia de nosotros, en el terreno de la VI
Brigada. Después de haber legitimado a los cuatro, se había apresurado a hablar en favor de los otros
nueve que habían llegado a nosotros. El muchacho llevará un nuevo transporte de armas para los
combatientes de las montañas junto con estos hombres experimentados.

23 de mayo de 1937
Muy temprano por la mañana fui con el largo Franz66, el joven y alegre ayudante del general, al
pozo. Éramos los primeros en llegar. Tuvimos que enrollar un rato el pesado eje hasta sacar el agua de lo
hondo, un sano ejercicio matutino. Nos enjabonamos y nos echamos el agua con cacharros de la cocina
por la cabeza, el pecho y la espalda. De vez en cuando Franz espiaba o escuchaba a través de los
arbustos, como si esperase algo. Entonces oímos voces y risas: voces y risas de muchachas. Franz se
puso el dedo delante de los labios. Nos quedamos en silencio. Los matorrales crujieron, después siguió un
ligero grito un poco juguetón, y tras un breve silencio gritó una voz de chica en un francés chapurreado:
- ¡Démonos prisa!
Miré a Franz. Él me dijo en voz baja - Son las enfermeras de la ambulancia americana - y gritó con
voz sonora a través de los arbustos en un inglés impecable: -¡Ellas no se andan con melindres, quieren
seguir valientemente el grito de la selva!

66
Es Franz Löwenstein 1913, Berlín. Vivía ya en Barcelona cuando empezó la guerra; participó en los
ataques contra el cuartel de artillería de las Atarazanas y contra la Capitanía Al formarse el Grupo
Thälmann fue jefe de un grupo en el frente de Huesca; en la primera mitad del mes agosto del 36, cuando
el Grupo Thälmann estaba acuartelado en Torralba dentro de la Columna Carlos Marx o Columna del
Barrio, Löwenstein, que sólo tenía 23 años, sustituyó al jefe de su compañía y la dirigió, al parecer muy bien,
durante un ataque a Tardienta. Algo después se puso enfermo y fue enviado a Barcelona. A principios de noviembre
como Löwenstein hablaba bien español fue cedido como intérprete no se dice a qué unidad. Esos mismos días se
disolvió el Grupo Thälmann dentro de la 1ª Centuria de la Columna del Barrio. (Fuente: Informes sobre el Grupo
Thälmann en “Los primeros alemanes en la guerra de España”, Esteve Torres, Isabel, págs.. 8-46 en academia.edu).
En diciembre pasó a la XIII Brigada y debió combatir en Teruel y el frente Sur. En abril estuvo en la Escuela de
Oficiales de Pozorubio, ascendió a teniente y fue ayudante del general Gómez. Murió en septiembre del 38 en el
Ebro, con sólo 25 años. (Dicc. Vols. Alms.)
112
:
Las oímos reírse en voz baja y una voz muy clara respondió, esta vez en inglés y no muy
seriamente: - ¡Ellas están aquí para defender la civilización contra la selva!- Después se oyó crujir el
matorral y ellas se alejaron.
- Ahí te quedas - le dije yo, riéndome de su desilusión. Me replico divertido que la muchacha sería
un buen comisario. Pero naturalmente yo sentía aún mucha curiosidad y le pedí que me aclarara cómo es
que se había estacionado una ambulancia americana muy nueva y moderna desde hacía algunos días tan
cerca de nosotros. Había sido adjudicada a la 86 Brigada y estaba equipada de primera en todos los
aspectos, tanto en cuanto al camión, instrumental, medicamentos y médicos, así como también en cuanto
a guapas enfermeras americanas. Un conocido cirujano de Nueva York, el Dr. Barsky, era el jefe. Las
muchachas, que por desgracia acabábamos de poner en fuga, se llamaban Pearl y Gwendoline.
- ¿Pero tú cómo lo sabes? - le pregunté asombrado.
- Un buen ayudante lo tienen que saber siempre todo - me contestó muy digno. Tan digno, que tuve
que rebajar su dignidad echándole un cubo de agua por sorpresa sobre la cabeza.
Mientras volvíamos me descubrió que muchas tardes, si el viento soplaba adecuadamente, los que
estábamos en el Estado Mayor oíamos la música del gramófono de la ambulancia. Se distraían un rato
todas las tardes y también bailaban.
- No debemos ir allí –dijo tristemente-, el viejo nos lo ha prohibido rigurosamente.
Pero añadió enseguida: - Naturalmente es lo correcto, mientras los soldados estén delante, en los
agujeros entre la mierda, los oficiales del Estado Mayor no necesitan ninguna salchicha extra.
Me quedé mirando al muchacho, guapo y joven con sus 23 años, y vi con qué esfuerzo se
arrancaba esta autoconformidad. Tras sus firmes palabras él mismo había mirado involuntariamente
melancólico en dirección a la ambulancia. Me eché a reír y esto le hizo volver en sí y conmigo, y así
volvimos caminando rápidamente los últimos 250 metros hasta el Estado Mayor.

Por la tarde, el jefe del Estado Mayor Schindler me llevo con él a Valsequillo. Quería inspeccionar
los batallones que estaban allí estacionados.
Durante el viaje me contó algunas cosas sobre el duro ataque que había tenido lugar con muchas
bajas al pueblo de Valsequillo y sobre la importancia del lugar. Esta importancia no es sólo estratégica.
Valsequillo es un pueblo grande y rico de molinos. Todo este sector del frente vive de las provisiones en
cereales y harina que han sido capturadas allí.
El propietario de la mayor y más moderna empresa molinera había sido presidente de la Falange
del lugar, un duro y avariento chupasangres, decía la gente del pueblo. Para nosotros, con esos
precedentes, fue fácil ganarnos la confianza de los campesinos. Cuando realizamos nuestro sorprendente
ataque huyeron a los campos de alrededor. Tres días después casi toda la población del pueblo había
regresado a sus casas llena de confianza, su “¡Salud, compañeros!” les salía claramente del corazón. Los
molineros sin excepción un día después de los combates ya se habían reunido y puesto a nuestra
disposición. Los molinos están a pleno funcionamiento. Al contrario que en la población vecina de La
Granjuela, en la que no queda ni una casa en pie, en Valsequillo hasta ahora han quedado relativamente

113
:
a salvo. Este misterio se explica, suponemos, por una razón: porque el presidente de Falange, el rico
dueño de la empresa molinera al que le pertenece medio pueblo, tiene la esperanza de volver a entrar
triunfante detrás de las bayonetas de los moros y la legión extranjera y de recuperar sus propiedades lo
más intactas posible. Como es un tipo influyente entre los poderosos de la banda rebelde, su intervención
en este sentido ha dado buenos frutos y de momento nos aprovechamos de ello.
A la entrada del pueblo están plantados dos dignos viejos con unas carabinas muy antiguas –como
corresponde a su edad-, haciendo guardia. Son los encargados del Comité del Frente Popular de ese lugar
que se ocupa del orden interno y garantiza la seguridad de los habitantes. Este Comité es autónomo en
todas las cuestiones no militares; ha sido elegido en unas elecciones libres según los principios
democráticos y reúne a campesinos, trabajadores de los molinos y pequeños artesanos; su composición
representa a católicos, socialistas, anarquistas, comunistas, sindicalistas y republicanos sin afiliación.
A mi pregunta de si entre nosotros, es decir la autoridad militar, y la autoridad civil del Comité
surgen dificultades por causa de las competencias, Schindler me respondió que era más bien al contrario.
Nosotros nunca limitábamos las competencias del Comité, al contrario, nos preocupábamos de ampliar
la autonomía de los campesinos, según nuestras posibilidades. A veces una delegación o una persona
vienen al Estado Mayor para plantear alguna pregunta dudosa. Nosotros, si es posible, preferimos
rechazar la toma de una decisión y nos contentamos con darles un consejo de camaradas.

Por la aldea pasean algunos camaradas españoles de uniforme, acompañados por jóvenes
muchachas, con el brazo en torno a su cadera. Esto llama la atención de Schindler, pues sabe que en
primera línea no hay permisos. Los soldados saludan confiadamente. Schindler pregunta a través de su
intérprete, el teniente Boris, a qué formación pertenecen estos camaradas, y recibe una respuesta
campanuda y muy consciente de su valor: - A la Compañía de Ametralladoras del Batallón Tschapaiev.
Luego, mientras Schindler revisaba las listas con el intendente, Boris me habló de la, para mí,
inimaginable existencia de los camaradas españoles que habíamos encontrado. Los jóvenes campesinos y
trabajadores de los molinos de Valsequillo, La Granjuela, Los Blásquez y otros pequeños lugares de este
sector, se han visto oprimidos de todas las formas posibles por el servicio militar entre los fascistas. Pero
cuando ocupamos la zona, se quisieron alistar con nosotros. La mayoría de las veces tuvimos que
hacernos los sordos y enviarlos a que se inscribieran en la oficina de reclutamiento oficial. Muchos
persistieron tozudamente: querían ser “internacionales” –esto parece tener para ellos algo de
especialmente magnífico-, además les atraía la perspectiva de defender aquí mismo con nosotros su
tierra. Así pues, el corazón de algún jefe de compañía se reblandeció milagrosamente y el resultado es
que se ha producido un lío imposible de aclarar en las listas. Los comandantes de batallón, Brunner y
Lhes, aseguran con la mano en el corazón que ellos no saben nada. A ver quién quiere y puede demostrar
que este o aquel Antonio Pérez no viene con nosotros ya desde Málaga.
Pero que esté con nosotros desde Málaga, esa es otra historia, que relataré en otro contexto. El
hecho es que hay algunos Alonsos, Rodríguez y Pedros naturales de estas tierras en las compañías. En

114
:
confianza: este hecho no es del todo desconocido en el Estado Mayor, pero él se guarda la historia y se
imagina su parte, tanto en relación con la pregunta como con la respuesta.
De la misma forma arbitraria con que habían sido encuadrados en las compañías, estos Alonsos,
Pedros y Rodríguez de “Málaga” recibieron también ocasionalmente permiso para visitar a sus familias y
amigos en sus aldeas natales. Riendo alegremente y llenos de orgulloso, estos miembros de los batallones
internacionales – poco importantes numéricamente- abandonaron los agujeros de protección en las
faldas de la Sierra Mulva. Un joven campesino o un trabajador de un molino de Valsequillo que aparece
entre los suyos como soldado de las famosas Brigadas Internacionales resulta un ser absolutamente
irresistible.
Cuando después vuelve puntualmente a la trinchera que le han asignado, se encuentra rodeado no
sólo por sus camaradas españoles sino también por los internacionales de su pelotón. Y entonces se
convierte en un verdadero portavoz que informa de un mundo en el que aún existe civilización y de que
aún existen mujeres. Y es en esas horas cuando los internacionales aprenden más español que en muchas
laboriosas y esforzadas lecciones.

24 de mayo de 1937
Inmediatamente después del desayuno voy al Batallón Tschapaiev. No necesito acompañamiento.
Cuando en el Estado Mayor me entero de que Brunner, Ewald, Julius y Ludwig ya están allí delante, me
dirijo yo solo a primera línea.
Salí del bosquecillo por el ala izquierda del 2º Batallón francés. Algunos me reconocen de nuevo,
me rodean enseguida y me preguntan cuándo se producirá el relevo general. Suponen que yo lo tengo que
saber, ya que vengo del Estado Mayor.
El pelotón holandés-escandinavo-español de la 3ª Compañía, que a la izquiera del segundo
batallón, forma el ala derecha del Batallón Tschapiev, parece exteriormente tranquilo. Bajo una especie
de baldaquino de camuflaje y protección contra el sol, cubierto y revestido con ramas, se sientan dos
delante de una mesa, un holandés y un luxemburgués medio desnudos, y juegan al ajedrez; tres suecos
altos y delgados, dos holandeses, un español y un austriaco los miran. En seguida me ofrecen un trago de
bienvenida de su cantimplora y se empeñan en que me siente.
Apenas me siento empiezan a preguntarme de una manera algo reprimida pero también un poco
agobiante, qué pasa con el relevo. El que lleva la voz cantante es el luxemburgués, un artillero. Tiene una
barba de varios días, un rostro huesudo de ave de rapiña, los ojos hundidos, y me mira como si yo fuese
culpable de las circunstancias por las que no se les releva. Ha combatido en la Gran Guerra al lado de los
belgas y asegura que en aquella guerra no se habría podido jugar con ellos así:
- Siete semanas en una posición como esta y sin relevo... Entonces nos habríamos largado solos y
habríamos enviado a los señores del Estado Mayor a la primera línea.
Este tipo de reniegos lo vengo oyendo desde la guerra mundial y sé que no significa mucho y que
no es “tan significativo”. Tan pronto como uno se ha quejado, queda todo claro; y la tropa, que hoy se
compromete a no disparar ni un tiro más hasta que no se le arregle esto o lo otro, mañana atacará

115
:
brillantemente. En especial entre los franceses el “rouspetieren” (sic, renegar) es precisamente un signo
de que uno se encuentra relativamente bien. Pero lo que me sorprende es que tal parloteo, aunque sea
poco peligroso, haya tenido entrada en nuestro batallón de voluntarios tan conscientes de su propio valor.
- En la guerra mundial – digo yo, mirando fijamente al luxemburgués-, casi ninguno de nosotros
sabía al final qué soldados tenía delante, por qué razón estábamos en medio de la suciedad, ni por qué
nos dejábamos matar. Y cuando se supo, sólo se pudo esperar la ocasión de dar la vuelta a los fusiles y
atacar al verdadero enemigo en nuestro propio país. Aquí todos nosotros sabemos que el enemigo está al
otro lado, no a nuestras espaldas. Es una pequeña diferencia, ¿n’est ce pas?
- ¿Has estado en la guerra? - me pregunta.
- Exacto. Desde Mayo de 1917 hasta el final.
- ¿En el frente del oeste?
- Naturalmente. Champagne, Château Thierry, Combles, Pierre Vaste-Wald67, Gouzecourt,
Cambrai...
Por alguna razón esto parece que le reconcilia con mi existencia. Suena menos mordaz cuando me
contesta:
- Desde diciembre estamos en combate. Y cada vez que se nos releva y que pensamos: - Vale,
ahora tendremos un par de días de tranquilidad..., se nos arroja a otro nuevo frente. Atacar está bien, pero
este estar dando vueltas te destroza.
Le respondo tranquilamente: - Si se pudiera, ya se nos habría relevado. Pero no se han organizado
aún suficientes reservas.
Se muestra de nuevo venenoso y vocifera:
- Hombre, acaba. ¿A quién le vas a contar semejante cosa? No creas que nos puedes tomar por
tontos porque vengas del Estado Mayor. Mira hacia Albacete o hacia Valencia o hacia Murcia, cuántos
tipos estirados corretean por allí con pantalones de montar nuevos. Habría que enviar a un par de ellos
aquí, para que vieran lo que es la guerra.
Como yo callo, sigue hablando con rencor: - Seguro que no hay en toda España un par de cientos
de hombres que puedan mantener esta posición tanto tiempo, mientras que nosotros nos jodemos en
silencio.
Uno de los jugadores de ajedrez levantó la cabeza y dijo intentando tranquilizarnos:
- Este es el luxemburgués, no te lo tomes tan en serio, camarada. Siempre está renegando. Sólo
para en pleno combate. Entonces está a gusto.
- Sólo digo que no se nos tome por tontos - reafirma el luxemburgués.
Una ametralladora empieza a tabletear. Zumba a nuestro lado por entre las ramas. Uno de los
nuestros le responde con un par de fuertes patadas.
El holandés me ofrece otra vez su cantimplora:

67
Es el bosque de Saint Pierre Vaast, un lugar muy cercano a Combes, en la región de Somme, escenario de
encarnizados y sangrientos combates en la 1ª Guerra Mundial; tanto es así que muy cerca hay un cementerio de
guerra alemán. En conjunto son lugares donde hubo importantes combates en la Gran Guerra.
116
:
- ¿Puedes decir en el Estado Mayor que nos procuren para la compañía una armónica y un juego
de ajedrez?
Otro añade: -Y alguna baraja de cartas.
- Y ametralladoras nuevas -dice el luxemburgués-. Nuestros Colts tienen problemas de carga cada
tres disparos.
- ¿Para qué necesitas nuevas ametralladoras? –le pregunto –, si lo que tú quieres es que te releven.
- Para no tener problemas con las chicas - dice el holandés.68
Entre risas y protestas del luxemburgués, emprendo la partida.

Descendí colina abajo hasta la hondonada, que por la noche sólo está ocupada por un par de
puestos de guardia, pues si los fascistas intentasen pasar por aquí se les tendría bajo el fuego desde las
dos colinas laterales. Más allá de la hondonada se hallan los otros dos pelotones de la 3ª Compañía; a
media altura se encuentra la cabaña del joven jefe de la compañía, también un conocido de la emigración
de París. Está con Brunner y Ewald que habrán venido directamente por la colina para observar la
posición de los fascistas.
Seguí adelante para encontrarlos pero tras unos 100 metros en el terreno de la 1ª Compañía, di con
un pequeño grupo de camaradas entre los que se encontraba Hans Schaul y el rubio jefe de pelotón
Wolfgang de Kiel, enzarzados en evidente y fuerte disputa. Resulta que Schaul había encargado a
Wolfgang, de claros ojos azules y muy inteligente, escribir un artículo para el periódico del batallón, cosa
que Wolfgang niega tozudamente. Schaul me llama en su ayuda. Yo podía y tenía que atestiguar que la
afirmación de Wolfgang -que él no podía escribir un artículo- era falsa. Estaba muy claro que el
despierto joven podía escribir bien, incluso notablemente bien. Él se dirigió entonces contra mí: - Déjame
estar, Kanto, escribe tú mismo. Yo no estoy de humor.
- ¿Humor? ¿A qué vienen esta clase de modernas ideas antifascistas, Wolfgang?
- Mira tío... pásate tú en estos agujeros siete semanas y después ya darás lecciones de moral.
Esta vez sí que me asusté seriamente. Si un muchacho tan disciplinado e inteligente, además de
joven y lleno de fuerza, como el Wolfgang estaba en este estado de ánimo, poniendo pegas a todo, es que
se había ido demasiado lejos. No pude contener la exclamación: - ¿También tú?
Wolfgang había captado inmediatamente mi consternación. Y me preguntó a su vez: - ¿Quién
también?
Le conté que un camarada luxemburgués de la 3ª Compañía ya me había calentado previamente las
orejas. Entonces se echó a reír ruidosamente y me dijo que no le metiera en la misma cazuela que al viejo
renegón. Al oírlo reír se me quitó un poco el peso que sentía en el corazón, pero me quedé serio y le dije
que precisamente porque a no le podía comparar con un “rouspetier”, estaba tan asombrado de que se
hubiese dejado ir así.
Entonces se explayó:
68
Es un juego de palabras: “Damit er bei den Mädchen keine Ladehemmung hat.” Ladehemmung es tanto
dificultad para cargar un arma como también timidez a la hora de decir o hacer algo que uno desea hacer o decir.
En este caso es evidente el segundo sentido ya que se dice explícitamente “mit den Mädchen” o sea “con las chicas”.
117
:
- Nooo, Kanto, no. No dramaticemos la cosa. Déjanos renegar tranquilamente un poco, esto llena
de aire nuevo los pulmones y es bueno para la digestión; es muy necesario cuando se comen garbanzos
españoles. Y después deja que te cuente por qué renegamos. Cinco semanas ante Teruel en pleno invierno
–las noches en Aragón son muy frías, amigo mío-. Tuvimos que enviar a retaguardia a un par de docenas
de personas con los huesos congelados, y en siete ataques perdimos a más de la mitad de nuestros
efectivos, entre ellos los mejores.
Apenas salimos de allí, fuimos enviados al frente de Málaga tras la invasión de los italianos. No
tuvimos ni tiempo de empezar a conocer bien a los nuevos camaradas que habían completado el batallón.
En la costa, ante Motril, donde detuvimos a los fascistas, hemos estado tumbados tras las ametralladoras
con el torso descubierto y nos hemos bañado por la noche en el mar. Y al día siguiente hemos tenido que
atacar a tres mil metros de altura con sandalias en los pies, en medio de la nieve de la Sierra Nevada.
Como yo le escuchaba atentamente, prosiguió:
- Estupendo, ¿por qué no? Somos una brigada de ataque. Que se nos haya empleado para apalear a
los fascistas de la costa a las montañas, todo en orden. Que se nos haya después enviado a dormirá a la
nieve seis semanas, en una posición que cualquier tropa podía mantener con un par de ametralladoras...
vale. Entonces aún no nos preocupamos por ello.
Aquí intervino Hans Schaul riendo silenciosamente: - Con el jamón de allá arriba bien se podía
uno mantener.
Me explicó en una aparte que en aquellas ricas aldeas de las montañas se habían conseguido
grandes cantidades de provisiones.
- Ya - corroboró Wolfgang-, pero tú sabes lo contentos que nos pusimos cuando finalmente vino el
relevo. Casi aullábamos de alegría al pensar que podríamos ver de nuevo una ciudad, donde no hay sólo
personas con pantalones sino también algunas con faldas y enaguas. Y cómo ha sido el ”relevo”... pues ya
se ha visto. Arriba del camión, abajo del camión, formados para la “victoria de Pozoblanco”, conquistado
Valsequillo, conquistada La Granjuela, Sierra Noria con ¡Hip-Hip!, y Sierra Mulva con ¡Hurra! Y aquí
estamos aún y ningún gallo nos canta, ni nadie nos hace caso.
De golpe lo he entendido: no son las dificultades, no son las pérdidas, no son las privaciones; la
guerra por la libertad de España no es estar en un balneario... -esto es algo que todos saben-. Pero...
“...aquí estamos aún y ningún gallo nos canta, ni nadie nos hace caso”, ahí está el problema. Se sienten
olvidados, descolgados, y esta sospecha no del todo injusta, convierte a los más firmes en quejicas y
amarga a los más razonables.
Entonces oí a Wolfgang decir:
- Si en Madrid uno carraspea, el ruido resuena en todo el mundo. Y con razón. Pero si nosotros
entre las pulgas, los piojos y la estupidez vamos de mal en peor, eso, naturalmente, no es un espectáculo
tan bonito como la muerte heroica en las barricadas de la Ciudad Universitaria, y entonces se prefiere
mirar hacia otro lado. Y a esto no hay derecho.
Esto ya va demasiado lejos, me parece. Y le respondo, verdaderamente enfadado:

118
:
- En Madrid morir no es más fácil que aquí, y la vida tampoco es más fácil; sobre eso puedes tener
mi palabra.
- Te creo, aunque no me des tu palabra -responde él tozudo-. Morir es una cosa horrible en todas
partes y pasar hambre también. La XI Brigada seguro que no lucha peor que nosotros, son los mismos
muchachos; y si comparas a cada uno de ellos con cada uno de nosotros, puedes estar seguro de que
nosotros tampoco luchamos peor que la XI.
- Esto no lo discute nadie.
- Ja, ja, ja... No, ni poco. Pregunta quién sabe algo de nosotros. Estos son los que no conquistaron
Teruel, un montón de guerrilleros que andan dando vueltas en alguna parte del sur; un tipo fino prefiere
no dejarse ver con estos hermanos en la calle principal.
- Disparate, un completo disparate -digo yo.
Pero sé que eso no basta para rebatir la injustificada pero elocuente sospecha. Hay que
convencerlos mediante la evidencia de que su sacrificio, sus sufrimientos, su silencioso y heroico valor
encuentra eco y testigos, que sus hechos no se borran, que sus muertos no son olvidados, que su fortaleza,
su fidelidad al deber no pierde su fuerza ejemplar. Hay que mostrarles esto claramente, negro sobre
blanco. Porque resulta muy humano que los que así actúan, quieran su diploma. Los mercenarios viven en
aras del combate y reciben su satisfacción en sueldo y botín. Los voluntarios antifascistas que luchan en
aras de su idea nunca pueden estar satisfechos y es bueno que sea así. No es vanidad, ni afán de
publicidad si estos campesinos y trabajadores quieren que su actuación sea conocida e imitada. Para ellos
seguramente la vida no es el bien más caro y la muerte no les espanta demasiado: la han visto en la lucha
ilegal, en las celdas de tortura de las SA y en los campos de concentración en las más horribles formas
con mucha frecuencia. Pero a quien ha demostrado estar preparado para ofrecer su vida mil veces contra
la injusticia y seguir estando a punto para morir en cualquier momento, nada le hace sufrir más
profundamente que la sospecha de ser tratado injustamente entre los amigos y camaradas más cercanos.
Negro sobre blanco se les debe demostrar que se equivocan. Y en ese mismo momento me sentí
obligado en lo más profundo del corazón a dar este testimonio, negro sobre blanco.
- Wolfgang, a finales de junio habrá pasado medio año desde la primera intervención de la XIII en
Teruel. Tú has estado desde el principio en ella, Schaul también. Si colaboráis, a finales de junio o
principios de julio sacaremos un buen folleto sobre los combates de la XIII.
Hans Schaul se mostró de acuerdo alegremente y cuando discutimos sobre cómo hacerlo, Wolfgang
se entusiasmó también. Por primera vez deseó escribir de nuevo. Nos contó que el teniente Wenzel de la
Compañía de Ametralladoras había llevado un diario y que el comisario de la 3ª Compañía nos ayudaría,
y Schaul citó a un camarada polaco que había escrito para el periódico del batallón informes interesantes
sobre la 2ª Compañía; a este camarada lo haríamos responsable de la colección de aportaciones de los
polacos. Wolfgang habló de un enlace y hombre de confianza suizo que había escrito un par de cartas
muy bonitas a los amigos de Zúrich sobre los combates en las montañas. Del Estado Mayor de la brigada
debían ser movilizados el comisario Ewald y el oficial de información Ludwig. Salieron también a

119
:
colación un par de camaradas más que habían realizado bonitas ilustraciones. Los periódicos de las
compañías serán también una fuente de información.
Ya estamos metidos. Será un trabajo colectivo, cuantos más colaboren, mejor. El trabajo en sí, y no
sólo el resultado, será un buen estímulo. Todas las nacionalidades deben estar implicadas. En algún sitio
estoy ya viendo un libro al final –en media hora de discusión el plan de un folleto se ha convertido en el
plan para un libro -, que dé testimonio del mejor espíritu de los voluntarios internacionales gracias al
informe de los mismos voluntarios. Veintiuna nacionalidades se encuentran en el Batallón Tschapaiev. Su
heroica historia llevará el título de “Tschapaiev, el batallón de las 21 naciones”.

120
:

III

COMBATES Y COMBATIENTES DE LA

XIII BRIGADA

121
:
25 de mayo de 1937, Estado Mayor de la XIII Brigada
Hoy había en el correo una carta para mí, la primera desde que estoy aquí. Para mi desilusión no
viene de París, sino de Madrid, de la redacción de “El Voluntario”. Kurt me pide que le escriba una serie
de artículos sobre los combates mantenidos hasta ahora por la XIII. Bien, los tendrá. Van a ser un estudio
útil para el libro sobre la XIII, y estimularán a los camaradas si leen en el órgano central de las Brigadas
que ni sus hechos ni ella están olvidados.

Belalcázar, 26 de mayo de 1937


Ayer por la tarde me reclamó el médico de la brigada, el Dr. Jensen. Solicitó al general un permiso
para mí a fin de que pasara la noche en el hospital de la brigada en Belalcázar*. Inmediatamente después
de comer nos fuimos para allá.
- Conocerás a Jane y a Klaus E. -me dijo Jensen durante el viaje.
- ¿Quién es Jane? - le pregunté.
- Una estudiante inglesa y mi mejor enfermera – y me miró de soslayo socarronamente- pero está
comprometida.
- Yo también - le dije mirándole fijamente -, ¿y con quién está comprometida?
- Con Klaus, un médico.
- ¿Alemán?
- Incluso nazi.
- ¿Nazi?
- Pues sí, lo era. Jefe de la Liga de Estudiantes nazis en Bonn.
- Entonces es de los de Franco. ¿Acaso ha ido a parar al lado equivocado?
- No, al revés, al correcto; al lado que le ha sacado del callejón sin salida. Él es de los que se había
creído realmente el “socialismo” de Hitler.
Jensen me contó algunas cosas del Dr. Klaus, que por una serie de circunstancias ha venido a parar
al frente antifascista cuando se ha dado cuenta del engaño de los nazis al pueblo alemán. No se ha
resignado como muchos otros, no se ha hecho a un lado amargado y se ha retirado a su vida privada
renegando; por el contrario, él ha extraído conclusiones. Su consulta en Altona (Hamburgo), grande y
muy visitada, se ha convertido poco a poco en un centro de la oposición del distrito. Muchas veces lo han
llamado por la noche y ha ido corriendo a atender un “parto”. En el doble fondo de su maletín se
encontraba una placa de cera, y tras estos “partos”, surgía un nuevo panfleto a la luz del mundo. En enero
de este año el joven médico ha abandonado su hogar con un pequeño cofrecito. A la mañana siguiente ya
se encontraba en Holanda y un día después se ha inscrito en el Comité de Ayuda a España de París.
*Sobre el Hospital de Belalcázar ver el capit. 3º de “La sanidad y las BB.II. en la zona norte de Córdoba”
de F. Casillas Sánchez, Ed. AABI., 2019. También en www.tercerainformación.es. De lo que allí se lee se deduce
que lo que cuenta Kantor es básicamente verídico, pero que en algunos casos parece algo “novelado” y que muchos
de los nombres que da – no todos- aunque se basen en la realidad, son inventados. No se ha encontrado un Dr.
Klaus ni una Rosita, aunque si una historia de celos parecida a la que ésta protagoniza.
El hospital fue primero de la XIII Brigada bajo la dirección de Jensen, y despues H. Americano de la XV
Brigada con el Dr. Barsky, cuyo equipo, tal como se cuenta en las págs.. 112-113, antes de ocupar el hospital de
Belalacázar estuvo instalado provisionalmente cerca del frente de Valsequillo y contó con enfermeras americanas.
122
:
- ¿Se le ha comprobado? - pregunto.
- Diez veces - dice Jensen-. Y está en orden.
Jensen ha hablado cordialmente y con mucho aprecio del Dr. Klaus. Lo tiene por un buen médico y
perfecto camarada que ha reparado los errores de sus años jóvenes no con penosas lamentaciones, sino
con un silencioso y constante cumplimiento del deber en nuestras filas.
Si es sincero, no pertenece entonces ciertamente al grupo de los peores en nuestra comunidad. No
es el único que se ha pasado del otro lado de las barricadas. Walter, que fue antes teniente de las tropas
imperiales alemanas, es un probado jefe de compañía en la XI Brigada. Y en la Casa de Campo, un nazi
alemán de los Sudetes se pasó de las trincheras de Franco a las nuestras y hoy combate en nuestras filas
como jefe de pelotón de toda confianza.
Por lo demás no ha necesitado la guerra de España para cambiar de Saulo a Pablo. ¿Y no merecen
nuestra confianza precisamente estos hombres que, si hubiesen sido oportunistas venales, hoy podrían ser
jefes de distrito, diputados del Reichstag, oficiales de las SS o altos funcionarios del sistema nazi, si su
conciencia y su entendimiento no les hubiesen empujado a la oposición, haciéndoles perder sus ventajas
exteriores momentáneas cuando la estrella de Hitler iba en ascenso?
El Servicio Sanitario de la brigada de Jensen en Belalcázar está organizado modélicamente –
teniendo en cuenta, sobre todo, la limitación de sus medios materiales -. Me conduce con orgullo por los
diferentes departamentos. A pesar de los pocos combates en este sector desde hace semanas, están
ocupados a medias: disentería, envenenamientos ligeros, problemas de ojos y mandíbula, casos de
malaria, picaduras peligrosas de avispas, enfermedades crónicas de estómago y algunos casos de
agotamiento extremo. El clima y la comida desacostumbrada para nosotros producen actualmente más
víctimas que las balas y las bombas fascistas.
En uno de los departamentos de medicina interna encontramos al Dr. Klaus. Es un hombre alto,
delgado, de pelo rubio oscuro y de carácter tranquilo. Su rostro es ovalado y bello, un poco blando, pero
de masculina seriedad, sus ojos grises miran abiertamente sin ser impertinentes. Apenas debe tener 30
años.
Le dice a Jensen nada más verlo: - Qué bien que hayas venido.
- ¿Qué pasa pues?
- Manuel y Armand quieren hablar contigo urgentemente.
- Me imagino que a causa de Rosita -dice Jensen suspirando. El Dr.Klaus lo confirma.
- ¿Rosita? Si es tan bonita como su nombre, tal vez habrá causado estragos entre vuestra plantilla.
- Siii... -dice Jensen.
No necesito esforzar mucho mi capacidad de imaginar. Sus mejores cirujanos, el médico catalán
Dr. Manuel (si que hubo un médico catalán, Dr. Josep Mª Massons,. N.d.T.) y el comisario del servicio
sanitario de la Brigada, el francés Armand, están colgados de la muchacha como estudiantes de
bachillerato. Desde luego realmente es muy bonita.
En el cuarto de trabajo de Jensen encontramos al comisario Armand. Es un francés meridional de
piel oscura, achaparrado y atlético, con una cara voluntariosa y fresca de pillo. Como más tarde me

123
:
cuenta Jensen, ha servido cinco años en la Legión francesa, ha participado en la campaña contra las
kabilas del Rif, es un tipo de rompe y rasga y un pendenciero. A mi reproche de que las suyas no son
precisamente cualidades que cualifiquen a un camarada para ser comisario, Jensen me aclara que
Armand, además de francés, habla un español casi fluido, muy bien el árabe y también inglés, y que es
valiente, de toda confianza en el combate y también buen organizador. Gente así es la que necesita en su
servicio; el tipo cumple su verdadera y decisiva función en el combate. Si hay que sacar heridos de la
primera línea, Armand da ejemplo.
Percibo que Jensen siente una fuerte y amistosa inclinación hacia el tal Armand. Los tipos recios le
caen bien. Él mismo es un tipo decidido.
Apenas entramos en la habitación, empezó Armand, recalcitrante y sin tener para nada en cuenta la
presencia de Klaus y mía, a gritarle en francés a Jensen.
- Ya está bien. Compréndelo, viejo. En nombre de dios, esto se tiene que acabar. Me voy de
soldado a un batallón.
Jensen no podía ni preguntarle qué es lo que había pasado ahora, y tampoco podía tomar la palabra
para expresar su opinión sobre la indisciplinada conducta del comisario. El tipo no paraba de gritar entre
tanto: que ya tenía bastante, que quería irse a un batallón como soldado, que le importaban un pito todas
las discusiones, que esto se tenía que acabar, que se quería ir.
Finalmente Jensen perdió la paciencia y empezó a gritar por su parte, aunque, evidentemente, no
lo hacía muy en serio. Armand gritaba de nuevo. Jensen aseguró entonces que lo iba a tranquilizar y se
quitó la chaqueta del uniforme, Armand hizo lo mismo y se lanzaron el uno contra el otro. Con todo lo
fuerte que Armand era, la cosa duró poco, pronto Jensen lo tuvo contra el suelo. Cuando se pusieron de
pie, los dos se echaron a reír, se pusieron otra vez las respectivas chaquetas y Jensen dijo: - Ahora ya
podemos hablar razonablemente.
Ante lo cual Armand aseguró que Jensen era un “tipo chic” y el mejor “copain”, y que sentía
mucho que se tuvieran que separar, pero que quería irse a un batallón, al frente, que ya estaba harto.
En este momento se abrió la puerta y entró en la habitación un camarada pequeño, de hombros
estrechos, con el pelo rubio y ojos claros tras unas gafas de montura dorada. No saludó con el típico
saludo del Frente Popular, sino que dio a Jensen la mano, una mano delgada, nerviosa, de largos dedos, y
dijo bajito que quería hablar urgentemente con él. Entendí que era el Dr. Manuel, el médico catalán,
aunque no se parecía en nada a cómo uno se imagina a un español. Armand se abrochó la chaqueta y con
un saludo muy respetuoso al Dr. Manuel y un codazo contra Jensen, abandonó la habitación. Le
seguimos.
En el pasillo dio con nosotros Rosita. Es extraordinariamente bonita y lo sabe. De estatura media y
muy española, con su pelo negro azulado, que le cae en ondas sueltas en torno a la cara, sus ojos oscuros
sumamente vivos, sus formas delicadas, redondas y el andar suave de un animal. Es de piernas más largas
de lo normal entre las muchachas españolas. Nos sonrió tranquilamente. A Armand retadoramente, a
Klaus con confianza y a mí con curiosidad. Sus dientes son pequeños y regulares, su boca sensual y sus
labios llenos. Sus gestos, extraordinariamente expresivos.

124
:
Klaus dijo en su mal español: - ¿Qué hay, pecadora? (¡sic!)
Armand se apartó. Rosita sonrió tímida y al mismo tiempo segura.
- ¿Está dentro Manuel?- preguntó.
- No seas tan curiosa, gatita- (¡sic!) la reprendió Klaus.
Ella le contestó inocentemente: - Es que tiene que ir al departamento III. Han traído a un español
que ha sido picado por un escorpión.
Klaus decidió ir él mismo. Armand soltó entre dientes una maldición y se marchó igualmente.
Klaus dijo que ya me llevaría Rosita a la habitación de Jensen.
Rosita fue a mi lado con su andar ligero y me miró de soslayo. Yo no llevo ninguna clase de
distintivo. Me pregunto con una voz fina, casi infantil, si yo era también médico. -No.
- ¿Comisario?
Lo negué a la manera española, moviendo el dedo índice ante los labios hacia un lado y otro y
chasqueando la lengua. Ella se echó a reír.
En la habitación de Jensen hay sólo dos sencillos catres de hierro, una diminuta palangana, una
cómoda contra la pared sobre la cual se hallan un par de libros y manuscritos, dos sillas de madera y un
colgador de ropa. Pero las paredes están encaladas, las camas hechas con un cobertor blanco. Le pregunto
a Rosita si puedo conseguir un poco agua para afeitarme. He descubierto la maquinilla de Jensen y dos
hojas de afeitar nuevas. Sale con su andar felino sin decir nada. Espero que vuelva. En lugar de ella
aparece una española mayor y amistosa con una jarra de agua. Me siento decepcionado y me doy cuenta
de lo cómico que resulta que yo, un tío hecho y derecho con mis 37 años, me quede mareado ante la
primera chica guapa que me encuentro –por la que, además, ya otros se pelean-. Pero no tengo ganas de
reírme. Hace mucho calor. Y hace muchas semanas que no he visto de cerca a una mujer. ¿Semanas...?
Qué van a decir los jóvenes que desde hace dos meses se hallan en algún lugar apartado ante la línea de
fuego en el frente y que tienen veinte años y menos. Me avergüenzo.
Mientras me estoy aún afeitando viene Jensen. Con desesperación medio cómica y medio seria me
cuenta que el Dr. Manuel también le ha pedido ser trasladado como soldado al batallón español “Juan
Marco”.
- ¿Y todo a causa de esta pequeña Rosita? -le pregunto. Y enseguida pienso que yo mismo me he
quedado esperando que fuese ella la que con su andar ligero como de un hermosos felino me trajese
sonriendo el agua.
-Pues sí, a causa de Rosita. Lleva a mi mejor gente a la deserción.
- Deserción hacia el frente en todo caso - le remarco.
- Si es al frente o a la retaguardia, -reniega él- en todo caso pierdo a mi comisario y a mi mejor
cirujano del equipo. Además, ¡por dios...!, es que esto es infantil. ¿Has visto al Dr. Manuel? ¿Qué
demonios va a hacer ese hombre en una trinchera como soldado? Sería una mala faena que un buen
médico se convirtiera en un calamitoso soldado de infantería.
Klaus entra en la habitación. Debaten uno con otro qué hacer. Jensen no quiere soltar ni a Armand,
al que ya se ha acostumbrado, ni tampoco a Manuel. Rechaza la solución que Klaus le da, permitir a

125
:
Manuel que se traslade a otra brigada como médico. También la propuesta de intercambiar a Manuel con
otro médico de batallón, le parece a Jansen inadecuada. Un operador tan extraordinario debe estar en una
sala de operaciones, no en un puesto de primeros auxilios, que está en la línea de fuego y cuya tarea es
poner vendajes de primera necesidad, pinchar inyecciones y transportar heridos.
Le pregunto por el motivo inmediato de la conmoción. Por lo que él sabe, no hay ninguna causa
grave. Rosita flirtea desde hace semanas con ambos y es evidente que ella misma no se decide por
ninguno de los dos. El poderío, el rompe y rasga, el valor de Armand le gusta tanto como la sensibilidad
delicada e intensa del Dr. Manuel, que además es su compatriota. Este estado de indecisión no lo soporta
ninguno de los dos.
- ¿Qué pasaría, pues, si se enviase a esta “Eva” (¡sic!) a la retaguardia para que reine la paz en el
paraíso del frente? - propongo yo.
Ambos se quedan perplejos, me miran, después se miran mutuamente y rompen a reír
ruidosamente:
-El huevo... -dice Klaus. - ...de Colón- añade Jensen.
En un corto parlamento se decide enviar a la atractiva Rosita a Albacete. A Armand se le envía a
Valencia con el fin de que compre material sanitario necesario. Y al Dr. Manuel así le darán un par de
semanas de permiso para que se vaya a descansar a su tierra, Barcelona. Cuando a principios de junio
vuelvan los dos, Armand se habrá consolado gracias a su voluble temperamento, y Manuel no dirá ni una
palabra más sobre la situación.
Jensen ha mantenido su palabra: un buen café bien fuerte de verdaderos granos de café. Se sirvió en
la habitación de Jensen. Cuando lo llamaron se tomó la taza de café rápidamente y nos dejó a Klaus y a
mí solos.
Klaus era evidentemente un poco tímido y esto me retraía también a mí. Precisamente porque
confío sin reservas en él por las características que Jensen me ha comentado y, más aún, por la impresión
fisionómica que yo mismo he sacado de él, me resultaba difícil iniciar la conversación. Por un lado estaba
ansioso de escuchar de su boca las últimas impresiones y experiencias del país, y por otro, estaba
temeroso de despertar en él con mis preguntas la sospecha de quererle sonsacar. Finalmente le pregunté si
por casualidad conocía a Bäuscher, que había jugado en las SA de Berlín un cierto papel hasta su caída;
en marzo de 1933 había sido abanderado pero tras el baño de sangre del 30 de junio de 1934 había sido
completamente apartado a un segundo plano.
Klaus me aseguró que lo conocía muy bien; eran de la misma edad –con lo cual deduje que Klaus,
al que yo había atribuido no más de 28 años, en realidad debía tener ya 32-, y que cuando él, Klaus, en
1930, durante las elecciones al Reichstag, había hablado ante los estudiantes de medicina, Bäuscher, que
era aún jefe de asalto, había sido enviado con su gente para “proteger” esta asamblea; un acto inútil
puesto que no había habido ninguna oposición y sólo habían asistido en realidad treinta estudiantes. Por
eso él había hecho una asamblea corta y después se había dejado llevar por Bäuscher –cuyo deseo de
acción se había quedado muy insatisfecho- con sus hombres de las SA a reventar una asamblea
socialdemócrata en la Belevuestrasse. Pero algunos miembros de los ferrocarriles habían reunido a unos

126
:
cuantos robustos miembros de la Liga de Combatientes del Frente Rojo de los alrededores y estos les
habían arreado una buena paliza.
- ¿Y sabes cuál fue el final de la historia? - me preguntó-, pues que el director del departamento de
trabajadores de los ferrocarriles fue relevado de su función porque había permitido que los comunistas
enviasen a su gente para ayudar a los socialistas y porque los trabajadores socialdemócratas y comunistas
habían confraternizado.
- Entonces –siguió diciendo-, mis dudas fueron en aumento, y no por primera vez; cómo era que
toda nuestra campaña se dirigía en realidad contra los trabajadores socialdemócratas y comunistas. No
estaba nada contento de que precisamente bajo el nombre del nacional “socialismo” nos enfrentáramos
siempre contra los socialistas y siempre sólo contra los socialistas. Hablé de esto con Bäuscher – que me
parecía un joven sincero-. Él estaba convencido de que se iría contra la derecha, contra la “reacción”,
como él decía, repitiendo maquinalmente al Goebbels, en cuya trampa había caído por completo. Para
empezar sólo se debía tener el poder y las espaldas libres. Tampoco a él le parecía bien tener que andar
pegando siempre a los “proletas”. Hubiera preferido atacar a los banqueros y a los grandes propietarios,
no sólo de palabra sino también con los hechos. Pero afirmaba que a los trabajadores sólo se les podría
convencer con el palo, de lo contrario correrían los muy idiotas en 20 años tras los caciques, serían los
lacayos del capital.
Klaus guardó silencio reflexivamente. Luego preguntó si tenía un cigarrillo. Así dominó también su
silencio con el tabaco. Me quedaban sólo dos en el bolsillo. Nos los partimos, y Klaus prometió que le
sacaría después a Jensen una cajetilla de Guards Parade, una marca de cigarrillos ingleses que me era
desconocida antes de venir a España y que recibíamos aquí como regalo de vez en cuando.
- Sobre esta tesis muy estúpida de que a alguien se le pudiese convertir seriamente mediante el
palo, tuvimos Bäuscher y yo la misma noche una larga conversación - siguió relatando Klaus-.
Naturalmente yo no podía convencer a Bäuscher; él era un mercenario y en el fondo de su corazón se
alegraba de andar dando palizas porque le gustaba pegar. Por lo demás, fuera de su afición a dar palos, era
un tipo correcto, buen camarada, a su manera bonachón y sincero.
Aquí tuve la tentación de soltarle: - Ya lo sé - pero me lo tragué.
- Ha pasado bastante tiempo hasta que ha salido de su engaño. Pero cuando ha ocurrido, ha tenido
bastante coraje como para asumir las consecuencias. El 30 de junio se escapó de la matanza, pero perdió
su mando en las SA. En el verano de 1936 me visitó en Altona. Puedes imaginarte lo que fue para un
chaval como Bäuscher el resultado de su desilusión y de su amargura...
Aquí Klaus se interrumpió y me miró: - ¿De qué conoces tú a Bäuscher?
A pesar de lo fuerte que era mi simpatía por el camarada que estaba ante mí, el cual había llegado
a nosotros y a nuestras ideas a través de muchos caminos y errores, a pesar de lo que confiaba en él, sin
embargo, tras el largo y amargo aprendizaje que para nosotros había sido la lucha ilegal y la emigración,
a mí me costaba decirle lo bien que yo conocía a Bäuscher. No era la desconfianza ante el carácter de
Klaus, sino la prevención ante su inexperiencia lo que me impedía contarle que Bäuscher había sido el
que me había mantenido escondido en su casa en las decisivas semanas de la revolución, cuando la

127
:
policía y las SA de todo Berlín me buscaban. No porque él, Bäuscher, hubiese cambiado ya de ideas (por
el contrario, en aquel entonces estaba lleno de alegría por la victoria y de esperanza en el pronto comienzo
del socialismo prometido), lo hizo sobre todo por una primitiva camaradería y por la ruda simpatía por un
fugitivo que confiaba en él y al que no quería entregar a la policía.69
Ligando con la última noticia de Klaus sobre la visita que Bäuscher le había hecho en Altona le
pregunte: - ¿Estaba Bäuscher resignado?
- Qué va, al contrario; tal como correspondía a su carácter había formado un grupo terrorista.
Cuando se convenció de que yo pensaba lo mismo que él sobre la jefatura de los nazis, me quiso apuntar.
Hablé con él a lo largo del día y le convencí finalmente de qu, en la situación de entonces, con acciones
terroristas sólo se podían causar daños. Después él se mantuvo silencioso pero permaneció en
permanente contacto con su grupo. En el otoño de 1936 ha sido llamado a filas.
Comenté: - Gente como Bäuschen hay a miles. Algún día se podrá contar con ellos.
Klaus estaba aún con sus pensamientos en el pasado. Confesó: - Inmediatamente después de
aquella noche en la que discutí con Bäuschen por primera vez sobre el hecho de que siempre se nos
azuzase contra los trabajadores como si fuésemos una reata de perros, se me hizo completamente claro
que yo mismo estaba en el lado falso. Al día siguiente Goebbels me hizo llamar, había oído algo de que
yo había organizado los grupos de estudiantes nacionalsocialistas en su tierra, la zona del Rhin. Acudí a él
decidido a hablarle abiertamente. Estaba convencido de encontrar un apasionado fanático, pero encontré
un cínico frío como el hielo. Me pidió un informe sobre cómo se presentaba el “trabajo de
descomposición” – él utilizó esa expresión- en las universidades de Bonn, Colonia, Göttingen y en la
Escuela Técnica Superior de Aquisgrán. Le hablé objetivamente de las dificultades de romper con la gran
influencia de las tradiciones católicas y conservadoras en esas universidades. Entonces me dijo con cínica
franqueza que precisamente en toda circunstancia era importante demostrar una y otra vez que el
nacionalsocialismo representa la protección más segura contra el bolchevismo y la revolución.
Le respondí algo asombrado que nosotros, los nacionalsocialistas, también éramos un partido
revolucionario. Me miró sonriendo irónicamente, con una mirada que parecía querer decir: “Tendrás que
sacudirte muchas tonterías de la cabeza, joven.”. Y luego replicó con descaro: - La propaganda electoral
cuesta dinero, compañero Klaus. De algún sitio ha de venir. La próxima semana el Führer visitará a los
Thyssen. No se puede trabajar en todas las ocasiones con los mismos métodos.
Además había en Goebbels un gesto en la boca que yo conocía, el tipo no es limpio; interpreta para
la gente, para los fanáticos obsesionados. Metía el labio inferior entre los dientes – observé esta mueca
posteriormente en sus discursos en el Palacio de los Deportes, cuando soltaba algún chiste o una
expresión ingeniosa y esperaba el aplauso-. Era un gesto apenas descriptible de antipática vanidad y
autosuficiencia, como si estuviese allí y me mirase animándome a aplaudirle. El segundo que duró el
gesto fue suficiente para convencerme de que me las tenía que ver con un hombre sin fidelidad ni
creencia, con un trepador sin corazón. No escuché nada más de lo que dijo después. Cuando se dio cuenta

69
En este punto hay una cita en el original que dice textualmente así: “Todos los nombres y datos de lugares
que se nombran aquí son inventados. Los hechos son auténticos.”
128
:
de que yo era un nacionalsocialista que creía en el socialismo de nuestro movimiento, tiró del rollo
sentimental y me quiso convencer de que al final los capitalistas serían los que se llevarían el chasco. Yo
ya sabía bastante. Por suerte, tuve tanta presencia de ánimo como para no dejar que se me notase nada,
porque desde ese momento estaba decidido a trabajar contra él y, naturalmente, me guarde de fregárselo
por las narices. No por cobardía, sino por táctica.
- ¿Te pasaste enseguida a nosotros? - le pregunté.
Me contestó con franqueza:
- No, aún no. Yo vivía entonces aún con la ilusión de que Goebbels fuera sólo un instrumento y de
que Hitler tuviera intenciones honestas. Durante y después de la toma del poder por Hitler conocí por
primera vez quién era él. En este tiempo intenté de todas las formas posibles atraer a muchos estudiantes
nacionalsocialistas con los que había tenido algo que hacer, hacia la línea del socialismo en el interior del
movimiento. Se me dejó hacer porque se necesitaba tanto el rollo socialista como el antibolchevique.
Pero ya antes de darme la vuelta tenía relación con trabajadores e intelectuales revolucionarios y cuando
ellos cayeron en la ilegalidad, pude ser útil a muchos.
Le pregunte de nuevo.
- ¿Por qué no te quedaste en el país? Seguramente habrías podido hacer más allí que aquí. ¿Estabas
amenazado?
- Estaba amenazado. Pero eso no fue lo decisivo. Lo decisivo fue que, sencillamente. no podía
resistir aquello más. No podía mantener más en alto la bandera con la cruz gamada, no podía saludar más
con el “Heil Hitler”, no podía presenciar más aquellos desfiles y oír los discursos de Hitler y tener en la
mano los periódicos de Goebbels. Estaba, sencillamente, asqueado. No podía respirar el aire de aquel
lado. Posiblemente dirás que me ha faltado disciplina y que como consciente antifascista debería haberme
quedado más tiempo en el país. Pero después tenía también que entrar en filas y al mismo tiempo los
compañeros me informaron de que estaba siendo vigilado. Y aquí estoy: deserté y me vine.
Klaus se había levantado y rebuscaba en todos los bolsillos un cigarrillo, pero no encontró ninguno.
En ese momento entró una muchacha alta en la habitación, el pelo rubio fijado en un moño que parecía
una rara y anticuada contradicción con su figura de muchacho y con su entrada desinhibida en la
habitación. Klaus nos presentó: - Este es el camarada Kantorowicz. Esta es Jane.
Y enseguida preguntó - ¿Tienes un cigarrillo?
Ella sacó una cajetilla de buen tabaco inglés y sin decir nada le metió un cigarrillo en la boca, se
volvió y me metió igualmente sin decir nada otro a mí entre los labios. Después con un gesto indiferente
le dio a Klaus la cajetilla, en la que al menos quedaban quince cigarrillos.
Así que ésta era Jane. La observé. Todo en ella parecía contradictorio y difícilmente interpretable.
Su paso era elástico pero sus gestos eran tranquilos; la expresión de su rostro era enérgica y clara pero sus
ojos eran un poco velados y como soñadores. El gesto con el cual ella acarició ligeramente el pelo de
Klaus después de que él le hubiese dado fuego, era de una delicadeza graciosa, muy casta, muy de
muchacha, pero la manera como se sentó después, con los codos apoyados sobre los muslos, la parte
superior del cuerpo echada hacia delante, resultaba algo desvergonzada. Hablaba con una voz profunda,

129
:
sonora, pero también un poco indolente. Tampoco la voz pegaba con su apariencia. Sus manos eran
grandes y trabajadas como las manos de una obrera. Pero sus orejas eran pequeñas, delicadas y suaves,
rosadas, con finas venas.
Le dio a Klaus brusca y objetivamente un informe resumido sobre la curva de la fiebre de un caso
de malaria. Lo miró directamente a la cara. Después dijo sin transición:
- ¿Así que queréis echar a Rosita?
Después miró al suelo. Klaus le preguntó amablemente a su vez:
- ¿No crees que es lo mejor?
Ella reflexiono un momento y respondió después.
- En todo caso es lo más cómodo para vosotros.
Klaus se echó a reír con una risa franca de joven, que le quedaba bien y dijo.
- Por lo que a mí respecta, yo no he estado en peligro.
Jane se levantó súbitamente, flexible como una muchacha, puso con tímido y cariñoso gesto sus
brazos alrededor de su cuello sólo un segundo, pero no lo besó sino que salió de la habitación sin decir
nada y sin mirarnos. En la puerta se encontró con Jensen, que había terminado su inspección y venía a
recogernos para dar un pequeño paseo antes de la cena.
Por la tarde cenamos en círculo los médicos, sanitarios, enfermeras y personal técnico, unas 30
personas. Hubo una agradable tertulia. Armand llevó la voz cantante, fanfarroneó con sus hechos en la
Legión Extranjera. Había estado durante un largo periodo de tiempo en Indochina y afirmaba que también
había tomado parte en combates en la misma China. Todo era difícil de comprobar, pero lo contaba bien
y tenía su auditorio. Hablaba español y se volvía preferentemente hacia mí, como a alguien que oía todas
estas cosas por primera vez; pero yo percibía que sus palabras estaban destinadas a Rosita. Frente a él
estaba sentado el Dr. Manuel, que parecía escucharle en tensión y de vez en cuando lanzaba una triste y
perdida mirada a Rosita Ella estaba sentada al final de la mesa, se levantaba frecuentemente y dejaba oír
su risa clara y despreocupada.
Tras la cena Klaus y el Dr. Manuel hicieron juntamente otra visita a los diferentes departamentos.
Jensen mantenía una larga y apasionada charla con el intendente del equipo sanitario, un checo. Yo jugué
mientras una partida de ajedrez con un sanitario, un griego que había vivido en Francia durante la
emigración. Poco después de las 9 volvieron Manuel y Klaus. Jensen había reservado para nosotros un
litro de vino y decidimos tomarlo en la habitación de Jane pues ella había recibido un paquete de
Inglaterra cuyo contenido, naturalmente, había repartido, pero se había reservado algunos dulces.
Llamamos a su puerta y desde dentro gritó: “Come in.” Cuando entramos la encontramos acostada en la
cama, nos sentamos a su lado, nos bebimos la botella, chupamos los bombones y mordisqueamos las
galletas. Charlamos sobre la torta Sacher70 que se hace en Viena, sobre la evolución de Huxley hasta ser
un pacifista integral, sobre el ambiente de Londres en una nublada mañana de otoño, sobre las acciones de

70
La Sachertorte, o torta Sacher, es una torta fina de chocolate; su nombre procede del café-pastelería Sacher
de Viena, cuyo propietario la “inventó” en 1832, cuando era cocinero del príncipe Metternich. ( Deutsches
Wörterbuch, nota 54).
130
:
actores antifascistas en Hollywood, sobre un voluntario de la Heimwehr71 austriaca que pertenecía a la
guardia de vigilantes del campo de concentración de Wöllersdorf; recordamos el encanto de las chicas
berlinesas, hablamos del papel de Hemingway en nuestra guerra, de las necesidades de los emigrantes en
Francia, de los médicos y las enfermeras de la ambulancia americana de la 86 Brigada; comentamos las
fanfarronadas de Armand, el ejemplo y el significado de Heinrich Mann para la emigración alemana, la
inconsistente e indecisa política de Schuschnigg72, la naturaleza del atractivo de Rosita...
Jane sacó como por arte de magia una cajetilla de Goldflake. Humeamos intensamente con
profundas y deliciosas chupadas los cigarrillos ingleses que eran un regalo raro y paladeado con
devoción. Dominó un ambiente de camaradería, sin prejuicios, completamente relajado, aunque Jane
estaba tendida en la cama con los brazos desnudos delante de nosotros. Domina esta característica no muy
frecuente de ser a la vez mujer y camarada, muy femenina pero que puede hacer que eso se olvide. Esto
se transformó cuando Rosita, que compartía la habitación con Jane, entró. Inmediatamente la pequeña
habitación se llenó de seducción y tensión. Rosita aún no sabía lo que sobre ella se había decidido.
Seguramente no sería agradable para Jensen comunicárselo ahora, en esta atmósfera privada. Así que
aprovechamos la ocasión, tras algunas frases de cumplido y algunas bromas, para marcharnos.
Jensen había mandado hacer la segunda cama de su habitación con sábanas limpias para mí.
Excepto las pulgas, que yo transportaba en mis pantalones, la habitación estaba libre de bichos. Ah... con
que gusto me quité los pantalones –hacia dos semanas que dormía con ellos-, me lavé a fondo resoplando,
puse la silla con mi ropa lo más lejos posible de la cama y me estiré con indecible placer entre las blancas
sábanas.
Recibimos el café en la cama. Lo trajo Jane. Eran las 10 de la mañana. Despertarse entre sábanas
blancas, sin bichos, tras dormir siete horas, profundamente, sin malos sueños, un descanso reparador,
despertado por una chica rubia que te sirve un café fuerte y humeante; todo esto era tan maravilloso tras
las noches en el establo que me cayó encima una especie de mala conciencia al pensar en las trincheras de
las faldas de la Sierra Mulva.
Por la mañana, antes del mediodía, di un paseo. Al otro lado de la pequeña ciudad, tras la curva de

71
“Heimwehr” (Defensa Patriótic) fue una organización paramilitar austriaca del periodo de entreguerras
(1918-1936) parecida a los Freikorps alemanes (ver nota 64), muy cercana al fascismo y muy apoyada sobre todo
por Mussolini. Nunca llegó a hacerse con el poder en Austria pero sí contribuyó a acabar con la democracia en el
país. (Wikipedia)
72
Kurt Schuschnigg (1897-1977), fue un político austriaco, abogado, creador de milicias socialcristianas
formadas por jóvenes nacionalistas católicos; en el 32 ministro de Justicia, después de Educación y sucesor del jefe
de Gobierno Dolfüss –tambien nacionalista cristiano, autoritario, a la vez antinazi y semifascista- cuando este fue
asesinado por los nazis en 1934. Ciertamente tuvo que gobernar en una situación muy crítica: socialcristianos
opuestos a los fascistas italianos de Mussolini, a los nazis alemanes y a la Heimwehr, no obstante todos
antisocialistas y, por descontado, virulentamente anticomunistas, y, además, con un partido nazi austriaco apoyado
por el alemán en pleno crecimiento. Su política entre fuerzas tan potentes y contrapuestas fue, como dice el texto,
indecisa, buscando alianzas exteriores forzadas tanto con Hitler como con Francia, Inglaterra e incluso Italia. Esta
ambigüedad acabó con la anexión forzosa (Anschluss) de Austria por Hitler en marzo del 38. Schuschnigg quedó
bajo arresto del Partido Nazi y después de meses de encierro y de toda clase de humillaciones fue encerrado en el
campo de concentración de Sachsenhausen con su esposa, que quiso seguirle voluntariamente, hasta 1945. Después
fueron trasladados a Dachau y, finalmente, al sur del Tirol para evitar que los norteamericanos le liberaran a él y a
su familia. A punto de ser ejecutado, fue liberado por los americanos. En el 46 marchó a los EE.UU., profesor en la
Universidad de Saint Louis hasta 1967. Regresó a Austria y murió cerca de Innsbruck, en 1977.
131
:
un riachuelo, se eleva la ruina corroída de una fortaleza mora antiquísima, de la cual el pueblo ha tomado
nombre: Bel-alcázar, bella torre.
Voy subiendo, bandadas de cuervos anidan en las ruinas. Entre las piedras brotan las hierbas
nuevas. La severidad de los contornos del que fue una vez poderoso castillo real dominando el territorio,
contrasta fuertemente con la delicadeza de los campos de flores que se extienden por las colinas, arriba y
abajo. Y el rudo y blanquecino gris de las hurañas piedras es coronado por la alegría del esplendor
magnífico del cielo sin nubes, azul como el acero, brillante. Veinte quilómetros más allá, por donde corre
nuestro frente, el paisaje es pobre, seco, de austera monotonía sin atractivo. Pero aquí se encuentra la
exuberancia, la dulzura y la espléndida riqueza de colores del Sur.
Había traído mi diario y me dejé caer sobre la hierba. Pero no empecé a escribir. Me quité la
chaqueta y la camisa; mordisqueé los tallos de hierba, tuve que entornar los ojos ante tanto azul sobre mí,
y soñé. Los cuervos graznaban. Las cigarras cantaban chirriantes. Las hormigas correteaban sobre mi
pecho y mis brazos. El zumbido de las moscas y las abejas era música aquí. Un par de lagartijas se
deslizaban ligerísimas entre las piedras. Ningún sonido más que los de la naturaleza a mí alrededor,
ninguna persona, ningún uniforme, ningún tiro, ningún avión en el cielo.
Un día me gustaría estar aquí tumbado y que Friedel estuviese a mi lado. No hablaría, ni
necesitaría mirarla. Sólo saber que ella está aquí. Que nosotros hemos vencido. Y que hay paz.

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

I. FORMACIÓN DE LA XIII BRIGADA

Frente del Sur, 27 de mayo de 1937


La intervención de los primeros Batallones de la Libertad que en los últimos momentos ayudó
decisivamente a la salvación de Madrid, había tenido un poderoso eco en el mundo.
Sus nombres se pronunciaban con respeto; nombres que obligaban, en cuyo recuerdo estos
primeros batallones habían luchado y vencido: Edgar André, Thälmann, Comuna de París, Dombrowski,
Garibaldi... También se recordaban con orgullo los nombres de aquellos que en los días de noviembre se
habían probado como dirigentes de los voluntarios internacionales: Hans Beimler, Louis Schuster,
Mario Nicoletti, Gallo, los comandantes Lucacz, Kleber, Ludwig Renn, Dumont, Hans Kahle, Picelli.
Entusiasmados por este gran ejemplo, antifascistas de todos los países europeos, y pronto también
de otros países de ultramar, siguieron llegando en una segunda y tercera oleada.
Los primeros voluntarios vinieron de Francia por circunstancias geográficas: franceses o
alemanes, italianos, polacos, húngaros, yugoslavos... que habían vivido en la emigración en Francia.
Después llegaron más alemanes, austriacos, italianos y otros antifascistas que habían estado en el exilio
en Holanda, Bélgica, Suecia, Dinamarca, Noruega, Checoslovaquia o Suiza, y con ellos holandeses,
132
:
suecos, daneses, noruegos, checos, eslovacos y suizos, todos juntos. Gotearon hombre a hombre hasta ser
centenares a través de diferentes caminos y desvíos por la frontera pirenaica – su viaje había sido casi
siempre una empresa difícil, a veces realizada con peligro de muerte-.
En cerradas filas confluyeron jóvenes ingleses sedientos de libertad, siguiendo el camino que Lord
Byron, muchos años antes, les había marcado. Irlandeses, que sabían bien lo que es luchar por su
independencia nacional, se embarcaron también. Jóvenes judíos de Palestina emprendieron el camino
desde una punta a otra del Mediterráneo, ansiosos por vengar, aquí empuñando las armas, el inaudito
oprobio que los enemigos de la libertad, aliados de Franco, le estaban causando a su pueblo. Al mismo
tiempo se encontraron en su camino a través del océano canadiense, norteamericanos y sudamericanos,
algunos de ellos negros. Entretanto también se había encendido la mecha en los países oprimidos por el
fascismo a pesar de las mentiras y la represión: vinieron antifascistas de Alemania y de Italia de las
más temerarias maneras, atravesando fronteras hasta llegar al principal escenario donde se libra hoy en
día el combate por la libertad.
Así se explica que la tercera Brigada Internacional, la que ha combatido gloriosamente como XIII
Brigada bajo el mando del general Gómez, sea una mezcla variadísima de nacionalidades incluso en
mayor medida que las dos brigadas que se formaron antes: la XI y la XII.

Los voluntarios que atravesaron caminando los Pirineos, en pequeños grupos o de uno en uno,
fueron concentrados en la pequeña ciudad catalana de Figueres, no lejos de la frontera, antes de ser
transportados en grandes convoyes hacia la base organizativa de las Brigadas Internacionales, Albacete.
De los que entraron en los primeros días de noviembre en Figueres, los más numerosos eran los
polacos, junto a los franceses y los alemanes.
Un grupo de mineros polacos procedentes de las minas del cantón francés de Douai, trajo una
bandera con la vieja consigna de los revolucionarios polacos "Por vuestra libertad y la nuestra”. Se
dieron el nombre de su poeta nacional, Mickiewicz, que les había dado ejemplo al organizar una legión
polaca en Italia que participó activamente en la lucha por las libertades del pasado siglo. Fue
Mickiewicz el que escribió: “El verdadero espíritu polaco lo muestra aquel que sobre la bandera de la
revolución polaca de 1830 escribió “Por vuestra libertad y la nuestra”, poniendo la palabra “vuestra”
por delante de la “nuestra”.

El 11 de noviembre de 1936 entró en Albacete un convoy de 650 voluntarios que venía de


Figueres. Con estos hombres y otros convoyes más de camaradas franceses que ya se encontraban en
Albacete, se formó la XIII Brigada.
Al principio constaba de tres batallones: octavo, décimo y onceavo.
El 8º Batallón, que después se dio el nombre del jefe de guerrilleros y héroe popular de la guerra
civil rusa Tschapaiev, era el más internacional. Se componía de fuertes contingentes de polacos,
alemanes, húngaros, austriacos, suizos y checos, y de pequeños grupos de holandeses, suecos, daneses,
noruegos, yugoslavos y de otras nacionalidades. Los batallones 10º y 11º fueron formados sobre todo por

133
:
franceses. Estos dos batallones, tras los duros combates ante Teruel en los que sufrieron muchísimas
bajas, se refundieron en uno solo que tomó el nombre del joven combatiente Henri Vuillemin, caído en
combate contra el golpe de estado fascista de febrero de 1934. (Los dos batallones españoles “Juan
Marco” y “Otumba” que hoy combaten en la XIII Brigada, se añadieron más tarde.)
Al llegar a Albacete, los internacionales fueron alojados en los cuarteles allí existentes, la mayor
parte de ellos en el Cuartel de la “Guardia Nacional”. Recibieron las piezas de su uniforme –en aquellos
momentos aún tan abigarradas – y al día siguiente fueron encuadrados en una primera y provisional
organización por compañías. Esta primera organización se realizó más o menos por nacionalidades. Se
intentó, en todo caso, a agrupar en pelotones a los hablantes de una lengua. La primera vez que
formaron todos juntos se preguntó quién había estado en la guerra, tenía alguna formación militar o
había detentado algún grado militar. Los camaradas que habían estado en la Gran Guerra dieron un
paso al frente, mostraron sus datos y cuando probaron que eran antifascistas dignos de confianza, fueron
nombrados provisionalmente jefes de grupo, de pelotón, de compañía, delegados políticos y comisarios.
Estos nombramientos fueron corregidos muchas veces después, en los primeros días de formación,
según la capacidad o incapacidad que demostraron unos u otros camaradas; y aún fueron más
decisivamente corregidos a lo largo de los duros combates, que sacaron a la luz de forma evidente el
valor, la habilidad y la experiencia militar de cada uno de los camaradas.
Tras estos primeros y elementales agrupamientos, empezó inmediatamente en Albacete la primera
formación de compañías. Desde los primeros días estas compañías fueron enviadas a lugares cercanos a
Albacete para que allí se completase su preparación. En esos momentos los batallones estaban formados
-como los de la XI y XII Brigada- exclusivamente por internacionales. Fue durante los combates cerca
de Málaga cuando se encuadraron por primera vez españoles en ambos batallones internacionales de la
XIII. Pero incluso hoy, a finales de mayo del 37, los españoles sólo forman una pequeña minoría en los
batallones Tschapaiev y Henri Vuillemin, aunque su número va en aumento.

Se había previsto dar a esta recién formada 3ª, o más bien XIII, Brigada Internacional una
preparación militar muy cuidadosa y profunda. Pero pocos días después de la formación inicial de sus
batallones, las brigadas que combatían en Madrid reclamaron urgentemente reemplazo, así que una
parte considerable de los voluntarios que se ejercitaban en Albacete y alrededores, fueron
inmediatamente enviados a Madrid para su alegría, a fin de rellenar las diezmadas filas de los
batallones Edgar André, Comuna de París, Garibaldi, Dombrowski, Thälmann. Entre tanto habían
llegado nuevos convoyes de voluntarios que inmediatamente fueron encuadrados en los batallones 8º,
10º y 11º, y con ellos se tuvo que completar a un ritmo forzado la necesaria formación y consolidación
de las unidades.
La primera instrucción no pudo durar más que dos semanas. A principios de diciembre los
batallones fueron puestos en estado de alerta. Se temía un desembarco de tropas italianas en Valencia,
así que la XIII Brigada fue enviada rápidamente hacia allí para la protección de la costa.

134
:
Los italianos no desembarcaron y el tiempo ganado, 12 días, fue aprovechado por las unidades
para superar algunas de las más graves deficiencias de su formación militar.
Entonces el primer batallón de la brigada, que era el 8º Batallón, se planteó la cuestión de darse
un nombre. Los alemanes propusieron el nombre del revolucionario alemán asesinado por los nazis John
Scheer. Se les contrapuso el razonamiento de que, aunque los alemanes eran relativamente mayoritarios
entre los grupos lingüísticos del batallón, eran una minoría dentro de una brigada formada por muchas
nacionalidades y que , además, se deseaba acentuar ya en los nombres la internacionalidad del batallón.
Así que se pusieron de acuerdo rápidamente en el nombre del legendario héroe y jefe de los guerrilleros
rojos en las luchas contra el ejército blanco Tschapaiev, que se había hecho legendario en canciones,
libros y películas. No se habría podido encontrar ningún nombre más adecuado ni que exigiera más a
este batallón internacional del ejército republicano.
Dentro del batallón, los grupos nacionales más fuertes dieron a sus unidades nombres igualmente
honrosos y adecuados a la tradición revolucionaria de sus pueblos. La 2ª Compañía, formada por el
contingente más fuerte de camaradas polacos eligió el nombre del poeta de la libertad y jefe de
guerrilleros Mickiewicz. El pelotón checo de la 1ª Compañía se dio el nombre del jefe antifascista checo:
Gottwaldova Ceta.
En Valencia nacieron también los primeros periódicos murales de las compañías de una manera
muy natural. Los tablones que existían con este fin se fueron llenando, primeramente con pequeñas
quejas, preguntas, consejos, novedades; después se encontró un dibujante en la 2ª Compañía que
proyectó una cabecera para el periódico mural y bosquejó un par de ilustraciones cargadas de humor
para los textos. Naturalmente las otras compañías no se quisieron quedar atrás, apareció una divertida
competencia que tuvo un efecto magnífico en la moral de los compañeros. También se hizo algo de
música, se cantó y, sobre todo, se aprendió, se aprendió y se aprendió.
Pero esto fue sólo la escuela preparatoria. La escuela verdadera vino después: el ataque a Teruel.

27 de mayo de 1937, Estado Mayor de la Brigada


Uno de los tipos más raros entre los variados personajes extraordinarios de nuestro equipo, es el
cocinero llamado Schwejk, un húngaro que chapurrea todas las lenguas del mundo –muchos dicen que
incluso chapurrea su lengua materna-. Su edad debe estar, en apariencia, a mediados de los 40. Es enjuto
y nervudo, astuto bajo la apariencia de tonto, contestón y bullicioso en el trato; a muchos les parece
pendenciero, pero los que le conocen mejor le consideran un magnífico camarada siempre dispuesto a
ayudar.
Su nombre real sólo lo conocen un par de sus viejos camaradas húngaros. Nos han contado que ha
sido un buen guerrillero entre los combatientes húngaros por la libertad, soldado de la República de los
Consejos de 1919 y fiel a toda prueba durante los más de dieciséis años de emigración. Aquí trabaja por
tres y mantiene una fuerte disciplina. Le fastidian los que piden su desayuno por la mañana después de
las 9, café con leche, pan y mermelada. Lanza rayos y truenos sobre su cabeza.

135
:
La desgracia ha tropezado conmigo hoy de buena mañana. Había dormido en la buena cama
instalada en mi cobertizo, aunque en realidad había estado dado vueltas porque hasta las 4 de la noche,
más o menos, los mosquitos, un ejército de pulgas y varias familias de ratas enloquecidas me habían
impedido dormir. Con una cierta mala conciencia me encontraba pocos minutos después de las nueve en
la cocina. Un ayudante de Schwejk me puso delante en silencio una taza, pan y mermelada en la parte
delantera de la gran mesa de madera. El hombre le preguntó en voz baja a Schwejk si aún quedaba café, y
él graznó desabrido: - Lo tienes que coger del café del general. (De lo cual deduje para mi descargo que el
general tampoco había desayunado aún.)
Dos minutos después llegó un motociclista de la brigada y le apeteció también tomar un café.
Entonces ya saltó:
- ¡No puedo estar haciendo café para el desayuno hasta la tarde; tengo que hacer la comida! Está
mandado que después de las nueve no hay café - bramó Schwejk.
El motorista se disculpó inútilmente diciendo que había sido enviado por la noche a llevar un
mensaje y que ahora precisamente volvía. Schwejk siguió afirmando furioso:
- No puedo hacer la comida a tiempo si después de las nueve tengo que seguir sirviendo café.
A pesar de todo el motorista aún recibió su café. Por mi parte me di por enterado de la lección.
Cuando apuré el desayuno intenté reconciliarme con Schwejk. Pero le estaba chillando a un camarada
que se había plantado en la puerta y le impedía el paso a la mamá-golondrina hasta su nido, en el que los
hambrientos polluelos, cinco en total, piaban ansiosos con el pico abierto.
- Pero tío... ¿no ves que la vieja no puede pasar si tú estás en medio de la puerta? - chillaba
Schwejk a voz en grito.
Asustado se apartó el camarada de la puerta sin haber entendido una palabra pues era un español de
la guardia de la brigada. Schwejk le reconoció entonces y repitió su reproche, esta vez con una voz
ligeramente más suave y en español (sonó exactamente igual que si hablase en alemán porque en todas
las lenguas Schwejk habla húngaro).
Las golondrinas habían construido su nido antes de nuestra llegada en la gran estancia que servía de
cocina y sala de estar de la casa, precisamente en una de las vigas del techo. Nos guardamos mucho de
molestar a los animalitos. En el nido había cinco pajaritos que pronto podrían volar. Se ponían en fila en
el borde del nido y esperaba a los padres, que volaban incansablemente todo el día -puerta adentro y
puerta afuera-, para traerles comida a los pequeños ya que por aquí no faltaban mosquitos y otros
insectos apetitosos. Cuando papá y mamá –ésta era la más solícita- aparecían, se organizaba un gran
griterío y los cinco piquitos se abrían de par en par. Uno tras otro los mayores alimentaban a la fila y
nunca se equivocaban en el turno. Los grandes aleteaban sin equivocarse ante el pollito al que le tocaba y
le metían el bocado en el pico, descansaban unos segundos sobre el borde del nido y volaban piando otra
vez hacia el campo. Los pequeños inclinaban sus cabecitas sobre el borde del nido para ver lo que pasaba
en el cuarto, pero pronto miraban de nuevo fascinados la puerta abierta por donde al momento siguiente
tenía que volver volando uno de los padres. Tan pronto aparecía, se reanudaba el griterío y el abrir los
piquitos.

136
:
Me encantaba quedarme mirándolos algún rato. Todos los camaradas respetaban la actividad de los
padres. Nadie se quedaba en el hueco de la puerta si uno de los animalitos quería salir o entrar volando.
Durante un minuto Schwejk se dirigió a mí amablemente:
- En una semana volarán también los pequeños - me dijo a media voz.
Y de nuevo se marchó a sus cazuelas y mandó a su joven ayudante español a por agua otra vez.
Entonces por las paredes de la estancia resonó el potente bajo del general: “¡Schwejk, el desayuno!” y
Schwejk envió al ayudante con el café para el general y el jefe del Estado Mayor Schindler a su
habitación. Después se me acercó otra vez. Ambos nos quedamos observando en silencio el idilio de las
golondrinas. Entonces le pregunté dónde había aprendido a cocinar. Me contó que era su profesión –o
más bien una de sus profesiones-. En la emigración había ido pasando de minero a pintor de paredes,
camarero, lavaplatos, pero finalmente había tenido un puesto fijo muy bueno como cocinero en un
restaurante de París –con 600 francos de salario fijo a la semana, lo cual en aquel tiempo era una suma
enorme para nosotros-.
- ¿Y has dejado todo eso de un día para otro para encuadrarte aquí a vida o muerte?
Se me quedó mirando como si no me entendiera; en su mirada y en su expresivo y huesudo rostro
se reflejaron el asombro y la desconfianza. Finalmente dijo: - He estado esperando ese día dieciséis años,
camarada.
Estreché su mano. Sí, él era auténtico. Esta es la respuesta de un antifascista. Todos hemos
esperado a lo largo de muchos años el día en el que pudiésemos responder con las armas en la mano a
los millones de veces criminales, causantes de la deshonra de nuestro pueblo y estranguladores de
tantos otros.

Cuando estuve seguro de que el general y Schindler habían ya desayunado, fui a buscarlos a la
habitación. En general me saludó paternalmente:
- Hola hijo. ¿Qué hay? ¿Ya has tomado café?
Se imaginó que había ido para recordarle el tema de mi empleo y se me adelató.
- Schindler se va estos días a Valencia, al Ministerio de Guerra; después se tomará dos semanas de
vacaciones en París. En Valencia hablará tanto con las instancias militares como con el Comisariado.
También sobre tu empleo.
Me miró desarmado, tanto más cuanto que el error estaba en mí. Yo habría debido insistir en
Madrid ante Gallo en que aclarase mi situación al mismo tiempo que mi traslado. O habría debido
superar mi timidez en las oficinas en Albacete y me tendría que haber quedado allí esperando hasta que
fijaran claramente mis tareas.
Algo apocado le pregunté:
- ¿Y hasta entonces...? Las decisiones requieren su tiempo.
- Hasta entonces tú te quedas agregado al Estado Mayor.
Y añadió: - Schindler nos abandona al menos por tres semanas. También Jensen ha pedido permiso
para ir a París. Aquí se tiene que quedar algún hombre razonable con el que se pueda hablar.

137
:
Vaya, pretende dorarme la pastilla. Pero sigue siendo una pastilla. Y ya tenía en la punta de la
lengua la petición de, entre tanto, ir al Batallón Tschapaiev, aunque sólo fuera para recoger material
sobre la lucha de este batallón multinacional mediante el trato inmediato con los camaradas del frente;
una tarea que desde la conversación con Schaul y Wolfgang tenía la intención de hacer. Pero me tragué
la petición también.
El general vio cómo me la tragaba. Entonces dijo, con una imperceptible sonrisa:
- Puedes naturalmente ir al frente siempre que quieras.
Es listo, el viejo.

28 de mayo de 1937
He tenido en cuenta enseguida el permiso del general de que siempre que quiera puedo ir a primera
línea. Antes del mediodía se presentó la oportunidad de ir al frente con el oficial de información Karl
Putzke73. Me propuso acompañarle en su recorrido de inspección y acepté su visita guiada con alegría y
provecho.
Tengo mucha confianza en el silencioso y seguro trabajador berlinés. Tiene más o menos mi edad,
estatura media, macizo, rostro anguloso, rasgos fuertes y ojos inteligentes. Desempeña su servicio con
precisión y asombroso conocimiento de complicadas materias: cartografía, determinación de distancias,
exactitud de las observaciones, informes sobre las posiciones enemigas, conocimiento minucioso del
exacto lugar donde está instalada cada una de nuestras ametralladoras.
Es reservado. No le gusta hablar de sí mismo. He sabido por otros que desde 1920 está organizado
en el movimiento obrero y que ha pasado muchos años tras los muros de los correccionales de la
república, esa cabeza de Jano que muestra su sonrisa más amable a sus enemigos y la más adversa mueca
a los amigos de la libertad; esa república que ante el odio violento muestra cristiana blandura y humildad
(antes de que le peguen en una mejilla ya está poniendo la otra para que se la abofeteen), pero que envía
con dureza despiadada a cualquiera que clame en favor de la justicia ante el cruel Sansón de sus
tribunales siempre obsesionados por el espíritu nazi.
Pero todo tiene su segunda cara, no sólo la cabeza de Jano. Cuando terminó el proceso de
putrefacción de la república, iniciado el mismo día de su nacimiento a fuerza de fórceps, permanecieron
detrás dos fuerzas enfrentadas a muerte. Por un lado el nazismo, su legítimo hijo, amamantado con amor
por esta república, de cuya herencia se apropió con el hocico abierto y la cerviz atocinada. Por otro lado
la fuerza antifascista, fraguada en los sufrimientos y las miserias mortales, que llevaba el futuro en su
corazón, la vanguardia de la libertad alemana por delante de su tiempo. Uno de estos antifascistas es Karl
Putzke. Es del mejor material, nada le puede asustar, con nada se le puede malear. Aquí en nuestras filas
73
Karl Putzke es citado, breve y no muy claramente, en el Dicc. Vols. Alms. Según él nació en 1906 en
Bochum aunque Kantor dice que era berlinés, minero, miembro del KPD entre el 30 y el 32. Oficial de información
en el Tschapaiev con la graduación de teniente. En octubre del 38 se encontraba en Aquisgrán, allí fue interrogado
por la Gestapo, en enero del 39 encarcelado, en junio de ese año el procedimiento contra él fue sobreseído. Los
informes de Kantowicz sobre él, al menos sobre sus primeros años, son mucho más completos.
Por otro lado Kantor, no sé si por gusto o por fuerza –esta edición esta hecha en la RDA en los años 50-
aprovecha cualquier ocasión, o incluso aunque no haya ocasión como en este caso, para hacer una serie de
reflexiones políticas que, en realidad no mejoran el texto, de por sí ya muy claro.
138
:
hay un gran número de gente así. Y sólo con que sobreviva uno de ellos –de los cientos que hay aquí y los
miles que hay en el país – ese será el que, como dirigente, ayude a los demás a luchar por un futuro mejor.
Cuando le pregunté a Karl su opinión sobre la cualificación de algunos camaradas, me dio sus
respuestas sin timidez: su juicio era seguro y exacto. A veces sólo hacía un gesto con la mano como si
quisiera quitar algo de en medio y con este movimiento quedaba rechazado el que estaba en cuestión.
Pero más importante aún que sus decididas opiniones en favor o en contra, me pareció su capacidad para
relativizar. Le cite nueve nombres. Dos los rechazó, uno lo alabó con admiración –el jefe de pelotón de la
1ª Compañía, Wolfgang. Sobre los otros seis se extendió, matizando pero sin andarse por las ramas.
Apreció sus capacidades, mostró sus debilidades y enumeró los puestos en los que podrían desarrollar sus
mejores cualidades.
Finalmente vino a parar a lo más general: - La composición del Estado Mayor es demasiado
monocolor. Ni en el Estado Mayor ni en el Comisariado hay un solo español. En este caso no sirven las
declaraciones bonitas. Los españoles tienen la sensación de ser tratados por nosotros como si fuesen de
segunda clase. Y esto no es bueno.
El coche se detuvo. Descendimos y tuvimos que seguir a pie. Pero no pasamos por el Estado Mayor
del Batallón Tschapaiev, nos mantuvimos más a la derecha porque Karl quería hoy empezar la
inspección por el ala derecha, por el 4º Batallón “Otumba”. Anduvimos con dificultad por los campos
floridos. Hacía un calor de mil demonios. Bajo un sol así se transfiguraba el austero paisaje de montañas
de media altura que nos rodeaba. Los campos floridos desplegaban en esta época su más salvaje y
extraordinario esplendor. En dos semanas se habrá acabado, y a finales de junio, cuando los campos se
sieguen, este paisaje se convertirá en un desierto.
Respirábamos con placer los variados perfumes de las hierbas y de los matojos inútiles. Karl tomó
de nuevo la palabra:
-Naturalmente tiene sus dificultades contar con los españoles y con gente de otras nacionalidades a
causa de las diferentes lenguas. Pero son dificultades técnicas que se pueden superar. Uno se tiene que
adaptar a las incomodidades... Lo más importante en nuestra situación es que el internacionalismo no se
exprese sólo en declaraciones sino que se vea prácticamente.
Le dije que él no sería un mal comisario. Hizo de nuevo su gesto de rechazo con la mano: -Yo no
hablo ninguna lengua extranjera, mi cabeza es demasiado dura para que me entren.
- Pero tienes algo que la mayoría de los que están aquí no tienen. Sabes cuál es el sitio mejor para
cada uno. Posiblemente eso es lo más importante.
Se quedó pensando un minuto y respondió: -¿Tú crees que un oficial necesita un buen cocimiento
de las personas?
Le dije que sí. Ahogó un “pero” que ya tenía en la punta de la lengua, con una observación
autocrítica, lo cual, precisamente, me vino a demostrar lo realmente profundo que era su conocimiento de
las personas.
- Saber para lo que uno sirve –dijo él-, es una cosa. Otra cosa es sacar lo mejor de aquellos que no
sirven para mucho pero con los que se ha de contar. Entonces se ha de ser flexible, se deben alentar los

139
:
compromisos y utilizar las buenas palabras si es necesario. No basta con conocer a fondo a las personas,
se las debe también saber tratar. Y para eso yo soy demasiado rígido.
Atravesamos el arroyo, ahora completamente seco, en el que días antes Schindler y yo
sorprendimos a los oficiales franceses cuando se lavaban. A nuestra izquierda se elevaba la “Loma
Pelada”. Bajo el sol despiadado se divisaban claramente las trincheras que los fascistas habían trazado
allá arriba y las posiciones aisladas de vigilancia en primera línea. Karl observó tenso a través de sus
prismáticos.
- Allá a la derecha, detrás de las rocas, han montado una ametralladora. Anteayer estaba a cuarenta
metros, tras el matorral que puedes ver a la izquierda de la línea de hierba.
Me dejó los prismáticos, los cogió de nuevo y observó otra vez.
- Ahora desde allí tienen mejor campo de tiro sobre los últimos 100 metros del camino que va
desde el Estado Mayor del Tschapaiev hasta las cocinas.
Sacó un plano hecho por él de la posición fascista sobre la “Loma Pelada”, volvió a observar,
comparó, consideró la distancia del disparo de la ametralladora con meticulosa exactitud.
- Hay 45 metros – dijo, y dibujó exactamente la nueva posición.
Después volvimos a caminar.
- En lo que se refiere a tratar a las personas –le dije, continuando la última inteligente observación
de Karl-, podemos imitar muchas cosas de los nazis. Lo que ellos han hecho en negativo, en malo, para
mal fin, es habilísimo. Con qué habilidad saben escarbar en los malos instintos de una parte de la
población alemana y atraerla para que trabaje activamente con ellos: el odio sordo, el deseo de venganza,
la envidia, la idea de raza superior. La arrogancia nacional, la brutalidad y el desenfreno, el ansia de
honores y la vanidad a toda costa, el fisgoneo, la indolencia mental que ellos presentan como grandes
virtudes, la cobardía moral, el servilismo, la obediencia ciega. El chivato ve su vergonzosa actitud como
un “deber ciudadano”, el cobarde sin carácter se ve reforzado al sentirse integrado en la “comunidad
nacional”, a canallas que ensucian el honor de sus madres por negar a sus padres judíos, se les atribuye
“conciencia de raza”. Ojalá hubiésemos nosotros sabido entender con la misma flexibilidad y matices
aquellos conceptos que en alemán dan nombre a virtudes adormecidas: generosidad, legalidad, amor a la
libertad, respeto, apertura al mundo, tolerancia, hospitalidad, abnegación, camaradería y verdadera
fidelidad. Ojala nosotros supiésemos presentar las virtudes tan tentadoramente como los nazis presentan
los vicios. Pero en cambio en nuestras “tesis”, “declaraciones”, “resoluciones”, “análisis” y otros rollos
oficiales, hasta el grito en favor de la libertad se presenta muchas veces como una pura fórmula seca -
concluyo amargamente.
- No es una fórmula seca la lucha por la libertad que estamos llevado aquí. La lucha habla por sí
sola - añade Karl.
Hemos llegado a la línea de combate, a la 4ª Compañía del 4º Batallón “Otumba”, en el flanco
derecho más externo de nuestra posición, desde donde los nuestros observan y dominan el valle de
Fuenteovejuna.

140
:
Karl me ha comunicado que el Batallón “Otumba” se ha ganado extraordinario prestigio en el
ataque a las montañas de Sierra Noria. Como ahora vamos de agujero en agujero de protección podemos
percibir que la moral de este batallón, que defiende una posición difícil desde hace tiempo, es, a pesar de
todo, muy alta. Por todas partes nos saludan rostros amistosos y satisfechos. Con su cordialidad natural y
expresiva nos rodean los camaradas españoles y el “¡Salud!” y los apretones de manos no tienen fin. El
comisario del batallón se reúne con nosotros; es un estudiante que observa con ojos inteligentes y parco
en palabras. Su puesto está en la línea de fuego, junto a su tropa. Se ve en el ambiente del batallón que el
comisario trabaja bien... Nos acompaña por todo el sector que el batallón mantiene ocupado y nos
demuestra que está también militarmente cualificado.
Las posiciones del 4º Batallón están muy bien construidas y aún mejor camufladas que las de los
otros batallones de primera línea. Delante de ellas se extiende un buen campo de tiro sobre la “Loma
Pelada”. Nos hacen una pequeña demostración: disparan con las ametralladoras sobre el blanco de un par
de fascistas que pasean allá arriba, al sol del mediodía, con toda tranquilidad. Vemos a simple vista
como cabezas y cuerpos desaparecen con la velocidad de un relámpago. Los fascistas no responden a
nuestro fuego.
Vamos lentamente hacia el lado izquierdo. Karl comprueba la posición de cada una de las
ametralladoras y las compara con lo que reflejan sus anotaciones. Allí donde ha habido cambios en la
última semana, el comisario, que está enterado de todo, explica el motivo.
Esta inspección a fondo se alarga un buen rato. Me tomo la libertad por una vez de dar también
alguna idea: hago notar al comisario que la mayoría de las granadas de mano están en cualquier sitio, en
el suelo, alrededor de la barricada. Mi propuesta de colocarlas en pequeñas ranuras en las paredes
laterales de los puestos de protección, a derecha e izquierda de las ametralladoras y a la altura de la mano,
encuentra eco inmediato. Los camaradas españoles empiezan enseguida a excavar esta especie de nichos
alargados empotrados en la pared...
Cuando llegamos al ala izquierda del batallón, ya es mediodía. Los camaradas franceses del
Batallón “Henri Vuillemin” en cuyo sector hemos entrado, han recogido ya su comida. El ala derecha de
este batallón está ocupada por la 3ª Compañía. Su jefe es un joven alsaciano, el capitán Engel, que nos
invita a comer con él y nos proporciona un buen trago de agua de limón. Nos sabe a gloria tras la
agotadora marcha bajo el sol del mediodía.
El capitán Engel es un muchacho campesino guapo, fuerte y rubio de la zona de Estrasburgo. Ya
tan joven se ha convertido en un firme, serio y seguro antifascista, cosa que ya le ha llegado a oídos al
general, ya que precisamente Engel fue su ayudante en los primeros meses de formación de la XIII. En la
cárcel, nos cuenta Engel, se pasó un año entero con toda tranquilidad y tuvo tiempo de reflexionar a
fondo sobre muchas cosas y de leer un montón de libros.
Le pregunto por qué estuvo en la cárcel. Por negarse a hacer el servicio militar, me contesta muy
serio. Se declara un pacifista integral.
Cuando el muy serio Karl lo oye, rompe a reír sonoramente y Engel, que al final entiende el
motivo de nuestra hilaridad, se ríe con nosotros.

141
:

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

II. EL PRIMER ATAQUE A TERUEL

Frente del Sur, 29 de mayo de 1937


El 19 de diciembre de 1936 los tres jóvenes batallones de la XIII Brigada recién formados en
Albacete, fueron puestos en estado de alarma en Valencia, donde se encontraban desde hacía dos
semanas protegiendo la costa, y transportados a Alfambra, una pequeña población a unos 20
quilómetros de Teruel. Los camaradas sabían que ahora iban a entrar en acción. Esperaban con
impaciente confianza el bautizo de fuego de la XIII Brigada.
En los pocos días que transcurrieron hasta su entrada en combate, se intentó adquirir
conocimientos. Antes del ataque algunos camaradas tuvieron la posibilidad de practicar un ejercicio con
granadas de mano. Pero la mayoría del batallón sólo lo pudo hacer en el trascurso de la batalla. La
desorganización de estos tiempos iniciales, en los que se tuvo que crear un ejército de la nada, ejército
que, además, tuvo que plantar cara a las armas de dos grandes potencias fascistas, era tan comprensible
como deplorable.
En los primeros combates fallaron casi todas las ametralladoras de un batallón porque no
disponían de la munición adecuada, se carecía de granadas de mano, no había ningún tipo de las
comunicaciones imprescindibles en una guerra moderna. La artillería consistía en un par de cañones de
museo, procedentes de la Gran Guerra, y hasta había que contar y tacañear en cada uno de los
disparos.
Esta intervención de la brigada en diciembre del 36 en Teruel perseguía dos fines: por una parte
aligerar la fuerte presión que sufría Madrid; por otra, conquistar la ciudad de Teruel. La primera meta
se alcanzó. Los fascistas enviaron tropas no sólo de Zaragoza sino también de su frente del centro para
defender la fortificación turolense amenazada por duros y sostenidos ataques. La segunda meta no se
consiguió entonces. Informaremos con toda sinceridad de las causas del fracaso. En lo esencial este
informe se apoya en las declaraciones de una serie de participantes del Batallón Tschapaiev que
sobrevivieron a los ataques sobre Teruel y en los informes documentales del jefe de la XIII Brigada,
general Gómez, y su jefe de Estado Mayor, comandante Schindler.

En la noche del 26 al 27 de diciembre la brigada inició el avance desde Alfambra hacia Teruel. El
primer batallón de la XIII Brigada, el Batallón Tschapaiev, que estaba acuartelado en la misma
Alfambra, se había posicionado en un lugar situado ante la ciudad. El jefe de la brigada, General
Gómez, el entonces jefe del batallón, comandante K.74 que pocos días después pasó el mando al

74
Según los recuerdos de Ewald Munscke (2ª Colecc. de recuerdos, nota 18), el primer jefe del Batallón
Tschapaiev fue Klaus Becker; Kurt Bürger fue su primer comisario de guerra, sustituido poco después por Otto
Brunner El propio Munscke era comisario de la 1ª Compañía. Durante la misma batalla de Teruel Brunner pasó a ser
142
:
comisario del batallón, Otto Brunner, y el mismo Otto Brunner pronunciaron arengas. Las noches de
diciembre en las montañas de Aragón son muy frías. Pero en esas horas los camaradas se olvidan del
frío. Han escuchado los discursos, saben lo que se espera de ellos. Antes de subir a los camiones que les
van a llevar a las posiciones de salida, los camaradas del batallón cantan la “Canción de Tschapaiev”,
cuya letra ha escrito uno de ellos pocos días antes75:
“Mal habéis calculado, Franco y Hitler, Franco und Hitler, ihr rechnet schlecht,
de España defendemos la libertad y el derecho, wir schützen Spaniens Freiheit und Recht,
cada uno de nosotros es hijo de Tschapaiev. jeder von uns ist Tschapaievs Sohn.
¡A la victoria pues! ¡Batallón, adelante! Vorwärts zum Sieg, erstes Sturmbataillon!
Vamos a destrozar los planes que ha hecho Franco, Wir werden Francos Plan zerstören,
el mismo Tschapaiev nos dirigirá. ju Tschapeiev selbst geht uns voran.
Hoy nuestra libertad se basa en los fusiles, Heut liegt die Freiheit in den Gewehren.
¡No pasarán! ¡No pasarán! ¡No pasarán! ¡No pasarán!

El poeta de la canción, Walter Ulrich Fuchs, un estudiante alemán, estaba en las filas del batallón.
Fue la primera y la última vez que oyó cantar su himno a sus compañeros. Murió cinco días más tarde en
acto de servicio como enlace, uno más de los inmortales héroes de la lucha por la libertad.
El 27 de diciembre a las 7 de la mañana empezó nuestra artillería a bombardear las posiciones
fascistas. Durante la noche los batallones de la XIII Brigada habían avanzado hasta tierra de nadie. A
las 8 empezó en ataque de la infantería. El Batallón Tschapaiev avanzó a lo largo de la carretera
Alfambra –Teruel. En su flanco derecho combatían unidades españolas, en el izquierdo atacaban los dos
batallones franceses, el 10 y el 11.
La 1ª Compañía del Batallón Tschapaiev operaba a unos 100 metros a la derecha de la carretera.
Le había tocado la tarea más difícil, tomar el cementerio de Teruel, transformado por los fascistas en un
potente fuerte. Por la izquierda de la carretera avanzaba la 2ª Compañía, la famosa compañía polaca
llamada “Mickiewicz”, después probada en cien combates, que en este primer enfrentamiento sufrió una
horrible prueba: el jefe de la compañía se desveló en medio del ataque como un agente fascista
infiltrado. La 3ª Compañía permaneció en reserva. La Compañía de Ametralladoras estaba repartida
entre las demás.
La situación cuando tuvo lugar este primer ataque es de las que quedan grabadas en la
conciencia: unas tropas que hablan quince lenguas diferentes, se enfrentaron a la tarea de atacar de
frente la fortaleza de Teruel considerada inexpugnable en sus alturas rocosas, sin apenas conocimiento
de los más elementales fundamentos de la formación militar, equipadas y armadas de forma

comandante del Tschapaiev y Munschke su comisario; cargos que seguían desempeñando meses después en la
Sierra de Córdoba.
75
Así lo cuenta el mismo testimonio anterior de Ewald Munschke: “Al anochecer estábamos en la plaza de
Alfambra, preparados para combatir. En la memoria de todos los que allí estuvimos ha quedado grabado para
siempre el recuerdo del batallón formado a la luz de la luna. Hablaron el comandante y el comisario de guerra.
Después todo el batallón cantó por primera vez el himno que ha quedado en la historia de las Brigadas como
“Canción de Tschapaiev”. La letra la había escrito el inolvidable Walter Fuchs, que esa noche la oyó por primera
y última vez pues perdió pocos días después su joven vida en uno de los ataques al cementerio de Teruel.”

143
:
completamente insuficiente, desprovistas de los recursos de una dirección militar moderna (los enlaces y
otros medios de contacto eran deficientísimos, los servicios de información y de observación primitivos,
faltaban incluso gemelos de campaña) y casi sin armas pesadas (ni artillería pesada, ni tanques, ni
aviones).
Los defensores de Teruel tampoco pertenecían precisamente a un ejército comparable a los de las
grandes potencias y además su moral dejaba mucho que desear, pero en todo caso formaban parte de un
ejército regular, entrenado, estaban dirigidos por oficiales profesionales, protegidos por posiciones
fortificadas y contaban con una superioridad material abrumadora.
Si tenemos presente todo esto, podemos imaginar qué tareas tuvieron que llevar a cabo la XIII
Brigada y las unidades españolas que lucharon con ella.

Bajo la dirección de su excelente jefe Casimir, un antiguo oficial profesional yugoslavo, la 1ª


Compañía del Batallón Tschapaiev pasó por encima de las posiciones fascistas del Monte Viejo y avanzó
con el apoyo de un pelotón de la Compañía de Ametralladoras hacia una posición importante fortificada
en el Cementerio a las afueras de Teruel. A las 10,30 de la mañana la XIII había ocupado casi todas las
alturas importantes ante Teruel y había conseguido acercarse hasta unos 300 metros de sus primeras
casas. La primera y más difícil parte del ataque había resultado un éxito. En las calles de Teruel ya se
estaban sublevando los valientes trabajadores antifascistas. Nuestros hombres oían los tiroteos y veían
los enfrentamientos. Los mandos de los rebeldes ya huían por la carretera y en el tren hacia Zaragoza.
Desde las alturas, nuestros camaradas observaron entonces cómo el tren abandonaba Teruel. Esto fue
para ellos una desagradable sorpresa, pues les obligó a deducir que la parte de las tropas que estaba
situada a la derecha no había participado en el ataque y no había cumplido su fácil tarea que era cortar
la vía del tren hacia Zaragoza.
Los nuestros esperaron entre tanto abastecimiento de munición y reservas. Si en ese momento
hubiese habido una cantidad suficiente de granadas de mano y munición de infantería y hubiese
avanzado una compañía de reserva fresca, Teruel hubiese sido conquistada antes del mediodía. Pero no
llegaron ni municiones, ni reservas, y dejaron de funcionar las ametralladoras. Los camaradas de la
artillería, agarraron entonces los fusiles y atacaron como soldados de infantería a falta de
ametralladoras. Pero entonces, en un momento decisivo, cayó Casimir, el jefe de la 1ª Compañía al que
todos querían y admiraban.
El jefe de la 2ª Compañía “Mickiewicz”, que poco después fue desenmascarado como agente
fascista, colocó a su compañía en una posición falsa. El jefe de la 3ª Compañía se mostró como
militarmente no maduro para su tarea (aunque hay que resaltar que se trataba de un camarada
estupendo y en muchos sentidos meritorio, y que él mismo había aceptado el mando muy contra su
voluntad). En cuanto al comandante del batallón perdió los nervios en estas difíciles horas...
La falta de una jefatura unitaria para todas las unidades que participaron en esta operación fue
decisiva. Los batallones españoles e internacionales funcionaron casi independientemente unos de otros,
a su manera, a su buen entender, sin contacto. Ni siquiera se habló de acciones conjuntas de las

144
:
diferentes armas con arreglo a un plan. Casi se puede decir que fue una feliz casualidad que durante el
primer ataque en aquellas circunstancias la infantería y algún tanque ligero combinaran bien su avance.
No se contó con nada fiable, excepto el valor y el entusiasmo de los combatientes.
El ataque quedó paralizado. Los fascistas tuvieron tiempo para recuperarse de su sorpresa. Su
artillería golpeó las delgadas filas de los atacantes. Desde los nidos de ametralladora de cemento que
habían sido construidos por técnicos alemanes, el fuego de docenas de ametralladoras levantó una
barrera de acero entre nuestros atacantes y los últimos 300 metros ante la ciudad. Las pérdidas se
elevaron considerablemente. Las diezmadas compañías se retiraron otra vez desde las posiciones más
expuestas a las alturas cercanas. El ataque a Teruel había fracasado.

Nuestra gente también tuvo tiempo para reagruparse. La dirección de la 1ª Compañía la tomó el
entonces sargento primero Gusti Stöhr que se ha mantenido hasta hoy, curtido en todos los combates. La
dirección del batallón pasó al antiguo comisario Otto Brunner y en su lugar se convirtió en comisario
del batallón en hasta entonces comisario de la 1ª Compañía Ewald Fischer –ambos aún hoy como jefes
militar y político respectivamente, juntos a la cabeza del batallón-.
A la mañana siguiente, 28 de diciembre, los batallones atacaron de nuevo. Los días 29, 30 y 31
arremetieron contra la fortificación fascista. Muchas veces llegaron hasta delante de las primeras casas
de la ciudad, pero su fuerza no bastó para atacarlas. En la noche del 1 al 2 de enero de 1937, tuvo lugar
el último ataque, en el que fueron empleadas todas las reservas de las que la brigada aún disponía,
atacaron incluso los enlaces, soldados de caballería, sanitarios, cocineros y todos los empleados en los
Estados Mayores. La XIII Brigada realizó siete ataques en tromba en seis días, la mitad de los
voluntarios fueron heridos ante los nidos de ametralladoras de los fascistas fortificados en las rocas,
pero la tenacidad de estos atacantes fue tan grande que Franco tuvo que sacar tropas de Madrid para
resistir al tozudo enemigo.
En estos ataques cayo Gerhard Kruse, de las Juventudes Socialistas, comisario de la 3ª Compañía,
el primero en plantar una bandera sobre la posición conquistada a los fascistas el último día de los
ataques. El abanderado del batallón, el austriaco Franz Luda, había sido tan gravemente herido la noche
de año nuevo que perdió ambas piernas. El Batallón Tschapaiev tuvo que lamentar 80 muertos y unos
200 heridos en estos combates, más de la mitad de sus efectivos. Las pérdidas de los dos batallones
franceses fueron tan grandes que tras su relevo ambos fueron reunidos y formaron un solo batallón.

En estas duras semanas ante Teruel los batallones se forjaron como unidades bragadas en
combate y las elecciones de los jefes políticos y militares de todas estas unidades, desde el pelotón al
batallón, se realizaron sobre la base de las cualificaciones demostradas en combate. En estas semanas,
primero de ataques y luego de guerra de posiciones en las montañas de Aragón, la XIII Brigada superó
el curso decisivo, ganó experiencia, tenacidad y dureza, cualidades que, unidas al espíritu demostrado
desde el principio por sus combatientes, la capacitó para los grandes servicios que ha prestado en los
combates siguientes.

145
:
Después del último ataque siguió una guerra de posiciones que se prolongó varias semanas, en la
que los camaradas del batallón abrieron largas trincheras frente a las posiciones enemigas. Hasta
cuatro quilómetros de fondo permaneció el terreno conquistado en posesión de los atacantes, entre ese
terreno importantes puntos de partida para futuros ataques sobre Teruel.
Los camaradas aprendieron a vivir en las trincheras y enseñaron a los inexpertos batallones
hermanos españoles que hacer trincheras no es ninguna cobardía sino una necesidad militar. No
siempre fue esto fácil. El jefe de Estado Mayor Schindler contaba una anécdota clarificadora: al
principio los camaradas españoles llenos de orgullo habían replicado con toda frescura que ellos eran
combatientes, no paleros. El ejemplo de los internacionales, de cuyo valor en combate no podían dudar,
los fue convenciendo poco a poco de que una gran virtud del buen combatiente es ser un buen palero.
El 27 de enero, un mes después de su primera intervención, los batallones de la XIII Brigada
fueron relevados. Los dos batallones franceses fueron completados, agrupados y reorganizados en la
pequeña ciudad de Utiel, a unos 80 quilómetros de Valencia, el Tschapaiev en la ciudad cercana de
Requena.

29 de mayo de 1937
Hace más calor.
Los médicos del batallón han publicado en el orden del día la estricta prohibición de beber agua de
pozos y fuentes. De ahora en adelante sólo se podrá beber agua hervida –a ser posible con un añadido de
anís, que aquí es fácil de conseguir-. Pero no se puede hervir más de un litro de agua por hombre y día en
los recipientes de los que disponemos. Esto apenas basta debido al calor, a pesar del añadido del medio
litro de café (o lo que llamamos café) del desayuno y el medio litro de vino de la cena. Al que beba, a
pesar de la orden, agua sin hervir y se ponga enfermo se le pedirán responsabilidades disciplinarias, dice
la orden. La prohibición se toma muy en serio sin necesidad de más presiones, no tanto por miedo a la
sanción como por el amor propio de cada voluntario de que no caiga sobre él la insoportable sospecha de
que se quiere poner enfermo voluntariamente.

Ayer estábamos el general y yo jugando una partida de ajedrez al final de la tarde cuando se dio
alarma de aviación. Una escuadrilla fue avistada volando hacia nosotros. La gente corrió al subterráneo.
El general sonrió con satisfacción y movió su ficha, y yo me quedé parado. Cuando pasó la alarma yo
había perdido la partida, como casi siempre, ya que el general juega algo mejor yo. Entretanto Jensen
estaba sentado a nuestro lado fumando e hizo algunas observaciones psicológicas sobre nosotros dos.
Hoy por la mañana, antes de su partida, el jefe del Estado Mayor Schindler ha estado sentado
media hora en mi cobertizo al borde de la cama. Yo le había escrito una carta a Friedel que él le ha de
entregar personalmente en París. La correspondencia con ella es ahora muy difícil; estoy tan sobrepasado
por mis impresiones aquí que no sé por dónde empezar ni por dónde acabar para darle una idea de lo
que es esto. Tampoco es fácil escribir al vacío: cada carta va y viene a lo largo de semanas, durante las

146
:
cuales lo que cuentas, preguntas o contestas ya ha quedado caducado. Me tengo que dar por satisfecho
con un par de palabras: me va bien, las impresiones son profundas y espero que fructíferas, el ambiente es
estupendo y la buena vida transcurre sin peligro en comparación con otros frentes.

Schindler es un hombre imponente, de amplios hombros, con una bien formada, regular y ancha
cara y una frente amplia. Va por la mitad de los cuarenta. De vez en cuando se percibe en sus ojos una
sombra de resignación y en su boca un gesto de amargura. Lo ha causado su dura vida, llena de renuncias,
al menos desde 1914. Es hijo de una familia obrera de muchos niños. Con diez años tuvo que empezar a
trabajar: repartidor, recadero, aprendiz de mecánico. En 1912, con apenas 20 años fue llamado a filas y
cuatro semanas después de haber sido licenciado de su servicio militar de dos años, estalló la guerra. La
sufrió de principio a final, y la acabó como oficial sustituto (el hijo de un obrero no podía ser oficial en el
ejército imperial). Durante el tiempo de su aprendizaje estuvo organizado en la Juventud Obrera
Socialista. En la guerra se convirtió, como otros muchos soldados del frente, en enemigo de la guerra. Se
unió a la Liga Espartaquista y aterrizó, apenas vuelto del frente, en las cárceles de la “república más libre
del mundo...”.
En los años siguientes empezó a trabajar como periodista y estudioso, fue provisionalmente
redactor del “Ruhrecho” y después uno de los editores de las obras de Franz Mehring. Se interesó
especialmente por el estudio de la ciencia militar –las experiencias prácticas ya las había coleccionado
durante más de seis años de servicio militar, de ellos dos en la paz y cuatro en la guerra-. En los últimos
años antes de Hitler no perteneció a ningún partido, pero era un hombre de izquierdas y tuvo que huir.
En la emigración en Francia, con sus casi 40 años, tuvo que volver a empezar a ganarse la vida con
los más pesados trabajos: cargador de muebles, peón..., pero nada de esto hundió al hombre fuerte y de
poderosas manos. Mucho más deprimentes fueron las dificultades añadidas, unidas al intento de ganarse
la vida honestamente en el exilio. La “hospitalité” francesa para con los enemigos de Hitler, llegaba a
permitirles utilizar los recursos que ella aportaba e incluso los de la ayuda anglo-norteamericana, pero no
llegaba a permitirles ganarse su humilde existencia con un trabajo digno. Esto, en realidad, valía sólo para
una parte de los exiliados - los exiliados políticos, los obreros sin medios y los intelectuales-, que no
querían hacer otra cosa que buscar un trabajo honrado y que por ello se veían obligados a chocar con
toda una serie de ordenanzas que impedían concederles ni siquiera el permiso para trabajar en forma de
una carta de trabajo, o se lo concedían muy excepcionalmente. En honor a la verdad hay que decir que la
otra parte del conjunto de los emigrantes alemanes –porque los había de dos clases muy diferenciadas: un
95% emigrantes económicos y 5% emigrantes políticos- no sufrieron en forma alguna estas dificultades.
¡Qué va! Los jugadores de bolsa, especuladores, estraperlistas, banqueros, gigolos, proxenetas, gorrones,
prostitutas, jóvenes de tres al cuarto y parecidos fermentos de la sociedad –para los cuales la llegada al
poder de Hitler sólo suponía un cambio de lugar- no necesitaron nunca una carta de trabajo para especular
en la bolsa a la baja, para dejarse mantener o adaptar sus respectivos trabajos, los cuales, francamente
dicho, apenas si se podían declarar como “trabajos”. Algunos de estos emigrantes económicos vivieron
buenos tiempos y consiguieron escandalosa fama en los Campos Elíseos o el Paseo de los Ingleses.

147
:
Por lo que se refiere a Schindler, después de los primeros tiempos de hambre, consiguió
aprovecharse de sus estudios militares. Numerosos artículos bien fundamentados y dos libros sobre el
rearme en la Alemania nazi hicieron su nombre (o su pseudónimo) conocido y le ayudaron a superar
materialmente los peores tiempos.

Schindler, que puede enorgullecerse de haber sido uno de los primeros internacionales que pisaron
el suelo español y cofundador de una de las primeras unidades internacionales, la “Centuria Thälmann”,
me ha contado muchas cosas de los inicios, medio dramáticos, medio caricaturescos de esta formación,
que dio ejemplo a otras. Vista con desconfianza y admirada a la vez, rodeada por el amor de la población
de Barcelona y por la celosa desconfianza de los partidos catalanes, amenazada y galanteada, objeto de
burlas y de alabanzas, esta pequeña tropa de entre 80 y 90 hombres, salió de Barcelona hacia el frente de
Aragón a finales de agosto dentro de la Columna Carlos Marx.
Su intervención en aquellos momentos fue bastante más que una demostración de solidaridad
internacional. En aquellos meses y especialmente en el frente de Aragón, una unidad tan pequeña pero
decidida, disciplinada y firmemente dirigida, tuvo una gran fuerza real. Provincias enteras fueron
conquistadas entonces por pequeños grupos, insignificantes numéricamente pero decididos a intervenir y
valientemente dirigidos; provincias enteras fueron entonces también perdidas por miles de hombres con
fusil pero sin dirección. La guerra en el frente de Aragón no fue dirigida por los iluminados montones de
borrachos de libertad, sino, por un lado, por un par de centurias de conscientes vanguardistas y, por el
otro lado, por un par de “tercios” o “banderas” bien entrenados, mercenarios unidos por gusto a la
violencia o deseo de botín. Una de estas pocas centurias realmente combatientes, y entre ellas la más
experta en combates, fue la Centuria Thälmann. Intervino aquí y allá, como un saco de arena que en el
último minuto se arroja sobre el dique de contención casi sobrepasado.
A veces la realidad se burla de las metáforas. Porque de hecho, en realidad, la primera tarea de la
Centuria Thälmann en el frente fue precisamente la voladura de diques en el sector de Tardienta para
dificultar el avance de los fascistas.
A mediados de octubre los fascistas iniciaron su intento de ruptura en el frente de Aragón entre
Huesca y Zaragoza por Tardienta. No había un frente. Por cualquier sitio, distribuidos más por casualidad
que por necesidad, se podían encontrar un par de secciones de hombres con fusil, sin contactos de unos
con otros, sin dirección, sin visión general. Schindler recorrió a toda prisa el terreno para comprobar qué
y quién se oponía en realidad al avance de los fascistas. En una aldea encontró un grupo de 20 hombres
que disponían de ocho fusiles de caza. Los fusiles los repartió en un grupo de anarquistas desarmados que
habían llegado en un camión preparados para ir al frente. No sabían dónde estaba el frente. El mismo
Schindler tampoco lo sabía exactamente, nadie lo sabía. El frente está en el punto hasta el cual los
fascistas han avanzado. Puede ser que un grupo de ellos esté ya en algún lugar a 30 quilómetros tras
nuestras espaldas y otro puede estar en un punto 20 quilómetros por delante del lugar que ha ocupado o
desalojado una unidad republicano. El frente está por todas partes, allí donde uno choca con los fascistas,
delante, detrás o precisamente donde uno se encuentra...

148
:
Schindler sigue viajando. En la próxima aldea está... nada. En la siguiente... nada. Finalmente en
algún sitio, en un cruce de caminos, se encuentra una centuria catalana bajo una lluvia torrencial. De
lugares desconocidos viene el sonido de ametralladoras. El grupo se apretuja desvalido sobre la carretera.
Un invisible enemigo dispara contra ellos. A Schindler se le ocurre dirigir al grupo sobre una colina. Es
muy difícil hacer comprender a estos jóvenes que se deben separar y formar una línea. Precisamente el
peligro les hace juntarse. Pero hay un chico listo entre ellos que entiende la necesidad y los otros le
escuchan. Schindler le pasa en mando. Así pues aquí ya se ha formado en todo caso una línea de defensa.
Pero... ¿se mantendrá?
Así, a lo largo de días. Los fascistas avanzan. Toman la altura dominante en el sector de Tardienta,
sobre la cual se levanta una ermita. Arrastran artillería. Tamborilean en las débiles filas recién formadas
de los defensores. Entre nosotros no hay munición, ninguna reserva, ningunas instalaciones defensivas,
ningún plan. En una noche crítica Schindler organiza una maniobra de despiste. Hace avanzar hacia el
frente a todos los camiones, coches, motocicletas vacíos con los faros encendidos. Luego apagan los
faros, retroceden y avanzan de nuevo con los faros encendidos. Los fascistas posiblemente crean que este
convoy que va y viene son reservas que vienen a toda prisa. (De hecho así lo creyeron.)
Entre tanto se recoge cada bala de los muertos, de los heridos, de todas las aldeas, de los Estados
Mayores, de donde quiera que estén, de manera que cada miliciano de los que están delante tiene un par
de tiros a su disposición si los fascistas vienen. Así pasa la noche, así pasan los siguientes días. De
Barcelona vienen un par de fusiles, alguna munición, nuevos voluntarios y así, a trancas y barrancas, a lo
largo de los siguientes días y semanas, el frente se va remendando una y otra vez.
El hecho más importante en este frente durante aquellas semanas fue el ataque de la Centuria
Thälmann a la famosa ermita (la ermita de Sta. Quiteria de Tardienta. N.d.T.), que ha sido
frecuentemente descrito y ha encontrado una gran resonancia en España y en todo el mundo.
La ermita no fue conquistada. Los pocos hombres de la centuria que llegaron arriba debieron ceder
ante los contraataques de los fascistas porque se quedaron sin munición. Sólo la mitad de los atacantes
salió vivo. En Barcelona se les entregó una bandera. El grupito de los voluntarios internacionales había
demostrado que los “voluntarios” eran fuertes, preparados para luchar, abnegados y relativamente
cualificados en las técnicas militares. Así se quedaron superadas las resistencias contra la intervención de
las Brigadas Internacionales.
Cuando Schindler, que había vuelto a Barcelona con la centuria, se fue a París para hacer
publicidad en favor de la creación de las Brigadas Internacionales, sus ideas eran en gran parte ya
realidad. Miles de voluntarios habían ido llegando entretanto a España. Schindler regresó España a
principios de diciembre. En esos momentos el general Gómez ya había tomado el mando de la XIII
Brigada; Schindler fue su jefe de Estado Mayor.

El teniente Boris pregunta a través de la cortina: “¿Permiso?” Schindler es reclamado en el teléfono


por el 2º Batallón. - Mi última conversación de servicio - dice Schindler. No sé si suena aliviado o triste.

149
:
Con este viaje empieza para él un nuevo capítulo. Dudo que a su vuelta sea otra vez jefe del Estado
Mayor de la XIII, y quién sabe dónde y cuándo nos volveremos a encontrar.
El pequeño Boris toma su lugar en la esquina de mi cama. Es polaco de nacimiento, para ser
exactos es un judío del Este crecido sobre territorio polaco. Vive hace bastante tiempo en España y es un
fanático enamorado del pueblo y el país. Trabajó como aprendiz de sastre en Barcelona, donde no le fue
ni bien ni mal. Normalmente es dulce y silencioso, parece tímido y poca cosa, pero uno se confunde si
cree que no tiene autoconciencia. Modesto y transigente en lo que se refiere a su persona, es tozudo
hasta la obstinación cuando se trata de cuestiones importantes, y si se huele una injusticia, él -tan
pequeño e introvertido- se convierte en un Sansón76. Hace poco le escuché vociferar con el general en
una pequeña disputa sobre un asunto del servicio no resuelto, por cuyo incumplimiento la jefatura de la
brigada había pedido cuentas públicamente a un inocente; gritaba de tal manera que me quedé con la
boca abierta de asombro. Sus ojos echaban llamas, parecía estar dispuesto antes a dejarse fusilar que a
ceder, si bien se trataba de algo insignificante. (Pero para un Kohlhaas es igual si la injusticia es pequeña
o grande; Boris es un Kohlhaas77 y me parece que es por eso por lo que me gusta).
Hoy está suave, como de costumbre. Sus hermosos ojos negros, que cuando está enfadado pueden
echar rayos, estén meditabundos. Le encanta estar ahí sentado en silencio. Garrapateo en su presencia sin
cumplidos las principales palabras de lo que ha contado Schindler. Entre tanto le pregunto cómo vio el
panorama en los primeros días de la guerra civil en Barcelona, ya que le cogió precisamente allí.
Enseguida se pone a recordar los ataques de los trabajadores sobre el Hotel Colón en la plaza de
Cataluña, donde las tropas fascistas se habían atrincherado. En ese momento un nuevo visitante retira la
manta que hace de cortina ante mi catre. Es Schaul. Cuando aparto mis ojos de Boris y los dirijo a Schaul,
pienso que podían ser hermanos. Ambos son pequeños, delicados, de pelo muy negro, ambos tienen
hermosos ojos oscuros de expresión profunda, un poco melancólicos. Pero Schaul es constante,
intelectualmente disciplinado, mientras que Boris oculta una voluble (y también indisciplinada) ferocidad
tras su silenciosa y pacífica apariencia exterior.
Schaul agita una hoja de periódico en la mano. Es un extenso informe del “Pariser Zeitung” sobre
una “tarde española”, aparentemente muy representativa, de la “Federación de Defensa de los Escritores
alemanes” en una gran sala de la Mutualidad de París. Tras el informe debe haber habido una buena
manifestación con la presencia del ministro de Asuntos Exteriores Álvarez del Vayo y del embajador
español. Se ha leído algún fragmento de la versión de mi “Diario de Madrid” y estos apuntes sin arte
parecen haber causado una fuerte impresión. También se ha leído y aclamado un poema de Hannes
Marchwitza. Lo que sigue, ya lo sé. Quiere como contrapartida un artículo para su periódico del batallón.
Le he preparado con ese fin un resumen de la conversación con los guerrilleros.

76
En realidad no dice “en un Sansón”, sino “en un Berserker”. Berserker era un ser de la mitología nórdica
de fuerza descomunal que combatía sin armas; la palabra etimológicamente quiere decir “un combatiente envuelto
en una piel de oso” . (Deutsches Wörterbuch, ver nota 54). Traduzco aquí, como en la página 138, Berserker por
Sansón porque me parece la traducción más clara para nosotros.
77
Michael Kohlhaas es el personaje de una narración de Heinrich von Kleist situada en el siglo XVI, que
representa a un buen hombre, comerciante de caballos, con tan exagerado sentido de la justicia que, al ser vícima de
una injusticia, se convierte en un bandolero, asesino irascible, orgulloso, vengativo y lleno de odio. (Wikipedia)
150
:
Después viene Schindler de nuevo, preparado para la partida, para despedirse otra vez. El general y
yo le acompañamos a su coche.
A la vuelta, el general se lamenta de sus preocupaciones.
¿Quién sustituirá al experto Schindler? Por su rango, el oficial de Estado Mayor capitán N... tiene
la esperanza de ocupar las funciones de Jefe del Estado Mayor. El general no parece estar contento de esta
regla habitual. Le digo consolándole:
- Bueno, es aplicado y formal.
El general se lo piensa y responde flemático: -Tú lo llamas “aplicado”, yo diría más bien “activo”.
- Pues escoge a otro.
- ¿A quién?
- Karl Putzke.
El general me hace un mudo gesto con la mano:
-Esto produciría el enfado de N....
Pienso para mí: pues si quieres evitar todos los enfados, lo vas a tener difícil, y además, al final,
tendrás el enfado por añadidura.
Entonces el general me avergüenza otra vez por su inteligente razonamiento (realmente no hay que
menospreciarle):
- Karl como oficial de información es insustituible –dice él-, en cambio el trabajo del Estado
Mayor, al menos mientras permanezcamos tranquilamente aquí, es una cosa formal. Cualquiera puede
redactar las órdenes del día y firmar las actas. Esto N... lo puede hacer tan bien como cualquier otro. Y si
la cosa funciona, en todo caso yo mismo puedo hacer lo más necesario.
Esto parece irrefutable – prescindiendo de los imponderables que puedan surgir-; aunque
imponderables serán, y muy importantes, por ejemplo las reacciones del frente ante los nuevos cargos en
los puestos centrales.
- No es poco importante -opino yo, casi como si hablara para mí mismo -, lo que en las trincheras
se diga (o se piense). Si los de allí delante saben que “detrás”, en el Estado Mayor, se sienta uno de sus
iguales, están más tranquilos. Karl, por ejemplo...
- No habla francés ni español - me interrumpe el general.
- Pero habla el lenguaje de las trincheras - insisto. Entonces recuerdo que el mismo Karl me había
hecho la observación de que el comandante Lhes del 2º Batallón sería un excelente jefe de Estado Mayor.
- Si Lhes no fuese insustituible para su batallón, lo cogería – dice el general antes de que yo haya
expresado mi pensamiento (no, no hay que menospreciarle) -, pero el batallón francés tiene una
composición difícil; no hay nadie que lo pueda sustituir.
Vale, bien; él lo ha decidido y yo lo admito aunque no sin cierta preocupación.

Escribo y escribo. Alguien carraspea a mi lado. Me he sobresaltado. Franz, el larguirucho auxiliar


del general, se ha deslizado sin ruido en el cobertizo, lleva un minuto mirándome.
- No te asustes -me dice riéndose-, sólo te traigo un cariñoso saludo.

151
:
- ¿De...?
- De Gwendolin.
- ¿Y quién es Gwendolin? - le pregunto distraído.
- Pero, bueeeno..., -dice con tono desaprobador-, ¿tan olvidadizo te has vuelto? La guapa enfermera
americana de la ambulancia, la que ha dicho que está aquí para defender la civilización. Se ha enterado de
que aquí vive un escritor.
- ¿Y cómo...? ¿Quién se lo ha dicho? ¿Cómo precisamente Gwendolin?
- Ah... A Pearl le interesa más el ayudante - añade.
Me tengo que reír. -¡Anda ya, Celestino! Lo que me faltaba... Así no hay quien se concentre.
Se cuadra muy divertido. -¡A sus órdenes!- Da una enérgica media vuelta y se va.
- ¡Dale cariñosos recuerdos! - le grito.
Faltan veinte minutos para la hora de la comida. El capitán N... ha asomado su redonda cabeza
por la cortina que separa nuestros camastros y me ha llamado la atención sobre qué bueno sería con este
calor tomar un buen trago en el Dattler78 antes de comer viendo la catedral de Friburgo.
N... es natural de Friburgo en Breisgau y ayer comprobamos que ambos hemos estudiado allí, él
siete años antes que yo, inmediatamente antes de la guerra. El recuerdo viene al caso porque cuando hacía
calor los estudiantes corrían al acabar las clases al local más bonito para los excursionistas, sobre las
colinas que se alzan sobre la ciudad, el Dattler, y allí se bebían una clara. Cuando yo estudié, en 1920, era
la época de la inflación y mi dinero me permitía tales excursiones sólo una vez a la semana, pues el
Dattler se hacía pagar la hermosa vista con sus precios.
Sólo le contesto a N... - Yo disfrutaba pocas veces de una situación tan feliz.- Y enseguida siento
no haberle respondido más amigablemente, pues está claro que él sólo ha intentado rememorar nuestra
colegialidad. Cuando N... retira de nuevo la cabeza, sólo queda en la habitación un invitado mudo. Un
bonito, pequeño y negro perrito de orejas y morro puntiagudo que desde hace tres días ha encontrado sitio
debajo de mi cama y que mueve el rabo cuando yo llego.

30 de mayo de 1937
El plan de ir al Estado Mayor del Tschapaiev con Ludwig, ayer se quedó en nada. Durante la
comida el general me invitó a acompañarle a Hinojosa después de comer, quería inspeccionar allí la
intendencia de la brigada. Me preparé muy contento porque me daría ocasión de buscar a Hannes
Marchwitza y de alegrarle con el recorte del periódico en el que se anuncia su fama.
Encuentro muy respetable que el jefe de la brigada se ocupe personalmente de la intendencia.
Nunca se le suele dar suficiente importancia. Es tan importante para la moral de la tropa como la
munición para la lucha. Los hombres que están en los agujeros de protección, han de tener la certeza de
que tras ellos todo funciona limpiamente. Están preparados para pasar privaciones si es necesario. Pero la
sospecha de que mientras ellos tienen que mantener las filas estrechamente cerradas allí delante, detrás

78
El Dattler, por lo que se dice unos renglones después, era una cervecería conocida, y al parecer cara, cerca
de Friburgo.
152
:
cualquier polizonte de retaguardia se está cebando, los pondría furiosos. En eso los soldados antifascistas
son iguales que todos los demás soldados y es muy humano que sea así. Por suerte, no damos pie para
tales sospechas.
De todos modos la cuestión de la intendencia y de los intendentes es complicada también entre
nosotros por diversas causas. Todo intendente realmente bueno, es decir el que no sólo maneje bien sus
funciones desde el punto de vista burocrático y administrativo, sino que también tenga iniciativa para
abastecer a sus tropas con lo mejor y lo más abundante dentro de lo posible, debe tener alguna de las
cualidades de un astuto negociante: capacidad de rastrear, firmeza, energía; tiene que ser taimado, estar
al acecho y preparado para las pequeñas sisas con el fin de arañar un par de raciones más para su
compañía, su batallón y su brigada. Esto funciona así en todos los ejércitos del mundo, igual aquí que en
el ejército alemán, donde las empresas de la intendencia están muy organizadas. Pero sobre todo es
importante aquí, en medio de nuestra desorganización, donde se deja a la improvisación un amplio
espacio de juego. El intendente que no despliegue su propia iniciativa pronto caerá bajo las ruedas y su
tropa se quedará con las ganas. El buen intendente debe poseer todas las capacidades del comerciante;
debe estar acostumbrado a ser perseguido por todos los perros y a lavarse con todas las aguas79. Debe
tener, por decirlo con toda crudeza, algo de las habilidades de un “estraperlista”. Y esas habilidades son
especialmente difíciles de encontrar entre antifascistas, además de ser despreciadas por ellos. ¿Dónde
encuentra uno entre los voluntarios internacionales gente así? Hay que tener mucha suerte para encontrar
algunos. La gente con habilidades comerciales no son por regla general combatientes por la libertad; y los
combatientes por la libertad lo que menos son es negociantes.
En la XI ocurrió un caso de suerte así. Le llamaban Félix. Durante el viaje se lo estuve contando al
general. Era un vienés. En las más difíciles circunstancias él sacaba de donde quiera que fuese las
provisiones más cuidadosamente escondidas. Tenía sus fuentes y sus suministradores por todo el país
pero iba también por cada hoguera preguntando a sus tropas qué necesitaban. Tenía un sexto sentido, un
fino olfato, ninguna ocasión se le escapaba. Y a la vez permanecía insobornable y buen camarada
incluso cuando fue ascendido a capitán y Hans Kahle le nombró intendente de la División. Los
compañeros lo conocían todos y sabían que se podían confiar a él. Andaba por todas partes radiante y
contaba a todos con desparpajo: - Sabéis, camaradas, en toda mi vida no he servido para nada. He sido
siempre un traficante, un estraperlista. Ahora por primera vez esto sirve para algo. Por primera vez en mi
vida puedo ser una persona decente porque soy un estraperlista. Así que podéis reíros, vosotros, hombres
honrados. Pero yo os digo, todo lo que trafique ahora será para la brigada. Y cuando esto se acabe ya no
habrá chanchullos nunca más.
El general se ríe.
- Los camaradas de la XI se reían también mucho –le digo yo. Al principio estaban un poco
desconfiados y sólo con que uno de ellos hubiera sabido hablar bien el español y se hubiera mostrado
medianamente hábil, sin duda hubiese sido preferido para la intendencia. Así que al principio
79
“Er muβ mit allen Hunden gehetzt und mit allen Waschen gewaschen sein”, son frases hechas en alemán
que vienen a querer decir los mismo; que el buen intendente debe ser duro para aguantarlo todo y ser muy
espabilado para aprovecharse de cualquier circunstancia..
153
:
controlaban con mucho cuidado a su Félix – se llamaba de otra manera pero es así como le llamaban-.
¡Pobre de él si entre tantos ratones se le hubiese despertado su propio apetito! Ahora ya confían en él,
están convencidos de que sólo hace chanchullos para la brigada.
El rostro jovial del general se ha oscurecido un poco. Con voz preocupada dice:
- Nuestro intendente es un “gentleman”, hijo de una casa muy rica, vieja nobleza. Ha hecho
grandes tonterías: cuando recibió su herencia alquiló en Londres un vuelo privado a Montecarlo, voló
hasta allá y en un par de noches se cepilló toda la herencia.
- Una historia bien estúpida. -digo yo-. ¿Y cómo ha venido a parar aquí?
El general está aún más preocupado:
- Cuando empezó la guerra estaba ya en España y se puso a nuestra disposición. Lo enviamos a
una unidad española, pero nos dijo que pensaba sinceramente que estar entre nosotros le serviría para
salir de su propio pantano.
El general suspiró. - Vale. Le di la oportunidad. Lo tiene claro: si hace más de lo que está
permitido, recibirá una buena bronca.
Yo ya sé que el general exige del intendente exacta rendición de cuentas y que comprueba cada
detalle. No se cansa de amonestar paternalmente a este hombre tan voluble80. Secretamente mantiene la
esperanza de que el joven se convierta aquí en alguien cabal.
Pero vuelve a suspirar. Ya hemos llegado a la intendencia en Hinojosa. Y dice: - Ha gastado la tela
para las camisas de los oficiales en hacerse pijamas en la sastrería de la brigada. Naturalmente la tela la ha
pagado él. Pero no sé para qué demonios necesita pijamas aquí.

Nota de 1939: El esforzado trabajo de educación del general al final resultó vano. Mientras este
joven aventurero estuvo bajo el control directo del general, cumplió con su deber activa y
ordenadamente; es de suponer que bajo la buena influencia de la personalidad del general se llenó de
buenos propósitos. Cuando después de la batalla de Brunete los restos de la XIII Brigada fueron
repartidos entre otras unidades, incluso ascendió a intendente de una División. Lo encontré otra vez en el
otoño del 37 en Madrid. Tenía el rango de comandante y, correspondiendo a su grado, un sueldo alto;
disfrutaba –debido a su crédito adquirido en nuestra brigada- de la confianza de la dirección de la
División. Pero después pasó algo raro: a este joven, que parecía llevar un buen camino (y con tantas
facilidades), pues volvió a ser encuadrado entre nosotros, fue nombrado comandante y puesto por sus
camaradas ante una importante tarea... no se le ocurrió otra cosa que robar un par de cientos de miles
de pesetas, viajar con su coche hasta la frontera de los Pirineos y pasarla a pie, perdiendo entre tanto
una parte del dinero, que, por cierto, casi no tenía valor en el extranjero. Así que perdió la posibilidad
que se le ofrecía de llevar entre nosotros una vida dura pero con honor y futuro, con una ligereza cuya
falta de reflexión es desconcertante. En el mejor caso cambiaría lo robado por un par de decenas de
miles de francos. Y con ello consiguió la certeza de acabar su vida como un desclasado, expulsado de la

80
Textualmente dice “amonestar a este buñuelo de viento” (Windbeutel), que es una forma de nombrar en
alemán al individuo voluble y inconstante. (Deutsches Wörterbuch, nota 54)
154
:
comunidad de las personas honradas. Sólo era un aventurero y así no prospera nadie entre nosotros
mucho tiempo. En nuestra vida dura y abnegada los aventureros no echan raíces.

La inspección fue muy interesante para mí. Me dio idea de las dificultades específicas que hay que
resolver aquí.
Cuando el general hubo inspeccionado minuciosamente las provisiones de comida y ropa, visitado
los talleres de la brigada, la sastrería y la zapatería, y revisado la cocina de la intendencia hasta el fondo
de las cazuelas con ayuda de todos los administradores del puesto, y tras haber charlado con casi todos los
empleados de la intendencia, el intendente le confesó que había aprovechado una ocasión para realizar
una compra extraordinaria de 15 carneros para la brigada.
- Sabes perfectamente que las compras adicionales están prohibidas - le reprochó el general. El
reproche no sonó muy convincente.
Aquí se metieron algunos de los oficiales y suboficiales de intendencia que estaban por allí. Si uno
se ha de atener estrictamente a las ordenanzas que prohíben la compra de cualquier comida extra, dijo un
sargento polaco que hablaba alemán, las brigadas estaría en dos semanas medio muertas de hambre. Y un
teniente francés se hizo traducir que las ordenanzas son aquí para ir tirando: sólo los prusianos se
mantienen tan estrictos en ellas, dijo riéndose, sin ninguna mala segunda intención.
Contra esto el general nos pidió que pensásemos que las brigadas españolas se las tenían que
apañar igualmente con las raciones a ellos asignadas y que harían mala sangre si los internacionales
asaban salchichas extra.
Se protestó. También las unidades españolas se procuraban –así se afirmaba- provisiones extra.
Además, y esto era decisivo, los internacionales no soportaban la comida puramente española. Si no se
procura conseguirles otras comidas, un día vendrán y dejaran en ruinas la intendencia.
- Hasta ahora siempre se dice que la intendencia tiene la culpa. No preguntan por las ordenanzas de
Pozoblanco. Si sólo les pusiéramos delante lo que nos envían - habas, aceite y bacalao- sería muy
cómodo para nosotros pero pronto acabarían todos desmayados - dijo renegando un suboficial austriaco.
¿Responderá el general con un castigo?
No, el general conoce las dificultades de estos problemas. Sabe también que los estómagos
alemanes y noruegos, y holandeses y austriacos, no soportan el aceite sin refinar, y que con una
aplicación rígida y general de las ordenanzas poco se consigue. Si se quiere mantener a los
internacionales en condiciones de combatir se les debe dar una comida diferente a la de los camaradas
españoles.
Esta es una parte del problema y parece clara.
Pero la otra parte es la falta general de medios, la gran necesidad que padece todo el pueblo
español. Nosotros también hemos de soportar las privaciones materiales en la misma medida que los
españoles. ¿Igual que las víctimas en combate? ¿Podemos, donde todos sufren, aspirar a privilegios? Esto
estaría en contra de los principios fundamentales de nuestra voluntaria intervención aquí.

155
:
Así que el general se encuentra dividido entre el ir y el venir del deber, que le exige no permitir
ningún choque con las órdenes superiores, y su responsabilidad de cara a la tropa, que ya es bastante
pesada sin esto.
Durante el regreso he intentado animarle a ver qué es lo más ventajoso para la fuerza de combate
de su brigada. Naturalmente debe impedir los abusos y en cualquier caso no hay que andar regalándose.
Pero yo, en su caso, habría cerrado los ojos a la cuestión de la compra de los carneros.
- La juventud lo arregla rápido con palabras -gruñe el general.
Se queda pensativo, en su rostro aparece un gesto de preocupación. Entonces pregunta: - Y si los
15 carneros hubiesen estado destinados a la población de Madrid, ¿habrías querido que se comprasen bajo
mano para la brigada?
No sé qué decir. Me callo. Todo es muy difícil.

Tras el inventario y las delicadas discusiones sobre los medios permitidos y no permitidos de
conseguir subsistencias, el general se dedicó a inspeccionar las cuentas y recibos de los últimos diez días.
Y yo aproveché la ocasión para largarme a hacerle una visita a Hannes Marchwitza.
Lo encontré en su habitación, pero no solo. Un camarada estaba con él, Wilhelm, carpintero de
profesión, un comunista mayor, de toda confianza, al que ya conocía de la emigración en París. A pesar
de sus 47 años ha participado en los combates de la brigada y ha resultado ligeramente herido en un
muslo por la rozadura de un balazo; ahora trabajaba útilmente como artesano en la intendencia.
Los saludé a los dos y enseguida le mostré a Marchwitza el informe del “Pariser Zeitung”, que le
puso extraordinariamente contento:
- ¡Chico - exclamó-, parece que los de Paris no nos olvidan!
Le leyó en voz alta el informe a Wilhelm y se esforzó de diferentes maneras en hacer partícipe al
viejo camarada del optimismo que evidentemente le producía la noticia de París.
No se me escapó que Wilhelm había agachado la cabeza, y para llevar sus pensamientos en buena
dirección le pregunté si había tenido noticias de Marta, la joven y enérgica camarada con la que Wilhelm
había vivido en la emigración y cuya vitalidad digna de admiración había permitido a este hombre algo
torpe superar todas las contrariedades y las necesidades de la vida. Con esta pregunta natural e inocente
por su valiente compañera, entonces sí que desencadené un verdadero desastre. Wilhelm rompió a llorar
inconteniblemente. Es horrible ver llorar a un hombre fuerte; sin duda le ha ocurrido una catástrofe
importante sin que ninguno de nosotros haya caído en la cuenta. Mi sospecha era que le hubiese llegado a
oídos alguna tontería insignificante de la enérgica joven, que en realidad no tenía nada de frívola, más
bien lo contrario. Pero enseguida me enteré del motivo del dolor desgarrador, en parte por Hannes
Marchwitza, en parte por el mismo Wilhelm, al que evidentemente hizo bien poder expresarse, después
de que soltar las lágrimas retenidas le hubiese servido de alivio.
Wilhelm había conocido a Marta en la emigración. Ella era entonces, en 1933, una joven de apenas
20 años, mientras que él ya tenía los 40. Ambos encontraron alojamiento en uno de los hoteles más
baratos del Distrito 19 de París, proporcionado y pagado temporalmente por la “Ayuda Roja” a los

156
:
refugiados políticos alemanes. La resuelta Marta cuidó como una madre de aquel hombre desvalido, le
ayudó en muchos problemas de la vida, por ejemplo, resolviéndole las interminables dificultades del
trato con funcionarios –ella aprendió rápidamente francés-, de tal manera que en sus andanzas por
comités y prefecturas él dependía completamente de ella. Muy pronto ella ganó también un poco de
dinero como mujer de la limpieza y costurera en casa de emigrantes acomodados. También cuidaba del
compañero en lo material: cocinaba para él, le cosía los botones de los pantalones, lavaba su ropa,
remendaba sus calcetines, y era inevitable que tras algún tiempo también compartiera su cama. Además
en este caso la causa última también había estado condicionada por la necesidad: él no podía seguir
pagando su habitación, así que se trasladó a la de ella.
No sé si ella lo quería. Seguro que apreciaba su carácter honrado y encontró alguna satisfacción
en vivir junto a él. Es de suponer que ella no deseara nada más que ésta firme y natural relación, que por
su parte nada tenía que ver con la pasión, pues ella quería y debía mantener libre su corazón y su espíritu
para su hombre. Su hombre era un joven metalúrgico de Düsseldorf, organizado desde su juventud en el
partido, activo militante, que disfrutaba de prestigio y confianza entre los trabajadores en el movimiento
sindical y en su distrito, y que había sido designado como candidato para las elecciones al Parlamento
prusiano. En una de las provocaciones desencadenadas sistemáticamente mil veces por los nazis en
aquel entonces, él chico le había arrancado una llave americana a uno de los hombres de las SA que les
atacaron con muy superiores fuerzas, y le había golpeado con ella. El chico era un atlético deportista, así
que dos de los nazis quedaron tirados en el suelo sangrando y uno de ellos murió en el hospital. Si bien
las circunstancias del hecho eran evidentes –se trataba de un caso de defensa propia- el tribunal de la
República le condenó a 6 años de correccional. Eso había pasado en la primavera del 31. Él tenía 26 años
y su mujer, Marta, 20. Llevaban casados ocho meses.
En 1933 Marta emigró. Vivió temblando mucho tiempo con el temor de que los nazis matasen a
su marido tras los muros de la cárcel pues no iban a dejar pasar la ocasión de vengar la muerte de uno de
los “suyos”. Pero, por alguna razón, se olvidaron de la existencia de Albert.
Era cosa convenida entre Wilhelm y Marta que ella volvería con su esposo en cuando lo liberaran.
No se habló más del asunto. Posiblemente Wilhelm no pensó más en ello, tal vez no quiso pensar pues
para él Marta se había convertido en imprescindible y una vida sin ella en impensable. Su propia esposa
se había quedado con sus hijos ya mayores en Alemania; él había consentido de buen grado la separación
y ella se había casado de nuevo. El hijo mayor está en las SA, así tuvo que ser; la muchacha, ahora de 16
años, pertenece a la Liga de Muchachas Alemanas; y el pequeño, que tenía 7 años cuando Wilhelm tuvo
que emigrar, ya ha crecido en el régimen nazi. Las viejas ligaduras ya están, pues, completamente rotas.
Sólo queda la nueva vida con sus peligros, sus necesidades, sus tozudas esperanzas, su combate tenaz. Y
con Marta. Él no se puede imaginar su vida sin ella, ha crecido junto con ella en estos años, ella le ha
dado juventud y fuerza, lo ha mantenido, le ha dado valor.
Y ahora Albert, su marido, ha sido liberado de la cárcel tras seis años de encierro y ha conseguido
pasar la frontera con ayuda de sus camaradas antes de que los nazis –como tienen por costumbre hacer-
como “segunda cura” lo hayan metido en un campo de concentración del cual sí que ya no saldría con

157
:
vida. Marta le ha escrito a Wilhelm. Vive de nuevo con su marido, no puede ser de otra manera, y,
además, él la necesita; seis años de correccional nazi han consumido duramente al joven, fuerte y alegre
muchacho. Tiene 32 años pero parece que tenga 40, le ha caído el pelo y se orienta con dificultad en la
nueva vida. Se recuperará de nuevo, seguramente pronto. A él y a Marta les irá bien...
Este es el origen de las lágrimas de Wilhelm. No, no hay consuelo. ¿Qué significan las palabras?
Sólo pueden ser palabras. Ésta es una de las situaciones en las que los que están fuera no pueden ayudar
ni aconsejar. El afectado, herido por el destino, debe resolver él solo, como sea. Posiblemente un hombre
de 47 años, medio destrozado por su difícil vida como Wilhelm, perecerá en el intento. Pero nadie le
puede ayudar, al menos no con palabras.
Le apreté la mano y sólo le dije. -Cuando estemos otra vez en Alemania, Wilhelm, necesitaremos
gente como tú.
Habría podido añadir: - Ya sabes que para nosotros no hay vida privada. Somos muertos de
permiso-. Pero decirle esto me pareció inadecuado y sin sentido. La frase me daba vergüenza.
Wilhelm me respondió: - ¿Para qué puedo servir aún? Estoy acabado, No puedo seguir con la
cabeza alta. Ahora han de continuar otros. Para mí lo mejor hubiese sido que me hubiesen dado bien en
Valsequillo.
No supe qué responder. ¿Le iba a dar una conferencia sobre el que su vida no le pertenece a él, sino
a la lucha por la libertad de Alemania? Hay momentos de dolor humano que exigen el respeto del
silencio.

1 de junio de 1937
Ayer tuvo que ser hospitalizado el comisario de la brigada81. El Dr. Jensen cree que se le debe
considerar inútil para el servicio. Ha tenido un fallo cardiaco y no puede soportar el calor del verano.
En la comida del mediodía estuvimos el general y yo solos. Me preguntó si durante la ausencia del
comisario yo podría tomar su puesto hasta la regulación definitiva del tema, que en todo caso necesitaba
una revisión. Le hice una contrapropuesta: confiar al comisario del Tschapaiev, Ewald, esta función.
Estoy desde hace muy poco en la brigada, no conozco a los camaradas y no tendría ocasión de ganarme
su estrecha confianza.
Me contestó que precisamente porque se trataba de una solución provisional, no quería alejar a
Ewald, en el que ya había pensado, del Batallón Tschapaiev. Además con el trabajo que me propone, yo
tendría la ocasión de conseguir la confianza de los compañeros.
Le puse el reparo de que es una mala cosa poner a alguien de fuera y desde arriba en una de las
posiciones de más responsabilidad de la brigada. Esto podría provocar entre los “viejos” que habían
participado en todos los combates, una cierta mala sangre; en mi opinión sería mejor que yo ganase su
confianza en sus filas, encuadrado en un batallón o por lo menos en una función inferior en el Estado
Mayor; así sí que me sentía capaz de ganar pronto la confianza de los camaradas y “promocionarme”.

81
Era el polaco Karol Suckanek y estaba realmente enfermo. Ver nota 47.
158
:
Respondió con cierta ironía que apreciaba mis escrúpulos y que no estaba autorizado ni quería
concederme el rango y el carácter de comisario de la brigada. Lo único que deseaba era mi colaboración
en un puesto que, lamentablemente, era el más débil de la brigada y que tras la salida del que era su
director hasta ese momento, necesitaba más a un camarada con iniciativas y de confianza, que a otro
que fuese experto en idiomas.
Da igual que tome su insistencia como petición o como orden: no me puedo negar. Tras un rato de
silencio, propongo que ahora mismo se tomen algunas medidas que no sólo se justificarán durante el
interregno, sino que suministrarán una buena base al futuro comisario para su trabajo.
Inmediatamente después de la comida me encaminé a los batallones. Ya no necesito
acompañamiento, todos me conocen y me sonríen. Me dirigí al ala derecha del Batallón Tschapaiev en
la línea del frente. Allí reinaba aún la feliz tranquilidad del mediodía. Los holandeses jugaban al ajedrez y
el luxemburgués sacaba brillo con aire satisfecho a su ametralladora – una vieja ametralladora Colt- y no
se privó de refunfuñarme que debería exigir a los tipos del Estado Mayor que por fin viniesen nuevas
ametralladoras al frente. - ¡Escribe una carta al Comité de No Intervención! - le aconsejé.
Después caminé hacia la izquierda, colina arriba. Allá abajo, en la hondonada, la línea del frente es
muy delgada. Sólo se mantiene aquí a un par de puestos de vigilancia porque la línea puede ser protegida
por el fuego lateral de las dos colinas que la rodean. El valle es una alfombra de flores, algunos arbustos
y un par de encinas dan sombra y cobertura. Tras un seto de arbustos están sentados sobre la hierba dos
camaradas desnudos al sol, un largo y joven rubio y un español de piel morena, casi un muchacho. Al
rubio lo conozco, es el camarada sueco P... Se ríen. – Rubio... - dice el muchacho, y acaricia el delgado
pecho del sueco con la mano. Este cierra los ojos e intenta atraer hacia sí al muchacho moreno. El español
se defiende riendo, se pelean sobre la hierba. Yo sigo mi camino; ellos no me han visto
Al otro lado de la hondonada, allá donde el frente asciende de nuevo hacia la cercana colina, está
el puesto del jefe de la 3ª Compañía, el joven compañero Johann Christian Weiβ, llamado Lambo 82, de
Mainz. La entrada de su bien barricada cueva de tierra es baja y me obliga a introducirme agachado.
Lambo está echado sobre el catre que se ha construido. Tiene una carta en la mano; la foto de una
muchacha está junto al sobre abierto en un estante excavado en el muro junto a su cama. Sueña. Me
siento un aguafiestas. Como me ha oído, sus ojos vuelven de la lejanía, toma lentamente la foto y la mete
de nuevo en el sobre.
- ¿Te molesto? - le digo, aunque está de más.
Se apresura a decirme que soy bienvenido.
- ¿Has recibido correo?
- De mi mujer.
- ¿De París?

82
Lambo Weiβ, 1909, Mainz (Maguncia). En Alemania había sido militante de las Juventudes Socialistas y
del SPD y fue en París en 1935 cuando entró en las Juventudes Comunistas. Vino a España en noviembre de 1936 y
fue, en efecto, jefe de la 3ª Compañía del Batallón Tschapaiev con el rango de teniente. Murió apenas un mes
después del momento en el que lo describe Kantorowicz: el 10 de julio de 1937 en las alturas de Romanillos, de un
tiro en la cabeza durante la batalla de Brunete. (Dicc. Vols. Alms.)
159
:
- No, de Murcia-. Me explica que ella no es española, sino que ambos se conocieron durante su
emigración en París, y que ella le ha seguido a España y trabaja en un hospital de Murcia.
Su mirada sigue siendo soñadora. Su fuerte acento del Rhin suena hoy especialmente suave. Es
muy joven. - Si hubiésemos tenido algún permiso...- dice-, mi mujer lleva ya cuatro meses en España y
aún no nos hemos visto.
Mira hacia algún punto en la lejanía y después murmura, como hablando para sí: - Quién sabe si
nos volveremos a ver.
Antes de que le haya podido contestar ha vuelto en sí, casi asustado, y me aclara avergonzado:
- Sabes, estar aquí le ataca a uno los nervios. Por eso se dicen tonterías. ¡Si por lo menos
atacásemos alguna vez! Entonces cambiaríamos de pensamientos.
Su agradable rostro juvenil se ha tensado. Ahora vuelve a ser el jefe de la compañía, el que tiene la
responsabilidad de 135 hombres de 15 nacionalidades, a 800 metros de distancia de los fascistas. No hay
tiempo para darse a pensar mucho en melancólicos sueños. Pero después venciendo su timidez me enseña
la foto, es una señal de confianza: - Es mi mujer. ¿La conoces de París?
No, no la conozco. Me he quedado impresionado por su imagen, porque no corresponde en nada a
lo que yo me había imaginado cuando él la mencionó. Mi representación de ella había sido un puro
cliché.
Como él es joven y de ojos azules, me imaginé a su lado una muchacha igualmente joven, rubia y
amable. Pero la foto mostraba una mujer morena, que debe tener algunos años más que él; su delgado,
muy delicado y atractivo rostro, delataba ya algunas leves sombras donde más tarde se marcarán
pequeñas arrugas. Su boca estaba llena de vida, sus ojos oscuros, de un brillo interior, melancólico. Miré
la foto largo tiempo y pensé que él la debía querer mucho. Sin duda ella poseía más experiencia de la vida
y más sufrimiento que él, ella le dirigía mientras a su vez se apoyaba en él y lo convertía en todo un
hombre precisamente gracias a su delicadeza y necesidad de protección y a la exigencia del gran y
profundo amor que brillaba en estos hermosos ojos.
- No –le dije a Lambo-, no conozco a tu mujer. Pero creo que pronto habrá ocasión de que os veáis.
Y después ya me la presentarás.
- Es polaca, también emigrante. Ha hecho sombreros en París y ha ganado buen dinero.
En el otro camastro de la amplia cueva de unos 2,50 metros de larga y unos 2 metros de ancha,
duerme el comisario de la 3ª Compañía, Hermann, un camarada austriaco.
Quiero hablar precisamente con él. Me ha de ayudar a sacar material de las compañías más
internacionales del ejército español. Así que a continuación tenemos una larga conversación sobre los
detalles. Consigo superar su escepticismo inicial.
En este inteligente y reflexivo camarada tendré un buen auxiliar si se convence de que con un
libro así ayudaremos a levantar la moral de la XIII, y de que aquí hay verdadera voluntad de llevar
adelante este hermoso proyecto. Un buen resultado lateral de la conversación es el entusiasmo con el que
Lambo participa; él mismo reunirá y escribirá aportaciones para este proyecto.

160
:
Después me acerco a la 1ª Compañía. Wolfgang ha sido aplicado. Él y el teniente austriaco
Wenzel83 de la Compañía de Ametralladoras, han preparado un par de bonitas aportaciones. Se trata de
un par de resúmenes utilizables de episodios de los ataques sobre Teruel y sobre Valsequillo que el
mismo Wenzel ha escrito en forma de diario. Wolfgang ha recogido además un par de hojas del periódico
mural, inestimables como material para mí. Muestran en muchos aspectos el espíritu y el carácter interno
de la multinacional tropa. La autoformación juega un papel extraordinario en ella. No es, por suerte,
rígida y formal sino tan fresca, tan concreta y tan adecuada como cualquiera pueda desear. El
llamamiento a los camaradas para que escriban en el periódico mural dice así: “Camaradas, escribid lo
que os dé la gana.”84. Y esto es lo que han hecho los compañeros. Las aportaciones más divertidas son
de Tommy Flynn, uno de los dos ingleses que estuvo en nuestro batallón. Tommy Flyn, un estudiante
muy inteligente y un destacado soldado, murió en el ataque a Valsequillo. Su compatriota y amigo ha
sido herido en Peñarroya. Desde entonces nuestro batallón no cuenta con ningún inglés en sus filas.
Uno de los primeros artículos de Tommy decía lo siguiente:

“¡Quéjate por principio de todas las órdenes y normas! Con ello elevas la moral de tu pelotón y
facilitas el trabajo de todos los camaradas.
¡No limpies jamás el fusil! La suciedad lo mantiene caliente, así se reafirma que eres un soldado.
¡Las cajas de municiones son estupendos asientos para sentarse junto al fuego! Por su contenido
procuran la necesaria firmeza y además nos proporcionan con todo fundamento la alegre perspectiva de
tener fuegos artificiales. Es también muy divertido lanzar al fuego proyectiles o granadas de mano. Sólo
los cobardes se asustan de la explosión y en caso de que pase algo más serio... pues bueno..., ya no hace
falta que nadie permanezca junto al fuego cuando haga frío.
¡No tengas en orden nunca jamás tus cosas y mucho menos en un mismo sitio! Todo el
romanticismo de la guerra podría irse a pique en caso de alarma.
Cuanto te sientes ante el fuego apaláncate en tu sitio con todos los medios de la astucia y la
fuerza. Ya se ocuparán otros de que el fuego no se apague.
Escurrir el bulto en la recogida de agua o parecidos trabajillos es una virtud muy valiosa. Son
trabajos demasiado insignificantes como para que uno los tenga que hacer.
Sobre el cumplimiento de las guardias hay diferentes opiniones. Una muy recomendable es la
siguiente: en el relevo no importan unos minutos más o menos puesto que en este punto el otro ya lleva
practicado el ejercicio de paciencia dos horas y media. El sustituido debe coger todas las mantas sin

83
Paul Wenzel era Anton Barak, Viena, 1906. Soldador. Militó en la Liga de Defensa de la República en
Austria y en 1934 emigró a la URSS. En noviembre del 36 vino desde allí a España: encuadrado en la XIII Brigada
y luego en la XI. En el 39 volvió a la URSS. En plena guerra mundial, 1943, fue enviado en barco a Inglaterra –
junto con el también brigadista Albin Mayr- para lanzarse en paracaídas en un avión de la RAF sobre Alemania.
Pero ante la escasa preparación de la acción, se negó a participar y la acción no se realizó. Ambos brigadistas
fueron devueltos a la fuerza a la URSS, juzgados y condenados en el 44 a 10 años de internamiento en un campo de
castigo. Wenzel no lo resistió y se suicidó a principios del 45. En cambio Mayr permaneció castigado hasta 1955,
regresó a Viena y murió en 1996.
84
“Kameraden, schreibt, wie euch der Schnabel gewachsen ist”: “escribid lo que os salga del pico”.
161
:
dueño en ese momento y echarse a dormir con ellas. Puede también desalojar tranquilamente a un
durmiente: seguramente no renegará enseguida.
En las guardias duerme tranquilamente. De todos modos sólo puedes mirar y escuchar con
dificultad. ¿Y los moros? Ya no vienen. Y si vienen... es que has tenido mala suerte. Los camaradas
estarán en todo caso muy agradecidos por tu vigilancia.
En los actos llamados comunes, quédate durmiendo o leyendo a lo grande. Ya se ocuparán los
otros de la comunidad.
¡Pero, eso sí, no te olvides de renegar después abundante y venenosamente!
Tonny Flynn.”

Esta es para mí una buena escuela para el trabajo futuro. Nuestro concepto de disciplina basado en
la autodisciplina, no secos ejercicios de aplicación ni de huraña enseñanza dictados con un vigilante dedo
índice levantado. Es la autoconciencia del hombre ligada a su ser más profundo; sí, es una parte de él.
Para ello hay que reforzar esta autoconciencia. ¡Nada de patéticos llamamientos! Odiamos el tonillo
pedagógico. Debe haber humor. Y se debe empezar con las pequeñas cosas de la vida diaria y del
servicio: comida, alojamiento, utilización de las horas de ocio, práctica de juegos y de lecturas (lecturas
que, en esta situación, seguramente no pueden consistir en disquisiciones sobre el materialismo
dialéctico); hay que disponer de instrumentos y hacer música y, sobre todo, tan frecuentemente como sea
posible, hay que conseguir que participe el comisario. Aunque entiendo que esto no siempre es posible,
que a veces esto puede resultar incluso frívolo y perjudicial si el comisario anda trasteando por delante en
lugar de estar detrás para organizar; esto se entiende solo, claro está...
(Sin embargo desearía tener ocasión para demostrar que no pierdo los nervios si hay tiros. El coraje
en esta situación está sometido a un juicio de valor que llega a tener un significado fundamental... Si los
camaradas saben que su comisario avanza con ellos en medio del fuego, que si en necesario los precederá
entre las balas, entonces te dejan hablar con ellos. La confianza lo es todo.)

2 de junio de 1937
Hoy por la mañana el general me hizo llamar temprano. Sin decir palabra me llevó delante del
tablón de anuncios en el que están colgadas las informaciones del Comisariado. Allí se ha fijado un orden
del día, indicado por el cesado comisario de brigada S. (Suckanek, nota 47). Este nombra como su sucesor
interino al camarada italiano C... el joven y activo colaborador de Gallo en el Comisariado General de
Guerra de Madrid, que ha sido enviado hace una semana a nuestro sector.
La ordenanza es correcta: el comisario enfermo tiene derecho de nombrar a su representante y su
decisión disfruta sin duda del beneplácito de Gallo, que es la instancia decisiva para el nombramiento de
comisarios en las Brigadas Internacionales. Pero que el comisario no haya informado al general de la
elección de su representante, de manera que se ha tenido que enterar de la noticia gracias a un anuncio
pegado en un tablón, es un tema peliagudo en el que yo no me puedo mezclar.

162
:
Con ello queda eliminada para mí cualquier necesidad de permanecer en el Estado Mayor. Voy a ir
a un batallón y esta perspectiva me hace momentáneamente feliz. Quiero reservar como tarea prioritaria
para mí continuar trabajando en la composición del libro sobre la historia de la XIII y contra esto nadie
tendrá nada que oponer. Le pido enseguida al general que me envíe inmediatamente a cualquier tipo de
función militar en el Batallón Tschapaiev. Pero es evidente que él no aprueba mi alegría y dice de mal
humor que yo me quedo aquí para escribir, que ésta es mi faena y que para hacerlo no hace falta que
deserte, ni siquiera al frente.
Le contesto respetuosamente que esta tarea la haré mejor allí. Sólo puedo escribir con
convencimiento si conozco a fondo aquello sobre lo que escribo; tengo que haberlo vivido, haberlo
vivido con carne, sangre y nervios, haber estado unido a ello con amor o con odio, mi corazón y mi voz
deben implicarse juntamente. Todo lo que yo escribo es confesión. Esto podría ser tanto una debilidad
como una fortaleza, me da lo mismo.
Por lo tanto soy completamente inútil como reportero. Lo puedo asegurar y no exagero. Al revés,
siento como una seria y, por desgracia, incorregible debilidad la falta de muchas cualidades admirables
que configuran al buen reportero de noticias. ¿Cómo no he de rendir admiración a las extraordinarias
cualidades de los grandes corresponsales: su olfato, su rápida y, de vez en cuando, profunda capacidad de
comprensión, su intuición, su habilidad literaria, su capacidad de trabajo, su escrupulosidad, su valor...?
Basta con citar los nombres del representante del “New York Times”, Mathews, o de los corresponsales
del “Londoner Daily Worker” como Pitcairn, cuyos informes de la España republicana son de
incalculable valor. Además hay por nuestra parte hombres que también he de admirar no sólo como
periodistas, sino también y más aún como escritores: Hemingway, Ehrenburg, Kisch..., autores conocidos
en todo el mundo, cuya actividad periodística, identificada con la lucha española por la libertad, tiene un
alto valor moral y literario. En su actuación se muestra que las capacidades de los informadores se
pueden unir muy bien a las cualidades del escritor de fama mundial.
Pero por lo que a mí respecta, él general ha tenido mala suerte conmigo. Yo no tengo esas
cualidades especiales que hacen a los grandes periodistas. Yo sólo podría escribir sobre sucesos desde
mis propias vivencias. Por eso le pedí otra vez –precisamente en interés de la tarea de dar a conocer la
lucha heroica de la XIII- ser enviado al batallón.
El general escucha mi discurso, me coge del brazo y empieza a pasear arriba y abajo sobre la hierba
por delante del Estado Mayor.
Entonces se desahoga conmigo. Sabe que la brigada aún se mantiene unida, pero ve que eso no
puede seguir indefinidamente. La tropa lleva ya nueve semanas en los agujeros de las faldas de la Sierra
Mulva. Los internacionales se sienten olvidados y los españoles empiezan a murmurar que este agotador
desgaste es imputable a los internacionales; en una unidad española no tendrían un servicio tan pesado y
en todo ese tiempo ya habrían sido relevados alguna vez.
- No me lo tomo a lo trágico –dice el general-, ni las quejas de los alemanes, ni las murmuraciones
de los franceses, y estoy seguro de que ni uno solo de los españoles nos abandonaría en un caso difícil.
Pero todo esto son síntomas de un verdadero cansancio. Yo hago lo que puedo, pero... ¿con qué razones

163
:
convincentes les voy a explicar que es imposible relevarlos siquiera por ocho o diez días? Yo mismo no
sé por qué eso no ha de ser posible.

El teniente Boris trajo el aviso de que el Estado Mayor de la División situado en Pozoblanco
llamaba por teléfono al general. Entre tanto me quedé fuera esperándolo.
Cuando el general volvió me comunicó que hoy mismo, después del mediodía, tenía que ir a
Pozoblanco; allí plantearía sin falta el problema de la sustitución de la XIII al comandante de la División,
Pérez Salas85, pero no tenía ninguna esperanza de que se tomase una decisión rápida y satisfactoria.
Lo peor para él, siguió diciéndome, era que en esta difícil situación no tenía colaboradores que le
pudieran ayudar o aconsejar. Schindler se había marchado. Al nuevo y joven comisario aún ni siquiera lo
conocía. El capitán N... hoy mismo se había dado de baja como enfermo y seguramente tendría que ir al
hospital de Belalcázar. El ayudante Franz era muy joven, no sólo en años sino también en manera de ser.
El Dr. Jensen, con el que de vez en cuando se había podido desahogar, debía emprender en los próximos
días su previsto viaje al extranjero con el fin de comprar para la sanidad de la brigada los necesarios
medicamentos y aparatos.
En resumen, aunque yo pueda ir al frente y hablar con los camaradas cada vez que me parezca
necesario para mi trabajo, por de pronto, permaneceré acuartelado en el Estado Mayor. El general se
preocupará de conseguir pronto una decisión sobre cómo de utilizar mis servicios.

85
Joaquín Pérez Salas (1886-1939) fue un militar del Cuerpo de Artillería republicano. Familia de militares
– de cinco hermanos, cuatro en el ejército republicano y uno en el bando nacional-. Cuando empezó la guerra estaba
destinado como comandante de artillería en Valencia y, a pesar de la situación ambigua de esta guarnición en los
primeros momentos, se mostró fiel a la República. Enseguida fue enviado al frente de Córdoba donde participó en
agosto del 36 en el intento de ocupar esta ciudad con una columna abigarrada de carabineros, guardias civiles,
guardias de asalto, marineros y milicianos, que llegó a 23 quilómetros por el Sur de la ciudad, de donde el general
Miaja, jefe de toda la ofensiva, le ordenó retirarse, cosa que Pérez Salas hizo muy a disgusto. Desde entonces su
columna se dedicó a controlar parte del frente cordobés. Pero en marzo del 37 cuando los franquistas conquistaron
Málaga y atacaron de nuevo en este frente con la intención de tomar Pozoblanco y Sta. María de la Cabeza y llegar
a Almadén, Pérez Salas reorganizó las tropas republicanas y no sólo no perdió Pozoblanco sino que reconquistó
algunos de los territorios perdidos. Desde abril mandó la 19 División desde Pozoblanco, y desde mayo el VII
Cuerpo de Ejercito. Con estas tropas mantuvo estable el frente cordobés en el periodo que cuenta Kantor.
Al final de la guerra Pérez Salas apoyó a Casado y fue enviado por el Consejo Nacional de Defensa a
Cartagena, escenario de una sublevación de quitacolumnistas simultánea a los enfrentamientos entre militares y
marinos casadistas y anticasadistas, de todo cual resultó la desgraciada perdida de la flota republicana que quedaba:
ésta salió del puerto cuando los fascistas parecieron haber triunfado en la ciudad, pero no regresó cuando la
sublevación fue aplastada con ayuda de la 206 Brigada republicana enviada por Negrín. Pérez Salas, con la ciudad
más o menos pacificada y los casadistas al mando, aunque con la guerra perdida, mantuvo Cartagena hasta el 29 de
marzo, cuando salió el último barco republicano con refugiados de su puerto. Él se negó a escapar. Los franquistas
lo detuvieron y, acusado de “rebelión militar”, le hicieron un juicio sumarísimo en el que no le valió haber ayudado,
protegido y liberado a mucha gente calificada de derechas. Fue condenado y fusilado en Murcia en agosto.
Su anticomunismo y su conservadurismo “apolítico” eran públicos - se le atribuye la frase “Venceremos, a
pesar de los comisarios”-, y también su rechazo a que los “políticos” intervinieran en la guerra - lo cual si en
cualquier guerra es imposible, mucho más lo era en la de España- . El catedrático de Historia Contemporánea de la
Universidad de Murcia Pedro M. Egea Bruno, lo define como “un militar que se consideró republicano sin más
añadidos”, destaca de él “su decidida alineación al lado del régimen al que había jurado fidelidad, su oposición a
la violencia de clase y sus fricciones por este motivo con las milicias populares”, y cita como en su juicio
sumarísimo, lejos de exculparse afirmó “que no ha servido ni quería servir en el ejército rojo, sino que ha servido
en el ejército leal de la República» y tacha de la acusación los términos “rojo” y “roja”, escribiendo encima “leal”.
(Extraido de “Joaquín Pérez Salas: entre la defensa del orden republicano y la contrarrevolución 1936-1939” Egea
Bruno, Pedro Mª, en revistas uned.es, 2015; también de la información sobre el personaje en www.sbhac.net,
donde se recogen testimonios sobre él de diferentes autores; y de otras fuentes de Wickipedia)
164
:
De momento el general decide que debo hacer los trabajos administrativos corrientes de la brigada
en sustitución del capitán N... durante su enfermedad.
El general no me ha entendido del todo. No ve que lo que yo no quiero es aparecer siempre entre
los camaradas como una “visita”, incompetente, sin pertenecer a nada. Pero tras su “confesión” también
entiendo que él necesita a alguien con quien poder hablar y que debo tener paciencia. Le señalo la
existencia del silencioso, inteligente y enérgico Karl, cuya reserva contiene en sí todas estas virtudes. No
le digo nada nuevo. Él conoce a Karl mucho más tiempo que yo y ya se lo ha ido acercando sin decir
nada. De ahora en adelante Karl comerá con él. Ante mi consejo de coger también para el Estado Mayor
a un joven y capaz oficial de la brigada, me pregunta en quién pensaría yo. Le nombro al oficial de
información del Batallón Tschapaiev, Ludwig. Sobre esto, él calla.
.
Por la tarde
En la comida estaba Karl presente; eso era agradable para mí, así no tenía que permanecer a solas
con el general. Las mutuas confesiones de la discusión nos hacían sentir tímidos. El general contó
anécdotas del tiempo en el que se fundó la brigada. Después apareció el nuevo comisario C.... Había
estado en el batallón francés.
Tras la comida me dediqué a los documentos del capitán N... De momento se encuentra aún aquí
pero en la cama y con fiebre. Quiere esperar hasta mañana, pero si no le baja la fiebre habrá de ir a
retaguardia, al hospital de la brigada. El montón de documentos –guerra de papel llaman los camaradas a
esto – no me proporciona mucha alegría, por más que su necesidad sea indiscutible. Han pasado 15 años
desde que por última vez manejé documentos; fue durante la preparación de mi examen de doctorado en
leyes, del cual después nunca en mi vida he hecho uso. En esto nuestro capitán N... es mucho mejor que
yo. Como apasionado jurista que es, para él cada caso se convierte en un documento; a veces lo hace
hasta demasiado bien. Además un jefe de Estado Mayor no es el jefe de una cancillería. En todo caso mi
trabajo no puede ser reformar el negociado en los dos o tres días que dure su enfermedad.
Me limitaré pues a lo más necesario y así me quedará aún bastante tiempo para acabar el tercer
informe sobre los combates de la XIII para “El Voluntario”.

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

III. EN EL FRENTE DE MÁLAGA

Frente del Sur, 2 de junio de 1937


Es digno de subrayarse que al primer batallón de la XIII Brigada se haya dado el nombre del
inmortal jefe de guerrilleros de la guerra civil rusa, Tschapaiev. Precisamente en el transcurso de los
combates de la XIII Brigada las más destacadas virtudes de la guerrilla han adquirido un nuevo
165
:
significado: audacia, atrevimiento sin exceso de reflexión, orgullo, rapidísima capacidad de decisión,
abnegación, ansia de aprender, valor ante la muerte e ilimitada lealtad al interés de pueblo.
Con ese espíritu, los voluntarios de la XIII Brigada ya habían superado la prueba de Teruel. Pero
estas duras semanas habían mostrado también lo que les faltaba: el dominio de las armas y de las
técnicas del combate. Los camaradas habían comprobado que en las batallas de la guerra moderna a
base de armamento pesado se depende mucho del hombre que maneja las armas, pero el control de las
armas es imprescindible premisa para la victoria. La guerra es difícil de ganar si los corazones de los
hombres no se entregan con ardor al fin por el cual están en el campo de batalla, e incluso la
inferioridad en materiales puede ser equilibrada en parte por la superioridad de la moral de combate
–en parte, pero no totalmente -: un corazón ardiente no es capaz fundir las planchas de un tanque; para
eso se necesita por lo menos una granada de mano y la mano –previamente adiestrada- que la arroje
bajo la cadena de oruga del tanque.
Estas experiencias de los combates en Teruel fueron valoradas a fondo por los batallones de la
XIII tras su retirada del frente en enero, y trasmitidas a los nuevos voluntarios que completaron los
batallones. La tropa, tanto vieja como nueva, fue preparada sistemáticamente para saber arrojar
granadas de mano, se realizaron ejercicios con ametralladoras ligeras y pesadas, se estudió lo referente
a comunicaciones, enlaces, cooperación de los distintos tipos de armas, ataque tras los tanques, defensa
en ataque y en retirada, ataque en grupos, en compañías, con todo el batallón, ejercicios antigás,
marchas con protección, lectura de mapas, observación del terreno, prácticas con telémetro, maniobras
de envoltura, camuflaje, construcción de trincheras y agujeros de protección, estudio del armamento...
Había que aprenderlo casi todo. Era necesario un trabajo organizado e intensivo para que la tropa
tomara confianza con la complicada técnica de la guerra con moderno material bélico. Estas pocas
semanas de aprendizaje y ejercicios en Utiel y Requena, aunque breves, fueron muy útiles para los
batallones de la XIII.
Además, la práctica del combate siguió siendo la maestra principal de la teoría del combate.
Apenas diez días después de su retirada a los cuarteles de retaguardia los batallones de la XIII fueron
de nuevo puestos en urgente estado de alarma. Todos sospecharon dónde irían. Málaga acababa de
caer, el frente del Sur se descomponía, los fascistas avanzaban rápidamente. Los batallones ardían en
deseos de enfrentarse con ellos.
En Requena había sido encuadrado el batallón español “Juan Marco” (nombrado así en memoria
del joven estudiante de medicina que había caído en el otoño anterior en el frente de Aragón) como 3er.
batallón de la brigada. Como 4º batallón pronto se organizó otro español, el “Otumba”86.
Los batallones se marcharon en camiones. El convoy se tuvo que detener antes de llegar a
Almería, porque los fascistas bombardearon la ciudad. Nadie sabía cuánto habían avanzado, tampoco

86
Otumba es el nombre de una batalla entre los indígenas mexicanos y los conquistadores españoles
mandados por Hernan Cortés. Los españoles, derrotados poco antes en la “noche triste”, vencieron esta vez a los
indígenas americanos que no habían querido pactar con ellos, y pudieron continuar conquistando. El nombre no
parece muy adecuado para un batallón de combatientes por la libertad de su pueblo.
166
:
nadie sabía decir dónde y en qué medida habían encontrado resistencia. Se avanzaba hacia lo
desconocido.
Este viaje a lo largo de la carretera Almería-Málaga, entre el mar a un lado y las montañas al
otro, fue uno de los hechos más inolvidables y horribles que vivieron los internacionales. A lo largo de la
carretera se precipitaba el torrente de los que huían de Málaga, diez mil, cien mil, con sus pocas
pertenencias: familias sobre un burrito; viejos que andaban arrastrándose con muletas sobre los pies
destrozados hasta caer a los lados de la carretera de puro agotamiento; niños que morían en brazos de
sus madres cuyos pechos no daban ya ni una gota de leche y allí donde caían se les dejaba; niños,
madres, viejos... adelante, siempre adelante. Había que abandonar a los muertos para escapar de la
muerte. Este torrente lo arrastraba todo consigo allí adónde fuese. Las aldeas estaban muertas, de las
montañas bajaban los campesinos para unirse a los que huían, el pánico de tantos miles hacía imposible
mantener la moral de los milicianos traicionados por sus jefes, desvalidos, así que se unían también a
esta marcha del horror, muy pocos conservaban aún el fusil.
El Dr. Jensen, el médico de la brigada, ha descrito expresivamente estas escenas de pánico. Hace
la observación exacta: “Extraño contraste: cientos de quilómetros de carretera llenos de expulsados que
ya tienen tras de sí incontables quilómetros de caminar, perseguidos sin piedad por los “defensores de la
fe”. Y a los lados de la carretera nosotros, los “destructores de iglesias”, los “sin dios” moldeando con
algodón y vendas algo como zapatos para la multitud de pies heridos...”
El Batallón Tschapaiev, que fue el que se encontró con este torrente, había ido cantando sus
cantos de combate. Cuando empezó a penetrar en esta fila en peligro de muerte, enmudeció. Cuanto más
avanzaba, más cadáveres yacían en las cunetas de la carretera, los fascistas habían ametrallado desde
sus aviones a esta corriente de miseria y desesperación. Mujeres con los pies ensangrentados entregaban
con sus últimas fuerzas a sus niños temblorosos y nos pedía un trozo de pan. El batallón lo repartió todo,
cada uno dio toda a comida que llevaba, que era poca.
Pero, de pronto, en medio del horror, el batallón empezó a cantar otra vez de otra manera, ya no
alegre; los hombres del Batallón Tschapaiev cantaron sus canciones rabiosos y conscientes, con los
puños levantados. ¡Y se les entendió! La multitud comprendió lo que el canto decía. Gritaba: ¡No
tengáis miedo! Ahora venimos nosotros, los internacionales, miles de hombres disciplinados, valientes
hasta la muerte, bien dirigidos. Tras nosotros estaréis seguros. No pasarán más: ¡No pasarán!” Esto
cantabamos una y otra vez: ¡No pasarán! ¡No pasarán!, pues era el estribillo de la canción de
Tschapaiev.
El efecto moral fue impresionante. Este batallón que se dirigía cantando contra el enemigo,
relativamente bien pertrechado, con hombres decididos a luchar, dio a los que huían confianza y
seguridad. Su huida se hizo más lenta, algunos se quedaron al borde de la carretera mirando, y vieron
pasar los camiones con los soldados, que ahora protegerían sus vidas. Y sucedió que campesinos que
habían abandonado sus casas huyendo, se dieron la vuelta, cargaron de nuevo sus pobres pertenencias
en la mula. Pero seguían llegando los que huían de allá delante, de Málaga y Motril, cientos de
milicianos entre ellos, la mayoría sin armas. A aquellos que tenían fusiles se les hizo parar, sus armas

167
:
fueron entregadas a los internacionales. Algunos la dieron voluntariamente. Otros se resistieron. Hubo
una discusión. Un pelotón de milicianos armados estaba plantado junto a los camiones y gesticulaba
violentamente a nuestros hombres, que no entendían nada. Estaban impacientes, tenían prisa, cada
minuto de tiempo perdido daba ventaja al enemigo. Se llamó a un traductor que aclaró que los
camaradas españoles pedían que les dejáramos los fusiles, que ellos querían ir otra vez adelante. Uno se
animó a preguntarnos si los internacionales no les llevaríamos con nosotros. Nuestros chicos se miraban
unos a otros. Había sitio en algunos camiones si todos se apretaban. Y se apretaron. Con una alegría
enorme unos cuantos milicianos treparon a nuestro camión. Lloraban y gritaba a la vez de la alegría.
En pocas horas el batallón creció de unos 500 hombres a más de 800. Unos 300 camaradas
españoles subieron a los camiones para volver a enfrentarse al enemigo junto con los internacionales. A
los otros batallones les pasó exactamente lo mismo.
Estos milicianos que tropezaron con nosotros en la carretera hacia Málaga, no fueron en absoluto
un lastre. Con una firme dirección se revelaron cono combatientes extraordinarios, valerosos, abiertos a
aprender. En ellos ardía la vergüenza de haber huido. Demostraron de cien maneras y lo siguen
demostrando hoy – pues aún permanecen en nuestras filas muchos de aquellos que se incorporaron
entonces- que son buenos soldados, que pueden luchar y que sin duda también entonces habrían luchado
en Málaga. Si no hubieran sido traicionados no se hubiese extendido este pánico conscientemente
provocado desde arriba a la gente.
Pero aún esperaba otra buena sorpresa a la brigada que avanzaba en la supuesta tierra de nadie.
El torrente de fugitivo iba poco a poco menguando. En las aldeas y sobre las carreteras sólo
permanecían los muertos, los heridos incapaces de moverse, los ancianos desvalidos; a ellos se dedicó
nuestra sanidad. Entonces el batallón puntero de la brigada, el Tschapaiev, encontró mucho más
adelante, en una posición firme donde ya parecía todo evacuado, a toda una brigada decidida a
combatir. Era la VIª Brigada española, una formación de trabajadores. Aislada e inconmovible, esta
brigada mantenía en los puestos avanzados la vigilancia, era una de las pocas partes de la tropa
- posiblemente la única unidad de este sector- que había permanecido intacta tras la catástrofe de
Málaga. La VIª Brigada mantenía sus posiciones junto a Albuñol dominando la carretera hacia Almería
y al mismo tiempo la que lleva hasta el mar desde Granada a través de la Sierra Nevada.
El Batallón Tschapaiev no vaciló. Con el descubrimiento de esta brigada siguió avanzando sin
demora en tierra de nadie, ocupó Melicena, La Mamola, Castell de Ferro87. En Calahonda, un poco
antes de Motril, estaban los fascistas. Inmediatamente el Batallón Tschapaiev se internó en el lugar
fortificado, los fascistas huyeron presos del pánico ante la proximidad de las tropas lanzadas al ataque;
casi sin disparar un tiro el batallón tomó ese lugar estratégicamente importante y fácil de defender,
siguió avanzando por la carretera y un par de quilómetros antes de Motril se detuvo, tomó posiciones y
bloqueó la carretera. Aquí esperará nuevas órdenes, los refuerzos y el batallón hermano francés, y
después se atacará a los fascistas de Motril, el puerto más importante de la zona. Nada les parece

87
Son pueblos –desde Melicena hasta Calahonda – situados en la carretera N 340 en dirección Motril-
Málaga, al borde del mar; el último, Calahonda, queda a 11 quilómetros antes de Motril. (Mapa página siguiente).
168
:
imposible a los hombres del Tschapaiev. En pocas horas han asegurado de nuevo este frente. Saben que
los fascistas corren cuando tienen delante un enemigo decidido y bien dirigido. Los hombres del
Tschapaiev –“cada uno de nosotros es hijo de Tschapaiev”- no desilusionarán la confianza de cientos
de miles fugitivos ni de cientos de nuevos camaradas españoles. “¡Adelante, a la victoria, primer
batallón!” Entretanto en pocas horas se asegura el flanco de la montaña, se envían patrullas muchos
quilómetros por delante del terreno; por todas partes, allí donde los internacionales aparecen, huyen sin
combatir los fascistas.

Pórtugos
Busquistar
Ferreirola
Mecina

Albuñol
Adra

La Mamola
Playa de Melicena
Calahonda
Castell de Ferro

Entre la carretera Málaga-Almería y la Sierra Nevada

Al día siguiente llega la orden de ceder la posición a la VIª Brigada y retroceder inmediatamente.
Los hombres del Tschapaiev no lo entienden, pero obedecen. Los fascistas, cuyo servicio de noticias es
extraordinario y se alimenta gracias a la traición de la "quinta columna” en las filas de los confiados
republicanos, saben desde hace tiempo que ahora tienen delante un ejército disciplinado y combativo.
Conocen a la XIII Brigada desde Teruel. No entrarán en un enfrentamiento directo. Se han reagrupado.
Reúnen fuerzas muy potentes en las montañas de Sierra Nevada, junto a Órgiva, Pitres, Pórtugos
(Pórtugos se halla apenas a dos quilómetros al E. de Pitres N.d.T.), Trévelez. Pretenden atacar en los
valles de Trévelez por el flanco; quieren avanzar hasta el mar a espaldas de la brigada que ha llegado
muy adelante, y cortar la carretera. No sólo se perdería la brigada sino que también el camino hacia
Almería quedaría abierto, la fuerza defensiva de este camino es aún muy insuficiente a causa del pánico
del torrente de cientos de miles de fugitivos. Se ha enviado al 2º Batallón de la XIII, el batallón francés
169
:
“Henri Vuillemin”, al frente en las montañas, se encuentra delante de Órgiva. Ahora el Tschapaiev debe
asegurar la parte de Pitres, Pórtugos y el valle de Trévelez, que forman el flanco derecho del frente, el
sector más peligroso y más amenazado. La VIª Brigada entra en las posiciones que el Tschapaiev ha
conquistado en Calahonda, cerca de Motril. Para los hombres del Tschapaiev que se retiran, que han
venido para atacar Motril, es, en todo caso, un consuelo y una tranquilidad saber que la VIª se quedará
allí. Otra vez hay un frente en Málaga. Este episodio sucede sólo en unos pocos días. El 11 de febrero la
brigada ha salido de Requena y Utiel, en 14 se encuentra en el frente del Sur, el día 16 ya hay partes de
la brigada, entre ellas del 2º Batallón “Henri Vuillemin”, en las montañas de Sierra Nevada en el frente
de Granada para parar el tenido ataque lateral de los fascistas, y el día 18 el Batallón Tschapaiev será
también relevado de las posiciones de vanguardia ante Motril, con el fin de enfrentarse al golpe de los
fascistas en el valle de Trévelez. Pero las impresiones de estos pocos días en el frente de Málaga
permanecen inolvidables en el ánimo de todos los camaradas y forman un capítulo especial de la historia
de su brigada.

3 de junio de 1937
Noche intranquila. El estado del capitán N... ha empeorado. Delira: “¡A la izquierda, a la izquierda,
debéis rodear por la izquierda...! ¡Digo a la izquierda! ¡Nooo! ¡Así se hunda el mundo! ¡Atención! ¡Los
bombarderos vienen! ¡Alarma! ¿No los oís? ¡Los bombarderos!” Lo dice con la profunda rrrr palatal y
dura de los alemanes: ¡Die Bombegrrrr!
Estaban efectivamente sobre nosotros. Los había oído hasta en la inconsciencia de la fiebre. El
equipo de la cocina y el personal de guardia, incluidos los soldados de los puestos de vigilancia, corrían
ya hacia el subterráneo. La noche era de luna plena. Permanecí en mi cobertizo El bombardero voló
tranquilamente sobre nuestras cabezas y se fue. Llevaba las luces apagadas. Me volví a tumbar. Tras diez
minutos vino el segundo. Permanecí acostado, pero a causa del delirio de N... no podía dormir.
Diez minutos después vino el tercer bombardero. Volaba sin luces. Salí al patio. En las sombras de
la pared del establo estaban de pie el general, Karl y Franz. Me acerqué a ellos. Todos callábamos. Desde
el dormitorio del establo llegaban los gritos y los gruñidos del febril capitán N...: “El general, eso es un
hombre. Un hombre... ¡lo digo yo, rayos y truenos! Perrrro yo soy el jefe del Estado Mayor, todo está a
mi mando. Aquí mando yo. ¡Izquierda!, ¡digo que izquierda!, uno, dos, tres...”
Después vimos muy lejos el resplandor de las explosiones. Contamos conteniendo el aliento los
segundos hasta que nos llegó el retumbar; pasó medio minuto entre ambos. El teléfono sonaba. Franz
corrió al aparato. Era la comunicación de que las bombas habían sido arrojadas sobre Cabeza de Buey.
Encendimos unos cigarrillos. Cuando oímos el ronroneo de los aviones que regresan escondemos las
puntas de los cigarrillos cuidadosamente bajo la mano. Sólo regresaron dos de los tres bombarderos;
esperamos un buen rato, pero parece que el tercero ha tomado otro camino.
Poco a poco fueron saliendo los compañeros del subterráneo. Estaban helados. Uno tras otro se
fueron encendiendo cigarrillos. Le di fuego a Schwejk. Sus manos se movían descontroladas. Ha

170
:
trabajado demasiado y su fuerza física y sus nervios se han venido abajo. Franz hace un comentario
burlón. Una tontería. Se cree un héroe porque con sus 23 años sus nervios están aún intactos. Pero Franz
no es una excepción. La juventud presume fácilmente. Considera su propia sensibilidad cono medida; por
eso aprecia su propia falta de autoconciencia y de capacidad de sentir el sufrimiento como virtudes en
lugar de defectos, no concibe lo que no experimenta por sí misma. ¿No era yo igual a los 20 años? Me
veo a mí mismo a los 18 años en medio de una tormenta de fuego en Cambrai, cuando otros, más
mayores, perdían los nervios delante de mí. Los nazis han manipulado con auténtico virtuosismo esta
falta de conciencia de la juventud. En este aspecto también tenemos delante una enorme y compleja tarea
de educación: valorar tanto las virtudes como los errores de la juventud en la recta y justa medida.

Ya estaba casi amaneciendo cuando me volví a acostar. El murmullo del enfermo N... no me dejaba
dormir. Por lo que Jensen ha podido comprobar, sufre un taque de malaria. Esto nos va a pasar a muchos
aquí. Estamos en el centro del territorio de la malaria en España. Los portadores de la enfermedad son
unos mosquitos grandes, con las patas especialmente largas88. En la oscuridad los reconozco por el sonido
grave de su zumbido.
Luché contra ellos durante una hora en vano. Me tapé con el cubre las orejas y casi me ahogo. Lo
levanté un poquito e inmediatamente se me pararon los mosquitos sobre la nariz. Intenté espantarlos a
manotazos y vuelta a empezar. Con la mañana se suele levantar un vientecillo más cálido y húmedo que
me agobia el corazón y me dificulta la respiración. El clima aquí es pantanoso. Al final me fui al pozo, me
enjuagué con agua fría, me eché sobre la hierba y dormí dos horas al aire libre, hasta que llegaron los
compañeros a por agua para el café.
Hoy se han llevado al capitán N... Yo me he puesto a trabajar de nuevo con sus documentos, he
firmado una orden del día que no decía nada y algunos “se dispone”. El calor al avanzar el día se hace
insoportable. Te sientes agotado, depresivo, indolente, dejas pasar las cosas y esperas añorante la tarde,
que permite al menos respirar una hora.
Contra los bichos no hay fusil que valga. Moscas de día, mosquitos de noche y pulgas de día y de
noche: estos son los peores enemigos. Todos los otros sonidos y zumbidos de avispas, abejas, abejorros,
libélulas, escarabajos voladores, moscardones, tábanos... y el chillido de ratas y ratones, son sólo la
orquestación de este tormento. Las moscas lo cubren todo como una pesada alfombra, el suelo, las
paredes, los techos, la mesa, las sillas, los alimentos. Allí donde uno se mueve en cierto lugar, ascienden

88
La malaria o paludismo, fue endémica en España hasta mediados del siglo XX. En 1943 aún se
registraron unos 400.000 casos y más de 1.300 muertes por malaria. El último caso autóctono se produjo
en 1961. En España los casos de malaria benigna causados por el mosquito “plasmodium vivax” o por el
“`plasmodium malariae” se llamaban “fiebres tercianas”, porque solían durar tres o cuatro días de fiebre
muy alta. Fue el médico italiano Gustavo Pittaluga quien mejor estudió la enfermedad en España en
torno a 1920. Pittaluga dividió el país en tres zonas, según la intensidad de la enfermedad: regiones de
endemia grave (Extremadura, valle bético y zonas de huerta de Alicante y Murcia), intensa (Montes de
Toledo y Sierra Morena) y leve (litoral mediterráneo y Castilla). (Extraído de
http://www.saludnutricionbienestar.com)

171
:
nubes de ellas. Suenan como la resaca del mar. Pero este sonido es agradable en comparación con el
odioso silbido de los mosquitos por la noche.

4 de junio de 1937
En cambio los atardeceres son muy hermosos.
Después de cenar nos sentamos en la hierba o sobre una piedra delante de la casa donde está
acuartelado el Estado Mayor. La luna aún no ha salido, así que no necesitamos escuchar en tensión: los
ruidos de motores con toda probabilidad no proceden de aviones (pues estos necesitan la luz de la luna
para volar de noche) sino de camiones y automóviles; vemos las luces de sus faros desde lejos, como
cortan la oscuridad sobre las colinas. Respiramos profundamente el frescor que trae consigo la noche.
Treinta metros más allá cantan los hombres de guardia canciones españolas a media voz. Los
vigilantes van arriba y abajo, vemos sus sombras a la última luz del largo día de verano. Enseguida
alguien aparecerá por el camino de la derecha. Un centinela le gritará y le pedirá el santo y seña: pregunta
“Unidos”, respuesta “y valientes”. Es un oficial de la unidad de tanques; tres pequeños tanques se hallan
preparados en nuestra cercanía desde hace semanas. Cada tarde viene uno de sus oficiales para preguntar
la consigna para las veinticuatro horas del siguiente día. Para mañana será: “Bilbao” – “No pasarán”.
Entonces el oficial le preguntará al general si hay alguna novedad y el general le contestará
tranquilamente: “Sin novedad”, y con un “Salud”, dicho a media voz, desaparecerá el oficial de nuevo en
la oscuridad.
Si el aire sopla adecuadamente, tal vez oiremos un par de notas sueltas de un disco de gramófono.
Viene de la ambulancia americana. Allí se oye música cada noche. Tal vez hasta bailen. Tanteo en la
oscuridad a Franz, que está sentado a mi lado. Me pregunta, - ¿Qué pasa?-. Y le contesto muy bajito:
- Pues nada, que quería ver si aún estabas ahí.- No me entiende enseguida: - ¿Cómo? - Me inclino hacia
él y le murmuro al oído: - ¿Hay novedades de Pearl y Gwendolin?-. Me da un suave puñetazo en las
costillas. Nos quedamos escuchando. Tal vez un golpe de aire nos traiga desde lejos la risa de una chica.
Después alguien empieza a contar siempre algo. Aquí cada conversación empieza con la expresión
del deseo soñado de buena comida y bebida. Cualquiera dice en la oscuridad: “Ahora vendría bien una
buena cerveza.” Risas y voces de aprobación procedentes de muchos lados. Otro dice: “Pues nada, vas a
Peñarroya y te traes un botellín. En una hora estás aquí.” En Peñarroya, la ciudad minera ante la cual
estamos, hay una fábrica de cerveza. Sigue funcionando. A cada prisionero y a cada uno de los que se
pasan a nuestras filas les preguntamos invariablemente cómo va la fábrica de la cerveza.
- Hombre – grita el teniente Bruno, que siempre está jugando a enfrentarnos con la XI Brigada-,
hombre, si se les cuenta a los de la Thälmann que estamos desde hace dos meses delante de una fábrica
de cerveza y que aún no la hemos probado, se van a partir de la risa.
Una voz con acento bávaro reniega: - La XI ni siquiera tiene a la vista una cervecera, así que
tampoco necesita atacarla.
Es verdad: cuando fantaseamos sobre el ataque decisivo a Peñarroya, muchos piensan enseguida en

172
:
la cervecera como el pago de la victoria. El litro de agua hervida sólo estimula nuestros resecos gaznates.
Además hoy ha habido de nuevo alubias que nos dan sed. ¿Y mañana? ¿tal vez mañana habrá arroz?
- Schwejk – grita con su potente voz de bajo a través de la oscuridad el general, que se sienta entre
nosotros-, Schwejk, ven aquí.
De dentro de la casa le contestan. - Voy enseguida, camarada general.
Y medio minuto después el incansable Schwejk se planta delante del general: - Aquí estoy,
camarada general.
El general le pregunta con paternal tranquilidad: - Schwejk, hijo, ¿qué hay mañana para comer?
- He previsto garbanzos y carne en conserva, camarada general.
Se levanta un “¡Huuuhuuu!” general, seguido de gemidos y lamentos. Algunos agudos silbidos
rompen después el silencio.
Los garbanzos son el enemigo mortal declarado de los internacionales. Son una especie de
legumbres amarillas, grandes y casi cuadradas, una rústica variedad de nuestras habas, difíciles de cocer
y, aunque su poder alimenticio es famoso, realmente difíciles de digerir para nuestros estómagos. Pero
los garbanzos son “la piedra angular” de nuestra alimentación; hay cuatro y hasta cinco veces a la
semana garbanzos, y a veces más.
Yo murmuro para mis adentros: - Indigesto hasta para el alemán, al que han criado con
albóndigas.
- Habla claro, si tienes algo que decir - me reclama el general. Entonces me pongo a recitar con voz
clara y llena de soterrada inquina:
“Allí garbanzos comí,
duros, gordos y pesados como balas de fusil,
hasta para un alemán, al que criaron con albóndigas,
muy malos de digerir.”89
- ¡Bravo! ¡Bravo!” - gritan voces a mi alrededor.
- ¡Muy bueno! Hasta para un alemán muy malos de digerir...ja, ja...
El general dice medio riéndose, medio con reproche:
- ¿Esos son los resultados de tus esfuerzos literarios mientras estás aquí?
- No –le digo – esto no ha surgido de mis tripas. Que los garbanzos son indigeribles para un
alemán, lo dijo ya Heine hace mucho.
Dudo mucho que Schwejk haya seguido los matices de esta conversación, pero lo que está claro es
que se lo ha tomado como un ataque a su manera de llevar la cocina. Grita rabioso:
- ¡A mí no me crecen los espárragos en la mano! ¡Tengo que cocinar con lo que tengo!
Los gemidos se refuerzan y algunos silbidos siguen protestando. El general dice entonces
exhortándonos con pedagógico celo:
- Garbanzos y carne de bote son comidas alimenticias y sanas.
89
Traduzco muy libremente los versos de Heine que Kantorowicz recita y que en alemán suenan así: “Dorten
aβ ich auch garbanzos - groβ und schwer wie Flintenkugeln – Selbst dem Deutschen unverdaulich – der mit Klöβen
aufgewachsen.”
173
:
Como sigue el murmullo en la oscuridad, añade irónicamente:
- Si queréis, podéis comer, en vez de garbanzos, alubias.
Schwejk confirma celoso que esa alternativa es posible:
- Tengo un saco de judías90 lleno.
Nuevos: “¡Huu, huu...!” Alubias, llamadas aquí judías, en lugar de garbanzos; eso se llama ir de la
lluvia a la gotera. El general finalmente nos vuelve a recordar pacientemente. - En Madrid se comen las
alubias sin carne. Aquí no estamos para recibir alimentación de sanatorio.
(Tal vez el general se está acordando de que hace tres días le prohibió al intendente cerrar en el
último minuto una compra ya casi decidida de 15 carneros.)
Conocemos de sobra la difícil situación de la alimentación y ya nos hemos resignado a ella. Pero,
¿quién nos puede prohibir que sigamos tejiendo nuestros sueños de buena comida? Uno, estimulado por
la presencia de Schwejk, empieza a entusiasmarse con un gulasch húngaro con albóndigas. Contra él se
levanta otra voz ensalzando las ventajas de la col fermentada con costillas. La boca se me hace agua de
inmediato. He reconocido la voz de Karl: un berlinés es siempre un berlinés. Pero antes de que supere mi
local patriotismo, empieza a protestar la voz de un camarada de los puestos de vigilancia que es bávaro: -
Nada de col fermentada: una pierna de ternera es lo que nos hace falta.- Un austriaco se pone
verdaderamente excesivo: - Una ensalada de pepino y un pollo asado, eso estaría bien.- -¿Por qué el
camarada no pide, ya que está, champán, caviar y ostras?” -pregunta con tono de reproche el sargento
Kieper, que viene de la sobria Westfalia. Las otras nacionalidades describen también sus comidas
preferidas. Dos camaradas franceses discuten sobre cómo preparar la mejor boullabesa, una sopa de
pescado; pronto queda claro que uno procede de Toulon y el otro de Marsella.
Muchas veces en tales veladas alguien se pone a contar episodios de su vida. Es de noche; no
vemos al que habla, sólo oímos su voz. Cuenta sin dramatismo ni sentimentalismo. Aunque normalmente
se trata de retazos especialmente duros y peligrosos de vidas duras y peligrosas dedicadas a la lucha por la
libertad, nos solemos reír mucho.
Vistos retrospectivamente los peligros y los sustos superados tienen a veces un aspecto
humorístico. ¿No vivimos acaso diariamente aquí, en la lucha, pequeños episodios, que tienen rasgos
divertidos hasta para los protagonistas siempre que hayan conseguido salir bien librados de ellos? Por
ejemplo, cada bomba sin explotar que nos habría podido destrozar si hubiera explotado como era su
obligación, es un motivo para reír: hemos dejado otra vez a la muerte con un palmo de narices. Pero la
historia que oímos ayer de Fritz Giga91, la historia de su muerte, no era para reír. No tiene nada de cómica

90
En castellano en el original.
91
Fritz Giga nació en 1899 en Mühlhein an der Ruhr. Como militante del KPD y del “ejército rojo del Ruhr”
fue detenido por las SA en el 33 y torturado y apalizado de tal manera que lo dieron por muerto y lo echaron a un
depósito de cadáveres. Un trabajador observó que estaba vivo y consiguió sacarlo y llevarlo al hospital. Durante su
estancia en él, las SA lo volvieron a amenazar y ante el peligro que corría sus camaradas disfrazados de SA lo
sacaron y le ayudaron a pasar la frontera holandesa. Estuvo luego en la URSS, donde se casó, y vino a España en
febrero del 37. Primero sirvió en la Compañía de Zapadores de la XI Brigada, y después dirigió como teniente una
compañía también de zapadores en el Batallón Tschapaiev. Durante la batalla de Brunete fue mortalmente herido
junto a Romanillos y murió el 13 de julio de 1937, poco después de los hechos que narra Kantorowicz. (Dicc. Vols.
Alms.) Sobre el sargento Kieper no he encontrado ningún dato entre los alemanes, austriacos o suizos.
174
:
en absoluto, pero por el hecho de que él mismo la pueda contar entre nosotros, su historia nos ha
alegrado, no divertido, pero sí alegrado, alegrado de una manera seria, reflexiva, que hace bien a nuestra
conciencia y a nuestra esperanza.
Escuchamos al general. Nos habla de las luchas de los trabajadores en la zona del Ruhr contra los
“cuerpos voluntarios”92 nacionalistas, los predecesores de las hordas hitlerianas de las SA. Desde aquellos
días han pasado muchos años. Pero entre nosotros, los voluntarios alemanes, hay algunos que conocieron
al general en aquellos tiempos. El antiguo oficial imperial ya se había dado a conocer en la 1ª Guerra
Mundial como defensor de las causas del pueblo. Cuando se trató de defender la república alemana
contra el primer ataque grave de la contrarrevolución - el putsch del general Kapp en la primavera de
1920 -, los trabajadores de la zona del Rhin tomaron las armas y el general fue uno de sus organizadores.
Las voces suenan fuertes por la noche. Enmudecen cuando el vigilante grita: “¡Alto!” Alguien da la
contraseña, viene hacia nosotros y nos saluda con un “¡Salud!” Es Fritz Giga. Con su Compañía de
Zapadores ha reforzado hoy, aprovechando la oscuridad, las posiciones de la 2ª Compañía del batallón
en el ala izquierda de la Sierra Mulva. Hace una hora que ha salido la luna y bajo la luz de la luna ya no
se puede trabajar allí. Giga ha dejado atrás su unidad y se ha pasado por aquí para oír qué novedades hay.
- ¿No tenéis nada para beber?”- pregunta. Alguien va a la cocina y le trae una cantimplora llena de
agua medio caliente con unas gotas de anís. Giga dice: - Bien, en el Estado Mayor siempre se consigue
algo - después suspira-. Pero una cerveza fresca sería mejor.
- ¿Por qué no te trajiste ayer una jarrita de Peñarroya? - le embroman los camaradas. -Con lo cerca
que la tenías.- -Ven, - dice Giga-, que te enseño el camino.
Giga se pone de pie como si quisiera irse inmediatamente con el camarada a la fábrica de cerveza
de Peñarroya. Todos reímos. Medio en broma, medio en serio dice el sargento Kieper, un viejo, austero y
responsable tipo: - Tú eres muy capaz de cualquier cosa, Fritz.
El general le pregunta: - Fritz, ¿estuviste en 1920 en los combates contra el Kapp-putsch en
Oberhausen?
Recordamos que Fritz Giga, el minero de Oberhausen en la región del Rhin, es también uno de los
“viejos” que creyeron defender a la república alemana contra los mercenarios y pronto tuvieron que
reconocer que esta república no quería en absoluto ser defendida.
- Naturalmente –responde Giga con vivacidad-. Yo dirigí la centuria que ocupó el ayuntamiento.
Durante una semana mantuvimos la ciudad. Después llegaron los de Düsseldorf en nuestra ayuda.
- Así que tú eras aquel trabajador joven y flaco –dice el general-, bueno flaco lo sigues siendo, pero
un poco más viejos ya nos hemos hecho todos entre tanto.
Y sigue: - Tú debes conocer a Erich; Erich Z... que era diputado del Parlamento prusiano por el
Partido Socialista Independiente de vuestro distrito y dirigió la huelga general contra los putchistas.
Naturalmente, en aquel tiempo Giga lo conoció bien.
- ¿Sabes qué ha sido de él?

92
Los Freikorps o “cuerpos voluntarios”, ver nota 64.
175
:
No, Giga no lo sabe. Trata de recordar, habla muy rápido y entrecortadamente, y de vez en cuando
pierde el hilo de lo que está diciendo.
- Oye Fritz, pues tú me tuviste que conocer también a mí –le dice el general.
- ¿Tú estabas también en Oberhausen? - Giga se levanta y trata de estudiar a la luz de la luna los
rasgos del general.
El general se ríe. - ¡Ay, Fritz, si no me has reconocido a la luz del sol español, no vas a
reconocerme a la luz de la luna! En aquel entonces nosotros mantuvimos en Oberhausen una reunión
con los directores militares de las formaciones de defensa. Y tú, como jefe de la centuria, debes haber
estado también allí. ¿No te acuerdas?”
También esto se le ha ido a Giga de la memoria. El sargento Kieper, que también estuvo entonces
allí, intenta ayudarle. - ¿No te acuerdas Fritz de quién era el que llegó justo a tiempo con los trabajadores
de Düsseldorf y de Essen, de manera que pudimos expulsar a los desgraciados de los “cuerpos libres”?
Ahora se le empieza a aclarar la memoria a Giga, que pregunta súbitamente: - ¿Eras tú?
- Sí, Fritz -el general le contesta con una voz oscura y un poco melancólica-, sí, era yo.
Fritz balbucea aún algo desconcertado. Vemos a la luz de la luna sólo el perfil de su delgado
cuerpo, casi de muchacho. No podemos ver el temblor un poco convulsivo que lo recorre. Va desde el
hombro izquierdo y distorsiona con sacudidas su rostro en rítmicos intervalos. Todos sabemos de donde
procede.
Giga comenta ahora: - Desde entonces nunca puedo acordarme bien de las cosas.
Desde entonces – cuando el régimen nazi triunfante anunció su “suicidio”-. Ayer nos estuvo
contando lo que pasó.
“Cuando tras el incendio del Reichstag empezó el terror, tuve que dejar mi habitación a toda prisa.
Los nazis ya me habían dicho que yo sería de los primeros que cazarían cuando empezasen. No tenía
trabajo. Los compañeros en cuyas casas yo me escondía, tampoco tenían trabajo. No me atrevía a salir a
la calle. Sólo cuando se hacía de noche salía para encontrar a los compañeros y organizar la resistencia
contra el terror. Cada vez éramos menos. Los nazis capturaban a todos aquellos de los que sospechaban
que eran de izquierdas. Y una tarde me cogieron a mí también; tenía que ir a una reunión en casa de Max
y un bandido me reconoció por la calle y se puso a pitar y entonces media docena de tipos de las SA
salieron de una tasca y me atraparon y uno dijo. “Ya tenemos al perro rojo.” Me llevaron al cuartel de las
SA. Allí arriba había un tipo flaco de pelo negro al que yo no conocía. Me preguntó si podía cantar la
canción de Horst Wessel y yo le dije que no. Entonces él dijo que pronto recibiría el chivatazo de los
demonios en el infierno, y la gente del grupo de las SA que estaban alrededor se rieron. Seguramente ya
conocían el chiste. Yo pensé, este es uno de los que no pega enseguida, sino que se reflexiona sobre cómo
puede torturar mejor. Y me dije: “Fritz, si tienes que diñarla aquí, de ti no han de sacar nada.”
Entonces el tipo empezó a preguntar. Alguien le había dado una lista y quería saber dónde estaba
escondido Heiner, de la Liga de Combatientes del Frente Rojo, y Emilio, de la Liga de Combate
Antifascista. Donde estaba Emilio no lo sabía, pero donde estaba Heiner lo sabía perfectamente porque de
hecho vivíamos juntos. Yo contesté que desde hacía semanas no los había visto. Entonces quisieron

176
:
pegarme, pero el jefe se volvió y dijo: - Vale, ahora te vamos a mostrar dónde está tu amigo Emil.- El
hombre de las SA abrió la puerta de la habitación de al lado y allí estaba Emil sobre el suelo, y producía
un extraño sonido, balbuceaba como un niño que aún no puede hablar: wah, wah, wah...y el jefe dijo: -
Mira al cerdo rojo, él tampoco quería hablar al principio.- Me acerqué a él y le pregunté: - ¿Emil, qué
han hecho contigo?- Pero él sólo balbuceaba y me miraba, y vi que se esforzaba en decirme algo y no
podía porque con un golpe, seguramente con una llave americana, le había destrozado la mandíbula y ésta
le colgaba y no podía hablar, sólo balbucear; me miraba con los ojos muy abiertos y después se desmayó.
Yo me volví y dije: - Hagan venir a un médico – lo cual provocó las risas de toda la banda. Y el jefe dijo:
- Ya le curaremos nosotros aquí, no necesita ningún médico.- Quise ir hacia Emilio, entonces el tipo me
golpeó súbitamente desde detrás con un látigo de cuero las piernas detrás de las rodillas y yo me doble
enseguida.
Uno de nosotros silbó entre dientes.
- Tíos –dijo Giga-, si a uno le dan un latigazo así directamente en las corvas, uno se cae
inmediatamente a no ser que esté agarrado de arriba.
- ¿Y Emil? –preguntó el sargento Kieper.
- A Emil no lo volví a ver. Cerraron la puerta. El también “se suicidio en la cárcel”, como yo. Era
un buen compañero. Te podías fiar de él. No puedo olvidar como estaba allí tirado y balbuceaba “wah...
wah...” con su mandíbula destrozada. Nunca lo olvidaré.
- De él no pudieron sacar nada en ningún caso -dice serenamente Karl Putzke, el oficial de
información.
- Eso mismo pensé yo. Durante todo el interrogatorio siempre pensaba en eso. Muchas veces, antes
de perder el sentido, me decía: Hombre, sí te rompen la mandíbula a ti también de manera que no puedas
hablar, sería lo mejor.
- Pero no te han dado ese gusto.
- No. El jefe volvió a repetir: Tu amigo Emil no ha querido hablar. A lo mejor tú eres más
inteligente.
Y después me pregunto por una gran cantidad de direcciones y me dijo que si no me ponía tozudo,
me podría ir enseguida y nadie sabría nada de mí. No le contesté. -Vale, -dijo él- cómo tú quieras, perro
rojo. Si no es a las buenas, será a las malas.
Y me pegó un latigazo en plena cara y los otros empezaron a pegarme con sus porras. Yo les grité.
- ¡Menudos héroes, veinte contra uno!
Entonces uno me dio tal golpe en la cabeza que perdí el sentido.
- Sí, veinte contra uno; ese era su método, así eran fuertes - subrayó Karl Putzke, que también había
estado en un campo de concentración en Oranienburg.
- Qué asquerosos - gruñe nuestro enlace alsaciano, Luis.
Cuando me desperté estaba encima de una mesa en medio de la habitación. Me habían tirado agua
fría sobre la cabeza. Escupí sangre y dientes. El jefe me miró y dijo:
- Bien, pequeño, ¿ya has aprendido a hablar? De lo contrario tenemos un par de masajes especiales.

177
:
Después se puso furioso y gritó: - Perro, te lo vamos a sacar. Hemos sacado lo que queríamos oír
de otros muy diferentes de un enano como tú.
Me tiraron de la mesa al suelo y me golpearon de nuevo con látigos y correas de cuero hasta que de
nuevo perdí el sentido. Esta vez duró más tiempo porque no golpeaban con ninguna objeto duro sino sólo
con los que hacen daño pero no re quitan el sentido. Finalmente me volví a hundir.
Cuando me desperté estaba otra vez sobre la mesa y todos estaban a mí alrededor y fumaban
cigarrillos. Uno estaba doblado sobre mí. Chupó su cigarrillo, escupió sobre mí, directamente a la cara, y
gritó: - Maldita sea, esto sabe a cerdo quemado. Y todos rieron.
Me hacía daño todo pero no me podía mover, pues me sujetaban unos las manos y otros los pies,
estaba extendido sobre la mesa talmente como un cristo crucificado.” -dijo Giga y soltó una carcajada,
pero ninguno de nosotros rio, con lo que nos gustaba reír.
- De pronto tuve que empezar a gritar –continúa Giga-, los tipos me hacían con sus cigarrillos
agujeros en la piel y alrededor del ombligo. Eso hace muchísimo daño –corroboró, y sonó como una
disculpa por su confesión de que había gritado-. Perforaban con la punta del cigarrillo encendido en la
piel, luego lo tiraban y encendían otro. Después en el hospital, vi que me habían dibujado una cruz
gamada alrededor del ombligo.
- No te enfades, pequeño –dijo el jefe- sencillamente queremos darte una carta de visita para el
camino.
Esos eran sus chistes. Aquellos golfos tenían seguramente unos 16 años, por lo menos la mayoría,
yo había luchado en la 1ª Guerra Mundial y trabajado 15 años en la mina. Ellos seguían y me hacían
tanto daño que yo me arrojaba a un lado y otro de la mesa frenéticamente. Uno me quiso pegar con la
porra en la cabeza para que me estuviese quieto, pero el jefe le dijo que lo dejase estar para que
permaneciera consciente y sintiera lo que me estaban haciendo.
Entonces ya no grité más. No les quise dar el gusto a esos individuos. Ante todo sentía angustia de
que en el estado en que estaba pudiese venir a mi boca algún nombre o alguna dirección si gritaba. Me
mordí con los dientes el labio inferior cada vez más fuerte, hasta hacerme sangre, con lo cual los demás
dolores los sentía menos. Al final volví a perder el sentido.
Después me volví a despertar a causa del dolor y después volví a perder el sentido por la misma
razón. Tras la tercera pérdida de conocimiento dejé de sentir nada más. Cuando acabaron con la cruz
gamada me caí de la mesa y me quedé tirado en el suelo. Uno de ellos me pegó una patada en la cabeza
con el tacón de su bota y ya no sentí nada, y estaba muy contento pues pensaba: - Ya se ha terminado,
Fritz, y no te han sacado absolutamente nada.
Estaba tirado en el suelo con una especie de rigidez y parálisis y los oía hablar. Decían: -Ahora
tenemos que acabar con el cerdo del que no vamos a sacar nada.
Entonces me levantaron entre varios y con un impulso me tiraron por la ventana del tercer piso a
los adoquines de la calle. Lo que pasó después conmigo, no lo sé.
Lo que pasó con Giga después lo han contado él mismo y otros amigos suyos antifascistas.
Permaneció toda la noche tendido en la calle. Por la mañana lo encontró alguien que pasaba. Lo consideró

178
:
muerto. Entonces le llevaron al depósito de cadáveres. “Suicidio en la cárcel” informaron los periódicos
nazis de la tarde con su jerga habitual: “El mal afamado antifascista Franz Giga durante su interrogatorio
se ha lanzado desde la ventana del tercer piso de un edificio de Oberhausen y ha quedado destrozado
sobre los adoquines. El reconocimiento médico ha comprobado que estaba muerto.”
Durante un tiempo permaneció sin sentido en el depósito de cadáveres. El médico que debía emitir
su certificado de defunción fue a verlo a última hora de la tarde. En aquellos días en los que el nazismo
crecía como una repugnante úlcera en la nación, los médicos tenían mucho que hacer, los muertos tenían
que esperar. Este médico percibió que en aquella masa ensangrentada que yacía delante de él, aún
quedaban restos de vida y no se pudo decidir a hacer un parte de defunción mientras el cuerpo destrozado
aún respirara. Volvió a visitarlo por la noche, entonces el suicida habría tenido ya que oler.
Esto fue lo que él les dijo a los nazis que habían interrogado a Giga la noche antes. Alguno de ellos
estaba esperando ya el certificado de defunción. Tenía que decir “suicidio”, pues "todo debe estar en
orden”. Si los infrahombres antifascistas deciden suicidarse, ¿qué van a hacer los honorables hombres de
las SA? Un certificado de defunción que diga claramente “suicidio” hace tragar a la boca insolente las
“calumnias” que gritan que esto es un asesinato, acalla la “campaña difamatoria de mentiras”.
“El orden lo primero”. Cuando el médico al final de la tarde volvió, la masa ensangrentada no olía.
También el médico llevaba el uniforme pardo. Pero por suerte no todos los que llevaban este uniforme,
eran auténticos nazis. Había entre ellos muchos que habían conservado características humanas. Sea que
este médico rechazó por principios humanitarios dejar la masa ensangrentada en el depósito de cadáveres
hasta que apestara, sea que a su sentido profesional del deber le repugnaba meter en la categoría oficial
de muertos a un hombre que aún daba signos de vida, el caso es que ordenó el traslado de aquel ser que
aún respiraba al hospital.
A la mañana siguiente este médico fue a visitar a la masa de carne y huesos, que alguien entretanto
había lavado. Pensaba que el “suicida” no habría superado la noche. Pero esta criatura admirablemente
resistente seguía respirando. El médico informó al jefe médico del hospital. Era un caso interesante.
Ambos doctores investigaron el fenómeno. Comprobaron cinco fracturas en el cráneo, herida en los
riñones, una docena más de fracturas de huesos, conmoción cerebral, hemorragias internas y la cruz
gamada sobre el ombligo. Pero este hombre, a pesar de estar machacado, evidentemente vivía.
Los hombres de las SA se presentaron pisando fuerte con sus pesadas botas en la sala del hospital.
Se les encaminó a la cama del que seguía sin sentido y se les pidió paciencia. Ya recibirían noticias si
pasaba algo.
Entonces empezó una especie de competición deportiva entre los médicos por operar a Giga y
volverle a remendar. Era un interesante objeto de estudio para los médicos jóvenes deseosos de aprender,
y un objeto de demostración del arte y la ciencia de cirujanos magistrales. Estudiantes de los semestres
superiores, practicantes, asistentes y profesores curiosos rodearon la mesa de operaciones sobre la cual se
mostraba el caso. Fritz Giga aún no había recuperado la conciencia cuando tras seis días los nazis
volvieron. Cuando una semana después volvieron de nuevo pateando con sus botas la sala del hospital,
Giga, tras una nueva operación, estaba otra vez inconsciente.

179
:
Los tipos de las SA perdieron la paciencia. Querían saber si finalmente se moriría el cerdo y
cuándo. No tenían la menor comprensión hacia la “poco alemana humanidad” de estos médicos. ¿Se
estaba tratando el caso como el Führer quería, poniendo tanto cuidado y tanto arte médico en un
“subhombre”, al cual, según la ley, se le deberían estar comiendo los gusanos desde hacía tiempo?
Más tarde se supo de estas y parecidas emociones del nuevo espíritu alemán por muchos de los
camaradas que se habían escapado de las cárceles nazis. Estos informaron en París, en Praga, en
Bruselas de que el caso de Giga fue durante largo tiempo materia de conversación no sólo entre los
trabajadores sino también entre los nazis de Oberhausen y de los alrededores. Se supo también por ellos
que para los impacientes “renovadores de Alemania” pertenecientes a los grupos de las SA de
Oberhausen, el pensamiento más consolador en relación con el restablecimiento de Giga era que “en el
caso de que el cerdo fuese recompuesto se podría proceder de nuevo a interrogarlo”. Esta posibilidad
entusiasmaba a los “salvadores de Alemania”; un delicado proyecto: a alguien al que se le ha apaleado a
muerte, volverlo a apalear a muerte. Una sensación que en los locales de las SA no se daba todos los días.
Así pues permanecieron compasivamente preocupados por los progresos de la mejoría de Giga.
Tras más de seis semanas no estaba aún en disposición de ser transportado, y mucho menos de ser
interrogado. Dos estaban al lado de su cama. En este ambiente se mostraban algo cohibidos y, como
correspondía a su manera de ser, intentaban mostrarse ante todo “enérgicos y varoniles”.
Uno, un jefe de grupo que había participado en el primer interrogatorio de Giga, se colocaba con
las manos en las caderas, talmente como Göring, y renegaba, medio vuelto hacia Giga, medio a los
médicos y enfermeras que estaban al otro lado de la cama:
- Os damos dos semanas, si entonces no se ha muerto, nos lo llevaremos.
Miraba insidiosa y rabiosamente al médico y añadía brutalmente: - Ya lo curaremos nosotros, más
rápido y más a fondo que todos los Sres. Doctores.
Se atrevía a decir semejantes cosas porque el médico del hospital era medio judío y temblaba ante
la sola posibilidad de perder su puesto.
El otro tipo de las SA también tenía que decir algo. Mostrando una grasienta sonrisa añadió:
- Y más barato que aquí. Tenemos un par de masajes especiales, que levantan a todos los
enfermos.
Era un fiel partidario y alumno de su jefe. Aprendió pronto este tipo de bromas y las repetía: “Así
que, doctor –acababa jovialmente el jefe de grupo-, en dos semanas ¡muerto o vivo!
Y se marchaban machacando el suelo amenazadoramente con sus botas.
La joven enfermera, que en las largas semanas de cuidar al destrozado y flaco enfermo, siempre
tranquilo y modesto, había ido cultivando una fraternal simpatía hacia él, lloraba de rabia. - ¡Qué
canallas! -decía llorando.
- Schissst, hermana María, ¿cómo puede hablar así? - murmuraba lleno de angustia el médico
medio judío mirando alrededor por si alguno de los otros enfermos había oído algo.
Estas escenas las vivía Giga con toda consciencia. Y pensaba: -Así que tengo aún dos semanas.

180
:
Y seguía pensando: -¿Cómo puedo informar a los compañeros? Le daba vueltas a la cabeza pero
no veía ninguna salida. La mayoría habrían cambiado entretanto de dirección. ¿Y a quién podría enviar?
¿A la enfermera?
- Tengo que salir de aquí antes de que vuelvan - pensaba.
Se intentó levantar. Lo consiguió con grandísimo esfuerzo y con grandes dolores. Pero estaba
demasiado flojo para huir. Tal vez dentro de diez o doce días podría hacerlo.
Pero, de manera sorprendente, diez días después apareció otro grupo de hombres de las SA y
exigió, mostrando documentos de los altos mandos, la inmediata entrega de Giga. El médico del puesto
arrojó una rápida mirada a los documentos y levantó impotente los hombros. La hermana Marta palideció
y contuvo las lágrimas con dificultad.
Eran cuatro hombres.
- Yo los miraba –cuenta Giga- y pensaba, no puede ser. Uno de ellos era Otto y el otro era Karl.
Con Otto había trabajado en la mina, Karl era uno de las Juventudes, no lo conocía muy bien y además
ya sabía que alguno de los nuestros se había pasado al otro lado, o, simplemente, se había “adaptado”.
¡Pero Otto! Otto, que estaba desde 1918 en el movimiento obrero y del que yo siempre había pensado que
en él se podía siempre confiar. ¿Otto con un uniforme pardo? Sencillamente, no lo podía creer. Pensaba
que detrás de eso había un truco.
Y le dije: -¿Tú estás también ahora con ellos, Otto?
El médico estaba allí con la enfermera y dos hermanas más de la sala, los enfermos se habían
incorporado en sus camas para poder ver mejor.
Otto chilló: - ¡Cierra el pico! Y Karl añadió a gritos: - ¡Aquí no se discute!-. Y otro ordenó:-
¡Fuera, largo contigo!- , y me arrancó de un tirón las sábanas.
Yo sólo podía pensar: - Hombre, pues sí que ha cambiado Otto - y todo era mirarle. Pero él volvía
la cabeza y sólo murmuraba: - Venga, venga. Más aprisa. Hay aún mucho que hacer.
Uno me ayudó y me puse los pantalones, y mientras me vestía no pensaba en lo que me estaba
pasando a mí, sino todo el rato en Otto y cómo era posible que lo hubieran pescado así.
En cuanto estuve preparado, me agarraron entre dos y me sostuvieron porque aún no podía andar
solo. Y cuando vi el rostro del médico y cómo la enfermera sacaba un pañuelo y se enjugaba las lágrimas,
pensé otra vez: - Hombre, Fritz, ya te tienen otra vez. Y ahora empezará todo de nuevo.
Ante la muerte no sentía miedo. Me decía: - En realidad ya has estado muerto bastante tiempo.
Yo prefería estar muerto, que no me hubiesen cogido de nuevo con vida, que no me pudiesen
pegar a matar de nuevo.
Sólo una cosa era esta vez más sencilla: ya no había peligro de que pudieran averigua algo por mí.
Habían pasado más de dos meses desde el primer interrogatorio y yo no tenía ni idea de dónde se
encontraba la gente que ellos podían buscar.
Bajo, en la calle, había un Opel de cuatro plazas. Los dos SA que Giga no conocía le ayudaron,
pues estaba demasiado débil para andar sólo. Karl y Otto estaban detrás de él. Giga no los podía ver.
Algunos peatones se arremolinaron con curiosidad.

181
:
- Me empujaban más de lo que yo podía andar –dice Giga-, pues yo era un medio cadáver. Y
pronto se acabaría todo, pensaba para mí.
Pero cuando estuve delante del coche y uno abrió la puerta, me dije: - Estos son los últimos
minutos de libertad, mira a tu alrededor aún una vez, Fritz.- Y titubeé antes de subir al coche y me
defendí cuando me quisieron meter a la fuerza.
Uno, al que no conocía, empuño su revólver, me miró y dijo: - Si armas escándalo acabo contigo.
Yo dije: - Vale, vale-. Pero estaba demasiado débil para defenderme.
Me subieron al coche. Otto y Karl me pusieron en medio, entre ellos.
Los otros dos subieron delante y salimos. Había sido demasiado para mí y me volví a desmayar.
Cuando me desperté seguíamos viajando. Me pareció como si hubiésemos salido de la ciudad. Me
habían colocado en una esquina del coche y con la cabeza apoyada. Oí decir a Karl: - Ya vuelve en sí. Si
no, le llevamos nosotros.
No me moví pues no quería hablar con ellos. Estaba admirado de que no me hubiesen llevado
enseguida al cuartel de las SA de Oberhausen. Conducían bastante rápidamente. Pasamos por un par de
aldeas, pero no pude ver por dónde íbamos.
Entonces el coche se detuvo en un camino.
Volví a pensar que si tendría que sufrir tanto dolor otra vez, hasta que acabase por no sentir nada. Y
esperaba que esta vez fuese todo más rápido. Después pensé si Karl y Otro colaborarían, si ellos me
pegarían. Y no me lo podía imaginar, pero no estaba seguro, pues si se habían convertido en nazis eran
capaces de todo.
Oí a Karl gritar: - ¡Cambia el número de la matrícula!- Y a Karl que decía: - Saquémoslo con
cuidado.
Me sacaron del coche y se dieron cuenta que había vuelto en mí. Otto me sacudió ligeramente y me
preguntó: - ¿Estás despierto, Fritz?
Yo le dije: - No quiero hablar contigo. Acaba conmigo enseguida.
Entonces Otto me abrazó y dijo: -Viejo tonto, ¿pero de verdad has pensado...? Estamos en la
frontera Fritz. Te llevamos al otro lado. Sólo faltan unos 200 metros. Los compañeros del otro lado están
de acuerdo. Te están esperando.
El conductor dijo entonces: - ¡Y saluda a los compañeros del otro lado de nuestra parte, Fritz!
Y el otro: - ¡Qué todo vaya bien allá! Nosotros nos quedamos aquí de vigilancia. ¡Frente Rojo!
Karl y Otto me pusieron de nuevo entre los dos. Me querían ayudar pero yo estaba tan contento que
me sentí fuerte y di un par de pasos sin ayuda de nadie.”

Los camaradas que esperaban al otro lado de la frontera lo cuidaron bien. Pasaron aún meses hasta
que Fritz Giga pudo mantenerse sobre sus piernas. Y casi dos años hasta que recuperó a medias su fuerza.
Cuando empezó la sublevación de los nazis y los fascistas contra el pueblo español él fue uno de
los primeros en inscribirse en las Brigadas Internacionales. Se comprende que a él, hombre medio
inválido y destrozado, no se le quisieran encargar los esfuerzos y peligros más grandes de la lucha en

182
:
España. Ya ha hecho y ha sufrido bastante, camaradas como él son también necesarios en otros puestos,
así se le convenció. Él ya había combatido durante meses, ya había vencido.
Pero había que comprender también lo que para él significaba tomar las armas contra sus
verdugos o contra otros como ellos. Se le permitió pues alistarse con nosotros. Pronto destacó por su
audacia, por su energía, por su habilidad., y se le confió la dirección de una compañía, su querida
Compañía de Pioneros-zapadores.
Ahora está con nosotros: frágil, flaco, puros nervio, no aparenta los 38 años que tiene. Por su
cuerpo corre desde el hombro izquierdo el tic nervioso que estremece rítmicamente su rostro. Esto lo ha
conservado desde aquella noche en el cuartel de las SA y en el depósito de cadáveres de Oberhausen.
Pero este hombre, que apenas tiene un pedazo sano dentro o fuera de su cuerpo, se mantiene firme gracias
a su odio sagrado. Él no vive ya su vida sino que la vida arde en él.
Esta segunda vida que él – y él lo sabe- no va a vivir mucho tiempo, está sólo al servicio de su odio
contra los enemigos de la humanidad.

5 de junio de 1937
Hoy nos ha llegado la noticia de que el fascista general Mola, con Franco y Sanjurjo el trio de los
mayores asesinos del pueblo español, ha muerto en un accidente de avión. La misma suerte corrió
Sanjurjo al principio de la sublevación...
Discutimos sobre el bombardeo de Almería realizado por la flota de guerra alemana. ¿Y si esto
fuese como los tiros de Sarajevo? No lo creo. Esto, en occidente, no le importa a nadie. Los “amigos” de
la República española de Europa occidental se esfuerzan en atarle las manos bajo muestras de amistad.
Los estadistas de los países democráticos llaman “realpolitik” a su preocupación por asegurar a los
cañones y a los aviones alemanes e italianos sus posiciones y puntos protegidos en las fronteras de
Francia o en puntos neurálgicos como Gibraltar. Si no se supiera lo muy patriotas que son, se les podría
llamar traidores, y si no supiésemos que son liberales, demócratas, y algunos incluso hasta socialistas, uno
juraría que son agentes del fascismo alemán e italiano.

En medio de mi papeleo de documentos no consigo hacer marcha... El capitán N... ya se ha


recuperado a medias, según dice Jensen. En unos días podrá ser dado de alta en el hospital.
La idea del folleto ha prendido; hoy después de comer vino el comisario del Batallón Tschapaiev,
Ewald, con seis nuevas aportaciones del teniente Wenzel de la Compañía de Ametralladoras, una de
Lambo Weiβ, el jefe de la 3ª Compañía, y otra del pelotón húngaro. Trae también una aportación de él
mismo y promete sacarle otra a Otto Brunner. Tengo que ir otra vez sin falta tan pronto como sea posible
para avivar este hermoso fuego.
Un poco después llegaba Hans Schaul. Me ha traído un informe del Batallón Tschapaiev preparado
hoy mismo. Cree que me puede interesar.
El batallón consta de 389 soldados y administrativos (un contingente inhabitualmente escaso), los
cuales tienen las siguientes nacionalidades:

183
:
alemanes 79
polacos 67
españoles 59
austriacos 41
suizos 20
palestinos (judíos de Palestina) 20
holandeses 14
checos 13
húngaros 11
suecos 10
daneses 9
yugoslavos 9
franceses 8
noruegos 7
italianos 7
luxemburgueses 5
ucranianos 4
belgas 2
rusos blancos 2
griegos 1
brasileños 1

O sea 21 nacionalidades en un batallón. No hay una proporción obligatoria para la composición por
nacionalidades de los batallones. En el frente de Madrid había cientos de españoles en otros batallones y
se dice que el complemento que se espera también se compondrá esencialmente de camaradas españoles.
(Tampoco la XIII Brigada está excluida de la tendencia general de “españolización” de las brigadas, y
eso es bueno).
Los camaradas polacos contaban antes con 150 hombres en las filas del batallón y había unos 30
yugoslavos y unos 25 húngaros. El griego y el brasileño que ahora van al final de la lista, están desde
hace dos meses con nosotros. Antes del ataque a Valsequillo había 2 ingleses y 3 rumanos en nuestras
filas. Los ucranianos y rusos blancos son hijos de emigrantes. Combatiendo aquí se quieren rehabilitar
ante la gran patria rusa, y su más sentido deseo es poder volver a su país cuando se acabe la guerra. Por
lo general son camaradas extraordinarios.
Por su composición social, sigue diciendo el informe, el batallón se articula de la siguiente manera:

obreros industr. y mineros 231


trabajadores del campo 68

184
:
marineros 39
empleados 19
pequeños propietarios tierras 13
intelectuales 8
funcionarios 7
artesanos 7

Le dije a Schaul, que me miraba durante la lectura por encima del hombro:
- De esta estadística me interesa que casi 400 sean obreros, campesinos, marineros y empleados, y
que 8 sean intelectuales. Es un alto porcentaje. En la XI Brigada por cada 100 obreros y campesinos, sólo
se podría contar con un único intelectual. Me parece un dato sorprendente y muy consolador. Si uno vive
en París o en otro de los centros de nuestro exilio, muchas veces podría pensar que todo el conjunto de la
emigración está formado exclusivamente por intelectuales.
Schaul lo corrobora.
- Un trabajador por cada 100 intelectuales en las cafeterías de París, un intelectual por cada 100
trabajadores en los frentes de España...
Le replico con énfasis:
- Más motivo tenemos aún los escritores alemanes que estamos en España para estar orgullosos de
pertenecer a los cuadros de los intelectuales antifascistas, de los que aquí, frente al enemigo, hay uno sólo
entre 100 trabajadores.
Schaul dice que eso ya lo sabe él y que por qué lo menciono tan expresamente.
- Se me ha ocurrido –le dijo reflexivamente- porque nosotros dos acabamos de estar de acuerdo
ahora mismo en hablar mal de los intelectuales y sólo dábamos por buenos a los que son la excepción, a
los que están aquí. Creo que uno debe ver los dos lados, o si tú quieres, defenderse en dos sentidos: por
una parte contra los “intelectuales” –y lo digo entre comillas-, lloriqueantes, melancólicos, dados a los
grupúsculos, sin fuerza, traidores, que se lamentan en las mesas de los cafés de París de que nosotros
aquí no seamos bastante “democráticos”; pero por otra parte nosotros, intelectuales alemanes –esta vez
sin comillas-, debemos defendernos también contra los prejuicios más comunes arraigados en muchos
antifascistas alemanes. Aún hay entre nosotros - y significativamente sólo entre nosotros, los alemanes,
de entre todas las nacionalidades que están luchando aquí–, camaradas para los cuales el intelectual en
general y el escritor en particular, representa una categoría parecida a la que en el servicio militar
imperial concedía el suboficial a los “voluntarios de un año”93. Su actitud respecto a él es una mezcla, en
el mejor caso, de desdén, burla, altanería, desconfianza y una cierta inseguridad, todo lo cual en
conjunto se manifiesta en una especie de comparación autocomplaciente.
93
Los “voluntarios de un año” o “Einjährig-Freiwillige” eran soldados voluntarios en el ejército prusiano e
imperial que se alistaban voluntariamente con una alta cualificación en los estudios, normalmente obtenida en un
Gymnasium, es decir en un instituto. Sólo hacían un año de servicio en el cuerpo que solicitaban, en lugar de los dos
o tres obligatorios para los demás, y tras este año y algunas pruebas, pasaban a ser oficiales de reserva. A cambio de
estos privilegios, ellos mismos tenían que pagar su alojamiento y uniforme en tiempos de paz, o sea que debían
proceder de familias acomodadas.
185
:
Creo que en ningún pueblo del mundo ha sido tan arraigado y tan cultivado el estúpido prejuicio
pequeñoburgués contra los intelectuales como entre los alemanes. En ningún país del mundo y tampoco
en ningún fascismo del mundo un verso de calendario es en este sentido tan complaciente como este:
¡Intelectual!
Fuera esta palabra, no hay otra peor,
con su brillo judío de horroroso color.
¡Nunca podrá un alemán cabal,
ser un maldito intelectual!94
Da risa, pero no es para reírse. El verso podría ser de Hitler, al cual millones de personas de
nuestro pueblo aclaman como a un salvador; al menos el refrancillo es conforme a su corazón, a su
carácter y al de su sentimiento profundo y el de sus millones de partidarios.
No, no es para reír. Esta es una impresionante expresión de la tradicional miseria alemana, y
algunos antifascistas, por lo demás honorables, acarrean tales cantidades de esa miseria alemana -e
incluso a veces siguen tan presos de ella- que tienen que realizar grandes esfuerzos para quitársela de
encima.
Si he de decir alguna cosa desfavorable sobre un judío, me aseguro antes de que mi interlocutor no
sea un antisemita. Y si expreso mi opinión sobre cierto intelectual, debo antes asegurarme, si mi oyente
es un alemán, de que no está infectado del estúpido, nocivo y vergonzoso prejuicio contra los
intelectuales.
Schaul dio la más inteligente respuesta a mis escrúpulos. Vino a decir que nosotros desmentíamos
todos estos prejuicios de la manera más rápida y segura con nuestra propia e impecable actitud desde el
momento en que nos encuadrábamos de la manera más sencilla, natural, respetuosa y respetable al lado de
los demás combatientes, ocupando nuestro lugar entre ellos y demostrando que servimos a la lucha
según nuestra capacidad. Este es ni más ni menos nuestro valor: ante todo el mundo y ante nosotros
mismos.

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

IV. EN LAS MONTAÑAS DE SIERRA NEVADA

Frente del Sur, 6 de junio de 1937


El 18 de febrero la VI Brigada había sustituido al Batallón Tschapaiev en las posiciones ante
Motril. Este batallón que con los españoles que habían entrado en sus filas en la carretera de Málaga
había crecido casi hasta los 850 hombres, subió de nuevo a los camiones y se dirigió a través de Albuñol

94
Traducción muy libre del texto alemán que dice: Hinweg mit diesem Wort, dem bösen - Mit seinem
jüdisch-grellen Schein. – Nie kann ein Mann von deutschem Wesen – Ein Intellektueller sein!
186
:
hacia Juviles con el fin de adelantarse al esperado ataque fascista por el flanco desde las montañas.
(Una parte de la Compañía de Ametralladoras ya había sido desviada antes y estaba en esos momentos
con el batallón francés Henri Vuillemin en el frente de Órgiva, a unos 20 quilómetros en línea recta de la
posición del Tschapaiev, pero alejada casi 80 quilómetros al tener que ir por complicados caminos de
montaña.)
El ánimo de los camaradas era extraordinario. En los pocos días de avance a lo largo de la costa
habían visto y habían vivido mucho, pero eso precisamente había elevado su espíritu de combate. Se
sentían fuertes y seguros de la victoria.
El viaje por las montañas estuvo lleno de acontecimientos. El ayudante del batallón, Lackner95, era
el jefe del convoy; ayer me estuvo contando un par de divertidos sucesos de este viaje. Siguiendo falsos
informes, se perdió toda la columna y los primeros camiones aterrizaron de pronto en medio de los
fascistas. Fue una suerte que ellos estuviesen aún más despistados que nosotros cuando tomamos las de
Villadiego a toda velocidad. A pesar de todo fue una atrevida empresa darse la vuelta con 35 camiones
pesados y otros muchos vehículos más pequeños sobre una estrecha carretera al alcance del fuego de los
fascistas. Después se agotó el combustible y hubo que tomarlo prestado unos de otros. Finalmente todos
alcanzaron la altura desde donde ya se iba todo seguido hacia abajo, de nuevo hasta Albuñol y por el
camino correcto de nuevo hacia Juviles.
El comandante del batallón, Otto Brunner, y el comisario, Ewald Fischer, que habían ido por
delante, estaban ya en la carretera y esperaban con inquietud a su batallón. Así que no pudieron dar
ningún descanso a los camaradas que llegaron agotados y helados después del largo trayecto perdido.
Las compañías tenían que llegar a las posiciones antes de la noche.
Otto Brunner explicó al batallón reunido cuál era la situación. Los fascistas habían juntado
muchas fuerzas en las montañas para llegar a las espaldas de nuestras fuerzas que estaban ante Motril,
mediante un ataque de flanco por Albuñol y Adra en la carretera de Málaga a Almería. La ofensiva de
los fascistas se esperaba con toda seguridad para la siguiente mañana. Si los fascistas conseguían
bajar de las montañas y alcanzar la carretera hacia Almería eludiendo nuestra recién construida línea
de defensa, Almería estaría perdida, miles de fugitivos quedarían de nuevo en manos del horror, y
existía el peligro de que el pánico pudiese estallar de nuevo y crecer catastróficamente. Todo este frente
estaba aún medio desorganizado. En la costa sólo se encontraba la VI Brigada con la que poder contar,

95
Julius Lackner era el falso nombre de Alvin Günther, 1906, Viernau (Turingia). Tornero. Miembro desde
los 14 años de la Federación de Atletas Obreros, se marchó con su esposa en 1930 a la URSS a trabajar en una
fábrica cercana a Moscú. Del 32 al 36 estudió en la Universidad Comunista para los pueblos del Oeste, y entró en el
PC de la URSS.
En noviembre del 36 vino a España. Ayudante de Estado Mayor del Batallón Tschapaiev con el rango de
teniente. Después, secretario del partido en Valencia para todos los miembros del KPD de la zona valenciana. Fue
profesor de una escuela de comisarios de guerra y desde marzo del 38 trabajó en la intendencia.
A fines de enero del 39 emigró a Suiza por orden del partido. Del 42 al 45 estuvo encarcelado en diferentes
prisiones suizas. En octubre del 45 volvió a la RDA y ocupó diferentes cargos en el Partido de Unidad Socialista
(SED), siempre en la zona de Suhl (Sur de Turingia) y Erfuhrt. Aunque al principio de los 50 tuvo ciertos
problemas con la dirección del SED como otros comunistas que habían estado presos en “occidente”, a partir del
58 recuperó credibilidad y cargos, especialmente relacionados con temas sindicales. Entre el 61 y el 79 fue
presidente en el distrito de Suhl de las Sociedad para la Amistad entre la RDA y la URSS y miembro de la
Comisión de Control del partido. Murió en 1979 en Zella-Mehlis (Suhl) (Dicc. Vols. Alms.)
187
:
y en las montañas, junto a los batallones de la XIII, sólo algunos batallones españoles de confianza a
nuestros flancos derecho e izquierdo. Nuestra intervención perseguía además otra meta: liberar a unos
800 camaradas españoles que se habían refugiado en las montañas y que estaban rodeados por las
tropas fascistas, sin munición y sin comida. Si conseguíamos rechazar a los fascistas, salvaríamos a estos
800 camaradas entre los que había también mujeres.
Otto Brunner sabía que este llamamiento a la camaradería era el argumento más fuerte que podía
presentar, por eso insistió precisamente en él, pues verdaderamente se necesitaba una razón fuerte para
que la tropa entendiera de forma muy concreta y urgente la necesidad del ataque.
Brunner conocía la disciplina del Batallón Tschapaiev. Le habría bastado con dar la orden. Pero
hay que agradecerle que nunca se limitase a dar órdenes, sino que siempre diese mucha importancia a
hacer comprender a cada camarada lo que dependía del siguiente ataque. La confianza de los
compañeros en él era inconmovible. Si Brunner explicaba que se debía atacar, se atacaba, incluso en
situaciones en las que otra clase de tropa no tan convencida, tan entusiasmada y tan llena de fe, se
hubiese seguramente negado a atacar.
El batallón venía de la parte más meridional de España. Allí, a lo largo de la carretera de Málaga,
el sol calentaba tanto en esos últimos días de febrero como en nuestras tierras septentrionales en pleno
verano. Muchos se habían bañado en el mar y se habían tumbado desnudos al sol sólo 24 horas antes. Y
a la siguiente mañana temprano tuvieron que atacar las posiciones fascistas fortificadas en la nieve de
la alta montaña., a más de 3.000 metros de altura en las que reinaba el puro invierno. En las alturas
había nieve y todos los caminos estaban helados y resbaladizos. Y nuestros muchachos iban vestidos
con ligeros uniformes de verano. Pocos tenían abrigo, poquísimos habían cambiado el ligero calzado de
tela por las pesadas botas.
Tras la arenga de Brunner partió el batallón. Ascendió por la helada cara nordeste durante la
noche hasta las posiciones de salida. Hacia la medianoche ya se había posicionado. Nadie pudo dormir
esa noche por miedo a congelarse. A las 5 de la mañana llegó el café caliente a las posiciones. Poco
antes de las 6, con la primera claridad del amanecer, avanzó el batallón. Este ataque precedió en pocas
horas al de los fascistas. Hombres calzados con alpargatas atacaron con tal irresistible entusiasmo a los
fascistas sobre las heladas alturas rocosas, que cualquier resistencia quedó rota antes de que los moros y
los falangistas, seguros de su victoria, se hubiesen recuperado de su enorme sorpresa. A poco de
empezar ya estaba decidida la batalla. En completo desorden, presas de auténtico pánico, retrocedieron
las tropas de ataque fascistas dejando abandonados todos sus materiales. Nunca los recuperaron.
Trévelez, el pueblo más alto de España, fue ocupado en el primer asalto, casi sin lucha y casi sin
pérdidas. Desde allí se arrolló el frente fascista con un ataque por el flanco izquierdo. Pítres, Pórtugos,
Mecina, Ferreirola, Busquístar96 y otras ricas aldeas, amplios territorios, alturas dominantes, el alto
valle de Trévelez y todas las carreteras de paso fueron ocupadas; se había conseguido hacer imposible
cualquier ataque de los fascistas contra la carretera de Málaga en la parte que nosotros ocupábamos.

96
Para hacerse una idea, aunque sea aproximada, de la situación de los lugares y los movimientos de las
tropas que van apareciendo, ver el mapa de la página 169
188
:
Ya al día siguiente nos llegaron los enviados de los que estaban cercados en las montañas, las
valientes tropas españolas liberadas por nuestro exitoso ataque, entre los cuales había algunas mujeres
que lloraban de alegría. Haber liberado a 800 camaradas del cerco mortal de los fascistas, era mucho
más que un suceso secundario de esta gran victoria; alguno ha llamado a este ataque en Sierra Nevada
“nuestra victoria más hermosa”.
Esta victoria tuvo otros efectos secundarios. Las aldeas y territorios que el batallón había
liberado, estaban llenos de comida, rebaños, ganado menor. Sólo en la casa de un gran propietario
contaron los camaradas doscientos jamones enormes. La propiedad de los pequeños campesinos pobres
que se habían quedado en sus pueblos era sagrada para nosotros. Y el que sólo tenía una vaca, recibió
una segunda. Les vino muy bien la propiedad de los grandes propietarios fascistas. Al menos pudieron
comer bastante.
Pero no sólo eso, al mismo tiempo marcharon camión tras camión completamente cargados, por la
carretera de Málaga hacia en sur, hasta los hambrientos fugitivos. Miles, decenas de miles fueron
alimentados esos días con la comida incautada; para muchos llegó la salvación en el último momento. El
batallón cumplió la promesa que había hecho unos días antes al torrente de los que huían por medio de
su orgulloso canto: “Estad tranquilos, ahora hemos llegado nosotros, a nuestras espaldas estaréis
protegidos, los fascistas ya no pasaran más: ¡No pasarán! ¡No pasarán!”

6 de junio de 1937
El Dr. Jensen vino a despedirse. Se va a París. Su partida me produjo un cierto sentimiento de
melancolía. Los cinco minutos de descanso que se tomaba aquí en su diario camino al puesto sanitario del
batallón, se habían convertido para mí en una agradable costumbre. Lo voy a echar de menos. Me aseguró
que en trece días, el 19 de junio por la tarde, estaría aquí otra vez. ¿Yo lo dudaba? Me miró retadoramente
a través de los gruesos cristales de sus gafas. Le dije que jamás me permitiría dudar de las afirmaciones
de un hombre con semejantes bíceps97, y el me respondió burlonamente que él por su parte nunca se
atrevería a desilusionar la confianza de un tipo que profesionalmente se dedicaba a contar la historia de la
XIII Brigada y por lo tanto también a dejar escrita para la posteridad su modesta participación en ella.
Cuando llegase a París localizaría a Friedel. Tenía que informarla tan expresivamente como le
fuese posible sobre cómo nos iba por aquí y contarle de la manera más positiva cuál era mi estado. Me
gustaba pensar que ella sabría de mí directamente y recibir su respuesta a través de un amigo en dos
semanas. Hoy hace seis meses que me separé de ella en la Estación de los Inválidos de París.
Terminé, abstraído en mis pensamientos, los documentos que tenía que resolver en representación
del capitán N... que sigue estando enfermo. El orden del día se redactó rápidamente.
Algo más difícil es aclarar un encontronazo entre algunos camaradas de diferentes nacionalidades
en Hinojosa. Se han emborrachado y se han pegado. Esto es algo que no podemos tomarnos a la ligera.

97
En la página 95 se cuenta que el Dr. Jensen, bajo la apariencia de intelectual físicamente inofensivo, era un
gran deportista y un buen boxeador de peso ligero, lo cual le había permitido salir airoso en circunstancias difíciles.
189
:
En Hinojosa vive población civil española. El ejemplo que estamos obligados a dar ha de ser modélico.
Un único escándalo público desacredita el sacrificio de miles de nuestros mejores compañeros.
Cualquier comprensión subjetiva hacia un camarada que después de pesadas semanas de servicio bebe
más de la cuenta, tiene que ceder en nuestra situación a la exigencia objetiva, en este caso muy
importante, de castigo público. Lo más correcto para el tratamiento de este caso es consultar, además de
a los testigos civiles, también al representante del Comité del Frente Popular. De todas formas se
intentará resolver este caso en el marco de la autoridad ejecutiva propia de la brigada sin llevarlo al
tribunal militar de la División en Pozoblanco, sede del jefe del sector98. La solución será, de acuerdo y por
iniciativa del Frente Popular de Hinojosa, conceder a estos camaradas un plazo de prueba en las trincheras
de la Sierra Mulva. No tengo la menor duda de que superarán la prueba.

Le doy al telefonista el encargo de ponerme en contacto con el oficial del tribunal de la brigada en
Hinojosa, al cual le quiero sugerir el resultado de lo que he pensado.
En este momento entra en la barraca Ludwig, el oficial de información del Batallón Tschapaiev.
Deja caer una mochila llena a reventar, pone a su lado un maletín y dice: - Se presenta el oficial de
información.
- ¿Qué pasa? –le pregunto- ¿tú también te vas de permiso?
Me pregunta a su vez si acaso no sé que ha sido destinado al Estado Mayor de la brigada por el
general. Tiene que organizar el Departamento de Operaciones del Estado Mayor.
Esto es una feliz novedad para mí. El viejo se la había callado; probablemente me ha querido
sorprender. Yo le imito diciéndole a Ludwig tranquilamente y con un tono lleno de reproche: -Entonces
habrá que volver a redactar por tu culpa el orden del día de la brigada, hijo mío. ¿No has podido venir con
esta noticia media hora antes? - y le estrecho alegremente la mano. Su permanente presencia aquí es una
compensación por la desaparición de la broma diaria con Jensen.
Entonces llega la conferencia con Hinojosa. El oficial del tribunal informa que en media hora estará
aquí para recoger los documentos. Aprovechando la ocasión me informa de que el enlace Theuergarten
de la Compañía de Ametralladoras del Tschapaiev ha sido reenviado por el Tribunal de Guerra de
Pozoblanco a su compañía. Los documentos del caso ya nos los ha enviado esta mañana por medio del
correo.
Karl Putzke, que no se ha dejado distraer de su tarea cartográfica ni siquiera por la llegada de
Ludwig, pregunta desde la mesa de al lado: - ¿Qué pasa con Theuergarten?
- Está libre. ¿Conoces el caso?
El rostro serio de Karl se suaviza, se ensancha de satisfacción:
- Es un caso famoso –dice-, Theuergarten es uno de nuestros mejores hombres. Ha hecho una
tontería. Pero quien lleva detrás lo que lleva él, sobrevivir a un campo de concentración, tiene motivos
para perder los nervios.
Cuando le pido que me explique algo sobre este caso, Karl me aconseja que lea los documentos,

98
La jefatura de la División estaba en Pozoblanco al mando de José Pérez Salas, ver nota 85.
190
:
especialmente las cartas que los camaradas de Theuergarten han escrito al tribunal de la División, y que
con eso encontraré material para escribir.
¡En efecto!
Los documentos informan de un caso de insubordinación muy claro e indiscutible. Theuergarten 99
había bebido y en plena borrachera se había comportado con la mayor grosería con un capitán español
enviado por el Estado Mayor de la División para una inspección en el frente. Si los camaradas no se
hubiesen interpuesto, habría atacado al oficial (que, por otra parte, no lo había provocado ni podía
entender el motivo de tanta rabia contra él).
Theuergarten fue detenido y llevado ante el Tribunal de Guerra en Pozoblanco. Los oficiales y el
comisario de su compañía y camaradas de su pelotón, fueron llamados a declarar.
Gracias a todo ello quedó probado que el enlace Theuergarten es un antifascistas especialmente
probado y valorado. Había estado mucho tiempo en uno de los peor afamados campos de concentración
de la Alemania nazi, Papenburg. Quiso la casualidad que tres camaradas del batallón, entre ellos uno de
su mismo pelotón, habían estado castigados al mismo tiempo en el mismo campo de concentración que
él. Estos tres camaradas – el soldado Paul, el sargento Hermann y el subteniente Hugo-, describieron en
un memorial lo valiente y fielmente que se había comportado Theuergarten en el campo de concentración,
la firmeza con la que había soportado las horribles torturas y castigos sin hacer declaraciones, lo buen
camarada que se había mostrado siempre y lo inconmovible que había permanecido siempre su
antifascismo. Salieron a relucir en estos informes, escritos con sencillas e incluso torpes palabras, las
torturas a las que Theuergarten había sido sometido en el campo de concentración. Los “métodos de
enseñanza” de las SA y las SS en los diferentes campo son suficientemente conocidos a través de los
libros de Langhof, Hinrichs y de muchos otros impresionantes testimonios, así que no es necesario en el
caso de Theuergarten recapitular sobre tales atrocidades: él era uno de los muchos que las experimentaron
en sus propios cuerpos, uno de los que sobrevivieron y demostraron tener la fuerza de seguir luchando.
El que ha pasado por esta terrible prueba de resistencia corporal y nerviosa, tiene ya la salud
quebrantada para toda la vida. Esto lo sabemos todos nosotros. A muchos de los que han salido de las
celdas de las SA y de los campos de concentración, sólo los mantiene en pie su voluntad –Giga es uno de
ellos, Theuergarten es otro-. ¿Qué tiene de sorprendente que a estos, inesperadamente y en el lugar
equivocado, los nervios destrozados los traicionen? Theuergarten estaba tan destrozado que de vez en
cuando necesitaba el alcohol para mantenerse en equilibrio. No podía beber mucho, un par de vasos de
vino lo tumbaban, otra consecuencia de la “cura de educación” llevada a cabo por los salvadores de la
civilización europea.
Junto a estos compañeros de sufrimientos y luchas del campo de concentración que dieron fe de
que el hombre resistió en las horas más duras -que requerían para sobrevivir toda la fuerza y los nervios

99
Theuergarten o Teuergarten aparece brevemente en el Dicc. Vols. Alms. Se llamaba Gustav, había nacido
en la zona de Ruhr en 1908 y era minero. Por lo que el texto dice, había tenido una vida dura. Vino a España en
febrero de 1937, encuadrado en el Batallón Tschapaiev, concretamente en su Compañía de Ametralladoras, murió
apenas cinco meses después de su llegada y un mes después de los hechos a los que el texto alude, el 6 de julio de
1937, en un ataque junto a Villanueva de la Cañada.
191
:
templados de una persona-, tomaron también la palabra otros camaradas de su compañía, sus superiores,
la gente de su pelotón. Su juicio fue unánime. Españoles, austriacos, checos, suizos, atestiguaron en
diferentes lenguas pero con el mismo convencimiento que Theuergarten se había mostrado también en
España y en todo momento lleno de modélico valor, fidelidad a sus deberes y abnegación como soldado y
camarada.
Sobre el desdichado caso manifestaron que Theuergarten se había encontrado mal todo el día; se le
había aconsejado que se presentase a los sanitarios, pero él había pensado que se le pasaría y había bebido
un par de vasos de vino. Tan pronto como lo hizo le sobrevino una intensa rabia y él, que era uno de los
camaradas más modestos y disciplinado, había empezado a maldecir y a decir que la XIII Brigada se
estaba dejando pudrir en estos agujeros de mierda. Esto era, así gritaba él, todo por culpa del sabotaje de
la “quinta columna” que quería hundir a la XIII, y que si agarraba a un tal hijo de cien mil padres con sus
manos, lo mataría y lo convertiría en carne picada.
Desgraciadamente en esos momentos acababa de llegar el capitán del Estado Mayor de Pozoblanco
con el buen propósito de inspeccionar las ametralladoras, y, en la medida de lo posible, de sustituir los
viejos Colts, sobre los cuales se habían manifestado muchas quejas, por las modernas ametralladoras
Bergmann o Maxims. Theuergarten, en estado de absoluta incapacidad de razonar, había puesto en su
punto de mira a este bienintencionado capitán, de cuya visita toda la compañía se había alegrado, y lo
había tratado como a un enviado de la “quinta columna”.
Poco después, cuando se le sujetó y se le tuvo que llevar detenido, Theuergarten volvió en sí, y se
avergonzó de tal manera que decía: -Muchachos, mejor hubiese sido que me hubieseis molido a palos
hasta tirarme por tierra por la vergüenza que he hecho pasar a la Compañía de Ametralladoras.
Un informe colectivo del pelotón en el que Theuergarten estaba como enlace fue decisivo en el
tribunal de la División. Se decía en él que los compañeros sabían bien que según la legislación militar y
la disciplina antifascista el camarada Theuergarten se había merecido un castigo; pero que ellos pedían
que, tras el cumplimiento de la pena, el camarada fuese devuelto a su pelotón; que ellos estaban seguros
de que él en su ambiente repararía lo que hizo mal y que a ellos les costaría mucho prescindir de él.
El Tribunal de Guerra ha entendido que en este caso el mejor servicio a los intereses más elevados
de la disciplina es enviar de nuevo al camarada Theuergarten al frente con sus camaradas.

7 de junio de 1937
Ayer por la tarde volvió el capitán N... Le devolví inmediatamente todo el papeleo y conseguí hoy
por la mañana marcharme al lugar donde están los batallones. Karl vino conmigo.
Ha pasado de nuevo una semana. Una semana de calor desacostumbrado, de sed, de moscas,
mosquitos, pulgas, hormigas, abejorros, escorpiones y serpientes. Al jefe de la Compañía de
100
Ametralladoras del Tschapaiev, capitán Rimbach , le ha picado un abejorro cerca de una artería y ha
tenido que ser llevado al hospital con un envenenamiento en la sangre que hacía peligrar su vida.

100
Sobre el capitán Rimbach ver nota 166
192
:
También hay que contar con algunos casos de malaria. En conjunto 23 bajas de enfermos en esta semana
entre los tres batallones que están en la línea del frente.
En cambio por la acción del enemigo sólo han sido alcanzados dos hombres, pero uno de ellos ha
resultado muerto al darle de lleno una mina; se trata de un español, el muchacho moreno que vi hace poco
junto al camarada sueco P... Desde entonces P... está muy mal. Por la noche se desliza desde su refugio
protegido hasta la tumba donde están enterrados los restos de su amigo bajo las encinas. Allí se está hasta
el amanecer o hasta que le llega el turno de hacer guardia. Permanece callado, sin lágrimas, encerrado en
sí mismo. Realiza su servicio celosamente, no se le dispensa de hacerlo porque se considera que es mejor
para él estar ocupado. En el tiempo libre, durante el día, se mantiene amistoso y agradable como siempre,
pero poco sociable, como helado. Los camaradas esperan que P..., con sus apenas 25 años, superará el
dolor por su amigo muerto. El tacto de los compañeros es admirable. Le rodean de discreta atención,
intentan a su manera integrarle en la conversación, distraerle; y no se oye ni una sola palabra ruda, ni en
su presencia, ni a sus espaldas.

En la 1ª Compañía el ambiente parece algo mejor que en la 3ª. Se discute aún (¿o de nuevo?) clara
y abiertamente sobre el hecho de que no nos sustituyen. El capitán Gusti101 ha ido en su calidad de
representante del comandante del batallón a su Estado Mayor. A Wolfgang lo encontramos de nuevo en
su pelotón. Algunos camaradas se sientan encogidos junto a él en su agujero. Uno nos confiesa que
Wolfgang celebra hoy su cumpleaños.
- Lo que te gustaría, Wolfgang, no te lo puedo traer - le digo en broma.
- ¡Pues vale, Kanto! – contesta él burlonamente-. Me gustaría... ¿sabes qué me gustaría?
Lo presiento, pero la fórmula que encuentra para decirlo... es una sorpresa.
- Me gustaría estar de nuevo tumbado bajo otro árbol, Kanto. Encárgaselo al Papa Noel de mi parte.
Se me quedó mirando atentamente con sus ojos claros; yo ya sabía que ahora vendría algo
malicioso y me prepare con una sonrisa a punto en los labios Entonces dijo con su acento de Kiel:
- Sí Kanto, esto no lo debes escribir en tu libro sobre la XIII, esto se tiene que quedar sólo aquí
entre nosotros.
Wolfgang siguió hablado entonces con un exageradamente perfecto alemán: - Sobre la pregunta de
su comisario respecto a qué desearía para su cumpleaños, el rubio trabajador de Kiel se puso de pie cuan
alto era y, sin atender a las balas que silbaban alrededor de su cabeza, respondió con un dulce brillo en los
obstinados ojos y la callosa mano derecha cerrada con el saludo del Frente Popular: Yo desearía
perseverar aquí, en este mismo sitio, hasta la definitiva destrucción del fascismo y cumplir aquí mi deber
de fiel luchador hasta que mi barba cubra el radiador de mi ametralladora...
- ¿Cómo, cómo? ¿Cómo lo has dicho....? -dije yo, y saqué inmediatamente papel y lápiz del bolsillo
de la chaqueta e intenté reconstruir la frase: - Esto va que ni pintado para el libro, Wolf, que ni pintado;
soy un reportero auténtico que quiere repetir la verdadera voz del frente.

101
Gusti Stöhr es uno de los personajes más nombrado por Kantor. Ver nota 62. En cambio Wolfgang de
Kiel, que también aparece muchísimas veces, no se encuentra en el Dicc. Vols. Alms. y no he podido saber quién es.
193
:
Pero él no se desconcertó ante esta amenaza y añadió:
- Pues sí, por eso precisamente lo he querido pedir. De lo contrario la gente puede pensar,
equivocadamente, que un bravo antifascista en un momento tan festivo, sólo piensa en que lo sustituyan.
Después uno de los que se sentaban a su alrededor preguntó sí habíamos oído algo sobre la decisión
de la Compañía de Ametralladoras.
- ¿Qué decisión?
- Han decidido que hemos de ser sustituidos.
Al principio todos pensamos que se trataba de un chiste, continuación del monólogo de Wolfgang.
Pero después resultó que la Compañía de Ametralladoras, la más disciplinada del Batallón Tschapaiev,
ha tenido la ocurrencia, casi conmovedora a fuerza de absurda, de proponer al batallón una votación
entre las dotaciones de cada arma, y esta votación ha dado el resultado de que “debemos ser sustituidos”.
Después se reunieron los hombres de confianza de cada arma para formular este resultado y hacerlo llegar
a la dirección de la brigada. Karl sacude la cabeza en silencio. Después decide:
- Vámonos, Kanto; volvamos al Estado Mayor a ver si podemos escamotear la “decisión”.

8 de junio de 1937
El general se ha marchado hoy por la mañana de viaje. Es de esperar que traiga al volver la orden
de sustitución de la brigada. Le ha confiado su representación al comandante del Batallón Tschapaiev,
Otto Brunner. Lo cual ha cabreado al capitán N... Durante la ausencia del general debo permanecer en la
brigada y ayudar a Brunner.

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

V. SEIS SEMANAS EN LA NIEVE

Frente del Sur, 9 de junio de 1937


Más de 100 quilómetros cuadrados de territorio, siete ricas aldeas, numerosas granjas, munición
junto con los camiones que la cargan, ametralladoras ligeras y pesadas, morteros, fusiles, pistolas –un
incontable botín de guerra arrebatado a los fascistas en el primer ataque del Batallón Tschapaiev en
Sierra Nevada, frente de Granada-.
Todo esto había sucedido tan sorprendentemente para los fascistas que Franzl, un tirador de
ametralladora austriaco, recibió incluso una llamada de la jefatura militar fascista de Granada.
Cuando Franzl estaba en la aldea de Pitres, en el edificio del hasta ese momento principal
acuartelamiento de los fascistas en todo el sector, sonó el teléfono. Franzl fue al aparato y entendió que
el Estado Mayor General del ejército fascista telefoneaba con toda tranquilidad desde Granada para oír
si el ataque fascista, planificado para esa misma mañana, se había producido, y para reclamar el
194
:
informe de la situación. El rostro de Franzl cada vez se iba esponjando más de la satisfacción y
finalmente respondió con su cerrado acento austriaco: “Ah, ¿un informe de la situación? Pues es muy
fácil, atención. Los fascistas son “fini”, ahora está aquí el Batallón Tschapaiev, ¿comprende?” A los
señores de Granada les bastó con este informe. No intentaron ponerse en contacto con nosotros ni una
vez más.
Lo más satisfactorio de este gran éxito fue que se consiguió casi sin víctimas por nuestra parte. La
pérdida más lamentable fue la muerte heroica del jefe de la 3ª Compañía, el camarada húngaro Jenö
Winkler102, caído en el ataque a Trévelez. Después tuvimos otra pérdida no menos dolorosa: el camarada
austriaco Karl Fokker, que cayó como jefe de los vigías a causa de un disparo fascista casual. También
el camarada Georg Lutz y algunos otros dejaron su vida luchando por la libertad en este sector del
frente. Sus nombres están grabados en las rocas de Sierra Nevada, bajo las cuales descansan.103
Las semanas de guerra de posiciones que siguieron, fueron para los camaradas que tenían que
combatir y vigilar con uniformes de verano y alpargatas entre la nieve permanente y el hielo, una prueba
de resistencia muy dura. El batallón tenía que mantener un sector de frente de 10 quilómetros. El ala
izquierda estaba en una situación relativamente buena, a una altura de entre 1800 y 2000 metros y no
demasiado lejos de los más cercanos pueblos. Pero el ala derecha del batallón tenía su posición sobre
glaciares a 3200 metros de altura. Ya el abastecimiento de estos camaradas y el mantener
permanentemente en orden la comunicación con ellos planteaban tales dificultades que no dejaban
descansar a nadie en el batallón.
Allí arriba, a más de 3200 metros de altura, estaba el pelotón húngaro del batallón, lleno de
tristeza a causa de la pérdida del comandante de su compañía Jenö Winkler. En medio de ellos se
encontraba como comisario el revolucionario húngaro Imre Tarr. Imre Tarr se encontraba allí medio
helado entre los demás en medio del temporal de nieve, sin embargo habría podido vivir en un palacio
con coches y criados y habría podido pasar sus días entre tés danzantes, partidas de cartas y bailes de
disfraces. Imre Tarr había recibido una herencia hacía pocos meses que se elevaba a más de 25 millones
de francos. Recibió la noticia de esta herencia cuando la XIII Brigada abandonaba el frente de Teruel.
Los camaradas le aconsejaron tomarse un permiso para recibir la herencia. Pero él pensó que durante
este tiempo se podía ocupar de ello su mujer y que él prefería permanecer con el batallón, junto a sus
camaradas húngaros. Serias advertencias de amigos sensatos que le quisieron demostrar que con su
dinero podía serle más útil a la lucha española que con su persona, no dieron fruto. Imre pensaba que si
se dejaba en la estacada al batallón ahora que empezaban nuevos combates, algunos camaradas
pensarían: “Ah, ahora es rico y prefiere divertirse en París mientras nosotros estamos aquí tirados.”

102
Debe tratarse de Eugen (Jenö) Winkler. En el Dicc. Vols. Alms. sólo dice de él que nació en 1902, vino a
España en noviembre del 36 y cayó en el frente de Córdoba (sic) en febrero o marzo del 37. Figura en una lista de
caídos de las brigadas como caído en Granada en esas mismas fechas.
103
De George Lutz dice el Dicc. Vols.Alms. que había nacido en 1911, vino de Estrasburgo y cayó en febrero
en la Sierra de Córdoba (sic), También figura en una lista de caídos: 26 años, caído en Granada. Karl Fokker no
aparece como tal en el Dicc. Vols. Austr., sino como Karl Leopold Foka, nacido en Viena en 1916, obrero no
cualificado; caído en Sierra Nevada el 16 de marzo de 1937; también figura en las listas de caídos con esos datos.
195
:
No, Imre Tarr prefirió por el contrario practicar “deportes de nieve”, como él decía en broma,
aquí en las montañas nevadas de Sierra Nevada, entre sus compañeros. Participó después en los
combates de Valsequillo, La Granjuela y otros en el frente de Pozoblanco y hace poco se ha separado del
batallón pero no para marcharse a París, sino para ser enviado como comisario al batallón húngaro
“Rakosi” a la XII Brigada, que está bajo el mando de su compatriota, el general Lucacz.
En todo caso comida no faltaba. Los enormes stocks, algunos miles de cabezas de ganado mayor y
muchos miles de aves, servían no sólo para aplacar el hambre de los fugitivos de Málaga y para
abastecer bien a los vencedores, sino también para aliviar la dura lucha en las montañas de los
camaradas españoles del Batallón Lenin y de otras unidades. Pero además dieron lugar a un episodio
muy bonito de camaradería entre los dos batallones internacionales de la XIII: el Henri Vuillemin y el
Tschapaiev.
Este episodio me lo narró el joven capitán alsaciano Engel, jefe de la 3ª Compañía del Henri
Vuillemin, cuando le solicité material para la historia de la XIII Brigada. Pensaba él que yo debía
elaborar más su narración, que era sólo una especie de materia prima. Sin embargo su historia fue tan
expresiva que yo me he limitado a reproducirla sin adornarla.
Mientras el Tschapaiev atacaba en Pitres y Pórtugos, el batallón francés Henri Vuillemin, y con él
una parte de la Compañía de Ametralladoras del Tschapaiev, se encontraba a 15 quilómetros en línea
recta de Órgiva, en el ala izquierda de este frente. Los camaradas podían seguir con sus prismáticos
desde las laderas de la montaña el victorioso ataque. Cuando sobre la torre del campanario de Pitres
ondeó la bandera roja, ya supieron que la batalla se había ganado y que los fascistas habían sufrido en
este sector del frente una derrota decisiva. Los que estaban allá delante de Órgiva -franceses, españoles
y 120 hombres de la Compañía de Ametralladoras del Tschapaiev-, andaban escasos de todo. Su sector
se aprovisionaba hasta ese momento de Málaga. Ahora naturalmente se había cortado el
aprovisionamiento desde allí. Sólo el batallón francés había traído entre sus propias provisiones un
poco de comida; estirándola mucho podía durar un par de días. El destacamento del Tschapaiev que
había sido enviado en un rápido avance a lo largo de la carretera de Málaga hasta cerca de Motril como
primer e improvisado refuerzo de flanco en las montañas, no tenía con lo que llevaba absolutamente
ninguna posibilidad de asegurar su alimentación suficientemente. En esas circunstancias el batallón
hermano francés, que llegó unas 36 horas más tarde, ayudó inmediatamente. Las escasas provisiones
que traía fueron repartidas proporcionalmente con los camaradas del Tschapaiev y también hubo una
parte para los camaradas españoles que se encontraban posicionados allí. El resultado fue que tras unos
pocos días todos los camaradas tuvieron que sufrir en igual medida raciones de hambre.
Cuando Pitres fue tomado y con ello descargado todo el sector del frente y también eliminado el
peligro de una penetración de los fascistas por el lado de Órgiva, el destacamento de artilleros del
Tschapaiev obtuvo permiso para volver a su batallón. Al llegar estos camaradas describieron las
dificultades de abastecimiento del batallón francés. Inmediatamente se formó una considerable caravana
de 15 mulos cargados a tope con carne, pan, harina, jamón, tocino, azúcar, café, embutidos y otras cosas
buenas, para enviarlas a los compañeros. Las provisiones llegaron justamente a tiempo para evitar

196
:
graves dificultades. Pero los camaradas franceses entretanto también habían recibido un envío
reexpedido hacia las montañas. Era un donativo de Francia, el más exquisito que se les podía enviar a
nuestros voluntarios pero que, teniendo en cuenta el hambre que tenían, resultaba como encontrar oro
en el desierto cuando uno busca agua, muerto de sed: ¡había llegado un camión cargado de cigarrillos!
Pero ahora “los Tschapaievs” enviaban 15 mulos con alimentos seleccionados, entre ellos más de
1.000 quilos de carne y un montón de tocino. Sólo quien conoce el papel que juega la cuestión de la
comida para unas tropas en el frente a las que se les exige mucho esfuerzo físico, puede medir la
explosión de júbilo y el agradecimiento con los que fue saludada esta caravana cargada de tesoros.
Los camaradas franceses lanzaros vivas y hurras a los camaradas del Tschapaiev y encargaron a
su comisario que enviara a ese batallón la siguiente carta:
“Queridos camaradas,
En nombre de los voluntarios antifascistas del Xº Batallón os doy las más expresivas gracias por el
regalo de víveres que nos habéis hecho. En efecto, es bienvenido porque en nuestro sector sufrimos
grandes dificultades de avituallamiento. Pero para nosotros es sobre todo una gran alegría moral ver
como nuestro compañeros de lucha, valientes combatientes antifascistas alemanes y eslavos del VIIIº
Batallón, no olvidan a sus camaradas franceses. Es así como también en el frente se manifiesta la
solidaridad entre los trabajadores de todas las naciones y la estrecha unión de todos los antifascistas,
garantía de nuestra victoria común.
Una vez más, gracias y salud antifascista,
El comisario: Raymond Francois.”

Con esta carta volvieron los enviados al Batallón Tschapaiev. Con ellos volvieron también los
mulos, que serían utilizados otras veces para otros transportes. Pero algunos de estos mulos volvieron
especialmente cargados.
¿Qué podían enviarles "los desmayados de Órgiva” a sus camaradas que nadaban en la
abundancia en el “frente del jamón” entre Pitres, Pórtugos y Trévelez?
Cuando se abrieron los paquetes estallaron los gritos de alegría, parecidos a los de los franceses
cuando les llegó la caravana con comida. Los camaradas franceses les habían enviado exactamente la
mitad de los cigarrillos que a ellos les habían regalado: ¡más de 10.000 cajetillas! En este frente ya
había tanto para comer y para beber que lengua y estómago podían satisfacerse. Sólo faltaba una cosa:
tabaco. Y aquí hay que volverlo a repetir: sólo quien conoce el papel que juega el tabaco para los
soldados del frente, puede medir...
Mientras los compañeros de Órgiva con vivas a “los tschapaievs” se zampaban gruesas tajadas
del más exquisito jamón, los que estaban en Pitres se encendían los buenos cigarrillos franceses con
grandes vivas a sus amigos del “Henri Vuillemin”.
Desde ese momento la amistad ya existente entre ambos batallones es inquebrantable.

197
:
10 de junio de 1937
La noche pasada tuve que hacer la ronda como oficial de servicio. La consigna decía “voluntarios”,
y la respuesta “de la libertad”. Fui a las 10 por los puestos de vigilancia y luego al Estado Mayor, después
otra vez a medianoche, a las 2 y a las 5. Un vigilante español me ofreció un cigarrillo, un
“Wickelgamasche”104, que le acepté.

11 de junio de 1937
Hoy por la mañana las jóvenes golondrinas que anidaban en nuestra cocina, han volado. Desde
hace días observábamos sus primeros intentos desde el borde del nido. Los padres aleteaban a su
alrededor excitados, les estimulaban y les enseñaban. Hoy finalmente uno de los pequeños ha volado del
nido. Primero ha caído un poquito pero ha reemprendido presuroso el vuelo y ha aterrizado sobre la mesa
de la cocina. Hemos contenido el aliento. La madre golondrina revoloteaba a su alrededor piando y los
otros cuatro pequeños aleteaban excitados al borde del nido. Finalmente el jovencito se atrevió de nuevo.
Pero no salió por la puerta sino que cayó de una revolada en la cabeza de un compañero, en cuyo cabello
se mantuvo un segundo muy asustado y ganó con otro intento el marco de la puerta. Entretanto apareció
el papá, atraído por el encanto de la mamá golondrina. Los dos viejos revolotearon alternativamente lo
menos veinte veces puerta adentro y puerta afuera para mostrarles a los pequeños el camino. De vez en
cuando volaban también alrededor del nido y les enseñaban con su ejemplo a mover correctamente las
alitas. Tras unos diez minutos culminó la gran tarea. El pequeño pasó por la puerta y entonces estalló
desde las ramas de los árboles un alegre griterío. Esperamos aún un rato a ver si volaba otro de los
pequeños Pero el segundo no voló del nido hasta esa tarde.
¡Qué pena que no estuviese allí Schweijk, que no pudiese ver el primer vuelo de los pajarillos que
tanto había cuidado! Tres días antes se le había tenido que ingresar en el hospital de Belalcázar. Estaba
con fiebre y sin fuerzas. Es demasiado mayor y está demasiado agotado por 16 años de emigración, como
para soportar el clima y las dificultades de aquí. Ya ha hecho lo suyo y si se le enviara a París, se iría con
todos los honores.
El nuevo cocinero es infatigable y muy cuidadoso con cada uno. No tiene la originalidad y la
facilidad de palabra de Schweijk, tal vez no cocine tan bien –aunque eso es difícil de juzgar con nuestros
menús de aquí: los garbanzos saben siempre a garbanzos-, pero el silencio que reina en la cocina es
decididamente agradable. Es austriaco. Por alguna razón me da siempre el título de “profesor”. En los
primeros dos días de su actividad le he aclarado diez veces amistosamente que ni para lo bueno ni para lo
malo tengo yo ningún derecho a semejante título, pero él no me deja hablar, y como yo no advierto la
menor ironía en él, sino un intento de clasificación amistosa, ya no digo nada del asunto, la cosa
permanece de lo más discreta y el inmerecido título toma así de su boca el carácter de un nombre
profesional.

104
"Wickelgamasche” eran las cintas que los soldados o cazadores se enrollaban en torno a las piernas
formando unas polainas. Supongo que era la manera de llamar entre los soldados a los cigarrillos liados a mano,
seguramente toscos y gruesos. (Deutsches Wörterbuch Wahrig)
198
:
Noche
Quería irme a dormir inmediatamente después de la cena. Pero no pudo ser. Poco después de las 8
vino Morandi105 con el jefe de la VIª Brigada. La 86 Brigada ha recibido esta tarde la orden personal del
jefe del sector, general Pérez Salas, de atacar.
Se va a producir un ataque nocturno. A las 3 avanzará hacia nuestro flanco derecho la 86 Brigada;
la VIª Brigada protege este avance sobre nuestro flanco izquierdo por medio de un ataque simulado que
debe mantener sujetas a las reservas de los fascistas. El avance de la VIª Brigada gana hacia el Oeste en
profundidad. No se plantea un ataque de frente en Fuenteovejuna, el avance se dirige a la zona de
Extremadura. El papel de la XIII se limita hasta nueva orden a la vigilancia. En todo caso la tropa
permanece esta noche en estado de alarma y mantiene quietos a los fascistas que se hallan enfrente a base
de minas y fuego de ametralladora.
Otto Brunner se ha tenido que ir a Belalcázar a causa de sus problemas de riñón para hacérselos
mirar por el Dr. Klaus. Llamamos allí y nos enteramos de que Otto ha salido a las 9 de la noche. Así pues
llegará a tiempo. Entretanto podemos trasmitir la orden que requiere esta situación, por el momento
sencilla para nosotros. A las 3 de la noche Morandi nos hará saber si se lleva adelante el ataque. La
contraseña es “Pasaremos”.
No tenemos mucho tiempo para respirar. La única acción de estas horas nocturnas antes del ataque,
es la reparación de la línea telefónica a Mármol106. Es evidente que estaba cortada. Envié un motorista de
los telefonistas y veinte minutos después, poco antes de la 1 de la noche, tuvimos otra vez conexión.
Hasta el inicio de la acción faltan aún más de dos horas. Las utilizare para escribir el próximo
artículo sobre los combates de la XIII para “El Voluntario”.
En estos momentos, a las 3 de la noche, regresa Bunner. Ha estado en el Estado Mayor de Morandi.
“No hay nada –dice-, Morandi emprenderá una acción pequeña, local. Nosotros seguimos en estado de
alarma pero no atacamos.”

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

VI. NUESTROS ESPAÑOLES

Frente del Sur, 12 de junio de 1937


En resumidas cuentas, el tiempo allá arriba en las montañas fue un buen tiempo, a pesar de las
extraordinarias exigencias físicas que soportó una tropa que había sido trasladada sin transición, de un
día para otro, del sol de las tierras más meridionales de Europa a los glaciares del invierno helado a
3000 metros de altura.

105
El teniente coronel Aldo Morandi era el jefe de la 86 Brigada (ver página 96)
106
Sobre la estación del descargadero del tren de la sierra en Mármol, ver nota 45.
199
:
En caso de necesidad se podía atacar con alpargatas, más pesado era aguantar con uniforme de
verano, sin abrigos, sin mantas, sin botas en medio de las nieves permanentes. Las bajas por la acción
del enemigo fueron relativamente escasas. En el Batallón Tschapaiev contamos con 9 muertos y 20
heridos. Las bajas por el frío eran considerablemente más grandes. En los primeros días ya hubo que
evacuar a más de 50 camaradas de la línea del frente con congelaciones, en parte ligeras y en parte
graves. Después mejoraron algo las condiciones de la ropa, al menos se pudieron conseguir suficientes
mantas. No obstante, la ilimitada lealtad y resistencia de los combatientes internacionales fueron parte
esencial del hecho de resistir el azote del viento y las tormentas de nieve a 3200 metros de altura en los
puestos de vanguardia en pleno invierno.
Los batallones de la XIII combatieron unas cinco semanas en lo alto de las montañas; desde el 21
de febrero hasta el 27 de marzo. En ese tiempo se habló mucho del relevo. Los camaradas pensaban que
ahora debían tener ocasión de recuperar la tranquilidad doble y triplemente ganada y la reorganización
que se había conseguido después de los combates en Teruel, pero que después se había visto
interrumpida tan repentinamente por los sucesos de Málaga.
No vamos a intentar embellecer la realidad. Hemos de confesar sinceramente que entonces ya se
levantaron, a pesar de la disciplina, voces de insatisfacción entre los hombres, que no entendían que se
nos dejase tanto tiempo en esta posición que era dura pero al mismo tiempo fácil de defender, por lo que,
en su opinión, podía ser ocupada y mantenida sin peligro por camaradas españoles. Naturalmente no
teníamos ni idea de las razones que movían al Ministerio de Guerra a dejar que se agotasen sin
utilizarlas estas destacadas tropas de ataque allá arriba en las montañas. Sólo cumplimos nuestro deber
como cronistas cuando informamos de las opiniones críticas y de las voces de los compañeros.
Por todo ello fue enorme la alegría cuando finalmente el 27 de marzo llegó la anhelada orden de
marcha. Por fin se podía abandonar el helado invierno y volver a la primavera española. Los camaradas
soñaban pensando a dónde irían ahora... ¿a Valencia? ¿a Murcia? ¿a Alicante? ¿cuánto tiempo de
descanso tendrían? ¿a dónde irían después? Tal vez a Madrid... ¡Por fin, tal vez a Madrid!
Nadie suponía que no habría descanso, que inmediatamente se iría a un nuevo sector del frente, a
una nueva batalla llena de bajas. Las posiciones en las montañas se transfirieron alegremente a las
unidades españolas de relevo y los camaradas marcharon cantando alegremente las canciones de
combate hacia los lugares de concentración donde tenían que subir a los camiones.
En este relevo ocurrió un episodio que explica cómo fue posible que las compañías de la XIII
escondieran secretamente en sus filas a algunos camaradas españoles de las aldeas del sector de
Pozoblanco, contraviniendo así las más altas órdenes pero escuchando sus peticiones encarecidas, y
afirmando que estos Alonsos, Rodríguez y Pedros, que a decir verdad procedían de Valsequillo, de La
Granjuela y de Los Blásquez, eran milicianos que se nos habían juntado ya en el frente de Málaga.
Legalmente tales milicianos ya no existían en nuestras filas desde el relevo en las montañas. Se
trataba más bien de un “no derecho” aprobado tácitamente entre ellos. Esta historia me la ha contado
el oficial de información del Batallón Tschapaiev, Ludwig, que ya la ha esbozado también para un folleto
sobre los combates de la XIII. Encuentro este suceso especialmente bonito porque muestra

200
:
indirectamente lo cordial que había llegado a ser la relación entre los internacionales y los españoles
tras pocas semanas de convivencia.
Casi al mismo tiempo que la orden de prepararse para la marcha llegó al Estado Mayor del
batallón una noticia por teléfono. Era una orden: el batallón había de enviar a todos los soldados
españoles que se encontrasen en sus filas al batallón español que nos iba a relevar. El entendimiento a
través del teléfono es muy malo, hace falta una batería nueva para la transmisión. La orden se recibe con
dificultad, y se difunde mecánicamente. Sólo después se comprende lo que supone. Se vuelve a
preguntar: sí, se ha entendido correctamente. Otto Brunner empieza inmediatamente a renegar: “Ni
hablar”. Pero después le toca preguntar a la brigada y enterarse de que la orden viene del jefe del
sector. Y, claro, una orden es una orden.
Nada que hacer. Orden es orden. Brunner debe dar curso a la orden en las compañías que ya
están a punto para la marcha en la carretera, donde aguardan los camiones.
La noticia corre ahora de una parte a otra de las compañías como una broma de mal gusto, como
un rumor. “¿Dejar atrás a nuestros españoles?” “¡Eso es una barbaridad! Se han ganado el descanso
tanto como nosotros, lo necesitan tanto como nosotros”. Este es el pensamiento absolutamente
dominante desde que surge el rumor hasta que se confirma la certeza de la orden: ¿precisamente ahora,
cuando vamos a descansar, se han de quedar aquí nuestros compañeros españoles que han combatido
con nosotros durante las duras semanas de las montañas y han pasado aún más frío que nosotros
mismos?
Por suerte, de allá delante viene a través de las filas un decisivo desmentido: “¡Me cago en dios,
los españoles se quedan en la compañía!” Es Gusti, el viejo jefe de la 1ª Compañía, representante del
comandante del batallón, el que con su ruda “grrrr” desmiente tan absurda murmuración. Pero
después también él se ha de dar por enterado de que esta disposición es una orden del jefe del sector, y
de que entonces él mismo tiene la penosa tarea de aclarar a los camaradas que una orden es una orden,
“¡Me cago en dios!”
Los camaradas españoles presienten que algo pasa. Lo notan en las caras de los internacionales.
Se imaginan de qué se trata. Y se dirigen rápidamente a sus camaradas internacionales, gesticulando
enérgicamente. Estos no entienden ni una palabra pero saben bien lo que los camaradas españoles les
quieren decir: queremos quedarnos con vosotros. Los internacionales responden en alemán, francés,
polaco, checo, holandés y en diez lenguas más. Los españoles tampoco entienden ni una palabra, pero
saben exactamente lo que los internacionales les están respondiendo: no os vamos a dejar, tenéis que
venir con nosotros.
Una orden es una orden. Otto Brunner reúne a los oficiales, Ewald a los comisarios. Los españoles
han de concentrarse delante de una casa donde han de ser transferidos a los oficiales del batallón que
nos releva. Entretanto los españoles han subido ya hace rato junto con los internacionales en los
camiones. Otto corre a lo largo de la fila de camiones y aconseja a los camaradas tener buen sentido.
¡Una orden es una orden! “La despedida - escribe Ludwig en su resumen -, es muy dura, más que
avanzar contra un nido de ametralladoras.”

201
:
Finalmente se ha juntado un montoncito de españoles ante la casa. Miran tristemente hacia donde
están los camiones. Es evidente que la mayoría deben estar aún subidos en ellos. Otto, acompañado por
los jefes de las compañías, recorre de nuevo la fila de camiones. “Bajad de los camiones, por todos los
demonios. Una orden es una orden. Yo no la puedo cambiar, camaradas. Tened sentido común, maldita
sea. Acabemos con esto.”
Algunos bajan remoloneando. Pero cuando Otto se despista un momento, los que han bajado son
ayudados silenciosamente por manos solidarias, vuelven a subir a los camiones y son escondidos en
medio de la caja del camión como si fuesen mercancía de estraperlo, mientras los otros camaradas en los
bordes de camión miran hacia fuera, como si ellos mismos estuviesen muy asombrados preguntándose
“¿Dónde se habrán metido los españoles?
Por fin se ponen en marcha los camiones organizados por compañías. La más honrada es la 1ª
Compañía, sólo ha escondido a 12 españoles. Menos disciplinadas han sido la 2ª y la 3ª Compañías: han
recogido a la mayoría de sus camaradas españoles. Sólo la más disciplinada, la Compañía de
Ametralladoras, el orgullo del batallón, ha conservado en sus filas a todos los españoles. Cuando Otto
les pidió más tarde explicaciones, aguantándose con dificultad una sonrisa de satisfacción, le
respondieron: “Bueno, no podíamos deshacer todo nuestro equipo completo de artilleros. Has de
entenderlo, Otto.” Otto lo entendía. Había quien afirmaba que él mismo, entre dientes, les había hecho
saber que la Compañía de Ametralladoras había vuelto a demostrar ser la más lista de todas las
compañías. Pero seguro que se trata de una difamación imputar al comandante del batallón tales
palabras o pensamientos.
El final de este pequeño contratiempo de la disciplina acabó, según el informe de Ludwig, que
como jefe del convoy vivió todos estos hechos en primera persona, de la siguiente manera:
“Los últimos camiones no estaban completamente llenos porque ahora éramos menos. El capitán
español habló a sus camaradas españoles reunidos delante de la casa, de pie delante de él en la
oscuridad. Escucharon sus palabras y miraron los últimos camiones. Lentamente se salieron algunos del
grupo y caminaron con pasos tranquilos y muy naturales hacia los camiones y en el momento en que
éstos se pusieron en marcha, saltaron dos o tres dentro de cada camión y se marcharon en ellos.
Sólo quedaba allí parado el último camión. Cuatro españoles discutían vivamente ante él. Uno
trepó a él, después un segundo y también un tercero, y entonces intentó encaramarse también el cuarto.
Hablaba fuerte y excitado.
El jefe de convoy, que viajaba detrás de todos con el último coche, se dirigió a él, que colgaba ya,
medio dentro y medio fuera, de la caja del camión e intentó empujarlo hacia adentro pues el camión
estaba ya en marcha. En lugar de acabar de meterse dentro, el hombre saltó de nuevo abajo, tropezó y
estuvo a punto de darse un porrazo. ¡Eh, cuidado, arriba! Se trataba de un pequeño malentendido. Este
camarada no quería irse con el camión. De hecho era un teniente del batallón de relevo que debía cuidar
de que ninguno de nuestros camaradas españoles se viniera con nosotros...”.

202
:
12 de junio de 1937
Por la mañana nos marchamos Brunner y yo al Estado Mayor del Tschapaiev. Observamos como
disminuían los cañonazos en el sector de Morandi. Luego cominos en el Estado Mayor.
El comandante del batallón hermano francés, comandante Lhes, que es extraordinariamente
simpático, comió con nosotros. Había venido confiadamente con un saco lleno de pleitos a hablar con
Brunner. Yo iba traduciendo. El núcleo de su exposición era un enojoso suceso: anteayer algunos
hombres de su batallón, con la silenciosa complicidad de sus camaradas, se habían marchado de sus
posiciones al hacerse de noche y se habían largado a Hinojosa, y allí habían pasado la noche. A la
mañana siguiente habían vuelto de nuevo sin especiales remordimientos a sus agujeros o a sus trincheras
con sus fusiles y ametralladoras.
Cuando sus jefes de pelotón y de compañía les pidieron cuentas, se mostraron completamente
obstinados y explicaron que llevaban quince semanas en el frente y que ya estaba bien, que ya tenían
bastante, que ya habían vuelto y que a la semana siguiente se volverían a ir una noche a Hinojosa, y que si
se les fastidiaban con tonterías, sencillamente, no volverían. A los comisarios, que apelaron a su honor
antifascista, les respondieron que estar quince semanas en primera línea era algo que no se había visto ni
en la Guerra Mundial. Los que estaban así desde noviembre o diciembre insistían en su derecho a tener
un permiso. Algunos dijeron, muy acalorados, que ya habían hecho bastante, y que ahora les tocaba a
otros.
La gran mayoría de los camaradas franceses, incluso muchos suboficiales, se había puesto al lado
de los “fugados” y exigían el mismo derecho para sí. Los castigos sólo empeorarían la situación Si se
trataba a estos hombres como desertores, en pocos días todo el batallón se sublevaría. El mismo Lhes
opinaba que el tema se tenía que tratar con discreción aunque de ninguna manera dejaba de reconocer el
peligro de este mal ejemplo.
Bunner y Ewald estaban completamente de acuerdo con él y se convino en que la situación se
tratase de forma no oficial, que no se le pasase ningún informe al comisariado de la brigada; Brunner
aclaró que se daba por enterado no como representante del comandante de la Brigada, sino como
camarada. Todo dependería de qué informaciones trajese el general de su viaje a Valencia. Sólo se podía
esperar que trajese la noticia de un pronto relevo; de lo contrario se le explicaría al general que no se
podía soportar ninguna responsabilidad más respecto a problemas de disciplina.
Lhes volvió a su batallón evidentemente aligerado por esta conversación. Es un antifascista de la
mejor clase, inteligente, enérgico, leal y humano. Sus camaradas lo quieren, tienen confianza en él; él es
quien, a su manera suave, nada ruidosa, alejada de toda mordacidad, mantiene siempre unido a su
batallón.
Precisamente cuando voy a cantar sus alabanzas, me interrumpe Julius, el indiscreto ayudante del
batallón: -¡Siempre los franceses! ¡Menuda banda de indisciplinados!
Entonces me enfado. Este es uno de los temas por el que te has de pelear permanentemente con
las dos partes. Desde hace mucho me enfado cuando oigo a ciertos emigrantes alemanes poner a Francia
y a todo lo francés por las nubes, contraponiéndolo como ejemplo y modelo de todo lo bueno, elevado y

203
:
hermoso al horrible ejemplo de todo lo malo, podrido y maldito que representan los “malos alemanes”.
Los años de exilio en Francia han enseñado a la emigración política que también en la democracia
francesa –incluso en los círculos en los que ésta aún está viva – no todo tiene valor, cosa que se disimula
con venerables conceptos.
Cuando oigo a jóvenes vividores y damiselas mundanas a los que el ambiente nocturno de
Montmartre les gusta más que el de Kurfürsterdamm, entusiasmarse con que “París es la única ciudad en
la que se puede vivir”; cuando leo las adulaciones de los malos periodistas diciendo que el mejor de
todos los mundos aún es a día de hoy la Francia de la libertad, la fraternidad, la hospitalidad, la
humanidad y la democracia, que todo es estupendo para nosotros, los alemanes, empezando por la
afabilidad de las autoridades, pasando por la servicial amabilidad de la población, hasta llegar a la
dulzura de la existencia que nos permite respirar el aire francés; y cuando oigo declamar a los estetas sus
cantos de alabanza a la vibración de la luz de los atardeceres y los amaneceres sobre los tejados de París,
al inalcanzable refinamiento de la cocina francesa, al paladar de los buenos vinos franceses o a la
elegancia de las damas francesas... , cuando oigo y leo todo esto, a mí me vienen unas ganas irresistibles
de vomitar.
No es que tenga a esta clase de gente por personas demasiado importantes, pero el caso es que
flotan junto con otras bajo el honorable nombre de “emigrantes”. Mejor dicho, no; más que flotar con
las otras, flotan por encima de las otras, son las únicas visibles. Al mismo tiempo, aquellos otros que tal
vez mientras suenan estas alabanzas la están diñando bajo un puente de París o retorciéndose de hambre
a la intemperie, aquellos otros que son los verdaderos emigrantes, los políticos, mis camaradas, no se
ven. Estropean demasiado el armonioso cuadro. Son considerados “indeseables”, y su existencia se parece
algo a la de los judíos en la Alemania nazi: todos los perros puede mearse encima de ellos, acompañados
del entusiasta aplauso de la chusma pequeñoburguesa.
Hemos recibido alguna enseñanza práctica en estos años; enseñanza que nos será muy útil si
sobrevivimos. Por ejemplo esta: que los alemanes – exceptuando al Führer, los banqueros, los jefes de la
industria pesada y ciertos tipos pequeñoburgueses- hemos recibido, en general, amigable y solidariamente
y sin reproches a los emigrantes que vinieron a nosotros, cientos de miles, y vivieron con nosotros en
los años más difíciles de la inflación y de la falta de trabajo. Y, además, no le dimos al hecho mucha
importancia.
Esta es una cara de la cuestión.
Pero la otra cara del tema es que no hay cosa más impertinente y antipática que esta rígida
petulancia alemana del sargento y el funcionario que cuando dice “disciplina” quiere decir “obediencia
ciega”; esta estúpida hinchazón en la que se esconde esa enfermedad mental condenable e
incondicionalmente extirpable que se expresa, para empezar, con aquello de que “hay que disfrutar el
mundo a la manera alemana” y que después acaba cayendo en el sangriento error del “pueblo escogido”,
la “raza”, los “superhombres” e “infrahombres” y otras obsesiones. Nunca se es lo bastante severo contra
uno mismo y contra los amigos más cercanos, si tales peligrosas tendencias están vivas. Esa es aquí y
ahora, la otra cara de la cuestión.

204
:
Me disparo antes de que el tranquilo Ewald pueda manifestar la reprimenda a Julius que tiene en la
punta de la lengua:
- Bien podríamos nosotros imitar en muchas cosas y con la adecuada modestia la llamada
indisciplina de nuestros amigos franceses, querido Julius. En lo que se refiere a la lucha por la libertad y
la dignidad humana, los franceses nos han dado ejemplos convincentes a lo largo de los siglos. Y aún hoy
nos dan ejemplo de su gran agilidad, de su sentido político y de su concreta interpretación de la realidad.
Afortunadamente los trabajadores franceses han sido tan indisciplinados como para echarse a la calle en
febrero del 34 para defender su libertad contra los fascistas. ¡Tal vez tú habrías sido demasiado
disciplinado para haberlo hecho!
Julius, que me tiene por un camarada reservado, se admira de mi estallido. Dice, conciliador: - Pero
hombre, Kanto... ¿qué te ha pasado?
Se lo aclaro tranquilamente: - Tienes que entender Julius, que nosotros, los antifascistas alemanes,
no podemos tolerar entre nosotros tales formas de hablar; especialmente no aquí, donde estamos con
tantas naciones diferentes. Y los franceses nos han enseñado realmente muchas cosas de las cuales
podemos tomar ejemplo.
Julius replica tranquilamente que contra esto no tiene absolutamente nada que decir, lo de la “banda
indisciplinada” no iba contra todos los franceses sino sólo contra aquellos que abandonaron su posición
para divertirse. Y desde luego sigue considerando que ellos son realmente una banda indisciplinada. Si
esto hubiese pasado entre nosotros, ya le gustaría ver que cara pondría yo.
- Eso es diferente -digo yo precipitadamente. Y enseguida me doy cuenta de que me he
equivocado, pues esta sentencia es – con signo contrario- igual de oscura como la observación de Julius
contra la que me he indignado. Julius ha entendido también inmediatamente que aquí me cogerá y me
dice con gesto ingenuo sumamente inteligente y adecuado: - Ah, así que nosotros, los alemanes, somos
algo especial; ¿hay que disculpar a los otros lo que en nosotros hay que castigar?
Tiene razón al contestarme. Pero, no obstante, yo sé que pienso algo correcto y que lo pienso sin
altanería cuando digo: “Entre nosotros es muy diferente.”
Ahí hay una diferencia, lo siento con mucha claridad pero no encuentro el razonamiento y me
contento con balbucear: - Lo he dicho mal, es un malentendido. Ahora estamos en paz.
Dos horas después ya sé lo que sentí cuando utilicé esa frase. Hay una diferencia real pero no sólo
entre los alemanes y los franceses, sino, hablando en general, entre los antifascistas que proceden de la
ilegalidad y aquellos cuyo hogar se encuentra en un país aún democrático.
Un folleto fascista me lo ha sugerido.
A media noche fuimos Ewald y yo a la línea del frente. En el sector de la brigada de Morandi todo
estaba de nuevo en silencio. Los camaradas que habían seguido con atenta esperanza la acción, estaban
desilusionados aunque aún algo distraídos porque en el terreno al alcance de la vista y del oído, algo
sucedía. Incluso el luxemburgués parecía estar de humor para bromas. Me gritó: - ¡Eh, escritor, otra vez
nada respecto al ataque! ¡Con nosotros no vas a tener ninguna experiencia nueva!

205
:
Cuando pasamos a la 3ª Compañía un joven soldado austriaco me preguntó: - Oye, ¿dónde se
esconde el Kisch107? ¿No puedes escribirle para que venga? Aquí encontraría material para un buen
reportaje.
- A lo mejor viene pronto -le consuelo yo (sin mucho convencimiento). Me grita de nuevo: - ¡Ah,
nunca viene donde estamos nosotros! Tiene bastante que ver en Madrid.
Otro aún añade, mordaz: - Sí, con la XI.
En la 1ª Compañía Wolfgang nos enseña un panfleto que han arrojado los fascistas desde sus
aviones. Está escrito en un alemán calamitoso. Su texto suena así:

“Extranjeros, si os pasáis a nosotros, los nacionales españoles, no os arrepentiréis.


Vuestra vida será protegida y os prometemos que seréis enviados a vuestra patria.
Muchos de vuestros camaradas que voluntariamente vinieron a nuestro lado están ya en
su patria. Franco os lo promete.”

Wolfgang y algunos camaradas de su pelotón que merodean por allí, se ríen. Yo descifro este raro
documento.
- Cosa fina, -dice Wolfgang- viaje por libre a las celdas de la Gestapo.
- Sí, sí. El fascista sólo le puede prometer al que es fascista -dice Ewald muy adecuadamente.
Después añade más seriamente: - Es bueno que hayan escrito este disparate en alemán. De
nosotros no pueden tentar a ninguno ni conseguir nada, ni de los polacos ni de los húngaros. Pero entre
los demás..., posiblemente haya algunos que se dejen convencer, si esto huele demasiado a chamusquina.
Y fue en ese momento cuando, súbitamente, tuve la clave de la cuestión que durante el camino me
había estado atormentando.
Sí, efectivamente, hay una diferencia entre los camaradas de distintas nacionalidades, incluso aquí;
o mejor dicho, precisamente aquí.
Tuve la solución de en qué estriba nuestra “singularidad”. No son las características nacionales las
que cuentan. La línea divisoria se extiende mucho más por el lado de las situaciones nacionales
especiales – situaciones que no se pueden negar, incluso han de ser tenidas en cuenta, aunque en
cualquier caso no sean decisivas en la lucha antifascista común-: por un lado está el grueso de los
antifascistas que en su patria son ilegales, es decir alemanes, italianos, húngaros; por otro, aquellos que
proceden de países aún democráticos, es decir ingleses, franceses, americanos, escandinavos, holandeses,
checos... Y como eslabón intermedio, los grupos de los países semifascistas como Polonia, Yugoslavia,
Rumanía, Bulgaria, Finlandia o Grecia.

107
Egon Erwin Kisch fue un escritor y periodista judío checo-alemán. Praga, 1885. Estudió periodismo en
Berlín. En la 1ª Guerra Mundial fue reportero de guerra y dirigió periódicos liberales de izquierdas. En 1919 entró
en el Partido Comunista de Austria y viajó como periodista por EE.UU., la URSS y China. Durante los años 20
trabajó en Berlín. En 1933, tras el incendio del Reichstag, fue detenido y deportado como ciudadano checo a su país
de origen. Estuvo en España durante los años 1937 y 1938 como reportero y durante breve tiempo como
comandante del batallón Masaryk de la 129 Brigada. Al acabar la guerra de España y durante los años de la 2ª
Guerra Mundial vivió en los EE.UU. y Méjico. En 1945 volvió a Praga, donde murió en 1948.
206
:
La experiencia nos ha demostrado que en las horas decisivas, en las situaciones desesperadas, el
grueso de los alemanes, italianos, polacos, húngaros se baten aún más terca, resistente, encarnizadamente
que el grueso de los camaradas de naciones democráticas. Aún más: que también en momentos de
tranquilidad, la disciplina, la conciencia, la disposición de aquellos, en general, permanece más estable
que la de estos.
Intento explicarme las causas y me parece que están claras. Los italianos, polacos, alemanes,
austriacos, húngaros, que están aquí en el frente, son ya un equipo de personas escogidas. Son
antifascistas probados mil veces, han sido forjados por las persecuciones y los sufrimientos, por el
maltrato y el encarcelamiento, por la necesidad de emigrar. Vienen de las celdas de tortura de las SA y las
SS, de los campos de concentración de muchos países, de las islas Lípari108, de los calabozos de Bulgaria
y Yugoslavia. Conocen el fascismo. Su odio es grande y su conciencia vigilante. La mayoría de ellos ha
estado esperando en el fondo de su corazón el momento en el que pueden luchar con las armas en la
mano contra un sistema que estrangula a sus propios pueblos y que quiere estrangular al mundo.Antes de
venir aquí, han sido filtrados a través de años de inhumanas miserias físicas y psíquicas. Saben lo que es
el hambre, conocen el peligro, ninguna dificultad de aquí puede ser más grande que aquellas que ya se
han visto obligados a superar.
Los débiles han caído en esos años, se han cansado, se han hundido, alguno se ha hecho un traidor,
otro ha preferido la paz ignominiosa con nuestros enemigos mortales al acoso que le era insoportable.
Pero los que están aquí han pasado por todos los horrores, los peligros y las necesidades de esos años. No
están cansados y no se han vuelto débiles; que estén aquí lo demuestra. Han superado todas las pruebas.
Son los cuadros de la lucha por la libertad, los mejores, los más fuertes, los más capaces de sufrir, los más
resistentes, los más valientes, los más fieles a sus convicciones, los más conscientes, los más duros de sus
pueblos y de sus países.
Esto es irrebatible. Es el resultado del destino que han vivido, de lo que han luchado. No por eso se
debe afirmar como verdad irrebatible que la selección ya está consumada; esta selección, en el caso de los
combatientes por la libertad que proceden de las naciones democráticas, se completa precisamente en las
circunstancias de terrible e inevitable dureza que se dan aquí.
Entre los combatientes de las naciones democráticas aún deben estar, seguramente, aquellos que
entre nosotros ya han cedido o están excluidos: los débiles, cobardes, blandos, inestables, ignorantes. El
núcleo se va a ir decantando aquí: puede ser que aún haya entre ellos escoria adherida. No puede ser de
otra manera. ¿Pueden odiar a los fascistas tanto como nosotros, que los hemos sufrido en nuestra propia
carne y que hemos tenido que conocer diariamente, año tras año, su horrible acción material y moral
sobre nuestro pueblo?
Tomemos un caso muy concreto y muy paradigmático, que aquí puede suceder diariamente y que,
de hecho, sucede con frecuencia. Tiene relación con las “promesas” de Franco, que precisamente han
provocado en mí toda esta serie de razonamientos. Tomemos pues un caso como ejemplo: una tropa viene

108
Las islas Eolias o islas Lípari -por el nombre de la mayor- están cerca de la costa nordeste de Sicilia y
fueron hasta los años 40 cárcel o lugar de exilio para represaliados políticos italianos.
207
:
a parar aquí a una situación que la pone en la alternativa de rendirse o de seguir luchando hasta la última
bala sin esperanza de salvación.
En esta situación a los camaradas del ejemplo les viene a la cabeza la promesa de Franco. ¿Qué
les promete? Salvoconducto para la patria. Esto para nosotros, los alemanes, significa salvoconducto
para las celdas de la Gestapo. Nuestra muerte allí no será rápida ni será luchando cara a cara. Antes de
que nos llegue el final, seremos destrozados por abismos de torturas.
Por eso a nosostros tales “promesas” tan sólo nos dan risa, incluso aunque nos las hiciesen en serio.
Si estas promesas tuviesen algún efecto sobre nosotros, sería sólo el de fortalecer nuestra tácita decisión
de no caer vivos de ninguna de las maneras en manos de los fascistas. Nosotros nos defenderemos
siempre y en cualquier lugar hasta el último extremo. No nos queda otra elección. Lucharemos hasta el
último cartucho o, mejor dicho, hasta el penúltimo. El último lo guardaremos para nosotros mismos. Y en
ese caso extremo, lo haremos sin ser cobardes, sin que los camaradas nos vean como desertores en el
combate. Antes de que los moros nos descuarticen o antes de reventar en el infierno de la Gestapo,
guardaremos el último cartucho para nosotros.
Esta es la alternativa ante la cual nos encontramos los alemanes, y como nosotros los italianos, los
austriacos, los húngaros y aproximadamente en la misma medida también los polacos, los búlgaros y los
yugoslavos. Nuestra situación no permite ninguna ambigüedad.

Pero para los camaradas de otras nacionalidades la alternativa es otra. Tienen una posibilidad de
salir con vida -no es una posibilidad muy grande, pero está justificado que el que se ahoga se agarre
incluso a una brizna de paja-. Hay casos en los que voluntarios ingleses, franceses o americanos presos en
las cárceles de Franco, han vuelto a sus países - no muchos, pero hay ejemplos-. ¿Quién no buscará salvar
su vida si existe una mínima posibilidad? También los más valientes camaradas, los más entregados de
los países democráticos, están ante este conflicto. También ellos se enfrentan con momentos en los que
tienen que decidir entre sufrir una muerte segura o utilizar la mínima posibilidad que les queda abierta.
Es un conflicto difícil para un antifascista militante, el más difícil que puede haber, le va la vida en su
decisión. Entonces aquellos que no son tan firmes, ni tan duros, ni tan decididos, y deciden utilizar su
posibilidad de sobrevivir, arrastran a los dudosos. En situaciones desesperadas esta diferencia se hace
virulenta: los unos resisten y caen en bloque, los otros prefieren intentar salvar su piel un minuto antes del
momento decisivo.
Y aún hay otro punto de vista: para nosotros, los antifascistas alemanes, la patria en estos
momentos está realmente aquí en Madrid, como dice la canción de las Brigadas Internacionales.
Tampoco en esto tenemos elección que nos pueda hacer dudar o dar pena. No tenemos hogar mientras
en nuestro país reinen la muerte, la mentira, la injusticia y la violencia en nombre de Hitler. ¿Tenemos
que volver a la emigración? Sin papeles, perseguidos, hambrientos, sin patria, fuera de la ley para
regocijo malévolo de nuestros enemigos y como carga para nuestros amigos. Nadie nos espera como no
sean las cárceles o los campos de concentración. ¡Pobres de nosotros, si tenemos que huir de España
como derrotados! Todo lo que hasta ahora hemos sufrido será un preludio para los sufrimientos que

208
:
vendrán después. No, nosotros no tenemos aquí nada que perder más que nuestra vida y esta tiene para
muchos de nosotros poco peso. Esa es nuestra situación. Terriblemente clara.
Pero ahí están como ejemplo nuestros camaradas franceses, entre ellos algunos que, llenos de fe,
argumentan: nosotros hemos venido como voluntarios en los momentos de mayor peligro para nuestros
hermanos españoles. Hemos arriesgado nuestra vida, muchos de nosotros han caído luchando por la
libertad de España. Hemos soportado necesidades, peligros, privaciones, hemos derramado nuestra
sangre desde hace seis o siete meses, siempre en el frente, siempre en los puntos más duros de la lucha,
siempre ante el fuego. ¿Debemos caer hasta el último hombre? ¿Cuántos de nosotros caeran aún? En casa
nos esperan nuestras mujeres, nuestras novias, nuestros hijos, una casa, una familia, unos campos, tal vez
un puesto de trabajo. Añoramos nuestro hogar. ¿No hemos hecho ya nuestro papel? ¿No podemos volver
con dignidad tras seis o siete meses de esta dura lucha que hemos tomado sobre nuestros hombros
voluntariamente?
¿Qué se les debe contestar? Nosotros, alemanes, no tenemos el derecho de andar dando lecciones.
Nos podrían responder: aparte de que no tenéis nada que perder, estáis luchando aquí también, entre otras
cosas, para poder volver a vuestro país. Estáis aquí ante vuestros enemigos directos, Hitler y Mussolini, y
si los derrotáis, ganáis para vosotros, para vuestra libertad, ganáis vuestra patria. Pero en nuestro país aún
no reina el fascismo gracias a nuestra resistencia. No luchamos aquí por nosotros mismos sino
indirectamente por vosotros. Nosotros aún tenemos una patria, una cierta libertad. Así que callad pues,
vosotros que no habéis sabido impedir el triunfo del fascismo en vuestro propio país.

13 de junio de 1937
El aligeramiento del frente gracias al ataque de Morandi ha tenido como consecuencia inmediata un
torrente de gente que se ha pasado a nuestro lado. La mayoría se han pasado en el sector de la 86 Brigada,
pero algunos utilizan la posibilidad de llegar a nuestras líneas por el valle de Peñarroya.
- Si es tan general al otro lado el deseo de pasarse a nosotros ¿por qué no se han rendido más ante
el ataque de Morandi?
Le planteo la pregunta a Karl que ha llevado el interrogatorio de los tránsfugas. Karl se queda
pensando un poco la respuesta. Cuando estamos solos me confía una información que ha recibido
confidencialmente del Estado Mayor de Morandi. Cuando en el ataque de Morandi los tanques avanzaron
al amanecer, había frente a ellos dos compañías fascistas, con los fusiles colgados al hombro y
gesticulando. Las dos compañías se querían rendir –y sin duda otras les hubiesen seguido-.
Ahora bien, la regla es que los tránsfugas durante una batalla lleven las manos en alto. Estos no lo
habían hecho; estos soldados probablemente no lo sabían.
Los tanquistas informaron que habían dudado, la situación no estaba muy clara y no podían saber
exactamente que toda aquella gente se quería pasar. Entonces uno de los artilleros de uno de los tres
tanques, ante la visión de estos cientos de soldados que iban corriendo hacia ellos con sus armas y con
gran griterío, había perdido los nervios y había disparado. Los otros lo tomaron por una señal y dispararon

209
:
igualmente. Aquello había sido un horrible baño de sangre, la mayoría estaban muertos, muchos huyeron
y los pocos que se pudieron recoger heridos, informaron de que todos ellos se querían rendir.
Ante este horrible error, las otras unidades fascistas se defendieron naturalmente con rabia y así
el ataque de Morandi, después de una pequeña ganancia de terreno, había quedado detenido.
Respecto a este trágico malentendido se impone para colmo la pregunta de si el que disparó
primero desde el tanque no sería un agente de Franco. Siempre hay que contar con tal posibilidad. Estos
son los imponderables de una guerra civil.

Más tarde
Por la tarde me encontraba con Karl sobre el puesto de observación de la batalla.
Bajo su dirección estudiaba las posiciones del sector con el telescopio de tijera, posición por
posición.
Sobre las 6 de la tarde vimos el diario relevo de las tropas de vigilancia fascistas sobre el monte
Peñarroya. Se marcharon tranquilamente hacia Peñarroya, tal vez se bebieron una cerveza y tal vez se
acostaron con una agradable muchacha.
Menos mal que estos relevos sólo se pueden ver claramente con este tipo de telescopio. Si nuestros
muchachos supiesen que los dos pelotones que están allá arriba sobre las peñas, son relevados cada 24
horas no podrían pensar más que una cosa: que estamos traicionados y vendidos.
Mientras el incansable Karl hace sus observaciones tranquila y sistemáticamente a través del
telescopio y las va anotando en su cuaderno, yo encuentro tiempo, sentado detrás de él en una piedra, de
seguir escribiendo la historia de la XIII Brigada.

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

VII. LA BATALLA DE VALSEQUILLO

Frente del Sur 13 de junio de 1937


Los camaradas del Batallón Tschapaiev echaban de menos sobre sus camiones en marcha a los
españoles que se habían quedado. - Ellos tenían tanta necesidad de descansar y recuperarse como
nosotros - repetían.
Después la conversación se dirigió a los futuros amigos; las excitantes adivinanzas empezaron de
nuevo... ¿en qué lugar se pasaría el tiempo de descanso? Muchos deseaban que fuese en Murcia, la
hermosa y acogedora ciudad del levante donde los camaradas de la XI Brigada se habían sentido tan
bien durante su reorganización en enero; la noticia había llegado hasta el frente en las montañas de
Sierra Nevada. Al final del segundo día de viaje alguno empezó ya a ver claro que lo del descanso... no
era tan seguro.
210
:
El mismo viaje fue de lo más variado. En todos los sitios donde paraban, los campesinos rodeaban
alegres y confiados a los internacionales, de los que ya habían oído hablar mucho pero a los que veían
por primera vez. Los internacionales eran campesinos y trabajadores como ellos, ningún señorón,
ningún mercenario ni legionario chulesco y agresivo como un perro rabioso.
Cada campesino, cada campesina, tenía un hijo, el hermano, el marido, el primo, el sobrino, el
cuñado, el nieto, el yerno en alguno de los frentes, y muchas chicas tenían a su “novio”109. Estaban
orgullosos de que uno de los suyos también luchase con nosotros. Los más orgullosos eran aquellos
cuyos hijos o maridos estaban en el frente de Madrid. Nos preguntaban sobre todo si nosotros también
íbamos ahora a Madrid. Traían jarras con agua y fruta y cuando seguíamos nuestra marcha se quedaban
tras nosotros gritando “¡No pasarán!” con el puño levantado, el saludo del Frente Popular. Y los
nuestros contestaban “¡Pasaremos!” Un par de veces ocurrió que alguno de nuestros españoles tenía
parientes en alguno de los pequeños pueblos por los que pasamos. Entonces eran rápidamente
reconocidos y se producía una enorme alegría, manos que se estrechaban, besos, abrazos...
El tercer día del viaje se produjo una larga parada en la capital de la provincia, Jaén. Los
muchachos aún hablan hoy de ello; de las calles, de las tiendas, de los cafés, de las muchachas. Tuvieron
cuatro horas de permiso. Cuando el convoy partió puntualmente cuatro horas después, faltaban ocho
hombres del batallón. Aparecieron todos un día más tarde en el lugar de destino del batallón. Habían
seguido viaje con el batallón francés que venía detrás de nosotros. Estos “desertores” eran dos
alemanes, un austriaco, dos polacos y tres españoles. Volvieron a su compañía tan avergonzados que no
se atrevían a mirar a sus compañeros a la cara.
El hecho no se tomó en absoluto a risa. En una tropa antifascista que se basa en la autodisciplina,
tales cosas no pueden pasar. Pero se iba al frente. Se decidió que se les daría a los culpables la ocasión
de reparar su indisciplina por un valor modélico en el siguiente ataque. Aceptaron ansiosamente esta
oportunidad. Tres de ellos murieron en el ataque a Valsequillo, otro fue gravemente herido en el ataque
a la Sierra Mulva, otro recibió poco antes en los agujeros de protección una esquirla de mina. Desde
entonces no se volvió a hablar del asunto ni tampoco apareció en ningún documento.
La mañana del cuarto día el convoy llegó a Pozoblanco. Los camaradas se quedaron plantados sin
palabras ante las ruinas de la ciudad. La víspera, 12 bombarderos Junkers habían disfrutado
bombardeando la ciudad provinciana completamente desprotegida. Tramos enteros de las calles eran
ahora montones de ruinas. Sobre el tejado de una casa que aún se mantenía en pie estaba el chasis de
una ambulancia que había sido lanzada hacia arriba por la enorme violencia de una bomba. Los restos
de la carrocería estaban dispersos por la calle de delante. Los camaradas se preguntaban en silencio si
habría habido heridos dentro de esa ambulancia en el momento en que la bomba cayó. En eso se
convertía una ciudad tras un único bombardeo. Esta fue para los camaradas de la XIII una experiencia
nueva. En Teruel y luego en las montañas, la aviación no había podido lucirse mucho ante ellos. Esta
experiencia fue el inicio de los 134 bombardeos aéreos que la XIII hasta hoy ha registrado en este
frente.

109
En castellano en el original.
211
:
Una hora después de entrar en Pozoblanco se siguió camino. Nos acuartelamos a unos 8
quilómetros, en la aldea de Pedroche. Dormimos bien una noche, descanso de un día, baño en un arroyo,
comer tranquilamente. Al día siguiente llamada general, tener las cosas en orden, revisar y limpiar las
armas. Para la mañana del tercer día – 3 de abril – se fija un ejercicio de campo. Cuando el batallón
vuelve al mediodía al cuartel, ya está allí la orden de marcha.
Al oscurecer los camaradas del Tschapaiev fueron los primeros en subir a los camiones. Unos 40
quilómetros adelante; las luces apagadas, por lo cual se avanzaba muy lentamente. A media noche los
camiones llegaron a su punto de destino, una casilla de guardavía. Desde allí había que seguir con un
tren blindado. Inmediatamente los camiones se volvieron a marchar para recoger al batallón francés.
La situación era la siguiente: el ataque de los fascistas sobre Pozoblanco había fracasado. El
batallón “Stalin” de Linares - formado por mineros- había hecho retroceder a los fascistas. El plan del
bocazas borracho Queipo de Llano, que durante algunos días había suspendido sus payasadas
radiofónicas en Sevilla para lucirse aquí como “estratega”, se había quedado en nada. Este plan preveía
la conquista de la rica cuenca minera del mercurio de Almadén. Su primera etapa tenía que ser la
conquista de Pozoblanco.
La tarea de la XIII Brigada era sacar a los fascistas de sus posiciones de salida tras las cuales se
habían retirado, tomar las aldeas de Valsequillo, La Granjuela, Los Blásquez y las alturas dominantes de
alrededor y seguir avanzando por los valles de Fuenteovejuna y Peñarroya. El objetivo final de este
ataque, realizado con las débiles fuerzas de una brigada agotada por los combates y numéricamente
débil, eran esos dos importantes lugares: Fuenteovejuna y Peñarroya. Para alcanzar esta última meta la
brigada tenía que tener completamente en su poder la cadena montañosa de Sierra Mulva. Mientras las
alturas dominantes de Sierra Mulva estuviesen en poder de los fascistas no se podía contar con una
buena posición de salida para un ataque a esos dos importantes lugares.
Mientras tanto se alcanzaron metas importantes. No sólo la conquista de Valsequillo, La
Granjuela, Los Blásquez, Sierra Noria y un amplio territorio en su transpaís; sobre todo se aseguró
todo el flanco derecho del frente de Córdoba y el territorio que queda tras él: Hinojosa del Duque,
Pozoblanco y desde Almadén arriba.
Sobre la 1 de la noche llegó el tren blindado. A él subió el Batallón Tschapaiev. El cansancio
paralizaba a todos los camaradas. Era necesario levantar el ánimo. Otto Brunner dio la señal: “¡Venga,
vamos a cantar algo para despertarnos! Pero bajito...” Él mismo entonó su canción preferida “País
tirolés”. Los otros camaradas se fueron animando. Se cantó en polaco, checo, húngaro, español... de tal
manera que el canto resonaba en todo el tren. Uno se tenía que reprimir, para no cantar más fuerte.
El viaje duró sólo unos 20 minutos. En la casilla del guardagujas de Mármol paramos. El batallón
descendió en silencio del tren. Nos dejamos todo el equipaje. Había que caminar aún unos quilómetros.
El tren blindado retrocedió de nuevo. Los raíles aquí habían sido volados.
¿Por qué no habían sido reparados durante la preparación de este ataque? “Si hubiésemos tenido
el tren blindado –decían los camaradas -, estaríamos desde principios de abril en Peñarroya y tal vez ya
en Bélmez.”

212
:
Guías españoles llevaron al batallón hasta la posición de salida del ataque. - Allá está Valsequillo
- nos dijeron. Y señalaban algún lugar en la oscuridad. La distancia hasta los puestos avanzados de los
fascistas debía ser de unos 115 metros. Los guías se marcharon de nuevo porque debían recoger al
batallón francés. El Tschapaiev se quedó sólo en un terreno desconocido. Al amanecer tenía que
combatir aquí. ¿Por qué los guías que conocen el terreno no han acompañado al batallón para el
ataque? - Si hubiésemos atacado la estación de Valsequillo desde la derecha con guías que conociesen
el terreno, hubiésemos podido conquistar la estación de Valsequillo sin bajas -aseguraban después los
camaradas. ● Est. Mármol

Tren blindado

Sierra Noria

Sierra Mulva
Pico Peñarroya

Alrededores de Valsequillo y La Granjuela

Había aún dos horas de tiempo. Brunner iba a lo largo de todas las filas y decía que mientras
esperábamos los camaradas debían dormir; se fijaron las guardias y se prohibió fumar.
Desde las 4 el batallón se desplegó hacia adelante en formación dispersa. Tras 115 metros aún no
se veía ni se oía el enemigo. En la oscuridad el batallón iba casi a tientas y en silencio, paso a paso, 100
metros, 200 metros, 500 metros. Poco a poco empezó a amanecer. Entonces se vio que nos habíamos
apartado demasiado hacia la izquierda. Además las posiciones de los fascistas no estaban a 115 metros
de nuestro punto de salida, sino a muchísimos más: a 3 quilómetros. Era necesario hacer un cambio.
Pero el cambio tuvo que hacerse ya casi a la luz del día. El factor sorpresa se había echado a perder.
Los fascistas desde la estación de Valsequillo, transformada en un fortín, cogieron bajo el fuego a
las compañías atacantes. La batalla se dio sobre los campos, casi sin posibilidad de cubrirse.
Se tenía que tomar la estación, a unos 500 metros de la aldea, antes de que se pudiera atacar al
pueblo. La estación estaba muy fuertemente fortificada y ocupada –cosa que nadie había sabido antes -.
Era el principal punto de defensa de los fascistas. No disponíamos de artillería. Los tanques que
deberían haber atacado inmediatamente con el batallón, ni se veían. Una vez más no quedó más remedio
que confiar en el valor ante la muerte, la resistencia, el empuje de los combatientes. Se lanzaron sobre el
campo abierto hacia la estación.
Por las noticias de los camaradas veo con qué despliegue de abnegación fue tomada finalmente la
fortificación. Si se hubiese dispuesto en estos momentos de dos cañones o de dos tanques, este ataque no
213
:
hubiese sido un juego de niños pero tampoco un extraordinario hecho bélico. Así, sin artillería, sin
conocer el terreno, sin la participación de tanques a su debido tiempo... este ataque contra la estación
110
fortificada fue una hazaña casi sobrehumana. En cada pelotón hubo Winkelrieds que se ofrecieron
para ayudar al grueso de los que atacaban la estación.
El camarada Emil de la 1ª Compañía ha llevado al papel el texto siguiente sobre este hecho:
“Con los fusiles y las ametralladoras no podíamos hacer nada. El método que habíamos utilizado
en el frente de Granada, de deshacer los sacos terreros a fuerza de ráfagas de ametralladoras para que
la arena se saliese, aquí fue infructuoso porque la arena estaba húmeda. Tuvimos que abrirnos camino a
fuerza de granadas de mano. Pero esto ra muy difícil: cualquier punto flaco que hubiese en esta corta
distancia, se podía convertir para nosotros en un desastre. De pronto el camarada Dudec salió de un
salto de nuestro grupo gritando “¡Ahora o nunca!”, corrió sin cobertura ninguna con las granadas de
mano preparadas hasta llegar a 5 metros de las ventanas barricadas con sacos terreros, lanzó las
granadas por el aire, dio un saltó salvaje en el aire, cayó al suelo, salto de nuevo y volvió corriendo a
nuestro grupo chorreando sangre. Durante estos segundos todos nos quedamos sin respiración. Cayó a
mis pies, me tendió la granada que no aún conservaba y sólo dijo, respirando con dificultad: - Emil...- No
pudo seguir hablando. Nos miró intensamente a uno tras otro. Quería decir: ¡Tomad la granada,
rápido...! Yo así lo entendí, se la arranque de la crispada mano y la arroje contra los sacos de tierra.
Pero estalló en el aire. Cuando me incline de nuevo para mirar a Dudec, ya había muerto. Disparos
múltiples en el pecho. Pero no había tiempo para llorarle. Entonces saltó nuestro jefe de pelotón, el
camarada Moritz, cuyo verdadero nombre era Adolf Beier, contra la barricada mortífera rápido como un
rayo y arrojó una granada antes de que los fascistas tuvieran tiempo de disparar –todo quedo en tensión-
pero la granada rodó fuera de los sacos y explotó. Gravemente herido y arrastrándose regreso a
nosotros Moritz. Y entonces saltó el siguiente, el pequeño Max. Esta vez su granada voló por arriba de
los sacos y los destrozó con una enorme explosión.”
Entre tanto el otro pelotón de la 1ª Compañía había avanzado desde el otro lado de la estación. El
primero que cayó de este pelotón fue uno de los dos ingleses que combatían en el batallón, el estudiante
Tommy Flynn. Para poder disparar mejor abandonó su protección y cayó de un tiro en la cabeza. El
jefe del pelotón y representante del jefe de la compañía, Max Neubacher, ha descrito así el hecho:
“.... Los camaradas veían como no se podía disparar con acierto con la ametralladora a la
estación. Entonces súbitamente uno saltó hacia delante desde detrás de la protección, que era un montón
de traviesas de la vía amontonadas, corrió hasta el edificio y consiguió lanzar una granada por uno de
las aspilleras desde las que tiraban. Después retrocedió corriendo e hizo lo mismo otra vez, sin que le
pasara nada. Yo –sigue diciendo Max Neubacher- estaba pasmado ante semejante valor y ante la suerte

110
Arnold von Winkelrieds es un héroe importante, en parte real y en parte mítico, de la historia suiza. Murió
en la batalla de Sempach (julio 1386, cantón de Lucerna), enfrentamiento entre los Habsburgo y los confederados
suizos. Según la leyenda se lanzó a pecho descubierto y en pleno ataque, contra las lanzas de los habsburgueses para
abrir una brecha favorable a los confederados. El triunfo de estos en Sampach fortaleció fuertemente la
confederación, de la que posteriormente surgiría el Estado suizo. Winkelrieds fue ya cantado en su época, pero su
mitificación llegó al máximo en los siglos XIX y XX como representante de la libertad e independencia de la
Confederación Helvética. (Wikipedia)
214
:
que acompañó al camarada en este hecho. Inmediatamente le siguió otro. Este tuvo la buena idea de no
volver corriendo sino de quedarse sencillamente junto a la aspillera. Se llamaba Sauerwein y murió al
día siguiente junto a La Granjuela de un tiro en el cuello. Naturalmente no podía quedarme por detrás
del valor de los camaradas de mi pelotón. Seguí a los otros dos y lancé una cuarta granada por otra de
las aspilleras. El resultado fue tal, que los fascistas depusieron la lucha. Siete habían muerto a causa de
las explosiones de las granadas. Los otros salieron con las manos en alto por una puerta lateral.”
Las pérdidas más graves las sufrió la compañía polaca “Mickiewicz”. Tenía que avanzar por la
izquierda del terraplén del ferrocarril hacia la aldea y vino a caer en el fuego cruzado de la estación por
la derecha, y el de la aldea por el frente. Ante una enorme barricada de piedras a la entrada de la aldea
se tuvieron que parar. Aquí apareció, según la descripción del soldado J. Wawrinow, el camarada
Eisenberg, un judío del este, que con ocho granadas de mano se deslizó temerariamente hasta la
barricada y allí camuflado y agazapado fue lanzando una granada tras otra por encima de su cabeza
por los agujeros de la barricada. En el mismo combate de Valsequillo cayó después a la cabeza de su
pelotón el judío de Palestina Isaak Joffe. También murió el sustituto del jefe de la compañía polaca
Gosiewski; el jefe de la compañía Niwiandomski quedó gravemente herido; también el comisario de la
compañía, Jerzy; igualmente murió el teniente Szekpa y el viejo trabajador Drukala. Sólo la 2ª
Compañía tuvo que lamentar ese día 28 muertos. Las bajas del batallón en muertos y heridos se elevaron
a 130 hombres. Pero fueron ocupadas la estación, después la barricada, a continuación la iglesia,
convertida también en un fortín, y tras la iglesia los incontables nidos de ametralladoras del pueblo.
Finalmente llegaron los tanques, al menos en buen momento para eliminar un par de nidos de
resistencia de los fascistas. Si hubiesen estado allí dos o tres horas antes, las bajas del batallón
seguramente no hubiesen llegado ni a una quinta parte. Y si hubiesen estado presentes tanques y
artillería a su debido tiempo, si además el tren blindado hubiese intervenido conjuntamente, si
hubiésemos tenido a nuestra disposición sólo tres aviones de caza y tres bombarderos ligeros, si
hubiésemos tenido bastantes camiones como para hacer intervenir al batallón francés cinco horas antes
y además a uno de los dos batallones españoles, entonces se habría podido ocupar la Sierra Mulva la
tarde del mismo día, con el mismo entusiasmo y muchísimas menos víctimas. Y al día siguiente se hubiese
podido llevar el ataque hasta Peñarroya.

14 de junio de 1937, por la noche


Cuando Karl y yo a la caída del sol volvimos desde el puesto de observación hasta el
acuartelamiento del Estado Mayor, encontramos el local lleno. El general había vuelto y había traído
visitantes: el diputado francés Billoux, un camarada belga y Franz Dahlem, el encargado de los camaradas
111
alemanes en España. También andaban por los alrededores Egon Erwin Kisch y Erik Kuttner que hoy
vendrán con nosotros a visitar los batallones que están en la línea del frente. Yo estaba muy satisfecho.

111
Sobre Egon Erwin Kisch ver nota 107. Sobre Erich Kuttner ver nota 20.
215
:
Esta visita, me decía, animará la existencia de la “Brigada olvidada”, poco a poco amortecida entre el
calor y los bichos.
Me fui a dormir con este convencimiento. Y, en efecto: hoy por la mañana sobre las 8 ya estaba
aquí Egon Erwin Kisch, que me ha sacado del sueño a sacudidas. Esto me ha espabilado y me ha
alegrado de inmediato. Teníamos tanto que contarnos y que preguntarnos, que durante un ratito no
sabíamos qué decir y después empezamos a hablar del tema de observación más a la mano: un par de
ratas increíblemente desvergonzadas que hacían ruido en el techo fue el punto de partida de nuestra
conversación. Kisch estaba impresionado del primitivismo en medio del que vivíamos aquí. Me encontró
con mal aspecto. Y yo le dije que menos mal que no me había visto el último invierno en Valencia, y que,
en comparación con aquel tiempo, yo estaba ahora talmente en la gloria.
Él me pareció poco cambiado, vivaz, atento a todo, a punto para el chiste y la rima, y si se encendía
un cigarrillo, jugueteaba con el fuego hasta que los dos extremos estaban encendidos. Posiblemente en
este último medio año se ha puesto un poco más gordo. Desde que volvió de su viaje a Australia se le va
notando más la barriga y sus 50 años.
Pero su energía interior no la han podido romper los años difíciles: ni Hitler, ni las penurias del
exilio, ni la cárcel en Australia, ni las malas faenas de las que tampoco se ha librado. Sigue teniendo,
como siempre, una total falta de prejuicios ante cada vivencia, ante cada persona. Con todos y con todo
de tú a tú. Es admirable su falta de pretenciosidad, a pesar de sus 20 buenos libros publicados y de que su
nombre es conocido en las cinco partes del mundo. Si él quisiera hacer mucho ruido sobre sí mismo,
podría hacerse respetar mucho más. No conozco ningún hombre que se preste menos a representar. Ah, en
el fondo yo me alegro de que no quiera ni pueda comportarse de otra forma. Precisamente eso le
distingue, algunos tontos sacan de eso el derecho a mirarle por encima del hombro. Por eso el afecto
que le tienen sus camaradas es tan seguro.
Desayunamos juntos en la habitación del general. Kisch se hizo amigo de todos. Por Ludwig se
interesó especialmente, y yo le puse expresamente en contacto con el tímido y reservado Karl. Después
observó el refugio, el nido de las golondrinas, habló con el cocinero en vienés, y chapurreó en polaco con
el teniente Boris. Al ayudante Franz le escribió una dedicatoria en su libro “China geheim” (China
secreta), que casualmente tenía Franz a su lado, y a los guardias y a los ayudantes de cocina los alegró y
maravilló con sus asombrosos trucos de magia. Se comportó de nuevo tan “poco serio”, como era posible.
A las 10 vino Kuttner. Me alegré mucho volverlo a ver. Su actitud de buen camarada y completa
identificación con la lucha por la libertad, ha dejado un buen recuerdo en todos los que estuvimos con él
en diciembre en Madrid.
Kuttner es sincero con nosotros y con la lucha de los españoles por su libertad. No hay duda de
que por ese motivo será mirado con desconfianza por la parte más influyente de sus compañeros de
partido y tratado con desprecio. Pues los Wels, Ollenhauer y Satmpfer, los señores que ocupan la
presidencia del partido, verdaderos y legítimos seguidores de sus maestros y modelos, los socialistas del
imperio Ebert, Noske, Winnig, Zörgiebel... desean la liquidación lo más rápidamente posible de la
resistencia de los demócratas españoles que les es muy incómoda. Sus propios militantes se interesan con

216
:
demasiada pasión por este ejemplo de unificador y purificador combate defensivo antifascista. Esto les
obliga a estos fascistas camuflados, que en el fondo de su corazón desean que una rápida y completa
victoria de Franco los libre de su incómoda y ambigua situación, a soltar de vez en cuando alguna frase
sentimental y a hacer, de tanto en tanto, visitas de condolencia a la República con el fin de apaciguar y
tomar el pelo a los verdaderos antifascistas de sus propias filas. Para tales visitas los falsos socialistas se
sirven gustosamente como figuras decorativas de cordiales y voluntariosos socialistas que disfrutan de la
atención y la confianza de las masas, pero que en su propio partido no tienen nada que decir. Uno de ellos
es el bienpensante Kuttner.
Su rostro redondo, su gesto autosatisfecho, su elocuente circunspección, no me engañan. Sé muy
bien desde el último invierno cuán profundamente sufre bajo la necesidad y el engaño de este tiempo,
cuánto le hiere y le avergüenza la actitud obstinada de la dirección de su partido. Interpreta el papel del
muchacho valiente y oculta su dolor bajo el murmullo de su locuacidad. Es un tipo modesto; se le debe
conocer un poco más de cerca para notar que no es un charlatán. En él es verdadero precisamente lo que
otros sólo fingen; su sentimiento, que llega al sentimentalismo, por los oprimidos y sufrientes.
Me dio cordialmente la mano. Su alegría por nuestro reiterado encuentro en otro sector de la lucha
española le salió del alma. Enseguida le puse en contacto con su compañero de partido el capitán N...,
estuvieron hablando un rato animadamente.
Cuando ya estuvimos todos, salió la expedición hacia la línea del frente. A mi cuidado fueron
encargados Kisch, Kuttner y el amigo belga. Subimos a un coche, viajamos hasta un cruce de caminos y
luego anduvimos hasta el Estado Mayor del Batallón Tschapaiev. Hacía mucho calor. Ya al primer
quilómetro de marcha a pie Kisch y Kuttner empezaron a sudar.
En el Estado Mayor recuperamos el aliento durante un rato. Ewald había llegado ya antes con
Dahlem. Entretanto el amigo belga fue acompañado al batallón francés. Al mediodía comimos. Se
trabaron amistades. Kisch estaba evidentemente abierto a la camaradería del colectivo. Kuttner encontró
dos amigos socialdemócratas entre la gente del Estado Mayor.
A la 1 del mediodía volvió el amigo belga. Nos preparamos para seguir camino todos juntos. A
Kisch le hicieron montar en un mulo y cabalgó un buen rato muy orgulloso. Los demás seguimos a pie:
Kuttner, el belga, el ayudante del batallón Julius y el camarada polaco Ferry que trabajaba como
comisario agregado en el Estado Mayor de la Brigada.
El calor del mediodía era incluso para la gente curtida, muy agobiante. Cuando llegamos a la
posición que podía ser vista y tiroteada por los fascistas, le pedía a Kisch que avanzase cabalgando tan
rápido como pudiese. Los demás nos separamos unos de otros. Yo tenía a Kuttner unos 20 metros por
delante y al belga unos 20 metros tras de mí. Delante iba Julius, el último era Ferry. Yo sentía cierta
angustia. La casualidad es frecuentemente traidora. Si a Kisch o Kuttner les pasaba algo, yo me sentiría
responsable. Pero Kuttner, como viejo soldado alemán que había estado en el frente, me gritó por encima
del hombro cuando le pedí intranquilo que caminase rápido que tan pronto como se oyera un disparo se
echaría a la cuneta junto al camino, que no me preocupase. Para hacerle más corto el camino le explique

217
:
las posiciones de los fascistas sobre la colina pelada que teníamos al alcance de la vista a unos 1.200
metros de distancia.
Finalmente llegamos sanos y salvos a la sombra y a la cobertura del bosquecillo de encinas junto a
las cocinas. Kuttner se había mantenido valiente a pesar del calor. Los últimos mil metros en el terreno
de colinas hasta delante de las posiciones se le hicieron extraordinariamente pesados. Para él tal vez fue
un consuelo que desde las cocinas también Kisch tuviese que ir a pie. Los dos resoplaban a cual más y
mejor.
Fuimos a parar aproximadamente en medio del batallón francés. Presente los amigos a Lhes y al
jefe de la compañía, Engel. Fuimos lentamente de grupo en grupo. Pronto llegamos al sector del Batallón
Tschapaiev. Bajamos la cuesta y encontramos a Dahlem en el terreno de la 3ª Compañía, en la que él ya
estaba desde hacía horas y ahora celebraba una asamblea.
A la sombra de una gran encina se sentaban unos 25 camaradas, renegridos por el sol, muchos con
el torso desnudo, en un semicírculo en torno a Dahlem. Eran los jefes de compañía, los hombres de
confianza de los pelotones y los comisarios de compañías de los grupos de habla alemana (o que
entendiesen al menos el alemán). Nos metimos en el grupo y nos sentamos en el círculo. Todo estaba en
silencio. Sólo de vez en cuando silbaban por encima de nuestras cabezas un par de disparos de
ametralladora. Los fascistas no tenían ni idea del significado de este día para nosotros.
Permanecí algunos minutos en el grupo y me apresuré a ir tras Kisch y Kuttner que entretanto
visitaban los pelotones y fusileros aislados. Reclamé a Kisch, al que encontré en el pelotón checo de la 1ª
Compañía, que no se atreviese a ir muy lejos y que no anduviera paseándose por todas partes sin
cubrirse. Los camaradas que lo rodeaban prometieron que lo vigilarían. Estaban felices de tenerlo entre
ellos. Checos, austriacos y alemanes le reclamaban como paisano. Los soldados le alargaban hojas de
cuadernos, fotografías –frecuentemente de sus mujeres o sus novias- o un periódico de la compañía, para
que les escribiera su firma. Esto le producía casi vergüenza, pero lograba escribir algunas frases alegres
que suavizaban la solemnidad. El joven camarada que el otro día me había dicho que a ver si le escribía a
Kisch para que viniera, estaba especialmente entusiasmado. - Precisamente lo había dicho yo, que el
Kisch debería venir, y ya está aquí - repetía una y otra vez, como si sólo su deseo intenso hubiese traído
a Kisch.
Así fuimos por algunos grupos. Había perdido de vista a Kuttner. Suponía que estaría con los
holandeses. Por todas partes, las mismas manifestaciones de amistad. Kisch debía hablar, Kisch debía
contar un chiste, ante todo querían saber cómo le había ido en la cárcel en Australia. Sobre el pie que se
había roto en el temerario salto que dio desde el barco, del que no le querían dejar desembarcar, al suelo
australiano, que le habían prohibido pisar, le preguntaban menos. Algunos querían saber cómo estaba en
Australia el movimiento antifascista. Kisch les hablaba de las manifestaciones de los trabajadores
australianos que habían forzado de esta manera su liberación, del estrambótico proceso en el que él
mismo había sido examinado en galés, una lengua sólo hablada por unos cuantos cientos de miles de
personas en el ámbito familiar en todo el mundo. Y los dejó admirados y divertidos gracias a algunas
auténticas anécdotas típicas de él, como, por ejemplo, que la noticia de su encarcelamiento en Australia

218
:
había figurado en la prensa nazi casi antes de que el hecho hubiese sucedido: de hecho, cuando fue
detenido por la mañana en Australia, en Alemania aún no era ni medianoche, así que los diarios matutinos
berlineses pudieron informar con gran alegría sobre su pie roto ya a las 8 de la mañana del mismo día en
el que Kisch saltó desde la borda del “Strathaird” al suelo australiano, saltándose de esta manera el
prohibido desembarco.112
Pero el pie roto, que ahora se nombra siempre entre carcajadas, aún le duele. Se tiene que sentar. Al
lado del agujero de protección se encuentra una caja inofensiva y Kisch la elige como asiento. Se deja
caer sobre ella con todo su peso antes de que alguien lo pueda impedir. La tapa de la caja se rompe. Y un
susto de algunos segundos se disuelve entre carcajadas: ¡Kisch se ha sentado sobre una caja de granadas
de mano! Cuan finalmente lo entiende, se levanta prudentemente y abandona cojeando el lugar donde ha
estado a punto de sufrir una muerte heroica junto con todos los que estaban a su alrededor que eran lo
menos veinte. - Esto se lo tengo que contar a Kuttner - dice. Pues entre Kuttner y él existe una especie de
rivalidad a causa de las respectivas “vivencias del frente”.

A n o t a c i ó n e n 1 9 3 9: al recordar esta rivalidad, no me quiero privar del placer de contar


una anécdota muy bonita y verdadera. La competencia entre Kisch y Kuttner, muy posiblemente desde
mucho antes y muy posiblemente manifestada al pasear, siguió después aunque fuese inexpresada. Por
ejemplo Kisch estaba ya en la ciudad pocas horas después de la entrada de las tropas republicanas en
Teruel en la segunda ofensiva sobre la ciudad fortificada en diciembre de 1937, en un momento en el que
aún se combatía y no todo estaba decidido. Pero Kuttner le llevaba una ventaja que Kisch no pudo
superar. Efectivamente, Kuttner en el punto más caliente de la lucha en Brunete, en julio de 1937, no
dejó que lo detuvieran y llegó hasta las líneas más avanzadas del combate. Los fascistas emprendieron
en esos momentos su contrataque más furioso y Kuttner recibió un tiro en el pie. Entonces les dijo con
toda tranquilidad a dos camaradas que estaban junto a él: - Me parece que me han alcanzado.
Ellos, que vieron correr la sangre, llamaron a gritos a los sanitarios para que lo llevaran hacia
atrás. Pero él se quedó sentado, sonrió, levantó los dedos como quién da clase y dijo: - Esto le va a
fastidiar a Kisch.- Claro, ¡él había ganado la competición!

Dejé a Kisch en el puesto protegido del jefe de la 3ª Compañía, Lambo Weiβ. Allí pudo tomar
aliento y charlar con Lambo, y me alegré por los dos. El comisario de la 2ª Compañía Mickiewicz, que
estaba también allí, prometió llevar de nuevo a Kisch a la cocina, desde donde volveríamos al Estado
Mayor del batallón juntamente con Kuttner. Entonces me fui a buscarlo. Lo encontré en la hondonada,
rodeado de un grupo de escandinavos y españoles y de algunos austriacos. Estos le estaban interrogando
sobre la actitud de la presidencia de su partido. ¡Pobre Kuttner! ¡Lo que tuvo que sudar ese día!
Emprendimos el regreso. Han desaparecido ya los campos de flores. Pisamos sólo hierba reseca.
Hoy tuvimos más de 30 grados a la sombra, tal vez 35. En julio y agosto el termómetro en estos parajes
112
En 1934 a Kisch, que ya era un conocido y muy activo periodista comunista, le negaron la entrada en
Australia. Entonces Kisch saltó por la borda del barco en el que iba sobre el malecón del puerto de Melbourne. El
salto le costó una fractura en el pie y ser detenido, pero consiguió quedarse en Australia.
219
:
debe subir a 40 grados, hasta 45 y a veces a más. Espero no tenerlo que vivir aún aquí. Kuttner está muy
cansado por el día agotador, aunque parece que para él también muy feliz. Hemos de ir parando para
recuperar el aliento algunas veces antes de llegar a la cocina.
Allí está la mula de Kisch, pero él no ha llegado. Aún pasa un buen rato hasta que llega resoplando.
Descansamos entre tanto a la sombra.
Kisch está aún más agotado que Kuttner. Se le nota que con su pierna rota no puede moverse como
corresponde a su salvaje temperamento. Se echa sobre la hierba completamente exhausto. Para subirle
después al mulo preparamos una caja sólida de la cocina: uno la sostiene por la derecha, otro por la
izquierda, otro sostiene al mulo... y su escalada casi se va al demonio: Kisch se queda colgando algunos
segundos agarrado al flanco del animal que está un poco ladeado, hasta que consigue sentarse en la silla.
En segundo plano se juntan los cocineros que se ríen en silencio. Apenas se ha sentado arriba del mulo
dice Kisch muy digno. “¡Don Quijote!”
Los últimos 100 metros antes de llegar al Estado Mayor conduzco el animal del ramal en la subida.
Schaul viene corriendo a nuestro encuentro con la cámara, así somos fotografiados como “Don Quijote y
Sancho”, aunque, desde el punto de vista de nuestras figuras, deberíamos haber cambiado los papeles.
En el Estado Mayor del batallón había sillas y agua de limón. El tremendo calor había aflojado, los
muros de la casa otorgaban la sombra vespertina. Kisch y Kuttner se relajaron. A su alrededor, de pie o
sentados, los camaradas del Estado Mayor. Después se llamó al escribiente del Estado Mayor, Wallmann,
que vino con su precioso laúd que cuidaba con tanta delicadeza, se sentó en medio del círculo y empezó a
entonar. Cantamos juntos hermosas y antiguas canciones populares alemanas y también nuestros cantos
revolucionarios. Empezamos con nuestra canción de Tschapaiv:
Kisch se hizo recitar otra vez el texto y lo anotó. Después siguió:

“Cuando marchamos unidos, “Wenn wir schreiten Seit an Seit


y cantamos viejos himnos, Und die alten Lieder singen,
sentimos que el triunfo es nuestro. Fühlen wir: es muβ gelingen.
¡Traemos un tiempo nuevo! Mit uns zieht die neue Zeit¡

Después suenan “El pequeño trompeta” y el “Rojo Wedding”, y el “A Karl Liebknecht le hemos
jurado...” y la canción de los aviadores rojos, que siempre que la cantábamos la policía de Severing y
Zörgiebel nos dispersaba y nos aporreaba.113
Uno no puede evitar en esos momentos acordarse de Kuttner, otros le dirigen alguna indirecta, y
nosotros después cantamos en honor de Kuttner la canción, tantas veces cantada en armonía tanto por los

113
Carl Severing fue ministro del Interior del Estado Libre de Prusia entre 1920 y 1926, socialista del ala
más conservadora de SPD. Karl Friederich Zörgiebel también miembro del Partido Socialdemócrata Alemán, fue
jefe de la policía, entre otros muchos cargos, primero de Colonia y entre 1926-1930 de Berlín. Ambos se
caracterizaron por perseguir mucho más a los comunistas que a los fascistas. Concretamente Zörgiebel mandó
disparar a la policía contra los manifestantes el 1 de mayo de 1929 y los siguientes días, provocando la muerte de 32
manifestantes, por lo que se le llamó “der Arbeitermörder”, “el asesino de obreros”; por las mismas fechas prohibió
la Liga de Combatientes del Frente Rojo, grupo de defensa armada del KPD. (Wikipedia)
220
:
socialdemócratas como por nosotros, la canción de un verdadero Frente Popular: ”Hermano, arriba, hacia
el sol, hacia la libertad, hermano arriba, hacia la luz. El brillante futuro ilumina el porvenir, saliendo del
oscuro pasado.” Kuttner cantó con nosotros. Cuando acabamos, el burlón de un momento antes gritó: -
¡Para nuestro compañero Kuttner, un sincero y triplemente fuerte “¡Frente Rojo!-
Kuttner está conmovido. Siente claramente que para nosotros el Frente Popular no es una táctica
sino un deseo del corazón y una nostalgia. Él lo percibe y no por primera vez y comparte este sentimiento
interiormente. Lo sabemos. De la misma manera que sabemos que su deseo y el nuestro no se pueden
realizar mientras figuras como Wels, Noske, Stampfer y sus compañeros tengan posibilidades de
maniobrar y sigan teniendo influencia en una parte de las masas socialdemócratas.
Tras este inciso, algo triste, siguió la alegría. Ahora la canción predilecta de Otto Brunner:

País del Tirol Tirolenland


De noche, cuando todo duerme, Des Nachts, wenn alles schläft
y sólo yo estoy despierto, und ich allein nur wach,
asciendo sobre la altura dann steig ich auf die Höh
y corro detrás del ciervo. Und jag dem Gemsbock nach.
País del Tirol, qué bello eres, qué bello (bis) Tirolenland, du bist so schön, so schön,
Quién sabe cuándo a vernos volveremos (bis) Wer weiβ, wann wir uns wiedersehn, (bis)
Sí, si miramos, miramos, miramos Ja, wenn wir schaun, schaun, schaun,
sobre la cerca, la cerca, la cerca über’n Zaun, Zaun, Zaun,
en el hermoso Tirol, in das schöne Land Tirol,
sí, se alegra la vaquera, Ja, dann freuet sich die Sennerin,
cuando la cerca miramos...” wenn wir schaun, über’n Zaun...”

Después vino “La canción de Wartesaal” que acaba así:


Cuando vuelves a tu tierra In der Heimat angekommen
empieza una nueva vida. fängt ein neues Leben an.
Uno toma una mujer, Eine Frau wird sich genommen,
Niños trae Papa Noel...” kleine Kinder bringt der Weihnachtsmann,,,”

Y finalmente la inmortal canción “Wilde Gesellen....” a la que le pusimos una letra nueva y
bastante divertida:
“Perseguidos, traicionados, de cárcel amenazados,
para esbirros hitlerianos, presa fácil.
Desgarrada por los tiros la bandera
que plantó cara a la muerte y la miseria.
En el negro Estado nazi, todos somos criminales
y de ser así llamados, muy orgullosos estamos.
Somos la juventud, seremos la semilla,
y ningún enemigo nos dará la puntilla..”

221
:
Entre tanto para Kisch y Kuttner vino el momento de pagar. Se acercaron los redactores del
periódico del batallón y de los diferentes periódicos de las compañías con sus blocs, documentos, plumas
estilográficas recién cargadas de tinta... entonces no sirvió de nada ni el cansancio ni los remilgos, ambos
invitados tuvieron que pagar su tributo.
Kisch escribió para el periódico de la 1ª Compañía:
“Nunca olvidaré el día de hoy en el frente. Tal situación y tales formaciones nunca los ha conocido
la Guerra Mundial. Los compañeros viven en lo alto, a la vista del enemigo e ininterrumpidamente bajo el
fuego, sofocados por el calor, rodeados de serpientes, enjambres de moscas y salamandras (sic), mes tras
mes, día tras día y noche tras noche. En el rincón más meridional del occidente de Europa, lejos de
Madrid, lejos del mundo, ellos protegen el frente español de la libertad.
Y con qué camaradería, con qué unidad de convicción están ellos allí, juntos españoles y polacos,
alemanes y franceses, ingleses y checos. Con qué pasión discuten. Qué destino han sufrido ya por su
convencimiento político, qué dificultades han tenido que superar para venir al frente. Y qué ignorancia
sobre estos héroes demuestran los panfletos que Franco les dirige cuando les dice “Se os ha engañado
con promesas de fabulosos sueldos...” No, nadie vino a España por los “fabulosos sueldos” y ni uno solo
combatió porque se le hubiese prometido un sueldo fabuloso. A no ser que ese sueldo fabuloso sea la
liberación del mundo del fascismo.”

Y Kuttner escribió para el periódico del batallón:


“Cuando fui sobre caminos polvorientos y ardientes desde la salidas del sol hasta su caída para
alcanzar a la XIII Brigada en el frente de Córdoba, vi muy claro por qué se queja esta esforzada tropa con
frecuencia de haber sido olvidada. Pero quien no teme las fatigas del viaje, puede ver algo que no le
ofrece la Exposición Mundial de París: la vivencia de una carne y una sangre convertidas en Frente
Popular de 21 nacionalidades y de todos los partidos antifascistas.
No es una vida fácil la que han llevado los hombres de la brigada desde hace semanas, bajo un
calor sin sombras, sobre pendientes pedregosas, entre arbustos espinosos, en agujeros del suelo y cabañas
primitivas. Tanto más digno de admiración es el espíritu de abnegación, de comunidad, de decisión ante
el combate que he encontrado. Un camarada me preguntó: - ¿Cómo la va al Frente Popular alemán?
La pregunta me afectó, pues nada es más difícil que responder aquí: - Pues aún no existe.
No sólo porque a uno le duela en medio del alma desilusionar a hombres que ya lo han ofrecido
todo para derribar el fascismo, sino porque si uno expone aquí los argumentos contrarios al Frente
Popular, está hablando una lengua que aquí no se comprende. Así que al final pensé: -¡Al demonio!
¡Que vengan ellos mismos y expliquen a los soldados de la libertad sus argumentos! Les deseo suerte...
Pero yo digo: el Frente Popular vendrá y debe llegar. Lo que estáis vosotros haciendo en España
ayudará a ello. Como todo lo que se habla. Lo creo y lo espero. Todos mis amigos que luchan en España,
piensan igual. Y los combatientes decidirán. Yo me voy con una certeza: la XIII Brigada debe
permanecer siendo lo que es y seguro que no será olvidada: sobrevivirá en el corazón del proletariado
mundial.”

222
:
15 de junio de 1937
La tarde de ayer, un día tan rico en acontecimientos, Kisch y Kuttner partieron hacia Hinojosa,
donde se les había preparado alojamiento y donde pasarían aún una última hora con Hannes Marchwitza
y los camaradas que trabajan allí en la intendencia. Pero hoy por la mañana estaban otra vez aquí con
nosotros en el Estado Mayor de la Brigada.
Su visita ha dejado detrás un ambiente agradable para todos, desde el general hasta los soldados de
guardia; todos saborean aún la gracia de los chistes de Kisch. Ambos amigos nos convencieron de que sus
impresiones de ayer en las posiciones de la XIII Brigada habían sido extraordinariamente profundas y que
aportarían lo que pudiesen para transmitir estas vivencias de silencioso heroísmo. Tenemos claro que sus
palabra no eran formas convencionales de hablar; esto nos hizo sentir a todos alegres y orgullosos
Kuttner me había traído la biografía recién aparecida del pintor alemán Hans von Marées. Es un
tomo considerable, publicado por una buena editorial suiza. Pero antes de sumergirme en su lectura, he
puesto en limpio las notas que ayer tomé en forma de apuntes.

16 de junio de 1937
¡Ya se han ido! Ludwig y yo estamos ante la casa y comentamos los sucesos y las posibles
consecuencias de estos dos estimulantes días. Volvemos a respirar tranquilamente. Nos sentimos como si
hubiesen venido los tíos del pueblo114. Hemos deseado sinceramente que esta visita del “gran mundo”
llegara hasta aquí y nos ha alegrado mucho que tuviera lugar. Pero ahora casi se nos ha quitado un peso
de encima ya que el jaleo ha pasado y la cotidianeidad, fatigosa pero regular, vuelve a reinar.

Por la tarde
A medio día vino el ayudante del 1er. Batallón, el teniente Julius Lackner al Estado Mayor de la
brigada, se cuadró ante el general y dijo: - ¡Se presenta la Compañía Lackner!
Nos quedamos perplejos pensando qué clase de compañía sería ésta. El general afirmaba con razón
que esa compañía no existía. Julius nos propuso salir con él y nos la presentaría.
Fuera estaban de pie cuatro chicos, muchachos de entre unos 12 y unos 14 años, muy
desharrapados pero extraordinariamente contentos, desenvueltos y preparados para echársenos al cuello
de inmediato a cada uno de nosotros. Estos eran, nos explicó Julius, los cuatro jóvenes “tránsfugas”.
Hoy por la mañana han aparecido en nuestras líneas, para asombro de nuestros camaradas. Venían
de Peñarroya y todos contaban lo mismo.
Esta fue el interrogatorio más raro y divertido que he vivido en toda mi vida.
Los nombres de los chicos son: Álvaro, Rodrigo, Pedro y Jerónimo115. Este último es el más
pequeño, 12 años, pero ha hecho de guía, afirman los otros. Es delgado, ágil, puro nervio, y si se pelea

114
El tío del pueblo era un personaje popular que llegaba de la aldea a visitar a la familia de la ciudad
cargado de regalos: verduras, frutas, queso, vino, un pollo, un pato, un conejo... Este personaje es tan español como
alemán.
115
Estos chicos son los protagonistas de la novela juvenil “Los chicos de Peñarroya” de Ruth Rewald, esposa
de Hans Schaul. A Ruth Rewald y a esta obra se hace referencia en la pág. 4 de este trabajo.
223
:
con su amigo, el grandullón de Pedro de 14 años, sabe usar los pies con tanta maña que es el otro el que
recibe la mayoría de los golpes y tiene que desistir de pegarse con él. Rodrigo es el mayor, tiene ya 15
años pero no es mucho más alto ni más maduro que los otros, tiene una cabeza cuadrada, su
temperamento es reservado, es lento, dócil y bonachón. Álvaro tiene 13 años, y es muy despierto. Él y
Jerónimo son los más inteligentes.
He llevado a los muchachos a mi cobertizo en el establo, se sientan... no, qué va, se tiran sobre mi
colchón de paja, locos de excitación y de alegría; ante tanto reír y resoplar no podemos entrar con
seriedad en nuestro “interrogatorio”. Los cuatro hablan a la vez, de manera que aquello es un puro
bullicio. Entre semejante jolgorio, en el que yo mismo y también el jefe de protocolo hemos de unir
nuestra voz de todo corazón en vista de tanta excitación, al final sacamos en claro poco a poco lo
siguiente: los cuatro son hijos de trabajadores del barrio obrero anexo a Peñarroya, cuyo propio nombre,
Peñarroya del Terrible, dado al principio como mal nombre, ahora se ha convertido en el nombre oficial
del lugar. Los padres trabajaban en las famosas minas. Ahora se han tenido que dispersar. A uno lo han
matado, otro ha sido deportado por los fascistas, y dos están con nosotros, han huido a la parte
republicana, aunque los chicos no saben dónde están. Los niños se quedaron con sus madres.
Han tenido que andar vagando. Desde el principio de la sublevación no han ido a la escuela, pues
cuando los fascistas impusieron en Peñarroya su sangriento dominio, las escuelas estuvieron abiertas sólo
para los falangistas. Los niños o sus parientes tenían la obligación de inscribirse en la Falange. Ellos no
quisieron, gritan los cuatro a una voz. Tres de ellos saben leer y escribir, uno muy bien, Pedro, el de 14
años. Enseguida nos escribe con una letra muy clara los nombres de los dirigentes de los falangistas en
Peñarroya: Manolo Guisado, Tomás Mola, Pedro Nogales, Amaro Sánchez.
Estos muchachos de clase trabajadora son políticamente tan despiertos que su pensamiento los hace
completamente inmunes ante cualquier tentación de la demagogia fascista. Cuando dicen “nosotros”,
están siempre refiriéndose a la España republicana y antifascista. Lo que más les gustaría sería
encuadrarse inmediatamente en nuestro ejército, Álvaro se golpea el pecho. - Soy antifascista. Pedro
añade: - Todos somos antifascistas - y después vuelven a gritar todos a la vez que ellos quieren entrar en
el Ejército Popular, tres en infantería y Álvaro en los pioneros. Jerónimo pregunta si no se podría quedar
aquí con nosotros, sólo le hemos de dar un fusil y ya veríamos: - ¡Bang, fascista muerto! - Bang,
bang...todos quieren disparar unos sobre otros... Bang... y ya ruedan los chiquillos uno sobre otro
pataleando.
En este plan... ¿cómo vamos a sacar de ellos qué es lo que han observado en Peñarroya, por qué y
de qué forma han venido hasta aquí? Que se muestre duro otro, yo no puedo. Me tengo que reír con ellos,
pero con iempo y paciencia a pesar del jaleo llego a conocer bastante bien todo lo que para nosotros es
importante saber. ¿Qué hacían en Peñarroya?
Bueno, ellos iban a los montones de escorias de la mina y escamoteaban carbón. Después lo
vendían por un par de céntimos. ¿Y qué hacían con el dinero? Con él ayudaban a sus madres. Se
organizaban en pequeños grupos y se agenciaban un burrito que les ayudaba a llevar la carga. Habrían
querido traerse al burrito, pero entonces las madres aún hubiesen tenido menos recursos.

224
:
Además, habían observado aguda y exactamente lo que ocurría en el pueblo bajo el dominio de los
rebeldes. Contaban que unas semanas antes de su huida, Queipo de Llano había visitado Peñarroya. Al
parecer había quedado muy insatisfecho del ambiente de las tropas.
Los chavales también habían hecho amistad con algunos soldados de los forzosamente alistados.
Gracias a ellos sabían muchas cosas sobre las permanentes broncas entre falangistas y regulares (sic).
Los mismos soldados querían cambiar de bando, pero no se atrevían. En el pueblo trabajaban aún las
fábricas y también las minas. Muchos trabajadores habían sido forzosamente traídos de otros distritos
para trabajar en ellas, entre ellos había trabajadores portugueses. Los trabajadores autóctonos hablaban
siempre de lo mismo, de que “ojalá viniesen los nuestros pronto”. Una vez, ya hacía meses, habían
estado por allí nuestros aviadores y habían echado octavillas. Muy frecuentemente los trabajadores
miraban desde las afueras del pueblo hacia las montañas sobre las que nosotros tenemos nuestras
posiciones. Les pregunté si la cervecera funcionaba aún. Sí, aún funcionaba aunque, según decían los
muchachos, ahora sólo se trabajaba un turno, ocho horas diarias.
Ellos lo han observado todo con mucha atención. Sus expresiones y observaciones son más exactas
que las de muchos adultos. Saben indicar muy bien donde están instaladas las baterías fascistas. Las han
visto por el camino. También nos informan de muchas otras cosas que nos pueden ser muy útiles. Sólo
con la advertencia de que con sus informaciones nos pueden ayudar mucho conseguimos que hagan
declaraciones disciplinadas y ordenadas. Se sientan enseguida con mucha seriedad y están cinco minutos
formales; pero al producirse alguna pregunta que les hace gracia, toda la disciplina se va al demonio,
incluida la mía: nos ponemos a reír y a gritar hasta que nos salen lágrimas.
Con estas variadas y divertidas interrupciones sabemos a base de fragmentos por qué se escaparon
y cómo han conseguido realizar su huida a través de la línea del frente. Hoy mismo, muy temprano,
habían ido como de costumbre con su burrito a hacer su incursión en los montones de escoria del carbón.
Estando en ello fueron sorprendidos por un falangista que les conocía. Les hizo señas para que se le
acercaran. Pero en vez de acercarse, echaron a correr. Él, a gritos, les dijo que esa tarde a las 5 tenían
que presentarse en el cuartel de la policía o la policía iría a por ellos. Entonces se escondieron en una
cabaña ruinosa y vacía a las afueras del pueblo que les servía como escondrijo y lugar de reunión. Y allí
tomaron la decisión de pasarse a nuestro lado. Quedaron en encontrarse de nuevo una hora después en la
cabaña, pues tenían la intención de compartir su plan con dos chicos más que ya hacía mucho tiempo que
también se nos querían pasar.
Les pregunte si alguno de sus familiares sabía algo de su plan. Sí, Jerónimo se lo había dicho a su
madre. ¿Y la madre? Ella le dijo con tristeza que mejor sería que lo dejase, que los fascistas lo cogerían y
lo fusilarían. Los otros tres lo habían mantenido en secreto.
Les pregunté: -¿Pero qué pensarán vuestras madres si no volvéis a casa?
Entonces agacharon la cabeza y respondieron llorando. Pedro dijo finalmente con obstinación:
- Pero si no nos vamos, los falangistas nos habrían detenido y apaleado por robar carbón – dijo con
lágrimas en los ojos. Nos quedamos callados un momento. Después seguí investigando: cómo habían
podido llevar a cabo su empresa. El instigador, confesaron, era el pequeño, Jerónimo.

225
:
- Él ha tramado el plan y lo ha dirigido-. Por eso le nombramos entre todos con gran entusiasmo,
capitán.
- ¿Y yo, y yo, y yo? - preguntaban los otros tres.
Decidimos nombrar a Rodrigo teniente, a Pedro, sargento y a Álvaro, alférez. Con lo cual
quedaron todos satisfechos.
Así que Jerónimo tramó el plan y dirigió a los otros. En principio eran cinco, ya que cuando se
volvieron a reunir en la cabaña, el hermano pequeño de Álvaro, de 10 años, también estaba allí. Pero era
demasiado pequeño y no le quisieron dejar ir con ellos. En cambio esperaron a los otros dos camaradas
que estaban enterados del plan y querían acompañarlos. Como el hermano pequeño de Álvaro no les
dejaba en paz finalmente le mandaron que se largase. Entonces el chico se puso a gritar:
- ¡Se lo voy a contar todo a la madre! – y se marchó corriendo y llorando.
Entonces les entró miedo de que su plan pudiese ser traicionado y de que se les obligase a volver a
casa. Así que no esperaron y se pusieron inmediatamente en camino.
Corrieron por un camino rural que conocían y después a lo largo de la vía del tren que va de
Córdoba a Fuenteovejuna116. No encontraron soldados fascistas, pero a un campesino que les preguntó
dónde iban, Jerónimo le replicó con toda tranquilidad que se iban a bañar al río. El campesino les
prohibió seguir adelante pues allí empezaba ya el frente. Entonces hicieron como que daban la vuelta y se
deslizaron entre los trigales sin encontrar a nadie.
Finalmente vieron hombres, hombres muy moreno, medio desnudos. Sólo podían ser moros. Se
agacharon detrás de un matorral y no se atrevían ni a moverse, tan aterrados estaban. Ahora estaba todo
perdido. Pero los hombres, es decir los moros, ya los habían vislumbrado y los miraban fijamente
silenciosos y admirados. Así que salieron apocados, temerosos, de detrás de su matorral, levantaron los
brazos y murmuraron confusos, con la voz medio ahogada: -Arriba España.
Posteriormente le he preguntado sobre el raro acontecimiento a uno de los camaradas que vivió la
escena. Es uno de los austriacos de la Compañía de Ametralladoras que está apostada a la izquierda de la
vía del ferrocarril en nuestro flanco izquierdo más externo. Confiesa que los centinelas no estaban
menos perplejos de ver de pronto emerger a pocos metros delante del puesto algunas cabezas de
chiquillos. Se quedaron durante unos segundos completamente paralizados. Y aún más paralizados
cuando los chicos les saludaron con un temeroso “Arriba España”.
Finalmente uno de ellos se recuperó de su sorpresa de tal manera que después de un fuerte
carraspeo pudo bramar: “¡Nix arriba!” Después se quedaron de nuevo todos mudos y mirándose
fijamente. El jefe del pelotón recordó todos sus conocimientos de español y gritó: - ¡Republicanos,
antifascistas! - y señaló con el dedo a él mismo y a sus camaradas. Un segundo después los chicos,
riendo y llorando al mismo tiempo, se colgaron del cuello de nuestros soldados, los besaban y gritaban: -
¡Nosotros también antifascistas!

116
El texto dice textualmente “línea férrea de Córdoba a Fuenteovejuna”, pero no hay ninguna línea férrea
que haga ese trayecto. La vía que siguieron es la del tren minero que unía Córdoba con Almorchón pasando por
Peñarroya, La Granjuela, Valsequillo y Mármol. La misma vía por la que llegaron los brigadistas en un tren
blindado hasta unos quilómetros antes de Valsequillo, en cuya estación tuvo lugar un sangriento combate.
226
:
El jaleo que se armó fue extraordinario. Los chicos estaban fuera de sí de felicidad al ver que
aquellos hombres renegridos y medio desnudos no eran “moros”, sino soldados republicanos.
Se les dio de comer, se les obsequió.
Después fueron conducidos en triunfo al Estado Mayor del batallón donde contaron la historia
completa de su huida. Allí tuvieron que volver a comer y fueron de nuevo obsequiados con dinero y
tabaco, que debían guardar, naturalmente, para sus familiares de la parte republicana.
Poco a poco se fueron cansando de tantas muestras de amistad. Yo paré también de mortificarlos
con más preguntas. Pudieron salir al sol.
Hoy por la tarde viajarán a Pozoblanco. Allí buscarán a sus parientes y después irán a la escuela y
aprenderán algo como es debido.

17 de junio de 1937
Las conversaciones que tuvieron lugar aquí durante la presencia de nuestros bienvenidos
huéspedes, han traído un satisfactorio resultado para mi propia situación; mi reiterado deseo de poder
encuadrarme durante algunos meses en el grupo del Batallón Tschapajev, se ha cumplido ahora.
El general me lo anuncia cuando después de la cena jugamos nuestra partida de ajedrez. Me dice:
- Debido al traslado de Ludwig al Estado Mayor de la brigada, está vacante el puesto de oficial de
noticias y de enlace en el Tschapajev. Te propongo ir a este batallón como oficial de información y
construir allí un servicio de noticias que funcione bien. ¿Estás de acuerdo?
- Muy de acuerdo -le contesto alegremente-. ¿Cuándo tendría que ir?
- Publicaré tu nombramiento en el orden del día de mañana.
Se pone de pie y salimos los dos al aire libre donde están los otros. Antes de llegar a la puerta aún
me comenta: - Echaré de menos nuestra partida de ajedrez.
Me he de apresurar a continuar con la crónica de la XIII Brigada. Me faltan aún dos capítulos. Si
escribo hoy y mañana, me pondré al día.
La futura historia del la XIII ya no la escribiré de oídas, sino a base de mis propias vivencias. Eso
me alegra mucho.
Añoro esta seguridad de lo cotidiano, ordenado por necesidades exteriores y medido en el pequeño
y visible ámbito del cumplimiento del deber. Me relajará.
A consecuencia del esfuerzo físico, o tal ver más bien gracias a él, los nervios descansan. Se
termina el darle vueltas a la cabeza, todo será claro y sencillo, uno estará detrás de una ametralladora y
mandará un pelotón o en todo caso hará lo que exija el momento; esperará la comida y disparará si los
fascistas se acercan, y atacará si esa es la orden. Uno vivirá como camarada entre camaradas, compartirá
sus cabreos a causa de la maldita ametralladora Colt o por culpa de una ración de comida demasiado
corta; su atención estará centrada en los cambios de las posiciones fascistas, sus esperanzas en el próximo
relevo, sus conversaciones, su dormir profundamente, uno se construye una cabañita de tierra y piensa en
una chica. Y disfruta de una buena conciencia. Cumple con su deber. Está en paz consigo mismo.

227
:

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad”)

VIII. LA CONQUISTA DE LOS BLÁSQUEZ Y LA GRANJUELA

Frente del Sur, 17 de junio de 1937


El 4 de abril por la noche el centro de las posiciones de defensa enemigas, el pueblo grande y
fuertemente fortificado de Valsequillo, estaba en manos de la XIII Brigada.
El Batallón Tschapaiev había sufrido muy considerables bajas en el ataque a Valsequillo,
especialmente durante la conquista de la estación, convertida en un fortín, como ya en el anterior
informe se ha narrado. De unos 600 hombres más de 130 habían caído y otros muchos habían quedado
heridos sobre los campos de Valsequillo.
Tras la destrucción de los últimos nidos de resistencia de los fascistas en el lugar, el batallón se
movió de nuevo inmediatamente y se fortifico en la salida Sur de la aldea, tal como era necesario para
defenderse contra el esperado contrataque de los fascistas. Mientras estaba todo oscuro llegó como
refuerzo el 3er Batallón de la brigada, el español “Juan Marco”.
A la mañana siguiente los dos batallones siguieron avanzando. Su meta era ocupar la importante
aldea de La Granjuela, a unos 4 quilómetros al Sur. Simultáneamente el 2º Batallón “Henri Vuillemin”
atacó otra aldea importante, Los Blásquez, en el ala derecha del frente. Ambos ataques salieron
extraordinariamente bien y casi sin bajas. Sólo el 2º Batallón encontró algo de resistencia ante Los
Blásquez. Los fascistas abandonaron el lugar sin luchar y se retiraron a las montañas.
El ataque sobre La Granjuela, que los fascistas estaban decididos a defender con considerables
fuerzas, se resolvió casi sin víctimas por un golpe de suerte, uno de esos casos felices que raramente se
dan en la guerra. Los fascistas se habían atrincherado muy fuertemente en la salida Norte del pueblo,
con numerosas ametralladoras muy bien protegidas por barricadas; un cierto número de tanques y una
compañía de caballería estaban preparados para detener nuestro ataque. Contaban con que –siguiendo
las reglas del arte de la guerra- nosotros avanzaríamos hacia ellos desplegados en el campo. No se
podían imaginar que avanzábamos en columnas de marcha por la carretera, que no va en línea recta
desde Valsequillo hasta La Granjuela, es decir que no va hacia el Sur sino hacia el Oeste, donde cruza
la carretera de Los Blásquez a La Granjuela117.
El camino más corto entre Valsequillo y La Granjuela va por caminos rurales. Pero el mapa
estaba tan mal dibujado que parecía como si la carretera condujese directamente de Valsequillo a La
Granjuela; las distancias también estaban mal indicadas. Así que sucedió que nuestras unidades, que
marchaban con sus protecciones por la carretera principal al amanecer, vinieron a parar a la espalda de
la posición defensiva de los fascistas.
Ambas partes se dieron cuenta inmediatamente del “error” y los nuestros no tardaron ni un
segundo en aprovechar la ventaja. Un carro de combate pesado fascista con cinco hombres de dotación,
117
Este hecho y los siguientes entienden muy bien con el mapa de la pág. 213.
228
:
que sin tener ni idea surgió ante nuestros hombres que atacaban en la “falsa” dirección, fueron
apresados en un abrir y cerrar de ojos. El conductor del tanque, un teniente alemán -¡naturalmente!- y su
dotación formada por un portugués y tres españoles, fueron cogidos prisioneros. Y con un ¡hurra!
seguimos avanzando contra los fascistas que apenas dispararon ni un tiro; presos del pánico, con la
caballería por delante, huyeron a las montañas dejando detrás fusiles, material de guerra y sus
barricadas tan bonitas y bien construidas que tomamos por detrás. Según los testimonios de los
prisioneros, La Granjuela estaba defendida por unos 1200 hombres.

La batalla de Sierra Noria

El ataque no resultó peor al día siguiente contra las alturas, con sus tres cabezas, de Sierra Noria,
que se eleva al Este de La Granjuela flanqueando amenazadoramente toda nuestra línea del frente.
Antes de que la brigada siguiese avanzando hacia el Sur, las fuerzas fascistas que se encontraban
allí arriba, tenían que ser dispersadas y este flanco tenía que estar en nuesto poder.
La batalla contra las alturas se fijó para la siguiente mañana, el 6 de abril. Ese día nos
contentamos, tras la toma de La Granjuela, con construir puestos de seguridad y enviar hacia el Sur
patrullas en dirección a la línea del tren que corre a lo largo del valle de Peñarroya.
Se daba por seguro, tras las victorias de Valsequillo y La Granjuela -que habían sido las
principales posiciones defensivas de los fascistas-, que no contaríamos con ninguna resistencia fuerte
sobre la Sierra Noria. En el transcurso del día 5 de abril se trajo el 4º Batallón “Otumba”, que hasta
ese momento había permanecido en la reserva. A él se le asigno la misión de “limpiar” la Sierra Noria a
la mañana siguiente con apoyo de la compañía polaca “Mickiewicz”. El jefe del Estado Mayor Schindler
y Otto Brunner, que habían preparado y dirigido esta operación, percibieron con sus prismáticos un
movimiento bastante considerable sobre la sierra. Pero pensaron que tenía que ver con las fuerzas
fascistas que habían huido de La Granjuela, que estarían desmoralizadas por nuestra sorprendente
victoria y además medio desarmadas.
Pero a la mañana siguiente – aún se esperaba el fuego preparado por nuestras dos baterías- se
desplegaron desde las alturas de la Sierra Noria una cantidad importante de fuerzas ladera abajo,
evidentemente para un ataque por el flanco a La Granjuela, mientras que al mismo tiempo el batallón
español “Otumba” y la 2ª Compañía del Tschapaiev ascendían imperturbables desplegándose desde
nuestro lado. En este momento nuestra artillería abrió un fuego muy activo y los fascistas se lanzaron
hacia abajo en formación dispersa a unas tres cuartas partes de la altura de la sierra. Pese al número
imprevistamente numeroso de fuerzas enemigas, el batallón “Otumba” obedeciendo sus órdenes y con
gran entusiasmo se lanzó al ataque, apoyado por el resto de los miembros de la compañía polaca
Mickiewicz que en la batalla de Valsequillo había quedado tan malparada.
El subteniente polaco J. Najder, que combatió como jefe de un pelotón de la 2ª Compañía en este
enfrentamiento, ha dado la siguiente descripción muy realista de esta batalla.

229
:
“Un avance sobre media altura de la montaña era imposible sin muchas bajas. Tuvimos que
cambiar el plan original, dividirnos y atacar en dos columnas por ambos lados. Del lado derecho fue
utilizado además un tanque para intentar separar a los fascistas. Los fascistas se defendieron
obstinadamente pero nosotros nos acercamos incontenibles. Cuando, bajo un fuego enemigo permanente,
nos acercamos hasta unos 200 metros de los bien construidos puestos defensivos del enemigo, ya tuvimos
que intentar penetrar en ellos. Hasta ese momento teníamos 2 muertos y 4 heridos. ¿Lo podríamos hacer
con nuestra compañía debilitada por los últimos penosos días? Éramos aún 70 hombres y además
teníamos ya 6 bajas, los fascistas debían tener aquí una fuerza de, por lo menos, 200 hombres. Nuestros
compañeros españoles atacaron desde el otro lado... ¡y no pudimos esperar hasta que ellos hubiesen
tomado la cumbre! ¡Atacamos! Tuvimos que sustituir nuestra debilidad numérica por una mayor
potencia de tiro y por nuestros gritos de guerra. Con gritos de ¡hurra! y dando saltos, atacamos las
últimas posiciones, nos fue imposible con un único impulso conquistar las alturas . ¡Pero cuando nos
disponíamos para el último ataque, los fascistas huyeron hacia abajo por la ladera de atrás de la
montaña!”
Al mediodía habíamos ocupado la Sierra Noria.
Nuestro flanco izquierdo estaba con ello asegurado contra cualquier eventualidad. La 2ª
Compañía “Mickiewicz” capturó 12 ametralladoras (entre ellas 7 fusiles ametralladores alemanes
Bergmann y dos ametralladoras pesadas alemanas Maxim), cientos de fusiles, unas 100.000 balas de
munición de infantería y una gran cantidad de comida. El botín de guerra del Batallón “Otumba” no fue
menor. Los fascistas dejaron atrás además a numerosos muertos y heridos. Por ellos supimos que la
Sierra Noria no había estado ocupada por escasas fuerzas como habíamos creído, sino por más de 900
hombres, una parte de los cuales eran tropas frescas para frenar nuestro avance mediante un
contrataque y arrebatarnos de nuevo La Granjuela, Valsequillo y todo ese importante sector de frente.
El batallón español “Otumba” superó ese día la prueba de su potencia de combates, además con
la admiración de los camaradas internacionales. Estos hablaron con respeto del ímpetu de este ataque
sobre las cadenas de peñascos, en poder de las fuerzas enemigas desde hacía tiempo.
Así pues hasta ese momento los días en el frente de Pozoblanco habían sido una ininterrumpida
serie de victorias. Cada día una batalla ganada, cada día botín de guerra y prisioneros. Por grande que
fuese el agotamiento de la brigada después de tantas luchas, se tenía la seguridad de que aún podía
abrirse camino incluso hasta Peñarroya. Para ello una precondición era la conquista de la cadena
montañosa de Sierra Mulva que se extiende al Sur de La Granjuela. El ataque sobre Sierra Mulva fue
fijado para el día siguiente, 7 de abril.

17 de junio de 1937, por la tarde


He acabado de escribir y estaba a punto de dedicarme al libro de Kuttner sobre el pintor Hans von
Marées, cuando el capitán N... me ha comunicado a través de la cortina que el general Lucacz ha muerto
en Huesca. Me apresuro a ir a su chamizo. Han llegado periódicos que informan de la heroica muerte del

230
:
jefe de la XII Brigada el 12 de junio en el ataque a Huesca. Las informaciones son detalladas. Una
granada le ha acertado de pleno, no hay duda. Ya se ha fijado el día de su entierro.
Lo recordaba como un camarada amable y cordial desde un breve encuentro durante unos minutos
el día de la batalla de Las Rozas en diciembre de 1936.
Su nombre verdadero era Maté Zalka. Había combatido como oficial muy activo en la Gran Guerra
y fue uno de los jefes militares de la lucha de los húngaros por su libertad. En el exilio se dedicó a
escribir, hay algunas buenas novelas escritas por él. En realidad, no lo conocí, por desgracia. Es poco lo
que sé de él. Es uno de aquellos revolucionarios que durante muchos años de su vida fueron abnegados
soldados sin nombre en la lucha por la liberación de su clase, cuyas biografías se vuelven conocidas y
necesarias para sus camaradas sólo tras su muerte.

Me apetece salir al aire libre. El pequeño perrillo que duerme bajo mi cama me acompaña. Es un
perro melancólico. Nunca le he oído ladrar. Me observa como a su amo, y lo llevaré conmigo al batallón
si me traslado. En días de confusión y de dolor los animales pueden ser muy cercanos y consoladores; en
las horas difíciles uno puede compartir con ellos su tristeza sin palabras y con más confianza que con los
demás. Y, a veces, parece como si ellos le entendieran a uno también mejor que las personas.

18 de junio de 1937
Ayer por la tarde fueron bombardeadas Valsequillo e Hinojosa por aviones fascistas. En Hinojosa
descargaron sólo 2 bombas sin alcanzar ningún blanco; en Valsequillo arrojaron 19 bombas, pero hubo
sólo dos heridos ligeramente por pedazos de piedras y uno algo más grave por esquirlas de una bomba en
el pie. Ni siquiera se ocasionaron daños materiales, aunque los bombarderos pudieron estar dándonos
vueltas muy bajos y con toda tranquilidad. ¿Quién les iba a molestar?
A medianoche se produjo un bombardeo intensivo sobre nuestras líneas en la Sierra Mulva,
básicamente con lanzamiento de minas. Un muerto y un herido en el “Henri Vuillemin”, un muerto en el
“Tschapaiev”.
Aunque no se esté tan entrenado como yo en leer en los periódicos precisamente lo que no ponen,
no resulta difícil deducir de sus informes que la batalla de Huesca en la que ha caído Lucacz, nos ha
causado grandes pérdidas. Nuestras tropas han sido rechazadas a sus puestos de salida. La superioridad de
los fascistas en artillería, y sobre todo en aviones, parece haber sido aplastante.
El momento de sorpresa que habría podido competir con la superioridad del enemigo, se perdió.
Desde hacía semanas se olía que la XII atacaría en Huesca. Qué milagro pues...

19 de junio de 1937
He utilizado la mañana para elaborar con los datos presentes un nuevo informe sobre los combates
de la XIII para “El Voluntario”. El informe llega hasta la actualidad. Así que lo puedo dar por acabado.
Por lo demás los últimos días en el Estado Mayor de la brigada no están siendo agradables. Por la
mañana mi pequeño perrillo me asustó con sus débiles, quejumbrosos aullidos. Su oreja derecha está

231
:
informe, horriblemente hinchada. El cocinero piensa que el animalito ha sido picado por algún abejorro
venenoso. Está tumbado bajo mi cama y se queja, yo espero que pase un médico que pueda decirme que
hay que hacer.

El primer correo trae nuevas noticias de calamidades. En Huesca ha caído también Imre Tarr como
comisario del batallón húngaro “Rakosi”. Tarr había sido hasta hacía pocas semanas el hombre de
confianza del pelotón húngaro de nuestro batallón “Tschapaiev”. Imre Tarr, el que heredó 25 millones y
prefirió practicar “deportes de nieve” entre nosotros sobre las cumbres heladas de la Sierra Nevada en el
frente de Granada.118

Aún más desalentadora ha sido la lectura de los periódicos de hoy. Las noticias del frente del Norte
son amenazadoras. Los fascistas están ya delante de Bilbao y las llamadas de ayuda de la prensa
traicionan que la caída de la ciudad, y con ella el hundimiento de este frente, puede ser sólo cuestión de
días o de horas. Sería necesario un nuevo milagro para salvar este frente aislado del Norte, un milagro
parecido al milagro de Madrid. No soy capaz de creer en él.

Por la tarde
Al final de la tarde se presentó en el Estado Mayor el Dr. Jensen, exactamente a su hora, de
vuelta de su viaje de trabajo a París. Una agradable novedad. Veo lo satisfecho que está el general aunque
sólo sea por tener de nuevo un “interlocutor”. Si mi partida del Estado Mayor de la brigada fue un motivo
de lamentación, al regreso de Jensen la contrarresta con creces.
Jensen me trasmite una carta de Friedel. La primera noticia de ella en seis semanas. Pero estoy tan
obsesionado y meditabundo estos últimos días, que su voz tan querida apenas es perceptible para mí;
como si hubiese cien alfombras entre nosotros.
Además de la carta Jensen me da informes personales sobre su estado y su apariencia –pero
incluso su vívida descripción me parece como un cuento, no de lejanos países sino de lejanos tiempo.
Desde nuestra venida a España se ha producido un cambio radical en todos nosotros. Incluso si
tuviésemos que volver a la necesidad del exilio, ya no sería una continuación del exilio anterior sino un
nuevo comienzo.
El mundo del exilio del que procedemos está muerto para nosotros, los emigrantes políticos
alemanes. Vivimos sólo en el nuevo presente de la lucha aquí y en nuestro soñar despiertos sobre el
futuro, pero estos sueños saltan por encima de la angustia de una vuelta al extranjero inhóspito, se tejen
más bien en torno a la vuelta a nuestra patria, liberada de Hitler, desinfectada de nazismo, en cuya
reconstrucción moral queremos colaborar – si es que nosotros entonces aún vivimos, aunque no seamos
muchos-.
De inmediato echo mano también de los conocimientos médicos de Jensen. Reconoce a mi perrito
y comprueba que ha sido mordido en la oreja por una serpiente venenosa. Es evidente que el animal sufre

118
Ver las páginas 195-196 sobre Imre Tarr y su herencia.
232
:
horriblemente, el veneno lo paraliza poco a poco. Jensen recomienda acortar su sufrimiento. Un camarada
de guardia del Estado Mayor se ofrece para darle el tiro de gracia. Pero cuando se acerca a él, el
animalito se esconde bajo mi cama manifestando tan gran y desvalida angustia que no puedo soportar que
sea él quien se lo lleve.
Envío fuera al camarada, tomo al perrillo con mucho cuidado en brazos, lo acaricio y voy
lentamente con el animal, que se queja bajito, hasta debajo de los árboles, allí lo dejo con cuidado sobre
la hierba, me arrodillo a su lado, lo sigo acariciando con mi mano izquierda mientras que, sin que él lo
vea, con la mano derecha empuño el revolver al que ya he quitado el seguro y rápidamente, sin pensarlo
más, le disparo un tiro en la cabeza.
Es el primer tiro que he disparado sobre un ser vivo con el revolver que me regaló en Madrid Hans
Kahle. Permanezco unos minutos acuclillado junto al pequeño cuerpo, ha muerto instantáneamente.
Después vuelvo a la casa, cojo una pala de la cocina y entierro el pequeño cadáver bajo un árbol.

DE LA HISTORIA DE LA XIII BRIGADA


(Informe para “El Voluntario de la Libertad)

IX. EL ATAQUE A LA SIERRA MULVA

Frente del Sur, 19 de junio de 1937


El ataque a la cadena montañosa de Sierra Mulva, que se extiende delante del gran centro
industrial y minero de Peñarroya – el último ataque de la contraofensiva de Pozoblanco que tan buenos
resultados había tenido -, empezó la mañana del 7 de abril.
En los últimos días del mes de marzo los fascistas se habían situado ante Pozoblanco, sin duda
para tomar la ciudad y avanzar después hacia Almadén, la rica cuenca minera del mercurio. En los
primeros días de abril el frente de nuevo se había alejado a 50 quilómetros de Pozoblanco y las ricas
minas de metales y carbón de Peñarroya, que se encontraban en poder de los fascistas, estaban por su
parte al alcance de la artillería de las tropas republicanas.
Tras el retroceso de los fascistas a las posiciones iniciales de su ofensiva, la XIII Brigada se había
preparado para el contrataque y había conquistado un amplio territorio que hasta entonces había
permanecido firmemente en manos enemigas. El 4 de abril había sido conquistada Valsequillo, el día 5
La Granjuela y Los Blásquez, el día 6 la Sierra Noria. Mucho era lo ganado. Si la última batalla salía
bien, lo que era una buena operación se convertiría en una gran victoria.
No hizo falta explicar expresamente a los camaradas ni siquiera una vez el significado del ataque.
Mejor hubiese sido si los puestos de mando que decidían en Pozoblanco y Andújar hubiesen organizado
el ataque con arreglo a su importancia.
Se había prometido a la XIII Brigada el refuerzo de 30 aviones para este ataque. Nadie se creía
que de verdad pudieran aparecer 30 aviones, a pesar de las muchas seguridades que se nos dieron. Ya
233
:
nos hubiese sorprendido que hubiesen atacado sólo 20. Pero al menos se esperaba que atacaran 10 o 12;
los más optimistas decían que serían 15, los más pesimistas que entre 6 u 8. Parecía inverosímil que
absolutamente ningún avión republicano nos apoyara en esta ocasión, después de la mucha cháchara
que se había armado en torno al tema. Había corrido la voz de que los aviones vendrían adrede para
esta batalla desde Madrid hasta el frente de Córdoba y que ya estaban preparados desde hacía dos o tres
días en un aeródromo en las cercanías de Andújar.
Con el apoyo de 30, también con 20 e incluso con 10 aviones, Peñarroya hubiese podido ser
tomada. Todos los camaradas estaban convencidos. También habían oído que en Peñarroya funcionaba
una gran fábrica de cerveza –chistes aparte, no era esta su motivación -; sabían lo que significaba esta
importante ciudad industrial, en la que 10.000 trabajadores de ideas republicanas vivían bajo la
opresión fascista; ciudad que, además, era un importante centro minero - las acciones de las minas de
metales y carbón de Peñarroya se cotizaban en las Bolsas de Londres y París y su productividad era
bien conocida en los Estados Mayores de Berlín y Roma-.

El ataque empezó con el habitual y magnífico impulso y, aunque los aviones republicanos no
aparecieron, en dos horas se ocuparon todas las alturas importantes de Sierra Mulva. Los fascistas se
replegaron a la misma ciudad de Peñarroya.
Entonces ocurrió un suceso que paralizó el ataque y trajo el resultado definitivo. Los camaradas se
agruparon para lanzarse a nuevos ataques. En el cielo aún no se había visto ningún avión republicano,
ni un bombardero, ni un caza. Esta incomprensible omisión, muy cerca de ser un verdadero sabotaje a
nuestro ataque, se aclaró después: un día antes del ataque, los fascistas habían hecho saltar por los aires
mediante un ataque aéreo el lugar donde estaban los bombarderos y las municiones en Andújar. No
había quedado ni un avión. Por eso los aviones no habían podido acudir. Esta explicación no era
suficiente, en opinión de los camaradas.
¿Qué decir de unos organizadores que habían reunido en el mismo sitio todos los bombarderos
destinados al ataque? ¿Qué pensar también de la extraña casualidad –si es que fue una casualidad – de
que los aviadores fascistas encontraran exactamente en el momento oportuno este montón de aviones y
de que precisamente le acertaran de lleno? Resulta muy difícil creer que a causa de esta desgracia,
cuando sólo ha ocurrido una vez, hayan volado por el aire al completo todos los cinturones de munición
de las ametralladoras. ¿Por qué no se enviaron al lugar una docena de cazadores o de observadores?
¡Incluso media docena hubiese bastado en caso de necesidad! ¿Qué efecto hubiera tenido que un avión
de combate a su debido tiempo hubiese ametrallado las posiciones fascistas? ¿Qué efecto hubiese
tenido, no sólo entre los fascistas sino sobre todo entre los nuestros, que hubiesen aparecido -por
primera vez desde nuestra intervención en España, por primera vez en todos los ataques y victorias de
nuestra brigada-, aviones republicanos en el combate? Sólo el efecto moral de la aparición de nuestros
aviones, hubiese multiplicado la fuerza y el valor de los atacantes.
Pero hasta sin aviones los batallones de la XIII habían combatido tenazmente. Como las alturas
principales de la sierra ya habían sido tomadas por los nuestros, se podía ver desde arriba que sin la

234
:
participación de los anunciados aviones no se podrían tomar el mismo día Peñarroya y Fueteovejuna,
pero que con la completa limpieza de fascistas de la Sierra Mulva, Peñarroya quedaba directamente
amenazada y se habrían creado buenos puntos de salida para un nuevo ataque sobre la ciudad, entre la
cual y nosotros ya sólo se extendía un valle.
Pues bien, tras un combate de unas tres horas, cuando el retroceso de los fascistas empezaba a
convertirse en una huida ante la continua presión de la brigada, aparecieron los aviones. Ocho aviones.
Cuando se acercaron se convirtió en certeza lo que por la dirección de la que venían se podía suponer:
no eran nuestros Casas119, eran sus Junkers.
Su bombardeo no nos costó ningún muerto ni ningún herido. Pero nos costó la victoria. Bajo la
protección de sus aviones los fascistas se volvieron a reagrupar. El efecto moral de sus aviones fue tan
positivo para ellos como negativa para nosotros la desilusión que nos produjo que, en lugar de los 30
aviones republicanos prometidos, vinieran 8 aviones fascistas a bombardearnos.
Naturalmente, mientras duró la acción de la aviación enemiga nuestras operaciones se
paralizaron. Pero después, a pesar de todo, a pesar de las considerables bajas de los anteriores días de
combate, a pesar de la amargura de que nos hubiesen dejado en la estacada, los batallones sólo
esperaron que desaparecieran los aviones fascistas para atacar de nuevo. En cualquier caso la Sierra
Mulva debía quedar limpia de fascistas, como fuera, a pesar de todo... Tan grande era la moral de
combate de la XIII Brigada.
Si por lo menos hubiesen acudido ahora los tanques. Habían aparecido una vez y habían apoyado
el primer ataque –más por su misma aparición que por su efectividad – y después se habían retirado
para abastecerse de gasolina y munición. Si ahora hubiesen vuelto a avanzar por el valle de Peñarroya
en el flanco izquierdo y por el valle de Fuenteovejuna por el flanco derecho, los fascistas habrían corrido
de nuevo.
¡O si el tren blindado hubiese atacado la vía férrea a lo largo del valle de Peñarroya! Ese tren
milagroso que en potencia de fuego debía reunir en sí el poder de dos brigadas con sus cañones, lanza
minas, ametralladoras pesadas y chapas blindadas, esta obra maestra de la técnica más moderna que los
oficiales de los Estados Mayores deberían haber inspeccionado de vez en cuando y desde el cual hasta
hoy –que nosotros sepamos – no ha sido disparado ni un solo proyectil contra los fascistas. Hace mucho
que se hubiesen podido arreglar los destrozos de la voladura de los raíles en Mármol. ¿Por qué no se
presentó el tren blindado?
O incluso... ¿y sí en aquellos momentos la artillería, dos baterías, hubiese disparado activamente
contra los nidos principales de resistencia de los fascistas?
Sólo con que se hubiesen utilizado dos de estas tres posibilidades existentes, todo hubiera salido
bien: artillería combinada con ataque de tanques; tren blindado y artillería apoyando el ataque. Sí,

119
Los “Casas” eran los aviones republicanos fabricados por la compañía Construcciones Aeronáuticas S.A.
(CASA), creada en 1923 con una factoría en Getafe. En principio construyó aviones bajo licencias extranjeras:
Breguet, Dornier, Vickers, y también algún prototipo propio. Durante la guerra la factoría pasó a Reus y después a
Sabadell y construyó aviones de caza de la marca soviética Polikarpov. Tras la guerra la factoría volvió a Getafe y
se abrió una nueva en Tablada (Sevilla) donde se construyeron aviones alemanes Bücker, Gotha y Heinkel.
(Wikipedia, también para la historia posterior de la empresa que se llamó Airbus Military)
235
:
posiblemente la realización de una única de estas tres posibilidades habría hecho que todo marchase de
nuevo: un decidido ataque de los tanques, una buena intervención de las dos baterías o, con toda
seguridad, el avance del tren blindado.
Entre los documentos y papeles que me han transmitido los camaradas, encuentro algunas órdenes
e informes escritos a mano de los jefes de compañías durante este ataque. El jefe de la 1ª Compañía,
Gusti, fue jefe del sector como representante del comandante del batallón. La 1ª Compañía la dirigió su
sustituto, el camarada alsaciano Adolf Walter120, que murió durante este ataque. De él tengo presente la
siguiente nota:
“Al jefe del sector Gusti.
Me encuentro aproximadamente a 500 metros delante de la casa sobre la altura. No me queda
en la compañía ninguna ametralladora ligera intacta. No tengo ningún contacto con la 3ª Compañía;
ellos ya se han marchado hoy por la mañana y los españoles también cuando los tanques no vinieron,
y yo soy de la opinión que los tanques deben subir pues el enemigo es muy fuerte. Quisiera pedirte que
vinieses tú mismo aquí arriba para que vieses que está pasando.
Adolf.”
Gusti sabía bastante bien, naturalmente, que “estaba pasando”, no sólo en su 1ª Compañía, sino
también en las otras. Precisamente por esto no pudo subir, sino que permaneció en el puesto de mando,
como le correspondía, y envió una nota tras la otra hacia detrás, a la artillería y a los tanques y a la
jefatura de la brigada. Una de estas notas tuvo finalmente “éxito”. Decía así:
“El ala derecha hasta el muro junto a la casa que está sobre la altura, superado. El ala
izquierda hasta pasada la carretera al lado de la cumbre en forma de cono, avanzada. La altura
montañosa de la izquierda fuertemente ocupada. Inmediato fuego de artillería sobre esta altura.
Todos los tanques han retrocedido, inmediatamente enviarlos hacia delante. Las posiciones ocupadas
ahora son mantenidas. Sin ayuda de tanques y artillería es imposible avanzar más.
Gusti.”
Esta nota tuvo, como se ha dicho, “éxito”. La artillería empezó a disparar con fuerza. Pero
disparó casi 200 metros demasiado corta. Los camaradas enviaron aviso tras aviso hacia detrás con
gritos de auxilio. Estaban sufriendo heridos, tenían muertos por culpa de la artillería propia.
Quien conoce el efecto desmoralizador que tienen las bajas producidas por las armas propias,
puede medir que clase de fuerza moral superlativa se necesita para seguir manteniéndose firme. (Yo
mismo conocí este terrible efecto del disparo demasiado corto de la artillería propia en los últimos
meses de la guerra mundial. Entonces nada nos desmoralizaba más que ver caer junto a nosotros a los
camaradas por culpa de nuestras propias armas).
Tampoco la artillería fascista había permanecido ociosa. A pesar de todo, los camaradas de la
XIII se mantuvieron entre el fuego de delante y el de detrás. Cuando tras tres cuartos de hora nuestra
artillería seguía disparando entre nuestras filas, los batallones finalmente retrocedieron. No huyeron.

120
El Dicc. Vols. Alms. apenas le dedica una línea, además llena de errores: “Caído el 4 de abril de 1937 en
Córdoba. Supuestamente brigadista. Dado por muerto (sic)”. Eso es todo.
236
:
Abandonaron algunos metros de terreno, pero en ellos estaban las alturas decisivas, sobre las cuales aún
hoy están los fascistas.
El jefe de la artillería fue detenido dos días más tarde bajo fuertes sospechas de ser un agente
fascista. La investigación dio como resultado averiguar que era un miembro de la Falange (¿sic?).
En cambio nunca fue aclarado qué había pasado de verdad con nuestros aviones. Los compañeros
no se dejaron disuadir de la sospecha de que tras su no aparición había actuado un importante sabotaje
fascista.
Esta última batalla había costado, otra vez, muchas víctimas. Además del alsaciano jefe de
compañía Adolf Walter, también cayó el jefe de pelotón suizo Karl Ebner121, y Josef Tamann, jefe del
pelotón checo, un trabajador de la región de Moravia, muy queridos por sus compañeros.

Desde entonces las posiciones en la Sierra Mulva se han mantenido inamovibles. Los fascistas no
se atrevieron a realizar ni un solo contrataque, pero nosotros no tenemos la fuerza necesaria como para
expulsarlos de sus muy bien fortificadas posiciones. Este fue hasta hoy el último ataque de la XIII
Brigada. Se le dan finalmente dos semanas de bien ganado descanso, se completan de nuevo sus
agotadas filas de cuadros y se la prepara para nuevos combates y victorias.

Por la noche
Durante la cena Jensen estuvo hablando de las impresiones de su viaje a Francia.
Lo que le ha sorprendido más es la actitud que toma la mayor parte de la prensa y –engañada por
ella- la mayor parte de la “opinión pública” frente a la guerra de independencia de España.
Él había creído, desde el invento y puesta en práctica de la “política de no intervención”, que pocas
ilusiones más se podía hacer. Sin embargo debido al cinismo descarado de la intervención de Hitler, ha
sucumbido a la tentación de creer que en los círculos socialistas y democráticos crecería aún la conciencia
de que la persistencia en la “no intervención” - desde hace tiempo convertida en ficción-, no sólo es una
escandalosa traición a los más justos y evidentes principios de la autodeterminación democrática, no sólo
es una puñalada pérfida contra la democrática España que lucha por su vida, sino que ésta “no
intervención”· también es una directa aceptación de lo que Hitler hace que puede tener consecuencias
terribles para la democracia en la política exterior europea. Debido a esta última razón Jensen esperaba
una profunda reacción en los círculos burgueses nacionales y conservadores, ya que una victoria de Hitler
en las fronteras de los Pirineos, independientemente de todas las reflexiones humanitarias o sociales, sería
una amenaza directa y peligrosa para Francia: la formación de un tercer frente en su retaguardia, la
consecución de la meta de Hitler que es dejar rodeado al pueblo francés.

121
Aunque dirigiese el pelotón suizo, Ebner era alemán (Dicc. Vols. Alms.), nacido en Baviera y caído el 18
de abril del 37 cerca de Valsequillo (sic). Participó en 1918 en movimientos revolucionarios en su tierra –en la
República de los Consejos obreros-; emigró sucesivamente a Italia, a Suiza y en 1934 a España. A finales del 36
entró en la XIII Brigada y fue jefe de un pelotón de ametralladoras del Batallón Tschapaiev. Figura en una lista de
caídos como “caído en Pozoblanco 18 abril”.
237
:
A pesar de que sus esperanzas se habían basado más en la razón y en los intereses nacionales
reales de la política exterior francesa que en las ideas de justicia y honorabilidad o en la de humanidad, se
había sentido sin embargo totalmente desilusionado.
Lo ha estremecido comprobar con cuanta parcialidad la “opinión pública” se enfrenta a los sucesos
de España. Con excepción de una vanguardia de trabajadores políticamente consciente, ha encontrado,
incluso en los círculos progresistas. indiferencia y resignación. Lo que domina es el deseo de que ojalá la
dudosa lucha del pueblo español se decida de una manera u otra y acabe pronto, porque la evidente
impotencia de ayudar activamente sólo agobia a la propia conciencia y produce noches sin sueño, lo cual
no sirve para nada. Y en esta actitud Jensen también incluye a la numéricamente débil capa de gente
políticamente interesada.
En cuanto en la mayoría de la Francia burguesa, el ambiente es francamente hostil, lleno de odio
contra la España republicana, prejuicio alimentado diaria y sistemáticamente por nueve décimas partes
de la prensa. Jensen ha leído con mucho interés no sólo los diarios de París, sino una gran parte de la
prensa más importante de las provincias y ha encontrado –con pocas excepciones, entre las que cita el
periódico de París “Ordre” dirigido por Buré, o el “Dèpêche de Toulouse” – una falta de objetividad tal
que llega hasta el completo falseamiento de hechos de por sí irrefutables.
Por ejemplo, se le ha hecho olvidar a la conciencia pública mediante el continuo bombardeo de
falsas interpretaciones, que el Gobierno republicano, en unas elecciones que tuvieron lugar bajo un
gobierno viejo y conservador, fue elegido por una mayoría de dos terceras partes y sostenido por la
mayoría del pueblo español122. De cada 100 personas en Francia, apenas 10 saben hoy las verdaderas
circunstancias sobre el origen de la lucha que se está jugando en las fronteras de Francia; 90 de cada 100
probablemente responderían a la pregunta sobre las causas de la guerra que la guerra es consecuencia de
un golpe de Estado de la izquierda.
Los generales rebeldes son vistos por la mayor parte de la pública inconsciencia como los
protectores de la legalidad; el Gobierno legítimo como un ilegítimo usurpador. Los golpistas se ven como
elementos de orden, sus asesinos incendiarios, legionarios y moros, como defensores de la cristiandad, la
intervención de los mercenarios de Hitler como salvación de la civilización, los baños de sangre de
Badajoz y Málaga como carnicerías liberadoras agradables a Dios, las destrucciones de Madrid, Bilbao o
Guernika realizadas por pilotos hitlerianos como hechos en defensa de la cultura. El combate en defensa
propia del pueblo español, mal armado contra los invasores, es maldecido y vilipendiado como si se
tratase de una sangrienta rebelión.
Así se ven hoy los sucesos desde fuera. Cada hecho es puesto del revés. Antes de Hitler nunca vio
el mundo un espectáculo parecido de permanente engaño de masas. “¡Hitler ha creado escuela!”,
exclama Jensen lleno de rabia. “El espíritu del nazismo ha caído sobre Europa. Ya no hay conciencia de

122
Según Javier Tusell la colición de izquierdas obtuvo en las elecciones de febrero del 36 más del 60% de
los escaños del Parlamento (263 de un total de 473) con el 47,1 % de los votos. Frente a ellos el Fente Nacional
obuvo 156 escaños y el 45,6% de los votos. El 5,3 de los votos y 54 escaños fue para partidos de centro y
nacionalistas. La diferencia de escaños, muy superior a la de votos, se debió al sistema electral que favorecía las
grandes coaliciones. En todo caso, viendo el porcentaje de votos, queda muy clara la división del Estado en dos
bloques de parecido peso numérico.
238
:
lo justo. La verdad se ha dado por mentira, la mentira por verdad. La violencia se llama satisfacción, la
sublevación se llama reposición del orden, la destrucción se considera reconstrucción, la opresión bajo el
yugo es llamada libertad, la invasión es “no intervención”, la lucha por la libertad es un sacrilegio. Los
mercenarios de la Legión Extranjera son aclamados como héroes de la libertad, pero los verdaderos
voluntarios, los que aquí dan su sangre por sus ideales, son considerados como la escoria de la humanidad
civilizada. La rendición a fuerza de hambre de millones de mujeres y niños recibe la bendición de los
cristianos y los hambrientos son maldecidos.
- ¡Ah! –dice Jensen-, Hitler ha vencido, nunca habría creído que su brutalidad se pudiera extender
tan rápida y completamente sobre las civilizadas naciones de Europa.
Este informe de Jensen nos hizo caer en una profunda depresión. No teníamos ningún argumento
para poner en duda sus afirmaciones. Pensamos que él había visto y oído correctamente, y comprendimos
que era una ilusión confiar en que el tiempo trabajaría en nuestro favor. No, deberíamos haber previsto
que el tiempo había sido utilizado por nuestros enemigos con más habilidad y menos escrúpulos en su
favor que por nosotros. Sus mentiras arraigaban y nuestra verdad no encontraba ningún eco. El
surgimiento del Frente Popular en Francia había hecho madurar en nosotros esperanzas que la realidad
había desmentido.

Al amanecer
No puedo dormir. A la luz de una vela acabo de leer el libro de Kuttner sobre la vida del pintor
Hans von Marées. Curiosamente, esta lectura me ha emocionado y relajado. Desde hace meses es el
primer libro que leo. Tal vez es por eso por lo que ha ejercido un efecto tan fuerte en mí. Pero es más
probable que haya sido el material expuesto en este libro -en un lenguaje muy fuerte y masculino (sic)- ;
es la miserable suerte de este artista alemán y protestante, que siempre quiere lo absoluto a toda costa, lo
que me ha impresionado tanto –precisamente en estas horas en las que me dejan desalentado el dolor y la
impotencia-.
Es tranquilizador y desmoralizador a la vez reafirmar de nuevo con un nuevo ejemplo lo difícil que
lo han tenido siempre los artistas e intelectuales alemanes de vanguardia en todas las épocas y con pocas
excepciones.
Leo en este libro una amarga carta del amigo y mecenas de Marées, Konrad Fiedler: “Precisamente
los artistas que se destacan por su auténtica capacidad y por sus serias aspiraciones, son excluidos del
favor en todas las circunstancias y sufren bajo la más indigna opresión, la que ejercen la petulancia y la
incomprensión.” Y en otro lugar: “Mientras las capacidades inferiores y las aspiraciones turbias alcanzan
un brillo y una fama inmerecidos, la del arte verdaderamente vivo se puede encontrar allí donde no se
encuentra la atención, la promoción, ni el reconocimiento...”
Marées escribe tras su fracaso en el encargo de pintar artísticamente el Ministerio de Agricultura:
“Sé muy bien que la gran mayoría de las personas está formada por pícaros mentirosos. Por eso me
preocupa más ser verdadero, pues al final la verdad triunfa siempre...” ¿Lo hace? Tal vez si no es
peligrosa, si es absolutamente inactual, tal vez 50 años después de la muerte de aquel que la había

239
:
expresado o le había dado forma, cuando ya no resulta peligroso interpretarla, cuando llega a una
generación de ignorantes nacidos después, cuando ya no quema.
Por lo que respecta a él, Hans von Marées, este medio judío, ruidoso y cabezota idealista alemán,
su verdad hoy no ha vencido aún, aún peor, su obra es ahora tomada en cuenta por los más mentirosos,
por la máquina de propaganda de Goebbels, que a un Hans von Marées que viviera y trabajara hoy, lo
habría mandado encerrar sin comentarios en un campo de concentración por un triple motivo: como no
ario, como “artista degenerado” y como hombre cabal y lleno de carácter. En realidad, un destino muy
alemán.
Hans von Marées escribió: “Con frecuencia he puesto mi vida en juego, pues no me he doblegado
ante nadie...”
Bien, bien, todo esto no es original. Y aún lo son menos mis cabreos o mis reservas. Por eso el
ejemplo de este eterno buscador de la verdad en su arte, es tan consolador. Uno no es original;
verdaderamente: uno no es nada original.
Pero por otra parte la lucha contra el papanatismo no resulta en absoluto aligerada por la
experiencia de que muchos otros, de los mejores en otros tiempos, han estado igual de jodidos.
No, nuestro camino de sufrimientos no ha llegado a su fin. Las horas peores aún está por llegar, las
experiencias más amargas, los desalientos más hondos, las dudas más angustiosas, las desilusiones que
superan la capacidad de resistencia.
Sólo podemos contar con nosotros mismos. Con nosotros mismos, un puñado de proscritos o de los
que serán proscritos mañana. La ayuda no nos llegará de ninguna parte. Nos mantendremos sólo sobre
nuestros propios pies. Algunos pocos seguramente sobrevivirán. Su tarea será sembrar de nuevo las
semillas de la conciencia de la libertad. Pero deben contar con que no van a ver madurar la cosecha.
Uno debe vivir sin ilusión. Cada uno de nosotros, en todo lo que haga, en todo lo que escriba y
piense debe contar con la posibilidad, es más, con la probabilidad, de que trabaja, escribe o piensa a
fondo perdido. Y así y todo lo debe hacer. La única esperanza que lo puede alimentar es que el futuro
género humano tal vez recordará lo que ha hecho, escrito o pensado, que posiblemente él será uno entre
mil cuyos actos, lo que ha hecho, pensado o escrito, será evocado por casualidad en el pensamiento de
los que vengan detrás y se convierta en ejemplo. Esta casualidad es posible. Al menos se puede contar
con ella.
Vivamos y muramos con este convencimiento, esta posibilidad existe.

240
:

IV

OFICIAL EN EL

BATALLÓN TSCHAPAIEV

241
:
20 de junio de 1937, en el Estado Mayor del Batallón
En la orden de la brigada de hoy dice: “El teniente Alfred Kantorowicz, hasta ahora en el Estado
Mayor de la brigada, es trasladado al 49 Batallón como oficial de información.”
A las 10 de la mañana me he presentado oficialmente ante el comandante del batallón, Brunner, y
el comisario Ewald. Tras las últimas noches de preocupación e insomnio en las que había puesto sobre el
papel muchos de mis autorreproches, estaba agotado hasta casi el desequilibrio.
Brunner me recibió con un bienhumorado gruñido: estaba bien que yo hubiese ido con ellos. Ahora
publicaría en “El Voluntario de la Libertad” un buen artículo sobre el Tschapaiev y eso sería estupendo
para el buen ambiente entre los camaradas.
Le tuve que decir: - Camarada Brunner, temo desilusionarte, pero yo no he venido aquí como
corresponsal de guerra, sino como oficial de información. Tengo mucho que aprender para poder cumplir
bien mi servicio. Así que al menos en los primeros tiempos no estaré tan aplicado en escribir artículos
como tú esperas.
Renegó cordialmente:
- Vale, vale ya, pero una cosa no excluye la otra.
Me pareció que no se tomaba muy en serio mi celo por el servicio. Tendré que aclararle este
malentendido desde el principio, de una vez por todas. Pero me pareció adecuado asegurarme para ello la
ayuda del comisario Ewald.
Después de comer fui a buscarlo y le pedí que diese un paseo conmigo. Parpadeó con sus ojos
acuosos y cuando estuvimos al aire libre me disparó: - Vale, Kanto, sueltalo.
Sin darle vueltas me abrí a él. Había sido trasladado al batallón como oficial de información y
quería hacer mi servicio en ése ámbito, uno entre otros 500, y era de esperar que no peor que los otros.
Que en la vida civil yo fuese escritor no significaba desde el punto de vista del servicio ni más ni menos
que lo que significaba que él antes de ser comisario hubiese sido albañil. Lo peor con lo que me podía
tropezar en el batallón sería el malentendido de confundir mi uniforme con el disfraz de un aficionado a
las batallas con ganas de sensacionalismo.
Cierto que, si todo iba bien, seguramente publicaría las experiencias del combate y de la
camaradería, experiencias que viviría al ejercer mi servicio aquí. Pero esa era una perspectiva que tendría
que estar en relación con mi tarea como oficial de información Y, de hecho, cuanto más se olvidase esa
posibilidad, tanto mejor, para mí mismo y para mis camaradas. Cuanto más discreta fuese mi presencia -
lo cual, para empezar, significaba ser encuadrado sin reservas-, más auténtica sería, mejor serviría yo
como testigo para describir algún día nuestra vida, nuestra lucha y nuestros pensamientos en los frentes
españoles. Todo privilegio dificultaría y perjudicaría mi futura tarea como escritor. Como antifascista,
como camarada, como oficial de información, yo sentiría como un amargo e injusto agravio cualquier
trato favorable de excepción.
Ewald parece haberlo entendido. No pregunta mucho, no pone objeciones, dice sencillamente:- Lo
que pueda hacer en este sentido, lo haré gustosamente Kanto. Esto me basta. Ewald informará a Brunner
y al Estado Mayor. Lo demás ya dependerá de mí.

242
:
Sierra Mulva 22 de junio de 1937
Bueno... pues ya me encuentro en una de estas cabañas de tierra en la ladera de la Sierra Mulva
delante de Peñarroya y la suerte me sonríe: en unos pocos días tendré un refugio bajo tierra aseado y
sólido para mí solo. Cuando llegué jadeante con todas mis pertenencias, se me alojó primero en el
subterráneo de los servicios sanitarios de la 3ª Compañía, cerca del puesto de mando. El suboficial de
sanidad Schustermann, un suizo, está enfermo.123 Pocas horas después de mi llegada es hospitalizado.
Así que durante el tiempo de más calor del mediodía, echado sobre un camastro, con un saco de
tierra como respaldo y con las piernas estiradas, puedo tomar mis notas discretamente. Si alguien se
acerca, lo primero que veo son sus piernas que han de bajar dos escalones para entrar, y hasta que se haya
agachado para pasar por la entrada que viene a tener 1,40 metros de altura, tengo tiempo para abrir un
periódico sobre mi diario y para dejarme sorprender en una indiferente lectura. Prefiero que los
camaradas al principio no tengan ni idea de que intento, en la media hora que tengo libre de servicio,
tener mis apuntes al corriente.

A las 9 he salido del Estado Mayor del batallón tras un copioso desayuno, en el que Brunner,
guiñando un ojo, ha sacado como por arte de magia, una botella de auténtico vino de Málaga. El
contenido ha durado una media horita corta, hasta que nosotros cinco –Otto Brunner, Ewald, Julius
Lackner, el oficial de personal Hermann Teichmann124 y yo- le hemos dado fin a fuerza de traguitos.
Me siento bien en este círculo. La ruda camaradería carece de acritud; no se necesita ninguna
ceremonia, cada uno vale lo que vale. Si uno va a ellos sin reserva, el contacto se establece de inmediato.
Sólo me he alojado aquí 24 horas y ya tengo un sentimiento de hogar cuando pienso en el espacio central

123
En el diccionario biográfico “Los voluntarios suizos en la guerra civil española” (nota 49), no aparece
ningún Schustermann pero sí un Ernst Straumann –nacido en 1905 en Hünninge, Alsacia (Departamento del Alto
Rhin) exactamente en la frontera entre Suiza y Alemania. Este Straumann se crió entre Suiza y Francia, y vino a
España en noviembre del 36 por simpatía con el Frente Popular aunque no militaba en ningún partido. Fue
encuadrado en el Batallón Tschapaiev y combatió en Teruel y Andalucía, donde enfermó de tifus y fue destinado en
adelante a servicios de retaguardia por sus problemas respiratorios. En el verano del 38 una comisión médica le
declaró no apto para el frente y volvió a Suiza, vía París, donde –como casi todos los brigadistas suizos- fue
condenado a varios meses de cárcel y años de privación de derechos políticos por haber servido en un ejército
extranjero. Murió en 1982. ¿Puede ser el que cita Kantor como Schustermann?
124
Hermann Teichmann se llamaba realmente Anton Haas; sus breves recuerdos se encuentran en el fondo
“Guerra nacional-revolucionaria de España” del Archivo Federal de Berlín (signatura SgY/ V237/13/207).Él mismo
nos relata en un escrito de 1968 su biografía, bastante parecida a la de otros muchos brigadistas alemanes:
“Anton Haas nació el 31 de marzo de 1903 en Ausburg de familia obrera. Fue miembro de la Federación de
Jóvenes Comunistas de Alemania (KJVD) desde 1922 y del KPD desde 1927 y uno de los primeros colaboradores
en Ausburg de Hans Beimler, dirigente del partido en esa ciudad entre 1927 y 1931. Además en Ausburg vivía en la
misma calle que Beimler y su familia. En los años iniciales del III Reich vivió en Moscú y estudió en la Universidad
Comunista del Oeste.
A finales de octubre del 36 salió de Moscú a través de Finlandia, Suecia, Dinamarca y Holanda hacia París.
El 3 de noviembre del 36 estaba en Madrid y el 4 de noviembre en Albacete. El 20 de febrero del 37 estaba en
Almería en el “Batallón Tschapaiev” de la XIII Brigada Internacional. Como oficial del”Batallón Tschapaiev” fue
herido el 20 de julio de 1937 en la ofensiva de Brunete. Con un convoy de heridos salió el 3 de agosto hacia
París… Estuvo en ocho campos de internamiento tras el estallido de la 2ª Guerra Mundial.. En el 42 fue entregado
a la Gestapo. Posteriormente estuvo en el campo de concentración de Dachau.
Después de 1945 fue presidente del KPD en Ausburg, en la RFA, y concejal del ayuntamiento de la ciudad
hasta la prohibición de su partido en 1956.
Desde 1963 vive con su familia en la República Democrática Alemana.”
Teichmann murió en la RDA en 1969.
243
:
del Estado Mayor que tiene forma como de capilla en cuya pared Este cuelgan los cascos de acero y las
máscaras de gas, y cuya pared Oeste esta tapizada con los periódicos murales y los mapas del sector.
Por la tarde nos hemos sentado delante de la casa. Oficiales y gente de la tropa mezclados. Se ha
llamado a Wallmann, el escribiente del Estado Mayor125.Viene con su laúd. Cantamos el Florian Geyer126
y el Alabama Song y canciones populares.
Wallmann puntea magistralmente. Es un hombre de unos 25 años. Cuando llego al poder Hitler
estudiaba economía política en la Universidad de Berlín y era miembro de la organización de estudiantes
antifascistas. Con un traje y su laúd huyo a Suecia. Allí se mantuvo durante el verano con su laúd yendo
por todo el país, de aldea en aldea, de hospedería en hospedería, como un bienvenido y bien pagado
músico para bailes y bodas. En el invierno seguía estudiando en Estocolmo con el dinero que había
ganado en verano. Es un chico de rostro anguloso y varonil, si no fuese por sus gruesas gafas más
parecería un campesino de Franconia que un intelectual berlinés.
Cerca de nosotros los campesinos cultivan los campos. Hasta aquí, unos quilómetros por detrás de
la línea del frente, sólo pueden atreverse a realizar su pacífico trabajo por la noche. De vez en cuando
viene a nuestro puesto uno u otro, nos pide un trago de agua, escucha nuestras canciones algunos minutos
y se aleja de nuevo con un cordial “¡Salud, compañeros!” Las noches son de luna muy clara. Cuando los
campesinos han recolectado un campo, nos traen un par de gavillas de heno para nuestros mulos. Como
agradecimiento les cantamos alguna canción española. Ewal la grazna con acento berlinés, Julius lo hace
con acento sajón, Hermann, bávaro, Brunner con la “rrr” gutural de los suizos, el sargento Trautsch con el
hablar de Colonia, y el equipo de los vigilantes le da al cante en parte con el acento de Silesia, en parte
con el de Andalucía, con el de Castilla, con el de Bohemia o con el jiddisch de los judíos. Pero a los
campesinos les encanta. Nos aplauden y piden “¡Más, más, más!” hasta que repetimos la canción o les
obsequiamos con otra canción española. Luego se vuelven a su trabajo hasta que empieza a amanecer.
Nosotros en cambio nos echamos sobre nuestros camastros.
El ayudante del batallón, Julius Lackner, me acompaña hasta la línea del frente. Su tarea era
presentarme oficialmente al jefe del sector, Gusti, y a los jefes de las compañías.

125
Herbert Wallmann, 1910, Berlín. Estudió germanística, muy activo entre los estudiantes antifascistas: en
el 33 intentó organizar una célula de resistentes. Luego emigró a Suecia. Como el texto dice, vino en 1936 a España
y fue escribiente en el Tschapaiev. El Dicc. Vols. Alms. dice que en agosto de 1937 fue trasladado al Batallón
Thälmann de la XI Brigada como comisario político con rango de teniente, pero también que murió en combate
cerca de Brunete en 1937 –en julio-, lo cual es una contradicción; además lo diría Kantor si fuese verdad. Al parecer
murió en España pero después. En el Libro de Honor de la XI figura un George Wallmann, caído, sin datos.
126
Florian Geyer von Giebestad fue un noble de Franconia que vivió entre 1490 y 1525. Tuvo una vida corta
pero extraordinariamente agitada como militar y diplomático, y conoció a Lutero, cuyas ideas le influyeron. Es una
figura mítica en Alemania utilizada tanto por el marxismo como por el nazismo porque durante la guerra de los
campesinos de 1524-1525, los apoyó con sus conocimientos e influencias y con su fortuna, creando incluso un
cuerpo de soldados profesionales en favor de los campesinos sublevados contra la iglesia y los señores, llamado
“Der Schwarze Haufen” (La banda negra). Cuando los campesinos fueron derrotados en Inglostad, Geyer huyó y
poco después fue asesinado una noche en un bosque cercano a Würzburg.
Gerhard Hauptmann escribio un drama histórico protagonizado por Geyer y el personaje inspiró la canción
popular "Somos los de la Banda Negra de Geyer" (Wir sind des Geyers schwarzer Haufen) que fue adoptada por la
Internacional Comunista como un himno a la unión de los trabajadores. La canción surgió después de la Primera
Guerra Mundial en los círculos juveniles utilizando parte del texto de un poema anterior "Yo soy el pobre Konrad"
de Heinrich von Reder de 1885, a la que Fritz Sotke puso melodía en 1919. (Wikipedia)
244
:
Encontramos al viejo capitán Gusti ocupado en la construcción de su nueva cabaña de tierra. Está
arrastrando grandes piedras para empalizar su vivienda a prueba de balas y esquirlas. Se ha traído de entre
las ruinas de La Granjuela algunas puertas en bastante buen estado; están recién cepilladas y le servirán
como apoyos para la pared, camastro y revestimiento. Me explica lleno de orgullo como quedará todo y
nos invita a la “Richtfest”127. Es evidente que sabe hacer un verdadero trabajo de especialista. Le
pregunto a qué se dedicaba en la vida civil y me contesta: “Carpintero”. Ah...claro, pues por eso.
Acepta mi presentación cordialmente, pero hay un resto de asombro y de inexpresada reserva en
cómo me dice con su gutural alemán128: - Ah vale, ahora harás de oficial de información con nosotros,
camarada Kantorowicz. Muy bien.
Nos hemos sentado sobre las piedras y fumamos cada uno un cigarrillo, sin hablar mucho. Gusti los
ha liado manualmente. Este hombre está como hecho de alambre, su piel está cruzada por mil arrugas y
como curtida por el sol. Tiene unos ojos muy expresivos, hay una dureza en su mirada que enseguida
hace comprender que él –los camaradas lo cuentan casi con temeroso respeto – ha realizado hechos
admirables en temeridad, resistencia y dureza corporal. Tiene 49 años pero es de los pocos que nunca ha
desfallecido, ni en Teruel, ni en los barrancos helados de Sierra Nevada, ni bajo el duro sol y la
paralizante humedad de aquí.
(Napoleón prefería para su ejército jóvenes generales y viejos capitanes. Nunca antes había podido
entender claramente cómo un viejo jefe de compañía que tuviese que obedecer sin resentimiento las
órdenes de un joven jefe militar, podía, encima, ponerle buena cara. Gusti me enseña un ejemplo de ese
tipo de viejos oficiales del frente, probados en cien batallas, que tal vez no harían un papel brillante en el
Estado Mayor, pero que en experiencia concreta y en habilidad en el frente superan a la mayoría de los
generales.)
El enlace de Gusti, que, naturalmente, como buen ayudante lo sabe todo, nos llamó la atención
sobre el hecho de que en la cabaña de tierra de Schustermann aún había sitio para mí. Gusti me invitó a
ocupar su vieja cabaña cuando la nueva estuviese acabada. Acepté agradecido y me ofrecí a ayudarle en
la construcción de la nueva. Observó solícitamente mis manos y dijo sin la menor burla ni la menor
sombra de orgullo: - Déjalo estar, camarada Kantorowicz. Llevo toda la vida haciendo esto. Me gusta
construir mi casa solo.
Desde allí vamos al jefe de la 3ª Compañía, el joven Lambo Weiβ, en cuyo sector se halla mi actual
alojamiento y en cuya compañía debo obtener mi abastecimiento. Le pregunto si ha recibido nuevas
noticias de su joven mujer que trabaja en el hospital de Murcia y responde soñadoramente que siempre es
lo mismo: ella se queja de que aún no hayamos recibido ningún permiso. Lambo acababa de escribirle
una carta y estaba aun completamente preso en el mundo de la ternura.
Así que me acuartelé primeramente y después, en las horas de la mañana que me sobraron, fui a
saludar a los camaradas conocidos.

127
Era la fiesta que antiguamente celebraban los obreros y artesanos que estaban construyendo una casa
cuando se cubría el tejado.(Wahrig Deutsches Wörterbuch)
128
Kantor dice en realidad “alemannisch”, no “deutsch”; este “alemannisch” era la forma de hablar propia
de Alsacia, Baden, Suiza y el sur de Würtemberg, de donde era Gusti Stöhr (ver nota 62)
245
:
Por la tarde
Pasado el calor del mediodía me dirigí a los puestos de información de las posiciones de
vanguardia y pedí que me explicaran otra vez la situación de la línea del frente fascista y, dentro de lo
comprobable, que me describieran cada una de las ametralladoras. Tenía mucho interés en fijar en un
mapa estas posiciones de la manera más exacta posible. Para ello tuve que luchar con grandes dificultades
técnicas: mi visión deficiente, mi incapacidad para dibujar, mi falta de práctica en la observación, mi
escaso sentido de la orientación en el paisaje. (En una ciudad grande me oriento bien; en un bosque me
pierdo continuamente; no tengo el menor sentido de la orientación en campo abierto). Estas deficiencias
sólo puedo compensarlas mediante una aplicación inagotable, entusiasmo en aprender, exactitud en el
cumplimiento de todas mis obligaciones y una práctica permanente.
Me ayudó a pasar al papel mi esquema un dibujante profesional, el soldado Hans Quack129,
colaborador de Schaul en la redacción del periódico del batallón. Precisamente andaba vagabundeando
por allí para recoger aportaciones para el próximo número del periódico, y gracias a su ayuda conseguí
realizar un esquema medio útil de la situación de las posiciones del ala derecha de nuestro batallón.
Mañana quiero hacer lo mismo con las del ala izquierda formada en el valle de Peñarroya por la 2ª
Compañía y un pelotón de la 1ª Compañía.
Al final de la tarde consigo agenciarme, con el permiso del jefe del sector, Gusti, y de los
correspondientes jefes de la 1ª y la ·3ª Compañía y de la Compañía de Ametralladoras, a un camarada de
cada una para que me ayuden en los servicios de observación e información. La 3ª Compañía me envía a
un subteniente muy joven que no me da muy buena impresión, la Compañía de Ametralladoras designa a
otro, un artillero mayor y tranquilo. Gusti, consultado en su calidad de jefe de la 1ª Compañía me envía a
su sustituto, el teniente Lugesheimer130. El lugar donde éste se encuentra está a unos 180 pasos de la
cabaña de Gusti, en el lado derecho de la 1ª Compañía. Por su manera de hablar habría dicho que era de
Baviera pero es austriaco, un rudo trabajador de pelo negro y fuerte mandíbula. Ha estado desde el
principio con esta brigada, recibió un tiro en un pulmón en Teruel y ha sido dado de alta hace poco y
reenviado a su compañía. También Lugesheimer me ofrece cordialmente un cigarrillo liado por él y
hablamos de los sucesos cotidianos de la guerra de posiciones por aquí.

Por la noche
La cabaña de Schustermann está tan bien impermeabilizada que me atrevo a escribir aún un par de
cosas a la luz de una vela. En la entrada he colgado un saco viejo. No sale afuera ni un rayito de luz.

129
De Hans Quack (Queck? Quaeck?)), que Kantor nombra varias veces, el Dicc. Vols. Alms. no dice casi
nada. Sólo que trabajó como dibujante en el periodico principal del KPD “Rote Fahne”, estaba casado y emigró
con su mujer judía a los EE.UU. en 1933. Allí se afilió al PC norteamericano. En enero del 37 se vino de América a
España. Encuadrado en la XI y luego en la XIII Brigada colaboró como dibujante en sus periódicos. Murió de
tuberculosis en 1945. Nada más se dice sobre él.
Hans Schaul lo cita brevemente en sus recuerdos (SgY 30 / 1705) cuando se refiere al periódico del Batallón
Tschapaiev: “Nuestro periódico consistía alprincipio en entre dos y cuatro páginas de papel-cera grabadas sin
tener mucha idea por los artistas del periódico… Más tarde se ocupó el muy dotado Hans Quack de las
ilustraciones y la presentación.....”
130
Lugesheimer no aparece en ninguno de los diccionarios biográficos de los que dispongo: ni como alemán,
ni como austriaco, ni como suizo. Tampoco aparece en ninguno de los materiales de que dispongo.
246
:
La comida fuerte en esta posición se da a las 9 de la noche. Antes de que se haga de noche los
cocineros tienen muchas dificultades para prepararla. A medio día sólo hay una comida fría y desde las 12
hasta las nueve hay un periodo muy largo de tiempo, así que nos lanzamos sobre la ración de garbanzos
con carne de lata absolutamente desmayados.
Después de cenar ya se ha hecho de noche, me voy a la posición de la 2ª Compañía, un lío de
trincheras y subterráneos al pie de la mayor altura de la Sierra Mulva; allí arriba, a una distancia de entre
400 y 500 metros de las trincheras de nuestra 2ª Compañía, tienen los fascistas su firme posición,
protegida por piedras y bloques de roca. Ellos dominan completamente con sus disparos este lado
izquierdo de nuestra posición en la Sierra Mulva. En cambio nuestra 2ª Compañía está relativamente
protegida por la pendiente de la ladera ante el fuego de artillería y las minas.
Durante la noche se trabaja en las trincheras; hay que establecer una comunicación entre la 1ª y la
2ª Compañía. Pero aún hoy existe un espacio de unos 200 metros que queda completamente desprotegido
y abierto ante el fuego enemigo, así que durante el día no hay ni que pensar en comunicar ambas
compañías.
La 2ª Compañía, de polacos y españoles, tiene un jefe austriaco131. Fue el deseo de todos los
camaradas poner a su cabeza a este hábil oficial, que tomó el mando cuando era jefe de pelotón, tras caer
herido el jefe de la compañía, el polaco Nieviadomski, en la batalla de Valsequillo. Por su sangre fría y
experiencia militar, inmediatamente consiguió la total confianza de sus hombres.
Este jefe de compañía –fue hace poco nombrado capitán – ha servido largo tiempo en la Legión
Extranjera francesa. Era soldado raso. Pero como vino voluntariamente a nosotros y se ha probado como
íntegro, este especialista militar se ha convertido en un “plus” sumamente valioso para nuestra fuerza
militar. Ha combatido en Indochina, en Marruecos y después incluso en China, habla francés como un
francés. Es uno de estos muchachos resistentes, flacos, que la mayoría de las veces pueden resistir muchas
más privaciones que los musculosos atletas. Según sus camaradas no conoce el hambre, ni la sed, ni el
cansancio ni el agotamiento. Siembre permanece fresco y su ecuanimidad jamás le abandona. Su sentido
de la orientación es fabuloso. En el ataque a Valsequillo durante la marcha nocturna le dijo a su pelotón
que habían ido demasiado a la izquierda, sin mapa, sin punto de referencia en un terreno desconocido,
realmente el olía donde estaban los fascistas. Por desgracia no se le creyó.
Me sentí un poco cortado cuando estuve delante de él. Se ha dejado crecer la barba y sus ojos miran
con frialdad y fijeza en su delgado rostro. Este tipo de persona resulta para mí extraño. Nos ponemos de
acuerdo rápidamente, manda venir al jefe de pelotón polaco, teniente Czaplicki, con el que me puedo
entender en francés. Este es, según el capitán Bauer, el mejor hombre de la compañía para las tareas de
observación. De hecho yo había tenido una excelente impresión de Czaplicki y le propuse ser mi
sustituto. Aceptó con el consentimiento de Bauer. Le prometí ocuparme de que tan rápidamente como

131
Por el nombre y los datos que van apareciendo después –antes no había sido aún nombrado- se debe tratar
de Karl Bauer, austriaco, nacido en Liesing, barrio de Viena, en 1905. Efectivamente había estado en la Legión
francesa y vino a España en noviembre del 36. Después de estar en la XIII Brigada pasó al Batallón austriaco 12 de
febrero de la XI, del cual fue comandante. En 1941 cayo en manos de la Gestapo en Viena. Nada más se sabe de él.
(Dicc.Vols. Austr., nota 59)
247
:
fuese posible dispusiesen de prismáticos de trinchera132 . Ambos camaradas, Bauer y Czaplicki, me
guiaron por este sector del frente. Está magníficamente organizado. Bauer da explicaciones breves y
adecuadas sobre las ventajas e inconvenientes de la posición y sobre los necesarios trabajos de
construcción.
A la vuelta veo como el departamento de zapadores, bajo la dirección de Fritz Giga trabaja en la
ampliación de las trincheras de comunicación. Identifico a Giga por su cortada manera de hablar y le
pongo el brazo sobre los hombros que se contraen espasmódicamente. Me reconoce enseguida y me
estrecha fuertemente la mano. Ya se ha corrido la voz de que de nuevo estoy en la compañía, me dice. Y
eso me alegra.

23 de junio de 1937
Los mosquitos me atacan por la noche en mi cabaña tan masivamente, que me es imposible dormir.
Ante su irritante zumbido huyo finalmente al exterior, me envuelvo en mi manta y me acuesto sobre la
hierba. A eso de la 1 de la noche me despierta el estallido de un par de minas, arrojadas por los fascistas
al sector del 2º Batallón, pero me vuelvo a dormir enseguida.
Me espabiló la llamada de los conductores de los mulos, que traían pan y café a la posición. Eran
las 5,30. El enlace de Gusti me invitó a desayunar con él. Corrí a la fuente y me lavé con el agua fría.
Después corrí a donde estaba Gusti. El café aún estaba caliente. El pan es pegajoso y duro. Después Gusti
se rebusca en todos los bolsillos restos de tabaco y le alcanzan para dos cigarrillos muy delgados.
Comentamos la posibilidad de que tal vez hoy el suministro de mediodía traiga tabaco.
Después de admirar los progresos de la construcción de Gusti, me fui a los puestos de observación
y comparé otra vez mi mapa esquemático de ayer con lo que veía. El observador de la Compañía de
Ametralladoras había ya encontrado un lugar excelente para colocar un anteojo de trinchera y lo había
camuflado cuidadosamente. Seguro que con este hombre se trabajará bien; en cambio el joven teniente de
la 3ª Compañía aún no ha hecho nada.
Después se me junta Wolfgang. Colabora en la preparación de un nuevo número del “periódico”
de la 1ª Compañía que aparece más o menos dos veces al mes. En conjunto 12 ejemplares, esto significa
que se mecanografían al menos dos veces cinco copias. El número corriente tendrá 8 páginas de
renglones apretados. En las tres primeras los textos van seguidos; Wolfgang las mecanografía hoy por la
mañana en una máquina de escribir renqueante. Se sienta a mis pies tras la pared de piedra sobre la colina
y empieza a teclear con la máquina sobre las rodillas, mientras que yo con unos anteojos que para este fin
me ha prestado por algunas horas Gusti –son los únicos que hay en todo este sector del batallón-, miro y
remiro las posiciones fascistas metro a metro. Esta situación dice que le inspira, se cachondea
naturalmente: ¡empezar a “imprimir” a los pies de un escritor la gran obra del periódico de la compañía!
Le respondí muy serio si podría prestar al “gran escritor” un cigarrillo. Pues sí, sí pudo.
Al medio día como con Lambo Weiβ y los enlaces de la compañía. La 3ª Compañía es la más

132
Eran aparatos ópticos para poder observar el exterior desde dentro de las trincheras, una especie de
prismáticos dotados de un sistema de lentes que funcionaban de manera parecida a un periscopio. (Wikipedia).
248
:
internacional del batallón, formada por 15 nacionalidades: alemanes, austriacos, españoles, belgas,
holandeses, daneses, suecos, noruegos, checos, suizos, franceses de Alsacia, húngaros, judíos de
Palestina, 3 ucranianos, y 2 luxemburgueses. Mandarlos es una difícil tarea para un jefe tan joven como
Lambo. Si uno lo ve, puede pensar que es demasiado blando para esto. Pero en cuando se le da ocasión
muestra que no le falta energía para mantener unidas a las 15 nacionalidades si es necesario. Un austriaco
empieza a pelear con un holandés, mi viejo amigo el luxemburgués interviene, pero el Lambo se mete en
medio hecho un demonio y pronto vuelve la calma.
El luxemburgués se comporta muy amigablemente conmigo. Ya no me vuelve a preguntar si yo sé
o no sé cuándo vendrá la orden de relevo; ahora ya no soy uno de los que “lo deben saber, porque vienen
del Estado Mayor”, sino uno que, como los demás, espera el pronto relevo. El luxemburgués no es sólo
un oso mordedor y un camorrista, es también un excelente artillero y jefe de ametralladoras. He hablado
con él esta misma tarde desde las 3 a las 5 en una “hora de instrucción” en relación con las ametralladoras
ligeras en la que he participado y que él se encarga de dirigir para los camaradas más jóvenes.
Mañana me he de presentar en el puesto de mando del batallón.

Estado Mayor del batallón, 24 de junio de 1937


Cuando me presento en el Estado Mayor del batallón, Lackner me dice que ha telefoneado Karl
para decir que mañana he de llamar al Estado Mayor de la brigada. Karl me comunica que los anteojos de
trinchera ya han llegado y que hoy por la tarde serán enviados al puesto de mando del batallón. Espero
que lleguen aquí para reenviarlos enseguida hacia delante.
Después de la comida me senté a la sombra del muro de la casa a tomar mis notas.
Nada más sentarme ha empezado a molestarme la cerdita “Franco”. “Franco” es una cochinilla
negra que uno de nuestros telefonistas salvó hace dos meses de entre las ruinas de La Granjuela y trajo al
Estado Mayor. Desde entonces aquí está, cebada y mimada. Ludwig, mi predecesor, me la ha
recomendado encarecidamente, pues en ello va el honor del Estado Mayor del batallón, en cierto modo
ligado a que se mantenga sana y salva. El capitán Gusti, según dicen, se atreverá a robarla tan pronto
como esté un poco cebada, y a ofrecérsela a su compañía en forma de asado. Tal atrevimiento ha
provocado las risas burlonas del Estado Mayor del batallón y la escaramuza ha acabado con una apuesta:
Gusti se apuesta diez botellas de buen vino a que él, a pesar de tanta precaución y vigilancia por parte de
todo el equipo del Estado Mayor, conseguirá quitarnos a Franco a su debido tiempo. (Sólo yo con mi
ilegible manuscrito me atrevo aquí en el Estado Mayor a poner por escrito que Gusti ayer por la mañana
bajo cuatro ojos y como signo de extrema confianza me confesó que tiene sus cómplices entre el personal
de la cocina del Estado Mayor – como si dijéramos un “chivato” de la 1ª Compañía en el “cuartel
enemigo” del Estado Mayor- y que, cuando llegue la hora, la grasa de “Franco” no goteará sobre la mesa
del Estado Mayor, sino sobre la reseca tierra de la Sierra Mulva.)
Mi posición en este asunto es compleja: como oficial de información pertenezco al colectivo del
Estado Mayor del batallón al que me siento verdaderamente ligado; pero por otro lado mi acuartelamiento

249
:
actual se encuentra entre los camaradas que están en la línea del frente, con los cuales me siento no menos
unido. Yo creo que no podré rechazar una invitación de Gusti a probar el asado, si gana la apuesta.
La cerdita “Franco” se comporta como corresponde a su nombre. Es desvergonzada, codiciosa,
insidiosa, tragona y pendenciera. Le encanta, sucia como está, ocupar los lugares donde duerme gente que
no conoce, y si uno se la quiere quitar de encima, chilla hasta poner el grito en el cielo contra semejante
ignominia. No se avergüenza de revolcarse con gran placer durante la cena por todo el Estado Mayor, ni
de molestar y enfadar de mil maneras a camaradas que están trabajando honradamente.
Hoy ha volcado un perol con agua hervida de limón que estaba refrescándose al aire libre. Yo
estaba sentado en una silla con mi bloc de dibujo sobre las rodillas cuando oí el penetrante chillido de
“Franco”, al mismo tiempo que los desmedidos juramentos de un hombre extremadamente irritado:
estrépito, griterío, cacharros de cocina derribados, un par de trozos de madera volando por el aire.
Después apareció “Franco” por la puerta de la cocina, negra como un cuervo, resplandeciente y chillando
rabiosamente, y corrió a toda velocidad con su galope saltarín alrededor de la casa. Tras ella corría uno de
nuestros cocineros con un palo en la mano. Corría furioso, sin aliento y bufando tras “Franco”. Pero no la
pudo alcanzar.
Poco a poco se ralentizó el tempo de la carrera. “Franco” corría despacio a unos diez pasos por
delante del hombre, sus chillidos cambiaron de tono, supuestamente en una transición de la rabia a la
burla. Después se le junto un tercero, el “macho cabrío del Estado Mayor”, un muy viejo y muy gruñón
macho cabrío que tiene la fenomenal capacidad de aparecer por aquí y por allá sobre el tejado de la casa,
sin que nosotros podamos comprobar como sube allí.
Este macho cabrío había contemplado desde alguna distancia la persecución de “Franco”, se había
ido acercando paulatinamente, empujado por la curiosidad, balando enfadado. Tras ver pasar la tercera o
cuarta vuelta se decidió a correr también. Se puso en fila detrás del hombre a unos diez pasos de distancia.
Así siguieron corriendo los tres elementos entre doce y quince veces en torno a la casa. Delante “Franco”,
con su galope saleroso, mirando desconfiado hacia detrás y chillando maliciosamente; unos diez pasos
detrás el camarada, maldiciendo, amenazando, agitando el palo y perdiendo paulatinamente el aliento; y
detrás de este, igualmente a unos diez pasos de distancia, el viejo chivo balando desesperado.
Yo me quedé mirando un ratito en silencio. Después el espectáculo pudo conmigo. Con peligro de
cabrear aún más al furioso camarada casi me caigo de la silla con lágrimas en los ojos de tanto reír.
Cuando ya casi me había recuperado, aunque la risa aún me iba y me venía, y de nuevo estaba
inclinado sobre el dibujo esquemático del mapa, sucedió la segunda interrupción, de muy diferente tipo
pero no menos original.
Por el camino que iba al edificio del Estado Mayor, apareció un hombre vestido de civil con una
cámara de manivela; junto a él caminaba una muchacha muy joven y muy bonita acompañada por
algunos oficiales del Estado Mayor de la brigada dirigidos por Ludwig. Yo era, en ese momento, el único
que estaba en la parte Este de la casa y por eso el grupo se acercó a mí. Me levante, Ludwig me saludó y
me presentó a continuación, entonces el civil prudentemente apartó la cámara y me estrechó cordialmente

250
:
la mano. Al mismo tiempo me saludo la muchacha, que de cerca aún parecía más guapa, como si yo fuese
un viejo amigo al que no tuviese nada de raro encontrar aquí.
Intente revolver en mis recuerdos y me pareció recordar que al hombre lo había visto ya en París.
Él mismo me ayudó a refrescar la memoria: nos habíamos encontrado repetidamente en la Federación de
Escritores Alemanes y en diferentes actos de la emigración en París. Era el famoso fotógrafo Capa que
estaba elaborando, junto con su compañera, la periodista Gerda Taro –ella era la bonita muchacha –, un
reportaje de la resistencia republicana en los frentes más importantes. Gerda Taro me recordó que durante
el invierno nos habíamos encontrado bastantes veces en Valencia. Me debería haber avergonzado de
necesitar que me lo recordase, pero mi olvido era disculpable porque entonces la había visto sólo en los
hoteles y vestida con ropa a la moda. Ahora llevaba pantalones y una boina vasca sobre los hermosos
cabellos rubiorojizos, y en el cinturón, un fino revolver.
Los oficiales se marcharon. La sensación que causó la aparición de la encantadora reportera se
puede imaginar. La bienvenida visita fue acompañada por toda la casa y pronto se descorcharon dos
buenas botellas de nuestras reservas. Desde fuera se oía la clara risa de la joven. Toda la dotación del
Estado Mayor se apiñó en la sala central. Incluso el desabrido sargento Trautsch tenía una sonrisa alegre
en su arrugado rostro. Lackner, que es de Turingia, estaba feliz de haber encontrado en Gerda Taro, que
es de Sajonia, una cercana conciudadana de la Alemania media –su agradable dialecto es inconfundible -.
Su franca manera de reírse resonó con frecuencia y parecía muy satisfecha. Así transcurrió una animada
media hora. Ewald tenía razón cuando decía después reiteradamente: - Sí, los jóvenes se quedaron con
los ojos como platos cuando aparecisteis con un máquina de rodar películas y un director con el pelo
largo y un lápiz de labios en el cinturón.
Ambos reporteros tenían prisa en ir a primera línea aún hoy, inmediatamente, para preparar el “día
del gran combate” que querían rodar mañana. El enlace Helmut Dudde133, un camarada muy alto de la
zona del Rhin, fue enviado a primera línea con el encargo de prepararlo todo. Pero antes se debía rodar el
Estado Mayor y su dotación. Los camaradas se apresuraron a salir al aire libre. Julius Lackner hinchó el
tórax de manera muy varonil, Brunner tenía la expresión de un pilluelo avergonzado, Ewald no hizo ni el
más mínimo gesto para salir favorecido, Hermann miraba todo aquello más bien sombrío, Ludwig estaba
muy tranquilo – conoce bien su fotogenia -, el sargento Trautsch torcía el gesto en una amistosa mueca, el
escribiente del Estado Mayor, Wallmann, iba armado con su laúd, los españoles enseñaban los dientes en
una gran sonrisa, los enlaces y vigilantes miraban serios y dignos la cámara. Todos debían aparecer con el
casco de acero y el fusil, y Capa, hombre cuidadoso, organizó enseguida una pequeña escena de ataque:
una posición fascista imaginaria fue tomada al asalto varias veces victoriosamente: “¡¡Al ataque,
adelante, adelante!!”, en medio de un aterrorizador griterío lleno de enusiasta espíritu de combate. Capa

133
Helmut Dudde, Remscheid, cerca de Solingen, 1907. Era empaquetador de oficio y miembro del KPD y
de la Liga de Combatientes del Frente Rojo. En el 33, a causa de un tiroteo con miembros de las SA y las SS en su
pueblo, tuvo que huir: primero a la zona del Sarre, después a Holanda y finalmente a Francia. Vino a España en
noviembre del 36. Fue encuadrado en el Batallón Tschapaiev de la XIII y después en la XI Brigada, allí ascendió a
teniente, comisario político y jefe de un pelotón de la Compañía de Ametralladoras de Batallón Edgar André. En
marzo del 38, durante la caída del frente de Aragón, fue herido mortalmente entre Azaila e Híjar en un ataque aéreo.
No aparece en las listas de caidos, pero sí en el Libro de Honor de la XI Brigada.
251
:
estaba muy satisfecho con el resultado; afirmaba que, sobre la pantalla, un ataque real nunca jamás podía
alcanzar tal grado de autenticidad como la escena que acabábamos de rodar.
Apenas acabaron su difícil trabajo, se marcharon los dos hacia delante, a la línea del frente. La
cámara permaneció entretanto aquí. Las tomas en el frente se han de rodar mañana.
Gerda Taro me había regalado una cajetilla con diez cigarrillos americanos (Chesterfield); uno lo
tengo ahora en la boca, otro fue para Gusti, otro para Wolfgang, otro para Lambo. De otro también me he
tenido que desembarazar, pues Schaul vino de Valsequillo, donde el cotilleo de la llegada de los
reporteros ha llegado ya. Me encontró casi sólo en la casa –hasta el cocinero y los guardias se habían ido
todos -, él mismo se puso enseguida en camino. Olfateaba buen material para un número del periódico del
batallón.
Así que al final del día tuve tranquilidad y espacio para escribir sin interrupciones. Poco antes de
las 7 llegaron al Estado Mayor los tres prismáticos de trinchera y un telémetro a lomos de un mulo.
Cenaré aquí y llevaré los costosos instrumentos a la línea del frente cuando anochezca.

25 de junio de 1937
Ayer por la tarde, inmediatamente despué de llegar a la posición sobre las 9, fui con dos de los tres
prismáticos que Karl nos ha enviado, a la 2ª Compañía. En su difícil posición es la que más los necesita.
El capitán Bauer hizo venir enseguida al teniente Czaplicki y me agradeció la llegada de tan útiles
instrumentos, que yo había llevado como era mi obligación.
Antes de que pudiéramos ponerlos en posición, aumentó entre los fascistas la animación.
Empezaron a hacer ruido y a gritar, al final se hizo audible, por encima del general griterío de borrachos,
el sonido de las palabras gritadas a través del altavoz. Bauer había puesto a la compañía inmediatamente
en estado de alarma, las ametralladoras aguardaban prestas para disparar, estábamos expectantes en las
trincheras. Entonces del otro lado una voz en mal francés anunció la caída de Bilbao. Se estaba
transmitiendo un informe de la victoria fascista. Los gritos de alegría que remataban cada frase, eran
insoportables. Cuando el parlante dijo que a continuación caerían Valencia y Barcelona, Bauer mandó
hacer fuego. Inmediatamente las demás compañías empezaron también a disparar.
Entretanto se había hecho de noche. Los fascistas respondieron con disparos de ametralladoras y
lanzamiento de minas. Bauer corrió al puesto de mando de la compañía. Yo me abrí paso a través de las
trincheras hacia la derecha, para acercarme a mi acuartelamiento, que sólo podía alcanzar abandonando
las trincheras y corriendo unos 180 metros sin protección entre el fuego hacia la derecha hasta la 1ª
Compañía. Esperé que el fuego disminuyera. Pero el tiroteo iba a más. Las minas explotaban en su
mayoría detrás de nuestras trincheras. Estábamos cubiertos de tierra y suciedad, las ráfagas de
ametralladora silbaban cortantes por encima del borde de la trinchera; apuntaban bien.
No puedo negar que en los primeros minutos de un combate caigo en un estado de angustia que me
sobrecoge –y seguramente también a la mayoría de los hombres – cuando se inicia el fuego del ataque (o
en los minutos anteriores a él). Una horrible presión se me pone sobre el estómago y se apodera de mí una
rigidez que me dificulta la respiración y vacía mi cerebro de cualquier pensamiento. Me encogí en la

252
:
trinchera más de lo que sería necesario bajo el asqueroso zumbido de las balas. Los jóvenes camaradas
españoles que mantienen las trincheras ocupadas, me miraban. La luna había ya ascendido. Necesité un
esfuerzo de voluntad para ponerme derecho, siguiendo su ejemplo. Saqué el revolver de la funda del
cinturón, le quité el seguro y puse una bala en el cañón. El pequeño esfuerzo me resulto pesadísimo, mis
manos temblaban tanto que habían perdido toda su fuerza.
El tiroteo era cada vez más fuerte. Los fascistas empezaron a bramar. Esperábamos que en su
borrachera anímica causada por la victoria, que simultáneamente parecía estar acompañada también de
una borrachera alcohólica, intentasen saltar sobre nuestras lastimosas trincheras. Nuestras trincheras
ofrecían un buen blanco para lanzagranadas apostados a más altura. Entonces empezaron a estallar las
granadas de mano. Lanzaron cientos. Ninguna acertó en nuestras trincheras. Pero algunas rodaron hasta
casi su borde antes de explotar. La cosa se estaba poniedo fea. Tras nosotros caían las minas, delante las
granadas. Sobre nuestras cabezas los disparos de la infantería. El griterío de los fascistas iba a más. Yo,
en cambio, de minuto en minuto me sentía más tranquilo. Mi corazón empezó a latir con regularidad, mi
respiración se hizo más ligera, la mano con la que empuñaba el revólver dejó de temblar, mis
pensamientos volvían a fluir, claros y casi alegres. Conforme el fuego crecía, las granadas explotaban más
cerca y el griterío de los fascias resonaba más salvaje, mi miedo se transformaba en un –no puedo decirlo
de otra manera – casi embriagador sentimiento de placer. Me alegraba del esperado ataque de los
fascistas. Deseaba ardientemente que vinieran. Que se acercaran al cañón de mí revólver. El arma se
adaptaba ligera y segura a mi mano, agradable de empuñar. Dejé de estar encogido y medio paralizado en
el fondo de la trinchera, fui a lo largo de la fila y hablé con alegría y con potente voz para superar el
estruendo a los jóvenes camaradas españoles, y no había nada de tembloroso en mi voz. Ellos la oían y lo
notaban. Volvían la cabeza hacia mí y decían confiados: “¡No pasarán!”
Un enlace de Gusti saltó a la trinchera. Había tenido que recorrer el terreno descubierto y estaba
sin aliento. Orden para Bauer: mandar montar las bayonetas porque se puede llegar a la lucha cuerpo a
cuerpo. Le informo de que Bauer ya había recibido la orden, sobre cada uno de los fusiles brillan las
puntas de las bayonetas a la luz de la luna. Pero él corre cumpliendo su deber hasta el puesto de mando
para atender si Bauer tiene que darle algunas indicaciones para Gusti. Al cabo de un rato vuelve de nuevo
trotando por las trincheras. Antes de abandonar la protección me grita:
- Quédate tranquilo aquí agachado. A ti no te corre prisa. Yo tengo que pasar. - Salta de la
trinchera y desaparece entre las sombras de una encina que se levanta a unos 15 metros del borde de la
trinchera.
Realmente nada me urgía. Pero pensé: -Si tu puedes, amigo, puedo yo también.- Y salté fuera de la
trinchera, empujado por el puro orgullo, y corrí los 180 metros hasta el ala izquierda de la 1ª Compañía
entre el fuego. La concentración física me hizo bien; sentí mi cuerpo, me alegró poner en juego mis
músculos -¡ay!, tan desentrenados – al ir saltando agachado de encina en encina a través del silbido y el
estallido de las balas y el zumbido de las esquirlas de las minas. Llegué revitalizado al puesto de mando
de Gusti y trasmití telefónicamente, con la respiración perfectamente dominada, la información sobre el
motivo y el actual estado del tiroteo al Estado Mayor del batallón.

253
:
Tras un rato, el fuego fue cediendo. El griterío entre los fascistas fue enmudeciendo. A las 11 de la
noche todo estaba otra vez en calma.
Hoy por la mañana, muy temprano, me subí a mis puestos de observación. Los anteojos de
trinchera que quedaban fueron recibidos para su protección por el joven subteniente de la 3ª Compañía,
el que me había sido asignado como observador para ayudarme como oficial de información. El telémetro
que habían enviado a la vez lo monté con ayuda del camarada Josef, el que la Compañía de
Ametralladoras ha destinado al servicio de observación, sobre la colina en el sector de la 1ª Compañía en
la mejor posición posible, bien camuflado. Miré fijamente hasta que los ojos se me empañaron, pero no
pude percibir ninguna trasformación en la posición fascista. Por seguridad, dejé a Josef y al teniente de la
3ª hacer sus observaciones uno tras otro, tampoco ellos encontraron ninguna piedra fuera del sitio.
Después escribí mi primer informe para el servicio de información de la brigada: sobre el reparto
de los prísmáticos de trinchera, sobre la selección del observador responsable de cada compañía, sobre la
causa y el desarrollo del tiroteo de ayer por la tarde, sobre las bajas –afortunadamente escasas – de un
muerto y dos heridos leves en la 2ª Compañía y un herido leve en la Compañía de Ametralladora. En
cuanto a la moral en las compañías sólo tenía que informar de cosas buenas. Desde la visita de Kisch no
había reinado un ambiente tan alegre.

Mientras observaba, bramaban abajo,


en el valle, entre los matorrales, los más
feroces combates ante la cámara de Gerda
Taro y Capa, que habían vuelto muy
temprano a las posiciones, esperados
ansiosamente por los camaradas preparados
ya desde la tarde anterior. Nadie había visto
antes hombres tan bien afeitados en la
posición. La muchedumbre alrededor de
un par de espejos de mano desde buena
mañana se había convertido en agobiante
y las fuentes estuvieron llenas de cientos que
se fregaban mutuamente.
Nuestro dibujante Hans Quack ha
captado en un par de atractivos dibujos llenos
de humor los preparativos para recibir a
la “directora de cine”. En honor a la
verdad, hay que reconocer que esta vez la
sensación ha sido mucho más grande Los preparativos para recibir a la “directora de cine”

que cuando vino Kisch. Dibujo de H. Quack en “El batallón de las 21 naciones” de Alfred
Kantorowicz (Madrid 1938)

254
:
Los de la 2ª Compañía lamentaban, naturalmente, salir perdiendo en su posición, a la que desde
hacía días nadie se atrevía a ir. Gerda Taro oyó algo de esta interesante compañía polaca y no tardó ni un
minuto en echarse su cámara al hombro y, con reprobable exceso de valor, atravesar los peligrosos 180
metros sin cobertura a la clara luz del mediodía. Algunos temerarios la siguieron. Por suerte era la “pausa
del mediodía” y los fascistas parecían estar haciendo la siesta. Todo fue bien. Gerda Taro filmó
ampliamente las posiciones y a los camaradas de la 2ª Compañía. Ella y Capa permanecieron allí casi a la
fuerza hasta que anocheció. Después volvieron ilesos con sus películas hasta donde estaba aparcado su
vehículo en un cruce de caminos. No los volvi a ver.

Anotación en 1939: Poco tiempo después de esta visita su osadía, casi temeridad, ha resultado
fatal para la joven y simpática reportera. En situaciones muy críticas de la batalla de Brunete se la
encontraba en primera línea. No era sólo celo profesional lo que la hacía poner en juego su vida; la
joven, que procedía de ambientes burgueses y era políticamente inexperta, se había entusiasmado con
nuestra lucha tan sacrificada y con la camaradería y el espíritu consciente y libre de nuestros
combatientes voluntarios. Seguramente se identificó más con nuestra lucha - o posiblemente sea más
correcto decir, con nosotros -, por sentimientos que por conciencia política.
Probablemente creía que su aparición en la línea de fuego durante los peligrosos momentos de los
contrataques fascistas actuaba como una especie de bandera sobre nuestros combatientes mortalmente
cansados; que su encantador aspecto, su valor, su presencia, los encendería, y con ello empujaría a
hacer un esfuerzo extraordinario a las débiles y titubeantes líneas defensivas de nuestros agotados
cuadros. Es posible que hubiese también bastante romanticismo en su juego mortal – nadie la puede
censurar por su generoso y apasionado sentimiento -. En pocas palabras: en los últimos días de julio de
1937, cuando los fascistas enviaban sus furiosos ataques a romper nuestras débiles filas, a reconquistar
Brunete y no sólo a eliminar el resultado obtenido por nuestra ofensiva, sino también a convertirlo en
una derrota, Gerda Taro se metió, de pie sobre un tanque, en medio del fuego. Había montado su
aparato de filmar, esta vez no rodaba un combate preparado, sino una verdadera batalla en su punto más
caliente, y no se cansaba de exhortar a nuestra compañía a mantenerse firme. En medio del fuego de los
antitanques, el carro blindado en el que Gerda Taro iba subida hizo un brusco giro; ella cayó. La caída
fue tan desgraciada que la cadena del tanque le pasó por encima. También su aparato de rodar resultó
destrozado, sus tomas se perdieron.
El jefe médico de la XI Brigada, el famoso cirujano Dr. Jolly de Nueva Zelanda, la operó. La jefa
de enfermeras Annemarie, una de las más expertas y estimadas auxiliares de las Brigadas, la cuidó. Pero
enseguida se vio que no tenía salvación, sólo se podía aliviar sus últimos momentos. Ni siquiera como
inválida hubiese podido sobrevivir la hermosa y joven mujer. Los órganos internos estaban destrozados.
Se le dio la suficiente morfina como para que sus últimas horas fuesen soportables. El 1 de agosto de
1937 murió en el hospital de la XI Brigada en El Escorial. Era el día de su 26 aniversario.134”

134
Estos datos no coinciden con la realidad, aunque tampoco se alejan mucho de ella. En la biografía de
Gerda Taro (“Gerta Taro. Fotoreporterin im spanischen Bürgerkrieg”, de Irme Schaber,Jonas Verlag, Marbug, 1994)
255
:
Por la noche
Por la tarde festejamos por fin la fiesta del Richtfest135: la cabaña de Gusti está acabada. Este
invita a Lambo, a Wolfgang, a Lugesheimer, a Hermann, al comisario de la 3ª Compañía, a su enlace y a
mí después de comer a un cigarrillo en la nueva vivienda. Ha trabajado bien, es la cabaña mejor
construida de todo el sector. Lo examinamos todo con ojos de expertos. La situación, bajo una enorme
encina, está bien elegida, la pared de piedra a su alrededor es sólida, la entrada se encuentra bien cubierta
y el interior es una maravilla de habilidad artesanal, desde los camastros hechos con sacos de paja muy
limpios hasta el encofrado y la decoración hecha a base de fuertes estantes para armas, munición,
granadas de mano, un par de folletos y periódicos. Un retrato de Pasionaria adorna la pared del fondo, un
espejo de mano la pared de la derecha, sobre la bien construida mesa entre las dos literas, se halla un
mantel, y una bonita lámpara de petróleo realza la impresión de comodidad.
Gusti nos lía unos cigarrillos de un paquete de tabaco francés que su enlace ha ahorrado para las
grandes ocasiones. Aprovecho el momento para aportar como regalo los seis cigarrillos Chesterfield que
me quedan.
Hablamos, como es natural, de nuestros deseos y nostalgias más cercanas: el próximo relevo y el
éxito de nuestras armas aquí en España. También de cosas más lejanas: cómo será cuando todos nosotros
estemos de nuevo en Berlín o en Viena y recordemos la Sierra Mulva. Después ahondamos nuestros
recuerdos al azar, como siempre sin sentimentalismo, más bien con la aspiración de haber hecho en cada
caso lo que tocaba.
Wolfgang nos hace reír con anécdotas divertidas contadas en su dialecto del norte, nos relata cómo
en el campo de concentración –donde pasó18 meses -, siempre daba a los tipos de las SA o las SS la
respuesta conveniente que les obligaba a callar o a parar de darle palos. Lambo habla de su huida a través
de la frontera y de la penuria del exilio en París. El enlace de Gusti, que fue miembro de la Liga de
Defensa de la República de Ottakring136, nos informa ampliamente de la defensa de los bloques de
edificios para obreros llamados “Karl Marx Hof” en Viena durante los combates de febrero del 34, de la
huída -mejor sería hablar de una verdadera escapatoria – a través de la frontera checa, y del trato
humano dado por las autoridades y la población a los que huían.

se cuenta con gran detalle su accidente ocurrido el 25 de julio. Los siguientes datos son un resumen de lo que la
biografía cuenta en las páginas 184-186.
No iba en un tanque sino en un coche que llevaba heridos al hospital de El Escorial y en cuyos estribos se
habían subido ella y el periodista Ted Allan en la carretera hacia Villanueva de la Cañada. Un poco antes de
Valdemorillo se produjo un ataque de cazas alemanes e italianos en vuelo bajo que provocó una gran confusión en
la carretera por la que avanzaban. Uno de los tanques que rodaban por ella sufrió un balanceo y quedó atravesado
sobre la calzada. El conductor del tanque intentó enderezarlo. Gerda y Allan se agarraron al lado del vehículo en el
que iban mientras el coche trataba de esquivar el tanque, pero el tanque rozó el lado del coche en el que iba Gerda,
la arrancó del estribo y la arrastró, destrozándole con su cadena la parte inferior del cuerpo. Ted Allan salió
despedido al otro lado del coche, alguien tiró de él y lo protegió en un agujero. Cuando Allan volvió en sí a Gerda
ya se la habían llevado en una ambulancia. Ambos fueron ingresados en el Hospital británico de El Goloso en El
Escorial. Ella murió allí en la noche del 25 al 26 de julio. Ted se salvó pero no pudo andar bien nunca más. Gerda
Taro, cuyo nombre verdadero era Gerta Pohorylles, había nacido en 1910, iba a cumplir 27 años.
135
Ver nota 127
136
Distrito obrero de la ciudad de Viena al SE. de la ciudad.
256
:
También Gusti nos cuenta sus buenas experiencias del tiempo de su emigración en la hospitalaria
ciudad de Basilea, la cual para él, nacido en Baden, a una distancia de apenas una hora de carretera, se ha
convertido en su segunda patria137. Después Gusti nos descubre alguno de los 45 años anteriores a su
emigración. Fue llamado a combatir en la Gran Guerra cuando era joven, en el frente de Este fue hecho
prisionero y al ser liberado por la Revolución Rusa, se unió a los guerrilleros rojos. Allí aprendió a
montar a caballo maravillosamente bien - todo el batallón habla aún de cómo Gusti apareció un buen día
cabalgando en las montañas de Sierra Nevada sobre un semental árabe arrebatado a los fascistas, con
tanta habilidad que incluso buenos jinetes no salían de su asombro -. Cuando Gusti volvió a su patria
tras el final de la guerra civil rusa, estaba ya por mitad de la treintena o más, y había conocido todas las
formas de la guerra y de una guerra civil, desde como marchar en un desfile por los patios de los
cuarteles imperiales, pasando por el combate con armas pesadas de la Guerra Mundial y los campos de
prisioneros de la Rusia zarista, hasta las luchas guerrilleras contra los cosacos. Esto explica cómo es
posible que el maestro ebanista de Freiburg im Breslau de 48 años, físicamente más bien insignificante,
pueda ser uno de los más hábiles, experimentados y duros oficiales de nuestra brigada.
Sobre las 11 nos molestan los fascistas. Empiezan otra vez a chillar por sus altavoces. Gusti se va
corriendo al puesto de mando y manda hacer fuego. El altavoz enmudece inmediatamente. Los fascistas
no responden al fuego. Esperamos un rato. Todo sigue en calma.
A medianoche me acuesto al aire libre para dormir al fresco.

26 de junio de 1937
A mediodía llegó a nuestra posición el intendente del batallón, teniente M..., un austriaco. Presidida
por Ewald hubo una charla entre M... y los comisarios de las compañías sobre la siempre enojosa
cuestión de los abastecimientos. El actual estado de la alimentación no es suficiente para mantener a los
camaradas con todas sus fuerzas y en un ambiente relajado. A las 6 de la mañana hay un cuarto de litro de
café negro (compuesto en un 80% de cereales y en un 20% de verdaderos granos de café) y una libra (1/2
quilo N.d.T.) de pan por cabeza, que han de durar 24 horas. Se trata del pan español que se hace casi sin
levadura. A mediodía recibimos una ensalada de verdura (que sería satisfactoria, todo lo más, como
acompañamiento de una potente comida a base de carne) y después pasan nueve horas antes de que llegue
la cena a la posición, una ración de garbanzos acompañada por un par de pequeños trozos de carne en el
mejor caso. Semanalmente se reparten alrededor de 65 gramos de margarina por hombre y cada diez días
unos 100 gramos de mermelada bastante mala. Es poco. La privación se agrava por el estricto
racionamiento del agua hervida y el vino y la casi completa falta de cigarrillos.
No, esto no nos basta. Y el cansancio pscicológico encuentra en el tema de la comida una
circunstancia en el que poderse desahogar. Se le han hecho muchos reproches a nuestro intendente. Ewald
hizo lo más inteligente: llevó al mismo intendente a la posición y allí éste tuvo que explicar y demostrar
que la intendencia no estaba en condiciones de dar más de lo que recibía.

137
Sobre Gusti Stöhr, ver nota 62.
257
:
Esta confianza en el buen sentido de los camaradas era correcta. Además de los comisarios y jefes
de compañía, rodearon al intendente durante su presentación de cuentas tambien algunos jefes de pelotón,
los sargentos de la compañía y una parte de los hombres libres de servicio. M... presentó las cuentas a
fondo. Amplió ante los camaradas la lista de las raciones recibidas, demostró fehacientemente cuantas de
sus propias iniciativas habían sido hechas para mejorar el abastecimiento del batallón en lo posible.
Aseguró expresamente que ni la intendencia de los batallones ni los Estados Mayores “organizaban” para
sí mismos raciones extra. Finalmente dio a entender que en los próximos tiempos, tras la recogida de las
cosechas, las raciones aumentarían y se mejoraría un poco la calidad de la comida. Todas estas
explicaciones fueron traducidas por los circundantes expertos en lenguas en ronca voz baja para sus
camaradas españoles, checos, holandeses, húngaros, noruegos....
Sus exposiciones fueron convincentes. Los camaradas que controlaban el tema se inclinaron ante
las duras realidades. Un austriaco dijo resignado: - Si no hay nada, nada se puede exigir. Somos una tropa
antifascista, podemos ganar también con la barriga vacía.
Parecía que esto expresaba el convencimiento de todos los demás. Tras la comprobación muy a
fondo de los datos y exposiciones de M... todos se dispersaron pacíficamente (y hasta, en cierta medida,
satisfechos).
Ahora, en las horas del máximo calor del mediodía, me siento a la sombra de la cabaña de
Schustermann y de vez en cuando levanto la cabeza de mi diario porque algo se mueve. Son lagartos que
corretean ligeros por la pared. No parece que tengan miedo. Puede ser que Schustermann les haya dado
confianza a fuerza de largas horas de inmovilidad. Hay que evitar cualquier movimiento brusco. Con el
mayor cuidado acerco la punta del dedo a uno de estos habitantes de la cabaña, son de tamaño mediano y
de un brillante color entre verde y marrón. El animalillo me observa atentamente, se aleja un par de
centímetros y como yo voy acercando mi dedo con paciencia, se queda quieto y se deja acariciar. No sé
explicar por qué, pero me llena de una gran satisfacción interior que se deje acariciar, que no huya.
Con la ración del mediodía han llegado rumores completamente absurdos: ¡vamos a ser relevados
hoy mismo! De risa. De dónde proceden tales cotilleos –a veces fundados y la mayoria de las veces
infundados –es algo que nunca se puede averiguar a fondo. Parece que se esparcen con el polvo que el
viento nos arroja en remolinos. Los “sensatos” sonríen: otro rumor; no nos ha de hacer perder el
equilibrio conservado con esfuerzo. Pero hay como un gancho en ello, un garfio que enseguida se enreda
y que es doloroso desenganchar; también los “sensatos” lo siente sonriendo, aunque no lo confiesen,
ellos también creen cada vez: esta vez, a lo mejor, podría haber algo de verdad en ello, ¿acaso está
completamente excluido?
¡Al diablo el rumor y los que lo difunden! Las esperanzas frustradas son más difíciles de soportar
que las dificultades conocidas y crecientes del día a día.

Por la tarde
El rumor eta vez es persistente. Me persigue hasta el puesto de observación. Cuando estaba en él,
Wolfgang se me acercó lentamente por detrás de la pared de piedra del puesto con un gesto de finguido

258
:
desinterés y se manifestó de la siguiente manera:
- ¡Qué, Kanto, pronto tendrás que inspeccionar alguna otra posición!
Me quedé mirándolo; me irrita a veces su cara espabilada y astuta, siempre a punto para reír:
- Vaya... ¿A ti también te gustan los rumores? -le pregunté.
Se rasca suave y pensativamente su pelambrera rubia:
- Sí..., ¿sabes Kanto? Hoy hace doce semanas que estamos aquí tomando baños de sol. En la noche
del 3 al 4 fuimos emplazados sobre Valsequillo; repasa la cuenta tú mismo, a ver si es cierto.
- Será cierto, si tú lo has contado. Pero, ¿dónde está escrito que no podamos mantener la
tranquilidad aún una treceava y catorceava semana en este amable paisaje?
- No se trata de eso, es que hemos de entrar en combate en algún sitio de nuevo el 4 de julio.
El observador de la Compañía de Ametralladoras, que está conmigo delante del telémetro y lo ha
oído, murmura detrás de su barba de lo menos cinco semanas:
- Pero si ahora ahora hay calma... ¿El día 4 otra vez en combate...? No puede ser de ninguna
manera.
Wolfgang levanta las finas cejas, lo que enseguida presta a su expresivo rostro una expresión de
desconcertado asombro:
- ¿No puede ser de ninguna manera? - Y vuelve a poner su cara normal.
- Ya ha sido. El 27 de marzo fuimos relevados de Pitres y el 4 de abril estábamos en la mierda de
Valsequillo. Y disculpa la fea palabra respecto a Valsequillo.
De nuevo se dirige a mí:
- ¿Sabes?, algo nos pasa con el 27. El 27 de diciembre delante de Teruel, el 27 de enero relevo del
frente de Teruel y el 27 de marzo salida de las posiciones en las montañas. A lo mejor ahora nos vuelven
a salir las cosas igual de bien. Mañana es 27 de junio. La verdad es que soy supersticioso. Tú dirías Kanto
que soy un místico de los números. Porque tú eres un ilustrado. Y seguro que, de hecho, me tienes una
cierta antipatía... ¿no?
Desaparece antes de que haya encontrado las palabras justas para expresarle que, al contrario,
siento una cierta debilidad por él, que es un tipo muy sensato y lleno de humor.
Cuando más tarde, a mediodía, volví colina abajo, encontré a Lambo ocupado en acabar una carta
para su joven esposa que está en Murcia. Me dijo:
- Le he escrito, pero no voy a enviar aún la carta. A lo mejor se la puedo dar personalmente pronto.
Durante la comida no se habló de otra cosa más que del previsto relevo. Nadie podía decir de qué
noticias concretas procedía semejante convencimiento –que esta vez ya lo era-, pero cada cuarto de hora
se reforzaba la creencia en él, si bien entretanto nadie que hubiese podido confirmar la novedad había
llegado a la posición. Hasta se veía ya a algunos camaradas empaquetando sus bártulos.
Finalmente no me pude aguantar más y llamé –arriesgándome a que se riesen de mí- al Estado
Mayor del batallón. Julius Lackner dijo que no había aún nada, pero lo dijo en un tono como si él mismo
estuviese igualmente convencido de que en las próximas 24 horas nos marcharíamos. Yo insistí y me
pidió que esperase un momento al teléfono. Percibí a través del auricular jaleo de voces, después se puso

259
:
Ewald al aparato y me encargó de parte de Brunner que –aunque aún no había nada decidido-, hoy por la
tarde en todo caso me fuese con todas mis cosas al Estado Mayor del Batallón. Gustí también debía ir. Por
si acaso, la cerdita “Franco” ha sido sacrificada hoy por la tarde.

Estado Mayor del batallón, 27 de junio de 1937


Cuando Gusti y yo entramos ayer por la tarde en el Estado Mayor del batallón, aún había concurso
de adivinanzas sobre cómo se haría el cambio esperado. Pero de lo que no quedaba ninguna duda era de
que el cambio era de esperar. Tampoco nadie en el Estado Mayor podía decir en qué concretas
informaciones se fundaba el general convencimiento de que nuestra guerra de posiciones en la Sierra
Mulva se había terminado.
Brunner se había ido al Estado Mayor de la brigada para pedir información. Volvió poco antes de la
cena y trajo la noticia de que no nos teníamos que marchar de estos parajes sino que en los días
siguientes, tendríamos que ocupar las posiciones de la VIª Brigada, ya que era la VIª la que iba a ser
relevada. Nos pareció una misión casi imposible para nuestras fuerzas numéricamente débiles y agotadas.
Pero por más antipática que fuese esta noticia, no hizo decaer el buen ambiente; en realidad, nadie la
creyó del todo verdadera. Y, de hecho, dos horas más tarde se nos dijo por teléfono desde el Estado
Mayor de la brigada que debíamos trasmitir al batallón la orden de estar a punto para marcharse,
posiblemente aún esa misma noche, ya que no éramos nosotros los que íbamos a relevar a la VIª sino al
revés, ella nos tenía que relevar a nosotros.
Los que tenían que instalar a la VIª llegarían a lo largo de la noche y emprenderían
inmediatamente la inspección de las posiciones de la línea del frente. La VIª a su vez estaba aguardando a
los que tenían que aposentar a la otra unidad española que ocuparía sus posiciones.
Gusti volvió a la línea del frente con la información –por cierto sin haber probado el asado de
nuestra cochinilla “Franco” que ya había sido sacrificada pero que, con las prisas, aún no estaba a punto
para ser asada-. Todo el mundo se lamentaba de que, si se tenía que llevar a cabo el relevo la misma
noche, el exquisito bocado tan cariñosamente cuidado se iba a tener que dejar atrás sin haberlo
saboreado...
Yo tenía que esperar en el Estado Mayor para conducir a la posición a los esperados aposentadores
del batallón que nos iba a relevar. Nos repartimos el tiempo de espera lo más alegremente posible,
cantamos nuestras canciones agrupados en torno a Wallmann, y volvimos después a casa para bebernos
agradablemente las penúltimas botellas de Brunner entre animadas conversaciones, recuerdos y ensueños
tejidos en voz alta sobre el próximo periodo de descanso.
Así llegamos a la medianoche y los aposentadores de la VIª seguían sin aparecer. Las llamadas al
Estado Mayor de la brigada no dieron resultado; tampoco allí sabía nadie nada de dónde estaban los que
debían instalar a la VIª, ni si iban llegar esa misma noche. Con esto la impaciente esperanza de ponernos
en marcha al día siguiente quedaba invalidada, pues el relevo del batallón duraría por lo menos 5 horas y
tenía que realizarse completamente antes de que amaneciese; esto, estando ya a medianoche, era ya
imposible.

260
:
Pero no nos desalentamos y dimos aún dos largas horas a la esperanza de que llegasen los de la VIª.
No fue tiempo perdido pues resultó que Brunner se puso a hablar y la historia de su vida era digna de
oírse. Yo me dediqué aplicadamente a tomar datos en apuntes, que completé a base de preguntas y que
hoy por la mañana he verificado con el mismo Brunner.
Brunner es hijo de un tipógrafo, creció en la democrática ciudad de Basilea, en la buena tradición
liberal de su casa paterna. El padre estaba organizado sindicalmente, pero no era un hombre activo
políticamente más allá de defender los principios que entonces dominaban en sus círculos, naturalmente
liberales y democráticos.
El inquieto joven con 16 años ya no aguantaba en su casa; antes de haber acabado su formación
como mecánico ya rodaba por el Sur de Alemania y por Francia y allí se enroló como carbonero en el
puerto de El Havre en un vapor ingles que zarpaba para ir al Brasil. Allí desembarcó.138
Eso pasaba en 1912. Muchos suizos emigraban entonces a ese país enorme y de rico futuro. Mucho
se les había prometido a los colonizadores espabilados.
El joven Otto Brunner fue a la selva con un grupo de tales emigrantes suizos, allí trabajó como
leñador y vaquero, y después como administrador de una pequeña comunidad de colonos. Pero las
promesas no se cumplieron. Faltaron las semillas. Los colonos pasaban hambre. El indómito joven, a
pesar de que estaba prohibido, mató a tiros a 19 bueyes. Los colonos pudieron comer pero él se tuvo que
marchar. Se le envió con saludos y recomendaciones a otra colonia de sus paisanos en Brasil. Un año
permaneció allí. Pero después algo le empujó de nuevo. No tenía aún 19 años y quería ver más mundo
antes de asentarse.
Volvió a embarcarse, esta vez en barcos comerciales norteamericanos. En 1917 entró en la marina
de guerra norteamericana, primero como aprendiz de marinero, después cabo de marinería y finalmente
oficial de cubierta en un crucero auxiliar americano.
Bastante tiempo después de noviembre de 1918, fecha del armisticio, cuando ya hacía tiempo que
se había proclamado la “paz” – no se puede escribir esta palabra sin ponerle comillas – para el crucero
auxiliar americano en el que cumplá su servicio el oficial de cubierta Otto Brunner, que entre tanto había
obtenido la nacionalidad norteamericana, la guerra seguía adelante a su manera: como negocio. La
especialidad de este crucero era suministrar armas y municiones al ejército contrarrevolucionario de los
rusos blancos de Koltschak en Siberia. También servía como transporte de tropas de vez en cuando. El
oficial de cubierta organizó la resistencia contra ello. Posiblemente no era muy consciente de lo que le
movía pues su instrucción política en aquellos momentos apenas había empezado; más bien le empujaba
un sentimiento juvenil de rebelión que se sublevaba contra el hecho de prestar ayuda a los que ahogaban
la revolución en Rusia, cuyas consignas sociales conmovían al mundo. Organizó una huelga que se
consideró un motín. El crucero auxiliar estaba en medio del océano Pacífico y Brunner consiguió
rocambolescamente huir a una de las pequeñas islas holandesas del Sur de Pacífico. Desde allí, como
marinero en un barco holandés, volvió a Europa. Era el año 1921.

138
Su biografía en el Dicc. Vols. Suizos (ver nota 49) dice que la emigración al Brasil fue con toda su
familia en 1913.
261
:
Vivió un tiempo como mecánico en Suiza. Pero nada le ataba a su patria. En 1922 volvió a viajar a
Brasil y con él fue una joven y rubia mujer de Viena, que desde entonces compartió su tormentosa,
peligrosa y combativa vida.
Trabajó como mecánico algún tiempo en Sao Paulo y después se internó en la selva. No muy lejos
de la frontera con Paraguay fue administrador de un gran asentamiento de colonos y ganaderos.
En ese tiempo Brasil fue sacudido por agitaciones revolucionarias. El oficial Carlos Prestes se
había convertido en la cabeza de los revolucionarios, parte del ejército le apoyaba. Pero la mayoría del
capital extranjero estaba del otro lado y el levantamiento fue aplastado. Para escapar a su total
desaparición, Carlos Prestes empezó con su pequeña tropa la legendaria marcha a través de la selva hasta
los límites del gigantesco país. Allí, cerca de la meta, fue rodeado. Un ejército del gobierno mucho más
fuerte que su agotada y casi desarmada tropa, le cortó el camino.
Y allí, en la selva virgen, cerca de la frontera paraguaya del enorme país, encontró Otto Brunner a
Carlos Prestes. Dos luchadores por la libertad se encontraron. Brunner convocó a sus hombres, unos 250
suizos y alemanes, leñadores, muchachos duros. Y ellos, que conocían todos los caminos de la selva,
auxiliaron a la pequeña tropa de Prestes. La única línea de ferrocarril fue volada por ellos y salvaron del
cerco a los que quedaban de la heroica banda. Los derrotados revolucionarios atravesaron la frontera. La
valiente empresa, a la que ni siquiera sus enemigos pudieron dejar de admirar, encontró un final digno de
elogio.
Pero Brunner tuvo que huir. Le siguió su valiente mujer. Se mantuvieron largo tiempo escondidos.
Después el Gobierno brasileño decretó una amnistía. Brunner trabajó un año como mecánico en Sao
Paulo. En 1927 regresó a Suiza. Los años de peregrinar habían terminado. ¿Terminado?
Brunner trabajó en Zúrich como mecánico, se afilió al sindicato y aprendió, aprendió a entender y
formular lo que hasta ese momento siempre había surgido de él como un sentimiento recalcitrante. No
tiene temperamento para un trabajo de oficina o, mejor dicho, tiene demasiado temperamento. Su fuerza y
sus capacidades no se desarrollan en el análisis crítico y preciso – no es un intelectual (lo cual para él no
es motivo de ni de honor ni de reproche), no es tampoco ningún estratega de la lucha política (ni tampoco
de la militar); no sé ni siquiera si es un organizador. Pero una cosa es cierta: es un destacado “troupier”139,
en el sentido literal y figurado de la palabra.
Cuando vino a España a principios de noviembre del 36, fue encuadrado en la recién formada XIII
Brigada. Muchos camaradas ya le conocían, no sólo los suizos, también numerosos emigrantes a los que
había ayudado durante su estancia en Suiza. Ellos le propusieron como comisario del 8º Batallón
internacional, que después se llamó Tschapaiev. Como comisario de este batallón estuvo en la primera
batalla de Teruel y en medio del combate tomo el puesto del anterior comandante, hombre débil que
perdió los nervios en los primeros enfrentamientos. Para sucederle como comisario fue nombrado Ewald,

139
“Troupier”, según el “Wahrig Wörterbuch” (nota 54), es el “oficial que ha servido largo tiempo entre la
tropa, nunca en altos cargos, y por ello se ha convertido en un típico militar experto y práctico.” Basándose en las
actitudes y expresiones de Brunner que el mismo Kantorowicz describe a lo largo de la obra, se puede deducir que
se trataba de un tipo bebedor, rudo, malhablado, irreflexivo y violento, pero a pesar de todo –o tal vez por ello-
querido por sus soldados. Se politizó tarde y fue un estalinista convencido (nota 49).

262
:
que ya se había ganado la confianza de todos sus hombres por su sangre fría, su resistencia y su
camaradería como comisario de la 1ª Compañía de este batallón.
Desde hace 6 meses Otto y Ewald dirigen juntos su batallón; esta es una de las particularidades de
este batallón, que desde los primeros combates han permanecido a su cabeza el mismo comandante y el
mismo comisario. Un caso único en las Brigadas Internacionales, en las que por muerte, heridas,
destitución, ascenso, cambio de servicio, cambio de unidad o de lugar, etc...los mandos se renuevan sin
parar. ¡Un caso feliz!
Otto y Ewald conocen su batallón, a cada oficial y a cada hombre; saben lo que vale cada uno,
dónde y cómo se puede utilizar cada cual. Esto es ya una ventaja notable. Y se completa con otra: que
todos los hombres del batallón también conocen a su comandante y a su comisario, y saben lo que pueden
esperar de ellos. Se han probado unos a otros en varias docenas de batallas y en las más diferentes y
peligrosas circunstancias. Todos saben que pueden confiar en el otro. Esta atmósfera de confianza
incondicional entre camaradas que se da entre la jefatura y los hombres, la vengo percibiendo desde que
llegué. Da fuerza y seguridad, uno se siente protegido inmediatamente por ella. La mutua confianza es
también la explicación de todos los asombrosos servicios realizados hasta ahora por este batallón de
primera línea y también la garantía de futuros hechos.
Esta relación de mutua confianza no se habría desarrollado tan rápidamente y tan sin roces, a pesar
de la continuidad de la dirección y de las cualidades de ambos jefes, si entre las personalidades del
comandante y del comisario no hubiese existido una evidente contraposición. La suerte fue que ambos se
complementan magníficamente y muy pronto fueron amigos inseparables. La sangre fría tranquila y
equilibrada que Ewald conserva incluso en los momentos críticos, aparece como un contrapeso natural al
temperamento sanguíneo de Otto.
Veo a los dos delante de mí, rodeados de oficiales de su Estado Mayor, en la gran habitación
campesina. Otto se ha arremangado (ahora que ya sé su historia entiendo también de donde procede su
tatuaje de la cabeza de una muchacha india sobre su musculoso brazo derecho). Fuerte, pletórico, cuenta
el resumen de su vida en el fuerte alemán propio de Zúrich, y marca ciertos momentos golpeando con su
puño como un martillo sobre la mesa: - ¡Dios me condene!
A su lado Ewald parece casi delicado aunque durante mucho tiempo haya arrastrado sacos y cajas
de cien quilos de peso como descargador en Berlín. Rubio casi pajizo, parpadeando con sus ojos miopes y
acuosos, permanece sentado escuchándolo todo atentamente. Domina el arte de callar y oír. Sólo de vez
en cuando controla discretamente con una palabra sensata dicha en voz baja el burbujeante temperamento
del amigo.
La razón para tales confidencias fue la carta de un amigo suizo recibida hace poco. En ella se podía
leer que un tribunal suizo había condenado a Otto Brunner a 15 meses de cárcel por haber participado en
España en la lucha del pueblo español. Los señores jueces de la Confederación han desenterrado una vieja
ley que prohíbe a un suizo servir en un ejército extranjero. Esta ley olvidada, no aplicada desde hace años,
sólo se puede aplicar a los voluntarios que combaten aquí interpretando con mucho atrevimiento los

263
:
hechos, pero ha sido aplicada por los jueces de su patria en la persona de Otto Brunner140. Esta “política
de no intervención” se ha convertido en el más poderosos aliado de Franco y el más terrible enemigo del
gobierno legal y del pueblo español.
Bunner truena: - ¡No somos mercenarios, maldita sea! Si lo fuésemos, los señorones de Berna
estarían muy callados. Pero como nosotros, precisamente nosotros, hacemos honor a la vieja tradición
liberal suiza, eso ya no les encaja. Ya nos pueden juzgar todo lo que les dé la gana. Si volvemos alguna
vez a Suiza, el buen pueblo suizo nos sacara incluso de las cárceles. -Y esto, dicho en su suizo-alemán,
suena mucho más fuerte que si se dice en alemán corriente.

Hace horas que estoy solo de nuevo. Todos los demás se han ido a primera línea para despedirse de
las posiciones que desde hace tres meses han visto rezumar nuestras gotas de sudor y de sangre. Tengo
que esperar aquí hasta que lleguen los que han de instalar a los que nos sustituyan. Para controlar mi
intranquilidad es buen remedio ponerme a escribir.

Ya es más de mediodía y ningún aposentador se ha dejado ver. Las llamadas a Karl me aseguraban
su llegada en algún momento de la tarde o de la noche. En cambio el que sí pasó por aquí fue Jensen,
justamente cuando acababa de poner punto final a mi descripción de Brunner. Me preguntó qué es lo que
seguía escribiendo y le confesé que había tomado apuntes de la narración de Brunner. Sólo me comentó: -
Sí, tiene una vida aventurera tras de sí.
Me quedé dudando. En este contexto no me gustó el adjetivo “aventurera”. Y así le aclaré a Jensen
– y aún más a mí mismo -, que precisamente en las vidas de muchos camaradas me impresiona la
aparente contradicción que existe entre muchos hechos de sus biografías, que parecen altamente
aventureros, y el hecho de que todos los que estamos aquí – aparte de pocas, inadecuadas e inadaptadas
excepciones – somos lo contrario de aventureros.
Jensen encontró este escrúpulo excesivamente sutil y opinó que se trataba solamente de una
cuestión de terminología, ya que, en su opinión, ser aventurero y tener conciencia revolucionaria no se
requieren mutuamente de ninguna manera, ni tampoco se excluyen necesariamente.
Le contradije con decisión, sin encontrar al mismo tiempo las fórmulas que delimitasen
exactamente mi pensamiento; mis esfuerzos por clarificar estos conceptos eran más bien esfuerzos por
aclararme yo mismo con ellos.
Yo le argumentaba. - ¿Cómo vamos a tener esta cualidad de aventureros, o cómo vamos a
conservarla en nuestra difícil vida de lucha por la libertad y la justicia social en la que estamos
implicados. Cómo vamos a ser aventureros precisamente nosotros, que nos mostramos ante el mundo con
una actitud seria, razonada y reflexiva y con una conciencia extremadamente responsable, cualidades
éstas que cada vez se hacen más marcadas y conscientes durante nuestra difícil, sacrificada y peligrosa
existencia de vanguardias de este combate?
140
Esta ley no se le aplicó sólo a Otto Brunner, sino a todos los suizos que combatieron en España. Suponía
penas de algunos meses de cárcel que no siempre se cumplieron y la privación por cierto tiempo de los derechos
políticos. A Brunner se le condenó a 6 meses de cárcel, no a 15. Carezco de datos sobre si los cumplió.
264
:
Jensen rompe a reír:
- Deduces de ti mismo lo de los demás -dice-. No todo el mundo se calienta tanto la cabeza como
tú. Un poco de ligereza, un poco de gusto por la aventura no le hace ningún daño a nuestra lucha.
- ¡No! – afirmo yo -, no hemos venido aquí a luchar por el placer de la aventura, y no podríamos
satisfacer este gusto aquí, en estas condiciones, ni siquiera un mes si sólo fuésemos aventureros. El que
haya venido aquí con esa falsa idea, se ha separado de nosotros como una gota de lluvia de una piel
aceitosa.
- Hay – sigo diciendo tras un corto silencio -, conceptos que no se deben mezclar, ni supervalorar
ni infravalorar; la confusión de ideas ya es bastante grande y sólo es útil para los enemigos, para los que
sacan su provecho de cada error nuestro. Tal vez el concepto de aventurismo es la línea divisoria entre
nosotros y los mercenarios que siempre están al otro lado. Tomemos como ejemplo los hombres de los
“Freikorps”141 que combatían en el Báltico. Seguro que había entre ellos buenos chicos, la mayoría serían
valientes, pero entre ellos y nuestra presencia aquí está la frontera de nuestra conciencia. Ellos no saben
para qué luchan; nosotros sí lo sabemos. Ellos eran mercenarios buscadores de aventuras; nosotros somos
combatientes por la libertad.
En este punto Jensen me respondió muy correctamente que una gran parte, si no la mayoría, de los
que luchaban en el Báltico lo hacían por metas muy concretas y egoístas; de hecho, por la propiedad de la
tierra que el gobierno letón les había prometido. Le tuve que dar la razón, pero pensé que estos
“soldados” que esperaban el botín en forma de tierras, no eran un buen ejemplo para la definición que yo
tenía ante los ojos y no acababa de saber expresar; su caso estaba claro y casi se podía considerar como
decente comparado con el monstruoso autoengaño de aquellos otros que se tapaban con una manta
ideológica para tapar su contrarrevolucionaria cualidad de mercenarios.

141
La historia de los Freikorps (ver nota 64) en el Báltico es complicada. Al acabar la Iª Guerra Mundial se
formó en el Báltico un “Ejército Nacional del Báltico” compuesto por voluntarios báltico-alemanes del antiguo
imperio alemán, más letones y rusos, con el fin de combatir contra las tropas bolcheviques en favor de la
independencia de Letonia. De estas luchas surgió, efectivamente, la república de Letonia que firmó un tratado de paz
con la URSS en julio de 1919. Entonces el ejército nacional del Báltico se convirtió en ejército letón y todos los
alemanes fueron despedidos. Esos alemanes –sumamente conservadores y rabiosamente anticomunistas- no
aceptaron su desmovilización y se agruparon en “cuerpos libres” o Freikorps, que ocupaban los territorios al sur de
Riga. Aunque durante el verano del 19 Francia y Gran Bretaña (la Entente Cordial) presionaron para que esas
tropas alemanas abandonaran Letonia y Lituania, la mayoria de sus voluntarios no quiso volver a Alemania, donde
no tenían futuro debido al paro y a la supresión del ejército alemán al final de la Gran Guerra. Además confiaban en
que la misma Entente, junto con los nuevos estados de Letonia y Lituania y los rusos blancos, acabasen atacando
San Petersburgo y Moscú. Eso no ocurrió y los deshaucios de alemanes siguieron.
El cuerpo de Freikorps más potente era “División de Hierro”: 16.000 hombres mandados por Joseph
Bischoff, que se negó totalmente a abandonar las tierras del Báltico y rompió completamente con el gobierno
alemánde la República de Weimar. En agosto del 19 los Freikorps se juntaron en una “Legión Alemana”, mandada
por Paul Siewert. Sin duda muchos de estos “soldados” querían tierras, pero su finalidad principal era atacar la
URSS pues, como se ha dicho, eran visceralmente anticomunistas. Su intención era avanzar hacia el Este contra la
URSS, plan que no pudieron realizar por razones militares y políticas. Es más, la Entente presionó al gobierno
alemán para que les obligase a volver a Alemania. En diciembre del 19 fueron desmovilizados, la débil Republica
de Weimar no sólo los admitió sino que también los amnistió –pese a sus reiteradas desobediencias y a que los
Freikorps la odiaban a muerte porque la culpaban de capitular ante los vencedores de la guerra-, pero se les
prohibió tener cargos en el ejército alemán, que, por lo demás, era casi inexistente. Los viejos Freikorps del Báltico
o Baltikumer se sintieron traicionados y fueron un permanente foco de paramilitares nacionalistas,
ultraconservadores, violentos y provocadores, tolerados e incluso protegidos por el gobierno de Weimar como
defensa contra el comunismo. Un claro precedente del nazismo.
265
:
- Tenemos –añadí -, toda una literatura sobre esta cuestión; hay libros, ni siquiera mal escritos, en
los que estoy pensando: los de Ernst von Salomon, Schauwecker, Friedrich Wilhelm Heinz y otros. En
ellos se encuentran notables testimonios de la confusión de ideas, artificialmente alimentadas, que tan
excelente resultado ha dado a Hitler y sus iguales. Precisamente porque todos estos escritores se
esfuerzan tanto en darle sentido a esa lucha de mercenarios, queda claro que no hay ningún sentido en
ella, es simplemente absurda.
Algunos lo arreglan diciendo que el sentido de la lucha está en la misma lucha: la lucha por la
lucha, como el arte por el arte. Un ejemplo especialmente bonito y evidente de Ernst von Salomon en
“Los proscritos” se me ha quedado en la memoria. Tras el asesinato de Rathenau142 en el que él participó,
encontró Salomón en la cárcel a un viejo camarada del Báltico, un suboficial llamado Schmitz, que
entretanto se había hecho comunista y había luchado en la zona del Rhin. Salomon le preguntó si en el
Frente Rojo había más movimiento que en el Báltico. Y el hombre respondió tranquilamente: - Aunque
no hay más movimiento, hay más sentido.- Me parece característico de esta gente que Salomón lo pueda
contar y sin embargo no sacar de ello ninguna consecuencia.
Jensen, que apreció la observación de Salomon, objetó que el mercenario en cuestión, el tal
suboficial Schmitz, se había encuadrado después en nuestro frente, en lo que se podía ver que el hecho de
ser soldado de fortuna, no es totalmente incompatible con un posterior acercamiento a nosotros.
Le llamé la atención también sobre otro punto de vista, cómo este hombre, como muchos otros de
su misma procedencia, se fue alejando interiormente de las características del mercenario cuando empezó
a buscar el camino hacia nosotros, y cómo, sin duda, ha tenido que revisar también en lo exterior su
actitud al luchar después en nuestras filas.
Jensen lo corroboró. Los mercenarios no tienen ningún papel en nuestras filas, naturalmente. Por el
contrario no estaba aún convencido de que la tendencia a la aventura sea incompatible por lo menos con
un cierto camino común. Después volvió otra vez a la cuestión del sentido de la lucha que los
combatientes del Báltico se habían propuesto. – en el caso de que se hubiesen propuesto alguna cosa-. Se
preguntaba si no habrían luchado por un oscuro e inconsciente, pero también sincero sentimiento
patriótico, si ellos no habrían creido también que con su lucha servían a Alemania.
Le apoyé en esto vivamente. Claro que sí, muchos de ellos habrían sido buenos creyentes y
“Alemania” era la base sobre la que se apoyaban permanentemente tan pronto como se la sacaba a relucir
en sus escritos y en sus conversaciones. Pero esta “Alemania”, tras la cual les gustaba atrincherarse para
justificar sus horribles carnicerías de trabajadores alemanes, era una quimera, una bamboleante e
irracional imagen de sus deseos soñados vagando en el espacio vacío, fuesen estos sueños la revolución

142
Rathenau era representante de la gran burguesía industrial alemana, judío, muy rico, culto y liberal.
Ejerció varios altos cargos en el Gobierno de la República de Weimar, entre ellos el de Ministro de Asuntos
Exteriores. Como tal tuvo que firmar una serie de tratados –como potencia perdedora- después de la derrota de
Alemania en la Gran Guerra, entre ellos el de Rapallo con la URSS en 1922. Su deseo, además de normalizar la
situación de los judíos, era pacificar el país y relanzar la economía –por ejemplo con inversiones en la URSS-. La
firma del tratado con “los bolcheviques”, fue demasiado para los ultranacionalistas que lo asesinaron en 1922. Esta
época de entreguerras, de terrible inflación y absoluta miseria para unos, de enriquecimiento para otros, de vida
cultural extraordinaria y enfrentamientos sociales y políticos tremendos entre comunistas, socialistas y nazis...-
aparece claramente reflejada en la novela de Arthur Solmssen “Una princesa en Berlín”.
266
:
para unos, la restauración para otros, el antibolchevismo para el de más allá y para cada cual “escuela
para la lucha contra Occidente”.
-Tú ya sabes que yo, sea por casualidad o por curiosidad, he tenido que entrar en contacto con el
estado mental del enemigo y con toda clase de relaciones entre los antiguos soldados del Báltico, los
cuales, en su mayoría, fueron los nazis de los primeros momentos. También hubo, como ya sabemos,
“teóricos” entre ellos. Con uno de estos tuve una conversación que me pareció muy ilustrativa y al
mismo tiempo imposible de continuar:
En esa conversaión le pregunte al despìerto muchacho, de cuyos libros ya se habían publicado y
distribuido entonces más de 600.000 ejemplares: - Esos libros me hablan sin parar de la idea que a usted
le empuja a luchar en el Báltico y en Silesia contra el llamado enemigo exterior, y en Alemania Media, en
Baviera, en la zona del Ruhr y en otros lugares contra el llamado enemigo interior, contra los trabajadores
alemanes. ¿Qué es pues esta idea que le impulsa y con la cual usted se justifica?
Él me constestó con oscura emoción: - ¡Alemania!
Yo insistí: - Alemania. ¿Y que es Alemania para usted!
- ¡La idea! - me respondió.
Cuando entre el hastío y la risa, me decidí por la risa, me reprochó despectivamente:
- Si no lo sentís, no lo captaréis.143
- ¡No! –grité yo enfadado -, es que nosotros no queremos captar eso. Por el contrario, nosotros
queremos cazar al fantasma que merodea en vuestros cerebros llenos de frases pegadas con cola. ¡Nunca
antes de conseguirlo volveremos a Alemania, que es una Alemania muy real de laboriosos campesinos,
trabajadores e inteligencia libre.
Cerré la conversación con Jensen con la siguiente exposición:
- La cuestión de la conciencia es lo que separa los dos mundos: allá, el mundo de los mercenarios
aventureros, aquí el de los combatientes por la libertad.
Los hombres de los “Freikorps” se batían porque tras la guerra perdida no sabían que hacer
consigo mismos; estaban desesperados, nada más podían perder. Por el contrario, nosotros combatimos
porque sabemos exactamente a dónde nos conduce la lucha, hemos de defender la libertad y hemos de
ganar un mundo nuevo.
Los del Báltico buscaban la lucha por la lucha. Nosotros vamos a la lucha por la paz.
La fuerza de los combatientes del Báltico procedía de su ignorancia, que se sustenta astuta y
artificialmente con frases confusas que no dicen nada claro pero que resuenan brillantes. En cambio
nuestra gran fuerza viene en último término de la conciencia de la realidad. Tenemos que contraponer
nuestra conciencia a su autoengaño.
Muchos de los muchachos del Báltico habrían dejado de luchar si hubiesen sabido en favor de qué
intereses bajos, retrógrados y antisociales se les enviaba al combate. Nosotros tomamos las armas
después de habernos convencido de que se va a la lucha por intereses altos, progresistas y sociales.

143
Son palabras textuales de Goethe en “Fausto”: “Wenn ihr’s nicht fühlt, ihr werdet’s nicht erjagen”, es
decir la ideología como sentimiento, como fe “religiosa” es decir irracional, en “algo”, en la “idea”.
267
:
Los soldados del Báltico eran –tanto si lo sabían como si no -, asalariados al servicio de aquellos
que sacan su provecho de la guerra y de la miseria del pueblo. Nosotros somos soldados de la libertad y
de la verdadera paz conseguida tras la lucha.
Para ellos la guerra se había convertido en un oficio. Para nosotros la guerra es una prueba dura,
por desgracia hoy en día imprescindible, que hemos cargado sobre nuestras espaldas por conciencia del
deber.
A ellos les gusta la aventura. Nosotros queremos acabar definitivamente con la sangrienta aventura
a la cual el fascismo arroja a toda la humanidad.
Los mercenarios sienten miedo ante el día en que la guerra acabe; ese día su existencia será
innecesaria. Pero nosotros añoramos el día en que podamos abandonar definitivamente las armas.
Queremos volver a nuestras empresas, a nuestros campos, a nuestros escritorios y a nuestros
estudios. Combatimos aquí sólo para poder conseguir esto al final, para nosotros y para todos los hombres
de buena voluntad.
Queremos vivir nuestra vida pacífica, laboriosa y productivamente y con la conciencia tranquila en
medio de nuestros pueblos, y que nuestros pueblos tengan asegurada una existencia pacífica, laboriosa y
justa.

En el tren... 28 de junio de 1937


Los “místicos de los números” tenían razón al decir que en la noche del 27 al 28 serían relevadas
las últimas unidades de la XIII Brigada, el 2º y 3er. Batallón el mismol 27, después el 4º y finalmente el
1º, mi batallón Tschapaiev.
A las 6 de la tarde me enteré de que los que tenían que instalar la VI Brigada que nos releva ya
estaban en las posiciones sin haber pasado por el Estado Mayor del batallón. Corrí de inmediato a mi
lugar de acuartelamiento, pero allí no me quedaba mucho por hacer. Mi preocupación se centraba sobre
todo en el transporte seguro del telescopio de trinchera y del telémetro. Todo el material de cartografía
había sido ya empaquetado.
Como me correspondía la dirección del convoy del batallón por ser el oficial de información, volví
después de las 8 de la tarde al Estado Mayor para recibir la información necesaria y para ocuparme de
dirigir los camiones que estaban a nuestra disposición y el reparto de las plazas y la carga de equipajes en
los vagones disponibles. El ayudante del batallón Julius Lackner que contaba ya con sus lamentables
experiencias en los distintos transportes del batallón, estaba a mi lado con su buen humor y su lema: “No
hay que sofocarse, el desastre vendrá solo.”
De todos modos llegué bastante a tiempo al Estado Mayor para participar en el banquete: la cerdita
que llamábamos “Franco” había cumplido su misión. El aplazamiento del relevo durante 24 horas selló
su destino. Gusti, que también estaba invitado en el Estado Mayor, recibió los trozos más sabrosos y
prometió pagar su apuesta perdida, diez botellas de buen vino; las vaciaríamos en la primera comida que
celebrásemos todos juntos en nuestro próximo lugar de descanso.
Se entiende que estuviésemos dominados por una alegría desbordante y que no necesitáramos

268
:
Para animarnos las últimas provisiones de bebidas espirituosas que nos quedaban –entre ellas dos botellas
de vino espumoso-.
¡¡Por fin, por fin, por fin!!
La XIII es relevada. La XIII se va a descansar.
Tras tres meses en primera línea en la misma posición, tras veinte semanas de servicio
ininterrumpido en el frente, sin descanso desde Málaga, este relevo se había convertido en una obsesión.
La posición en la Sierra Mulva, en la que cada cual aguantaba desde hacía doce semanas clavado en su
agujero de protección o debajo de “su árbol”, se había convertido últimamente en una especie de celda de
la que uno tenía que saltar.
Ahora se había abierto la puerta y tras todas estas semanas de impaciente espera y esperanza,
parecía como si se hubiese abierto la puerta de la jaula. Uno haría... ¡la de cosas que uno haría si
estuviese en el acuartelamiento de descanso! Estábamos como borrachos de tantos planes como nos
habíamos hecho para los próximos días o semanas.
Poco después de las 3 estaba yo con Lackner al lado de la vía.144 Pero el tren vino a las 5. Para
nuestra sorpresa había bastantes vagones a nuestra disposición como para que subiera todo el batallón sin
demasiada incomodidad. Algunos camiones habían llegado ya con el equipaje, la cocina de campaña, la
intendencia. Se empezó a cargarlo todo. Entretanto se preparó café en dos calderos.
Nosotros somos una gente muy amiga del canto, así que todos los vagones retumban con nuestras
canciones. Brunner, Ewald, Lackner, Hermann, el médico del batallón, Doctor G..., el sargento primero,
el intendente, Karl -como delegado de la jefatura de la brigada-, y el traductor, teniente Boris, vamos
juntos en el mismo departamento. Cuando todo está en orden, me uno yo también a ellos.
Nadie sabe hacia dónde vamos. El jefe español del tren tiene una orden sellada, que se ha de abrir
tras pasar Manzanares.
¿A dónde, a dónde? Cuando no cantamos, soñamos en voz alta en el tiempo de descanso y
reorganización que se extiende ante nosotros. Nos lo hemos ganado todos los camaradas de la XIII.
Algunos expresan en voz alta sus deseos: tomar un baño, abrazar a una mujer, beber un café como
toca o un vaso de cerveza en un bar, dormir otra vez sin bichos en una verdadera cama, comer en una
mesa bien puesta, poderse mover libremente, encontrarse con amigos y camaradas de otras brigadas, tener
contacto con la población civil, ir al cine, bailar...
Lentamente, con numerosas paradas, el tren va humeando por el paisaje. Seguimos atentamente su
ruta: Almadén, Ciudad Real... Tras Manzanares hay que decidir si seguiremos la ruta del sur hacia Murcia
o si nos dirigiremos al norte.
A las ocho de la tarde estamos en Manzanares. El tren se detiene definitivamente allí. Dejamos
detrás una noche sin dormir. La mayoría duermen ahora agotados.
¿Dónde nos despertaremos mañana por la mañana?

144
¿De qué vía? ¿en qué punto? Nada dice. Tuvo que ser el “tren de la sierra” Córdoba-Bélmez-Peñarroya-
La Granjuela- Valsequillo- Almorchón (ver nota 44 y 45 y mapa correspondiente de la página 82) que posiblemente
tomarían en La Granjuela o cercanías. Es un tren de una sola vía estrecha, pero no hay otro que pase por esa zona.
269
:
Frente del Centro, 29 de junio de 1937
Tras un viaje de más de 20 horas el tren se detuvo. Nos despertamos. Eran las 6 de la mañana.
Borrachos de sueño intentamos orientarnos. Nos encontrábamos en una pequeña estación; en algún
sitio vimos escrito el nombre: Tembleque, pero ninguno de nosotros lo había oído antes ni podíamos
relacionarlo con ninguna ninguna imagen. Mirábamos fijamente por las ventanillas molidos, medio
atontados, hambrientos y helados.
/Después reconocimos sobre el andén a algunos camaradas de otros batallones que habían llegado
un día antes. Brunner empezó a gruñir inarticuladamente. Schaul venía a lo largo del tren gritando el
nombre de Brunner; había sido empaquetado con su archivo del periódico con el Comisariado de la
brigada e igualmente transportado un día antes que nosotros.
Abrimos las ventanas para oír dónde estábamos y que había allí. Schaul afirmaba que debíamos
bajar del tren. Nos encontrábamos en el sector del Centro y desde aquí hacia adelante viajaríamos en
camiones; Schaul no sabía a dónde. Añadió con su risa suave, que sonaba triste, que el descanso no se
veía por ningún lado: - Por el santo
sacramento, ¿qué demonios puede
significar esto? - saltó amenazante
● Alcobendas
Brunner. Entonces Ludwig se le acercó y
trasmitió la orden: “¡Abajo, adelante!”, ● Aranjuez

que resonó por todos los vagones. De Tembleque ●

muy mal humor agarramos nuestras cosas


y saltamos del tren a tropezones.
Cuando estuvimos medio La Granjuela ●

formados, le pedí, como jefe del


trasporte, su informe al jefe de las
compañías; no se nos había perdido ni un
solo corderito... Porque estábamos allí
como un rebaño de ovejas. Hacía un frío Recorrido aproximado de la XIII en tren en camión

de mil demonios. Y nadie sabía qué, cómo,


dónde, a dónde... De algún sitio vino una orden de marchar a lo largo de una carretera secundaria.
Trotamos cabreados, con armas y bajages, un quilómetro, dos quilómetros, tres, cuatro; entonces sonó:
“Alto, repartirse a derecha e izquierda, a los lados de la carretera, en los campos de rastrojos.”
Nos tumbamos allí y esperamos. ¿Era esto el principio del descanso? Poco a poco penetró en
nuestra conciencia que esta parada parecía mucho más una nueva intervención. Nadie se atrevía a
expresarlo. Era increíble para nosotros; no queríamos ni pensar en la posibilidad de que así, tal como
veníamos de las trincheras de la Sierra Mulva, tuviésemos que volver inmediatamente al combate.
Incluso Otto Brunner había cesado de soltar maldiciones. ¿Otto callado? ¡Peor, imposible!
Si al menos tuviésemos un café caliente en la barriga. Si al menos alguien nos dijese qué pasa con
nosotros. ¡No, mejor no! Nos sentamos encogidos a los lados de la carretera. Wallmann ha sacado de la

270
:
funda su laúd y empieza a cantar melancólicamente:

“Quisiera despertarme bajo la luz del sol; Dormiste mucho tiempo,


que no hubiese en el cielo avión alguno; perdiste muchas cosas;
ni estallidos de bombas, ni granadas, hablabas de la guerra,
ni nadie que cantase hechos heroicos. habías soñado.”

Era una versión original de una vieja canción que al final de la Gran Guerra, cuando todos los
hombres estaban cansados de ella, había cantado el humorista alemán Otto Reutter en los cabarets
berlineses. Nosotros habíamos “modernizado” la canción y de vez en cuando la habíamos parodiado con
ironía. Pero hoy Wellmann la canta como si la pensase en serio. La piensa en serio. Todos la pensamos en
serio: “Quisiera despertarme bajo la luz del sol, que no hubiese en el cielo avión alguno, ni bombas, ni
granadas, y que nadie cantase hechos heroicos...” Brunner chilla: - ¡Deja de cantar, maldita sea!
Pero Ewald, al que su inconmovible tranquilidad tampoco lo abandona ahora, da a Wallmann un
consejo: - Anda, canta con ganas un par de cancioncillas menos sentimentales.
Wallmann se contiene. Ha comprendido lo que se necesita. Empieza con la canción del Tirol y
sigue con nuestro canto de Tschapaiev:
- Cada uno de nosotros es hijo de Tschapaiev. ¡Adelante, a la victoria, primer batallón!
A lo largo de la carretera cantan las compañías; al principio el canto suena débil, después cada vez
entran más voces y suena más fuerte. El sol empieza a calentarnos, ya son las 8. Alguien nos ha dicho que
nos están preparando café.
Los otros batallones estaban parados más adelante, a algunos quilómetros de distancia del nuestro,
a los lados de la carretera. De tanto en tanto uno de los ayudantes del comisariado pasaba rápidamente por
delante de nosotros con cara de darse importancia y echando humo a causa de su actividad. De los
oficiales del Estado Mayor de la brigada no vimos a ninguno; también Karl y Boris nos habían
abandonado. Finalmente a las 10 de la mañana el representante del comisario de la Brigada, Ferry, al
pasar por delante de nosotros, nos hizo saber que íbamos a las cercanías de Madrid para reorganizarnos.
¡Madrid! La palabra maravillosa no dejó de ejercer su efecto sobre nosotros. Estábamos
hambrientos, sedientos, físicamente exhaustos, con los nervios agotados, pero cuando oímos que iríamos
a las cercanías de Madrid, la mayoría de los rostros empezaron a iluminarse. Y nuestras canciones
sonaron más fuertes.
Después Brunner fue convocado a una reunión. Tras su regreso mandó que se reuniesen los jefes
de las compañías y los comisarios y les comunicó que, de ahora en adelante, estaríamos subordinados al
Ejército del Centro y lucharíamos al lado de otras brigadas, lo cual debía darse a conocer a las compañías.
Los jefes de las compañías y los comisarios volvieron a sus unidades y reunieron a los jefes de sus
pelotones. Pronto oímos atronar los “hurras” procedentes de ambos lados a lo largo de la carretera. En ese
mismo momento vino la cocina de campaña con café recién hecho y caliente. Los hurras se multiplicaron.

271
:
Los camaradas estaban encantados ante la perspectiva de ir al frente de Madrid, de formar parte
del mágico brillo de este nombre amado, admirado y convertido en símbolo del combate por la libertad,
de compartir la aureola de los defensores de Madrid. Pronto recibirían permiso para visitar la misma
ciudad, para pasear por sus martirizadas calles y plazas, para pisar el suelo que se había convertido para
nosotros en suelo sagrado. Pues, por de pronto, seguro que nos darían diez días, tal vez una semana de
descanso, eso era algo indudable para todos los camaradas, ni los pájaros de mal agüero lo dudaban,
incluso aquellos que pronosticaban que no se nos daría más de una semana para reorganizarnos. En todo
caso aunque sólo fuese una semana, una semana en Madrid, en más no podíamos ni pensar.
Todo el cansancio, el agotamiento de los largos y pesados meses que quedaban tras nosotros,
parecían olvidados.
De los lados de la carretera resonó fuerte y segura, casi triunfal, la canción de las Brigadas
Internacionales:
“En tierras muy lejanas hemos nacido
y sólo odio llevamos en nuestros corazones.
Pero la patria no la hemos perdido:
nuestra patria está hoy aquí, en Madrid.”

Frente de Madrid (Alcobendas), 30 de junio de 1937


Estuvimos aún tiempo en los lados de la carretera cerca de Tembleque, donde habíamos sido
descargados. Se hizo mediodía. Desde hacía 40 horas no habíamos tomado ninguna comida caliente y
desde hacía 24 horas no nos habían dado de comer: un par de bizcochos que nos habían entregado con el
café estaban tan enmohecidos que, a pesar de tener mucha hambre, no pudimos tragarnos ni un bocado.
Los camiones vinieron sobre las 12. Subimos a ellos llenos de expectativas. Pero aún tuvimos que
esperar una hora en los incómodos vehículos. Se corrió la voz de que había que esperar la comida para los
conductores. A las 2 empezamos a movernos lentamente. Pero después, en Aranjuez, tuvimos que esperar
aún otras dos horas la comida para los chóferes. Habría sido justo parafrasear a Schiller amargamente:
“Pasaron las horas tristes en Aranjuez.” 145
Mientras estábamos allí – a cubierto por la sombra de la magnífica y antigua avenida- uno de los
nuestros, un joven español, fue aplastado contra un camión por un tractor que viajaba demasiado rápido y
que patinó violentamente. Le salía sangre por la boca, fue evacuado, pero sabíamos que era un caso
desesperado. Fue nuestra primera víctima en el frente de Madrid.
Hambre y cansancio hundieron de nuevo la moral recuperada de los camaradas. Se produjeron
roces, enfrentamientos, no pasó nada serio pero el deseo de tranquilidad y de descanso nos venció de
nuevo y se descargó en nerviosismo y pequeñas pero enfadosas faltas de disciplina.
A las 7 de la tarde vimos como Madrid se extendida ante nosotros. Entonces todos enmudecimos.
Mirábamos fijamente, fascinados, el perfil de la ciudad que rodeamos trazando una amplia curva.
145
La obra drámática “Don Carlos” de Schiller, empieza con las palabras “Pasaron los días felices de
Aranjuez”. En ella se narra el amor del príncipe D. Carlos, hijo de Felipe II, hacia la esposa de su padre, Isabel de
Valois, a causa del cual su padre lo mantiene encerrado.
272
:
Llegamos a las afueras. Estábamos en Chamartín y allí el camino se ramificaba hacia Fuencarral.
Por esta carretera había viajado yo frecuentemente en los días de diciembre y enero; el camino llevaba al
cementerio de Fuencarral, donde estaban alineadas las tumbas de los hombres del grupo de choque del
Batallón Thälmann que habían sido destrozados por los moros el 19 de diciembre en el bosque de
Boadilla. Cada metro de esta tierra estaba impregnado de recuerdos de aquel día. Yo me sentía
emocionado, como si volviera a ver una patria interiormente amada. ¿Y no se había convertido
verdaderamente esta tierra en nuestra patria, en la que descansaban los restos de nuestros mejores
camaradas?
Los camaradas del camión en el que iba, que nunca antes habían estado en Madrid, me
preguntaban. Por un momento me había convertido para ellos en una personalidad, redescubrían en mí al
“viejo madrileño”, al hombre que “había estado allí” durante la primera época heroica de la defensa. Les
explicaba la situación y el significado de los edificios que veíamos surgir, y prometí hacer para ellos de
guía en nuestro primer permiso en la ciudad. Permanecimos en la periferia de la capital y después nos
alejamos de nuevo de ella en dirección norte por la carretera hacia Burgos.

Tras ocho horas llegamos al pequeño lugar de Alcobendas a unos 17 quilómetros de Madrid,
nuestra meta provisional. En el lugar reinaba una gran confusión. No se había preparado ni alojamiento ni
comida. Andábamos dando tumbos. Finalmente se nos comunicó que sólo había una casa disponible para
el Estado Mayor del batallón; las compañías tenían que pasar la noche en los campos de alrededor.
Alcobendas estaba a rebosar de reservistas del frente de Madrid.
Brunner decidió inmediatamente que todos pasaríamos la noche con las compañías en el campo.
Gusti mandó formar, y con tozudo canto, en el que vibraba el desencanto y la rabia por la poco acogedora
recepción hecha a la XIII en el frente de Madrid, el batallón abandonó la aldea con pasos resonantes y
acompasados
Nosotros nos quedamos detrás para intentar encontrar cómo fuese algo de comer para el
hambriento batallón. Y de hecho descubrimos en un cobertizo, después de haber buscado mucho tiempo
por nuestra cuenta, a una parte de la intendencia de nuestra brigada. Allí se descargaron las primeras
provisiones. Enviamos rápidamente un enlace a las compañías y pronto vinieron algunos camaradas para
recoger la comida y repartimos, pasando por encima de los auxiliares de la intendencia que protestaban y
esgrimiendo nuestro derecho, los pocos panes y las conservas necesarias para una correcta comida en el
campo. Enseguida mejoró en ambiente. Como el hambre ya no nos lo impedía nos dormimos
inmediatamente después de cenar.
Por la mañana, a eso de las 6, nos despertó el retumbar de los cañones. Madrid era bombardeada.
Se oía con toda claridad; el eco de las explosiones era devuelto por las montañas de Guadarrama hacia
nosotros.
Miramos el paisaje de alrededor y descubrimos algunas casas de campo con pozos en los que nos
lavamos un buen rato y a fondo. Cuando con un alegre “¡Salud!” saludé al pasar a un grupo de la 1ª
Compañía, oí como un medio dormido renegaba: - Si que nos han proporcionado un elegante cuartel. Me

273
:
he congelado toda la noche. (Era verdad, la noche era fría, estábamos a más de 900 metros de altura.)
Pero otro respondió al renegón mirándome a mí: - Mira, el Estado Mayor también ha dormido al raso.
¿Acaso había algo mejor?
Esta vez la intendencia estuvo a la altura de sus tareas. Ya a las 8 nos proporcionó café bien
caliente, pan, mermelada y... ¡cigarrillos! ¡cigarrillos! Nos humeamos a base de bien. Después lavamos en
los pozos nuestra escasa ropa interior.
Después, al mediodía, me dirigí a la aldea donde Brunner, Ewald y Julius se ocupaban de resolver
la cuestión del alojamiento. Por lo que me confió Brunner, no sabía seguro si aún tendríamos que pasar
una noche en este lugar. A las 5 de la tarde tendrá lugar una reunión de los jefes de cada batallón con el
general. Y después ya se sabrá qué va a pasar con nosotros.
El general intentará conseguir que si es posible al día siguiente haya un permiso para ir a Madrid,
por lo menos para dos compañías del batallón. Las del 2º Batallón, que habían viajado un día antes que
nosotros y estaban bien acuarteladas en un lugar cercano al nuestro, en San Sebastián de los Reyes, ya
habían conseguido un permiso ayer y hoy para ir a Madrid. Ewald pensaba que no se les debía decir nada
de esto a las otras compañías para que no hicieran mala sangre al ver que los camaradas de otros
batallones ya estaban en Madrid –especialmente si a nosotros nos tocaba seguir andando sin haber
disfrutado de un permiso en la ciudad-. Me tuve que reír de la ingenuidad del buen Ewald pues,
naturalmente, la noticia del permiso madrileño de los camaradas franceses ya se había extendido por
inescrutables caminos entre todos nosotros y había sido un encendido tema de conversación.
Brunner creía que nosotros también tendríamos pronto un poco de descanso y que de eso no había
duda. Con los 300 hombres completamente deshinchados que el batallón tenía aún, era imposible que se
pudiese ir a combatir inmediatamente. Incluso los oficiales de Estado Mayor que estaban en Madrid
tenían que darse cuenta de esto. Ewald pensaba: - Paciencia. Hoy por la tarde sobre las 5 estaremos más
enterados que ahora.
A las 4 de la tarde hubo una buena y consistente comida; los trozos de carne y la espesa sopa de
verdura y arroz eran dignos de verse y de sentirse entre los dientes. Y para postre, frutas en conserva y
queso. Y pan en abundancia. Lo comimos todo con buen apetito entre los surcos del campo. Sólo uno
tuvo que hacer un comentario desconfiado: - ¡Comida de ofensiva!
A las 6 estaban convocados todos los oficiales y comisarios del batallón a una reunión con Brunner
en la aldea. El Estado Mayor del batallón se encontraba en un granero medio destruido. Con una mirada a
la cara de Brunner supe que nos tenía que trasmitir la orden de una inmediata nueva entrada en combate.
Nos sentamos en las cajas y barriles que estaban alrededor. Brunner, con su directo estilo, hizo un
prefacio nada largo. Nos informó con una frase de que el batallón, por orden del jefe del Frente del
Centro, tenía que estar preparado en los campos de delante de Alcobendas para marchar a las 8 de la
tarde.
¿En qué dirección? ¿A dónde?
Brunner no lo sabía. Nos aseguró que ni el mismo general lo sabía. El general había ido poco
después del mediodía a Madrid para solicitar personalmente a la jefatura superior algunos días de permiso

274
:
para su brigada. Asi que aún había esperanzas.
Pero, - y así cerró Brunner su breve relato- , si tenía que hacerlo, el Batallón Tschapaiev atacaría al
enemigo con las fuerzas que aún conservaba. Lo dijo con un cierto temblor en la voz que traicionaba su
inquietud, precisamente por querer ocultarla. En este momento parecía hundido, y después de haber
terminado de hablar, tragó varias veces saliva, como si tuviera que resistirse al deseo de ponerse a llorar.
A sus palabras siguió un temeroso y pesado silencio. Nadie osaba tomar la palabra, pero nadie se
atrevía, sin haber hablado antes, a dar a su agotada compañía la orden de marcha con una seca orden.
Tras un momento de silecio Bunner nos increpó, como si alguno de nosotros lo hubiese
responsabilizado a él personalmente:
- ¡Me cago en dios...! ¿Creéis que no le he dicho al general lo que os iba a parecer? ¿Que los
camaradas necesitan un par de días de descanso – ¡así revientemos!- antes de volver al combate? Además
el general ya sabe por sí mismo qué pasa. Tampoco él puede cambiar nada. Ya ha intentado todo lo que
ha podido y lo esta intentando ahora una vez más.
Ewald vino en ayuda de su amigo a su manera tranquilizadora. Aún no nos se nos había dicho que
tuviésemos que ir enseguida a la línea de fuego, tal vez nos dejarían un par de días en paz, y al tercer día,
cuando hubiésemos dormido un par de días a gusto y hubiésemos comido un par de días pacífica y
abundantemente, las cosas se verían de muy diferente manera con un buen cigarrillo.
Gusti, como oficial más viejo del batallón, dijo:
- Entendemos que no se nos pueda decir más de lo que uno mismo sabe. Transmitiremos a nuestra
gente la orden de marcha. La gente mantendrá la disciplina, seguro. Respecto a mi 1ª Compañía lo
garantizo yo. Pero hay un tope. La gente no puede más. Todos lo sabéis tan bien como yo.
Brunner lo increpó entonces:
- ¿Qué quieres pues, Guschti? Yo no puedo cambiar nada. ¿No crees que si yo pudiera no ordenaría
tres semanas de descanso?
- Vale, Otto. –gorjeo Gusti con su más cerrado alemán-. El batallón estará preparado para marchar
a las 8.
Así nos levantamos para ir cada uno a nuestra unidad.
Antes de que hubiésemos alcanzado las compañías, nos alcanzaron Brunner y Ewald. Querían
explicar por sí mismos a su batallón la dura situación.
El batallón formó en los campos de Alcobendas. Otto Brunner habló a sus camaradas. No hizo
ningún discurso. Encontró las palabras que requería el momento. Expresó lo que a todos nos movía y
recordó al mismo tiempo quiénes éramos y por qué estábamos aquí. Nadie podría exigirnos lo que se nos
exigía, pero nosotros, y sólo nosotros, estábamos en situación de superar lo que parecía imposible. No
habría ningún nivel de agotamiento que nosotros no pudiésemos superar en aras de nuestras ideas, y
ninguna esperanza de permiso desilusionada podría debilitar nuestra probada combatividad; no a
nosotros, un batallón de cuadros antifascistas.
Esta vez se trataba de un gran y bien preparado ataque –continuó diciendo-. Para el joven ejército
popular se han acabado los tiempos de la guerra defensiva. Y nosotros estamos con él en este momento,

275
:
cuando vale la palabra “¡Pasaremos!”, que es lo que hemos de conseguir. Un metro cuadrado en Madrid
vale lo mismo que un quilómetro cuadrado en el Sur. Y de ahora en adelante nosotros vamos a contar
también como defensores de Madrid, tal vez estemos entre los que la liberen definitivamente de la peste
del fascismo. Nuestras victorias en otros frentes culminarían así con la participación en una victoria
seguramente definitiva en el frente del Centro.
El Batallón Tschapaiev, probado en tantas victoriosas batallas, cumplirá también en el frente de
Madrid su deber antifascista. Como siempre: “¡Adelante a la victoria, primer batallón de ataque!”
- ¡Por el pueblo español y su invencible ejercito republicano de la libertad: hurra, hurra,hurra!
Los hurras de los camaradas atronaron sobre los campos. Otto Brunner había convencido de nuevo
a su batallón. No por la fuerza de su discurso - los retóricos habrían podido conseguir poco en estos
momentos-. Tampoco por la lógica de sus argumentos - después de reflexionar se podía encontrar su
discurso más bien hinchado y internamente pobre-. Los había convencido por la fuerza del
convencimiento que emanaba de sus palabras. Cada uno de nosotros sabía que Otto no había caído en la
tentación de untar a sus hombres con miel en el morro. Cada uno sabía que Otto lo había intentado todo
y además lo seguiría intentando para conseguirle a su batallón por lo menos un par de días de descanso.
Esta confianza en el jefe era la razón ante la que el batallón se rendía.

Durante esta arenga había llegado, marchando sobre el campo bajo la dirección del sargento
Trautsch146, una tropa de milicianos. Cuando Brunner terminó, anunció Trautsch:
- Se presenta el reemplazo: 84 hombres.
Brunner y Ewald saludaron a los recién llegados: austriacos, holandeses, polacos, suizos, alemanes
y algunos escandinavos. Inmediatamente fueron repartidos. Se encontraron viejos camaradas, se produjo
una animada confusión y los “viejos Tschapaievs” tuvieron a honra mostrarse ante los nuevos bajo la
mejor luz. Lo cual fue una buena autoayuda en estas duras horas de desilusión.
El capitán Gusti me puso a su lado tras la nueva redistribución. Con una mirada sobre la tropa de
complemento recién encuadrada dijo con su gutural acento:
- Me parece que la reorganización ya se ha acabado.
Sonaba sarcástico y lo era; pero con ello se expresaba también un cierto tono de orgullo por este
batallón que procedía de tantas y tan duras batallas y que, sin siquiera una pausa para tomar aliento, sin
quejas, marchaba a enfrentarse con nuevos combates difíciles: amargura y afecto, queja y confianza se
mezclaban en esta única frase.
Mis cuatro cosas estaban empaquetadas. También me había asegurado del buen estado de los
prismáticos de trinchera. Caminaba a lo largo de la fila de los recién llegados para observar a los
“nuevos”, tal vez había entre ellos algún conocido. Mi mirada encontró el redondo y joven rostro del jefe
de compañía Lambo Weiβ. Sonreía tímido y un poco triste. Tenía una carta en la mano. Era la carta a su
bonita y joven esposa que estaba en Murcia, carta cuyo envío había ido posponiendo con la esperanza de

146
Trautsch, ver nota 180.
276
:
podérsela dar personalmente. Así lo entendí. Pero además me confirmó de palabra, aunque no hiciese
falta, lo que ya sin palabras me habría conmovido:
- Ahora tendré que enviar la carta por el correo normal - dijo.
No se me ocurrió ninguna contestación más inteligente que una frase tonta: - Aplazado no es
eliminado. En tres semanas, tras la ofensiva que libere Madrid, estarás con ella.
- Si vivo aún entonces - respondió él.
A las ocho estaba el batallón formado sobre los campos y preparado para la marcha.

Casa N..., 1 de julio de 1937


Amanece. Me encuentro sobre una altura a 25 quilómetros al NW. de Madrid, entre El Pardo y
Torrelodones (mapa pág. 278). Aquí tengo que esperar la llegada del batallón y dirigirlo a su
acuartelamiento que ha de buscarse a lo largo de la noche en los alrededores de Torrelodones. Hace frío.
La altura está cubierta de bosque frondoso. Hace una media hora han empezado a despertarse los pájaros.
En la Casa N... sobre la altura que ha sido fijada como punto de encuentro, hay algunos
telefonistas estacionados, dos tienen a sus mujeres con ellos y algunos niños duermen en una habitación
contigua. Aquí reina la paz. Hasta ahora la guerra no ha llegado hasta este lugar idílico. Notamos en las
expresiones de los hombres y de ambas mujeres que les hemos asustado a media noche, cuando hemos
pasado por delante yendo hacia Torrelodones, nos ven como presagios de una intranquilidad
amenazadora. No podemos cambiar su percepción –sólo la podremos transformar con nuestra victoria-.

Torrelodones, 1 de julio de 1937, mediodía


Los primeros camiones con los camaradas de la brigada –el 2º Batallón había sido trasportado
antes-, alcanzaron la altura de la Casa N... a las 4 de la mañana. Fue mi decisión que la brigada
descansase en esta altura todo el día y que la marcha a pie hacia Torrelodones, a unos 18 quilómetros,
saliese al final de la tarde. Sólo los equipajes grandes y las ametralladoras y municiones podrían ser
transportados por dos o tres camiones.
Pocos minutos después llegó a la altura Karl con 16 hombres, cuatro de cada batallón, y me pidió
que los llevase a él y a sus acompañantes, aposentadores de los batallones, al punto de encuentro
acordado con los oficiales de reconocimiento. Mi auto fue por delante, Karl y los 16 hombres me
siguieron con una camioneta. A las 4,30 estábamos en la estación de Torrelodones. El capitán O... y Julius
nos esperaban impacientes. Para el 2º y el 4º Batallón se había conseguido entretando un alojamiento de
urgencia en Torrelodones. Para nuestro batallón Julius había confiscado un conjunto de edificios
parecido a un palacio en una altura dominante a dos quilómetros de Torrelodones147. Enseguida nos
dirigimos hacia allí. Es una villa grande, hermosa, completamente desamueblada, con algunos edificios
anexos habitados por el vigilante y su familia, un hombre viejo y cordial. En caso de necesidad pueden
ser alojados en la villa y los establos, además del mismo Estado Mayor, también la intendencia, la
sanidad, la armería y una pequeña compañía. Esto no basta. Me pongo a seguir buscando inmediatamente

147
¿Palacio del Canto del Pico a poco más de 1.000 metros de altura, al NE. de Torrelodones?
277
:
y descubro en los alrededores cercanos dos casas de campo más pequeñas y vacías en las que pueden ser
alojados dos pelotones más. Los cuatro aposentadores de nuestro batallón son enviados a otra altura que
se levanta a unos cuatro quilómetros al Sur; allí debe haber más casas vacías.
Ya son las 9. En una esquina de la sala de entrada de la villa grande se encuentran Julius y uno de
los aposentadores tirados sobre el suelo y profundamente dormidos. Me dejo caer en otra esquina y
enseguida caigo rendido.

Palacio del Canto del Pico


Alcobendas
R í o A u le n c i a

Las Rozas
de Madrid

Romanillos Majadahonda

Lugares que aparecen en el texto


Movimientos de la XIII Brigada entre el 30 junio y 6 julio

Torrelodones, 2 de julio de 1937


Ayer por la tarde, tras un par de horas de sueño, nos dirigimos Julius y yo en dirección norte, la
mirada sobre las escarpadas peñas del Guadarrama, otra vez de camino para encontrar alojamiento a la
mayor parte del batallón. Tuvimos que trepar sobre innumerables muros de piedra que por todas partes
278
:
cercaban cada una de las propiedades del fértil paisaje e impedían cualquier visión. Finalmente fuimos a
parar a un valle y descubrimos a simple vista, a unos 2.5 quilómetros en línea recta desde nuestra altura,
una pequeña villa de lujo. Las puertas estaban abiertas. Dentro había un par de colchones y un par de
muebles ruinosos. Está requisada; un pelotón tendrá aquí un lugar cómodo.
Más allá, muy cerca, entre matorrales, una segunda villa de lujo, igualmente vacía. Y ante nosotros
se abre ahora el panorama: por aquí y por allá se encuentran muchas pequeñas villas: diez, veinte,
cincuenta, doscientas, todo el valle es una colonia de villas. Todas están deshabitadas. Pero en muchas
encontramos camas, sillas y mantas. ¡Y se nos había dicho que era imposible encontrar alojamiento para
todas las compañías! Aquí a cinco quilómetros de Torrelodones, en este magnífico terreno al pie del
Guadarrama, es posible alojar cómoda, incluso lujosamente, a 25 batallones, a 6 brigadas. Además en un
terreno bien cubierto pues cada edificio está rodeado de árboles que dan sombra y un río atraviesa este
hermoso valle que parece de cuento, elegido, no sin fundamento, por la rica burguesía y la aristocracia de
Madrid para ser su lugar de veraneo.
Satisfechos vamos de casa en casa y repartimos alojamientos: para la 1ª Compañía, para la 2ª, la 3ª,
la Compañía de Ametralladoras. Así la casa de la colina se puede reservar para Estado Mayor, sanidad e
intendencia. En los jardines de las villas hay pozos activados por molinos de viento. Hacemos funcionar
algunos: el agua es clara y fresca, agua de la montaña; flores silvestres crecen por todas partes. Es casi
inquietante pasear en este paraíso abandonado, en este desierto del lujo.
Entonces oímos pasos. Un grupo de cinco oficiales se acerca a la casa. Nos damos a conocer. Son
de la XV Brigada Internacional formada por voluntarios ingleses y americanos y –lo escuchamos con
alegría – pertenecen igualmente a la XV División, la misma a la que ahora también pertenecemos
nosotros. También han descubierto este valle buscando alojamiento para su brigada. Les indicamos las
villas que hemos reservado para nuestro batallón y el batallón “Juan Marco”. Ellos encuentran lugar
sobrante para sus batallones a la otra orilla del río que corta el amable valle.

Torrelodones, 3 de julio de 193


Ayer por la tarde tuvo lugar la reunión de los oficiales de información con Karl. Nosotros le
transmitimos el informe sobre alojamiento, ambiente y estado de los abastecimientos de las unidades.
Nuestra curiosidad por saber que le espera a nuestra brigada, quedó decepcionada. Karl no lo sabía o dijo
no saberlo.
Que se prepara mucho, es evidente. Y que los preparativos tienen una dimensión que no contempla
la conquista de una aldea o de unos quilómetros de terreno, es igualmente reconocible. Nos sentamos por
la tarde en la terraza de nuestra villa de la colina y vemos rodar a lo lejos por todas las carreteras
camiones, tanques, artillería, tropas que marchan. La XI debe estar en la vecindad, lo mismo que la XII y
la División Líster; de nuestro futuro combate junto con la XV ya sabemos algo. Alguien quiere haber
visto también aproximándose a esta zona a la VI Brigada, nuestra vieja vecina de Peñarroya, que nos
relevó pocos días antes en la Sierra Mulva. No se reúnen desde todos los frentes las más probadas y
preparadas brigadas si no se planea un ataque decisivo.

279
:
¿Se quiere romper el cerco fascista ante Madrid?
Yo miraba fijamente el mapa y desplegaba mis sueños. Atacar en Quijorna y Villanueva de la
Cañada, conquistar Brunete y empujar la cuña hasta Navalcarnero, que después tomaríamos. El ataque
debía tener 30 quilómetros de profundidad y todos los fascistas que estaban en Las Rozas, Pozuelo,
Boadilla y Carabanchel tendrían sólo una delgada línea de retroceso sobre la carretera de Toledo hacia el
Sur; pero esta carretera quedaba bajo el fuego de nuestros cañones y era fácil cortarla. ¡Ah, las cuentas de
la lechera, estrategias de café! No obstante, una y otra vez, caía en la tentación de tan arrebatadores
sueños; sueños además nada realistas, pues siempre se basaban en una cierta posibilidad demasiado
determinante; sueños, sin embargo, realizables, con los que me doy el gusto, si estoy de buen humor, de
autoengañarme.

Torrelodones, 4 de julio de 1937


De haber creído en la “mística de los números” hoy debimos entrar de nuevo en combate. Tal vez
aún tengamos que creer en ella. Se ha repartido munición; se habla de “raciones de subsistencia” para tres
días que han de ser repartidas hoy por la tarde.
Por la mañana, convocatoria a los oficiales de información con Karl en el Estado Mayor de la
brigada en Torrelodones. Recibimos relojes de bolsillo y brújulas –desgraciadamente ningún mapa
detallado de la supuesta zona de combate-. En cambio recogimos también una carpeta de instrucciones
para los ejercicios que teníamos que efectuar con los camaradas elegidos para el servicio de información
en las compañías.
Durante la exposición de Karl apareció en la habitación el general.
Sus rasgos son más duros, la actitud de abuelo paternal, suave y jovial, ha desaparecido.
Permaneció distante, casi ausente, corrigió y completó la exposición de Karl sin amabilidad. Sólo al final,
poco antes de despedirnos, nos dirigió directamente la palabra.
Nos animó a explicar a todos los camaradas de los batallones tan encarecidamente como fuese
posible la hermosa, grande y esperanzadora misión ante la que nos encontrábamos ahora: liberar Madrid
de la masacre diaria de la artillería fascista, destruir el circulo con el que los sitiadores han encerrado
estrechamente las tres cuartas partes de Madrid desde hace más de ocho meses. El aniversario de la
sublevación de los generales –dijo nuestro general-, 19 o 20 de julio, tal vez entraríamos, si todo iba bien,
desde la Casa de Campo al Madrid liberado. Cada miembro de la XIII Brigada debía tenerlo presente.
Así, a pesar de todo su agotamiento, la XIII lucharía y vencería como en Pitres y Valsequillo, y el periodo
de descanso que sin duda nos sería concedido después, lo pasaríamos en el Madrid liberado y con la
conciencia de haber tenido nuestra gloriosa participación en el triunfo decisivo, en la más trascendental y
hermosa victoria de esta guerra. Nuestra brigada habría demostrado otra vez que merece su nombre.
Cuando acabó nos estrechó la mano a cada uno y salió.
El teniente Boris tradujo la breve exposición al español. Nunca antes había oído al general hablar
tan fogosamente.

280
:
Por la tarde
La esperanza de los optimistas de que se nos dejarían aún dos o tres días de descanso, ha resultado
falsa. A las 7 de la tarde un motociclista dio la orden a Brunner de presentarse lo más rápidamente posible
en la jefatura de la brigada en Torrelodones.
Reapareció poco antes de las 9 con la orden de marcha. El batallón ha de estar formado y preparado
para marchar a las 10 de la noche delante de la casa. Todas las cosas prescindibles, así como mantas,
capotes y equipajes privados, se tienen que dejar aquí. Los sargentos mayores de las compañías se
encargarán de tener cuidado de todo aquí en la casa. Ningún hombre puede llevar en su petate (la mayoría
son mochilas) aparte de las armas y la munición, la cantimplora, máscara antigás, casco y bolsa de pan,
nada más que una camisa de reserva, un par de alpargatas (si las tiene), las raciones para caso de
necesidad y vendajes; se recomienda meter todas estas cosas en la bolsa del pan para asegurarse la mayor
libertad de movimientos posible.
Los enlaces han corrido a las compañías. Ya hemos empaquetado nuestros trastos y dejado aparte
todo lo prescindible. Las cocinas de campaña intentan prepararcafé caliente a tiempo para las compañías.
Son las 9,30.
Brunner y Ewald han llamado aparte a Julius, a Hermann y a mí. Nos comunican que hoy a
mediodía el general ha sido relevado de la dirección de la XIII Brigada y se le ha ordenado ir a
Madrid.148

148
Así es cómo cuenta estos mismos hechos el voluntario alemán Rudolf Engels, en España Ludwig
Franken, que ha salido reiteradamente en el diario de Kantor como el guapo “Ludwig”, primero como oficial de
información del Tschapaiev y después como miembro del Estado Mayor de la Brigada. De su narración se deduce la
causa de la destitución del general Gómez.
“Cuando volvimos al mediodía (¿3-4 de julio?)ya había llegado de Valencia el general Gómez y había
informado de que la XIII estaba subordinada al frente del centro y de que participaría en una acción en la que
intervendrían todas las Brigadas Internacionales junto con las mejores unidades españolas. Iba a marcharse
enseguida a Madrid para conseguir que al menos nos fuesen concedidos unos días de descanso.
Cuando llegué a nuestro Estado Mayor (en Torrelodones) por la tarde, vino la orden de que la brigada
estuviese preparada esa misma tarde a las 20 horas para marchar.
A partir de las 20 se le habían dado a cada batallón 30 minutos de tiempo para cargar y “embarcar”, así
que la última unidad se pondría en marcha a las 22 horas. ..........”
Los cuatro batallones se cargan a su hora, unos franceses que se han marchado sin permiso a Madrid
regresan a tiempo de reunirse con su batallón y finalmente ya se han marchado todos: los españoles “Juan Marco” y
el “Otumba”, el Tschapaiev y el francés. Sigue contando Ludwig:
Antes de que los últimos vehículos abandonaran la plaza llegó un coche. Junto al conductor estaba el
general, visiblemente muy enfadado: “Se trata de una ofensiva en la que han de intervenir todas las brigadas… hay
que cortar el frente fascista ante Madrid. Y me temo que con fuerzas insuficientes… He dicho claramente en qué
estado se encuentra la XIII Brigada y por qué sólo es capaz de intervenir de forma limitada. Pero me temo que no
he conseguido imponerme. Le he dicho al general Miaja que planificar una ofensiva de tal envergadura con fuerzas
insuficientes es un delito militar. Cuento con que me van a detener. La XIII Brigada recibirá otro jefe. Esto es muy
malo, precisamente antes de una ofensiva.” Un fuerte apretón de manos y el general desapareció en la noche con
su vehículo..............
El 4 de julio por la tarde recibimos la orden de marchar a las posiciones de salida preparados para el
combate. El equipaje se quedó en Torrelodones. Estábamos incluidos en una División cuyo Estado Mayor debía
estar de excursión pues no había manera de encontrarlo en medio de la noche. Las posiciones de salida que nos
habían marcado no concordaban con el mapa que habíamos recibido. Pasamos la noche con nuestro equipo de
combate y una fina manta bajo el cielo.
El 5 de julio al caer la tarde habíamos alcanzado finalmente nuestras posiciones de salida. Allí nos alcanzó
el nuevo comisario político de la brigada, el camarada yugoslavo Schmidt-Parowitsch, que nos hizo la impresión de
tranquilidad y experiencia. En una sesión conjunta con los jefes de los batallones y los comisarios políticos fue
comunicada oficialmente la destitución de nuestro general Gómez. No se entendía esta medida y se pronunciaron
281
:
Desde la tarde, la brigada tiene un nuevo jefe, K., supongo que es un nombre falso, un camarada
italiano que ha sido jefe del Estado Mayor de la XIV Brigada149. También nos han enviado un nuevo
comisario para la brigada, un camarada yugoslavo llamado Schmidt-Parovitsch (o Parovic).

Tiene poco sentido en estos momentos romperse la cabeza pensando en las probables causas del
cambio de dirección. Pero cada uno de nosotros piensa que no puede ser nada bueno la destitución del
general que ha mandado la brigada desde su creación y que conoce tanto a la brigada como ésta a él,
precisamente en estos momentos tan decisivos. Sopla un aire extraño sobre nosotros. Reflexionamos en
los días que se acercan lo menos posible sobre ello. Aquellos que regresen de esta batalla, tendrán el
derecho de exigir explicaciones sobre si era necesario separar de sus hombres pocas horas antes del
combate al general conocido, y sustituirlo por otro camarada completamente desconocido en la brigada.

Los enlaces informan que las compañías estarán aquí en 20 minutos. Son las 10 de la noche.
Este es el último apunte. El diario se ha quedado detrás, en mi equipaje; no sé si lo volveré a ver, ni
cuando, ni en qué circunstancias.
Mientras vienen las compañías hay tiempo aún para escribirle un par de líneas a Friedel; eso me
hace bien y me siento lleno de confianza.

palabras muy duras, pero debíamos someternos a la disciplina proletaria.” (Estos fragmentos de los recuerdos de
Ludwig Franken han sido extraídos de una colección de recuerdos de antifascistas que encuentran en el
Bundesarchiv de Berlín-Lichterfelde, secció SAPMO, signatura SgY 30 / 1821 y se puedn leer en la “2ª Colecc. de
recuerdos de brigadistas alemanes en la guerra de España”, en academia.edu))
149
Se trata del italiano Vicenzo Blanco llamado Krieger, que mando la XIII en julio y agosto del 37.
282
:

LA BATALLA DE BRUNETE

283
:
Hospital Militar Nº 6
Madrid-Chamartín, 26 de julio, 1937
La batalla que en los últimos comunicados se ha llamado “ofensiva de Brunete”, se ha terminado
para mí. Aquí, en mi cama de limpias sábanas, oigo los cañonazos lejanos. De vez en cuando rugen los
motores de los aviones en el aire; me hacen sentir mal. No he superado aún del todo el schock causado
por la destrucción de las bombas de aviación en las orillas del río Guadarrama. Pero puedo comer de
nuevo, los rabiosos dolores de cabeza han cedido, el corazón empieza a latir regularmente, un par de
pequeñas esquirlas que están sólo incrustadas debajo de la piel supuran abundantemente y sin
complicaciones, las ampollas se deshinchan y las magulladuras se muestran inofensivas.
De los aproximadamente 400 hombres con los que el batallón entró combate, no más de 100
estarán hoy en tan buen estado como en el que yo vuelvo a estar. Yo he tenido, pues, “mucha potra”.
Las noticias que llegan a trozos del frente son estremecedoras. La XIII está consumida. Brunner,
gravemente herido, tal vez ya muerto. Seliger, que dirigía la 1ª Compañía, ha sido trasladado hoy aquí con
un tiro en el brazo. Cuenta que parte de la brigada, junto con parte de los americanos que estaban a
nuestro lado, ha quedado cortada. Tras la pérdida del Castillo de Villafranca a nuestra izquierda y el
retroceso en medio del pánico de la XVI Brigada a nuestra derecha, posiblemente el cerco quede ahora
estrangulado.
¡Y cómo han llegado aquí los supervivientes, sombras de sí mismos! Hombres fuertes, musculosos,
de nervios firmes hace tres semanas, medio locos ahora, con temblores en todos los miembros, unos como
afectados por el baile de San Vito, otros como paralizados, con ojos devorados por el horror creciente de
estas tres semanas.
Lo que siento es más que tristeza, o menos, según como se mire, pues de vez en cuando me parece
que mi sensibilidad está muerta. Esto es demasiado, no lo puedo abarcar; el exceso de la carga produce un
vacío, una forma de parálisis –no agradable; es como si mis nervios estuviesen extendidos sobre el hielo-.
Uno puede llorar la muerte de uno, de cinco, de diez... pero todo un batallón, cientos de camaradas que
eran cada uno carne y sangre y rostro y con los que en estas semanas he estado firmemente unido... ¡es
demasiado! Es demasiado. Los rostros desaparecen. Durante muchas horas sólo permanece el número. No
puedo ver a cada uno aislado, solo. Hay que dormir; dormir, o volverse loco.

Hospital Militar nº 6
Madrid-Chamartín, 28 de julio de 1937
Ayer me pude bañar. Hoy por la mañana me he afeitado la barba de dos semanas. Las visitas ya no
me agotan demasiado. Pero el más infalibre signo de mejoría es el creciente, casi incontenible, deseo de
llevar al papel tan rápida y completamente como sea posible los sucesos de la intervención de nuestra
brigada desde el 5 de julio hasta mi caída el 21 de julio, aún bajo la inmediata impresión de lo vivido, sin
aquella distancia que podría ser perjudicial para la redacción, en el caso de que me importaran las
exigencias literarias al redactar estas notas.

284
:
Aún no puedo estar mucho tiempo fuera de la cama por prescripción del jefe médico del hospital –
especialmente atento en mi cuidado-, el doctor argentino profesor Berman150. Pero ya estoy acostumbrado
a garrapatear las hojas sobre las rodillas estiradas durante horas; y en las primeras horas después del
mediodía, entre las 3 y las 6, si el profesor se ha ido a la ciudad, puedo también sentarme una hora en la
pequeña mesa de la limpia habitación de enfermo que comparto con un muchacho catalán muy joven,
alegre y ligeramente herido. La concentración en la escritura ayuda a mis nervios malparados.
Ante mí se extienden 43 hojas con breves notas que escribí durante los combates, preferentemente
cuando los aviones fascistas estaban sobre nosotros y bombardeaban, y nosotros, muchas veces durante
horas, teníamos que estar a cubierto, inmóviles en un agujero de la tierra, en una trinchera o
sencillamente bajo un árbol, sentados o tumbados.
De vez en cuando los camaradas que estaban acurrucados junto a mí me han sorprendido, cuando
en medio de los crujidos de las bombas a nuestro alrededor, sacaba mi cuaderno de apuntes del bolsillo
trasero de los pantalones y empezaba a escribir ansiosamente. Uno exclamó una vez admirado: -Tío,
tienes nervios de acero – y, volviéndose hacia otro, añadió-, en medio del bombardeo el Kantor se pone
a escribir su artículo -. Los camaradas sentían gran admiración ante tales “nervios de acero”.
Cómo se desilusionarían si supiesen la verdad: precisamente ésta consciente concentración en la
escritura de los acontecimientos sacados de lo inmediatamente vivido, era lo que me salvaba del peligro
de que mis desgraciadamente débiles nervios me traicionasen como a muchos robustos camaradas que
estaban “acabados” tras el octavo, o décimo o quinceavo día de sufrir los bombardeos cada vez más
demoledores de la aviación fascista, aplastantemente superior desde el punto de vista numérico. No, este
obsesivo escribir en medio del fuego enemigo no era ninguna expresión de sangre fría, sino un medio –
para mí el más fuerte y extremado – de fingir una cierta apariencia de frialdad de ánimo; no era ninguna
muestra de tener fuertes nervios sino la mejor medicina contra mi debilidad nerviosa.
De hecho, concentrar en el escrito las horribles vivencias de permanente peligro de muerte me
hacía olvidar provisionalmente el peligro de muerte completamente presente en lo que estaba sucediendo.
Intentaba describir el bombardeo de los aviones fascistas que volaban sobre nuestras cabezas y con ello
apartaba de mí la repugnante realidad; en cierta medida la apartaba de mí mientras la llevaba al papel.
Estas 43 hojas, escritas por ambas caras, contienen la esencia de los 16 días de mi participación en

150
El Dr. Gregorio Berman de familia judía polaca emigrada a Argentina a finales del XIX, nació en Buenos
Aires en 1894. Estudió medicina y Filosofía en la Universidad Nacional de su ciudad, licenciándose en ambas
materias en los años 18 y 19. Fue muy activo políticamente en el campo de la reforma universitaria de 1918 y en
toda clase de movimientos culturales y progresistas, convencido de la necesidad de unir movimientos estudiantiles
con movimientos obreros. Catedrático de Medicina legal y Toxicología de la Universidad de Córdoba, se
especializó en el campo de la psicología y la psiquiatría: en 1933 fundó y dirigió el Instituto Neuropático de
Córdoba y en el 36 creó la revista “Psicoterapia”. En 1930, debido al golpe de estado militar del general Uriburu,
fue el primer preso político universitario. Tuvo que ser después readmitido en la Universidad, pero en el 36 – los
años de la “década infame argentina del 30 al 43- de nuevo fue expulsado de su cátedra.
En el 37 vino a España para apoyar a la República y fue comandante médico de la Misión Médica Argentina
que se instaló en Chamartí –coincide con el hospital nº 6 en el que estuvo Kantor-. Su experiencia en España la
plasmó en su obra “Las neurosis en la guerra” (1941).
Su historial y sus publicaciones en el terreno de la psiquiatria, así como sus actividad esen el campo cultural
y político son excepcionalmente largas y brillantes e imposibles de resumir aquí. Murió en 1972 en Córdoba
(Argentina). (Wikipedia)
285
:
la ofensiva de Brunete con casi todos los detalles. Algunas partes podré pasarlas a limpio casi al pie de la
letra, muchas otras habrán de ser desarrolladas; otras muchas, comentadas; pero poco hay que añadir.
Así, basándome en mis apuntes, escribiré la crónica, día por día, desde el 5 al 20 de julio.

5 de julio de 1937, en la posición de salida


Son las 6 de la mañana. El frío me ha puesto en pie a pesar del cansancio de la marcha nocturna.
Para entrar en calor he bajado la pendiente hasta el río. Algunos de los camaradas han sido más listos y, a
pesar de la prohibición, se han traido sus mantas. Desde el Guadarrama sopla un viento helado.
Hay que hacer de la necesidad, virtud. He aprovechado la ocasión para comprobar dónde estamos
según el mapa del sector y para inspeccionar superficialmente el terreno. Hemos marchado desde
Torrelodones por la noche a través de Galapagar y Colmenarejo, así que no podemos estar lejos de
Valdemorillo (mapa pág. 278). Al Oeste (puedo estimar la distancia en unos 20 quilómetros) se encuentra
El Escorial, al SE., a unos 30 quilómetros, está Madrid. El río al que he bajado es el río Aulencia. Los
cuatro batallones de la XIII Brigada se encuentran entre rocas y matorrales en las pendientes con buena
cobertura: la irregularidad del terreno que desciende muy inclinado y los muchos bloques de roca dan
también una buena protección contra las esquirlas en los bombardeos.
En una media hora han de traer el desayuno. El café caliente es ahora una perspectiva tentadora.
Pronto surge Otto Brunner de detrás de una roca; se despereza, se golpea fuertemente con los brazos y
reniega. Seguramente también se ha helado; ha dejado su manta igualmente atrás. Cuando me ve aquí
sentado le dice a alguien que está detrás de la roca, invisible para mí: - Ya esta el Kanto escribiendo otra
vez.
Ewald avanza arrastrándose, hace tres flexiones de rodillas, se golpea igualmente con los brazos,
parpadea con sus ojos miopes y acuosos hasta que me tiene enfocado y dice secamente: - ¿No se te han
helado las patas?
Soy muy sensible a los acentos. Cada vez que me sorprenden los camaradas mientras escribo, crece
mi desconfianza. ¿No se oculta una cierta burla, mezclada en sus bonachones comentarios? ¿O aún peor,
una cierta indulgencia?
Brunner y Ewald se han acercado. Se me ponen a ambos lados y miran por encima de mis hombros
las hojas de papel que estoy garrapateando. Puedo quedarme tan tranquilo pues mi escritura particular no
la puede descifrar nadie más que yo. Les miro a los ojos y no encuentro en ellos ni un ápice de burla o
menosprecio. Julius Lackner se ha acercado también. Dice:
- Pensaba que te habías dejado el diario en Torrelodones.
Le respondo que sí: - Era demasiado gordo y estaba casi lleno. Ahora sólo llevo un bloc de apuntes.
Lo llevo en el bolsillo trasero de pantalón, y portaplumas en el bolsillo de la camisa. Y un par de lápices
en la bolsa de lona de la comida y en la mochila. Todos mis instrumentos de trabajo.
Ewald dice pensativamente: - Si vas escribiendo todo el tiempo sobre lo que va pasando... eso
puede llegar a ser un documento.- Parpadea con sus ojos miopes; con su escaso pelo amarillo desgreñado
parece medio dormido.

286
:
Siento la amistad de estos tres camaradas del Estado Mayor del batallón, me hace sentir bien, estoy
ligado a ellos. Pero al mismo tiempo siento la responsabilidad que esta amistad impone. El problema es
que tengo que demostrar que soy su camarada. Su esperanza de que yo un día testimonie el auténtico
valor heroico de todos los compañeros es otra responsabilidad. Esta esperanza se encuentra en la mirada
de los tres camaradas. Su exigencia me alegra y me obliga al mismo tiempo. Yo le digo: - Seguramente
funcionará.- Ellos pueden pensar que yo hablo de la posibilidad de redactar los apuntes durante las
batallas. Pero lo que yo pienso es si tendré la fuerza necesaria para llevar al papel de foma viva la suerte
de las próximas semanas.
- Bajad al río a lavaros, a ver si os despertáis –manda Brunner-. Y dejad escribir al Kanto.

Son las 11. A las 7 vino la cocina de campaña. El café estaba caliente y fuerte. Los furrieles
repartieron sardinas en aceite, queso, mermelada, buen pan y hasta un poco de mantequilla. - ¡Vaya lujo! -
dice Brunner satisfecho.
- Comida de ofensiva, - chapurrea Julius con la boca llena. Hay buen ambiente. Miramos alrededor.
A nuestra izquierda están los ingleses y americanos, toda la XV Brigada; a nuestra derecha, una brigada
española. Todo el terreno de arbustos está lleno de ambulacias, vehículos de municiones, cocinas de
campaña, coches acorazados y tanques. Esto ya no es una lucha de guerrillas: ataca un ejército
disciplinado en posesión de armas modernas. Será la primera ofensiva de tal medida y con tal empleo de
material en la que participemos. Si yo fuese aún redactor de "El Voluntario” – la compasiva suerte me ha
librado de ello-, tendría que escribir algo así: “El ejército del pueblo no es sólo yunque, se ha convertido
en martillo y levanta el brazo para dar un gran golpe.”

Tras el desayuno los camaradas han bajado al río. Yo me he quedado con los ojos semicerrados
bajo el sol y me he dormido. A las 10 un ordenanza me ha despertado. He de ir enseguida al Estado
Mayor de la brigada. Me recibe Karl. Le quiero presentar de inmediato mi informe sobre el estado de los
efectivos y de los ánimos –algunos camaradas enfermos se han tenido que quedar en Torrelodones-. Pero
él lo rechaza. Lo primero que he de hacer es presentarme al comisario de la brigada, después volver a
donde está Karl; hemos de designar a mi sustituto, hay una orden de que yo me vaya a Madrid.
- ¿A Madrid? ¿Ahora? ¿Hoy? Eso es imposible. No viene al caso - murmure al irme, mientras Karl
encogía los hombros.
Presentación en el Comisariado. De los arbustos viene un hombre de hombros muy anchos. Es el
nuevo comisario de la brigada Schmidt-Parovic, un camarada yugoslavo. Parece estar a la mitad de los
30 años, su rostro es de rasgos muy marcados, sólidos huesos, enérgico y a la vez ingenuo. Es la primera
vez que lo veo y me cae muy bien. Su mirada es abierta, atenta e inteligente; su apretón de manos, cálido
y firme; su voz tranquila y su actitud, sincera. Despierta y ofrece confianza.
Me marcho con la impresión de que el nuevo comisario conseguirá algo. Es inteligente, habla con
fluidez varias lenguas, una significativa ventaja en una brigada que abarca 25 nacionalidades. Es un
experimentado y probado combatiente antifascista que está con la tropa desde el inicio de la intervención

287
:
de los voluntarios internacionales en España. Los camaradas del Batallón Dimitroff de la XV Brigada, del
cual fue hasta ahora comisario, confían en él. Pero este par de referencias que se han dado a conocer
entre nosotros al ser nombrado, podrían no significar mucho. Yo me he abandonado a la primera
impresión que he tenido de él, y ésta ha sido inusualmente fuerte y positiva. Nos entendimos muy bien.
Cuando hubimos arreglado el asunto a causa del cual me había hecho llamar, aún me retuvo diez minutos
para redactar en alemán el llamamiento que había dirigido a la brigada.
El asunto en sí era curioso. Schmidt-Parovic sacó del bolsillo un escrito del Comisariado General
de Guerra para mí, en el cual se me requería para que fuese a Madrid para la apertura de la sesión del IIº
Congreso Internacional de Escritores de la “Asociación Internacional de escritores en defensa de la
cultura”. La invitación de la Asociación había sido dirigida a mí pasando por encima de las autoridades
militares españolas, y el escrito del Comisariado que acompañaba a la invitación tenía un tono oficial.
En cualquier otro momento hubiese sido un placer largamente esperado poder volver a Madrid y
un singular atractivo volver a ver en el Congreso a los viejos amigos que luchaban en otras brigadas y a
los que habían llegado adrede para el Congreso desde París o Londres. Pero se produjo la lamentable
casualidad de que el Congreso se abriera precisamente mañana en Madrid. Precisamente mañana nosotros
entraremos en combate. Para un oficial es imposible alejarse precisamente ese día del batallón. Imposible,
aunque tuviese que enfrentarme a una orden. Hay una disciplina más profunda que está por encima de
una orden dada basándose en el desconocimiento de una situación. Cuando el Comisariado de Guerra en
Madrid envió esta orden, aún estábamos en el Sur. En este momento está ya fuera de lugar.
Le digo a Schmidt-Parovic: - Seguro que tú entiendes que ahora no me quiera separar del batallón.
Toma la carta, la lee por encima otra vez, mira la firma y dice: -Yo ya he cumplido el encargo de
dártela. Es una orden del Comisariado de Guerra. ¿Qué podemos nosotros hacer en contra?
Le quito la carta, se la meto en el bolsillo de la chaqueta y le explico muy contento que yo no he
recibido esta carta. Por encargo del batallón hoy estoy ausente e inalcanzable y no he podido tener
conocimiento de esta convocatoria. Cuando se acabe nuestra acción hay que imaginar que la carta ya la
tendré yo y si el Congreso sigue con sus sesiones, naturalmente iré con mucho gusto a Madrid. Por lo
demás, si quiere, me puede demandar por insubordinación.
Se ríe. El acuerdo está establecido. - ¿Me puedes ayudar con el texto en alemán? - me pregunta.

Por la noche
Es la 1 de la noche. Estoy sentado en el coche del batallón. He tapado las ventanas, así que puedo
encender la luz y escribir hasta la hora de marchar. De momento la carretera está aún cerrada. Nuestra
orden de marcha se ha cambiado en las últimas horas. Seguramente entraremos en acción mañana.
Brunner ha insistido en que viaje en el coche, después de que ayer estuve todo el día de pie.
Curiosamente no siento ni pizca de agotamiento, estoy muy despierto, animoso y lleno de esperanza. En
pocas horas empezaran a tronar nuestros cañones, nuestros aviones estarán en el cielo, avanzarán nuestros
tanques. Por primera vez desde la intervención de nuestra brigada en Teruel en diciembre del 36, la XIII

288
:
ira al combate con la protección de las armas pesadas. Hemos contado hoy 32 tanques que están delante
de nosotros sobre la carretera. Esto crea un buen ambiente.
Las cocinas de campaña no han llegado hasta nosotros hasta las 11,30 de la noche, detenidas sobre
la atascada carretera. Desde las 7 de la mañana no nos habíamos echado nada al estómago. La irritación
era evidente pero desaparece otra vez después de comer. A medianoche los batallones de la XIII están
formados en los bordes de la carretera, preparados para la marcha. Casi pasa una hora hasta que
encuentran un hueco en el que poder introducirse entre las interminables columnas que avanzan. La
caballería adelanta por la derecha y por la izquierda del camino a las columnas de infantería. Camiones,
coches, ambulancias, cocinas de campaña, tanques, tanquetas, coches blindados... avanzan rodando entre
las separaciones que se dan entre cada batallón. Suenan sus bocinas en la oscuridad. De vez en cuando se
ve el ramalazo de luz de los faros de un coche o un camión pidiendo paso, a pesar de la estricta
prohibición de llevarlso encendidos. Entonces se espantan los caballos o los mulos.
Los camaradas que estan agrupados en compañías al borde de la carretera, empiezan a cantar. Los
polacos cantan “Marischka”, los españoles “Ay, ay, ay, luchamos todos juntos por la libertad”, los
alemanes el himno de las Brigadas151 “Wir, im fernen Vaterland geboren, nahmen nichts als Hals im
Herzen mit. Doch wir haben die Heimat nicht verloren: unsere Heimat ist heute vor Madrid.”
Como un eco resuena lejano a nuestra izquierda “Hold the Fort for we are coming...”. Son los
ingleses y los americanos de la XV Brigada, preparados para marchar a nuestro lado. Y ante nosotros
sobre la carretera resuena al ritmo de los firmes y acompasados pasos: “C’est la lutte finale qui
commence... Prenez garde! Jeune garde!” Es nuestro batallón francés “Henri Vuillemin”. Tras él marchan
nuestros dos batallones españoles “Otumba” y “Juan Marco. El Tschapaiev debe esperar hasta el final.
Entonces, en una pausa de los cantos, suena de pronto La Internacional. Poderoso se levanta el
himno de todos los combatientes de la libertad del mundo, crece resonante entre las filas de los que
aguardan y de los que marchan. En muchísimas lenguas, a una sola voz, atruenan sus palabras:
- Die Internationale
erkämpf das Menschenrecht¡
- L’Internationale
será le genere humain.
- El género humano
es la Internacional.
- L’Internacionale
será il genere human.
- The Internacional
unites the human race.
- Og Internationale
slaar Bro fra Kyst til Kyst.

151
Este texto ha aparecido ya en otros momentos: “Nacidos en patrias muy lejanas, llevamos sólo odio en
nuestros corazones. Pero la patria jamás la hemos perdido: nuestra patria está hoy ante Madrid”.
289
:
- En de Internationale
zal morgen heerschen op aard.
- Internationàla
je zitrka lidsky rod.
- S Internacionalom
Slobudu zemlji svoj.
- Gdy zwiazek nasz bartni
orgonir ludski rod.
Y entonces la potente voz de Brunner da la orden: - ¡¡ Batallón Tschapaiev, en marcha !!

La 1ª Compañía se ha puesto en marcha. La Internacional ha cesado. En el silencio que sigue


alguien empieza a cantar y todos le siguen con fuerza.: “Die Heimat ist weit, doch wir sind bereit. Wir
kämfen und siegen für dich: Freiheit¡”152

LA CONQUISTA DE VILLANUEVA DE LA CAÑADA

6 de julio de 1937
Ese día, 6 de julio, no tuve ocasión de tomar apuntes. No importa. Puedo reconstruir en mi
memoria sin un solo vacío cada momento del día del inicio de nuestra ofensiva.
Pasó bastante tiempo antes de que pudiésemos empezar a marchar. La carretera hacia Valdemorillo
estaba completamente atascada. Sólo pudimos avanzar a golpes, cada empujón eran diez metros. Para
cinco quilómetros, necesitamos casi cinco horas. Entretanto se hizo de día Llegamos a Valdemorillo
justamente en el momento en que las baterías pesadas que estaban allí apostadas, empezaron a disparar.
De los batallones de la XIII que debíamos reencontrar allí, ni rastro. El mismo jefe del Estado
Mayor de la brigada, capitán N... se perdió buscando a su tropa. Me junté con él. Subimos las alturas de
Valdemorillo. Ante nosotros se halla la llanura, llena del polvo y el humo del fuego de artillería. En el
horizonte, Villanueva de la Cañada, la primera meta del ataque. De diferentes partes vienen aviones,
muchas escuadrillas. Vuelan muy altos. No los podemos distinguir y nos echamos al suelo. Son los
nuestros. Lanzan bombas sobre la llanura. Son las 7.
7,15. En el lugar donde está la XIII Brigada, que ahora ya se sitúa como primera ola del ataque,
encontramos al comandante Lhes con su batallón francés. Pero del Batallón Tschapaiev no se ve ni rastro
en mucho terreno a la redonda. De algún lugar nos llega la noticia de que el Estado Mayor de la brigada
se encuentra en el mojón de los 11 quilómetros en la carretera hacia Villanueva de la Cañada.
Dirigimos el batallón francés hacia su lugar de salida que nos fue determinado ayer. Allí
encontramos a Karl que busca en vano, como yo mismo, al Batallón Tschapaiev. No sabemos qué pasa en
la llanura, si el ataque sobre Villanueva de la Cañada ha tenido éxito. Según el plan, apenas se puede

152
“La patria está lejos pero a punto estamos. Nosotros luchamos, nosotros cantamos por ti “Libertad”.
290
:
contar que entremos en acción antes del final de la tarde, supuestamente a primeras horas de la noche.
Formaremos la segunda ola del ataque.

Del Estado Mayor de la brigada se ha reunido con nosotros Ludwig, el jefe del Departamento de
Operaciones; tiene que llevar el 2º batallón, el Henri Vuillemin, a su posición. Nos indica también dónde,
según el plan, se debe encontrar el Tschapaiev, y Karl me arrastra con obstinada energía durante horas por
peñascales sin caminos a través de todos los barrancos limítrofes, hasta que la lengua nos cuelga hasta el
cuello. Estamos en pleno mediodía y la temperatura debe ser de lo menos 40 grados a la sombra. La sed
nos atormenta. Estamos agotados y enfadados, casi desesperados por la inútil búsqueda.
Cuando volvemos al lugar de dónde hemos partido, el 2º Batallón ya se ha marchado. Karl nos da
cinco minutos para respirar. Después nos ponemos en marcha hacia el quilómetro 11. En el camino
encontramos una fuente. Cuando hemos bebido volvemos a correr como si nos persiguiesen, cuesta arriba
y cuesta abajo. A unos tres quilómetros de distancia descubrimos la carretera. Tras grandes rocas, ocultos
a la mirada de los fascistas, hay una larga fila de tanques y coches blindados sobre la calzada, son los
nuestros. La cuesta de subida hacia la carretera es especialmente fuete. Siento que estoy reventado tras
dos noches sin dormir y las subidas y bajadas de los últimos dos días.
La tenacidad de Karl me arrastra. No dice ya nada, no murmura nada más sobre “la infame
desorganización”, sólo empuja hacia delante, vamos resoplando cuesta arriba a paso de ataque. En una
pequeña hondonada justo por debajo de la carretera se hallan las mantas y todo el bagaje prescindible del
Batallón Tschapaiev, guardado por un camarada que nos comunica que el batallón ya ha entrado en
combate hace una hora y ha avanzado bajo el fuego a menos de 800 metros de Villanueva de la Cañada.
- ¡Maldita sea! - reniega Karl. Nos arrastramos a cuatro patas el último talud arriba hasta la
carretera. Los tanquistas nos indican el camino al Estado Mayor de la brigada. Son las 2,30 cuando nos
presentamos allí.
Franz, el ayudante del jefe de la brigada, nos informa en pocas palabras de la situación. La primera
oleada del ataque ha ocupado durante la mañana las defensas más avanzadas de los fascistas. Su ataque ha
quedado parado ante Villanueva (de la Cañada), reforzada para una fuerte defensa y evidentemente
defendida con obstinación por numerosas tropas franquista escogidas. A medio día los atacantes agotados
han tenido que ser retirados de la línea del frente. La XIII Brigada proseguirá el ataque; Villanueva ha de
ser conquistada esta tarde, cueste lo que cueste. El avance de la ofensiva depende de ello.
Los dos batallones españoles “Otumba” y “Juan Marco” han sido colocados a la derecha de la
carretera. El Tschapaiev ha llegado aquí hace dos horas, tras largas marchas equivocadas –las cuales me
crean una mala conciencia, aunque yo mismo, a causa de las instrucciones deficientes recibidas, tampoco
hubiese podido impedirlas aunque hubiera marchado con el batallón – e inmediatamente ha sido dispuesto
a la izquierda de la carretera. Para su refuerzo el batallón francés “Henri Vuillemin” llega en estos
momentos a la llanura. Toda la brigada se encuentra ya metida en duro combate.
La División Líster debe haber penetrado al Sur de donde estamos nosotros hasta Boadilla. Desde
allí, parte de las tropas podrían intervenir a espaldas de Villanueva en nuestra ayuda...

291
:

Basta, debo ir al batallón inmediatamente. ¿Qué informes puedo llevar? El jefe de la brigada viene
con Karl. Orden: he de ocupar inmediatamente plaza en el servicio de información del puesto de mando.
Cada cuarto de hora a través del teléfono de campaña se pasa información al puesto de mando de la
brigada. El oficial encargado de este servicio está enfermo y no se puede conseguir otro. Tomo posición.
Un camarada me lleva a través de un laberinto de trincheras al puesto de observación. Allí junto al
telescopio, blanco como el queso, agotado y con el pulso acelerado se encuentra el subteniente P... un
joven alto y rubio. Sufre una especie de ataque cardiaco, el sudor le gotea por la frente. Ha aguantado
hasta ahora. Ahora se tambalea apoyado en un camarada, sin palabras se va por las trincheras hasta la
carretera. La próxima ambulancia lo llevará a la retaguardia.
Alguien junto a mí comenta despectivamente: - ¡El muy cobarde!
Sé que también camaradas correctos pueden ser injustos si uno tiene la desgracia de ponerse
enfermo durante un ataque. En la batalla sólo las heridas cuentan como causa honorable para ir al
hospital. Esta es también la implacable ley de los soldados antifascistas. Al que retrocede y no puede
mostrar sus heridas le murmuran a la espalda la despectiva palabra de “vago”. Mejor sería para él –lo
subrayo sin frivolidad- que le hubiesen pegado un tiro. Anteayer el jefe de pelotón, Fritz, se tuvo que
quedar en Torrelodones, el hombre tenía una fiebre de 40 grados, seguramente un ataque de malaria. Tuve
que oír lo que se decía de él cuando nos marcharnos sin que viniera.
Es una verdadera desgracia ponerse enfermo ante la batalla; es como si uno tuviese la lepra, será
señalado, tendrá que soportar largo tiempo esa desgracia, y sólo una cosa le podrá curar en el futuro de
tal enfermedad en la opinión de los camaradas: un comportamiento extraordinario en el combate
siguiente.
Tuve en la punta de la lengua contestarle al que tenía junto a mí:
- ¿Pero es que no lo ves? El hombre está acabado; contra un ataque al corazón no puede hacer
nadie nada.- Pero me lo tragué. Conocía por anticipado la respuesta: - ¡Qué va! Un ataque al corazón...
Eso lo puede simular cualquiera.
Tampoco había tiempo para andar discutiendo mucho. Me puse al telescopio para echar una
mirada. Estamos en una de las últimas y más avanzadas estribaciones de la Sierra de Guadarrama. Desde
aquí se despliega la carretera hacia abajo trazando grandes curvas. Ante nosotros se extiende la meseta, a
unos 15 quilómetros más allá, al SE., empiezan nuevas cadenas de montañas.
A mi izquierda, en las últimas estribaciones de las alturas junto a la carretera, en las trincheras en
torno a una vieja torre medio caída se encuentra el Estado Mayor de la brigada. Ante mí en medio de la
llanura se ven como pequeños puntos a derecha e izquierda de la carretera, sobre los campos, 11 tanques
parados. Todos han sido hoy por la mañana destruidos por los fascistas. Estos tienen dos baterías de
cañones antitanques en la fortificación de Villanueva. Hay que atribuir ante todo al mal resultado del
ataque con tanques de hoy por la mañana el que nuestro ataque se haya quedado paralizado. Perder 11
tanques en media hora es para desanimarse - a pesar de ellos habrá que recobrar el valor-.
No veo nada más a primera vista. “El campo de batalla moderno se caracteriza por su vacío”. Aquí

292
:
se ve un claro ejemplo de este principio de la nueva organización de la guerra. Afino los cristales del
telescopio, busco con él por la llanura, y sólo veo, ahora por primera vez, pequeños grupos en el campo,
agachados entre los surcos y medio escondidos detrás de las hierbas. Una pausa en el combate.
De aquí en adelante puedo basarme en apuntes exactos. Son las anotaciones que transmití a lo largo
de tres horas y media de esa tarde desde el puesto de observación del combate a la dirección de la brigada.
He guardado un resumen de ellas en mis papeles.

Puesto de observación del combate ante Villanueva de la Cañada, quilómetro 11


6 de julio de 1937
Observaciones y comunicaciones telefónicas desde las 2,50 horas.
-3.00 horas Caballería en la retaguardia (al S.) de Villanueva de la Cañada. No se aprecia a través
del telescopio ni del telémetro si son tropas nuestras o fascistas.
- 3.15 horas: el 3º y el 4º Batallón van por la derecha de la carretera hacia Villanueva de la Cañada
en formación desplegada. Se extienden hacia la derecha separados para ampliar el flanco.
- 3.20 horas: Impactos de artillería sobre la iglesia. La mayoría de los impactos dan en el centro de
la aldea. Mantenerse sobre las trincheras y antitanques en la salidas Este y Oeste de la aldea.
- 3.25: 3º y 4º Batallón avanzan de nuevo por la derecha, pero demasiado concentrados.
- 3.40: 1º y 2º Batallón avanzan por la izquierda de la carretera en formación dispersa.
- 3.50: Se refuerza el fuego de artillería. Tres impactos en la iglesia. Las ametralladoras fascistas
callan. El flanco izquierdo llega hasta unos cuatrocientos metros delante de la aldea.
- 4: Fuego fuerte desde la trincheras de la salida Oeste de la aldea. Nuestro flanco derecho
retrocede unos 150 metros.
- 4.22: El 3º y 4º Batallón atacan por la derecha.
- 4.30: Parado el ataque por la derecha. Los batallones permanecen a cubierto.
- 4.45: Camaradas del 1º y 2º Batallón se acercan a saltos hacia delante hasta cerca de los olivares
en la salida Este de Villanueva. Por la derecha nada nuevo. Ha parado el fuego de artillería.
- 5: Empieza de nuevo el fuego de artillería.
- 5.05: 9 tanques nuestros avanzan por la carretera hacia Villanueva. Los primeros han alcanzado
la granja aislada a medio camino entre el mojón de los 11 quilómetros y Villanueva.
- 5.15: Los tanques tuercen a la izquierda de la carretera. Se despliegan en un cuarto de círculo al
Este de la aldea.
- 5.20: Los tanques empiezan a disparar desde la distancia de entre 800 y 1200 metros delante de la
aldea. Casi todos los impactos en el centro de la aldea.
- 5.22: En la salida Este de la aldea, delante del largo muro, disparan dos cañones antitanque
fascistas. En la salida Oeste, uno.
- 5.30: El Batallón Tschapaiev avanza por la izquierda.
- 5.40: El 3º y 4º Batallón dispersan de nuevo su línea por la derecha.

293
:
- 5.50: El Batallón Tschapaiev avanza hasta los olivares por el Este. Muy fuerte y sostenido fuego
de ametralladoras y de infantería desde las trincheras al Este y al Oeste de la aldea. Duelo entre los
tanques y la artillería. Los tanques a unos 600 metros de la aldea.
- 6.00: Pausa en el combate. Los tanques han retrocedido un poco.
- 6.05: Aparecen nuestros aviones.
- 6.08: Han sobrevolado Villanueva sin bombardear.
- 6.10: En el flanco derecho saltan algunos camaradas hacia atrás desde las posiciones avanzadas.
Son recogidos por nuestra línea. Cuento a lo largo de este ataque entre las 5 y las 6 horas por la izquierda
8 heridos, por la derecha 6. Son llevados atrás por los sanitarios. Algunos camaradas permanecen
tendidos por delante.
- 6.20: Los tanques retroceden.
- 6.30: Me llega la noticia de que sobre las 7 horas nuestros aviones bombardearan Villanueva y
debe producirse un ataque. Sigue.
Observaciones: Insuficiente coordinación de las diferentes armas. Artillería, tanques, infantería,
aviación y observación se desenvuelven sin relación una tras otra o una junto a la otra.
El oficial de información
(firma)
- Cerrado a las 6.38 horas.
Yo había sido bastante descarado al añadir a mis informes la observación sobre la insuficiente
coordinación de las diferentes armas.
Si uno observa durante varias horas con atención completamente relajada todos los detalles de las
fases de un combate, se da cuenta de muchas cosas. Mi formación y mi experiencia militares siguen
siendo muy incompletas –como la de la mayoría de nosotros – a pesar de la enseñanza práctica en los
pocos meses de la guerra. (La escuela de la guerra mundial, por la que algunos de nosotros pasamos, nos
ha sido, ciertamente, de gran utilidad práctica, pero no nos ha enseñado a los que, casi sin excepción
fuimos sencillos soldados, ningún conocimiento estratégico que ahora podamos utilizar). Las
observaciones que yo hice son simples observaciones de un observador atento y sin prejuicios. Pero
gracias a ellas aprendí a reconocer las enfermedades infantiles que se manifestaron en nuestra primera
gran ofensiva y que nos hicieron perder el éxito al que aspirábamos.
Pasamos por alto algunos errores en la preparación de la intervención. (Sólo un ejemplo: el
Batallón Tschapaiev encontrándose en el camino correcto hacia la posición de salida, recibió una
contraorden de los puestos superiores, la cual indicaba un camino equivocado, así que después de mucho
ir y venir, ya agotados bajo el calor del mediodía, alcanzaron su posición a las 12 horas, posición que
habrían podido alcanzar por la noche a las 4 si hubiesen seguido el camino correcto. Así pues, en lugar
de combatir tras un descanso de 8 horas - que además habrían dado ocasión a sus oficiales de dar una
buena mirada al terreno antes de entrar en combate-, este batallón fue arrojado al combate tras 12 horas de
marcha errónea sin tiempo para tomar aliento).
¿Cómo era la situación cuando la brigada entró en combate? Era evidente que Villanueva estaba

294
:
extraordinariamente bien fortificada y defendida. El ataque frontal había fracasado. Se realizaron
entonces lógicos ataques de cercamiento. Sobre nuestro flanco derecho teníamos suficiente espacio
- especialmente desde la irrupción de Lister en Brunete -, tampoco por el flanco izquierdo estábamos
agobiados. A pesar de esto las maniobras de cercamiento se realizaron de forma tímida y esquemática:
dos batallones a la derecha de la carretera y dos a la izquierda; además se pegaron demasiado a la
carretera sin tener en cuenta la posibilidad realizar un amplio cerco, (nuestro centro no podía estar
amenazado por un eventual contraataque por sorpresa por el centro gracias a la presencia de las reservas,
tanques y artillería sobre las alturas; o sea que, en nuestra situación, se podía haber abierto el centro sin
peligr).
La distribución de los batallones era también esquemática: no tenía en cuenta el punto más
ventajoso del terreno para avanzar hacia la aldea. Este punto más ventajoso era, según mis observaciones,
un bosquecillo de olivos que se encontraba a la izquierda de la aldea (visto desde nosotros). Si se
conseguía alcanzar el extremo del bosquecillo – a unos 150 metros de la aldea-, se podía avanzar bien
desde allí y arrollar desde ese punto el sistema de trincheras de los fascistas que se encontraba
precisamente enfrente de la aldea. Un batallón puesto en el flanco derecho para fijar la atención del
enemigo, y tres batallones enviados hacia delante mediante un movimiento amplio por el flanco izquierdo
con la cobertura igualmente amplia por la izquierda de los tanques habría conducido a un rápido
resultado sin derramamiento de sangre. (Además al mismo tiempo habría cortado a los fascistas la única
línea de retroceso aún abierta). Por primera vez en las últimas horas de la tarde, tras cinco ataques en
vano y con muchas víctimas, los tanques se decidieron a un medio movimiento por el flanco izquierdo, y
por incompleta que fuese la maniobra trajo como resultado que algunos camaradas del Batallón
Tschapaiev se pudieran adelantar hasta cerca del bosquecillo de olivos. Aún más grave que la falta de
movilidad táctica, era la desconexión de las acciones de cada una de las armas (infantería, artillería,
tanques, aviación). La infantería y los tanques aún cooperaron hasta cierto punto; no resultó muy bien
– teníamos poca experiencia en avances con tanques-, pero la voluntad de ambas partes estuvo presente.
Por el contrario, la coordinación entre artillería e infantería salió bien únicamente por casualidad, y la
combinación de la artillería, más la infantería, más los tanques, ni siquiera se intentó. Cuando disparaba
la artillería los tanques y la infantería esperaban pacientemente hasta que paraba el fuego para avanzar
por su parte. Los tanques libraban después un duelo con los 5 cañones antitanques, y entretanto la
infantería permanecía abandonada a sí misma.
La coordinación entre los repetidos bombardeos aéreos y las otras armas fue absolutamente nula.
Cuando los aviones aparecieron sobre Villanueva, se paralizó cualquier otra acción de combate. Cuando
los fascistas se habían recuperado de nuevo de la acción de los bombardeos, entonces avanzaban los
tanques y la infantería –después de que los aviones ya estuviesen fuera de la vista.- Esta indecisión se
evidenció de la manera más clara -la gran ocasión de utilizar el apoyo de la aviación para el ataque- en el
último bombardeo a las 7 de la tarde. Nuestros aviones habían dado en el blanco con gran resultado. De
las casas, muros y fortificaciones de tierra que se derrumbaban, se elevaba una nube de mortero,
escombros, polvo, que durante unos tres minutos impedía cualquier visión. Si en esos minutos, utilizando

295
:
la protección del polvo y al mismo tiempo el efecto psicológico del temible bombardeo sobre los
fascistas, nuestras compañías hubiesen avanzado decididamente, habrían podido arrollar las posiciones
de los fascistas.
Aún hubo otra ocasión no utilizada en este ataque aéreo: nuestros aviadores habrían debido dar
vueltas sobre Villanueva por lo menos entre 10 y 15 minutos y en caso de necesidad habrían debido
ametrallar las posiciones fascistas. Pero ellos se largaron de allí muy orgullosos después de haber lanzado
sus bombas de una vez. Si hubieran vuelto y hubieran permanecido sobre las cabezas de los fascistas un
rato, entonces nuestros tanques, seguidos de nuestra infantería, habrían podido avanzar tranquilamente
contra Villanueva ya que se combate mal contra un enemigo materialmente parecido a ti, si se tiene la
amenaza de la aviación sobre la cabeza.
Estas observaciones no quieren ser una crítica a la bravura y la abnegación de los oficiales y
soldados de la XIII Brigada; por el contrario, sólo demuestran lo que “a pesar de” se realizó. Puede ser
útil que estas observaciones, que todos nosotros hemos hecho, se conserven en la memoria.

A las 6.40 horas había presentado mi informe en el Estado Mayor de la brigada. Se me ofreció vino
para beber; me bebí casi una cantimplora llena y, de manera rara, no me sentí borracho en lo más mínimo,
sino más bien tranquilo y fuerte. Había también pan y una lata de carne, me zampé desmayado todo lo
que se puede comer en diez minutos.
Unos minutos antes de las 7 me llevó con su coche al batallón el ayudante de la brigada, teniente
Franz. La tormenta estaba aún en marcha, Franz condujo a los camaradas hasta el borde del bosquecillo
de olivos en el flanco izquierdo pero estaban demasiado cansados para penetrar en las líneas enemigas;
pronto se produjo una pausa.
Brunner, Ewald y Lackner tenían el puesto de mando en el lado izquierdo del talud de la carretera,
frente a una granja solitaria. Respirando pesadamente, desfondados, se arrojan a las 8 a las trincheras de
la carretera. Escuchan lacónicamente los informes sobre quién había sido herido esta vez en el ataque o
quién permanecía tendido en el campo. Las pérdidas son grandes. El capitán Gusti, jefe de la 1ª Compañía
y segundo comandante del batallón, y Wolfgang, su comisario, han sido heridos. Pérdidas especialmente
graves de oficiales ha sufrido la 2ª Compañía; el teniente polaco y jefe de pelotón Najder ha caído, lo
mismo que el comisario de la compañía, Landau. Mi sustituto en el servicio de información, teniente
Zaplicky, está herido. En la 3ª Compañía ha muerto el jefe de pelotón noruego Axel Hansen; el enlace
Theuergarten de la Compañía de Ametralladoras está igualmente muerto.
El tema de Theuergarten153, del cual ya informé en el frente del sur, se ha cerrado. Ahora es un
monumento conmemorativo.
Los informes corren. También el joven sanitario suizo Karl Fischer ha caído –como muchos otros,
muchas veces nombres de los camaradas españoles cuyos rostros tan bien conozco, pero cuyos nombres
he olvidado-. Al final llega una información que me estremece especialmente: ha caído el viejo Wilhelm,
aquel cuya joven y valiente amiga le tuvo que escribir su carta de despedida cuando su esposo fue

153
Ver páginas 190 a 192.
296
:
liberado del campo de concentración. Wilhelm se había encuadrado en la sanidad. Sospecho que él
buscaba la muerte.
Hago un primer informe sobre la situación de la operación y las probables pérdidas del último
ataque en la brigada. El teléfono de campaña está ya instalado. Se encuentra a unos 150 pasos del lugar
donde está el Estado Mayor, al otro lado de la carretera junto a la casa. Cada pocos minutos llama la
brigada a causa de este o aquel detalle. He de trotar frecuentemente de aquí para allá.
Se ha hecho ya de noche. El fuego ha cedido. De vez en cuando silban un par de disparos a través
de la oscuridad. Después un combate corto y potente de granadas de mano. Los camaradas han preparado
el terreno en la oscuridad y han ocupado el borde del olivar.

De algún sitio llega el rumor de que entre los muertos que están tendidos a derecha e izquierda del
camino, se encuentra el comisario de guerra de la brigada Schmidt-Parovic. Llamo al Estado Mayor de la
brigada y me entero de que, de hecho, Parovic había avanzado sobre las 7 horas hacia los batallones.
Hasta ahora no ha regresado. Enviamos patrullas que buscan en vano por el terreno en la oscuridad.
Nuevos informes llegan de delante. Nuestra gente está a 50 metros de la aldea. El Batallón Juan
Marco se ha adelantado hasta muy cerca de las trincheras en el flanco derecho.
Desde la brigada se anuncia que la comida está preparada. Enviamos enlaces que traigan las
cocinas hasta aquí. Nos pasan por delante. Después, cuando ya hayan repartido a los de delante, al volver
atrás nos dejarán el resto.
A las 11 un fuego muy fuerte de granadas en el flanco derecho. Tras un rato, informaciones de que
el “Juan Marco” ha atacado las trincheras y desde la derecha ha entrado en la aldea.
Los rumores sobre la muerte de Parovic aumentan. Algunos dicen que lo han visto caer, cerca del
cementerio de Villanueva, durante el último gran ataque, sobre las 7.30. Reiteradas llamadas telefónicas a
la brigada. Allí reina la mayor intranquilidad. Parovic se había decidido a avanzar él mismo durante el
ataque para recoger al último de los camaradas. Se había dirigido al “Juan Marco”.
- ¿Cómo podéis dejar al comisario de la brigada en la primera línea de la infantería? - pregunto yo.
No ha permitido que lo detuviéramos, me contestan resignados. Habían llegado informes de que,
en cualquier circunstancia, Villanueva tenía que estar en nuestro poder esa misma noche, de lo contrario
todo quedaría en el aire. Entonces él decidió que era el momento de que el comisario se dejase ver, y por
eso se marchó.
A medianoche se confirma la noticia de la caída de la fortaleza de Villanueva de la Cañada.
También el Tschapaiev ha entrado en el lugar. Desde la retaguardia parte de la XV Brigada ha apoyado.
Se han capturado muchas ametralladoras pesadas, tres cañones antitanques, ametralladoras ligeras,
municiones, provisiones. Hay hasta ahora 80 prisioneros. Entre las ruinas hay centenares de muertos.
A la 1 de la noche nuestras cocinas de campaña aún no han vuelto. Nos dormimos sobre el campo.
Me despierto de vez en cuando. En medio de mi sueño veo como tropas, camiones, cañones, caballería
avanzan por delante de mí. Se ha tomado Villanueva. Sigue la ofensiva.

297
:
MARCHA A LO LARGO DE LA ORILLA DEL RÍO GUADARRAMA

7 de julio de 1937
El 7 de julio me puse por tres veces a tomar apuntes a toda prisa y de forma esquemática: primero
entre las ruinas de la conquistada Villanueva de la Cañada, mientras se reunía el batallón para seguir con
el avance; después en las orillas del río Guadarrama que era la meta de ese día; finalmente a la caída de la
tarde, aún en el mismo lugar anterior.
Lo que más grabado se me quedó de este día fueron varias cosas. En primer lugar, la sensación de
avanzar en un terreno que aún no está limpio de enemigos. A nuestro alrededor quedaban numerosos
nidos de resistencia de los fascistas, entre ellos los atrincherados en la fortificación construida en el viejo
castillo llamado castillo de Villafranca (liquidarlos era misión de otra parte de las tropas). De vez en
cuando recibíamos disparos por la retaguardia, y varios escuadrones de caballería nos habrían atacado –y
nosotros a ellos – si, por suerte, en el último momento antes del choque no se hubiese aclarado que ambas
formaciones pertenecían al ejército republicano. En esta marcha lenta, precavida, siempre a cubierto por
seguridad, había que revisar cada casa en el camino, cada arbusto, cada peñascal. Para los 15 quilómetros
que tuvimos que marchar, necesitamos casi ocho horas.
En segundo lugar, otra observación impresionante fue la gran actividad que la aviación enemiga
desarrolló desde ese día en adelante. Empezó por la mañana sobre las 5; apenas acabábamos de
despertarnos cuando ya los teníamos encima. Nos dispersamos rápidamente por el campo. Los
observadores fascistas dejaron caer un par de pequeñas bombas. Una cayó a unos 20 metros del surco en
el que Hermann y yo habíamos buscado una imaginaria protección en medio del campo. Ahora cada
bombardeo observado desde alguna distancia o en la pantalla de un cine mudo se ve como si el mundo se
hundiese. Pero si se está en medio de un bombardeo de verdad, la enormidad de la impresión se centra en
el peligro limitado y concreto, que parece insignificante si uno escapa a él. La impresión acústica y visual
parece minimizada y aumenta progresivamente con la distancia del lugar desde el que se mira. Cuanto
menos peligro inmediato hay, más capaz es uno de percibir los fenómenos acústicos y visuales que lo
acompañan. La representación del peligro de muerte es sobrepasada por otras categorías de pensamiento o
percepción, que aún exageran el verdadero miedo, por lo menos en personas con una fantasía y
sensibilidad vivas. En todo caso he comprobado después de haber estado por dos veces en el centro de un
duro bombardeo, que ninguno de ellos fue para mí tan horrorosamente emocionante como los que he
visto en el cine.
En resumen: cuando la bomba había caído y nos habíamos sacudido la porquería que giraba a su
alrededor, yo pensaba tranquilamente: ¿Esto es todo? Por lo demás, después, en el transcurso del día, aún
estuvo “mejor” (sic, entre comillas en el texto) y fue también muy emocionante porque lo que pasaba,
pasaba a alguna distancia. Toneladas de bombas. Pero nosotros estábamos felizmente ya a 8 quilómetros
de distancia cuando dejaban en ruinas lo que quedaba de Villanueva. Sus bombardeos seguían uno tras
otro casi sin pausa. Contábamos escuadrillas de hasta 23 aviones. (Pero esto era, como se vio en los
siguientes días, sólo un tímido inicio.) La superioridad numérica de la aviación fascista y su gasto de

298
:
material sin freno – tenían para eso y más... ¡Viva la no intervención!- se hizo evidente y empezó a ser
apabullante desde el mediodía de esa jornada.
La tercera experiencia extraordinaria que sentimos con toda su violencia desde ese día fue la sed.
Marchábamos por un terreno ondulado, en gran parte sin sombra y con una temperatura que en las horas
del mediodía debía ascender a 50 grados. Nuestras cantimploras estaban completamente secas cuando a
las 10 de la mañana salimos de Villanueva. Del mediodía en adelante nos moríamos de sed. La sed nos
estimuló aún más para avanzar hasta el río, que era nuestra meta.
En esta marcha entendimos también lo sabía que había sido la orden de dejar todo lo prescindible
para el combate en Torrelodones. Con fusil, cartucheras, casco, máscara de gas, cantimplora y bolsa de
provisiones con su contenido, la infantería ya estaba más que sobrecargada bajo una temperatura de 50º, y
los de la Compañía de Ametralladoras que tenían que arrastrar sus máquinas y cajas de municiones por
los caminos polvorientos empezaron a resoplar tras pocos quilómetros.
Tuvimos que resistir hasta las 4 de la tarde antes de llegar finalmente a la orilla del río y poder
beber –bajo peligro de muerte, pues desde las alturas del otro lado los fascistas nos disparaban con sus
ametralladoras-.
Ninguno de nosotros se detuvo un segundo para salir de entre los matorrales que nos cubrían y
echarnos ansiosamente de cabeza al agua. La sed sobrepasó el peligro de muerte. Ella borraba cualquier
otro pensamiento. Era imposible imaginar algo que no se relacionase con el agua.
El enlace Antek Kutz –polaco alemán – nacido en la Silesia Superior, pero desde había 15 años
domiciliado en Francia como capataz en las minas de Aix, había sido enviado por delante por Brunner
con las cantimploras de los camaradas del Estado Mayor del batallón para recoger agua. Le esperábamos
en una loma sobre el río. Cuando subía hacia nosotros empezaron a dispararle furiosamente y una de las
balas atravesó una de las cantimploras llenas que llevaba. El propietario de la cantimplora agujereada casi
se pone a chillar de rabia ante su mala suerte. Sin cantimplora en este clima está uno tan desarmado como
sin fusil. La primera y más general preocupación era conseguir cantimplora y agua de repuesto.
Este terrible y corrosivo martirio de la sed privándonos del control de toda la fuerza y toda la
voluntad, lo volvimos a experimentar después, en las siguientes dos semanas, casi diariamente.
Al menos 30 fascistas y 12 de nuestros hombres resultaron muertos al intentar llegar a un pozo que
se encontraba entre las posiciones situadas sobre las colinas de Romanillos (un poco mejor para
nosotros, de lo que deriva que nuestras pérdidas fuesen menores).
Ninguna prohibición, ningún autodominio, ningún temor contaba; la sed era más fuerte que el
instinto de conservación, una y otra vez los hombres intentaban de un lado y del otro acercarse a aquella
fuente entre las líneas enemigas, aunque uno de cada cuatro o de cada cinco resultara herido o muerto en
el intento.
Estas eran las experiencias de carácter general que trajo este día del avance.
Junto a ello hubo vivencias de naturaleza especial. La primera fue la búsqueda del comisario de
guerra caído, Schmidt-Parovic.

299
:

Valdemorillo

+ cementerio

Vado de Carlos

De Villanueva de la Cañada a Romanillos


Posible marcha de de la XIII Brigada (7 al 12 de julio) Combates
Situación aprox. Estado Mayor Brigada Situación aprox. Estado Mayor batallón (Casa Blanca)

Inmediatamente después del primer bombardeo ligero nos habíamos juntado los del Estado Mayor,
incluyendo telefonistas, enlaces y furrieres, y habíamos avanzado a derecha e izquierda de la carretera.
Sobre los campos en torno al cementerio que había sido el fortín más fuerte de la posición defensiva de
los fascistas ante Villanueva, construido por técnicos alemanes, se hallaban más muertos tendidos sobre la
tierra de los que habían sido allí enterrados en los últimos años. Buscamos si entre ellos había alguno de
nuestro batallón. Pero la mayoría estaban carbonizados. Tres tanques incendiados estaban muy cerca del
cementerio y habían incendiado la hierba seca de alrededor. Nos pusimos casi enfermos a causa del olor
de la carne quemada. Todos escarbábamos en nuestros bolsillos, por si aún había en ellos algún
cigarrillo; en vano, los últimos nos los habíamos fumado ya ayer.
En eso estamos cuando un pequeño grupo de camaradas rodea un muerto. Cuando nos acercamos
reconocemos que es nuestro comisario de guerra Schmidt-Parovic. Camaradas españoles han enontrado el
cadáver a la izquierda de la carretera y lo han traido hasta aquí. Una bala le ha entrado por el pecho y le
ha salido por la espalda: un tiro en el corazón. Habrá muerto instantáneamente. Su rostro está
300
:
completamente relajado. Está tendido delante de nosotros con una expresión increíblemente pacífica, casi
alegre. Parece como si sonriese. Sus ojos están abiertos, pero su boca –cosa rara en un muerto que
posiblemente se pueda explicar por su posición al caer- está casi cerrada. Sólo por sus gruesos labios
entreabiertos se ven ligeramente sus dientes. Esto hace que parezca como si sonriese.
Se ha traído una camilla. Antes de levantar al muerto se vacían sus bolsillos. Se me entregan todas
sus cosas, les doy una mirada; podría haber en ellas una orden para el batallón. Me quedo un bloc de
notas en el que él ha garrapateado el proyecto de su primer (y último) llamamiento a la brigada. Los
restantes objetos, sobres de cartas, reloj, papeles, documentos militares, su bolsa de comida y una pitillera
de piel, se las confío a uno de los enlaces, que las llevará al Estado Mayor. Pero de pronto me lo pienso y
cojo la pitillera otra vez. Hay sangre seca en ella. La abro: quedan 14 cigarrillos “Gauloise Bleu”. Tomo
un cigarrillo, lo enciendo y aspiro profundamente. Los camaradas me miran fijamente, perplejos. Hago
circular la pitillera. Ellos dudan. Digo: - Este es su último regalo para nosotros.- Lo entienden. Cada uno
enciende un cigarrillo. Son doce hombres. Ha sobrado uno.
Formamos un estrecho y cerrado círculo en torno al muerto y fumamos en silencio, con la mirada
puesta en su rostro de apariencia tranquila, el cigarrillo hasta el final. Cuando el último ha arrojado la
colilla tras sí, abrimos el círculo. Dos camilleros levantan la camilla. Saludamos. Nadie dice una palabra.
Cuando la camilla está a unos 50 metros de nosotros, formamos y marchamos de nuevo
rápidamente.

Poco antes de Villanueva nos encontramos con un grupo de habitantes de la aldea, campesinos,
mujeres, niños; el terror está clavado en sus ojos. Han tenido que resistir durante 24 horas en el infierno
de la guerra moderna, bajo fuego graneado y bombardeos que han trasformado media aldea en un montón
de ruinas. Muchos han muerto. Los fascistas les obligaron a permanecer en la aldea. Era una manera de
especular sobre nuestra humanidad; ellos saben que eso nos paraliza, si suponemos que nuestras bombas
pueden destrozar también a mujeres y niños españoles.
Ahora estos supervivientes serán conducidos por nuestros soldados desde la zona de combate hacia
la retaguardia. Levantan asustados la mano, con expresión medio extraviada, con el saludo del Frente
Popular “Salud”. Les murmuramos impresionados una contestación. Algunos de nosotros bajamos los
ojos ante la mirada de estas madres en las cuales las lágrimas han trazado surco sobre los rostros
consumidos, mezcladas con tierra, suciedad y polvo. Aprietan a sus hijos contra sus cuerpos. Dos de los
pequeños están vendados. Lo que se podía salvar de sus escasas pertenencias lo llevan nuestros soldados
junto a ellos.
Cuando ya hemos pasado, Julius carraspea y dice con voz ahogada: - Qué vamos a hacer... Es la
guerra.- Y un rato después añade: - Pero si piensas que ellas estaban ayer ahí dentro con sus niños... ¡qué
horror!
Cuando a las 10 de la mañana nos marchamos de Villanueva, se nos había dado como misión
militar de ese día la ocupación y aseguramiento del puente sobre el río Guadarrama. Ese puente estaba

301
:
indicado en el mapa, debía encontrarse cerca de la confluencia del Aulencia con el Guadarrama 154.
Cuando finalmente llegamos después de una pesada marcha por territorio enemigo a una altura
indicada en el mapa que supuestamente estaba sobre un puente del río, sin poder ver ningún puente y
cuando, además, enviamos a todos los enlaces disponibles, a pesar de su agotamiento, y estos recorrieron
los alrededores en búsqueda de este puente sin encontrarlo, tuvimos ya la total seguridad de que tal
puente no existía en muchos quilómetros a la redonda.
Acabamos teniendo que aceptar que ese fabuloso puente no podía ser otra cosa que un vado de
bancos de arena en el agua poco profunda que parecía ser una prolongación natural de la carretera que
llevaba desde Brunete hasta cerca del mismo río y que seguía hacia las alturas del otro lado, donde
desembocaba (si es que se podía confiar en el mapa respecto a este punto) en el camino hacia Boadilla
del Monte.
Nosotros, los del Estado Mayor, éramos de los primeros que habíamos llegado a la colina señalada.
Poco a poco llegaron en grupos dispersos los pelotones aislados. Ante la visión del agua los camaradas
no se podían contener, y nos vimos apurados para concentrar a nuestro alrededor un núcleo de hombres
preparados para intervenir, cosa que en una situación poco clara y en un terreno desconocido, era una
necesidad. No sabíamos si a nuestras espaldas aún quedarían contingentes de fascistas capaces de actuar
que podrían intentar abrirse paso.
Además apenas habíamos llegado observamos como las alturas que estaban frente a nosotros al
otro lado del río eran ocupadas por fuertes grupos de tropas a paso rápido. A simple vista podíamos
observar como allá arriba montaban ametralladoras a toda prisa con su dirección de tiro hacia nosotros
¡Alarma!
Todos los hombres disponibles fueron reunidos rápidamente. Avanzamos hasta el límite de la
cadena de colinas y montamos algunas ametralladoras ligeras que ya habían llegado. La distancia en línea
recta entre las dos líneas de elevaciones no era mayor de unos 1200 metros.
Permanecimos inseguros, sin saber de qué clase de tropas se trataba. Aunque nosotros nos
movíamos de forma bastante libre y visible en los claros de nuestras alturas, ningún disparo vino desde el
otro lado. Ewald pensaba que bien podían ser algunos de los nuestros, que hubiesen atravesado el río y
hubiesen tomado ya las colinas del otro lado.
Pero en nuestra situación, nada se arreglaba con suposiciones. Debíamos tener certezas. Brunner
convocó a algunos expertos y decididos observadores. Debían de ir a las alturas vecinas y comprobar a
quién teníamos allá delante.
Al cabo de 20 minutos emergió nuestra patrulla que había estado protegida de nuestras miradas por
los matorrales del Guadarrama, ya al otro lado del río, avanzando con cuidado hacia las colinas de su
orilla izquierda. Las teníamos a la vista con los prismáticos y observábamos su avance en tensión. Hasta
casi la mitad de la altura avanzaron casi arrastrándose. Ahora había que decidirse. Entonces empiezan a

154
En el mapa topográfico aparece cerca de la confluencia del Aulencia con el Guadarrama un lugar
llamado Vado de Carlos. El otro vado que cita como paso de la carretera de Brunete a Boadilla queda algo más al
sur y sí que tenía un puente y un camino que iba a parar a él llamado camino del Puente (mapa. pág. 300). Entre un
punto y otro, según el mapa antiguo, parece que había varios vados más.
302
:
ladrar las ametralladoras situadas al otro lado. Inmediatamente responden las nuestras para cubrir el
retroceso de la patrulla. El fuego de nuestras ametralladoras es tranquilo y bien apuntado, los del otro lado
pasan de nuestra patrulla para respondernos directamente. ¡Uy! cómo silban pasando por encima de
nuestras cabezas. Nos echamos al suelo. La incertidumbre se ha terminado. Frene a nosotros lo que hay
son fascistas.
- Vale pues –rezonga Brunner, que está tumbado junto a mí-, mañana temprano les daremos a estos
una paliza montaña abajo.

LA BATALLA SOBRE LAS ALTURAS DE ROMANILLOS

8 de julio de 1937
La noche ha sido otra vez muy fría. No hacía mucho que me había echado y estaba medio dormido
a pesar del penetrante frío cuando he notado que alguien extendía una manta sobre mí. Hoy por la mañana
he podido comprobar que había sido el pequeño Antek Kutz155, nuestro compañero y enlace alemán, el
que me había tapado con este delicado cuidado. Después de despertarnos viene a por su manta. Le
pregunto si es que tiene otra para él mismo. Me dice que ha dormido junto con el chófer Halperin156 en el
coche del batallón y que no ha necesitado ninguna manta. Pero –añade casi disculpándose- como yo soy
tan flaco, él ha pensado que tendría frío.

Hemos sido despertados a las 3.30 por el jefe de la brigada personalmente. Trasmite la orden de
ataque. De la complicada codificación en la que él la ha recibido, pasada a instrucción comprensible para
todos, sale la orden: la XV División, a la que pertenecemos, tiene que atacar las posiciones enemigas
sobre las alturas de la orilla izquierda del río Guadarrama. Nuestra brigada ha de atacar a la izquierda del
camino que lleva desde el vado hasta arriba de las alturas, la XV Brigada a la derecha. La batería nº 115
estará a disposición de nuestra brigada durante el ataque, lo mismo que un cierto número de tanques. La
batería antitanque de nuestra brigada ya emplazada al Sur y consistente en tres modernos cañones, ya
había recibido granadas explosivas y debía ahora superar su prueba de fuego. El ataque había sido fijado a
las 5 de la mañana; después fue retrasado una hora.

155
Antek Kutz ya ha salido en la página 299 yendo con las cantimploras a por agua. Citado en el Dicc. Vols.
Alms. aunque apenas dice nada más de él que lo que el mismo Kantorowicz cuenta. Sólo añade el dato de que murió
en la batalla de Brunete el 23 de julio, quince días después del pequeño y bello gesto narrado en esta página.
156
Ernst Halperin, Zúrich, 1906. Había estudiado historia y filología inglesa en la Universidad de su ciudad,
secretario del Grupo Estudiantil Marxista y miembro del PC suizo desde 1937. Vino a España a fines de mayo del
37 y estuvo encuadrado primeramente en una unidad de artillería como observador. En agosto fue levemente herido
en Brunete. En enero del 38 estaba de reserva con su unidad y entró en el PC español. En el diccionario biográfico
de los voluntarios suizos, de donde se han extraido los datos anteriores, aparece un documento (pp. 499-500) en el
que Halperin se dirige a Ludwig Renn, dirigente importante de los brigadistas alemanes y director de la Escuela de
Oficiales de Cambrils, para plantearle razonada y respetuosamente una serie de preguntas muy críticas sobre el
comportaminto de ciertos oficiales y sobre ciertos malos usos que veía en las Brigadas Internacionales. Acaba
diciendo “....yo quería dedicar mi vida a nuestra causa. Sin embargo, aunque la causa siga siendo buena, no puedo
seguir luchando a las órdenes de canallas.”. Halperin regresó a Suiza en un momento desconocido y no sufrió,
como era habitual, castigo por parte de las autoridades suizas por haber luchado en un ejército extranjero.
303
:
A las 4,30 llegó la cocina de campaña con café recién hecho, bien caliente, precisamente en el
momento oportuno; a todo nos pareció un buen presagio.
Poco después de las 5 nuestra infantería empezó a distribuirse en pelotones cuesta abajo desde las
alturas hacia los matorrales del río, hacia la derecha, hasta contactar con el “Juan Marco”. Las
ametralladoras ligeras iban con la infantería. Las ametralladoras pesadas y los tres cañones antitanques
fueron apostados en los lugares más convenientes, en puntos bien cubiertos y con su campo de tiro
enfocado en tres direcciones.
Hecho esto Brunner, Ewald, Julius y yo nos dirigimos al lugar elegido como puesto de mando en
el punto más avanzado de la colina (mapa pág. 300) La vegetación de matorrales bajos ante nosotros nos
pareció suficiente cobertura visual sin quitarnos a nosotros mismos la vista sobre las alturas que teníamos
delante. Los enlaces se encontraban delante de nosotros al alcance de nuestra voz a, unos 20 metros, en
una hondonada detrás de un gran árbol. A unos 100 metros tras nosotros estaban los bagajes del Estado
Mayor, vigilados por el sargento T. y unos 200 metros más atrás, en el centro de la meseta estaba el
puesto de mando de la brigada.
Los fascistas, que habían advertido movimiento entre nosotros, fueron los primeros en abrir fuego
pocos minutos antes de las 6. Como las compañías estaban aún protegidas de su mirada entre los
matorrales del Guadarrama, concentraron el tiroteo sobre la colina en la que nosotros nos encontrábamos.
Una de sus ametralladoras pesadas afinó el tiro sobre la escasa vegetación en la que nosotros nos
escondíamos; debíamos haber previsto que supondrían que en este punto avanzado de la meseta
instalaríamos un puesto de observación o una ametralladora. Aquello golpeaba y silbaba entre las ramas.
Nos apretábamos contra el suelo y encogíamos las cabezas, con lo cual nuestra observación se hacía
imposible. Lamentamos no habernos atrincherado, a pesar de todo nuestro cansancio.
Nuestras ametralladoras pesadas respondieron de inmediato. Sobre las 6 también abrió fuego sobre
las alturas ocupadas por los fascistas la batería instalada a nuestra disposición. Nuestros cañones
antitanques empezaron a afinar el tiro sobre los nidos de ametralladoras instalados por el enemigo.
Gracia a esto el fuego fascista se dispersó un poco pero se reforzó aún más.
Este duelo de ametralladoras sobre las cabezas de la infantería que se estaba desplegando, resultó
ventajoso para ella; la atención y el fuego de los fascistas se desvió de los camaradas de la orilla del río,
que ahora de forma agrupada vadearon rápidamente el Guadarrama y se reunieron entre los matorrales de
la otra orilla.
En este momento Brunner fue llamado por uno de los enlaces: el comandante de la brigada quería
hablar con él. Volvimos las cabezas y vimos como el comandante K.157 paseaba por la meseta en medio
del salvaje tiroteo, balanceando un bastoncito –un ejemplo de valor de lo más incomprensible -. Brunner
renegó algo, pero saltó inmediatamente para acercarse corriendo a su comandante. Nos gritó que
debíamos buscarnos otro punto de observación menos expuesto al fuego y que ofreciese una visión
despejada hacia la derecha que desde aquí nos quedaba recortada.

157
Citado en la nota 149. Es Vicenzo Blanco, comandate Krieger, que había sustituido al general Gómez.
304
:
Encontramos enseguida un sitio conveniente con la vista despejada sobre el vado y el camino de
ascenso a las alturas. Una ondulación del terreno nos ofrecía alguna protección. Ewald me prestó sus
prismáticos. Nuestros muchachos había avanzado con amplios saltos uno tras otro desde la protección de
los arbustos hasta la pendiente de la colina; la mayoría de ellos había alcanzado un ángulo muerto en el
que estaban protegidos del fuego enemigo. Por lo demás los fascistas seguían concentrando su fuego a
hacia nuestra altura, querían hacer callar a nuestras ametralladoras y debían pensar que podían parar el
ataque de nuestra infantería atacando las alturas. Bajo la acción de los disparos de la artillería y del fuego
tranquilo de nuestras ametralladoras pesadas, los tiradores enemigos habían perdido notablemente en
puntería. Los disparos se dispersaban por todo el terreno sin ningún plan. Si nuestras compañías en el
ataque decisivo se hubiesen tirado un poco más hacia la derecha, entonces se habrían podido defender en
parte del ángulo de tiro de las ametralladoras pesadas fascistas, que estaba emplazadas todas en el centro
de la posición fascista. Entre la carretera y la hondonada en la que aún estaban las tropas de asalto del
batallón, se extendía hacia arriba de la colina una estrecho barranco, desde aquí arriba se veía mejor que
desde allí abajo. Sin dudarlo envié al enlace Antek Kutz para trasmitir al jefe de la compañía el consejo
de echarse en el ataque un poco más hacia la derecha hasta casi la carretera158.
En realidad le debería haber preguntado a Brunner. Me volví involuntariamente hacia él y vi un
cuadro raro: el jefe de la brigada y Brunner estaban plantados en el borde de la meseta, con los
prismáticos ante los ojos, inmóviles, como espectadores en unas maniobras. Evidentemente también
servían como blanco a los fascistas; a su alrededor se levantaban las pequeñas nubes de polvo de los
disparos de las ametralladoras. Era un milagro que no les acertasen. Ninguno de los dos quería mostrar
que le preocupaba servir de blanco a seis ametralladoras pesadas y quince ametralladoras ligeras. Estaban
ambos como petrificados en su heroica pose.
Vi como el comandante K. quitándose los prismáticos de los ojos, le decía algo a Brunner y como
éste respondía con un encogimiento de hombros, lo cual significaba que no había entendido. Como K.
sólo sabía 50 palabras de alemán, y Brunner chapurreaba unas 30 de francés, era imposible que se
entendiesen sin intérprete. Corrí hacia ellos. K mostraba dudas en el sentido de que nuestras líneas de
ataque se habían desarrollado demasiado lejos hacia la derecha. Le traduje a Brunner esta información y
le expliqué acto seguido a K. las razones por las cuales, según el juicio de la dirección del batallón, un
cerco tan amplio se veía como adecuado.
K. se volvió a poner los prismáticos ante los ojos y nosotros seguimos plantados con el rabioso
silbido de las balas a nuestro alrededor. Dos minutos antes me habría sublevado con toda mi razón contra
la tontería de este tipo de heroísmo sin sentido y habría decidido a exigir, con respeto pero con firmeza,
que el jefe de la brigada y el jefe del batallón acabasen con el peligroso juego de servir de blanco. Ahora,

158
Teniendo en cuenta que al describir el combate cita una “carretera” es difícil saber donde están, porque en
la zona donde parecen estar no había ninguna carretera, sólo caminos, la única carretera quedaba más hacia el sur de
la confluencia entre los ríos Aulencia y Guadarrama, donde sí había un puente que ellos no encuentran.
En todo caso las descripciones de combates que aparecen frecuentemente en los testimonios de brigadistas
siempre se da el mismo problema: son fáciles de describir para el narrador pero muy difíciles de entender para el
lector, especialmente si no conoce bien el terreno, a falta de mapas y planos miltares de los Estados Mayores de las
unidades en combate.Además los términos derecha-izquierda, arriba-abajo... tampoco facilitan la comprensión.
305
:
cuando estuve junto a ellos, pareció como si mi propia razón se viniera abajo. Habría preferido
morderme la lengua, antes que decir que nos pusiésemos a cubierto. Con todo, mi consciencia estaba
completamente despierta; tenía muy claro lo estúpidos que todos nosotros juntos éramos y a causa de ello
la situación me parecía irresistiblemente cómica: ¡nos comportábamos como niñatos en medio de la
peligrosa seriedad de una batalla! No pude evitar una sonrisa.

La acción de nuestros cañones antitanques era reconocible. Dos de las ametralladoras enemigas que
estaban en el centro ya se habían callado. La mayoría de las otras disparaba ahora contra nuestras tropas
de asalto, que ganaban terreno lentamente colina arriba. Se tiraban hacia la derecha, o sea que nuestro
enlace las había alcanzado a tiempo. El fuego sobre nuestra meseta se debilitaba, sólo disparos de fusil
silbaban aisladamente a nuestro alrededor, supuestamente disparados por tiradores de precisión con
pocas posibilidades a 1200 metros de distancia.
Así pues pudimos, cuando ya no había mucho que temer, deponer nuestra marmórea pose de héroes
y hacer lo sensato: comunicar al antitanque nuestras observaciones sobre los nidos de ametralladoras. Esta
tarea me correspondió a mí. Brunner se marchó rápidamente a su puesto de mando y K. fue llamado por
un enlace, que evidentemente había estado esperado prudentemente que disminuyera el fuego, al teléfono
de campaña: la División preguntaba sobre la marcha de la acción en nuestro sector.
Transmití nuestras observaciones al joven jefe de la batería, teniente Olsson. Él mismo dirigió el
fuego de uno de los cañones y acertó con dos disparos efectivos el centro de la línea de fuego fascista.
Desde el emplazamiento del cañón antitanque podía observar cómo se había desplegado en nuestro
flanco izquierdo el 2º Batallón. Pero ya no pude seguir con la vista a los hombres de nuestro batallón.
Estos minutos me parecieron un respiro antes del ataque decisivo. Si ahora llegaran los tanques
prometidos, podríamos tomar en un asalto las alturas. Detectamos el momento psicológico en el
nerviosismo del fuego fascista. Si en cinco minutos no sucede nada decisivo, posiblemente se pierda el
momento más adecuado – victoria y derrota, con las mismas armas, son la mayoría de las veces una
cuestión de nervios-. El jefe militar debe percibir el momento decisivo y en ese momento ha de utilizar
sus medios más potentes. Si ahora vinieran los tanques, habríamos ganado la batalla.
Entonces los oímos rodar y luego los vemos sobre la carretera ascender con bastante velocidad. El
fuego de todas nuestras ametralladoras se eleva hasta su máxima potencia. El antitanque caza con sus 15
tiros por minuto los tres cañones en el centro enemigo. Retrocedo corriendo a nuestro puesto de mando.
Los grupos de nuestros hombres ganan terreno a grandes saltos. Y después se levantan como tirados por
cuerdas hacia arriba los trescientos soldados de nuestro batallón y corren agachados hacia la altura.
“¡Atacan!”, grita Brunner. Hasta aquí se oye el griterío de los “¡Hurra!”
Y ahora el primero de los fascistas abandona la posición. Hemos ganado. Sabemos que ahora toda
la sección correrá tras él y las otras detrás de la primera, sin ningún freno. 10, 20, 100, 200, todo el frente
fascista corre. En su carrera se han concentrado unos 40 de ellos juntos. Nuestro antitanque los acierta de
pleno. Nuestras ametralladoras disparan hasta que los cañones están al rojo. De allá arriba no viene
ningún tiro más. En todo el terreno que los ojos divisan, de todas las colinas a derecha e izquierda corren

306
:
los fascistas por salvar su vida. A la derecha del camino atacan aún los ingleses y americanos, toda la XV
Brigada. Entre ellos y nuestro batallón ataca el “Juan Marco”. Por la izquierda nos llegan los “Hurra!” de
los atacantes franceses del 2º Batallón.
Brunner se cuelga sus prismáticos, empuña su carabina y grita con voz tonante: - ¡Adelante el
Estado Mayor!
Corremos a saltos cuesta abajo, vadeamos el río, ascendemos a la carrera las pendientes del otro
lado. En estos minutos, en los que la sensación dominante de la victoria domina exclusivamente en
nuestros nervios y sentidos, nadie siente el agotamiento físico tras las tensiones de los últimos días.
El signo que más claro demuestra cómo nos hizo olvidar todas las necesidades de los sentidos la
borrachera del ataque victorioso, fue el tremendo fenómeno –lo recordé más tarde – de que, aún con los
paladares ardiendo de sed, corrimos hasta el vado del agua sin tomarnos tiempo, seguramente sin pensar
siquiera en ello, de inclinarnos para beber y para llenar nuestras cantimploras.
Antes de que hubiésemos alcanzado la línea del batallón atacante, Brunner se acordó de que había
olvidado, a causa de la exaltación del entusiasmo arrebatado que sobrepasaba cualquier pensamiento,
recoger del jefe de la brigada, antes de adelantar el puesto de mando, las últimas instrucciones sobre el
siguiente proceder del batallón. Allí se habían quedado.
Era cosa del ayudante del batallón en representación de su comandante recoger la orden del jefe de
la brigada. Pero Julius hizo valer que él, sin intérprete, no podía entenderse con el jefe y que sería mejor
que yo me responsabilizase del encargo. Brunner, al que le pareció correcto este punto de vista, se dirigió
a mí: - Anda, Kanto, ves tú. No necesitas correr mucho.
Así que tuve que volver atrás, y esta vez no olvide llenar mi cantimplora al atravesar el río. Bebí y
volví a llenarla, después subí otra vez la cuesta, resoplando hasta el Estado Mayor de la brigada.
El jefe me mandó esperar hasta que hubiesen sido recibidos los últimos informes de la División. En
este intermedio tuve que traducir mucho y dar un informe a la batería antitanques. Tuve que enviar, por
de pronto, al enlace Kindler159, aún a disposición del batallón según el Estado Mayor, con la orden para
Brunner de informar inmediatamente sobre la posición actual del batallón, las pérdidas y, si era posible,
sobre los datos de las nuevas líneas de resistencia enemigas. Aún pasó una hora antes de que el jefe me
despidiera.
Las órdenes de la División no decían nada que nosotros no supiésemos: tras la conquista de las
alturas, debíamos desviarnos hacia la izquierda y ocupar el conjunto de edificios de Romanillos. Esta era
la meta de ese día para nosotros. Allí recibiríamos nuevas instrucciones.
Se habían hecho casi las 10. Había agotado hasta la última gota el contenido de mi cantimplora
entre el Estado Mayor y la batería antitanque. Me alegré de tener que dirigirme al río. El deambular con
las diversas indicaciones del jefe me había dado otra vez sed. El sol quemaba ya con tremenda fuerza.

159
Alois Kindler era austriaco 1905, Kaumberg (Baja Austria). En el Dicc. Vols. Austr. dice que era obrero
no cualificado y que vino a España en noviembre del 36. Encuadrado en la XIII Brigado cayó muy gravemente
herido el 20 de julio en Villanueva de la Cañada y murió poco después en el hospital de campaña de Torrelodones.
Kantor narra su muerte unas páginas más adelante.
307
:
Corrí cuesta abajo por el mismo camino que tres horas antes había recorrido al lado de Brunner.
Llevaba directamente al río y tras los arbustos de la orilla, al vado. Allí estaban parados camiones con
comida y municiones, ambulancias, cocinas de campaña; las tropas marchaban a través del agua, los
tanques que habían participado en la operación, regresaban. Un departamento de zapadores trabajaba a
toda prisa en la construcción de un pontón. Aún durante la obra pasaron coches que tenían mucha prisa,
sobre los tablones aún no atados. El vado (¿El vado de carlos? Ver mapa)es el punto de encuentro para
las dos brigadas que dentro de la XV División han llevado adelante el ataque sobre las alturas de la orilla
izquierda del Guadarrama, nuestra XIII y la XV, la brigada anglo-norteamericana.
Se oye mucho hablar inglés. El Estado Mayor de la XV tiene su puesto de mando provisional en los
arbustos cercanos al vado. Me apresuro sin detenerme por entre la confusa agitación. En medio del río
(cuya agua en plena sequía del verano apenas llega a media pantorrilla) me quedo parado para llenar mi
cantimplora. Cuando de nuevo miro alrededor, veo a un negro de pie junto a mí. Le reconozco enseguida.
Es el camarada americano que en el viaje hacia Albacete estuvo una noche conmigo en la redacción de
“El Voluntario de la Libertad” por mediación de unos amigos comunes.
- Hallo –le digo muy contento-, ¿te acuerdas de mí?
- Hallo –responde él-, tú eres el editor de “El Voluntario de la Libertad.
- ¡Nooo! -grito yo, y le empujo amistosamente con la mano sobre su camisa abierta-, no, camarada.
Por suerte ya no soy editor. Soy oficial de la XIII Brigada. ¿Y tú?
Él trabaja, me dice, en el Comisariado de la XV Brigada.
Nos damos la mano, nos deseamos “Good luck”, pero cuando yo quiero marcharme, me coge del
brazo un momento y saca de su bolsa de vituallas una cajetilla de Chesterfield, ¡toda una cajetilla con 20
cigarrillos! y cuando yo quiero coger uno, aprieta la cajetilla con todos los cigarrillos sobre mi mano. Es
un regalo principesco en nuestras condiciones. Y huye ante mi agradecimiento; me voy apresuradamente
otra vez.

EN LA ESPESURA

Al buscar a mi batallón me ha sucedido algo especial, que me ha atacado los nervios de una manera
muy fuerte, casi más que cualquier otro peligro normal, acostumbrado y previsible del combate.
Inmediatamente detrás del vado yo había doblado hacia la izquierda, porque sabía que mi batallón,
tras la conquista de las alturas, tenía que dirigirse hacia la izquierda para alcanzar Romanillos, su meta.
El terreno, sobre el cual apenas dos horas antes se había combatido duramente, estaba
completamente vacío de personas. Algunas armas, bolsas de comida, máscaras de gas, cascos... yacían
esparcidos por todas partes; todo ello mostraban la dirección en la que las compañías habían avanzado, y
yo para alcanzarlas más rápidamente, no seguí estas huellas hasta la colina, sino que doblé aún más a la
izquierda para tomar la diagonal del ángulo que con su movimiento de flanco habían descrito.
Tras algunos minutos encontré dos sanitarios españoles que llevaban un herido a la ambulancia que

308
:
estaba en el vado. No me pudieron dar ninguna información clara sobre donde podría encontrar en ese
momento a los batallones de la XIII, pero me indicaron aproximadamente la dirección que yo había
seguido. Me volví a dar prisa, tanta como mis piernas me permitían con semejante calor. Como meta me
puse una casita blanca sobre una altura situada a unos 2,5 quilómetros, -esta meta era correcta, tras
superar mi aventura encontré a Brunner y al Estado Mayor allí de nuevo-.
Pero para llegar allí tuve que bajar por un barranco, en el que perdí toda la perspectiva de
alrededor. Una corriente de agua, apenas se podía decir un arroyo, rodeado de espesa vegetación,
murmuraba por allí. Me agache para beber. Mi cantimplora ya estaba casi vacía y apenas la había llenado
y de nuevo vaciado, sentía de nuevo sed –el agua se evaporaba a litros de mi cuerpo. Me había dejado
caer para tomar aliento unos minutos antes de la subida. Desde hacía seis horas no había parado de correr
de aquí para allá sin descanso con todo mi equipo colgando: casco, máscara de gas, bolsa de mapas,
cinturón, revolver, balas, bolsa de comida con su contenido, cantimplora, y el calor que este día de julio
español había alcanzado 40º o más a la sombra; ahora, tras los agobios crecientes de los últimos días,
notaba mi corazón y mis años; necesitaba para mantenerme firme una gran fuerza de voluntad.
Cuando estoy allí en cuclillas, algo retumba sobre mí. Entre las ramas veo los aviones en el cielo,
muchas escuadrillas. Brillan plateadas al sol. Cruzan una y otra vez pero no bombardean, evidentemente
no saben aún donde están los amigos y los enemigos.
De vez en cuando surgen volando cuervos de entre los espesos arbustos. Es muy posible que aquí
haya muertos. Al principio me he sobresaltado. Después no me fijo más. Ni siquiera miro hacia arriba
cuando, de pronto, a unos 30 metros algo se mueve vivamente entre los matorrales. Podrían ser conejos
salvajes que por aquí abundan. Entonces resuena un disparo. Un tiro de fusil silba a pocos centímetros de
mi cabeza. Me agacho rápidamente entre las espinas. Entonces silba y resuena de nuevo desde más cerca.
Saco el revólver, disparo dos veces en la dirección de los disparos, me abro paso entre las espinas que se
quedan colgando en las arrugas del uniforme y en mi piel, me arrojo detrás de un gran árbol y me quedo
quieto, sin ruido, con el pulso volando. Y de pronto viene el miedo, un miedo mortal que me golpea hasta
arriba del cuello. Aquí, en estos arbustos se han escondido fascistas. ¿Cuántos? Posiblemente uno sólo, un
moro herido. No lo sé. Tal vez una patrulla de dos, tres hombres, tal vez todo un grupo que ha quedado
aislado por nuestro avance. No lo sé. Sólo sé que estoy solo, en un terreno desconocido y difícil.
Si me encuentran, estoy perdido. Aquí nadie me va a encontrar fácilmente bajo estos espesos
matorrales. ¿He de morirme aquí, solo, un quilómetro detrás de la línea de combate de nuestras tropas?
Me invade un horroroso pensamiento: que me corten el cuello aquí, en la retaguardia de los batallones, un
par de moros. Nunca antes había sentido un miedo a la muerte tan horroroso, mezclado con asco, como
en estos segundos. El revólver casi se me resbala de la mano, de tal manera me brota el sudor por todos
los poros. Permanezco petrificado para observar casi sin respirar, totalmente en tensión, cada matorral,
cada movimiento a mí alrededor. Tal vez algunos estén en los arbustos detrás de mí o junto a mí. No me
atrevo a moverme del sitio.
Silban aún un par de tiros pero no tan cerca. Han perdido la dirección. Tengo aún seis tiros en el
revólver. Algo cruje a cinco metros de mí. Ahora de pronto desaparece la parálisis. En ese momento

309
:
siento y pienso nada más que en defenderme cautelosamente. Observo en tensión este arbusto a pocos
metros de mí, el revolver preparado. Nada más se mueve. Ha sido un pájaro o un conejo. Pero allí, entre
los matorrales, a 30 metros de distancia algo cruje por segunda vez. Sea como sea tengo que salir de esta
ratonera del barranco. Busco alrededor el siguiente lugar a cubierto, salto, corro agachado por el arroyo
diez metros adelante, aquí hay una curva tras la cual quedo fuera del campo de tiro de esos arbustos. Me
quedo allí un momento. El miedo se ha convertido en una rabia incontrolable. Reflexiono seriamente
sobre si no debería ir contra ese arbusto. Pero eso no tiene sentido, armado sólo con un revólver. Siempre
se lleva demasiado poco para un caso decisivo. Ahora me harían falta un par de granadas de mano.
Recargo el revolver. No es fácil pues tengo las manos completamente mojadas.
Después trepo a cubierto entre los arbustos con tanto cuidado y silencio como me es posible,
repecho arriba, me detengo otra vez arriba unos segundos, y corro después rápidamente en zigzag
encorvado. Todo permanece en silencio. Rodeo un muro ahora hacia la izquierda. 15 minutos después veo
a los hombres de nuestro batallón y sé por ellos que nos encontramos 800 metros por delante de
Romanillos. El batallón espera la nueva intervención de tanques y artillería para atacar allí a los fascistas.

EN LA CASA BLANCA

En la casa blanca160 de un piso que se halla sobre la colina encuentro de nuevo el Estado Mayor. La
casa había sido reforzada por los fascistas como un pequeño fortín. Una trinchera profunda y bien
arreglada rodea todo el perímetro de la casa. Se habría podido esperar que las tropas de Franco
defendiesen esta posición tenazmente; pero nos la han cedido sin lucha. En la casa estaban Brunner,
Ewald, Lackner, el oficial de personal Hermann Teichmann 161, el sargento primero del batallón Trautsch,
el enlace Helmuth Dudde, Heilmann, Juan I y Juan II (¡sic!) y dos sanitarios.
Los hombres se apoyaban en las paredes chorreantes de sudor, embadurnados de suciedad y en
silencioso derrumbe. Tres heridos que esperaban un trasporte que se los llevase, yacían en el suelo. Nadie
decía una palabra, nadie hizo tampoco caso de mi entrada. Le trasmití a Brunner la información del jefe
de la brigada. Uno de los heridos se quejaba. Brunner parecía no haberme escuchado. Preguntó a los
sanitarios cuándo se estaría a punto para poder llevar a los camaradas a la retaguardia. Ellos dijeron que
aún tenían que esperar material de vendaje. No se podía llevar a los heridos hacia detrás tal como
estaban a campo través porque la pérdida de sangre podría ser demasiado grande. Un herido pedía agua.
- ¿Tiene alguien aquí algo para beber?”, preguntó Brunner. Me arranque del cinturón mi
cantimplora que estaba aún medio llena. Lackner dijo que Kutz y los que habían ido a recoger agua con
160
La denominación de “casa blanca” - y a veces la de “casa roja”-, aparece muchas veces en los recuerdos
de los brigadistas alemanes en lugares y combates diferentes. Naturalmente esas “casas blancas” tenían un nombre,
pero es evidente que los brigadistas lo desconocían. Algún brigadista en su testimonio critica, con razón, la
imprecisión de esta denominación, que llevó a lamentables errores. Concretamente en este caso la “casa blanca”
sobre la colina se encuentra al E. del río en terreno de Romanillos y es el lugar del Estado Mayor del batallón,
mientras que el Estado Mayor de la Brigada estaba en las alturas del W. del río.
161
Sobre Teichmann ver nota 124

310
:
las cantimploras estarían aquí enseguida; llevaban ya una hora de camino. También el tanque de agua
prometido debía llegar pronto, y ya era hora pues los camaradas no podían dar ni un paso más si no
recibían pronto agua.
Le pregunté a Brunner cómo iba. Sólo renegó para sí: - Los muy perros, los malditos.
Aviones bramaban sobre nuestras cabezas. Desde alguna distancia silbaron un par de distaros de
fusil aislados. Vino un enlace de la 1ª Compañía preguntando por el agua. Brunner gritó:
-¡Maldita sea, es importante que se sepa lo que está pasando aquí!
Se abotonó su chaqueta. El Estado Mayor se dispuso a abandonar el edificio.
Brunner dijo: - Tú te quedas aquí, Kanto, y descansas.
Le respondí: - Estoy muy fresco.
Y nos fuimos.
El terreno es inabarcable con la vista. A unos 1200 metros de nuestro edificio esta el convento
fortificado de Romanillos. Debemos tomarlo; deberíamos, en realidad, haberlo tomado ya. (Hace sierte
meses, el 19 de diciembre de 1936, el día de la batalla de Las Rozas y Boadilla, mi primer día en el frente
de Madrid, yo había estado por allí arriba por primera vez. Allí estaba el batallón de carabineros, al que
debíamos haber dirigido hacia Majadahonda como refuerzo. En la gran ofensiva fascista de enero las
alturas dominantes de Romanillos y sus alrededores se habían perdido.
Nuestras unidades delanteras se encuentran ahora a una distancia de entre 700 y 800 metros de
Romanillos. Es una zona escabrosa y arbolada. En un barranco huele a carne humana quemada.
- ¡No mires ahí! - dice Ewald con un juramento.
- ¿Son los nuestros? - le pregunto.
Asiente con la cabeza y aprieta los labios. En el arranque del ataque sobre las alturas de delante de
Romanillos, nuestras unidades se habían separado. Entre la 1ª y la 3ª Compañía se había producido un
hueco de varios quilómetros. El victorioso ataque hasta ese momento casi sin víctimas, había vuelto a los
camaradas un poco imprudentes. La 3ª Compañía y con ella un pelotón de ametralladoras había avanzado
en este terreno inabarcable demasiado rápidamente y sin las necesarias medidas de seguridad. En este
barranco que ahora habíamos atravesado, los compañeros cayeron en una emboscada. Un cierto número
de moros –los datos sobre el números son variables pero no fueron más de medio centenar -, atacaron de
pronto desde los lados y desde detrás a los grupos punteros de la 3ª Compañía, con los que se encontraba
también el departamento de ametralladoras. Los que iban agotados por la rápida marcha, sorprendidos,
encerrados, no pudieron organizar ninguna defensa. Tampoco sabían cuántos eran los atacantes que de
pronto se les echaban encima desde los arbustos y desde detrás de las rocas. Cundió el pánico. El jefe del
pelotón de ametralladoras, Paul Wenzel162, (que en el frente del Sur había sido uno de mis más entusiastas
colaboradores en el libro del batallón Tschapaiev), recibió un tiro en el vientre. El circunspecto comisario

162
Sobre Paul Wenzel ver nota 83. En esa nota, sacada del Dicc. Vols. Austr., dice que sobrevivió, lo cual
parece contradecir lo que Kantor dice aquí, un tiro en el vientre es casi con seguridad mortal, aunque al parecer no lo
fue en este caso.
311
:
de la compañía, el austriaco Julius Schacht163, que se encontraba en el grupo de cabeza pudo aún sacar de
allí a algunos camaradas, pero la mayoría cayó víctima de la emboscada.
La 3ª Compañía retrocedió unos cientos de metros para juntarse y establecer una posición
defensiva. Cuando después se restableció el contacto con la 1ª Compañía y ambas compañías avanzaron
juntas, en este barranco se encontraron con un horror como yo ya había conocido en diciembre de 1936 en
el bosque de Boadilla con los hombres caídos del Batallón Thälmann. Lo que allí se había hecho con los
defensores tras largas horas de lucha desesperada, se había hecho también aquí con nuestros sorprendidos
camaradas. Los salvadores de la civilización cristiana les habían extraído el corazón, les habían sacado los
ojos, les habían arrancado los miembros. Algunos de los cadáveres así violados, habían sido después
quemados y estaban en parte carbonizados.
No, no miramos. Aparté la vista a punto de vomitar. Ya lo había visto una vez y no quería volver a
verlo, por nada del mundo. Tampoco quería pensar en ello ni me lo quería imaginar., no lo quería saber.
Me hice de piedra. Ya no sentía sed, ni cansancio, ni tristeza, ni siquera odio.
No dije ni una palabra, a nadie, y no oí tampoco a nadie decir una palabra sobre ello, ni en el
Estado Mayor, ni en las compañías. Tampoco los más cercanos camaradas y amigos de las víctimas
hablaron de lo que habían visto o de lo que habían sentido. El horror estaba demasiado profundamente
clavado en nosotros. Nunca más saldría a la superficie ni a la lengua.
Entre mis anotaciones se encuentran también un par de copias de órdenes del batallón y referencias
que con su leguaje directo y su claridad muestran nuestra situación.

49 Batallón Tschapaiev
8 de julio de 1937, 21.30 horas
¡ Informe !
El batallón está formado por 180 hombres, según los informes de cada compañía. Las dotaciones
están completamente exhaustas, querrían cumplir de buen grado sus deberes, pero no estan físicamente en
condiciones. Solicitamos urgentemente un refuerzo de al menos dos compañías.
El comisario del batallón El comandante del batallón
Ewald Fischer Otto Brunner

49 Batallón Tschapaiev
8 de julio de 1937, 22 horas
¡ Comunicado !
Según informes de primera línea, los fascistas han recibido refuerzos con camiones por el flanco
derecho. Hay contacto con el batallón “Juan Marco” y entre el Batallón 49 y el 51 existe un vacío de

163
Julius Schacht se llamaba en realidad Heinrich Fritz. Austriaco, nacido en 1908, mecánico de profesión y
miembro del PC Austriaco. En el 34 huyó a la URSS y desde allí vino a España en noviembre del 36. Primero fue
encuadrado en la XIII, Batallón Tschapaiev y después en la XI. Comisario político de una Compañía de
Ametralladoras. Desde el 39 luchó en Francia y Bélgica en la resistencia. Del 42 al 45, preso en el campo de
concentración de Dachau donde fue miembro del Comité Unitario austriaco. Murió en 1997 con casi 90 años.
312
:
1.500 metros, que no puede ser ocupado por el Batallón 49. El Batallón 51 debe ocupar dicho hueco.
Todas las secciones de ametralladoras están inutilizadas para combatir, por ello la poterncia de
fuego de la tropa es muy débil. El batallón llama la atención sobre estas circunstancias e intentará con sus
débiles fuerzas rechazar cualquier contrataque.
El comisario del batallón El comandante del batallón
Ewald Fischer Otto Brunner

SOBRE LAS ALTURAS DE ROMANILLOS

El dia 9 nos dirigimos hacia las alturas de Romanillos. El terreno fue inspeccionado, las
ametralladoras instaladas, las posibilidades de estar a cubierto y las mejores posiciones defensivas
averiguadas y nuestros tres cañones antitanques fueron emplazados. El esperado contrataque de la
guarnición fascista de Romanillosno se produjo. Por la tarde las compañías hicieron algunos avances
locales sin apoyo de la artillería. En una posición se ganaron 200 metros de terreno, en otra 300, y ante
la llegada de la oscuridad se retrocedió de nuevo a las posiciones de salida. En el aire, sobre nosotros,
ronroneaban los aviones fascistas. Por cada 10 de los nuestros venían 30 de ellos. Apenas había
despegado una escuadrilla de los nuestros cuando ya estaban viniendo sus Junkers y sus Heinkels; hasta
50 y 60 (¡sic!) de ellos estaban de vez en cuando sobre nosotros. No fuimos bombardeados. Cubrían
preferentemente los caminos de la retaguardia y las posiciones de reserva en los matorrales del
Guadarrama. Un par de veces dispararon sobre nosotros los cazas volando en picado. No acertaron pero
su presencia paralizaba nuestros movimientos. El abastecimiento de munición, comida y agua que en la
última noche no había podido llegar hasta nosotros, sólo podía acceder hasta donde estábamos en etapas
entre cada uno de los vuelos, lentamente y con bajas (menos en hombres que en material).
Por la tarde del día 9 llegaron los refuerzos a los fascistas –una inacabable cadena de camiones-.
Podíamos ver la carretera por la que iban y nuestras ametralladoras pusieron bajo su fuego a los camiones
que estaban a unos 1200 metros de distancia.
El artillero austriaco Dr. Heinrich Dürmayer164 me ha proporcionado una expresiva descripción de
ello (le pedí enseguida que redactara este informe tan pronto como encontrara tiempo para ello, como
aportación al libro del Batallón Tschapaiev).
Los camaradas de la Compañía de Ametralladoras, cuyo primer pelotón había sido sorprendido y
masacrado por los moros, estaba lleno de una rabia furiosa, nadie la expresaba pero era como un deseo de
venganza en el marco de la gran batalla, cuando ellos, hora tras hora, se colocaban tras sus ametralladoras

164
Heinrich Dürmayer, Viena, 1905, abogado. Miembro de la Liga de Defensa de la República y del P C
Austriaco. Vino a España en enero del 37: Compañía de Ametralladoras del Batallón Tschapaiev. Al acabar la
guerra estuvo internado en varios campos franceses hasta que la Gestapo lo encerró en sucesivos campos de
concentración alemanes: Dachau del 40 al 42, Flössenburg del 42 al 44, Auschwitz desde enero del 44 a enero del
45, y los últimos meses de la guerra en Mauthausen. Del 45 al 47 trabajó en la dirección de la policía nacional en
Viena, y después ejerció su carrera como abogado. Fue presidente de la Asociación de Voluntarios Austriacos de la
República española y de la de Amigos de la España Democrática. Murió en Viena en el año 2000. (Dic.Vol. Aus.)
313
:
pesadas, y cada nuevo camión que aparecía por la carretera quedaba bajo su fuego concentrado. Seis
camiones fascistas permanecían destrozados sobre la carretera.
Los austriacos de la Compañía de Ametralladoras afirmaban que habían contado más de 100
moros, necesitaban creer en ello. Toda la noche oímos los motores de los camiones que llevaban
refuerzos a Romanillos. Sabíamos que de hora en hora la batalla de Romanillos sería más difícil para
nosotros.

XIII Brigada Mixta, 49 Batallón Tschapaiev


10 de julio de 1937, 14 horas
¡A todos los jefes de compañías!
La brigada comunica que el ataque debe ser llevado adelante en toda la línea del frente.
Antes de que demos la orden para el ataque, la artillería disparará otra vez intensivamente las
posiciones fascistas. Para el ataque serán puestos a nuestra disposición tanques. El inicio del ataque será
comunicado a los jefes de las compañías.
Mientras se produce el ataque de la artillería, la infantería debe acercarse todo lo posible a las
posiciones enemigas.
Otto Brunner

49 Batallón Tschapaiev
10 de julio de 1937, 15.55 horas
¡A todas las compañías!
Tras el ya anunciado ataque de la artillería y con el apoyo de 5 autoblindados empieza el ataque
sobre Romanillos exactamente a las 17 horas, según orden de la brigada.
El flanco derecho tiene que establecer inmediatamente el contacto con el 3º y 4º Batallón y
permanecer en contacto con ambos batallones durante todo el desarrollo del combate. Según las órdenes
de la brigada hay que tomar hoy ambos edificios de Romanillos. Tras su toma se asegurarán las
posiciones en dirección a Boadilla con la meta siguiente: ocupar las alturas 730, 740165 que se encuentran
a derecha e izquierda de Romanillos.
El comandante del batallón
Otto Brunner
Recibida la información
1ª Compañía: Selinger166 3ª Compañía: L. Weiβ
2ª Compañía: K. Bauer Comp. de Ametralladoras: Rimbach

165
Alturas de 730 – 740, se encuentran en torno al lugar llamado Manilla ( mapa pág. 300)
166
El jefe de la 1ª Compañía había sido Gusti Stöhr. Selinger no es citado antes en el texto pero sí en el Dicc.
Vols. Austr. como Ferdinand Sellinger,1909, región de Carintia. Montador. Emigró a Checoslovaquia en el 35 y en
noviembre del 36 vino a España: XIII Brigada, fue herido y después ocupó en Albacete el puesto de pagador con
grado de teniente; en 1939 preso en campos franceses y en 1941 en Dachau. Al acabar la guerra volvió a Viena y
después emigró a Argentina.

314
:
49 Batallón Tschapaiev
10 de julio de 1937, 17.50 horas
¡A todas las compañías!
El ataque acordado para las 17 horas tendrá lugar, según orden del batallón, a 18 horas
exactamente. Vendrán aún 3 tanques.
El comandante del batallón

El ataque general no estaba previsto sólo sobre Romanillos, sino sobre todo el frente paralizado
desde hacía 48 horas.
Yo había bajado por la mañana temprano desde la Casa Blanca situada sobre la altura de
Romanillos, al Guadarrama, y había trepado a las alturas del otro lado para conocer en el Estado Mayor
de la brigada los detalles sobre la acción prevista.
Oí que el ataque se fijaba para el final de la tarde. Se había prometido preparación y apoyo de la
artillería y al menos 5 tanques ligeros y tal vez 2 o 3 tanques pesados que acompañarían el ataque
decisivo.
No, refuerzos directos no podíamos esperar. Pero las brigadas que estaban a nuestros flancos nos
aligerarían con sus propios ataques. Yo había llevado el informe del batallón para el Estado Mayor de la
brigada. Nos quedaban aún 185 hombres. Esto antes se hubiese considerado una pequeña compañía.
En el Estado Mayor no se hablaba mucho de esto. Qué se iba a decir. No hay más que 180 hombres
y ellos han de atacar. En realidad se me indica que también la compañía de zapadores bajo la dirección
de Franz Giga, iria como infantería a la lucha, así pues 50 o 60 hombres más para añadir a nuestros
180.Tenía tiempo, así que anduve despacio cuesta abajo hacia el río e hice una visita a los sanitarios.
Jensen tenía el rasponazo de un tiro en un pie y había ido a Madrid. El Dr. Tallenberg167 estaba en
su puesto como médico de la brigada, el Dr. Klaus como médico del batallón.

Los otros nombres aparecen en otros momentos de este texto. Concretamente el capitán Karl Bauer ya
aparece citado varias veces como oficial de la 2ª Compañía (ver nota 131)
Lambo Weiβ es también reiteradamente citado por Kantor. (nota 82)
Rimbach, citado por Kantor cuando casi se muere por la picadura de un abejorro (pág. 192) aparece en el
Dicc. Vols. Alms. como Karl Rimbach, capitán de la Comp. de Ametr. del Tschapaiev, sin más datos. Pero también
es citado en el Dicc. Vols. Austr. Según esta fuente su nombre era Leopold Stancl, 1904, Viena. Montador,
miembro del PC Austriaco. Emigró a la URSS en el 34 y vino a España en noviembre del 36: XIII Brigada y XI
Brigada (Batallón 12 de febrero). Capitán. Evacuado al Hospital Militar de Perpignan en el 39. Vuelve a la URSS,
combate en Yugoslavia con partisanos antifascistas austriacos. Regresa a Viena en el 45 y muere allí en 197.
167
Sobre el Dr. Desider Tallenberg el Dicc. Vols. Alms., sólo dice que era alemán de los Sudetes, capitán y
que murió en marzo del 38. De los testimonios del Dr. Massons recogidos en el libro “La sanidad en las BB.II.” de
Manuel Requena y Rosa Mª Sepúlveda, se extrae que fue ayudante del jefe médico de la XIII, Dr. Jensen, en la
Sierra de Códoba y en Belchite y que después ambos trabajaron en Benicàssim, donde Tallenberg sustituyó a
Jensen como director durante algún tiempo. Según Massons, Tallenberg murió el 10 de abril al norte de Morella
mientras atendía a unos heridos.
Kantorowicz escribe sobre él en "Tschapaiev. Das Bataillon der 21 Nationen": .... el verdadero león del
batallón, si se puede llamar león a un doctor, era el Dr. Tallenberg. En esas fechas lo promocionaron para ser
ayudante del doctor-jefe de la brigada (Dr. Jensen)) pero aún mantuvo un contacto cercano con el batallón
Tschapaiev.Participó en todas sus batallas desde el ataque sobre Teruel. Compartió todas las terribles experiencias
de los soldados bajo el calor y el frío. Todos los soldados enfermos y heridos del batallón pasaron por sus manos...

315
:
También Jane168 estaba aquí, la única mujer entre tantos hombres.
Se le había prohibido ir con la sanidad de la brigada al combate. Pero para sorpresa de todos había
vuelto a aparecer en Villanueva de la Cañada. Con una orden directa se le había enviado de nuevo en el
siguiente auto sanitario que fuese hacia la retaguardia y desde hoy por la mañana otra vez estaba aquí.
¿Qué se podía hacer? No era tiempo ahora para tomar medidas disciplinarias. Ella estaba aquí. Y en el
fondo todos estábamos contentos de que estuviera aquí. Como si fuese lo más natural del mundo me
ofreció una cantimplora con agua de limón. Después me puso un cigarrillo inglés en la boca.
Los aviones estaban continuamente sobre nosotros. Bajaban sobre los arbustos y ametrallaban.
Sabían que nuestras reservas, intendencia, hospital de campaña y abastecimientos se mantenían
escondidos entre los arbustos a lo largo del río.
En una pausa me quité mi uniforme sudado y sucio y me refresqué con un baño en un lugar algo
más profundo del río. Raramente me he sentido más fresco que después de estos diez minutos en el agua.
Después Jane me ofreció otro vaso llen de agua de limón; entretanto ella había rellenado también
mi cantimplora. Después nos dio a Klaus y a mí 10 cigarrillos ingleses y una tableta de chocolate que
debíamos compartir. Fuimos juntos a la Casa Blanca sobre la colina de Romanillos.

EL ÚLTIMO CIGARRILLO DE LAMBO WEISS

El jefe de la brigada estaba con nosotros arriba, en las posiciones. Había ido con Brunner a las
diferentes unidades y ahora visitábamos juntos el batallón francés que estaba pegado a nuestra izquierda.
Después regresamos a la Casa Blanca y el jefe observó con sus prismáticos las posiciones
enemigas ante Romanillos.
Los jefes de compañía hicieron su último informe. Se supo que el ataque había sido retrasado una
hora y se nos comunicó que además de los 5 tanques ligeros (o autos blindados) estarían a nuestra
disposición tres tanques de tamaño medio. En realidad ya debían estar ya aquí. Los esperábamos
impacientes.
El momento del ataque se acercaba y los jefes de las compañías volvieron a sus unidades.
Acompañé a Lambo Weiβ un trecho del camino. La pregunta sobre el estado su esposa era
inevitable. Sí, había recibido una carta de ella de Murcia. La llevaba consigo y me la dio a leer.
Nos sentamos en las proximidads de su compañía bajo un árbol, en la hierba. La carta de su joven
esposa era de nuevo una añorante y temerosa pregunta: ¿Cuándo tendrás tu próximo permiso, cuándo
vendrás por fin? Yo dije lo que se dice en estos casos: - Si salimos de esta, todos recibiremos permiso. No
puede tardar mucho.
Él metió de nuevo la carta en su bolsillo, saco la fotografía de su mujer y dijo pensativo: - Sí, si
salimos de aquí.

168
Kantor ya la había nombrado en el hospital de Belalcázar. (págs. 122 y 129-131)
316
:
Le ofrecí un cigarrillo. Lo encendió, le dio una fuerte chupada, lo mantuvo entre los dedos índice y
medio un poco alejado de sí, lo observó y le dio otra chupada. Dijo: - Tal vez sea el último.
No lo dijo sentimental ni angustiado. En veinte minutos empezaría el combate. Yo debía volver al
Estado Mayor. El se fue con sus jefes de pelotón. Nos dimos la mano sin ningún gesto especial. Uno no
puede despedirse cada vez para toda la vida.
Media hora más tarde estaba muerto. Cayó –y esta no es una forma de hablar sino una fiel
descripción del hecho- a la cabeza de su compañía. Lo ví cuando su compañía lo trajo. Un tiro en la
cabeza. Aún respiraba dificultosamente, pero no debió sentir nada más.
Los tanques no vinieron. Tampoco los autos acorazados. El apoyo de la artillería fue insuficiente.
Las posiciones enemigas habían sido extraordinariamente reforzadas en las últimas 48 horas con hombres
y material. Los apenas 200 hombres capaces de combatir de la brigada ganaron unos 200 metros de
terreno tenazmente y con grandes pérdidas y se agarraron firmemente a las posiciones avanzadas cuando
cayó la noche. Romanillos seguía estando a unos 500 o 600 metros de nuestras posiciones delanteras.
Nuestras pérdidas eran considerables.169
Por la tarde Ewald Fischer trasmitió en siguiente informe a las compañías:

49 Batallon Tschapaiev
10 de julio de 1937, 19.45 horas
¡A todas las compañías!
Es urgentemente necesario aún hoy por la tarde presentar un informe sobre el conjunto numérico de
pérdidas de los primeros días del ataque hasta este momento en muertos, heridos, desaparecidos y
enfermos, al igual que el número de los camaradas que están aún en la línea del frente. Necesariamente
números exactos.
El comisario del batallón: Ewald Fischer

169
Así es como describe Ludwig Franken (nota 65) estos mismos hechos: “ … Con nuestras fuerzas
diezmadas y físicamente exhaustas no podíamos atacar al asalto pero con los “reservistas” al menos podíamos
asegurar la defensa.
Nos equivocamos. La jefatura de la Brigada nos comunicó a las 14 horas que se debía realizar un ataque
sobre toda la línea del frente. Nuestra artillería apoyaría el ataque, tendríamos a nuestra disposición tanques. La
infantería tenía que irse acercando a las líneas enemigas durante el tiempo en que la artillería disparara. Ya sería
dado a conocer el momento.
Poco antes de las 16 se nos dijo que además de la artillería dispondríamos de cinco coches blindados para
el ataque, que debía empezar a las 17 horas. Después seguía la enumeración de las alturas que debíamos ocupar
tras la toma de Romanillos.
A las 17 horas un aviso lacónico: el ataque se retrasaba a las 18 horas… ¡Venían aún tres tanques más!
Los tanques no vinieron y tampoco los coches blindados, y la protección del fuego de artillería fue muy
débil… los camaradas capaces de luchar se acercaron hasta cuatrocientos o quinientos metros de las posiciones
fascistas. Después tuvieron que retroceder a sus posiciones de salida. Sufrimos 4 muertos y 12 heridos.
¿Qué clase de órdenes se han dado a la XIII Brigada?, ¿son chapuceros o enemigos los que están al
mando?, ¿de dónde ha salido el nuevo jefe Krieger?
Intenté hablar en los primeros días con él pero excepto un par de frases que el compañero Rosemberg trató
de traducir de una mezcla de italiano y francés, nada más he oído de él. Me hizo la impresión de un fanfarrón. Tras
la orden que dio ayer a la brigada para atacar Romanillos sólo puede tratarse de un idiota o de un agente
enemigo.”

317
:
El fuego disperso de tres baterías de artillería alemanas siguió durante muchas horas después de
sobrevenir la oscuridad. Cañones pesados cubrían el vado sobre el Guadarrama y el camino de acceso al
otro lado del río con barreras de fuego.
Nos habían dado vino y bebíamos en silencio, con obstinación. Pasamos la noche en las trincheras
que rodeaban la Casa Blanca. No vi ni oí nada más. Estaba tan agotado que apenas caí en tierra me dormí
profundamente.

EL FINAL DE FRANZ GIGA

Cuando me desperté estaba sólo en la trinchera. Eran las 7 de la mañana y los otros se habían ido a
las compañías, no había oído su marcha y Ewald había dado la orden de no despertarme. La sed y el
deseo irrefrenable de un cigarrillo me empujaron a levantarme. Cuando quise salir de la trinchera, un caza
fascista disparó sobre mí y me ametralló. Esperé hasta que pasó. Bombardeaban de nuevo los matorrales
a lo largo del Guadarrama. Aquí arriba parecía que se podía estar relativamente más seguro que en las
posiciones de reserva de abajo.
Encontré el Estado Mayor bajo los árboles, muy cerca de las compañías. La intendencia del
batallón había trabajado bien, Habían traido hasta allí pan, bastante vino, conservas, embutido y
mermelada. Se estaba tomando un segundo desayuno. Me senté silenciosamente para hacerlo yo también.
Hermann Teichmann, el oficial de personal del batallón, hizo la cuenta de los efectivos. Consistía aún en
137 hombres capaces de intervenir. Había que añadir a los aproximadamente 40 supervivientes de la
compañía de zapadores. Esta carecía de jefe. Fritz Giga había caído la noche anterior. Lo que quedaba de
su grupo fue subordinado a la jefatura de la 1ª Compañía.
Ewald me contó que después de hacerse de noche –cuando yo ya dormía en la trinchera con un
sueño parecido a la muerte – había llegado Giga a la Casa Blanca y con boca temblorosa pero casi alegre
había dicho:
- Hay una ametralladora pesada a nuestro flanco, bien colocada bajo la cubierta de una roca, que
nos ha fastidiado nuestro ataque. Antes de que nos volvamos a acercar hay que reventarla.
Había elegido ya a un par de buenos lanzadores de granadas de su compañía que le seguirían. Ya
sabíamos qué ametralladora era. Nos había costado un par de buenos camaradas y sabíamos que nos
quedaríamos estancados mientras esta ametralladora tuviese su campo de tiro entre nosotros y
Romanillos.
Ewald contó que los camaradas no habían animado a Fritz, pero tampoco nadie le había llevado la
contraria. Todos tenían el sentimiento de que si alguien lo tenía que hacer, ese era Fritz. Excepto un “Que
te vaya bien, Fritz, que te vaya bien”, no hubo para Fritz ninguna despedida.
- Nosotos fuimos detrás –dijo Ewald- a la posición de la trichera desde donde teníamos buena vista
en la dirección de lo que iba a hacer. Fritz se arrastraría con un par de sus hombres en el mayor silencio
posible hasta tener a tiro la posición de la ametralladora. Excepto granadas y cuchillos la patrulla no

318
:
llevaba nada más. Esperamos en tensión la explosión de las granadas. En lugar de ellas escuchamos
ráfagas de ametralladora y disparos aislados de fusil. Tras un cuarto de hora todo estaba en silencio. Una
hora más tarde volvió a la Casa Blanca uno de los hombres de la patrulla de Giga, un español, e informó
de que cuando estaban a unos 40 metros delante de la ametralladora, les habían recibido con fuego. Giga
había sido herido mortalmente. Los cinco que le seguían a alguna distancia, habían intentado rescatar su
cadáver, pero en el intento de acercarse hacia él, uno de ellos había muerto también, dos habían sido
ligeramente heridos. Fuimos enseguida al otro lado, a la compañía de zapadores. Por el camino oímos de
nuevo el fuego de la ametralladora. Otra patrulla estaba ya en camino para proteger el cadáver de Giga.
Los fascistas estaban demasiado atentos. La patrulla volvió sin resultado.
Aquí quiero yo adelantarme. La noche siguiente, que siguió al día del último desesperado y vano
ataque, otra patrulla de la compañía de zapadores avanzó. Uno consiguió llegar al cadáver de Giga y
rescató, bajo nutrido fuego de ametralladoras, algunas de las cosas que se encontraban en sus bolsillos.
Arrastrar el cadáver hacia detrás resultó imposible. También el sol de julio había hecho ya su obra. Por
suerte ninguno de los fascistas se le había acercado Su compañía de zapadores había velado noche y día y
disparaba tan pronto se movía algo en torno a la ametralladora. El cadáver de Giga no fue ultrajado.
Cuando 48 horas más tarde una patrulla salió y fue a parar cerca de los restos de Giga, el
insoportable sol de julio de España había completado su obra. Lo que quedaba del cuerpo de Giga se
encontraba en descomposición.
Mientras Ewald me informaba del final de Giga, Brunner dictó el orden del día:

XIII Brigada Mixta, 49 Batallón Tschapaiev


Frente, 11 de julio de 1937, 1.45 horas
¡A todas las compañías!
Las compañías se han atrincherado inmediatamente en las posiciones ocupadas hasta ahora, así que
cualquier eventual ataque del enemigo puede ser rechazado. Aún se puede recoger instrumentos para
atrincherarse en la Casa Blanca en el Estado Mayor del batallón.
Los zapadores quedan subordinados en adelante a la 1ª Compañía. Las compañías informarán a lo
largo del día de hoy de sus bajas dando el nombre, especialmente de los muertos, heridos, enfermos y
desaparecidos, igualmente informarán del exacto estado de las fuerzas de la compañía que se encuentran
en la posición.
Las compañías siguen demandando un buen chófer.
El jefe de la 2ª Compañía envía tras su examen este camaradas al Estado Mayor. La resolución es
urgente.
Comandante del batallón.
Otto B runner
1ª Compañía: Selinger 2ª Compañía: Bauer
3ª Compañía Compañía de Ametralladoras: Rimbach, Karl

319
:
11 de julio, 10 horas
¡A la 1ª Compañía!
Los zapadores han de enterrar inmediatamente a los muertos. Después se han de dedicar a construir
posiciones.
Comandante del batallón
Otto Brunner

11 de julio, 10.45 horas


¡Orden al batallón!
A consecuencia de la pérdida del jefe de la 3ª Compañía se ordena lo siguiente:
La dirección militar de la 3ª Compañía la toma el jefe de la 2ª Compañía, mientras que el comisario
de la 3ª Compañía toma la dirección política de la 2ª Compañía.
La autonomía de cada compañía queda salvaguardada.
Comisario del batallón Comandante del batallón
Ewald Fischer Otto Brunner

EL CUARTO ATAQUE SOBRE ROMANILLOS

En esos momentos llegó Schaul jadeando cuesta arriba. Quería tener material para el periódico del
batallón. La vida sigue, pensé. Todo sigue. También el periódico del batallón debe aparecer de nuevo.
Este número será un documento histórico. Schaul estaba barbudo, sucio y agotado, como todos nosotros.
Había cogido su cámara y nos sacó fotografías cuando estábamos sentados juntos bajo los árboles. Al
menos era un cambio. Yo me alegré de que estuviese aquí.
Las ametralladoras fascistas y los tiradores de precisión mantenían el terreno bajo el fuego. De
tanto en tanto silbaban las balas pasando junto a nosotros, a veces rozaban una rama y esta se doblaba;
después zumbaban como abejorros rabiosos. De pronto un zumbido muy cerca de mí y un golpe contra el
árbol bajo en que estaba sentado, después me cayó un proyectil en el regazo y se quedó allí. Lo cogí,
aparté rápidamente los dedos y grite - ¡Aaau!- porque estaba muy caliente, y lo arroje lejos de mí. Se
me rieron mucho porque había puesto cara de muy asustado.
La pequeña aventura me puso de buen humor. Por una vez caía una bala sobre mí, pero ya había
perdido su fuerza y se había vuelto inofensiva. Todos nosotros somos un poco supersticiosos. Consciente
o inconscientemente uno toma cualquier signo por una premonición. Yo me alegré con ésta y me puse en
camino junto con Schaul al Estado Mayor de la brigada para trasmitir las listas de efectivos preparadas
entretanto por Hermann Teichmann, para informar y para recibir indicaciones del Estado Mayor.
Necesitamos bastante tiempo para bajar hasta la orilla del río porque casi permanentemente teníamos por
encima aviones fascistas y cada 100 metros debíamos escondernos entre los matorrales. Durante el
camino observamos tres bombardeos sobre los arbustos del Guadarrama, así que no nos detuvimos

320
:
mucho allí abajo sino que trepamos enseguida a las alturas de delante; pero fue ir de la lluvia a la gotera
pues las alturas se hallaban bajo un fuerte fuego de artillería. Estuvimos muy contentos cuando finalmente
pudimos respirar en el bien instalado refugio del Estado Mayor de la brigada.
Faltaba Ludwig Franken170. El día anterior por la tarde aún había subido con nosotros a la colina
con el único refuerzo que aún pudimos movilizar, nuestra pequeña tropa de caballería de 30 o 35 hombres
que había completado con carabineros y había mandado avanzar. Había aprovechado la ocasión para
ponerse al habla con Rimbach de la Compañía de Ametralladoras y con nuestro camarada escandinavo
Sixton Ölsson, el jefe de nuestra batería antitanque. A estas dos unidades habían sido destinados como
reserva nuestros caballistas. Durante la conversación cayó una bomba casual en la cercanía y las esquirlas
le dieron a Ludwig en el lado derecho. Su pierna derecha estaba bastante afectada, pero se decía que sus
heridas no presentaban peligro. Se le llevó inmediatamente al Estado Mayor, se le vendó allí a fondo. Se
quería quedar allí dada la crítica situación, pero ni hablar de ello.
La vuelta la tuve que hacer solo. La artillería alemana barría el terreno por toda su superficie, desde
el Guadarrama hasta los Estados Mayores de la brigada y de la División. Todos los caminos quedaban
también bajo el fuego de la artillería pesada. Bajo, a orillas del Guadarrama, uno era recibido por la
aviación. Como se suele decir, pasábamos del territorio de las granadas al de las bombas. Pero el calor era
tan insoportable en estos días de julio que no hice caso de lo uno ni de lo otro, sino que me tome un
descanso bajo, a la orilla del río. Allí estaba también Jane, fresca, limpia y femenina como si dirigiese
una mansión rural en la mismísima Inglaterra. Se había hecho imprescindible. Casi toda la noche había
ayudado a vendar a los heridos del combate del día anterior, a refrescarlos y a ocuparse de su transporte.
No lo parecía. Me metió sonriendo un Gold Flake entre los labios. Ya no tenía agua de limón pero sí unos
bombones, de los que debía llevarle un par a Klaus, cuya posición estaba arriba, junto a la Casa Blanca.
La preparación artillera empezó a las 2. Pudimos observar la acción de los disparos sobre los
edificios de Romanillos, pero estaba claro que los defensores no se alojaban en ellos, sino delante, en
trincheras, agujeros de protección, detrás de bloques de piedra. Nadie creía ya en el resultado de la
batalla. También durante la noche pasada habían sido enviados hacia Romanillos refuerzos fascistas en
una fila casi inabarcable.

170
Sobre Franken ver nota 65. En sus recuerdos describe él mismo cómo fue herido: “Sobrepasando el frente
donde estaban los camaradas de la Tschapaiev seguían volando algunos aviones a nuestras espaldas sobre el valle
del Guadarrama y descargando sus bombas. Una cayó directamente sobre nosotros. Grité: “¡Atención!”, me puse
boca abajo y me coloqué un casco que casualmente estaba delante de mí. Cuando me quise levantar me volví a
caer. Tenía de pronto una articulación de más en el pie derecho. Nos miramos los desperfectos: todos los huesos de
la parte media de mi pie estaban rotos Lo que había creído que era arena y piedras eran esquirlas. La camisa y el
pantalón, estaban llenos de agujeros en toda la parte derecha.
No me dolía nada. Pero el Dr. Jensen me miró el pie y dijo que debía ir al hospital, había que verlo por
rayos y era necesario enyesarlo, además había que comprobar que las esquirlas no hubiesen penetrado en los
pulmones y el tórax. Un camarada me mostró el casco. Había interceptado una gruesa esquirla doblada y como lo
tenía flojo sobre la parte de atrás de la cabeza la esquirla había volado con el casco. Dos sanitarios me llevaron al
centro de primeros auxilios en el valle. Nuestra simpática enfermera inglesa Jane, seguramente la única mujer que
se mantenía aún en el frente, me vendó primero el pie, me saco cuidadosamente un par de esquirlas superficiales y
encontró 22 pequeños y grandes agujeros.” Las heridas, aparentemente leves, se le complicaron, se le
infectaron repetidamente y lo dejaron inútil para el frente después de pasar por varios hospitales.
321
:
Los fascistas nos superan con mucho numérica y materialmente. Nuestros aviones, que debían
bombardear a las 15.40, no aparecen. El cielo está lleno de cazas alemanes. Nuestro par de pobres
cañones antiaéreos puestos a disposición de la División que en los últimos días han tenido que disparar
casi sin pausa y que han sido blanco de las bombas, están prácticamente inutilizados. A pesar de todo, los
batallones fueron a las 4 hacia adelante, por suerte con más conocimiento del terreno y más precaución
que en los pasados días. Avanzaron de nuevo hasta unos 400 o 500 metros de Romanillos. Era absurdo
avanzar a lo largo de la zona de la cortina de fuego machacada por las ametralladoras y defendida por un
números de tropas fresas y seleccionadas, con posiciones defensivas bien construidas sobre las alturas de
Romanillos y en el camino hacia Boadilla. Nuestras pérdidas se mantenían en el límite. Ya que teníamos
que contar con cada uno de los hombres, eran, pues, muy graves. Esta batalla nos costó 4 muertos y nueve
heridos. Por la tarde las compañías se retiraron a sus posiciones de salida.

EL ÚLTIMO ATAQUE

12 de julio de 1937
También el horror puede llegar a ser monótono. Mis apuntes lo demuestran. El transcurso del día
12 correspondió casi exactamente al del día anterior, con un pequeño cambio: esta vez no era en los
tanques ni la artillería en los que debíamos confiar para atacar Romanillos, sino en una brigada cercana a
nosotros, la 68, que debía participar en el amplio ataque al lugar; o sea que tendríamos sólo fusiles para
mantenernos en pie, y en el caso más extremo para disparar a los fascistas que huyesen. De ello se
deducía que de nuevo debíamos atacar de la misma manera.
Dormí en la trinchera, antes desayuné en el Estado Mayor del batallón junto a las compañías bajo
los árboles. Luego me dirigí al Estado Mayor de la brigada, me escondí de los aviones que ametrallaban,
y cuando subía a la altura al otro lado del Guadarrama fui arrojado contra una roca por la presión del aire
de la fuerza explosiva de una granada alemana que cayó cerca sin que me diera ni siquiera un pequeño
fragmento.
En el Estado Mayor se me dio a conocer el plan de ataque para ese mismo día. Hice mi visita a
Jane, recibí mi Gold Flake, trepé otra vez a la Casa Blanca y acompañé a Evald y a Brunner en su visita a
las compañías, durante la cual fuimos blanco de los tiradores de precisión marroquíes. Después
esperamos en tensión el anunciado ataque de la 68 Brigada. Recibimos fuego de granadas bastante fuerte
de las baterías alemanas que se multiplicaban de día en día y de hora en hora. Provisionalmente el fuego
nos hizo retroceder a las trincheras y a la Casa Blanca. Pero después tuvimos que dirigirnos otra vez al
punto de observación. A nuestra izquierda, por donde la 68 Brigada ahora debía penetrar, se movió algo y
pasó lo que debía pasar: la XIII Brigada al ataque sobre Romanillos. Avanzamos cuidadosamente un par
de cientos de metros. Nuestras bajas fueron pocas. Por la noche volvimos a nuestras posiciones de salida.
Al anochecer, tras la el ataque, del que supimos que sólo había sido la simulación de un ataque y
que sería la última maniobra ofensiva para la que habían alcanzado nuestras fuerzas, nos juntamos en

322
:
silencio en la trinchera ante la Casa Blanca. El fuego de artillería era potente. Disparaba contra nuestras
alturas evidentemente con el propósito de destrozar la Casa Blanca. Uno de nosotros que se asomó al
borde de la trinchera, vio de pronto como en la Casa Blanca se veía un rayo de luz; alguien había
encendido una vela y habia olvidado apagarla cuando abandonamos la casa y saltamos a la trichera tras la
intervención de la artillería. -¡Maldita sea! - gruñó Brunner. El rayo de luz era traicionero.
Pero el fuego sobre nuestras alturas era tan fuerte, que no se podía exigir a nadie que saltase por
encima de la trinchera y corriese cuesta arriba hasta la Casa Blanca. Era de admirar que ningún disparo le
hubiese mordido de pleno aún. Entonces oímos en uno de los intervalos, porque el estruendo del fuego
artillero era en algunos momentos totalmente ensordecedor, salir de la Casa Blanca un confuso griterío.
Nos aterró. Uno de nosotros permanecía en la casa seguramente después de perder el sentido. Brunner
corrió por la trinchera en la oscuridad preguntando quién de nosotros no estaba, y se demostró que X...
(no quisiera aquí decir su nombre), uno de nuestros oficiales más capaces y de más confianza -que había
estado en la casa con nosotros tras el ataque-, no se encontraba ahora en la trinchera. Lackner recordaba
que X... , apartado de nosotros, había estado bebiendo. Aún quedaba vino tinto, todos lo teníamos, había
sido repartido en abundancia para adormecer un poco nuestros nervios desatados, pero entre casi todos
nosotros la excitación había consumido el alcohol y ninguno se había emborrachado.
Sus gritos, que a jirones nos llegaban entre el estruendo, eran espeluznantes. La Internacional y el
“País del Tirol” se mezclaban con gritos delirantes. Había que recoger a X..., a cualquier precio. La casa
se le podía caer encima al segundo siguiente. Estábamos todos al borde de la trinchera en torno a la casa
con los rostros vueltos hacia ella. Los del Estado Mayor corrimos con los enlaces Helmuth Dudde y
Antek Kutz hasta cada uno de los extremos de la trinchera, para ver cual ofrecia la mayor cobertura
posible para entrar en la casa. (Se había hecho una pequeña galería desde uno de los puntos hacia la casa,
pero en todo caso no llegaba a ella.)
Nosotros y un par de camaradas estábamos ya preparados para saltar. Entonces apareció X... en el
umbral de la casa chillando y agitando una cantimplora en las manos. Intentamos superar el rugido de los
cañonazos de la artillería, pero X. sólo gimoteaba. Era totalmente incomprensible que no lo alcanzase
inmediatamente una esquirla.
El fuego era extraordinariamente intenso y concentrad
Finalmente pareció que alguna de nuestras voces le hubiese llegado.
- ¡Ya voy! – gritó. Y llegó dando traspiés a través del fuego hasta nosotros, tropezó en el borde de
la trinchera, se cayó y le arrastramos hacia dentro del agujero. Unos segundos después una granada dio
exactamente en el borde de la trichera, justo en el lugar donde X... había caído. Nos quedamos
completamente cubiertos de tierra y piedras pero nadie resultó herido.
Iluminamos con una linterna la cara y el cuerpo de X... para ver si había sido alcanzado. No
encontramos ni rastro de herida, pero su rostro estaba sucio de lágrimas mezcladas con vino tinto, mocos,
sudor y suciedad; estaba completamente borracho y pringoso y gemía y se reía bajito para sí. Ewald
ordenó a un sanitario que se ocupara de él. Volvimos a nuestros sitios en la trinchera y nos volvimos a
sentar encogidos.

323
:
Eso es pues lo que ha pasado. El delirio de X... era un síntoma; era la primera vez en todo el tiempo
de la guerra que a este valiente y experimentado oficial le traicionaban los nervios tan completamente.
-¡Maldita sea! Tenemos que salir de aquí - gruñía Brunner. Nadie le contradecía.
Tras un rato dijo Ewald: -¡Alguno de nosotros ha de ir a Madrid y hacerles entender lo que aquí es
evidente! ¿Si se quiere salvar la organización antes del destrozo total, uno ha de ir y decirlo!.
Y añadió: - Yo no querría ser ese “uno”, pero lo haría, pues no me va la piel en ello.
Ese era el problema que teníamos delante: uno de nosotros debía ir a Madrid tan rápidamente como
fuese posible y debía volver también lo más rápidamente posible con la orden de relevar a lo que quedaba
de nuestros hombres. Pero ningún oficial ni ningún hombre podía marcharse de aquí sencillamente a
Madrid sin una orden y documento de los superiores militares. Se le habría detenido al pasar por el Estado
Mayor, lo más lejos en Torrelodones.
Callamos. Entonces algo empezó a crepitar ligeramente en mí; no se si en mi cerebro o en mi
bolsillo, donde aún se encontraba la orden del Comisariado General de Guerra para ir a Madrid con
motivo del Congreso de Escritores. Este era el documento con el que yo iría sin impedimentos de aquí a
Madrid. La idea empezó a introducirse, la dejé sedimentarse y aclararse en mi cabeza. La decisión
dependía, mientras aún no había abierto la boca, de si yo quería o no quería convertirme en transmisor de
la petición de ayuda del resto de la brigada. En estos momentos de peligro abandonar la brigada me
parecía monstruoso. Pero en estas mismas horas de apuro no ser trasmisor de la petición de ayuda de la
brigada, también me parecía igualmente monstruoso.
Finalmente me dije: “No se pueden hacer las cosas por cuenta propia. Lo primero es consensuarlo
con los batallones francés y español. Y después tampoco se puede pasar por encima de la jefatura de la
brigada y apelar directamente al Comisariado General.”
Ewald lo acabó de aclarar: - No es una cuestión militar. Si uno puede viajar, debe entonces ir y
limitarse a explicar a los mandos no militares como van las cosas aquí, y preguntar únicamente si es
posible o es imposible sustituirnos. Si no es posible, pues vale, sencillamente no. Pero lo deben decidir los
de Madrid. Después añadió: - De todas formas, no tiene ningún sentido romperse la cabeza con ello, pues
ninguno de nosotros puede viajar.
Entonces lo dije. - Yo puedo viajar - y saqué del bolsillo la carta arrugada del Comisariado
General de Guerra que en su momento me había trasmitido Schmidt-Parovic. Brunner y Ewald no sabían
absolutamente nada de este asunto. Se lo aclaré enseguida.
Brunner dijo entonces: - Mañana mismo hablamos con Lhes del batallón francés y con Adsuara del
“Juan Marco”, y si están de acuerdo tú te vas, Kanto.

VIAJE A MADRID

Al romper el día Brunner se puso en contacto con los Estados Mayores del “Juan Marco” y del
“Henri Vuillemin” y pidió una reunión con los jefes de cada batallón, comisarios y representantes. El

324
:
fuego de artillería que había cesado durante la noche un par de horas, empezó de nuevo con el gris del
amanecer con una violencia irrefrenable. El puesto de mando del “Juan Marco” estaba a unos 1200
metros de distancia de nosotros, a nuestra derecha; era difícil llegar a él atravesando la zona de fuego.
Pero Lhes, cuyo puesto estaba no más lejos de 150 o 200 metros a nuestra izquierda, apareció enseguida
con su comisario Villette y su representante militar, capitán...r (sic).
Al despertar seguíamos teniendo una cierta mala conciencia: ¿Teníamos el derecho de enviar una
tal petición de ayuda a Madrid? Ewald y Brunner habían decidido que primero se hablaría a fondo y sin
tapujos sobre la situación general con los camaradas franceses y españoles. Lo primero que se quería
tratar en el transcurso de la conversación era una resolución sobre si la sugerencia de apelar al
Comisariado General de Guerra era compatible con la disciplina militar.
Lhes y sus dos oficiales vinieron con la idea de que se les llamaba para una conversación militar
con Brunner, que era el jefe del sector. Pero el caso es que habían ya tomado la decisión por su parte,
con total independencia de nosotros, de que alguien debía presentarse en Madrid. Lhes, para nuestra
sorpresa, lo soltó inmediatamente. Ya había redactado una especie de informe sobre la desesperada
situación militar y moral de hombres supervivientes de su batallón, e informó a Brunner que él, costase
lo que costase, iba a enviar a su comisario con ese grito de ayuda a Billoux, al cual estaba confiado el
cuidado de todos los camaradas franceses. Entretanto yo iba traduciendo la conversación entre los
camaradas franceses y Brunner.
Tras Lhes habló su comisario Villette, que fundamentaba la decisión, política y humanamente, en
el estado de suma necesidad. Escuchamos otra vez los argumentos que ayer mismo nosotros habíamos
expresado en medio de nuestro conflicto de conciencia. Había que salvar lo que quedaba de los cuadros.
Y eso sólo sería posible si los camaradas que aún vivían, agotados física y psíquicamente por la lucha y
totalmente exhaustos, eran reemplazados por cualquier tipo de formación nueva. Ewald se mostraba aún
un poco remiso, no por motivos tácticos sino porque tras la charla de Lhes y Villette nuestra mala
conciencia se había de nuevo removido.
Retrasamos la conversación, con la idea de esperar la llegada de nuestros compañeros españoles.
Entre tanto tratamos de informarnos sobre las tareas militares del día. Estaba claro que para deliberar
sobre la misión de defendernos contra los contrataques esperados de los fascistas, necesitábamos un mapa
especial de sector francés que un oficial de Lhes había dibujado. La hoja se encontraba en el puesto de
mando de Lhes y éste le pidió a ...r, que pálido, silencioso y encerrado en sí mismo estaba sentado en
medio de nosotros sin participar con una sola palabra en nuestra conversación, que fuese a recogerla.
Sonó bastante violento: - Ten cuidado - le dijo aún Lhes a ...r.
...r se levantó como un autómata y salió de la trinchera. Su crispado comportamiento lo
entendimos un par de minutos más tarde. Medio minuto después de que desapareciese, oímos muy cerca
de donde estábamos un fuerte estallido seguido de un grito. Todos agarramos involuntariamente nuestras
pistolas. Un tirador enemigo debía estar a 10 o 20 metros del borde de nuestra trinchera. Nos levantamos
rápidamente. Entonces oímos gemir a alguien. Todos saltamos fuera de la trinchera. En la hondonada más
cercana yacía ...r con un tiro en la cabeza; su mano mantenía aún agarrado el revolver. Aún vivía. Nos

325
:
inclinamos sobre él. Abrió los ojos y murmuró: - No puedo más, no puedo más.... No soy un cobarde,
pero no puedo volver a pasar más por esto...- Miró a Lhes: - No le digas nada a mis camaradas. No le
digas nada a mi familia. Prométemelo.- Villette se arrodillo a su lado, yo corrí a buscar a un sanitario.
Cuando volví, ...r ya estaba muerto. Había pasado cientos de veces entre el fuego enemigo. Esta
vez, la que hacía ciento una o la que hacía doscientas cincuenta, no lo pudo volver a hacer. Sus nervios no
pudieron más. Prefirió la muerte. Prefirió morir que hacer público que no podía soportar más el horror; de
lo contrario se le habría podido considerar un cobarde. Era un héroe. Murió como un voluntario de la
libertad y héroe ante el enemigo. En el orden del día de su batallón fue honrado con toda la razón, como
un buen y entregado oficial e intachable antifascista, que cumplió hasta la muerte el deber que
voluntariamente había cargado sobre sí mismo: defender la libertad.
Cuando estuvimos de nuevo en la trinchera nos esperaba el oficial de enlace del “Juan Marco” con
la noticia de que los fascistas daban muestras de actividad y el comandante del batallón ante esa situación
no quería abandonar el puesto de mando. Tampoco había nada más que hablar. Nadie planteó más la
pregunta de si era adecuado que me pusiese de inmediato en marcha a Madrid.
Brunner dio instrucciones al chófer del auto del batallón que estaba atrás junto el Estado Mayor, al
otro lado del Guadarrama, para que me llevase de servicio a Madrid. Mi documento era suficiente para
ello. Después escribimos a toda prisa un memorándum que firmaron Brunner, Ewald, Lhes y Villette. Di
la mano a los camaradas, salté de la trinchera y me arrastré a través del fuego hasta las alturas del otro
lado del Guadarrama. En el Estado Mayor de la brigada busqué, de acuerdo con Brunner y Lhes, a Karl
para comunicarle lo que había pasado en las últimas horas y que yo me marchaba a Madrid con un
llamamiento de los batallones. Él aprobó la decisión.
Algunas baterías alemanas de mediano calibre mantenían bajo el fuego todos los caminos de unión
entre el puesto de mando de la brigada y los Estados Mayores de la División y el Cuerpo de Ejército.
Tuve que avanzar frecuentemente a cubierto y así pude atravesar la cortina de fuego hasta el lugar donde
estaba el coche de nuestro batallón. Salimos inmediatamente pero tuvimos que soportar el conocido
trance de pasar del ámbito de las gradadas al de las bombas. Parecía como si no hubiésemos visto nunca
antes tantos aviones fascistas juntos sobre nuestras cabezas. Cada par de cientos de metros teníamos que
parar y saltar a la trinchera más cercana, porque un caza se disponía a ametrallarnos. El conductor miraba
más a los aviones que a la carretera de montaña llena de curvas y así no podía excluirse el accidente. Tras
hora y media o dos horas de este arriesgado y lento trotar nos salimos de la carretera en una curva; el
coche dio una vuelta de campana y por suerte rodó cuesta abajo por una pendiente lisa y suave.
Un accidente así podría haber tenido para los afectados una salida mortal, pero de hecho no nos
pasó nada o casi nada. Las contusiones que sufrió el conductor y que al principio ni siquiera notó, no eran
peligrosas, y yo no tuve nada más que un par de chichones, un ligero rasguño en la sien y un poco de
dolor de cabeza. Pudimos salir sin dificultad entre trozos de cristal. El único momento de miedo casi
paralizante fue el de esperar que el tanque de gasolina explotase y nos quemásemos vivos. Pero eso
tampoco pasó. Así que allí nos quedamos, pasmados junto al abollado chasis.

326
:
Un camión ligero que pasó, se detuvo y el conductor nos invitó a gritos a seguir viaje con él.
Equipaje no llevábamos y mis papeles los tenía conmigo. Así que trepamos terraplén arriba. Necesitamos
la ayuda de los camaradas españoles que iban en el camión para subirnos y entonces es cuando me vino a
la cabeza por primera vez que acabábamos de salir de un verdadero accidente automovilístico. Como
siempre tras un peligro superado, me divirtió la imagen que había dado de mí, siempre renaciendo como
un gato espabilado de los accidentes más rompecuellos. El pensamiento me puso contento y hablador. A
propósito: al conductor le pasó lo mismo que a mí. Cuando le di una amistosa palmada en la espalda con
mucha risa, empezó a sentir el dolor. Lo tuvimos que llevar al hospital de Torrelodones donde después, ya
en el viaje de vuelta, supe que sus contusiones, aunque dolorosas, no eran peligrosas.
Hice una escapada a la villa en Torrelodones, donde se encontraban nuestros equipajes bajo la
vigilancia de algunos ayudantes de intendencia. Allí saque mi diario, cartas de Friedel y algunos otros
objetos, recuerdos queridos para mí, con la intención de dejarlos con amigos en Madrid por si las moscas,
como se suele decir. Poco después tuve ocasión de seguir viaje con otro camión. Hicimos una parada en
el mismo Torrelodones, donde se encontraba Schaul para poner a punto un nuevo número del periódico
del batallón. Cuando me vio, barbudo, sucio, decaído, me quiso hacer inmediatamente una foto. Decía
que yo parecía la personificación del estado en el cual se encontraba el resto de la brigada allá delante de
Romanillos.
La misma impresión tuvieron evidentemente los oficiales y comisarios en el Comisariado General
de Guerra de la calle Velázquez en Madrid. Los guardias que estaban ante la puerta no me querían dejar
pasar; les tuve que refregar las narices, textualmente, con mi documentación; y un par de conocidos que
encontré por la escalera me miraron con más desaprobación que compasión. A nadie en los Estados
Mayores le gustan representaciones tan evidentes del desastre. Oí que el general Gómez estaba en el
edificio y me hice anunciar a él para informarle de su brigada. Al verme, sacudió la cabeza y dijo con su
tranquila voz de bajo: -Primero aféitate, lávate, come algo, y después hablarás mejor.
Seguí su consejo.
Después vi a Dahlem y Billoux171; Gallo había viajado el mismo día a nuestro frente. Les trasmití
las cartas y embajadas de los comandantes y comisarios de los batallones y comenté la lectura con un
informe que aunque no pudiese trasmitir del todo la realidad, fue lo suficientemente expresivo. Los dos
altos responsables de sus conciudadanos alemanes y franceses, respectivamente, me escucharon con
profunda seriedad. Esa es la sensación que me dieron. El conflicto de conciencia de sacrificar aún a más
de los hombres que quedaban ante Romanillos si la situación militar lo exigía, ahora pesaba sobre ellos. Y
se veía que eran conscientes de su responsabilidad política y moral. Para mí fue como si me hubiesen
quitado un enorme peso de encima. De la embajada o de la orden que me me encargasen trasmitir a mi
vuela, yo había sido sólo el portador pero ya no me correspondía ser el responsable.
Así que me dirigí al Hotel Gaylord, donde tal vez aún se debían encontrar algunos rezagados de los
autores reunidos en Madrid para el Congreso de Escritores. Madrid estaba tranquila. Desde el principio de
171
Ambos han salido ya anteriormente, Franz Dahlem como máximo responsable político por el KPD de los
brigadistas alemanes y François Billoux como diputado comunista francés por Marsella responsable de los
voluntarios franceses.
327
:
nuestra ofensiva no había caído en Madrid ni un tiro ni una bomba. Los fascistas necesitaban cada cañón
y cada avión para detenernos a nosotros. Se sabía que eso sólo sería un respiro limitado para los
madrileños, pero ellos parecían saborear esta pausa, la primera desde noviembre del pasado año; las
calles estaban vivamente animadas. Hacía calor, un calor seco. Las muchachas llevaban vestidos ligeros
de verano y me alegraba verlas, más inconsciente que conscientemente. Desde luego aún no estaba
receptivo ni lo bastante lanzado como para buscar la mirada de mujeres.
En el Gaylord ya no quedaban muchos de mis conocidos. Anna Seghers, Martin Andersen Nexö,
Aragon, Chamson, Rudolf Leonhard y casi todos los demás, ya se habían marchado. Pero Ehrenburg
estaba aún allí y se ocupó de que se me proporcionara un baño caliente, una buena comida y una buena
botella de vino para acompañarla. En el Gaylord deposité también las pertenencias que había sacado del
equipaje que estaba en Torrelodones, un pequeño hatillo: mi diario, las cartas, fotografías, notas, mis
ahorros (un par de cientos de pesetas). Aseguré un letrero sobre el paquetito con la advertencia de que se
debía poner en las manos de Friedel, si yo mismo no lo recogía. Por lo demás estaba libre de cualquier
sentimentalismo. Sabía que la tarde siguiente estaría tumbado de nuevo en la trinchera alrededor de la
Casa Blanca, y ya contaba con que las posibilidades de salir sano de allí no eran grandes. Pero ya me
había familiarizado tanto con ese sentimiento que no me afectaba especialmente. Disfruté del baño, de la
comida, del vino, de la conversación con un par de conocidos, entre ellos Almuth Heilbrunn, la joven y
hermosa viuda del Dr. Heilbrunn172, médico de una brigada, caído en Huesca. Después encontré una
cama, una blanda cama con blancas sábanas, en la que me dormí profundamente y sin sueños. Por la
mañana se me proporcionó un buen desayuno, llené mi cantimplora con café fuerte y guardé el pan que
me habían dado.
A las 9 de la mañana, así me lo había hecho saber Dahlem, un camión ligero saldría con material
sanitario para la XIII Brigada.
Una media hora antes de la salida vi a Billoux y a Dahlem otra vez. Habían tenido que tomar una
decisión, la decisión inevitable, que posiblemente para ellos era aún más pesada que para nosotros: la
situación militar obligaba a que permaneciésemos firmes allí delante. Los dos lo habían confirmado a sus
conciudadanos en cartas muy enérgicas. Se trataba otra vez de la defensa de Madrid como en las jornadas
de noviembre.

172
Werner Heilbrunn (también aparece como Heilbronner y Heilbronn), 1902, Erfurt. Médico y desde niño
afiliado a movimientos juveniles sel SPD. Estudió medicina y psiquiatría en Berlín, se afilió al KPD y fue
responsable de los “Hogares Educativos” de Berlín (hogares para niños y jóves fuera del ámbito familiar). En mayo
del 33 emigró a Francia pues era buscado por la Gestapo, y en mayo del 33 se trasladó a España.
Cuando empezó la guerra trabajó en el Hospital Nº 1 del Socorro Rojo Internacional y después como médico
asistente en el Hospital “General” (sic, supongo que en Madrid)). Organizó la creación de un Hogar Infantil
mantenido por el 5º Regimiento en Albascal (¿sic?). Despues fue médico de la XII Brigada y murió en un
bombardeo el 11 de junio del 37 en el frente de Huesca.
Su esposa, nombrada por Kantor como Almuth, es llamada en el Dicc. Vols. Alms. –del cual han sido
extraídos estos datos- Hilde; vivía en España desde el 33 con su esposo y entró en el 36 en los servicios médicos de
la XI Brigada. Tomó parte en el Congreso de Funcionarios del SPD en octubre del 37 y después de la guerra vivió
en París. Nada más se dice de ella ni en la citada fuente ni en la otra fuentes específica de mujeres en las Brigadas
(Frauen und der spanische Krieg 1936-1939”, Ingrid Schiborowski und Anita Kochnowski (Hrsg.), Verlag am park,
2016.
328
:
El esperado contrataque de los fascistas sería de extraordinaria fuerza, esto lo sabían Dahlen y
Billoux por los mandos militares, y las reservas de las que aún se disponía eran pocas y debían ser
ahorradas para el caso de la máxima necesidad. A decir verdad, yo no había esperado otra cosa. Estreché
a ambos la mano y bajé la escalera.
Bajo encontré al general Gómez que me miró muy serio, preocupado, y me repitió lo que ya me
habían comunicado sobre la situación Dahlem y Billoux: debíamos mantenernos firmes. Me acompañó
hasta delante de la puerta. El pequeño camión ya estaba dispuesto. Los del Gaylord me habían dado un
par de paquetes de cigarrillos. Quería ser muy ahorrativo con ellos, pues sabía cuánto los necesitaban los
camaradas, pero cuando partimos encendí uno y me lo fumé con profundas bocanadas.
El viaje fue largo. Ya en Torrelodones volvieron a empezar los bombardeos que nos obligaban a
buscar protección en las trincheras, y en Torrelodones nos quedamos, contra lo que yo esperaba, hasta que
se hizo de noche. El director del parque de camiones, que ya en los últimos días había acumulado un
montón de negras experiencias, explicó que el riesgo de viajar de día era demasiado grande.
Así que seguimos viajando después de las 8 de la tarde, y como debíamos buscar el camino con
mucho cuidado con los faros apagados, ya era casi medianoche cuando llegamos a la carretera hacia
Villanueva de la Cañada. Allí estábamos aún fuera del alcance de la artillería, pero fuimos a parar a los
bombardeos nocturnos. En los campos a derecha e izquierda de la carretera y también en la misma
carretera delante de nosotros, la claridad de las bombas luminosas e incendiarias alumbraba nuestra
marcha. Como telón de fondo flameaban los restos de Villanueva de la Cañada, en esos momentos casi
derruida hasta los cimientos.
Con el ruido del motor podíamos oír mal los aviones sobre nuestras cabezas y de pronto cayeron
nuevas bombas luminosas casi al lado de nuestro camión.
Saltamos fuera y nos escondimos en la cuneta mientras duró el bombardeo. Nuestro vehículo
permaneció incólume, excepto unas pequellas esquirlas que habían atravesado el capó, así que pudimos
seguir, pero poco antes de Villanueva de la Cañada tuvimos que volver a parar y ponernos a cubierto.
El aire caliente del pleno verano, estaba empestado por el fósforo, el polvo, el olor a humo, por el
olor horriblemente penetrante a descomposición de los numerosos cadáveres que yacían a lo largo de la
carretera, que penetraba en nosotros y casi nos hacía perder el aliento. Aquello era infernal.
Tuvimos que sobreponernos y saltar finalmente de nuevo a nuestro camión para salir de allí.
Pasamos de la zona de los bombardeos a la de la barrera de fuego de la artillería.
Uno se sentía especialmente desvalido y expuesto en plena noche sobre un camión cuyo estruendo
sonaba más fuerte que el de las granadas que caían. El nerviosismo de todos era grande, una y otra vez se
tuvieron que hacer pausas, entonces tomábamos aliento en una trinchera o al abrigo de una roca.
Empezaba ya a amanecer cuando finalmente llegamos a nuestros puestos sanitarios en el río
Guadarrama, la meta del camión.
Jane me informó de que los dos días pasados la intensidad del fuego artillero y de los bombardeos
había sido relativamente baja.

329
:
Se estaba esperando en unas horas el ataque decisivo de la infantería fascista. Casi me envidiaba
por el hecho de que me fuese a las tricheras de la Casa Blanca. Los matorrales del Guadarrama en los que
se encontraban los puestos sanitarios habían sido bombardeados durante los pasados días casi sin pausa de
tal manera que las pérdidas aquí bajo en el río eran más graves que en la línea del frente de Romanillos.

EMPIEZA EL CONTRATAQUE FASCISTA

15 de julio de 1937
No encontré al Estado Mayor del batallón en la Casa Blanca, sino más adelante, bajo los árboles,
muy cerca de las compañías. Las noticias que trasmití a los amigos no les sorprendieron.
En los dos días de mi ausencia había tenido lugar en el batallón una de aquellas casi misteriosas
trasformaciones que se pueden vivir de vez en cando en tropas combatientes: cuando se alcanza el punto
más bajo y se supera, va la cosa de nuevo “de cualquier manera”.
La medida de la capacidad de sufrimiento humana es sorprendentemente elástica. Se consigue
convertir en norma el punto más bajo y a partir de él se puede seguir viviendo; se puede ir hacia arriba y
de nuevo volver a bajar.
Los que quedaban del batallón se habían fundido con una impenetrable dureza. El mismísimo acero
bajo tal presión se habría roto, así que el núcleo duro del batallón se había convertido en un rubí, o tal vez
de rubí había pasado a ser diamante. Se había alcanzado el último grado de la resistencia, ya no se quería
ni ser sustituido. Uno había roto los puentes tras de sí, se estaba de espaldas contra la pared, uno vendería
su vida, con la que se iba a acabar de una vez para siempre, a un alto precio.
La propia vida ya no contaba. Lo que contaba era sólo el precio, la cantidad de fascistas que se
pudiesen cobrar.
Recogimos a Lhes con nosotros. También él recibió su carta, la carta de Billoux, con indiferencia.
Las cartas eran a su manera muy expresivas. No andaban con florituras. Aclaraban lisa y llanamente que
con nuestra disolución se abriría una brecha.
Tendríamos que formar con nuestros cuerpos una barrera. Tendríamos que realizar lo que cada uno
de nosotros tan frecuentemente había afirmado: que todos estábamos preparados para dar nuestra vida
por la libertad. Ahora ya estaba: formas de hablar, florituras, circunloquios... estaban fuera de lugar. Las
cartas de Dahlem y Billoux habían encontrado el tono justo. Pasamos a máquina otra vez las cartas con un
par de copias y las enviamos a los jefes de las compañías.
El ataque de los fascistas aún se hizo esperar.
El día trascurrió monótonamente. Artillería alemana y aviones alemanes e italianos dominaban el
terreno tras nosotros. Los bombardeos sobre los matorrales del Guadarrama se sucedían unos a otros.
Arriba, donde nosotros estábamos, permanecía todo más tranquilo.
Yo me estiré dentro del agujero de una bomba y dormí la mayor parte del día y de la siguiente
noche.

330
:
16 de julio de 1937
Mis apuntes son escasos y monótonos. Estamos sentados unos junto a otros y esperamos el previsto
contrataque de los fascista. Pero tampoco se produce hoy. Reunen alla arriba, hora tras hora, nuevas
tropas de choque y acumulan material. No podemos impedirlo. Los aviones fascistas nos impiden
cualquier movimiento. Sus escuadrillas permanecen por lo general entre una hora y hora y media en el
aire, desde el amanecer envían ya a sus observadores, después vienen los bombarderos, luego ametrallan
los cazas, después llega otra escuadrilla de bombarderos, y antes de que se vayan ya están de nuevo los
observadores en el aire. Cada una de estas acciones combinadas dura entre tres y cuatro horas. En ese
tiempo todo se detiene entre nosotros. Reservas, transportes, abastecimientos, todo ha de permanecer a
cubierto. También calla la artillería.
Por la tarde me pongo en camino al Estado Mayor de la brigada para proponer construir por la
noche con todas las fuerzas disponibles otro camino de paso para vehículos sanitarios, cocinas de
campaña, tanques de agua y transportes de municiones. El camino que va por el vado a las colinas se halla
bajo fuego permanente. Uno de los tanques de agua ha sido tiroteado y también la cocina de campaña y
los vehículos con municiones hace más de 36 horas que no nos llegan. Resultado de la conversación con
el jefe de la brigada: cero. No hay herramientas ni fuerza de trabajo. Los vehículos deben intentar, como
siempre, seguir pasando a través de la cortina de fuego durante la noche.

17 de julio de 1937
Parece que las unidades desarrollen un sistema nervioso colectivo. Puede súbitamente romperse,
pues los nervios traicionan a cada uno de los hombres en el batallón al mismo tiempo y es necesaria una
personalidad extraordinaria, una dosis de energía mayor de la normal para no dejarse impregnar por el
pánico colectivo. Hace un par de días, cuando ...r tuvo los nervios tan destrozados que prefirió el suicidio
a enfrentarse al horrible, taladrante, desmoralizante terror ante la muerte, pareció como si nosotros como
colectivo, no pudiésemos ser dueños de nuestros nervios. Si en esos momentos hubiese empezado un
ataque fascistas, nos habría arrasado.
Hoy ha pasado algo parecido con nuestro batallón español. El batallón se halla en una posición algo
peor que la nuestra ya que están más expuestos al fuego de la artillería alemana – en todo caso más que
nuestras compañías, que están tan pegadas al enemigo que se escapan al fuego disperso-. Además
nosotros estamos en una posición que se encuentra en un ángulo muerto para las baterías alemanas. En
cambio nuestros camaradas españoles del flanco derecho han sido machacados en los últimos días.
Además han tenido que sufrir un bombardeo de aviones bastante grave. Por todo ello su sistema nervioso
colectivo parece estar destrozado.
Cuando tras el bombardeo un par de cientos de moros, insensata y evidentemente borrachos,
empezaron a aullar y a disparar sin sentido en el sector de nuestros batallones, cundió inmediatamente el
pánico entre ellos. Y eso a pesar de que los moros estaban, al parecer, tan bebidos que ni siquiera
siguieron atacando, sólo mucho más tarde enviaron adelante un par de patrullas tanteando y titubeando,
petrullas que, desgraciadamente, se pudieron hacer fuertes en las posiciones delanteras de nuestros

331
:
batallones y allí encontraron un cierto número de ametralladoras intactas. Con lo cual empeoró aún más
la posición de nuestro flanco derecho. Se ha creado un incomodo hueco entre nosotros y los dos
batallones españoles, y además ahora también nosotros estamos expuestos al fuego de flanco de las
ametralladoras y tiradores de precisión. No parece irremediable gracias a la indecisión de los fascistas. Si
se hubieran decidido a atacar, quién sabe cómo estaríamos. Habrían podido bajar sin dificultad hasta el
Guadarrama. Este incidente nos mantuvo todo el día en estado de alarma. Pero no sucedió absolutamente
nada y por la tarde la posición era de nuevo casi segura, sólo un poco más desventajosa para nosotros a
causa del retroceso de la línea delantera de nuestros dos batallones españoles.

18 de julio de 1937
Durante la pasada noche pasaron rápidamente a nuestras espaldas secciones de un batallón inglés
dirigido por un cierto comandante Nathan. Se dice... se dice... Se dice que este batallón sustituirá a los
restos de nuestros hombres y que nosotros retrocederemos a la posición de reserva en el Guadarrama. La
perspectiva no nos anima por diversas razones: por una parte a causa de la petrificación psíquica del
batallón, que desde hace días espera con extrema decisión el ataque de la infantería fascista; casi lo espera
con ansiedad para cobrarse el precio que el enmigo ha de pagar. Por otra parte la posición de reserva a
orillas del Guadarrama no es ningún lugar de descaso, bombardeado casi sin pausa día y noche. Pero la
decisión ya no depende de nosotros. Lo sabemos. No nos vamos a rebelar más. Se debe hacer con
nosotros lo que la situación exija. De todos modos estamos acabados.
Con el comandante Nathan173 he tenido un par de breves encuentros amistosos abajo, junto al
Guadarrama, y en el Estado Mayor. Es el jefe del batallón inglés de la XV Brigada angloamericana; se
trata de un hombre alto, esbelto, de rostro delgado con penetrantes ojos y de sencilla elegancia. El tipo de
un buen oficial inglés. Se ha corrido la voz en los últimos días de que debe dirigir nuestra brigada en
sustitución de nuestro jefe que está enfermo, después se rumorea también que ha sido herido. No sé que
hay en todos estos comadreos. En todo caso detrás de nosotros hay ahora grupos de ingleses preparados
para ocupar nuestras posiciones delanteras. Pero pasó el día y todo se quedó como estaba, y eso nos
convenía.
La situación en nuestro flanco derecho sigue siendo igual de amenazadora aún después, cuando
nuestros batallones españoles rechazan un enérgico avance. Ahora recibimos un permanente fuego de
flanco. Nuestra libertad de movimientos queda dificultada. La Casa Blanca y la trinchera se han vueto
casi inutilizables porque los accesos ahora se encuentran a la vista de los fascistas y bajo el fuego de sus
ametralladoras.
En los últimos días he descansado un poco y he tomado un par de notas. Nuestro enlace Antek
Kutz que me cuida con discreta amistad, me ha contado algo de su vida. Es un polaco-alemán, minero en

173
George Nathan, 1895, Londres. De familia judía, combatió en la 1ª Guerra Mundial y luego al parecer fue
miembro de los servicios secretos británicos empleados en la lucha contra los independentintas irlandeses. Participó
en la guerra de España comandando varios batallones: el Batallón Lincoln y el Batallón Británico. Jefe de Estado
Mayor de la XV Brigada. Cayó el 16 de julio en Brunete. Según esto ya había caído cuando Kantor lo
nombra.(Wikipedia)
332
:
la región de Silesia Superior que pasó a Polonia tras la Guerra Mundial. Los grandes señores alemanes,
poseedores de tierras y minas lo tuvieron en la miseria y después lo siguieron manteniendo en la miseria
los grandes señores polacos, y -mira por dónde-, los señores eran en todas partes y la mayoría de las veces
iguales. Antes alemanes, ahora polacos, la propiedad seguía siendo suya y la miseria de los que tenían que
trabajar para ellos seguía siendo la misma.
Pero Kutz se defendió tanto contra unos como contra los otros. Fue vejado y perseguido bajo el
régimen imperial alemán e igualmente maltratado y perseguido por los nuevos señores polacos. Al inicio
de los años 20 emigró al Sur de Francia. Allí trabajó en las minas cerca de Aix en Provence. Era un buen
trabajador. Fue jefe de un grupo de socorro y rescate de mineros. Ganaba por término medio 1500
francos al mes, en unos tiempos en los que una familia obrera francesa pasaba con unos 800 francos
mensuales. Con las gratificaciones llegaba a ganar 2000 francos al mes. Con un compañero compró una
pequeña casa en un valle cerca de Aix donde tenían gallinas, cerdos, cabras y un huerto del que sacaban
vino y frutos. Su tiempo libre lo pasaba allí; como jefe del grupo de salvamento tenía un trabajo muy
peligroso pero desde el punto de vista de los horarios, muy ventajoso. Naturalmente estaba activo
sindicalmente. Daba a la Ayuda Roja un buen porcentaje de su salario, cada mes enviaba un par de
cientos de francos a su madre y a otros miembros de la familia de Polonia. Otra buena parte iba a los hijos
de los compañeros muertos en accidente.
Antek es un hombre menudo, silencioso, modesto y siempre alegre. En nuestro batallón no hay
ninguno que sea más buen camarada que él, tampoco un enlace mejor y de más confianza. Siempre está a
punto, no teme ningún fuego, ningún peligro; este resistente y pequeño muchacho no conoce al
agotamiento. Cuando tras un ataque llegamos resecos a lo alto de la colina delante de Romanillos, a la
Casa Blanca, muertos de sed, fue Antek el que recogió nuestras cantimploras, corrió cuesta abajo hasta el
río y con las veinte cantimploras llenas volvió a subir. Recuerdo cómo me tapó con su manta la noche
antes de otro ataque, mientras dormía.
Muchos camaradas de nuestro batallón recuerdan aún con una emoción de la que ellos, valientes
soldados, no se avergüenzan, un suceso ocurrido tras la conquista de la aldea de La Granjuela cerca de
Valsequillo en el frente del Sur.
Cuando la XIII Brigada había ya tomado la aldea, los fascistas la destruyeron mediante
bombardeos y fuego de artillería.
Casi todos los habitantes habían huido, pero algunos niños cuyos padres habían muerto a causa de
los bombardeos, andaban dando vueltas desvalidos, llorando y totalmente abandonados entre las ruinas.
Antek se ocupó de ellos inmediatamente. En medio del fuego los recogió y los llevó a una casa que aún
estaba en pie, protegió a los niños con colchones, recogió algunos cascos y se los encasquetó
cuidadosamente en la cabeza. Así le encontraron los camaradas, protegiendo a los niños; se había quitado
su propio casco y se lo había calado en la cabeza al más pequeño.
Antek contaba: - A causa de mi trabajo en las minas he estado muchas veces en situaciones
tremendamente peligrosas. Pero nunca en toda mi vida he pasado tanto miedo como aquí con estos
chiquillos.

333
:
19 de julio de 1937
El contrataque fascista empezó ayer al mediodía con toda su violencia a lo largo de todo nuestro
frente.
Los ataques directos se han dirigido contra nuestros flancos, preferentemente contra el flanco
derecho. Nuestro propio sector ha sido atenazado entre un fuego furioso y la latente amenaza de un
ataque. Nuestros dos batallones españoles se mantenían en pie. Dos de los ataques realizados por los
moros con mucho griterío contra ellos, fueron rechazados. A las últimas horas de la tarde la situación era
crítica. Los fascistas habían avanzado y se habían infiltrado entre nosotros y nuestros dos batallones
españoles. Parecía que se iba a romper el frente. No teníamos ninguna reserva, ningún hombre de nuestra
delgada línea delantera era prescindible.
En esa situación, Otto Brunner dio la orden al pelotón del Estado Mayor de avanzar con una
ametralladora pesada y asegurar nuestro flanco derecho. El grupo disponible para ello constaba del
oficial de personal Hermann Teichmann174, el enlace Helmuth Dudde175, Libowicz (un estudiante rumano
alto como un árbol, que después de años de duras cárceles había venido a parar aquí a nosotros,
silencioso, voluntarioso siempre, querido por todos y de carácter melancólico), además estaba Antek Kutz
y los enlaces Hans Heilmann176y Kindler177. Estaba también el dibujante Hans Quaeck178, que había
trazado para nosotros el mapa del territorio y que era uno de los mejores colaboradores del periódico del
batallón y del de la brigada. Además dos camaradas suizos, el observador Birri, que en esos días me
sustituyó en la posición de informador de las observaciones, y Willi Hirzel179, que es el enlace personal
de Brunner; además dos enlaces españoles, que se llaman los dos Juan y son los hombres de enlace con
nuestros batallones españoles. Finalmente también estaba el sargento mayor Trautsch180, el cocinero, un
sanitario, el telefonista y Wallmann181, el escribiente, al que desde hacía algunos días se le había confiado
la intendencia del batallón, y precisamente por ello había llegado hasta nosotros con el coche de la
comida. También Brunner, Ewald y Lackner se armaron con fusiles y granadas de mano para en caso

174
Teichmann, ver notas 124.
175
Dudde, ver nota 133.
176
Hans Heilmann, 1909, Frankfurt Main. Carpintero. Afiliado al KPD. En España desde noviembre del 36,
XIII Brigada. Nada más se dice de él en el Dicc. Vols. Alms. de su estancia en España. Tras la guerra internado en
Francia y extraditado a Alemania. Tras la 2ª Guerra Mundial vivió en Frankfurt, represetante de los combatientes de
España y de las víctimas del nazismo. Desde el 68 afiliado al DKP, sucesor en la RDA del KPD..
177
Kindler, nota 159
178
Quaeck , nota 129
179
Así como no he encontrado ningún Birri en los diccionarios de alemanes, austriacos o suizos si aparece
entre los suizos Wilhelm Kinzel; nacido en 1910, carpintero, metalúrgico y relojero; desde 1935 miembro del PC
suizo. En Zurich trabajo con los Obreros Samaritanos (una especie de Cruz Roja laica y obrera). Llegó a España en
noviembre del 36: encuadrado en el Batallón Tschapaiev como sanitario hasta julio del 37. Al parecer sufrió un
ataque de nervios en Brunete y fue liberado del servicio en el frente. Trabajó en un hospital militar de Albacete. En
marzo del 38 se fue de permiso a Suiza y no regresó a España. En sus declaraciones ante un tribunal suizo afirma
que “sólo trabajé en la retaguardia como sanitario”.
180
El sargento Trautsch ha salido ya reiteradamente; Kantor lo describe “con su acento de Colonia”, “con su
carácter desabrido y su rostro arrugado”. Se trataba de Franz Trautsch, nacido en Dresde en 1895, es decir que ya
tenía 42 años en Brunete. Camarero de profesión. De la XIII pasó después a la XI Brigada y fue nombrado oficial.
Sobrevivió a la guerra de España y estuvo preso en varios campos de internamiento Franceses. En el 40 se le privó
de la nacionalidad alemana. El Dicc. Vols. Alms. no dice nada más de él.
181
Wallmann era el que cantaba y tocaba su precioso laúd en capítulos anteriores. Ver nota 125.
334
:
extremo saltar a la brecha. Hacía dos días que yo tenía una carabina y para la lucha de cerca mi revolver
cargado; también me había provisto de un par de granadas.
A las 6 de la tarde avanzamos. El fuego de los fascistas era impreciso; era evidente que no sabían
dónde estaban sus posiciones y dónde las nuestras. Instalamos nuestra ametralladora pesada y estábamos
ya preparados para rechazar el siguiente ataque, que pretendería ampliar el hueco entre nosotros y
nuestros batallones españoles. El ataque fue muy débil, más bien el intento de un par de fuertes patrullas
que tantearon y retrocedieron cuando fueron recibidas por una ametralladora y diez fusiles o carabinas.
No tuvimos ninguna baja. Pudimos establecer de nuevo el contacto con nuestros batallones españoles.
Nuestra posición no había empeorado. Desde luego sabíamos que esto era sólo el principio. Estábamos
preparados para los siguientes ataques masivos.
Por la noche desde las líneas fascistas nos preguntaron si éramos alemanes. Respondimos con
potente voz: ¡Rot Front! (Frente Rojo). Los nazis del otro lado bramaban: éramos unos hijos de perra,
carne de patíbulo. El larguirucho renano Helmuth Dudde les contestó a gritos: “¡Tampoco los de
Nürnberg cuelgan a aquel al que deberían colgar!”. Los nazis gritaban diciéndonos que tuviésemos
paciencia, que pronto se nos echarían encima. Nosotros nos burlábamos y les gritábamos que estábamos
preparados para recibirlos, que viniesen ya. Empezaron a cantar la canción de Horst Wessel182. Algunos
de nosotros querían responder con la Internacional pero nos pareció más correcto callar; consideramos
vergonzoso utilizar la Internacional en un concurso de a ver quién gritaba más. Los nazis acabaron con
sus gritos de “Heil Hitler”. Y entonces sí que gritamos con toda la fuerza de nuestros pulmones: “¡Hitler,
verrecke!” (¡Que reviente!). Después se dispararon algunos tiros hacia aquí y hacia allá. Los nazis
siguieron escandalizando con sus gritos, sus bramidos y sus insultos; evidentemente estaban borrachos.
En dormir no se pudo ni pensar esa noche en nuestras posiciones.183

Por la tarde en el Estado Mayor de la Brigada


Los ataques fascistas fueron hoy más débiles de lo que habíamos esperado. No hay en ello gato
encerrado. Donde nuestro frente se mantiene y no agachamos la cabeza ante su griterío y sus permanentes
bombardeos, no pueden ganar ni un palmo de suelo. Su fuerza ofensiva parece mucho más pequeña que la
constancia con la que se defendieron, por ejemplo, en Villanueva de la Cañada. Posiblemente la
explicación es que ellos tenían las concentraciones básicas de sus tropas en las posiciones que nosotros
conseguimos tomar y que después de sus pérdidas los montones de mercenarios que han reforzado a los
que operaban al otro lado, titubean en llevar su piel al mercado. Si hubiesen atacado con todas sus fuerzas
nuestra delgada cadena de seguridad, ésta no se habría podido mantener. No apreciaron seriamente esta
posibilidad. Nuestros tres cañones antitanques estaban aún intactos. Ellos lo sabían. Sus tanques, que
vimos surgir aquí y allá, se mantienen a una respetuosa distancia y sirven más como protección de la

182
Esta canción, por cierto muy bella y bastante triste, fue el himno del partido nazi y casi llegó a convertirse
en el himno alemán durante la época hitleriana.
183
La historia es curiosa –no sé si cierta- porque parece querer demostrar que había artilleros o soldados de
infantería alemanes entre los franquistas.
335
:
retaguardia que como vanguardia del ataque fascista. Hasta mediodía rechazamos con facilidad dos
ataques. Después empezó el bombardeo con rabia reforzada. Tuvimos bajas.
Por la tarde llegó un enlace de la brigada con la orden de que un oficial del Estado Mayor del
batallón fuese en representación de Brunner al Estado Mayor de la brigada para informar y recibir
instrucciones. A causa de mis conocimientos del francés fui yo. Recogí los informes de los jefes de las
compañías, me llegué también al puesto de mando del batallón francés para recoger la información de
Lhes, y me puse en camino. Se me adjudicaron como acompañantes dos enlaces, Leibowicz y Kindler; en
el peor de los casos, al menos uno de nosotros volvería.
Los dos quilómetros desde donde estábamos nosotros hasta las alturas al otro lado del Guadarrama
estaban cubiertos por una barrera de fuego, atravesarlos era un duro deporte. Por suerte conocíamos todos
los escondrijos, agujeros de granada, saledizos de las peñas y hondonadas del camino. Kindler avanzaba
delante, yo lo seguía unos 20 o 30 metros y detrás avanzaba Leibowicz a 20 o 30 metros de mí.
En el Estado Mayor me informó Karl de que a la noche siguiente seríamos sustituidos por un
batallón inglés. La sustitución debía hacerse en etapas. La relativamente intacta 2ª Compañía bajo la
dirección de su jefe, el capitán Bauer, muy capaz militarmente, retrocedería hasta el Guadarrama para
servir de reserva preparada para intervenir. En cambio algunos pelotones de lo que quedaba del batallón
debían formar una primera línea de defensa inmediatamente detrás de la línea de los ingleses. También la
Compañía de Ametralladoras debía ser mantenida allá arriba en las alturas de Romanillos en estado de
disponibilidad. El resto de lo que quedaba del batallón debía ser reunido e igualmente llevado abajo a
posición de reserva en el Guadarrama. Serían sólo unos 30 a 40 hombres. Yo fui el responsable de la
organización de la retirada de ese grupo al Guadarrama.
El fuego de artillería y los bombardeos eran fuertes y mantenidos. Karl me aconsejó esperar a
realizar el retroceso desde las alturas hasta que se produjese una pausa del fuego. He dominado
cansancio, agotamiento y nerviosismo para añadir los acontecimientos del último día a modo de apuntes.

20 de julio de 1937
Ayer a la caída de la tarde el fuego se había parado un poco y los bombardeos habían acabado, así
que los tres volvimos a subir colina arriba. Trasmití a Brunner los informes. Poco después se presentó
ante nosotros un oficial de enlace inglés. Empezó el relevo de la línea más avanzada. Recogimos en un
grupito a los que retrocedían. El resto del batallón debía seguirnos por la noche. Conmigo fueron como
oficiales del Estado Mayor Hermann Teichmann y los enlaces Leibowicz, Kindler, Heilmann, el dibujante
Quaeck y uno de los dos Juanes españoles. En total éramos 36 hombres.
Al mismo tiempo Bauer hizo retroceder a su segunda compañía según la sustitución acordada.
Todo se hizo sin dificultad. Descendimos a través de la zona de fuego uno detrás del otro en una larga fila
y nos juntamos al empezar a amanecer entre los arbustos del Guadarrama.
Los que tenían que recoger la comida, que habíamos enviado a la intendencia de la brigada,
volvieron con pan y latas de carne. Empezamos a desayunar.

336
:
Simultáneamente empezaron los primeros bombardeos a los arbustos en los que nos escondíamos.
Nos escampamos en grupos de cinco o seis hombres. Bauer permaneció con su 2ª Compañía sobre el
lado del Guadarrama en el que está Romanillos (margen izquierdo o del E. del río. N.d.T). Nosotros, los
36 hombres mezclados del Estado Mayor y de las restantes existencias de la 3ª Compañía y del
departamento de zapadores, atravesamos el Guadarrama y nos aposentamos en una hondonada al otro
lado del río.
No teníamos nada que hacer más que esperar. Me senté en una especie de hoyo despejado y seco
entre las raíces de un árbol, normalmente cubiertas por el agua del río Guadarrama, ahora convertido en
un pequeño arroyo por el calor del pleno verano. El árbol, un sauce, me daba sombra y me cubría. Sólo
podía estar con las rodillas encogidas en el hueco, pero la espalda tenía un buen apoyo y se estaba muy
cómodamente. Allí escribí mis últimas notas. Conté los bombardeos sobre los matorrales del Guadarrama,
hubo seis en las primeras horas de la mañana de ese día. Los aviones arrojaban ligeras bombas explosivas
y bombas en cadena sin mucha fuerza de penetración pero con una peligrosa fuerza expansiva que las
esparcía por todas partes. No tuvimos ninguna baja pero hubo dos heridos en la sanidad, entre ellos uno
que ya había resultado herido en lo alto de la colina por disparos de infantería; el herido aguardaba el
trasporte que lo tenía que llevar a retaguardia y mientras esperaba fue alcanzado por segunda vez por una
esquirla de bomba.
Al final de la mañana, sobre las 11, la casi aburrida espera del próximo bombardeo fue
interrumpida por otra desagradable sensación. Oímos procedente del mismo vado sobre el Guadarrama
desde una distancia de unos 800 metros un fuerte fuego de infantería que se acercaba rápidamente.
Cuando menos lo esperábamos zumbaron algunos tiros disparados desde muy cerca en torno a nuestras
orejas. Nos levantamos de un salto y nos colocamos para defendernos. Parecía que los fascistas hubiesen
penetrado por sorpresa. Las cocinas, la sanidad, la intendencia y partes dispersas de la tropa fueron
presas de pánico. Nadie sabía bien lo cerca que el enemigo estaba. Las ambulancias salieron a toda prisa,
todo corría enloquecido e indefenso. Envié a Kindler y a Leibowicz al otro lado del río donde estaba
Bauer y la 2ª Compañía y en medio de la prisa y la general confusión hice un par de improvisados
preparativos para defendernos en contacto con la 2ª Compañía; quién sabe si estas medidas se habrían
mostrado adecuadas en el caso de peligro. En esta crítica situación dos de nuestros tanques, que alguien
sabiamente había mantenido como reserva, avanzaron en dirección al vado y ante ellos la infantería
enemiga se alejó de nuevo. Quedó claro que sólo nos las habíamos tenido que ver con fuertes patrullas
fascistas, cuyo sorprendente avance había sido la causa de nuestra general confusión.

SEPULTADO

Esta fue la última nota que llevé al papel durante la batalla de Brunete.
Poco después fui medio sepultado por una bomba explosiva que golpeó el árbol que estaba encima
de mí. El lapso de tiempo entre mi último escrito y la caída de la bomba que me dejó sin sentido, mató a

337
:
Juan, sacó los intestinos de Kindler, destrozó la rodilla de Hermann Teichmann, hirió en la cabeza a
Quaeck y dejó ligeramente heridos a algunos otros, permanece clarísimamente clavado en mi memoria
como una visión horrorosa..
Habíamos regresado de nuevo a nuestra cobertura entre los matorrales del Guadarrama después de
la excitación producida por el retroceso de los fascistas frenados súbitamente por nuestros tanques. Los
camaradas se habían vuelto un poco despreocupados, como ocurre frecuentemente después de haber
superado un peligro. Así pues no se encontraban, como hubiese sido lo adecuado ante los permanentes
bombardeos, aislados, a distancia unos de otros y a cubierto, sino que se reunían en pequeños grupos de
entre 6 y 8 hombres agachados y comiéndose sus raciones del mediodía. Sin duda también influyó en
estos agrupamientos el que hubiésemos recibido algunas latas de conservas que se tenían que repartir
entre 6 hombres. Yo me había vuelto a meter en mi agujero entre las raíces del árbol con las rodillas
encogidas. Era tan cómodo estar allí sentado que tomaba notas celosamente del episodio superado de
pánico provocado por los fascistas. Kindler se me acercó y me trajo mi parte de la carne del bote y un
poco de pan. Empecé a comer.
Los otros se sentaban en un grupo a un par de pasos de mí, entre los matorrales. Posiblemente fue
para mí un poco inquietante ver que ellos estaban acuclillados todos tan juntos, o tal vez no, uno no puede
estar permanentemente vigilante y previsor: el peligro continuo acaba por embotar.
Los aviones fascistas ya estaban otra vez sobre nosotros y las cadenas de bombas caían a alguna
distancia. Teichmann murmuró algo sobre los “perros del cielo”, los malditos, que no nos dejaban ni
siquiera comer con tranquilidad, pero nadie se movió. Después las bombas cayeron más cerca.
De pronto, en el segundo en el que empezaron a caer a nuestro alrededor, supe que la siguiente
bomba caería en medio nosotros. Mi oído se había hecho finísimo, casi se había desarrollado un sexto
sentido, podía, de entre el estruendo de las granadas que caían y también de las bombas, contar por
anticipado o, si se quiere, sentir por anticipado, casi exactamente donde iban a caer, sin equivocarme
más de un metro.
La lluvia de bombas que oí acercarse, machacaron exactamente donde yo estaba. Lo oí, lo supe.
Supe durante una fracción de segundo interminable que la bomba caerían exactamente sobre mí. . No
hubo tiempo para un grito casi sin sentido: “¡Viene...!”. Después un mazazo ahogó la frase inacabada.
No hubo nada más. En el momento del golpe ya no vi ni oí nada más. La bomba había dado en el
tronco del sauce, un par de metros sobre mí. Ramas, tierra, piedras... me cubrieron, pero yo había perdido
el sentido por la presión de la explosión.
No sé cuánto tiempo estuve sin sentido, tal vez sólo un minuto o dos. Volví en mí de una manera
agradable, no brusca sino paulatinamente, a través de una pared de niebla de agradable anestesia para mis
nervios. Tampoco oía nada de momento; el griterío de los camaradas heridos penetró en mí unos minutos
más tarde y fue como una sorpresa. Sólo muy poco a poco pude entender el significado de estas voces
que me llegaban.
Al principio yací en un estado intermedio entre la pérdida del sentido y el despertar con las piernas
encogidas en mi agujero. Percibí que estaba lleno de una profunda satisfacción, como si hubiese

338
:
finalmente acabado algo o hubiese dejado algo tras de mí. Aún no sabía lo que era. La segunda impresión
consciente fue el profundo olor a azufre. Apestaba. Eso me recordó que acababa de caer una bomba. Con
los ojos aún cerrados empecé lentamente y sin ningún nerviosismo, a palpar a mi alrededor lo que
quedaba de mí. Con un casi agradable sentido de la realidad pensé que un herido grave no podría sentir
nada. O sea que si estuviese grave no me sería posible constatar por los dolores en un determinado sitio, si
mis brazos o piernas estaban aún conmigo, mi cráneo aún intacto, mi tórax sano, mis entrañas cubiertas.
Me dije que debía comprobar todo esto, y que para eso tenía que abrir los ojos. Pero no lo hice enseguida
Era tan agradable permanecer en la niebla. Temía realizar cualquier esfuerzo.
La siguiente reacción consciente fue notar que sentía algo pegajoso en mi mano. La levanté un
poco muy despacio ante mi cara y abrí los párpados una rendija. La mano estaba llena de sangre y
suciedad. Cosa que era muy natural. No podía ser de otra manera. Satisfecho ante esta comprobación,
dejé caer otra vez la mano y permanecí tras el esfuerzo realizado otra vez tranquilo en la niebla.
Después me vino algo así como la conciencia del deber. Por todos los demonios, dijo algo dentro
de mí, ya está bien de pereza, ahora anímate, tío, y comprueba qué ha sido de ti. No era terror y angustia
ante el descubrimiento que tal vez haría, sino una especie de curiosidad entremezclada con esta orden
interior, que no me dejaba aún ir. Así que abrí los ojos, esta vez ya con un esfuerzo consciente bastante
grande, y empecé (de momento aún sin mover la cabeza y sólo lo lejos que alcanzaba mi ángulo de
visión) un autoreconocimiento. Fue para mí como una sorpresa comprobar que la parte baja de mi cuerpo
aún estaba unida con la de arriba. Entonces miré de reojo lleno de cariño mis rodillas, estaban allí.
Después me toqué con la mano izquierda el cuello y la cabeza. No pude comprobar nada. Todo se palpaba
pegajoso y ensangrentado. Pero esto no quería decir nada. Eso ya lo sabía yo. Aún no oía nada. Así que
decidí cerrar de nuevo los ojos para ganar un poco de tiempo y concentrar fuerzas para el esfuerzo más
grande que tenía que emprender: levantarme, ponerme de pie sobre mis propias piernas,
Tal vez alguien vendría y me vería. Este pensamiento me recordó a los camaradas. Era raro, que
ninguno de ellos estuviera aquí. Pero darle vueltas a este pensamiento era demasiado.
Entonces empecé a oír casi sin significado, aún sin que mi conciencia recibiera las voces y se
formulara escuchar algo. Sonidos, indeterminados sonidos que tanto podían ser la música de las etéreas
esferas como las voces naturales de personas. Pero poco a poco reconocí estos sonidos, que me llegaba
como si hubiese en medio una pared de goma, como difuminados. Eran gritos humanos. De pronto me
horroricé. Algo me atenazó como con un hierro el corazón. Me entró pánico. Mantuve los ojos aún
cerrados para no tener que ver. Después esos gritos crecieron hasta ser algo definido: eran gritos de
dolor. Finalmente abrí los ojos. Supe que me tenía que levantar y que debía salir del agujero que me había
protegido como una trinchera a lo desconocido, terrible, hostil.
No me admiró mucho poder enderezarme, ponerme de pie y caminar, había terminado de pensar en
lo que me había pasado a mí. Al principio, después de haber subido al borde del agujero y de haberme
casi arrastrado un par de pasos fuera de los matorrales, me quedé súbitamente sorprendido de poder
andar. Por primera vez me miré hacia abajo conscientemente. Observé que la chaqueta de mi uniforme en
el pecho y la barriga estaba sucia y manchada de sangre, pero no rota. Así que no tenía ningún tiro en el

339
:
vientre, me dije y eso me llenó de una gran satisfacción; por alguna razón tenía un miedo muy grande a
los tiros en el abdomen. Me quede parado un momento y volví a palparme la cabeza, pero estaba tan
llena de bultos y tan arañada que no estuve seguro de si no se me habría clavado por algún sitio una
esquirla en el cerebro.
Después miré al grupo de mis camaradas. Teichmann yacía en el suelo y gritaba de dolor. Alguien
se ocupaba ya de él. Junto a él estaba Juan que respiraba con dificultad, y un poquito más lejos estaba en
el suelo Kindler y se quejaba horriblemente. Los primeros sonidos articulados que entendí fueron: “Tiene
el abdomen destrozado.” El que lo decía tenía la cara completamente chorreante de sangre. Era el
dibujante Hans Quack. Parecía aterrorizado; más tarde se desveló que su herida en la sien y en la cabeza
no eran mortales. Yo estaba plantado en medio de todo, inútil. Era absolutamente incapaz de hacer algo o
de decir algo. Estaba allí y miraba espantado. Alguien me preguntó: “¿Cómo estás, Kanto? Estás
sangrando ¿Te han dado?” No lo sabía aún. Vinieron los sanitarios, cargaron a Kindler sobre una camilla
y se lo llevaron de allí. “No durará mucho”, dijo alguien, creo que era un austriaco. Teichmann seguía
chillando. Los tendones cortados salían de la articulación de su rodilla como pedazos destrozados de las
cuerdas de un contrabajo. Alguien se había agachado a su lado y le daba de beber. Juan había parado de
respirar. Cuando los sanitarios volvieron, había muerto. Pusieron a Teichmann sobre una camilla. Gritaba
terriblemente cuando lo levantaron.
Me preguntaron si podía ir, debía acompañarlos. Pero yo estaba allí y no podía tomar ninguna
decisión. Y de pronto me marché lentamente de allí, como sonámbulo, pero no en la dirección del
hospital de campaña, sino a través del río y las colinas hacia arriba, hacia la Casa Blanca. Fui paso a paso,
muy despacio, como un autómata; era como si estuviera recubierto de hielo. No sabía lo que hacía. Fui a
través del fuego de la artillería sin darme cuenta de nada. Según mis recuerdos en todo el camino no me
agache ni una sola vez, ni me apresuré. Durante este tiempo debieron haber bombardeos; no lo sé, no miré
hacia arriba en ningún momento, ni tampoco oí absolutamente nada.
Llegué como en trance allá arriba, a la Casa Blanca y me arrastré como un animal herido que busca
su cueva, al refugio que se había abierto junto al borde de la trinchera. Allí me senté. Me corrían las
lágrimas de los ojos por toda la barba sucia de tierra y de sangre. Brunner y Ewald vinieron y me
preguntaron que me pasaba. No sé qué les contesté exactamente, seguramente palabras incoherentes. Se
me hacía muy difícil hablar, tartamudeaba y no encontraba las palabras que buscaba. Buscar las palabras
me causó unos fuertes dolores de cabeza. También empecé a temblar. Creo que durante el camino hacia
arriba vomité varias veces, pero no lo sé exactamente.
No puedo reconstruir lo que ese día y la noche siguiente me pasó. Mis recuerdos empiezan otra vez
en el hospital de campaña de Torrelodones. Empiezan en el momento en que me desperté en una cama de
campaña y en la cama de al lado Kindler se quejaba pidiendo agua y una enfermera vino y le apretó una
esponja mojada sobre los labios. Después me volví a desplomar y debí haberme quedado dormido otra
vez. No sé cuánto tiempo, pero cuando me desperté aún había luz en mi habitación y Kindler miraba
hacia mí y murmuraba bajito algo; yo quería darle un sorbo de agua, él no podía más. Gritaba, gemía,
jadeaba, lloraba, sollozaba, pedía. Yo no lo podía soportar. Bajé de la cama para buscar a la enfermera.

340
:
Me encontró en la puerta. “Dele un trago de agua”, le dije yo. No me entendía, era española, Le repetí la
petición en español. Ella dijo que el doctor vendría enseguida y daría a Kindler una inyección de morfina.
Salí y por la puerta abierta vi en la habitación de al lado a Teichmann. Su pierna estaba
entablillada. Estaba consciente. Me preguntó cómo estaba Kindler. Le dije que quería beber agua.
Teichmann dijo que eso no podía ser porque el vientre de Kindler estaba abierto. También en el pasillo
me encontré a Quaeck. Llevaba una venda en la cabeza y decía que lo llevarían a Madrid, sus heridas no
eran peligrosas. Cuando volví a mi habitación Kindler estaba en silencio. El médico estaba junto a su
cama. Le había puesto una inyección de morfina. Me acosté. Cuando me desperté amanecía. Kimdler me
miró. Ya no gritaba, sólo movía los labios y murmuraba: “¡Agua!” Yo le dije “Vamos, aguanta aún un par
de días, después ira todo mejor. Aquí te van a poner bien.” Me miraba, movía los labios y murmuraba:
“Agua, dame agua.” Después vino la enfermera con dos sanitarios que me ayudaron y me llevaron a un
coche sanitario con el que fui a parar al mediodía al Hospital de Campaña nº 6.

30 de julio de 1937
Mi mejoría se ha producido rápidamente. El jefe médico del hospital, el profesor argentino
Berman184 está satisfecho. Piensa que, en todo caso, necesitaré un tiempo de tranquilidad para recuperar el
equilibrio. También hay que sobrealimentarme, mi escaso peso es anormal.
En esos días he recibido muchas visitas. Uno de los primeros que vino fue Kisch, me distrajo con
su informe sobre el Congreso de los Escritores en Madrid. Me comunicó también que ante la noticia de
mi ingreso en el hospital – en el primer informe mi estado parecía peor de lo que en realidad era -, se
telefoneó y se telegrafió de Madrid a París para que Friedel viniera a cuidarme. Pero ella sólo podía
atravesar los Pirineos ilegalmente y las formalidades y los permisos necesarios que debían dar las
autoridades españolas, requerían siempre tiempo, así que debía tener un poco de paciencia. También me
visitó Bredel. Hans185 y Bodo Ushe vinieron con fruta y exquisiteces. Hans me invitó a pasar una o dos
semanas de convalecencia en una casa de descanso que habían puesto a su disposición en uno de los más
hermosos lugares cercanos a Madrid. Yo habría preferido marcharme con él enseguida; consultamos
juntos al profesor Berman, pero él consideró que debía pasar por lo menos un par de días más bajo su
control médico en el Hospital.

5 de agosto de 1937
Ewald me ha contado detalles de las últimas horas del batallón.
El 23 de julio el batallón estaba en posición de espera en las hondonadas entre la Casa Blanca
arriba de la colina y Romanillos. También el resto de los grupos que habían retrocedido a posiciones de
reserva abajo en el Guadarrama estaban otra vez sobre las alturas. La 2ª Compañía, bajo el mando de su
eficiente capitán Bauer, había sido enviada a una brecha en el ala izquierda de la brigada. Un par de
cientos de metros por delante del grueso estaban en la línea los ingleses y los españoles de la XV Brigada.
184
Sobre el Dr. Berman ver nota 150.
185
Hans Kahle. En el “Epílogo” cuenta cómo Kahle le invitó a recuperarse unos días en la villa que estaba a
su disposición cerca de Madrid y que había pertenecido a La Argentinita.
341
:
A esas hondonadas las estuvieron machacando desde las 10 de la mañana al menos 10 baterías. Otto,
Ewald, nuestro ayudante del batallón Julius Lackner, el sargento mayor Trautsch y los enlaces Antek
Kutz y Helmuth Dudde se apretaban bajo los árboles que habían sido diariamente nuestra cubierta en una
trinchera de comunicación. Un bombazo cercano sepultó a Lackner, otro a Trautsch, Pero ninguno de los
dos resultó herido. A mediodía, sobre las 2, el fuego fue dirigido otra vez hacia detrás. Otto dio la orden,
en espera del ataque fascista, de: “¡Todos arriba, sobre la colina!”
Dio a cada grupo exactas instrucciones y les dijo que retroceder sería su muerte. Ellos ya lo sabían.
El batallón resistiría hasta el último hombre. Los moros atacaron, pero fueron rechazados con facilidad.
De nuevo empezó el fuego graneado.
A las 4 llegó la noticia de que el flanco derecho había retrocedido. La causa del retroceso fue, al fin
y al cabo, un malentendido. Algunos de nuestros tanques se habían quedado bastante a la derecha a
nuestro flanco. Los tanques habían acabado por quedarse en el frente poco compacto entre las líneas
fascistas. Cuando se dieron cuenta de la situación se abrieron paso hacia nuestras líneas disparando. Los
camaradas que vieron venir estos tanques desde las líneas fascistas disparando, los debieron tener por
tanques fascistas. Esto fue ya demasiado para las tropas agotadas y con los nervios destrozados.
Abandonaron el terreno. Inmediatamente los fascistas empujaron con compañías frescas.
Poco después nuestro batallón recibió por el lado derecho, que ahora había quedado abierto, fuego
de infantería y morteros. A las 4,30 empezaron a ceder los camaradas que se encontraban delante de
nosotros, atacados por tres lados. Pasaron a través de la posición en la que nosotros estábamos
preparados para intervenir, así que nos quedamos otra vez en primera línea. Después nos llegó la noticia
de que también la brigada que se hallaba a nuestro flanco izquierdo había empezado a ceder ante la
extraordinaria presión de los fascistas. Brunner corrió con el enlace Helmuth Dudde al extremo del flanco
izquierdo para conocer personalmente la situación. Al volver fue alcanzado por una esquirla de granada
que le entró en la espalda. Volvió al puesto de primeros auxilios en la Casa Blanca. La herida no era
peligrosa. Cuando lo vendaron insistió en volver enseguida con el batallón a la línea de fuego. Ewald
habló en vano con él para que permaneciera en la trinchera junto a la Casa Blana y se ofreció a ir adelante
él solo. Pero Otto no era de los que se quedan. Quería estar en primera línea con sus camaradas en estas
difíciles horas.
Se fue y, naturalmente, Ewald fue con él. El fuego de ametralladoras era muy fuerte. Los fascistas
batían desde delante, desde la derecha y casi a medias también desde atrás de la colina donde se hallaban
las ruinas de la Casa Blanca. Otto había saltado de la trinchera y Ewald con él. Después de un par de
pasos Otto cayó al suelo. La sangre le manaba a chorros del cuello. Había sido alcanzado por dos tiros de
una ametralladora. Ewald se inclinó sobre él, vio lo que había ocurrido y animó al amigo a mantenerse
tranquilamente a cubierto. Otto balbuceaba que alguna vez se tenía que morir, y que Ewald debía enviar
sus cosas a su mujer. Ewald corrió a través del fuego y trajo vendas. Con ayuda de un sanitario arrastró a
Otto a la trinchera.
Otto perdía sin parar mucha sangre, pero estaba consciente. No había ninguna ambulancia de la que
se pudiese disponer. Se había enviado una hacia arriba pero no llegaba, Ewald contaba los minutos con

342
:
angustia creciente: “Se desangra” - pensaba. Finalmente decidió dar la orden de llevar a Otto hacia abajo.
No había ninguna camilla.
Johann Müller186, Helmuth Dudde, Hans Heilmann y Ewald llevaron a su jefe de batallón
gravemente herido cogido de brazos y piernas a través del fuego. Otto se mantenía consciente con un gran
esfuerzo. Escupía todo el tiempo coágulos de sangre que le corrian por el cuello. Si hubiese perdido el
sentido se hubiese ahogado, eso lo sabía él muy bien. Ewald le iba diciendo que no parase de escupir.
Otto renegaba balbuceando que ya escupía todo lo que podía.
Por el camino encontramos una camilla. Apenas habíamos llevado a Otto 100 metros con ella
cuando volvieron los aviones. Tuvieron que dejarlo en el suelo y echarle una manta por encima debido a
sus vendas blancas. Ewald se acurrucaba junto a Otto. Los aviones bajaron rápidamente ametrallando.
Estuvieron mucho rato en el aire. La angustia casi ahogaba a Ewald: “Se desangra.” En él mismo no
pensaba.
Fianlemte pudieron seguir. Los fascistas habían puesto una gruesa cortina de fuego delante del paso
sobre el Guadarrama. Uno de los camaradas pensaba que no podrían pasar. Ewald dijo convencido:
- ¿Qué nos importa a nosotros la artillería? ¡Adelante!.
Otto seguía perdiendo sangre.
Muchas veces tuvieron que dejar en el suelo la camilla si la explosión era muy cercana. Otto
resultaba terriblemente sacudido con tanto movimiento. Se ahogaba a causa de su propia sangre. Sus
últimas y extremas fuerzas le abandonaban poco a poco.
Finalmente llegamos abajo, al vado. Un pequeño camión estaba allí preparado para viajar, subieron
a Otto. El camión se puso en marcha y se dio enseguida contra un árbol. Hubo que volver a descargas a
Otto y volver a arrastrarlo. Nadie sabía donde estaban los sanitarios en esos momentos. Se perdían en
medio del fuego.
Por fin encontraron al Dr. Tallenberg, en pie con el equipo sanitario de la XIII durante tanto
tiempo que al final este servicio sanitario vino a parar a la primera línea y entre los fascistas y el puesto
sanitario sólo se encontraban muertos y heridos. Tallenberg aún los mandó recoger, después las
ambulancias retrocedieron entre el fuego de ametralladoras, en el último minuto. Pero esto fue unos días
más tarde y es otra historia heroica.
Otto fue llevado enseguida con una ambulancia al hospital. Fue operado. Tuvieron que hacerle dos
transfusiones de sangre, dos litros de sangre en total, en el último minuto, entre la vida y la muerte. La
casualidad quiso que fuese sangre de sus conciudadanos, sangre que los antifascistas suizos habían
enviado a España. Así lo contaban los informes de Ewald, completados por algunos detalles de Otto.
Lo siguiente ya me lo han contado otros.

186
Aunque el apellido Müller es de los más corrientes entre los alemanes –sólo en el Dicc. Vols. Alms.
aparecen 28 hombres y 2 mujeres con este apellido-, Johann sólo hay uno. Si se trata del que sale en el texto nació
en 1904; vino a España en noviembre del 36 y fue encuadrado en la XIII Brigada. Debió resultar herido porque en el
37 se encontraba en el hospital de Benicàssim; en el 38 pertenecía a la 14 Batería antiaérea del Departamento de
Artillería Internacional Skoda . Nada más dice la fuente de él.
343
:
Cómo después de que partiera la ambulancia, el valiente y fiel Ewald se derrumbó, con los
pulmones congestionados, el pulso disparado, sin aliento, en el más extremo agotamiento, y así estuvo
tres cuartos de hora sin sentido, bañado en sudor, tumbado en el suelo. Lloraba, no se podía contener,
posiblemente no se daba ni cuenta.
Después se levantó y se fue sin palabras, aún vacilante, entre el fuego, a su batallón, que estaba aún
en primera línea, ya casi cercado, plantado y firme hasta que vino la orden de la brigada de que se retirase
al otro lado del Guadarrama.
Esto fue aún posible porque los fascistas no siguieron avanzando, tras horas de tantear el avance.
Tan grande era su miedo a los restos de nuestro batallón, el cual mantuvo siempre la posición incluso
cuando ya el frente, a derecha e izquierda, había retrocedido entre 2 y 4 quilómetros.

344
:

EPÍLOGO

La historia del Batallón Tschapaiev y de la vieja XIII Brigada acabó con la disolución de lo que
quedaba de la brigada el 24 de julio de 1937. Posteriormente se formó una nueva XIII Brigada en la que
nosotros, los alemanes, no tuvimos ninguna participación.
Los pocos camaradas capaces de combatir fueron transferidos a sus respectivas unidades
nacionales. Nuestros camaradas polacos fueron al Batallón Dombrowski donde en su honor una compañía
fue bautizada con el nombre de “Mickiewicz”. Los húngaros entraron en el Batallón Rakosi. Los checos y
yugoslavos marcharon al Batallón Dimitroff. Los franceses de nuestro Batallón Henri Vuillemin fueron
encuadrados en la XIV Brigada francesa, el nombre de su batallón sin embargo se mantuvo dentro de esa
brigada. Los restos de los compañeros de los Batallones Juan Marco y Otumba fueron encuadrados en
unidades españolas. Los alemanes, escandinavos, suizos, holandeses y austriacos pasaron a la XI Brigada;
los austriacos, concretamente, al 4º Batallón de esa brigada, al que se dio el nombre de “12 de febrero” en
recuerdo de la heroica lucha defensiva de los antifascistas en Viena en febrero de 1934.

Con esto empezó también para mí otra etapa de la lucha en España que después seguiría de
diferentes maneras en Francia y en los Estados Unidos, y ahora, desde que he vuelto a mi país después de
14 años de exilio, continúa en Alemania.
Mi misión fue escribir la historia del Batallón Tschapaiev, una tarea muy satisfactoria y necesaria
para mí a la que ya me dediqué en el periodo de mi convalecencia con la ayuda inicial de Wolfgang, al
cual poco después le fue encomendada la dirección del suplemento en alemán de la revista de las
Brigadas Internacionales “El Voluntario de la Libertad”.
En tiempo de mi recuperación lo pasé como invitado en casa de mi muy querido amigo Hans Kahle
en una hermosa casa de campo que la División había puesto a su disposición y que había pertenecido a la
cantante y actriz española La Argentinita. La confortable vivienda era aún más atractiva por una piscina
construida en el jardín. Allí nos sentábamos Hans y yo, al borde de la piscina en las tranquilas horas de la
tarde con nuestros bañadores, dejábamos chapotear las piernas en el agua y sacábamos enseñanzas de la
pasada batalla.
A mediados de agosto recibí la orden de Heiner Rau, el entonces comandante de la XI Brigada a la
que también yo estaba subordinado, de alojarme en el palacio de La Moraleja, antiguo acuartelamiento
del Batallón Thälmann y después hospital de la XII Brigada, pero ahora convertido en un Hogar Infantil
permanente para niños huérfanos españoles bajo la protección de la XI Brigada. Mi función era controlar
que todo estuviese en orden, mientras que al mismo tiempo seguía con la recopilación de material para el
libreo de Tschapaiev.
Mi trabajo me llevaba necesariamente y con frecuencia a Madrid donde en la casa de las Brigadas
Internacionales de la calle de Velázquez estaban a mi disposición los archivos de la vieja XIII Brigada.
Acostumbraba, en aquellos días de trabajo con las fuentes originales, a pasar las tardes en la casa de las
organizaciones culturales de Madrid, la Alianza, que había sido siempre atendida por Rafael Alberti y
345
:
María Teresa León y donde en aquel tiempo Kisch, Marchwitza y otros escritores alemanes habían
encontrado su alojamiento. De mi mujer sólo oía rumores. Un telegrama suyo que me había llegado a
mediados de agosto decía que tenía la idea de ponerse en camino, después se perdieron sus señales
durante semanas.
Fue una tarde de principios de septiembre. Yo había ido desde La Moraleja a la ciudad, había
trabajado algunas horas en la calle Velázquez y había aparecido más o menos a las 11 de la noche en la
Alianza, en la habitación de Kisch, movido por bastante inquietud pues me habían llegado rumores de que
Friedel estaba ya en España. Estuvimos allí sentados y hablamos sobre muchas cosas. De vez en cuando
cercanos impactos nos hacían enmudecer. Desde el final de la batalla de Brunete Madrid se encontraba
bajo un fuego de artillería especialmente fuerte. Hacía mucho calor. Las puertas estaban abiertas. Yo
estaba sentado de espaldas a la puerta. Era ya más de medianoche. De repente se levantó Gisl Kisch187,
que estaba sentada delante de mí, de cara a la puerta. Se levantó y se quedó plantada mirando fijamente
hacia la puerta, como si viese un fantasma y gritó: “¡Friedel!” Eso me hizo volverme. Allí estaba Friedel
en la puerta, delgada y agotada, con cara de no haber dormido y muy linda. Fue una gran felicidad.
Una gran felicidad y una gran preocupación. Ella permaneció en España y me ayudó en la
preparación del libro de Tschapaiev, primero en el Hogar Infantil de la Moraleja, donde trabajó en la
secretaría. Después, a finales del otoño, se encargó de hablar todas las tardes en las emisiones de radio en
alemán de Radio Madrid. Friedel era la voz de la mujer alemana en Madrid. Se la escuchaba
frecuentemente en la patria. Pero las emisiones salían desde la Telefónica, en el centro de la ciudad, el
edificio más tiroteado y más bombardeado de Madrid. Friedel tenía que ir todas las tardes por calles con
las luces apagadas, entre el fuego. Yo me quedaba entretanto en la calle Velázquez, contaba los
bombazos, intentaba adivinar aproximadamente, por el estadillo, el lugar donde había hecho impacto la
bomba, y me preguntaba si Friedel ya estaría protegida en el sótano de la Telefónica desde donde salían
las emisiones o si estaría aún en la calle. En febrero del 38 se trasladó con el Comisariado General de
Guerra desde Madrid a Barcelona. Yo me quedé hasta mediados de marzo aún en Madrid para controlar
la compaginación, correcciones e impresión del libro del Tschapaiev, que aunque hubiese sido redactado
por mí era el trabajo colectivo de muchos camaradas de mi batallón.
Después de que la primera edición del libro se imprimiese en Madrid188, obedecí la orden del
Comisariado General de Guerra de presentarme en Barcelona. El invierno había pasado. Las Brigadas

187
Giselle Kisch, era la esposa de Egon Erwin Kisch.
188
Se imprimió en 1938 por la Imprenta Colectiva Torrent de Madrid . Los ejemplares de esta edición son
hoy considerados como “tesoros bibliográficos” sólo en posesión de anticuarios que los cotizan a precios muy altos.
Luego, naturalmente, se reeditó en la RDA en 1948 por la Greifenverlag y en 1956 hubo una nueva edición
“oficial”, que hizo la imprenta del Ministerio de Defensa Nacional de la RDA. Naturalmente, como ocurrió con el
“Spanisches Tagebuch” ambas versiones, sobre todo la segunda, fueron censuradas.
La última versión en vida de Kantor fue la de 1979 en Hamburgo (RFA) con un largo prólogo de
Kantorowicz que insistía en el valor de documento histórico de la obra. Su valor histórico es indudable: la obra
contiene 200 textos de unos 70 miembros del batallón, además de fotos, retratos, caricaturas y dibujos sacados de la
prensa del batallón y la brigada.
Sobre el tema concreto de esta obra, sus motivaciones para Kantor –que van cambiando a lo largo del
tiempo- , la utilización política de la obra relacionada con el papel que el gobierno de la RDA va dando a los
brigadistas, las manifestaciones de Kantor al respecto etc... hay un estudio muy interesante realizado por Anna
Annanieva en 2005 incluido en el libro “Erinnern und Erzählen. Der spanische Bürgerkrieg in der deutschen und
346
:
Internacionales habían combatido en el frente de Aragón y Teruel con muchas bajas. La gran ofensiva
franquista que condujo a la separación entre el centro de España y Cataluña, hacía progresos. El día en el
que llegué a Barcelona empezaron los mortíferos bombardeos a la ciudad que llegaron a tener horrible
fama en todo el mundo por ser el primer gran intento desde el aire de obligar a un pueblo a rendirse a
fuerza de desmoralización.
En abril del 38 fuimos enviados a París. Tuvimos que atravesar la frontera de los Pirineos
ilegalmente, durante la noche y con un tiempo infernal. Llegamos a París agotados física y psíquicamente,
encontramos intacta nuestra pequeña casa y caímos inmediatamente en un profundo sueño.
De este sueño fuimos despertados al mediodía siguiente por el sonido, tan familiar para nosotros,
de las sirenas. Cuando abrimos los ojos y vimos que nos encontrábamos en nuestra casa en París, creímos
que sufríamos una alucinación. Pero eran realmente sirenas de alarma aérea, estuvieron aullando a lo
largo de minutos, no había ninguna duda.
Estábamos en abril de 1938. París había empezado ya a prepararse para una guerra y todas las
semanas se hacía una prueba de las alarmas. Así fuimos despertados. La guerra seguía acercándose,
España había sido sólo el principio.
La guerra se acercaba. Al verano del descontento siguió el temprano otoño del Pacto de Múnich, la
capitulación sin lucha de las potencias occidentales ante el furioso dictador al cual ellas habían hecho
grande y fuerte porque era su baluarte contra la exigencia de derechos sociales que, como la luz del día
naciente, avanzaba hacia aquí desde el Este.
Este era el punto culminante de la ininterrumpida cadena de triunfos de Hitler y el punto más
profundo de nuestra ininterrumpida derrota. No había ninguna duda de que en España seguía aún la
desesperada lucha del pueblo -cosa que habría podido ablandar una piedra pero no a los nazis de Hitler,
ni tampoco a Chamberlain, Daladier o Blum-, ni de que en el encuentro entre caballeros de Múnich se
había hablado sobre la libertad de España. ¿No había aullado la prensa de París antes y durante la
capitulación, alabando a Mussolini como “la paloma de la paz”? –los titulares del periódico de París
“Paris Midi” gritaban: “¡Suprema esperanza para la paz: Mussolini!”-. ¿No merecía también él obtener
su pago? Claro, ahora debía, pues, tener en España su victoria. El mismo día del Tratado de Múnich los
periódicos fascistas ya escribían: “Ahora, ¡adelante en España!”

spanischen Literatur und in den Bildmedien” (Recordar y contar. La Guerra civil española en la literatura alemana y
española y en los medios comunicación visuales) Essen, Klartext, 2005; se puede leer en alemán en
www.annanieva.de.
Hay otro trabajo muy interesante en castellano sobre “Historia, memoria y mito: lecturas de la Guerra Civil
española” de Juan Antonio Ennis, publicado en 2006 en la revista “Olivar”, de la Fac. de Humanidades de la
Universidad de la Plata. Se encuentra íntegro en www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/_revistas/pr .Este trabajo, que se
refiere repetidamente al de Anna Annanieva, a pesar de su título muy general, se ciñe exclusivamente a textos
alemanes sobre la guerra civil y en él se analiza el libro de Kantor sobre el Batallón Tschapaiev como un “caso
paradigmático de los diversos cambios impuestos por los condicionamientos históricos contemporáneos a la
elaboración de la experiencia de las Brigadas...”. Hasta tal punto fueron fuertes estos condicionamientos en el caso
de Kantowics que su oposición a que en la edición “oficial” del libro por parte del Ministerio de Defensa de la RDA
en 1956 se le suprimiera toda cita nada menos que a Wilhelm Zaisser (general Gómez) y a Otto Brunner - que
habían sido los jefes de la XIII y del Tschapaiev respectivamente -, l en aquellos momentos considerados personas
“non gratas” para el gobierno de la RDA, fue la gota que colmó el vaso de la paciencia de Kantorowicz y le obligó
a exiliarse a la República Federal, donde vivió ya hasta su muerte en el 79.
347
:
Entretanto en las calles de París bailaban las personas de alegría porque Mister Chamberlain y
monsieur Daladier “habían salvado la paz”. Sería una “peace for our time”, como aseguraban los
comerciantes de Birmingham.
El más entusiasmado de todos era el padre de la “no intervención”, el humanitario “pacifista” León
Blum, que no mucho después, en medio de la guerra a vida o muerte de su pueblo contra la Alemania nazi
exigía con histérico griterío la intervención contra la Unión Soviética.
Monsieur Leon Blum aplaudía con las dos manos la entrega de Checoslovaquia a los nazis y la
capitulación del Oeste de Europa ante Hitler, “avec les deux mains”, como él, entusiasmado, escribía en
su periódico ”Populaire”. También escribió que ya “se podía dormir con tranquilidad” y que se disfrutaría
de “la hermosura de un otoño soleado”.
El mismo día, un periódico parisino con el hermoso y comprometedor nombre de “Liberté” exigía,
para “limpiar la mesa”, mi expulsión y la de otros camaradas a la Alemania nazi. En mi diario anoté al
respecto que en esos momentos a mí me daba exactamente igual dónde y cuándo yo mismo reventase.
Ciertamente no era esa amenaza la que a nosotros nos hacía dormir mal, a diferencia de lo que le pasaba
al mismo Leon Blum, sediento de belleza y amigo de la paz. Un inolvidable amigo dejó entonces estos
versos:
“Frecuentemente en las noches sin sueño “Oft in schlaflosen Nächten
Siento gritar dentro de mí el lamento del mundo. fühl ‘ich die Klage der Welt in mir Schreien.
Ah, nosotros, los diez justos Ach, wir zehn Gerechten
estamos completamente solos.” sind sehr allein.”

No, no podíamos dormir tranquilos, no podíamos disfrutar la hermosura de un otoño soleado.


Nosotros, combatientes de España, supervivientes de cien batallas, de las celdas de la Gestapo y de los
campos de concentración, nos encontrábamos juntos y mudos el día en que fue conocida la capitulación
de Múnich, el día en el que en las calles de París el pueblo bailaba y daba vivas a la paz. Era hasta
entonces la más profunda derrota de nuestra vida y de nuestra lucha. Parecía incontestable. Europa
occidental no quería escucharnos. No quería saber nada de nosotros. Éramos asociales, objetos
pecaminosos de las medidas policiales. El grueso de los que habían conseguido atravesar la frontera
española tras la caída de Cataluña, la mayoría de ellos vendados y con muletas, tenía en cualquier caso un
“puesto asegurado” en los mortales campos de concentración de los Pirineos.
Algunos, por sus contactos internacionales o por otras felices circunstancias, estaban aún libres (si
es que se puede llamar “libertad” la vida que llevaban, permanentemente perseguidos y amenazados).
Algunos de estos, cercanos amigos nuestros, estábamos reunidos la tarde del día del Tratado de Múnich
en nuestra pequeña vivienda de París. Sentimos muy adentro, hasta el fondo de todas nuestras conexiones
nerviosas, lo que iba a pasar con esta capitulación. Significaba no tener ninguna comunicación más entre
nosotros. La radio, desde la que aullaban los “Vivas” a la paz salvada, ya hacía mucho que la habíamos
apagado. La habitación estaba sofocante y llena de humo. Tal vez era esto lo que nos producía la
sensación de ahogo; pero la causa podía ser también que nuestros corazones estaban en un puño. Alguien

348
:
se levantó y abrió la ventana, la gente gritaba y sonaba música en la calle, bailaban y se emborrachan de
alegría ante la derrota más destructiva e irreparable de su historia, sellada con su firma por su ministro-
presidente. Alguien se levantó y cerró la ventana. Eso nos impresionó. Otro, un hombre firme, que había
visto la muerte cara a cara cientos de veces en las cárceles nazis y después, serenamente, en la guerra de
España, se tapó la cara con las manos y empezó a llorar.
Después la vida siguió. Friedel y yo utilizamos a nuestra manera el respiro que aún se nos había
dejado. En el invierno de 1938-1939 yo empecé a pasar a limpio mi “Diario de España”, en la medida en
que mi trabajo diario y la lucha por la existencia me dejaban tiempo.
A principios de 1939 la coincidencia de varias circunstancias felices – el producto de parte de la
edición del libro de Tschapaiev vendida en Suiza, el importe de una beca americana y una invitación- me
dieron la posibilidad de seguir trabajando con tranquilidad en el campo, liberado de preocupaciones
materiales durante algunos meses, en una casa rural puesta a disposición de los escritores alemanes
exiliados por los escritores americanos, que se encontraba cerca de la pequeña localidad de Grasse189 en el
Sur de Francia.
Mi compañero durante la estancia allí fue Egon Erwin Kisch. Un día, tras una jornada de trabajo
productivo, dimos juntos al final de la tarde un corto pase; también se alojaban en la casa amigos
ingleses. Fue allí y entonces, al volver del paseo, donde escuchamos por la radio la terrible noticia de que
las tropas de Hitler habían ocupado Checoslovaquia. Ya sabíamos que iba a pasar. Pero ahora que había
ocurrido, la noticia nos hizo temblar. Vi a Kisch petrificarse. Pareció perder el juicio. Su familia vivía aún
en Praga. Estaba invadido hasta el fondo de su corazón por el horror total que en su país, en su pueblo, en
sus seres queridos iba a realizarse. Nos sentamos muchas veces en los días siguientes uno frente al otro,
la mayoría de las veces sin palabras. No podía ni pensar en el trabajo. No se podía soportar más. Kisch se
volvió dos o tres días más tarde a París. Friedel y yo nos escondimos en otro pequeño lugar, la preciosa
aldea de Bormes cerca de la costa de la Riviera.
Allí nos “sorprendió” la guerra. Naturalmente no nos sorprendió absolutamente nada; ya sabíamos
que vendría porque Hitler la quería. Por circunstancias que nos llevaría demasiado lejos describir aquí
con detalle, conseguí incluso, de momento, ser liberado tras una prisión de seis semanas en un campo de
internamiento francés. Nuestros apuros materiales fueron solucionados gracias a la ayuda de Ernst
Hemingway.
En el invierno del 39-40, durante la época de la “drôle de guerre” (guerra de broma) o “phoney
war” en el Oeste -en alemán decimos “Scheinkrieg” (guerra aparente o falsa guerra)190-, yo pude seguir

189
Grasse está en la Provenza-Costa Azul, 14 Kms. a NW. de Cannes y a unos 30 de Niza; es un lugar
extraodinario, una pequeña ciudad medieval, cerca del Mediterráneo pero a 750 m. de altura. Además, gracias a la
riqueza de su flora, es uno de los centros mundiales de la fabricación de perfumes. Sin duda un escenario magnífico
para unos trágicos momentos en la vida de Kantor. Bormes les Miamosas esta igualmente en la Costa Azul pero algo
más al S., cerca de Toulon. (Wikipedia)
190
La llamada “dôle de guerre” es el periodo que va desde la declaración de guerra que Francia y el Reino
Unido dirigieron a Alemania el 3 de septiembre de 1939, cuando ésta invadió Polonia, hasta la invasión alemana de
Francia, Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo el 10 de mayo de 1940. Durante ese periodo las tropas francesas y
británicas apenas se movilizaron, a pesar de que ambas estaban obligadas por sus respectivos tratados con Polonia a
defenderla de la agresión alemana, hasta ese punto llegaba la cobardía de sus gobiernos ante el nazismo.
349
:
trabajando en el “Diario de España”. El manuscrito se infló hasta más de 800 páginas191. Estaba acabado
cuando el 10 de mayo de 1940 la columna acorazada del ejército nazi se puso en movimiento contra el
Oeste. Esto significaba para nosotros, antifascistas alemanes exiliados en Francia, campos de
concentración. Antes de ponerme en camino enterré todos mis diarios de Alemania, Francia y España en
el jardín de un vecino de Bormes, enrollados en tela impermeable. En el camino hacia el campo de
internamiento recogí a mi apreciado y querido amigo Lion Feuchtwanger, que al igual que yo vivía en la
Riviera francesa en Sanary192. En su casa dejé una copia del manuscrito de España, que así se pudo salvar.
Múnich anticipó lo que después vino. No era sorprendente que el Gobierno francés impregnado del
espíritu de Vichy, que había aplaudido frenéticamente la capitulación moral del 30 de septiembre de
1938 -desde el “socialista” León Blum, pasando por el “demócrata” Daladier y el “nacionalista” Flandin,
hasta el fascista Laval-, se comportase frente al hombre fuerte, al “garante del orden”, al “salvador de la
civilización cristiana”, al “San Hitler matadragones” , como una vieja virgen lasciva, que espera en
secreto con impaciencia la violación pero hace ver que se resiste un poco sólo para quedar bien ante los
convencionalismos.
Esta “guerra” estuvo pronto decidida, en lo que respectaba al Gobierno francés. La guerra real vino
después; ahora sí que empezó de verdad, la guerra del pueblo francés luchando por su libertad, pueblo
del cual nosotros éramos aliados; nosotros, los que queríamos continuar con nuestros medios la guerra
en favor de la liberación de nuestro pueblo alemán de la vergüenza y la putrefacción del diabólico
dominio nazi.
Nosotros, los alemanes antifascistas, vivimos la consecuencia natural de la capitulación de Múnich,
la capitulación militar del Gobierno de Pétain, en los campos de concentración franceses en junio de
1940, como tocaba.
En aquellos días nuestro amigo Walter Hasenclever193 se suicidó junto a mí, como también hicieron
otros muchos intelectuales alemanes.
Otros buscaron, sin demasiada esperanza, salvar su pequeña vida.
Yo conseguí escaparme en un traslado entre un campo y otro. En Marsella intenté, con algún éxito,
organizar ayudas para un cierto número de mis amigos que permanecían aún en los campos, entre ellos
Feuchtwanger. Yo vivía ilegalmente. Por casualidad encontré de nuevo a Friedel, de la que hacía meses
que no sabía nada, en las calles de Marsella. Ella había sido durante ese tiempo internada en el campo de
Gurs, en los Pirineos, pero tras el armisticio fue liberada.

191
El mismo Kantor explica (pág. 353), como tuvo que eliminar unas 300 páginas de las 800 originales
para convertir el manuscrito en un libro. Si lo hizo por su voluntad o debido a la censura es algo que sólo con la
presente versión del libro no se puede saber. Pero sería interesante comparar la versión aquí traducida de la edición
del 51, claramente censurada, con la de la edición de los años 70.
192
Sanary – sur- Mer es un lugar cercano a Toulon, en la consta mediterránea que entre los años 33 y 39
acogió a alemanes y austriacos que huían del nazismo. (Wikipedia)
193
Walter Hssenclever fue un escritor expresionista alemán –novelista, dramaturgo, poeta y filósofo-, nacido
en Aquisgrán en 1890. Aunque no fue militante de izquierdas sí fue muy progresista y muy crítico contra el poder,
las guerras y los gobernantes, especialmente con los que se fueron sucediendo en su país, imperio, gran guerra,
república de Weimar y régimen nazi. Exiliado en Francia desde el 32, al ser Francia invadida por los nazis fue
encerrado, como tantos otros alemanes, en campos de concentración franceses. Ante el peligro de caer en manos de
la Gestapo se quitó la vida en el campo de Les Milles en junio de 940. (Wikipedia)
350
:
En la primavera de 1941 tras una serie de aventuras que componen otro capítulo de mi diario,
conseguimos Friedel y yo, junto con nuestra amiga Anna Seghers y su familia, escaparnos a la isla
francesa de Martinica. Allí los fugitivos fuimos amontonados en barracas que en tiempos normales
habían servido como lugares de cuarentena de los presos que eran enviados a la colonia penitenciaria de
la Guayana Francesa. Tras un mes de angustiosa incertidumbre pudimos continuar el viaje. Un pequeño
vapor de apenas 900 toneladas nos llevó hasta Santo Domingo. Allí tuvimos que bajar a tierra. Un
episodio en el muelle describe el estado en el que nosotros estábamos –el pequeño grupo que formábamos
Anna Segher, su marido, sus dos hijos, mi mujer y yo-. Se nos había desembarcado tras comprobar
nuestros improvisados, realmente extraños y provisionales documentos de viaje, y allí estábamos
nosotros seis ahora en la oscuridad en medio del muelle, sin atrevernos a ir al hotel más cercano al buen
tuntún, porque esperábamos que viniese la policía o agentes de cualquier autoridad, para llevarnos a un
lugar seguro. No cabía en nuestra cabeza que estuviéremos libres. Nos dominaba la desconfianza. Tal vez
la policía o los oficiales del departamento criminal se retrasaban y tendríamos sabe dios qué problemas si
osábamos marcharnos de allí. Pasaron minutos antes de que con precaución, mirásemos hacia todos los
lados y nos pusiésemos en marcha, preparados no obstante para ofrecer las manos en cualquier momento
a cualquiera que se acercase para ponernos unas esposas, pues ese era el orden de las cosas en el que
habíamos vivido los últimos años.
En nuestra siguiente estación otra vez se repitió la conocida historia: a nuestra llegada a Nueva
York fuimos llevados a la isla de internamiento llamada Ellis Insel de cara a la Estatua de la Libertad (a la
que más bien veíamos de culo) en el puerto. Allí encontramos otra vez viejos amigos, al Hannes
Marchwitza y al antiguo jefe de Estado Mayor de la XIII Brigada Schindler, entre ellos. También estaban
Gerard Eisler, que estuvo allí internado largo tiempo como víctima de la caza de brujas americana hasta
que tuvo éxito su sensacional huida.
Todo lo relacionado con nuestra huida de Europa había sido posible gracias a la ayuda de los
escritores antifascistas americanos y del Comité de Ayuda a España que se había constituido en Nueva
York bajo la dirección del Dr. Barsky (al cual –lo recordábamos bien- habíamos encontrado en el Sur de
España, en el frente cerca de Valsequillo cuando era jefe de la ambulancia americana).
Nuestros amigos del Comité de Ayuda a España se ocuparon de que nuestro éxodo acabase bien.
Se nos alojó en buenos lugares; a aquellos de nosotros que lo necesitábamos se nos ingresó en buenos
hospitales o se nos envió al campo para recuperarnos. En resumen, nos pusieron otra vez en pie. La
camaradería internacional, que en España se había probado y consolidado bien, nos devolvió, a nosotros
y a muchos más, la vida, la salud y la fuerza.
En este punto hay que dar las gracias a los abnegados y valientes amigos del Comité Internacional
de Ayuda a España en Nueva York. Gracias por salvarnos la vida a tantos. No olvidaremos su activa
solidaridad, y menos ahora, en unos momentos en los que nuestros mismos amigos americanos están
amenazados y perseguidos como nosotros lo estuvimos antes. Su entrega en favor de las víctimas del
fascismo los convierte ahora en “antiamericanos”, igual que en la Alemania nazi fuimos denunciados
como “antialemanes” todos los que hablábamos de solidaridad internacional, de humanidad y de libertad.

351
:
Cuando se construye un baluarte común con el sargento español de Hitler, ese perro anticristiano y
sanguinario de Franco, aquellos que un día se jugaron su sangre y su vida contra del golpe de Estado del
nazismo en España se convierten otra vez en víctimas del fascismo. A nuestro amigo y salvador Dr.
Barsky y al destacado escritor americano Howard Fast194, como a muchos otros que entonces trabajaron
por salvarnos, se les ha arrastrado ante el Comité de Actividades Antiamericanas y se les ha condenado a
la cárcel. Otra persona a la cual toda la emigración alemana, pero especialmente nosotros, los
combatientes de España, tenemos que agradecer su incansable solidaridad, el poeta chileno Pablo
Neruda, ha sido ahora igualmente detenido por los organizadores de la infame cacería contra todos los
intelectuales progresistas y liberales en Sudamérica, como supimos por la jubilosa información de una
prensa que nos quiere convencer diariamente de que es la campeona de la democracia y la libertad.
Juntamente con Neruda ha sido detenido Carlos Prestes, el gran revolucionario brasileño al que abrió el
camino en la selva Otto Brunner con su grupo de cortadores de árboles. El médico argentino Dr.
Berman195, que me trató en el hospital junto a Madrid, tuvo que marcharse al exilio tras el alzamiento
fascista en Argentina. He oído que vive en Londres. Todos nosotros nos sentimos unidos con todos ellos
en este tiempo de amenazas, así como ellos se sintieron unidos a nosotros cuando nosotros sufrimos
necesidades.
Permanecimos cinco años y medio en Nueva York. Estimamos al país y a su gente y encontramos
en ellos correspondencia. Nos fue bien en América. Pero este es otro capítulo que no toca contar aquí.
Estando aún en Nueva York, aunque esto vino después, me llegó la noticia en 1943 procedente de mi
amigo Feuchtwanger que ahora vivía en California, de que las cajas de libros que su secretaria aún le
había podido enviar en el invierno de1940-1941, tras muchos años de dar vueltas, finalmente le habían
llegado y que en una de estas cajas de libros había encontrado la copia de mi libro “Diario de España”.
(ver pág. 349. N.d.T.) Me la trasmitía de inmediato. Tres años más tarde, en el verano de 1946, me llegó
la información desde el pueblo de Bormes después de su liberación, de que la Gestapo había encontrado
y destruido todo lo que había dejado allí: manuscritos, cartas, apuntes, documentos, materiales, libros. En
cambio los diarios que había enterrado en el jardín de un vecino se habían salvado y me serían enviados.
Llegaron pocos días antes del viaje de vuelta a mi país desde Nueva York.

194
Howard Fast (1914-2003), fue un escritor norteamericano de familia inmigrante judía –su madre era
británica y su pade ucraniano-, que nació en Nueva York en 1914. De familia muy pobre –se tuvo que criar con
parientes- trabajó desde niño y también desde niño fue un lector voraz. Su primera obra la publicó con 18 años.
Escribió novelas especialmente sobre la historia de EE.UU., cuentos y todo tipo de narraciones. Durante la 2ª Guerra
Mundial escribió para la Voz de América y la Oficina de Informaciones de Guerra de EE.UU. En el 44 se afilió al
PC norteamericano, fue llamado por el Comité de Actividades Antiamericanas y se negó a dar cualquier tipo de
información por lo que estuvo encarcelado varios meses en 1950. Después siguió escribiendo aunque con diferentes
seudónimos. Su obra más conocida es la novela “Spartacus” de 1951, escrita cuando estaba en la cárcel: le costó
muchísimo publicarla pero luego fue un gran éxito y sirvió, con guión de Dalton Trumbo -otro “antiamericano”-,
para ser llevada al cine por Stanley Kubrik con otro izquierdista como protagonista, Kirk Douglas. En los 50 trabajó
para el Partido Laborista americano, escribió en el periódico del PC “Daily Worker”, recibió el Premio Stalin de la
Paz en el 53. En el 56 se salió del PC como protesta ante la invasión de Hungria por la URSS. En los 70 vivió en
California y trabajó como guionista para la TV. Murió en Connecticut en 2003.
195
Dr. Berman, ver nota 150. Según los datos consultados en Wikipedia no se dice nada de que estuviese
exiliado en Londres.
352
:
Desembarqué el 9 de diciembre de 1946 en Bremerhaven con el manuscrito completo del “Diario
de España” y 16 cuadernos de diarios desde 1924.
Al llegar a Alemania se precipitaron sobre mí muchas tareas urgentes. Para la que mi corazón
prefería - la preparación y redacción de mi “Diario de España-, me tomé mi tiempo. No para completar,
sino para eliminar. De las más de 800 páginas manuscritas, debieron suprimirse unas 300 para hacer del
manuscrito un libro. No fueron transformadas en absoluto; ahora presento estas páginas tal como las
escribí en España en 1936-1938 y como después, entre 1939-1940, las transcribí.
Estos manuscritos no se pueden poner al día; el informe de nuestras luchas, sufrimientos,
esperanzas, pensamientos y vivencias durante los años de la guerra de España se exponen aquí tal como
nosotros los sentimos, los pensamos y los vivimos entonces. No como hoy, en 1948 o 1949 los podemos
ver retrospectivamente.
He de decir, además, que la diferencia es mínima: dejando de lado insignificantes detalles que
aparecen bajo una cierta luz diferente vistos en la perspectiva histórica de hoy en día, nosotros sentimos y
pensamos nuestras vivencias de 1936 a 1938 exactamente igual
ahora, sin cambios. Repito que desde entonces no he añadido nada,
aunque podía parecer que algunos pasajes han sido añadidos
después, como aquellos que predicen que a los bombardeos de
Madrid seguirían los bombardeos de París y Londres. No es así. Esos
pasajes fueron escritos exactamente así en las notas de mis diarios
redactados en España.
Entre los más agradables y alegres movimientos de mis
primeros meses de la estancia en mi país, se encontraron los
reencuentros con los camaradas supervivientes de la lucha en
España. El rencuentro con mi amigo Hans Kahle fue uno de los
primeros y más conmovedores.
Hans Kahle en España (enero 1937)
(peoplechek.de)
Había tenido la suerte de ir a Inglaterra después del final de la guerra de España. Allí permaneció
durante la guerra mundial como un militar altamente apreciado y permanente colaborador de la revista
conservadora americana “Time” y del diario comunista londinense “Daily Worker”. Tan pronto las
circunstancias se lo permitieron, volvió a Alemania y ganó nuevos amigos y nueva estimación en su
patria como jefe de la policía del Estado de Mecklemburgo. En el verano del año 1947 murió tras una
operación de estómago, enfermedad que había contraído en los tiempos del exilio. Su recuerdo
permanecerá vivo y honrado en todos los que lo conocimos.
Kurt Stern pasó años en el exilio en Méjico. También a él lo encontramos de nuevo en Alemania:
apreciado publicista y colaborador de la Liga de la Cultura para la renovación democrática de nuestro
país, aunque físicamente muy delicado. Los años de hambre y necesidad del exilio no han pasado sin
dejar huella en todos nosotros. A él lo han marcado.

353
:
También ha sobrevivido Franz Dahlem, que ahora es uno de los dirigentes del Partido de Unidad
Socialista (SED) de la RDA. Pasó años en el campo de concentración francés de Le Vernet, después en la
cárcel de Castres y después fue puesto en manos de la Gestapo por el Gobierno de Vichy. Es de aquellos
que, como por un milagro, el día de la liberación del campo de exterminio de Mauthausen fue encontrado
aún con vida. Junto a él encontré en una manifestación de los combatientes de España en Berlín también a
Richard, el antiguo comandante del Batallón Thälmann, jefe de la policía del Estado de Brandemburgo.
Heiner Rau, que en el verano del 38 mandaba la XI y que me envió a mi cuartel general en La
Moraleja, donde trabajé escribiendo la historia de la XIII, fue igualmente entregado a los nazis tras haber
pasado por los campos de concentración y las cárceles de Francia. También él pudo sobrevivir
milagrosamente al campo de la muerte de Mauthausen. Cuando lo encontré era ministro de Agricultura
del Estado de Brandemburgo. Actualmente es ministro de Planificación y vicepresidente del Gobierno de
la República Democrática Alemana.

Heiner Rau en los ellos de la RDA

Ludwig Renn ha vuelto en la primavera de 1947 de su exilio en


Méjico. Se ha asentado en su ciudad natal, Dresde, donde ocupa una
importante cátedra como profesor y doctor honorario de la Escuela Técnica
Superior, y donde ha escrito nuevos libros. Está trabajando actualmente en
un libro muy amplio sobre España.

Hans Schaul también ha sobrevivido de manera milagrosa y ha sido


encargado por el Gobierno de la RDA de importantes tareas relacionadas
con la justicia. Pero su esposa y su niña, cuyo nacimiento celebramos tan
felizmente en el Estado Mayor del Tschapaiev en la Sierra de Cördoba, han
sido víctimas del odio de los nazis196. Ludwig Renn en los 60 (www.emad.com)

196
La esposa de Schaul era Ruth Rewald, 1906, Berlín, de familia judía. Escritora de literatura infantil y
juvenil. Citada en las págs.. 4-5 de este trabajo. Emigró con Schaul en el 33 a París donde nació su hija Anja en
mayo del 37. Estuvo algún tiempo en España recopilando material sobre los niños españoles en la guerra. Escribió la
novela “Los niños de Peñarroya” basada en el hecho real que Kantor narra en las páginas 223 a 227. Volvió a
Francia y en julio del 42 fue capturada por la Gestapo y deportada a Auschwitz; Anja quedó al cuidado de su
354
:
Con Ludwig Franken, mi predecesor como oficial de información del Batallón Tschapaiev y
después jefe del departamento de operaciones de la XIII Brigada,
herido cerca de Romanillos, me une una amistad especialmente
cordial. Después de haber resuelto satisfactoriamente -como
presidente de la Administración Central para Reasentamientos- la
tarea especialmente difícil de dar una nueva residencia a millones de
alemanes, es actualmente director de la Academia Alemana de las
Artes, que yo mismo, como director del Archivo Heinrich Mann, he
contribuido a reorganizar. Así que por cuestiones de nuestras
responsabilidades hemos vuelto a trabajar juntos tan estrechamente y
con tanta camaradería como en otro tiempo en Valsequillo y
Brunete. Su verdadero nombre es Rudi Engel. Muchos de nosotros
tuvimos en España y durante el exilio un nombre de guerra. En mi
diario los camaradas aparecen con el nombre y el apellido bajo los
cuales yo entonces les conocí. Su nombre verdadero lo he sabid Ludwig Franken (dr.) con Willi Bredel

ahora por primera vez. en enero de 1951 (Bundesarchiv Berlin)

También Karl “Putzke” –Egon Dreger es su verdadero nombre- ha sobrevivido a los campos de
concentración franceses y a los trabajos forzados en el desierto africano. Fue liberado tras el desembarco
en África de las tropas aliadas y encontró asilo gravemente enfermo en la Unión Soviética hasta su vuelta
al hogar en Alemania. La última vez que lo encontré era secretario de
Estado del Gobierno de Sajonia.
Por el contrario el alegre ayudante del general Gómez, Franz,
cayó en España, lo he sabido después. Ya se ha dicho que el jefe de
Estado Mayor Schindler se marchó a los Estado Unidos. Nos hemos
visto con frecuencia en Nueva York. Actualmente es profesor de
universidad dedicado a trabajos de investigaciones científicas. Su
nombre verdadero es Albert Schreiner.
No es ningún secreto que el “general Gómez” no es otro que al
antifascista alemán Wilhelm Zaisser, al cual como ministro para la
Seguridad del Estado, se le ha confiado una de las más importantes
funciones en la RDA.197
General Gómez (Wilhelm Zaisser) en 1947 (www.hdg.de)

maestra francesa en el pueblo de Rosier sur Loire, pero en el 44 fue sacada de la escuela y deportada también a
Auschwitz, tenía 7 años. Nada más se supo de ellas. Schaul en esos años estaba preso en el campo de Djelfa.
197
Probablemente Wilhelm Zaisser, por el cual Kantor muestra auténtica admiración y afecto cada vez que
lo nombra en el Estado Mayor de la XIII Brigada entre Valsequillo y La Granjuela en cálida primavera del 37, es el
personaje más censurado en los años 50 de los que aparece en esta obra. Sobre Zaisser y la situación de la RDA en
los años 50, ver mi trabajo “De la trinchera al despacho, Brigadistas internacionales que ocuparon cargos
importantes en la RDA.”, en academia.edu.
355
:
Al buen camarada Ewald “Fischer” – cuyo nombre verdadero es Ewald Munschke- lo he
reencontrado también aquí en Berlín y le he estrechado la mano en una reunión de viejos “combatientes
de España” en Schwerin. Con él, además de a los viejos camaradas y compañeros de lucha ya nombrados,
también encontré a otros muchos: al Julius Lackner, el ayudante del batallón, al Hermann Teichmann, al
Walter Thoβ, que en diciembre de 1936 dirigía la 1ª Compañía del
Batallón Thälmann.

Ernst Busch, cantante de nuestra lucha en España con el que ya


estuve muy unido en los días de lucha de 1933, dejaba años difíciles tras
de sí cuando lo volví a encontrar aquí. Cuando tuvo lugar nuestro
reencuentro en 1947 arrastraba aún las huellas de aquellos años en los
campos de concentración franceses y de las torturas en el correccional de
Brandemburgo después, cuando fue entregado a los nazis. Pero ahora ya
está recuperado, entero y, por suerte para todos sus oyentes, con toda la
fuerza de su voz. Ernst Busch como locutor (fecha desconocida)
(Extraído de www.jazzclubsinBerlín.com)

Bodo Ushe volvió en 1948 de Méjico, donde había encontrado asilo. Su novela “Teniente
Bertram”, cuya segunda parte narra la guerra de España vista desde los ojos de un aviador nazi, ha tenido
éxito en Méjico, los Estado Unidos, Francia y Alemania. Ahora es jefe de redacción de la revista mensual
de la Liga de la Cultura para la renovación democrática de Alemania, llamada “Aufbau” (Reconstrucción)
y presidente de la Federación de Escritores Alemanes, y ha reforzado su fama con nuevos trabajos
literarios como uno de los escritores influyentes de la nueva literatura alemana.

Nuestro Hans Marchwitza pertenece con todo el derecho al


grupo de los más queridos y es visto como modelo por los
jóvenes. Compartió nuestro destino en los campos de
concentración franceses y luego en el exilio en Nueva York. Con él
realizamos nuestro viaje de regreso a la patria. Sus nuevos
libros importantes y sinceros sobre sus experiencias en los años del
exilio y sobre su difícil juventud, han atraído a cientos de miles de
lectores alemanes. Ha sido distinguido con el Premio
Nacional de la RDA, y elegido miembro de la Academia Alemana
de las Artes. Le tocó la suerte de desempeñar la hermosa misión,
como embajador de la RDA en Praga, de ayudar a restablecer los
lazos entre el pueblo alemán y Hans Marchwitza los pueblos de Checoslovaquia.
(www.literaturport.de)

356
:
El viejo compañero de luchas literarias y políticas Willi Bredel,
que en el verano de 1937 llegó a nuestras filas y como comisario del
Batallón Thälmann dirigió a sus hombres en los duros y gloriosos
combates de Aragón, tuvo la suerte de encontrar de nuevo refugio en la
Unión Soviética ya antes del inicio de la guerra. Fue de los primeros en
regresar a la Alemania liberada con el fruto de muchos años de trabajo:
los dos primeros tomos de su trilogía “Parientes y conocidos” y sus
otras novelas, ya conocidas antes en el mundo, pero sólo ahora en
Alemania. También ha sido galardonado con el premio nacional de la
RDA y honrado con su elección como miembro de la Academia
Alemana de las Artes.
Willi Bredel (www.goodreads.com)

El más famoso entre todos los poetas y escritores alemanes que


participaron en las batallas de España es nuestro Erich Weinert, cuyos
versos están ahora en los labios de miles. Tampoco en él han pasado
sin dejar rastro los duros años de necesidad, privaciones, encierro y
lucha. Frecuentemente tenemos ocasión de preocuparnos por su salud.
El cariño y la confianza que le rodean aquí, la verdadera popularidad
de la que disfruta entre la gente de nuestro pueblo, son para él el
premio a todos los peligros que ha tenido que superar. Que haya sido
distinguido con el Premio nacional de la RDA y que sea miembro de
Erich Weinert en España 1937 la Academia de las Artes, son cosas que se entienden por sí mismas.
(www.erichschaffner.de)
Egon Erwin Kisch, después de que Checoslovaquia cayese en manos de Hitler, encontró varios
años hospitalario asilo en Méjico. Allí fueron escritos y publicados por él hermosos y nuevos libros como
“La plaza del mercado de las sensaciones” y “Descubrimientos en Méjico”. Ha vuelto a principios de
1946 a Praga, su ciudad natal, ya liberada. A su vuelta de Méjico, que fue a través de Nueva York, nos
vimos de nuevo, por última vez. Ha muerto a finales de marzo de 1948, poco antes de cumplir 63 años,
querido y admirado y ahora profundamente llorado por todo su pueblo.
Mi viejo amigo Rudolf Leonhard al que no pude ver, por desgracia, en el Congreso de Escritores de
Madrid en el que él participó en el 37, ha vuelto también ahora a Alemania después de muchos años de
cárceles y de ilegalidad en Francia, y está muy activo en muchos aspectos como escritor, conferenciante y
locutor de radio.
El Dr. Fritz Jensen se marchó desde España a China y allí trabajó como médico en la lucha de
liberación del pueblo chino contra los invasores japoneses y la camarilla de Tschiang-Kaischek. Tras la
victoria del pueblo chino sobre sus opresores interiores y exteriores, victoria que impresionó al mundo,
volvió a su ciudad natal, Viena, al lado de su valiente y joven esposa china Wu An, que había dado
ejemplo como guerrillera al lado de Mao Tse Tung en la lucha y la victoria de su pueblo. Jensen se trajo
357
:
también de China su importante libro, rico en enseñanzas, “China siegt” (China vence), que ha aclarado a
muchos lectores de muchos países la violencia del combate del pueblo chino por su libertad. Era un
amigo cordial al que poco después de todo esto también reencontré en Berlín. Precisamente ahora,
cuando estoy escribiendo todo esto, se encuentra de nuevo algunas semanas entre nosotros como
invitado. Cuando estamos juntos el recordar y el contar no tiene fin.
De Erich Kuttner nos tuvimos que despedir para siempre. Regresó de España al exilio en Holanda.
Por su hermana, la Dra. Olga Kuttner, recibimos la triste noticia de que, tras la ocupación de Holanda por
los nazis, fue enviado al campo de concentración de Mauthausen y de que allí fue “liquidado”.
Ya he contado que a Gerhard Eisler, al que había encontrado por primera vez en Valencia, lo volví
a encontrar en la prisión de la isla norteamericana de internamiento de Ellis Island. Tras su liberación,
pese a todas las dificultades que le pusieron los funcionarios americanos, participó como publicista en la
lucha contra el fascismo (que, como ya sabemos, no tenía sólo en Alemania e Italia sus semilleros).
Cuando tras el final de la guerra quiso volver a Alemania, el “Comité de Actividades Antiamericanas” le
prohibió la salida, basándose en falsas denuncias de los chivatos de la policía. En mayo de 1949 consiguió
realizar una huida rocambolesca a través del océano, que durante semanas tuvo en vilo a todo el mundo.
Al llegar a Alemania, no tuvo tregua. Se le confió de inmediato la dirección de la Oficina de Información
de la RDA. Su voz fue oída y atendida ampliamente, y temida con razón por aquellos que querían
convertirse en sucesores de los nazis.
En Nueva York encontré también a Jane, a la que conocí en el Hospital de la XIII Brigada de
Belalcázar como ayudante de los doctores Jensen y Klaus y después admiré como nuestro ángel bueno
en los bombardeados matorrales del río Guadarrama. Su nombre es Angel Haden-Guest, es la hija del
diputado laborista Haden Guest. Estudió medicina en América y vive ahora como médico en Nueva York.
Gallo, tras años de campos de concentración franceses, fue enviado a Italia, allí ha participado en la
dirección clandestina de la lucha antifascista y vive hoy con su verdadero nombre, Luigi Longo, como
jefe político influyente en Milán. También Nicoletti, tras parecida suerte, está activo en puestos
importantes en su patria italiana.
Pietro Nenni se ha convertido en viceprimer ministro de Italia tras la caída del régimen fascista.
Ha dirigido fielmente, sin olvidar las experiencias de nuestra lucha antifascista, el gran partido socialista
italiano que preside por el camino del frente único de todos los trabajadores, ha fundido firmemente la
estrecha alianza entre los partidos socialista y comunista de Italia. Así pues no es un milagro que los
americanos se empeñen en sacarle del Gobierno. Nosotros, en cambio, le saludamos.
Iñja Ehrenburg ha alcanzado en los años de la gran guerra patria una gran fama en su tierra
soviética, pero también un nombre imperecedero en todo el mudo. En el verano de 1946 lo encontramos
en Nueva York cuando hizo una visita a los Estado Unidos por invitación del Departamento de Estado
americano. Últimamente lo hemos visto y hemos hablado con él aquí en Berlín en el encuentro de
pascua de la Juventud Alemana Libre en 1950. Vive, admirado y apreciado, en Moscú.
En cambio nuestros amigos españoles o han muerto, o están en las cárceles franquistas, o viven en
el exilio. He estado frecuentemente en Nueva York con Álvarez del Vayo, el ministro de Asuntos

358
:
Exteriores de la República española, al que tuve en gran aprecio. Vive allí como escritor y colaborador
permanente de la revista “The Nation” y sigue luchando con inconmovible fe por la liberación de su
patria del yugo del sargento de Hitler. De Rafael Alberti y María Teresa León hace mucho que no
sabemos nada. La última noticia que tuvimos de ellos decía que vivían, escribían y seguían luchando en el
exilio en Uruguay.
El exilio de nuestros amigos españoles dura ya casi tanto como nuestro propio exilio de 14 años,
pues estamos escribiendo en 1951. Han pasado 15 años desde que Hitler dio a Franco, su “peón”, el
apoyo necesario para atacar al pueblo español. Que el asesino Franco, ese perro sangriento enemigo de
todo cristianismo, encumbrado por Hitler en el poder máximo de España, pueda aún hoy reafirmarse en
su jefatura con el apoyo de los sucesores americanos del nazismo pese a la oposición del pueblo español
violentamente creciente manifestada por luchadores heroicos con peligro de muerte, nos advierte de lo
lejos que estamos aún de la completa liberación de la humanidad de la peste de nuestro tiempo: la
política de guerra y violencia del imperialismo.
No podemos descansar. Nuestra lucha sigue adelante. Y en ella hemos de cumplir nuestra parte.

Berlín, junio de 1951

ALFRED KANTOROWICZ

359
:
SOBRE LAS DIFERENTES EDICIONES DEL LIBRO
La edición traducida aquí es la del “Spanisches Tagebuch” (Diario de España) de 1951 de la
Aufbau Verlag de Berlín Este. Esta versión es, al parecer, la tercera hecha por la misma editorial del
manuscrito de 1939-1940. La primera de 1948, la segunda en 1949 y la tercera en 1951.
En Wikipedia se cita una cierta versión anterior en inglés publicada en Londres y Nueva York en
1938 con el nombre de “A Madrid Diary”, que casi con seguridad recoge sólo un fragmento del texto de
Kantor incluido en alguna colección de textos en inglés sobre la guerra de España que desconozco.
Lo que yo no sabía cuando recibí un ejemplar de este libro enviado por una amiga alemana que lo
encontró en una librería de libros viejos, es que la versión de 1951, como las dos anteriores, estaba
censurada y era pues incompleta. La traduje sin saberlo. Tampoco me extrañó cuando lo supe, conociendo
el momento y el lugar donde fueron publicadas estas primeras ediciones.
Corresponden al periodo en el que Kantorowicz, que había vuelto desde los Estados Unidos a la
RDA en el 46, era profesor de literatura en la Universidad Humboldt de Berlín Este. Pero también a un
periodo de grandes problemas interiores en la RDA, que después de salir de la guerra en muy mala
situación económica, sin ayuda de nadie y bajo el férreo control de la URSS en pleno estalinismo,
intentaba organizarse a la manera socialista. Baste con recordar que en 1953 tuvo lugar en muchos lugares
de la RDA –sobre todo en las grandes ciudades-, un fuerte movimiento de protesta por las duras
condiciones de vida y de trabajo de la población, movimiento que se convirtió en una auténtica
sublevación contra el Gobierno dirigido por el Secretario General de SED, Walter Ulbricht, y que
culminó con un gran movimiento huelguístico y con la explosión revolucionaria del 17 de junio de ese
año – que le costó el cargo a nuestro general Gómez, entonces ministro del Interior y opuesto a las duras
medidas represivas de Ulbricht-. Hasta el año 59 la RDA no se consideró madura para dar lo que sus
gobernantes llamaron “un segundo impulso al socialismo”198.
En 1956 Kantorowicz, que siempre se consideró comunista pero que siempre fue muy crítico con
la forma de comunismo –o no comunismo- impuesta por Stalin en el bloque de los países de Europa
Oriental, y concretamente en la RDA por su partido hegemónico, el SED, después de años de “exilio
interior” en los que se lo debió pasar muy mal, se exilió a la República Federal Alemana, concretamente a
Hamburgo.
Sus problemas no acabaron con el cambio de lugar. En la RFA también tuvo multitud de problemas
derivados precisamente de su irreprimible sentido crítico y del hecho, que lo honra, de haberse negado
siempre a hablar mal de sus antiguos camaradas de la RDA, por más ventajas que esto le hubiese
reportado en su nuevo lugar de residencia.
Al menos en la RFA pudo ver publicada una nueva versión de sus recuerdos de la guerra de España
con un título ligeramente cambiado: “Spanisches Kriegstagebuch”, es decir “Diario de la guerra de
España”. Efectivamente, en 1966 la Editorial Wissenschaft und Politik de Colonia publicó la primera
versión del libro de Kantorowicz en la RFA sobre la base de la edición del 48 pero con un nuevo prólogo

198
Para más información se puede consultar mi trabajo “De la trinchera al despacho” (págs.. 7 a 11) en
academia.edu.
360
:
del editor y nuevos materiales no publicados antes (documentos y cartas). En 1979 y posteriormente en
1984 el libro fue publicado por la editorial de Hamburgo Konkret Literatur Verlag.
A partir de ese momento el libro se fue reeditando en formato de libro de bolsillo gracias a la
Fischer Verlag dentro de su colección “Bibliothek der verbrannten Bücher” (Biblioteca de los libros
quemados). La Fischer Taschenbuch Verlag de Frankfurt lo publicó en 1982, en 1986 y en una última
edición, que yo sepa, de mayo 2016. En las nuevas ediciones aparecían cartas de Theodor Balk, Lion
Furchtwange, Hemingway, Kisch, Erika Mann, Wilhelm Pieck, Gustav Regler y Ludwig Renn.
De lo dicho se evidencia que la versión que aquí se traduce es muy incompleta porque está muy
censurada. Ciertamente da lo mismo, puesto que nadie la va a publicar.
Cuando estaba ultimando la traducción del libro a finales del 2017, le presente el proyecto a la
única editorial que me pareció adecuada ya que publica libros alemanes de carácter político, la Editorial
Contra/Escritura de Barcelona. La rechazó, muy razonadamente, porque ya tenía en marcha su propia
traducción de la versión completa del libro de Kantorowicz “Spanisches Kriegstagebuch” que,
efectivamente, salió a la venta en mayo de 2018 como primera versión en castellano de la obra.
Entonces, en 2017, algo desanimada, dejé mi versión acabada pero sin corregir.
Esta rara primavera del 2020, aprovechando el confinamiento por todos conocido y sufrido, decidí
revisar mi traducción y –ya que la mayor parte del trabajo estaba hecha- publicarla digitalmente
aprovechando la posibilidad que da la Academia.edu. He de agradecer a mi querido y admirado Kantor
que en su compañía y en la de sus camaradas de lucha – ya sea en el Madrid bombardeado, en la seca y a
pesar de todo florida Sierra de Córdoba, o en los horrorosos combates en torno al río Guadarrama y
Romanillos-, el confinamiento me haya sido especialmente fácil de soportar. Esta, entre otras, es una de
las ventajas de la literatura.
Aunque ya se puede leer en papel la versión completa del “Diario de España “publicado por el la
Editorial Contra-Escritura, sin duda podría ser un buen ejercicio de análisis político comparar las
versiones censurada y no censurada del libro en el que Alfred Kantorowicz cuenta sus vivencias en la
guerra de España.
Y en todo caso, la sensibilidad de Kantorowicz en la descripción de paisajes, personas y hechos, así
como la profundidad de sus razonamientos ante algunos temas que él mismo declara en principio no tener
claros, lo cual le obliga a pensar en profundidad para llegar a conclusiones sobre temas y situaciones
políticas importantes en su tiempo y en el nuestro –no muy diferentes-, son cualidades que hacen
recomendable la lectura de su “Diario de España” –ya sea censurado o sin censurar-.

Valencia 1 de junio, 2020


Isabel Esteve

361
:
INDICE DE MAPAS E ILUSTRACIONES

Alfred Kantorowicz en la la Sierra de Córdoba ......... pág. 3


Alfred Kantorowicz en los años 70 .......................... pág. 7
2ª fase combates de la carretera de La Coruña........... pág. 22
La “vía de la sierra” Códoba-Almorchón .................. pág. 82
El frente de Córdoba ante Peñarroya ........................ pág. 85
La carretera Málaga-Almería y la Sierra Nevada......... pág. 169
Alrededores de Valsequillo y La Granjuela ............... pág. 213
Dibujo de Hans Quack sobre la visita de Capa y Taro
a la XIII Brigada ..................................................... pág. 254
De La Granjuela a Alcobendas ................................. pág. 270
De Alcobendas a Villanueva de la Cañada ................. pág. 278
De Villanueva de la Cañada a Romanillos ................. pág. 300

FUENTES ARCHIVÍSTICAS Y BIBLIOGRAFÍA

● Comisión Médica de los Servicios Sanitarios de las Brigadas extraído del “Informe del Servicio
Sanitario Internacional” redactado por Gustav Gundelach (Archivo Federal de Berlín, SgY 11/V237/4/49)

● 1ª Colección de recuerdos de brigadistas alemanes (Archivo Federal de Berlín, Sig.


SgY11/V237/13). Traducc. y elaborac.. de M.Isabel Esteve, 2014, academia.edu.

● 2ª Colección de recuerdos de brigadistas alemanes (extraídos de una colección de más de 2000


testimonios de antifascistas alemanes en la resistencia- Archivo Federal de Berlín, Sección SAPMO, Sig.
SyY 30) Traducc. y elaborac. de M.Isabel Esteve, 2014, academia.edu.

● “De la trinchera al despacho- Brigadistas internacionales que ocuparon cargos importantes en la


RDA. Sus recuerdos de España, sus carreras en la RDA”, M. Isabel Esteve, 2015, academia.edu

● “Deutsche Fotografen in spanischen Bürgerkrieg”, Diethart Krebs, Jonas Verlag, Marburg, 2000
( en www.zeuthistorische-forschungen.de)

● “Deutsches Wörterbuch”, Wahrig, Gerhard, Bertelsmann Lexikon Verlag, Ausgabe 1986

● “Diccionario de los voluntsarios austriacos en la España republicana 1936-1939”, Landauer,


Hans, Editado por la AABI, Madrid, 2005

● “Ein Schiksal, das ich mit sehr vielen anderen…” Gruner, W., www.unikassel.de

● “Entre el ejército del Cominter y la solidaridad internacional: la trayectoria de Giuseppe di


Vitorio en el debate sobre la naturaleza de las BB. II.”, Josep Puigsech Farrà, Ed. Universidad de
Salamanca, 2010

362
:
● “Erinnern und Erzählen. Der spanische Bürgerkrieg in der deutschen und spanischen Literatur
und in den Bildmedien”, Essen, Klartext, 2005.

● “Gerta Taro. Fotoreporterin im spanischen Bürgerkrieg”, Schaber, Irme, Jonas Verlag, Marburg,
1994

●“Historia, memoria y mito: lecturas de la Guerra Civil española” de Juan Antonio Ennis,
publicado en 2006 en la revista “Olivar”, de la Fac. de Humanidades de la Universidad de la Plata.

● “Idealistas bajo las balas”, Paul Preston, Debate, 2007

● “La prensa de Valencia durante la guerra civil”, J. Tomás Vilaroya, Saetabi XXII, 1972, en roderic.uv.es

● “La producción editorial a València: propaganda i poiesía”, en “València, capital de la República”, Javier
Navarro y Sergi Valero Edits., Ajuntament de València, 2018

● “La sanidad en las BB.II.” de Manuel Requena y Rosa Mª Sepúlveda, CEDOBI

● “La sanidad y las BB.II. en la zona norte de Córdoba” de F. Casillas Sánchez, Ed. AABI., 2019.

● “Las Brigadas Internacionales: nuevas perspectivas en la historia de la Guerra Civil y del exilio”, Josep
Sánchez Cervelló y Sebastián Agudo –coords.-, Publicaciones URV –Universidad Rovira y Virgili-, Tarragona,
2015

● “Los Hogares Infantiles y las Brigadas Internacionales”, M.Isabel Esteve, en www.AABI

● “Los voluntarios suizos en la Guerra Civil española” -Diccionario biográfico-, Peter Huber y Ralph Hug,
Silente Memoria Histórica, Edición de la AABI, Madrid, 2010

● “Servicios Sanitarios de las BB.II.”, (Archivo Federal de Berlín, Sig. SgY11 / V237 / 4 / 48 y 49)

● “Sie werden nicht durchkommen!” –Deutsche an der Seite der Spanischen Republik und der Sozialen
Revolution - ,Band 1; Abel, Werner- Hilbert, Enrico; Verlag Edition AV, Lich/Hessen, 2015

● “Spaniens Himmel und deutsche Geschichte”, Schumann, Frank, Herausg. vom Zentralrat der Freien
Deutschen Jugend, Verlag Junge Welt, 1986)

● Y Wikipedia, mucha Wikipedia…

363

También podría gustarte