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La Revolución Industrial, considerada como el nuevo momento en el desenvolvimiento

histórico de la globalización, dio origen al llamado “ciclo sistemático británico”, donde


Gran bretaña pudo anteceder a las demás potencias en el desarrollo industrial gracias
a constitución como nación, donde logró conciliar metas sociales, aspiraciones e
iniciativas personales y mejorar sus resultados a merced a la sinergia colectiva.
Además, durante los siglos XVI y XVII, un importante capital humano emigró hacia
Inglaterra, país muy abierto para la absorción de las nuevas ideas y técnicas, muchas
de las cuales vinieron junto con liberación y resultaron ser aspectos de vital importancia
para la capacidad de apropiación productiva de los atributos técnicos ingleses.
Sin embargo, este proceso también tuvo efectos. La industrialización transformó las
concepciones tradicionales de espacio y tiempo. Si bien en su momento la nación había
proporcionado formas de espacialidad dentro de determinadas fronteras nacionales, la
Revolución Industrial terminó reorganizando a los individuos para situarlos en un nuevo
hábitat acorde a las necesidades y el ritmo impuesto por la industria. Los campesinos
fueron despojados de sus comunas y proletarizados, las corporaciones quedaron
desarticuladas por lo que los artesanos se popularizaron, los sectores profesionales se
fortalecieron cualitativa y cuantitativamente mientras que las clases pudientes
encontraron nuevos nichos de acumulación, es decir, se crearon nuevas formas de
espacialidad consustanciales a las nuevas necesidades que demandaban la
industrialización.
Pero el aspecto más innovador de estas nuevas fuentes industriales fue su necesidad
de abundantes materias primas y amplios mercados para la colocación de sus
productos. Con el surgimiento de nuevas empresas industriales se potenció el desarrollo
de una división nacional de trabajo donde se estableció un circuito económico entre las
regiones que producían materias primas e insumos productivos, los centros industriales
que laboraban la nueva producción y los mercados de colocación de la producción a
gran escala. Si anteriormente las redes mercantiles facilitaban el intercambio, ahora con
la Revolución Industrial se integró el funcionamiento de la economía nacional con las
regiones a escala de un mismo ciclo productivo compenetrando la división interna e
internacional del trabajo y deparando un mayor nivel de consistencia y sistematicidad a
los intercambios económicos a escala internacional.
A diferencia de la hegemonía genovesa y holandesa, con la Revolución Industrial se
inició el ciclo de preponderancia británico, donde la generación de riqueza comenzó a
basarse en la acumulación engendrada por empresas industriales, permitiendo el
tránsito de una globalización entendida como interacción comercial a una nacional y
productivista.
Con el redimensionamiento de la magnitud mercantil de la globalización, así como el
nacimiento y posterior consolidación del sistema industrial se transfiguró la globalización
en la nación, mientras que en los países donde tuvo lugar la Revolución Industrial se
reconstruyeron los espacios nacionales y quedaron ubicados dentro de una
temporalidad con visos de unicidad, convirtiéndose en el principal estímulo del tránsito
hacia una segunda fase en la cual el mundo comenzó a internacionalizarse. Además de
ser un nuevo eslabón en la modernidad y de la articulación sistemática por medio de la
división internacional del trabajo, el papel de la industria brindó un fundamento
económico al desarrollo de la nación y nuevamente, mercantilizó los actores de
sistematicidad que dieron consistencia a la globalización durante esta fase.
Por otra parte, la Revolución Industrial transformó radicalmente la noción del tiempo
convirtiéndolo en un valor. Dado que en esta nueva fase los beneficios ya no se obtienen
por la desigualdad de precios entre productos extraídos de diferentes partes del mundo,
sino a partir de las disimilitudes en el tiempo de producción, la industria empieza a
disciplinar a través del manejo y control del tiempo a todos aquellos individuos
portadores de un reciente pasado campesino (donde se desconocía la regularidad del
trabajo febril y se acostumbraba a largos descansos), generando una valorización del
tiempo que trae como consecuencia un sentido de pertenencia a uno mismo a un tiempo
mundial. Gradualmente, estas medidas causan que los obreros ofrezcan como una
habilidad la destreza en el manejo del tiempo y la industria pone al mundo globalizado
dentro de una temporalidad comandada por ella.
A partir de estas transformaciones, la Revolución Industrial da otros dos cambios
fundamentales. Recordemos que durante la época victoriana el poder político adoptó
medidas como la abrogación de las leyes de cereales y la ley de pobres que llevaron al
surgimiento de una sociedad de mercado. Considerando que el mercado se convierte
en economía al liberarse de anteriores relaciones sociales y que la sociedad de mercado
forma el núcleo de un nuevo pacto social al despersonalizar las relaciones sociales
previas, institucionalizar un poder centralizado, establecer regulaciones y atribuir una
normatividad a las relaciones interpersonales. La transición del mercado a una
economía de mercado requiere entonces, que el poder político supere tradiciones
arraigadas y resista oposiciones de sectores protegidos o desprotegidos. En
consecuencia, la relación entre esta dinámica y la globalización implica la
reorganización de relaciones económicas y sociales, incorporando nuevos pueblos y
países en su órbita y ampliando los márgenes de interdependencia y
transnacionalización. Pero mas importante es el hecho de que el mercado desregulado
y auto concentrado otorga nuevos elementos de sistematicidad a las tendencias
globalizadoras.
El segundo cambio radica en que la Revolución Industrial modifica el papel que
desempeña la técnica y la tecnología, convirtiéndolas en mecanismos fundamentales
para el aumento de la productividad y la acumulación de capital. Con esto la sociedad
pierde parte de su autonomía para establecer criterios, mecanismos y proporciones de
su desarrollo, empezando a ligarse con la capacidad de las empresas industriales para
incorporar los avances científicos y tecnológicos en el acrecentamiento de márgenes de
utilidad. Sin embargo, la técnica requiere de un nivel educativo, una transmisión de
saberes y una adecuada dinámica social que la mantiene sujeta a una determinada
realidad social que se traduce una enorme diferencia del aumento de la productividad
entre naciones, ampliando la brecha entre el mundo desarrollado y el conjunto de países
en desarrollo, es decir, países “avanzados” y países “subdesarrollados”.
Desde el punto de vista del desarrollo, esta diferencia entre países es tributaria también
del hecho de que el eje de desarrollo de los países centrales se centró en la eficiencia
productiva mientras que los países en desarrollo se centraron en el intercambio
internacional basado en la complementariedad de su oferta exportable. Los países
centrales se destacaron en sectores industriales cruciales para el nuevo comercio
internacional, mientras que la participación de los países en desarrollo dependió de su
capacidad para adaptar su oferta a los cambios en la economía mundial. La lógica del
mercado en su nueva fase, es decir, la economía de mercado se desplaza y entra a
operar en la economía internacional y con las nuevas interpreta acciones que se
construyen en el ámbito mundial comienza un lento proceso de universalización de la
economía de mercado, que se convierte en un componente del funcionamiento de la
naciente economía mundial.
Las revoluciones industriales han formado parte de los grandes cambios que se han
experimentado en los dos últimos siglos y han impreso sello particular a la globalización.
La Primer Revolución contribuyó fundamentalmente a la construcción de una
especialidad nacional y sirvió para integrar procesos productivos y económicos, además
de acelerar el ritmo de los procesos productivos. En la Segunda Revolución Industrial,
la economía de mercado trascendió fronteras, estructurando la economía mundial e
impulsando interdependencia. La Tercera Revolución Industrial (finales de los años
sesenta del siglo XX) acentúa tendencias transnacionales, buscando universalizar la
economía de mercado mediante desregulación, permitiendo la diversificación de
enfoques globales y en contraparte, permite que distintos países utilicen fórmulas
diferenciadas de interiorización de la globalización, rompiendo cánones
homogeneizadores. Cada etapa impulsó formas diversas de modernización, desde lo
nacional hasta la actual tendencia de superar la centralidad nacional en el desarrollo.
La primera Revolución Industrial eleva a un nuevo nivel los procesos globalizadores e
intensifica la unidad del mercado nacional en las naciones más desarrolladas mientras
penetra el espacio nacional con el mercado mundial y acelera los intercambios de
productos acorde con la división internacional simple. Elimina obstáculos en el mercado
para facilitar la expansión, simplifica las relaciones sociales, crea una red de
interconexiones en el espacio, y establece la técnica y la tecnología como base de la
productividad. Además, unifica la dimensión temporal para los individuos, introduciendo
la noción de tiempo mundial.
En el ámbito político la Revolución Industrial determinó los lineamientos de la evolución
económica mundial durante el siglo XIX, y con la Revolución Francesa de 1789 precisó
los marcos políticos e ideológicos, inspirando políticas europeas hasta 1917 y la
abolición del feudalismo. Si bien, la Revolución Francesa no fue un evento aislado, ya
que existieron situaciones revolucionarias en gran parte del mundo occidental, sus
legados más perdurables y significativos fueron la división política en izquierda y
derecha, tanto a nivel nacional como, a veces, internacional. Además, transformó la
ideología en un impulsor clave de la modernidad al destacar que las ideas podían guiar
el cambio social, marcando una clara separación con la tradición, para finalmente
convertirse en el referente de la política moderna.

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