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Algo nuevo, algo viejo, algo prestado/José Tomás Gutiérrez Ginesta

1ª edición, diciembre de 2022, Santiago de Chile


ISBN:
gluckeditorial@gmail.com
Diseño y diagramación: Glück libros® & Das Kapital Ediciones®
Imagen de portada:
Fotografía de solapa:
Algo nuevo, algo viejo,
algo prestado

José Tomás Gutiérrez Ginesta


Índice
Preámbulo 7
1. La muerte del dictador 9
2. Isla Verde 23
3. Una diabólica y mortífera poción 41
4. El dinero, el poder y la felicidad 63
5. Una casa llena de árboles y flores 81
6. La mano muerta 95
7. Una naranja a medio comer 119
8. La carta que nunca llegó 129
9. El país más poderoso del mundo 141
10. Una ciudadanía sin memoria 149
Epílogo 157
A mi familia y amigos,
por decirme siempre
cuando estar y cuando irme,
a pesar de no hacer caso.

A Abel,
por colgarme lindas palabras,
debidamente filtradas
para la contraportada y biografía.

A la Jo Aste,
por darle arte y color
a un libro que antes
solo tenía letras.

A todos los que sienten


que viven en alguna parte
de este pasajero libro,
gracias por vivirnos.

Y a todos los que


alguna que otra vez
leyeron algún cuento
y me regalaron su opinión

Con cariño,
algo de vergüenza
y mucho de sincero:
Gracias. Mil veces gracias.
Algo nuevo

9
A los transeúntes
Torres de ébano

Siento sobre mí la tranquilidad de la noche que


se derrumba abrumada por la bruma pasajera de
este invierno tardío, iluminada por las luciérnagas
de concreto que decoran el ruido de este raudo río
arrebatado. Los autos atraviesan velozmente el puente
suspendido sobre los residuos de lluvia, de nieve, de
vida. Ráfagas de viento los acompañan, jugando con el
cabello cansado de este transeúnte laborioso. El delgado
velo gris que cubre nuestras cabezas amenaza con liberar
el chubasco agazapado, pero contiene su mano etérea,
como esperando que los cuerpos agotados terminen
sus periplos, se quiten los zapatos, cambien de ropajes y
desnuden su conciencia entre los brazos de Morfeo. Pero
las luciérnagas siguen ahí, trepidantes e irreverentes.
Los gigantes erigidos adornan sus cuerpos con estrellas
titilantes, enmarcadas de vida, cubiertas de historia,
preservada tras vidrio. Desde la distancia observo las
siluetas palpitando dentro de sus corazones, el tránsito
incesante, el ajetreo constante. Se agotan y renacen, solo
para extinguirse como fuego bajo la lluvia, dejando un
rastro de luminiscencia entre el humo. Derramando vida
entre sus piernas, dejan escapar su aliento por las puertas,
despidiéndose de los últimos luceros antes de entregar
la noche al neón. Ante el visible silencio, las estrellas
bajaron a jugar en el río estrepitoso, con su ciego sonar

13
chapoteando entre las curvas rocas que alojaban su
carne, oriunda de las cumbres andinas. Entre el silente
repiquetear de la corriente, el pasar de las luces sobre
el pavimento hacían ver como si cometas recorrieran la
avenida, dejando una estela ígnea a su paso.
Y me detuve, tan solo por un segundo. Solo un
instante fue necesario para que la realidad se impregnara
en el desgastado lienzo de la memoria. Los ruidos que se
hilvanaban, trenzándose hasta volverse un solo eco. Los
olores a ciudad, a río, a pasto y parque, a vida. Colores,
sabores y texturas que se asomaban entre los edificios,
detrás de las aceras, sobre los bancos y los fantasmas de
la urbe. Una foto, llena de magia, de ciudad, de Santiago.
Un pequeño tesoro que llevo en el bolsillo de mi corazón,
para mirarla cada vez que las mañanas grises me aquejen
el alma, o que el material particulado interrumpa la calma
del paisaje. Los instantes serán eternos en la memoria de
quienes se detengan a capturarlos.

14
Polvo en suspensión

Una persona acaba de perder la vida en la línea de metro.


Al parecer se aventó contra los rieles y dejó escapar la
incertidumbre del futuro de entre sus manos. Al menos
eso es lo que nos relata una voz metálica en el vagón que
nos protege de la oscuridad que nos rodea. Las luces
cayeron inconscientes y la electricidad fue degollada en
un instante. La línea se encuentra cortada y los caminos
cercenados, todo por el actuar de una persona de la cual
solo sabemos que decidió acabar con su vida.
Miré a mi alrededor mientras un peso invadía mi
pecho y las manos inertes del destino jugaban a hacer
nudos con mi garganta. A lo largo y ancho del vagón
únicamente encontré miradas esquivas, pantallas
resplandecientes y narices perdidas en la indiferencia.
No soy quien, para juzgar, pues los audífonos trataban
de sustraerme de la realidad en la cual me ahogaba. De
entre todos los presentes, solo pude rescatar la mirada
de un niño, que parecía preguntar a su madre qué estaba
pasando. Ojalá hubiera podido escuchar la respuesta de
su madre, porque la misma duda galopaba mi corazón
intranquilo.
Las luces renacieron entre avisos desgastados y la
inercia de la rutina hizo un esfuerzo por echar a andar
la máquina que no se detiene. Algunos subieron, otros
bajaron, y la voz metálica pidió nuevamente disculpas

15
porTorres
el inevitable
de Ébanoatraso que el peso en la vida de otro
nosSiepueda
Torresgenerar.
de ÉbanoLas paradas son más largas y se
dejaSiento sobre un
escuchar mí larumortranquilidad de la noche
quejumbroso, que se
resoplante,
derrumba
disconforme. abrumada por la bruma
¡El egoísmo de estapasajera
persona de este invierno
es inaudito!
tardío, iluminada por las luciérnagas de concreto
¡Cómo se atreve a sucumbir ante la sociedad inclemente, que decoran
el ruido de estemiraudo
interviniendo preciosorío arrebatado.
andar! Los autos atraviesan
velozmente el puente
Por un segundo deseésuspendido
que alguiensobre los residuos
tomara las riendasde
lluvia, de nieve, de
del momento quevida. Ráfagas deque
pendulaba, vientose los acompañan,
adueñara del
jugando con el cabello cansado de este transeúnte
silencio, que nos explicara que así es la realidad, que laborioso.
El
gentedelgado
muerevelo
bajogris que cubre
el yugo nuestrasque
de su mente, cabezas amenaza
es importante
con liberar elpreocuparnos
revisarnos, chubasco agazapado,no solo perodecontiene
nuestrasu gente,
mano
etérea, como esperando que los cuerpos agotados terminen
sino de aquel prójimo etéreo, interesarnos en ser más
sus periplos, se quiten los zapatos, cambien de ropajes y
amables, más empáticos. Que seamos menos gente y
desnuden su conciencia entre los brazos de Morfeo. Pero las
más persona. Mi deseo de ver esa imagen realidad fue
luciérnagas siguen ahí, trepidantes e irreverentes.
tan grande, que mis pies hicieron un ligero amague de
Los gigantes erigidos adornan sus cuerpos con estrellas
dar un paso adelante, mas un sentimiento de paranoia,
titilantes, enmarcadas de vida, cubiertas de historia, preservada
una ligera preocupación a la incertidumbre de la reacción
tras vidrio. Desde la distancia observo las siluetas palpitando
al romper el paño que cubría los ojos de todos, al correr
dentro de sus corazones, el tránsito incesante, el ajetreo
el velo semitransparente
constante. Se agotan y renacen, del desasosiego.
solo para extinguirse como
fuegoMebajo
bajéladel vagón
lluvia, dejandoen miun estación diez para las entre
rastro de luminiscencia dos,
de este miércoles
el humo. Derramando veinticinco
vida entredesus
agosto. La dejan
piernas, persona aún
escapar
no tiene nombre,
su aliento por las rostro
puertas, ni sentimientos.
despidiéndose Fue de los un últimos
objeto
que
lucerosse antes
interpuso a la fuerza
de entregar ineludible
la noche al neón.del AnteMetro. Así
el visible
como yolas
silencio, soyestrellas
solo unbajaron
objeto estático
a jugar para
en ellosríotranseúntes,
estrepitoso,
ensimismados
con su ciego sonar en chapoteando
su rutina trepidante, esquivando
entre las curvas rocas queel
irremediable arrebato de un destino agazapado.
alojaban su carne, oriunda de las cumbres andinas. Entre el Personas
pasan a mi lado ydeven
silente repiquetear gente, materia,
la corriente, el pasar deestructura. Polvo
las luces sobre el
en suspensión.
pavimento hacían ver como si cometas recorrieran la avenida,
dejando una estela ígnea a su paso.

16
El deporte
Y me detuve, más
tan solo por un lindo
segundo.del
Solo mundo
un instante fue
necesario para que la realidad se impregnara en el desgastado
lienzo de la memoria. Los ruidos que se hilvanaban,
trenzándose hasta volverse un solo eco. Los olores a ciudad,
aCamina,
río, a pasto y parque,
inocente, a vida. Colores,
buscando sabores
el sentido de lasy cosas.
texturasÉlque
es
se asomaban entre los edificios, detrás de las aceras,
alto, de facciones finas y pelo corto. Moreno y con ojos sobre los
bancos
verdes, ysuloscaminar
fantasmas de la urbe.pasivo,
es tranquilo, Una foto, llena alegre.
incluso de magia,
A
de ciudad, de Santiago. Un pequeño tesoro que
su lado la gente camina y se voltea, levantan su cabeza al llevo en el
bolsillo de mi corazón, para mirarla cada vez que las
cielo e intentan ver dónde llega su cabeza, pero la luz del mañanas
grises me aquejen el alma, o que el material particulado
sol los enceguece antes y no pueden diferenciar su cabello
interrumpa la calma del paisaje. Los instantes serán eternos
de las nubes negras que cubre la cuidad en invierno. Él
en la memoria de quienes se detengan a capturarlos.
lleva una mochila llena de recuerdos, abrazos, lágrimas
y despedidas. Para todos es una mochila vacía, pero él
Polvo en Suspensión
carga con el peso de una vida en su espalda. Un polerón
Una persona acaba de perder la vida en la línea de
rojo, gastado por la vagancia, un jeans celeste por el uso
metro. Al parecer se aventó contra los rieles y dejó escapar
yla unas zapatillas que parecen tener mil años. En su mano
incertidumbre del futuro de entre sus manos. Al menos
un
eso anillo
es lo de
quedonde viene,
nos relata unay en
vozsus ojos, elenhorizonte.
metálica el vagón que
No hay mapas ni planos, brújulas ni instrucciones
nos protege de la oscuridad que nos rodea. Las luces cayeron
que indiquen ydónde
inconscientes ir, solo un
la electricidad fuepar de piesen
degollada inquietos que
un instante.
caminan, perdiéndose entre lo desconocido..
La línea se encuentra cortada y los caminos cercenados, todo Su corazón
es
porgrande,
el actuarpero
de unasu bolsillo
persona de pequeño. Hoy sabemos
la cual solo dormirá queen
la calleacabar
decidió para con
abaratar
su vida. costos. No se preocupen, está
acostumbrado. La comida
Miré a mi alrededor le es esquiva,
mientras un peso pero
invadíala mi
ataja con
pecho
yunalassonrisa
manos yinertes
buenos delmodales,
destino con oídoa atento
jugaban y corazón
hacer nudos con
sincero.
mi Le duele
garganta. A lo ellargoalmay yancho
los huesos,
del vagón tanto caminar
únicamente
le ha quitado
encontré la pertenencia
miradas y hoy es resplandecientes
esquivas, pantallas solo un nómade.y
Un trotamundos,
narices perdidas en laun buscadorNo
indiferencia. desoyrespuestas.
quien, paraEn su
juzgar,
mochila
pues lleva un cuaderno
los audífonos trataban de donde anota sus
sustraerme de laañoranzas
realidad eny
desventuras,
la y cadaDe
cual me ahogaba. tanto entodos
entre tantoloslas presentes,
lee, asombrándose
solo pude

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con las historias
rescatar la mirada que de unsu niño,
pequeñaque mochila recolecta atras
parecía preguntar su
madrekilómetro,
cada qué estabacada pasando.
minuto. Ojalá hubiera podido escuchar
la respuesta
Él olvidódedesudonde madre,viene,
porque la misma
pero recuerda duda sugalopaba
hogar. Allími
corazón
tiene pan intranquilo.
para comer y té para beber. Tiene una cobija
para capear renacieron
Las luces el frío y una entre
camaavisos desgastados
para evadir el ysueño.
la inercia
El
de la rutina hizo un esfuerzo por echar a andar
cariño de su madre y el cuidado de su padre. El amor de la máquina
que no se detiene.
su hermana Algunosde
y la amistad subieron, otros bajaron,
su hermano. y la voz
La monotonía
metálica
de la rutina pidióy nuevamente
los dolores disculpas
melancólicos por eldeinevitable
ver el mismoatraso
que el peso en la vida de otro nos pueda generar.
horizonte, una y otra vez, año tras año, vida tras vida. Las paradas
son más largas
Cautivado por yelseolor
dejadeescuchar un rumor
la aventura, la vida quejumbroso,
le invitó a
resoplante, disconforme. ¡El egoísmo
correr y él no dudó. Revisando su cuaderno ve dibujos,de esta persona es
inaudito! ¡Cómo se atreve a sucumbir ante la sociedad
fotos, bosquejos, flores, caminos, saludos, bienvenidas,
inclemente, interviniendo mi precioso andar!
números de teléfono y direcciones en lugares recónditos.
Por un segundo deseé que alguien tomara las riendas
Postales de su viaje, como timbres de aduana. Él mira el
del momento que pendulaba, que se adueñara del silencio,
cielo oscuro y sonríe, honesto y feliz. Su cara apunta al
que nos explicara que así es la realidad, que gente muere
sol, donde quiera que esté, su pasión a lo desconocido, y
bajo el yugo de su mente, que es importante revisarnos,
sus pies hacia adelante.
preocuparnos no solo de nuestra gente, sino de aquel prójimo
A su derecha descansa su mochila, a su izquierda un
etéreo, interesarnos en ser más amables, más empáticos.
perro amigo.menos
Que seamos Sobre gente
él un cartón húmedo Mi
y más persona. y sobre
deseoelde suelo
ver
la
esadignidad de quienfue
imagen realidad le tan
hacegrande,
frentequea lamis
vida.pies
Sushicieron
zapatillas
un
han dejado más huellas que el carbono,
ligero amague de dar un paso adelante, mas un sentimiento removido más
tierra que cualquier
de paranoia, una ligera minera, observado
preocupación a la más estrellas que
incertidumbre de
cualquier telescopio. Es callado y evita gastar
la reacción al romper el paño que cubría los ojos de todos, al el aliento,
pero
corrersu risa abunda
el velo en orejasdelatentas
semitransparente y su sonrisa llena
desasosiego.
lentes
Me abajé lo largo de toda
del vagón en mila estación
tierra. No diezlleva
paraun laslibro, ni
dos, de
una cámara. No tiene gafas para el sol
este miércoles veinticinco de agosto. La persona aún noo un impermeable
contra la lluvia.
tiene nombre, rostroUsa la misma ropa
ni sentimientos. Fuehasta que queda
un objeto que se
hecha
interpuso jirones. No tiene
a la fuerza nada, del
ineludible pero es rico,
Metro. Así pues
comoatesora
yo soy
experiencias,
solo un objeto estáticomiradas,parahorizontes.
los transeúntes, Guarda
ensimismadoshambre,en

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sed,rutina
su dolortrepidante,
y tristeza, penas y decepciones.
esquivando el irremediableCamina
arrebatosin
de
un destino
cesar, nuncaagazapado.
arrastraPersonas
los pies.pasan
Sus ahombros
mi lado y ven
songente,
para
materia,
llevar la estructura. Polvo
vida, no para en suspensión.
mirar sobre ellos el pasado, el ayer
Vientoidealizado.
traicionero,
El viento recorre el laberinto de cemento que se extiende
en las alturas del centro industrial. Planea, indómito, entre
oficinas y salas de reunión, rozando con sus vigorosas alas
los ventanales tintados que intentan esconder los secretos
corporativos. Con cada impulso tiemblan las secas hojas de
otoño y la gente levanta la mirada intentando ver qué causa
tanto alboroto. El viento es invisible al ojo humano, pero
sensible al tacto, como tantas otras cosas que habitan la faz
de la tierra.
El viento no solo acarrea movimiento, también sonidos.
Toma una despedida desolada de la mano y la acompaña
hasta llegar a destino, como si del mismísimo Hermes se
tratara. Vuela bajo y alto al mismo tiempo, levanta hojas del
suelo y mueve nubes en las alturas. Mantiene pájaros al vuelo
y acarrea la brisa marina desde la orilla hasta el valle central,
donde el olor de la sal se confunde con el perfume de las
flores, perdiéndose en el frío de la montaña.
No solo lleva sonidos y olores, también le da impulso a
la vida. Empuja el agua desde las costas hacia las montañas.
Alienta maternalmente a las abejas para que polinicen y creen
vida. Aviva el fuego que calienta los hogares y mueve los
granos de arena del desierto, formando extensas dunas que
cubren la inmensidad del Atacama. Levanta volantines en las
tardes de septiembre, provocando la risa de niños y adultos.
El viento mueve molinos, incentiva viajes, interrumpe
la quietud. Trabaja tras bambalinas, sin importarle la fama,

19
el reconocimiento ni los Viento premios Nobel. Día y noche, sin
descanso, deja su huella por todo el mundo, el rastro de
su existencia. Arrastra la vida misma del hombre, como si
solo fuera una tarea más dentro de las tantas que se le han
encomendado.
El viento recorre Y puede el ser que sea eso
laberinto de y cemento
nada más que queeso: se
Solo una tarea más
extiende en las alturas del centro industrial. Planea,
No pensemos
indómito, entreenoficinas
si nuestray existencia
salas de es la más importante
reunión, rozando
o si somos solo un pequeño engranaje
con sus vigorosas alas los ventanales tintados dependiente del gran
que
sistema que nos rodea, simplemente demos
intentan esconder los secretos corporativos. Con cada gracias por el
viento y soplemos al cielo, tal vez un poco de ayuda no le
impulso tiemblan las secas hojas de otoño y la gente
venga mal.
levanta la mirada intentando ver qué causa tanto
La Voz de Arte
alboroto. El viento es invisible al ojo humano, pero
La exhibición estaba en sus últimas horas, aferrándose de la
sensible al tacto, como tantas otras cosas que habitan
luz del día como una madre a un hijo en edad de dejar el nido.
la faz de la tierra.
Óleos, acuarelas, mármol, bronce y un sinfín de materiales
El viento no solo acarrea movimiento, también
entremezclados para generar surrealismo, hiperrealismo,
sonidos. Toma una despedida desolada de la mano y la
cubismo y otras tantas nuevas formas de asombrar a mujeres,
acompaña
niños, hombres hasta yllegar a destino,Un
adolescentes. como si deldemismísimo
guardia seguridad
Hermes
revisaba bajo la cálida luz del atardecer que no hubieratiempo,
se tratara. Vuela bajo y alto al mismo ningún
levanta hojas del suelo y mueve
alma adentro del edificio, ya era hora de cerrar. nubes en las alturas.
Mantiene
Pero yopájaros al vuelo
sigo dentro, y acarrea
sentado frentela brisa
a aquelmarina
cuadro.desde
Un
la orilla hasta el valle central, donde el olor
rostro verde se confunde entre grises agresivos y consumismo. de la sal se
confunde
Verde agua,con verdeel perfume
hierba, verdede las flores,
lago, todosperdiéndose
cediendo frente en elal
frío de la montaña.
gris cemento que ataca inclemente la armonía de tan hermosa
obra.No“Materialismo
solo lleva sonidos y olores,
Abstracto” también
se llama le da
la obra, impulso
y no estaba
aexhibida
la vida. conEmpuja
el fin de el
seragua
vendida,desde¡Porlas
Dios costas hacia
no! Solo las
estaba
montañas.
ahí para serAlienta maternalmente
contemplada, interpretada a las abejas para
y concientizada.
que polinicen
El autor buscó ypermanecer
creen vida.anónimo
Aviva ely fuego
que suque calienta
nombre no
los hogares ylasmueve
desconcentre menteslosquegranos
buscan de arena del desierto,
culturizarse.
formando
Los verdesextensas dunas quecomo
se entrecruzaban cubren hiloslahilvanados
inmensidad del
en pos

20
Atacama.
de un mismo Levanta volantines
velo, como partesen
delas
unatardes
mismadehebra,
septiembre,
colores
que formabanla un
provocando risarostro femenino,
de niños perfilado frente la luz
y adultos.
del El
solviento
que semueve
escapaba por la incentiva
molinos, ventana. Mientras observaba,
viajes, interrumpe
unaquietud.
la pinceladaTrabaja
azul cielo
tras cayó desde lassin
bambalinas, dosimportarle
cuencas que la
sus ojos vacíos dejaron alguna vez. Los
fama, el reconocimiento ni los premios Nobel. Día yríos se lanzaron
estrepitosamente
noche, sin descanso,a través
dejadesuaquel
huellaverde
por rostro,
todo elbuscando
mundo,
alcanzar
el rastro de su existencia. Arrastra la vida mismagrises
un suelo que el marco no me dejaba ver. Los del
formados
hombre, como si solo fuera una tarea más dentro de sin
como espada estaban dispuestos a destruir las
piedad aquel rostro desconsolado.
tantas que se le han encomendado. Y puede ser que sea
esoLos pasos
y nada másse que
acercaron y llegaron
eso: Solo donde
una tarea más estaba yo, el
guardia
No de rostro serio
pensemos en levantó la mirada
si nuestra y se dejó
existencia es empapar
la más
por el llanto de la tela pintarrajeada. Me levanté y toqué su
importante o si somos solo un pequeño engranaje
hombro, pero él no sintió nada. No me vio ni me percibió,
dependiente del gran sistema que nos rodea, simplemente
pero todos sus sentimientos se volcaron hacia la tela de aquel
demos gracias por el viento y soplemos al cielo, tal vez
cuadro. Yo soy el espíritu de esta obra, y no hay nadie más
un poco de ayuda no le venga mal.
acá además de mí. Mi trabajo es embelesar a los transeúntes
y concientizar a los pequeños. Mi nombre es “Materialismo
Abstracto”.

nto sobre mí la tranquilidad de la noche que se derrumba


abrumada por la bruma pasajera de este invierno tardío,
iluminada por las luciérnagas de concreto que decoran el ruido
de este raudo río arrebatado. Los autos atraviesan velozmente
el puente suspendido sobre los residuos de lluvia, de nieve,
de vida. Ráfagas de viento los acompañan, jugando con el
cabello cansado de este transeúnte laborioso. El delgado
velo gris que cubre nuestras cabezas amenaza con liberar el
chubasco agazapado, pero contiene su mano etérea, como
esperando que los cuerpos agotados terminen sus periplos,
se quiten los zapatos, cambien de ropajes y desnuden su co

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entre los brazos de Morfeo. La vozPero de arte
las luciérnagas siguen ahí,
trepidantes e irreverentes.
Los gigantes erigidos adornan sus cuerpos con estrellas
titilantes, enmarcadas de vida, cubiertas de historia, preservada
tras vidrio. Desde
La exhibición la distancia
estaba observohoras,
en sus últimas las siluetas palpitando
aferrándose de
dentro de sus corazones, el tránsito incesante,
la luz del día como una madre a un hijo en edad de dejar el ajetreo
constante.
el nido. Óleos,Se agotan y renacen,
acuarelas, solo para
mármol, extinguirse
bronce como
y un sinfín
fuego bajo la lluvia,
de materiales dejando un rastro
entremezclados para de luminiscencia
generar entre
surrealismo,
el humo. Derramando vida entre sus piernas,
hiperrealismo, cubismo y otras tantas nuevas formas dejan escapar
su aliento por las puertas, despidiéndose de los últimos
de asombrar a mujeres, niños, hombres y adolescentes.
luceros antes de entregar la noche al neón. Ante el visible
Un guardia de seguridad revisaba bajo la cálida luz
silencio, las estrellas bajaron a jugar en el río estrepitoso,
del atardecer que no hubiera ningún alma adentro del
con su ciego sonar chapoteando entre las curvas rocas que
edificio, ya era hora de cerrar.
alojaban su carne, oriunda de las cumbres andinas. Entre el
Pero yo sigo dentro, sentado frente a aquel cuadro.
silente repiquetear de la corriente, el pasar de las luces sobre el
Un rostro verde se confunde entre grises agresivos y
pavimento hacían ver como si cometas recorrieran la avenida,
consumismo. Verde agua, verde hierba, verde lago, todos
dejando una estela ígnea a su paso.
cediendo frentetanalsolo
Y me detuve, grisporcemento queSolo
un segundo. atacaun inclemente
instante fue
la armonía de tan hermosa obra. "Materialismo
necesario para que la realidad se impregnara en el desgastado
Abstracto"
lienzo de lase memoria.
llama la obra, y no estaba
Los ruidos que seexhibida con
hilvanaban,
el fin de ser vendida, ¡Por Dios no! Solo
trenzándose hasta volverse un solo eco. Los olores a ciudad, estaba ahí
para
a río, aser contemplada,
pasto interpretada
y parque, a vida. y concientizada.
Colores, sabores y texturas que El
autor buscó entre
se asomaban permanecer anónimo
los edificios, detrás ydeque su nombre
las aceras, sobre no
los
desconcentre las mentes que buscan culturizarse.
bancos y los fantasmas de la urbe. Una foto, llena de magia,
de Los verdes
ciudad, se entrecruzaban
de Santiago. Un pequeño como
tesoro hilos
quehilvanados
llevo en el
en pos de
bolsillo demiuncorazón,
mismopara velo,mirarla
comocadapartes de una
vez que misma
las mañanas
hebra,
grises me colores
aquejenque formaban
el alma, o que un rostro particulado
el material femenino,
perfilado
interrumpafrentela calmala del
luz paisaje.
del solLosqueinstantes
se escapaba por la
serán eternos
ventana.
en la memoriaMientras observaba,
de quienes una apincelada
se detengan capturarlos. azul cielo
cayó desde las dos cuencas que sus ojos vacíos dejaron

22
alguna
Polvovez. Los ríos se lanzaron estrepitosamente a
en Suspensión
Unadepersona
través acabarostro,
aquel verde de perder la vida
buscando en la un
alcanzar línea de
suelo
metro.
que el Al parecer
marco noseme aventó contra
dejaba ver.los
Losrieles y dejó
grises escapar
formados
la incertidumbre
como espada estabandel futuro de entreasus
dispuestos manos.sin
destruir Al piedad
menos
eso es lo que nos
aquel rostro desconsolado.relata una voz metálica en el vagón que
nosLosprotege
pasos de se
la oscuridad
acercaronque y nos rodea.donde
llegaron Las luces cayeron
estaba yo,
inconscientes y la electricidad fue degollada
el guardia de rostro serio levantó la mirada y se dejó en un instante.
La línea sepor
empapar encuentra
el llanto cortada y lospintarrajeada.
de la tela caminos cercenados, todo
Me levanté
por
y toqué su hombro, pero él no sintió nada. No me que
el actuar de una persona de la cual solo sabemos vio
decidió acabar con
ni me percibió, su vida.
pero todos sus sentimientos se volcaron
Miré
hacia la atela
mi de
alrededor mientrasYo
aquel cuadro. un soy
pesoelinvadía
espíritumidepecho
esta
y las manos inertes del destino jugaban a hacer nudos con
obra, y no hay nadie más acá además de mí. Mi trabajo
mi garganta. A lo largo y ancho del vagón únicamente
es embelesar a los transeúntes y concientizar a los
encontré miradas esquivas, pantallas resplandecientes y
pequeños. Mi nombre es "Materialismo Abstracto".
narices perdidas en la indiferencia. No soy quien, para juzgar,
pues los audífonos trataban de sustraerme de la realidad en
la cual me ahogaba. De entre todos los presentes, solo pude
rescatar la mirada de un niño, que parecía preguntar a su
madre qué estaba pasando. Ojalá hubiera podido escuchar
la respuesta de su madre, porque la misma duda galopaba mi
corazón intranquilo.
Las luces renacieron entre avisos desgastados y la inercia
de la rutina hizo un esfuerzo por echar a andar la máquina
que no se detiene. Algunos subieron, otros bajaron, y la voz
metálica pidió nuevamente disculpas por el inevitable atraso
que el peso en la vida de otro nos pueda generar. Las paradas
son más largas y se deja escuchar un rumor quejumbroso,
resoplante, disconforme. ¡El egoísmo de esta persona es
inaudito! ¡Cómo se atreve a sucumbir ante la sociedad
inclemente, interviniendo mi precioso andar!

23
Héroe

Me desperté de golpe. Definitivamente el ruido y la


ansiedad ya no me dejan dormir. Esa sensación de
saber que tienes que levantarte temprano y que tu vida
depende de ello. Si no estoy a las seis de pie listo para
partir, probablemente hasta ahí llegará todo. Algunos
piensan en que mis días son monótonos, haciendo
siempre lo mismo. No tienen idea lo distinto que es
cada día, siempre haciendo cosas diferentes, bordeando
obstáculos, y al final del día consiguiendo lo que buscaba.
No suena difícil, y la verdad es que hasta ahora no lo era
tanto. Pero hoy es diferente, aún más diferente de todo
el resto de los días.
Me levanté, me vestí para la ocasión, y fui. Mi jefe ya
está ahí, con la garganta lista para gritarme. No es un mal
jefe ni mucho menos, sabe muy bien lo que hace y confío
plenamente en él, pero tiene un tono de voz rasgado
por la bebida y la experiencia. Tal vez eso es lo que nos
obliga a obedecerle sin rechistar. Me dice lo de siempre,
que soy un flojo, que debería estar listo antes, que hoy
es más difícil que ayer y que cualquier otra persona en
la tierra podría tomar mi lugar, que no soy especial. Él
es mi jefe, un tipo totalmente carismático. Pero siendo
sincero, creo que lo único que me ha mantenido a flote
ha sido su interminable entusiasmo y perseverancia.
Probablemente cuando, y si es que, me toque ser jefe de
alguien voy a ser igual. Tal vez un poco menos hijo de
puta. Tal vez.
Eran las seis treinta y ya estábamos todos listos para
partir el trabajo de hoy. No parecía ser nada difícil o
extremadamente complicado, pero alguien tenía que
hacerlo. Somos cinco, sin contar al jefe, pero antes
éramos seis. Hace una semana ese sexto cometió un
error irremediable, y bueno, hoy somos cinco y el jefe.
De hecho, en un principio éramos 15, y había dos jefes,
pero ellos tenían sus diferencias y por eso dividimos
la compañía. Cada uno eligió, de manera totalmente
voluntaria, en qué lado quería quedarse. La verdad,
pensaba que nuestra idea era la mejor, al menos la que
más se parecía a lo que yo pensaba, que a esta altura me
doy cuenta que no importa mucho. Lo que he aprendido
estos meses, es que lo mío, lo que soy, lo que pienso, lo
que tengo y lo que quiero, no importan si a través de
ellos no logro la supervivencia grupal. Pero a veces el
individuo se pone por sobre el resto, y terminas como el
sexto de la compañía, acribillado por el enemigo.
Bueno, ¿así es la guerra o no? En los vídeos de
propaganda de la escuela militar no muestran que gente
muere despedazada, ni que pasas un hambre que pone
en duda tu humanidad, fríos glaciares, que sientes miedo
como si fueras un pendejo de tres años y vieras a Freddy
salir de tu armario. Cada vez que salía de mi tienda, si ese
día habíamos tenido la suerte de dormir en una, yo veía
a Freddy, con sus largas garras, tratando de quitarme
la cordura y haciéndome correr lejos, desertar. Dicen
que soldado que huye dura dos guerras. No es verdad.
Soldado que huye, el jefe le da un tiro en la cabeza, y
créanme, es muy bueno en ello.
Mientras pienso en estas vaguedades, marchamos
por un pequeño monte, tratando de encontrar algún
punto de extracción. Habíamos cumplido la misión hace
un mes, dos días y catorce horas, con veinte o treinta
minutos, pero nadie venía a buscarnos. El sexto era quien
controlaba la radio, y tal vez no fue buena idea dejarlo
solo en las tiendas mientras buscábamos algo para comer
en el bosque. Él fue el que insistió en que era mejor que
se quedara solo. Logramos recuperar el radiotransmisor,
gracias a que lo había escondido cuando escuchó el
primer disparo. Pero ahora nos sentíamos como monos
tratando de descifrar la señal correcta. Esto al jefe le
encabronaba y maldecía a la madre del sexto, los huevos
del general y la madre que lo había parido.
Llegamos a la cima del monte, y parece un lugar
sencillo para mantener la posición incluso frente a un
ataque de numerosos enemigos. Excepto si había un
francotirador. A quien se le haya ocurrido crear armas
para disparar desde cientos de metros de distancia
es un marica, y un genio. Pero al parecer no debemos
preocuparnos mucho, el traje camuflado combinado
con la fauna natural de este monte nos refugiaba de ojos
ajenos, solo hay que esperar. El jefe tiene que tomar
una decisión importante, si lanzar o no la bengala para
que nos encuentren. La extracción va a ser alrededor de
las mil horas, y eran solo las ochocientas cincuenta. La
radio
Portenía un GPSdeseé
un segundo y seríaquefácil localizar
alguien tomara el lugar, pero
las riendas
del momento
no donde que pendulaba,
estamos nosotros, ya quequese existe
adueñara del silencio,
el principio de
que
que, nos
si unexplicara
soldadoque amigoasí espuede
la realidad,
ubicarte, queunogente muere
enemigo
bajo
puedeel alcanzarte.
yugo de suPermaneceremos
mente, que es importante
escondidosrevisarnos,
por esta
preocuparnos no
hora y media que falta. solo de nuestra gente, sino de aquel prójimo
etéreo,
Hicimos interesarnos
una trincheraen ser más con amables,
un par más empáticos.
de palas que
Que seamos menos gente y más
llevábamos a cuestas. No era primera vez que persona. Mi deseo de ver
esa imagen realidad
solicitábamos fue tan grande,
la extracción, que misque
sabíamos pieslashicieron
cosas unse
ligero amague de dar un paso adelante,
podían poner calientes si alguien lograba ubicarnos, mas un sentimiento
de paranoia,
porque eso una ligera preocupación
significaba comprometer a la incertidumbre
la posición del de
la reacción alde
helicóptero romper
apoyo.elPor paño queesperamos
esto, cubría los ojos
en ladetrinchera,
todos, al
correr el velo semitransparente del desasosiego.
fusil en mano. Hacemos turnos para pegar el párpado,
Me bajé del vagón en mi estación diez para las dos, de
o se supone que lo hacemos. Nadie puede dormir. La
este miércoles veinticinco de agosto. La persona aún no
ansiedad de ver terminados largos meses de correr bajo
tiene nombre, rostro ni sentimientos. Fue un objeto que se
el clima inmisericorde es demasiada para permitirse el
interpuso a la fuerza ineludible del Metro. Así como yo soy
lujo del sueño. Estamos todos aferrados con uñas y
solo un objeto estático para los transeúntes, ensimismados en
dientes a la esperanza.
su rutina trepidante, esquivando el irremediable arrebato de
Son las mil doscientas y el helicóptero no llega.
un destino agazapado. Personas pasan a mi lado y ven gente,
El sol estructura.
materia, movió lasPolvo sombras hasta las mil trescientas,
en suspensión.
y la Viento
impaciencia empezó a hacerse notar. Manos
convulsionantes,
El viento recorrecompañeros
el laberinto deasesinando
cemento quelos últimos
se extiende
cigarros, el jefe
en las alturas delmira el cielo
centro cada vez
industrial. con más
Planea, frecuencia.
indómito, entre
Yo
oficinas y salas de reunión, rozando con sus vigorosas que
espero sentado sobre los troncos enmudecidos alas
algunos
los llaman
ventanales piernas.
tintados queElintentan
día eraesconder
frío, con los neblina,
secretos
y eso hace que
corporativos. Con la cadabúsqueda del helicóptero
impulso tiemblan las secas seahojasmás
de
complicada, la opción de no usar la bengala
otoño y la gente levanta la mirada intentando ver qué causa para ser
encontrados
tanto alboroto. se esfumóes entre
El viento invisiblenuestras esperanzas.
al ojo humano, pero
Empezamos
sensible a escuchar
al tacto, como tantas ruidosotrasmetálicos,
cosas quepero eranlamuy
habitan faz
bajos
de para ser el helicóptero. El soldado que está de vigía
la tierra.

27
llegó El corriendo
viento no solo desde su posición
acarrea movimiento, y saltó dentro
también de la
sonidos.
Toma
trinchera.una Eradespedida desolada
el enemigo. Sonde la mano
treinta y la acompaña
aproximadamente,
hasta
y nosllegarestána buscando,
destino, como perosino delsaben
mismísimo
dóndeHermes
estamos. se
tratara.
Eso es Vuelaun puntobajo ay favor.
alto al mismo tiempo, levanta hojas del
suelo y mueve nubes
El Jefe nos tomó en las alturas.
a los cinco Mantiene
y nos pájaros al vuelo
dijo cosas de
ygenerales.
acarrea laQue brisalamarina desde la orilla hasta
vida no nos pertenecía por naturaleza, el valle central,
donde
que debíamos lucharsalpor
el olor de la se ella.
confunde con el perfume
Que pensemos de las
en nuestras
flores,
familias,perdiéndose
en mi hijaen queel no
fríoconozco,
de la montaña.mi señora, mi madre.
No solo lleva sonidos y olores,
La vida es una mierda y nosotros simplemente también le da impulso
fuimosa
la vida. Empuja
escupidos en una el agua
guerra desde las costas
de nadie, perohacia
paralas montañas.
poder hacer
Alienta
algo al respecto debíamos llegar a casa primero, ycreen
maternalmente a las abejas para que polinicen y eso
vida. Aviva el fuego que calienta los hogares y mueve los
solo lo lograremos por sobre los cadáveres del enemigo.
granos de arena del desierto, formando extensas dunas que
Escuchamos los fusiles retumbar sobre las espaldas
cubren la inmensidad del Atacama. Levanta volantines en las
cansadas de nuestros perseguidores. Están abrumados
tardes de septiembre, provocando la risa de niños y adultos.
por la marcha, pero nosotros también. Los brazos
El viento mueve molinos, incentiva viajes, interrumpe
tambalean contra la propia voluntad, las balas se escurren
la quietud. Trabaja tras bambalinas, sin importarle la fama,
entre los dedos como sangre, el miedo y la adrenalina
el reconocimiento ni los premios Nobel. Día y noche, sin
empieza a prender las venas, expandir las pupilas. Era el
descanso, deja su huella por todo el mundo, el rastro de
momento
su existencia. de Arrastra
pelear por nuestra
la vida mismalibertad.
del hombre, como si
soloNosfuerarepartimos
una tarea en másseis puntos
dentro distintos,
de las tantas queposicionado
se le han
como francotiradores, atrás de la trinchera.
encomendado. Y puede ser que sea eso y nada más que eso: Abrimos el
fuego
Solo una contarea
unamás granada que detonó en el centro del grupo,
acabando con laen
No pensemos vida de catorce
si nuestra de ellos.
existencia Nunca
es la más fueron
importante
treinta,
o si somos sino veintitrés,
solo un pequeño y quedaban
engranaje nueve, confundidos
dependiente del gran
por el ataque.
sistema que nosElrodea,
general planeó unademos
simplemente emboscada
gracias similar
por el
al Blitzkrieg Alemán de la Segunda
viento y soplemos al cielo, tal vez un poco de ayuda no le Guerra Mundial,
donde
venga mal. con artillería pesada se atacaba la mayor cantidad
de terreno
La Voz posible,
de Artedejando a los soldados el trabajo de
limpiar los detalles.
La exhibición estabaVelocidad
en sus últimas y eficiencia. Alcancé
horas, aferrándose de laa

28
darle
luz deladía
unocomoen elunapecho,
madreaalaunaltura
hijo endel pulmón
edad de dejarderecho,
el nido.
yÓleos, acuarelas, mármol,
un compañero hirió debroncemuertey aunotro sinfín de materiales
enemigo antes
entremezclados
de para generar surrealismo,
que el resto desapareciera tras los árboles. hiperrealismo,
Ahora es
cubismo la
cuando y otras tantas
batalla nuevas formas
se vuelve peligrosa.de asombrar
Tenemosa mujeres,
buenos
niños, hombres y adolescentes.
tiradores, pero en la guerra todo puede pasar. Un guardia de seguridad
revisaba
Vuelvo bajoa la cálida
estar luz del atardecer
consiente, una bala queimpactó
no hubiera miningún
casco
alma adentro del edificio, ya era hora de
y me dejó inconsciente por unos minutos, los suficientes cerrar.
para Peroqueyomissigocompañeros
dentro, sentado frenteaatres
mataran aqueldecuadro. Un
ellos. Me
rostro verde se confunde entre grises agresivos
asomé por mi posición y disparé a un cuarto en la pierna, y consumismo.
Verde
para verloagua, verde
caer alhierba,
piso verde lago, todos
de rodillas cediendo
y hacerle unfrente
par de al
gris cemento
orificios en laque atacasin
cara, inclemente
piedad. Una la armonía
bala rozóde tanmihermosa
cabeza
obra. “Materialismo Abstracto” se llama la obra, y no estaba
por la izquierda y sentí una puñalada en mi oreja. No me
exhibida con el fin de ser vendida, ¡Por Dios no! Solo estaba
detuve y apunté al lugar donde vi el fuego que casi acaba
ahí para ser contemplada, interpretada y concientizada.
con mi historia. Le di al hijo de puta en la frente. Los
El autor buscó permanecer anónimo y que su nombre no
dos que quedaban salieron de los árboles con las armas
desconcentre las mentes que buscan culturizarse.
sobre su cabeza, pero el general no es conocido por su
Los verdes se entrecruzaban como hilos hilvanados en pos
misericordia, ni por su mala puntería, y con dos balas
de un mismo velo, como partes de una misma hebra, colores
acabo con ambas vidas. Plomo entre cejas. No es ético,
que formaban un rostro femenino, perfilado frente la luz
ydeltalsol
vezquesi alguien
se escapaba abrepor la boca le podría
la ventana. llegarobservaba,
Mientras castigo al
jefe, pero la verdad
una pincelada es que
azul cielo tenía
cayó que las
desde hacerse
dos cuencas que
sus ojos vacíos dejaron alguna vez. Los la
Con el perímetro limpio, se lanzó ríosbengala y el
se lanzaron
helicóptero
estrepitosamente ya está llegando.
a través de aquel Salto de rostro,
verde alegría,buscando
escapar
de este infierno,
alcanzar un suelo que poder conocer
el marco no mea midejaba
hija, ver.
quieroLosllegar.
grises
Veo hacia como
formados el lado,espada
todo es lágrimas
estaban y felicidad.
dispuestos El jefesin
a destruir se
sacó
piedadla aquel
boinarostro
y prendió un habano. Antes de que pudiera
desconsolado.
aspirar el primer aire tóxico
Los pasos se acercaron y llegaron de aqueldondecruel asesino,
estaba yo,una el
bala atravesó la escena para aterrizar sobre
guardia de rostro serio levantó la mirada y se dejó empapar la cabeza del
jefe.
por elLallanto
fuerza dedella impacto lo hizo caer
tela pintarrajeada. Mede espaldas.
levanté Antes
y toqué su
de que pudiera
hombro, pero él darme
no sintió cuenta
nada. de Nolome quevioestaba
ni mepasando,
percibió,

29
otro todos
pero plomo susatravesó el rostro
sentimientos de un
se volcaron compañero.
hacia De
la tela de aquel
cuadro.el Yo
tocar soycaímos
cielo el espíritu de esta obra, y no hay nadie más
al infierno.
acáTemo
ademáslodepeor:
mí. Mique
trabajo es embelesar se
el helicóptero a los transeúntes
retire a una
y concientizar
zona segura y anoslos deje
pequeños. Mi quiero
acá. No nombrequedarme
es “Materialismo
acá un
Abstracto”.
minuto más. Ya estamos todos tras la trinchera, tratando
de localizar al francotirador enemigo, esperando que sea
un solamente. A juzgar por los disparos, no está en un
punto más bajo que el nuestro, sino igual o más alto.
Eso no dejaba muchas opciones. Hay dos cerros cerca,
pero solo uno da el perfil necesario para un ataque.
Con los binoculares traté de localizar su posición, pero
estaba camuflado. Pude ver un reflejo de la luz de la
mirilla cuando apunto a mi cabeza. Mi mente trabaja a
mil, pienso en todo lo que puedo ganar y perder. Tengo
dos opciones: disparar a su posición y esperar a que el
viento y la corta distancia no afecten la trayectoria, lo que
significaría arriesgarme a que sean dos francotiradores y
decir adiós a este mundo. La otra opción es bajar la cabeza
y salvarla en la trinchera, pero perdería la posición exacta
del enemigo. Jalo el gatillo tres veces y salto hacia el lado,
esperando haber tomado la decisión correcta. El disparo
impactó mi pierna, pero no alcanzó la arteria femoral, por
lo que no había mayor peligro. Si es que no había otro
tirador. Caí al suelo y el dolor es como si un puñal hubiera
decidido hacer de mi pierna su hogar permanente. Logro
reincorporarme y salto a la trinchera y mis compañeros
me miran atónitos. Al parecer no me conocen tanto.
Esperamos por largos minutos, hasta que pasó
media hora sin que un segundo francotirador se hiciera

30
presente. Lanzamos la segunda y última bengala. Pasan
los segundos y minutos y no vemos al helicóptero
elevarse sobre los árboles para llegar a nuestra posición.
Estresa pensar en todo lo que le podría haber pasado.
Mi oreja arde como puta madre y no me deja pensar
tranquilo. Escucho aun el pitido que dejan los disparos.
No quiero más guerra, no quiero matar a nadie más,
no quiero que gente se pelee para matarme. ¿Estaré
cayendo en la locura? No sería extraño, no existe una
sola persona invulnerable a las inclemencias de la guerra.
La gente con poder nos manda como sacrificio para
hacer valer su punto, y debemos asumir sin alegar. Al
que reclame, lo callan, y no son cosas que te enseñen
en la escuela militar. Te dicen que todo será color de
rozas, ¡un héroe! Pero no es así, en una guerra no hay
héroes, no hay ganadores si quiera, solo gente muerta,
heridos por todos lados. Llegamos siete y nos vamos
tres, habiendo matado a veintitrés. Estas muertes pesan
sobre nuestra conciencia, no la de los generales ni jefes
de gobierno. ¿Qué creen que están haciendo? Tienen
gente muriendo de hambre en casa y gastan millones de
millones en enviar gente a su muerte.
Veo la hélice, luego apareció el cuerpo del helicóptero.
Es una maquina equipada especialmente para este tipo
de misiones, no muy blindada, pero rápida, para que la
extracción no llame la atención del enemigo. Subo arriba
después de mis compañeros, uno a uno. El médico a
bordo está revisando mi oreja y algo dice de que no hay
nada comprometido. El cansancio no me deja pensar.

31
La adrenalina ya se fue, y espero que no vuelva. El dolor
es fuerte, pero mi vida ya no corre peligro. Mire hacia
afuera por la ventana lo que durante meses fue mi hogar.
Incline la cabeza y mis ojos se cierran. No quiero saber
más de esta realidad.

32
Taxista

Vivo tras el volante, me paso noches enteras escuchando


historias, dolores, mentiras y verdades, veo traiciones,
engaños, pero también amores y pasión. No espero
nada a cambio, no soy psicólogo, no soy experto en
la vida ni mucho menos, solo soy un taxista. He visto
cómo la vida ve la luz en el asiento trasero de un Yaris,
y espero nunca ver en mi retrovisor la cáscara de un
alma que se despide y arranca, trepidante, de esta tierra
seca, sucia y cruel.
He visto personas agradecidas de la vida, lágrimas de
felicidad que ruedan como un aro catorce por su mejilla,
para caer lentamente sobre el mismo lugar en que lloró,
desconsolada, una viuda en su aniversario. El destino
es inexorable, misterioso y pícaro. He cambiado ruedas
propias y ajenas, he reído con historias de botella, y
sentido la piel de gallina al recorrer el peligro de una
curva bajo la lluvia nocturna. No soy un hombre de
muchas palabras, pues mi trabajo no requiere mucho
más que un mapa, un café y la disposición a escuchar.
A veces las personas solo necesitan una oreja en la cual
botar sus frustraciones. ¿Quién soy yo para negarles tal
placer? He visto mujeres levantar su falda, coquetas,
para llamar un taxi, escondiendo que por dentro están
destrozadas y que solo la aprobación de un completo
extraño puede sanar una herida a maltraer.

33
Me acusan de que ya no lloro por la muerte de mi
señora, que en paz descanse, se ríen de mí por no
mostrar furia ni enojo al recibir insultos, rechazo por
no ruborizarme frente a una gesto coqueto, se apiadan
de mí porque la sonrisa que antes habitó mi rostro se
fue para no volver. Es lo que la vida hace en la gente,
el sentimiento estorba, y me apena. Siento rabia, siento
dolor, pena, alegría, siento vergüenza, siento lo mismo
que hace 20 años, pero mi rostro se cansó del día a día,
noche a noche, de resistir el abatimiento de una mala
jornada. Dicen que todo esto me sucede por no fumar.
Allá ellos, yo no soy al que visitan en un centro médico
cada domingo de 2 a 6.
Mis manos ya no pasan los cambios como solían
hacerlo, ni tengo la destreza de manejar con las rodillas.
Pero sigo aquí, tras el volante, vivo y con un pasajero
atrás. Se ve devastado, y le pregunto por qué. "Mi hijo
murió, en este mismo día, hace 3 tristes años, hoy día
cumplía 10" me dijo, mientras dejaba caer una lágrima
de hombre, que aterrizó junto a una de alegría y otra de
pena. Hay cosas más grandes que uno en esta vida, y los
problemas propios no entran en esa categoría.
En el minuto que se ven las estrellas titilando en el
manto azul oscuro que cubre las calles donde habito, mis
párpados de anciano empiezan a ceder frente a la fuerza
del tiempo. Antes de que el sueño me gane, llego a la
central, firmo la planilla marcada por círculos perfectos
con olor a café, declarando ganancias y pérdidas, temas
absolutamente monetarios. Nunca me han pedido

34
declarar una buena historia o rendir las buenas obras,
tampoco esa vez que casi choco por ser imprudente y
doblar en segunda fila. Solo declarar los ires y venires
de dinero.

35
36
A los sintientes

37
38
Las Ventanas

Las ventanas dejaban entrar una luz tenue, cansada,


un poco de invierno sobre las paredes blancas que se
tintaban amarillas mientras la tarde se consumía entre
nuestras palabras calladas. Tú estabas ahí, leyendo algún
libro que hoy no logro recordar, mirándome como
si cada marca en mi rostro te pareciera una historia
fascinante. No sé si en realidad sepa que libro se supone
que leías, no recuerdo haber hablado de su contenido, o
el autor, o la ilustración de la portada. Había cosas más
importantes de las cuales hablar. La brisa entraba tímida
a la pieza donde estábamos contemplando la existencia,
meditando de la vida en silencio, aprovechando la
compañía que nos brindábamos mutuamente. A veces
siento que el silencio, en su justa medida, permite que
un momento dure para siempre. O al menos así se siente
cuando recuerdo esa tarde junto a ti. Tanto fue lo que
no nos dijimos ese día, pero que gritamos con el pecho
abierto como si se tratara de un libro tapa dura dispuesto
a ser leído eternamente en silencio.
Puede que haya sido la quietud, o la luz que vestía con
su velo tu blanca piel, cansada. Los pájaros se paseaban
en el jardín, justo afuera, y mi memoria imagina una loica
caminando curiosa mientras el silencio nos carcomía. Yo
era muy inmaduro entonces, y no supe apreciar lo que
significaba, el valor que tiene el compartir la ausencia

39
de sonido, la paz que solo algunas personas pueden
entregarte de manera tan incondicional como hiciste tú.
En esa blanca habitación, de la que tan pocos recuerdos
tengo, te tengo a ti, acomodando tus almohadas bajo
el atardecer andino, esa brisa fresca colándose entre
las ventanas y tu sonrisa perenne diciéndome que todo
estaría bien, porque así eras tú, protegiéndome hasta que
tu cuerpo se rindiera, cansado.
Ya se hacía tarde y tenía que volver a mi casa. Quería
hacerlo, me sentía incómodo y ese lugar me hacía
sentir ansioso. Nunca me han gustado las clínicas, su
olor a anestesia y la sensación de que todo el mundo
te esconde algo pensando que es lo mejor para ti. Me
daba pena dejarte allá, pero no podía hacer otra cosa,
estabas tratándote y peleando contra una enfermedad
de mierda, que solo ya más adulto entiendo lo que
significaba. Todos esos cambios de humor, tu cansancio,
la pena que te rodeaba, la tensión en las comidas
familiares, la sensación de pesar en mis hombros, que
no era mía realmente. Aunque yo no entendiera lo que
pasaba, sabía que algo no estaba bien contigo y creo que
por eso no me portaba tan bien cuando me lo pedías, o
era desobediente, hasta irrespetuoso. Dicen que no hay
nada tan cruel y a la vez tierno como un niño.
Te lloré como no recuerdo haberlo hecho nunca.
Suelo ser súper abierto con mis emociones, en especial
la pena, no me avergüenza llorar en público o contar
que es lo que me entristece. Contigo fue distinto, lloré
en soledad, hacia adentro. Te lloré para ti y para mí, para

40
nuestro silencio que solo vengo a entender tantos años
tarde. Me sentí culpable de nunca haberte aprovechado
como otros sí lo hicieron, de mirarte de reojo, hacerme
el desentendido, de no buscarte. Eras increíble, fuera de
serie, un personaje de libro, las conversaciones que tuve
contigo están marcadas a fuego en mi memoria, y sé que
jamás las voy a poder recordar con el ahínco que me
gustaría haberlas vivido. Tu risa espontánea y la inocencia
que a veces se te colaba entre tus longevos años. Y hoy
estoy acá, recordando esa tarde que seguro fue solo un
momento entre tantos otros que compartimos, pero
que ahora resalta con el mismo brillo que te rodeaba ese
día. Ahora cada vez que veo esas habitaciones blancas,
esos edificios solemnes llenos de silencio, recuerdo los
colores con los que llenabas la pieza cuando te venía a
ver, y me doy cuenta que ese blanco de las paredes es
solo un lienzo esperando para ser decorado. Creo que
ahora no me molestan las clínicas, su olor me recuerda a
ti y tu sonrisa pintada en la ventana.

41
Colores (o cómo verlos)

Como si fueran dos amigos de toda la vida, estaban


sentados uno al lado del otro en el parque que queda en
la entrada de la calle donde ambos viven, cada uno en
su casa, cada uno con su familia. Uno con 9 años y una
vida por delante, el otro con 74 años que se escaparon
lentamente de sus ojos para nunca volver. Cada uno
alegre a su manera, ambos vivos, enérgicos, ocurrentes.
La imaginación del pequeño resuena en la conciencia
curtida del adulto mayor, las palabras meditativas
retumban sobre el enclenque telar en el que camina el
pequeño. Una tela blanca que se colora día a día, en
cada instante, percibiendo detalles, movimientos, rayos
de sol, gotas de lluvia, rocío y estrellas. A su lado, un
caballero que lo observa como si fuera su propio nieto,
con la sonrisa de quien conoce hacia donde llegan los
que piensan como el pequeño, los que crean castillos en
el aire y escaleras de viento para llegar a ellos.
El chico se enteró hoy que el caballero era ciego
como un topo, que los colores para él eran solo estela
de memoria, fragmentos de recuerdo. Al tratar de
explicarle al pequeño cómo había sucedido, no supo dar
a entender que fue algo que le pasó con el tiempo, parte
de la naturaleza. No quería asustarlo tampoco, evitaba
afrontarlo desde tan joven a lo efímera que puede ser
la salud, la fugacidad de la juventud. No era momento,

42
aún, para desteñir la brillante imagen que el niño tenía
de la vida. Así fue como, sin darse cuenta, el pequeño
le empezó a intentar describir lo que ambos estaban
viendo, este parque que conocía tan bien como el rostro
de sus hijos, sus nietos y su querido perro. Una sonrisa
se dibujó en su alma y un sentimiento de sorpresa se
le escapó por la garganta. La motivación del niño lo
enternecía, pero también le generaba curiosidad, así que
le siguió el juego, esperando a ver el parque una vez más,
después de tantos años.
—Bueno, a ver, primero que nada
—Primero que todo
—Eso, primero que todo, el cielo es azul. Azul es un
color como, no sé cómo explicarlo en verdad. ¿Libre?
Es como si tomaras un pájaro y lo dejaras volar. ¡Igual
que el mar! Pero distinto. A veces el azul es más claro o
más oscuro
—¿Y que es oscuro?
—¿Cómo que no sabes lo que es oscuro? No sé cómo
decirlo. Es muchas cosas juntas, como si todo se apilara,
como... ya sé, mientras más oscuro, es más todo. El blanco
es limpio, es simple, es algo desocupado, ordenado, lo
oscuro, el negro, es todo lo contrario: Imagina un nudo,
como si todo en tu cabeza se enredara e hiciera un solo
gran nudo. Eso es el negro. Ahora, todos los colores se
pueden mezclar con blanco y con negro. ¿Ves?
—Creo que voy entendiendo
—Por ejemplo, de noche, el cielo es muy oscuro, es
como si todos lo que las personas pensaron durante el
día se escapara a descansar allá arriba. Mi mamá dice
que las estrellas son donde los pensamientos se van a
descansar de nosotros.Después, tenemos el pasto. ¿Ha
caminado alguna vez sobre el pasto sin zapatos? ¿Por
qué se ríe?
—No es nada, recordé que hace tiempo no lo hacía.
Pero sí, sí he caminado descalzo
—Bueno, el pasto es verde, y se ve todo como si fuera
un solo color, pero si te acercas, puedes ver cómo son
muchos verdes distintos. Hay unos más claros, otros más
oscuros. Ya expliqué lo que era claro y oscuro, ¿cierto?
—Sí, y lo entendí a la perfección
—Ya, igual. El verde se ve como viento. Eso es, el
verde es color viento
—¿Cómo color viento?
—Es que es un color que está en los bosques, en los
árboles, y cuando hay viento, todo lo verde se mueve.
Por eso, se siente como viento. Además, a veces, puedes
escuchar cómo los árboles cantan. Y encima del pasto
hay flores, de todos los colores. Pero todos los colores
separados sí, no como el negro.
—¿Cómo así?
—Bueno, está el amarillo que es muy cálido y me
recuerda a los rayos del sol. El naranja, que es como el
amarillo, pero más tibio, y dan ganas de darle un abrazo.
También hay flores rojas, que son como el corazón,
son fuertes y cálidas. Hay rosadas, que son más frescas
y claras. Mis favoritas son las azules, porque es como
si un pedazo de cielo se hubiese quedado en el pasto
esperando a salir volando.
—¿Y cómo me veo yo?
—Usted es viejo
—Muchas gracias por notarlo, no me lo decían hace
tiempo
—¡Perdón! ¡Se me olvidó que mi mamá me dijo que
es de mala educación! ¡Perdón, perdón!
—¡No te preocupes pequeño! En decir la verdad no
hay engaño. Ahora, sigue contando que es lo que ves
—Emm, usted está vestido con una chaqueta café.
El café huele a mis papaás, a desayuno y a tardes de
invierno, esas con mucho frío y lluvia. También tiene
un pañuelo negro, con rombos rojos. Los rombos son
como cuadrados cansados de estar parados, entonces se
van un poco para el lado porque les dio sueño. Además,
tiene unos pantalones color cielo y unos zapatos cafés,
pero más claros, como mi perro. El café claro es un
color de perro.
—Bueno, ¿y yo, qué color tengo?
—Usted tiene el pelo blanco, como desocupado,
la piel rosada pero más blanca que la mía. Yo soy más
como mi perro
—¡Que risa! ¿Y te gusta ser como tu perro?
—¡Sí! Él juega y come todo el día, y cuando hace frío
siempre está tibio, perfecto para acurrucarse con él
—Qué bueno, niño, los perros son los mejores
amigos que uno podría tener.
Ya debe ser tarde, ¿no? ¿Por qué no vuelves a tu casa?
—Es que yo ya no puedo volver

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—¿Por qué? ¿Por qué pones esa voz, chico? ¿Hiciste
algo malo? Si quieres puedo hablar con tus papás y
contarles lo feliz que me has hecho todo este rato
mostrándome los colores de la plaza
—No, es que, no es eso. Ya no vivo en la casa que
usted conoce
—¿Cómo no?, pero si te oí salir, incluso saludé a
tus padres, somos vecinos desde hace tiempo, si hasta
conoces a mis nietos. ¿No me digas que te cambiaste de
casa y no me di cuenta?
—No, mis papás siguen viviendo donde mismo, en la
misma casa color corazón con ventanas cielo y un jardín
de viento
—¿Entonces qué es lo que pasa?
—Don Emilio, usted tampoco puede volver a su casa
—¿Qué estás diciendo?
—Es que, es difícil de explicar. Es más difícil de
mostrar que los colores. Además, ustedes los adultos no
toman bien estas noticias
—Cris, ¿qué estás queriendo decir?
—¿Se acuerda que hace un año se juntaron muchos
vecinos, guardaron un minuto de silencio y todos
lloraron un poco?
—Sí claro, fue una ceremonia muy linda, muy
triste, porque había muerto el hijo de un vecino del
barrio y todos nos pusimos de acuerdo para honrar su
memoria, apoyar la familia y unirnos un poco más como
comunidad. ¿Qué tiene que ver eso?
Cristóbal, dejando escapar un par de lágrimas de

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sus ojos color desayuno, con pena, culpa y frustración,
apuntó al costado del parque, donde había un grupo de
gente reunida. Don Emilio lograba reconocer algunas
voces: los vecinos que ponían música hasta tarde, los
que discutían después de comer, los niños que jugaban
con su perro tirándole una pelota de tenis y después
sacándola entre los barrotes de la reja. A sus hijos. Sus
nietos. Los papás de Cristóbal. Todos lloraban. Lloran.
Entendió qué es lo que pasaba, frente a sus ojos, sus
inútiles y agotados ojos. Cristóbal lo miraba con pena,
con culpa, con vergüenza. No sabía qué decir, y lloraba
a mares. Desamparado, como quien intenta disculparse
de corazón, pero no encuentra las palabras y termina
desvistiendo el alma a través del llanto.
Emilio, tratando de asimilar qué es lo que estaba
pasando, volvió haciael pequeño que estaba echo un
manojo de mocos y lágrimas, tratando de no hacer
ruido, sollozando para adentro, intentando no molestar,
ahogándose en la impotencia de no poder hacer nada. El
viejo tomó su mano y le revolvió el pelo ocupado que le
cubría la cabeza.
—Cristóbal, pequeño canalla. ¿Llevas todo este rato
tratando de hacerme más fácil esto? ¿Te ingeniaste lo de
los colores para dejarme ver este increíble parque una
vez más? Vamos Cris, deja de llorar por favor, que o
sino me vas a ver llorar, y nadie quiere ver a un viejo
decrépito haciendo pucheros
—Mi mamá siempre me decía que llorar es como
abrir la llave del agua y dejar que todo lo malo salga de

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la cabeza
—Tu mamá tiene mucha razón, ojalá hubiera sabido
eso antes. Tantas veces que quise llorar y no lo hice
por no querer molestar. ¿Ahora vienes tú, travieso, a
enseñarme esto, a estas alturas? Bueno, creo que nunca
es demasiado tarde para aprender a llorar
—Venga, Don Emilio, tenemos que irnos
—¿Tan luego? Al menos pude escucharlos a todos
una última vez. ¿Estarán bien?
—Muy bien, tuvieron un gran padre y abuelo. Y no
se preocupe por su perro, él hace tiempo sabía que esto
iba a pasar
—Con razón los últimos meses ha estado tan
regalón, y yo que pensaba que era por haberle cambiado
la comida. Espero que mis hijos lo cuiden mucho
—Además, esos dos chicos, seguro le alegrarán la
vida. Usted tranquilo.
—Estoy listo. ¿Puedo tomarte la mano?
—Por supuesto, no se preocupe, yo lo acompaño. Si
quiere, le sigo contando sobre los colores. ¡No se ría, se
lo digo en serio!

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Esperando a la Muerte

Tal cual como están leyendo, estoy sentado esperando


a la maldita muerte. La mismísima muerte tiene veinte
minutos de atraso y me tiene aburrido de esperarla. Está
bien que sea domingo y que no sea día laboral ¿Pero en
serio? ¿Hasta para la muerte? Les explico desde el principio
mejor: estaba yo, calmado en mi cama leyendo un libro
de Agatha Christie, cuando una necesidad urgente de ir
al baño invadió mi ser completo. Me levanté de la cama
y me dirigí al baño, donde sin ningún problema hice mis
necesidades, luego me lavé las manos y me disponía a
volver a mi cama al tremendo panorama de sábado por
la noche. Eran ya pasadas las doce, a decir verdad, así
que ya estamos hablando de un domingo cualquiera. La
cuestión es que en el recorrido desde el baño a mi pieza
tengo que pasar por el lado de unas escaleras que llevan
al primer piso. Entra en escena Mateo, el tremendísimo
hijo de puta de gato que tengo parasitando en mi casa.
El muy mal nacido se me cruza, con las luces apagadas,
tropiezo y caigo por las escaleras, rompiéndome el
cuello y quedando ahí tirado, moribundo, inmóvil y
viendo cómo el Mateo me miraba desde lo alto de la
escalera. Simplemente dantesco. Ahora, creo que todos
hemos visto alguna película, o leído algún libro, donde
tratan la muerte como el paso a otra vida, o un proceso,
ritual, recorrido que el protagonista realiza de manera

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solemne y reflexiva. Ni un carajo, de golpe sientes como
que te desdoblas y ahí estas, viéndote con la cara toda
pálida, el cuello hecho un nudo y preguntándote si no
pudiste elegir un atuendo más estúpido para morir. ¿Lo
peor de todo? Mateo sí me puede ver, lo cual es prueba
fehaciente de que los gatos son animales del infierno.
Supuse que no me quedaba más que esperar ahí a
que llegara algo, la muerte, la parca, San Pedro, así que
esperé. Me di cuenta que aun muerto y con el aspecto
fantasmagórico que debo tener (traté de verme al espejo
y vi cómo el reflejo de la puerta me atravesaba), aun
puedo manipular objetos reales. Así, tal cual, estimados
lectores, les está escribiendo un fantasma desde el más
allá, escuchando algo de Matt Elliot (¿Qué más ad hoc
no?). Por supuesto que no solo intenté manipular objetos
básicos como mi computadora o la radio, no señores, este
fantasmita de aquí se dispuso a llamar a toda la vecindad,
casa por casa, escuchando cómo la gente contestaba de
manera irascible el teléfono, esperando poder decirles
algo divertido, algún chiste de una línea, ingenioso, pero
al momento en que se me ocurrió algo, me di cuenta que
mi voz no era más que un aliento mudo que no generaba
ni siquiera un eco entre este silencio de muerte. Bueno
y en eso estuve los veinte minutos previos a ponerme a
redactar lo que bien podría ser mi obra póstuma. ¿Tal
vez la primera de varias? Todo depende de cuánto se
demore este impuntual esperpento.
Acabo de darme cuenta que esta será mi primera
entrada en un diario que no toco hace años. Lo que

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tiene que pasar en la vida de uno para retomar viejos
hábitos, ¿no? Recién fui a prepararme algo para comer
y, mientras Mateo observaba fascinado cómo el jamón
volaba de la puerta del refrigerador hasta el pan que
flotaba en mi invisible mano, me di cuenta que ni hambre
tenía. ¡Incluso en la muerte como por aburrimiento! Mi
psicólogo lo encontraría divertidísimo. Ahora que lo
pienso, tal vez lea esto una vez encuentren mi cuerpo.
¡Saludos Dr. Larraín! Dándole otra vuelta al asunto, tal
vez piensen que me volví loco justo antes de morir y
por eso escribí esto. ¿Debería seguir haciéndolo? No
quiero quedar como loco en vida, o al menos más de
lo que ya estaba. Además, ¿cuánto se podrán demorar
en encontrarme ahí, tieso como una mesa? Nadie viene
muy seguido la verdad, mi madre me llama los sábados,
pero para eso queda una semana. Había quedado de
almorzar con Rolando el lunes, pero ya le he cancelado
tantas veces que tal vez asuma que si no le contesto es
mi forma de decirle que este lunes no podrá ser. No sé
si habría ido en realidad. ¿Se han dado cuenta cuando
organizan un evento de manera tan segura y motivada
en un momento, solo para morir de flojera el día de la
reunión en cuestión y terminar cancelando horas antes
del asunto? ¿No? ¿Soy solo yo? Bueno, pues a mí me
parece común, qué quieren que les diga. Ciertamente
que ya han pasado más de cuarenta minutos y no me ha
llegado anuncio alguno de que venga la muerte. ¿Tal vez
ni se sabe mi numero?
Llevo esperando una hora y media a que me vengan

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a buscar y me encuentro en este mismo instante
buscando alguna página en que colocar un reclamo. Solo
se me ocurre Trivago y sus malditos comerciales. ¿Me
pregunto si los fantasmas también debemos cotizar por
habitaciones baratas en hoteles de lujo? ¿O tal vez solo
atravesamos la puerta como en las películas? No lo había
pensado, pero tal vez la muerte venga a pie y por eso se
demora tanto. ¿Tendré que caminar todo el tramo de
vuelta? Pésimo servicio, definitivamente tres estrellas.
¡Uff! ¡Casi se me olvida borrar el historial de internet!
Habría sido un terrible percance si alguien se hubiese
metido a fisgonear por ahí. ¿Habrán páginas especiales
para casos como el mío? Algo así como una deep web
para fantasmas, o una red de apoyo psicológico para
espectros abandonados. Google lo tiene todo. Prendí
la tele y en History Channel hay un programa de caza
fantasmas y exorcistas. Televisión de calidad.
Ya, definitivamente la muerte se olvidó de mí, y me
aburrí de esperar. ¿Tal vez si le enderezo el cuello a mi
cuerpo? Uff, ese crujir de huesos no sonó nada bien. Al
menos se ve mejor ahora. No es que sea muy digno morir
por tropezarte con tu gato, pero hay que conservar lo
poco que se tiene. Intentaré acostarme sobre mi cuerpo,
tal vez así logro volver a la vida o alguna barbaridad
del estilo, muy hollywoodense. No, definitivamente no
funciona, aunque debo decir que es bastante incomodo
acostarse sobre el cuerpo propio, es casi como si pudiera
sentir el frío. O sea, lo sentiría si pudiera sentir algo en
realidad, hasta ahora lo único que siento es aburrimiento.

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¿Y si este es en infierno y el castigo es estar eternamente
aburrido por el resto de mis fantasmagóricos días? Suena
como a una barbaridad que dios haría, la verdad que sí.
Me asomé por la ventana para ver si venía algo, pero
estaban todas las luces apagadas y no soy muy fanático
de los lugares oscuros. Sí, damas y caballeros, he aquí el
primer fantasma que le teme a la oscuridad.
Ya revisé mi casa de arriba hacia abajo, habitación por
habitación, y no encontré nada más que hacer ¡Hasta
intenté quitar las telarañas de debajo de mi cama! Mateo
me acompaña a todos lados y no sé si lo hace por culpa
o curiosidad. Igual me apena un poco, no creo que
fuera su intención matar a su única fuente de comida.
Dicen que, si un dueño muere y los gatos no tienen qué
más comer, empezarán a comerse a sus dueños, y me
pregunto qué parte de mí sería la que se coma primero.
Igual intentaré aplazar la respuesta todo lo posible
dándole lo que hay en el refrigerador antes de que se
eche a perder, sería una lástima tirar esa comida a la
basura. Increíble todo lo que se ha demorado la muerte,
ya es de día y aun no tengo información alguna de que
debo hacer para irme al más allá. Definitivamente me
aburrí de esperar, cruzaré la puerta y veré qué maravillas
me depara esta fantasmagórica vida. Los dejo aquí, y
si saben de algún vecino al que le tiran las patas, llaves
de agua que gotean sin parar o teléfonos que vibran sin
que les llegue notificación alguna, díganles que prometo
solemnemente dejar de molestar a cambio de cerveza
barata y unas papas fritas, nada muy refinado.

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Martín Pescador

Doy vuelta la cabeza y no veo nada, nadie, solo polvo


de vida, un ruido lejano. Un saludo cuelga de una nube
sobre mi cabeza. Luces de neón se despiden mientras
paso, agitan sus colores con reprobación. El aire en la
cara me da sueño, me hace sentir que vuelo. Puedo volar.
Mis pies se agitan como banderas ondeando al ritmo de
la brisa. El cielo se ve tan celeste, tan celeste. Tanto color
puro, la vida se siente frenética. Mi polera se hincha
como un globo de cumpleaños y mi pelo se peina con el
viento. Lágrimas escapan de mis ojos y caen hacia arriba
por la velocidad de mi marcha. Vuelo como un Martin
Pescador, al acecho, decidido y dispuesto.
Miro mis pies y los ladrillos que pisan, que pasan,
saludan y se van en un mismo momento. Cierro los
ojos, todo va tan rápido. Va rápido como un deseo,
como un sentimiento, como un grito ahogado, como
un nanometraje resumiendo mi vida. Los juegos que
hacíamos de niño con los típicos amigos del barrio.
Goles en arcos de piedra, gritos eufóricos callados
por la noche. Caminatas por el río, risas de niño, ojos
expresivos, ojos de adulto llenos de inocencia. Cada
recuerdo es una fotografía, como un puñal, como una
polaroid incansable, hambrienta. Marcos refinados
resaltan los juegos, los bailes, los gritos, sonrisas, llantos.
De niño y adulto. Penas, traiciones, malas pasadas. Hago

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memoria de lo malo que he hecho, que no es poco.
Hago memoria de las cosas por las que nunca me hice
responsable. Los reflejos de filos incrustados en las
espaldas me enceguecen mientras escucho un grito en el
cielo. Ojos blancos y vidriados.
Veo mis recuerdos como burbujas escalando en un
vaso de cerveza, desnudándome, pidiéndome olvidar,
rogándome. Pero no quiero, no soy así. Hay mucha
risa, mucho encanto. Abrazos apretados, despedidas,
reencuentros. Sentimientos. No quiero olvidar. No quiero
olvidar absolutamente nada. Ni lo bueno ni lo malo.
No quiero olvidar cómo se veía mi abuelo dentro de su
ataúd, vistiendo ese traje tan elegantemente absurdo. No
quiero olvidar el olor del pasto recién cortado, el olor de
la tierra mojada después de jugar con mis amigos. Los
retos de mi mamá por jugar en el barro. Los colores de
Monet, las palabras de Neruda, los sonidos de Charles
Mingus, los consejos de mi mamá, las bromas de papá.
El quebrado humor de mi hermano, el cariño furtivo de
mi hermana. Mis perros. No quiero olvidar a mis perros.
Abro los ojos y no veo más recuerdos, más memorias.
No hay fragmentos, solo silencio. Frío y escandaloso
silencio. El silencio ensordecedor de una caída al vacío.
Ya no quiero caer. No quiero caer. ¡No quiero caer! No
quiero sacudir el frío pavimento y ser recordado como
un quebradizo sonido sobre la acera. No, olvídenlo.
No quiero caer. Los ladrillos corren al frente mío y el
cielo cada vez está más lejos. Cada vez que paso por
una ventana veo el reflejo de un hombre desesperado,

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arrepentido, atrapado. La silueta que se dibuja sonríe, me
mira con desdén y murmura un “te lo dije”. Lo odio, lo
odio ¡Lo odio! Odio todo esto. No quiero volar más, por
favor que alguien me detenga, que alguien pare este viaje
interminable, esta tortuosa caída. Cierro los ojos para
escapar de la realidad, pero solo encuentro más excusas
para vivir. Familia, amigos, compañeros, risas. Cantar.
Cómo adoro cantar. No es que sepa hacerlo, pero me
encanta sentir la pasión escapar de una garanta chueca
por tanta nota desafinada. Trato de entonar una melodía,
pero me traiciona el aire, me ahoga la velocidad, me
cansa el vértigo. Todo alrededor mío es aire.
No logro recordar cuantas ventanas han pasado. ¿Seis?
¿Diez? Ni siquiera pensé en esto cuando llegué arriba.
Debería haber contado los pisos. Esto me pasa por
subir la escalera. Al menos eso valió la pena, el amanecer
estaba precioso, una crema celeste salpicada de amarillo
y caramelo. Las nubes solo contrastaban los colores y
hacían de la vista una fotografía invaluable. Miro hacia el
suelo y parece que ya está cerca. Ya no queda nada que
agregar. Subí por un paisaje y bajo por un impulso. Solo
eso bastó. Qué frágiles somos. Un pensamiento, una
idea, un recorrido por los vacíos que aquejan el alma.
Si ella nunca se hubiera ido. Si él estuviera a mi lado.
Si hubiera dicho que sí a esto o aquello. Ya no importa
nada. Miro el pavimento y noto que no hay nadie. Mejor,
así nadie se verá arrastrado junto conmigo. Eso sería una
tragedia. Cierro los ojos una vez más y espero que sea la
última vez que lo haga.

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Nunca nadie dice que los últimos metros son los
más largos. La impaciencia me ganó la pulseada y abrí
los ojos. A estas alturas ya solo quiero terminar de caer
y acabar con esa tortura de caída. Cada ladrillo, cada
marca, cada vidrio me recuerda a alguien distinto, algo
que me faltó hacer, un perdón que por orgulloso nunca
pedí, un gracias que nunca me había dado cuenta que
faltaba. La verdad es que nunca me preocupé mucho de
eso, siempre asumí que tendría tiempo. Qué ingenuo,
traicionado por mis propias emociones, por encerrarlas
bajo candado y perder la llave. Al final, lo único que
me llevo es el arrepentimiento. Ya no queda nada y veo
cómo se aproximan los últimos ladrillos. Puedo oler el
alquitrán de la calle y el polvo me hace querer estornudar.
Solo siete ladrillos más. Cinco. Cuatro. Ahora solo dos.
Uno.
Un gritó me levantó de la cama. Son las doce de la
tarde y el sol ya se cuela entre la cortina. Siento la boca
seca, mis manos tiritan y siento un mareo insoportable.
Traté de levantarme, pero mi cuerpo se rehusó a
hacerme caso, cayendo postrado de espaldas sobre la
cama. Había sido todo un sueño. Una simple, confusa
e hiperrealista pesadilla. Me restregué los ojos con unas
manos empapadas de sudor frío. Cerré los ojos un
minuto e intenté pensar en todo lo que había soñado.
Todo era muy extraño, muy real, muy vívido. Recordé el
grito que me despertó y me di cuenta que era yo mismo,
gritando desesperado, lleno de miedo, pena y decepción.
Era un grito pidiendo perdón.

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“¡Tomás!, levántate ya que son las doce de la tarde y
tienes cosas que hacer” – gritó una voz desde afuera de
mi habitación.
Lleno de pereza, tomé lo que me quedaba de voz y
respondí -“Dame cinco minutos más, quiero ver en qué
termina el sueño”.

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El domador de volantines

Los recuerdos escaparon de mi mente como gotas de


rocío, resbalando de la tierna hoja para caer en el áspero
suelo. Ahora no soy nadie, tal vez nunca fui nadie y
probablemente jamás logre ser nadie. Mi memoria es un
artefacto roto, y mis recuerdos escaparon a través de las
grietas que dejó la vida en ella. No creo que vayan a
volver.
Un rostro sin facciones me mira enternecido, con
cariño. Yo estoy sentado en lo que parece su regazo.
Harapos viejos cubren su cuerpo, como tratando de
evitarle la vergüenza de andar desnudo. Él me reconoce,
pero yo no sé quién es. No sé quién soy. El pelo cano
cae sobre su frente y la descuidada barba se enreda
sobre su cuello. Sus manos me acarician y toda la escena
irradia tranquilidad. Lágrimas escapan de aquel rostro
irreconocible y caen sobre mi espalda. Duermo boca
abajo sobre su regazo y todo me parece tan familiar.
¿Quién soy?
Volantines. Los recuerdo. Coloridos volantines que
mi abuelo elevaba con destreza. Gráciles movimientos
orquestados por el viento convierten simples cometas
en un espectáculo de colores, y mi abuelo sabía hacerlo
de maravilla. Escucho su risa, sonora y estridente, una
carcajada contagiosa que infunde alegría. Es mi abuelo.
¿Dónde estoy?

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Abrí los ojos y frente a mi están mis familiares,
amigos y algunas personas cansadas de la vida, amigos
de mi abuelo. Gente que probablemente no tienen nada
en común, desde políticos nacionalistas hasta pobres
inmigrantes. El salón es oscuro y la poca luz parece
cálida, y sin embargo todo se siente tan frío. Todos con
trajes oscuros, vestidos de luto. ¿Un funeral? Miré donde
estoy parado y a mi lado veo el altar. ¿Qué hago acá?
Lágrimas caen sobre el suelo. Parecen lluvia, la lluvia
más triste del mundo. Busqué entre todas las personas y
la única que no pude ver fue a mi abuelo. Pensé en los
volantines, y en por qué el viento no dura para siempre.
Miré hacia arriba pidiendo misericordia a ese Dios que
hace tanto tiempo dejó de hablarme. ¿Dónde estoy?
¿Qué hago acá?
Un sollozo me sacó de tan banales cavilaciones. Mi
cuerpo inmóvil descansa dentro de un féretro de fina
madera y detalles exquisitos, mientras mi abuelo, cansado
de la vida, llora sobre mi pecho. Una sonrisa quiere
dibujarse sobre mi rostro, pero los muertos no sonríen.
Las lágrimas humedecen mi elegante traje, pero yo ya
no puedo sentir el frío. Pobre de mi abuelo, si tan solo
me dejara recordarlo como el domador de volantines,
podría partir al otro mundo más tranquilo. Pero ahora
solo puedo pensar en su tristeza, en su soledad y en por
qué el viento nunca es para siempre.
Lo miré a los ojos y dejé caer una lagrima dentro
de mí, una lágrima que solo él podía ver. Mi abuelo
desapareció frente a mis ojos súbitamente, y no puedo

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evitar soltar una vibrante carcajada dentro de mi cuando
lo veo volver con un volantín enorme, el más grande que
haya visto. Dejó caer una sonrisa sobre mi rostro y se fue
junto a sus lágrimas resignadas. Ahora podré enseñarle a
Dios cómo se elevan volantines.

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A los músicos

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Violín al Cuello

La sala está llena. Sillas de madera añejadas por el tiempo


se sostienen sobre sí mismas, vacías, llenas de inspiración.
Llenas de hambre. Llenas de vida. Miro hacia arriba y
aprecio los detalles de un fresco que descansa sobre el
cielo falso que levita sobre nosotros. Cierro los ojos y
escucho el roce de mi violín, madera pura y santa, llena
de amor, alegría y adrenalina. Llantos, decepciones y
dolores. Confusión, creatividad. Sentimientos fluyen
desde mi mente hasta la punta de mis dedos. Mi hombro
se siente cálido, mis brazos nerviosos. Frente a mí están
todos, y yo estoy frente a ellos. Un semicírculo dibuja
una sonrisa nerviosa en los más novatos. Sonidos son
despedidos desde los distintos instrumentos que llenan
la sala. No hay orden, no hay respeto. No hay una fila
para afinar ni un orden determinado. Nos miramos entre
todos y una brisa cálida se pasea de boca en boca. Somos
uno.
Magia. Abro los ojos y la sala está llena. Niños y
adultos, abuelos y jóvenes. Peinados extravagantes y
cortes tradicionales. Zapatos lustrados y otros gastados.
Corbatas y bufandas, sombreros y gorros chilotes. La
música no discrimina. Veo gente que me conoce, me
saludan con la mano y yo respondo con un leve gesto,
sin romper mi personaje. Compostura. Soy parte de
una caja de música, golpeando notas, gritando sonidos,
emanando sentimientos. Todo está en silencio. El
público toma asiento y las presentaciones dan paso al
movimiento. Tomamos la postura correcta. Miramos
hacia al frente y cerramos los ojos. Ya no estamos aquí
ni ahora.
La primera nota escapa de mis manos, tantas manos.
Tantos brazos moviéndose a la misma velocidad, en
el mismo sentido, pero de maneras tan distintas. Tan
diferentes, que la esquizofrénica coordinación que
requiere tamaña hazaña incluso me sorprende. Una
coordinación asimétrica, un ritmo disparejo. Cada uno
se balancea a su manera. Unos cierran los ojos y dejan
ver el alma, mientras otros posan sus pupilas sobre el
cálido papel, gastado de tanto dictar compases. Brazos
se mueven frenéticos, labios se empapan de inspiración y
soplan armonías fantásticas. Dedos golpetean perlas de
invierno, piedras de ébano. Un bombo detrás de todos
gasta la vida con cada golpe. Personas unidas bajo un
mismo ideal, un mismo fin. Sacrificio común en pos de
una misma meta: la Música.
Un escalofrío recorre mi espalda y aterriza sobre mis
pies, la pluma ataca las cuerdas con precisión. Sube, vibra
y vuelve a caer. La cabeza se mece sobre los hombros
cual torbellino, emociones giran alrededor de nosotros
como un trompo. Algunos ríen, otros están más serios.
Unos pocos nerviosos, con dedos tiesos y movimientos
mecánicos, pero siempre acertando a la nota correcta
en el compás correspondiente. La vida se escapa entre
mis dedos, fluye hacia la madera inerte y la llena de
vida, de furia, de pasión incontrolable. Mi mente no
logra concebir un solo pensamiento, todo es emoción,
euforia. Somos uno entre todos, moviéndonos como el
pastor en la pradera bajo el efecto de un viento que nos
peina. Ese viento es la música, la magia, la inspiración,
la razón de ser.
Seguimos el fluir de la música como una marea que
nos acobija y mece suavemente, de un lado hacia el otro,
hipnóticamente, como un péndulo de Newton. Somos
canicas en el ir y venir de la música. De súbito todo se
detiene y volvemos a la realidad. Dieciséis párpados
se abren instantáneamente y observamos un público
conmovido, boquiabierto, confundido. Nos levantamos
y hacemos una leve reverencia, la cual es respondida con
un aplauso frenético y un par de chiflidos, de parte de los
más irreverentes. Pequeñas sonrisas y alguna carcajada se
escapan de entre nosotros, vivimos para este momento.
Aún escuchamos el eco del viento que acaricia nuestros
rostros. Gracias a la música, por darme vida, darme paz.

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La Orquesta

Murmullos revolotean en el salón como colibríes


hambrientos, desesperados por encontrar el néctar que
entrega la flor, voluntaria y dispuesta. Se oyen voces
de mujeres y hombres, niños y niñas. Adolescentes
buscando el significado de la vida tras el sonido de una
nota lanzada al viento como una despedida. Se oyen
expectativas, conocimiento, datos tan falsos como
interesantes. La puerta sigue abierta y la gente sigue
entrando. Se sienta en el suelo o se apoya en las paredes.
Los asientos se agotaron hace tiempo ya, solo queda
acomodarse donde se pueda, cerrar los ojos y escuchar el
aleteo del murmullo que sobrevuela la sala. Las palabras
crepitan como la marea, subiendo con esfuerzo sobre la
arena, dejando la húmeda huella a su paso. Suena como el
océano tranquilo, como el caer de la lluvia. Suena como
murmullo de voces que intentan no ser escuchadas por
nadie más que el interlocutor, fallando completamente.
El director se levanta y da la bienvenida. El silencio
es absoluto. Los niños se encuentran absortos en
los instrumentos, los adultos observan los detalles e
intentan que no se escape ni uno solo. Los músicos están
de pie, sosteniendo los instrumentos con confianza,
como si fueran una extensión de su cuerpo. Un piano
se esconde entre la gente, detrás de Cellos, Contrabajos,
Fagots, Clarinetes, camisas blancas y chaquetas negras.

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Pulcritud. Orden. Simetría. Prestancia. Inmóviles todos,
silentes, mudos, paralizados por la expectativa y el
nerviosismo. Atentos, expectantes a la orden de director,
observando el auditorio, sus detalles de madera, el fresco
que descansa sobre el cielo falso sobre sus cabezas. El
aire se vuelve tenso, el bombo se prepara para recibir
los primeros golpes de la noche, el percusionista para
darlos. Todo es especulación para el público, mas certeza
para la orquesta.
El director da la señal y todos los intérpretes se ponen
en posición. Los Violines al cuello y la pluma acechando
las cuerdas. Los Fagots sienten cómo sus labios reciben
el primer beso de la noche, compartiendo un ligero
aliento, cargado de ansiedad. Los Cellos descansan sus
puentes en el hombro de sus amantes, como el rifle sobre
el soldado, apoyados en su única pierna. Los Clarinetes
quieren graznar, gritar y llenar el auditorio de música.
El silencio es absoluto, la obediencia total, la disciplina
espléndida, y el ambiente pesaba más que todos los
instrumentos juntos. El director cerró sus ojos y sus
brazos se elevaron violentamente, como si intentara
que estos se desprendieran de su torso. Los Violines
emitieron la primera nota de la noche, acompañados
de los Contrabajos. Como un romance escrito por
Shakespeare, los Cellos acompañan y atacan, acarician
y desgarran, alteran y apaciguan. Los Violines acechan
cada oportunidad para dejarse notar, cada espacio,
cada nota aguda. Gritos altos y bajos, graves y agudos,
murmullos y susurros se escuchan desde atrás. Una voz

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que silba, luego otra, y otra, una más se suma. Ya no es un
murmullo, es una multitud de viento esculpiendo magia,
pidiendo calma mientras el piano ordena los compases.
Aplausos acechando indecisos, preguntando por
prudencia, confundidos por la incertidumbre de lo
desconocido, agazapados, esperando la oportunidad de
hacerse presentes, participar del arte, de la vida que La
Orquesta ha dado al silencio, de las vibraciones que el
suelo de madera replica, del eco que resuena en el salón, en
los corazones. Los movimientos súbitos de los Violines
y el rostro compungido de los Cellos muestran el énfasis
de cada nota, el sentimiento unísono, el estado de ánimo
general. El director de orquesta gesticula enérgicamente
e instruye cada momento, incansablemente, la emoción,
la profundidad, los silencios y los gritos. El Piano, frente
a todos, se roba el momento. Las cuerdas se someten
a su percutir, los vientos escuchan atentos. El bombo
interrumpe a ratos el melancólico pasear de las gráciles
muñecas sobre el borde de las teclas amarfiladas, dedos
dejando su huella al tacto sobre el ébano disonante. Todos
acompañan la pieza a su final. Es Forte. Es Fortísimo.
¡Es Fortisísimo! Y de súbito El Piano, en un llanto
descontrolado y pasional, se suicida en un Do profundo
y lleno de angustia. Los Violines acompañan el féretro
en su último adiós y la sala se somete nuevamente a la
tensión del silencio. El director descansa, se ha cometido
un asesinato en la sala.
La gente se levanta de súbito y aplaude, finalmente,
cumpliendo su papel, su expectativa. Han sido parte de

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algo más grande que ellos mismos y eso los satisface. Un
niño en la tercera fila, el quinto asiento desde la derecha,
llora desconsoladamente, pero guardando todo el respeto
que se le debe al silencio. Sus palmas se mantuvieron
inmóviles. No tiene nada que aplaudir. Llora por aquella
pieza de música, que jamás podrá volver a escuchar de
la misma manera. Un asesinato al ruido, al sonido. La
primacía del silencio. El director encuentra sus ojos en
una mirada cómplice y derraman juntos una lágrima por
la música. Luego vuelve su rostro a la Orquesta y levanta
su mentón decidido. La Función debe continuar.

71
Magia y Música

¡Vamos! ¡Que ese piano histérico nunca cese su


percutir! Saltan dedos como acróbatas, como lunáticos,
desquiciados, hiperquinéticos saltimbanquis, vuelan
entre negras como trapecistas suicidas, suben y bajan
escalas como bomberos en incendio. ¡Se quema todo!
Las llamas arden, el fuego consume nuestros oídos, notas
graves merodean en lo profundo como una ballena azul
que cruza las corrientes marinas. Gaviotas, albatros y
pelícanos surcan el cielo, lo rasgan, cortan y apuñalan
con notas agudas, acordes con filo. El jazz se confunde
con lo alternativo, progreso. ¡Esto es progreso! Los
dedos se enredan y hacen nudos y rompen los nudillos,
corren a lo largo del blanco mantel de madera, saltan
las vallas negras, patinan sobre el hielo y reposan sobre
el ébano. Nadie sabe lo que pasa, notas son repartidas
sobre el compás sin ningún orden, la banda se mantiene
atrás, silente, expectante, asombrada. Improvisación,
improvisación, improvisación. Creando desde la
nada, neuronas galopando sobre el piano, ordenando
locura, controlando las manos desbocadas. Olviden las
partituras, los tempos, no hay negras ni blancas. Hoy
somos todos de colores. Las piernas se mueven al son
de este frenesí incomprensible. ¡Histeria colectiva! El
piano se ríe, sus dientes se mueven al son del vértigo,
ilusión de movimiento. El pianista está vuelto loco, está

72
ensimismado, no escucha nada. El escenario arde de
música, de magia. La cola del piano se mueve como si de
un perro se tratara. Tiembla el piso, un terremoto acecha
mis oídos. No entiendo nada. ¡NADA! No hay nada por
entender, nada que ver, nada que degustar. No olfateen,
dejen de respirar. Toquen el aire y dejen que la música
invada todos sus sentidos. Éxtasis. Éxtasis. Éxtasis. Dejen
que el pianista haga su trabajo. ¡Aplaudan! Apláudanle al
piano, que aguanta tanto golpe, esquizofrénicos sonidos
escapan de las cuerdas vocales de nuestro negro amigo.
Miro al cielo y solo veo notas revoloteando el cielo falso
como si se tratara de una partitura. No hay res, síes, dos.
No hay las, soles, mies. Fas, fas, fas, ¿Dónde están?
¡Suficiente! La batería ahora acompaña el baile
maquiavélico que tiene concertado el piano. Una guitarra
escandalizada intenta arremeter contra la melodía, pero
solo la infla, la empuja, le da cuerda. La batería sigue el
son incomprensible del piano, y este nos intenta hablar.
¡Escuchen todos! - dice el piano- ¡Yo soy el piano! - cuanta
elocuencia. Después de un rato la guitarra se cansa y
la batería toma de la mano al piano. Como hermanos
en armas, como hijos de una misma madre. La madera
bastarda de la percusión; la batería, hija legítima. Música,
música, música, música. Magia, música. Una voz toma
el mando de todo este descontrol. Gracias al cielo. Sus
tonos son dulces como las manos de una madre, tierna
como la primera flor de primavera. Profunda, como el
deseo de vivir una vida plena, llena de alegrías, de penas,
de lluvia y sol. Esperando. La batería sigue descontrolada,

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con ira golpea el platillo. El baterista se siente agarrotado,
su hombro lo está matando, sus manos dicen basta.
Las baquetas son las dueñas del minuto, del segundo.
Golpean en desorden, mientras cada sonido cae sobre
su única casilla. La vida sigue, la voz toma la cuerda y la
ata alrededor del cuello de la batería. El bombo no irá a
ningún lado.
Ya todo está más tranquilo, el canto cae sobre la
audiencia como el rocío de la mañana, como la lluvia
de la noche, como agua de vida, de música, de magia.
Sentimiento. El piano intenta escapar, pero la voz lo
calma, lo doma. La madera, sometida, nada tiene que ver
con lo que emitía esas notas fantásticas. Sigue cantando,
golpeando las cuerdas según la métrica correspondiente,
pidiendo perdón y permiso. Suena fantástico, pero nada
de otro mundo. La batería intenta romper el esquema, es
más reacia, rebelde, idealista. Golpea con fuerza, vigor,
vida, pero la voz siempre vencerá al final. Su descontrol
cae en la métrica, sus arrebatos al son de la canción, su
rebeldía es uniforme. Una voz ronronea y acaricia las
notas con cuidado, con gracia. Sus tonos son perfectos,
llenan la garganta, el estómago y el oído. Pero algo falta.
Ya no hay locura, falta el vértigo, la emoción, el salto a la
norma. Falta el grito en el vacío. La voz se calla. El piano
golpetea nervioso y las cuerdas suenan con vergüenza.
La batería yace, amurrada, junto la pierna del vocalista.
Las manos de este hacen un gesto, y suelta las riendas
que sometían a sus dos cordeles desbocados. El piano
arremetió con su vida al viento, golpeteando con fuerza

74
notas incoherentes. La batería redobló los esfuerzos,
rompió la caja y se abrió al tempo. De a poco los sonidos
se empezaron a perder en el eco del salón, en un eterno
desvanecer. Se cierra el telón y la audiencia queda ahí, de
pie, perpleja.

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Rotonda

Duele. Como perder el alma en un grito desgarrador.


Duele como quemar el ingenio y ver el producto estéril
de horas de trabajo. Duele como solo duele la frustración
de tener y perder. Duele como caer desde lo alto de
un ojo al frío suelo pavimentado, convertido en una
sola lágrima. Me duele, una opresión en el pecho, una
angustia desesperada, una aguja que atraviesa mi torso y
desangra mis sentimientos. Levanto la mirada buscando
el significado a vivir. No espero nada, no busco nada.
Ojos verdes desganados olvidan lo que es tener y solo
piensan en lo que se ha perdido. La vida es cruel cuando
la pasión traiciona el deseo. El frío de la mañana solo
es opacado por la oscuridad de la misma. Los autos
solo son luces que van y vienen, sin pedir perdón ni
permiso. Miro el suelo y solo veo pavimento, sucio y
viejo cemento que se resquebraja cada tanto en tanto.
Mis hombros cansados cuelgan a la deriva y decido
escuchar una canción. Miro al cielo y veo como nada es
lo que parece.
Monocromáticamente, una textura incierta toma
forma y cubre el cielo mañanero. El cielo se ilumina
lentamente. Una guitarra inicia un punteo y me hace
olvidar los dolores, las pasiones y los desencantos. Arriba
surge vida, movimiento, viento y devoción. Corre sobre
el vaivén de la brisa. Donde un minuto había algo hoy es

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todo, luego nada. Se comprime y toma forma, se dilata
y olvida la misma. Colores blancos y grises se mezclan y
crean formas que alimentan la creatividad del alma. Los
ojos se pierden entre los colores de cielo y la mañana ya
no es tan fría. Ya no es tan triste, ni desgarradora. No
hay decepción ni frustración. Solo están los colores, las
formas, el viento y su mano artística creando ingenio.
La guitarra acelera su paso y mi corazón da un brinco
de alegría. La vida es grande, el cielo enorme, mis ojos
lloran. Tan simple que da risa, tan inocente, tan honesto.
Miro el contorno de la imagen que la brisa dibuja con
pulso preciso, como si esculpiera la lluvia de ayer y el
calor de hoy. Una ráfaga se disfraza de pincel y deforma
la imaginación. Lo que antes no estaba, hoy existe,
independiente, autónoma, libre y llena de vida.
La guitarra apunta al cielo y deja pasar un bajo
estrepitoso, vibrante, lleno de sorpresas, quebrando
esquemas y olvidando que la música tiene márgenes.
¿Qué limite se le puede poner al sonido? Atrévanse a
decir que la vida se vive bajo estándares definidos. ¡Los
reto a hacerlo! ¡La vida es más que la disrupción de
lo sistematizado, la ruptura de la rutina, la alergia a la
velocidad crucero! La vida es movimiento, sonido, color,
textura, llanto y alegría, odio y amor, gritos de angustia y
satisfacción. Los colores del cielo se queman, las formas
allá arriba toman tonos ardientes, incendiarios, propios
del fuego más intenso. El blanco ahora es amarillo, tal
como el gris huele a cobre y el negro se torna en pasión,
rojo puro y vivo. El sol escapa de entre las montañas y tiñe

77
de colores lo que antes era un lino virgen. Lentamente, el
frío da paso a una brisa tibia y sincera. Las nubes del cielo
sienten colores en sus barrigas expuestas y miran hacia
abajo, a la tierra cubierta en cemento, contemplando
cómo pequeñas hormigas caminan a lo largo de las líneas
de un cuaderno. Calles y avenidas, pasajes y vías, todas
en pos del movimiento, el transporte y la vida. El bajo
intensifica su sonido y la emoción invade el ambiente. Ya
nada es lo mismo.
La batería golpea la arritmia de mi corazón, acelerado,
confundido. El sol se eleva, perezoso, y tiñe las nubes
de colores áuricos, espléndidos. Tinta color oro corre
como sangre a través de los contornos cincelados por
el viento, destellando calor y luz sobre la tierra bajo
su dominio. Simpático holgazán, el sol como tirano,
como despótico monarca, monopolizando los colores
y cobrando diezmos a todos quienes osen mirarlo.
O eso quisiera él. Entre castigo de bombos y cajas
agitadas, llora el sol sobre las doradas nubes, porque él
nunca verá los rostros de aquellos su luz cubre. Tantos
colores, tantos sentimientos que habitan en los ojos de
los hombres. Ojos verdes, esmeralda, petróleo, azules,
turquesa, avellana y cafés. Rostros caucásicos y morenos,
negros y amarillos. Cabellos dorados, castaños, negros,
cobrizos y canos. Tanto que ver y tan poco tiempo. El
sol, desesperado, rompe a llorar y las nubes se le acercan
para consolarlo. Los rayos de luz atraviesan a las mismas,
pero generan un color dorado, nunca antes visto, y tal
belleza hace girar todos los rostros hacia el lugar de

78
donde proviene tan extraordinario fenómeno. Los ojos
ya no arden, pues las nubes protegen a los hombres, los
rayos ya no queman y las hormigas ya no tienen miedo.
El sol logra divisar la vida en cada uno de los rostros, y el
llanto que fuera angustia hoy es regocijo y dicha.
El concierto sigue y un teclado se asoma, tímido. Se
mostró inseguro y tembloroso, y al principio la batería
y el bajo no sabían si era buena idea incluirlo. Si fallaba
una nota podía poner en peligro todo el concierto. La
guitarra se levantó y miró al pequeño teclado, con sus
dientes blancos y negros intercalados. Vio la duda en
los ojos de la batería y la desconfianza en el puente del
bajo, y tomó una decisión. El teclado tocaría, y le dio
un empujón hacia el frente. Era su momento de brillar.
Miró hacia adelante y vio cómo los rayos dorados de luz
se hacían cada vez más tenues, dando paso a los colores
del atardecer. Un rojo ronroneante, un azul calmo y un
naranjo cómodo. El ambiente era tibio como un café
después de trabajar todo el día. Las nubes que antes
formaban figuras complejas, ahora solo eran polvo en
el viento, recuerdos eternos impresos en la retina. Las
teclas blancas y negras se entrelazaban mientras sonaban
sonidos modernos y extrañamente gráciles. Las notas
precisas, progresivas, extravagantes. Extraordinario.
La brisa que vuela por sobre las nubes se llevó lo
último que quedaba de estas, dejando al descubierto el
cuaderno cuadriculado por donde las hormigas caminan
diariamente. El sol, cansado de brillar, baja lentamente,
llevándose con él los últimos rayos de luz. Al mismo

79
tiempo una voz entra entre los instrumentos. Canta, grita
agudo. Una voz, dos voces, mil voces. Una garganta.
Notas altas y tonos armoniosos escapan en orden,
saltando entre tonos, jugando con las entonaciones,
saltando los compases como si fueran vallas en una
carrera. El sol casi se ahoga en el mar y la voz persiste en
su canto enérgico. Los colores se oscurecen y los rojos
dan paso a los negros, el cobre se torna gris y todo el
resto es azul, oscuro como el fondo del Mar. El sonido
crece y la canción está en su apogeo. El éxtasis invade
los oídos, llena el cielo, que se oscurece a medida que
pasan los compases. La métrica se olvida, el progresismo
avanza y vuela por donde antes las nubes descansaban,
colgando de la brisa.
La voz se calma, las notas agudas ahora son más
graves, más tranquilas. El teclado se deja estar y afloja
la intensidad. Ahora es un trío solamente. Guitarra, bajo
y batería. Suena increíble. Notas orbitan la tierra y caen
en los oídos como tiernos pétalos. La batería cesa su
percusión y el bajo calma su vibrar. La noche cae sobre los
instrumentos y aparecen las primeras estrellas, curiosas.
Se preguntan hacia dónde va esa hormiga trabajadora,
subiendo la gran avenida. La luna bosteza y abre los ojos,
es la hora de brillar. Mira el suelo y todo está calmo. La
guitarra toca las últimas notas del día y todo se sume en
silencio. La calma invade la noche y el velo oscuro cubre
el tablero de cemento. Una fina capa de frío cae sobre
la tierra, y sobre esta, el rocío. Nada se mueve, excepto
esa pequeña hormiga que camina con sus ojos verdes.

80
Las estrellas sonríen y juegan entre ellas. Una que otra
salta al vacío y hace que todos los hombres se exalten.
Mientras, la hormiga sigue su camino, llegando a Plaza
Italia. Allí, gira en torno a la rotonda y vuelve por su
camino. La mañana siguiente, otra canción sonará, otros
instrumentos tocarán y otras nubes volarán en lo alto
del cielo. O tal vez lo hagan más bajo y se conviertan en
neblina. Tal vez llueva, o haga un calor infernal. Tal vez
la hormiga no esté allí mañana. El silencio es total, solo
la brisa deja un suspiro en el aire, una queja, un sollozo.
Una sonrisa. Una rotonda.

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La Travesía

Un violín arrasa con mi memoria. De un segundo a


otro me encuentro en jardines orientales cubiertos de
árboles de hojas rosa. Un leve golpeteo me recuerda
a los saltimbanquis de la lejana Rumania, hogar de
gitanos. Una delicada flauta trae vientos altiplánicos
y su invierno florido, cubriendo el cielo de brisas con
aroma a montaña. Un elegante piano mueve mis pies
sobre un piso de elaborados detalles, escuchando un
germánico idioma alabar la vida y la muerte. Miro hacia
el cielo y un frío copo de nieve cae sobre mi mejilla,
luces boreales danzan al ritmo de un arpa nórdica. Un
bote atraviesa el gélido sur del mundo, encabezado por
una cálida zampoña y un gorro de alpaca. La histriónica
guitarra me lleva a los bares londinenses, giro mi cabeza
para encontrar la batería en un bizarro frenesí, justo al
otro lado del océano. Un micrófono cuelga desde la luna
para que lo tome y el mundo entone una melodía de
paz al unísono. Levanto mis ojos para ver el sol brillar,
pero solo siento su cálido abrazo. Mis manos sienten
la lluvia como pequeñas caricias entregadas sin ton ni
son, aleatoriamente, con cuidado y preocupación. Me
doy vuelta para que mis manos encuentren una pared
echa de ladrillo, que se deshace poco a poco, en el tacto
con el viento. Tomo mi bastón y camino por un sendero
de textura hostil, pero sólido, confiable. Mis pasos se
han tornado seguros con el tiempo. Trastabillar, tropezar
y caer eran palabras del pasado. No siempre fue así
tampoco.
Aquellos sonidos celestiales fueron desfalleciendo
lentamente, desapareciendo paulatinamente del aire y
solo se escuchó un estruendo formado por los aplausos
disonantes, de todos los tamaños, de todas las texturas,
palmas vibrantes de todas las edades. La gran cortina de
terciopelo dejó caer con violencia su peso sobre el suave
piso de madera y, acto seguido, dirigí mis pasos a la gran
puerta de bronce, abriéndola de par en par, dejando que
el caluroso sol de verano irradiara su calor. Frente a mí,
los granos de arena acariciaban mis talones con tímida
intimidad, abriendo paso entre las interminables dunas y
la brisa desértica. Mis pies descalzos siguen la intuición,
el bastón ya no tiene utilidad alguna. Mis pasos surcan las
colinas como peces remontando una ola. El calor niebla
mis pensamientos y ciega mi mente, pero mi cuerpo no
conoce el descanso, no reconoce el cansancio. Estoy
exhausto porque mi mente me lo indica, pero hoy daré
un paso más del que me atreví a dar ayer. Aventuré mis
dedos dentro de la suave arena y sentí cómo se escapaba
a medida que mis piernas levantaban mi pesado cuerpo
para caer un metro más adelante, un metro más cerca de
mi meta.
El sol dejó de llamarme con su calor y los granos se
volvieron gélidos como el rechazo de un amor infantil.
Agujas heladas calaban mis huesos desde la planta de
mis pies. El frío hacía vibrar mis huesos hasta la médula,
resonaban como las cuerdas de un piano largo, tratando
de entonar alguna melodía que jamás logré escuchar
en vida. La carne que cubre mis huesos se abre como
un libro de Julio Verne, dejándome ver cosas que no
correspondían a la época ¿Que época? Todos los granos
de mi reloj de arena habían caído con intenciones
demoledoras, castigando mis años. Pero yo estoy acá
ahora, y nada me detendrá. Mi fémur ha quedado al
descubierto y, escrito en braille, están todos los pasajes
de mi vida. Levanto mis blanquecinos ojos al cielo y
percibo que alguien me observa. Siempre lo han hecho,
pero esta vez es diferente. No es una mirada atenta a mis
movimientos para quitarse de mi camino, o de mi vida.
Es una mirada cálida, acompañadora, un refugio en el
frío del desierto.
Estiro mi mano y mis dedos se detienen junto a
una escarpada pared, sólida como la determinación
de un padre. Instintivamente, alzo mi pie descalzo y
trato de levantarme por sobre la barrera del infierno.
Algo intenta hacerme caer, pero yo quiero elevarme.
Mis manos se agarran con el alma de cada recoveco,
tanteando con cuidado y minuciosamente, para no pasar
por alto ninguna oportunidad. Mis pies siguen a mis
manos, mis manos a mis pies. Pienso en que mi cabeza,
en este minuto, es peso muerto, y a medida que me alzo
por sobre la barrera del sentido y voy dejando atrás la
fría arena, mis pensamientos se confunden y ya no sé
quién soy y si tengo límite alguno, soy capaz de todo.
Largos minutos han pasado desde la magnífica orquesta
que inició mi travesía, y deje mi cómoda butaca para
hacerme al destino y ondear junto al viento como una
bandera orgullosa. Las yemas de mis dedos dejan escapar
un cálido líquido, y mis pies están cubiertos de llagas,
pero no voy a desfallecer. Mis manos se elevan por sobre
mi cabeza, mis pies sobre mi cintura, mi cuerpo se eleva
al infinito. En un momento dado, descolgué mi cabeza y
dejé mi rostro a la merced del viento, sintiendo como el
clima castigaba mis arrugas, como la fría brisa congelaba
mis orejas y mis labios, antes tan cálidos.
Mi mano intentó tomar una saliente del extenso muro,
solo para encontrar la nada. Mi cuerpo se recuperó de
la vertical travesía, y dejé caer mi rostro en una llama
abrasadora que cubre la humilde calzada amarilla. Mis
manos sostienen el peso de mi vida y evitan que la
carne caiga fatigada al fuego. Mis dedos ensangrentados
aúllan de dolor mientras el calor hostil hostiga las llagas
causadas por anteriores aventuras. Mi corazón arde de
dolor, recordando esa herida que jamás logró cicatrizar,
mi mente se convulsiona sintiendo ese rostro que jamás
pude identificar. Un paso tras otro, las brasas castigaban,
inclementes, la persistencia de mis fuerzas. Nunca he
terminado nada en mi vida y ya era hora de intentarlo.
A la derecha siento una primaveral brisa que sopla con
viento sur, invitándome a olvidarlo todo y volver atrás.
A la izquierda escucho pájaros entonando las notas más
dulces de una escala familiar, indicándome que nunca
nada valdrá tanto esfuerzo. Pero no voy a rendirme a
estas alturas, no voy a olvidar los fríos glaciares ni los

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calores infernales, las púas naturales ni el dolor de olvidar
lo que más anhelo.
Mis pies siguieron, obedientes, una marcha ordenada
sobre brasas que irradiaban un agresivo calor, el cual
hostiga mi integridad y me pide volver a cada paso. Cada
centímetro hacia adelante es un grito alzado al cielo por
cada célula de mi cuerpo al unísono, pero no daré mi
brazo a torcer. Caigo de rodillas luego de unos cuantos
metros, y la piel se quema, el frío hace insoportable
el dolor, pero debo continuar. Luego de minutos que
parecieron horas, las plantas de mis pies sintieron algo
diferente al agudo dolor que genera el calor abrazados
de una brasa malintencionada. Se sentía como madera,
olía a madera, y mis pasos, cojos a esta altura, hacían
parecer que el suelo era de madera. Fina madera, suave y
elegante. La temperatura del suelo era tal que generaba,
a cada paso, ese ligero, pero agradable, dolor que solo
los humanos buscamos. A todos nos gusta el dolor, solo
tenemos miedo de que algún día nos guste demasiado.
Arrastré mis pies hacia adelante, siempre hacia adelante,
para encontrar un peldaño, humilde y sencillo, esperando
que alguien lo acariciara algún día. Me subí a él, y para
mi sorpresa, encontré otro frente a mí. Es una simple
escalera, acompañada de barandas metálicas, las cuales
sostienen el peso de mis manos mientras mi cuerpo se
preocupa de todo. Peldaño tras peldaño, cada paso es
una historia diferente, recuerdos de ayer que generan
nostalgia, mis blanquecinos ojos dejan caer secas gotas
de lo que alguna vez fue llanto. Recuerdo mi madre y sus

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almuerzos dominicales, mi padre y sus paseos sabatinos,
mis amigos y las noches de viernes. Mis compañeros
los jueves luego del trabajo. Mi mujer, acompañándome
los miércoles. Mis hijos, recordándoles que los martes
bailan, cantan, juegan, son alegres. Los lunes, benditos
lunes, recordándome que todas esas maravillas se repiten
semana a semana.
La escalera de vueltas en su eje, majestuosa con su
mansa sencillez, siguiendo áurico orden, hasta llegar a
la cima, donde el calor es agradable, la brisa es leve y
los pájaros entonan melodías de antaño. Doy un paso
hacia adelante, y para mi sorpresa, encuentro agua dulce.
Debía ser un lago o una laguna, pues pude hundir mi
cuerpo, dejar que mis heridas sanen en aquel frío liquido
de vida. Me recuesto sobre mi espalda y dejo que el
viento me lleve a donde el destino me llame. Mi cuerpo
es una balsa y el viento el timonel, la meta es mi destino
y yo no quiero controlar nada, nunca más. Estuve horas,
tal vez días, incluso podrían haber sido semanas, hasta
que mi cuerpo encalló en lo que parecía una costa. Mis
manos eran pesadas y mis pies se rehusaban a responder,
pero logro reincorporarme finalmente. Mis manos se
hunden en la arena de tan desconocida playa como es
esta. Rodeo la costa y me doy cuenta de que no es más
grande que una pérgola. Camino hacia el centro y lo
encuentro, solo y sin centinelas ni vigías.
Es un baúl, cerrado bajo llave, duro y antiguo, cuyas
astillas se entierran en mi mano a medida que palpo la
superficie buscando el cerrojo. Mis esperanzas están

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en que este abierto, y con un simple movimiento el
candado cae al suelo, como un soldado fulminado por
una descarga enemiga. Mis brazos levantaron la pesada
tapa de madera y mis manos la dejaron caer con el peso
del destino sobre cada falange, la madera chocó con
la arena y nadie vino. Hundí mi ser en la profundidad
de aquel baúl, tocando monedas, diamantes, diademas,
cetros, lingotes y parafernalia de esa calaña. Hasta que di
con él. Es un pequeño papel, con algo escrito en tinta,
que no me sería difícil de descifrar gracias a que aquel
estilo caligráfico es bastante invasivo para el papel y se
nota al tacto. Finalmente logró posar mi mano sobre él y
pude recordar. No sabía dónde estoy ni qué significó mi
viaje, no sé qué momento de mi vida es, o si realmente
viví en algún momento. Me recosté en la playa y dejé que
el viento me enterrara en las arenas del tiempo, pues ya
nada tiene sentido. Ella nunca estuvo viva, y yo nunca
viví completamente.
Desperté en un salón enorme revestido de grandiosos
detalles, como la caoba que se lograba diferenciar por
el olor, o el terciopelo que acariciaba mi mano. Había
una orquesta, y cada uno de los instrumentos confunde
todos mis sentidos, los que quedan al menos. Fue en ese
momento que me di cuenta que mis travesías no eran
un camino para llegar al cielo, sino una tortura tan cruel
como la muerte misma. La música empezó a sonar a un
ritmo endiablado, y ya no recuerdo nada. Me levanto de
mi butaca y camino hacia una gran puerta de bronce.
Detrás de él estarán las huellas que deje hace pocas

88
horas, pero nada importaba ya, estaba sumido en un
limbo entre la vida y la muerte, el cielo y el infierno. Las
gigantescas puertas se abrieron de par en par y dejaron
caer pequeños granos de arena a mis pies. No sé quién
soy o qué hago aquí, pero debo continuar, aunque me
cueste la vida. Estiré mi pie y toqué el desierto con mis
dedos descalzos. El destino es inexorable.

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Amelia y su Acordeón

Su nombre es Amelia, y toca el acordeón todos los


días en el metro Tobalaba. Lo lleva dentro de un paño
de seda verde, decorado con la primavera floreada de
tonos rosáceos. Un vals es el que toca, de manera casi
monótona. Pero ella vive a través del viento que consume
su acordeón. Con sus brazos finos y delicados tambalea
la caja musical de un lado hacia otro, bajo el compás del
vals que le da vida y valor. El instrumento por sí solo
no es más que madera inanimada, pero bajo los suaves
dedos de Amelia este adquiere un precio incalculable, al
igual que la pasión de su tierna dueña. No pide limosnas
ni comida, solo atención, y mejora todos los días gracias
a recomendaciones de un público intrínsecamente sordo.
Amelia balancea su acordeón bajo las notas carnavalescas
de su amada melodía.
La tonada empieza con una caminata alegre,
constante y vigorosa, llama a tambalearse de un lado
a otro, como el destino sobre el hilo del tiempo. Se
balancea por si misma por breves instantes, hasta que
la melodía empieza a balbucear. Cuenta una historia de
una pequeña francesa, quien triste escapó de su hogar en
busca de una canción para tocar. Pasea por un bosque,
caminando de lado a lado, observando el paisaje, atenta
a lo que pueda encontrar. Los colores alimentan su
imaginación, y esta le permite volar, mas sus pesados

90
zapatos no la dejan despegar. Por eso caminó sin parar,
por el bosque que la vio andar, y mirando por sobre los
arbustos logró ver el mar, y sin sentir ni brisa ni arena
llegó a un extraño lugar, donde Mi sabía a azúcar y Si
a carbón, donde Do era enorme y Fa un mirón. Buscó
por todas partes un Re para bailar, pero él se escondía,
como una aguja en un pajar. Escudriño entre partituras
y tempos discordantes, reviso la caja de música, hasta sus
recónditos rincones equidistantes, pero Re no aparecía,
y el Sol estaba bajando, corchea por corchea, hasta llegar
al ocaso en blanco. La partitura era virgen, y la niña
quería inventar, y empezó a escribir la canción que hoy
no puedo olvidar.
Amelia no quiere que la canción termine, su acordeón
tampoco. Un bombo a lo lejos se escucha, y otro
acordeón le acompaña. No quieren competir con ella,
sino asistirla. Las tres cabezas se balancean al son de un
vals que no quiere acabar. Campanas suenan en lo alto y
dan notas agudas que contrastan con los vientos fugaces
que expelen las cajas mágicas. El bombo, cansado, deja
que ambos acordeones bailen, un paso hacia adelante,
uno hacia atrás, uno hacia adelante y luego en diagonal.
Los pies no se cruzan nunca, y los pequeños zapatos
de Amelia se acobijan bajo la sombra de quien acaricia
el otro acordeón. El metro está vacío, pero la vida y la
alegría extasiaban el lugar. Siendo que solo dos cuerpos
se movían, miles de almas sentían el calor, radiante, de
aquella sonata.
Partió escribiendo en lo alto de la partitura, sin olvidar

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la llave de Sol, para abrir las puertas de la armonía. Su
pincel subió y bajó, improvisando una melodía bohemia.
De pronto todas las notas salieron a recibir a la pequeña
compositora, y bailaron a su alrededor con entusiasmo
y energía. Bailaron por horas hasta que notas graves
ocuparon la escena. Una escala diferente reinaba ahora,
y la melancolía, veloz, generaba reflexión y tristeza, un
escalofrío cruzó la espalda de Amelia. Ya no quería
seguir componiendo, pero no podía parar.
El piano en Valparaíso, decorado de alegres colores,
tocó una melodía nostálgica. Los amarillos que
irradiaban energías se veían cubiertos de azules opacos
que tranquilizaban la brisa marina. Una nota se perdió
en alta mar, y el pianista estaba empeñado en rescatarla.
Tejiendo sobre partituras, nota por nota, fue estirando
un salvavidas a aquella nota que quería seguir viva. Matías
no dejaría morir la caja de música, y con ojos ciegos y
dedos frágiles cosía fragmentos, melodías, recuerdos y
memorias. Está cansado y decide reiniciar su búsqueda
mañana, o el día que le siga a este, pero la nota cada vez
está más lejos, pues la corriente la añora y quiere hacerla
suya. Yemas ágiles castigan la madera blanca decorada
con líneas tribales que habitan dentro del piano marino,
tratando de recuperar la nota perdida, pero ella no quiere
que la encuentren, navega sola sobre el oleaje de las
teclas percusionistas.
Amelia se encuentra sola, pero sigue su camino.
Busca compañía bajo los suelos santiaguinos, y la
encuentra en un violín efervescente. Sus brazos se

92
mueven a velocidades vertiginosas, olvidando tiempos,
olvidan limites, no existen repeticiones, no hay espacio
para errores, no se puede retractar, ya no. La nostalgia
dio paso a la vergüenza, la incertidumbre, el miedo,
desesperación, el violinista tiene miedo de que Amelia
no pueda volver jamás. Pobre, no sabe que ella nunca
llegó. Un paño de seda cubre el pelo de Amelia, dejando
escapar un travieso rizo castaño. Verdes colores rodean
su opaco rostro, que deja caer una lagrima nostálgica
sobre el suelo del metro. Una moneda rueda hasta sus
pies, solo para llamar su atención. Ella levanta la cabeza,
sin descansar la música, para cruzar miradas con él. Una
sonrisa tímida rompió el silencio como un hielo cayendo
en una noche de verano. Ella deja que otra lagrima
caiga sobre el violín que la rodea, pero la nostalgia ya
no habita las notas que escapan de su caja mágica. El
violín, emotivo, le dedica una mirada traviesa, llena de
sentimiento. Ambos siguen sus pasos al son del vals de
Amelia. No hay nadie que mande, pues ninguno sabe
dar órdenes. Un muchacho tímido y una joven con el
corazón roto.
La pequeña compositora se detuvo de súbito. Un
silencio estaba en su mano, listo para ser ejecutado,
cuando se dio cuenta que quería un sonido que durara
toda la vida. Busco en su escala como quien busca en
un saco, eligiendo con cuidado su último respiro. Una
redonda cayó en su mano, pidiendo ser sacrificada para
mantener vivo este momento hasta el fin de los tiempos.
La redonda dejo que la tercera cuerda se enterrara en

93
su pecho, atravesando su corazón hasta que hojas
rojizas cayeron sobre Amelia en aquel parque otoñal.
Sobre la caja azul quedó, petrificado, el deseo de la
pequeña compositora. Amelia levantó el rostro hacia los
algodones celestes y miró ciegamente hacia el cielo. Ve
los sonidos cruzar el tiempo, raudos, sobre el viento de
otoño. Ya no se siente sola.

94
A los recuerdos

95
Barro Tal Vez

Por suerte tengo buena vista, 20/20, nítidamente


reconozco cada línea, cada contorno y color, hasta
distingo las texturas solo con mirarlas. Ahora mismo
veo mi libreta, la acaricio un poco a ver si hoy se deja
escribir, pues hace días que no me lo permite. El lápiz se
desliza suave y tranquilo, buscando donde caer certero,
alternando sufijos, características, adjetivos, palabreando
sin sentido claro. Suelo hacerlo. Una pulsera que hice
yo mismo tintinea con cada muñequeo necesario para
ejecutar las figuras que conforman nuestro vocablo, y
me recuerda que estoy escribiendo. Me gusta escribir. De
fondo suena el Flaco Spinetta con su regalo póstumo,
“Ya no mires atrás”. Luis Alberto, tan acertado siempre.
Antes de poder darme cuenta, lo que era definido
y objetivo empezó a perder sus bordes. Los colores
se desparramaban fuera de sus figuras lentamente,
de a poco huyendo de sus barreras, de los obstáculos
y contenciones que los mantenían en su lugar. Sin
notarlo, el blanco del papel se había apoderado de mi
mano transfigurada, el negro del bolígrafo (tanto que
me gusta esa palabra) se inyectaba decidida en la mesa
que sostenía todo este surrealismo. Dada. Las texturas
que en algún minuto sentí tan sólidas, ahora solo son un
algodón difuminado, extendiéndose sobre todo mi lugar
de trabajo. Detrás de todo esto sigue sonando el Flaco,
susurrándome al oído que todo lo que sueñe, y no diga,
tal vez será canción. Canción.
Las nubes de colores ya no solo desfiguraron
todo a su paso, sino que también, ante mis rojos ojos
atónitos, generaron clones, réplicas de mis propias
manos, emparejándolas como si fueran víctimas de un
desdoblamiento. Así, cada pareja se movía al unísono,
simétricamente, imitando cada gesto, cada nervio, cada
poro. Las intenté girar y, con asombro, comprobé que
aún tenía control sobre ambas, y sus respectivos dobles.
A pesar de esto, no pude evitar sentir que me observaban,
que me entendían. Tanto que han hecho por mí y tan
poco que me piden a cambio. Ni eso les doy, en todo
caso. Súbitamente, una de ellas, o un par, de acercó a mi
rostro y restregó mi ojo, liberando una pequeña lágrima
que estaba atrapada dentro mío. Ella saltó lejos, y todas
las demás que hacían fila detrás suyo la imitaron hasta el
cansancio. Catarsis.
Flaco querido, catarsis, canción. Veo todo calor
nuevamente, y me doy cuenta que solo tenía una pena
encerrada adentro mío que no me dejaba ver, que
acomplejaba el pensar. Solo faltaba dejarla salir a pasear,
soltarla a la vida y que hiciera lo que le diera la gana,
liberarla de ese encierro injustificado. ¿Por qué necesito
llorar? No tengo ni la más mínima idea, solo me dieron
ganas de hacerlo, y lo hice. No alcance ni a meditar sobre
este pensamiento que atravesaba mi cabeza cuando una
carcajada explosiva se coló entre mis dientes. Resulta
que nunca fue una lágrima de pena, sino una de júbilo, y
yo intentando mantenerla encerrada. Ay Flaco. Canción,
canción.

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Desde Hornopirén

El movimiento inserto en la costumbre misma del viajero


se vuelve inerte en el reposo calmo, en la fugaz pausa, el
momento exacto. El saco donde descansan los pesares
diurnos se transforman en sueños y la vida pasa por un
instante que siempre parece demasiado corto. Relatos
afloran junto el alba con olor a café, a té, a tostadas y
mate. Raciones de marcha se ajustan al cinto y el peso
del viaje, cada vez más liviano, se posa entre la nuca y
la espalda para ser cargada hasta el próximo remanso.
La brisa se roba mi gorra y una gaviota dirige el rumbo
hacia la costa. Carreteras y transbordadores.
El cansancio que antes parecía general, ahora solo
es estela del hambre que habita en los corazones, la
curiosidad en las sonrisas, el horizonte en las miradas.
Las pupilas como brújulas apuntando hacia adelante,
al sur eterno y desconocido, misterioso e indómito. El
calor tibio contrasta con la fría brisa que nos acompaña
mientras atravesamos el mar abierto, intentando
mantener la costa a la vista con los ojos entrecerrados
tras celdas de largas pestañas. La vibración, propia de
una embarcación ronroneante, relaja los músculos hasta
el nirvana, calmando el tiempo y dándole una merecida
pausa a una planificación que se desarrolla sobre la
marcha. De aquí en adelante nadie tiene muy claro
dónde vamos.

100
Para llegar rápido, viaja solo, liviano, a paso veloz
y certero; pero para llegar lejos se precisa compañía
amena, conversaciones largas, palabras honestas y un
ánimo contagioso. Cuando los tobillos se hacen sentir, el
agua escasea, la ruta se difumina y los minutos se hacen
eternos, son las carcajadas, los relatos, las preguntas
aparentemente estúpidas las que nos rescatan de los
problemas pasajeros, propios de estas instancias donde
la comodidad de la sociedad de concreto es removida de
manera voluntaria.
El sonido de las aves marcando los compases, el
murmullo del río contrastado con la brisa y los brazos
de los árboles meciéndose al son del éxtasis sureños.
Una armonía frenética y suave, calma y descontrolada.
Paradoja compleja que levanta hacia el cielo la mirada,
mientras los pies reposan sus huellas sobre piedras y
raíces. Caminos encumbrados llevan a paseos apacibles
entre lluvia diurna, viento vespertino. El dormir se lleva
los pesares y una vez el calendario se da cuenta, todo
vuelve a su lugar de origen. Lo que sube baja, lo que
se va, vuelve. Los corazones que un día partieron, hoy
son un poco más grandes, más hambrientos, llenos de
pequeños recuerdos del sur. Así, lo que comenzó por
azar, termina por destino, tras un carrusel de experiencias
y paisajes. La mochila se volverá a cerrar, con la certeza
de ver la luz algún día. Más pronto que tarde, espero.

101
Analfabeto

Los dedos sostienen con sutileza el lápiz gráfito que


apoya su cabeza, cansada, sobre el prístino papel. La
estela de su movimiento es orquestada por los hábiles
dedos, que manejan los hilos dibujando la dinámica que
se inmortaliza en el papel. El hilo carbonizado bosqueja
sin descanso las órdenes del impulso nervioso que di-
rige toda la situación desde el silencio, desde la oscuri-
dad más profunda. Curvas vertiginosas marcan la pausa
entre rectas histéricas. Todos los movimientos son cer-
teros, la coordinación es absoluta, la cordura se pierde
entre cordeles de ceniza que dejan su huella sobre el velo
blanco que cubre parcialmente el escritorio que hace al-
gún tiempo atrás fue marrón. El tiempo ha dejado su
marca sobre las vetas de la madera recortada, ajustada,
barnizada y pulida. Nada es para siempre.
Los movimientos veloces del lápiz, hipnotizado por
su propia danza, vueltas y vueltas, un pie adelante y luego
el mismo pie hacia atrás. La muñeca sostiene los dedos
que mueven la batuta de tan particular baile. Los múscu-
los se contraen y relajan, la madera que cubre el núcleo
de grafito es comprimida en las tenazas de piel y hueso.
Las yemas se posan sobre la negra carcaza que cubre el
alma del lápiz, saboreando con placer los recovecos del
mismo, la marca del paso del tiempo, del desgaste físico,
del agotamiento. Dentro del misterioso cuartel de donde

102
provienen las órdenes se ha determinado que el movi-
miento debe ser más errático, hostil, agresivo. Y así es
como los dedos apresuran sus movimientos, las articu-
laciones crujen al ser sobre exigidas y la cabeza del lápiz
fricciona contra el papel de manera tal que una pequeña
humareda escapa a su paso, junto con la huella eterna de
su estela.
Cada segundo que pasa los movimientos son más
violentos. Lo que antes era una curva ahora es una esqui-
na, las gráciles rectas dieron paso a líneas serpenteantes,
enfermas de párkinson. Los dedos pierden el control de
su orquesta, la batuta se quiebra en el aire y los hilos se
cortan, uno a uno, hasta que el lápiz deja de ser un obe-
lisco danzante y pasa a ser solo un lápiz. Nada más que
un lápiz, muerto por la falta de movimiento. La mano
se crispa, enfurecida, los dedos se contraen con fuerza
y los nudillos presionan la piel hasta el punto que esta
podría ser completamente desgarrada. El antebrazo está
tenso, contraído, dolorosamente acalambrado. Desde el
salón más alto de la torre más alta solo provienen órde-
nes contradictorias que no tienen ni ton ni son. Todo es
caos. La mano se extiende, dejando ver una palma sucia
por todo el carboncillo y los residuos de la danza que
antes había tenido lugar, y se posa sobre el papel garaba-
teado. Rápidamente, una contracción de la misma mano
arrastra el velo no tan blanco hasta formar una bola de
papel asimétrica, horrible, antiestética. Y con un solo
movimiento del brazo, este velo, antes protegido bajo el
cuidado del lápiz protector, es lanzado por los aires para

103
caer sobre el sucio suelo, lejos del desgastado escritorio.
"¡Carajo! Nunca pensé que fuera tan difícil aprender
a escribir"

104
Perdido en el Tintero

Divagando en tinta china, en una nube polvorienta,


escuchando un ritmo ensordecedor, esperando que
una mano se levante y quiera hacer la misma pregunta
ignorante que asalta mi cabeza. Vocales percutidas por
un tosco gramófono perforan mis oídos, inflaman mis
tímpanos, yunques y martillos, y yo no entiendo nada.
La somnolienta mañana me toma de la mano y baja
mi cabeza, en gesto de sumisión absoluta e innegable,
cruza mis brazos como a quien no le interesara respirar
y despegó a un lugar mucho más acogedor, más cálido,
donde multifacéticas realidades ordenan un caos
asimétrico y anti geométricamente jurídico. Golpes en la
madera intentan abducirme, pero mi voluntad es férrea,
implacable, como el amor de un loco por su escoba.
Figuras incorpóreas atraviesan mi vista como medusas
levitantes, majestuosas y perennes. Decoran el cielo
hasta que la noche se adueña del horizonte con una
convicción moderna, para convertirse en astros celestes
protectores de los secretos cósmicos de la eterna historia,
golpeándose entre ellas para pasar la eternidad de una
manera amena. Menuda entretención.
Notas sinfónicas conforman un castigo insufrible,
pues en este caos solo un lobo podría conformar la
más bella de todas las melodías, una sonata que haga
olvidar tiempos inmemoriales, rascacielos imprudentes,

105
conquistadores irreverentes, artistas desbocados y sueños
imposibles. Alguien golpea la madera y solo quiero tomar
su furioso puño y estrujarlo contra el cielo eterno, con
fines meramente académicos. Tal vez también lúdicos,
nadie lo sabe con certeza. ¡Eso es! ¡Certezas! Bellos
frutos rojos que una vez madurados mezclan suaves y
dulce aromas con cierto amargor elocuente y una pisca
de demencia. Un desayuno saludable debe constar de, al
menos, cuarenta y siete certezas, y puede ser acompañado
con un poco de avena al gusto. Un café tampoco le viene
mal, pero debe ser negro como el alma de un felino.
Comer certezas mientas se teje y desteje esperando
en el muelle de San Blas es una actividad sumamente
recomendada. Sus inhibidores naturales permitirán a la
mente más básica una travesía dantesca, un fascinante
viaje astral jamás conocidos por el hombre. Básicamente
debido a que este fruto está prohibido desde tiempos
bíblicos. Castigo de los oprimidos por obligaciones
morales, laceraciones incorruptibles por ninguna
medicina oriental conocida por el ser humano. Tanta
ignorancia hace que se me ericen los pelos y caduquen
todos los plazos. Tiempo. Todo es culpa del tiempo.
De haberse descubierto la realidad antes estaríamos
en un mundo completamente diferente. Ya habríamos
ganado la guerra contra aquellos verdes seres vivos que
complican la existencia. ¿O esos eran los que la asistían?
Tanto divagar me ha dejado exhausto. Me despido
donde quiera que llegue, saludo con una mano en alto
esperando jamás tener que verlos de nuevo.

106
Alguien golpea la madera como si fuera un chiste,
pero nadie dice nada ¿Habré, finalmente, alcanzado la
tan anhelada locura? Demenciales pensamientos surcan
el techo como pequeños pinceles monocromáticos.
Ya nadie podrá quitarme mi blanco cuadro, con mis
cómodos cojines y mis tres comidas al día. ¡Soy un
hombre libre al fin! Nadie podrá decirme que hacer
o que evitar, que es verdad y que es una vil falacia.
Mis pensamientos abordarán la eternidad del tiempo,
castigando a los infieles. De la cordura a la demencia
hay un paso, es por eso que di un salto, no quería dejar
nada al azar. ¡Bienvenidos todos! ¡Hoy ha nacido uno de
nosotros! ¡Yo mismo! Espero me trate con cuidado y
nunca censure mi pensamiento. Castigos divinos caerán
sobre mentes silentes y obedientes. Al menos eso creo
yo. Alguien toca la puerta de madera. Se me olvidó poner
el cartel de que los martes y jueves es feriado, los lunes
atiendo hasta las doce y los miércoles desde las cuatro.
Viernes, sábados y domingos es en sentido contrario.
Olvídenme, yo ya estoy loco.

107
Unicornio Azul

Hoy encontré un unicornio azul. No tenía riendas ni


montura, solo un cuerno de márfil entre ceja y ceja.
¿Cómo lo encontré? A decir verdad, no lo encontré yo
a él, sino todo lo contrario. Estaba aprovechando una
cálida tarde de primavera, caminando por el recorrido
que me ha visto crecer los últimos cincuenta años. Era
un buen día, había renunciado al trabajo que consumió
mi juventud, olvidando los prejuicios y las inquietudes,
corría viento que elevaba los cuatro pelos que me
quedan en la cabeza como volantines en septiembre.
El camino a casa es el mismo que he tomado toda mi
vida, no por miedo a probar cosas nuevas ni por caminar
sobre el calendario en inquebrantable rutina, sino solo
porque era un lugar que me causaba una sensación de
tranquilidad absoluta, infinita. Adoquines de concreto
unidos descuidadamente para atravesar un pequeño
parque, cruzando un pasaje donde el sol no penetra el
frondoso y verde follaje ni en los días más calurosos
de verano, y donde la lluvia solo corre por las canaletas
naturales, deslizándose tímida por las ramas y troncos
que forman el verde pasaje, para llegar a los pies de los
árboles, humilde y mansa, para dar vida y color. Cada vez
que entraba en este místico paraje, despegaba los ojos
de mis gastados zapatos, opacos por dar tantas vueltas
al reloj, y miraba hacia el horizonte verde, viendo como

108
el pequeño camino de adoquines grises se convertía
en un pasaje de vida, de esperanza. Era un proceso
revitalizador, donde caminaba dejando que las ramas
bajas acariciaran mi cabeza con sus suaves y delicadas
hojas, mientras sentía como las ramas inmortales se
estremecían bajo mis pies.
Ahí lo vi, majestuoso, azulino, elegante,
extraordinariamente ordinario. Era todo lo que había
escuchado en épicos cuentos infantiles, y mucho más.
La crin brillaba como luces marinas en la oscura noche
lunar, como astros celestes recorriendo el universo ante
los ojos expectantes de quienes lo verán una vez en su
vida. Ojos equinos y majestuosos observaban como un
pequeño anciano, atónito, contemplaba la extraordinaria
ocurrencia de ver a un mítico personaje de sueños e
historias frente a sus ojos. Sin pensar en lo que estaba
haciendo, di un paso hacia adelante, y contra toda lógica,
el unicornio no escapo, no adoptó una postura agresiva
ni me amenazo con su cuerno marfiloso, solo levanto la
cabeza y dejó ver la inmensidad de su noble casta. Sus
largas piernas y fibrosos músculos me hacían recordar
a los portentosos caballos ingleses. En ese minuto la
naturaleza equina me era sumamente ajena y no fue hasta
tiempo después que decidí culturizarme en el tema.
Contra toda lógica, di otro paso adelante, quedando
a veinte centímetros y fracción de una criatura que solo
había visto en mis mejores sueños, y que ahora estaba en
frente de mis ojos. Ahora, para ser honestos, hasta el día
de hoy no entiendo porque es de color azul y no de un

109
blanco, puro, como lo describían en cada cuento, mito y
leyenda, pero la verdad es que a través del tiempo suelen
perderse algunos detalles, y sustituirse algunos por otros
más pintorescos. El mítico animal acercó su cabeza hacia
mi mano, y a pesar de mi estupefacción y sorpresa, pude
reaccionar y acercar mis dedos hacia la amplia frente del
animal. De niño me enseñaron que a los caballos se les
debe acariciar primero en la frente, un poco sobre los
ojos, y luego ir bajando hasta que puedan oler tu mano,
para que luego reconozcan tu esencia y olviden el miedo
natural de los animales para con los humanos. No los
culpo, todos le tienen miedo a los humanos, incluso
nosotros mismos. El unicornio me miro a los ojos, y
vi una mirada de tristeza. Ojos celestinos y titilantes
reflejaban una angustia profunda, una tristeza cósmica.
No podía creer mi mala suerte, encuentro un unicornio
azul, y él está triste ¿Quién me creería?
Pensé en seguir mi verde camino y dejar al unicornio
donde estaba, pero él me interceptaba cada vez que
trataba pasarlo. Miraba sobre el esbelto cuerpo del
unicornio y no veía nada ¿Por qué no me dejaría pasar?
Ya que no había más remedio, decidí volver sobre los
pasos que ya había olvidado, pero él me empezó a seguir.
No quería volver a estar solo. Y no lo culpo, viví años
miserables solo en un cuarto pequeño condenado a un
maldito trabajo. Bueno, la verdad es que sigo solo en un
cuarto diminuto, pero al menos no trabajo. La situación
era complicada, yo vivía en un cuarto piso de un edificio
gris y agrio a pocas cuadras del arbóreo pasaje, donde una

110
habitación, un baño y la cocina con comedor integrado
era todo lo que tenía ¿Dónde dormiría el Unicornio? Al
parecer hoy es el día para tomar decisiones descabelladas.
Si hay que matar el tiempo, matémoslo de cansancio, que
mi reloj sufra taquicardia y mi calendario deje caer los
meses como hojas otoñales. Mi pequeño departamento
tiene una vista hacia un parque no muy grande, donde
podré dejar el unicornio para que paste y descanse. Así
podre supervisar la mítica criatura sin tener que destruir
mi diminuto hogar.
Dicho y hecho, tome la suave crin del animal y me
acompaño hasta el parque que daba al pequeño balcón
de mi edificio. Yo tarareaba algunas canciones que había
compuesto en mis minutos de descanso, entre soledad
y trabajo, y ellas parecían gustarle. Movía la cabeza al
ritmo de las canciones, daba pequeños saltos de alegría y
me miraban cuando me detenía, como reprendiéndome.
Llegamos al parque y amarre el unicornio a un viejo
roble, cerca de unas flores celestosas, para que pastara.
De súbito, se me ocurrió una idea brillante, le dije al
unicornio que me espera de allí, que volvía en un minuto.
Subí las escaleras saltando como si mi vida dependiera de
ello, entre rápidamente a mi departamento y busqué la
vieja guitarra de madera que siempre había tenido junto
a mí. Una vez encontrada, bajé corriendo las mismas
escaleras a una velocidad vertiginosa, salté los últimos
peldaños, y mi juventud de años anteriores aterrizó junto
a mí. Corrí al parque donde el unicornio me esperaba
con ojos curiosos, me senté a sus pies y empecé a tocar la

111
guitarra. Sonaba horrible, hace meses que no la afinaba,
ni le sacaba el polvo. Mi mano temblorosa se apoyaba
en las cuerdas de nylon como una mano adolescente
sobre el cuerpo de su primer amor, una caricia nerviosa
masajeaba la vieja madera. Afine cada cuerda con la
precisión de un cirujano, y me deje llevar. Toque durante
horas, el unicornio danzó y brincó todo lo que quiso, las
celestes flores se giraban su rostro para ver tan dantesco
espectáculo.
Cuando el velo nocturno cubrió el cielo, las flores
ya estaban cansadas de admirar la belleza del unicornio
azul, y él mismo dormitaba, decidí ir a dormir y dejar
tan inmortal escena vivir para siempre en mis sueños.
Me acosté abrazando mi guitarra, jurando nunca volver a
olvidarla. Cuando los primeros soles del alba se asomaron
por mi ventana, tome mi guitarra y baje a saludar a la
mágica criatura. Ni en mis más graves pesadillas había
pensado ver la escena que ahí encontré. El unicornio
azul ya no estaba. Lo había dejado una noche, para que
descansara, para que pastara, y ahora ya no está. A pesar
de que lo conocí hace no más de un día, era mi unicornio
azul, y no sé si se perdió o simplemente desapareció. Fui
a ver si las flores me decían alguna información de su
paradero, pero ya no me quieren ni hablar. En tan solo un
día, dejo de lado mi soledad, compartiendo canciones y
estrofas que nunca voy a olvidar. Me pasearé por las calles
preguntando por él, pegando carteles monocromáticos,
ofreciendo recompensas a cualquier información. Hoy
ya no soy alegre, pero prometí nunca más olvidar mi

112
guitarra en las esquinas de mi hogar, cantare sobre mi
unicornio azul, a ver si alguien lo logra encontrar.

113
Eclipse de Sol

Es difícil imaginar la verdadera historia de los atardeceres.


Astros incandescentes en constante lucha con su
opositora, la Luna, para prevalecer sobre el manto celeste
y cristalino eterno e incomprendido. Como imaginar su
vergüenza cuando depravados pájaros de metal surcan
su rostro marcando con estela el viaje. El Sol y sus
hermanos intentan discutir sin violencia con la Luna,
pero ella siempre llega antes y siempre se va después.
Dice que siempre lo ha hecho y que siempre lo hará. Y
se siente en su derecho al hablar de su propiedad, que
solo presta, de vez en cuando, al Sol y su familia. Ella es
egoísta, y piensa solo en sí misma, olvida los pobres seres
que necesitan de él para vivir. Girasoles perdidos sin
rostro qué mirar, personas confundidas con el horario,
trabajando más por miedo que soñando por necesidad.
El Sol es tranquilo, y sus hermanos no quieren ayudar,
pero él carga con el orgullo de su casta, y no puede
renunciar. La Luna es indiferente, y odia negociar, solo
acepta propuestas si le favorecen de alguna manera.
Pero las tradiciones y costumbres mueren en el reloj
de arena, un día duermen en la cima de los granos de
arena, para al minuto siguiente morir ahogada bajo el
peso del tiempo. La Luna un día perdió el apoyo de las
estrellas, y cedió bajo el poder de estas. Las estrellas
fueron a devolver el manto al Sol y sus hermanos, pero

114
estos rechazaron la obligación de extenderlo todas las
mañanas y cambiarlo todas las noches, trabajo que antes
hacia la luna. Las estrellas no sabían que hacer, y el Sol
no iba a cambiar de parecer. Fue en ese momento que
los atardeceres saltaron levantaron la mano sobre las
cabezas de todos y sugirieron, airadamente, que volviera
la Luna, pero prometiera devolver el manto a tiempo,
excepto en invierno, que los días son más cortos y al sol
le cuesta más escapar de las sábanas del sueño. La Luna
aceptó, y el Sol contento recibió el cielo.
Según entiendo, la Luna vuelve a tratar de tomar
el manto cada cierto tiempo, pero el Sol explica a sus
hermanos que es natural, porque no es tan inteligente y
necesita el consejo de las estrellas para saber qué hacer.
Y cuando estas duermen, se impulsa al conflicto. El Sol
piensa que no hay nada qué hacer, así son las cosas.

115
Gracias a la Noche

El grito rasgó su cuerpo como un cuchillo a la noche,


dejando gotas de estrella caer estrepitosamente en el
cielo. Cuando ya todos estaban con su pelo descansando
sobre almohadas de pluma o cartón, antes de abrazar
sus deseos más íntimos en lo profundo de su conciencia,
se levantaron de golpe para encontrar una noche roja
sin estrellas llorando de dolor y mostrando su herida al
mundo. Pero el mundo no quería ver eso.
Dieron vuelta a la almohada como quien pasa la tarjeta
un lunes en la mañana comprando un café. Pero él se
percató de que no habían estrellas. No era un día donde
las nubes las escondieran juguetonas, ni tampoco era la
luz de la superficie la que las opacaba. Simplemente, no
habían astros titilantes a lo lejos.
El niño al percatar la soledad de la luna, sintió lástima
por ella, y una lágrima inocente atravesó su mejilla,
marcando su paso con un rastro dulce. Pero al caer la
lágrima no era gota alguna. Una estrella había caído al
piso, y el niño no entendía por qué. Tomó la estrella
con su dedo índice, y se dio cuenta que algo tan lejano
ahora estaba tan cerca. Tantos años de enamorados
prometiendo estrellas, de astrónomos venerándolas
y estudiándolas, poetas describiéndolas y monótonos
desdeñándolas, tanto tiempo y ahora estaba a su merced.
Y más aún, no era cualquier estrella, era su estrella, salida

116
de su ojo derecho, formada en su mejilla y nacida bajo
la sombra de su pequeño cuerpo. Y como padre de esa
estrella, estaba obligado a guiarla de la mano hasta llegar
al lugar que pertenece.
La pieza del niño quedaba en el pequeño tercer piso de
su casa pareada, y su pequeña ventana tenía una escalera
para llegar al techo. Subió por esa escalera, sosteniendo
la estrella como quien se aferra al corazón de su amada.
El niño empezó a darse cuenta de que la estrella ahora
brillaba más, titilante, y que estaba más caliente, más
grande. Quedaba poco tiempo y el seguía subiendo la
escalera mientras observaba el fenómeno.
Una vez arriba, lo que vio fue oscuridad. La luna,
llorando, al verse sola, decidió irse lejos para vivir su
soledad, y el cielo quedo a oscuras. Caminó a la parte
más alta del techo, y superó su miedo a las alturas. Una
vez allá arriba, se dio cuenta que necesitaba ir más alto.
Tomo paso decidido hacia la garganta de la chimenea.
La estrella empezaba a ser muy grande para sostenerla
con una mano, y lentamente empezaba a quemar sus
manos de niño. Ahora no solo era pena lo que movía
al héroe, también tenía miedo de lo que sucedería si la
estrella seguía creciendo y derribaba su casa, con todos
sus juguetes adentro.
Con todas sus fuerzas subió a lo más alto de la
chimenea, cargando la estrella en su espalda, sintiendo
el calor abrazador de esta. Una vez arriba hizo lo que
todo niño hubiera hecho en su lugar: soplar la estrella.
Sopló tan fuerte que el viento olvidó las órdenes de la

117
naturaleza y lo siguió, como un soldado novato a su
general. La estrella subió lejos de su hogar, lejos de su
mejilla roja por el esfuerzo, lejos de la tierra brillante y
lejos de sus juguetes.
Una vez la estrella estuvo arriba, infinita, lejana e
inalcanzable, el niño bajó la vista, dejó de mirar al cielo
y vio, sorpresa, que no era el único niño sobre el techo.
Veía cómo su vecino soplaba una estrella con todas sus
fuerzas, cómo a lo lejos se levantaba un manto de luz
decidido a cubrir la noche, acompañando a la triste
luna, que cambió sus lágrimas de soledad, por lágrimas
de felicidad y risa. Que imagen debe haber visto. Un
ejército de niños soplando por una misma causa.
El niño miró hacia el otro lado del techo y sus ojos se
cruzaron con los de la niña. Solo una pared los separaba
en sus casas pareadas, solo una pared separaba sus
sueños, sus juegos y sus miedos antes de ir a dormir.
El niño pensó que un día se casarían. Bajo la pequeña
escalera, entro por la pequeña ventana y entro a su cama,
para dormir bajo el cielo estrellado. Y aquí estoy yo,
explicando porque me gustan tanto las estrellas.

118
A los enamorados

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En la Banca

Él la esperaba en la banca de siempre y aunque fueron


solo quince minutos, sintió cómo la vida le pasaba frente
a los ojos, cómo cada momento de su pasado se había
desenvuelto de manera tal que todo lo llevó a ese instan-
te, a esa banca, ese parque, esa tarde con sol y un poco de
brisa que mecía delicadamente los nidos que se acobija-
ban en lo alto de los árboles que descansaban alrededor
de la alfombra de pasto, todo frente a sus ojos. Miraba el
cielo y veía cómo las nubes corrían en el mismo sentido,
lentamente, como si la única carrera fuera contra el tiem-
po y sus artificios. Trataba de quitar sus pensamientos
de ese pozo donde solían quedarse a jugar, donde arma-
ban problemas con un poco de aire, maquinaban dudas
donde siempre había certezas, metían el hilo de pensar
dentro de un carrete y lo dejaban dando vueltas hasta
el cansancio. Y eso a él lo asustaba. Lo asustaba porque
se sentía diferente, incompleto, sentía que el resto de la
gente podía ver, como si lo tuviera escrito en su frente,
que todo el tiempo se sentía triste, que tenía miedo de
hablar con alguien y darle cuerpo a su pena. Le aterrori-
zaba que sus amigos supieran y dejaran de querer estar
con él. Él se sentía triste, y el sentirse triste lo hacía más
triste todavía. Miró a su alrededor y cuando se aseguró
que no había nadie a su alrededor, secó la humedad que
se estaba alojando peligrosamente en sus ojos. Respiró
hondo y se convenció que todo estaría bien.
Ya pasaron veinte minutos desde la hora que ambos
habían acordado para juntarse, y él sabía que ella no vivía
tan lejos como para que fuera un retraso que no signifi-
cara nada. ¿Tal vez de arrepintió y le dio vergüenza re-
conocer que simplemente no quería juntarse con él? ¿Se
habrá dado cuenta de que él tenía problemas que aún no
sabía cómo manejar? Él pensó que podía ser, más de una
vez, le dijo, que había cosas que le daban pena, tal vez se
mostró demasiado vulnerable. Todo el mundo dice que
hay que mostrarse fuerte frente a las personas, inspirar
confianza, infundir respeto, pero a él simplemente eso
no le salía. Siempre se sintió pequeño, aun cuando que-
ría volverse grande. Y él sabía que podía. Sus amigos lo
tiraban para arriba, le decían que había cosas que hacía
muy bien, había días donde él casi creía lo que le decían,
pero no podía evitar escuchar un eco de lástima en esos
cumplidos, no podía dejar de escuchar esos rumores a
su espalda, seguramente le decían eso para levantarle el
ánimo, para que se sintiera bien, pero no lo pensaban
de verdad. Seguro eran palabras vacías. Él quería pensar
que no era así, pero no podía, y eso le daba pena, porque
en una esquina de su cabeza sabía que todos esos cum-
plidos eran honestos, eran verdad, eran de corazón.
Estaba peleando consigo mismo cuando se dio cuen-
ta que ella ya había llegado hace un par de minutos y lo
miraba, divertida. Se saludaron aceleradamente y a ella
se le escapó una sonrisa burlona, solo porque él era un
desastre. Su camisa desarreglada, por mucho que él in-
tento mantenerla ajustada dentro del pantalón, se salió al
momento de levantarse, tenía una manga más arreman-
gada que la otra y su pelo estaba totalmente desordena-
do de tanto tomarse la cabeza. Ella no pudo aguantar
la risa y la soltó en su rostro. Él no pudo levantar los
ojos del suelo, al menos hasta que ella lo abrazó. Fue
uno de esos abrazos honestos, largos, apretados, de esos
que te levantan el alma por meses. Ella dijo un par de
bromas cortas, sobre su pantalón, su camisa, su pelo. Él
la vio a los ojos, sus mejillas alegres, su sonrisa honesta.
Y sonrió, sonrió con tanta fuerza y durante tanto tiem-
po que sus mejillas se acalambraron. Se tomaron de la
mano y caminaron por el parque, como si fuera suyo,
como si nadie más viviera en la ciudad. Antes de poder
decir cualquier cosa, él saltó y la abrazó, pero esa vez
lo hizo fuerte, lo hizo con pena, con alegría, con una
sonrisa en su boca, lágrimas en sus ojos, el corazón en
la garganta. Y lloró, lloró un poco, pero lloró al fin. Ella,
sin entender bien qué era lo que pasaba, también lloró,
también sonrió y le hizo cariño en la espalda mientras
reconfortaba todo su miedo. Él trató de decirle todo lo
que la extrañó este tiempo, pero las palabras no salían de
su boca. Ella lo entendió todo, porque lo conocía tanto
que podía escuchar cuando sus ojos pedían ayuda. El
abrazo fue profundo y duró todo lo que tenía que durar.
La tarde se volvió noche y ambos caminaban, uno al
lado del otro. Él trataba de ir al ritmo de ella, en silencio,
ella trataba de seguir su tranco, contando todo lo que
había hecho estos meses. Juntando todas las palabras
que quería decir, logró articular que la echó mucho de
menos, y que estaba muy feliz de verla de nuevo. Ella
sonrió, le dijo que era un tonto, y que también estaba
feliz por verlo. Ella lo conocía bien, sabía todo acerca de
sus miedos, su tristeza, la pena que guardaba abrazada al
alma, y lo quería mucho. Lo quería como un hermano,
como un compañero del alma, más que a un amigo, pero
nunca lo logró ver como un futuro novio, o algo por el
estilo. Él tampoco a ella, al menos no lo sentía. Ella era
su pilar, su sostén emocional, la que escuchaba sus pe-
nas, la que entendía sus inseguridades, la que compartía
su inquietud existencial. Ella era su mejor amiga. Y así
fueron caminando, dos mejores amigos, contando todo
lo que habían hecho estos meses de cuarentena, como
cada uno casi asesina a su familia, los nuevos hobbies
que aprendieron, las rutinas a las que se apegaron para
mantener la cordura, las redes sociales que borraron
para evitar volverse locos. Rieron y caminaron, libres al
fin. Él se dio cuenta que cuando estaba con ella, no pen-
saba en sus miedos, en la tristeza, y eso lo hizo feliz. Ella
le preguntó por qué sonreía, y él solo supo decir que era
gracias a ella, y que era feliz. Era todo lo que ella, dueña
de sus propios demonios, necesitaba escuchar.

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Una Noche Encantadora

El sol se acuesta a dormir frente a nosotros luego de


un día extenuante, las estrellas asoman perezosas, las
luciérnagas de metal y vidrio encienden sus farolas
ceremoniosamente, como a quien le ha llegado su hora.
Caminamos juntos en líneas paralelas y, a pesar del roce
del reverso de nuestras manos, del jugueteo insípido con
la punta de los dedos, ambos sabemos que avanzamos
condenados a no volver a cruzarnos nunca. La sonrisa
cómplice de lo que pasó esa tarde solo es un efímero
recuerdo de lo que éramos capaces de hacer juntos, de
quienes fuimos hace meses. Las miradas clavadas en el
pavimento y el reflejo de las luminarias en las pozas de
agua al costado de la calle. Caminando cuesta arriba,
buscando un horizonte que sabíamos no encontraríamos
mientras nuestros brazos se entumeciesen por cada
roce, cada caricia disfrazada de casualidad, un palpitar
unísono, pero asimétrico.
Llegado a la cima de esta tímida colina divisamos
una banca donde ambos acordamos descansar, apoyar
el peso de nuestra vida sobre algo más, que no fuera el
uno ni el otro. El aire pesado solo generaba cansancio
y desdén, los recuerdos de los días más felices de mi
vida eran interrumpidos por destellos de lo que fueron
los momentos más tristes. El cariño se mezclaba con
rabia, la convicción permanecía: esto ya no funcionó.

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Las cicatrices, recién secas, aún no detienen el sangrado
interno de una herida tan profunda como el amor
que pueden compartir dos almas apasionadas, dos
cuerpos entregados a las incertidumbres del destino.
La negligencia, la desidia con la que me trató no puedo
olvidarla, a pesar de que todo el daño fue perdonado
hace ya tiempo, y desde lo más profundo de mi ser. El
perdonar no conlleva el olvido, así como el olvido no
significa perdón alguno. Una de las tantas cosas que
logré aprender gracias a ella, lamentablemente.
“Esperaba que en algún minuto me volvieras a
buscar” disparó ella, como si el hacer sufrir a la gente se
tratara de un juego. “Esperaba que después de un tiempo
todo se calmara, volviéramos a lo mismo, me llamaras y
me ofrecieras tomar un café, como no lo hacíamos hace
tiempo. Yo te daría un rodeo antes de decirte que sí,
porque la verdad es que moría de ganas de verte, pero
no quería que lo supieras”. Me sentía acribillado por
su voz, donde cada palabra parecía una bala de nueve
milímetros atravesando mi certeza, mi corazón y mi
cabeza. Por dentro solo pedía que se detuviera, pero
escuchaba cómo después de un breve silencio inhalaba
largo, dispuesta a decir algo más. “Hasta el día de hoy lo
espero”, remató, como quien sin piedad decide perforar
el cráneo de un caballo que ya ha cumplido su función
como herramienta equina. Tuve que contener las
lágrimas mientras disimulaba mi tiritar como un efecto
del frío, y no de sus palabras. Con todas las fuerzas que
logré reunir en mi disminuido cuerpo le dije, con un hilo

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de voz, que la oportunidad para eso ya había pasado,
junto con lo nuestro, junto con los dolores y ese cariño
que desearía se esfumara, pero sigue ahí, tan perenne
como el primer día. “Lo sé, lo tenía claro, pero no perdía
nada intentándolo una vez más” respondió ella, mientras
una sola lágrima surcaba su tierna mejilla, esa que tantas
veces besé y acaricié como modo de demostrar que sin
ella mi vida estaría incompleta. El callar se hizo tan eterno
que el sol decidió despertar confundido y levantarse de
su cama de montañas, solo para darle un hermoso fin a
tan terrible silencio.
Ella y yo nos miramos y nos inclinamos para besarnos,
como nuestros cuerpos pedían a gritos, pero una ligera
duda, un instante apenas, me hizo reconsiderar lo que
estaba sucediendo, echar mi cabeza hacia atrás y tratar de
apartar la mirada de sus facciones perfectas, sus ojos de
vidriados, sus labios irresistibles, su gesto desconcertado,
inconsolable. Con la misma inercia del movimiento me
levanté y procedí a despedirme, antes de que cualquiera
de los dos entendiera bien lo que sucedía. Le di un abrazo
apretado, uno honesto, esos que en algún minuto dijo
que me caracterizaban. Y cuando disponía a dar media
vuelta y arrancar cobardemente, ella tomó mi brazo
con fuerza, con un nudo en la garganta y una lágrima
confundida colgando de su pupila. Susurrando, con lo
que le quedaba de aliento, y me dijo que aún me amaba,
que no se perdonaba haberme hecho soportar su falta
de querer, que las cosas podrían ser distintas si le daba
una sola oportunidad más. Mi cuerpo quedó paralizado,

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y solo pude tomarle su mano con delicadeza y cariño,
darle un beso en la frente y decirle que le deseaba lo
mejor en su vida. Jamás pensé que existieran palabras
que pudieran desgarrar una garganta por dentro.
Bajé la colina sin mirar atrás. Estábamos prácticamente
afuera de su casa, por lo que no me preocupé de verla
cruzar el pórtico. Ya era de día, pero no sentí calor alguno.
No llovía, pero sentí como gotas de agua me empapaban
el alma. Llegue a mi auto y descansé la cabeza sobre el
volante, con los ojos cerrados y las manos apoyadas en
el tablero, suspendido sobre el vacío que se presentaba
frente a mí. El teléfono se sincronizó a la radio y empezó
a sonar mi canción favorita, y me acordé de su rostro
apenado. Todo lo que me gusta, hoy me recuerda a ella,
por haberlo compartido tanto tiempo, tan en serio, con
tanta pasión. No me arrepiento de nada, pero tal vez las
cosas habrían sido mejor de otra forma. Enciendo el auto
y canto el coro de esa canción que tanto nos gustaba, que
tanto me gusta. Acelero y me dirijo a mi casa, directo
a mi cama, a caer dormido. Fue un atardecer precioso,
una noche encantadora y un amanecer de ensueño. Me
apena pensar que, si no hubieses sido tú,, si no hubiese
estado yo, si no fuésemos los mismos, habría sido una
velada perfecta para alguien más, para otra pareja con
energías para quererse, otro banco en la misma noche y
el mismo lugar.

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Celos

Es insoportable. La maraña de pelos rubios se agolpa


frente a mi rostro y el estornudo se hace inevitable.
Absoluta e irremediablemente intolerante. Ese cabello
abultado por la densidad de un majestuoso y fértil cuero
cabelludo me bloquea la mirada al horizonte aburrido
de la pared del andén. Huele a avellana y crema, a
cielo y pasto, a primavera, a romance. Irracionalmente
aborrecible. No es que estuviera sucio ni nada. Es más,
era limpio como el alma de un niño, pero no podía
reconocerlo. No señor, por ningún motivo podría admitir
tal perfección entre las hebras de aquel áurico pelo.
Decidí que la situación debía remediarse a la brevedad y
me moví hacia la derecha con un paso veloz y sigiloso, y
me perfilé levemente para poder ver el rostro del dueño
de semejante cabello.
Como era previsible, un rostro angelical se dibujaba
entre aquel rebelde pelo. Ojos cansados y tranquilos
se sentaban de cabeza sobre dos bancos rubios
perfectamente delineados. Una frente ni tan amplia ni
tan estrecha daba pie a dos perlas decoradas con una
joya de color esmeralda, aunque la tonalidad del iris se
asemejaba más al agua propia de aquellos lagos sureños
que se mecen bajo la brisa patagónica. Aborrecible. Tuve
que hacer un esfuerzo sobrehumano para no apartar la
mirada y seguir observando aquella nariz tallada por

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Miguel Ángel en persona, no tan perfecta como para
parecer plástica, ni tan tosca para ser la obra de un
herrero. Era preciosamente repulsiva.
Y como si fuera poco, su boca ligeramente fruncida,
daba un deseo sobrenatural de probarla, pero de mala
gana, por supuesto. Todos estos grotescos detalles
fueron ingeridos por mis ojos en cuestión de segundos,
ya que no tenía ningún interés en ella. En absoluto.
Puede que sea una de las personas más guapas que he
visto pasar en aquella selva de transporte subterráneo, y
logré evitar el contacto visual cuando sentí que miraba
en mi dirección. Afortunadamente no tenemos el mismo
destino y jamás tendré que verla en lo que me queda de
vida. Probablemente.
Y eso, querida, fue lo que sucedió, te lo prometo por
lo más honesto de mi corazón y lo más creativo de mi
mente. Lo juro por mi casa, mi madre, padre y hermanos.
Y si he dicho alguna mentira, lavaré los platos un mes y
podrás elegir todos los programas de la noche. Lo juro
por el amor de mis perros. Lo juro por lo más valioso
que tengo ahora mismo: el recuerdo de sus ojos.

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Déjame Ir

La cortina negra de mis párpados se levanta para ver


la tenue luz del parque, agazapado entre las nubes de
invierno y la sonrisa de una luna traviesa. La noche es
confusa, como siempre, y el ensordecedor ruido de tus
latidos retumba en mis odios. La banqueta que antes
parecía de fierro ahora es cálida y reconfortante, tus
manos suaves sostienen mis pesares entre palabras de
cobijo, de aliento. Mi rostro se pierde entre el algodón
de tu blusa y la costura de tu cuello, el collar que
jamás te quitas deja una marca en mi mejilla. Como
un niño atribulado dejo caer mis penas entre sollozos
quejumbrosos y una mirada triste, agotada de una vida
necia, incierta e inocente. Cuantas palabras has de gastar
en mí para que las dos piezas de mi corazón se fundan
en un abrazo íntimo y eterno. Todo porque un ingenuo
cruzó su camino tormentoso con los girasoles de tu
sendero amarillo y esperanzador. Cuánta paciencia se
le puede exigir a una misma persona y de qué forma
recompensarla por tanto tiempo perdido. Un merodeador
del pensamiento y vagabundo del vocabulario, jamás
terminé una idea porque siempre se agolparon otras, y a
estas las siguientes, una y otra vez, hasta que todo pierde
sentido y terminamos bajo las astronómicas luciérnagas
y su nostálgico titilar.
Mis pulmones bailan un bolero con los tuyos, y
tomados de las manos se hinchan de calor, y todos juntos
dejan salir el aire de los cuerpos en un grito callado
para los oídos ajenos. Solo tú escuchas mi pena, solo
yo entiendo tu desconcierto. Las cosas no son lo que
parecen y la confusión se viste de costumbre para hilar
una fibra más en el manto oscuro de la noche, que vela
por nuestro sueño. Una estrella se asoma curiosa entre
los árboles semidesnudos para preguntar si estamos
bien. Yo estoy bien, y tú de maravilla, pero algo dentro
de mí se siente incompleto, algo dentro de ti no libera
los pesares que se agarran del nudo que se alojó en tu
garganta. Si solo supieras lo que yo pienso, si solo dijeras
lo que tú sientes. Si solo fuésemos distintos y la hora
fuese a la tarde, o incluso de mañana. Pero hoy ya es de
noche, tú eres tú, yo soy yo, y ya nada importa porque la
vida es un enredo de cables y sensaciones. Reglas tácitas
aceptadas por todos y seguidas por nadie. Quiero gritar
a los cuatro vientos lo que siento, pero tengo miedo de
lo que pienses de mí. Me aterra que me olvides por decir
algo ligeramente inadecuado.
Mis brazos descansan sobre tu cuello ataviado de
dudas, y lo decoran como una bufanda hecha de carne y
pena. Las estrellas se mueven lentamente con el tiempo y
los árboles se acurrucan unos sobre otros, enternecidos
por la escena que se desarrolla sobre sus raíces. Tu rostro
indescriptiblemente triste me rompe el corazón y solo
puedo pensar en palabras que no mejorarán la situación.
Mi lengua intenta gesticular una disculpa y solo me
ahogo con mis emociones. Una lágrima se escapa de tus
ojos entrecerrados y recorre tu mejilla, luego la mía. Tu
corazón palpitante suena agotado y el mío yace muerto
junto a ti. Una leve brisa peina el césped que se extiende
bajo nuestros pies como una alfombra y un escalofrío
recorre mi espalda. Los pelos de mi brazo se erizan, pero
no es por el frío. Un sollozo se escapa de tus apretados
labios y se lleva mi alma al silencio eterno.
Llega un auto y hace cambio de luces. Es para ti,
debes irte ya. Posas tu mano sobre mi rostro y cierras
mis ojos de niño. Me aprietas fuertemente contra tu
pecho y el olor de tu perfume me invade por una última
vez. Levanto el rostro solo para encontrar una oscura
mancha de llanto en tu hombro, y mi corazón se rompe
a llorar, como un crío que ha perdido a su madre antes
de entender que la muerte es parte del camino. Te miro
a los ojos a través de las lágrimas que se acumulan como
pasajeros intentando bajar de un atiborrado autobús. Me
miras mordiéndote el labio y apretando tu alma para que
no escape en un llanto desconsolado. La vida sigue y
nada más. Te levantas y esperas a que yo haga lo mismo,
pero yo no me quiero levantar. Hacerlo significa dejarte
ir, soltarte de mi vida, sería como perder un brazo, una
pierna. Es como olvidar mi corazón. Me pones una cara
acomplejada, pidiéndome por favor que no lo haga más
difícil de lo que ya es, y solo porque te quiero mis piernas
se recogen para erguirme acabado, derrotado.
Te acompaño hacia el auto estacionado y llevo tu
maleta, como si fuera mi último castigo. Yo, el que
menos quiere que te vayas, te despido y te ayudo a cargar
tus recuerdos en un viaje del que nunca más sabré nada.
Junto al frío invierno, me das un gélido beso en la mejilla
y tomas mi mano por última vez. Tus manos están cálidas
como siempre, pero tiemblan, tiritan junto con tu voz.
Tratas de decirme algo y no logro entender nada. Tu voz
se corta como nuestra vida juntos, el llanto se traba en
tu garganta y antes de que un grito acongojado se escape
de tu boca, te doy un último abrazo y sostengo tu alma
en mis brazos. No dejaré que te vayas con una lágrima
en la garganta ni con una pena en los ojos.
Cuídate mucho, y que tengas un viaje tranquilo, dije,
comiéndome toda la pena que la vida permite a un
hombre soportar. Tus ojos enrojecidos se enternecieron
y comprendieron, una última vez, que yo era para ti tanto
como tú lo eras para mí. Pusiste cara de decidida, como
tratando de convencerme de que todo iba a estar bien.
Cuánto te conozco. Posé mi mano firme y delicadamente
sobre tu mejilla y con el pulgar te acaricié una última vez.
Tomaste mi mano y la retiraste, suavemente. Me diste
las gracias por todo el tiempo juntos y me deseaste lo
mejor en mi vida. Me recordaste que debo comer sano
y pasear con mi perro, pues eso me hará bien. Yo te
dije que te amaba. Me respondiste que lo sabías. Yo sé
que lo sabías. Cerraste la puerta del auto y esas siempre
serán las últimas palabras que escucharé de tus labios.
Tristemente, eso también lo sé.

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Casi Azul

El sucio vidrio del café donde solíamos ir a perdernos


la vida olía a ti. Una silueta como la tuya se dibujaba a
contraluz entre las amarillas marcas del tiempo y la negli-
gencia, como llamándome, recordándome que fui yo el
que te dejó ir por esa puerta y no te sostuve la muñeca,
firme y delicado, mientras volteabas tu vida lejos de la
mía. La mesa que nos tenían reservada sigue allí, junto
a la ventana descuidada, mirando a los peatones pasear
su vida, imaginando la historia de cada uno, los sueños,
observando el polvo hacerse viento por nosotros. Todo
por dejarte ir y no hacer nada al respecto. Un piano triste
retumba en mis oídos, porque eso fue lo último que me
mostraste: una muñeca cansada entrelazando dedos, que
caían como lluvia desconsolada sobre las teclas blancas
y negras. Los compases tristes de una canción sobre per-
derte.
Casi azul. Azul como tus ojos, manchados de vida y
pasado. La silueta se dibuja en la calle y nosotros esta-
mos de la mano. El otoño dio lugar a un invierno so-
litario. Estiro mi vida para alcanzar la tuya, pero ya no
estás. No supe nunca más de ti, y así me hubiera gustado
morir, lleno de incertidumbre y duda. Cuando la verdad
cruda rompe los hilos del deseo y quiebra el espíritu de
seguir adelante, solo un café solitario hace justicia a la
pena que invade un corazón herido de muerte. Casi azul

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es como me siento. Al otro lado del vidrio casi veo tus
ojos, tu sonrisa, tus lágrimas. Casi siento tu presencia y
tu calidez, la frialdad de cuando te fuiste y esa despedida
seca que hace eco en mi memoria como un trueno solo,
solitario.
El mantel blanco se siente terso y me hace pensar en
tus dedos. La taza de café que tantas veces comparti-
mos se transformó en botella, y tu compañía la cambié
por miseria. Porque si no te hubieras ido por esa maldita
puerta de madera gastada, si me hubiera parado sobre
mis zapatos añejados en recuerdos, porque si hubiese
dicho algo con esta lengua que ahora solo sabe sollozar.
Tal vez estarías aquí. Tal vez. Quizás no estaría viendo
un reflejo de mi rostro atribulado en este amarillo vidrio
que me quitó el saludo. Quizás estarías sentada en otra
mesa, con otro hombre, en otro lugar de otro país, otro
continente. Tal vez estarías al otro lado del mundo, en
un rincón perdido de esta tierra de nadie.
Solo sé que no eres tú la que me mira a través del
vidrio, porque no puedes serlo. El maldito piano me gol-
pea el cráneo con cada nota compungida y solo pienso
en la tristeza de tenerte nada más que en mi memoria.
La vida sin tu vida es una pérdida de tiempo. La botella
vacía me mira con ojos de vidrio y me pide por favor que
me detenga, pero mi corazón ahogado se hizo adicto a
la pena. No me reconozco en un espejo, por eso es que
los rompí todos. Mis amigos me trataron de ayudar, por
eso no me queda ninguno. Este pequeño juego al que
llamabas vida se volvió un trabajo tedioso para mí. Ya no

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quiero respirar y cada mañana es un puñal en el pecho
con el que debo cargar. Ese es mi castigo por cobarde,
mi pena por tratar de olvidarte.

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Hasta la Próxima

Hora punta, o tal vez no tanto. Miradas furtivas llenas de


vergüenza se cruzan en un espacio lleno de indiferencia.
Pantallas brillan iluminando los ojos de sus usuarios. Toca
una combinación y todos bajan, todos suben. Como en
un ajedrez confuso, las piezas se mueven para ocupar
algún lugar preciado, pues todos tienen preferencias
distintas. Acá no existen reyes, reinas, alfiles ni torres,
mucho menos caballos. Solo existen peones cansados
por una rutina que asfixia y los deja exhaustos. Pero entre
esas figuras blancas y negras se encuentra ella, tímida y
confundida, curiosa, con sus ojos grandes y profundos.
Dentro de esta cultura donde solo es aceptable mirar los
zapatos propios y evadir a toda costa el contacto visual,
nuestros ojos se encontraron, traviesos, a la altura de
Los Leones. Como dos canicas dentro de aquel infantil
juego, sentí como sus ojos empujaron a los míos fuera
del circulo donde se desarrollaba ese juego. Lo perdí
todo detrás de esas perlas redondas e inocentes. La
brisa artificial que se siente entre los cuerpos agotados
que me separaban de esos ojos profundos me inspira a
dar un paso hacia delante, un paso hacia el costado, un
paso osado. Entre empujones y caras de reprobación,
en respuesta a mi anticonvencional movimiento, sonó
la voz metálica por los altavoces, anunciando una
nueva combinación. Una nueva parada interrumpe mi

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desesperado intento por acercarme a ella, la chica de los
ojos inocentes.
El miedo es el único sentimiento latente, el susto
amenaza con fulminar mis esperanzas. ¿Se bajará?
Si es que lo hace ¿La sigo?. Gente baja y gente sube.
No logre librarme de la incertidumbre y cuando tome
la decisión de bajar la manda de personas ya estaba
ingresando al vagón. Me fue imposible pasar entre ellos
y me vi amarrado a quedarme y esperar lo mejor. Traté
de recordar donde, más o menos, podría ella encontrarse
y di un par de pasos en esa dirección, cerrando los ojos
y esperando verla cuando los abriera. Giré mi cabeza
en un movimiento lleno de suspenso, ansia y terror,
pero el sentimiento que lleno mi mente fue la felicidad
y la sorpresa de verla aun allí, con ojos curiosos, con
una postura despreocupadamente tímida. Estaba ahí, a
solo un par de pasos de distancia, increíble. Una sonrisa
traviesa se coló en mi rostro y más aun fue mi sorpresa
cuando en el suyo una sonrisa de similares dimensiones
hizo de reflejo a la mía, como si de un espejo se tratara.
Un par de mejillas ruborizadas terminaban de decorar
ese rostro divino mientras una mano delicada quitaba
su crespo pelo de su cara, en todo lo que se podría
llamar una indirecta de libro, si es que tal cosa existiera
en este mundo. Su mirada bajo llena de vergüenza, pero
la curiosidad pudo más y alzó su mentón, mirándome
con rostro inocente y jovial, casi pidiendo permiso a esta
sociedad maldita donde una mirada se censura como el
más obsceno de los actos.

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Los cortísimos segundos se hicieron eternos y la timidez
se apodero de mi ser, paralizándome y cortándome la
lengua como si de un sacrificio se tratara. No es que
mi mente estuviera en blanco, sino todo lo contrario,
las palabras volaban en mi mente como notas en una
partitura atiborrada de sonido. Eran tantas que se
atascaban en mis labios y se perdían a lo largo de mi
lengua confundida. Antes de darme cuenta, el sonido
ya había vuelto el ritmo a la circunstancia y llenado el
vacío que estaba dejando la emoción. A la cámara lenta
le sucedió una escena acelerada en la cual ella se bajó y
con una mirada me suplico que también lo hiciera, para
poder mirarnos eternamente en la estación. Pero sus
ojos inocentes solo irradiaron desconcierto al ver como
se cerraban entre nosotros las puertas del metro. Una
lágrima avergonzada se ahogó en mi garganta llena de
palabras y mis ojos se posaron sobre el sucio suelo del
vagón donde tantas cosas había vivido.
Con una fuerza inevitable, el metro emprendió la
marcha, y con él también lo hicieron esos ojos profundos
y honestos que ahora me daban la espalda, mirando al
horizonte que decía “salida”. Mis ojos nuevamente
apuntaron al suelo y aquí estoy ahora, esperando
enamorarme de nuevo.

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Con Una Rosa Azul

Una rosa azul cuelga de sus dedos, nerviosos. Parece de


mentira, esas que tiene el tallo plástico y los pétalos de
tela, pero no importa, él piensa que duran más. ¿Eso es
lo que importa no? Que dure. Su cuerpo se balancea
al ritmo del tráfico, todo porque su ansiedad no le
permite estar sentado. La micro frena y él se inclina
hacia adelante, y cuando acelera se afirma del fierro más
cercano para evitar irse para atrás. Se pone de puntillas
para amortiguar las subidas y bajadas que el camino mal
pavimentado presenta, toda una travesía. Él debe tener
dieciséis años, o al menos eso parece. Parece solo un
chico, pero mira por la puerta con decisión. Ve cómo
se acerca el paradero donde debe bajarse y se muerde
el labio. Levanta la cabeza y deja de mirar al suelo, el
destino es el dueño de su suerte ahora.
¿Irá a proponerle que estén juntos hasta que la plástica
rosa se marchite? ¿O acaso pedir perdón por tantos
errores? ¿El color favorito de ella será el azul, o acaso es
un él? La puerta se abre y veo que toma una bocanada
de aire, como si supiera que en breves momentos él no
podrá respirar. Él no sabe que lo observo, sus facciones
chilenas, su rostro moreno. Su pelo desordenado
meciéndose al ritmo de los semáforos. Baja de la micro
y no mira hacia atrás en ningún momento. Conoce
su norte y no piensa cambiarlo, sabe lo que le espera

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y decide enfrentarlo. Nada sabe de la vida, solo cree
entender lo que siente y mira al cielo esperando tener
razón. Su mano sostiene con fuerza la rosa azul y decide
emprender camino hacia la plaza, punto de encuentro de
tantos amores adolescentes. Su corazón late acelerado y
sus manos transpiran como si estuviese corriendo por
su vida. Y eso es lo que hace, corre por su vida, solo
que esta carrera no se corre con las piernas, sino con el
corazón.
La micro deja atrás al joven enamorado y de a poco
el horizonte cambia, dejando al pequeño moreno solo
en su camino hacia la verdad. Buena suerte, amigo mío,
compañero de travesías, pensamientos y emociones.
Puede que la micro haya avanzado y olvidado tu paso
por ella, pero yo no lo haré, así como esa roza jamás
olvidará mi mirada curiosa cuando la vi por primera vez.
Espero volver a encontrarte, ya sea en un paradero o en
alguna micro, pero ahora con tu pareja de la mano, y no
sólo con una rosa azul y artificial.

141
142
Algo viejo
Encefalograma

Es como este sentimiento que se aloja dentro tuyo. Como


un zángano, un parásito que se alimenta día a día de tus
emociones, de la felicidad que te generaban ciertas cosas,
de tus pasatiempos, de las conversaciones amenas y las
risas espontáneas compartidas con la gente que te quiere.
Esa sensación de vacío, de inestabilidad, de miedo por
no saber qué es lo que sucede, o por qué. ¿Es normal? Sé
que no sería la primera persona en padecer depresión o
ataques de ansiedad, ¿pero así se siente? Es como si todo
lo que me pasara en el día fuese malo. Como si respirar
fuera el único impedimento para llegar a un lugar mejor,
más tranquilo. Esa inercia, esa falta de entusiasmo por
hacer las cosas que antes hacía feliz y cantando, ese
miedo a la incertidumbre de no saber quién soy ahora.
Esas ganas de llorar que me invaden de repente. Buscar
en internet los síntomas de estas enfermedades, cruzar
los dedos porque alguien “accidentalmente” me ayude,
porque no soy lo suficientemente valiente para hacer
algo por mí mismo.
Quiero pedir el número de algún psicólogo, pero no
lo hago. Quiero gritar en la calle que no estoy bien y
que necesito ayuda, pero me da miedo. Quiero decirle
a mi polola que no me encuentro bien, pero no quiero
molestar. Mis amigos tienen sus propios problemas, no
tienen que lidiar con los míos. Mi mamá está llena de

145
cosas y seguro no tiene tiempo para este tipo de asuntos.
Mis hermanos están ocupados y yo soy el mayor, qué
ejemplo les daría. Mi papá trabaja y está agobiado porque
cuando llega a la casa el ambiente se siente denso. Y me
enoja. Me enoja que nadie adivine qué es lo que me pasa.
Que nadie insista diez veces en preguntarme si estoy bien.
Que mis amigos no piensen en mí. Que mi familia no
piense en mí. Que mi polola no piense en mí. Y me doy
cuenta que soy egoísta, ególatra, estúpido. Y me frustro.
Y me da pena. Me miro y me siento gordo. Quiero ir al
gimnasio, pero no me dan las ganas. Entonces pienso en
leer ese libro que hace un mes me tenía tan sumergido
en su mundo, pero no encuentro tiempo. Hago otras
cosas, miro la tele, y mientras la miro pienso que podría
estar paseando a mis perros, o leyendo, o ejercitándome,
o visitando a mis amigos.
Me frustro, me da pena y la decepción me carcome
como la gangrena. Casi todos los problemas de la vida
los tengo solucionados. Los más importantes, por cierto.
Estoy en una familia acomodada, tengo estudios, sé leer
y escribir, no me preocupo de dónde vendrá la comida
o si me faltará dinero para el mes siguiente, o para esta
semana, o mañana. O para hoy. Debería estar dando las
gracias, mas heme aquí, quejándome por todo. Que hijo
de puta más mal agradecido.
—“¿Cómo estás?
—“¡Bien, gracias! ¿Y tú?”
—“Muy bien también, gracias por preguntar.”
—“¡Qué bueno! Me alegro”

146
La Esperanza

La esperanza son las cosas con plumas que se posan en


el alma. Descansan su revoloteo en las raíces del hombre
y calman el sentimiento natural de incertidumbre, de
desconfianza. Acobijan entre sus alas el corazón de los
maltrechos, los heridos, los cabizbajos. Guardan en su
pecho las asperezas de la piel y las cicatrices del corazón.
Escuchan con cuidado los pensamientos que gotean
desde los ojos, y recogen las migajas que se nos caen al
andar. Nos entregan el tibio sentimiento de que mañana
saldrá el sol, y que con sus rayos se llevará la oscuridad.
Nos enseñan que incluso en el negro manto de la noche
se encuentran cocidos botones de luz, que guían nuestro
camino como un sendero titilante.
La esperanza descansa acurrucada a nuestras costillas,
se alimenta de los nudos que se atoran en la garganta y los
sollozos acallados por los que han sido llamados débiles.
Se deja ver luego del naufragio, como un salvavidas,
cuando en realidad siempre ha estado allí, esperando
pacientemente el momento reflexivo y determinante,
dejando a sus alas argentadas alzar vuelo y llevarse
lejos las tribulaciones propias de los confundidos, los
inseguros, los corazones resquebrajados.
Somos lo que la vida trajo, y la esperanza lo que nos
alienta, somos viento y marea, una ola empedernida, un
rastro en la orilla, un mensaje único. Somos polvo de

147
viento, dejando una estela al paso, un sendero, estrellas
alineadas en un sentido. Somos nuestras cicatrices, los
dolores, las penas y las rabias. Somos risa, llanto, cariño.
Somos un abrazo apretado, una mirada fija. Somos
una lágrima descarriada, un puño firme. Somos lo que
somos, y lo seguiremos siendo, hasta que nuestro ser
deje de ser por sí mismo, y solo seamos polvo de viento
en la memoria de todos. El eco de las olas rompiendo
contra la costa y volviendo al origen. En ese momento,
seremos recuerdos, seremos historia. Seremos eternos.

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Algo Sobre el Silencio

El silencio es un ruido que te aturde, es ensordecedor,


casi insoportable, porque te obliga a ver las cosas, a
sentirlas, a reconocer su existencia y palpar la esencia
misma, acariciar la textura del silencio. Experimentar lo
eterno del vacío que hace un eco mudo y solo deja sonar
ese ruido blanco, ruido negro, que rebalsa los agujeros
que el tiempo va dejando en cada paño, en cada alma, en
cada cuerpo. La garganta se hace un nudo con la soga del
corazón y es el silencio el que escapa como un grito de
auxilio desde las fauces de la ansiedad, la desesperación.
Una lágrima que grita socorro es encarcelada entre el
párpado y la pupila, solo para secarse en el cautiverio de
la vergüenza, la negación, la censura. Si todos tenemos
emociones que nos agolpan el pecho,¿por qué debes
mostrarlo? ¿Acaso no piensas en mí, que ya tengo
suficientes problemas para además preocuparme de los
tuyos? ¿Esperas un trato especial por llorar? ¿Es que
no te das cuenta que eres hombre y te hace ver débil?
¿Acaso llorar es lo único que saben hacer las mujeres?
¿No estás muy grande para andar llorando? ¿Cómo no
te voy a tratar como crío, si lo único que haces es llorar?
Tantas preguntas que jamás buscaron una respuesta,
dejando cicatrices en el dolor que se lleva a cuestas.
Palabras llenas de veneno, sin contenido alguno.
Un vacío que absorbe todo, un fuego que poco a poco

149
muerde el borde del agujero, consumiéndolo, volviendo
ceniza la orilla, el canto en silencio. Una imaginación
apuñalada por la desesperanza, un corazón congelado
por el desaliento. Un silencio súbito, indignado,
imperecedero, atenta contra el pentagrama y oscurece la
armonía a su alrededor. Los silbidos alegres de primavera
cesaron sin avisar. Silencio. Las carcajadas infantiles
murieron junto a su inocencia. Silencio. El ladrido de
un perro se convirtió en gemido y luego en estela, en
brisa, en un movimiento apagado, opaco. Silencio. Y
de entre la falta de sonido se agazapa en el pecho un
sentimiento que pesa, que pisotea el tórax y paraliza el
diafragma, ralentiza el tiempo y lo hace tortuosamente
extenso, infinito, incalculable. Nace la incertidumbre, el
tren del pensamiento colisiona en el primer cruce y los
rieles quedan solos para ser acariciados por el viento y
nunca más sentir la vibración de la mente. El silencio
que se adueñó de los labios hoy encarcela el pensar,
encadena el sentir. Y todo por no decir, por no mostrar.
Por fingir, por aparentar. Por esconder el pesar y pensar
que a costa de hablar y expresar nos iban a crucificar por
vivir, emocionarse y compartir. Por qué la sociedad logró
convencer que verse es más importante que ser, que no
puede transparentarse sin perecer, que ser vulnerable
es perder y perderse, desaparecer. Silencio. Y al final de
todo, silencio .
Un Existir Desenfrenado

Una leve brisa se apodera de mis ropas y deja mi camisa


meciéndose al bamboleo del viento, balanceándose
fluidamente sobre las corrientes de aires que recorren
mi continuo mover, mi incesante vibración, las
gesticulaciones dramáticas y el frenesí cinético de mi
palpitar. El pasto a mis pies desprende ese olor a verano,
a madrugada, a felicidad sin remedio. Los pájaros
tratan de acallar la música, de hacerse escuchar, pero
un platillo sincopado solo se preocupa de recordar cada
nota, que los bajos vibren, los agudos puncen, que la
voz estremezca las entrañas y nadie quede indiferente
al sentimiento general, al fluir de los movimientos, la
transición de posturas, el traspasar la alegría de la mente
al cuerpo, y de este al aire, al cielo, al horizonte que
descansa al final de nuestras miradas.
Las nubes revolucionan en torno a un sol luminoso
que calienta los pies y los mantiene saltando en el mismo
lugar, como si el fresco pasto fuese carbón encendido,
brasas perennes de un fuego eterno, quemando en los
corazones. Las extremidades autónomas olvidan el
orden central y se reparten en direcciones aleatorias, de
una manera caóticamente armoniosa, contrapesando
el equilibrio de un cuerpo brioso, vehemente, un
convulsionar eléctrico, un girar desenfrenado, conducido
de manera desordenada hacia ningún lado, bajo la mirada
de nadie más que el cielo y las infinitas estrellas escondidas
tras una cortina cerúlea. El revolucionar antiestético de
un impulso acéfalo, alternativo, divergente, que se traslada
dentro del mismo metro cuadrado, avanzando en todas
direcciones sólo para regresar al inicio, eventualmente.
Movimientos alternativos definen el actuar azaroso de
tan desviada conducta.
Abro los ojos y un sentimiento de vértigo me abraza
los tobillos, ahora estáticos, mientras mis rodillas aún
siguen el último embate del movimiento, siguiendo la
inercia incesante de tan agradable fluir. Una gota de
sudor practica clavadismo desde lo alto de mi ceño
para aterrizar lejos, impulsada por el último vector que
acompañó el desenfrenado actuar de mi cuerpo, su
independencia totalmente desentendida de mi pensar.
Recupero la conciencia lentamente y noto la respiración
entrecortada, alborotada, la adrenalina irradiando desde
mis mejillas, el calor de mi espalda escurriendo con
la gravedad. Paulatinamente, mi cuerpo permanece
inmóvil, de pie, al mismo tiempo que la canción anuncia
su muerte, el suicidio anunciado, conocido, inevitable.
La camisa recae cansada en su posición original y el lino
se posa sobre mi cuerpo estático, agotado por tanto
zamarrear.
Una sonrisa vigorosa se escapa de entre mis entrañas y
aterriza en forma de carcajada, generando un estruendoso
eco, acompañado por algunas cotorras que aparecieron
en la escena, curiosas. El danzar desenfrenado dio paso a
la quietud y mi alma ahora descansa tranquila, apaciguada,
enganchada de tan maravillosa droga que es el baile. El
viento me da una última caricia en el cabello y la planta
de mis pies roza delicadamente el pasto que sostuvo el
vigoroso cabrioleo. La sonrisa que involuntariamente
bosquejo sobre mi rostro apunta al cielo y siento como
el sol besa mi frente con un cariño paternal. Hoy ha sido
un gran día para bailar.

153
A veces escribo

A veces tomo el teléfono, me instalo en una nota en


blanco y me pongo a pensar en qué escribir. No es que
alguien me lo hubiera pedido o si lo necesitara para algo.
Ojalá nunca tener que necesitar escribir algo que me
apasiona a la fuerza, porque no sería capaz de releer ese
trabajo bastardo. No, a veces solo me instalo en notas
porque se me ocurre hacerlo, no porque tenga una idea
o sienta que no he escrito hace mucho. No funciono
así, la verdad. Hay días que escribo dos o tres cuentos,
incluso más, y otras épocas en las que no escribo nada
por meses. No se lo atribuiría a la inspiración ni a nada,
solo a las coincidencias de la vida, de encontrarme frente
a una nota en el momento de querer escribir algo. La
verdad es que la mayoría de las veces me encuentro una
idea para un cuento interesante, y se me olvida antes
de que se me ocurra anotarlo. Cabeza de pollo, dirán
algunos. Otras veces alcanzo a anotarlo y lo dejo como
un proyecto a futuro, ya sea porque no me siento con
ganas de escribir o por qué no tengo tiempo. Ahí está
otra cosa: soy tremendamente disperso y me cuesta
retomar una idea cuando esta ya ha reposado, necesito
ese envión inicial.
A veces ni siquiera sé lo que escribo. ¿Será un poema?
¿Una décima? ¿Estilo libre? Tal vez escriba un cuento
como corresponde, esos que tienen principio y final, o

154
tal vez solo dé vueltas sobre el papel hasta que encuentre
que hable demasiado y lea todo una vez, para saber si
tiene algún sentido o son solo divagaciones difuminadas
por ideas que se enredan como audífonos en un bolsillo.
Y si en el mismo bolsillo también hay unas llaves, darlo
todo por perdido. No, a veces solo escribo y confío
que las palabras me llevarán a algún lugar, que a la larga
harán sentido. Se van armando como peldaños en una
escalera y yo solo recorro el tramo, subiendo y bajando,
zigzagueando erráticamente en un estilo que me gustaría
decir propio, pero que probablemente alguien ya se lo
adueñó hace años. Me gusta pensar que a veces cuando
escribo, hablo de tanta estupidez sin sentido que los que
me leen, que hasta ahora no sé si son muchos o pocos,
se dan cuenta que cualquiera puede hilar dos palabras
de una forma tal que hagan sentido, y decidan contar
sus experiencias, una historia que se les ocurrió, un
sueño loco, una anécdota divertida, un pesar doloroso o
un recuerdo importante. Por favor escriban, escríbanlo
todo, hasta que las palabras se cansen de ser conjugadas,
manipuladas, entremezcladas. Hasta que las letras se
aburran de tomarse de la mano para darle sentido al
imaginario privado del departamento que cada uno de
nosotros tiene entre ceja y ceja.
A veces escribo porque necesito sacar algo de mi
pecho, aunque no sepa bien qué es. Hoy fue así, puesto
que sentía una congoja que no podía ahuyentar con
nada, ninguno de mis trucos funcionaba. Lo intenté con
mate y solo se me apuró la cuchara, me comí un pan con

155
huevo y me sentí gordo. Hice unas flexiones y me sentí
tonto. Leí un rato un libro sobre reflexiones de vida, y
se me ocurrió que en verdad nadie sabe nada de nada.
Salí con mi mamá y eso me levantó el ánimo un poco.
Aunque aún sentía el pesar en el pecho. Me dispuse a
manejar y armé una lista de música perfecta para perder
la voz cantando y gritando, y si bien eso me hizo sentir
feliz, el peso no se fue. Vi los últimos capítulos de una
serie increíble, y el peso que antes solo molestaba pasó
a ser un agujero que perforaba mi pecho. Me acosté en
mi cama, ya medio rendido frente a la situación, cuando
mi perrita se me abalanza encima y se encarama a mi
costado, con todo el calor que hace hoy en día. Eso
me levantó la cabeza y decidí escribir. Y aquí estoy,
escribiendo.

156
Confesando un Delito

No sé cómo empezar a escribir lo que tengo en mente.


La verdad es que es un tema que me fascina, pero es
un pensamiento que tomé prestado de otro lado, otra
persona. A quienes me leen, si alguno lo llegase a hacer
con frecuencia, sabrán que robo sin vergüenza. Usurpo
frases, ideas, sensaciones. Soy un abductor de palabras
y conjunciones, un ladrón de conceptos. Recopilo
aquello que el aire desprende, recojo las migajas que
los transeúntes dejan a su paso y luego tomo todo para
desparramarlo sobre mi libreta, lo dejo caer con azar,
luego lo ordeno someramente y subo el contenido
terminado, prácticamente sin revisión alguna. Siempre,
inevitablemente, se me colará una falta de ortografía, lo
digo como un dato tanto como advertencia. Supieran
cómo es en realidad mi libreta.
¿A quiénes les robo? A pesar de que me gustaría
decirme un Robin Hood de la literatura, suelo echar
mano a todo lo que está a mi alcance, sin discriminar
realmente el origen. Las palabras son palabras, serán
palabras y quedarán como palabras por siempre:
conjunción de letras confabulándose de manera tal
que logran transmitir algo. En mi caso, idealmente un
sentimiento. Si recurro a mi memoria, donde esta debería
ubicarse al menos, recuerdo haber tomado algunas
frases sueltas de un concierto dado por Jorge Drexler,
por allí a inicios del año 2019. En un mochileo, hace no
mucho, un amigo contó un sueño que tuvo y me adueñé
de los derechos para escribir sobre tan fantástico mundo
onírico. Creo que soy capaz de remontarme al año 2015,
a las influencias vocales de Ignacio Fornes Olmo, mejor
conocido como Nach. Largos trayectos interurbanos
colgando de su música híperurbanizada.
¿Me siento culpable de estos robos intelectuales, de
estos desvergonzados hurtos literarios? La verdad es
que no, ni un poco, ni siquiera los consideraría como
un lejano zumbido en la noche más cálida del verano.
Honestamente siento que le dan una cercanía a la
realidad, es una huella que estampa la imagen de lo que
me rodea, la circunstancia como escenario, el contexto
como antecedente. La canción que suena justo en su
momento, la nota precisa, el compás exacto. Lo propio
no es mío, sino de todos. Los pájaros, con su trinar
caleidoscópico, son oídos por todos, o al menos pueden
serlo. La vida es una caja de chocolates.
Claroscuro

Hay palabras que, sin lugar a dudas, toman más


peso de noche. Es como si las estrellas cargaran de
sentimiento cada letra, cada sílaba, como si los acentos
se volvieran susurros que sólo el silencio de la noche
pudiese salvaguardar. No sé muy bien cómo explicarlo,
es un sentir, un vibrar, un respirar la tranquilidad de
lo inevitable, la oscuridad inexorable, la calidez de
aquel inconmensurable sentimiento llamado soledad.
La noche es el breve lapso de tiempo donde el piano
resuena con un eco melancólico, preferido por sobre la
guitarra frenética, sobre la enérgica batería. La noche es
el momento justo para llorarse, hundirse en la nostalgia,
ahogarse en un mar de sábanas hasta la apnea. La noche
es el momento para morir un momento . La vigía
nocturna es la prueba de que existe la inexistencia, la
fugacidad de la carne, el cuestionamiento del estar, del
esperar. La deconstrucción del presente, el derrumbe del
futuro. Olvidar el pasado. La boca de un solitario lobo
que nos acobija hasta la inconsciencia. El alma en mutis
antes del alba.
Junto con el sol perecen las cavilaciones y solo por un
instante la noche da la bienvenida al madrugar, al primer
roció que se aloja sobre el verde tapiz que recubre el
horizonte. El amanecer se conjuga por un momento con
la remembranza de los sueños, arrebol de la imaginación,

159
tonadas melifluas que se reflejan como burbujas detrás
de una cabeza descansada, vagando a gusto entre oídos
sordos, jugando a estar sin ser, al sentir sin ver. La
luminiscencia propia del iris matutino que se alza entre
montañas andinas deja atrás la temprana aurora que abrió
sus puertas al cuerpo celeste que brinda vida, alegría y
ligereza. Los remordimientos se hacen cenizas bajo el
calor abrasador, solo para luego renacer como intención
incandescente, motivación inmarcesible. Inercia propia
del respirar humano, nocturnamente dudoso, ansioso,
apenado. Y es que todos somos personas de día y
personas de noche. La cálida soledad nos entrega el
carisma y la empatía, la pena contrasta con la alegría,
haciendo invaluable la vida como una dicotomía, la
conversación de dos sentires. Dos almas que convergen
en un cuerpo. Día y noche que comparte un giro sobre
su propio eje. El ir para volver, como un niño jugando
en el columpio de la vida, meciéndose sobre el polvo
que más tarde llevará a casa alojado en la suela de sus
zapatos.
Es el arrebato, el atardecer que nos irradia nostalgia,
su belleza que nos sumerge en la contemplación de la
realidad que a veces se siente tan distante, tan hermosa,
tan etérea que parece como si fuera a desaparecer como
el polen entre los dedos del viento. El telar tostado del
sol, arrugado y crujiente como el otoño, la paleta de
colores cobrizos que le regala vida a una ciudad hecha
de vidrio, una selva urbana que solo busca reflejar la
incomprensible maravilla natural que le rodea. Un ligero
sonar emana de cuerdas sinceras que murmuran un
acorde lidio sobre la brisa que se pasea entre los espejos
de la gran metrópolis. Metálicas luciérnagas se iluminan
al paso del pincel claroscuro que levanta las luces
hasta el infinito y las cuelga del oscuro telar que cubre
nuestras cabezas, una perla tintineante a la vez. Los fríos
corazones se confiesan y las frágiles jaulas dejan escapar
las bestias que de noche recorren el firmamento a sus
anchas. Las pestañas se vuelven insostenibles y sólo
algunos sobreviven al sopor propio del diario vivir, con
la meta única de disfrutar, una vez más, la calidez de
aquel inexorable sentimiento que llamamos soledad.
Poniéndome al Día

No recuerdo cuándo fue la última vez que pasé tanto


tiempo sin escribir. Incluso ahora, mientras lo hago, no
tengo una idea clara, ni motivación alguna que me empuje
a terminar este relato. Tal vez ni lo haga. La verdad han
sido meses difíciles, complejos, aciagos. Un periodo
oscuro del que a veces es tan difícil rescatar algo. Y es
que nos tienen convencidos de que debemos sonreírle
al abismo, encarar el miedo y brillar ante la ausencia de
luz, porque eso nos sacará adelante. No se confundan,
tienen razón. Cada uno de esos consejos envasados, cada
frase cliché, gastada y agobiada de tanto repetirse, cada
exasperante palabra de aliento tiene un gran sustento en
la realidad de las cosas. Ver el lado alegre de la vida da
felicidad. El reflejo del atardecer en el edificio que queda
frente a tu oficina, justo mientras vas saliendo luego de
una jornada que se extendió más de lo que esperabas.
Una canción que saltó de entre el aleatorio para animar
un poco tu tarde. Un perro que espera al lado del camino
y que se deja acariciar por tu mano cansada de teclear los
mismos números, una y otra vez. La vida, queramos o
no, está llena de momentos trillados que le dan sentido,
que le dan consistencia y razón.
Les aseguro que cuando tomé mi teléfono y empecé
a escribir, no pensaba en mandarme un párrafo
motivacional estilo comercial de “llame ya”, esperando

162
darle un vuelco a sus vidas y alegrarles la existencia. Me
chupa un huevo. Yo quiero escribir, hace mucho no lo
hago, así que perdonen si dentro de mi ser oxidado hay
anhelos de esperanza, y que esto sea lo único que se
me escape de entre los dedos para producir contenido.
Realmente no me importa. Echaba de menos escribir
y recordar cuánto me gusta hacerlo. Tal vez eso nos
falta, forzarnos un poco, escapar de la rutina, romper
el engranaje que nos tiene en línea y doblar un poco
la fila para ver hasta dónde llega. Quiero despertarme
mañana, leer esto que escribo y sentir que lo hice otra
vez, que logré escribir algo, que alcancé ese no sé qué
tan íntimo, tan mío, ese algo que me hace sentir propio.
No me importa si a ustedes les gusta, esto es para mí, y
lo publico porque tal vez ustedes necesitan saber que,
a veces, está bien que no te importe el resto, que valga
poco y nada la opinión de esos ojos observantes. Tal vez
hoy en día nos sobra empatía y falta indiferencia.
Tal vez lo que nos falta es cerrar los ojos y escuchar
el crepitar del viento pasajero, abalanzando el tiempo
contra los rostros, haciéndonos sentir nuestros, propios.
Ser sin pensar por qué, querer sin preguntar el fin,
empujarnos al barranco y dar gracias por haber saltado
en vez de solo dejarnos caer. Tal vez lo que nos falta
es eso, apropiarnos de la desgracia, aprovechar estos
tiempos aquejados por la incertidumbre y el dolor, tomar
este afligido susurro y convertirlo en grito, en mensaje.
Si tuviera que resumir lo que sé de la vida ahora mismo,
diría solo cuatro palabras: estamos todos pal pico. Pero

163
aun así, seguimos de pie, dándole, empujando, prestando
la mano, soltando sonrisas como si la vida no costara
vivirla. Y eso creo que es lo que más me gusta de todo
esto, ver cómo la adversidad sirve de combustible, ver
cómo enardece el fuego de los corazones y sentir el
palpitar frenético e incansable. Nos enfrentamos a una
realidad que solo se da cada cien años, y que esperemos
nunca más se repita. Pero mientras dure, no dejemos
de ser nosotros mismos. Creo que por eso quería
escribir hoy. Para pedirles que sigan haciendo lo que les
gusta, se empujen fuera del reconfortante lecho de la
desesperación y le den vuelta la mano a la circunstancia.
A la vida, hoy más que nunca, le falta gente para vivirla.

164
El Tesoro

En mi lecho observo por la ventana cómo el sol me


saluda cordialmente, se quita el sombrero y nos damos
los buenos días en un gesto cómplice. Solo él sabe las
veces que me lastimé el corazón, las veces que dejé que
el tiempo me perforara el torso sin piedad, carcomiendo
la carne gangrenada desde mi corazón hacia afuera. Él
me conoce, y lo conozco, o al menos eso creo. Siempre
que salgo a correr un rato, él sonríe, porque sabe que
llevo el corazón en la mano y una lágrima en la cabeza,
que de a poco baja junto al cansancio y la adrenalina,
hasta terminar cicatrizando un pedazo de la herida que
me cruza el alma. Son tiempos de sanar, de ser luz.
“Esa es mi revolución. Llenar de amor mi sangre, y
si reviento, que se esparza en el viento el amor que llevo
dentro”. Tarareo el son marcado por una época oscura
que hoy veo lejos, iluminada por una claridad que en esa
época añoraba tan intensamente. Pensar que, si la luz
de hoy me hubiese alcanzado entonces, probablemente
habría quedado ciego. Tiempo al tiempo, y todo en su
momento. Antes pensaba que corría para huir de mis
problemas, subía cerros para alejarme de todo, recorría
kilómetros para perder los miedos, el dolor, a mí mismo.
Hoy me doy cuenta que nunca camino solo, mi historia
siempre me acompaña, soy parte de mis buenas y malas,
pese a quien le pese.

165
La luna me vio llorarle más de una vez, con angustia,
con rabia, confundido. Tal vez no lloré tanto como
otros, pero esas lágrimas eran mías, nacidas de mi
garganta, dolientes y espinadas. Y hoy me rio fuerte,
respiro profundo después de tanto. “Cambia el rumbo
el caminante, cambia el nido el pajarillo, cambia el más
fino brillante, cambia todo cambia”. Hoy miro la luna
desde la cima de un cerro que conozco como la palma
de mi mano, me doy el tiempo de observarla y verme en
el reflejo de su luz blanquecina. Un pequeño tesoro en
lo vasto del cielo metropolitano.
Y perdonen si me extiendo una vez más, me gusta
estar acá, estar así, quererme aquí. Todo esto pasará, lo
sé, conozco lo inevitable de la inercia propia de la vida,
los caprichos de las hilanderas. Pero hoy estoy, y dejo que
la brisa me acaricie la cabeza, como un padre orgulloso o
una cariñosa madre. Creo que al final, el mejor tesoro es
vivir tan intensamente que, al momento de despedirnos
para siempre, la muerte no tenga nada que llevarse.

166
Inhalar Hondo

La maldición de la felicidad es que casi siempre la


encontramos, al observar en retrospectiva la vida
misma, tarde y añejada en tiempo. Es raro encontrar
la paz suficiente para detener todo en el fotograma
exacto, ese que golpea el acorde oportuno en el compás
preciso. Y no digo que sea encontrar el significado de
la vida ni descubrir el sentido de divagar dando tumbos
entre lugares y momentos. Puede ser el calor del sol, la
quietud de la brisa, el volar de un pájaro, la imagen de
una cordillera vestida de novia. Allí reside un poco la
magia de estar vivos: descubrir los pequeños placeres.
Es un momento de autoconocimiento, de reflexión, un
segundo de realización. Una cápsula de vida.
A veces cuesta quitarse de encima el esquema de
nueve a siete, salir del cubículo y saltar de la silla giratoria.
La vida ocurre a todas horas, no importa cuándo leas
esto. Creo que son las diez, pero podrían ser las dos, y
ustedes no sabrán si hablo de la mañana o la tarde. Todo
es un tanto relativo cuando cambian las perspectivas. En
definitiva, no digo que la vida se viva de una sola forma,
o que haya quienes se equivoquen al vivirla. La verdad
es, que probablemente todos estamos equivocados y hay
algo de increíble en eso, una especie de camaradería, un
sentido de unidad, comunidad. Vamos todos nadando
contra la corriente y se siente bien. A veces agota y nos

167
dejamos llevar río abajo, flotando con los ojos clavados
en una nube. Luego sembramos los pies en la cuenca
y damos la pelea de nuevo. Huir es fácil, irse es lo que
cuesta.
En una vida donde todos tratan de tener color,
mostrar vida, vibrar alto y emanar energía, donde todos
necesitan “hacer algo”, creo que nos hace falta “hacer
nada” de vez en cuando. El tiempo se mueve lento
cuando estamos solos, y corre acompañado. Hay que
descansar de esta maratón y darnos tiempo para cargar
energía. Entender que esto no es una carrera contra nadie.
Miramos a los lados y vemos gente yendo más deprisa,
más seguido, con más energía. No tratemos de ser ellos.
Ellos están bien, nosotros también. No compararnos
es una utopía, somos competitivos de fábrica, pero
entender que tenemos otro ritmo, funcionamos en otra
frecuencia. Calma, respira y levanta la cabeza. Queda
camino y tiempo. No pierdas la vida mirando la carrera,
y disfruta el paisaje.

168
Reaprenderme

Hace tanto tiempo que no escribía, que llegué a pensar


que había olvidado las palabras, las metáforas, lo largo
de los párrafos y los intrépidos puntos seguidos. A
veces pierdo la vida corriendo dentro de mi cabeza y
olvido darme el tiempo de escribir. Estoy contento de
volver a hacerlo, aunque sea breve. No hay nada como la
satisfacción, el alivio, de colgar un punto final.

169
Nacido para ser Azul

En la paleta de colores que se desparrama sobre el lienzo


de mi alma, me encantaría descubrir por qué a veces es
el azul el que más me identifica. No ese azul de Picasso,
sino el azul de Chet, ese con sentido, sentimiento, con
una razón de ser. Como la espuma que deja la ola,
reflejando en las burbujas la mano dorada con la que
el atardecer se despide. Sentimiento. Algo así como
cuando escuchas esa canción, hueles ese perfume, visitas
ese lugar, recuerdas sus palabras. Nostalgia, creo que así
le llaman.
No sé si el azul es un color tan melancólico como lo
pintan de vez en cuando. Me parece que es algo más, un
poco distinto, tal vez más profundo, quizás más afilado.
Algo diferente a la melancolía de ver la luna menguante
y dedicarle un verso agobiado, un detalle sentido, una
prosa farsante. Creo que el azul me suena más a una
lluvia de recuerdos, repiqueteando sobre el techo de zinc
que cubre un corazón averiado, viendo en el horizonte
un sol radiante, ardiente, alejado.
Tal vez no es lluvia lo que me suena cuando pienso
en azul. Puede ser río, canal, cascada y pena. Sí, un poco
de pena. Me parece ver una caminata de noche, entre
edificios y su verticalidad vertiginosa, entre árboles
apagados y luciérnagas de fierro. Suena como autos
apurados tratando de llegar a tiempo a ninguna parte,

170
a su destino, arrastrando tras ellos viento, ruido y vacío.
A veces pienso que los autos pasan muy cerca cuando
espero en la vereda. Otras, pienso que no tanto.
Al final, creo que el azul de Picasso también tiene lo
suyo. Es azul, llano, cansado y plano. Nada de estigmas
asignando sentimientos a colores. Azul es azul, y el resto
es música.

171
172
Algo prestado

173
174
Brisa

Y entonces fuimos todo. Fuimos viento y arena, ruido


de mar. Fuimos tiempo, arte, danza y música. Hicimos
ruido, mucho ruido. Nacimos en pares para caminar el
sendero a través de la playa tomados de la mano. Tu pelo
en el mío. Tu mejilla, tibia, acurrucando mis miedos. Tus
ojos oscuros reflejando mi alma y los míos mirando
al infinito, a ninguna parte en especial, pero siempre
contorneado tu silueta. Piedras de formas extravagantes
son recolectadas por niños asombrados por las diferencias
y alimentados por la curiosidad. Aún entonces, caminan
en pares y tomados de la mano, enredando los dedos en
nudos del alma que esperan jamás tener que desarmar.
Pero la vida también es desenlace, también es quiebre y
torcedura, dolor ambiguo que duele en todas partes, pero
ninguna en realidad. Es angustia y pena, sobre todo pena.
Amistades que se desdibujan en el horizonte del tiempo
y quedan como memoria de un pasado especialmente
resguardado en nuestro pensamiento. Amores que caen
como hojas a la merced del viento y aterrizan lejos, muy
lejos del tronco que las vio nacer. Hilos de sangre que se
rompen por las mismas diferencias que en algún minuto
asombraron a los niños que las recolectaban. Curiosos.
El mundo es divertido a su manera.
A pesar de que cualquier quimera puede acabar con
la fragilidad de lo estable, y aunque el dolor del alma se

175
transforme en rabia y envidia, podremos compartir ese
momento que vivimos juntos, este instante que juntos
nos entregamos el uno al otro. Hechos sucediendose
paralelamente a tantos, respuestas navegando en la
misma ola con las preguntas, en conjunto, pero distantes
una de las otras, muy únicas siempre. Aunque la vida
se me cuele entre los dedos y la cortina del destino se
desplome para siempre, quedaré en tu memoria y tú en la
mía, seré esencia y salpicaré la vida de todos los que me
conocieron. La retina quedará impregnada de la imagen
inexorable de la realidad, y la memoria jugará con las
efímeras remembranzas como si estas fueran plastilina.
Al final, toda vida es sagrada, y después de esta, si no
somos recuerdo, no somos nada.

176
Un pedazo de ti en mí

Solo a tu lado el inconmensurable ruido del silencio se


hace tan reconfortante como perderse en la eternidad de
tus pupilas. Tu silente compañía irradia un calor propio
de aquel tibio sol de invierno, y tu mano sobre la mía
se siente como el infantil tacto del hilo que sostiene un
globo hinchado de helio. Y como aquel globo que es
sostenido por la débil mano del niño, te fuiste volando
en el minuto que dejé de aferrarme a ti. Desapareciste
como el rocío después de regar la vida, como el sudor
que se evapora de los cuerpos desnudos. Y solo queda
estar agradecido, porque mi mano en tu cintura me
mantuvo firme en tierra, y tu mano en la mía me hizo
sentir que podía despegar en cualquier momento.
Este puede ser un hola, un adiós, un hasta pronto,
incluso un no quiero verte nunca, pero siempre con una
sonrisa en el rostro y gratitud en el alma, recuerdos en el
corazón y un pedazo mío en ti, así como un pedazo tuyo
dentro mío. La historia seguirá su rumbo, inexorable,
y nosotros la seguiremos obedientemente, pensando
ser dos despistados protagonistas de esta delicada e
inigualable historia. Espero quedar en tu memoria y
que tu piel extrañe la mía, tal como mis ojos hinchados
buscan descansar en la laguna bronce de los tuyos.
Quererse es un ejercicio tan simple como complejo,
mutuo y recíproco, mas distinto e inexplicablemente

177
asimétrico. Uno tiene siempre que estar dispuesto a
querer más y que lo quieran menos, vivir con eso y aceptar
la realidad, cruzando los dedos para que la vida ponga
en el corazón del frente tanto cariño como el propio.
Luego yo me pregunto: ¿puede alguien quererme más
de lo que me quiero a mí mismo? Doy gracias por tantas
respuestas a preguntas que jamás me atreví a cuestionar,
por tanta risa que hace eco en mi memoria. Por tantas
experiencias, por tanto amor. Espero la próxima vez que
te vea, te vea feliz, de mi mano o de la que toque, pues
el amor que te tengo no deja espacio a celos egoístas.
Espero mi sonrisa ahogada en lágrimas te alcance en
algún momento, y te haga recordar que juntos fuimos
felices. Espero que la vida te sonría y que el pasado te sea
reconfortante, que el presente sea tu hogar más cálido,
y que el futuro sea el domicilio de tus sueños y deseos.

178
La tranquilidad de la tormenta

Las paradojas de la vida. Hoy sonrío honestamente con


los ojos llenos de tristes lágrimas, pues recuerdo el sonido
de nuestra risa al unísono como un dueto de traviesos
críos, orquestados para burlarse de la idea de que la vida
pueda llegar a doler. Más heme aquí hoy, con la vida
quemandome profundamente en cada nervio, en cada
recuerdo y en cada fotografía que encuentro a mi paso.
Aun así, no existe una sola gota de arrepentimiento. Fue
la vida la que me hizo quererte tan intensamente, y fue
ella misma la que hizo que el final fuese tan violentamente
acogedor.
Hoy sonrío de felicidad mientras lloro con profunda
pena, puesto que sé que aquella memoria que tanto me
alegra, solo será eso de aquí en adelante, una hermosa
huella impresa en mi camino. Juntos dejamos incontables
rastros de uno en el otro, cosas buenas y malas, pero
espero que sean las primeras las que se te vengan a la
mente cuando escuches mi nombre, una canción que te
recuerde alguna risa inexplicable, pases por algún lugar
donde compartimos una mirada o cuando solo aterrice
en ti un pensamiento compartido. Te juro que hoy por
hoy, lo bueno es lo único que veo.
El último adiós fue uno con sabor de hasta luego, de
nos vemos, no quiero perderte nunca. Sin embargo, hoy
tiene el amargor de un por favor dame tiempo, la acidez

179
de un necesito mi espacio, el dulce picor del quiero
ser feliz solo. Espero que mi recuerdo te acompañe y
entiendas que si hoy no estoy contigo es porque quiero
ser feliz, y quiero que tú también lo seas. Espero que
te cuides, que te esfuerces y logres todas las metas que
juntos propusimos para cada uno, sé que las lograrás
y saldrás airosa de cuanto obstáculo encuentres en tu
camino, y espero que el último peldaño sea uno tranquilo,
como una poza de agua luego de una larga carrera. Yo
no soy nadie para escribir con tinta en tu corazón, ni
menos para decirte qué hacer, solo soy una persona más
en tu vida, una persona que te ama tan profundamente
como para poder dejarte partir.

180
Eterno resplandor

Me pregunto si, al igual que yo, antes de que el sueño


nos consuma y pasemos a formar parte de las cenizas de
este fuego lento que se alimenta de nuestro inconsciente,
piensas en mí. Un pestañeo, un corto sueño o tan solo
un cameo en el cortometraje que dirige tu imaginación,
mientras tus pesados párpados se abrazan y tu
respiración se calma bajo ese cálido cubrecamas. Antes
de perder la conciencia, o incluso estando dominado por
los impulsos inconscientes del deseo y la memoria, tu
sonrisa cruza mi cielo nocturno como una estrella fugaz,
decorando un firmamento que ya no te extraña, pero
que, sin ti, solo sabe de lluvias. El destello de tus ojos, o
el tronar de tus ronquidos, la seda de tu tacto y ese olor
a primavera perenne. Eres eternamente efímera, pasajera
en el tren de la memoria, un polizonte en el velero de
mi imaginación, surcando los mares recónditos del
hipocampo. Tu sonrisa partió lejos y le desee buen viaje,
pero reconozco haberme quedado mirando la estela
que dejó a su paso, el reflejo que dejó en mi rostro, las
carcajadas que compartimos sin ningún motivo aparente,
las lágrimas que dejamos caer sin timidez alguna, en la
intimidad de una relación fugaz, pero intensa. Pero la
verdad nunca tuve un segundo para contar los minutos,
la vida se pasa volando cuando son dos los que la
recorren. El reloj jamás me preocupó: quien mide el

181
amor en tiempo demuestra nunca haber amado.

182
Tu foto

Una foto tuya bastó para abrir la caja de Pandora


que se ha vuelto mi cabeza últimamente. Escaparon
batiendo sus largas y pesadas alas los sueños frustrados
que compartimos juntos, apoyados sobre la misma
almohada. Arrancaron raudos y veloces, dando pequeños
y desoladores trancos, las promesas de una vida juntos,
una familia feliz, un par de niños y algún can que les
acompañase en el largo viaje que es la adolescencia. Sin
mirar atrás huyeron en estampida todos los recuerdos
de momentos donde las carcajadas eran lo único que
lograba retumbar más fuerte que tus latidos, donde tu
sonrisa brillaba más que el sol y tus ojos eran las únicas
estrellas que veía de noche. Todo por una maldita foto.
Bendita foto, la que me trajo recuerdos felices y
encantadores de lo que fue un tiempo increíble. Gracias
fortuna, porque no existió, en ese tiempo, nadie más
feliz que yo mismo. Zozobras hubieron, también
lágrimas suficientes para hundir nuestro velero, pero no
hay duda que la ame tanto como las estrellas aman a
los ojos melancólicos que se pierden en ellas. Te adoré
como un ciego al calor del sol, al tacto de la lluvia, al
olor de la primavera y al sonido de los pájaros al alba. Te
quise como un perro quiere sentir el cariño de su dueño
entre las orejas. Te conocí como un libro abierto, el cual
leí tantas veces como la vida me lo permitió. Te quería,

183
te quiero y te querré siempre, porque a mi vida diste un
color que no conocía.
Hoy te recuerdo cuando hago lo que me gusta,
porque lo compartíamos de la mano. Hoy te asomas en
mis pensamientos como una espectadora expectante.
Hoy te dedico estos párrafos, porque palabras no tengo.
Hoy quiero saberte feliz, contenta y alegre. Fuerte, libre,
alocada. Hoy deseo que a tu paso solo haya sol y éxito,
pura vida. Cuánto más pienso en el ayer, cuando más
miro hacia el mañana, me doy cuenta que hoy ya no
te espero, hoy ya no te pienso, hoy ya no estás aquí, ni
quiero que lo estés: nuestro tiempo fue furtivo, fugaz y
franco, y lo enmarco entre mis memorias, junto a esa
maldita, bendita foto.

184
Kintsugi: el arte de reparar

Las cicatrices son los caminos de la vida impregnados


en la piel, en el corazón, en nuestra memoria. Cuando
sufrimos un accidente, nuestra vida cambia, reacciona,
hacemos una oda a Siddharta y dejamos de ver las cosas
de la misma manera. Lo que una vez nos hizo tropezar,
hoy nos tendrá expectantes y atentos. Lo que una vez
dolió, hoy genera recelo y desconfianza. Las personas
quedan marcadas con el recuerdo de lo que nos ocurrió,
con resentimiento por la traición, miedo por el dolor,
angustia por la incertidumbre. Pequeñas fracturas en
nuestra vida tan frágil, tan voluble y caprichosa. Aquel
camino que en un principio parecía recto y fácil, hoy lo
recorremos observando con el rabillo del ojo a nuestras
espaldas, esperando sentir el frío filo del puñal amigo,
arrastrando los pies para sentir los agujeros dejados en el
camino por nuestros hermanos, acariciando lentamente
la acera por culpa de la desconfianza que nos dio el “amor
de nuestra vida”. Pero de eso no se trata este camino.
Aquel que avanza es quien no pierde el tranco,
quien cae, perdona, se levanta. En ese orden. Miremos
hacia atrás con una sonrisa colgada desde las orejas y
agradezcamos con un leve gesto a esas personas que
nos acompañaron, dándonos una mano al costado
del camino. Riamos de historias añejadas en barricas
de roble con las personas que nos hicieron sufrir. Las

185
lágrimas de ayer son las que hacen florecer el campo
ante tus ojos. Los obstáculos están ahí para ser sorteados,
para dejarnos lucir nuestra capacidad de sobreponernos
al dolor, la pena, la rabia. Perdonemos, abramos los
ojos, no estamos solos. Quien nos daña también sufre,
también llora, también cae e intenta levantarse a costa de
los demás. No repliquemos la conducta, pero tampoco
odiemos, pues solo un corazón de hierro es capaz de
encerrar la rabia sin dañar a su alrededor, y lentamente
se convierte en una cárcel para los deseos y sentimientos.
Liberemos todo, dejemos de pensar que solo nos pasa a
nosotros. Somos un engranaje en un reloj enorme que
sin nosotros no puede dar la hora.
El Kintsugi es el arte de reparar la cerámica
quebrada con laca y polvo de oro. Buscan aceptar que
las fracturas son parte de la belleza propia de la vasija,
y que sus imperfecciones son lo que la hacen única,
tratan el daño y la reparación como parte de la historia
de la obra, más que como algo que hay que esconder.
Amemos nuestras cicatrices, nuestras estrías, nuestros
dolores y enfermedades. Hagámoslo con una sonrisa y
contagiemos de este sentimiento a quien nos vea en la
calle. Irradiemos paz, calma y perdón. No dejemos que
la vida nos quite las ganas de vivir.

186
Un último ádiós

Mi garganta lacerada se cansó de gritar tu nombre y mi


estómago ulcerado dejó escapar las mariposas que una
vez lo habitaron. Un corazón, antes tibio y alegre, hoy se
codea con el frío y una mirada gélida se proyecta hacia
el infinito. A veces tiene recuerdos del ayer y sonríe,
porque hace memoria de un tiempo que tal vez fue
bonito en su minuto, pero una cosa lleva a la otra y todo
lo que sucedió se agolpa en su pensamiento para quitarle
el sueño. Maldita sea quien hizo tan duradera la vida y
tan frágil el espíritu. Mis manos olvidaron la curva de
tu cintura y hoy solo buscan los bolsillos agujereados
de este pantalón gastado. Los pies que caminaron
compartiendo tus compases ahora solo improvisan
sobre la marcha, hacia adelante y sin mirar atrás. Con
tu puñal cavaste un agujero en mi espalda y la vida se ha
preocupado de hacérmelo sentir. Mis dedos extrañan el
nudo que hacíamos juntos y mi cabeza ya no tiene un
hombro donde consolarse, el peso de los pensamientos
sostenidos apenas por un suspiro.
Fue tanto lo que dejaste en mí, que mi cuerpo sintió
abstinencia, eras una droga que me cegaba día a día,
que me adormecía, que nublaba la razón. No hay mejor
sabor que el de un recuerdo blanqueado por el tiempo.
Hoy miro hacia atrás con cariño, pero con sentido. Con
ternura, pero sin ignorancia. Ahora entiendo mejor,
comprendo las palabras y las acciones. Hoy es el último
día que te pensaré, y por esto es que te dejo un detalle

187
en mi memoria. Fuiste quien más me hizo sufrir, y quien
me hizo más feliz. Y al final, la vida supo dar lo que
cada uno necesitaba. Hoy somos el titilar de una estrella
fugaz, el eco de un grito apasionado. No somos más que
aroma en el viento. Hoy no somos, si no soy, si no eres,
y la sonrisa que antes compartíamos, esa que antes nos
quitábamos, ya no es una sola saltando de tu rostro al
mío, sino dos que caminan en direcciones eternamente
paralelas, sin cruzarse nunca más. Y sin saberlo, sé que
tu sonrisa hará feliz a tanta gente que todo esto habrá
valido la pena. ¿Por qué ser una realidad agotadora
cuando podemos ser un bello recuerdo?

188
Desayuno a la cama

El sol abre sus pestañas con pereza y a poco casi se le


olvida salir esta mañana. Se saca las lagañas y dispone
a prepararse para un nuevo día, mientras cuela entre
las persianas de la ventana un leve rayo de sol, que me
calienta la nuca y el corazón. Con la misma pereza que
la del astro fulgurante, levanto la cabeza lentamente y
abro un ojo, como tratando de comprobar si realmente
ya es de día. Con un movimiento letárgico, paseo mi
brazo por las blancas sábanas, haciendo un ruido al
rozar la piel con la tela, todo para revisar mi celular en
un torpe movimiento y ver qué hora es. Cinco para las
diez, y todos los planes que había hecho ayer antes de
sumirme al sueño se fueron al carajo. Poco importa ya.
Giro mi cabeza y la miro a ella. Su pelo corto, ayer tan
comportado, hoy le tapa parte del rostro como si de
un velo se tratara, todo esto mientras un brazo mío se
encuentra entrampado bajo el peso de una cabeza que
sueña quién sabe qué fantásticas fantasías. Es como
si nuestras cabezas pesaran más al dormir, como si la
imaginación nos cargara de colores, rostros y realidades
increíbles para luego ser olvidadas breves momentos
después de despertar.
Con el brazo que sostenía el teléfono ahora le hago un
leve cariño en su espalda, pues le gusta dormir boca abajo.
Una sonrisa se dibuja en su rostro y el rayo de sol ya no es

189
lo único que entibia mi corazón. El leve sonido del roce
de nuestras pieles trae flashbacks de la noche anterior,
de la cual recuerdo solo pasajes, cortesía del alcohol y
los excesos. Bailar bajo una luz azul intermitente, tomar
una piscola junto a otras personas cuyos rostros tendré
que reconstruir más adelante. Pasar a comer algo en un
local de comida rápida. Recuerdo haber reído mucho. Y
después terminar en su departamento, perder las ropas
más rápido que la conciencia y caer en un nudo eterno
sobre la cama, para despertar tal como lo hicimos hoy,
amarrados.
Observo por las rendijas de las persianas, devolviéndole
la mirada al sol, y veo cómo entre los verdes árboles
primaverales, una tórtola se posa delicadamente sobre
su nido y descansa sus alas exhaustas. Siempre han sido
una buena señal los pájaros, o al menos eso siempre
he creído. Reconfortante, sin lugar a dudas, es sentir el
cariño y la confianza en la respiración del otro. Y así fue
como ella abrió sus ojos y un color entre miel y avellana
irradió vida a mi día, como si de un caleidoscopio se
tratara. “Hola” me dice, con una voz somnolienta y aún
dormida, con un descaro solo comparable a su ternura,
como si no supiera perfectamente todo lo que hicimos
ayer. Acto seguido, da un leve bostezo y deja caer una
mirada de vergüenza por mostrarme algo tan íntimo
como eso. Libero mi brazo atrapado bajo su peso de
manera rápida y precisa, y me ubico sobre ella con mis
dos manos sosteniéndome como un péndulo sobre su
cabeza. “Hola” le respondí, al tiempo que le daba un

190
leve beso en la frente. “No te levantes, voy a traer el
desayuno a la cama” dije, con una voz casi heroica, a lo
que ella respondió con una leve caricia en mi rostro con
su mano derecha y un tierno “ya, te espero”.
Me levanté de un salto y me dirigí hacia la puerta,
mientras escuchaba atrás mío cómo el cubrecama y las
sábanas se estremecían en un movimiento envolvente,
probablemente porque ella se había vuelto un capullo
nuevamente para volver un par de minutos más a los
brazos de Morfeo. Sonreí para mí y me pregunté si este
es el tipo de felicidad de la que hablan en los cuentos de
niños. Seguro que sí. Ahora, ¿Serán huevos a la copa o
pochados?

191
Paleta de colores

Me hace falta una cómplice. O eso creo al menos.


Alguien que me acompañe a la fiesta, salude con una
sonrisa a la gente para después acercarse sigilosamente
a mi oído con los labios llenos de risa y una fuerte
opinión sobre Antonia o Pedro, o ambos. Me imagino
abrazado de sus hombros y ella abrochada a mi cintura,
caminando directo a la barra con ganas de servirnos un
trago para después sentarnos un rato en una esquina
entre nosotros, hasta que lleguen un par de amigos
al menos. Reírnos de estupideces, mostrarnos cosas
divertidas desde el teléfono, bailar un rato sin que nos
importe nada, porque juntos somos así. Quiero alguien
a quien poder contarle lo que siento y que su respuesta
no sea solo un abrazo, sino una sonrisa, una frase cliché
y una broma para cortar la tensión. Tomarle la rodilla
mientras manejo, mientras estamos sentados, que me
mire con unos ojos incandescentes que me digan todo
lo que le gustaría hacer conmigo, su mano sobre mi nuca
haciendo un leve cariño y que el silencio entre nosotros
se convierta en eco de esas palabras que no hemos dicho,
aún.
Imagina poder reírte fuerte, esa risa exageradamente
honesta, y que la otra persona se ría de ti, se ría contigo,
con tus amigos. Que se burle de tus bromas fomes, que
diga que siempre eres así, que te recuerde que mañana

192
van a ir a almorzar esas hamburguesas que hace tiempo
queremos probar. Que sepa que es lo que te gusta
y lo que no, tanto como tú saber sus gustos. Que te
acompañe a subir un cerro, pasear a los perros, o tal vez
solo andar en auto entre luciérnagas de concreto. Paso
el tiempo pensando en encontrar alguien así. Alguien
que, involuntariamente, te haga sentir lleno, te cuide,
escuche, que acoja tus sentimientos como un nido y que
te permita abrazar los tuyos. Quiero encontrar a alguien
que me permita construir un túnel entre su corazón y el
mío, alguien que quiera recorrerlo mil veces.
Imagina lo feliz que sería de que esta persona se me
acercara al oído para proponerme que escapemos de allí,
tirar una bomba de humo y huir sin dar explicaciones.
Correr al auto, manejar de noche hasta un rincón, un
mirador, su casa o la mía. Que cada lugar del mundo
se sienta como nuestro cuando estamos juntos. Que
cada escenario me recuerde a ella cuando no lo estemos.
Imagina poder tomar a esa persona de la mano, mirarla
a la cara y decirle que la amas mientras ambas narices
se rozan antes de perderse en el vapor tántrico de los
cuerpos. Imagina poder ser todo esto para otra persona
también. Pienso en despertar y que a mi lado esté tan
suya, tan poco mía, tan loca pero sana, traviesa pero
tierna, hiriente, pero con cariño. Imagino despertar al
lado de una persona que iría a la guerra conmigo, y que
yo la elegiría sin pensarlo dos veces, todos los días del
año, cada minuto de mi vida.
Al final todo lo imagino, todo lo pienso, todo lo

193
deseo, y por eso es que mi mente anda en las nubes el
día entero. Es cierto que a veces es más agradable vivir
la mentira de la imaginación que la verdadera realidad
gris. Hoy amanecí sintiendo que nací para ser azul, pero
durante el día creo que seré amarillo un momento, a ratos
un blanco dispuesto, algo de rojo como ahora y tal vez
verde claro, verde vida. Igual, seré yo quien verá a dónde
me lleva el día, tal vez encontraré aquella silueta que esta
imaginación tanto anhela. Tal vez no, y eso está bien
también. La incertidumbre es solo la vida gritándonos
que tenemos que ser pacientes. Tal vez lo que quiero no
es encontrar una cómplice, sino una persona dispuesta
a aprender a serlo, dispuesta a enseñarme. El tiempo,
probablemente, me hará arrepentirme de estas palabras.
O eso espero.

194
Tres de la mañana

Es tarde y hace frío. La soledad me abraza como el


único abrigo que tengo, además de un tibio recuerdo
de lo que era mirar a esa persona mientras se quedaba
dormida en el asiento del copiloto, acompañándome
desde su inconsciente en una breve travesía al mar, a
la arena, a la brisa, a la paz propia que produce aquel
conjunto. Es demasiado tarde ya, y hace mucho, mucho
frío. Las estrellas, instaladas en el firmamento, juegan
a emparejarse y formar figuras, como burlándose de
que mi única compañía fuera una luna que me miraba
lastimeramente. Yo también la miro con estos ojos
agarrotados de tanto buscar, y noto que de ella escurre
un delgado río que cae sobre mi cabeza.
Como una lágrima eterna, los pesares lunares
recayeron en mis hombros fatigados, agotados por
cargar con esa mochila que mi cabeza no deja ir. El ruido
de la noche perdió la voz y las estrellas que iluminaban
mi camino fueron escondiéndose tras los velos grises
de algodón y agua. El río de lágrimas seguía cayendo
sobre mi cabeza y ahora eran las nubes las que me
acompañaban en el largo trecho que faltaba para llegar.
Un aullido canino sonó agudo, lejano, y mi corazón
respondió con un susurro. La luna se perdió entre los
nubarrones grises, como avergonzada de su intensidad,
su pasión, avergonzada de ser diferente a las estrellas.

195
Me pregunto si se sentirá sola sin mi compañía, así como
yo añoro tanto la suya.
Buscando un poco de calor, abrí mi pecho con el
puñal que me atravesaba la espalda y de adentro solo
salió humo, olor a trapos quemados, un destello apagado.
Miré al cielo noctámbulo y entre las cortinas grises pude
ver a la luna escandalizada, llorando. No lloraba por
estar sola, ni por tu ausencia, ni por la mía. Tampoco
por el fuego entre mis costillas, la herida abierta o la
pesada mochila que llevo a todas partes. Las lágrimas que
derramaba eran por no saberse brillante, por no poder
bailar sola, por buscar las estrellas y añorar su fulgor,
sin saber que ella es la luz más brillante, la dueña de la
noche, única guía en la penumbra nocturna para quienes
pernoctamos de día para vagar de noche. La luna lloraba
por no quererse.
Tanta pena, tanto dolor, el verse en un lago espejado
y aborrecer su reflejo, distorsionado por su propia
concepción de la realidad, por su visión viciada. La
entiendo tanto, como quien se rodea de sombras
en búsqueda de alguna compañía, para terminar
sintiéndome más sólo de lo que estaba antes. No hay
peor soledad que la compartida, esa que te aliena, te hace
sentir un extranjero, un inadaptado. Camus tenía tanta,
pero tanta razón. A veces, nos falta estar un poco más
solos, apartarnos, respirar profundo y confiar en que
estaremos bien, en que yo estaré bien y no necesito a
nadie para estarlo. Tal vez la luna no puede vivir con la
soledad y no soporta que las nubes la separen de la tierra

196
que ella tanto añora. O tal vez ella llora porque entiende
que, tarde o temprano, ella será su única compañía. ¿Por
qué más podría llorar la luna?

197
Versailles

Nos sentamos los dos a la orilla de la entrada del metro,


esperando que alguno tomara prestado el valor de ambos
para poder hacer esa pregunta que nos perseguía hace días,
hace kilómetros, muchos kilómetros. Al final tuviste que
ser tú, por supuesto: de los dos solo tú podrías atreverte a
dar semejante salto al vacío, ofrecerte como un sacrificio
a favor de la certeza que solo era capaz de darnos esa
pregunta que se nos hacía esquiva, más por miedo que
por incertidumbre. Me lo dijiste tal como yo lo hubiera
hecho, titubeando, renqueando, mirando desde abajo, a
pesar de que estabas arriba mío. Siempre lo estuviste.
Miraste al horizonte, borroso, inseguro, incierto, y con
la inercia de quien se quita un ancla del pecho disparaste
sin reparos, olvidando dudas y pidiendo honestidad. Eso
es todo lo que podía darte. Me preguntaste qué pensaba,
qué pasaba por mi cabeza, qué opinaba de lo que
estábamos viviendo. Sé que no hiciste ninguna de esas
preguntas, pero sentí cómo todas las dudas que pesaban
en tu corazón se agolpaban en mis oídos mientras mi
cabeza trataba de responderlas todas al unísono y poder
dar una sola respuesta elocuente, elegante, ocurrente.
Lograrlo jamás fue una opción, ¿no? Miré al suelo
un segundo y traté de responder, pero el aire apresó
mis pulmones y un aliento seco escapó de mis labios,
mudo. Te miré tratando de encontrar un salvavidas, allí

198
donde siempre encontré apoyo, donde espero siempre
encontrarlo, y no me defraudaste. No lo hiciste nunca.
Tus ojos, que siempre fueron mi debilidad, aflojaron
todo en mi interior, entibiaron los témpanos y dejaron
fluir palabras torpes, tambaleantes, pero honestas. Creo
que lo sabes mejor que nadie, pero la honestidad nunca
ha sido mi fuerte, a pesar de que contigo siempre logré
ser transparente. Tienes ese efecto en la gente.
Es difícil explicar lo que uno siente, en especial
cuando se le mete tanta cabeza. Al corazón lo que es
suyo y que la cabeza no joda. O eso me gustaría pensar.
Respondí a tu tímida pregunta con un par de palabras
asustadas, escondidas entre las rocas de la realidad,
detrás de las mochilas que acompañaban nuestro
improvisado escenario. Realmente lo pasé increíble los
días que estuvimos juntos, y no me refería solo a los
que habían pasado recién, sino a todos. Cada día contigo
fue una aventura, un recorrido de autoconocimiento, de
cultura, de aprender, de jugar, reír, burlarnos de la vida
toda. No creo encontrar una persona como tú en ningún
lado, ni hablar de lo que hablamos, soltar carcajadas al
viento sin preocuparnos de apariencias ni sociedades
opulentas. De cada tanto en tanto nos mirábamos y
sentía como los dos pensábamos lo mismo: esto no
puede ser para siempre. Creo que durante todo este
tiempo algo hubo, un je ne sais quoi que se interponía
entre nosotros. Reconozco toda la culpa acá, por ser
testarudo, duro, por tratar de mirar a otro lado cuando
eso me hacía ruido y tal vez podríamos haberlo sorteado

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si lo hubiera hablado contigo. No lo sé, pero no puedo
dejar de culparme por ello, no puedo dejar de pensar en
qué habría pasado. ¡C’est la vie y que todo siga! No soy
así, y ambos lo sabemos. Le daré mil vueltas al asunto,
pensaré quién sabe cuánto tiempo sobre ti, tu humor
inocente y negro al mismo tiempo. Fuiste vida cuando
era lo que más me faltaba. Belle Epoque.
Conversamos un buen rato, compartiendo abrazos
que se sentían tan cálidos, pero tan tristes, que solo de
pensarlo siento que mi alma se retuerce de pena. Nos
sentamos a comer algo en un café cercano, porque la
verdad es que no comíamos nada desde hace horas,
y ambos necesitábamos descansar un momento de
nuestros pensamientos. Hablamos un poco más y por un
segundo todo pareció normal de nuevo, como si nunca
hubiésemos abierto esa caja de pandora que se mantuvo
cerrada hasta ese momento. Tomamos un taxi a tu casa
y recuerdo haber tenido que subir y bajar mi mochila
mil veces porque siempre olvidaba algo. Tu respuesta
siempre fueron carcajadas y una sonrisa que me decía
torpe con ternura. Llegamos y tus perros saltaron
encima tuyo, no creo tener memoria de una escena
más entrañable entre un amigo canino y su dueña. Nos
miramos una última vez y nos despedimos, sabiendo que
aún había mucho qué decirnos, pero las palabras nos
evitaban, las expresiones se escondían detrás de nuestros
corazones y la verdad tendría que esperar un par de días.
Eventualmente llegaron, y calaron tan hondo como
esperaba que lo hicieran. Al final nos dijimos adiós,

200
sabiendo que para los dos sonaría como un hasta luego.
Al menos espero que así haya sido.
Tal vez en un futuro nos encontremos en un
rendezvous que jamás planeamos. Escucharé a lo lejos
una carcajada producto de un podcast irreverente, o tal
vez tú escuches unos audífonos reproduciendo a Sulfjan
Stevens o a 31 Minutos. Podría ser viendo las noticias,
un reportaje sobre el movimiento ambientalista que
está generando revuelo en el momento y encontrarme
con que lo lideras tú. Cherchez la femme. Tal vez nos
encontremos bailando, en una suerte de déjà vu . Lo más
probable, en todo caso, es que más temprano que tarde,
hablemos nuevamente como gente civilizada, sobre
temas irrelevantes, contemporaneidades o formalidades
varias. Espero que si me ves aburrido, cansado de la
rutina y la monotonía de nuestro rubro, me recuerdes
la joie de vivre, me cuentes de tu vida y vayamos por un
café, o demos una vuelta por alguna montaña, siempre
que tu rodilla y mi estado físico lo permitan. Esperaré
expectante a que te rías de mi pomposa escritura o
decirme que algo que hago no es para nada propio de mí:
quiero decirte que en poco tiempo ganaste el derecho de
poder decirme eso.
Espero que, si alguna vez lees esto, sea una sonrisa lo
que inunde tu alegre rostro, y perdones mi impertinencia
por revelar lo que, al menos para mí, ha sido de las
intimidades más grandes que he vivido. Merci pour tout.

201
Amor en tiempos de cuarentena

La verdad es que la conozco hace un tiempo, antes de


que pasara todo esto de la pandemia. Salimos un par
de veces, me gustaba, pero yo tenía la cabeza anclada
en el pasado. Es difícil eso de pasar de página, sobre
todo cuando se vive tanto en tan poco. Siempre me supe
intenso, costó reconocerlo como algo que no es malo ni
bueno, sino que solo es. La verdad, me divierte un poco
pensar en esa época, hay tantas cosas que espero jamás se
repitan, pero aun así no me arrepiento de lo vivido. Me
equivoqué mucho y de tanto caerme aprendí a quererme
como soy, y a cuidar a la gente que me rodea. Hay
personas a las que le debo mucho más que una disculpa,
eso lo reconozco. Mi forma de ser me obliga a pensar
una y otra vez al respecto de esos errores, lo que me ha
hecho más consciente del daño que uno puede hacer en
los demás y lo importante que es evitarlo. Aprendí, en
fin y al cabo, a ser cauteloso conmigo mismo.
Sobre ella no hay mucho qué decir, las palabras no
son lo mío y todo lo que diga la hará ver como menos
de lo que realmente es. No hay cómo hacer justicia. Acá
quiero hacer una breve nota: muero de vergüenza, pero
me agrada la sensación de poner todo esto en claro, es
algo que no sentía hace tiempo. Es como cuando cantas
esa canción que te sabes de memoria, aunque la garganta
no te dé el tono, da lo mismo, el sentimiento alegre

202
que queda en el pecho es más grande que cualquier
desafino embarazoso o sentimiento desnudo. Al final,
estamos para sentir, y no hay tiempo para sutilezas.
Ella es así, honesta hasta la transparencia, o eso creo.
Retomamos contacto hace no mucho y las redes sociales
son engañosas, eso sí estoy seguro. Pero en tiempos de
cuarentena, reconozco que se agradece su existencia.
Puede que se pierda mucho entre mensaje y mensaje, pero
la intención siempre queda. Espero no malinterpretar
nuestras conversaciones, pero, aunque así fuera, ellas
entibian el alma. Es de esas personas de palabra ligera,
que reparte sonrisas sin saberlo. Filantrópica.
Bueno, no hay más que eso hasta ahora. Me divierte
que todo lo que sucede ahora, todo lo que rodea estos
tiempos inverosímiles, de todo el contexto que nos llueve
encima, solo me aferro a este sentimiento tan natural,
tan básico, una emoción que recorre los huesos y dan
ganas de bailar de cada tanto en tanto. Al final, espero
que la honestidad mutua sea la ventana por la que ambos
compartamos la distancia ineludible de los tiempos que
nos acompañan día a día. Esto es amor a ese pequeño
brillo que destruye la monotonía. No hay lunes ni
viernes, sábados ni miércoles, pero todos los días siguen
siendo únicos, diferentes. Creo que ahí radica la magia
de este distanciamiento social que, paradójicamente, de
cada tanto en tanto une.

203
Empañado

Han pasado años, pero a ratos solo parece que fueron


minutos, breves instantes donde tú te evaporaste de mi
vida junto al rocío de septiembre, donde yo me refugié
en la comodidad de una tristeza justificada. Hay minutos
que pesan como años en esa mochila que a veces saco a
pasear, a que tome aire, reflexionar las cosas. Me gusta
recordar lo triste de las discusiones, las alegrías de lo
cotidiano, aunque cada día me es más difícil recordar
exactamente cómo era ser feliz contigo. Sé que lo fui, solo
que no recuerdo por qué. Tal vez simplemente era lo que
conocía como felicidad entonces, y me conformaba con
eso. Tal vez el tiempo a enmudecido las palabras que en
algún momento intercambiamos, emocionados. Tal vez
los inviernos solo entumecieron el recuerdo de una época
de conflictos. Tal vez por eso vuelvo de vez en cuando
a esas memorias que escuecen sobre las cicatrices que
quedaron marcadas a lo largo y ancho del laberinto que
tengo en la cabeza. Tal vez lo haga buscando un por qué.
La vida sigue y el pasado queda solo para reflexionar,
revisar el proceso, crecer. Es gracias a esa herida que
logré sanar cortes más profundos.
No hay engaño en reconocer que aun giro la cabeza
cuando escucho tu nombre, un silencio en el compás.
Todavía encuentro resquicios de tu forma de ser dentro
mío, supongo que es lo que se te quedó antes de que

204
eligiéramos caminos distintos. A veces se me escapa una
frase tuya y me asombro de lo fácil que te fue dejarme
algo tan tuyo para mi goce personal. No es que me dé
nostalgia ni que me dé pena, sino que solo me recuerda
de lo aprendido, de las razones por qué no estás. Las de
por qué estuviste, aun no las encuentro.
Tal vez algún día hablaremos sobre todo, honestos,
reflexivos, maduros. No me interesa realmente recordar
algo en particular, sino saber dónde fue que erré, dónde
pude ser mejor, para aprender y lograr que todo lo
que pasó valga la pena. En realidad, hace años que no
hablamos, tal vez pueda aprender una o dos cosas de ti.
Me gusta aprender.

205
Calma marina

Ligeras pinceladas de sol descansan sobre la tensión


del mar, bajo la mirada atenta de un sol sonrojado,
meciéndose al ritmo de la brisa y su aliento cargado de
sal. Aves marinas surcan el paño azul, estrellando un
cielo acaramelado, colorado por el calor que se camufla
entre la intermitente ventolina. La tímida arena besa
de cuando en vez la blanca espuma con que el oleaje la
acobija, mientras a lo lejos dos caminantes dejan desnudas
huellas sobre la marea, destinadas a desaparecer junto
a la fugacidad propia de la existencia, permaneciendo
para siempre en la memoria de cada grano sobre el que
descansaron sus cuerpos trenzados. El regusto de sus
pies será recuerdo perenne en los oceánicos labios que
abrazan a su paso. Sobre ellos el agotado firmamento
empieza su peregrinar y los cuerpos celestes se vuelven
cobrizos, burdeos, tímidos. Antes de darme cuenta, las
siluetas caminantes se acurrucaron en la oscuridad de
una playa, iluminada por una sonrisa lunar torcida, una
mueca divertida. Arte natural.
Los minutos pasan frente a nosotros rápidamente,
como si quisieran terminar su sexagesimal vuelta solo
para atrapar en el rabillo del ojo tu perfil una vez más.
Sonrío y entre la calma, como si estuviesen acechando
este momento para escapar, mis pensamientos salen a
caminar sobre la estela que dejaron elegantemente las

206
gaviotas, como trapecistas bamboleantes, bailarines
saltimbanquis. Siempre sentí que arrastraba los pies
a lo largo del calendario, olvidando que cada día era
una maravilla distinta, sentía el sopor de las semanas,
la rapidez de los meses, años que pasaban como si
estuvieran ordenados en línea, listos para saltar al vacío.
Días eternos y semanas apuradas, demasiadas horas y muy
pocos minutos. Cierro los ojos un momento para atrapar
mis emociones antes de que se fuguen traicioneramente
por la ventana, esperando que las tribulaciones calmen,
que el nudo se acomode en mi pecho y el frío vuelva
a mi sien, pero el calor de tu mano sobre la mía es la
llave que abre la jaula en la que guardo mi cabeza. Abres
la puerta de mi pecho y ves el cristal fragmentado que
alberga estas emociones. Y después me das un beso en
la mejilla, entendiéndolo todo.
El nudo se desata, la compuerta se abre
permisivamente y mis pensamientos transitan tranquilos
sobre nosotros, revoloteando traviesos y haciendo
piruetas para entretenernos. Veo cómo los tuyos
salen al baile, pintando el oscuro velo que nos cubre,
transformándolo en la Noche Estrellada con sus
espirales delicadas y pinceladas precisas. Tomas todo
el escenario, haces un desplante completo mientras yo
observo esta obra, perdido bajo el sonido de cada una de
tus palabras, embelesado por las ideas que escapan tan
ligeramente, con tal armonía. Tus ojos verdes sonríen
y me doy cuenta que me miras de verdad, sin pantallas
ni disfraces. Descansamos la mirada sobre el horizonte

207
perdido entre azules y solo escuchamos la sonata que
nos prepararon el mar y la hojarasca crepitante de su
oleaje. Tu cabeza descansa sobre mi cuello y dejo caer
suavemente mi mejilla. Un abrazo nos presta el calor que
a poco empieza a hacer falta y ambos cerramos los ojos
bajo cómplices nubes costeras. Supongo que a esto se
refieren cuando hablan de silencio.

208
Somos fuego

La arena galopa suave y grácil sobre sí misma, en


dirección sur, acariciando el mar con sus dedos, dejando
la espuma marcada a su paso, saludando el vaivén de la
marea que, bajo el plateado brillo de la luna, decora el
silencio que nos rodea, reconfortante. El crepitar de las
olas toma la mano de la brisa y se eleva de cada tanto en
tanto, saludando bruscamente las rocas que se presentan
a su paso, decorando la claridad de la noche alunada con
pequeñas estrellas de sal. Las nubes acobijan la regordeta
perla blanca, que descansa su mirada maternalmente
sobre nosotros, conmovidos por la conjunción de
sonidos, olores, sensaciones. Ebrios de vida. Adictos a
sentir. Felices de ser. Siempre expectantes a la siguiente
maravilla que se cruce entre el firmamento decorado
por nuestros sueños. Guardamos silencio por miedo de
asustar el horizonte con palabras huecas, llenas de ecos
egoístas. Cerramos los ojos para escuchar mejor y sentir
el palpitar. Abrimos nuestros corazones para vivir un
poco más fuerte.

209
Y más

La sonrisa que habita tu rostro, esa que nace transparente


en tus honestos ojos, la misma que pincela alegrías al
voleo sobre la blanca tela de mi alma presta, alumbra
el camino serpenteante que a veces recorro solo, preso
del cavilar insufrible que revolotea en bandada sobre el
techo de mi pensadero. Es en tu pecho donde descansan
las secas lágrimas que llenan el vacío vasto de la
existencia, gota por gota, grano por grano. Eres el remo
que me acompaña al otro lado del río. Eres el suspiro
que el viento libera sobre la copa de los árboles, el suave
cántico que hace el viento al recorrer los recovecos de las
montañas. El eco de mi torso en tu espalda, la calidez de
tus brazos de lana, una bufanda de piel que reconforta el
corazón renqueante. Eres todo eso y algo más.
El olor del pasto por la madrugada, el frío del rocío
que se evapora bajo el tibio calor del alba. La iridiscente
luz que atraviesa la neblina tenue hilvanada con los
pensamientos que se tejen en mi cabeza. A veces solo
hace falta el atisbo de un color, tu personalidad tan
amarilla, que contrasta con mi azul profundo. La mirada
blanca, limpia de penas, las noches en vela mientras tus
manos entibian con su rojo fulgor el frío invierno que
se cierne, intermitente, sobre las pestañas entrelazadas.
Tu azul se vuelve océano, con el sol colgando bajo su
crepúsculo, invitando a sumergirme en lo más profundo

210
de las corrientes que albergas en la sien. Dentro de mi
escafandra, eres aire, sol, lluvia, viento, tormenta y paz.
Eres todo eso y tanto más.
A veces la distancia se siente eterna, las fotos opacas,
los ruidos sordos y mis palabras saltan desde mis labios
para morir en el profundo silencio en el que se ahogan
mis pulmones. La fragilidad del sonido es abrumadora,
especialmente en su ausencia. Son tus letras esquivas las
que más ruido hacen, las que resuenan en mis tímpanos,
vibrando incansablemente hasta el agotamiento. Tus
frases con vergüenza, vocales sonrojadas, esas que
disparas mirando hacia otro lado, son las que llenan de
calor el pecho, redoblan el retumbar y dibujan sobre mi
rostro bosquejos de emociones que no soy capaz de
definir. Eres como la plácida calma entre la inexorable
fragilidad del ser, los colores que se escapan del dibujo,
el sol de la madrugada, el frío al caminar por la calle, el
ruido de las hojas secas, el olor a café. El crepitar del mar
y las luces de la noche. Para mi eres todo esto. Todo esto
y mucho más.

211
Las complejidades de la Era Informática

Después de un tiempo, no supe qué era lo que estaba


buscando al otro lado de la pantalla. ¿Era a mí mismo?
Apagaba y prendía mi celular una y otra vez, confiando
que era la señal la que fallaba, o el aparato mismo. Tal
vez había agotado los megas de un plan ilimitado, vaya
a saber uno si no se equivocaron justo este mes, de este
año, los de la compañía de teléfono. Me hablaba en voz
baja que daba lo mismo, tenía que estar tranquilo, dejaba
el teléfono lejos de mi alcance para dejar de buscarlo
con las manos. A los pocos minutos buscaba una excusa
para mirarlo una vez más y revisar si me había llegado
alguna notificación. Nada. Bueno debe ser que tal vez
se cayó Whatsapp. Todos saben que se si se cae uno
se caen todos, si total, el dueño es el mismo. Miro la
pantalla una vez más y solo veo mi reflejo embobado en
la inescrutable pantalla negra de mi celular. Quien sabe
cuántos milímetros de soledad, silencio y vacío. Capaces
de conversar con personas al otro lado del mundo, y
nadie parecía interesarse en mí.
No me aguanté y le mandé un segundo mensaje. Y por
la ansiedad, con la inercia le mandé un tercero. El cuarto
no lo mandé porque la vi en línea. Esas dos palabras
de mierda que se alojan entre ceja y ceja, penetrando
la sien y haciendo eco en los oídos. Se desconectó. No
me quiere hablar. Bueno ya es definitivo, nada por qué

212
seguir peleando, son cosas que pasan, se hizo lo que se
pudo. Al menos tengo la tranquilidad de que hice todo lo
posible, agoté los recursos, no me arrepiento de nada. Si
tenía que acabar, ¿quién soy yo para cuestionarlo? Uno
está solo no porque sea insufrible, sino porque uno no se
da cuenta de lo que lo rodea. Eso es, tengo a mis amigos,
mi familia, no es tan terrible. Se conectó de nuevo, a
ver si me habla. Me alojo, momentáneamente en otra
conversación, le hablo a un amigo a quien le perdí el
rastro hace meses, solo para engañarme y pensar que no
estoy cual Penélope esperando a una Ulises que no me
tiene ni en su mapa de ruta. Probablemente soy uno más
entre miles.
Me está escribiendo. Mierda. Si me pone algo así
como pidiendo perdón por no contestar en tanto rato
o algo así, le digo que no importa, que ya está y nos
pasa a todos, que a veces estamos tan ocupados en
lo nuestro que se olvida uno del teléfono. Mentira,
nunca en la reputísima vida he logrado dejar la mierda
de celular a más de 17 centímetros de lapalma de mi
mano. Bueno, ¿y si se hace la loca? Así como que le da
lo mismo, como que no se entera, como que no importa
que alguien quede esperando una respuesta suya. No,
así no. Si no me da una excusa creíble, y la demuestra
fehacientemente, no le respondo. Así nomás, me aburrí
de ser yo el que espera. Siempre así, ahora le toca a ella.
¿Ella me hizo esperar tres horas? Pues toma seis, y si
me acuerdo. Tengo mejores cosas que hacer. Dejó de
escribir. ¿Tal vez se arrepintió? ¿Le da vergüenza? No,

213
no, no, yo sabía que los tres mensajes era un error, va
a pensar que soy un intenso, que cagada. No dale, ahí
está escribiendo de nuevo. Tomate tu tiempo, dime lo
que quieras, te espero nomas, no te preocupes. Al menos
dame una señal de que no estoy totalmente loco por
esperar un mensaje tuyo.
Bueno y me respondió, así como quien no quiere
la cosa, se acabó todo, todo, todo. La verdad me da lo
mismo, ni la quería tanto. El regalo que le pedí seguro
se lo doy a otra, o a mi hermana si me apuro un poco.
Ya estamos, ¿me descargo Tinder y hago el loco un
rato? No, ¿para qué? Siempre lo mismo. Pongo modo
avión el teléfono y me voy a vivir un rato. Ahora con
tiempo tal vez vea una película y todo, qué importa. Me
escribió de nuevo. Esas son dos veces seguidas. ¿Qué
hago ahora? Me dice que vayamos al café de siempre.
¿A las 5? Complicado, pero alcanzo. Sí, vamos, se le
echa de menos, además es muy simpática, lo vamos a
pasar bien. Además, es linda, me encanta, sé que se lo
he dicho, ¿pero será suficiente? En una de esas mejor le
compro unas flores, tal vez un chocolate. No, chocolate
mejor no, si nos vamos a tomar un café mejor que no sea
nada que se tome. Además, seguro la invito yo, las flores
y el chocolate tal vez sea mucho. Son las 4.30, mejor
voy saliendo. ¿No querrá que la pase a buscar? Me dijo
que no, bueno quién sabe, tal vez anda por ahí cerca y
quería caminar. Mejor llego un poco antes por si la pillo
caminando, para acompañarla. Que bueno, me encanta
este café, es un buen lugar para conversar y pasar un

214
buen rato. Ya bueno, ¿entonces le compro cuántas? ¿12
son muchas? Igual sí, pero diez parece como que me
quedé corto y menos es de tacaño. Eso, 5 girasoles se
ven como mucho porque son grandes, pero no tanto.
Sería papelón si llego y no le gustan. ¿Te imaginas llego
y se enoja? ¿Y si me quiere terminar? Nada, estoy loco,
seguro estoy pensando demasiado.
¿Y si no?

215
Quo vadis

Un escalofrío me caló el alma y se derrumbó hasta


mis entrañas, dejando una sensación de que la vida se
desvanecía como polvo en suspensión, como el vapor
de lluvia o un último suspiro. El eco del primer tinte del
alba inundó un cielo decorado por pilares de algodón,
tiñendo el suelo de un color añejado en sepia. Diluyendo
los aromas esparcidos por el prado, el rocío despertó el
fuego de las rocas y las cumbres perezosas recibieron
con los brazos abiertos la cegadora luz del amanecer.
Sobre el horizonte se encumbró el calor impúber,
mientras las primeras aves celebraban el nuevo día con
su trinar aletargado. Amanece.
El cuerpo incandescente recorre la celeste tela,
dejando un rastro de óleo a su paso, colando su esencia
entre las nubes y sembrando su semilla entre la tierra
y mis pies. La travesía desde el oriente lejano agota las
últimas energías de la tímida esfera, buscando entre
las sábanas del océano un sueño profundo. Las olas
se tiñen de crepúsculo y la tarde se desparrama por el
cielo, dejando un cálido tono que levita entre el cielo y
la tierra. El horizonte ígneo permanece quieto mientras
el sol agita sus brazos con el último atisbo de energía
que le quedaba en el cuerpo, despidiendo y saludando al
mismo tiempo. Atardece.
En paulatino degradé, la persiana se fue cerrando

216
hasta que la laguna eterna de la noche consumió todo
sobre el cielo. Las nubes se tiñeron de almohadas y
fueron el asiento de los cuerpos celestes, reverberantes.
En carrera, los astros dibujaban sobre el telón siluetas
minimalistas de un futuro incierto, preocupados del
ahora. Un tenue frío se acongojaba entre los brazos de
una luna escuálida, escondida en lo más alto de rosa. El
silencio solo se interrumpía por el temeroso oleaje que
vigilaba las costas solitarias, interpretando las miradas de
la dama vestida de novia. Anochece.
Y mientras veo cómo sale el sol, una vez más.
Mientras siento el calor del alba en mi rostro, una vez
más. Cuando los pájaros se disponen a darme los buenos
días, una vez más. Miro hacia el cielo y recibo la mañana
con los brazos extendidos hacia el vacío que me abraza,
con una sonrisa tallada en mi rostro. Te abrazo y pienso
que no importan cuantas mañanas, tardes o noches
desfilen frente a la pasarela de mis ojos, mi mente jamás
podrá olvidar la silueta de tu figura contra la luz del sol,
bajo los rayos de la luna, con tu pelo al viento de la brisa
marina. Tomaste mis colores e hiciste cantar mis días.
Me cerraste los ojos para abrirme el alma. Un escalofrío
sube mi espalda, acompañando tu mano que acaricia
mi nuca. Exhalamos y nuestro aliento se vuelve lluvia,
amor, viento, nube, cielo. Se vuelve tiempo.

217
Un abrazo profundo

La coincidencia de que dos personas dancen juntas


sobre el lienzo pavimentado en los granos de arena de
aquel reloj agujereado. Las manos que se entrelazan
elegantemente y palpan los cuerpos humedecidos por el
roce. Las piernas que se amarran, que se atan, como cabos
en el puerto sujetando la vida para que no se escape con
la corriente. Los ojos se penetran intensamente, hasta
fundirse en una sola mirada bajo el fulgor apasionado
del destino. Las bocas se enredan gritando en silencio
todo aquello que se cruza por el virgen papiro de sus
mentes, dejando escapar palabras de su cárcel de calcio,
forzadas por el respirar entrecortado, por el impulso,
por la inmediatez. Por la necesidad animal de decir lo
que se siente antes de lo que se piensa.
Los dedos se aferran a las estalactitas de hueso,
saboreando la sal que emana de su pendular alborotado.
Las bocas se pierden y todo se vuelve carne, se vuelve
vino. El aire escapa agotado y salta lo más lejos que sus
fuerzas le permiten, mientras un quejido ahogado se
esconde entre la delicada garganta. El manto lunar se
contrae bajo el peso de los cuerpos mientras el rocío
dibuja estelas sobre las espaldas contorsionadas. Las
cicatrices del ruido sanan bajo el más solemne silencio,
las manos se toman entre sí y los dedos se reconocen
entre el universo que los separaba hace un momento

218
culminando en un abrazo íntimo y sincero.
Los rostros se enfrentan y solo queda la calma que
dejó el huracán a su paso. Párrafos cruzan las sienes y
las pupilas se pierden mirando al cielo. Las manos se
toman con más fuerza que antes, como si el destino
nunca más planeara separarlas. Y es que esa es la verdad.
El momento será eterno, un instante fugaz y perenne,
un recuerdo enmarcado en la piel, tatuado con sudor,
sangre y vida.

219
Mi girasol

Tu mejor perfil es de cara al sol, atrapando con el rostro


los primeros rayos de la mañana, o los últimos de la tarde.
Cual girasol en pleno verano, tus pecas abrazan el tibio
arrebol y logro sentir, desde mi asiento de espectador,
cómo se templa tu alma, cómo te llena de dicha esas
caricias solares. Tu cara tranquila, mostrando un temple
envidiable, una paciencia ancestral y dedicación absoluta
al calor del sol. Con tus verdes ojos cubiertos por el
velo del gesto y tus suaves manos posadas sobre tus
piernas, siento cómo irradias calma y proyectas ese calor
que entra por tus poros. Tu pelo rubio refleja la luz y
armoniza con tu templanza, brillando con esa intensidad
que solo se aprecia al agradecer la vida, el momento, los
instantes.
Los girasoles siempre ofrecen su cara al sol, y a
cambio reciben vida y energía, magia y fuerza. Así te
veo yo, radiante, absorbiendo la luz del alba, el suspiro
del ocaso, el adiós del crepúsculo. La ventana esmeralda
de tus ojos se abre por un momento, y me pierdo en el
laberinto de sus detalles, entre la laguna esmeralda de
tu iris y la expresión misma de tu pupila. Tu mirada se
cruza con la mía e intento disimular el sentimiento que
aflora con tu encanto. Una sonrisa se dibuja entre tus
labios y siento como tu calor me invade el alma, dejando
al descubierto cada centímetro de mi ser, totalmente al

220
desnudo, completamente perdido, irremediablemente
tuyo.
Sin darme cuenta, me pierdo en ese fragmento de
instante en que nuestras miradas se abrazaron con un
afecto profundo, e intento inmortalizar la imagen en el
frágil pozo de los recuerdos. Ante la imposible tarea de
retratar los detalles de tu dulce mirada, solo aprovecho
de contemplar el presente, agradecer el grano de arena
en que se detuvo el tiempo para poder observar hasta
el más mínimo detalle. Tus pecas revoltosas que juegan
con el sol y tus elegantes labios, que son el anzuelo que
declaro jamás podré resistir, y solo eclipsado por las
palabras que saltan de tu boca, como un río lleno de
conocimiento, pasión, sarcasmo y humor.
Esta imagen, que habrá ocurrido en tan solo un
segundo, quedó para siempre retratada en mi memoria.
Lamentablemente, la fragilidad de la misma nada
más es comparable a la imprecisión de su dueño.
Afortunadamente, esta imagen extraordinaria que
hoy me regalas, es más recurrente de lo que esta tierra
merece, y he tenido la oportunidad de atesorar esas
miradas en el bolsillo de mi corazón. Como si mi buena
suerte no fuera suficiente, tengo la oportunidad de
compartir contigo estos momentos en el futuro, y creo
que aun cuando haya observado semejante espectáculo
un millón de veces, jamás podré serle fiel en palabras a
lo que siento cuando te veo.

221
Sería algo así

Bueno, si fuera a escribir un cuento sobre ti, escribiría


sobre tu corazón, y todo lo que de ahí emana. El calor que
brota como el vapor del alba sobre el pasto humedecido,
envolviéndome cada vez que tus brazos me rodean. La
honestidad de tu cariño, la transparencia de tus palabras,
la claridad de tu cuidado, acariciándome el alma con
cada sonido que se eleva desde tus labios para caer sobre
mí como la tibia lluvia de verano, llenando de vida cada
instante bajo tu mirada.
Y si fuera a hablar sobre ti, hablaría de tu sonrisa, de
cómo se detiene el mundo cuando ríes, cómo los pájaros
hacen silencio y los árboles detienen su cascabeleo para
recoger la armonía de tu carcajada. Cómo los granos
de arena se suspenden cual polvo cuando tus labios se
curvan y dejan ver la travesura de tu espíritu, el humor
perspicaz, la palabra justa en el momento ideal. La
melodía de tu felicidad queda impresa en aire, resonando
en el eco del tiempo, en los cuartos de mi memoria. Los
cuarzos iluminando el camino hacia un futuro brillante,
pavimentando un sendero de jolgorio hilarante.
Si quisiera escribir un cuento sobre ti, creo que
contaría una historia. Escribiría algo real, algo que al leer,
tú lo pudieras sentir. No perderme en grandilocuentes
palabras ni metáforas indescifrables, hablaría de tu cariño
sincero, de tus mañas cotidianas. Hablaría de nosotros, de

222
tu paciencia cuando enredo la vida casi tanto como este
texto. De tus ojos cuando hablamos desde el corazón,
tus abrazos al llegar y al despedirme. Como el sueño se
deja caer sobre ti de a poco, y tus ojos bajan el telón de
tus párpados. Escribiría de tu sonrisa, de cómo cierras
tus ojos al reír, con cara de traviesa, soltando la niña que
llevas dentro todo el tiempo.
Si quisiera hablar sobre ti, hablaría desde el corazón,
de todo lo que eres, lo que significas para mí. De tu mano
firme y cariñosa tomando la mía sobre la mesa, al caminar,
al sentarnos uno al lado del otro. De tus sabios labios, de
los cuales no solo salen grandes enseñanzas y verdades
elementales, sino también incertidumbre, curiosidad,
consejo, preocupación, ternura, ironía, bromas e historias
excepcionales. Hablaría de tenerte a mi lado, de estar en
el tuyo, de compartir experiencias, de reírnos juntos, de
crecer, de mirar adelante y ver un horizonte.
Si quisiera escribir sobre ti, tomaría tu pluma y un
papel, y escribiría todo esto. Te lo entregaría en un
sobre cerrado, con algún dibujo poco prolijo, porque
dibujar no es lo mío, aunque me guste. Te lo entregaría
la próxima vez que te viera, para que lo abras cuando tú
quieras. Esperaría con ansias al momento en que lo leas
y ver qué opinas. Imaginaría tus ojos verdes al leer estos
párrafos que jamás te harán justicia. Si quisiera escribir
sobre ti, trataría de explicarte lo especial que eres y
cuánto significas para mí, y prepararme para fracasar en
el proceso. Porque no existen palabras suficientes para
tal odisea. Pero al menos lo intentaría.

223
Ser azul

Una guitarra sincopada deja caer ligero un melancólico


acorde sobre una voz cansada, una rima triste, el eco de
una duda. ¿Por qué me siento tan azul? El tímido sonido
del hilo que escapa de una garganta distante eriza mi piel,
mientras una letra en inglés me hace sentir extrañamente
interpelado, como si la cercanía de lo onírico y la
realidad fuera algo más que la mera coincidencia del
aleatorio jugando con el azar. ¿Pero entonces por qué
me siento tan azul? ¿Esto es de verdad, o sólo algo
más? La emoción desgarra las cuerdas y un leve quejido
armoniza en un abrazo profundo con el percutir de un
platillo que arrastra su sonar.
Si me quieres tanto como dices, ¿por qué me siento tan
azul? Suelta tus pensamientos y compártelos conmigo.
Cuéntame qué sucede en tu cabeza, en tu corazón, dónde
te guía tu palpitar, si eres honesta a tu querer. ¿Cuándo
me dejarás entrar? Si de verdad me quieres, tómame la
mano y acércala, déjame sentir tu corazón, háblame de
ti, muéstrame tu mundo, llévame a volar en tus sueños
y navegar en tus pesadillas. Pídeme que salte junto a ti y
observa como lo hago sin dudar. Guárdame un espacio
en tu bolsillo para acurrucarme cuando me sienta azul.
Tengo miedo de que cada vez que te veo, sea la última
vez. La esperanza de abrir los ojos una mañana y verte
descansar apoyada en mis brazos, hace crecer las plumas

224
de esta ilusión, de este espíritu alado. Pero no saber
qué haces de mí, me hace sentir tan azul. Si sientes que
soy la pieza que une tu laberinto con el mundo, si mis
colores dan un tinte nuevo al atardecer de tu ser. Si mi
risa es un coro alegre que se esconde tras la música en
el largometraje que protagonizas. Si piensas en mí, luego
de que suelto tu mano y me despido imprimiendo un
beso en tu frente.
¿Por qué cuando escribo estos párrafos, ya no me
siento tan azul? Será tu memoria revoloteando sobre
mi tejado, o el recuerdo de tus caricias en mi espalda,
escalando lentamente sobre mi nuca hasta clavarse en
mis recuerdos. ¿Será que también piensas en mí antes de
hundir tu cabeza en el regazo del crepúsculo? Te regalo
el último pensamiento de la noche, el reflejo de la luna y
mi primer suspiro mañana. Solo préstame tus manos de
vez en cuando para alojarme de la lluvia, tal vez así no
vuelva a sentirme azul.

225
Tu perfume

Recuerdo mirarte sonriente, escuchando tus explicaciones


sobre un tema que estaba a leguas de mi comprensión.
Tengo en la memoria el sentir que tu mente era un río de
colores, y que cuando hablabas me empapabas con ellos.
Probablemente siga siéndolo, no serías tú si así no fuera.
Me baja la pena de cada tanto en tanto, dándole
vueltas a la idea de lo fácil que habría sido evitar el adiós,
si tan solo hubiésemos rescatado lo nuestro a tiempo. Ya
al final era difícil desmalezar el cariño de todo el desgaste
y el rencor que había. Tal vez a esto se refieren cuando
dicen que el timing lo es todo.
Inevitablemente, la típica y estúpida pregunta se
asoma temerosa: “¿te arrepientes de algo?”. Que
poco. Por supuesto que sí. Me arrepiento de no haber
dado la atención que necesitaba, el cuidado, tomar
la responsabilidad de lo que estábamos viviendo. Me
arrepiento de callar cuando quería hablar, y balbucear
cuando tocaba silencio. Si hubiera sabido que lo nuestro
no sería para siempre, te habría dado más abrazos y
escuchado más tiempo.
Nadie va a entender cuánto me encanta ese río de
colores, ese humor oportunista, esa sonrisa pícara, tus
ojos risueños, esa nariz que tomaba todo tu conjunto
y lo hacía armónico, una mezcla perfecta de pillería e
inocencia, profunda inteligencia y tierna ignorancia.

226
Ahora ya mirando lo que fue, me doy cuenta que
no importa lo que podría haber sido, porque poco se
puede hacer hoy. Más adelante tal vez nos encontremos,
distintos, tal vez seremos los mismos, tal vez sigas usando
la misma sonrisa, tus mismos ojos, el mismo perfume.
Pero de alguna forma, distinta.

227
Tejiendo una quimera

A veces, después de estar contigo, me invade una soledad


tan intensa que siento mi alma escurrirse entre mis
dedos, la veo caer al olvido, como un espejo quebrado,
con mil imágenes distorsionadas guardando silencio al
unísono. Desechable y eludible, un peso en el tobillo,
un obstáculo más que bordear antes de llegar a destino.
Así me siento mientras camino hasta mi auto desde tu
portón, donde me dejas sin mirar atrás, sin revisar de
reojo si sigo allí.
Creo que el gran miedo que siempre le tuve a decirte
lo que siento, era verte dejar mis palabras colgadas en el
viento, embarcadas en un vuelo a ningún lado. Mostrarte
la herida abierta y que miraras con asco hacia otro lado.
Sentir que no soy suficiente, que a veces soy demasiado.
Romper mi silencio sagrado y verlo vulnerado por el
desdén, el cansancio, la impaciencia.
Mientras más uno se esconde, el miedo a aparecer
solo crece, el tiempo se acumula y la arena cargada sobre
los hombros ahoga la esperanza de ser comprendido,
escuchado. Que mis quebrados sentimientos
ininteligibles sean examinados desde las alturas de la
madurez que carezco, con expectativas que me exceden,
bajo exigencias que me exilian. El pequeño paso de
abrir la herida se siente como desgarrar pecho, esternón
y entrañas, para exponer un corazón arrítmico y

228
atolondrado, rústico y abrutado, a la lupa escrutadora de
quien ya no tiene tiempo para pulir piedras ni redondear
esquinas.
Me siento en el auto esperando a que la realidad me
aterrice, que calme el ruido que envuelve mi cabeza
después de estar contigo. Porque no es calma, no es
paz ni tranquilidad, certidumbre ni seguridad. Tanteo
terreno a ciegas esperando no pisar en falso, mientras
intento recoger mis piezas sin perder las que ya tengo.
Tu silencio abrumador se mezcla con las afiladas
palabras que escapan de tus labios cansados. Las heridas
que dejan a su paso son más profundas por saber que
ese cansancio está justificado, que existen razones para
lanzar esos certeros dardos, esas frases cortopunzantes.
Ahora me acuesto y escucho tu canción favorita,
miro la foto que tenemos juntos y la frase que alguna
vez escribiste en tu máquina. Trato de abrazar los
momentos del día donde vibramos juntos, pero la
sombra me da frío y no me prestas abrigo. Así es como
tengo que inventarme un chaleco con palabras que no
dijiste, fabricarme una mentira con fragmentos de lo que
me gustaría que significaran tus palabras. En esta tibia
quimera concibo un sueño agotador, dispuesto a esperar
otra semana, con esperanza de que todo será mejor.

229
Tus palabras

Hay palabras que dibujan sonrisas entre lágrimas de


niño, como también las que crean huellas entre el
pecho y el alma. Una sola sílaba que se cuela entre la
pantalla y la noche logra desatar el nudo que amarraba
todo, permite ordenar de una vez el desastre que se
encontraba escondido. Una frase al final, que remueve
la tierra hasta sus cimientos, solo para mostrar que las
piedras se encontraban carcomidas y necesitadas de un
nuevo aliento. Así son tus palabras.
Hay cosas que se dicen tarde, que traen en sus ropas
los roces del tiempo, letras que marchan en la angosta
cuesta del acantilado del olvido. Artículos que rescatan
de las entrañas del cuerpo emociones que permanecían
selladas a fuego, rompiendo el lacre, y de pasada vísceras,
órganos, estoicismo, como si se tratara de la espesura de
un camino en la jungla amazónica. Así son tus palabras.
Al final, son las cosas que se dicen las que impactan,
las que se callan las que duelen, las confundidas las que
matan. Las oraciones más duras son las que no esperan
respuesta. Las tardías golpean con un palo el cuerpo
inerte de una emoción que tal vez no debería haber
muerto. Es el último aliento la única certeza de que
alguna vez estuvimos vivos.
Creo que tus palabras llegaron en el peor momento,
y eso las hizo tanto mejores, tanto más importantes,

230
si es que me correspondiera evaluar la escritura ajena,
el cual no es ni remotamente el caso. Como siempre,
dudas emergen y cuestionamientos afloran, ¿no es ese
el fin último de las palabras? Así, te apropiaste de las
letras que navegaron en tu mensaje sobre quién sabe qué
turbulentos y apacibles mares, y por eso siempre estarán
enmarcadas en el cuarto de invitados.
Espero la próxima vez sea un café, y no la incalculable
distancia, la que me separe de tus palabras. Quién sabe,
tal vez así pueda darte una respuesta.

231
Tocando el silencio

La sensación de un invierno gélido sin tu sonrisa a


mi lado, el silencio de una carcajada ausente, el aroma
incoloro de un perfume que se fue con el viento. Luceros
incandescentes que se apagaron bajo la lluvia que ahoga
mi cuarto, escondiéndose tras páginas firmadas con
palabras que pesaron tanto como el aire que acompaña
un último aliento. Un invierno frío, cansado, confundido
y solitario. Un invierno nuevo.
Los días se escurren entre la niebla y la noche,
entre los días de melamina y las mañanas corriendo
detrás de granos que caen junto a los minutos. Ideas
que evolucionan, cambian y mutan antes de tener un
nombre, o siquiera un trazo. Improvisaciones sobre un
paño en el que no caben más enmiendas. La ruptura de
los márgenes en pos de la improvisación y la transgresión
del horizonte. A veces para cambiar solo se necesita
caer, pasar debajo del obstáculo, levantarse a escondidas
y seguir corriendo a campo traviesa, acariciando pasto,
flor y maleza. Un nuevo sendero.
Impulsos milimétricamente controlados, disueltos
en el caótico océano y sus corrientes. Música de todos
los estilos, percusiones de todos los colores, a tiempos
distintos, ordenados, irregulares, aleatorios, indoloros,
aunque a veces no tanto. El deseo me hace correr lejos,
perderme y olvidarme, pero a veces vuelvo. Las letras se
acumulan sobre una montaña ecléctica que se derrumba
abrumadora sobre quién abarca más de lo que el corazón
aguanta, quien entrega tanto de sí, que luego tiene que
andar reclamando migajas para no morir de hambre. La
razón de estar conmigo.
Un paseo bajo estrellas invisibles, pero presentes, creo.
Constelaciones perdidas entre la luz ensordecedora del
recuerdo que desborda el firmamento, las costuras del
paño negro de la noche escribiendo letras sin palabras.
Un adiós, diez, doce bienvenidas, creo. Tal vez quince,
diecisiete o veinte. Quizás ninguna. La canción que
suena a través de una garganta afónica de gritar por día,
gritar de noche, dormir a la tarde y soñar a toda hora. Un
nuevo inconsciente, otros protagonistas, otro tiempo,
otro lugar, mismos miedos, manos e instrumentos.
La orquesta se encuentra preparada y solo espera la
orden. La batuta se levanta y la partitura refleja la negra
luz. La quietud se apodera de los colores de la sala. Se
cierra la libreta y el director baja su brazo. Mueve sus
manos de forma errática y sorprende a los asistentes. Ha
llegado el momento de tocar El Silencio.
Para el vino

Una copa de vino en la cómoda soledad de un sillón con


espacio suficiente para dos personas más. El silencio que
acaricia el rechinar de los zapatos al moverse y cambiar
ligeramente de posición. La tenue luz de espaldas a todo,
iluminando justo lo suficiente para que pueda alcanzar mi
copa sin miedo a dejar caer su contenido. La botella vacía
me mira a los ojos y sonríe conmigo. No me la he tomado
solo, pero la última copa es la única que me acompaña.
Está más fría de lo recomendado por los enólogos, un
poco como el mismo que habla, sin embargo, me llena
de calidez y su sabor ahoga los pensamientos que a veces
tratan de galopar en mi metro cuadrado.
La intensidad de un día lleno de emociones nuevas,
caras llenas de sorpresas, detalles, rincones por conocer,
experiencias por vivir, carcajadas que se asoman y
llantos agazapados, angustias y alegrías hacen rondas
de la mano viendo cómo, paso a paso, me adentro en
este mundo desconocido. El estímulo es abrumador, la
curiosidad es extenuante, el movimiento turbulento que
fluye como luces de neón, dejando estela tras su transitar.
Mis ojos, cegados por la blanca luz de una cordillera de
novia, deben verse como dos soles eternos, brillando
de excitación y entusiasmo por el futuro que se avecina.
¡A la mierda las certezas, denme todo eso de lo que no
conozco!
Los párpados esperan con ansias el mañana y se
dejan caer inertes para dar un salto al nuevo día, lleno de
miedos, de pasos a ciegas, de caminar tanteando el vacío.
De aprender, conocer, entender. De olvidar el pasado y
amarrarse al presente con la vida, o lo que va quedando
de ella. El ayer como un ancla a tierra, y arrojandome del
acantilado en el ala delta que es el futuro.
Miro a los dos lados antes de cruzar la calle, y me
encuentro solo. No solo Solo, solo solo. Confundido a
veces, entre tanto palabrerío. Tanta letra muerta no me
deja ni pensar, el zumbar de abejas entre sien y sien, el
predicar del río alimentando al canal, al lecho, la cuenca,
el vacío. Perdóname un segundo y préstame otro ¿de qué
estábamos hablando?
Ese libro negro

Me tomó meses, tal vez demasiados. Desde el 28 de mayo


que tenía este libro durmiendo en el bolsillo. Dando
vueltas del velador a la mochila, a una caja que guardo
encima del closet, a la maleta, debajo de mi cama, dentro
y fuera del corazón. A otra maleta, de nuevo a mi mochila.
Recorrió más kilómetros que nosotros, me conoce de
día y de noche, alegre y con pena, durmiendo hasta tarde
y en la madrugada despierto. Solo y acompañado, este
negro libro me persiguió donde quiera que fuera.
Compré muchos otros libros en el trayecto,
prometiéndoles a todos que serían los próximos en ser
leídos, sin tener real idea de cuándo eso podría ser. Tokyo
Blues me espera desde hace tiempo, al igual que Rayuela.
Por ahí me encontré el libro primero de Dune, paseando
en un supermercado mendocino. Me encantaría escribir
un párrafo refiriendo a los otros siete u ocho libros que
pasaron a formar parte de mi librero, pero sería una
pérdida de tiempo tratar de recordarlo, y probablemente
resultaría una mentira. Lo que sí sé es que esta semana
deberían llegar otros dos libros, que realmente no logro
hacer memoria de cómo se llaman. Tal vez debería llevar
una lista.
Me doy cuenta que los únicos libros que recuerdo,
los compré hace tiempo, pero no tanto. Digamos que el
suficiente. El primero más convencido, el segundo ya sin
mirar a la cara. Y de todos los libros que hacen peso en
mi librero, no tengo ninguno favorito, ni hallo la forma
de decidir cuál será el próximo que lea. Tal vez opte por
el azar, o busque la opinión de un tercero. Esto último
siempre ha sido de mi predilección, pero tengo ganas de
probar algo nuevo. Tal vez sea el más denso, o el más
ligero. El más largo o el más corto. Puede ser por altura,
por año. No sé si quiero un poema, una novela o una
obra. O cualquier cosa que exista entre esas tres. Tal vez
ni tenga que elegir.
Si dijera la verdad de lo que pienso, algo de cariño le he
tomado a este libro negro, que más que mal, me conoce
en las buenas y las malas. No sentir su peso será como
que me faltara llevar mi billetera, o mi celular. Las llaves
de la casa que de cada tanto en tanto olvido. La inercia
me hace pensar que lo ideal sería buscar uno similar, con
la textura de su tapa, los colores de su portada, su altura
y su peso, pero sé que eso no es lo que quiero. Sé que no
existe tampoco.
Creo que lo que corresponde es mirarlo con cariño,
cerrarlo por última vez, dedicarle una sonrisa a sus
cuentos, despiadados por cierto, y olvidarme de todo este
asunto de pensar en qué viene más tarde. Cuando quiera
leer, lo haré, no antes ni después. Por ahora reposo en mi
cama, luego de un corto pero monumental viaje. Tomo
mi celular y creo que voy a escribir. Al final de las cosas,
lo leído siempre queda para uno; lo escrito, para el resto.
Epílogo
El Cuenta Cuentos

Camina al ritmo de una música que solo él escucha, como


si tuviera una orquesta en su cabeza, o tal vez una banda
de rock alternativo post-moderno. Camina moviendo
las manos al son del bajo, como si su vida fuera una
película y Ennio Morricone fuera el compositor. En
su mente, él toca batería, domina la guitarra, armonía
y melodía, canta, pasea sus dedos por marfilosas teclas
de un piano imaginario, hecho de caoba. Pisa el bombo
desincronizadamente, haciendo evidente que algo va
mal con su metrónomo. O simplemente no le importa
equivocarse, porque está viviendo cada nota como
si fuera suya. Camina por angostas veredas, dejando
pasar a la gente que no tiene tiempo, porque a él este le
sobra. Es divertido, pues el traje y su camisa desentonan
con el aire laxo y los movimientos histriónicos que lo
caracterizan.
Sus pies avanzan conforme el tempo de su orquesta
lo hace, observando. No sé si sabrá de música, pero
absorber detalles es su verdadera pasión. Jamás cierra los
ojos y su cuello tiene casi tanta fuerza como las piernas
que lo mueven durante largas caminatas diurnas. Cada
día observa cosas nuevas, a pesar de repetir el recorrido
hasta mi propio cansancio. Sus ojos brillan con cada
palabra que lee o cada imagen que ingiere. Prefiere el
metro antes que andar en auto, porque allí es cuando
presencia las situaciones más enternecedoras. Por similar
razón prefiere la micro, puesto que significa una mayor
participación en dichas escenas, siendo él protagonista
en algunas ocasiones, para su asombro. A pesar de todo,
y sin lugar a dudas, su medio de transporte favorito
son los pies. Ser un irreverente frente a las señales de
tránsito, caminar en sentidos que los autos no conocen,
recorrer paseos y pasillos donde jamás un neumático ha
pisado el suelo. Y observar, durante jornadas completas,
la tristeza de una madre que ve partir a su hijo, que hace
unos años dejó de despedirse. La alegría de un niño
que logró llamar la atención de un perro callejero. El
mismo perro y su curiosidad animal. Gente riendo en
su trabajo, personas arrastrando las piernas en sus días
libres. Emociones inconexas que fluyen para converger
en una sola imagen en movimiento eterno, de manera
repetitiva, en los pasillos de su Palacio de Loci.
Él es buen observador, pero tiene mala memoria.
Esta es tan frágil que no recuerda porque empezó a
caminar en un primer lugar. Nunca he hablado con él,
no sabría decir si es elocuente o simplemente frívolo,
si sus reflexiones son triviales o contienen preguntas
milenarias sobre el hombre y el fin de los tiempos. Tal
vez no piensa nada, pero él escribe. Nadie le pide que
lo haga, apostaría a que alguno incluso le dijo que no lo
hiciera, pero él escucha la armonía de la vida dentro de
su cabeza, no comentarios necios. Escribe sobre lo que
ve, lo que imagina, lo que escucha, lo que siente. Sus
cuentos son parte de él, son su memoria. Escribe para
no olvidar que vive, para que la monotonía de una vida
gris no consuma su autonomía. Sus dedos se enfrascan
en una lucha férrea por el control de las palabras que
escapan de su mente. Las sílabas no salen de su boca,
pues esta es torpe e impetuosa, prefieren la fluidez y
el control de los pulgares, sobre una superficie plana
y portátil. Hoy por hoy, todo debe ser portátil, presto,
sencillo y a prueba de tontos. Hasta escribir se hace fácil.
La luz de la pantalla brilla por avenidas y por callejones,
no discrimina. Solo quiere crear, quiere deleitar el propio
gusto egoísta de su autor. Nunca quise que alguien lo
leyera, porque no estaba listo para recibir críticas, tenía
miedo de fracasar y no ser tan bueno como me ha
sucedido en tantas ocasiones. No quería partir de cero,
tampoco quería elevarme hasta niveles que me dejaran al
descubierto, lejos de la bruma que apacigua mis noches
pasajeras.
Cuento cuentos cortos porque si escribo algo muy
largo me contradigo. No miro los espejos porque no me
parece interesante lo que veo, caigo en la monotonía de
los conceptos eruditos que fluyen de torpes dedos. Me
río a carcajadas porque no sé controlarme. O eso es lo
que me dicen. Soy impulsivo, tomo decisiones sin pensar.
Estoy revelando mis secretos como quien abre un libro
de par en par. Siendo sincero, no sé qué tan secreto sea.
Cuento cuentos porque es lo que me gusta hacer, no
me interesa lo que piense la gente al respecto. Maestros
del absurdo buscan que siga sus corrientes ideológicas
o que caiga en su uso de palabras rimbombantes. Si uso
palabras extensas es por un sentido práctico, no zalamero
ni oligárquico. Solo escribo porque en escribir encontré
el grito temerario de quien nada tiene que perder, y la
duda de quien no sabe si ganará.
El oscuro vidrio deja caer una lágrima miserable,
arrastrando el polvo que siempre ha estado allí. Mis ojos
enfocan la borrosa imagen que se refleja en el vidrio,
y veo la imagen de un hombre cansado. Un hombre
cansado de mentirse, de inventar, de soñar, de justificar
sus acciones. Un hombre que está cansado de ser, y
que por eso escribe, para poder vivir mil aventuras y un
millón de emociones, además de las que le corresponden
de oficio. La lágrima cae al suelo como un saltimbanqui
carnavalero, evitando tocar la tierra, saltando por mi
zapato, cordón a cordón. Miro divertido el vidrio de
donde la lagrima provino, solo para caer en cuenta que
enfrente jamás tuve un vidrio tintado, sino simplemente
un espejo, y que la lágrima que cae, perezosa, sobre los
granos del tiempo, no es otra cosa que una memoria
que no llegó a ser escrita, y murió de pena después de
tanto tiempo queriendo ser contada. Renuevo la marcha
con nuevo brío, buscando historias para alimentarme
y sobrevivir. Mientras camino genero escenarios
fantásticos, diálogos estrafalarios, miradas sinceras y
labios traviesos, todos buscando algún día ser escritos,
y quien sabe, tal vez un día lo lea alguien más que el
intruso que se ha metido en mi cabeza. Por favor, antes
de cerrar la puerta, apaga la luz. Hay quienes queremos
descansar aquí dentro.

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