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Unidad 2
Índice
Objetivos ............................................................................................................................................ 3
Contenidos ......................................................................................................................................... 3
Esquema ............................................................................................................................................ 4
Objetivos
Valorarla necesidad del conocimiento integral del destinatario de la educa-
ción en la fe.
Contenidos
Los destinatarios de la educación en la fe.
La educación religiosa como un proceso permanente y continúo.
El conocimiento integral del educando.
La adaptación.
Clasificación de las etapas del desarrollo psicológico del hombre.
Importancia de la temprana iniciación religiosa.
La educación religiosa de 0 a 3 años.
La educación religiosa de 3 a 6 años.
La educación religiosa de 6 a 8 años.
La educación religiosa de 8 a 11 años.
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Esquema
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Por ello, podemos afirmar que todo bautizado, por estar llamado por Dios a la
madurez de la fe, tiene necesidad y, por lo mismo, derecho a una catequesis
adecuada, de modo que es un deber primario de la Iglesia darle respuesta de
forma conveniente y satisfactoria.
En este sentido, hay que recordar, ante todo, que el destinatario del Evangelio es
el hombre concreto, histórico, enraizado en una situación dada e influido por unas
determinadas condiciones psicológicas, sociales, culturales y religiosas, sea cons-
ciente o no de ello.
Por eso, es preciso recalcar que en estos temas no hay afirmaciones y criterios de-
finitivos: es el catequista o el profesor quien irá descubriendo la singularidad concreta
de cada persona como realidad irrepetible. Cada educando tiene un particular proyecto
de vida, y a él ha de responder la ayuda que se le proporciona.
En las distintas facetas del saber, se precisa hoy día no sólo una formación inicial o
básica sino una puesta al día constante, un perfeccionamiento continuo. En la fe cris-
tiana sucede exactamente lo mismo. Si la formación no termina nunca, mucho menos
en la fe cristiana, de acuerdo a las propias capacidades, ambiente, etc. Todo cristiano
debe ser consciente de la necesidad de recibir formación constantemente. Y parece
urgente que los responsables y colaboradores de la formación cristiana- padres, pasto-
res, educadores- tomen conciencia de la necesidad de acompañar la vida de sus hijos
fieles o educandos con una constante formación.
No basta con dar unas nociones elementales o fomentar unas actitudes cristianas
superficiales. El crecimiento y madurez en la fe – que es la meta de toda formación
cristiana- exige quizás en esta época más que en ninguna otra un mayor esfuerzo tan-
to para dar la formación en todas las edades como para que las metas que se plan-
teen sean ambiciosas.
Concluyendo,
La formación religiosa será tanto más eficaz cuanto más se adapte a las exigencias
de cada uno. Este es el programa: “hacerse todo para todos, ser deudor de los sabios
y de los incultos” (Rom. 1,14) para salvar a todos (Juan XXII en Discurso de 1962).
En función del conocimiento que se tenga de los destinatarios, se podrán perfilar las
características propias de la educación religiosa que se les ofrezca para responder a
sus necesidades.
Partimos del doble significado etimológico del concepto de educar, que presenta
dos visiones de la educación:
por una parte, que el educador conozca al educando para así responder
acertadamente a sus necesidades: ¿cómo conducirlo si no se lo conoce? El
educador debe hacerse cargo de la realidad objetiva y personal de los
protagonistas de su acción educativa;
El educador debe estar a su lado, caminar con él, lo que comporta el esfuerzo por
desvelarle la razón de sus inquietudes y ayudarlo a encontrar la respuesta a sus inter-
rogantes más profundos. Pero el educador se esforzará por permanecer en la sombra
del crecimiento personal de sus educandos: desde esta posición prestará las ayudas
necesarias en aquello que ellos no pueden alcanzar por sí mismos, de modo que res-
pete siempre los pasos que éstos han de dar por su cuenta, sin suplirles. Algunas de
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estas ayudas son informaciones sobre su propia persona, única forma de que los
alumnos pasen de la aceptación del yo personal al deber ser.
Todo hombre es “capaz de Dios” (CATIC 27), está llamado a vivir en Dios, tiene ca-
pacidad para eso y, por tanto, hay una dimensión religiosa que es preciso educar,
alimentar, pero, como cada persona tiene un propio proceso de crecimiento y madu-
rez en la fe, será necesario conocer a cada educando. Será preciso conocer sus ras-
gos y adaptarse a sus desarrollos para poder ayudar al sujeto a conocerse a sí mis-
mo. Hay que conocer todos los elementos que integran su realidad personal. No es
suficiente un conocimiento parcial, sino que es preciso conocer sus múltiples facetas y
cada una de ellas en profundidad.
La antropología que nos habla del hombre como persona, como aquella sus-
tancia individual de naturaleza racional.
El conocimiento de todos estos datos debe servir para poder discernir los rasgos
comunes del alumno en una edad determinada, centrándose en aquellos que tienen
una especial incidencia en la educación religiosa. Se trata de responder a estas gran-
des preguntas:
Nos parece importante prevenir del peligro que a veces corre la formación religiosa
cuando se analiza al educando exclusivamente desde el punto de vista de la psicolo-
gía. Estaríamos ante un posible reduccionismo psicológico que condicionaría a la
formación religiosa, ya que la situaría en las coordenadas elaboradas por una ciencia
meramente humana que nos impedirían la visión total de quién es el sujeto cristiano al
que tratamos de educar.
Está claro que debe contarse con la información que prestan estas ciencias huma-
nas ya que la formación religiosa escolar pretende, como objetivo general, integrar la
formación religiosa con la formación humana. Pero estas ciencias quedan cortas
cuando se trata de conocer a la persona en su integridad. Para ello es preciso acudir
a la Revelación cristiana que nos facilita un conocimiento completo del cristiano en
todas sus dimensiones, creado por Dios redimido por Cristo y elevado a la condición
sobrenatural de Hijo adoptivo por Cristo pero que sufre en su naturaleza los efectos
del pecado original, particularmente la debilidad y las tendencias desordenadas.
La adaptación al destinatario
En el ámbito de la formación religiosa, el conocimiento del educando tiene como
finalidad la adaptación-adecuación del mensaje revelado a las diversas necesi-
dades de los hombres.
También conviene señalar que la adaptación responde a las exigencias que dima-
nan de las diferentes culturas, edades, vida espiritual, situaciones sociales y eclesiales
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Papel de la gracia
Conviene advertir que además de los factores naturales del desarrollo religioso, que
se presentarán a continuación, hay que tener en cuenta los sobrenaturales. Los facto-
res sobrenaturales son:
la gracia de Dios,
las virtudes teologales y
los dones del Espíritu Santo que la acompañan.
El niño bautizado tiene la gracia de Dios y existe en él la vida sobrenatural, es
Templo del Espíritu Santo y Dios actúa en él, dando tono sobrenatural a sus acciones.
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Despertar Niñez
religioso
Seguir este esquema no debe suponer encasillar a una persona en los límites que
enmarcan las principales características de cada edad, de ahí que el proceso analítico
que se utilice deba ser flexible. Se trata de fijarse en aquellos datos más comunes que
configuran una edad concreta o que los sujetos de esa edad están en proceso de al-
canzar.
En cuanto a la enseñanza religiosa escolar, todos los países donde se puede im-
partir la Religión en la escuela disponen también de un proyecto curricular de for-
mación religiosa. En Argentina, se atiende en la escuela esta enseñanza en cada
una de las etapas educativas:
Con estas palabras, comienza el DCG de 1971 el apartado que dedica al estudio de
la infancia. La educación religiosa de un niño debe ir unida a su desarrollo humano: no
podía ser de otra manera.
Ya Jean Gerson, Canciller de la Sorbona, que se dedicó a enseñar religión a los ni-
Tratado para
ños, daba razones para que la instrucción religiosa comenzara en los primeros años: encaminar a los
niños a Jesucristo.
Las primicias son más apetecibles.
Se pueden crear desde la niñez hábitos que constituyen como
una segunda naturaleza.
Otra dirección opuesta la marcan los autores que han seguido las ideas de Rous-
seau que, en el Emilio, postula que hasta los 15 años no se debe enseñar nada sobre
Dios, para que el niño o adolescente no se forme una idea supersticiosa e idolátrica
del Ser Supremo. Afirma también que las ideas abstractas de la religión, difíciles para
el hombre, son inasequibles para el niño; y además, hay que dejar que el joven escoja
la religión a que su entendimiento le conduzca. Estas ideas forman el núcleo del lla-
mado “naturalismo pedagógico”, que ha sido rechazado por la Iglesia.
Sin embargo, las ideas del naturalismo pedagógico siguen por desgracia vigentes
en algunas personas que, en aras de una supuesta libertad, pretenden dar una educa-
ción en la que lo trascendente y lo específicamente religioso estén ausentes.
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Efectivamente, el niño desde su tierna infancia puede llegar a percibir a Dios como
Padre, que lo cuida y que lo quiere, y esa idea no es equivocada: corresponde a la
realidad. El niño desde muy pequeño intuye las cosas, también lo trascendente, y
puede, por tanto, llegar a conocer algo en ese ámbito.
El ser humano no es un animal al que le bastan sus instintos, sino una persona que
necesita ser educada en todas sus capacidades. El DCG, al iniciar el estudio de la
«catequesis de la infancia y de la niñez», subraya todas estas ideas, insistiendo de
nuevo en las características e importancia de estas etapas de crecimiento, que tie-
nen la gracia de una vida cristiana que comienza, y en las cuales cada niño tiene de-
recho a que no le falten los medios para formarse como verdadero hijo de Dios. De ahí
que:
Por diversas razones, hoy, tal vez más que en otro tiempo, el niño necesita pleno
respeto y ayuda para su crecimiento humano y espiritual; también está necesitado de la
catequesis, que nunca debe faltar a los niños cristianos. En efecto, quienes les han da-
do la vida, enriqueciéndola con el don del bautismo, tienen el deber de seguir alimen-
tándola continuamente” (DCG 1997: 167-170).
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Con los matices que deben darse a este tipo de descripciones generales, los ras-
gos psicológicos de la primera infancia son:
No actúa por lógica, sino por cierta curiosidad sensorial que lo lleva a bus-
car experiencias y sensaciones nuevas.
Busca tocar los objetos, pues los ojos y las manos son sus primeras fuentes
de información, de las que recibe la mayor parte de los conocimientos que
tiene.
No tiene afanes críticos y siente una satisfacción general por todo lo que
recibe.
No hay que tener prisa en estimular sus facultades perceptivas o sus relacio-
nes mentales: es preferible respetar sus ritmos madurativos, que pueden
ser muy variados.
El inicio de la religiosidad
El niño de 0-3 años vive el momento de establecer profundamente sus raíces a ni-
vel físico, relacional e intelectual, y aprende una forma de percibir el mundo, de comu-
nicarse con él, de comenzar un camino específico de ser hombre o mujer. Se puede
hablar por ello de un primer nacimiento espiritual desde la sensorialidad, y, siem-
pre que se mueva dentro de un ambiente religioso, sea en la familia o en el jardín, el
niño puede ir configurando las primeras impresiones, más intuitivas que conceptua-
les, en tomo a Dios, a Jesús, a la Virgen María, a su Ángel de la Guarda. En este sen-
tido se puede ciertamente hablar de religiosidad inicial.
El sentido religioso del niño madura en paralelo con el desarrollo de sus facultades
físicas o psíquicas:
El niño ya es capaz de observar, repetir, imitar, etc. aspectos religiosos, que serán
fundamentalmente sincréticos, es decir, captados de forma difusa, con mezclas no
siempre afortunadas, que precisamente habrá que ayudar más adelante a distinguir.
En sus visiones globales y sensoriales, no se puede excluir lo religioso, como no se
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Los datos de carácter espiritual que va recibiendo los sensorializa y los vive con
una dimensión presente, de forma que luego se desdibujan cuando pasa el tiempo, de
ahí que se hable de una religiosidad fugaz, incoherente, fragmentaria e incluso
intermitente, pues para él todo es un continuo presente.
Ante unos mismos hechos y estímulos de tipo religioso cada niño reacciona de for-
ma diversa, y por eso, convendrá respetar su ritmo personal. Sin embargo, hay que
aprovechar su capacidad de observación y su tendencia imitativa para ponerle delante
elementos, aspectos o gestos que cuando sea mayor no sea necesario corregir o recti-
ficar, sino que se adapten a su desarrollo: plegarias, posturas, gestos, sentimientos.
Es bueno acercarle los valores religiosos de su entorno: ilustraciones, cuadros, ges-
tos, acciones, para que el niño se vaya impregnando con ellos de forma natural y es-
pontánea.
tación. Es fundamental una educación maternal, por afectividad, pues el niño tiene
una necesidad básica de acogida afectiva: lo importante son los buenos sentimientos,
cuya fuente son también los adultos, pues los conocimientos pueden esperar. Esas
formas iniciales son las que generarán más tarde las actitudes básicas más definidas y
los sentimientos de arranque de la religiosidad. No hay que tener prisa para que ad-
quieran formas o modos de hablar propio de los adultos pues hay que llevarles a su
paso. Es preciso evitar a la vez que por la fantasía del niño o por influencias exteriores
se desarrollen sentimientos negativos, miedos, amenazas, exageraciones o preven-
ciones contra personas, acciones o situaciones que tengan que ver con aspectos reli-
giosos, pues aunque de momento no planteen especiales dificultades las pueden tener
en el futuro.
Entre los medios que se pueden utilizar en este período son fundamentales:
Las imágenes, dado que el niño quiere tocar los símbolos religiosos, y es
bueno que toque y bese imágenes, estampas, etc.
La fuerza del ambiente es, como hemos visto, uno de los medios fundamen-
tales de formación en estas edades, pues toda la educación religiosa se de-
be ir transmitiendo de forma natural y sencilla: el niño se hace inicialmente
religioso viviendo en ambientes creyentes, igual que crece en lo social, lo
verbal y afectivo cuando vive en ambientes que desarrollan estas capacida-
des de su personalidad.
Por eso, además de los padres tienen importancia en este período otras instan-
cias personales, como abuelos, tíos, hermanos mayores. El afecto y el sentido de la
cercanía del educador, a través de su ejemplo, de su manera de amarlo, de ayudarlo a
crecer, de respetarlo, le revelará los gestos del Padre celestial y los valores religiosos,
no con lógica, sino con afecto y con sentido de cercanía.
Dios puede suplir ese momento de otras formas. Por otro lado, no se puede olvidar
que no son la familia y la escuela los únicos factores que influyen en el desarrollo del
sentido moral y religioso de los niños, pues reciben ya desde muy pequeños influen-
cias del ambiente sociocultural, los demás niños, etc.
Surgen los primeros conceptos éticos; sin dejar de ser egocéntrico, pueden
comenzar a nacer sentimientos de compasión, solidaridad, generosidad. Ya
diferencia la verdad de la mentira, sin darle aún el carácter condicionante,
surgiendo así una primera actitud crítica.
Las edades que van hasta los 6 años son básicas en la estructuración de su religio-
sidad: a partir de las experiencias de los valores humanos que el niño observa y
vive, podrá descubrir progresivamente su dimensión trascendente.
El niño de esta etapa puede adquirir un incipiente sentido de Dios, intuyendo glo-
balmente su presencia protectora y la acción posible en su propia vida. Luego aplicará
esto a la presencia de Dios entre los hombres; pero en este terreno elabora las ideas y
sentimientos muy lentamente, y siempre por los cauces que le marcan los adultos, ya
que ha de fundamentarlas en algo que trasciende lo simplemente sensorial.
Uno de los primeros datos que se constatan en esta edad es el interés y capaci-
dad del niño por entrar en relación con las cosas y las personas, como se manifiesta
en las continuas preguntas que hace sobre las realidades que lo rodean. Comienza a
darse cuenta de que no está solo en el mundo, que hay algo y alguien distinto a él.
Esta constatación va creciendo cuando inicia su etapa escolar, al entrar en contacto
con otros niños fuera del ámbito familiar, de forma que la escuela y la catequesis son
para él la primera experiencia social fuera del hogar, y los tres ámbitos de experiencia
religiosa son coincidentes con ella:
La estrecha relación interpersonal que existe entre el niño y sus mayores lo lleva a
ser hipersensible a sus estados de ánimo. El niño percibe con bastante nitidez si el
clima religioso se da sólo en su padre o en su madre, si se da en sus padres, pero no
lo observa en sus educadores. Ante posibles dicotomías, quizá haga alguna observa-
ción, conformándose aparentemente con cualquier respuesta evasiva. Sin embargo, la
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La religiosidad del niño de 3 a 6 años es, como se ve, elemental y primaria, pero
auténtica; su inmadurez lógica le impide otra cosa, pero ya no es tan sensorial como
en la etapa anterior, pues comienza a observar, asociar, reflexionar, formular explica-
ciones. Sus conclusiones son elementales, pero bastante adecuadas a las diversas
situaciones. Van naciendo actitudes netamente religiosas y comienza para él una nue-
va manera de entender la vida.
Buena parte de las indicaciones que aquí se exponen servirán también para el inicio
de la etapa posterior, pues se trata de grandes ideas que habrán de matizarse y des-
arrollarse luego de forma más precisa a lo largo de la maduración de los niños.
de manera que el niño aprenda a invocar a Dios que nos ama y cuida; a Jesús, Hijo
de Dios y hermano nuestro, que nos conduce al Padre; al Espíritu Santo, que habita en
nuestros corazones; y que también dirija preces confiadas a María, Madre de Jesús y
Madre nuestra (DCG 1971: 79).
A propósito de este punto, San José María Escrivá de Balaguer (1967) señalaba:
En todos los ambientes cristianos se sabe, por experiencia, qué buenos resultados
da esa natural y sobrenatural iniciación a la vida de piedad, hecha en el calor del hogar.
El niño aprende a colocar al Señor en la línea de los primeros y más fundamentales
afectos; aprende a tratar a Dios como Padre y a la Virgen como Madre; aprende a re-
zar, siguiendo el ejemplo de sus padres. Cuando se comprende eso, se ve la gran ta-
rea apostólica que pueden realizar los padres, y cómo están obligados a ser sincera-
mente piadosos, para poder transmitir -más que enseñar- esa piedad a los hijos (n.
103).
firmeza y la tolerancia, que es el primer paso para promover y afianzar en etapas su-
cesivas el servicio a Dios y a la Iglesia.
El juego es otra de las actividades más aptas para propiciar el aprendizaje in-
fantil: fomenta la creatividad, el afán por descubrir y el desarrollo de otras
capacidades: admiración, entusiasmo, lo lleva a encontrar soluciones a
problemas, a sentirse protagonista, a convivir con otros niños. Nada de es-
to es ajeno a la educación religiosa, que aspira a desarrollar en el niño las
facultades de expresión, a descubrir la alegría de vivir y a sensibilizarlo pau-
latinamente con la dimensión comunitaria apoyándose en los aspectos so-
cializantes del juego.
El símbolo es un elemento esencial para que el niño de esta edad sea capaz
de interiorizar, y para que dicha interiorización contribuya a la estima que
él tiene de sí mismo. Es decir, el niño traslada a él la imagen que el adulto
propicia.
Algunos detalles prácticos a tener en cuenta en estas edades pueden ser los si-
guientes:
LA INICIACIÓN SACRAMENTAL
El estudio de esta etapa la dividimos también en dos fases: de los 6 a los 8 años y
de los 8 a los 11. La primera de ellas desemboca en el uso de razón y la segunda lle-
va a una situación de cierta estabilidad, que se suele calificar como “infancia adulta”.
Aunque se trata sólo de un corto período de tiempo, los cambios psicológicos son
grandes:
Entre los rasgos psicológicos que señalan algunos autores destacamos el inicio
de su capacidad razonadora:
Los sentimientos siguen siendo variables, y un reflejo de esto son los suce-
sivos cambios de su conducta y su manifestación en distintos estados de
ánimo.
Efectivamente, de los 6 a los 7 años el niño muestra cierta capacidad espiritual, pe-
ro muy dependiente del ambiente familiar y, por lo tanto, imitativa. Elabora ya ideas
generales y perfila con coherencia juicios en áreas trascendentes; se fija mucho en
los mayores y, fruto de su curiosidad infantil, quiere también respuestas de algunas
cuestiones morales. Aunque todavía crédulo, comienza a explicar lo que cree con
cierta facilidad: es crédulo, pero no ilógico. Cada vez expresa mejor lo que piensa, y
le gusta hacerla dando explicaciones de las cosas. Le gusta ser actor y protagonista,
y su religiosidad está vinculada a la acción, los hábitos, gestos, posturas, rezos, imita-
ción de lo que hacen los adultos.
En este momento, se puede considerar que sus ideas y explicaciones son auténti-
camente religiosas, pues hacen referencia a lo espiritual: ya no se pone en el centro
de todo, pues se abre a los demás y puede asumir las realidades externas con cierta
objetividad. Es también el momento de la iniciación en la oración, el desarrollo de la
moralidad, y ya podrá comenzar a captar las primeras razones religiosas.
Hacia los 8 años, la religiosidad del niño se hace más sólida y autónoma. Ya es
capaz de organizar y conservar experiencias, referencias y compromisos más per-
sonales; todo se hace más tranquilo y permanente, menos fugaz; va adquiriendo bue-
na memoria y capacidad reflexiva; aumentan poco a poco sus capacidades abstrac-
tas; va adquiriendo autonomía y puede repetir comportamientos. Aunque acepta con
facilidad las indicaciones de los adultos, lo hace con menos credulidad que en etapas
anteriores; ya sabe que pueden equivocarse o que lo pueden engañar, o que él mismo
se puede equivocar.
Descubre la oración, y ello se debe a su idea más espiritual de Dios y a que las
nociones de sabiduría, poder, justicia, etc. de Dios van tomando un sentido más preci-
so. Además, la visión de Dios como Padre hace que le resulte lógico que se hable
con Él, y esto es la oración. Su oración es fundamentalmente de petición, aunque
conviene desarrollar también la de acción de gracias. Se despierta en él un gusto
grande por las figuras concretas: Jesús, María, los Apóstoles, los mártires, los san-
tos, etc., a las que mira con admiración y deseo de imitación. Experimenta gran sensi-
bilidad ante los relatos bíblicos, y los prefiere a los discursos y reflexiones teóricas.
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Asimila con facilidad los mensajes que se le proporcionan, de forma que es un buen
momento para la docencia religiosa sistemática. A partir de estos momentos y hasta
los 11 años, se tendrá que conseguir una primera síntesis de la fe, de gran trascen-
dencia para toda su vida futura. Hay que seguir fomentando la acción, pero conviene
que sea inmediata, variada, cercana, con resultados visibles, y procurando que resulte
cada vez más reflexiva. Es el momento adecuado para que vaya madurando su com-
prensión y también su expresión religiosa.
El camino más idóneo para conseguir estas metas son las múltiples activi-
dades en las que él puede y debe participar. Éstas tienen el valor no sólo
de servir como motivación permanente, despertando y canalizando el inte-
rés, sino sobre todo de facilitar una respuesta cada vez más personal a la
palabra y al don de Dios. Hay que cuidar la recta utilización de la actividad,
para que “tal pedagogía activa no se quede sólo en las expresiones exter-
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nas, por útiles que sean, sino que intente suscitar la respuesta del corazón y
el gusto de la oración” (DCG 178)
En este clima positivo, se hablará del pecado como la más triste privación
voluntaria del bien y del amor. La motivación hacia el bien y la alegría
que supone su realización, si cuenta con la aprobación de padres y cate-
quistas, los llevará a repudiar el pecado ya que origina una ofensa a Dios y
a los demás. Todo ello les será expuesto con claridad, y precisando cuán-
do y cómo se obra el bien o se peca. Desde esta orientación educativa irá
comprendiendo la importancia que tiene recibir frecuentemente el sacra-
mento de la penitencia.
existen niños con graves carencias, en la medida en que les falta un apoyo religioso
familiar adecuado, o por no tener una verdadera familia, o por no frecuentar la escuela,
o por condiciones de inestabilidad social o de inadaptación, o por otras causas am-
bientales. Muchos no están siquiera bautizados; otros no han realizado el camino de
iniciación cristiana.
Conviene señalar también que, además de contar con los factores naturales del
desarrollo religioso, es preciso tener en cuenta los sobrenaturales. A partir de esta
edad, en la que el niño tiene el uso de la razón y ha sido iniciado en la vida sacra-
mental de la Iglesia, los factores sobrenaturales tienen mucha más fuerza e importan-
cia: la vida de la gracia deberá ser muy tenida en cuenta por el educador en la fe.
Entre los factores naturales, la familia sigue siendo el principal, aunque no exclusi-
vo, pues comienzan a influir los maestros y las primeras amistades. La escuela y la
parroquia son, en muchos casos, los factores centrales del desarrollo religioso: la
escuela, por el tiempo que allí pasa y las nuevas relaciones y exigencias que compor-
ta; y la parroquia porque le abre a un mundo participativo, que tendrá en el niño una
gran influencia.
El niño es capaz de llegar a formular sus propias tesis a partir de sus cono-
cimientos y experiencias; aparece un incipiente sentido histórico y una ma-
yor capacidad de generalización.
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Los intereses son cada vez más objetivos y abstractos, y también más
personales, aunque pone sus intereses primordiales en el entorno, sobre
todo en las relaciones con los amigos y compañeros. Se interesa por la ac-
ción, a la vez que él mismo tiene necesidad de actuar.
Necesita afirmarse, y aunque es todavía dócil y acepta las reglas del juego,
los adultos van perdiendo ante él el valor absoluto que tenían en los años
anteriores.
Para concluir estas observaciones, se puede decir que lo más significativo de esta
infancia superior es la tranquilidad con la que se enfrentan los niños a las realidades
de la vida. La serenidad está basada en la salud corporal, la cual suele ser excelen-
te, e incluso en la armonía hormonal y neurológica que le caracteriza en estos años.
De acuerdo con estos rasgos psicológicos, los niños sienten afán por progresar en
sus conocimientos religiosos y comienzan a unificar los diversos conceptos, senti-
mientos y acciones: se elabora una primera síntesis de cultura religiosa. La idea de
Dios se les va clarificando, muy influida por la enseñanza religiosa escolar y la cate-
quesis.
La religión se acepta todavía por la autoridad de los padres y educadores, pero los
pensamientos, sentimientos y gestos son cada vez más personales. Se puede decir
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Se van haciendo autónomos en su vida moral, pues con los grandes cambios de
los 8 a los 11-12 años son capaces de captar el orden moral, que normalmente se
acepta y se ama: van objetivando los comportamientos morales, distinguiendo el bien
del mal con criterios personales, abriendo así el campo de la propia responsabilidad
moral. Es, como se ha dicho, una etapa clave para la formación de la conciencia.
Hacia los 11-12 años se observa bastante diferencia entre la religiosidad de los ni-
ños y de las niñas. Las niñas tienen un desarrollo intelectual y afectivo más precoz, y
por ello resulta más madura su religiosidad.
composición y enseñar a rezar, pues con el desarrollo espiritual se abren nuevas for-
mas para la educación en la oración.
Equipo editorial
Corrección de estilo: Mg. María Clara Lucifora y Lic. María Verónica Riedel