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ENTRE PLIEGUES Y METÁFORAS: DESENTRAÑANDO LA COLOMBIA DE LOS 90 A

TRAVÉS DE LA FRANJA AMARILLA

Introducción
William Ospina, a través de su obra "¿Dónde está la franja amarilla?", despliega magistralmente
un análisis crítico sobre la situación política, social y cultural de Colombia. Ospina no solo disecciona,
cual cirujano, la complejidad sociopolítica que atravesaba Colombia durante 1990 y su historia, sino que,
a través de argumentos con autoridad moral, metáforas sutiles y un rigor analítico altamente palpable,
recorre cuatro ensayos donde el autor, como observador, trata de desentrañar los tejidos sociales y
políticos que entrelazan a la nación colombiana. En este ensayo, se propone profundizar en las
dimensiones intrínsecas del pensamiento de Ospina, destacando tres citas paradigmáticas que
interconectan el amarillo de la bandera colombiana y el razonamiento en la conciencia colectiva. Además,
se aborda la promulgación de argumentos contrapuestos al pensamiento del autor y se examina la
estructura técnica de la obra para entender si la franja amarilla de la bandera colombiana es la
representación simbólica de la limitación ideológica y socio-política que configuran la identidad nacional.

Colombia y su autocrítica a la situación de su historia de conflictos y participación ciudadana

La temporalidad de la obra se desenvuelve como un caleidoscopio de eventos históricos,


estableciendo un contexto temporal y político crucial para entender la realidad de Colombia. La década de
1990 en Colombia fue un período de desafíos y transformaciones; para Ospina, este fue el lienzo perfecto
para trazar su análisis crítico.

Para esta época, Colombia se encontraba inmersa en una incertidumbre política muy compleja. El
país estaba lidiando internamente con la sombra del narcotráfico, que había penetrado en las paredes
estructurales gubernamentales como la humedad, propiciando conflictos y violencia, llegando al grado de
que la actividad paramilitar y guerrillera estuviera en su punto máximo de apogeo, creando inestabilidad
en el país.

De igual manera, la situación internacional añadía aún más presión. Aunque la Guerra Fría había
finalizado, la repercusión en América Latina, incluyendo a Colombia, se mantuvo, llevando al país a una
encrucijada potenciada por dinámicas globales.

En la obra, vemos cómo estas situaciones no son sólo contextos históricos, sino también críticas a
las que se quiere llevar mediante el pensamiento optimista y desilusionador de esperar un próspero futuro.
Se atraviesa un valle de dura y desalentadora realidad, lo que permite profundizar en el pensamiento sobre
la responsabilidad de la ciudadanía colombiana, que debe hacer un pacto simbólico representativo del
compromiso de construir una Colombia más justa, con una mejor salud moral y una política de no
imitación, sino de adaptación a la verdadera cultura colombiana.

A lo largo de las páginas, la crítica de William Ospina se erige como un bisturí que decepciona
profundamente a una sociedad arrinconada por el conflicto, la desigualdad social y la corrupción política
que hundía cada vez más al país. Por consiguiente, la metáfora de la franja amarilla no es sólo un
ornamento cromático, sino también un símbolo que representa las profundas marcas arraigadas en la
sociedad colombiana. Ospina, con sus palabras meticulosas y calculadoras, no se limita a hacer un
fenómeno aislado, sino que analiza la estructura sistemática llamada corrupción que se propagó por los
entes gubernamentales, fracturando la línea amarilla que era la integridad de la nación.

En este libro, los ensayos no solo buscan señalar casos aislados, sino llamar a una conciencia
colectiva en la que los colombianos busquen confrontar la amenaza que arriesga el hilo que teje al país.
Por tanto, esta franja amarilla es un alto de pensar que no solo las instituciones tienen la posibilidad de
curar las heridas que ponen un yugo en el país, sino que también la ciudadanía tiene el poder de acabar
con esa pasividad que solo alarga aún más la corrupción. Es maravilloso cómo estas grietas se van
abriendo no solo superficialmente, sino que se diagnostican a sí mismas como aquella cura social de la
que la población debe darse cuenta para poder asumir ese papel activo que permite la democracia y crear
esa personalidad activa que impide que seamos el pequeño muñeco de trapo de la globalización y las
potencias que hacen olvidar a los mandatarios el origen, la cultura y la verdadera sociedad colombiana.

Sin embargo, no solo es ese activismo, sino también el cultivo de cualidades humanas, tal y como
lo dice Ospina textualmente en el libro: “para lograr ser un poco más generoso, un poco más tolerante, un
poco más hospitalario” (Ospina, 2014). Esto nos permite señalar la búsqueda de valores que fomenten una
vida en ciudadanía pacífica, donde prevalezca el respeto mutuo, y donde la ética y la solidaridad sean
pilares fundamentales para la construcción de una sociedad que casi alcance el pensamiento utópico de la
armonía y la justicia. Ospina es entusiasta al mencionar muy ampliamente en uno de los cuatro ensayos a
Estanislao Zuleta, el cual veía el conocimiento y la intelectualidad como el motor de mejora para la vida
humana. Para él, el diálogo era una de las mayores herramientas de conocimiento, como lo expresa
Ospina en el libro, mencionando las palabras de Zuleta: “Estanislao sentía un placer singular en dialogar y
en exponer temas porque sentía que de ese diálogo y de ese contacto entre interlocutores nacían no solo
un texto y un sentido sino un tipo de relación humana” (Ospina, 2014). Este pensamiento profundo de
Estanislao, que menciona William Ospina, es la idea de que el intercambio comunicativo en la dimensión
social apenas llega al contexto de la interacción humana, reflejando el pensamiento y la reflexión de las
relaciones humanas significativas y cómo el pensamiento crítico y la literatura las construyen a partir de
pequeños escalafones conceptuales.

Por otro lado, en este mar de ideas sobre la conceptualización de la historia y la construcción de
una nación colombiana, es diferente para todas las personas. Desde el gran margen académico, se podría
desarrollar la idea de que la obra de Ospina se inscribe dentro de la gran tradición literaria
latinoamericana. Autores como Gabriel García Márquez, citado por Ospina, han escrito realidades
mágicas que son, a la vez, una carga de las situaciones reales que atraviesan sus países. Por otro lado,
autores como Roland Barthes, argumentan respecto a la subjetividad que toda obra lleva en sí misma la
esencia del sujeto que la escribe. Este mismo, en su libro “La muerte del autor”, sugiere algo muy
interesante: que la subjetividad del autor puede limitar la lectura de una obra y, por tanto, la interpretación
de esta misma. Por lo cual, podría decirse que la obra de Ospina y, por tanto, su subjetividad enmarcada
en ella, podría considerar su crítica tanto una fortaleza como una limitación al introducir en esta misma
sus sesgos personales.

Desde un punto de vista más amplio, como lo es la aplicabilidad universal de la crítica enmarcada
en el libro "La franja amarilla", hay un equilibrio y una concordancia con el pensamiento de autores como
Edward Said. Este plantea que la interpretación que se le da a una cultura por parte de otra que no la
entiende y para conceptualizar está inherentemente sesgada a la opinión del observador de primer plano,
quien es el que describe su propia cultura. En este sentido, "La franja amarilla" puede ser representante no
solo de la nación colombiana a través de los problemas sociales que enfrenta, sino también de esa imagen
de los problemas que enfrentan otras sociedades parecidos a los nuestros. Lo cual, es explicado por
Ospina de esta manera: “La franja amarilla, descrita con la precisión de un algoritmo, se convierte en un
código que descifra las complejidades de la identidad nacional.”(Ospina, 2014). Esta sutil metáfora del
algoritmo sugiere que la entidad colombiana está creada a través de patrones que son muy complejos y
ahí es donde aparece la franja amarilla, siendo esa palabra de la verdad, esa pequeña llave que ayudaría a
comprender la complejidad de la identidad nacional colombiana.

Para concluir, Ospina se revela como un escultor virtuoso de la realidad colombiana con la profundidad
de un filósofo y la precisión de un cirujano. La franja amarilla, más allá de ser el simple color de la
bandera colombiana, se convierte en esa llave a la comprensión más profunda de la identidad de la
nación. Este ensayo propone que la realidad colombiana, como un paciente que necesita la atención
inmediata de un especialista y la intervención ciudadana que Ospina fervientemente escribe a través de su
obra.
BIBLIOGRAFÍA

Ospina, W. (2014). ¿Dónde está la franja amarilla?

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