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ordenamiento jurídico
A. Introducción
B. La responsabilidad civil en el Código Civil
C. La responsabilidad civil en la reforma de la ley 17.711 de 1968
D. Otras reformas al Código Civil en responsabilidad civil
E. La responsabilidad civil en el nuevo Código Civil y Comercial de la Nación
A. Introducción
El Código Civil de Vélez Sarsfield, derogado por la ley 26.994 por la que se sancionó el
nuevo Código Civil y Comercial de la Nación en nuestro país, se basó, fundamentalmente,
en el Código Civil de Francia que en su mayor parte continúa vigente en el país galo. El
Código francés había tomado sus normas, entre otros autores, de las ideas de Domat,
cuya obra databa del siglo XVII, por lo que el pensamiento que se introdujo en ese cuerpo
orgánico fue el ideado bajo los conceptos de ese siglo.
Para finales del siglo XIX, cuando Vélez redactó el Código que entró en vigencia el 1 de
enero de 1871, era una norma de avanzada que sirvió como herramienta jurídica durante
mucho tiempo pero que, por diferentes interpretaciones que efectuaban los jueces y los
autores, obligaron a reformarlo en distintas oportunidades.
El principio básico estaba establecido en el art. 1109, el que disponía que todo aquel que
ejecutaba un hecho que, por su culpa o negligencia, ocasionaba un daño a otro, estaba
obligado a la reparación del perjuicio. En fin, establecía la función clásica resarcitoria de la
responsabilidad civil, a la que más tarde se le sumarían la función preventiva y la función
sancionatoria o punitiva. En esta norma, la Corte Suprema de Justicia de la Nación, el 5 de
agosto de 1986, en el fallo “Santa Coloma”, apoyó al principio básico de la responsabilidad
civil “alterum non laedere” -”no dañar a otro”- (de uno de los principios de Ulpiano del
derecho romano), como también en el artículo 19 de la Constitución Nacional.
Por otro lado, el factor de atribución -motivo por el cual el legislador le impone
responsabilidad civil a un sujeto específico- era solamente el “subjetivo”, es decir la
“culpabilidad”, regulada en el art. 512 de ese Código derogado, definida como la omisión
de aquellas diligencias debidas por la naturaleza de la obligación y que correspondían a
circunstancias de tiempo, persona y lugar. La “culpabilidad”, como factor de atribución, se
dividía a su vez en la “culpa” y en el “dolo”, es decir en actos causados por omisión de
diligencias exigidas en determinadas circunstancias y en comportamientos con
intencionalidad de causar daños a terceros. La culpa, en algunos supuestos, era presumida
iuris tantum -con admisión de prueba en contrario por parte del demandado-, como la del
director del colegio y del maestro artesano por los daños que podían causar sus alumnos o
aprendices mayores de diez años (art. 1117 originario del Código Civil derogado luego
reformado por la ley 24.830 en 1997) y en otras hipótesis, la culpa también era presumida
pero iure et de iure -sin posibilidad de aportar prueba contraria-, como en un primer
momento ocurría con la responsabilidad del principal por el hecho de su dependiente (art.
1113, primer párrafo). En otras ocasiones, el legislador de fines del siglo XIX prefirió
directamente establecer una responsabilidad civil casi sin admisión de prueba eximente,
como lo era el perjuicio ocasionado por un animal feroz que no reportaba utilidad para el
predio al cual pertenecía al momento del daño (art. 1129).
La responsabilidad civil del padre -originariamente presunción de culpa iuris tantum- por el
daño causado por el hijo -legítimo o natural- que habitaba con aquel le imponía una
presunción de culpa que luego se extendía a la madre ante la ausencia o incapacidad del
padre (originario art. 1114 modificado luego por la ley 23.264 de 1985). La responsabilidad
por los daños causados por alumnos o aprendices mayores de diez años se atribuía al
director del colegio y al maestro artesano -presunción de culpa iuris tantum- (art. 1117
originario previo a la reforma de la ley 24.830 citada). La responsabilidad por el daño
causado por el dependiente se establecía en contra del principal -como una presunción de
culpa iure et de iure, más tarde morigerada- (art. 1113, primer párrafo).
En un primer tiempo en la sociedad lo más dañoso resultaba ser un animal, lo que condujo
a Vélez Sarsfield a redactar ocho normas para la responsabilidad civil de su propietario o
guardián por los daños causados por aquellos (arts. 1124 a 1131).
Esto fue tan así que en 1968 se produjo una reforma medular para el Código Civil
derogado a través de la ley 17.711.
El daño comenzó a tener una nueva perspectiva para colocarse como centro de la
responsabilidad civil. Se pasó de una responsabilidad civil basada en el daño injustamente
Además, la ley 17.711 introdujo en el segundo párrafo del art. 1113 una norma especial
para los daños causados con la intervención de cosas, distinguiendo al daño causado
“con” una cosa, del producido “por” la cosa, lo que implicó en este segundo supuesto la
incorporación de la teoría del riesgo creado por el dueño o guardián de la cosa. Más tarde,
luego de superada la teoría de la neutralización de riesgos cuando colisionaban dos
automotores en movimiento que aplicaba la culpa de uno contra el otro -de actor contra
demandado en la demanda o de este contra aquel en la reconvención-, se comenzó a
aplicar esa teoría del riesgo creado para los accidentes de tránsito producidos por dos
automotores en movimiento, lo que significó para el demandado acercar al proceso, para
eximirse total o parcialmente de responsabilidad civil, la prueba de una causa ajena al
accidente -culpa o hecho de la víctima, culpa o hecho de un tercero por quien no se debía
responder o el caso fortuito-. Se pasó de la preponderancia del factor de atribución
subjetivo culpa al factor de atribución objetivo riesgo creado, comprensivo, a su vez, del
vicio de la cosa.
Estas dos últimas hipótesis -producción del daño en el ejercicio o con ocasión de sus
funciones- fueron aplicándose para responsabilizar civilmente al principal o comitente por
el hecho ilícito de sus dependientes (a pesar de que el art. 1113, primer párrafo, luego de
la reforma continuó igualmente con la misma redacción).
La ley 17.711 incorporó una nueva redacción al art. 1198, entendiendo que los contratos
debían celebrase, interpretarse y ejecutarse de buena fe, de la cual se desprendió el
desarrollo de la teoría de la obligación de seguridad, que dividió a la doctrina en dos
La responsabilidad civil del padre pasó lógicamente a ser compartida en forma solidaria
con la madre. Se estableció una responsabilidad objetiva de los progenitores por los hijos
menores que habitaban con ellos y una responsabilidad propia de los hijos mayores de
diez años. Se determinó que, si los padres no convivían al momento del evento ilícito
causado por el hijo, sería responsable el que ejerciera su tenencia, salvo que a la época del
infortunio causado por aquel, el menor se hallaba al cuidado del otro progenitor. En esta
norma con posterioridad se incluyó por la ley 24.830 la responsabilidad de los tutores y
curadores que estaba originariamente en el texto del art. 1117.
En 1997, la ley 24.830 quitó la responsabilidad civil subjetiva de los directores de colegio y
maestros artesanos y sumó la responsabilidad civil objetiva de los propietarios de
establecimientos educativos privados o estatales por los daños causados o sufridos por
sus alumnos menores que se hallaban bajo el control de la autoridad educativa, salvo que
probaran el caso fortuito. La norma impuso la contratación de un seguro escolar de
El Código establece principios basales, como lo es el de “no causar daño a otro” (alterum
non laedere) (conf. arts. 1710, inc. a) y 1716) y el de la “reparación plena”, “íntegra” o
“integral” (conf. art. 1740).
La relación de causalidad sigue con la línea del ligamen causal adecuado (arts. 1726 y
1727). Para los contratos paritarios y las consecuencias indemnizables se vuelve al
concepto que traía originariamente el Código Civil para esta situación particular (art.
1728).
En una misma solución de continuidad, se describen en forma genérica las tres causas
ajenas al evento que resultan aplicables a los factores de atribución objetivos, salvo
exclusión de alguno de ellos: el “hecho del damnificado” (art. 1729), el “caso fortuito”
equiparado a la fuerza mayor en sus efectos (art. 1730) y el “hecho del tercero” por quien
no se debe responder (art. 1731). Ya no se habla más de “culpa de la víctima” sino de
“hecho del damnificado”, ni tampoco de “culpa del tercero” sino de “hecho del tercero”,
porque basta con que el hecho de estos sujetos -víctima o tercero- sea objetivamente
antijurídico para que se libere al deudor de responsabilidad. En cuanto a los carecteres
que deben reunir el “hecho del damnificado” y el “hecho del tercero” para liberar
totalmente de responsabilidad, la jurisprudencia siempre ha exigido que reúnan los
caracteres del caso fortuito. Estas eximentes, como se enunció al comienzo de este
párrafo, se mecanizan ante cualquier factor de atribución objetivo.
Se conceptúa al daño desde una visión moderna y amplia, definiéndolo como la lesión a
un derecho o a un interés no reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por
objeto la persona, el patrimonio, o un derecho de incidencia colectiva (art. 1737). Se sigue
con la doble esfera en la clasificación de los daños. Los daños son dos, el daño patrimonial
y la indemnización de las consecuencias no patrimoniales (la que abarca al daño moral)
(arts. 1738 y 1741). Se incorpora a la pérdida de chance como daño patrimonial (arts.
1738 y 1739).
Para el daño causado por la muerte de la víctima se prevé que los hijos del fallecido
tengan a su favor la presunción de daño hasta los 21 años de edad, por más que el deber
alimentario haya cesado a los 18 años de edad -art. 658-, salvo la hipótesis excepcional de
su extensión hasta los 21 años -art. 663- (art. 1745, inc. b). Ante hijos incapaces o con
capacidad restringida, se exige la declaración de incapacidad a fin de allanar el camino
hacia la indemnización (art. 1745, inc. b). También se establece una presunción de daño
para quien tiene la guarda de un menor que falleció por un infortunio, porque se supone
que este lo ayudaría en el futuro de no haber ocurrido el evento (art. 1745, inc. c).
Si el daño se trata de lesiones que producen una incapacidad permanente, se fija como
herramienta para cuantificarlo la fórmula matemática financiera que elegirá el juez para
determinar el resultado (“la indemnización debe ser evaluada mediante la determinación
de un capital, de tal modo que sus rentas cubran la disminución de la aptitud del
damnificado para realizar actividades productivas o económicamente valorables, y que se
agote al término del plazo en que razonablemente pudo continuar realizando tales
actividades”). Se presumen legalmente los gastos médicos, farmacéuticos y por transporte
que resultan razonables en función de la índole de las lesiones o la incapacidad. Antes los
dos primeros se presumían judicialmente. En el supuesto de incapacidad permanente se
debe indemnizar el daño aunque el damnificado continúe ejerciendo una tarea
remunerada, pues que perciba ingresos no significa que luego de aquella incapacidad
tenga una minusvalía que le impidan las actividades integrales como así también de
conseguir empleo a futuro de perder el actual (art. 1746).
La responsabilidad solidaria de los padres por los hechos dañosos de los hijos menores de
edad que habiten con ellos se volvió directamente objetiva (art. 1754). Cesa esa
responsabilidad paterna cuando el hijo que cometió el daño fue puesto bajo la vigilancia
Al quedar insuficiente la norma que preveía la responsabilidad por el daño causado por el
riesgo o vicio de la cosa, la jurisprudencia, sobre todo la laboral, fue perfilando el
concepto de “actividad riesgosa” y, por esto, esta categoría se incluye en el nuevo Código,
para provocar que quien la realiza, se sirve u obtiene provecho de ella, por sí o por
terceros, sea civilmente responsable (art. 1758).
La norma del art. 1119 del Código Civil derogado origen fundador de la responsabilidad
colectiva devino insuficiente para contemplar el daño originado por un autor anónimo de
un grupo determinado o para el causado por la actividad peligrosa de un grupo para
terceros, de allí que se ajustó la responsabilidad para que estos grupos devengan frente a
la víctima objetivamente responsables (arts. 1762 y 1763).
La evolución en la responsabilidad civil del Estado alcanzó a que este respondiera no sólo
por los actos ilícitos de sus dependientes sino también por la actividad legítima. Esta fue la
evolución de la jurisprudencia de la Corte Suprema nacional, seguida también por los
tribunales inferiores y por la doctrina destacada. Pero, si bien la redacción originaria del
Anteproyecto de Reformas al Código Civil y Comercial enseñaba otra línea, el Congreso
sancionó tres normas para excluir la responsabilidad estatal y del funcionario público de
su ámbito y arrastrarla a la órbita del derecho administrativo, es decir conducirla a las
normas de cada jurisdicción (arts. 1744, 1765 y 1766; por eso antes de la sanción del
Código se publicó la ley 26.944 de responsabilidad extracontractual del Estado nacional).
En fin, la responsabilidad civil en un cambio constante evolucionó para ser captada por las
lentes del Código Civil y Comercial y convertirse así en uno de los sistemas vigentes más
modernos del derecho privado.