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San Martín, tras proclamar la independencia del Perú, asumió el mando político militar de los
departamentos libres del Perú, bajo el título de Protector, según decreto dado el 3 de agosto
de 1821. Dio también al flamante Estado Peruano su primera bandera, su primer escudo, su
himno, su moneda, así como su inicial estructura y sus primeras instituciones públicas.
El 27 de diciembre de 1821, San Martín convocó por primera vez a la ciudadanía con el fin de
que eligiera libremente un Congreso Constituyente, que tendría la misión de establecer la
forma de gobierno que en adelante regiría al Perú, así como dar una Constitución Política
adecuada. Dicho Congreso se instaló el 20 de septiembre de 1822 y su primer presidente fue el
clérigo Francisco Xavier de Luna Pizarro.
San Martín, no pudo, sin embargo, culminar la guerra contra los españoles. Si bien todo el
norte del Perú se había sumado voluntariamente a la causa patriota, el centro y el sur del país
permanecían ocupadas por las tropas virreinales. San Martín consideró necesaria la ayuda
militar externa y en pos de ella fue a entrevistarse en Guayaquil con el libertador Simón
Bolívar, que al mando de la Expedición Libertadora del Norte, había logrado la independencia
de los actuales territorios de Venezuela, Colombia y Ecuador, este último, con ayuda de tropas
peruanas. En la entrevista de Guayaquil, realizada entre los días 26 y 27 de julio de 1822, los
Libertadores discutieron tres importantes cuestiones:
La suerte de Guayaquil, que siendo territorio peruano, fue anexado por Bolívar a Colombia.
La ayuda que debía prestar Bolívar para el fin común de la independencia del Perú.
La entrevista no llegó ningún resultado concreto. En lo que respecta al primer punto, Bolívar ya
había decidido que Guayaquil perteneciera a la Gran Colombia y no admitió ninguna discusión
al respecto. En cuanto al segundo punto, Bolívar ofreció enviar al Perú una fuerza auxiliar
grancolombiana de 2000 hombres, que San Martín consideró insuficiente. Y en lo referente al
tercer punto, Bolívar era decididamente republicano, contraponiéndose así al monarquismo
del Libertador rioplatense. Desilusionado, San Martín retornó al Perú, ya convencido de que
debía retirarse para dar pase al Libertador del Norte. Renunció ante el recién instalado
Congreso del Perú, que acto seguido, entregó el Poder Ejecutivo a tres de sus miembros, que
conformaron un cuerpo colegiado de tres miembros denominado la Suprema Junta
Gubernativa y cuya cabeza era el general José de La Mar (21 de septiembre de 1822). Los otros
integrantes de dicha junta eran Manuel Salazar y Baquíjano y Felipe Antonio Alvarado.
La Junta Gubernativa quiso acabar la guerra de la Independencia por cuenta propia y organizó
la Primera Campaña de Intermedios, que culminó en fracaso, tras las derrotas en Torata y
Moquegua. Temerosos de un avance realista a la capital, los oficiales del Ejército se sublevaron
en el llamado Motín de Balconcillo y presionaron al Congreso para que destituyera a la Junta y
nombrara como Presidente del Perú a José de la Riva-Agüero (28 de febrero de 1823).
Riva Agüero quiso también derrotar a los españoles que aún resistían en el centro y sur del
Perú, y organizó una Segunda Campaña de Intermedios, cuyo mando encomendó a Andrés de
Santa Cruz. Los patriotas avanzaron hasta el Alto Perú, y tras ganar la batalla de Zepita,
emprendieron una desordenada retirada hacia la costa, culminando así, esta expedición
igualmente en fracaso.
El 5 de febrero de 1824, se produjo un motín en las fortalezas del Callao, de resultas del cual
los realistas recuperaron este importante bastión. Ante tal delicada situación, el Congreso dio
el 10 de febrero un memorable decreto entregando a Bolívar la plenitud de los poderes para
que hiciera frente al peligro, anulando la autoridad de Torre Tagle. Se instaló así la Dictadura.
Tras el gobierno provisorio de una Junta de Gobierno presidida por Andrés de Santa Cruz, el
mariscal José de La Mar fue elegido presidente por el Congreso Constituyente, el 9 de junio de
1827. Durante su mandato promulgó la Constitución Liberal de 1828. Ocurrió también el
terremoto de Lima de 1828. En el aspecto internacional, un ejército peruano al mando del
general Agustín Gamarra invadió a Bolivia, donde puso fin a la influencia bolivariana,
expulsando al presidente de ese país, el mariscal Antonio José de Sucre (1828). Asimismo, el
Perú libró una guerra con la Gran Colombia, conflicto que fue desatado por Bolívar, irritado por
el fin de su influencia en el Perú y Bolivia; otra razón fue su ambición por ocupar los territorios
peruanos de Tumbes, Jaén y Maynas. La guerra tuvo dos escenarios, el marítimo y el terrestre.
En el primero de ellos, el Perú triunfó y ocupó Guayaquil, pero en el segundo no le fue bien,
sufriendo un revés en la batalla del Portete de Tarqui (27 de febrero de 1829), que si bien no
fue una derrota decisiva, motivó que se abrieran las negociaciones de paz, pues ambas
naciones no tenían interés en proseguir las hostilidades. Se firmó así el llamado Convenio de
Girón. Se hallaba La Mar todavía en plena negociaciones con los colombianos, cuando fue
derrocado por el general Agustín Gamarra y desterrado a Costa Rica, en junio de 1829.
Gamarra firmó un armisticio con los grancolombianos y enrumbó hacia Lima, donde asumió el
gobierno de manera provisoria. Luego se hizo elegir presidente constitucional e instauró un
gobierno conservador.
Caudillaje militar
Este primer gobierno de Gamarra (1829-1833) estuvo marcado por numerosas rebeliones
internas. En el plano internacional, puso fin a la guerra con la Gran Colombia, firmando un
Tratado de Paz, Amistad y Límites o Tratado de Guayaquil por el que se mantuvo el ''statu quo''
fronterizo previo al inicio de hostilidades (1829). En 1831 quiso declarar la guerra a Bolivia
pero ante la negativa del Congreso de darle la autorización necesaria, abrió negociaciones
diplomáticas con dicha república, logrando finalmente ese mismo año firmar un tratado de paz
y amistad con Bolivia, en Arequipa. También firmó un tratado con la recién fundada República
del Ecuador, el llamado Tratado Pando-Noboa (1832), por el que los ecuatorianos reconocían
los límites vigentes con el Perú. Ya por finalizar su gobierno, Gamarra convocó a una asamblea
constituyente, denominada Convención Nacional, que se encargó de elegir a su sucesor.
Como el gobierno de Gamarra finalizaba en diciembre de 1833 sin haberse elegido a su sucesor
(las elecciones de ese año se frustraron), la Convención Nacional, dominada por los liberales,
eligió como presidente provisorio al general Luis José de Orbegoso. Descontentó Gamarra con
el resultado de esta elección, que implicaba la hegemonía de los liberales en el poder, incitó a
uno de sus partidarios, el general Pedro Pablo Bermúdez, a alzarse contra Orbegoso. La
sublevación militar estalló en enero de 1834 y derivó en una guerra civil, que finalizó cuando
los rebeldes bermudistas se reconciliaron con el gobierno, en el llamado Abrazo de
Maquinhuayo, en abril del mismo año.
Para enfrentar la invasión extranjera, Salaverry y Gamarra se aliaron. La guerra tuvo dos fases:
la guerra entre Gamarra y Santa Cruz, y la guerra entre Salaverry y Santa Cruz. Santa Cruz
derrotó a Gamarra en la batalla de Yanacocha (13 de agosto de 1835) y a Salaverry en la
batalla de Socabaya (7 de febrero de 1836), tras lo cual estableció la Confederación Perú-
Boliviana, que reunía a Bolivia con los dos estados en que quedó dividido el Perú: el Estado
Nor-Peruano y el Estado Sud-Peruano. Para discutir y aprobar las bases de la estructura
administrativa de la nueva entidad geopolítica se reunió el Congreso de Tacna, el cual aprobó
la Ley fundamental de la Confederación Perú-Boliviana, más conocido como el Pacto de Tacna
(1837).
Santa Cruz realizó en el Perú una gran labor administrativa y dio la tranquilidad necesaria para
su bienestar y progreso. Sin embargo, la Confederación generó resistencias entre varios grupos
de ambos países, que resintieron la dilución de las identidades nacionales, y también provocó
gran alarma en los países vecinos. El poder potencial de esta confederación despertó la
oposición de Argentina y, sobre todo, de Chile, debido no solo a su gran extensión territorial
sino también a la percepción de amenaza que un estado tan rico significaba para la zona.
El ministro chileno Diego Portales alertó a sus conciudadanos del peligro que significaba la
consolidación de la Confederación para los planes expansionistas chilenos. Una alianza entre
Chile y los emigrados peruanos enemigos de Santa Cruz posibilitó la conformación del llamado
Ejército Unido Restaurador con el propósito de invadir el Perú y “restaurar” su situación
política tal como era antes de 1835. La guerra de los restauradores contra los confederados
tuvo dos fases. En la primera, un ejército restaurador al mando del marino chileno Manuel
Blanco Encalada desembarcó en el sur peruano y se adentró hasta Arequipa, pero no logró el
apoyo de los lugareños, y fue cercado por las fuerzas de Santa Cruz. Los restauradores se
rindieron y firmaron el Tratado de Paucarpata (17 de noviembre de 1837). Pero el gobierno
chileno desconoció este acuerdo y envió una segunda expedición restauradora al mando del
general Manuel Bulnes y con Gamarra a la cabeza de los emigrados peruanos. Tras
desembarcar en Ancón, los restauradores marcharon a Lima, donde les salió al encuentro
Orbegoso, presidente del Estado Nor-Peruano, el cual se había separado de la Confederación y
quería expulsar tanto a chilenos como a bolivianos. Se produjo la batalla de Portada de Guías,
en las afueras de Lima (21 de agosto de 1838), donde fueron derrotados los orbegosistas,
debido a su inferioridad numérica. Los restauradores entraron en Lima y Gamarra fue
proclamado como presidente provisional del Perú, en sesión de Cabildo abierto del 25 de
agosto de ese año. Pero en noviembre los restauradores tuvieron que abandonar la capital,
que fue recuperada por los confederados.
Durante este segundo gobierno, Gamarra siguió los mismos lineamientos del primero, al ser
autoritario y conservador, ya que así lo exigían las circunstancias, luego de varios años de
guerra civil. Enfrentó el reto de pacificar el país, teniendo que enfrentar la revolución
“regeneradora” que en Arequipa encabezó Manuel Ignacio de Vivanco proclamándose Jefe
Supremo (1841). Para combatirlo fue enviado el ministro de guerra Ramón Castilla, quien
después de sufrir la derrota en Cachamarca, triunfó sobre los vivanquistas en Cuevillas.
Vivanco huyó a Bolivia.
Obsesionado con la idea de reunir nuevamente a Bolivia con el Perú, invadió dicho país. Para
justificarse, arguyó una serie de razones, como el hecho de que aún continuaban actuando en
Bolivia los partidarios de Santa Cruz, quien por entonces se hallaba desterrado en el Ecuador.
Declarada la guerra, el ejército peruano acantonado en Puno invadió Bolivia, avanzando por
Huancané, Moho y Sorata, y el 19 de octubre de 1841 ocupó La Paz, en donde acampó. Los
bolivianos dejaron de lado sus rencillas políticas y se congregaron en torno del general José
Ballivián.
La anarquia (1841-1845)
Tras la muerte de Gamarra estalló un período de anarquía. Numerosos caudillos militares
entablaron la lucha por el poder, desconociendo la autoridad de Manuel Menéndez,
presidente del Consejo de Estado (cargo equivalente al de vicepresidente). Estos caudillos
fueron el general Juan Crisóstomo Torrico, jefe del ejército del Norte; Antonio Gutiérrez de la
Fuente, jefe del ejército del Sur; Domingo Nieto y Juan Francisco de Vidal, quienes formaban
parte del ejército del Sur, y el general Manuel Ignacio de Vivanco, quien anteriormente había
encabezado en Arequipa la llamada “revolución regeneracionista” de 1841.
Torrico derribó a Menéndez y se proclamó Jefe Supremo del Perú, el 16 de agosto de 1842.
Mientras tanto, el ejército del Sur se pronunció en el Cuzco a favor del general Vidal, quien
aceptó encabezar la lucha contra el usurpador Torrico, en su calidad de 2.º vicepresidente del
Consejo de Estado. Las fuerzas de ambos rivales se enfrentaron en la batalla de Agua Santa,
cerca de Pisco, el 17 de octubre de 1842. Torrico fue completamente derrotado y se vio
obligado a partir hacia Chile. Vidal asumió la presidencia del Perú el día 20 de octubre y
desempeñó su alto cargo con probidad y desinterés. Hizo cuanto estuvo a su alcance por
remediar los males de la administración pública. Logró que disminuyera la deuda contraída por
el estado y que gravara sobre las aduanas; también merece citarse su esfuerzo por mejorar la
educación de la juventud; pero la anarquía política vino a frustrar sus planes. Tuvo que
afrontar la revolución acaudillada por el general Vivanco, que se autoproclamó Supremo
Director de la República, el 14 de febrero de 1843. No queriendo desatar una guerra civil, Vidal
declinó el mando en Justo Figuerola, que era el 1.º vicepresidente del Consejo de Estado (15
de marzo de 1843). Figuerola asistió al día siguiente a Palacio y recibió de manos de Vidal la
banda presidencial. Días después, el mismo Figuerola se vio obligado a arrojar dicha banda
desde el balcón de su casa, a los vivanquistas que lo pedían a gritos, según lo cuenta Ricardo
Palma en una de sus tradiciones (19 de marzo de 1843).
Vivanco, que denominó a su régimen como el Directorio, representaba al sector más rígido del
conservadurismo peruano. Se rodeó de hombres cultos, implantando una especie de
Despotismo Ilustrado, pues creía que el país progresaría con el imperio del orden sobre la
libertad. Poco a poco, la popularidad con que fue encumbrado fue disminuyendo y el
descontento se hizo notar rápidamente, puesto que todas sus actividades las desenvolvió en
medio del lujo, con detrimento de la hacienda pública.
Se conoce como la Era del Guano a un período de estabilidad y prosperidad que vivió el Perú
entre 1845 y 1866, cuando el Estado Peruano fue sostenido por los importantes ingresos
generados por la exportación del guano, principalmente hacia Europa, donde se desarrollaba
la revolución agrícola. La fecha de inicio de la Era del Guano se fija comúnmente en 1845, año
en el que Castilla comenzó su primer gobierno. El historiador Basadre denomina esta etapa
como el de la Prosperidad Falaz, pues la bonanza fue efímera y terminó poco después de la
guerra con España de 1865-1866.
La ascensión al poder del general Ramón Castilla como presidente constitucional el 20 de abril
de 1845 significó el comienzo de una etapa de calma institucional. Aunque las luchas
personales continuaron en las décadas siguientes, la habilidad política de Castilla logró que
disminuyeran los brotes conspirativos y las guerras civiles. Contando con esta tranquilidad y
con el respaldo de la bonanza financiera proveniente de la venta del guano, se dedicó a
organizar el Estado Peruano. Ordenó la economía nacional con el régimen de los presupuestos,
canceló la deuda externa, dio al Perú una posición internacional relevante en el continente,
fomentó el progreso intelectual y material, inició el desarrollo de la Amazonía, fundó el
servicio diplomático, reformó la administración pública, inició la reforma educativa
abandonando los moldes coloniales, modernizó el ejército y creó una fuerza naval respetable.
Como signo del progreso material alcanzado se construyó el ferrocarril de Lima al Callao, que
fue inaugurado en 1851, siendo el primero en serlo en Sudamérica.
Castilla asumió nuevamente el poder, como presidente provisorio. Convocó a una Convención
Nacional (asamblea constituyente) cuyos representantes fueron elegidos por sufragio directo y
universal, instalándose el 14 de julio de 1855. Esta Convención dio la Constitución Liberal de
1856. De este período provisorio hay que destacar también la ley de la libertad de prensa (25
de marzo de 1855) y la organización del Consejo de Ministros (1856). Apareció entonces la
figura del Presidente del Consejo de Ministros del Perú.
En las elecciones de 1862 Castilla apoyó al general Miguel de San Román, quien ganó y asumió
la presidencia el 24 de octubre de 1862, pero murió meses después, víctima de una
enfermedad (3 de abril de 1863). Lo sucedió el primer vicepresidente, general Juan Antonio
Pezet, quien debió enfrentar un conflicto con España motivado por la presencia hostil de la
Escuadra Española del Pacífico en las costas sudamericanas. Arrogantemente, los españoles
ocuparon las islas guaneras de Chincha, exigiendo al gobierno peruano reparaciones por
supuestas ofensas y agresiones inferidas a súbditos españoles. Naturalmente, la población
peruana reaccionó contra lo que se consideró un agravio a la dignidad nacional y una violación
a la integridad territorial.
Pezet fue acusado de traidor a la patria por negociar con los españoles y firmar el humillante
Tratado de Vivanco-Pareja, del 27 de enero de 1865, por el cual se indemnizaba a los
españoles por los gastos hechos durante su campaña naval y se establecían las bases para el
pago de la deuda de la independencia, pago este que se había acordado en la capitulación de
Ayacucho de 1824. Una revolución liderada por el coronel Mariano Ignacio Prado tomó el
poder y Pezet se embarcó hacia Europa. Prado se proclamó Dictador, declaró nulo el tratado
Vivanco-Pareja, formó la Cuádruple Alianza con Chile, Ecuador y Bolivia y le declaró la guerra a
España. Las defensas del Callao rechazaron con éxito la agresión de la escuadra española, en el
combate del 2 de mayo de 1866. En 1871, por mediación de los Estados Unidos, se firmó un
pacto de tregua y en 1879 quedó suscrito el definitivo tratado de paz en París. La deuda de la
independencia no fue pagada.
Tras la guerra contra España, el dictador Mariano Ignacio Prado fue nombrado presidente
provisorio. Pese a las críticas, Prado se presentó como candidato a la presidencia sin
abandonar el poder, obteniendo el triunfo. Convocó también a un Congreso Constituyente,
que se encargó de dar una nueva Constitución: la Constitución Liberal de 1867. Pero una
revolución acaudillada por el general Pedro Diez Canseco en Arequipa y por el coronel José
Balta en Chiclayo, trajo abajo a su régimen y restituyó la Constitución de 1860, a principios de
1868. Diez Canseco ejerció un gobierno interino y convocó a elecciones. Se presentaron dos
candidatos de líneas opuestas. Uno era el coronel José Balta, representante del antiguo
militarismo; y el otro, el civil Manuel Toribio Ureta, representante del liberalismo. Balta resultó
vencedor y asumió el poder el 6 de agosto de 1868.
El gobierno de Balta se inició con una lenta tarea de reorganización. El problema más acuciante
era el económico, principalmente por los gastos generados por la guerra contra España. Balta
nombró como ministro de Hacienda al entonces desconocido joven Nicolás de Piérola, quien
logró un acuerdo con la Casa judía-francesa Dreyfus Hnos. de París para la explotación del
guano, firmándose el llamado Contrato Dreyfus (5 de julio de 1869). El gobierno peruano
vendía a la Casa Dreyfus dos millones de toneladas de guano, valorados en 73 millones de
soles; por su parte, la Casa Dreyfus adelantaba al Estado dos millones de soles, y se
comprometía a pagar a razón de 700 mil soles cada mes y a cubrir los intereses de la deuda
externa peruana. Posteriormente se hicieron algunas ampliaciones. En teoría este contrato era
muy conveniente para el Estado Peruano y ponía fin a los abusos de los consignatarios
peruanos, hasta entonces intermediarios en el negocio guanero. Estos demandaron ante la
justicia al Estado por daños y perjuicios, pero el contrato terminó por ser aprobado por el
Congreso y el gobierno siguió adelante en su ejecución.
Contando con la garantía del guano, el gobierno peruano celebró grandes empréstitos con la
misma Casa Dreyfus, con los que inició un ambicioso programa de obras públicas,
principalmente la construcción de ferrocarriles, siendo los más notables los de penetración de
la costa a la sierra. El gobierno actuó irresponsablemente y se endeudó crecidamente,
confiado en las rentas del guano, que no serían duraderas.
Un año antes del término legal de su mandato, Balta convocó a elecciones en medio de una
gran crisis económica. Varios candidatos se presentaron, pero entre todos destacó la figura de
Manuel Pardo y Lavalle, líder del recién fundado Partido Civil, el primer partido propiamente
dicho fundado en el Perú como respuesta al predominio militar en la política peruana y que
agrupaba a profesionales liberales, comerciantes, empresarios, hacendados, que conformaban
la naciente burguesía nacional. Pardo triunfó, pero faltando pocos días para que asumiera el
poder, Balta fue derrocado y apresado por los coroneles Gutiérrez (que eran cuatro
hermanos), originando así un golpe de Estado conocido como la rebelión de los coroneles
Gutiérrez. Estos fueron incitados a realizar tal acción pues temían perder sus privilegios
castrenses con la ascensión al poder del civilismo. El mayor de dichos hermanos, Tomás
Gutiérrez, se autoproclamó Jefe Supremo; unos días después Balta era asesinado en la prisión
(26 de julio de 1872), lo que provocó una violenta reacción de la ciudadanía, que asesinó en las
calles a tres de los Gutiérrez (entre ellos Tomás) y restituyó la constitucionalidad.
Manuel Pardo, que había huido a Pisco, retornó a Lima y tomó el mando de la nación el 2 de
agosto de 1872. Pese a las medidas que tomó para contrarrestar la grave crisis económica
(entre ellas la nacionalización de la riqueza salitrera), no tuvo éxito. El contrato Dreyfus ya no
rendía pues la Casa Dreyfus se negó a dar más adelantos con garantía del guano, arguyendo
que el Estado peruano le debía.
Durante el gobierno de Pardo se firmó el Tratado de Alianza Defensiva entre Perú y Bolivia, el 6
de febrero de 1873, que luego sería usado como pretexto por Chile para desatar la Guerra del
Pacífico.
Para colmo, Prado tuvo que enfrentar la oposición de Nicolás de Piérola, que acaudilló dos
revoluciones, que si bien fueron sofocadas, causaron un gasto a la ya exhausta caja fiscal.
Suceso luctuoso de este período fue el asesinato de Manuel Pardo, entonces presidente del
Senado, el 16 de septiembre de 1878. Al año siguiente estalló la guerra con Chile, pese a los
intentos de Prado de evitarla diplomáticamente. Chile, con su característica perfidia, esperó el
momento adecuado para atacar al Perú, es decir cuando este se hallaba en plena bancarrota y
prácticamente desarmado.
La guerra desencadenada por Chile contra el Perú y Bolivia en 1879 fue denominada la "Guerra
del Pacífico" por el historiador chileno Benjamín Vicuña Mackenna y así se ha impuesto en la
historiografía actual, pero se trata de una denominación equívoca, pues no fue una guerra
absolutamente marítima, sino que la mayor parte de las acciones militares se desarrollaron en
escenario terrestre, y se definió en el mismo. La más apropiada es la denominación que le dio
el historiador peruano Mariano Felipe Paz Soldán, en una de sus obras: la Guerra de Chile
contra el Perú y Bolivia. Otro historiador, el venezolano Jacinto López, la definió también de
manera acertada: la Guerra del guano y del salitre.3
Efectivamente, está fuera de duda de que la causa principal de la guerra fue el expansionismo
chileno: Chile ambicionaba los yacimientos peruanos y bolivianos de salitre, y adicionalmente,
los de guano, que por entonces alcanzaban precios ingentes en el mercado mundial. Pero no
se habría lanzado a una aventura como esa si no hubiera sido movido, armado, preparado y
animado por las potencias europeas, principalmente Inglaterra. Las razones por las que las
potencias europeas se pusieron contra el Perú fueron las siguientes:
En cuanto al pretexto esgrimido por Chile, fue el famoso impuesto de 10 centavos por quintal
de salitre exportado, que Bolivia impuso a la Compañía de Salitres y Ferrocarril de Antofagasta,
empresa con capitales chilenos asentada en el litoral boliviano. A decir de Chile, este impuesto
violaba el Tratado boliviano-chileno de 1874, que prohibía elevar los impuestos durante 25
años a los ciudadanos chilenos. Bolivia argumentó que la compañía no era «ciudadano
chileno» sino una sociedad mercantil constituida de acuerdo a las leyes de Bolivia, y sujeta, por
lo tanto, al ius imperium de ésta. Ante la negativa de la Compañía a pagar el impuesto, el
gobierno boliviano reivindicó las salitreras y anunció el remate de las propiedades y material
de la compañía (1 de febrero de 1878). El gobierno de Chile inició entonces las hostilidades,
enviando a su flota a Antofagasta, donde desembarcaron sus tropas. Todo el litoral boliviano
fue ocupado por los chilenos. El Perú envió una misión diplomática para mediar en el conflicto,
la misma que estuvo encabezada por José Antonio de Lavalle y que fue vejada por una turba
desaforada al arribar a Valparaíso. El gobierno chileno no aceptó la mediación peruana y adujo
que acababa de descubrir la existencia del Tratado de Alianza Defensiva entre Perú y Bolivia de
1873, lo cual era falso, pues si bien dicho pacto fue firmado con carácter de secreto, lo cierto
es que la cancillería chilena estuvo desde un principio al corriente del mismo. La versión
chilena sostiene que el Tratado peruano-boliviano de 1873, si bien era defensivo en la forma,
era ofensivo en el fondo, por lo que considera la mediación de Perú como una forma de ganar
tiempo, mientras se realizaban preparativos de guerra. Sin embargo, la cruda realidad era que
el Perú no tenía ningún interés en ir a la guerra, ya que se hallaba sumido en una total
bancarrota y era consciente de su inferioridad bélica; por ello el presidente Prado agotó todos
los recursos para solucionar el conflicto por la vía diplomática, pero fracasó ante la
intransigencia chilena. Chile exigió al Perú que se mantuviera neutral en el conflicto, a lo cual el
Perú se negó pues el Tratado de 1873 lo obligaba a ayudar a Bolivia. Acto seguido, Chile
declaró la guerra al Perú el 5 de abril de 1879; ya Bolivia lo había hecho a Chile, el 14 de marzo.
La campaña marítima
La campaña de Tarapacá
Esta campaña fue iniciada en mayo de 1880 por Chile, temeroso de que el ejército aliado
intentara recuperar desde el norte la provincia de Tarapacá. Por entonces habían ocurrido
cambios políticos en los países aliados. En el Perú asumió al poder Nicolás de Piérola el 21 de
diciembre de 1879, luego de que el presidente Prado saliera del país para agilizar la compra de
armamentos. En Bolivia, Daza fue derrocado por el coronel Eliodoro Camacho y luego tomó el
poder de manera provisoria el general Narciso Campero. En el teatro de operaciones, los
aliados contaban con 6000 peruanos a órdenes de Lizardo Montero, y 4,000 bolivianos al
mando de Eliodoro Camacho. Por su parte, las tropas chilenas de 15 000 efectivos bajo el
mando del general Manuel Baquedano desembarcaron entre Ilo y Pacocha y avanzaron hacia
Tacna. Narciso Campero tomó el mando de las tropas aliadas y se posesionó para esperar al
enemigo en la meseta del Intiorko, que desde entonces se llamó el Alto de la Alianza, situado a
seis millas al norte de la ciudad de Tacna. El encuentro se produjo el 26 de mayo de 1880 y se
conoce como la batalla del Alto de la Alianza o batalla de Tacna. La resistencia de los aliados
fue tenaz y en algún momento se presagió su victoria. Ante ello, los chilenos debieron emplear
hasta sus cuadros de reserva para poder conseguir el triunfo, luego de cuatro horas de
sangrienta lucha. Tacna fue ocupada por las fuerzas chilenas, la alianza peruano-boliviana se
rompió y Bolivia abandonó la guerra.
El último episodio de esta campaña fue el sitio de Arica, defendido por el anciano coronel
Francisco Bolognesi al mando de 2000 hombres, quienes se negaron a rendirse. La batalla de
Arica, librada el 7 de junio de 1880, constituyó otro acto de la heroica y esforzada resistencia
peruana. Bolognesi, muerto en el campo de batalla, se alzó como un nuevo héroe a la par de
Grau
. La campaña de Lima
Esta campaña fue organizada por el gobierno chileno tras el fracaso de las negociaciones de
paz realizadas bajo mediación de los Estados Unidos, en las que el Perú se negó a firmar la paz
con cesión territorial. Previamente al inicio de la campaña de Lima, los chilenos enviaron una
expedición de rapiña a lo largo de la costa norte peruana, al mando del capitán Patricio Lynch.
Piérola organizó la defensa de Lima, tendiendo dos líneas defensivas. La primera línea partía
del Morro Solar, en Chorrillos y pasaba por la hacienda Villa y los llanos de San Juan, hasta
llegar a Monte Rico Chico. La segunda línea partía de la quebrada de Armendáriz, pasaba por
las afueras de la villa de Miraflores y terminaba en Monte Rico Grande. Si bien los peruanos
contaban con 20 000 hombres, estos en su mayor parte estaban mal preparados y peor
equipados. Por su parte, los chilenos, bajo el mando del general Baquedano, desembarcaron
en Pisco y Chilca; luego acamparon en Lurín, al sur de la capital peruana. Sumaban en total 25
000 soldados. Avanzaron hacia Lima y se enfrentaron a la primera línea defensiva peruana,
librándose la batalla de San Juan y Chorrillos, el 13 de enero de 1881. Baquedano debió usar
todas sus reservas para doblegar la tenaz resistencia peruana, especialmente en el Morro
Solar. La villa de Chorrillos fue saqueada e incendiada. La última batalla de la defensa de Lima
se dio en la línea de Miraflores, defendida mayormente por civiles, quienes se batieron con
valor y denuedo en los llamados «reductos» (15 de enero de 1881). Consumada la derrota
peruana, Piérola se retiró a la sierra central, quedando en Lima como única autoridad peruana
el alcalde Rufino Torrico, que entregó de manera pacífica la ciudad a los invasores, el 17 de
enero de 1881. Los chilenos nombraron a su vez como gobernador a Patricio Lynch.
Posteriormente, se formó en La Magdalena (suburbio de Lima) un nuevo gobierno peruano,
encabezado por el doctor Francisco García Calderón, que se instaló el 12 de marzo de 1881.
Este presidente resistió las presiones de los chilenos para firmar una paz con cesión territorial,
por lo que fue apresado y enviado a Chile. Por su parte, Piérola renunció también al mando
supremo y marchó al extranjero.
La campaña de la Breña
Tratado de Ancón
El Tratado de Ancón, firmado el 20 de octubre de 1883, reconoció la derrota peruana y dio por
terminada la guerra con Chile. El Perú cedió a Chile perpetua e incondicionalmente la provincia
de Tarapacá, y las provincias de Tacna y Arica quedaron sujetas a la legislación chilena por un
período de diez años más, tras el cual se debía realizar un plebiscito para decidir su destino
final. Por otra parte, en 1884, se firmó un Pacto de Tregua entre Chile y Bolivia, en el que se
estipuló una paz no definitiva.
Esta etapa es también conocida como la del Segundo Militarismo, pues los caudillos militares
volvieron al ruedo político, pero ya no como héroes triunfadores, sino como vencidos. No
obstante, eran los únicos que poseían la fuerza suficiente para ejercer el poder ante la
desastrosa situación en que quedó el sector civil luego de la derrota ante Chile.
El país quedó dividido en dos bandos: los "hombres de Montán" seguían al general Miguel
Iglesias, y "los de kepí rojo" al general Andrés Avelino Cáceres, héroe de la resistencia. Iglesias
había sido proclamado presidente regenerador en 1882 y, luego de la firma del tratado de
Ancón, una Asamblea Constituyente lo confirmó en el cargo. Con los pocos recursos existentes,
Iglesias intentó sacar al país adelante, pero sufrió la tenaz oposición de Cáceres.
Pese a que el país recién había salido de una guerra desastrosa se desató la guerra civil. En
1884 Cáceres logró “huaripampear” o poner fuera de juego al ejército principal de Iglesias en
la sierra central, en una brillante estrategia militar, luego de lo cual atacó Lima, donde puso
sitio al Palacio de Gobierno, en noviembre de 1885. Iglesias, derrotado, renunció a la
presidencia.
El poder quedó provisoriamente en manos del Consejo de Ministros presidido por Antonio
Arenas. Este convocó a elecciones en las que ganó abrumadoramente Cáceres.
Cáceres gobernó de 1886 a 1890, período que sería su primer gobierno constitucional. Tuvo
que afrontar la reconstrucción del país, especialmente en el campo económico. Puso fuera de
curso el billete fiscal o papel moneda, muy devaluado para entonces; creó impuestos nuevos;
intentó la descentralización tributaria; y para solucionar el problema de la enorme deuda
externa firmó el Contrato Grace por el cual entregó los ferrocarriles a los acreedores. Su
gobierno fue autoritario y tuvo que enfrentar una tenaz oposición desde la prensa y el
parlamento.
Víctima de una enfermedad, Morales Bermúdez murió el 1 de abril de 1894, antes de concluir
su mandato. Lo sucedió el segundo vicepresidente Justiniano Borgoño, en desmedro del
primer vicepresidente Pedro Alejandrino del Solar, que fue marginado por oponerse al
cacerismo. Borgoño allanó el camino para la vuelta al poder del general Cáceres y convocó a
unas elecciones que fueron muy cuestionadas. Con el apoyo del gobierno, Cáceres triunfó en
dichos comicios.
Por segunda vez Cáceres asumió la presidencia, el 10 de agosto de 1894. Pero carecía de
legitimidad y popularidad, por lo que era inevitable que surgiera la guerra civil. El
anticacerismo formó la Coalición Nacional, integrada por los demócratas y civilistas, que
eligieron como líder a Nicolás de Piérola (jefe de los demócratas), entonces desterrado en
Chile. En todo el Perú surgieron partidas de montoneros que se sumaron a la causa de la
Coalición. Piérola retornó al Perú, desembarcó en Puerto Caballas (costa de Ica) y pasó a
Chincha donde dio un Manifiesto a la Nación, tomando el título de Delegado Nacional, y
poniéndose de inmediato en campaña sobre Lima, al frente de los montoneros. Estos atacaron
la capital del 17 al 19 de marzo de 1895, desatando una lucha muy sangrienta. Al verse
desprovisto del apoyo del pueblo, volcado masivamente hacia los coaligados, Cáceres renunció
y partió al exilio.
Se instaló una Junta de Gobierno tras el triunfo en Lima de las montoneras de Piérola y la
partida de Cáceres al exilio, Manuel Candamo fue elegido presidente de una Junta de
Gobierno, a la que no pertenecía, encargándosele del ministerio de Relaciones Exteriores; en
ese cargo estuvo seis meses, del 20 de marzo al 8 de septiembre de 1895, cuando entregó el
mando a Piérola, triunfador de las elecciones.
Con el advenimiento al poder de Nicolás de Piérola en 1895, se dieron las condiciones para la
formación de la República Oligárquica, llamada también República Aristocrática, término este
acuñado por Basadre. Se extiende desde el 8 de septiembre de 1895 hasta el 4 de julio de
1919, período en el que se sucedieron una serie de gobiernos elegidos democráticamente, con
excepción del período de 1914-1915. Fue entonces cuando se materializó una política pluto -
oligárquica, con unas clases alta y media que vivían acomodadamente y un pueblo llano con
diversas carencias. Se acentuó la dependencia económica hacia el capitalismo inglés y el
estadounidense y se desarrolló de nuevas actividades económicas: agroexportación (azúcar y
algodón), extracción cauchera y la extracción petrolera. Sin embargo, el país no se industrializó
debido a que se formó una perspectiva de desarrollo puramente economicista mediante un
estado rentista y primario exportador el cual incremento la discriminación y la explotación
hacia los pueblos indígenas mediante Correríos, Yanaconajes y Enganches. El malestar de las
clases populares se manifestó en el surgimiento del movimiento obrero anarcosindicalista y el
estallido de huelgas.
Las principales fuerzas políticas eran el Partido Demócrata o pierolista y Partido Civil o civilista,
que se habían aliado en la coyuntura de 1894-1895. A partir de 1903 predominaría el civilismo
en el gobierno, lo que se conoce como el Segundo Civilismo, por distinción del primero de
1872-1874. Otras fuerzas importantes fueron el Partido Constitucional o cacerista y el Partido
Liberal.
Ya finalizando su mandato, Piérola intentó mantener la coalición política que lo había apoyado
y planteo una convención civil-demócrata para presentar una fórmula común en el proceso
electoral. Los demócratas quedaron facultados para elegir el candidato y optaron por el
ingeniero Eduardo López de Romaña, quien logró la presidencia con relativa facilidad.
El primer gobierno de Leguía (1908-1912) enfrentó problemas limítrofes con los cinco países
vecinos, de los cuales sólo logró solucionar definitivamente aquellos que mantenía con Brasil
(8 de septiembre de 1909) y con Bolivia (17 de septiembre del mismo año). Con Ecuador hubo
un conato de conflicto en 1910, con Colombia se libró el conflicto de La Pedrera (1911) y con
Chile se rompieron las relaciones diplomáticas, ante el recrudecimiento de la desalmada
política de chilenización en Tacna y Arica.
En el orden interno, Leguía afrontó también mucha perturbación. Enfrentó con valentía una
intentona golpista promovida por Carlos de Piérola, Isaías de Piérola y Amadeo de Piérola (el
primero, hermano de Nicolás de Piérola, y los restantes, hijos de este caudillo) que fue
reprimida severamente (29 de mayo de 1909). De carácter personalista y autoritario, Leguía se
separó del Partido Civil, que se fraccionó en dos: los leales a Pardo y los leales a Leguía. En los
dos últimos años de su gobierno se manifestó una aguda crisis económica, motivada por el
endeudamiento interno acelerado, los gastos de la defensa nacional y el déficit presupuestal.
En las elecciones presidenciales de 1912 Leguía quiso imponer a su candidato Ántero Aspíllaga
pero surgió entonces la candidatura opositora del exalcalde de Lima Guillermo Billinghurst,
que pronto obtuvo una rápida y arrolladora popularidad. Los billinghuristas exigieron la
anulación de los comicios, vista la falta de garantías. Presionado por la opinión pública, el
Congreso se vio obligado a elegir como presidente a Billinghurst
Billinghurst (1912-1914) quiso favorecer a la clase obrera, lo que le ganó la oposición de los
elementos conservadores. Tuvo una pugna tenaz con el Congreso, dominado por los civilistas y
leguiístas, sus enemigos políticos. Se propuso entonces disolver el parlamento y convocar al
pueblo para realizar reformas constitucionales fundamentales, lo que provocó el
levantamiento militar del coronel Óscar R. Benavides, héroe de La Pedrera, que derrocó a
Billinghurst el 4 de febrero de 1914.
Benavides asumió el poder, primero a la cabeza de una Junta de Gobierno y luego como
presidente provisorio designado por el Congreso (1914-1915). Enfrentó el problema monetario
y se comprometió a restaurar el orden legal. En 1915 convocó a una Convención de los
partidos civilista, liberal y constitucional, para que lanzaran una candidatura unificada. El
elegido fue el expresidente José Pardo, del Partido Civil, quien ganó abrumadoramente las
elecciones de ese año, derrotando a la simbólica candidatura de Carlos de Piérola, del Partido
Demócrata.
El segundo gobierno de José Pardo (1915-1919) se caracterizó por la violencia política y social,
síntoma del agotamiento del civilismo y de la crisis mundial. Por efecto de la primera guerra
mundial se agravó la condición económica de la clase trabajadora y se preparó el campo para
el desenvolvimiento de la acción sindical. Se produjeron sucesivas huelgas que tenían como
exigencia el abaratamiento de las subsistencias y la implantación de la jornada de las «8 horas
de trabajo»; esta última fue concedida finalmente, por decreto del 15 de enero de 1919. En el
sur andino, los abusos de los hacendados y gamonales sobre la población nativa y campesina
motivaron muchas sublevaciones de indígenas, como la encabezada por Teodomiro Gutiérrez
Cuevas en 1915.
Pardo convocó a elecciones en 1919, en las que postuló el expresidente Augusto B. Leguía, que
enfrentó a la candidatura oficialista representada por Ántero Aspíllaga. Los comicios, que no
fueron muy limpios, dieron por ganador a Leguía, pero en el recuento oficial se le anularon
numerosos votos. Ante el peligro de que fueran anuladas las elecciones y que estas se
trasladaran al Congreso, donde los civilistas tenían mayoría, Leguía y sus partidarios dieron un
golpe de Estado, contando con el apoyo de la gendarmería (4 de julio de 1919). Finalizó así la
«República Aristocrática» y se inició una nueva etapa en la historia republicana del Perú.
Consumado el golpe de Estado de 1919, Leguía asumió el poder como presidente transitorio.
Disolvió el Congreso y convocó a un plebiscito para someter al voto de la ciudadanía una serie
de reformas constitucionales que consideraba necesarias; entre esas reformas se contemplaba
elegir al mismo tiempo al Presidente de la República y al Congreso, ambos con períodos de
cinco años (antes, el mandato presidencial era de cuatro años y el Parlamento se renovaba por
tercios cada dos años). Simultáneamente convocó a elecciones para elegir a los representantes
de una Asamblea Nacional, que durante sus primeros 30 días se encargaría de ratificar las
reformas constitucionales, es decir, haría de Asamblea Constituyente, para luego asumir la
función de Congreso ordinario. Esta Asamblea se instaló el 24 de septiembre de 1919 y fue
presidida por Mariano H. Cornejo, ideólogo del gobierno. Una de las primeras labores de dicha
Asamblea fue hacer el recuento de votos de las anteriores elecciones presidenciales, tras lo
cual ratificó como ganador a Leguía, quien fue proclamado Presidente Constitucional el 12 de
octubre de 1919. La Constitución vigente (la de 1860) fue sustituida por la Constitución de
1920.
Este segundo gobierno de Leguía se prolongaría por once años, ya que, tras sendas reformas
constitucionales, se reeligió en 1924 y en 1929. Por eso se le conoce como el Oncenio y
también como la «Patria Nueva», pues pretendía modernizar el país a través de un cambio de
relaciones entre el Estado y la sociedad civil.
La figura del presidente fue adulada hasta límites extremos, se habló del «Siglo de Leguía», del
«Gigante del Pacífico», del «Júpiter Presidente», del «Wiracocha», y se le comparó
hiperbólicamente con personajes como Bolívar, Julio César, Alejandro Magno, Bonaparte, etc.
La preocupación esencial de Leguía fue la modernización del país, lo que quiso imponer a paso
acelerado. Suceso notable de este período fue la celebración pomposa del Centenario de la
Independencia en 1921, cuyo acto central fue la inauguración de la Plaza San Martín, en el
centro de Lima. Un gigantesco programa de obras públicas fue financiado con empréstitos
obtenidos del exterior. Se arreglaron y pavimentaron muchas avenidas, calles y plazas limeñas,
se abrieron varias avenidas a fin de ampliar el radio urbano, como la Avenida Progreso (hoy
Venezuela) y la Avenida Leguía (hoy Arequipa).
El Tratado Salomón-Lozano, con Colombia, el 24 de marzo de 1922, que fue aprobado por el
Congreso en 1927. Ello significó ceder a Colombia una porción territorial comprendida entre
los ríos Caquetá y Putumayo y el llamado "Trapecio Amazónico", donde se hallaba la población
de Leticia. Este tratado fue considerado excesivamente entreguista y generó resistencia entre
los peruanos que habitaban las zonas afectadas.
El Tratado Rada Gamio-Figueroa Larraín, con Chile, firmado el 3 de junio de 1929, en Lima (por
lo que se le conoce también como Tratado de Lima). Puso término a la cuestión limítrofe con
Chile, tras más de 40 años de la firma del Tratado de Ancón de 1883. Ambas partes
renunciaron a la realización del tantas veces postergado plebiscito de Tacna y Arica, y
acordaron el siguiente arreglo: Tacna regresaría al seno de la patria peruana, pero Chile se
quedaría con Arica.
En el aspecto político se eclipsaron los viejos partidos (el Civil, el Demócrata, el Constitucional y
el Liberal) y surgieron los primeros partidos modernos que aglutinaron a los sectores medios y
populares de tendencias reformistas o revolucionarias: el Partido Aprista, fundado por Víctor
Raúl Haya de la Torre y el Partido Socialista Peruano, fundado por José Carlos Mariátegui.
En el aspecto económico, se incrementó notablemente la dependencia hacia los Estados
Unidos debido a los fuertes empréstitos contraídos a los bancos norteamericanos para realizar
obras públicas; la deuda llegó a los 150 millones de dólares en 1930. Ello provocó una aparente
bonanza, que finalizó al estallar la crisis mundial de 1929 afectando directamente a la
población, siendo el factor que aceleró la caída de Leguía, sumado al descontento por la
evidente corrupción administrativa y por la firma de los tratados con Colombia y Chile con
cesión territorial.
El fin del Oncenio trajo consigo la irrupción de los militares en la vida política, fenómeno que
Basadre ha denominado el “Tercer Militarismo”, el cual surgió a consecuencia del vacío político
(al estar los partidos tradicionales debilitados o en trance de extinción) y ante los peligros que
aparentemente, acechaban al Estado y a la nación como consecuencia de la crisis mundial. El
historiador también resalta otros fenómenos descollantes de este período: el comienzo de la
irrupción de las masas organizadas en la política y el crecimiento de las clases medias.6
Tras la renuncia de Leguía, el poder quedó en manos de una Junta Militar de Gobierno
presidida por el general Manuel María Ponce Brousset. Pero este no contaba con popularidad.
La ciudadanía se inclinó por el caudillo de Arequipa, el comandante Luis Miguel Sánchez Cerro,
que el 27 de agosto arribó en avión a Lima, siendo recibido apoteósicamente.
En el acto, Sánchez Cerro constituyó una Junta Militar de Gobierno bajo su presidencia. Leguía,
que había zarpado en un buque de la armada rumbo al exilio, fue apresado y obligado a
desembarcar. Murió 16 meses después, en prisión.
La situación del país era crítica; se produjeron disturbios obreros, universitarios y militares.
Sánchez Cerro dictó una serie de medidas, como la creación del Tribunal de Sanción Nacional
para juzgar los casos de enriquecimiento ilícito durante el Oncenio, la derogación de la ley de
conscripción vial, el matrimonio civil obligatorio, la disolución de la Confederación General de
Trabajadores del Perú (CGTP), de inspiración comunista. Para remediar la crisis económica
contrató una misión de expertos financistas estadounidenses, encabezado por el profesor
Edwin Kemmerer, que sugirieron la aplicación de una serie de medidas, de las que solo se
acogieron parcialmente unas cuantas.
Sánchez Cerro prometió convocar a elecciones, pero cometió el error de querer postular a la
presidencia estando en el poder. Una nueva rebelión que estalló en Arequipa lo obligó a
dimitir el 1 de marzo de 1931.
Interinamente, por unas horas, asumió el poder el jefe de la iglesia católica peruana, monseñor
Mariano Holguín, como presidente de una junta de notables, que inmediatamente dio pase a
una Junta Transitoria presidida por el presidente de la Corte Suprema Ricardo Elías Arias.
Arequipa y el sur peruano se negaron a reconocer la junta transitoria; en esa zona, el caudillo
popular era David Samanez Ocampo. Tampoco el teniente coronel Gustavo Jiménez (que había
sido enviado al sur para reprimir a los rebeldes) quiso acatar la autoridad de Elías y decidió
retornar a Lima por vía marítima. El día 4 de marzo de 1931 Elías convocó en Palacio de
Gobierno una reunión de ciudadanos distinguidos, con quienes acordó entregar el mando a
Samanez Ocampo. Pero al día siguiente Jiménez desembarcó con sus tropas en el Callao y se
dirigió a Palacio, ordenando a Elías a que abandonara dicho lugar
Gustavo Jiménez no tenía apoyo, la presión popular impuso al viejo líder apurimeño David
Samanez Ocampo como presidente de una Junta Nacional de Gobierno, con representación de
todo el país (11 de marzo de 1933).
Sánchez Cerro asumió como presidente constitucional el 8 de diciembre de 1931. Ese mismo
día se instaló el Congreso Constituyente cuya misión primordial sería dar una nueva
Constitución al país. El nuevo gobierno contaba con mayoría parlamentaria. Los diputados
apristas elegidos tomaron posesión de sus escaños y conformaron en una combativa minoría
opositora al gobierno.
La tarea inicial de Benavides fue buscar el fin del conflicto con Colombia, país con el que se
llegó a un acuerdo de paz en mayo de 1934, previo compromiso del Perú de respetar el
Tratado Salomón-Lozano. En el aspecto interno, Benavides dio la Ley de Amnistía General, el 9
de agosto de 1933, que favoreció a los apristas. Pero tras un intento revolucionario aprista en
Lima (la llamada conspiración de El Agustino), se reinició la persecución antiaprista. Los
apristas respondieron con actos terroristas en todo el país. El 15 de mayo de 1935 ocurrió el
asesinato del director del diario El Comercio, Antonio Miró Quesada de la Guerra, y el de su
esposa, a manos de un militante aprista. La represión recrudeció. Tanto el Partido Aprista
como el Comunista fueron proscritos según ley por ser partidos “internacionales”. Como su
período debía culminar en 1936, Benavides convocó a elecciones en las que el candidato
favorito era Luis Antonio Eguiguren; pero estas elecciones fueron anuladas por el Jurado
Nacional de Elecciones, con el argumento de que los votos de los apristas favorecían a
Eguiguren, y por tanto, eran ilegales por provenir de un partido proscrito. Consultado el
Congreso, este decidió que Benavides extendiera su mandato por tres años más, hasta 1939, y
por añadidura le cedió la facultad de legislar. Acto seguido, el Congreso se disolvió.
Bajo el lema de «orden, paz y progreso», Benavides gobernó apoyado por la alta finanza y las
Fuerzas Armadas. Logró superar la crisis económica, mejoró notablemente el aspecto
financiero, especialmente en lo relacionado con la banca y la captación de impuestos,
aplicándose algunos proyectos que había dejado la misión Kemmerer en 1931. El país comenzó
a entrar a un período de prosperidad debido a las exportaciones, especialmente agrícolas. Se
promulgó el Código Civil de 1936, se creó el Ministerio de Salud Pública, Trabajo y Asistencia
Social y el Ministerio de Educación Pública, se fomentó el turismo. Se realizaron grandes obras
de modernización en la capital, como la construcción de las actuales sedes de los poderes
ejecutivo (Palacio de Gobierno), legislativo (Palacio Legislativo) y judicial (Palacio de Justicia).
Se realizaron también obras de saneamiento en diversas ciudades, se culminaron varias obras
de irrigación iniciadas por Leguía, se construyeron barrios y comedores para los trabajadores y
sus familias, se instituyó el Seguro Social Obligatorio para Obreros, entre otras obras de tipo
social.
Viendo pues el panorama, que le era adverso, Benavides decidió convocar a elecciones y hacer
el traspaso de poder. Pero antes convocó a un plebiscito, que se realizó el 18 de junio de 1939,
y por el cual se aprobaron importantes reformas constitucionales, como la ampliación del
período presidencial de 5 a 6 años, el restablecimiento de los dos vicepresidentes y la
disminución de las facultades legislativas del Congreso en materia económica. Su intención era
robustecer el Poder Ejecutivo en desmedro del Legislativo.
Este primer gobierno de Prado coincidió con el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial en la
cual el Perú se alineó decididamente con el bando aliado, siendo el primer país de
Latinoamérica en romper relaciones con las potencias del Eje. Durante una reunión
extraordinaria de cancilleres realizada en Río de Janeiro, a principios de 1942, fue la actitud
peruana la que inclinó a los representantes de los demás países americanos a apoyar a Estados
Unidos.
Otro éxito internacional del gobierno de Prado fue la victoria sobre el Ecuador tras una breve
guerra librada en 1941, firmándose luego el Protocolo de Río de Janeiro (29 de enero de 1942),
que zanjó la centenaria disputa limítrofe con dicha nación, aunque los problemas derivados
por la demarcación fronteriza habrían de ocupar todavía el resto del siglo xx.
Prado tuvo que enfrentar las consecuencias económicas y sociales de la guerra mundial. Las
importaciones bajaron notablemente pero los productos de exportación aumentaron. La
escasez de productos de importación para el consumo nacional hizo surgir nuevas industrias
que reemplazaron a los productos extranjeros con buen éxito. La guerra hizo aparecer a
numerosos "nuevos ricos".