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Mai Fornes
Raíz
“Nunca digan que poseo una voz/ particular,
nunca mi garganta plagió tanto/ el borde de
ese río”
Irene Gruss
éste es tu
nombre,
tu movimiento-.
necesito,
necesito que lo digas.
Hoy no pude.
Cayó la lluvia. Y no supe ser niña.
Visceral
un nombre de río
de afluente
de familia.
no tiene raíz.
yo me vestí de muerte
Normalícenme la palabra,
en mi pensamiento bajito.
Viví y amé.
Cae el espectáculo del día
en rotaciones inexistentes
nace un mundo
Entregadas están
Trifásico
la inocencia pegada
en la piel
como un niño que descubre por primera vez que el
espejo miente, incluso el de su rostro
que cualquiera
pasa por sus
ojos
que hay una realidad evidenciando que desaparece,
pero se queda
se queda rotundamente
en su mundo
como un pájaro dinámico y
geométrico que solo vuela
para adentro.
Que solo intenta encajarse
en el último
deseo de un
párpado
que se tira sin manos y sin piel al enorme abismo de una
lágrima.
siendo cada
vez y cada
muerte
abismo y
bálsamo
erotismo de
la memoria
un punto de humedad en
el medio del olvido
para recordarme la piel
en cada intento de mi
misma hasta parirme y
nacerme y volver a
masticarme
toserme y
expectorarme
tu risa;
esta vez sin guantes y sin memoria y sin forma
y sin juicio y sin dos más dos es cuatro y sin hay un
agujero para cada ojal.
No,
cuando
todo tiene
sentido na
da está en
su lugar.
II
Que tengo
que ser más
blanca.
Que mi amor no
representa lo divino.
Que mi cuerpo no
se sufre al ideal.
Que más vale pájaro en mano que entre las piernas. Eso no.
para que
me comas
el intento
ahora sí,
lamiéndo
me las
rejas
para dejar de
mirarte tras la prolijidad
de los límites
el
mundo
de
formas
abiertas
al que
renunci
Que mi claustrofobia no se
reduce a tu amor, pero lo
abraza
levitando
en la
distancia
justa
de tu astro
a mi arcilla
III
no intento ser
una mano
inocente
meciéndose
hacia el
desconsuelo
de una existencia
exhumada.
Es apenas la
apertura de mis
manos hacia el
oblicuo espacio
preliminar de la
materia
este hambre de
invierno
colmando mis
cuencos de lluvia
en que te
renuncio y
te arropo
con un profundo
sentido de selva
con un
rotundo
gemido de
agua con este
color
impreciso
policromos los párpados del mundo te
nombran sin lenguas en el medio de la calle
y mi grito se anuda algorítmico e
incomprendido en el borde de la cultura.
Me regalaste
una duda
indeleble un
tiempo de
balsa madera
tibia y húmeda
desdoblándose
en mis piernas
esa utopía
mansa y
terrible
en la que
apenas respiro
desnuda para
nunca,
.
abiertamente agradecida
Dieciocho pasos se dice.
La transición de la luz es un colectivo lleno de
sueños que pasa con sonido de puerta y al
pasar, pasando como un abrazo va lo pasajero
de lo cotidiano, el abrazo fundamental, la
caricia soberana, la canción de arrastre los
cereales derramados la vida natural en tu
boca cuando nos reconocemos en los perros
que muerden la noche, desde la ventana.
Te pregunto, qué es lo que hace a una familia
mientras guardamos los vasos.
Ya lo sabes, se me anuda la boca si intento
nombrarte en el abrazo, cuando me
preguntan por mi casa, mi vida. Será eso lo
que mide el peso de una sociedad rota, de un
dios malévolo o de un ser niña interminable,
dolida, muerta de miedo.
El martes vuelvo a tu sombra, te dejé un mate
en la mesada.
Odio irme así, dejando enfriar tantas tiradas
de mate en tu boca.
Cerrá con llave, pero las puertas siempre
abiertas.
Por la tela mosquitera rota se entretejen
como espejo una palabra arrastrada, que deja
al fondo, una luna llena que sube y me
pregunta por la casa tan sola y tan llena
de música.
Por la cocina afuera, en la que nos morimos
de frío o de risa o qué se yo. Vos y yo supimos
alumbrar la riqueza de lo simple.
Qué vida vivimos al estar despiertos, la
convicción de cambiar el mundo o la certeza
de vivir lo inútil de un abrazo, de una charla
sin tiempo, de un mate lavado. Una palabra
engañera es el estar de paso. De paso en las
horas malgastadas y en las revolucionarias. En
la toalla que seca tu frente de angustias de
colectivos que no pararon, de horas que
luchaste lejos de mí, de horas que disfruté sin
vos. de las palabras que se me escaparon para
festejarte aquella vez, de la lengua feroz de
los escalones, que violan con furia tu merito,
tu paso ardiente, veloz por la casa, por la risa,
por un mundo que no, por un mundo que no
siempre.
Ellos decían que el éxito era ese papel. Vos en
cambio sabías, con certeza de tronco, de
abeja, de maíz. sabías que el éxito era una red
de suaves anécdotas en la risa, de manos que
abrigan la poesía de la lucha, que tejen la
noción de naturaleza tu fuerza, de un todo
que vuelve, que abarca, que nos deja sin aire
de sorpresa.
Yo mientras tanto, buscando afuera, el fondo
de la pregunta, preguntándome qué
entonación de la familia me duele, buscando
en el sonido impronunciable la niña asustada,
la palabra enjambre a la cual retornar.
Vos volviendo con revoluciones en la risa a
desatar la imposibilidad de estar vivo, de ser
tallo en el sistema.
Vos volviendo, a hacer simple el lenguaje, te
sentás en el misterio breve de la tierra y decís
quiero seguir abrazando árboles a tu lado,
aunque te mueras de vergüenza
Y quizá el compartir la vida siempre fue eso,
tener certeza de raíz, de enjambre, una
sustancia de peso en la madera de la balsa a la
cual retornar.
Mientras, sucedáneas las muertes se desatan
en los alambres de una responsabilidad de
cascarón, de nogal. Le invente a tu fuente un
tiempo de arroz
Tejí hilos de jallalla en tu risa
Y el universo entero me fue devuelto.
cuatro esquinas mochadas tiene mi
barrio la yuta puta grita la pared
agrietada por el sol
apiladas
en
bloques
las casas
como las
ilusiones
pendiente
como las
cajas de
leche
olor a niñez desparramada destilan las
calles a pañal roto. sucio. tirado.
olor a niñez
comida por los
perros
los pibes en la esquina alucinan que la vida es azul
los caballos cabalgan salvajes para comerles el
hambre yo los miro con miedo de mujer
ellos se miran, pienso
se van soñando
Desde dónde.
Quién sostiene el tiempo.
Quadrivium
tupu
habremos encontrado la raíz del movimiento
en vuelos
de partículas.
siendo potenciales frutas de borojó.
nadando en una dinámica de rotación
parecida a una danza cosmogónica.
cinco puntos sostuvieron una unidad de
apertura en un tiempo de cueva.
globosa en cada espira;
ebria de espacio, habré dibujado
sin calma, quizá con mis dedos de alpaca
algún nueve gaseoso en espaldas de sombra
donde frágilmente corpórea; cúmulo de
vértigos
giré y giré hasta nacer
en un mundo que se esconde detrás de la
piedra aquel donde se hace justicia la
posibilidad cromática de la palabra que habita
y crea
ese en el que nos arrimamos a la ternura sin
cuerpo ni casa,
una sola casa: la piedra y el barro
sosteniendo no ya un cuerpo sino un modo
filosófico de anidarse
el mismo en el que se sueltan las manos al
fuego y se guardan en trenza
los significados telares en cuevas de sonido.
nawi para mi olvido.
llatunka
quizá al nacer olvidé sensoriarme en las
concretidades. Perdí balance. Comí quietud.
<un vortice que devora el mundo que
evapora.>
habremos dicho las palabras. ya habremos
hecho los rituales.
<una etnia policroma atravesando la
curvatura de una paloma. le quita blancura, la
acelera salvaje.>
habrán salido de espejos de agua estas figuras
retóricas que recuerdo como animales
acuáticos de algún tiempo
espeso. devorando sin dientes la gravedad.
<una lengua que elabora
con los hilos del silencio todos los símbolos
del aire.>
me habré mirado siendo partícula en espejos
circulares habré escrito el silencio sur de mi
símbolo en nubes de
cedro
para nunca encontrarlo;
para siempre encontrarlo
dosificado, al regar la muerte
cuando animales de azúcar
me lo dibujen en vertientes sombrías.
<una imagen que se funde en un sentido.
absoluta. sin gravedad.>
habré perdido el sonido
de esta anomia que conjetura mi cuerpo
en algún episodio vertiginoso de la
aceleración angular.
<una incoherencia atravesada por su eje. ¿es
un ovoide asimétrico?>
nada le quita torsión, nada le impide mecerse.
no hay equilibrio traslacional en el sentido.
<una forma irregular en laberintos regulares.
sin peso. sin idioma. barrilete de arena.>
habrán decantado las palabras comiéndose
todo el ruido
en algún lugar acuífero de las vísceras
que a veces suena obtuso al ritmo de
tambores.
<un símbolo que contiene en cuenco
la multiplicidad del fuego
(un error semántico)
agujero negro en la llanura de la ciencia. le
crecen verdes ampollas a la razón. ›
de qué pacto elíptico me nace este pájaro
anodino debajo de la lógica.
quién sabe. quién quiere saber.
los pájaros lo festejan con la albahaca entre
los dientes.
yaku para mi tierra.
nuna
los espejos de aire devuelven reflejos
no hay rostro, solo mirada;
casi pregunta.
manto de trigo
sobre el laurel de los días
pasan
los vértigos saciados de brisa
por un río mudo.
casi traslúcida
la palabra inclinada, indescifrable
se recicla.
hoy me descubrí un nuevo color en la piel.
otra vez lloré.
añay.
té de sauce para este abrazo.
munay
en la tierra de mis pies descalzos se dibujan
las quimeras
agradeciendo recojo la retórica yerba que me
devuelve el tacto abstracto de una tierra
líquida.
amando elijo el óleo inocuo de una sinergia
impronunciable
tierra, ocres, rojos y sombras
me arriman la palabra que escupo
volcánica, sin boca
en lienzos de aire.
silencio para mi multitud.
samay para tu risa.
Lumbre
“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida,
(Temperley)
asoma la luz
en la voz de tu tierra
y me cultivo
Fogonescencia en la cuspinancia
Efusión que desnuda el verbo lumbrecido.
Maderas que se acopian. Refulgencia del
croma. Repulgo de manos ensordecidas de
signos. Espera en flor. Irritada y prudente se
sonroja la savia en el nudo de la corteza
asonante. Las cadenas en simposio caen al
suelo y explotan diminutas en secuencias
amarillas desordenadas y caotizantes.
Preludio desconsolado de la piel. Una tension
de nodos azucarados y violentos. Arena
atisborrada en burbujas inestables. Un tacto
desarmado en corrientes de agua dulce las
embrisa. Aroma a cedro. Enrojecido. Fruto
edénico que reverdece en el fuego. Corrientes
superfluamente elongadas de soplo. Vapor de
junio. Estela. Manto. Palabra complementaria.
Supramental. Asiligente. Convergente.
Ardinosa. Explomiante.
Llama solar. Llama sombra de cerezo macizo.
Llama de flores y colibríes agrestes.
Implosión de pieles que se arpegian desoladas
en la lengua, pero marcibundas y
junglarecidas en la oblicuosidad del tacto.
Textura acuosa.
Madera crujiente que se retrotrae a su estado
de flor. A su modo de selva. A su capullo
primero. Cede ante la inflexión del grito que
urge. Guarecen maderas frotásticas flotando
entre paréntesis aterciopelados incontenibles
inconcluyentes enloquecidos de risas
azoradas y corchetes extratelúricos que
redundan y se agolpan el aliento y se
expanden y se concentran.
||
Pausa de cíclope. Calor gerundio. Maderas
mansas de verborragia en río. Desjaulándose
se descubren
alegóricas.
Engrillándose se retuercen en el canto.
Desplumándose se desoplan en el vuelo.
Se desbocan ante lama. Se desbrazan desde
todo. Se desmembranan a destiempo. Se
deshuesan inmortales. Se destejen
resoplando en claves mudas. Retumbándose
se mecen en grados lentos. Acoplándose se
danzan en superficies esfingéricas y
acuspidadas. Versileándose se intuyen. Sin
querer. Sin poder. Sin saber. Aun desde todo y
sobre todo. Mucho. En todas hipérboles.
Imantándose se excluyen.
Naves de papel les peripecian el aire
arbolado. Se combustionan con todas las
manos y con ninguna. Se revuelven en el éter.
Desplomándose se enraizan en un furtivo
embrace de vela.
Floriástica y deciforme se desombra en prosa.
Cera derretida que se derrama. Acróstica.
Sulfurada.
Cardinascente. Afluente. Cera cardamomo.
Cera efímera y leve. Diente de león y soplo de
pasiflora.
Ultimada la molécula cuneiforme del solisticio
se libera. Pequeña muerte acunada en la
estrofa asidorme del rito. Se mecen las
maderas contra la chispa incendiaria. Se
mecen y se rompen.
Polvo de junglas se sopla en su nuca.
Se descubren fabáceas y se saben cilíndricas.
Se buscan
infinitarias.
Fuego ovalado concéntrico exuberado
abastecido y
turgente. Fuego que reza sin manos con
cuerpo de mar abstracto y aroma de bosque
libre.
Inflamación del nervio vientáseo que aviva lo
que silicia.
|||
Atisbo de luz. Luz sombra. Luz doliente. Luz
punzante. Luz boreal. Luz destello.
Placer de ventanas abiertas. Silencio de
cuerpos exhiliados. Humo de huídas.
Desmembro del ser. Calma de lluvia. Corriente
descendiente. Espasmo de humo final. Humo
principio. Humo geroglífico de señales bastas
que se incrustan en el grito. Grito que no
acaba, aunque el agua. Grito que no cesa,
aunque el mundo. Grito que no duele, aunque
el nunca. Grito que, aunque no, sí. Grito
suspensivo. Grito que rompe un espasmo de
ensueño del otro lado del puente.
Del otro lado del puente se sabe tocada y
hundida, aunque no. Porque tanto. Y cuando
no, todavía.
Levitándose se rodean.
Se recogen incensatisfalarios.
Se renacen acunanfluos. Se gravitan en el
tiempo. Desde el tiempo. Sobre el tiempo.
Fuera del tiempo.
Se saben y se guardan. Se guardan.
Voy a construir un pensamiento en la
desobediencia última de tu pelo revuelto.
Dios se ha muerto en tu grito.
Ya no hay quien conjugue tu llanto. Qué lejos
nos ha quedado el viento de la prolijidad. Con
tus moldes de esquinas y mis columnas
barrocas mordiéndose en el piso de nuestra
infancia.
Ya no hay estatuto que abale tu risa, que
corre alegórica por mi árbol desnudo. No hay.
No busques contenido que te libre del
absurdo manto de ser humano. Piel. Deseo.
De qué lluvia se desprendió tu ritmo. Que
hace mi silencio imposible. Inquieto.
Desordenado.
La llama de tu tela boreal acarició el piso con
su relincho de caballo desbocado. No hay
caverna que resista las imágenes que
proyecta la desobediencia de tu forma
dándole golpecitos de olas al tiempo, que se
escurre entre la piel
y la piel.
Ya casi dudo de mis manos descubriendo el
plasma de este aliento.
Ya tengo olor a tierra mojada
Qué hambre me da saber que dudas. Que mi
cuerpo no te alcance. Que no te abarque el
mundo.
Desde la nada parto a llenarme de vacío.
Estoy encendida. Me llueve la noche
estrellada. Vivaldi me moja la piel. Le hemos
inventado un par de manos a la venus. Que ya
casi nos toca la risa. Y yo ya casi sé que no se
nada.
Le grito a la pared desnuda
si acaso se ha despertado
con el choque existencial
de tu lunar oblicuo y mi lunar gerundio
en la curva de un gemido
si acaso existimos
después del fin de tu boca que
ya
casi
empieza.
Verbo
Callo y escucho.
Circular, por toda la alegría.
No. No va a ser la primera vez
que adelante el mundo su tránsito de nuez
y mis pies se desplanten del púlsar
en el vértigo irreversible
de parar y mirar
de abrir y mirar.
No habrá una pausa en el eterno movimiento
de los cuerpos y de las cosas.
No harán su minuto de silencio los pájaros.
Los jefes seguirán tejiendo jaulas de tiempo
espeso
productivo
profiláctico
prometedor
prolijo.
Las palabras seguirán cayendo en la trampa
interminable de la imagen.
Seguiremos enamorándonos sobre los
puentes del rojo lirio del desconcierto.
Se desconocerán las manos en el grito
se preguntarán por qué
se comerán los párpados en sinuosos
laberintos de juego vivo
y tiempo leve.
Se reencontrarán los cuerpos;
será como entonces hasta ahora.
No bajarán los héroes de su torre de viento.
No reprimirán las promociones nuestra lucha
y nuestro arrullo.
El mundo seguirá su desconsuelo
premeditado.
Después de este silencio vertical
te encontraré la risa desnuda en algún árbol
besaré los nudos de la madera intacta
me dormiré serena en el anhelo esférico
del movimiento.
El mundo conservará
injusta
impoluta
su forma de águila.
Señalar mi bomba
Con las manos en alto
Para vivir en explosión.
Dibujar mi símbolo
en cada rincón de la piedra
para no morir de nada.
I Puertas entreabiertas.
Está desnuda. Me mira fijamente. Una mano
sostiene el libro, la otra frágilmente se apoya
en la zona baja del vientre, absorta en una
burbuja ingrávida.
Y es grave, es grave la maquinaria que desata
el gesto, es grave el libro levemente inclinado
dejando caer jaurías de letras bimorfas que
saltan gruñendo a comerme la cara y es grave
su mirada, su mirada que se apoya en estos
ojos pero en ninguno, su mirada que escupe
un aire espeso que no sale, que choca
ferozmente con el iris como si sus ojos
estuvieran cristalizados en el ritmo sucesivo
de un verso que termina y vuelve a empezar.
VII Culpable
Carcañoto dobla en la esquina. No hay curva.
No hay camino. No se encuentra las manos.
Esa, esa sí era la trampa. En qué hormiguero
se escondía esa palabra. Con qué dignidad.
¿Yo la maté?
Carcañoto no tiene uñas.
¿Vale decirlo?
II Tantas puertas
Es grave la posibilidad. La posibilidad de la
dirección de su mano. La posibilidad de la
dirección de su mirada. La posibilidad de la
dirección de ese verso, que acaba de leer pero
que ahora ignora, que ha desechado o que
habrá penetrado absoluto algún hueco
profundo de tierra o de aire en su cuerpo.
VIII Desde adentro
Cuántas veces Carcañoto jugó a las
escondidas sin paredes. Era tan cierta la
infancia, que nunca nos preparó. Dónde, en
qué lugar específico del cuerpo y con qué
boca lo nombran las palabras que se dijo.
Cuántas veces señaló a la víctima ahí, donde
ahora juegan a las manos las palabras. Alguien
hizo de su cuerpo esa vergüenza. Cuántas
veces. Cuántos. Él mismo.
IX Salir adentro
-¿Es ahí la libertad? Yo no veo nada.
-Si, es ahí, veo cuerpos desarmarse.
IV Puertas redondas
Se florece rompiendo.
Se florece rompiendo.
¿Hay opciones habitables en el color?
V Puertas imposibles
Cómo podría uno culpar a un libro.
Me tiro a capturarlo. Lo ahorco por su lomo
como si tuviera la solapa llena de cuchillos o
manos o víboras.
XI Desde la esquina
¿Hasta acá me amás?
¿Se mide,
en espacios el amor?
Carcañoto tiene un holograma de palabras
estratégicas en la puerta. Cada vez que la
abre, entra. Sigue entrando.
¿Desde cuándo?
VI Puertas de encastre
El libro está levemente marcado donde lo
dejó antes de desaparecer. La marca parece el
rastro de una herida o un sudor o una
despedida. Y ahí, frente a mis ojos, la última
imagen que vio con cuerpo antes de huir del
mundo.