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Lo contingente

Mai Fornes
Raíz
“Nunca digan que poseo una voz/ particular,
nunca mi garganta plagió tanto/ el borde de
ese río”
Irene Gruss

Acá se reúne el día


Las fugas de luz
Las mareas de autos
Las tareas diminutas
Que albergan territorios de piel
Banderas redondas
Sistemas obsoletos
Mujeres que amo

Decantan los números idénticos


Amontonados
Las palabras reunidas
Los ritmos del fuego
La pelea de las hojas
Atadas a las esquinas del viento
Mi reflejo dormido en los vidrios
El algoritmo del humo
Las prohibiciones del frío
El poema que me atraviesa adolescente con
urgencia
El parto que me nace interminable, pegajosa
Sulfurada de líquidos
En la orilla de una acequia
El andar desprevenido de mis ojos
Se me escapan menudencias
Que atesoraría en el vientre para luego
estamparlos
atormentadamente excitada por la cadencia
de las hojas,
en los estantándares del amor rojizo.
Pero me rindo a que se apague lentamente
este suceso
de luces y de sombras
sin querer retener nada
acá queda, sin embargo, el oficio todo
acompañar la trayectoria de la luz
las instrucciones del silencio
ver más allá del cuerpo que pasa
transitando mi día
mientras el verdadero día
permanece.
Acción de nombrar

Voy a decir esto. Aunque mi cuerpo se asimile


vértigo en la cascada. Y la vergüenza
desertifique mis tierras azoradas de fruta.
Aunque mi piel se arrulle en la renuncia. Y yo
tal vez, otra vez, una más -jamás lo diga-

voy a decir esto.

Hoy no fui capaz. Me rebelo de mí. Me


batuco. Me sospecho. Quizá porque una
también se enverba. Y los verbos, del otro
lado, saben de movimientos sagrados debajo
del templo redondo de las cosas y los
nombres. Quizá moviste -en un acto ausente
de peligrosidad, mientras te sacabas el pelo
de la cara- ese jarrón con forma de pájaro del
mural inútil que lo asfixiaba y el verbo
escondido entre dos polvos de azúcar te saltó
a los ojos, cuando por fin te mostraste
humana agradeciendo el fallido con penas en
el vientre. Entonces te descubriste movida por
la acción de mover -con el pelo nuevamente
en la cara- después de pronunciar la cosa, el
verbo y el polvo, la pena te liberó de su
laberinto de tazas y hierbas que sudan
deliberadamente danzantes en la ebullición.
Yo no pude. Quizá mañana. Pero hoy, este día
que me transitó sin medirme, necesité algún
árbol semántico, que, con ningún dedo
geométrico, ubicado en algún centro del
cuerpo me diga -acá estas,

éste es tu
nombre,

tu movimiento-.

Te lo ofrece la palabra, es tu regalo menos


tuyo. Una ofrenda del lenguaje reclamando
con brazos en puño que corras detrás de él, lo
apagues con paños fríos, lo declames contra
las piedras y en todos los murales lo
preguntes, en la calle lo preguntes, a los
pájaros lo preguntes, a los semáforos lo
preguntes, en la calle a nadie y a ninguna que
te mire de cerca le preguntes, con puñados de
avena sin cosechar en las manos, a nadie y a
ninguna le exijas –con determinada injusticia-
vos, vos debes saber mi nombre;

necesito,
necesito que lo digas.

Y ahí en la calle, en la carne. Desnuda, en el


trueno intentes sacarte tu nombre -tu
transitado nombre, tu nombre desmesurado-
de la figura que lo sostiene, del significado
que lo analiza, del jamás que lo repite.

Pero acá. Hoy. En tu nombre; hectáreas de


trigo derrotado hasta tu ausencia. Te estás
perdiendo esto. Esto que cae sin peso. Este
cuerpo que hace sonidos ajenos y
descuidados. Que escupe palabras tan
desnudas y tan determinadas a imposibilitarte
permanecer. Te estás perdiendo este nombre
que te aventura a ser nido aunque la paja te
brote de semillas vivas y las hormigas se te
duerman en los ojos y en el decir, caramba,
otredades y lagunas te agarren de la
mano con el pánico que arrastran los
círculos de manos los del amor.

Hoy voy a decirlo. Aunque me muerda la


lengua en la pérdida. En esta pérdida que
entrego y que sin embargo me pertenece -
como este no nombre, como este no
movimiento-. Aunque se vaya conmigo en el
decir, mi frustración más íntima.

Hoy no pude.
Cayó la lluvia. Y no supe ser niña.
Visceral

Cruzando el puente van, escarabajos a destiempo.

nacen en clave de viento, el cemento les cierra los


ojos

pero sin dejar de correr nunca y carajo,

qué caro el anhelo de luz y carajo,

que privilegio caminar sin cruz.

Siempre cielo fue un suplicio,

con todo el hambre contorsionando por los


puentes

sin lograr la travesura todavía

y todo el amor sin hacer se derrama sobre los


manteles.

Si el peso cruz dobla en la esquina, cerraremos los


ojos esta vez

para que no se acuerde de encontrarnos el


punzón del éxito

en el patrocinio de algún dios condicionado en su


corbata.
Que yo me quería ir ya lo sabias, mientras te
preguntaba

si nunca habría posibilidad de ser algo más

que esta calle sin transito

que esta sal sin bañera

que este diente de leche

sin ratones a los que rezarle alguna esperanza.

Salen en antorcha los puentes de la ternura

a decirnos que no fuimos capaces.

Que yo quería ser del aire ya lo sabias, pero no


había por dónde.

Bajo este viento todo discurso es flan de carne

zarandeando la ropa, que se conmueve en los


alambres

sin posibilidad de despegarse de la humedad de la


historia.

Tantas posibilidades había de ser, que me comí las


manos en el intento.
Y le inventé a tu ciudad

un nombre de río

de afluente

de familia.

¿Si supieran cuánto pesa la palabra

hubieran puesto igual esta pared en mi abrazo?

Con qué dominio de hoja seca me han jurado que


mi amor

no tiene raíz.

En qué puñal de la infancia nos habremos


convencido

que enseñarle a hablar nuestro idioma al bosque

y re direccionar su cauce, era sembrar sabiduría.

Hoy quemé a la luz mis miserias

yo me vestí de muerte

y le pedí a los álamos una pausa de espejo

que vista tu palabra


me desgarro, pero me duermo sonriendo

yo viví y amé en este mundo.

Normalícenme la palabra,

que ando soñando luces en los balcones

que crece salvaje y enmarañada la letra

en mi pensamiento bajito.

Viví y amé.
Cae el espectáculo del día

sobre mi cuerpo inexperto

los árboles me declaman el espacio

y lo bailan, frente al carnaval de mis ojos vedados

en movimientos silvestres e impronunciables

los pájaros me cantan y me giran

en rotaciones inexistentes

el pájaro de pecho azul

hace nacer un mundo

en oración danzante del silencio

nace un mundo

que no alcanzo a decir

con mis ojos de niña nube

con mis dedos de boca trigo


me dejo pasar a través

del canto que pasa inalcanzable

sin manos ni rostro; con cuerpo de ave blanda.

Entregadas están

Mis manos a todo el espacio

Me voy entera en todo el giro

La seducción del día, cuida de mí.

Me protege de mis propios ojos.

Necesito salir; saber que el mundo sigue siendo


verde y lento. Como mi voz.
Poética de las enredaderas baldías

Dormías sobre la nube nueve. Ramal


esponjoso del baldío, espiga norte. Te conté
que mi palabra sin matriz es un pájaro de
asimétricas constelaciones. Me dijiste sin
fruncir el ceño que el árbol mudo de la
esquina no para de ramificarse y de ser
comunidad con los barriales. Tardamos
mucho tiempo en descifrarnos qué quisimos
decir en ese momento de consistencia
antigua.
Una mujer clara y furiosa señaló con asco el
ramaje de tu lengua y nos enamoramos entre
risas cómplices de la espinaca entre sus
dientes. Porque el amor es eso. ¿Cierto?
Porque el amor debe ser eso.

La vida era importante entre los muros.


Importante proteger los murales de ternura
con canciones y con versos. Asegurarse de
que el muro no nos quite lo de adentro,
conservar en la memoria de las hijas el hábito
de humanidad y de cerro, acarrear lo de un
lado para el otro nosotras que podemos. La
vida era importante bajo el muro, mucho más
el amor por eso nos reíamos del sargento, del
cemento y de las leyes maritales que no
sostenían ni el aire ni el sonido porque para
aquel lado igual pasaban las poesías en
engarillas de junglados ritmos y desde este
lado el vuelo de los gorriones, que burlaban el
cemento el sargento y los plásticos maritales
con cuerpo de fantasma, atravesando las
polleras blancas de la tradición robusta, de
hogares flácidos cilíndricos y breves. Mientras
tu nombre iba lúdico besando las esquinas de
sur a norte entre muslos lanosos y arpegios
subversivos. Entre las ramas del tiempo
personal y profundo, animal y compartido, ya
no había ni muros ni escaleras. Porque el
amor es eso ¿cierto? Porque el amor debe ser
eso.

Caminabas sobre el puente sur. Calle abajo la


marea y los lirios frescos, todo lo que en
sueños recogía tu memoria, para abrigar la
narración de todo lo que sube. Entre pétalos
de lechuga te supliste amplia y estrepitosa
compartiste la revelación con las enredaderas
que te festejaron con especias rojizas y aroma
rebelde. Todos los amores eran uno en tu
boca y de tu boca salían todos los vecinos en
su oficio de pájaros y aluviones. Nos nutrimos
amando a cada uno en su esencia de árbol
porque eso es el amor ¿cierto? Porque un
vecino debe ser eso.

El amor era una forma de variabilidad


botánica y tu voz tenía retazos inviolables de
todos los cuerpos. Espiga sur, todos los
espejos en los que conocí mi vulva de
geometrías biológicas supieron tejer el hábito
de espera con narración de árbol, en la voz de
todas las abuelas sin sanar que conocí en mis
telas, en mi dolor hambriento, en mi deseo
hostil. Mientras mi cuerpo entero, loto norte,
crecía y decrecía con las estaciones. Estría
hambrienta, curva libre y desatino. Todas las
voces que me arroparon alguna vez
acompañaron el movimiento con sueño libre
de cerezo. Porque el amor es eso ¿cierto?
Porque un cuerpo debe ser eso.
Para escribir esta palabra tuve que renunciar
a otra, a su peso y sustancia, a su olvido
feroz.

Trifásico

No, no quiero ser feliz,


quiero tener sentido.
No quiero alfombras ni muebles blancos ni bordes
redondeados ni enchufes sin agujeros ni hogar sin huella
mucho menos helado los domingos cuando las luces
bajan y baja la gente lenta y siniestramente al
horrible sistema.

No quiero pasar el día esquivando las corrientes de


agua. No. No lo voy a hacer.
Voy a poner en palabras mi último desastre. Voy a llenar de
símbolos mi cuerpo, para entender que así el mundo es más
liviano. Para compartir el dolor que también es parte, río y
cuerpo de mi cuerpo.
No. No
voy a
negar
me
nada.
Voy a callar y voy a gritar al mismo
volumen ensordecedor.

Voy a odiar a todo el mundo solo para comprobar que no soy


capaz.
Voy a perdonarme toda al final de mis aberturas y mis
enterezas.

Voy a ponerme tan oscura y tan densa y tan baja


como una línea recta, para recibirme del otro lado
y decirme que tengo una piel para cada forma y en
todas ellas me
habito y me reviso y me reformo como el
agua.

Voy a festejarme los orgasmos cual cumpleaños de niño,


incluso los cóncavos y los absolutos

y los mal paridos,


con la inocencia,

la inocencia pegada
en la piel
como un niño que descubre por primera vez que el
espejo miente, incluso el de su rostro

que cualquiera
pasa por sus
ojos
que hay una realidad evidenciando que desaparece,
pero se queda
se queda rotundamente
en su mundo
como un pájaro dinámico y
geométrico que solo vuela
para adentro.
Que solo intenta encajarse
en el último
deseo de un
párpado
que se tira sin manos y sin piel al enorme abismo de una
lágrima.

Voy a ser el animal de


vez en cuando.
Me voy a dejar comer de vez
en cuando.
Para tener la posibilidad de volver a recordar el
origen de lo humano

de lo sensual de una mano en una mano y unos ojos


que se cierran espasmódicos y un suspiro que no avanza y
nada más.

No, no voy a ser feliz.

Voy a llenarme de ausencia para poder representarme


redonda en la forma sin línea,

siendo cada
vez y cada
muerte

abismo y
bálsamo
erotismo de
la memoria
un punto de humedad en
el medio del olvido
para recordarme la piel
en cada intento de mi
misma hasta parirme y
nacerme y volver a
masticarme

toserme y
expectorarme
tu risa;
esta vez sin guantes y sin memoria y sin forma
y sin juicio y sin dos más dos es cuatro y sin hay un
agujero para cada ojal.

Que busco en el mapa algún territorio que nos transite, y


ya ves

No,
cuando
todo tiene
sentido na
da está en
su lugar.
II

Que tengo
que ser más
blanca.
Que mi amor no
representa lo divino.
Que mi cuerpo no
se sufre al ideal.
Que más vale pájaro en mano que entre las piernas. Eso no.

Que hace viento y hace tiempo y que la


lluvia se me acaba.

Me froto la piel con la distancia que nos


rompe.

Acaso habré de encontrarte

con hambre de pájaro

detrás del alambrado

para que
me comas
el intento

ahora sí,
lamiéndo
me las
rejas
para dejar de
mirarte tras la prolijidad
de los límites

esquivando los argumentos de mi amor sin


rostro, sin tierra, sin remanso
para despojarme de este juicio
terrenal sobre los asombros
y abrirte en mi espacio
como un silencio entero
desmintiendo

el
mundo
de
formas
abiertas
al que
renunci

Conjugar. tratando de conservar la


quietud tu grieta inagotable
en la dinámica del
pluralismo absurdo de
colores con que la idea del
amor
que me
rezaste en
el
descuido
(como pecando)
se me ha establecido en el cuerpo abriendo todo lo que mi
lengua encierra.

Que mi claustrofobia no se
reduce a tu amor, pero lo
abraza

como este viento tibio que


soplo entre las piernas del
abandono y que esta
irremediablemente vivo ahí

levitando
en la
distancia
justa

de tu astro
a mi arcilla
III

Sosteniendo este punto que


te nombro

no intento ser
una mano
inocente

meciéndose
hacia el
desconsuelo

de una existencia
exhumada.

Me despego de la descripción de este límite


subversivo que inunda nuestra patria y su ungüento de
preguntas geométricas en un cúmulo de sentidos, sin
cuerpo ni dirección.

Es apenas la
apertura de mis
manos hacia el
oblicuo espacio
preliminar de la
materia

destelando la cardinalidad de las


sábanas
con los dientes de la
desobediencia.
Con mi deseo abierto
puedo aceptar que no
entienda de pactos
la universalidad pluriforme de desconciertos,
con que este abrazo se aploma en mi sombra
habrá que mirar la
intención de reojo;
que yo tampoco
entiendo
ese suelo curvo que me dibuja tu espejo
debajo del abismo

este hambre de
invierno
colmando mis
cuencos de lluvia

que te sostienen implacables en el apóstrofe de la


distancia.

Porque quizá entendimos que no hay posibles


espacios que ser habitados.
Que no hay espera que contenga este silencio confuso de
puertas floreciendo.

Que el entendimiento sin aroma es un vacío


inútil.

Que en este abrazo


distante del eco

en que te
renuncio y
te arropo
con un profundo
sentido de selva
con un
rotundo
gemido de
agua con este
color
impreciso
policromos los párpados del mundo te
nombran sin lenguas en el medio de la calle
y mi grito se anuda algorítmico e
incomprendido en el borde de la cultura.
Me regalaste
una duda
indeleble un
tiempo de
balsa madera
tibia y húmeda

desdoblándose
en mis piernas

esa utopía
mansa y
terrible

en la que
apenas respiro

desnuda para
nunca,
.
abiertamente agradecida
Dieciocho pasos se dice.
La transición de la luz es un colectivo lleno de
sueños que pasa con sonido de puerta y al
pasar, pasando como un abrazo va lo pasajero
de lo cotidiano, el abrazo fundamental, la
caricia soberana, la canción de arrastre los
cereales derramados la vida natural en tu
boca cuando nos reconocemos en los perros
que muerden la noche, desde la ventana.
Te pregunto, qué es lo que hace a una familia
mientras guardamos los vasos.
Ya lo sabes, se me anuda la boca si intento
nombrarte en el abrazo, cuando me
preguntan por mi casa, mi vida. Será eso lo
que mide el peso de una sociedad rota, de un
dios malévolo o de un ser niña interminable,
dolida, muerta de miedo.
El martes vuelvo a tu sombra, te dejé un mate
en la mesada.
Odio irme así, dejando enfriar tantas tiradas
de mate en tu boca.
Cerrá con llave, pero las puertas siempre
abiertas.
Por la tela mosquitera rota se entretejen
como espejo una palabra arrastrada, que deja
al fondo, una luna llena que sube y me
pregunta por la casa tan sola y tan llena
de música.
Por la cocina afuera, en la que nos morimos
de frío o de risa o qué se yo. Vos y yo supimos
alumbrar la riqueza de lo simple.
Qué vida vivimos al estar despiertos, la
convicción de cambiar el mundo o la certeza
de vivir lo inútil de un abrazo, de una charla
sin tiempo, de un mate lavado. Una palabra
engañera es el estar de paso. De paso en las
horas malgastadas y en las revolucionarias. En
la toalla que seca tu frente de angustias de
colectivos que no pararon, de horas que
luchaste lejos de mí, de horas que disfruté sin
vos. de las palabras que se me escaparon para
festejarte aquella vez, de la lengua feroz de
los escalones, que violan con furia tu merito,
tu paso ardiente, veloz por la casa, por la risa,
por un mundo que no, por un mundo que no
siempre.
Ellos decían que el éxito era ese papel. Vos en
cambio sabías, con certeza de tronco, de
abeja, de maíz. sabías que el éxito era una red
de suaves anécdotas en la risa, de manos que
abrigan la poesía de la lucha, que tejen la
noción de naturaleza tu fuerza, de un todo
que vuelve, que abarca, que nos deja sin aire
de sorpresa.
Yo mientras tanto, buscando afuera, el fondo
de la pregunta, preguntándome qué
entonación de la familia me duele, buscando
en el sonido impronunciable la niña asustada,
la palabra enjambre a la cual retornar.
Vos volviendo con revoluciones en la risa a
desatar la imposibilidad de estar vivo, de ser
tallo en el sistema.
Vos volviendo, a hacer simple el lenguaje, te
sentás en el misterio breve de la tierra y decís
quiero seguir abrazando árboles a tu lado,
aunque te mueras de vergüenza
Y quizá el compartir la vida siempre fue eso,
tener certeza de raíz, de enjambre, una
sustancia de peso en la madera de la balsa a la
cual retornar.
Mientras, sucedáneas las muertes se desatan
en los alambres de una responsabilidad de
cascarón, de nogal. Le invente a tu fuente un
tiempo de arroz
Tejí hilos de jallalla en tu risa
Y el universo entero me fue devuelto.
cuatro esquinas mochadas tiene mi
barrio la yuta puta grita la pared
agrietada por el sol
apiladas
en
bloques
las casas

como las
ilusiones
pendiente

como las
cajas de
leche
olor a niñez desparramada destilan las
calles a pañal roto. sucio. tirado.
olor a niñez
comida por los
perros
los pibes en la esquina alucinan que la vida es azul
los caballos cabalgan salvajes para comerles el
hambre yo los miro con miedo de mujer
ellos se miran, pienso

como con frio de madre


como con ganas de abrazarse
pero no lo hacen
conservan cierta
distancia de macho
con la nostalgia dosificada
en bolsitas.
no hay mujeres en mi
barrio
se las lleva el viento

se van soñando

que no las maten de amor.


la ropa dibuja olas
en los balcones.
está mugriento de sueños mi barrio. de hambre.
de cárceles que se encubren rabiosas unas en otras
como copulando.

se sueñan canarios los pibes


sin manos.
sueñan con que la yuta les dé un abrazo y una
palabra redonda los pibes, pienso
y vomitan
poesía en las
paredes (cuan
do nadie los
ve)
para que no les toquen lo que hay de blando en
sus armas.

Dicen que hay gente buena en


mi barrio,
es un barrio difícil pero hay gente trabajadora.
Dicen. También Dicen que el trabajo dignifica. Y que el culo
de la Carmen es pura carne. Dicen.
Que son todos
violadores
Dicen.

Pero tenía mi sangre el imbécil que con torpeza de


niño mimado se comió los lunares de mi vestido de muñeco
hollywodense. Y una boca grande y sucia de verdad. Y unas
manos suaves de crema con olor a muchedumbre.

yo sigo pensando. artistas como la negra no


hay en el mercado. Va amontonando piedritas
y deseos y mugre. Dicen Ellos.
y los acomoda en la pared como queriendo construirse,
Encontrar, nombrarse.
pasa el día barriendo la negra
sus huesos me
miran furiosos
pienso. como
queriendo
limpiarse. pienso.
no puedo evitarlo.
quién hubiera sido
la negra
si afuera el mundo la hubiera mirado como se mira un

cuadro abstracto en el museo de los


prolijos
con ese esfuerzo en describir su línea, con ese ímpetu en
explicar
-conteniendo las lágrimas- su profundidad.

es que no pueden ser creativos los negros me dijo el otro día el


Héctor con la barba manchada de tuco.

desde chiquitos el mundo se nos partió entre nosotros y


ellos.
me ha venido grande la vida después de sentir que
todo era posible en el barro, incluso la pelota de bolsitas.
metidas meticulosamente unas en otras recreando
salvajemente la realidad con una virtud acrónica.

me quedan incómodas las miradas. me queda


pinchudo el sistema como frazada de abuela

después de arrastrarme desnuda por la infancia


simple. sucia. feliz.

es que de esos barrios no se sale. dicen. sin ser un


negro de mierda. dicen. y tienen razón
negras me dejaron las manos de poesía las
calles marrones de mi barrio. las paredes
rayadas y
agujereadas que me pusieron un símbolo inadaptado en la
lengua. en la lengua negra. negro de no decir, negro de no
ver, negro. oscuro. oculto (escondido). negro.
Tiene nombre de doctor el cartel de mi calle.
De persona que cambió el mundo tiene nombre mi calle.
De hombre tiene nombre mi calle.
De persona con mayúscula tiene
nombre.
Venís llena de barrio
De trenza en la palabra
Venís con la hierba entera en la boca
Con el nombre de todas
Con el grito en las piernas
Enumerando sombras por los surcos
Con sus pechos en los tuyos
Dándole de comer a tanta idea
Para retornar al fin a tu tierra fundamental de
abrazos
De la fuerza compartida
Venís caderas de madera
Con tu indiada de lagunas
Haciéndole el amor a la palabra
Y a las hojas que desprende tu selva
Y al paso que pesa tu acuarela
Tiras un puñado blanco de infancias al río
En irreverencia cuadrangular
Tus brazos a tu ombligo
Hacen un ángulo de vida
Donde se guarda el movimiento
Y la alegría
Maternando higueras de sombra
Bajo el salvaje ritmo de tu encuentro en tu
encuentro
Tu grito sobre la tierra desde la tierra por la
tierra
Y tu niña entera y salvaje
En llanto vegetal
Se nutre de nogales en la lengua.
Vasijas en los ojos
Venís barro de azul foráneo
Con el barrio en la voz.
Hoguera y sed. Palabras de fondo blando.
Lana oscura de peso hambriento. Figura
abstracta de taninos y sirvientes del barro.
Una niña, sombra azul, torpemente
enloquecida por iniciar la fogata. Camperas
sobre el lino. Materia de lumbre. Pinceladas
de óleo vivo a lo inútil de la tierra; nuestras
lenguas negras. El corazón liso; riendo. Ronda
de fuego. Historia del monte; los huesos de
nadie que alumbran los caminos de ahora.
Palabra rupestre. Don Juan riendo sin dientes.
Niña cuerpo silencio buscando la palabra
entre las llamas. Niña cuerpo desconsolado
perdiendo la palabra en la pestaña de un
hornero. Oscuridad de vientre cálido. Fuego y
canción. Tonada de esponja. Té amarillento
de sustancia consciente. Una taza muy
empañada para siete. La memoria se rebusca
entre los espárragos y la espuma del barro.
Los cuerpos se desarraigan de cuclillas sobre
la arcilla. Palabra de fondo suave, difuminado.
Barnices de linterna. Luces malas, solo las del
tiempo. Encuentro de miradas en simetría de
viña. Pies pequeños resistiendo la inocencia
con hábito de surco. Árbol de palabra
hambrienta que camina por los cuerpos
derramando volcánico el lenguaje aciruelado
de la espera. La calidez, los pies descalzos, la
tierra hambrienta. Todo eso que ahora nos da
tanto miedo; libertad, silencio, oscuridad de
compuertas. Manos nutridas de palomas,
encuentro de verbo verde. En el mosaico de
tu mesa todavía busco los dibujos algunas
sombras elijo; de tu pan, solo la alegría.
Vuelvo como siempre con jarilla a caldear el
horno soltando tanto yuyo
al aroma limpio
de tus cerezos.
Golpes de regreso, de tiempo acelerado en un
cuerpo sin tiempo.
Un golpe de luna vacía girando por la nada
rebota sobre tambores azules;
el sonido siempre fue rudimentariamente
débil
volver es para adentro
siempre para adentro.
Te vi solando
sobre la planicie del sauce
había hierba, solidificación de aromas
rodando por la tierna curva de la caracola.
¿Cuantos pasos faltan para el aire? No puedo,
sostenerme en el miedo. Qué clase de animal
le canta a la jaula.
Cada nota del cuerpo es vitral de origen. Se
desarrollan en versagio los colores. Soñar
siempre fue una decisión inacabada.
Qué clase de animal gira en retrospección
hacia el péndulo
si el péndulo habita el mar
en el golpe de agua habita toda la boca,
arrastrando la saliva hacia la arena y sus
despojos
holografías del tiempo en la carne.
No hay mar
solo reflejo de la nostalgia.
No hay péndulo, solo un cuerpo atado al
movimiento;
eterna sucesión de muertes posturadas.
Las cosas son. Se ofrecen como manta.
Peligroso filo el de la ceguera;
un campo de inmersión en la desnudez
abriendo alfombras de tiempo que mojan los
pies.
Cerillos en la boca, explotan en el silencio.
Ya me arranqué los despojos y los apogeos. Y
acá me busco
un hogar de nogales tremendamente tibio Sin
argumento posible. Ya hice todas las
combinaciones formales y la letra me sigue
señalando. No hay descanso. Me miro entre
las hojas reconociéndome en el gesto antiguo
de alguna contorsión ligera hacia el fuego, en
señal de señal, en señal por señal. En
vergüenza propia o justicia inalcanzable.
Mientras a alfonsina le nacen branquias para
respirar bajo el agua
descubro un nuevo sentido sobre los tallos.
Me lleva el viento. A todo.
Natural en el desconsuelo del rio.
Un incorrompible sonido de hoja es
un ángulo desnudo que se rompe para verse
la espalda ¿Cuántas espaldas tiene la muerte?
no tengo nombre en la sombra, solo canción
de viento. Magnolia en verbo.
No hay posibilidad en la taxonomía,
sólo una unidad de vértigo.

Sabemos dónde es dentro. Sabemos cómo es


dentro.
Todo está bien. Te escucho.

Desde dónde.
Quién sostiene el tiempo.
Quadrivium

tupu
habremos encontrado la raíz del movimiento
en vuelos
de partículas.
siendo potenciales frutas de borojó.
nadando en una dinámica de rotación
parecida a una danza cosmogónica.
cinco puntos sostuvieron una unidad de
apertura en un tiempo de cueva.
globosa en cada espira;
ebria de espacio, habré dibujado
sin calma, quizá con mis dedos de alpaca
algún nueve gaseoso en espaldas de sombra
donde frágilmente corpórea; cúmulo de
vértigos
giré y giré hasta nacer
en un mundo que se esconde detrás de la
piedra aquel donde se hace justicia la
posibilidad cromática de la palabra que habita
y crea
ese en el que nos arrimamos a la ternura sin
cuerpo ni casa,
una sola casa: la piedra y el barro
sosteniendo no ya un cuerpo sino un modo
filosófico de anidarse
el mismo en el que se sueltan las manos al
fuego y se guardan en trenza
los significados telares en cuevas de sonido.
nawi para mi olvido.

llatunka
quizá al nacer olvidé sensoriarme en las
concretidades. Perdí balance. Comí quietud.
<un vortice que devora el mundo que
evapora.>
habremos dicho las palabras. ya habremos
hecho los rituales.
<una etnia policroma atravesando la
curvatura de una paloma. le quita blancura, la
acelera salvaje.>
habrán salido de espejos de agua estas figuras
retóricas que recuerdo como animales
acuáticos de algún tiempo
espeso. devorando sin dientes la gravedad.
<una lengua que elabora
con los hilos del silencio todos los símbolos
del aire.>
me habré mirado siendo partícula en espejos
circulares habré escrito el silencio sur de mi
símbolo en nubes de
cedro
para nunca encontrarlo;
para siempre encontrarlo
dosificado, al regar la muerte
cuando animales de azúcar
me lo dibujen en vertientes sombrías.
<una imagen que se funde en un sentido.
absoluta. sin gravedad.>
habré perdido el sonido
de esta anomia que conjetura mi cuerpo
en algún episodio vertiginoso de la
aceleración angular.
<una incoherencia atravesada por su eje. ¿es
un ovoide asimétrico?>
nada le quita torsión, nada le impide mecerse.
no hay equilibrio traslacional en el sentido.
<una forma irregular en laberintos regulares.
sin peso. sin idioma. barrilete de arena.>
habrán decantado las palabras comiéndose
todo el ruido
en algún lugar acuífero de las vísceras
que a veces suena obtuso al ritmo de
tambores.
<un símbolo que contiene en cuenco
la multiplicidad del fuego
(un error semántico)
agujero negro en la llanura de la ciencia. le
crecen verdes ampollas a la razón. ›
de qué pacto elíptico me nace este pájaro
anodino debajo de la lógica.
quién sabe. quién quiere saber.
los pájaros lo festejan con la albahaca entre
los dientes.
yaku para mi tierra.

nuna
los espejos de aire devuelven reflejos
no hay rostro, solo mirada;
casi pregunta.
manto de trigo
sobre el laurel de los días
pasan
los vértigos saciados de brisa
por un río mudo.
casi traslúcida
la palabra inclinada, indescifrable
se recicla.
hoy me descubrí un nuevo color en la piel.
otra vez lloré.
añay.
té de sauce para este abrazo.
munay
en la tierra de mis pies descalzos se dibujan
las quimeras
agradeciendo recojo la retórica yerba que me
devuelve el tacto abstracto de una tierra
líquida.
amando elijo el óleo inocuo de una sinergia
impronunciable
tierra, ocres, rojos y sombras
me arriman la palabra que escupo
volcánica, sin boca
en lienzos de aire.
silencio para mi multitud.
samay para tu risa.
Lumbre
“Voy hacia lo que menos conocí en mi vida,

voy hacia mi cuerpo. “

(Temperley)

Despeinados. Policromos. Y otros hervores.


Humedad. Entropía. Y otras revoluciones. Ese
grito. El Río. Y otros fluidos.
Nada más la membrana de un tambor
desafiando su línea recta
y su silencio
ante la más leve caricia.

El fuego mucho más sabe del orden


en su caos.
Sombras en el agua
Nacer era arroparse de símbolos y caricias, o
caricias hechas símbolo de amores teselados
en la metamorfosis de la libertad.
Llama el cuerpo verbo porque sabe cómo
doblarse para nombrar el movimiento.
Resuena porque se rompe para
transformarse, porque se transforma para
decir, porque compartiéndose se dice.
Se acuna en otras formas pero sigue siendo el
mismo. La misma raíz. La misma sombra.
Renacen los cuerpos en verbo porque al final
son ellos los que sostienen al tiempo y no al
revés.
Mueve el verbo en carne viva a la montaña y
su espera.
Labrando significados en la distancia o el
acercamiento del lenguaje con la ligereza de
quien llueve y se deja llover.
Entonces no se si decir;
la voz es una fiesta. O yo quiero
festejar en la voz.
Ritual de signos
el rincón de la piedra
nos sabe vergel
IV
Vertiente última del sonido donde nace la
incertidumbre. Movimientos paralelos
curvilíneos perpendiculares y parabólicos. Las
gotas se
desconsuelan vertiginosas.
Quizá porque todo en el agua es caída llevan
la voz de espuma, la calma enajenada y la
velocidad materializada en espera. Quizá
porque todo en el agua es irreversible cargan
en los ojos sonidos agudos que vibran en el
eco y mojan la espesura. Gotas de sed que
saben cómo hundirse y se extraen de viento.
Se despiden y se engloban. Se rompen por
nada y nada las rompe. Incoherentes. Se
evaporan circunvaladas en el giro. Rotan
entorpecidas de goce, se incurvan y se
embeben. Se estiran. Y en el bostezo se
vienen desnudas de sueño. Traen su anhelo
hilarante. Su
forma de ave, su modo de confluencia. Se
enjuagan en brisas de palmo, se entibian en
pozos de aliento. A partes o en trozos. Se
penumbran entriguecidas con las manos
arrojadas en la piedra. Les basta desterrar el
tiempo en dos átomos de hierba. Se sufijan en
acordes meridianos.
Se destejen los labios imaginándose ligeras. Se
toman la palabra y se la ofrecen al silencio. Se
reciclan
dimensionales. Se articulan en emulsivos
aleteos. Se alucinan en verbos prosódicos y
feroces. A dos velocidades o a cuatro
estaciones. Donde un invierno
entero cabe enfurecido en la milésima
desacorde del hambre. Siguen cayendo
más allá de los ojos. A vidas. A mundos. A
cinco soplos por huida. A minutos
esféricos que se expanden y se huyen que no
encuentran calma o se la comen.
Cuerpos transparentes ceden al calor y se
absorben en la posibilidad de la magnitud.
Aceleración del torrente. Masa de peso
trémulo. Se comen con tensión submarina.
Con remanso de tibieza mineral. Con arena de
pigmentos silvestres en la yema hexagonal y
aleteos de libélula en la boca momentáneos.
El origen de jaurías en el viento extrapoladas.
Se secan pero rebrotan. Rebeldes.
Inmigrantes. Cavernarias. Se les aclara la risa.
Se les agranda la palabra. Caben enteras en la
letra redonda y espiralada. Se desversan
fusiformes en tonos arrimáticos y
garraspéricos.
Se sueltan liberando gestos olivarados y
rupestres.
Calor de junio
En la tierra los surcos
la evaporan.
V
Una gota se desprende acuarelada. Una gota
se ahoga en su cuerpo agua. Se embalsa y se
destierra.
Paralelamente se le descalza la comprensión
del mundo. Se sabe desnuda y prohibida, se
sostiene húmeda y punzante. Se percibe
profundamente besada con una invisibilidad
doliente. Con un sentido amarillo de
conjugar la prisa.
Se siente espiralada y acueducta y tal vez por
eso se deshoja sin miedo. Se escribe en versos
libres para refugiarse en el centro de su
prisma porque hilvana que el abismo es la
única certeza de pulso.
Agua que interpela. Cuestiona su forma
colisionada de ser mundo. Se sabe inconclusa
y acuaudalada pero le brotan acordes de uva.
Masticación del verbo en espina.
Vertical y elíptica; ondulante se sabe aturdida
y no hay mesura que la allane. Su paso
estremecido se desarma sobre el suelo. Y en
el suelo se asemejan las distancias. Se
atraviesan como soplos.
Aire claro trashumante detrás de todo el azul.
Brisa de tejido manso. De manos
escondidas detrás de matorrales de lana que
sostienen la humanidad de la lengua o se
sostienen en ella.
Un punto en el contexto del aire en el que se
descubre taciturna y acelerada.
Alamada. Con ráfagas en el vientre y rumor de
hojas en las piernas.
Brisa de tejido manso.
Se abandona a sí misma.
Se moja terrenal y se descubre barro.
Se observa disociada en caleidoscopios
pentagonales. En todo rio se descubre
destemplada. Pero canta igual. Igual se
enjuaga con conceptos abstractos. Se
concerta. Se explora herbolaria en la cúspide
de su jaula. Se encuentra abismada en el
éxtasis de la memoria. Una ridícula estrechez
la expande y se desarma
torrentosa.
Se junta con sus manos. Con sus mundos se
converge. En cardumen se grita. Se revisa. Se
formula. Se revisa. Se canta y se asusta. Los
pájaros tocan dos veces la
obertura y todo es desconcierto porque ella
está
profundamente sola en el hambre y se sigue
sintiendo soplo en el polvo de la arcilla
ecuménica.
Se exige.
Se saca los brazos para ponerse ramas.
Se alambra la boca para no morder el viento.
Pero en el despojo moja sin quererlo la
renuncia:
los pájaros le siguen naciendo.
Le brotan en la quietud que es una mentira y
en el movimiento que es una selva abierta y
dulce.
Se choca incorpórea contra la razón de ser
árbol. Se busca en la sombra.
Herbolaria se mece y se hunde. Se revisa. Se
comprueba. Se pone a
prueba de fuego y de sombra y no es verdad
que hay suelo porque sigue cayendo.
Frondosa y espasmática.
Gira la órbita entera en ella, y a veces se deja
caer en llanto y sin manos a la fulgencia de la
rotación semiótica.
Se sana y tal vez por eso, no aprende a volver
ni a quedarse ni a ser uniforme a la hierba.
Tal vez sabe que no tiene derecho. Sólo por
eso se ofrece curvada en las manos.
Tal vez intuye que no existe justicia. Sólo por
eso se teoriza en el abrazo.
Se argumenta en la lengua. Se practica en el
grito.
Se sospecha huerto y sólo por eso enfrutece.
Se festeja el jugo y se asume raíz en el barro.
En ese orden. También al revés. O del verbo
en luna creciente. O a la vuelta de la sombra.
Se toca la nuca y le sabe a vendaval.
Se muerde los labios y se condensa en el
símbolo.
Si acaso duerme
se despierta un poco más; se cumple
turbada y caótica, fantaseando
sabe quién con qué río.
Se construye en minúscula porque se anhela
pluriforme en la horizontalidad de un cosmos
equilibrado incluso para un dios estrafalario.
Se conjetura nostalgia y también abismo. Se
duerme sin cuerpo y tal vez por eso. Se
escama sin manos y entonces también.
Se hurga sin sueño
y sabe ese mismo dios que nada sabe
cuando se cultiva arrítmica en su pulsión de
cardo.
Se suspira en un abismo de océano que
empuja más viento del que puede.

asoma la luz
en la voz de tu tierra
y me cultivo
Fogonescencia en la cuspinancia
Efusión que desnuda el verbo lumbrecido.
Maderas que se acopian. Refulgencia del
croma. Repulgo de manos ensordecidas de
signos. Espera en flor. Irritada y prudente se
sonroja la savia en el nudo de la corteza
asonante. Las cadenas en simposio caen al
suelo y explotan diminutas en secuencias
amarillas desordenadas y caotizantes.
Preludio desconsolado de la piel. Una tension
de nodos azucarados y violentos. Arena
atisborrada en burbujas inestables. Un tacto
desarmado en corrientes de agua dulce las
embrisa. Aroma a cedro. Enrojecido. Fruto
edénico que reverdece en el fuego. Corrientes
superfluamente elongadas de soplo. Vapor de
junio. Estela. Manto. Palabra complementaria.
Supramental. Asiligente. Convergente.
Ardinosa. Explomiante.
Llama solar. Llama sombra de cerezo macizo.
Llama de flores y colibríes agrestes.
Implosión de pieles que se arpegian desoladas
en la lengua, pero marcibundas y
junglarecidas en la oblicuosidad del tacto.
Textura acuosa.
Madera crujiente que se retrotrae a su estado
de flor. A su modo de selva. A su capullo
primero. Cede ante la inflexión del grito que
urge. Guarecen maderas frotásticas flotando
entre paréntesis aterciopelados incontenibles
inconcluyentes enloquecidos de risas
azoradas y corchetes extratelúricos que
redundan y se agolpan el aliento y se
expanden y se concentran.
||
Pausa de cíclope. Calor gerundio. Maderas
mansas de verborragia en río. Desjaulándose
se descubren
alegóricas.
Engrillándose se retuercen en el canto.
Desplumándose se desoplan en el vuelo.
Se desbocan ante lama. Se desbrazan desde
todo. Se desmembranan a destiempo. Se
deshuesan inmortales. Se destejen
resoplando en claves mudas. Retumbándose
se mecen en grados lentos. Acoplándose se
danzan en superficies esfingéricas y
acuspidadas. Versileándose se intuyen. Sin
querer. Sin poder. Sin saber. Aun desde todo y
sobre todo. Mucho. En todas hipérboles.
Imantándose se excluyen.
Naves de papel les peripecian el aire
arbolado. Se combustionan con todas las
manos y con ninguna. Se revuelven en el éter.
Desplomándose se enraizan en un furtivo
embrace de vela.
Floriástica y deciforme se desombra en prosa.
Cera derretida que se derrama. Acróstica.
Sulfurada.
Cardinascente. Afluente. Cera cardamomo.
Cera efímera y leve. Diente de león y soplo de
pasiflora.
Ultimada la molécula cuneiforme del solisticio
se libera. Pequeña muerte acunada en la
estrofa asidorme del rito. Se mecen las
maderas contra la chispa incendiaria. Se
mecen y se rompen.
Polvo de junglas se sopla en su nuca.
Se descubren fabáceas y se saben cilíndricas.
Se buscan
infinitarias.
Fuego ovalado concéntrico exuberado
abastecido y
turgente. Fuego que reza sin manos con
cuerpo de mar abstracto y aroma de bosque
libre.
Inflamación del nervio vientáseo que aviva lo
que silicia.
|||
Atisbo de luz. Luz sombra. Luz doliente. Luz
punzante. Luz boreal. Luz destello.
Placer de ventanas abiertas. Silencio de
cuerpos exhiliados. Humo de huídas.
Desmembro del ser. Calma de lluvia. Corriente
descendiente. Espasmo de humo final. Humo
principio. Humo geroglífico de señales bastas
que se incrustan en el grito. Grito que no
acaba, aunque el agua. Grito que no cesa,
aunque el mundo. Grito que no duele, aunque
el nunca. Grito que, aunque no, sí. Grito
suspensivo. Grito que rompe un espasmo de
ensueño del otro lado del puente.
Del otro lado del puente se sabe tocada y
hundida, aunque no. Porque tanto. Y cuando
no, todavía.
Levitándose se rodean.
Se recogen incensatisfalarios.
Se renacen acunanfluos. Se gravitan en el
tiempo. Desde el tiempo. Sobre el tiempo.
Fuera del tiempo.
Se saben y se guardan. Se guardan.
Voy a construir un pensamiento en la
desobediencia última de tu pelo revuelto.
Dios se ha muerto en tu grito.
Ya no hay quien conjugue tu llanto. Qué lejos
nos ha quedado el viento de la prolijidad. Con
tus moldes de esquinas y mis columnas
barrocas mordiéndose en el piso de nuestra
infancia.
Ya no hay estatuto que abale tu risa, que
corre alegórica por mi árbol desnudo. No hay.
No busques contenido que te libre del
absurdo manto de ser humano. Piel. Deseo.
De qué lluvia se desprendió tu ritmo. Que
hace mi silencio imposible. Inquieto.
Desordenado.
La llama de tu tela boreal acarició el piso con
su relincho de caballo desbocado. No hay
caverna que resista las imágenes que
proyecta la desobediencia de tu forma
dándole golpecitos de olas al tiempo, que se
escurre entre la piel
y la piel.
Ya casi dudo de mis manos descubriendo el
plasma de este aliento.
Ya tengo olor a tierra mojada
Qué hambre me da saber que dudas. Que mi
cuerpo no te alcance. Que no te abarque el
mundo.
Desde la nada parto a llenarme de vacío.
Estoy encendida. Me llueve la noche
estrellada. Vivaldi me moja la piel. Le hemos
inventado un par de manos a la venus. Que ya
casi nos toca la risa. Y yo ya casi sé que no se
nada.
Le grito a la pared desnuda
si acaso se ha despertado
con el choque existencial
de tu lunar oblicuo y mi lunar gerundio
en la curva de un gemido
si acaso existimos
después del fin de tu boca que
ya
casi
empieza.
Verbo

“Somos parecidos a esos sapos que en la


austera noche de los pantanos se llaman sin
verse, doblegando con su grito de amor toda
la fatalidad del universo.”
René Char

Con antenas lúdicas mira el mundo desde su


ventana. Es brillante el mundo, qué brillante
que es el mundo. Es tan celeste que las horas
le lamen la miel que escurre por el sonido de
los árboles. Es tan brillante" que los pájaros
organizan sonetos que entran en sus oídos
como hormigas que en su hoja traen el néctar
de los días. Es tan brillante que incluso el
marco de la ventana le cosquillea en las
costillas. Los tonos marrones de la madera le
hacen titilar los ojos y algunos días de luna
llena se pierde en la cera de una abeja azul
que es más sedosa y resbaladiza que nunca y
juega a caer, caer y caer por toboganes
espiralados y ampliamente resbaladizos hasta
volverse parte de la madera que la toca que la
reparte, que la segrega, y una ya no sabe
dónde termina la otra. Es hermosa la ventana,
la madera, la vista, la mañana y el sauco que
cuelga como en un cuadro, desde la ventana.
Jacinta es feliz en su mundo, del libraje le
nacen pájaros que le festejan la muerte.
Jacinta mira la ventana. Es brillante el mundo,
el mundo marrón con espejos azules. Le pone
nombre de mundo a la ventana marrón. La
ventana es el mundo de madera cuando
Jacinta abre los ojos. Y cuando sueña, el olor a
cedro es un suspiro de dragón aceitando el
suave impacto de sus labios en la taza de sal.
Jacinta es tan feliz, que hoy por primera vez
leyó la palabra ambigüedad y se imaginó una
fruta verde con olor a caramelo con caderas
breves. Con sustancia viva. Está tan triste, que
del libraje reverdecen luciérnagas y flores Tan
brillante es el mundo, el mundo liso de trapos
sagrados. que ni siquiera nota que está
ausente de puertas y de látigos.
De sabor crudo. De gemidos grávidos. De
pequeñas y leves y trágicas incitaciones a la
muerte.
ahora entiendo
-qué triste-
a la vecina de harapos en los ojos que salía a
barrer la vereda
en el medio del temporal.
para capturar con resignación inútil la
velocidad de las hojas.
ahora entiendo
-qué vergüenza
a la vieja de canas en los labios que con
canarios truncos en los dedos
pasaba horas repasando el barro
del malvón
mientras le hablaba de respiraciones
profundas y superficiales muertes inacabadas.
Ahora entiendo
- que obviedad-
la levedad de esta palabra
que elegí para darle entidad de látigo y de
reloj.
Ahí estoy yo. En el triángulo que está punto
de amasar. También me muevo entre los
artilugios que deforman el barro y lo
reafirman, en la alfombra sobre la que mece
los pies y en el pelo absurdo y solitario que se
eriza de placer cuando inicia todo este
mecanismo. Las paredes azules reflejan su
sombra y mi percepción de sombra. Hay
aromas sutiles y dolorosos, a sudor escrito, a
cuenco recién vaciado, a sándalo muy tibio.
Entonces ella, se apoya sobre sí como si
empezara una lucha, pero no lucha, en su
lugar se detiene, entierra los dedos en el bolo
y escribe: "de todos los paisajes ofrecidos, ella
mira el ocaso, es lo que necesita saber" y Ahí
estoy yo. Tan maciza. La mujer de cuclillas en
el barro, en el ritual circular del humo
mientras ella exhala y ensaya otra forma.
Vuelvo a ser triángulo, bolo, océano, mujer. La
forma me atraviesa como notas musicales de
una misma pieza inalterable. me despliego y
me comprimo rítmicamente mientras el
respirar es esperado y el tiempo es esperado y
la mano es esperada. Son las seis de la
mañana, yo duermo con una pestaña en el
sueño, con un hemisferio en esta cama tan
corpórea. pero mi cuerpo entero se dedica a
transitar lo que me dicta. ¿por qué una piedra
a la orilla del barro resulta tan blanca? Medito
con el barro, sobre el barro, fuera del barro,
medito en el insecto que camina su pierna y a
la vez soy superficie y tiempo y piedra blanca
y me pregunto por qué me muevo tan libre y
tan estrecha.
Estoy en el pájaro que anuncia la luz y la
transforma. Suenan alarmas amarillas.
Aunque nunca me sentí tan honorable,
escucho a chopin, de alguna manera lo
conozco y lo huelo y lo escucho. Las cosas
Suenan y vuelan y aman. Las cosas deberían
ser y son de otra manera. Mi cuerpo debería
latir y late en oteas latitudes. En la respiración
encuentro cuevas, piedritas, hojas secas,
niños, mujeres redobles. Cierro los ojos. Veo
geometrías de sombras desarrollándose en
mis parpados, como diminutos fotogramas
acuarelados en crecimiento. Me veo en el
centro del pulmón con la noción visual de mis
rodillas. Me despido de una forma tan
incomprensible como esta piedra blanca
entorno al barro. Sin embargo, se configura
en todo el cuerpo y más allá. La palabra nunca
se deshace en el tiempo. Hay una parte de mí
en el aire que no es cuerpo. Hay una sombra
de mi sombra en el barro que no es mía, y
como a esa piedra blanca, me pertenece de
una forma atroz. Hay partículas visuales en el
barro que miran a través de mis cristales.
Como un concierto cerrado de ojos
alumbrándose al unísono. Me siento
atormentada y fascinada en distintas
dimensiones y tonalidades. Ella ensaya otra
forma y la reafirma. Soy triángulo, arena y
mujer forma no dicha que se resume toda a
esta piedra blanca, tan ajena al barro y tan
dentro de él." Levanta las manos de la arcilla
con un gesto mudo en los labios como si fuera
entera bandera blanca y despierto gritada de
tambor de ritmo y de quietud, con los dedos
enterrados en el barro dibujo el triángulo que
estoy a punto de amasar.
Dibujábamos juntas sobre los mapas del
placer. Como niñas, como amantes. Como
serpientes que se entrelazan y se repelen.

La madera sin lijar siempre me pone un poco


mal.

Hoy todo me visita como en una estación

Imagen derramada al sonido. Porque esta


tierra del sonar es eso. Un cielo que de tan
abierto se rompe en el cuerpo. Raíces
dispares sumergidas en los huecos de la
materia. Un río que se adentra sin prevenir
por dónde. Todos los sentidos despertando
para la única tarea de arrancarse el nombre.
Las manos estirándose rastreras por el suelo
correntoso.

Abarcándolo todo, soberbiamente.

El saberlo todo en el movimiento. Llevar al


cuerpo, que no es poco, artesanal desde el
silencio entre cáscaras secas y barquitos de
savia. Yo, quiénquieraque signifique, que
vengo y que vengo y me deshago arenosa en
la premura de las aguas. Sobreviviente, con
redobles blancos de sal en la boca ofrecida.

Voy conmigo, con la contorsionada tarea que


eso implica. La vida en mí respira como yo
todavía no he sabido: callo y escucho. Aroma
a cedro y casa de pájaros. Higiene de vértigo
cantor.

Apunada. Rendida. Cercana.


Arquitectura colosal del silencio.

Y si acudo metódica a la evidencia, así se


distribuyen los hechos por la casa:

pluma libre del espacio que va cayendo


gravitacional por el tiempo sentido de la
intemperie.

Callo y escucho.
Circular, por toda la alegría.
No. No va a ser la primera vez
que adelante el mundo su tránsito de nuez
y mis pies se desplanten del púlsar
en el vértigo irreversible
de parar y mirar
de abrir y mirar.
No habrá una pausa en el eterno movimiento
de los cuerpos y de las cosas.
No harán su minuto de silencio los pájaros.
Los jefes seguirán tejiendo jaulas de tiempo
espeso
productivo
profiláctico
prometedor
prolijo.
Las palabras seguirán cayendo en la trampa
interminable de la imagen.
Seguiremos enamorándonos sobre los
puentes del rojo lirio del desconcierto.
Se desconocerán las manos en el grito
se preguntarán por qué
se comerán los párpados en sinuosos
laberintos de juego vivo
y tiempo leve.
Se reencontrarán los cuerpos;
será como entonces hasta ahora.
No bajarán los héroes de su torre de viento.
No reprimirán las promociones nuestra lucha
y nuestro arrullo.
El mundo seguirá su desconsuelo
premeditado.
Después de este silencio vertical
te encontraré la risa desnuda en algún árbol
besaré los nudos de la madera intacta
me dormiré serena en el anhelo esférico
del movimiento.
El mundo conservará
injusta
impoluta
su forma de águila.
Señalar mi bomba
Con las manos en alto
Para vivir en explosión.

Dibujar mi símbolo
en cada rincón de la piedra
para no morir de nada.

Escribir con estas manos


mi cuerpo desnudo
para darme lo que soy.
En el mansero sur de la represa había un día
dedicado a la ronda. Algún soplo de aire le
hubiéramos dicho si hubiesen existido esas
palabras. Mejor que no existieran. Porque
ronda y principio nos abarcaban mucho más
allá de las palabras. Los mirábamos con las
manos y nos sosteníamos de la cabeza cuando
decían árbol y los imaginábamos pensando en
ramas. Era un período de tiempo modificado
por los gestos de la ronda. No había nadie en
500 metros que pudiera sospechar la destreza
con que pan se nos giraba en la lengua y
entonces vení y entonces hambre y entonces
lluvia. Como si hubiera una memoria que
marcaba el compás y la gente o sus cuerpos o
sus deseos se ubicaban uno al lado del otro a
recordar. Pero recordar no era llenarnos de
imágenes yuxtapuestas y sonrisas y lágrimas.
Recordar era un hecho más real que una
sucesión de pausas en el tiempo. Así nos
llorábamos los unos a los otros sabiendo que
no entrábamos en cuatro palabras. No existía
tal cosa como una tradición, juntos éramos el
mar y cuando nos podíamos mirar sabiendo
eso en los otros nos llorábamos de susto y de
alegría y de certeza. Entonces cuando alguien
caía, ensimismado en recuerdos, toda la
ronda soñaba con árboles que los levantaban.
Todavía teníamos cuatro palabras, pero la
infinita combinación nos devolvía como olas, y
en silencioso fondo de árbol encontramos
pan, refugio, final.
Ellos no se preguntaban nunca por qué un
árbol cae. para qué, si no era peligroso árbol
mucho menos caída. Y era ahí en revancha de
árbol que se desdoblaban las imágenes.
Porque cuando un árbol caía se escribían
caídas en el cuerpo, se dibujaban símbolos en
el humo, se averiguaban indicios en la
sombra. Cuando un árbol caía, nuestros
cuerpos se levantaban, como árboles. No
existía tal cosa como un ritual. La ronda era
un pulmón de aire y hubiera llamádose ritual
si hubiéramos tenido una palabra como esa.
Solo teníamos acceso a ciertas palabras; árbol,
mar, ronda, principio. No necesitábamos más.
Porque era ahí en lo mínimo que podíamos
ensayar un infinito. Y vieras vos todas las
palabras que abarcaba árbol y hubieras visto
todas las bocas que llenaba mar. Hubiéramos
dicho memoria si hubiésemos recordado una
palabra como esa. Pero estaba bien principio
para ritual porque sin saber nosotras que no
existía abarcaba todos los después que al
tiempo le otorga cualquier símbolo.
“Humpty Dumpty sat on a wall,
Humpty Dumpty had a great fall.
All the king's horses and all the king's men
Couldn't put Humpty together again.”

Tenía una tienda de chocolates que hacía


referencia a un chiquero. Él sacaba paladas de
chocolate que tenían el aspecto de un lodo
negro y espeso para distraer a los conejos. Me
dijo que al entrar había roto un cable e iba a
haber que arreglarlo mostrándome una
palada de lodo chocolatoso. Los dos reímos
un rato más largo de lo que es debido. Me
habló de Lewis Carroll mientras, no sé por qué
razón me acompañaba a mi casa con la pala
llena de dulce en la mano. Me habló de un
cuento escrito por él, en que Lewis Carroll
narraba su propia muerte, una muerte de
causa propia. Un cuento que no existía, ya lo
sabía yo, pero me negaba a recordarlo.
Porque cada vez que él lo nombraba
aparecían frente a mí las palabras, los dibujos,
las pausas. No me dijo su nombre. Lo pude
imaginar en el cuerpo. Algo así como un
rombo con dos líneas intermedias y tres
diagonales.

En esa negación entramos al cuento como se


entra al agua. Desnudos y confundidos. Ni la
fábrica de chocolate ni Alicia en el país ni un
epistolario que nos nombre la masacre en la
utopía. Era un inflable. Un inflable con olor a
infancia, a tierra en los pies, a sudor frenético.
Dentro teníamos que saltar todos a la vez sino
se desinflaba. Dentro nuestros rostros se
mezclaban y retrocedían. De un momento a
otro me encontré con la desnudez de H Las
manos de F los ojos de A los pies que saltaban
esos sin dudas eran los de G. Dentro una
mujer contó mirándome a los ojos que a veces
su compañero le amputaba trozos del espacio
en sus movimientos desordenados y que en
algún lugar muy fuera del cuerpo a veces
sentía calambres. Sobre todo el amor, sobre
todo el amor, repetía como un eco
desenfrenado. Al salir mi ropa estaba mojada
como si hubiera entrado conmigo. Tuve la
sensación de que esa misma ropa ya no
podría cubrirme nunca más. Habían partes de
mí nuevas, y como recién nacidas,
necesitaban ropa que todavía no se ha
inventado para un cuerpo que recién estaba
inventándose conmigo. Seguí desnuda. Me
pregunté qué necesidad había. Sentí frío. Casi
me roban, casi era de noche, casi me traigo
una planta. Ella estaba en la mesa, sin
palabras y con sombra. Ella estaba al lado mío
sin palabras años antes. Hablaba con H en la
cocina. Al entrar estábamos a salvo. Y como
estábamos a salvo F quiso besar todas las
paredes. Había un muerto bajo nuestros pies.
No era una tragedia. Estaba lleno de
chocolate. F dejó de besar las paredes y quiso
seguir por el cuerpo. Salimos todos a pararla
con tantas manos.

Había un muerto bajo nuestros pies. Un


muerto de la vida. Un muerto de la vida no es
un muerto de causa natural, es un muerto de
su propia causa. Es un muerto de chocolate.
Es un muerto difícil de manejar, si se sostiene
demasiado tiempo sobre las manos se
deforma, se pega en los dedos. Se delata en el
olor. En los dientes negros. Es un muerto
pegajoso. Es un muerto para comerlo con los
dedos primero y morirse después. Morirse de
propia causa. Pero quién, qué oruga azul se
desataría de alas para darnos nombres
lapidarios en ese río de azúcar. Y quién, quién
nos iba a querer enterrar después, sin intentar
comernos y hacernos causa de su causa. Era
un círculo sin renuncia, había que enterrarlo
así con asco, como si fuera lodo, en un
chiquero horrible, como un cerdo bestial. El
muerto casi parecía guiñarnos un ojo, la tierra
a nuestros pies se lo comería y moriría de
propia causa. Lo sabíamos, le dejamos el
privilegio.

Habían dos apneas del sueño detrás del


cuento. De esas interminables como puertas
que suceden una a otra. Despertamos más
veces de lo necesario y siempre lo supimos. A
qué se despierta una después de despertar de
la vigilia. Onomatopeyas giran por la
habitación. Recordé que necesitaba ropa
nueva. Salí a buscarla. Tardé tres meses en
volver. Casi me roban, casi rompo un foco,
casi me traga una planta.
Volví desnuda. Con la letra de una canción
lamiéndome las ampollas.
Yo no quiero vestirme en el mundo hoy.
Alicia sonríe en algún cuento.
Soñé con una palabra
Que no me pude decir
Al despertar

Demasiado liviana para nuestras lenguas


Como si mi boca pesara tanto
Como si el sonido fuera de barro
Como si quisiera escapar a la eterna
correspondencia de este mundo de cosas
concretas en que mis manos existen
Se esfumó fuera del lenguaje
Nunca existió más que para este conjunto de
círculos que me atan a un cuerpo
Sospecho que era una palabra nueva primera
magenta
Entonces te das la vuelta
te lleno la espalda de flores
de suburbios, de flexibles racimos
Tengo la ilusión de niño canchero bajando de
la tribuna sabiéndose totalmente vacío de
niño que sabe que esa murga fosforescente
que le acaba de salir de la boca barriéndole
las vísceras nunca ha sido pronunciada por
ninguna barra pinta a espaldas de su gambeta
embrujada por otros arcos, otras esferas.
Voy con la suciedad de niña ilusionada en el
bosque que acaba de descubrir lo nunca dicho
pronunciándose celosamente en ese
movimiento inclinado hacia la vegetación que
crece allá, muy lejos de cualquier oído.
Quisiera decírtela despacio
Al contorno del sonido
Ensayar un trazo
Así de nueva, primera, magenta
Decirte que me acuerdo
De cada letra, de su entonación
Y persistencia
De lo que significaba en mi boca
De los mundos que de ella salían al nombrarla
Darte un par de definiciones y lugares
específicos donde ser nombrada para
encontrar agua y oro silvestre y girasoles
Que sientas el ondular de la piedra vista sobre
el remo manso y que allí la palabra recién
nacida para este mundo frágil encuentre nido
y sustancia
Pero solo la puedo representar con el cuerpo
En una sucesión de sonidos lógicos y
vertebrados
En una progresión de fotogramas raquíticos
En una suavidad obvia de sepias y olivares

Todo lo que quise decir era esto


Que soñé
Que no recuerdo
Esto que ahora sé
Sin saberlo.
Podríamos decir una verdad al fin
Empezar por asumir que nuestros dientes
hubieran chocado ni bien abrieras la puerta.
Que mis cabras hubieran salido desbocadas a
tu encuentro, dando vuelta los cajones,
rompiendo los vasos, llamándote hacia afuera
por las ventanas teniéndote en frente, sin
encontrarte todavía. Que desnuda en la
despensa, te hubieran encontrado mis cabras,
y locas de suturas hubieran saltado a
saludarte, ensuciándote la ropa, contándote
mis secretos, entusiasmadas de poder
avergonzarme todavía.

Que hubiéramos encontrado un pene exacto


en el centro de la vela y que después de
festejarlo con bombos y maracas y
macanudos jolgorios nos hubiéramos
enfurecido sin consuelo, como el ratón que
muerde su cola para comprobarse como el
dragón desmitificando a su especie para
hacerse parte
que lo hubieras buscado sin milagro
confundida y enojada en el resquicio de una
flor
que casi disculpándome hubiera sacado un
ramo de flores aunque no bastara
Que hubiera apagado la luz, aunque te
siguiera viendo
itinerante
por encima de las cosas y los nombres
que tus dientes desgarran
que mi deseo tiende al abrazo
que te hubieran crecido racimos de uva entre
las pestañas
y una cabeza de troll para cada mano
y un sonido horrible de los ojos
después de confesar
te odio, todavía.
Una verdad, cualquier verdad, la que sea que
rompa definitiva cualquier asombro
una verdad, distinta a esta
que no me entra en la boca.
Cotidianidades del terror

-Che, los vecinos se van de verdad. ¿Podes


creer?

El silencio hace temblar el río. Quién es él


después del rio. Quién es al lado, quién
debajo, quién adentro. Dónde está ahora.
Dónde queda. ¿Queda? ¿Quedan?
¿Quedamos?

I Puertas entreabiertas.
Está desnuda. Me mira fijamente. Una mano
sostiene el libro, la otra frágilmente se apoya
en la zona baja del vientre, absorta en una
burbuja ingrávida.
Y es grave, es grave la maquinaria que desata
el gesto, es grave el libro levemente inclinado
dejando caer jaurías de letras bimorfas que
saltan gruñendo a comerme la cara y es grave
su mirada, su mirada que se apoya en estos
ojos pero en ninguno, su mirada que escupe
un aire espeso que no sale, que choca
ferozmente con el iris como si sus ojos
estuvieran cristalizados en el ritmo sucesivo
de un verso que termina y vuelve a empezar.

VII Culpable
Carcañoto dobla en la esquina. No hay curva.
No hay camino. No se encuentra las manos.
Esa, esa sí era la trampa. En qué hormiguero
se escondía esa palabra. Con qué dignidad.
¿Yo la maté?
Carcañoto no tiene uñas.
¿Vale decirlo?

II Tantas puertas
Es grave la posibilidad. La posibilidad de la
dirección de su mano. La posibilidad de la
dirección de su mirada. La posibilidad de la
dirección de ese verso, que acaba de leer pero
que ahora ignora, que ha desechado o que
habrá penetrado absoluto algún hueco
profundo de tierra o de aire en su cuerpo.
VIII Desde adentro
Cuántas veces Carcañoto jugó a las
escondidas sin paredes. Era tan cierta la
infancia, que nunca nos preparó. Dónde, en
qué lugar específico del cuerpo y con qué
boca lo nombran las palabras que se dijo.
Cuántas veces señaló a la víctima ahí, donde
ahora juegan a las manos las palabras. Alguien
hizo de su cuerpo esa vergüenza. Cuántas
veces. Cuántos. Él mismo.

III Puertas sin tiempo


Está tan ausente que su ausencia se hace
mundo. Desconfigura un mundo. Lo destruye.
Nace un mundo propio en un aire espeso de
abandono.
Buscará el verso su mano cerca del placer.
Intentará aferrarse a lo real su mirada cerca
de la nada. Tendrá la forma del hueco de calor
que forma su mano, el verso que ahora cae al
vacío.
Estará saliendo del mundo su cuerpo
peligrosamente desnudo.
Se evapora en un sonido cerrado.
Y en su lugar gira sobre el abandono una hoja
de jacarandá.

IX Salir adentro
-¿Es ahí la libertad? Yo no veo nada.
-Si, es ahí, veo cuerpos desarmarse.

-¿No venís conmigo,


a la libertad?

Es tan ridículamente dolorosa la pregunta,


que la respuesta se evapora en el sonido. Se
hace carne. Hay algo en la carne que sabemos
que dura. Que huele. ¿Elección? ¿Dónde?
El tiempo nunca se acelera en su boca. Nunca
duda. Nunca se perturba. Nunca dice lo
primero, ni lo segundo. ¿Quién señala a
quién?

Alguien hizo de tu llanto ese elástico.


También, habré sido yo. En mí.
Las verdades se disipan en enjambre. ¿Qué
eligen mirar los ojos, cuando ven? ¿Eligen?

Las alas eran un dibujo plano, un buen dibujo.


Pared y carbonilla. Algunas palabras bien
puestas, bien sonantes , coloridas en la
superficie, con mucha sombra. ¿Quién elige?
Cuántos escondites imperceptibles hay en un
cuchillo. Acumulables.

¿A quién le hablan las noticias cuando hablan?

IV Puertas redondas

El libro queda. Sin mirada, sin desnudez, sin


manos o con tantas manos. Los libros siempre
quedan, como la mala yerba. Pasan los
cuerpos por él, se esfuman se encienden o se
inquietan, pero el libro inmutable queda. No
hay ningún gesto de satisfacción en él. No hay
tiempo, aceleración del tiempo o pausa. Solo
una tapa entreabierta, una invitación sutil al
abandono o al reencuentro de la lengua.
X Más adentro
Carcañoto junta la ropa. ¿Qué ropa? ¿Para
qué? ¿Hay abrigo en el despojo? ¿Queda algo
por ocultar, por mostrar, por adornar?

Carcañoto imagina un mundo. Lo rompe. Lo


sigue rompiendo. Carcañoto nunca para.
Nunca dice. Nunca encuentra.

¿Hay un cuerpo después de la palabra? ¿Qué


tipo de consuelo es el arte?

Cuando antes y después el aire es imposible,


¿respirar cambia de referente? ¿Existe?

Se florece rompiendo.
Se florece rompiendo.
¿Hay opciones habitables en el color?

La palabra nunca tiene que ver con el


cuchillo. Ni el cuchillo con la mano. Ni la mano
con el cuerpo. Con la acción. Con el
pensamiento. Con lo bueno. Con lo malo.

Todo es símbolo de todo, dijo alguien. O


viento, digo yo.

¿Marionetas de quién? ¿Hay libre albedrío en


la flor, en la abeja, en la boca que no dice, en
la mano que decide?

V Puertas imposibles
Cómo podría uno culpar a un libro.
Me tiro a capturarlo. Lo ahorco por su lomo
como si tuviera la solapa llena de cuchillos o
manos o víboras.

No se lo que busco. Tal vez busco la palabra


capaz de hacer desaparecer un cuerpo. O no.
Quizá en mi enorme egoísmo de cachorro
instintivo tan solo busco encontrar el tibio
rastro de su tacto en alguna página. Su mirada
febril sobre la palabra. Su perfume escondido
en el aire inquieto de un volteo de hoja. Su
código indescifrable en algún juego de
páginas arbitrariamente numeradas.

XI Desde la esquina
¿Hasta acá me amás?
¿Se mide,
en espacios el amor?
Carcañoto tiene un holograma de palabras
estratégicas en la puerta. Cada vez que la
abre, entra. Sigue entrando.
¿Desde cuándo?

VI Puertas de encastre
El libro está levemente marcado donde lo
dejó antes de desaparecer. La marca parece el
rastro de una herida o un sudor o una
despedida. Y ahí, frente a mis ojos, la última
imagen que vio con cuerpo antes de huir del
mundo.

《Sentada en el bosque vomita un pájaro, y


las nubes se sueltan a la inquietud. Un señorío
abierto de dudas le lima los dientes que ya
penetran el abismo de la flor. Al morder la flor
comienza a sangrar y esto desata un hambre
que devora la flor apenas tocando la lengua.
En ese roce de lengua el tiempo es una playa
inmóvil que observa la mano que teje la boca
que engulle el cuerpo piel y el cuerpo flor que
desaparecen en una apertura de pétalo.
Para cavar un pozo de estrellas basta un
espejo. Para pisar el techo, un espejo. Nadie
sabe. Nadie sabe dónde pisa. Nadie sabe lo
que pisa. Lo que rompe. Lo que toca. Lo que
ve. 》

Curiosos, pienso, son los gatillos del alma.

XII Puertas afuera


Carcañoto piensa. No dice. Piensa. Sigue
pensando.
Si soy yo quien sostiene el cuchillo. Por qué
deseo con las costillas en puño que sea una
flor, una selva, una manta tibia.

¿Soy yo quién sostiene el cuchillo?

No hay derecho en el dolor.

¿A qué edad, detrás de qué río


se evapora la pregunta?
Cotidianidades del terror.

Si, fui yo. Dice. Yo la maté. Digo. No puede


decir que el libro se la comió. Piensa. De
cuántas cosas a la vez estaré hablando,
cuando digo lo que digo.

Alguien me puso la palabra. Piensa. ¿Cuándo?


Alguien me puso el cuchillo. Pienso. ¿Ella?
Alguien le puso el libro. Piensan.

Carcañoto besa la tierra en su boca


entreabierta por última vez.
Se evapora en un sonido cerrado.
Y en su lugar gira sobre el abandono una hoja
de jacarandá.

El libro, entreabierto queda.


Acá se termina la poesía y empiezo yo,
un sudor entremezclado de mundos
una lengua enredada en el tiempo
unas manos de hambre y de silencio
un tambor maltratado por la lluvia
Hasta acá llega mi poesía y acá empieza mi
grito de silencio. Mi desesperación por las
corrientes, mi torpeza cotidiana. La princesa
descalza con costras de hambre en los pies.
Una pieza muda insolada de palabras.
Contené entre tus manos,
este grito que te doy
que tiene tanto de mi
que nos asusta
que nos divierte.

Gracias por venir.

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