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LLAMADOS A EVANGELIZAR

¡Quienes están llamados a evangelizar?Mc 16,15

Las 7 características de un Evangelizador


Para llevar a Cristo a los demás es necesario una experiencia con Él.

Por: H. Edgar Henríquez Carrasco | Fuente: Catholic link

El pintor, pinta, el escritor, escribe, el médico, medica. Siguiendo esta lógica


podemos decir que el evangelizador, evangeliza. ¿Esto es verdadero?
¿Realmente el que evangeliza es un evangelizador? Para llevar a Cristo a los
demás es necesario una experiencia con Él, ya que nadie da lo que no tiene y
nadie ama lo que no conoce. Ser un auténtico evangelizador no llega de la
nada, se va “cocinando” con el tiempo. Es un constante aprendizaje del
discípulo hacia el maestro. Es el fruto de una relación cercana, de una amistad.
Esa relación se ve reflejada en las obras de los evangelizadores. ¿Cómo puedo
ser un auténtico evangelizador? ¿Cómo puedo dar testimonio al mundo de lo
que creo y de lo que soy? Primero acrecienta tu relación con el Maestro;
segundo, haz un examen personal y ve si estas 7 características están
reflejadas en tu vida, vas por buen camino.

Características de un auténtico evangelizador:

1. Una sólida fe
Fundamental. Sin fe no podemos evangelizar. No hablo solo de la fe en Cristo,
en el Padre y en el Espíritu Santo; sino también de la fe en la Iglesia y su
Magisterio. He escuchado a algunos que dicen: «Yo evangelizo, llevo a Cristo a
los demás… pero eso del papa, como que no estoy muy de acuerdo…».
¿Cómo que no estás muy de acuerdo? ¿Eres católico o no? Yo no debo creer
solo en lo que me conviene, en lo que me gusta; debo creer aquello que Dios
me ha revelado y ha dispuesto para mi salvación. Nuestra fe es íntegra, no
puede ser una fe de supermercado donde tomo sólo aquello que me gusta y lo
demás lo dejo. Por eso el auténtico evangelizador debe decirle al Señor:
«¡Creo Señor, pero aumenta mi fe!» (Marcos 9, 24) y día a día renovar su
opción por Cristo conociéndole y amándole más.
«La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se
ven. Por ella fueron alabados nuestros mayores. Por la fe, sabemos que el
universo fue formado por la palabra de Dios, de manera que lo que se ve
resultase de lo que no aparece… fijos los ojos en Jesús, el que inicia y
consuma la fe…» (Hebreos 11,1-3.12,2).

2. La coherencia de vida
El Padre Pío de Pietrelcina decía: «Haz el bien, en todas partes, para que
todos puedan decir: “Este es un hijo de Cristo”». Pregúntate: ¿mis obras
reflejan a Jesús? Quienes me ven, ¿pueden decir que soy un auténtico
cristiano? (Piensa…) No pensemos que la coherencia de vida es una carga
pesada, insoportable. Al contrario, es lo que nos da la felicidad y nos anima a
continuar el buen camino que llevamos. La clave está en la humildad. En
reconocer que soy un necesitado de Dios y que el quiere necesitarme. Yo no
puedo evangelizar, no soy la luz verdadera; sino que mi misión es ser reflejo de
la Luz de Dios. Es Cristo quien vive y evangeliza en mí. La humildad hay que
pedirla a Dios, sólo así podremos ser un testimonio viviente de Jesús.
«Vino un hombre, enviado por Dios que se llamaba Juan. Éste vino como
testigo, para dar testimonio de la luz. No era él la luz, sino testigo de la luz»
(Juan 1:6-8).
3. Mucha humildad
Desarrollo aquí la característica ya vista en el punto anterior. ¿Qué significa ser
humilde? «La humildad es andar en verdad», decía Santa Teresa de Jesús. Y
es muy cierto. No podemos ser lo que no somos. Humildad es ser un verdadero
hijo de Dios. Humildad es reconocerme pecador. Humildad es saber que sin
Dios nada, ¡nada puedo! Humildad es no valorarme por encima de los demás,
creyendo que soy mejor. La humildad tiene un efecto práctico en la vida de
todo cristiano. Se es humilde siendo humilde, en gerundio. Y es esfuerzo
también. Para mantenerme siempre humilde es necesario que practique la
humildad. Es muy importante este punto en la Evangelización. Soy humilde
cuando sé que la obra no es mía, sino de Dios. Cuando no me apropio de nada
ajeno. ¿De quién es el Reino de Dios? ¿La Iglesia? Todo es de Dios, yo solo
colaboro, pongo mi grano de arena. Humildad siempre, esa es la actitud
cristiana.

«No hagan nada por rivalidad o vanagloria; sean, por el contrario, humildes y
consideren a los demás superiores a ustedes mismos. Que no busque cada
uno su propio interés, sino el de los demás. Tengan, pues, los sentimiento que
corresponden a quienes están unidos a Cristo Jesús» (Filipenses 2, 3-5).

4. La fidelidad en lo pequeño
San José María Escrivá decía: «Convenceos de que ordinariamente no
encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no
suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través
de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo» (Amigos de Dios,
8). Así es. No podría haberlo dicho mejor. Lo normal, lo que es pequeño a
nuestros ojos puede ser una gran ocasión para ser fiel a mi amor por el Señor.
Por ejemplo: cuando estamos en el autobús podemos ceder el asiento, cuando
estamos en la fila del banco poder ceder nuestro lugar a alguien mayor o más
necesitado, cuando devolvemos el dinero de más que nos dan al pagar las
compras… todo esto son “las cosas pequeñas de la vida” que, con amor, ¡se
hacen grandes!
«El que es de fiar en lo poco, lo es también en lo mucho. Y el que es injusto en
lo poco, lo es también en lo mucho. Pues si no fueron de fiar en los bienes de
este mundo, ¿quién les confiará el verdadero bien?» (Lucas 16, 10-11).

5. Una sólida vida interior


¿Vida interior? Se trata sencillamente de la íntima unión con Cristo. Una unión
real, natural, personal y constante. ¿Unión con Cristo? Sí, en el lenguaje
espiritual estar unido a Cristo significa que Él esté presente siempre en mi vida.
Lo está, efectivamente, pero yo puedo acrecentar esa unión a través de
constantes diálogos con Él (oración), a través de las virtudes teologales (fe,
esperanza y caridad) y a través de la participación activa de los sacramentos.
En fin, es buscar que Dios sea parte de mi vida y hacer lo posible para que esta
relación crezca cada día más. ¡Ojo que la vida interior se puede perder con
facilidad! Sí, cuando preferimos otras cosas, cuando dejamos de ir a misa por
comodidad, cuando ya no rezamos. La vida interior no nos garantiza que todo
vaya bien, a veces es al revés, se nos dan más ocasiones para que crezca ese
amor a Dios a través de tribulaciones y pesares. Lo importante es caminar
siempre de la mano de Dios, unido a Él.
«Amen al Señor su Dios, sigan sus caminos, cumplan sus mandamientos y
permanezcan unidos a Él, sirviéndole con todo su corazón y con toda su alma»
(Josué 22, 5).

6. ¡Mucha alegría (un santo triste es un triste santo)


La alegría es de esas cosas que se contagian fácilmente. A veces cuando
estamos tristes nos basta solo la sonrisa de otro para alegrarnos. La alegría va
más allá del momento. San Francisco de Asís nos dice: «por encima de todas
las gracias y de todos los dones del Espíritu Santo que Cristo concede a sus
amigos, está el de vencerse a sí mismo y de sobrellevar gustosamente, por
amor de Cristo Jesús, penas, injurias, oprobios e incomodidades», en esto
precisamente está la verdadera alegría. No somos alegres cuando no tenemos
problemas ni tristezas, sino cuando somos capaces de ver a Dios con nosotros,
que carga con nuestra cruz y nos anima a seguir. La alegría es, en síntesis, el
sabernos amados por Dios Padre Misericordioso. ¿Alguien puede aspirar a
algo mejor? No. El amor de Dios es lo más grande, por eso vivo alegre.
«Estén siempre alegres en el Señor; les repito, estén alegres. Que todo el
mundo los conozca por su bondad. El Señor está cerca. Que nada los angustie;
al contrario, en cualquier situación presenten sus deseos a Dios orando,
suplicando y dando gracias» (Filipenses 4, 4-6)

7. Formación continua (Leer mucho, escribir)


La escuela, la universidad, el instituto, etc. son instituciones que nos ayudan a
saber. La Iglesia como Madre y maestra también nos ofrece este espacio de
formación en el ámbito cristiano, sí, le llamamos catequesis. Todo católico por
lo menos ha pasado 3 años de catequesis. ¡3 años! Y, ¿qué he aprendido?
Mmmm. A veces no sabemos cómo responder a las preguntas de nuestros
hermanos separados (evangélicos). El problema es que no conocemos bien
nuestra fe. Para esto existe la formación continua. No basta con saber “algo”
sobre la fe, hay que escudriñar cada vez más hondo. Conocer la Biblia
principalmente, los sacramentos, la gracia, el perdón, el amor, etc. etc. Leer,
escribir, compartir la fe, hablar de ella con otros y crear círculos de estudio son
buenas instancias para aprender siempre sobre Cristo y sus enseñanzas.
«Así dice el Señor: Que el sabio no presuma de su sabiduría, que el soldado no
presuma de su fuerza, que el rico no presuma de su riqueza; el que quiera
presumir que presuma de esto: de conocerme y comprender que yo soy el
Señor; el que ejerce en la tierra la fidelidad, el derecho y la justicia; y me
complazco en ellas» (Jeremías 9, 22-23).
Luego de haber leído estos 7 puntos y haberte examinado, te invito a que
hagas un compromiso al Señor. Siempre es bueno, como fruto,
comprometernos a algo. Trabajar por mejorar algún defecto en mí, ser más
constante en mi apostolado, ir todos los domingos a misa prestando mucha
atención, orar todos los días media hora por la mañana o la tarde, etc. Así
sabremos que lo reflexionado tiene un impacto real en mi vida. La vida cristiana
es un constante trabajo. «El que no avanza en la vida espiritual, retrocede»,
porque la vida está en constante movimiento y nosotros vamos a
contracorriente. Así que ponte en marcha y no dejes de caminar con Cristo,
ayudando a tus hermanos con tu ejemplo de vida alegre y coherente,
intercediendo siempre en la oración por quienes se encuentran más débiles en
la fe y dejando que Jesús día a día vaya transformado tu vida.

DFGHJKLÑ{

LAS 4 CONDICIONES DEL EVANGELIZADOR*


marzo 28, 2020
Cuando se trata de evangelizar nos surgen muchas dudas y miedos,

especialmente cuando se trata de dar testimonio de vida y de proclamar la

Buena Nueva de Jesús ante grandes públicos. En muchas ocasiones creemos

que “somos demasiado nuevos en el caminar”, “no tenemos suficiente

conocimiento”, “no somos fluidos de palabra”, “somos muy tímidos”, etc, etc,

etc. Sacamos excusa tras excusa para no proclamar el nombre santo de

Jesús. Decimos como Jeremías:

«Ay, Señor, Yavé, ¡cómo podría hablar yo, que soy un muchacho!»

Pero Dios nos contesta:

«No me digas que eres un muchacho. Irás adondequiera que te envíe, y

proclamarás todo lo que yo te mande. No les tengas miedo, porque estaré

contigo para protegerte»


Lo cierto es que todos podemos ser evangelizadores, TODOS, pero no

todos cumplimos con las características de un buen evangelizador, y no

me refiero ni a ser bonito, ni a ser expresivo o espontaneo, tampoco me refiero

a ser muy inteligente o muy espontaneo, NO, nada de eso. Me refiero a eso

que vive un evangelizar en su vida y en su corazón, y que hace que su anuncio

mueva el corazón de todos a quienes llega, aunque use palabras sencillas y

hable atravesado.

Estas son las 4 características del evangelizador:

1. Experiencia de Salvación: para ser evangelizador debes conocer, en tu

propia vida, lo que proclamas. No se trata de saber mucha biblia ni mucha

doctrina. Se trata de que hayas tenido tu encuentro personal con Jesús. De que

te hayas enamorado de él. De que hayas tenido experiencia con el Espíritu

Santo de Dios. Esto es un requisito fundamental. Ya lo decían los apóstoles:

No podemos callar lo que hemos visto y oído (Hc 4, 20). Si sientes que no has

tenido experiencia de salvación en tu vida, es momento de que se lo pidas al

Señor. Pídele que te ayude a ser un testigo, y no solo un repetidor. Para que

cuando lo anuncies, hables de lo que has vivido, de tu propio testimonio de

salvación.

2. Fuego: El fuego quema y da vida, también purifica. Un evangelizador debe

tener en su corazón un fuego que lo impulse a evangelizar, un celo por el

evangelio, que lo lleve a querer que TODOS conozcan el mensaje de Jesús.

Ese mismo fuego que llevó a Pedro a levantarse el día de pentecostés y

convertir a 3.000 personas en un solo discurso. Ese mismo fuego que llevó a
Esteban a proclamar a Jesús hasta el martirio. Ese mismo fuego que llevó a

Pablo a no detenerse ante tantas persecuciones, exclamando ¡ay de mi si no

evangelizo! (1Co 9, 16). Si no tienes este fuego en tu corazón, pídele al Espíritu

Santo que venga a tu vida como lenguas de fuego. También los apóstoles

tuvieron miedo de evangelizar, pero cuando vino el Espíritu sobre ellos, se

llenaron del fuego que lo consume todo y lo renueva todo, y salieron a

evangelizar al mundo entero.

3. Saber dónde está parado: De nada sirve, hermanos, proclamar a un Jesús

en abstracto. Debemos proclamar a un Jesús que nos salva en nuestras

realidades concretas de la vida. Para eso debemos conocer y examinar el

mundo y la sociedad en que vivimos, y las realidades de las personas que

estamos evangelizando. No se trata de analizarlo todo como un sociólogo o un

etnógrafo. Sino de reconocer, a la luz de la sabiduría y el discernimiento del

Espíritu Santo, cuáles son las necesidades reales de las personas a las que

anunciamos el Evangelio. De esta forma podremos adaptar las palabras, las

formas, los ritmos, a la cultura de aquel lugar. Ya lo dice el Papa Francisco en

su Exhortación Apostólica Postsinodal “Querida Amazonia”: “A través de

un territorio y de sus características Dios se manifiesta, refleja algo de su

inagotable belleza”. Esto lo hacemos a ejemplo de Jesús que, como buen

pastor, conoce a todas sus ovejas, y por eso las llama por su nombre, les habla

en su idioma, comparte sus tradiciones y costumbres.

4. Vivir el evangelio… SER EVANGELIO: Hermano, de tu testimonio de vida

depende, en gran medida, el impacto de tu evangelización. Es necesario que

vivas de forma coherente a lo que predicas. Esto implica que debes primero

creer profundamente lo que anunciar y vivirlo a plenitud. Ya lo decía San


Francisco de Asís: “predica el Evangelio todo el tiempo y si es necesario usa

las palabras”. Tu vida es el primer (y tal vez el único) evangelio que muchos

conocerán. Pidamos al Espíritu Santo la gracia de ser coherentes, para que

podamos llegar al punto de poder decir, como San Pablo: sean mis imitadores,

como yo soy de Cristo (1Co 11, 1).

No se desanimen hermanos si ven que no cumplen con una o ninguna de

estas características o condiciones, yo mismo que escribo este blog no creo

cumplirlas a cabalidad, pero me esfuerzo cada día y pido a Dios que me

ayude a anunciarlo mejor, a ser más coherente y a tener más celo por el

evangelio, de forma que pueda cumplir su mandato de ir por el mundo y

evangelizar a todos los hombres.

La tarea entonces es que revisemos nuestra vida de evangelizadores y,

principalmente, de cristianos, y descubramos en qué estamos fallando.

Pidamos a Dios la gracia de anunciarlo mejor y démosle gracias por

el privilegio de servirle con amor.

Awertyuiop´+

ASWEDRTFGYHUJIKOPLÑ´{+

Un Método para la Nueva Evangelización.


Francisco el Papa de la Nueva
Evangelización.
En el marco de la Nueva Evangelización, se requiere una sencilla reflexión
acerca del cómo realizarla y lograr sus objetivos. Esto nos lleva a pensar
en el método de la misma.
Sin embargo, queremos presentar en las páginas que siguen a continuación
una propuesta desde un método muy empleado en la Iglesia: el de
la REVISION DE VIDA. Es el método del VER-JUZGAR-ACTUAR. Queremos
presentarlo, alimentado por las razones que le originaron y con la metodología
propuesta desde entonces. Pero, tratando de enriquecerlo con algunas
propuestas presentadas por Francisco, a quien solemos reconocer como el
Papa de la Nueva Evangelización.

No nos cerramos ni nos oponemos a otras formas metodológicas.


Sencillamente queremos profundizar en la rica herencia recibida hace casi 100
años. Ella ha ejercido una notable influencia en los diversos ámbitos del
quehacer teológico y del acontecer pastoral de nuestras Iglesias en todo el
mundo y, particularmente, en América. En primer lugar repasaremos el
significado de NUEVA EVANGELIZACION para luego hacerlo con el significado
y propuestas de la REVISION DE VIDA. Seguiremos la invitación presentada
por Juan XXIII de ver cómo ese método nos ayuda a “leer los signos de los
tiempos”.

A partir de esto, queremos presentar el nuevo movimiento del cual nos habla
el Papa Francisco en EVANGELII GAUDIUM: “PRIMEREAR”-INVOLUCRARNOS-
ACOMPAÑAR-FRUCTIFICAR-FESTEJAR. Este movimiento nos permitirá
enmarcar en los tiempos modernos y actuales el método del Ver-Juzgar-
Actuar. Este movimiento, nos indica el Santo Padre, se realiza en unos ámbitos
concretos: el tiempo-la realidad-la unidad-el todo (que generan principios
propios de acción). Por supuesto deberemos ver los sujetos, que se deben
tener en cuenta en la aplicación de este método a la Nueva Evangelización.

Se trata de una propuesta, de un ensayo. Esperamos que el lector atento


pueda enriquecerla y mejorarla con sus reflexiones.

LA NUEVA EVANGELIZACIÓN

La evangelización es la tarea y misión esencial de la Iglesia. La Iglesia dejaría de


serlo si no evangelizara. A lo largo de la historia, ella ha venido cumpliendo esa
tarea. Para ello, con el dinamismo de la encarnación de Jesús, se inserta en la
historia de la humanidad y en cada uno de los pueblos para anunciar así el
Evangelio del Señor. La Iglesia, pues, vive para evangelizar.

A lo largo de la historia, con diversos métodos y formas de acción, la misma


Iglesia ha ido adaptándose para rendir al ciento por uno en esa misión. Lo
hace, ciertamente, con la luz del Espíritu Santo, quien es el protagonista
principal de la Misión. En los tiempos recientes, se habla de una NUEVA
EVANGELIZACIÓN. Esto no significa que haya un cambio esencial en la misión
y en el contenido de la misma. San Juan Pablo II le da las características a esa
Nueva Evangelización cuando afirmó que se trataba de “nueva en métodos,
nueva en expresiones y nueva en ardor”.

Sin embargo, podemos ver cómo el concepto de NUEVA EVANGELIZACIÓN se


fue preparando en los últimos tiempos.

Lo verdaderamente nuevo no es el hecho de la evangelización que, como ya


hemos dicho, la Iglesia lleva a cabo desde el día mismo de Pentecostés, en
que algunos de los que estaban presentes pensaron que los Apóstoles
estaban borrachos y se fueron, mientras que otros, a los que Pedro les
anuncia la resurrección de Cristo, asombrados por lo que están viendo y
escuchando, “con el corazón compungido” le preguntaron “Hermano, que
tenemos que hacer”, y Pedro contesta: “arrepiéntanse de los pecados,
bautícense y recibirán al Espíritu Santo” (Hech. 2, 13-42). Lo verdaderamente
nuevo es la situación del mundo, después de la Segunda Guerra Mundial,
donde los cinco grandes se lo reparten según los criterios ideológicos con que
participaron en la guerra, al fin de la cual derrotaron al modelo del nacional
socialismo. La Europa Oriental y China continental quedaron bajo la férula
del marxismo ruso, y la Europa Occidental con el Japón incluido, bajo el poder
de la plutocracia anglo-americana.[1]

A partir de este terrible acontecimiento, comenzó una nueva etapa, la cual


hubo de enfrentar la Iglesia: el secularismo, la descristianización y el
relativismo ético. Desafían la misión evangelizadora de la Iglesia y va obligando
a pensar en una NUEVA EVANGELIZACION. La situación de la Iglesia es
delicada, pues debe responder a nuevos desafíos con una manera propia de
ver las cosas y de presentarse en el mundo. La rigidez, vivida durante muchos
siglos, luego del Concilio de Trento, impedía una acción misionera que
atendiera los nuevos retos. No resulta tan fácil dar las respuestas ante el
proceso de secularización. La Iglesia no se había preparado tanto para esto, lo
cual resultaba novedoso. Desde Francia se empieza a sentir la apertura hacia
un proceso de renovación de la acción pastoral de la Iglesia y, por tanto, de su
misma teología. En este movimiento van a influir el Cardenal Newman y la
escuela de Oxford, sobre todo con sus propuestas de carácter eclesiológico.
Chenu, Congar, De Lubac, entre otros, son nombres de teólogos que dieron un
impulso a esta nueva manera de hacer teología y pastoral. Se centraban en el
diálogo con la historia.

En estos intentos de renovación católica están presentes, con sus aportes y


confusiones, los problemas que la Iglesia tendrá que asumir y clarificar para
poder convocar, oportunamente, a una propuesta de nueva evangelización en
la sociedad actual.[2]

Pío XII, sobre todo luego de la II Guerra Mundial irá dando los pasos para la
renovación de la Iglesia. Mantiene y sostiene la continuidad del Magisterio
Pontificio, pero ya comienza a tocar los temas que reclaman los intentos de
renovación eclesial y pastoral en la Iglesia.[3] Un ejemplo claro lo vemos en su
eclesiología, cuando comienza a hablar de la Iglesia como “pueblo de Dios”
(cf. MYSTICI CORPORIS en 1943).

Su sucesor, Juan XXIII va a dar un paso importante, casi como un salto


cualitativo. Papa considerado como de “transición” abrió las puertas y las
ventanas de la Iglesia a fin de que penetrara “la frescura del Espíritu”. Tuvo la
osadía de convocar el CONCILIO ECUMENICO VATICANO II. Así se lanzó en la
aventura de hacer presente a la Iglesia como servidora de la humanidad y en
diálogo con el mundo actual. Va a invitar a “leer los signos de los tiempos” con
los ojos de la fe y la luz del Espíritu Santo y va a convocar a toda la Iglesia a una
tarea muy importante: enfrentar los desafíos de los tiempos modernos para la
evangelización. Podemos decir que Juan XXIII dio los pasos iniciales para la
entrada en la Iglesia de la Nueva Evangelización.

Pablo VI continuará el Concilio hasta llevarlo a término: será el hombre del


Concilio, ciertamente. Diez años después, luego del Sínodo de Obispos sobre la
Evangelización, el Papa da a conocer su Exhortación post-sinodal: EVANGELII
NUNTIANDI. Obra maestra que ilumina los caminos de la evangelización en
los momentos actuales. En su discurso final en la Asamblea del Sínodo sobre la
Evangelización, Pablo VI dice lo siguiente: “impulso nuevo, capaz de crear
tiempos nuevos de evangelización en una Iglesia todavía más arraigada en la
fuerza y el poder de Pentecostés”. En cierto modo se está adelantando a lo que
años más tarde San Juan Pablo II denominará la NUEVA EVANGELIZACION.

El Papa lo plantea de manera clara y directa:

"Las condiciones de la sociedad —decíamos al Sacro Colegio Cardenalicio del


22 de junio de 1973— nos obligan, por tanto, a revisar métodos, a buscar por
todos los medios el modo de llevar al hombre moderno el mensaje cristiano,
en el cual únicamente podrá hallar la respuesta a sus interrogantes y la
fuerza para su empeño de solidaridad humana". Y añadíamos que, para dar
una respuesta válida a las exigencias del Concilio que nos están acuciando,
necesitamos absolutamente ponernos en contacto con el patrimonio de fe
que la Iglesia tiene el deber de preservar en toda su pureza, y a la vez el
deber de presentarlo a los hombres de nuestro tiempo, con los medios a
nuestro alcance, de una manera comprensible y persuasiva. (E.N.3).

Juan Pablo II ya habla directamente de NUEVA EVANGELIZACION. Cuando se


dirige a los Obispos de América Latina, les dice que se requiere una Nueva
Evangelización: “nueva en métodos, en expresiones y en ardor”. No será la
única vez que el Papa lo diga. En muchísimas ocasiones y a todos los
episcopados del mundo les comienza a mentalizar sobre la urgencia de la
Nueva Evangelización:
El Papa intentará, a la vez, poner a toda la Iglesia en dirección a la “nueva
evangelización”. Con la autoridad que le otorga el ser Vicario de Cristo,
introduce la fórmula “nueva evangelización” acerca de la cual hace referencia
más de 300 veces. Con esta expresión, a modo de “intuición profética”,
muestra el camino que la Iglesia debe recorrer con su múltiples formas de
pastoral[4].

Benedicto XVI va a dar algunos pasos concretos. Entre ellos la Creación


del Pontificio Consejo para la promoción de la Nueva
Evangelización[5]: “He decidido crear un nuevo organismo, en forma de
Consejo Pontificio, con la tarea de promover una renovada evangelización en
los países donde ya resonó el primer anuncio de la fe y están presentes
Iglesias de antigua fundación, pero que están viviendo una secularización
progresiva de la sociedad y una especie de “eclipse de Dios”, que constituyen
un reto para encontrar los medios adecuados con la finalidad de volver a
proponer la verdad perenne del evangelio de Cristo”. Como se ve en el texto,
uno de los mayores intereses del Papa es la atención a las comunidades donde
resonó el primer anuncio del evangelio y que están atravesando por
situaciones que él identifica como “eclipse de Dios”[6]. Siendo aún Cardenal,
Benedicto XVI también nos presentó algunas ideas sobre la Nueva
Evangelización. Ante la tarea permanente de la Evangelización, se requiere
abrirse a las culturas y a los tiempos con sus exigencias. Aquí surge la
necesidad de plantearla como NUEVA: Esta debe ser capaz de hacerse
escuchar y aceptar por un mundo alejado, que ha sido vencido por la
secularización y que haga posible el diálogo Iglesia – mundo.

Con la llegada de Francisco, la Nueva Evangelización adquiere un mayor


impulso: su estilo y sus enseñanzas nos van dando los lineamientos de la
misma. Así nos lo deja ver en EVANGELII GAUDIUM 11:

Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no


practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En
realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su
amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre
nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor, subirán con alas como
de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31). Cristo es
el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre»
(Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre
joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por
«la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios»
(Rm 11,33). Decía san Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia
de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella,
siempre puede entrar más adentro»]. O bien, como afirmaba san Ireneo:
«[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad». Él siempre puede,
con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque
atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana
nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en
los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante
creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la
frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos,
otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de
renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica
acción evangelizadora es siempre «nueva».

La Evangelización no puede prescindir nunca de Jesucristo. En Él todo se


renueva. Aunque pasen los tiempos, la Evangelización será nueva porque
nuevos son el tesoro y la fuente: el Evangelio de Jesús. (cf. E.G. 12.)[7].

Francisco va a pedir que la Iglesia siempre esté en salida: que vaya a todos, en
especial a las periferias humanas. Allí se encontrará con los alejados y los no
creyentes y también con los seguidores de Jesús. Lo debe hacer con una
conciencia de discipulado y de misión. Iglesia en salida, la denomina él. Y nos
recuerda a todos los creyentes y seguidores de Jesús que somos “discípulos y
misioneros”.

La Nueva Evangelización, además, tienen que ver con la edificación de la


civilización del amor: anticipo del reino de Dios y anuncio testimonial de la
aceptación de la liberación del Señor Jesús.

Para la realización y puesta en marcha de la Nueva Evangelización, con sus


métodos, entusiasmo, ardor y expresiones, es necesario plantearse un
itinerario. Como lo indicó Juan Pablo II nuevos métodos van apareciendo en el
horizonte. Todo dentro del marco de una decision y entusiasmo que permita la
realización del acontecer evangelizador (parrêsía). No faltan las propuestas de
métodos, los ejercicios de planificación, las invitaciones a las acciones
misioneras. Por eso, a continuación quisiéramos dar un paso de acuerdo a lo
que nos planteamos en la propuesta que le presentamos al lector. Veremos
“un” método. Este ha sido asumido desde hace años y suele ser el empleado
en muchas acciones eclesiales. Quisiéramos verlo bien enmarcado (desde lo
que le originó) y como un camino para asumir con alegría el desafía de la
Nueva Evangelización. Para ello, también nos valdremos de algunas
indicaciones del Papa Francisco: éstas mismas nos permitirá darle una
concreción y nos ayudarán a asumirlo desde el horizonte y dinamismo de la
“encarnación”. Se trata del método del VER-JUZGAR-ACTUAR, pero mejor
visto desde lo que le originó: la REVISION DE VIDA.

LA REVISION DE VIDA:VER-JUZGAR-ACTUAR
No es extraño comprobar cómo en una inmensa de documentos de carácter
teológico-pastoral se emplea el método VER-JUZGAR-ACTUAR. Sobre todo en
América Latina, esta propuesta ha sido acogida y asumida de manera muy
especial. Nace, como lo veremos, de una experiencia muy original denominada
“REVISION DE VIDA”. Ha sido muy beneficiosa, sobre todo para la motivación a
participar en el diseño de los planes pastorales y compromisos
evangelizadores.

Sin embargo, hemos de reconocer que no es el único método de aproximación


a la realidad o a la lectura de los signos de los tiempos. Nunca se debe
absolutizar un método… precisamente porque se trata de un “método”; es
decir, una forma de emprender un camino. Pero, aún así, es necesario
reconocer el impacto positivo de su empleo en nuestras comunidades.

Una dificultad concreta que nos encontramos en cuanto al método VER-


JUZGAR-ACTUAR es la siguiente: se ha vaciado de su contenido original.
Entonces resulta ser un ejercicio más bien hecho desde fuera y sin una
vinculación directa con lo que se ve, se juzga y desde donde emanan
compromisos. Nos explicamos. Quien lo propone, en no pocas ocasiones, trata
de ver la realidad desde fuera, sin estar tan involucrado en ella. Es fácil ver el
entorno y no verse dentro de ese entorno. Es un defecto producido por la
necesidad de buscar diagnósticos a como dé lugar. No se falla en la exposición
de la realidad, pero se le suele “ver” más desde fuera como si se tratara de
algo que no es propio… y en el caso de que lo sea, como algo que puede pasar
o que vemos con ojos más científicos o sociológicos o… que con los ojos de la
propia experiencia o de la fe.

Esto provoca otra característica que no es la mejor. El JUZGAR (iluminación


doctrinal, teológica) puede resultar más bien un ejercicio hecho también desde
fuera. Entonces se corre el peligro de hacer reflexiones buenas, hermosas y
ciertas, pero más como para decir que se sabe teología o que hay todo un
acervo doctrinal sobre la temática o problemática que se está viendo. Así, más
bien encontramos referencias que son necesarias y buenas… pero no desde el
compromiso propio de quien estaría “viendo” desde su participación y
pertenencia a la realidad “vista”. No se trataría de una reflexión iluminadora
tanto para la realidad como para el sujeto que está “viendo”.

En este mismo orden de ideas, el “actuar” sería constituido por una serie de
propuestas que apuntan a compromisos que habría que hacer para enfrentar
la realidad “vista”. También se corre el peligro de poder proponer una serie de
compromisos previamente diseñados o pensados y que se enmarcarían en la
reflexión anterior (Ver-Juzgar); más aún, existe otro riesgo: el armar todo el
andamiaje anterior para justificar o enfatizar y asumir propuestas pastorales,
que si bien son importantes y hasta necesarias muchas veces no responden
como fruto del auténtico “ver-juzgar”.
Es un riesgo. Es un camino fácil. Quizás hasta estamos acostumbrados a ello.
Es la actitud más cómoda y fácil: ver siempre desde fuera, sin vernos nosotros
inmersos en la realidad. Se trataría de “leer los signos de los tiempos” como si
fueran simples noticias de un diario o de una revista semanal.

Por eso, es bueno recordar los orígenes de este método, en la propuesta de


la REVISION DE VIDA. En 1925, JOSEPH CARDIJN funda la JUVENTUD OBRERA
CATOLICA y con ella el método de la Revisión de vida. La JOC nace en un
contexto muy especial debido al alejamiento de las grandes masas obreras de
la Iglesia, ante lo cual había que dar una respuesta de carácter evangelizador.
Es una nueva forma de ejercer el apostolado, con lo cual se rompe el
verticalismo clerical de la acción evangelizadora: así los laicos pueden
participar en el apostolado de la jerarquía. A la vez, es una novedosa forma de
educar en la fe: se va a los ambientes donde se vive y se trabaja. Esta original
forma de apostolado va a ir exigiendo una forma que sea eficaz, por lo que se
propone el método de la REVISION DE VIDA: VER-JUZGAR-ACTUAR. Años
después, cuando habla de los laicos, el Concilio Vaticano II, asumirá este
método:

«Puesto que la formación para el apostolado no puede consistir sólo en la


instrucción teórica, desde el principio de su formación el laico debe aprender,
gradual y paulatinamente a mirar, juzgar y actuar a la luz de la fe; a formarse
y a perfeccionarse así mismo, junto con los otros, mediante la acción, y a
avanzar así en el servicio activo de la Iglesia» (AA 29).

En todo caso, siempre es necesario y conveniente ir al sentido estrictamente


originario de la revisión de vida para que podamos, desde allí, dar algunas
orientaciones y sugerencias de cómo aplicar adecuadamente el método VER-
JUZGAR-ACTUAR. Así, entre otras cosas, podemos evitar las confusiones que
algunos tienen al hablar de la forma como se ha de realizar la revisión de vida,
llamando método a algo que está más allá de todo método.

En primer lugar, al revisar los orígenes y el sentido de la revisión de vida hay


que tener en cuenta el ámbito y las condiciones con las cuales se debe realizar:
En primer lugar, se trata de un método que, en sus orígenes (de JOC), requiere
la existencia de un equipo. Una especie de “grupo de vidas” o “comunidad
eclesial” según el lenguaje de hoy. Aunque no se descuida la acción y reflexión
individual-personal, es un método para ser empleado por un grupo de
compañeros y amigos o evangelizadores. Pero no es una actividad individual.
En esto se diferencia de los así llamados “métodos de oración”. Se privilegia lo
comunitario-eclesial. Los fundamentos de esta realidad nos la brindan algunos
textos bíblicos: Gal. 6,12 (“Ayúdense a cargar mutuamente las cargas”) y Efes
5,21; Col 3,9.16; Rom 12,10-11.
Desde esta experiencia comunitaria-eclesial se puede entender el fin de la
revisión de vida “unir la vida a la fe y hacer de la vida cotidiana asunto de
eternidad”. Se parte de la propia experiencia, en la cual uno está inmerso. No
es trasvasar datos tomados de diversas fuentes (aún cuando se puedan tomar
en cuenta), sino desde la misma experiencia y realidad donde se vive. Se parte
de la propia vida. Con esto se podrá dar un paso necesario: la lectura de esa
realidad de vida desde la propia fe. Es lo que algunos denominarán el inicio de
una “espiritualidad del acontecimiento”: busca ver el acontecimiento desde
la propia vida y ver qué nos dice la Palabra de Dios para poder actuar
debidamente, corregir o renovar, según los casos. Es, en el fondo, la capacidad
para poder hacer una “lectura evangélica de los signos de los tiempos”.

Y no todo se queda allí. Es verdad que se parte de los hechos, de la vida y no


del Evangelio. Pero el Evangelio está allí presente: Cristo mismo va a hablarnos
desde esa misma realidad vivida o dentro de la cual nos movemos. Es
experimentar la propuesta de Jesús en el Evangelio “”Porque donde dos o tres
congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos” (Mt,18,20). Se trata
de leer-revisar la vida en el nombre del mismo Señor Jesús. Esto exige la toma
de conciencia de esa presencia continua del Señor en la realidad donde se vive
y cómo su Espíritu nos ayuda a descubrirla. Se puede correr el riesgo de querer
manipular la Palabra, pero si se hace con la sencillez y sabiduría de la fe, se
podrá sentir la luz del Espíritu y, entonces, la estrecha relación vida-fe. Por eso,
la necesaria actitud de oración para poder descubrir esa presencia. Una
revisión de vida que no incluya la plegaria sincera e iluminadora termina por
ser un ejercicio de psicología social y nada más. La Oración abre a la
trascendencia la reflexión y podrá hacer que las conclusiones (ACTUAR) se
corresponda a lo vivido y al necesario crecimiento subsiguiente.

Desde esta perspectiva es como se podrá entender mejor lo que significa la


revisión de vida. Es re-leer los acontecimientos a la luz de la Palabra; dejarse
interpelar por ambas y poder así sacar serias conclusiones para un crecimiento
personal y comunitario. De allí la importancia de no reducirla a un simple
ejercicio de “mirar”. Más bien se trata de un “contemplar”, lo cual conlleva ver-
viéndose dentro de la realidad; ver cómo la Palabra de Dios ilumina a ambos;
la realidad y quien vive dentro de esa realidad. Conlleva un paso que va desde
el análisis y visión de la realidad hasta la toma de conciencia de lo acontecido e
iluminación de la fe. Por eso, sin lugar a dudas, se podrá desembocar en la
acción y en un compromiso renovador o acción verdaderamente
transformadora.

Con la revisión de vida, se busca contemplar a Dios, manifestado en medio de


nosotros, quien da a conocer su designio y proyecto de salvación en los
acontecimientos que se viven, leídos a la luz del Evangelio. Una consecuencia
clara de la revisión de vida es el encuentro con Dios, la apertura y
disponibilidad para cumplir su designio de salvación y la docilidad al Espíritu,
quien conduce e inspira la vida nueva del creyente. Con ello, se nos invita a
tener «los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp. 2,5). Con esto se podrá
“actuar” en el nombre de Jesús.

La revisión de vida posee un fundamento teológico: es experimentar


nuevamente las consecuencias de la revelación de Dios en Jesucristo (cf. DV 2),
por su Pascua, con la cual se ha transformado la historia de la humanidad. La
Pascua terina por invitar a todo lo humano a abrirse a la salvación. Sólo con la
Palabra de Dios podremos descubrir esto, pues nos ayuda a entender y
descubrir el sentido profundo de la vida, de los acontecimientos donde
estamos inmersos y cómo se debe “caminar en la novedad de vida” (Rom 6,4)
inaugurada por la Pascua y cuya meta es el encuentro definitivo con Dios
Padre. Es lo que debe realizar y obtener la revisión de vida.

De allí que la revisión de vida no sea un mero ejercicio de elenco de situaciones


o análisis fríos de la realidad, o llenarnos de datos importantes así sin más ni
más. Se contempla, desde la actitud del creyente y con la luz de la Palabra la
vida propia con todas sus características.

Los pasos de este método bien los conocemos. VER-JUZGAR-ACTUAR.

Ver:

Se presentan los hechos vividos o los acontecimientos marcantes en la vida del


grupo. Se elige uno de ellos para ver cuáles son los aspectos que cuestionan,
alientan, contradicen, etc. Su relación con la propia vida de los participantes.
Pero todo desde un horizonte de la fe: una lectura creyente de los
acontecimientos: es decir, se hace la pregunta acerca de lo que Dios nos quiere
decir a través de ellos, los acontecimientos. Condición necesaria es la apertura
de mente y de corazón y el no poner prejuicios o ideas preconcebidas

Juzgar:

Leer esos acontecimientos no con una actitud de juicio moral o de


interpretación filosófica, política o sociológica. Es desarrollar la actitud de
encuentro con Dios presente en los acontecimientos de la vida y la historia de
los hombres. Leerlos desde la óptica de Jesús. Desde su Evangelio podremos
descubrir cómo juzga el mismo Jesús esa situación concreta. Esto nos permitirá
ver, incluso en las situaciones de pecado, la acción salvífica de Jesús, que
constituye el designio amoroso del Padre Dios.

El Evangelio nos ofrece relatos y acontecimientos donde se nos muestra el


proceder de Jesús, que es muy distinto al de los demás e incluso al que
esperaban sus propios discípulos. Juzgar conlleva el ejercicio de entrar en la
mente de Jesús y su novedad para interpretar los acontecimientos; así somos
juzgados e iluminados por el mismo Dios desde su voluntad de salvación.
Juzgar no significa condenar; juzgar es interpretar la justicia salvífica de Dios en
los acontecimientos.

Actuar:

Viene a ser una consecuencia lógica de lo anterior. Dios ha manifestado


perdón, amor, misericordia y salvación. Esto nos lleva a concretar una acción
para poder recibir los frutos del designio de Dios para la humanidad: en el
fondo no es otra cosa sino la conversión, la cual se da en la misma realidad
donde se vive y la que ha sido “revisada e iluminada”. Es una respuesta desde
la fe, hecha realidad a través de obras de caridad concretas. En los últimos
tiempos se ha añadido a la revisión de vida, como parte y síntesis de lo anterior
la “celebración” del acontecimiento Cristo en medio de la comunidad. Se
celebra la salvación-liberación en medio de la realidad donde se vive.

Luego de esta síntesis apretada sobre lo que es la “revisión de vida”, podemos


dar otro paso: observar y tratar de entender los auténticos términos del
método VER-JUZGAR-ACTUAR, el cual solemos emplear con harta frecuencia en
la Iglesia. Nos puede servir como punto de entrada a esta reflexión las palabras
de René Voillaume:

No se puede hacer Revisión de Vida en solitario. Los discípulos de Emaús se


interrogan juntos sobre los acontecimientos. La realidad es compleja,
ambigua, siempre difícil de descifrar, en el sentido de que siempre corremos
el riesgo de querer avanzar deprisa, de que queremos desvelar el sentido
profundo de las decisiones, de los acontecimientos. Los discípulos de Emaús
tienen necesidad de ese extranjero que se une a ellos para ayudarles a ver, a
entender a la luz de las Escrituras. Y necesitan reunirse con los Once en
Jerusalén para confortarse juntos en su nueva fe en Cristo resucitado. Los
discípulos no toman suficientemente en serio el testimonio de las mujeres en
el sepulcro. En la Revisión de Vida, aprendemos mucho los unos por los otros.

Se trata de un método eminentemente eclesial. Por tanto, hay que hacerlo


desde la perspectiva de la fe y desde las páginas del Evangelio, para poder
concluir propuestas que enriquezcan el quehacer testimonial de cada cristiano
y la tarea evangelizadora de la misma Iglesia. De lo contrario, todo lo que allí se
haga quedará en la frialdad de los planes, de los libros o de las buenas
intenciones.

1. VER.

El método de la revisión de vida orienta la acción de la Iglesia al asumir este


itinerario. No se trata de un ejercicio para elencar situaciones, hechos o
problemas así por así. No es un mero diagnóstico. Cuando la Iglesia, en sus
diversas instancias y con sus variadas intencionalidades pastorales, quiere ver
la realidad lo debe hacer con dos condiciones: una primera, para ver dónde
hay que realizar la acción evangelizadora, no sólo para descubrir cosas por
anunciar o denunciar. Pero la otra condición es más importantes: se trata de
verse ella encarnada en esa realidad. Lo primero es importante, pero si no se
da lo segundo se corre el riesgo de querer ver la realidad desde muy afuera
con prepotencia y como si no se tuviera nada qué hacer en ella sino “para” ella.

La dinámica de la evangelización conlleva la experiencia de la misma Iglesia y


sus miembros dentro de la realidad donde se vive. Francisco, Papa, nos
advierte que la Iglesia es eminentemente pueblo. Si es pueblo de Dios, lo es
dentro de la historia. El riesgo de no hacerlo es ver a la misma Iglesia como una
corporación muy especial, quizá llena de cualidades religiosas y santificadas,
pero alejada de la gente. La Iglesia es luz en medio de las naciones y los
pueblos (cf. LG 1). Por tanto, debe ver viéndose. No es un juego de palabras: es
ver la realidad donde evangeliza; pero también verse ella evangelizando allí:
con las exigencias que le hace la misma realidad, con la forma de evangelizar,
con los logros y fracasos, luces y sombras. Un defecto, muy clericalista por
cierto, consiste en ver desde lejos y como una experta sociológica la realidad
que la circunda, como si no tuviera que estar pendiente de ella. ¡Cómo le
cuesta a la Iglesia, sus miembros –jerarquía-laicado-vida consagrada- pedir
perdón por los pecados de la Iglesia! Para hacerlo se requiere estar muy
metidos dentro del pueblo de Dios, del cual se es servidor (pero siempre desde
dentro, no con actitudes externas al estilo de los filántropos).

Por eso, el VER-VERSE deviene en contemplación: para admirar la presencia de


Dios en todas las situaciones que se debe evangelizar. Dios pasa por en medio
de su pueblo. Ver-verse implica experimentar ese “paso del Señor”. Sólo así, se
descubrirá cómo orientar la acción renovadora propia de la acción misionera y
evangelizadora de la Iglesia. Entonces, podrá leerse desde la Palabra de Dios lo
que la misma realidad nos quiere decir. Sólo así, la Iglesia que evangeliza
puede sentirse evangelizada.

1. JUZGAR

Muy bien se dice que esta segunda parte del método debe ser dedicada a
“iluminar” con la Palabra de Dios, la Tradición y la Enseñanza de la Iglesia. Si se
ha cumplido bien lo anterior, entonces se podrá sentir la doble cualidad del
juzgar: “iluminar” la realidad e “iluminarnos” a nosotros para dar respuestas
evangelizadoras. No se trata de hacer una síntesis teológico-pastoral para
demostrar que se conoce la doctrina íntegra de la Iglesia sobre los diversos
tópicos que se han “visto”. Más bien, se trata de descubrir en la Palabra, la
Tradición y en la Enseñanza de la Iglesia, aquellas luces con las cuales podemos
juzgar, valorar y descubrir lo que Dios nos quiere decir y con la que quiere
iluminar nuestro compromiso apostólico y de servicio.
Podemos poner un ejemplo: ¡Cuántas veces al elaborar una visión de la
realidad familiar, en el momento del juzgar, exponemos la doctrina general
sobre la familia y el matrimonio! Esto no es malo pero no es lo que se
pretende. Se pretende es descubrir lo que nos dice Dios, o lo que nos pide
hacer, o lo que es necesario elaborar para poder atender la situación de familia
que hemos descubierto en el “ver-verse”.

Para lograr este cometido se requiere darle el sentido de fe a lo que estamos


“viendo”. Ello, a la vez, supone un arriesgarnos a descubrir lo que el Espíritu
nos dice y advierte. Se requiere sintonizar con el Espíritu y hacer la lectura
creyente de la realidad con los criterios propios de la Iglesia y guiados por la
oración. Contemplar a Dios que “pasa” para contemplar a Dios quien nos
“habla” desde la columna de nube de su presencia amorosa. Es darle el toque
espiritual y sobrenatural para que lo “visto” no se quede en un diagnóstico
inmanente y demasiado humano u horizontal.

1. ACTUAR.

El actuar no es la exposición de meras conclusiones elaboradas “a priori” o de


presupuestos que queremos, en cierto modo imponer. Se trata de descubrir la
fuerza iluminadora de la Palabra que nos abre horizontes. Para ello es
necesario ir “mar adentro” y no quedarse en la orilla de la mediocridad o de las
presunciones. Podremos tener ideas ya preparadas… pero sin imponerlas,
dejarnos guiar por la fuerza del Espíritu. Así, entonces se promoverán
compromisos y propósitos que van no sólo a perdurar en el tiempo, sino que
van a generar como una especie de reacción en cadena: los frutos producirán
semillas y éstas seguirán extendiendo su fecundidad en el tiempo, gracias al
compromiso de los creyentes y evangelizadores, cualquiera que sea su
condición.

¡Cuántos planes y documentos hermosos se han quedado en el escritorio en


los archivos, sencillamente por no haber nacido de la comunión entre el
Espíritu y los evangelizadores y creyentes en general! Ni siquiera son
recordados en los apuntes de los historiadores. De esto hay muchísimos
ejemplos. Pero, sin embargo ¡cuántos proyectos elaborados en el Espíritu han
permanecido en el tiempo, incluso sin anquilosarse sino que también se han
abierto a nuevas modalidades!

Actuar, en esta misma línea implica elaborar los compromisos propios de toda
la comunidad eclesial, pero desde la responsabilidad personal y grupal de
quienes han leído los signos de los tiempos y han hecho la auténtica revisión
de vida pastoral. Han sabido hacer algo importantísimo: mirar hacia adelante,
poniendo los ojos en el horizonte del Reino para poder ser dignos de él y llegar
a construirlo con los demás. Si el “actuar” es realista, vinculado al “ver-verse y
juzgar”, según los señalamientos hechos con anterioridad, de seguro que los
propósitos, los acuerdos, los programas, las responsabilidades y compromisos
nacidos del “actuar” serán fácilmente asumibles y puestos en práctica por
todos.

Para que todo esto se pueda dar, repetimos, hay que hacerlo desde dentro,
con la conciencia y el gozo espiritual de ser pueblo. No hacerlo es dar tantos
saludos a la bandera como sean necesarios. Es tranquilizar la conciencia y caer
en la trampa de la tibieza y de la mediocridad. El Papa nos invita, como lo
veremos posteriormente, a realizar este método del VER-JUZGAR-ACTUAR con
un nuevo dinamismo, el cual conlleva sentir de verdad la pertenencia al
pueblo. Es una manera de poner en práctica las categorías de “comunión y
participación” propuestas en Puebla.

En el fondo, este método nos permite entrar en el camino de quienes buscan a


Dios… también de quienes son buscados por Dios (los alejados e increyentes).
Dios es quien toma la iniciativa y la mantiene, a la vez que nos impulsa a
asumirla en el ministerio pastoral. Nos continúa llamando en las situaciones y
acontecimientos de la vida y leerlos a la luz de la vida de su Hijo, encarnado.
Nos toca, entonces descubrir en la propia realidad la acción de Dios. El se ha
metido en la vida de la humanidad para que nosotros lo descubramos y
sintamos su “paso” o “pascua”.

Allí está lo importante: descubrir la “pascua” del Señor en nuestro hoy. Por
eso, la revisión de vida (VER JUZGAR ACTUAR) no es un ejercicio piadoso de
dirección espiritual ni tampoco es un ejercicio de investigación sociológica
(aunque nos podamos valer de variados medios). Es ante todo, un modo de
buscar cómo se da la presencia del Espíritu en nuestra realidad y en nuestra
propia vida. Así se prepara y fortalece el encuentro con Jesucristo hoy, Él que
vive en las realidades del mundo y de los hombres de hoy. Es leer los “hechos”
nuevos de Jesús y sus discípulos con ojos de fe. Y no se queda, como lo hemos
dicho, en la simple comprobación de hechos, acontecimientos, situaciones… Es
“leer los signos de los tiempos” y dejarnos interrogar sobre nuestro ser y
quehacer, compartido con otros, para así brindarle nuestro testimonio y
nuestro compromiso, para actuar todos juntos en comunión.

De todo esto se deduce algo necesario: sin dejar a un medios y auxilios de los
cuales podamos y debamos echar mano, se debe hacer con sentido de la
contemplación y oración. Supone también un momento de silencio para
escuchar lo que Dios nos quiere decir; y así poder comunicarlo a los demás. Y
junto con ello tener un oído en el pueblo (en su situación que vive) para
hablarle a Dios de las alegrías y penas de quienes comparten con nosotros su
vida.

La evangelización no es estática ni se reduce a fórmulas o acciones


coyunturales. El Papa Francisco nos presenta en EVANGELII GAUDIUM un
dinamismo con el cual podemos realizar la nueva evangelización. Con él
podemos sentir que somos siempre “nuevos” y no nos encerramos en
esquemas aburridos o fuera de la realidad, sino nos abrimos a la continua
novedad del Espíritu (cf. n. 11). Es lo que descifraremos a continuación

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