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190 | las encrucijadas del liderazgo político indígena en la amazonia colombiana
como una frontera de colonización agraria, y la Amazonia oriental, que proyecta una
frontera de recursos (biológicos y minerales), que han dado por resultado configuracio-
nes demográficas y económicas contrastadas (Domínguez, 2005; Ariza et al., 1998).
La Amazonia occidental la conforman los departamentos de Caquetá, Putuma-
yo y Guaviare, cercanos al piedemonte de la cordillera oriental. Esta es un área de
colonización por excelencia, articulada de manera temprana a las dinámicas del po-
blamiento andino. Allí se han combinado formas de dominación colonial de la más
variada raigambre, que van desde las economías extractivas hasta los programas
estatales para la promoción del desarrollo empresarial y campesino, pasando por la
dominación misional y las colonizaciones espontáneas y dirigidas. En esta región
se ubican los frentes de colonización amazónica más antiguos y dinámicos (si bien
con muestras de agotamiento), por lo cual la población mestiza es predominante y la
indígena tan solo una pequeña fracción, que representa alrededor del 8,2% del total
(DANE, 2007). En la actualidad cuenta con una importante presencia de instituciones
del estado colombiano, que ha ido creciendo a medida que este ha entrado a dispu-
tarle el control territorial a los grupos armados insurgentes y a intentar erradicar los
cultivos de uso ilícito que jalonan la economía regional. La economía de esta subre-
gión está sustentada principalmente en una producción agropecuaria poco competi-
tiva y una expansión del comercio sustentada por el flujo de dinero que producen las
actividades vinculadas con el narcotráfico.
Lo que se conoce como Amazonia oriental, por su parte, corresponde a los depar-
tamentos de Guainía, Vaupés y Amazonas. Se trata de una región débilmente integra-
da a la economía nacional, pero cuyos vínculos históricos con la economía mundial
han sido importantes a través de intensas actividades extractivas (caucho, oro, recur-
sos forestales y faunísticos, entre otros). Aquí la población indígena es mucho más
significativa en términos demográficos que en la Amazonia occidental, y representa
casi la mitad de la población total (49,2%) (DANE, 2007). Hasta hace relativamente
poco tiempo, la Iglesia católica tuvo una fuerte injerencia en la administración de
estos territorios. A pesar de que puede ser pensada como una región más marginal
que la Amazonia occidental con respecto a los procesos sociopolíticos del interior del
país, los recientes procesos de reordenamiento territorial del estado la han equipara-
do con dinámicas políticas que hoy son centrales en todo el país. La ocupación del
espacio y la colonización son procesos limitados que se activan intermitentemente
con el auge de alguno de sus recursos naturales en los mercados internacionales. Su
comercio circula por vía fluvial o aérea, ya que carece de carreteras que vinculen sus
asentamientos con el interior del país.
La proporción demográfica diferencial de los indígenas en la Amazonia oriental y
occidental también se refleja con claridad en los casos específicos de los departamen-
tos donde son capitales Florencia e Inírida: solo el 1,61% de los 337.932 habitantes
del Caquetá se identifica como indígenas (DANE, 2007). Entre ellos predominan los
grupos étnicos uitoto, coreguaje, embera, nasa, andoque, muinane, catío y pijao. En
Guainía, en cambio, el 64,9% de los 18.797 habitantes se identifica como indígena
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2 De acuerdo con los datos del censo oficial de 2005, Florencia tenía una población de 137.896 e
Inírida de 15.676 (DANE, 2007).
194 | las encrucijadas del liderazgo político indígena en la amazonia colombiana
3 Se puede identificar un tercer tipo de liderazgo indígena, que no es materia de análisis de este
artículo, representado por aquellas personas que se caracterizan por su capacidad de proponer
discursos políticos sobre la diferencia cultural y la posición ideológica de los indígenas.
Este tipo de liderazgo lo componen algunos ancianos –cuyo conocimiento es valorado por
ser “tradicional”– hasta los profesores indígenas –varios de ellos educados formalmente en
universidades–, que tienen una particular habilidad para poner en sintonía discursos globales
y procesos locales y, desde ese locus, potenciar formas novedosas de concebir las identidades
étnicas en la actualidad.
4 Aunque utilizo la noción de partido para referirme a las organizaciones aptas para presentar
candidatos a cargos de elección popular, hay que señalar que este término es poco utilizado
por las organizaciones étnicas indígenas, dadas las connotaciones negativas asociadas con las
prácticas políticas de los partidos tradicionales (Laurent, 2007: 117). Para una caracterización
detallada del origen, plataforma ideológica y experiencia electoral de los principales partidos
políticos indígenas en Colombia, véase Laurent (2005).
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La tendencia organizativa indígena que predomina en el Caquetá desde los años ochen-
ta, cuando empezó su burocratización, es la creación de estructuras de representación
circunscritas a un grupo étnico en particular (una organización para los uitoto, otra
para los nasa, etc.). Aunque los indígenas de la región han hecho un esfuerzo por esta-
blecer organizaciones zonales que vinculen a los pobladores indígenas de un área geo-
gráfica delimitada, e independientemente de su filiación étnica, en el Caquetá aún no
existe una agremiación supraétnica que abarque a todas las poblaciones indígenas del
departamento, como sucede en la mayoría de departamentos del país. Al aproximarme
a los procesos organizativos de los indígenas en el Caquetá, encontré que la fragmen-
tación es su principal rasgo y a la vez el mayor escollo para consolidar una organiza-
ción supraétnica. Esa fragmentación se hace palpable, por ejemplo, en las diferentes
organizaciones indígenas que convergen en una ciudad como Florencia, donde cada
grupo étnico tiene una organización, o incluso donde un mismo grupo tiene varias
organizaciones, como en el caso de los coreguaje, lo que hace que cada una reivindique
sus intereses particulares y muchas veces haya rivalidades manifiestas entre unas y
otras, al competir por recursos escasos y espacios políticos bastante limitados. Esta
situación se ha convertido en un factor que afecta negativamente la visibilidad política
y la capacidad de maniobra de los indígenas de la región, pues, además de ser minoría
en la composición demográfica del departamento, la dispersión de los esfuerzos de las
múltiples organizaciones indígenas les resta eficacia a sus reivindicaciones.
En ese contexto, Orocapu se constituyó en 1987 como respuesta a la necesidad
de formar una organización que representara los intereses de las comunidades uitoto
de los departamentos de Amazonas, Caquetá y Putumayo5. Para la época se empezó a
5 Como un indicador de su extensión, vale decir que el área total de esos departamentos es de
223.515 km2.
196 | las encrucijadas del liderazgo político indígena en la amazonia colombiana
… yo fui fundador [de Orucapu]. Prácticamente fui el ideólogo de cómo tenía que
funcionar eso. Y me ambicioné tanto que le coloqué el nombre tan grande de Orocapu
que era para abarcar Amazonas, Caquetá y Putumayo. Y es que yo reconozco, o sea,
mi ambición fue tan grande [que] pensé que con eso iba a poder trabajar con el
grupo, pero nunca miré la parte de [las] debilidades [a las] que tenía que enfrentarme.
Primero, no tuvimos una organización política seria, definida, que tuviera un perfil
de un desarrollo sociocultural. Nunca la hubo, sino, como dice mi paisano, nació
a punta de “madrazos”. La criamos pero no la pudimos mantener. Eso es difícil
(diciembre de 2004)6.
6 Para hacer más fluida su lectura, edité los fragmentos de las entrevistas que cito aquí,
eliminando reiteraciones o muletillas y en algunos casos introduciendo conectores o palabras
para indicar el sujeto de la acción, los cuales se indican entre corchetes.
198 | las encrucijadas del liderazgo político indígena en la amazonia colombiana
La información que tenía que ser para el bien de la población solamente llegaba arriba,
al presidente o al representante legal de la organización. La gente de base no se daba
cuenta qué era lo que estaba pasando: si podían apoyar o no a los procesos que se
estaban haciendo […] Cuando una cosa no tiene base, no tiene sentido el trabajo que
se va a hacer, porque todos los trabajos que pensaba hacer Orocapu eran para que
impactaran o tuvieran beneficio, pero nunca tuvieron acogida [entre las bases] por la
razón de que nunca se trabajó desde la base (Florencia, diciembre de 2004).
200 | las encrucijadas del liderazgo político indígena en la amazonia colombiana
poblaciones indígenas del Guainía son significativamente diferentes de las del Cauca,
los orígenes de Asocrigua están relacionados con la crisis del Consejo Regional Indí-
gena del Guainía (Crigua I), organización que se constituyó sobre el modelo y la in-
fluencia del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), vanguardia del movimiento
indígena en Colombia desde los años setenta. Crigua I se creó en 1982 con el objetivo
político de lograr el reconocimiento legal del territorio que tradicionalmente habían
ocupado o que hacía parte de la geografía simbólica de las comunidades indígenas de
la región. Este hecho pone en evidencia un aspecto crucial que diferencia los procesos
organizativos de las comunidades de la Amazonia occidental y oriental: mientras
que en la occidental existe una mayor necesidad de ampliar y recuperar territorios
indígenas (como las pretensiones de los cabildos urbanos de Florencia) en la oriental
se trata más bien de legalizarlos.
Debido a problemas administrativos relacionados con la personería jurídica de
Crigua I, sus miembros decidieron cambiarle el nombre y crear nuevos estatutos para
obtenerla más fácilmente. Según sus estatutos, “el objetivo principal y único de Aso-
crigua es el de luchar por los derechos e intereses de los pueblos indígenas del De-
partamento del Guainía, por su unidad, territorio, cultura y autonomía” (Asocrigua,
s.f.: 2). Estas son las mismas reivindicaciones promovidas primero por el CRIC y
luego por la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC). Asocrigua asumió
un modelo organizativo y de representación diferente del de Orocapu: mientras que
esta última se estructuró alrededor de un comité central que representaba a un grupo
étnico en particular y operaba en la capital departamental, aquella estableció seis
zonales, distribuidas por los principales ríos de la región, cuyos líderes mantenían
un contacto directo con sus comunidades y periódicamente viajaban a Inírida para
compartir las experiencias y dialogar sobre las procesos, las estrategias y los fines
políticos de la organización. Se trataba de un ejercicio orientado a mantener un flujo
de información constante entre el epicentro político regional (Inírida) y las poblacio-
nes ribereñas asentadas a lo largo de los ríos de la región.
A mi modo de ver, y a diferencia del caso del Caquetá, el éxito de la experiencia
de Asocrigua como organización supraétnica departamental se debe a dos factores.
En primer lugar, al peso demográfico de los indígenas en Guainía, el cual motivó
la organización de las diferentes comunidades para traducir ese peso en un capital
electoral. En segundo lugar, porque Asocrigua heredó el carácter supraétnico de la
primera organización indígena en la región, el Crigua I, que abarcaba a todas las
comunidades del departamento. Es decir, mientras que en Caquetá cada grupo étnico
se organizó de manera independiente para buscar su participación en las esferas
políticas departamentales, en Guainía la heterogeneidad de los asentamientos hizo
inviable ese modelo desde un inicio. Es probable que esta situación le haya permitido
a Asocrigua madurar desde su origen estrategias políticas que priorizaban la unión
del electorado indígena y los valores del panindigenismo para resistirse al juego de
las prebendas partidistas y fragmentadas de los políticos “blancos”.
202 | las encrucijadas del liderazgo político indígena en la amazonia colombiana
Las elecciones de 2003 fueron el escenario para poner en marcha ese proyecto
político con “ideología indígena”, como lo describió Pablo. En cuanto que ese proceso
revela un tipo de encrucijadas distinto del que describí para el caso de Orucapu,
me centraré en las particularidades que rodearon la escogencia, elección y crisis de
gobernabilidad de ese candidato. En efecto, con el propósito de hacer “democrático”
el proceso de selección de su propio candidato a la gobernación para las elecciones
de 2003, Asocrigua organizó una serie de convenciones en las cuales debía partici-
par la totalidad de delegados de las zonales que la componen, para escuchar a los
aspirantes a candidatos exponer sus planteamientos políticos y organizativos. Para
formalizar la candidatura, Asocrigua sumó sus fuerzas con AICO, un partido político
con una importante trayectoria en la región andina del país. Los líderes de Asocrigua
7 Como ocurrió con la elección del gobernador Arnaldo Rojas en 1998 en representación de la Alianza
Social Indígena, con el aval de Asocrigua, quien luego fue destituido de su cargo (Laurent, 2005).
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lograron negociar un pacto que satisficiera sus expectativas: ellos movilizarían a las
bases indígenas para que votaran por el candidato de AICO y este les correspondería
con cuotas burocráticas en el gobierno departamental. La alianza beneficiaba a las
partes de manera conveniente: Asocrigua proveía a AICO con las redes políticas y la
capacidad de movilización de las bases indígenas, en un departamento donde AICO
apenas empezaba a hacer proselitismo político. Por su parte, AICO, que contaba con
los requerimientos jurídicos de un partido político, le brindaba al candidato elegido
por Asocrigua su aval y prestigio.
La junta directiva de Asocrigua estaba buscando un candidato indígena que tu-
viera habilidad en el manejo del español, conocimientos sobre el funcionamiento
burocrático de las instituciones, capacidad de liderazgo y capital político. El perfil
más cercano a lo que estaban buscando lo representaba Efrén de Jesús Ramírez. Pero
Ramírez tenía una particularidad: era un mestizo, o cabuco, como se les denomina
usualmente en la región, hijo de madre indígena y padre “blanco”. Sin embargo, Aso-
crigua se inclinó por él, en parte porque Ramírez se presentaba mucho más cercano
a los intereses de la organización que un candidato “blanco” y tenía un mejor perfil
que los demás aspirantes indígenas: contaba con experiencia laboral en instituciones
estatales del orden departamental y había sido concejal en el municipio de Inírida por
un partido tradicional, hecho que refrendaba su conocimiento del modus operandi
de los políticos tradicionales. Para Asocrigua, esa experiencia facilitaría en algún
grado la negociación de la agenda del movimiento indígena con las fuerzas políticas
tradicionales del departamento. En su pragmatismo, AICO no tuvo inconveniente en
avalar a Ramírez, ya que se presentaba como un candidato con opciones reales de
ganar la contienda electoral. Ramírez, por su parte, enfatizaba su linaje indígena
materno para ganar el respaldo de las autoridades indígenas, argumentando que su
condición de indígena le facilitaba su gestión de gobierno. En otras palabras, mien-
tras que los miembros de Asocrigua lo veían como un mestizo, él se presentaba como
indígena. En una entrevista, el gobernador Ramírez argumentó que “la condición
de ser indígena ha sido muy ventajosa, porque me ha abierto las puertas” (Inírida,
mayo de 2005).
Ramírez fue finalmente elegido y en 2004 tomó posesión de su cargo como go-
bernador del Guainía. Sin embargo, la euforia empezó a disolverse poco después
de la posesión del gobernador, cuando una facción de Asocrigua le retiró su apoyo
argumentando que él no estaba respetando los acuerdos burocráticos ni la agenda
política que habían pactado antes de las elecciones. Con los días, algunos miem-
bros de la organización rumoraban la causa de su incumplimiento. Se trataba de un
argumento racial: al no ser “propiamente” indígena, sino un “medio” o cabuco, él
no se debía al movimiento que lo había respaldado. Algunos lamentaban el oportu-
nismo del gobernador; aducían que solo había reivindicado su linaje materno para
lograr el apoyo de las organizaciones indígenas. Le recriminaban que, una vez fue
elegido, hubiese “olvidado” convenientemente los acuerdos pactados con Asocrigua,
para congraciarse con los políticos tradicionales de la región, quienes habían visto
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8 Aunque las motivaciones que sustentan la marginación de los políticos indígenas por parte de
los políticos tradicionales es un aspecto muy interesante de análisis, no es mi interés señalarlas
en este artículo. Quiero anotar, sin embargo, que en buena parte esta marginación obedece a
jerarquías raciales alimentadas por estereotipos sobre lo “indio” que hunden sus raíces hasta
los procesos coloniales de relación entre “blancos” e “indios”.
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Sin lugar a dudas, el gobernador del departamento era un “indio” para los “blancos”
de la región, pero él sabía que los indígenas lo identificaban como cabuco. Por ello,
a medida que su liderazgo político se desmoronaba, él intensificaba las estrategias
para acentuar su condición “indígena”. Finalmente, el gobernador fue suspendido
de su cargo en 2006 por haber violado el régimen de inhabilidades. Aunque estuvo
motivada por razones ajenas a las responsabilidades de su cargo, la suspensión del
gobernador frustraba las esperanzas de quienes veían en su elección una oportuni-
dad histórica para demostrarles a los blancos una forma distinta y eficaz de hacer po-
lítica. Para otros, en cambio, la caída en desgracia del gobernador dejaba una lección
importante: la organización indígena tenía que aprender a pactar adecuadamente su
respaldo a los gobernantes para garantizar el cumplimiento de los acuerdos políticos
y ejercer control sobre ellos. Melvino Izquierdo, presidente de Asocrigua y uno de los
jóvenes indígenas más activos políticamente en el Guainía, explicaba esa situación
a través de la metáfora del bongo o canoa. Decía él que la asociación llevaba mucho
tiempo construyendo un bongo para mover a todos los indígenas, pero los aspirantes
a cargos públicos con el respaldo de Asocrigua “se subían al bongo en época de elec-
ciones y una vez elegidos se bajaban” (Melvino Izquierdo, Inírida, mayo de 2005).
La experiencia electoral de Asocrigua constata que el peso demográfico mayorita-
rio del sector indígena y la capacidad de convocatoria electoral de una organización
no son garantía para lograr el control político de una región. También, que una cosa
es acceder a los cargos de elección popular y otra muy diferente es desenvolverse
apropiadamente en el entramado de las relaciones burocráticas que caracterizan a
las alcaldías y gobernaciones. La elección del gobernador indígena reveló agudas
debilidades de la estructura política indígena en Guainía. Este caso refleja una situa-
ción aparentemente paradójica: aunque se trató de un triunfo inmediato, la elección
del gobernador desgastó notablemente los consensos políticos que se habían logrado
dentro de Asocrigua, al generar agudos debates internos sobre la conveniencia de
haber aceptado a un cabuco como candidato de una organización indígena. Se trata-
ba de reconocer que los acuerdos preelectorales se habían disuelto, y, en tal caso, las
rupturas poselectorales se convirtieron en un escenario que no habían anticipado, si
bien el asunto del gobernador Ramírez les dejó la importante lección de anticipar me-
canismos de control para garantizar el cumplimiento de los acuerdos burocráticos.
política. Sin embargo, ese modo parece reducirse por ahora a fórmulas como la de la
“madre tierra” o la del “pensamiento colectivo”. Es claro que esas referencias discursi-
vas expresan las constricciones del discurso indígena que las expectativas occidentales
han creado, ya que, como lo ha señalado Graham (2002), los líderes indígenas ama-
zónicos deben demostrar una autenticidad y pureza que se ajuste a esas expectativas,
porque, de lo contrario, las audiencias externas interesadas en ese discurso (funciona-
rios de gobierno, activistas de ONG, etc.) lo interpretarán como carente de autenticidad
y contaminado, lo que debilita la eficacia de su valor simbólico (Graham, 2002: 188).
Lo interesante de esos discursos es que se alimentan de y reproducen formas hege-
mónicas acerca de qué es ser indígena en la actualidad (Spivak, 1988; Briones, 2003;
Jackson 1989). A este respecto, Jackson (1995) ha sugerido una paradoja interesante
que enfrentan estas organizaciones en la Amazonia: el tipo de intermediarios cultu-
rales (cultural brokers) que demanda el estado en las comunidades debe aparecer de
la manera más tradicional posible para hacer más eficaz su política. En ese proceso el
papel de los ejecutivos de la identidad (Agier, 2000) es paradójico: aunque riñan con el
liderazgo tradicional, su eficacia depende del énfasis que hagan en lo tradicional; pero
es claro que esta última percepción de lo tradicional se produce en el juego de espejo
que plantean las expectativas occidentales sobre las comunidades indígenas En otras
palabras, el empoderamiento de la autonomía de las comunidades indígenas bajo las
nuevas reglas del juego democrático que enfatizan lo multicultural pasa por reproducir
modelos externos acerca de lo indígena y la cultura tradicional.
Quizás uno de los aspectos más innovadores y alternativos de “lo político” (Mou-
ffe, 2005) que demuestra la experiencia de Orucapu y Asocrigua es que han convertido
un tipo de capital simbólico (la condición étnica reforzada por estereotipos esencialis-
tas globales acerca del “indio”/“lo indio”) en un tipo de capital político (su uso como
bandera política por excelencia de los candidatos indígenas en contiendas electorales)
en el cual lo “indio” y la autenticidad que se le atribuye han servido para promocionar
el lugar de los líderes indígenas en los escenarios políticos locales y regionales. Esa
transición de un tipo de capital a otro indica teóricamente la jerarquización entre mo-
dalidades diferentes de capital (Bourdieu, 2003), en la cual el capital simbólico que pro-
vee el presentarse en el escenario político como un “indio” y reforzar los estereotipos
que lo acompañan, busca ser redimido en términos electorales. En otras palabras,
el escenario político regional amazónico sugiere que el capital simbólico de promo-
verse como un candidato indígena que encarna lo mejor de la nobleza y el apego y
respeto por la naturaleza es eficaz solo cuando se traduce en votos suficientes para
ser elegido. Por lo demás, no resulta una estrategia muy efectiva ante los políticos
tradicionales presentarse como “indio” para negociar agendas de gobierno; allí lo
que interesa es acordar cuotas burocráticas y promover filiaciones y lealtades sobre
la base del modelo de relaciones patrón-cliente. Como lo indica Lauer (2006), entre
los líderes ye’kwana de la Amazonia venezolana, el reproducir las expectativas occi-
dentales sobre lo indio trae beneficios con ONG e indigenistas externos, pero afirma
pocas alianzas en los circuitos políticos locales.
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Por otra parte, uno de los aspectos más complejos que enfrenta el liderazgo indíge-
na amazónico está vinculado con el manejo de recursos públicos. El acceso al manejo y
ejecución de presupuestos que acompaña usualmente a los cargos de liderazgo al que
aspiran muchos indígenas ha generado apetencias burocráticas en muchos de ellos,
que ven la posibilidad de fortalecer su rol de liderazgo a través de la generación de
redes clientelistas al acceder a esos cargos. En ese proceso, el tema de la corrupción
encarna uno de los más grandes desafíos para las organizaciones indígenas (Laurent,
2005; Meneses, 2002). Es claro que el acceso a los recursos públicos ha generado se-
rios problemas organizativos en la mayoría de organizaciones indígenas amazónicas.
El impacto de esta forma de manejar recursos ha cobrado un alto costo para varios de
sus líderes y ha afectado el fortalecimiento de los procesos organizativos. Es frecuente
que algunos de ellos se vean envueltos en investigaciones judiciales, principalmente
por acusaciones por malversación de dineros públicos. Incluso algunos han sido des-
tituidos, encarcelados e inhabilitados para ejercer cargos públicos, mientras que otros
han sido incluso declarados objetivo militar y asesinados por las Farc, al ser tildados
por esa organización como corruptos, como sucedió con algunos líderes indígenas del
Caquetá (Alicia Perdomo, Florencia, junio de 2005. Comunicación personal).
Sobre la base de las conversaciones con varios de los políticos indígenas, resulta
evidente que el problema de los manejos de los recursos públicos y las transferencias
se ha convertido en un desafío crucial por la frecuencia con que se presenta. Se trata
de una de las encrucijadas que enfrentan al asumir la autonomía promovida por
las reformas constitucionales. Según la particularidad de estas prácticas políticas
de manejo de dineros públicos y la generalidad con que se identifican, cabe proble-
matizar si estas prácticas constituyen un ejercicio de malversación de recursos o se
trata más bien de una manera de articulación a la participación política concebida
desde lógicas culturales diferentes. De acuerdo con el enfoque de Gupta (1995), la
“corrupción” pasa de ser un “aspecto disfuncional” a ser comprendida como un factor
discursivo que construye al estado en la localidad (1995: 376) y, añadiría yo, refleja
la naturalización de la idea según la cual lo público es para lucrarse y utilizarlo a
favor de quien está en el cargo. Por lo tanto, prácticas catalogadas en la lógica judi-
cial como malversación de recursos tienen matices sociales y culturales enmarcados
en las concepciones locales acerca de qué es el estado y lo público, que no admiten
una simplificación de la idea de la corrupción, por cuanto introducen ideas acerca de
cómo hay que proceder cuando se accede al “poder” que otorga un cargo público. En
otras palabras, en la configuración del estado “en sus márgenes” (Das y Poole, 2004)
se hace necesario indagar por las percepciones de lo público y la participación en las
esferas del estado que alimentan el interés de los pobladores locales por vincularse a
una de sus instituciones.
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