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Comentario Bíblico de Genesis 3:1-24 Por: John MacArthur

3:1 la serpiente. El apóstol Juan identifica a esta criatura como Satanás (cp. Ap. 12:9;
20:2), lo mismo que Pablo (2 Co. 11:3). La serpiente, una manifestación de Satanás,
aparece por primera vez antes de la caída del hombre. Por ello, la rebelión de Satanás
había tenido lugar en algún momento después de 1:31 (cuando todo en la creación era
bueno), pero antes de 3:1. Cp. Ez. 28:11–15 para una posible descripción de la
deslumbrante hermosura de Satanás, e Is. 14:13, 14 para el motivo de Satanás para
desafiar la autoridad de Dios (cp. 1 Jn. 3:8). Satanás, como arcángel caído, y por ello un
espíritu sobrenatural, había poseído el cuerpo de una serpiente en su forma anterior a la
caída (cp. 3:14 para su forma posterior a la caída). astuta, más que. Engañosa; cp. Mt.
10:16. a la mujer. Ella fue el objeto de su ataque, siendo la parte más débil y necesitando
la protección de su marido. La halló a solas y sin la fortaleza de la experiencia y el
consejo de Adán. Cp. 2 Ti. 3:6. Aunque sin pecado, era susceptible de ser tentada y
seducida. ¿Conque Dios… ha dicho…? Satanás de hecho dijo: “¿Es cierto que Él os ha
privado de los deleites de este lugar? Esto no corresponde a uno que es verdaderamente
bueno y benévolo. Debe haber algún error”. Insinuó duda acerca de la comprensión que
ella tenía de la voluntad de Dios, manifestándose como un ángel de luz (2 Co. 11:14)
para conducirla a la supuesta interpretación verdadera. Ella lo recibió sin temor ni
sorpresa, sino como a un mensajero creíble del cielo con el verdadero entendimiento,
debido a su astucia.

3:2, 3 En su respuesta, Eva exaltó la gran libertad que tenían; con solo una excepción,
podían comer de los frutos de todos los árboles.

3:3 ni le tocaréis. Una adición a la prohibición original tal como ha quedado registrada
(cp. Gn. 2:17). Adán pudo haberla instruido así para su protección.

3:4, 5 No moriréis. Satanás, envalentonado por la apertura de Eva hacia él, pronunció
esta mentira directa. Esta mentira llevó de hecho a ella y a Adán a la muerte espiritual
(separación de Dios). Así, Satanás es designado como mentiroso y homicida desde el
principio (Jn. 8:44). Sus mentiras siempre prometen grandes beneficios (como en el v. 5).
Eva experimentó este resultado, ella y Adán conocieron el bien y el mal; pero a causa de
la corrupción personal, no conocieron como Dios conoce con perfecta santidad.

3:6 bueno… agradable… codiciable. Ella decidió que Satanás le estaba diciendo la
verdad, y que había comprendido mal a Dios, pero no sabía lo que estaba haciendo. No
fue una rebelión abierta contra Dios, sino una seducción y un engaño que la hicieron
creer que su acción era la correcta (cp. v. 13). El NT confirma que Eva fue engañada (2
Co. 11:3; 1 Ti. 2:14; Ap. 12:9). comió. Una transgresión directa, sin engaño (vea la nota
sobre 1 Ti. 2:13, 14).

3:7 abiertos… conocieron… cosieron. La inocencia observada en 2:25 había sido


reemplazada por la culpa y la vergüenza (vv. 8–10), y desde entonces tuvieron que
apoyarse en su conciencia para distinguir entre el bien y su nueva capacidad adquirida de
ver y conocer el mal.

3:8 Dios se apareció, como antes, con tonos de bondad y benevolencia, andando en
alguna forma visible (quizás la luz de la Shekiná en la que se apareció posteriormente en
Éx. 33:18–23; 34:5–8, 29; 40:34–38). No acudió airado, sino de la misma forma
condescendiente en la que había caminado antes con Adán y Eva.

3:9 ¿Donde estás tú? Esta pregunta fue el modo en el que Dios llevó al hombre a
explicar por qué estaba escondiéndose, no una expresión de ignorancia acerca de dónde
estaba el hombre. La vergüenza, el remordimiento, la confusión, la culpa y el temor los
llevaron a su conducta furtiva. No había lugar donde ocultarse; nunca lo hay. Vea Sal.
139:1–12.

3:10 tu voz. La voz de 3:8, que era probablemente Dios llamando a Adán y Eva. Adán
respondió con el lenguaje del temor y de la tristeza, pero no con confesión.

3:11 El pecado de Adán quedó patente por su nuevo conocimiento del mal de la
desnudez, pero Dios seguía esperando que Adán confesase aquello que Él sabía que
habían hecho. La resistencia fundamental de los pecadores acerca de admitir su iniquidad
queda establecida aquí. La cuestión sigue siendo el arrepentimiento. Cuando los
pecadores rehúsan arrepentirse, sufren juicio. Cuando se arrepienten, reciben perdón.

3:12 La mujer que me diste. De una manera miserable, Adán pasa la responsabilidad a
Dios por haberle dado a Eva. Esto solo intensificó la tragedia, por cuanto Adán había
transgredido a sabiendas la prohibición de Dios, pero seguía sin estar dispuesto a abrir su
corazón y confesar su pecado, bajo la responsabilidad plena por su acción, que no había
llevado a cabo bajo engaño (1 Ti. 2:14).

3:13 La serpiente me engañó. El desesperado esfuerzo de la mujer por pasar la culpa a


la serpiente, lo cual era en parte verdad (1 Ti. 2:14), no la absolvió a ella de su
responsabilidad por su falta de confianza y desobediencia a Dios.

3:14 a la serpiente. El ganado y el resto de la creación quedaron bajo maldición (vea Ro.
8:20–23; cp. Jer. 12:4) como resultado del pecado de Adán y Eva de comer el fruto
prohibido, pero la serpiente fue maldita de una forma singular haciéndosele arrastrarse
sobre su pecho. Es probable que tuviera patas antes de la maldición. Ahora las serpientes
representan todo lo que es odioso, repugnante y bajo. Están marcadas con infamia y son
evitadas con temor. Cp. Is. 65:25; Mi. 7:17.

3:15 Después de maldecir a la serpiente física, Dios se volvió a la serpiente espiritual, al


mentiroso seductor, Satanás, y lo maldijo. te herirá en la cabeza… le herirás en el
calcañar. Este “primer evangelio” es profético de la lucha y de su resultado entre “tu
simiente” (Satanás y los incrédulos, que son llamados hijos del diablo en Jn. 8:44) y la
simiente de la mujer (Cristo, descendiente de Eva, y aquellos en Él), que comenzó en el
huerto. En medio del pasaje de la maldición resplandeció un mensaje de esperanza, la
descendencia de la mujer designada como “ésta” es Cristo, que un día derrotará a la
serpiente. Satanás podría solo “herir” el calcañar de Cristo (hacerlo sufrir), mientras que
Cristo herirá la cabeza de Satanás (lo destruirá con un golpe fatal). Pablo, en un pasaje
que fuertemente evoca Génesis 3, alentó a los creyentes en Roma: “Y el Dios de paz
aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies” (Ro. 16:20). Los creyentes deberían
darse cuenta de que están participando en el aplastamiento de Satanás porque, junto con
su Salvador y debido a su obra consumada en la cruz, ellos también pertenecen a la
simiente de la mujer. Para más acerca de la destrucción de Satanás, vea He. 2:14, 15; Ap.
20:10.

3:16 preñeces… dolor. Este es un constante recordatorio de que una mujer dio
nacimiento al pecado en la raza humana y que lo transmite a todos sus hijos. Puede ser
liberada de esta maldición criando hijos piadosos, como se indica en 1 Ti. 2:15 (vea la
nota sobre dicho lugar). tu deseo… él se enseñoreará. Así como la mujer y su simiente
entablarán una guerra con la serpiente, es decir, contra Satanás y su simiente (v. 15),
debido al pecado y a la maldición, el hombre y la mujer enfrentarán luchas en su propia
relación. El pecado ha transformado el armonioso sistema de papeles ordenados por Dios
en desagradables luchas de voluntad personal. Compañeros de por vida, los maridos y
las mujeres necesitarán la ayuda de Dios para llevarse bien. El deseo de la mujer será
enseñorearse de su marido, pero el marido gobernará por designio divino (Ef. 5:22–25).
Esta interpretación de la maldición se basa en que en 4:7 se usan las palabras y gramática
hebreas idénticas (vea la nota allí) para mostrar el conflicto que tendrá el hombre con el
pecado, conforme este último busca gobernarlo.

3:17 Por cuanto obedeciste. La razón que se da para la maldición sobre la tierra y sobre
la muerte humana es que el hombre volvió la espalda a la voz de Dios para seguir a su
esposa al comer de aquello que Dios les había prohibido. La mujer pecó por actuar en
forma independiente de su marido, desdeñando su guía, consejo y protección. El hombre
pecó debido a que hizo abandono de su papel de guía y en cambio siguió los deseos de su
mujer. En ambos casos los papeles que Dios había establecido fueron invertidos.

3:17, 18 maldita será la tierra por tu causa. Dios maldijo el objeto del trabajo del
hombre e hizo que cediera con resistencia, aunque ricamente, su alimento a través de un
duro trabajo.

3:19 vuelvas a la tierra. Es decir, morir (cp. 2:7). Por el pecado, el hombre se volvió
mortal. Aunque no murió en el momento mismo en el que comió (por la misericordia de
Dios), fue cambiado inmediatamente, y se volvió susceptible a todos los sufrimientos y a
todas las desgracias de la vida, a la muerte, y a las penas eternas del infierno. Adán vivió
novecientos treinta años (5:5).

3:21 túnicas de pieles. Las primeras muertes físicas debieran haber sido las del hombre y
su mujer, pero fue un animal, una sombra de la realidad de que Dios daría un día muerte
a un sustituto para redimir a los pecadores.
3:22 como uno de nosotros. Esto fue dicho en compasión por el hombre y la mujer, que
solo de una forma limitada eran como la Trinidad, conociendo el bien y el mal, no
mediante una santa omnisciencia, sino por experiencia personal (cp. Is. 6:3; Hab. 1:13;
Ap. 4:8).

3:22, 23 y viva para siempre. Dios había dicho al hombre que ciertamente moriría si
comía del árbol prohibido. Pero puede que lo que Dios contemplaba era que el hombre no
fuese a vivir para siempre en aquel penoso estado de condición maldita. Tomado en el
más amplio contexto de las Escrituras, la expulsión del hombre y de su mujer del huerto
fue un acto de misericordiosa gracia para impedir que fuesen sustentados para siempre
por el árbol de la vida.

3:24 querubines. Más adelante en la historia de Israel, dos querubines o figuras


angélicas guardaban el arca del pacto y el Lugar santísimo en el tabernáculo (Éx. 25:18–
22), donde Dios tenía comunión con su pueblo. una espada encendida. Un fenómeno
inexplicable, quizás asociado directamente con los querubines o con la presencia de la
llameante, ardiente Shekiná que manifestaba la presencia del mismo Dios.

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