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Cajas de Humo
Cajas de Humo
Yamila Bêgné
The Daily Dreamer cubrió con una crónica los tres encuentros. Fue una crónica por
entregas, en tres partes. El cronista le había puesto como título “Cajas de humo”. Que en
nuestras conversaciones se hallaba el futuro de la industrialización, decía. Que nosotros
tres juntos, y solo nosotros tres, éramos suficientes para que los trenes pasaran a ser una
realidad concreta. Que si alguno de nosotros llegaba a morirse, o a desaparecer, o a
enloquecer, la locomotora a vapor nunca llegaría a existir. Contaba sobre el premio en
metálico que nos había dado Racing REMs: aunque no especificaba la cifra, dejaba en
claro que no nos alcanzaría para mucho. Además, en la primera entrega, la nota recogía
en coro nuestras voces. El reportero citaba a Blinkistop primero: “Con los trenes sobre
rieles, avanzamos hacia adelante, en progreso permanente”. Y después a Stepson: “El tren
perfecto funciona como una flecha en el espacio vacío, sin rozamiento, pura dirección”.
Y, en el último párrafo, a mí: “Van hacia adelante, sí, pero a la vez vienen del pasado”.
La tercera y última entrega reproducía los tres sueños, narrados en una primera persona
uniforme, anticuada por demás, que no daba ninguna cuenta de los rasgos propios de cada
uno de nosotros: las excentricidades de Blinkistop estaban borradas, al igual que las
sutilezas de Stepson y mi clara inclinación por el énfasis. Dispuesta esta vez en forma de
columna, la nota presentaba los sueños en orden cronológico, uno detrás del otro. El
cronista, al fin, incluía su nombre: Matthew Murray. Lo hacía, precisaba en la nota,
porque con su nombre aportaba sustento a la interpretación con la que quería terminar su
texto. Decía que una crónica por entregas no podía estar cerrada sin una intromisión
ostensiva del reportero; y que, en nuestro caso específico, The Daily Dreamer no podía
omitir acercar al público una lectura, al menos una, para el conjunto de los tres sueños.
Y, en pocas palabras, eso es lo que hacía Murray en los dos párrafos finales de su texto.
Decía que el dibujo que los tres sueños trazaban en conjunto parecía, de algún modo,
invisible, transparente. Decía también, desmintiendo sus propias afirmaciones de la
primera entrega, que no había que dar demasiado crédito a los contenidos concretos de
nuestros sueños, que no valían más que cualquier otro, que ser los primeros tres no los
hacía ni más premonitorios ni más visionarios ni más exactos en términos científicos. Era,
simplemente, decía Murray, una mera arbitrariedad que hubieran sido nuestros sueños, y
no cualquier otra tríada, los que habían salido primeros en el certamen de Racing REMs.
Por nuestra parte, Blinkistop, Stepson y yo nos encontramos una cuarta vez, en el mismo
bar. No llovía, no hacía frío, y los tres nos conocíamos, entonces, cuatro veces más que
antes. Llevamos los recortes de la nota de Murray y la releímos entera con las primeras
cervezas. Con la segunda tanda, Blinkistop dijo algo sobre un sistema de cremalleras
como mecanismo de acople para las vías, Stepson puso sobre la mesa los primeros bocetos
de un diseño nuevo y yo les conté cómo pensaba avanzar en el proceso de construcción
de los cilindros. El premio en metálico que nos había dado Racing REMs ya nos lo
habíamos gastado casi todo; nos quedaba solo una pequeña parte, muy pequeña, que
habíamos acordado reservar para pagar las bebidas de nuestro último encuentro. Era tarde
cuando nos paramos. Las sillas, para atrás. Los sombreros, de nuevo sobre las tres
cabezas. La mano de Blinkistop, la mano de Stepson. Y eso fue todo.