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Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Capítulo 66
Capítulo 67
Capítulo 68
Capítulo 69
Capítulo 70
Capítulo 71
Capítulo 72
Capítulo 73
FINAL
Capítulo 75
¡Enfermerooo!
Guillermo Lopez
Revisión a cargo de Susana Curia
Dirección Editorial
Yanina Orrego
Codirector Editorial
Julián Kronn
Queda prohibida la reproducción total o parcial así como su almacenamiento o fotocopiado mediante
cualquier sistema elec trónico o mecánico sin la debida autorización del autor o de la editorial. Todos
los derechos reservados.
La enfermería es una carrera técnica humanística perteneciente a aquellas
profesiones de solidaridad y bondad al prójimo, altruista. Una profesión que
requiere amplio conocimiento académico, preparación física y mental.
Carrera de procedencia oscura con futuro claro. De ascendencia en
reconocimiento mundial por ella misma, como por las demás profesiones;
necesaria para el correcto funcionamiento de las instituciones y de amplia
demanda laboral en el campo clínico así como comunitario.
La voz del paciente, quien vela por la persona cuando no hay nadie, la
presencia en ausencia de familiar, soluciona situaciones ajenas a su
profesión en pos de una mejor calidad de vida, sin retribuciones: la
profesión del futuro con grandes cambios tecnológicos, pero con el mismo
amor remoto de los inicios. Profesión que acompañó a la evolución del
hombre. La enfermería nació antes que la medicina, con los cuidados
brindados a quienes lo necesitaban, pero profesión reciente como carrera
universitaria.
La enfermería es ciencia, progreso, calidad humana. Una profesión
biológica que engloba lo psicológico, lo social, lo religioso. Este
conglomerado de conocimientos es requisito para el correcto accionar
profesional.
Prefacio
Eran las catorce cuando salí del Instituto de Salud Santa Mónica, una
jornada literalmente sencilla.
Necesitaba almorzar algo; tenía hambre desde el mismísimo momento en
que entré al hospital. Las otras comían y yo miraba y, la única vez que me
ofrecieron —sin ánimos— un bocadillo, dije:
—No, gracias.
Compré un sándwich de jamón y tomate en un kiosco cercano, y lo comí
mientras regresaba a mi casa caminando, ya que había gastado todo mi
dinero en ese emparedado. Al llegar, la bebida sería una lata abierta de
cerveza.
¿Qué decir de mi casa …?un cuarto de pensión. Está relativamente cerca
del Instituto Santa Mónica y del Hospital de Agudos Dr. Carrizo, donde
tengo que ir a trabajar a la noche.
Las instalaciones las comparto con una puta que, ya le dijeron, si sigue
llevando clientes la van a desahuciar; del otro lado, una pareja que cada
veinte minutos discute y se arregla teniendo relaciones sexuales. No
molestan los gemidos de placer por parte de la mujer, sino por parte del
hombre. Debo reconocer que son bastante creativos en sus dichos y, más de
una vez, los utilicé en mis encuentros. De ambos lados, si escuchan ruidos
molestos, me golpean la pared, pero si ellos los generan, hacen oídos sordos
como si fueran dueños de un barrio privado. Enfrente está la cocina y el
bañito; la ducha cae sobre el inodoro: muy creativos al construirlo, pues
podés estar cagando y bañándote a la vez.
Abrí la heladera compartida y me tomé la cerveza. Nunca fui de dormir
siesta pero, sabiendo que en unas horas se aproximaba el ingreso al trabajo
nocturno, preferí intentarlo. Debo mantenerme despierto ya que las noches
son largas.
Tengo mis dudas sobre el futuro, ¿dos trabajos? ¡Mierda que necesito el
maldito dinero! ¿O lo haré por otra razón? No siento querer más
experiencia… ni tampoco el dinero… no sé en verdad qué quiero pero
puedo auto convencerme que es por dinero. Quedo con la teoría de que el
puesto está para que otro lo tome antes que yo. ¿Qué clase de profesional
quiero ser ,qué me espera, qué me deparara el futuro? ¿Solo quiero ser un
buen profesional y cumplir con todas las expectativas impuestas? Trabajar
fuerte, duro y sin descanso es la clave para lograr cualquier meta. Allí
tendré respuestas. Creo que estaba deprimido o ansioso y ahora me doy
cuenta de cuánto.
Si lo pienso, no tengo absolutamente nada, ¿qué va a pasar con mi vida?
Solo puedo dormirme y ser un espectador de mi propia historia. Lo mejor
está por venir y, de verdad, estoy emocionado.
Con las zapatillas puestas me acosté a dormir y no pude.
Capítulo 4
Al salir del Carrizo, a las seis de la mañana, tengo que viajar hasta el
Instituto Santa Mónica, al que ingreso a las siete. Cuando lo planifiqué, no
me pareció tanto una hora de diferencia entre salir de uno e ingresar al otro,
pero fue lo peor que pude haber hecho. Es una hora en que los párpados
pesan, el sueño duele. Esta primera vez caminé y sentí que los pies lo
hacían por sí solos. Es una mierda de situación; quisiera estar en mi cama
durmiendo. ¿Mi cama? Hasta una cama de clavos aceptaría para dormir.
¿Por qué fui tan avaro para el dinero? Es horrible, y eso que solo estoy
caminando. ¿Será una larga jornada? Supongo que el derecho de piso
seguirá y me harán controlar como ayer.
Llego, tiro la mochila sobre la mesa y me desplomo sobre una silla. Dejo
caer mi cabeza sobre mis brazos cruzados, apoyadas sobre mis rodillas.
Al transcurrir unos segundos, la enfermera de la noche me increpa
indagándome con gestos asquerosos, con su cara demacrada y exceso de
maquillaje, que no ocultaban para nada su vejez.
— ¿Sos el nuevo?
— Sí ,soy Guillermo —dije, mientras me incorporaba.
—Acá, apenas llegás, recibís la guardia; los de la noche estamos tan
cansado como vos, que no duermas es tu problema, nosotros no podemos
dormir por atender gente. Todo sigue igual.
No acotó nada más. Ese fue su pase de guardia.
Llega su compañera sin saludar, sin mirarme, le pregunta:
— ¿Le pasaste?
Voy a Llegar tarde. No entiendo por qué la alarma no sonó y si sonó por
qué no la escuché. Me pongo los calzones y las medias de ayer, tomo una
remera limpia y busco el uniforme. Todo está arrugado y así lo deposito en la
mochila y, sin lavarme la cara ni peinarme, salgo a trabajar. Con dos líneas
marcadas y un rastro de saliva en la comisura del labio, no estoy lejos; con
un poco de apuro llegaré a tiempo, pero sudoroso. Una docente siempre dijo
que debemos estar presentables, pero prefiero llegar a tiempo.
No corrí, caminé rápido y así llegué al hall. Al intentar fichar vi a uno de
los médicos que se apresuró y colocó el dedo en la máquina; esta hizo un
sonido que indicaba que estaba todo bien y yo sería el próximo. El personal
de seguridad que observaba todo me chistó y me dijo, con cara de malo.
—No se puede fichar sin la indumentaria de trabajo.
Lo miré .Estaba vestido de policía pero no tenía un arma reglamentaria,
solo era malo de palabra y su vestimenta, un disfraz.
Repitió nuevamente y de mala manera:
—No podés. Son las reglas.
Pensando que yo me intimidaría y que iría al vestuario a cambiarme para
fichar. Le dije:
—Había un médico de civil, sé que era uno porque nadie va de traje al
trabajo.
¿Personal de maestranza de traje? ¿Enfermero de traje? No en esta vida.
—Disculpame —continué—, pero son casi las 7.00 a. m.
Y era verdad, faltaban tres minutos para el horario de entrada, me
descontarían parte del sueldo por solo fichar 7:01 a. m.
—Es así el reglamento, señor —me dijo, intentado ser correcto.
—Decile lo mismo al médico que ya fichó —le acoté, e intenté fichar y
me corrió el dedo.
—¡No se puede¡ ,!andá a cambiarte! —gritó.
Esa acción me pareció una agresión, una razón para un golpazo en el
rostro, una ira que salía por los ojos que él también tenía. Era cuestión de
segundos para iniciar una pelea con previa discusión. Pero en ese momento
llegó el médico de pelo feo, también de civil y pidió permiso: me vio, me
reconoció y, mientras fichaba, me saludó:
—Buen día, Guillermo.
Solo le dije “hola”, teniendo al idiota de seguridad próximo a mí.
Miré al de seguridad que quedó perplejo porque se dio cuenta de que era
algo personal contra mí o mi profesión y le dije escuetamente, con un tono
serio de voz:
—Todo muy lindo: las reglas, tu trabajo de seguridad, que estés atento a
quién ficha, quién está vestido y quién no, pero me parece muy de hijo de
puta que solo a los “crotos” los hagas vestir y a los de traje no les digas
nada. Mientras vos no le digas al resto que se tienen que vestir para fichar y
trates a todos por igual, yo lo hago de civil.
Y sin más, fiché.
Orgulloso por mi triunfo en la discusión, me fui al ascensor mirándolo y
él a mí. Ya había ganado así que puedo estar orgulloso de mí mismo por
fichar justo al horario de entrada ni un minuto más ni uno menos. De todas
formas llegué tarde al servicio porque tuve que esperar el ascensor; el único
que estaba en la planta baja era el de exclusividad para médicos y a ese no
nos dejan subir.
Capítulo 9
La hora del almuerzo es la hora que suelen dar el alta médica a los
pacientes. El problema de esta hora es que ya comienzan a retirarse algunos
profesionales o tienden a ocultarse, entonces es complicado encontrarlos.
Aunque los llames ya no están. Hasta la vieja Susana se va.
El inconveniente mayor es que muchos de los profesionales no suelen dar
buenos instructivos post altas hospitalarias comprensibles. Escuché mucho
de: “tome una de estas y dos de aquellas, si hay náuseas suspenda la
segunda y postérguela para la dosis de la noche y sino… se muere” y en ese
momento, risitas, y se van. Si les re preguntan miran ofendidos o
simplemente les recetan con letra de mierda las cosas y arreglate,
dejándolas sobre la mesita de luz. He visto hombres de familia insultados
por sus mujeres por no recordar las indicaciones; madres enojadas en vez de
felices por el alta, por culpa de esos papelitos de mierda; muchos intentan
hacer memoria al ver lo escrito en jeroglífico que jamás llegarán a traducir
y, cuando no hay caso, se van con dudas o preguntan, ¿a quién le
preguntan?, ¡al enfermero!
Le estaba dando de comer al pobre viejito desahuciado, que tampoco
quería mi asistencia; movía de un lado a otro la cabeza esquivando las
cucharadas de esa pasta crema que le dieron de comida. En eso escuché que
estaban preparando los bolsos; el señor de al lado se retiraba y estaba junto
a un familiar. Oía el cuchicheo de lo que decían.
—No entiendo, ¿por qué no pediste que te lo anote mejor? ¡Sos un
desastre!, ahí está el enfermero. Voy a preguntarle.
—Marta, él no estaba, él no sabe.
— ¡Sí! ¡Cómo no va a saber, Héctor!
—Vamos a casa.
—Esperá a que le pregunte.
Estaba cumpliendo mi cometido, o al menos intentaba, cuando se acercó
una viejita, que era la mujer del paciente de al lado.
—Disculpe —dijo mientras me vio intentando insertar sutilmente la
cuchara en la boca del paciente.
—Ya voy —le dije—. Dejé todo y ya la viejita volvía con su familiar a un
par de metros de donde estaba.
—Sí, Héctor, ¿Qué pasó? —me dirigí al paciente—: Felicidades que te
vas, lo hiciste muy bien, esperamos no verte más por acá—bromeé y
siempre recibo unas risitas que, en este caso, no llegaron. Esto digo cada
vez que se van de alta aunque sé que siempre vuelven.
—Joven, no entendemos las indicaciones.
El hombre mudo, nervioso y con culpa por preguntarme. Siguió la viejita:
—Usted tiene que saber lo que dice aquí.
—Sí, señora, es fácil, acá dice “omeprazol”, que es para la panza, antes
de las comidas y este es un fármaco que tiene nombre raro: es un antibiótico
de amplio espectro, así que tómelo después de comer; acá dice cada ocho
horas.
—¿Eso es un ocho? —indagó, como buscando mi aprobación sobre la
pésima letra del médico.
Solo sonrió, dándole la razón y afirmó con la cabeza. Y además este
último es un líquido para hacer buches; tuviste honguitos durante la
internación: gárgaras, mientras decís la letra “A”, eso te lo digo yo.
Además, hacerlo cuando te laves los dientes.
Me dio las gracias y eso que dije se lo anotó en una agendita que traía
con ella. Me preguntó si todo cada ocho horas y nuevamente le dije que sí.
Los despedí ,les deseé suerte, y volví a seguir intentando dar de comer al
viejo que se quedó internado. En ese momento, ingresó el camillero con una
silla de ruedas para trasladar afuera de la institución a Héctor. A los escasos
segundos ,llegó un médico, confundido de habitación. Miré a los recién
ingresados y antes que los saludase, la señora se había acercado al médico.
—Discúlpeme, doctor, pero ¿qué dice acá? No entendimos muy bien su
indicación.
—Señora, esa es el agua de buches…
Todo lo mismo que le había explicado se lo repitió el médico. Con la
salvedad de que se rieron cuando dijo la frase “si no hace caso se muere”.
—¿No me creen nada de lo que digo? Si es así me meto una a una las
palabras que dije por el agujero del culo al enseñar¿ ,para qué gasto tiempo
en educar?, ¿acaso mi función también es instruir al que no quiere
escucharme? —Me hizo reflexionar y dar cuenta de que ella no preguntaba
por lo escrito, sino asegurarse si lo que dije estaba correcto.
Capítulo 16
Salimos juntos del hotel para ir a trabajar. Clo me dijo que no iba a pasar
nada más a no ser que ella lo dijera, ella decidiría. Que estaba dispuesta a
que volviéramos a ser desconocidos si era necesario, al menos que aceptara
sus condiciones. Dijo que era respetada en la institución y que cualquier
chisme que dijeran sobre ella vendría a mí, y que ella no sería la
perjudicada sino yo. Básicamente, me amenazó.
No me importó, cumplí mi objetivo personal aunque sí debo admitir que
me emocioné al compartir algo con ella. Con el tiempo me enteré de que
estaba comprometida, y que sufre un tipo de crisis de inseguridad que la
hace salir a seducir para demostrarse que puede conseguir rápidamente a
alguien, si por algún motivo se llegase a separar. Solo lo hacía por ego, en
ese momento no lo sabía y acepté sus condiciones y si lo hubiera sabido
aceptaba de todas maneras. Ella estaba libre para hacer lo que quisiera y yo
estaba disponible para cualquiera que propusiera algo.
A eso de las ocho de la mañana, llamaron de mi trabajo nocturno para
avisarme que estaba suspendido hasta nuevo aviso por faltar a mi jornada.
Luego, llamaron a eso de las nueve para informar que me revocaban la
suspensión, porque notaron que había ido a trabajar una jornada extra, y
preguntaron si estaba dispuesto a hacer otra jornada de diez horas esa
misma noche. No pude negarme, quise quedar bien. Esa fue la segunda
propuesta que acepté en el día.
Le comenté a Clo que tenía una jornada extra por la noche y que no tenía
ganas de ir a dormir la siesta solo. Comprendió y fuimos después de
trabajar toda la tarde al hotel. Pasábamos de tocarnos y besarnos a reírnos y
viceversa. En fin, me bañé ahí y salí para trabajar a la noche. No dormimos
nada, fue mentira la propuesta de dormir que le hice a Clo, además de estar
cansado me dolía el pito de tanto sexo que tuvimos.
Nuevamente iba al servicio de urgencias con Carlos, lo saludé, le
comenté que estaba cansado y con un gran dolor de huevos.
Se rio con una sola carcajada, un solo “Ja” de los que son sinceros y
luego hizo silencio. De ese tipo de silencios que existen antes de que se
haga una reflexión. Y así fue.
—Mirá, hijo, en este trabajo hay dos tipos de enfermeros: los que
trabajan y los que trabajan forzosamente, ¿pero sabés qué tienen en común?
Me quedé callado, pero creo si decía algo era para quedar bien con él y
no lo que pensaba realmente. No emití respuesta.
— ¡Que ambos cobran lo mismo¡ !No hay diferencia salariaal! El
esfuerzo es para conseguir algo que querés. No lo inviertas donde nadie le
importe. A menos…
—… Que a mí sí me importe.
—Exacto, sos muy nuevo pero si tenés sueño y no hay nada que hacer,
dormí.
Esa noche tampoco pasó mucho o al menos eso dijo porque desde que
terminó de hablar me senté y me dormí hasta que me despertó para irnos.
Me sentí mal, pero menos agotado de lo que tendría que estar para mi
jornada matutina.
Le di las gracias a Carlos por el favor y él me dijo “de nada, pero no me
conformo con eso”. Se me acercó al oído y me dijo:
—Me debés la puta.
Asentí con la cabeza, sorprendido y confundido, y me fui a trabajar.
Capítulo 21
Ese día por la mañana me pasó algo muy extraño, destacable. Pues entra
en conflicto con lo aprendido en la universidad; dejó en mí una sensación
extraña, básicamente, un gustito raro en la boca. Pero debo ser yo quizá
porque a los testigos les pasó inadvertido, en horas se habrían olvidado,
pero me dejó una marca, una sensación de vacío.
No me gustó lo que me pasó y, repito, no fue ningún tipo de agresión y si
lo fue no era su intención; de eso estoy seguro, el único lastimado fui yo y
ahí es donde juega la tolerancia personal. Quizá sea yo extremadamente
sensible, y si sigo viviendo estas cosas es algo que tendré que modificar o
renunciar.
Primero, debo decir que me cambiaron de sector por un único día, y me
tocó atender además de varios pacientes más, al señor López, lo recuerdo
porque se apellida como yo. El hombre tenía ciertas dificultades
respiratorias. La familia venía al office a preguntarme sobre el oxígeno,
sobre sus estudios, en sí se sentía ahogado, pero por la incomprensión de las
indicaciones, no por razones fisiológicas deduzco.
Cada seis minutos tenía una pregunta nueva. No hacía más que ingresar a
la habitación y me torturaba a preguntas. Pero mis acciones estaban bien:
levantar la cama, bajar o subir la cabecera, controlar su dispositivo de
oxígeno, también responder preguntas simples, en fin, óptima atención de
enfermería. Pero en un momento no sé quién puta lo fue a evaluar que entró
en su discurso la palabra “saturómetro”.
—Mi papá necesita un saturómetro —dijo la hija—. Al rato, lo mismo, la
mujer.
—Mi marido necesita un saturómetro, ¿qué pasa que no llega el
saturómetro?
No lo sé. Pero ¿quién carajos le metió esa idea en la cabeza?, están en las
terapias intensivas y algunos tienen los suyos personales, pero es un
elemento muy caro para tener, y peor dejarle el propio a un paciente. Es muy
fácil de ser robado, y todos en los hospitales podemos ser víctimas de hurto,
hasta por nuestros propios compañeros o pacientes. En fin, no tengo uno, y si
lo tengo no se lo dejaría, no hay en la sala de internación, y si hay no es el
único paciente que lo tiene que utilizar, por eso el monitoreo constante de la
saturación de oxígeno es un quehacer de terapia intensiva, no de sala común
y nunca comunicaron su traslado.
—Llamá a tu jefe, al doctor, que mi papá siente que se va a morir,
¿ustedes no entienden lo sensible que está?, ¡le falta el aire y esto es
culpa de ustedes! Así y peores eran sus acusaciones.
Cuando ingresaba a la habitación, el paciente no tan viejo, estaba ahí
relajado, se preocupaba por otras cosas como la iluminación del baño. No
lo dije antes pero este tipo estaba en una habitación “Vip” y estos
pacientes no los atienden enfermeros, los atienden “sirvientes”, al menos
eso creen ellos y nosotros; así lo aceptamos también y más cuando hay una
buena propina.
Pienso que lo mal que hice fue ser interlocutor del médico, de la
supervisora y de cualquiera que me hablara.
El médico:
—Decile que los estudios le dieron bien, que su oxígeno está acorde.
Entonces iba a la habitación y les informaba “dice el médico que les diga
que los estudios dieron bien, que no se preocupen por su oxigenación.
—Pero si solamente le sacaron sangre ayer a la noche cuando ingresó
¿Cómo saben que ahora está bien? —decía la esposa del señor López,
sorprendida.
Llamaba al médico y no atendía. Yo seguía con mis quehaceres que pocos
no eran y estas situaciones atrasaban toda la jornada.
Volvía la mujer a indagar sobre el saturómetro y yo volvía a insistir por
teléfono; me decían:
—Decile que es una sensación subjetiva pero que le vamos a cambiar la
cánula nasal por una máscara.
Iba a la habitación del paciente para colocarle una máscara y le decía
“esto le va a ayudar a respirar mejor, así dijo el médico”.
—Pero ¿cuánto oxígeno van a ponerle? Avisá que él es paciente con
EPOC —decía una de las hijas que, por cierto, muy buena pinta tenía pero
ya me inflamaban las bolas.
Llamaba al médico y no me atendía y cuando lo hizo me gritó diciendo:
—Vos decí lo que te digo —Y cortó la comunicación.
Lo irónico es que no me dijo nada. Dejé la situación así hasta que
volvieron la esposa y la hija diciendo “llama al médico que se siente mal,
¡llámalo ya!, ¡ya no aguanta más!, de acá no me voy hasta que lo llames”.
Al llamarlo y decirle que el paciente quería hablar con él ,el médico debe
acercarse, aunque esté de guardia debe evaluar al paciente, quizá tarde si no
es urgente, pero deduzco que él también estaba cansado de la situación.
Cuando llegó el médico no era médico sino médica, tenía voz de hombre
por teléfono pero era una linda mujer.
—¿Qué está pasando acá? ¿Vos sos el enfermero?—preguntó mientras
observaba las indicaciones médicas. Fue a la habitación y yo, detrás de ella
como equipo disciplinario.
Al ingresar la increparon diciendo del saturómetro, de los análisis y el
viejo no entendía nada y empezó a decir:
—Esto es una mierda, atienden para el culo.
Y amenazó con arrancarse el oxígeno, la vía periférica y ahí todos
dijeron:
—¡Noo, noo!
Un actor de puta madre el viejo de mierda. Y fue entonces cuando me
humilló como profesional o, al menos, lo sentí así.
—Disculpen —dijo López, mientras miraba a la familia—, ¿me dejan
hablar con el profesional? —Todos asintieron y comenzaron a retirarse.
Yo me quedé al lado del médico. López me miró y me dijo:
—¿Me permitís?
—Sí —le respondí y me quedé.
De nuevo, como invitándome a salir, repitió:
—¿Me permitís?
Ahí comprendí que cuando dijo “profesional” no se refería al equipo, sino
al médico solo; quiso decir que permaneciera dentro de la habitación
únicamente la médica. No quería que yo escuchara al igual que la familia, así
que salí. Lo que me enseñaron fue que nosotros somos el oído del paciente;
este caso me demostró lo contrario y más cuando salió la médica que me
dijo:
—Dejá todo lo que hacés y prioriza acá: administrale hidrocortisona
endovenosa ¡pero ya!
Y ella volvía a la habitación. Le dije que esperara, que ya se lo preparaba
y que se lo diera ella, ya que iba a la habitación, así me enfocaba en hacer
otra cosa. Me miró y dijo:
—Soy médica, no enfermera
Y se fue. Entonces fui otra vez a la habitación a administrar. Seguían
hablando, no escuché nada. Al salir me paró un familiar de otro paciente en
el umbral de la puerta y me dijo que tenía que controlarle el azúcar a la
mamá. Y la médica me gritó desde la habitación:
—¡Hacele también unas nebulizaciones con ipratropio!
Entré al office a buscar los materiales. Era nuevo, mucho no me hallaba
en el lugar, por eso me quedé parado y me vio en esa situación. Me dijo:
—Un hemo gluco test y una nebulización, ¡no es tan difícil lo que tenés
que hacer!
Solo la miré de manera molesta pero hasta ahí llegó mi dedicación; de ahí
en más solo miraba el reloj porque solo quería irme. No quería seguir
estando allí. “Mañana será otro día y estaré más preparado para afrontar
esto”, me dije.
—¡Que desprecio !—me dijeron, e inculcaron que éramos un pilar para la
estructura del hospital— Habría que informarle a ese paciente y a la médica
y supongo que a muchísima gente más también porque, aparentemente, no
todos lo saben.
Capítulo 22
¡Me están hartando¡ !Hace más de veinte minutos estoy yendo y viniendo
por esta medicación de mierda a farmacia!
El hijo de puta dijo que faltaba la firma del médico, el que estaba de
guardia no estaba por ningún lado. El balón donde envían la medicación a
la sala no funcionaba por eso necesitaban la receta. ¡Hasta el segundo
subsuelo debo bajar! A veces, en ascensor a veces, por escalera pero es
cansador volver con las manos vacías.
Pensaba: “me están haciendo atrasar, me están haciendo que me ponga
fastidioso. Los familiares están demandando atención y según mis
compañeros yo estoy paseando por las escaleras y no estoy haciendo mi
trabajo. ¿Soy la voz del paciente? ¡Soy el cadete del muchacho de farmacia!
¡A la verga todo esto! En otro rubro se merecería un golpazo en la nuca, y
acá no puedo ni tutearlo al hijo de mil puta. Hice firmar la receta pero no
por quien corresponde y la rechazó, ahora no solo no tengo el medicamento
sino que tampoco sirve esta receta. Además estos idiotas y hablo por los
directivos, ¿se creen que voy a pedir medicación para mí, para llevármela a
mi casa? Cuando pasan estas cosas los médicos firman con desconfianza y
cuando las entregamos en farmacia te miran con una cara de culo que dan
más ganas de decir, “deja, yo me arreglo, lo único que te digo que este tipo
no va a tener esta medicación y algún día puede ser tu mamá”. Después la
culpa la tiene enfermería por no seguir el tratamiento farmacológico, pues
se discontinuó la terapéutica, cuando las trabas administrativas las ponen
ellos”.
—Acá traje esto —decía, transpirado y colorado.
Tenía sed de una cerveza o algo con alcohol. El agua no me sacaría la
sed.
Por la mañana estuve peor. No podía caminar sin arrastrar los pies. Todo
el rostro colorado, sentía muy caliente el cuerpo. Desgano absoluto. No
tenía hambre, ni sed, ni sueño, solo quería desaparecer de todo. Mi jefa vio
mi estado y me hizo trabajar igual. Dijo:
—Después te doy una “pichicata” y te reponés.
Algo que jamás hizo. Así arregló las cosas: en vez de dejarme ir, no, me
dejó atendiendo gente enferma en este estado. ¿No se daba cuenta de que
podía enfermar a alguien, que podía transmitir mis bacterias a algún
paciente? Creen que estando el plantel completo la atención es integral.
“¡Que este sistema se vaya bien a la mierda! No quiero formar más parte.
¡Que se mueran todos los que lo forman, porque estoy enfermo y me hacen
venir igual! No puedo ni mantenerme parado y tengo que cumplir mi
horario con una sonrisa porque si no lo hago soy un pésimo enfermero. ¡Y
para colmo, si la gente se llegase a quejar sería yo el responsable por venir
enfermo y los que no me dejan faltar son ellos! Esto está todo mal, pero la
hacen bien. Son responsables y el que da la cara legalmente soy yo.
Mientras cumplas y hagas tus tareas sumiso, hagas todo lo que digan, está
perfecto. Pero enfermo, moribundo no servís, un fracasado, un inútil y para
el rubro de la enfermería si estás enfermo es ser un artista, como un actor
fingiendo enfermedad, exagerándolo todo y no importa si es verdad o no”.
Capítulo 25
Cuando me sentí mucho mejor volví con todos los ánimos y quise hacer
mi trabajo de forma eficiente, pero se burlaron. Llamé por teléfono a su
oficina, si hubiera visto algún médico no era necesario pero no encontré
ninguno.
—Hola, habla Guillermo, ¿quién habla?
—Un doctor. ¿Con quién querés hablar?
—Con alguno de ustedes.
Luego de unos segundos de silencio me dijo:
—Estás hablando con uno, te dije. ¿Qué pasa?
—Mire, el paciente de la habitación 312 está con mucho dolor.
—¿Quién es el paciente de la habitación ?—me preguntó, pero con un
tono que, deduzco, se encontraba relajado, con las piernas encima de algún
escritorio o acostado, no lo sé pero tengo esa sensación de que está jugando
conmigo y lo afirmé, luego de informale el nombre del paciente.
—Se llama Lizardo Vento.
—Aaaah, “vientito”—dijo.
Me quedé callado por su chiste y seguí:
—Me refiere que siente un dolor en el abdomen, de la escala numérica
informa ocho de diez y en palpación profunda destaca como molestia y al
movilizarse…
Y ahí me detuvo:
—Sí, ahora vamos a ir.
Antes de cortar le dije:
—Pero tiene indicado…
—Sí, te dije que ya vamos a ir —habló con un tono más fuerte y firme y
me cortó la llamada.
Me dejó con la palabra “analgésico” a punto de largarla al aire.
Registré la llamada en la hoja del paciente, y fui hacia la habitación para
decirle que ya iba a ser evaluado por el doctor, y escuché murmullos, y más
próximo a la habitación, escuché las preguntas que le hizo el médico, que
ya estaba dentro de la habitación del señor Vento.
—Señor Vento, del uno al diez ¿cuánto le duele? Si le comprimo ¿le
duele? ¿Y ahora si comprimo más fuerte? Permiso, voy a golpetear. Y
comenzó a hacerle preguntas: ¿cómo destaca el dolor? Si se mueve¿ le
duele?
Me quedé parado, quise creer que vino a confirmar lo que yo dije por
teléfono, pero no fue así. Yo lo sé, nadie me puede decir que esta situación
fue desconfianza.
Me vio y me dijo:
—Enfermero, adminístrele el analgésico que tiene indicado.
Con impotencia, casi odio por desvalorizar mi trabajo, fui a hacer lo que
pensaba que solo sabía hacer: preparé una ampolla de medicación.
Desde ese momento, ya mis llamadas fueron informativas. Si sentía algo
la paciente de la habitación 418 y me preguntaban quién era, les contestaba
que fueran a verla para enterarse. Siempre con una sonrisa pícara, si se
ofendían serían ellos los susceptibles. ¡Que me vengan a decir algo igual!
Pues evaluarla deben evaluarla igual a pesar de que yo les diga algo.
Si los pacientes tienen apellidos graciosos o modificables, como la vez
que también sentía dolor el señor Gascada, les dije, “el señor “Cagada”
quiere hablar con ustedes. El señor “Garcada” siente dolor, ¿lo venís a ver
rápido?” y de vez en cuando solo afirmaba “el señor cascada tiene dolor”, le
adelantaba su medicación, esperaba la afirmación que siempre llega, a
menos que el idiota sea nuevo y cortaba antes de que también quisieran
decirme algo.
Es mucho mejor que me traten de ignorante y reprochen que soy vago,
antes de que se burlen de mis quehaceres como enfermero. Si quieren
trabajar ellos, entonces que trabajen.
Capítulo 26
La invité a cenar a Clo y dijo que sí, pero no vendría .Me acababa de
dejar el mensaje “se complicó Guille, tuve la buena intención de compartir
la noche pero bueno, me quedo en casa no respondas x favor”. No respondí
nada como detalló que haga en su escueto mensaje y me senté a cenar
simulando como si no pasara nada, pero sí pasó. Se incorporó a mi cuerpo
la combinación de tristeza y decepción, una sensación de vacío; no es la
primera vez en mi vida, pero que hace mucho que la había olvidado. Esta
sensación llega cuando se tiene empeño y emoción por algo y por una cosa
o por otra no se concreta. Pensar que tenía planeado una conversación
profunda con ella sobre mis miedos, mis anhelos y todo lo que viví, y tanto
era mi emoción que la materialicé escribiendo, pero no, ¡tuvo que llegar ese
puto mensaje para cagarme la noche! De todas maneras no voy a borrarlas;
las escribí mientras hacía tiempo esperándola y las volví a leer cenando en
soledad.
“Por primera vez vendrá a mi casa y me da mucha alegría su presencia,
debo admitir que me sorprendiste con el saludo de mi cumpleaños.
Sinceramente no me esperaba nada y aun así lograste ponerme feliz con
unas cuantas palabras. Hoy dije que no iría a trabajar en la noche por
dolores abdominales para pasar todo este tiempo con vos; les dije que lo
lamentaba pero que si pueden compensarme las horas extras trabajadas con
la falta de hoy, sería lo mejor. Dijeron que sí a la propuesta y todos
contentos; más yo, por dejarme compartir tiempo contigo, gracias”.
Debo admitir que me daba un poco de vergüenza, casi un sentimiento de
humillación que conozca mi casa. Es un cuarto de pensión, digo, no tengo
baño propio, lo comparto, al igual que la cocina y la heladera. Suena
extraño, pero por más pordiosero que se vea todo, me molesté para que se
viera lo más confortable posible. Hay horarios en los cuales no podemos
bañarnos porque todos vamos a acicalarnos para ir a trabajar; un horario en
el que no se puede utilizar más de una hornalla de la cocina porque todos
quieren cocinar. Está la lista para el horno —si es que lo pensamos utilizar
— y hay un sector para cada habitación correspondiente a un estante en la
heladera. A pesar de que siempre alguien ocupa de menos, igual no lo
puede usar; cada uno ocupa el suyo. No suelen faltar las cosas, pero todo se
rotula con el nombre o el número de la pieza con una fibra en la tapa o
envoltorio. Pero se roban cosas: soy testigo y, más de una vez, he hurtado
algún postrecito. Por maldad más que por necesidad. Venganza. Espero y
ruego que no salgan muchas cucarachas, la limpieza es evidente pero los
miles de esos insectos se ocultan en los lugares más recónditos de esa
cocina. Más de una vez he metido alguna en mi habitación, dentro de algún
cacharro recién lavado.
En fin, Clo ya no vendrá y tenía todo preparado. He guardado la ropa,
también limpié el piso, fui a comprar la verdura, la carne, el helado de
postre y aromaticé todo el cuarto para que sienta un olorcito a jazmines y se
diga “es pobre pero limpio”.
Supongo que es muy detallista, por lo que dijo en una conversación —su
comida favorita—, y eso era lo que tenía pensado prepararle. Una de las
pocas enseñanzas que me dio la vida, es que hay que disfrazar los actos
sentimentales con los materiales. Cocinarle es mi muestra de gratitud por
saludarme; demostrarle que sé sus gustos es la muestra de cariño de haberla
escuchado. El detalle diferencia el “querer” del “amar”. Y no puedo evitar
amar a quien me ha incluido en su vida. Pensé que solo era sexo, pero
siento algo más profundo. Con ella lo disfruto todo y hasta suelo extrañarla
las veces que me siento solo y, sin nombrarla o recordar alguna cosa, la
tengo presente en mí. Me llama y me comunica que está disponible tal día
en la noche o por la mañana y así concordábamos. Ella siempre avisa el
cómo, el cuándo y el dónde de los encuentros. Presentía que se estaba
dando cuenta de que me importaba mucho más que antes y por el aumento
de los encuentros supuse mal: que yo, para ella, también.
¡Se fue todo al diablo! No la odio a ella sino que la quiero y esto me
frustra y me hace creer que soy un tonto. El amor no correspondido con
encuentros casuales y sexuales, en definitiva es un juego para quienes no
los toca ni de cerca el riesgo de sufrir. Me siento mal por mí, por todo el
empeño, y las cosas que hice para que ella disfrutara. Soy un tonto porque
si apoyo el cuchillo sobre mis muñecas y me lastimo hasta morir
desangrado, ella no se enterará, y cuando lo haga solo se sorprenderá y
continuará como si nada, así que no valen la pena esas idioteces. Prender un
cigarrillo para calmarme es una buena decisión pero creo que tengo otra
mejor para sanarme: mañana la voy a tener que dejar.
Capítulo 33
A la mañana siguiente le dije “las mil y una” delante de la otra vieja que
no entendía nada. Clo permaneció muy tranquila, con una calma y
pasividad que me exasperaba aún más. Le pregunté las razones por las
cuales jugó conmigo; qué era lo que realmente quería de mí.
— ¡Me hacés sentir importante pero, en verdad, te importo muy poco!
Yo le pedía explicaciones por algo que creía que era lo correcto, sin saber
que cada palabra me hundía más en la humillación. Pensé que era lo mejor,
hasta de grande se aprenden cosas y me basé en la premisa “cuando alguien
quiere hablar, lo dice”.
En el segundo que me callé, solo dijo de forma tranquila:
—Sos un histérico, la verdad que no quería nada en concreto, no ahora.
Tal vez, por este planteo, te confundiste y por eso, ¡Guille, lo arruinaste
todo! No me hables más. Yo me acercaré cuando se me pase el enojo.
Y siguió con lo suyo.
Quedé como un idiota; pedía explicaciones a alguien que no quería
darlas. En ese momento supe que cualquier estrategia era mejor que por la
que había optado.
Ese día le sugerí a mi jefa si podía cambiarme de sector, sin dar detalle de
nada, y no sé por qué carajos ya sabía de la discusión. Prefería no volver a
cruzarla y verla lo menos posible. Me dijo que había un puesto en la terapia
intensiva. Sin experiencia ni nada, lo acepté.
Cuando fui a recoger mis cosas para la nueva localización, Estela me
detuvo fuera del office de enfermería y me dijo: no entiendo muy bien todo,
pero me hago una idea; la verdad, Guille, no soy nadie para dar consejos,
pero que te sirva de experiencia y aprendé que las cuestiones amorosas, en
el trabajo no. No mezcles lo amoroso con el trabajo porque siempre termina
mal. Buscá algo afuera, ahí está la vida y con esa persona por ahí vas a
tener más chances de triunfar que con alguien de acá.
No le dije nada. Le besé la mejilla. Me abrazo con un solo brazo y partí a
supervisión, pensando en lo que dijo Estela: “buscar un amor afuera de este
lugar, que allí está la vida”. ¡Qué gracioso!, ese consejo no me sirve porque
trabajar es mi vida.
Capítulo 34
Las clases con Carla dentro del hospital nunca fueron más que eso: clases
teóricas, intensas cuando yo salía post guardia y clases concisas cuando ella
lo estaba. Y en unas o en otras si me acercaba, me decía que respetara la
institución, pero era cuestión de invitarla a tomar cerveza para que ella
supiera que deseaba que pase lo que quedó inconcluso. Solo aceptaba
cuando yo estaba más cansado y que ella debía irse a descansar. Si ella
estaba post guardia ponía excusas. Siempre se reía antes de aceptar mis
propuestas de una cerveza, si no se reía no iba al bar. Pero pasaba
exactamente lo mismo cada vez que íbamos, los besos, las mordidas, la
tocada de culo y tetas, y volver a mi casa con los huevos tensionados. Todo
ese jueguito de tomar alcohol, alocarse y volverse moralista de la
enfermería no me divertía después de varios encuentros, pero ella lo
gozaba. Decía que me tenía que ir a dormir, que debía estar cansado, o sino
decía que ella se tenía que ir a descansar porque le tocaba ir al hospital a la
noche. No podía concretar. Hasta que decidí cambiarme del turno nocturno;
trabajaría la misma noche que ella y ahí no habría problemas porque tendría
franco la misma noche que yo.
La tarde que más tomamos y que supo que me cambié de turno fuimos al
albergue. Cogimos de una forma distinta. Ella era muy ruda en la cama. Me
mordía los huevos, me rasguñaba la espalda, me ha cacheteado la cara y me
ha pedido que la lastime cogiendo con todas mis fuerzas y me encanto.
A decir la verdad me cambié de turno para poder tener un affaire con
Carla, pero creo que fue mejor de lo que pensaba porque me fui
enamorando de ella.
Capítulo 39
Aníbal era de esos enfermeros que son una mierda como compañero,
pero excelente profesional para las solicitudes de los médicos; era cuestión
de que le dijeran algo y él aceptaba. Por eso lo estimaban tanto y era al
primero que buscaban cuando necesitaban algo, pero esquivaba asistir a
procedimientos de cirujanos. Era una persona muy curiosa por el rubro
médico y consultaba absolutamente todo, y con lo que le decía un médico él
iniciaba conversación con otro sobre el mismo tema, y así podía estar toda
la jornada. No sabía una mierda, pero retenía información que minutos
después iba a utilizar.
Él no demostraba esperanza en el desarrollo de la enfermería y trataba
mal a cualquier enfermero, o al menos no los trataba con el mismo nivel
que utilizaba con los médicos. Si un enfermero le consultaba algo, el
respondía escuetamente que debería saberlo, o que “para algo está la jefa”,
pero si un médico le preguntaba, era el primero en responder y estar.
No solo se preocupaba por información sanitaria o bibliográfica, sino
también conversaba de la vida privada de los médicos. Era del tipo de
personas que selecciona con quién le conviene relacionarse. Demostraba la
actitud de que enfermeros buenos pueden haber miles pero hay más chances
que sean los médicos los que queden en la posteridad y en la historia de la
sanidad, y él quería presumir en decir “yo trabajé con fulano de tal” y así
enaltecerse. Cuando no estaba con los médicos, sus diálogos eran sobre
ellos o lo que dijo o lo que hizo tal doctor; parecía enamorado del jefe
médico de la terapia intensiva y de otros más por como hablaba de ellos, y
lo triste de esto —y lo afirmo—, que esos médicos no debían gastar ni un
minuto de su tiempo en hablar de las labores de Aníbal.
Pero creo que lo hacía por miedo a ser olvidado y así, al menos, vivía
refugiado con el crédito de otro. El médico que, eventualmente, descubriera
la cura para una sepsis multi resistente, estaría orgulloso de su labor y si
Aníbal tuviese al menos una pequeña conversación con ese doctor,
disfrutaría el día que dijese: “yo trabajé con el doctor que descubrió un
tratamiento para esa sepsis multi resistente”, y así podrá vivir contando feliz
y orgullosamente la historia de un logro que no sería de él.
Capítulo 42
Yo supongo que la madre del doctor Browbanow sabía que iba a llegar
lejos, o al menos que iba a ser doctor por solo llamarlo Luis Browbanow.
Pero ahora que lo pienso, aunque se llamara Wenceslao Browbanow
también iba a llegar lejos. Mierda, con un apellido así es muy sencillo
escalar. ¿Guillermo López? Si no era enfermero moriría como empleado
municipal, sin menospreciar al empleado, pero si hay empleados
municipales con apellidos complejos es que prefirieron rascarse las bolas o
llevar una vida sencilla. Yo podría vender zapatos: ¿qué talla? ¿En marrón o
negro? No, lamento no nos queda, le pido perdón. O atender una oficina
estatal, venga mañana que yo personalmente lo atenderé así resuelve su
inoportuno inconveniente. Lleva una vida sencilla aquel que no le resulte
ningún desafío la totalidad de sus actividades diarias.
En fin, el doctor Browbanow es jefe de la terapia intensiva del hospital
Santa Mónica, y lo nombro porque tuvo un reconocimiento por la
institución, una placa que dice: “Reconocimiento por la gran labor al Dr.
Browbanow y equipo”, fue una noticia que inclusive salió en la televisión y
periódicos, yo personalmente salí dos veces nombrado en noticias: una,
como enfermero y la otra como equipo del Dr. Browbanow.
La razón del mérito sucedió en el turno noche y yo estuve ahí. Me
ofrecieron cubrir la jornada nocturna como horas extras y luego proseguir
mi turno en la mañana, a lo cual accedí sin siquiera saber que iba a ser una
noche distinta a las demás; sabiéndolo hubiera pedido el doble de la paga.
Llovía a cántaros a partir de la hora que salí de mi casa y lo hacía de
forma intermitente, cuando me refugiaba en algún techito, paraba, caminaba
y se largaba peor. La lluvia era de esas que te mojan hasta los testículos.
Esto es normal del hombre que no usa paraguas y yo no fui la excepción,
pues llegué empapado al hospital, tanto así que tuve que exprimir el calzón
y las medias en la pileta del baño y secarme con una sábana limpia. No
trascurrieron tres horas de la jornada cuando, de un momento a otro, se
corta la luz eléctrica. Pensamos que puede durar unos segundos hasta que se
enciendan los generadores, pero no sucedió. Jamás funcionaron los
generadores del hospital. Intentábamos mirarnos las caras pero solo se
notaba una leve ráfaga de la luz de emergencia. El médico, Erik, que estaba
de guardia salió corriendo hacia un paciente; los enfermeros lo seguimos y
menos mal que la suerte es justa que solo había tres pacientes con
intubación endo traqueal, (algo así como un tubo que pasa por la garganta y
ayuda a respirar a la persona). A esto se le conecta a un aparatejo llamado
respirador que envía volúmenes de aire para el auxilio de oxígeno. Los
respiradores tienen batería para funcionar sin electricidad pero al transcurrir
unas horas, la suerte fue otra.
De a uno se fueron apagando los monitores paramétricos; primero, los
que solo funcionaban enchufados; luego, a los que se les apagaba la batería;
lo malo que se apaguen estos monitores es que no podíamos saber los
signos de vitalidad del paciente y para peor también se apagaron después de
un tiempo los respiradores, también llamados ventiladores. Como dije, la
suerte nos acompañó y dejamos todo lo que hacíamos para ayudar a los
pacientes. Cada uno fue a un paciente a bombear oxígeno de forma manual
a los intubados y rogábamos que no se complejice ninguno más de lo que
estaban. Éramos cuatro personas y tres ocupadas en satisfacer las demandas
de oxígeno de los más críticos. La cuarta persona se encargaba de
administrar medicación o reemplazar cuando se cansaba alguno para tomar
el lugar del otro que luego estaría cansado. Ahora me causa gracia, pero
hasta en ese momento era tanta la ayuda que necesitábamos, que hasta la
muchacha de limpieza dio una mano para oxigenar pacientes, cuestión que
ninguna institución permitiría jamás.
La suerte nos acompañaba con la cantidad justa de personal, no así de
saturómetros porque solo había dos y teníamos que regular la velocidad del
bombeo manual de oxígeno para ver si bajaba de 90 %.
La ayuda nunca llegó; trabajamos de esta forma hasta casi las seis de la
mañana que volvió la luz. Nos sonreímos y nos palmeamos las espaldas.
Nos dolían los brazos, pero qué mierda ¡todos estaban vivos!, fue un
momento de felicidad compartida, razones para sonreír no faltaban porque
sobrevivieron todos a costa del trabajo de todos por igual. Pudo haber
muerto alguien, pero no pasó. El trabajo recién comenzaba, había que
compensar los parámetros, extraer sangre, electrocardiogramas, medicar y
demás.
¿Debe ser algo extremadamente trágico para que un error sea fatal?
Posiblemente los generadores fallaron por miles de causas, falta de
mantenimiento, disminución del presupuesto, algún engranaje malogrado o
por razones del destino, pero alguna causa debe haber y nunca la supimos.
Estuvimos a la altura de la circunstancia y me pongo a pensar que hay
lugares que escatiman al personal, y si en vez de cuatro personas éramos
dos, la historia hubiera sido otra. Pero en fin, sería mucha charla y poca
acción.
Ese día pasamos la guardia como un desastre total, casi sin medicar, ni
higiene, ni rotación, nada de nada, solo bombeábamos oxígeno a los
pacientes, y esta fue la actividad que más nos demandó tiempo. Debía
trabajar en el mismo sector y me bañé arrojándome agua del lavamanos por
todo el cuerpo, refregándome mis partes con unas gasas y me sequé con la
sábana que había utilizado primero para escurrir la lluvia de mi ropa. Es
importante trabajar sin olor a bolas. Mis compañeros se iban yendo con
actitud cansada y muertos de sueño, pero sonrientes. Nos despedimos con
un abrazo mientras que Carla, Aníbal y Juan ingresaban.
Fue una jornada bastante activa y a la vez no paraban de hablar de lo que
sucedió. “Mirá si pasaba tal cosa, mirá si pasaba tal otra, que la
responsabilidad es de tal, que no…”, así también escuché cómo criticaron al
personal nocturno por flojos y descarados al no terminar de hacer lo que les
correspondía. Yo me dormía en la silla, había mucho trabajo pero me hacía
mis diez minutos para recuperarme del cansancio. En un momento, Carla
me despierta y me solicita que me presente a las doce del mediodía en el
Aula Magna, que las autoridades debían interactuar con el personal de lo
que pasó en la madrugada sin excepción, y cualquier falta sería una razón
de sanción.
Me permitía retirarme antes del servicio y que fuera de civil. Solo tenía
mi chaqueta con manchas de humedad de lluvia de la noche anterior y unos
pantalones que apestaban a sudor en la entrepierna, por lo que tuve que
rebuscarme. Tomé prestada de la ropa de donaciones la remera más nueva y
limpia que encontré de mi talla y, de la indumentaria que nadie iría a retirar
de un óbito, agarré un pantalón y también me apropié de las zapatillas. Me
peiné un poco con la mano y me saqué las lagañas. Fui para el Aula Magna,
pero como faltaban cinco minutos para la hora de la cita, salí del edificio a
respirar y fumar un cigarro.
Cuando intenté ingresar al Aula Magna, la seguridad me pregunta mi
nombre; se lo doy y me destina la primera o segunda fila. Ingreso y no me
esperaba nada de lo que vi; estaba todo decorado para una ocasión formal.
Miré sorprendido para todos lados, pues de afuera no se veía ni escuchaba
nada, pero adentro había una multitud murmurando, riendo, saludándose,
inclusive había una cámara de televisión y dos fotógrafos de periódicos.
Sacaban fotos los periodistas; el personal también con sus teléfonos;
había mucha emoción, gran cantidad de sonrisas y debo admitir que me
generaba una incertidumbre lo que iba a pasar; tenía mucha expectativa por
un acto que duraría, como mucho, veinte minutos. Al poco tiempo que me
senté en mi butaca, accedió al podio a hablar el director médico que ni sé
cómo se llama, que en sí es la máxima autoridad institucional, pero a mí me
dice lo que tengo que hacer solo mi supervisora y nadie más. Solicitó
silencio y dijo:
“Esto será breve, así todos pueden seguir con sus quehaceres. Pero les
quiero comunicar lo que todos ya deben saber: en la madrugada sucedió un
acto que demuestra el grado de profesionalidad del doctor Browbanow y su
equipo, y estamos reunidos para agradecer por todo el esfuerzo brindado
para mejorar la salud de los pacientes, y destaco, además, la calidad de
humana de cada uno de ellos.
Hace una seña a la secretaria y prosigue: “esta simple placa
conmemorativa es representación de nuestra gratitud hacia el doctor
Browbanow”.
Mientras decía esto, Browbanow aguardaba a subir al estrado, a un
costado, con su actitud veterana de hombre de setenta años, barba pulcra,
guardapolvos extremadamente blanco; peinado de peluquería y unos
zapatos muy lustrados, color negro. Deduzco que le avisaron con tiempo
que iban a homenajearlo. Todos los demás estábamos de civil, casual, de
todas formas el más mugriento era yo.
El doctor Browbanow da las gracias pero comunica que a pesar de ser el
profesional a cargo en esa situación, no fue él quien merece el
reconocimiento sino su equipo, y lo señala al médico que estuvo.
—Son ellos los héroes y fue el doctor Erik Morán quien estuvo a la altura
de las circunstancias. Otra vez aplaudieron; el doctor Browbanow bajó del
estrado para acompañar al director médico a una entrevista. Subió Erik pero
no habló, solo estaba allí para sacarse la foto. Los compañeros, enfermeros
enorgullecidos, se comunicaban entre sí la alegría de salir en las noticias,
cosa que no pasaría por que estaban entrevistando únicamente al director y
a Browbanow. Nos piden que bordeáramos al doctor Erik para la foto, y se
notaba quién era el médico y quiénes los enfermeros. Erik estaba de camisa
y guardapolvos, el resto de remera y zapatillas. Al culminar el encuentro,
Erik fue saludándonos personalmente y nos decía a cada uno su nombre,
mientras nos apretaba la mano y agradecía el accionar. Demostración de
gratitud, gran detalle de su parte, que quedó en eso, pues la placa solo daba
merito a la persona que no estuvo y conglomeraba a los que participaron
activamente como “equipo”.
Capítulo 44
Me lavé los dientes con una gasa y un baja lenguas; también reforcé la
higiene bucal con buches de agua oxigenada; desconozco si funciona o si me
podía pasar algo, yo solo lo hice. Me sentía hasta yo mismo el olor de la boca
y no era para nada agradable.
Carla seguía de vacaciones por lo que no la vería hasta dentro de un par
de días, así que entré campante a la terapia, saludé a mis compañeros que
estaban charlando y me puse a trabajar.
—Mandaron solo un gramo de los dos que necesita Gorostiaga —les digo
a mis compañeros, sin referirme a ninguno.
—Administrale solo un gramo. A ese viejo, que sean dos o uno, es lo
mismo si se va a morir —responde Juan, desganado.
—Sí, no cambiaría en nada —agregó Aníbal, y prosiguieron con su
charla.
Era interesante lo que hablaban, pero quería hacer todo rápido para
abandonar el servicio y devolver la llamada, y justo cuando finalicé la
medicación, se me acercaron dos cirujanos que necesitaban asistencia. Mis
dos compañeros se hicieron los laboriosos y tuve que ir. Les dije que
aguardaran solo un minuto y en ese ínterin me preparé un café rebajado con
agua fría: fue el café más horrible que tomé en mi vida. La infusión se
mezclaba con saliva, sabor a agua oxigenada y cerveza barata. Lo tomé por
si tenía que hablar y ocultar mi aliento.
Cuando fui a asistir me pidieron que vaciara el drenaje que se encontraba
repleto. Me agaché y puse un pañal en el piso para descargar ahí el débito y
cuando estiré la válvula de desagote, la sangre fue a parar a mi pantalón en
vez del pañal que, por pura suerte, no llegó a mi rostro. Los cirujanos me
ven y yo insulto al aire:
— ¡La concha de la madre!
Y esquivan la mirada de asombro. Me limpio con el pañal que estaba en
el piso y dejo al paciente en condiciones.
Antes de llegar al baño dejo en el piso un rastro de sangre que chorreaba
de mi pantalón. Me dijeron algo los compañeros, que del “sulfuro” que tenía
los ignoré, inclusive, no vi hasta que cerré la puerta del baño que una mujer
entró conmigo. Era Clo.
—Te llamé varias veces en la noche.
—Estaba trabajando y me dormí. Me dijo mi compañero que llamaba
alguien. Perdón.
En eso me intenta abrazar y la paro con la mano.
— ¿Qué pasa?
—Estoy lleno de sangre y no quiero que te manches.
—Te llamaba para que no organices nada en la tarde así salimos de acá y
nos vamos juntos, como en los viejos tiempos. Te extrañé cuando te fuiste
el sábado tan rápido.
—Podría, pero no puedo ir así.
En eso se queda pensando y me dice que en breve volvía. Me saqué los
pantalones y en la pileta empecé a mojar y a secar con servilletas de papel,
pero la sangre deja una mancha muy difícil.
Clo, al abrir la puerta, se echa una carcajada al verme refregando el
pantalón en calzones y zapatillas. Yo estaba muy embroncado como para
decirle algo, solo la insulté sin que se entere.
—Tomá, son unos pantalones de mujer, pero no se van a notar.
Me entrega los pantalones de su compañera —que es un poco gorda—
pero a pesar de eso, siguen siendo pantalones de mujer. Dijo que no se
notaba y era mentira. Eran entallados, apretaban un poco más en la cintura y
los huevos, por ser de mujer tienen otro corte y al ponérmelos se trasluce el
calzón que remarca el culo.
No lo dije, pero se llama código celeste u otro color menos rojo, ya que el
rojo asusta. Es una situación estresante que puede durar tanto minutos como
horas y se requieren muchas manos y lo importante es la organización. El
médico, que está en la cabecera, comanda y los enfermeros estamos para
preparar medicación; otro para administrar y otro para alcanzar materiales
si se necesita algo, y si hacen falta más enfermeros, pero por suerte
estábamos acompañados por médicos que comprimían, tomaban tiempo, y
el comando intubaba. Por más que parezca sencillo, es un caos. Gritos de
nombre de drogas, si hay pulso, desfibrilador y mil cosas más. El médico
gritaba: “¡ADRENALINAA!”, Juan lo preparaba, me lo alcanzaba y yo,
con la jeringa en la mano, lo administraba de un jeringazo. Se fijaban la
frecuencia, el pulso. “¡LÍQUIDOOO!”, gritaba el comando y Aníbal me
traía solución fisiológica y yo lo administraba.
“¡ATROPINAA!”. Cuando Juan lo preparaba yo, con un movimiento de
dedos, lo administraba. Los médicos se turnaban para comprimir el pecho,
sudaban y estaban ansiosos buscando causas. Nosotros tres, mientras tanto
estábamos parados, en silencio, esperando que nos dieran alguna
indicación. Aníbal fue el que más se quedó parado, ya que no se necesitó
más que alguno que otro material para aspirar secreciones. Juan, con
movimientos de manos, cargaba la droga y yo, con movimientos de dedos,
lo administraba como ya dije. Para mí fue eterno; ya me dolían los pies de
estar parado y los otros dos no se quedaban atrás, ni sabían cómo pararse
del cansancio. Por Gorostiaga no pudimos desayunar por segunda vez. Nos
hacía ruido la panza después de unas horas de trabajo, pero el viejo salió
vivo. Revirtió la situación.
Una vez compensado el paciente, hay que acondicionarlo. Jeringas por
todos lados, sangre, secreciones, manchas, suciedad. Da más trabajo esto
que embolsar a un óbito. Preparar medicaciones precisas y varias cosas
más. Cuando terminamos, por fin ya se había hecho la hora de pasar la
guardia. En el pase Aníbal les informa a los del turno tarde la razón por la
que muchas cosas quedaron inconclusas, pero lo importante y más
destacable de la jornada fue que a Gorostiaga lo sacamos del paro
respiratorio entre médicos y enfermeros. Menuda despedida de la unidad de
cuidados intensivos; esa jornada nos marchamos liquidados de tanto
trabajar.
Capítulo 52
Escuchaba un murmullo de voces algo así como “uuuuh está afuera, ¿qué
hacemos?”… no sé si fueron exactamente esas palabras, pero era una voz
femenina del otro lado.
— ¡Claraaaaa! —Volví a gritar y golpeé la puerta.
Y en eso escucho al doctor:
— ¡Está ocupado¡ !Ya voy a salir!
En ese momento no me interesó si estaban los dos en el baño. Solo quería
cagar.
—¡Muloo, dejame pasar!
En eso golpea la puerta del lado del baño diciendo:
—¡Está ocupado!
Fui a buscar un pañal y el paciente que estaba internado era lúcido; pensé
ponerme en cuclillas y cagar, pero me iba a ver y me dio vergüenza. Así que
corrí a la terapia intensiva donde estaban mis anteriores compañeros y
Carla; ella, viéndome entrar apurado al baño, se acercó a golpearme la
puerta queriendo avisar que ese baño es solo para el personal, pero se alejó
al escuchar mi catarata de mierda y los pedos que salían del culo como
misiles, así que se fue. No solo me limpié el culo al terminar: también las
nalgas estaban sucias. Fue uno de “mis mejores”.
Ya al salir quedó el olor como de suvenir, pero era mejor pasar vergüenza
con unos cuantos que cagarme los pantalones. Me fui sigilosamente hacia
mi sector.
Me habré retirado unos diez minutos y la desgracia estaba en la unidad
coronaria. Una alarma sobre el monitor me acercó al paciente pálido, sin
respuesta, cuasi inconsciente y una frecuencia cardiaca extremadamente
baja. Lo primero que pensé fue que se le había despegado un electrodo del
pecho, pero no era eso. Me rasqué la cabeza y me crucé de brazos y dije al
aire, ¿qué carajo pasó? El tipo no se movía para nada.
En eso sentí que salían del baño a risitas el doctor y Clara y, al ver la
situación, cambió repentinamente de expresión y actitud. No dije nada,
solo le señalé el monitor y el doctor se exaltó.
—Guillermo ¿qué hacés?, ¿por qué no avisás que está en bradicardia?
Clara se puso a limpiar de inmediato cerca de nosotros.
—No sé cuándo pasó, hace un ratito estaba bien.
No me creyó por cómo estaba de descompensado.
—Guillermo, tu único deber es avisar.
Ya cuando se ponen en moralistas, me da por el culo, a lo que le contesté:
—Y tu único deber es quedarte en tu sector. Digo, tanto te ganó salir a
coger con ella —Y la señalé a Clara que quedó pálida e inmutada—. Es
más, a ver si aflojan un poco, que ni cagar en mi sector pude…
El doctor cambió repentinamente de conversación diciendo “bueno,
bueno… pasémosle un gramo de esto, andá preparando dos mililitros de
aquello”.
Desde ese momento la relación no quedó tan bien; ya no le dije “mulo” ni
nada. Él ya no salió de su servicio ni yo tampoco me acosté sobre dos sillas.
Hablamos lo justo y necesario sobre los pacientes; las horas no pasaban
más, me aburría y no estábamos cómodos ninguno de los dos. Inclusive ni
dormíamos si no había pacientes, no fuera cosa de que uno diga que el otro
duerme mientras debería trabajar. La confianza se perdió, y es muy
incómodo trabajar bajo esa presión. Me notificaron desde la dirección que
me desplazaban del servicio. Me obligaron a optar por clínica médica en la
noche, ya que me dieron a elegir ese turno como único disponible, o
pediatría mismo horario y yo con niños no me hallo, por lo que cambiaba a
trabajar todas las noches, después de dos días más.
Ahora que reflexiono no estaba cómodo pero jamás pedí el pase a ningún
lado, solo llegó la propuesta y sin reprochar me fui. Las jerarquías de
médicos sobre enfermeros sí existen, pues él pudo hablar con no sé quién
para que cambien al enfermero de sector y yo, por más que quisiera, no
puedo hablar para que contraten otro cardiólogo.
Uno de los enfermeros de la noche me reemplazaría, ya que prefería que
no fueran dos mujeres en la coronaria y le causaran problemas, si así como
esta se siente perfecto, si mientras el muchacho cuida de los pacientes, él
está feliz encerrado en el baño, cogiendo con Clara.
Por los dos días que me restaban ir a cardiología para mi nuevo turno,
pasé licencia médica.
Capítulo 59
Me dolía muchísimo el abdomen, más que las otras veces, por lo que no
podía conciliar el sueño. Cada tanto miraba el teléfono a ver si recibía una
contestación y no decía más que la hora. En un momento vi que eran las
doce del mediodía; no me dormí, daba vueltas y más vueltas. Le volví a
escribir con “sincericidio”: “hola María, pena que no pude despedirte hoy
en el bar, te fuiste antes que yo; fui a verte a pesar de que no quería tomar
alcohol, pero me sorprendiste con la cerveza más rica y fría de mi vida, la
verdad que me dieron ganas de saludarte y te fuiste, yo no me pude dormir,
vos sí descansaste, imagino, ¿has llegado bien?” A lo que respondió
instantáneamente “no todavía”. “Bueno, te veré más tarde; en la noche no
trabajo” y a eso no tuve respuesta.
Capítulo 60
Llegué y me encontré a los dos enfermeros con los que iba a compartir la
sala. Ya estaban hablando entre ellos, en si el que tenía más experiencia y
cara de degenerado hablaba, y el otro asentía. Compartiría la sala con dos
hombres con apodos: Mónico y Jeringa.
El de más experiencia es Mónico, y a las pocas horas de compartir la
jornada supe que así le dicen por ser de apellido Mónica. Es de esas
personas que tienen apellidos de mierda como si fuese el segundo o tercer
nombre, y en él, como es un nombre de mujer, pasó a ser Mónico como
apodo. Zafó, ya que sus nombres no le gustan y se acostumbró a que le
digan así.
El otro muchacho con cara de niño bobo y corpulencia fofa es Ariel,
vulgarmente apodado “Jeringa”. Es un enfermero que se está formando en
el rubro. Asumo que le dicen así por la forma que la sujeta. Con una mano
el cuerpo, y con todos los dedos de la otra, el émbolo. Medio infantil y
tímido pero con ganas de aprender y hace y dice todo lo que le pide
Mónico.
Nunca trabajé en una sala donde solo había hombres. Le explicaba a los
muchachos que siempre estuve con mujeres, o una jefa mujer y no tuve
suerte, así que esperaba lo mejor para esta oportunidad. Se rieron, pero no
más que lo normal. Debíamos pasar la noche, y empezamos a hablar de lo
que nos gusta. Fue Mónico el primero y el único en hablar de su ocio.
Mujeres, deportes y dormir. Decía que cualquier lugar es más cómodo que
un hospital para descansar. Asentimos los dos mientras estábamos con los
pies en alto. No recuerdo en qué parte dejamos de hablar, ya que se escuchó
un grito de una mujer, a lo que me levanté, y Mónico me detuvo y dijo que
iba él, era su paciente y recalcó:
—A mis pacientes los atiendo únicamente yo, no se entrometan, si
necesitan ayuda me piden, pero solo si les pido, vengan, sino déjenme
trabajar solo.
Me sorprendió, pues la enfermería es una tarea difícil y pesada. Así que
lo miré a Jeringa para ver su expresión, y él, con su misma cara de nada,
como si ya lo hubiera escuchado en reiteradas oportunidades, quedó en
silencio. Yo también hice lo mismo mientras lo veía irse. Los gritos de la
señora se escucharon más fuerte pero de forma intermitente. Me levanté a
ver. Jeringa, estaba estático y se quedó en el lugar.
Un par de habitaciones antes de donde estaba Mónico, vi a una mujer
intentando tirarse de la cama. Era paciente de Jeringa.
Grito en el pasillo:
—¡JERINGAA, VENÍ!
A lo que el muchacho acudió corriendo a mi llamado. Le señalé a la
señora e ingresó para detenerla, mientras fui al office a buscar medicación.
Cuando volví con él, la entrevistaba y se hacía el psicólogo, el comprensivo
y empático mientras la señora estaba a punto de romperle la cabeza de un
“patadón”.
—Hermano, se está poniendo loquita tu paciente.
—¡Pero en la recorrida estaba bien!
Le arrojó despacio la jeringa y quedó asustado, con expresión de miedo
de pincharse, pero la aguja estaba estéril y encapuchada en su cobertor de
plástico.
— ¿Qué es?
—Haloperidol.
Respondió con mucho nerviosismo, como si estuviera incurriendo en una
falta muy grave, pero desconociendo lo habitual.
—Gracias, pero voy a llamar al médico.
Lo entendí porque fui como él, capaz que menos intenso, pero igual de
moralista. Es solo por no conocer el manejo.
Mientras quedé solo con la paciente le comencé a amarrar las muñecas
para que no se cayera de la cama. El novato tardó unos minutos, pero a su
regreso ya estaba terminando la maniobra de sujeción de ambos lados.
— ¿Qué te dijo?
—Que la contenga hasta que venga y le dé haloperidol.
Estiró la mano hacia la mesita de luz donde había dejado la jeringa y se lo
di para que inyectara.
—Tomá, agárrala.
— ¿Cómo doy esto?
—Dáselo en la panza.
— No le hace nada esto, ¿no? Nunca lo di.
—Sí, tenés que verla cada veinte minutos, el medicamento deprime el
sistema respiratorio, el bulbo, la protuberancia, alguna parte de esas. Poné
una alarma para vos y controlala cada veinte minutos.
— ¡Cada veinte minutos! —repitió, sorprendido.
—Sí hermano, ¿quién dijo que es fácil esto?
— ¿Cómo sé si es alérgica?
—Nadie es alérgico al haloperidol y, si lo es, llamás y decís “es alérgico
doc.”. Van a venir corriendo, así que no estás solo, también estoy yo pero
después de las 02:00 a. m. no me vas a encontrar despierto. A partir de
entonces será mi hora de descanso.
Cuando volví ya estaba Mónico sentado y con sueño. Le dije lo de la
broma al compañero, me sonrió y se hizo el dormido, de brazos cruzados
para que lo imitara; noté una actitud de no querer seguir hablando, así que
me posicioné para dormir.
Capítulo 66
La mala suerte duró justo dos meses. Tuve que masturbarme en todo ese
tiempo y es bastante para mi gusto, porque desde los veinte años que puedo
tener relaciones antes de los dos meses consecutivos. Fue a una culoncita.
De las llamadas “cuidadoras”, que ayudan a las madres de familias
adineradas que, una vez enfermas, caen depositadas en el hospital y que los
hijos, por herencia, tienen el capital para pagarle un mísero sueldo a la
cuidadora y de paso autoproclamarse buenos hijos. Esas familias suelen ir
todos juntos preocupados al hospital por la urgencia y, una vez internada,
aparecen cada tanto en el horario de la visita y allí reclaman o critican
absolutamente todo, en eso, suspiramos y callamos los gritos de “¡cómo nos
rompen las pelotas!“. Pero, como por lo general no vienen, porque no
quieren o no pueden por falta de tiempo, están las culoncitas para cuidarlas.
Esta culoncita preguntaba todo, y cada una de las cosas que le hacía a la
señora las anotaba en un cuadernito tapa blanda de mierda. Me enteré,
entrevistando, que ella quería ser enfermera. Un punto a mi favor. El saber
atrae y seduce.
La perspicacia de las miradas se aprende con la vida, y ella me miraba de
forma aguda y más de una vez volteó y yo tenía mis ojos clavados en ese
culo que sobresale de su jean. Asumo que también a algún médico se le
haya intentado acercar, pero quizás ellos tienen otro target, uno de los que
yo no podría acceder y que ella para ellos tampoco, por más regalada que
fuera.
Esta culoncita, era rubia, chata, con pecas en las mejillas y un olor
desagradable de perfume de limón y sudor; fue la ideal para despejar la
racha, aunque en sí era ella o ninguna; mucha opción no tenía. Se acercó al
office y me preguntó si podía ir con ella. Consultó algo del goteo o de la
cama —que no me acuerdo— y me pidió de forma sutil el teléfono porque
deseaba contactarse, así yo acudiría más rápido a su llamado. Era verdad, la
vieja respiraba raro, pero para su edad estaba más que bien. Fui unas
cuantas veces al llamado de la culoncita y varias de esas veces no tenían
tanto sentido, salvo la charla amistosa que me daba. Me asistió en
procedimientos, a lo que respondí a su favor enseñándole la técnica que no
entendió ni mierda, pero que se sorprendió y admiró por mi predisposición;
son cosas básicas que verá en la teoría y que cuando comience a trabajar les
parecerán una idiotez. Por el momento, todas esas cuestiones suman para la
seducción.
Para cuando la tuvimos que higienizar, le hice poner los guantes y, por
error, mojé las sábanas: habría que cambiarlas. Las que están sucias van en
un depósito y bolsa especial y, como no las llevé en ese momento, le dije si
las depositaba en el que está en el baño. Esperaba para que termináramos
juntos pero demoraba, ¿cuánto se puede tardar en dejar unas sábanas en el
cesto del baño?, como no venía, terminé todo el procedimiento solo;
acondicioné a la paciente y antes de salir fui al baño a ver qué había pasado
con la muchacha. Casi nos chocamos las frentes en la entrada del baño y
quedamos mirándonos fijamente, son esas miradas que a uno lo incita a
actuar. La besé y respondió de la misma manera. Nos encerramos en el baño
y después de unos besos le quise sacar la remera para que quedara en tetas y
la tela se trabó con el reloj de muñeca. Se sacó el reloj y me lo dejó en el
bolsillo de mi chaqueta. Costó un poco, pues mi pantalón es fácil de bajar;
el de ella más complejo. Ella apoyada en la bacha solo con los pantalones
bajos, lo hicimos. Estuvimos reflejados en el espejo durante nuestro
encuentro sexual y, a la brevedad de iniciar, me dijo que le dijera “cosas”.
Al no conocerla le decía cosas como: “te gusta así”, y me pedía que le
dijera algo más fuerte, entonces atiné a llamarla putita, palabra que nunca
falla, pero pedía cosas más raras, y decía mientras gemía: “sí, sí, la putita
del hospital”. Aquí no termina lo extraño: mientras me miraba por el espejo
que nos reflejaba me pedía que le dijera “que le dé la aguja”. Si estaba en
otra circunstancia no habría entendido que se refería a mi pene. Pero le
seguí la corriente, le decía “tomá mi aguja, tomá mi aguja”. Ya era una
imagen atroz: reflejados con los pantalones bajos, yo en chaqueta, ella en
tetas y cogiendo en zapatillas, gimiendo “acá tenés mi aguja”. “Decime que
tenés un gran jeringón para mí”. Me dio gracia lo ordinario, igual, por las
dudas, le hice caso, le dije “toma mi jeringón”. Pedía más fuerte ,“acá tenés
más fuerte mi jeringón”. Empezó a gemir agitada y que, si acababa que no
fuera adentro, pero que le dijese una frase hospitalaria. Acabé en la bacha,
gritándole al oído: “¡ahí te mando mi propofool!”. Al relajarnos, me quiso
besar y le esquivé la boca, simulando que debía acomodarme rápidamente
la ropa. Me subí los lienzos y, antes de salir, limpié la bacha con agua y las
sábanas, mientras ella seguía acomodándose.
La paciente estaba despierta pero no tiene capacidades para describir lo
sucedido. Antes de irme del hospital volví a la habitación, le dejé un recado
y le dije que me escribiera, si así lo deseaba. Yo no le escribí, solo esperaba
su mensaje o verla la noche que me tocaba trabajar, pero cuando volví la
paciente ya estaba de alta o se habría muerto, no sé, lo que sí sé es que la
culoncita no estaba más, intenté escribirle y el número era errado. No
existía o estaba bloqueado. Si fue un error o a propósito, ella perdió el reloj.
Podría venir a recuperarlo pero no vendría. Me quedé mirando el reloj y
reflexioné cómo pasa el tiempo y que, por más viejo que uno sea, la vida no
para de sorprender con nuevas experiencias. Lo digo por llamar a mi
miembro “el jeringón” y acabar propofool.
Capítulo 69
Voy a relatar una de las cosas más graves que viví en mi lugar de trabajo,
ese lugar que considero mi segundo hogar, siempre todo puede ser peor de
lo que uno cree, la corrupción y lo injusto están tan naturalizados que
cuando pasa lo que corresponde festejamos como si lo normal es lo injusto,
pero para mí no fue el caso. Pero primero algo que me resulta anecdótico y
lo quiero destacar.
Se acercó un familiar:
—Discúlpeme, enfermero. Mi papá lo está llamando.
— ¿Quién es su papa?
(¿Cómo diablos voy a saber quién es familiar de quién?).
—Renzo es mi papá.
Y dijimos al unísono la palabra “habitación”, solo que yo con tono de
pregunta y él afirmando y completándola con el número de cama 116.
Le di las gracias, le dije que en unos minutos iríamos. No era un paciente
a mi resguardo pero sabía que este viejito daba buenas propinas. No vi a
mis compañeros; puse unos guantes de látex en el bolsillo y fui.
—Hola, Renzo, ¿cómo estás?
No se puede tutear al paciente a menos que él lo permita, pero como
nunca hablé con él y no volvería a hacerlo ¿por qué no tutearlo?
—Escuchame —refiriéndose al hijo—, ahí —señalando al ropero—, hay
un bolsito con ropa y plata.
La palabra plata siempre fue interesante para mis oídos.
Observé la secuencia y le entregó el dinero al padre.
Este, recostado, con una vía periférica en el brazo que oscilaba la sangre
por la “tubuladura” de silicona, asintió con la cabeza a su hijo al recibirlo y,
con una mirada penetrante, dijo:
—Vení.
Yo me acerqué y estiré la mano.
El viejo nunca saludó, nunca dijo “buenas noches” ni se molestó en leer
el cartelito de mi uniforme que decía: “Guillermo enfermero profesional”.
Al intentar agarrar la plata y darle las gracias, me dijo con voz de mando:
—Comprame un agua que la de acá tiene gusto horrible a cloro; también
unas galletas saladas. Es un asco la comida sin sal.
El hijo tan idiota como el padre acotó:
—Papá, vos tenés la presión alta.
—Hijo, si sigo así me voy a terminar muriendo de hambre; me curan de
la infección pero me muero de otra cosa. Comprá eso, haceme el favor.
Cualquier profesional con tono ofensivo se negaría. Esta orden tiene una
variedad de respuestas, cuantas se les ocurra. Desde el simple “no” hasta la
más graciosa de las respuestas sarcásticas. Cualquiera de mis compañeros
con tono de voz ofendido, diría “no soy cadete, soy enfermero no puedo
salir de la institución”, o ni siquiera daría tanta información; solo se
enojarían y dirían “estoy para otra cosa”. Yo sé que estoy para otras cosas
pero ¡qué diablos!
—Mire señor, no sé a qué está acostumbrado usted, pero yo solo voy a ir
a comprar si usted y su hijo no comentan nada.
—Por supuesto —dicen.
—Además, el salir, caminar, comprar, traer la bolsa, eso tiene un precio.
Esa noche estaba con Jeringa y Mónico. Nos reímos tanto por la
casualidad de que yo les compré unas latas y un paquete de pastillas de
menta para compartirles y cada uno de ellos llevó lo mismo sin siquiera
ponernos de acuerdo. A mí se me ocurrió que les podría gustar mi sorpresa
y ellos también pensaron lo mismo, y teníamos nueve latas para pasar la
noche. Nos tomamos la primera tanda antes de salir a controlar, mientras se
enfriaban las otras. Con la cena tomamos la segunda y guardamos para la
medianoche la tercera. Jeringa opinó que el hígado no es el mismo que el de
los veinte, a lo que hice el gesto de “salud” levantando la lata de cerveza,
mirando a los ojos a los otros dos. Y a lo que acotó Mónico “y los gustos
tampoco”. No sabía a qué se refería en ese momento, luego me di cuenta de
qué se trataba.
Primero lo llamaron a Jeringa por una cosa del goteo del suero o algo así;
Mónico dijo que iba a ir a ayudarlo y yo quedé tomándome lo que restaba
de la lata.
Cuando volvió Jeringa, Mónico no estaba con él. Le pregunté dónde
estaba el “compa” y dijo que había ido a lo de una vieja que gritaba, que
debía estar incómoda, que ya iba a volver. Silencié el televisor y era verdad,
se sentían unos gritos con pausas de la vieja senil. Como a Mónico no le
gusta la ayuda lo dejé, pero no sé si fue la cerveza que me hizo levantar, y le
dije a Jeringa que ya volvía, que iba a poner un antibiótico. Se ofreció y le
dije que no se preocupara, que aparte del antibiótico iba a echar un pis al
inodoro. Se incomodó y salió conmigo. Al verme meter en el baño se fue a
sentar. No simuló ni un pis ni un pedo, sino que, sigilosamente, abrí la puerta
sin hacer ruido y fui al lugar de los gritos.
La señora largaba unos grititos de auxilio, y los silencios eran porque
Mónico le ponía su miembro erecto en la boca una y otra vez. Estaba
arrodillado con la mitad de los pantalones bajos, sujetándose el viril con
ambas manos y pasándoselo por la cara hasta insertarlo en la boca de la
señora acostada en la cama del hospital y, al prender la luz me vio y me
dijo: “¡raja de acá!”.
Fui corriendo y lo empujé con tanta mala suerte que antes de caer, con la
rodilla le pegó en la cara a la señora.
—¿Qué mierda hacés, hijo de puta?
Se intentó levantar pero le pegué una patada en la cara, y le volví a
preguntar lo mismo.
—¡Para Guillermo¿ ,!nunca tuviste la pija en una boca sin dientes?
Y ahí arremetí por la segunda patada.
Sangrando, se empezó a reír mientras decía:
—Cuando quieren gritar y atinan a cerrar la boca es un placer
inexplicable, ¿o no, Jeringa?
No me di cuenta de que Jeringa estaba atrás de mí y me dijo:
—Tenés que experimentarlo.
Me agarró de los brazos y Mónico de los pies, así me llevaron al baño
con la mayor resistencia posible.
Allí me hablaron; me recomendaron que no dijera nada, y me
amenazaron. Yo, a Mónico, lo quería matar a golpes, pero me tuve que
calmar; eran dos y me dijeron que es algo que suelen hacer seguido y que si
decía algo estaba liquidado. Obviamente que simulé que no iba a decir
nada, inclusive le pedí disculpas por los golpes. Pasamos una jornada
horrible en silencio absoluto, mientras que los comentarios de Mónico
hacían referencia a pasar licencia por dolores de rostro y el otro se reía.
Por la mañana iba a tener que denunciarlo al departamento de enfermería
y lo que pasó, no fue lo mejor.
Capítulo 73
Voy a terminar con mi última anécdota, ya después no hay más, solo las
personales, esas que suelen guardarse para uno mismo.
Llegué como todas las noches tarde, para no perder la costumbre, e
ingresé directamente en la guardia con Carlos. Me contó sobre unos líos con
familiares por la tarde y que hay varios procedimientos inconclusos y tareas
pendientes. No le di mucha importancia hasta que me contó el chisme
vespertino. Resulta que el equipo sanitario de la tarde intentó reanimar a
una mujer que estaba más muerta que viva y que, lamentablemente, no
pudieron revivirla. Cosa que puede pasar, pero hay familias que se resisten
la idea de la muerte y la rechazan bajo cualquier punto de vista. Es la
misma gente que piensa que por ingresar o internarse van a salvarse. Hubo
gritos y golpes a casi todo el equipo, solo las mujeres se salvaron de recibir
golpes. Me dijo Carlos que si tenía ganas de leer el reporte de las
novedades, el cual estaba todo detallado, pero mi desgano era mayor a mi
curiosidad.
La guardia estuvo tranquila por unas dos horas, tipo once de la noche,
cuando empezamos a escuchar una voz masculina llamando fuerte y
acercándose a los consultorios de urgencias al grito de: “¡doctor!”,
“¡doctor!”. Yo estaba escribiendo con los pies en alto en la sala de estar y le
dije a Carlos que iría porque parecía un paciente desorientado y él estaba
apoyado sobre la mesa intentando dormir. Me acerqué a la recepción y, al
abrir la puerta y verlo de cerca, solo me hizo una pregunta:
—¿Doctor?
Inocentemente respondo
—Sí, ¿qué desea?
GUILLERMO LOPEZ