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Instituto Inmaculada Concepción

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Rectora: Yasuoka Alejandra

Directora de estudios: Ferreira Cynthia y Melgarejo

Enrique

Materia: Transformaciones Científicas del siglo XX y

XXI

Profesor: Dumke Sandra Fabiana

Trabajo Práctico Nº: 4

Título: Ciencia Clásica

Alumnos: Arzamendia Leila, Custidiano Pablo y

Lagger Ayelen

Lugar y Fecha: Posadas, 23 de junio de 2021

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Consignas
Carátula

Introducción

1. Describir los puntos claves de la Ciencia Clásica. Conceptualizarla.


2. Narrar los orígenes de la Tradición Científica Occidental.
3. Caracterizar la Medicina en el mundo antiguo.
4. Desarrollar: Biografía de Aristóteles y el Corpus aristotélico. - Biografía de
Hipócrates y el Corpus Hipocrático. - Biografía de Galeno y el Galenismo. (vale 3
puntos)

Conclusión

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Introducción

En este trabajo se realizara una profunda investigación acerca de la ciencia clásica,


conceptualizándola y describiendo los puntos clave que esta presenta, denominándola
como una de las formas de observación y entendimiento de la naturaleza, etc. Por otro
lado, se narrara los orígenes de la Tradición Científica Occidental, viendo su evolución
y expansión a través de diferentes partes del mundo, también se caracteriza la medicina
en el mundo antiguo, junto con las enseñanzas de tres grandes pensadores Aristóteles,
Hipócrates y Galeno, descubriendo y analizando la enseñanzas que ellos nos heredaron
y las importancia que presentan actualmente.

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Desarrollo

1. Se conoce como ciencia antigua (en oposición a la ciencia moderna) a las


formas de observación y entendimiento de la naturaleza características de las
civilizaciones antiguas, y que estaban por lo general influenciadas por la religión, el
misticismo, la mitología o la magia.

La ciencia antigua creía en el poder supremo de la razón para resolver todos los
problemas sin necesidad de experimentos y su influjo duró dos milenios. Su principal
representante es Aristóteles, que consideraba que una piedra grande cae más deprisa que
una pequeña, aunque nunca se le ocurrió probarlo. Experimentar no estaba en el espíritu
de esa época, que ignoraba la verdadera relación entre la vida humana y la naturaleza.
El supuesto esplendor de los tiempos antiguos solo era aplicable a clases privilegiadas,
pero no a las condiciones de vida del hombre ordinario.

La ciencia antigua puede clasificarse en dos períodos históricos: el antiguo y el


medieval:

El primero incluye los estudios filosóficos y místicos de la antigüedad y la era


clásica, abarcando desde la antigua Mesopotamia, Egipto y Grecia y Roma. Se trata de
un pensamiento muy influido por la mitología, pero no tan coercitivo como el cristiano.
La antigüedad grecorromana se considera la base de toda la cultura occidental (incluida
la científica).
El segundo en cambio tiene que ver con el largo período del medioevo europeo,
en el que predominó el pensamiento religioso cristiano como matriz de todas las
formulaciones y descubrimientos humanos. A ella se debe la escolástica, es decir, la
doctrina de autoridad de los escritos antiguos, como la Biblia, que era leída como fuente
de verdades objetivas. A esto último debe sumarse la alquimia, proveniente de la cultura
islámica, mucho más avanzada que la cristiana en materia científica y filosófica. De
dicha cultura provienen los números actuales (arábigos) y numerosos avances en
materia de química y física que luego serían redescubiertos en Europa o tomados como
inspiración para nuevos adelantos.

En términos prácticos, se considera que la ciencia moderna nace junto con el método
científico durante la Revolución Científica de los siglos XVI y XVII en Europa, de

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modo que toda la historia científica previa a ese momento puede considerarse como
antigua.

La ciencia antigua acabó en el siglo XVI cuando Galileo demostró que si dos piedras
desiguales se dejan caer simultáneamente llegan al suelo al mismo tiempo. Este
experimento fue un momento clave en la historia de la humanidad. Abrió una nueva
relación entre el hombre y la naturaleza, inaugurando una etapa de cambio en la mente
humana que fue continuada por muchos otros.

2. Los inicios de la ciencia occidental, de David C. Lindberg, se beneficia del saber


filosófico, matemático y natural, entre el Pleistoceno y el siglo XV, en zonas de las
cuales no son europeas o lo son marginalmente, como por casualidad. En la Antigüedad,
Asia empezaba al este del Nilo, y África, al oeste. Durante los primeros tres milenios de
historia, la acción se desarrolló por aquellos pagos, principalmente en lo que hoy es
Irán, Irak, Turquía, Siria y Egipto, de los que sin duda se puede decir que están a
occidente (del Japón, pongamos). Luego se difundió a las islas y penínsulas adyacentes,
donde los griegos dieron un nuevo formato a la escritura y al saber, pero los griegos
estudiaban con los babilonios y los egipcios, no con los oxonienses o los salmantinos.
Durante aún otro par de milenios, el saber irradió desde allí al oeste y al este, primero
por la colonización del Mediterráneo y luego por las conquistas de los mahometanos.
Bien es verdad que, a partir del siglo XII, la parte (esta vez sí) occidental de este mundo
letrado empezó a mostrarse más dinámica que la oriental. Pero todavía en el siglo XV
de nuestra era, Ulugh Beg, nieto de Tamerlán, fundó a tiro de piedra de la China el
observatorio de Samarcanda. Sus astrónomos inventaron las fracciones decimales y, con
un error de entre dos y cinco segundos de arco, llevaron las observaciones astronómicas
a un grado de precisión al que sólo se acercaron en la parte occidental un siglo más
tarde. De manera que la mayor parte del libro se ocupa de cosas que ocurrieron en un
área del mundo centrada sobre el meridiano 30 o E (Alejandría, Bizancio), con
ramificaciones en Toledo y Samarcanda, a unos 35 o a occidente y oriente. Llamar a
todo esto «occidental» se antoja arbitrario y es más un reflejo de lo que pasó mucho
después, cuando las «religiones del libro» cristalizaron en dos tipos diversos de
sociedad, con burgos, gremios y universidades dotadas de jurisdicciones independientes
la una, y escasamente secularizada la otra.

Por la época en que Mozart componía el tercer movimiento de su Sonata K. 331, alla
turca, los otomanos acampaban al otro lado del Danubio, que era, sí, la frontera entre

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dos mundos. La denominación occidental alcanzó su fruición más tarde aún, cuando la
ciencia iniciada en la confluencia de Eurasia y África emigró al Nuevo Mundo y el
Viejo se dividió por el Oder en Occidente y Oriente, designaciones políticas con nombre
geográfico. Proyectar estas gracias modernas y contemporáneas sobre la Antigüedad y
la Edad Media resulta al menos pintoresco en estos tiempos de multiculturalismo y
apertura mental. Afortunadamente, el contenido es mejor que el título. Aun así, al tener
en mente lo que será la ciencia en la Europa moderna o en los países «occidentales»
contemporáneos, como si ese fuera el final necesario de la cadena de desarrollo, pierde
la ocasión de plantear siquiera el problema de qué era la ciencia en aquellas sociedades
antiguas y medievales, qué la sostenía y qué funciones desempeñaba. De este modo,
carecemos de la menor pista de por qué la parte más atrasada tecnológica o
culturalmente, la Europa occidental, acabó reclutando a la ciencia como instrumento de
apropiación del mundo. Aunque sea trivial, debe repararse en que en el período
histórico en cuestión, la ciencia no servía para la navegación, la artillería, la minería, la
metalurgia o la industria en general. Exceptuando un poco de aritmética y geometría
elementales para el cómputo mercantil y algo de astronomía de posición para ajustar el
calendario, la ciencia no servía para nada; o, mejor dicho, el saber científico servía más
bien para el tipo de cosas para las que servían la literatura, la poesía, la teología o la
filosofía.

El gran atractivo de la obra es que el autor explica con singular facilidad los aspectos
técnicos de las ciencias matemáticas y naturales que conforman las culturas antiguas y
medievales junto con los aspectos religiosos o filosóficos, no menos técnicos, de esas
mismas culturas. Tiene sin duda la suerte de escribir sobre un tiempo en el que, como
decía Don Quijote, «todas las cosas eran comunes», de las matemáticas a la teología.
Por ejemplo, la última personalidad matemática de la Antigüedad, Hipatia de Alejandría
(370-415), escribió comentarios a las obras matemáticas superiores de Apolonio,
Ptolomeo y Diofanto; pero esta dedicación tan «de ciencias» no le impidió desempeñar
otras rabiosamente «de letras», como la dirección de la escuela neoplatónica de
Alejandría. Desgraciadamente, se han perdido sus obras, por lo que no sabemos cómo
combinaba las ecuaciones diofantinas con las doctrinas de Plotino, en las que el Uno
indiferenciado y sin cualidades «efulgura» la Inteligencia y ésta, el Alma, en una
«procesión» que convierte el mundo en un conjunto animado transido de simpatías.
Menciono el caso por dos motivos: para mostrar la unidad de todo el saber durante todo

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el período estudiado y para señalar la inexplicable ausencia en este libro de Plotino, un


autor cuyos filosofemas arrebataron a tantos matemáticos, desde Hipatia hasta Newton,
quien fue justamente acusado por Leibniz de confundir a Yahvé con el alma del mundo
de los neoplatónicos, tradición que se tiene en cuenta aunque no se mencione a Plotino.

Matemáticas, astronomía, filosofía, teología y política eran acerbo común de los


intelectuales que las tomaban en serio por igual. Al final del período contemplado por
Lindberg, Bizancio cayó en manos de los turcos y el cardenal Juan Bessarión vino a
Europa desde Trebisonda para organizar una cruzada. De paso promovió la traducción
del Almagesto de Ptolomeo, ya conocido a través de los árabes pero no vertido del
original con los altos niveles filológicos y científicos humanistas. En realidad, ya existía
una traducción del griego hecha un par de lustros atrás por su compatriota y rival, Jorge
de Trebisonda, a quien odiaba por su aristotelismo crítico con Platón. Bessarión entró en
contacto con los mejores astrónomos latinos, los vieneses Georg Peuerbach y Johannes
Regiomontano. Peuerbach murió al año siguiente y Regiomontano tres lustros más tarde
(sin terminar la tarea), según las malas lenguas, envenenado por los hijos de Jorge de
Trebisonda. Por anecdótica que sea, esta historia muestra el carácter inextricable de
religión, política, literatura, filología, filosofía natural y matemáticas en aquella época.
Una de las grandes virtudes del libro de Lindberg es ofrecer todo ello como otros tantos
rabiones y remolinos en el torrente común de la cultura humana. La unidad del saber y
la cultura no iba a durar mucho, pero aún un siglo más tarde, el hijo de una bruja y un
ocasionado, como decían nuestros clásicos y aún en nuestros días los corridos
mexicanos, fue a estudiar teología a Tubinga con la intención de enderezar la tendencia
familiar haciéndose clérigo. Se llamaba Johannes Kepler. Cuando las autoridades
luteranas lo enviaron a Graz a dar clases de matemáticas, no encandiló a sus estudiantes,
pues de unos pocos el primer año pasó a ninguno en el segundo. Para ganarse el
sustento hubo de dar clases sobre retórica y Virgilio. Este libro es la mejor introducción
a la ciencia emanada de las culturas procedentes del área de los viejos imperios que,
andando el tiempo, inspiraría la ciencia europea de la revolución científica de los siglos
XVI y XVII, aunque eso no se sabía entonces y resulta irrelevante. Por eso Grecia
aparece aquí dialogando con Babilonia y Egipto, mientras que la Edad Media se reparte
entre las tradiciones mahometanas y cristiana, que inicialmente eran muy parecidas en
la ideología fundamentalista. Sin embargo, los conquistadores musulmanes se

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encontraron con tradiciones científicas llevadas a cabo por diversas escuelas que
toleraron y de las que aprendieron mucho, como los nestorianos de Yundishapur, o los
sabeos de Harrán, a los que pertenecía Tahbit ibn Qurra, y sólo a partir del siglo XII se
pusieron generalizadamente picajosos con la ciencia y el saber extranjeros que hasta
entonces habían tolerado sin incorporarlos al mahometismo. Sin embargo, los cristianos
hubieron de establecer compromisos institucionales desde el principio con el
paganismo. Aunque Clemente de Alejandría, Orígenes o Lactancio fuesen muy
obcecados con el saber (este último se oponía a la esfericidad de la Tierra porque
entonces el trigo crecería para abajo en los antípodas), el cristianismo no conquistó el
imperio romano con la espada, sino que se insinuó en la élite de un estado ya hecho, con
sus estructuras jurídicas, sus instituciones y su filosofía, por lo que tuvo que adaptarse a
ellas. Incluso durante siglos no había más textos en las escuelas que los paganos. Esto
es, los Padres debieron leer a Platón y aprender la lógica de Aristóteles, por lo que a la
larga terminaron haciendo teología dialéctica y razonando sobre el poder, la iglesia, el
estado y la cosmología.

Así pues, aunque las primeras sociedades islámicas fueron mucho más refinadas
técnica, artística y científicamente que la cristiana, ésta hubo de desarrollar una mayor
complejidad política, jurídica e institucional, que es una de las claves, siglos más tarde,
del dominio de la cristiandad sobre el resto del mundo. Un ejemplo de ello es la
diferencia entre las instituciones de la madraza y la universidad, que fue crucial para la
inserción social de la ciencia 1. Por eso, aunque el objeto principal del libro sea la
ciencia, ésta se inserta en el contexto global de la sociedad, ya que a lo largo de las
páginas queda claro que las ciencias de la naturaleza no fueron un elemento extraño que
se opusiese o a lo sumo se yuxtapusiese a las «humanidades», la ética, la política, la
retórica o la religión, sino que era una parte integral, cuando no central, de la cultura
total humana. Tal vez los animales jueguen, canten, hablen y hagan pactos y acuerdos
políticos realmente sutiles 2, pero ninguno hace ciencia. En realidad, ni siquiera todas
las culturas humanas practican una actividad tan delicada y evanescente como la
ciencia. Aquí se puede ver cómo ciertas etapas y lugares permitieron el desarrollo
fructífero de la ciencia para perderse o decaer años más tarde; cómo, al capricho de los
Ptolomeos, se desarrolló en Alejandría uno de los períodos más brillantes de la cultura
científica y filológica, para decaer con el fundamentalismo cristiano y los monjes
fanáticos del desierto de Natria azuzados por Cirilo contra Hipatia; cómo una

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civilización, la islámica, que llevó la ciencia a alturas desconocidas para los clásicos, la
dejó luego estancarse, y cómo paulatinamente y sin pretenderlo, las instituciones
europeas ofrecieron un soporte institucional que hizo de ella una actividad continuada,
cuya desaparición se tornó prácticamente imposible cuando, fuera ya del período aquí
cubierto, la ciencia se conectó con la artillería, la navegación, el comercio y la industria.
Así pues, el lector de este libro no sólo se enterará de las condenas que hizo el obispo
Tempier de algunas tesis de alcance cosmológico y físico, o de la expansión y
transformación política del islam, sino también, y sobre todo, de cómo era la teoría de la
visión de Alhazén, la astronomía de Ptolomeo, la fisiología de Galeno o la teoría del
arco iris de Teodorico de Friburgo, que es, después de todo, de lo que trata la historia de
la ciencia. Pero lo hará sin lágrimas, pues todo está contado al alcance «del hombre
culto y la mujer sensible» (como rezaba la propaganda de las obras de Ortega y Gasset).
No obstante, quien quiera habérselas con los detalles de las anomalías planetarias, con
las diferencias entre la ley del plano inclinado de Pappo y Nemorario y con otras
exquisiteces similares, encontrará en la excelente bibliografía guía bastante para
proseguir con sus inquietudes. Este es un libro de historia en el más simple y noble
sentido de la palabra: cuenta llanamente qué pasó. En las universidades de nuestro país
la historia de la ciencia suele investigarse y enseñarse en las facultades de medicina y en
algunas de ciencias y de filosofía, mientras que en otros países una buena parte de la
investigación se hace también en las facultades de historia. Tal vez este libro pueda
contribuir a que los historiadores de aquí, amén del público general, entiendan que la
ciencia es una parte considerable de la cultura humana, de las «humanidades»,
independientemente de que en determinadas épocas haya sido también crucial para la
industria, el comercio y la economía. A ello contribuirá, sin duda, la corrección y aun
elegancia con que el texto está vertido al español, no menos que la adaptación de la
bibliografía, en la que se señalan las obras de consulta más accesibles a nuestros
lectores.

3. Uno de los aspectos de gran interés en la historia de la medicina es la relación que


siempre ha existido entre la medicina y la cultura y su connotación en la misma. En el
presente artículo se hace referencia, de forma muy específica, a Esculapio y la
significación que ha tenido desde el punto de vista cultural a través de los tiempos.

Como es conocido, la medicina de la Grecia antigua tenía una sólida base mágico-
religiosa, lo que puede verse en los poemas épicos "La Ilíada" y "La Odisea", que datan

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de antes del siglo XI a.C., lo que pone de manifiesto, ya desde ese entonces lejano, el
vínculo que ha existido entre medicina y cultura, al estar presente y quedar reflejado en
ese modo de expresión literario. El dios griego de la medicina era Asclepíades. El Dios
Asclepios (Esculapio para los romanos) forma parte de las tradiciones más reconocidas,
y su simbolismo está relacionado no solo con los Dioses griegos y con la relación que
establecía entre el mundo divino, mítico, y el humano, sino que resulta fácil encontrar
parentescos con los egipcios en primer lugar, y con todos aquellos que han asumido la
misión de velar por la vida humana.3 Se dice que Asclepios participó en la batalla de
Troya, junto con sus hijos Podaleiro y Macaón, considerados también como excelentes
médicos.

Según la leyenda, Asclepíades fue hijo de Apolo, quien originalmente era el dios de
la medicina, y de Coronis o Corónides, una virgen bella pero mortal.1,5 Un día, Apolo
la sorprendió bañándose en el bosque, se enamoró de ella y la conquistó, pero cuando
Coronis ya estaba embarazada su padre le exigió que cumpliera su palabra de
matrimonio con su primo Isquión. La noticia de la próxima boda de Coronis se la llevó
a Apolo el cuervo, que en esos tiempos era un pájaro blanco. Enfurecido, Apolo primero
maldijo al cuervo, que desde entonces es negro, y después disparó sus flechas y, con la
ayuda de su hermana Artemisa, mató a Coronis junto con toda su familia, sus amigas y
su prometido Isquión. Sin embargo, al contemplar el cadáver de su amante, Apolo sintió
pena por su hijo aún no nacido y procedió a extraerlo del vientre de su madre muerta
por medio de una operación cesárea. Así nació Asclepíades, a quien su padre llevó al
monte Pelión, en donde vivía el centauro Quirón, quien era sabio en las artes de la
magia antigua, de la música y de la medicina, para que se encargara de su educación.
Asclepíades aprendió todo lo que Quirón sabía y mucho más, y se fue a ejercer sus artes
a las ciudades griegas, con tal éxito que su fama como médico se difundió por todos
lados. La leyenda señala que con el tiempo Apolo abdicó su papel como dios de la
medicina en favor de su hijo Asclepíades. Además, Plutón, el rey del Hades, lo acusó
con Zeus de que estaba despoblando su reino, por lo que el rey del Olimpo destruyó a
Asclepíades con un rayo.

Una parte de la medicina de la Grecia antigua estuvo siempre referida al culto a


Asclepíades. Entre las ruinas griegas que todavía pueden visitarse en la actualidad,
algunas de las mejor conservadas y más majestuosas, se relacionan con este culto.1 En
Pérgamo, Efeso, en Epidauro, en Delfos, en Atenas y en otros muchos sitios más,

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existen calzadas, recintos y templos así como estatuas, esculturas, lápidas y museos
enteros que atestiguan la gran importancia de la medicina mágico-religiosa entre los
griegos antiguos,1 de donde puede inferirse la estrecha vinculación que ha tenido y tiene
esta medicina con la cultura, en muchas partes del mundo. En la actualidad, en fecha
muy reciente, fue restaurada la escultura griega de Esculapio encontrada en Empúries
hace ya más de 100 años, y se expuso en el Museo de Badalona hasta el día 28 de
febrero de 2008. Ampurias fue una antigua ciudad griega y romana situada en el noreste
de la península Ibérica, en la comarca gerundense del Alto Ampurdán. Fue fundada en
575 a. C. por colonos de Focea como enclave comercial en el Mediterráneo occidental.
Posteriormente fue ocupada por los romanos, pero la ciudad fue abandonada en la Alta
Edad Media. Los yacimientos arqueológicos de Ampurias se encuentran sobre el golfo
de Rosas, en el municipio de La Escala en la provincia de Gerona y son unos de los
restos griegos más importantes de España.

La nueva imagen de la estatua se ha podido ver en el Museo de Arqueología de


Cataluña, en el marco de la exposición "Esculapio, el retorno del dios", que recibió a
miles de visitantes, como ha sido señalado. "El Esculapio" inició así su camino de
retorno en Empúries, que coincidió con el centenario del comienzo de las excavaciones
arqueológicas. "El Esculapio" está considerado la mejor escultura clásica encontrada en
el Mediterráneo occidental. Los últimos estudios le atribuyen una antigüedad de más de
2 200 años. Se encontró al yacimiento de Empúries en el año 1909 en el curso de las
excavaciones que se estaban llevando a cabo bajo la dirección del arquitecto,
arqueólogo, historiador del arte y político Josep Puig i Cadafalch. Se encontraron
diversas partes y fragmentos de esculturas, dos de los cuales correspondían a la parte
inferior y superior de una misma estatua, que se identificó en aquel momento como "El
Esculapio". El hallazgo tuvo una gran repercusión y un gran impacto popular. La estatua
se convirtió en un símbolo de las raíces helénicas de la cultura catalana, lo que pone una
vez más de manifiesto la interrelación y, a la vez, la importancia que hay entre medicina
y cultura -a través de los tiempos- a lo que se hace referencia en este artículo. Como se
señaló con anterioridad, los pacientes acudían a los centros religiosos dedicados al culto
de Aslepíades, en donde eran recibidos por médicos sacerdotes que aceptaban las
ofrendas y otros obsequios que traían, anticipando su curación o por lo menos alivio
para sus males.

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En Pérgamo y en otros templos los enfermos dejaban sus ropas y se vestían con
túnicas blancas, para pasar al siguiente recinto, que era una especie de hotel, con
facilidades para que los pacientes pasaran ahí un tiempo. En Epidauro las paredes
estaban decoradas con esculturas y grabados en piedra, en donde se relataban muchas de
las curas milagrosas que había realizado el dios; los pacientes aumentaban sus
expectativas de recuperar su salud con la ayuda de Asclepíades. Cuando les llegaba su
turno eran conducidos a la parte más sagrada del templo, el abatón, en donde estaba la
estatua del dios, esculpida en mármol y oro. Ahí se hacían las donaciones y los
sacrificios, y llegada la noche los enfermos se dormían, sumidos en plegarias a
Asclepíades en favor de su salud. En otros santuarios los enfermos llegaban
directamente al recinto sagrado y ahí pasaban la noche.

En este lapso, conocido como incubatio por los romanos, se aparecían Asclepíades y
sus colaboradores (sus hermanas divinas, Higiene y Panacea, así como los animales
sagrados, el perro y la serpiente), se acercaban al paciente en su sueño y procedían a
examinarlo y a darle el tratamiento adecuado para su enfermedad. En los orígenes del
culto prevalecían los encantamientos y las curas milagrosas, pero con el tiempo las
medidas terapéuticas se hicieron cada vez más naturales: las úlceras cutáneas cerraban
cuando las lamía el perro, las fracturas óseas se consolidaban cuando el dios aplicaba
férulas y recomendaba reposo, los reumatismos se aliviaban con baños de aguas
termales y sulfurosas, y muchos casos de esterilidad femenina se resolvieron
favorablemente gracias a los consejos prácticos de Higiene.

No se sabe con precisión en qué consistían las curas, como se ha señalado.8


Ciertamente las aguas tenían gran parte en tales curas, pues la región abundaba en
termales. Otro ingrediente muy usado eran las hierbas. Pero sobre todo se contaba con la
sugestión que se creaba con exorcismos y espectaculares ceremonias. Tal vez se recurría
también al hipnotismo y en ciertos casos a la anestesia, si bien no se sabe cómo la
lograban porque de las inscripciones resulta que Asclepios, más que un clínico, era un
cirujano. Estas no hablan, en efecto, más que de vientres abiertos a cuchilladas, de
tumores extraídos, de clavículas soldadas, de piernas torcidas enderezadas haciendo
transitar un carro por encima. El caso más célebre de todos fue el de una mujer que,
queriendo librarse de una tenia y estando Asclepios ocupado en aquel momento, se
había dirigido a su hijo quien, teniendo como el padre la pasión de la cirugía, le separó
la cabeza del cuello y con la mano fue a buscarle la lombriz en el estómago. La encontró

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y la sacó. Pero luego no pudo volver a poner la cabeza sobre el tronco de la desdichada,
así que tuvo que entregarla en dos trozos al padre, quien, tras haberle dado un capón al
incauto muchacho, se marchó. Esto también aparece escrito en una lápida. Fue este dios
socorredor, o por decirlo mejor, fueron sus sacerdotes los que monopolizaron la
medicina griega hasta el siglo v a.C. Solo en tiempos de Pericles asomó la medicina
laica, que se apoyaba, o pretendía apoyarse, en bases racionales, al margen de la religión
y de los milagros. Pero también esta novedad le vino a Atenas desde fuera, o sea del
Asia Menor y de Sicilia, donde se habían formado las primeras escuelas seglares.

Según la mitología, Asclepios caminaba apoyándose en un bastón en torno al cual se


enroscaba una serpiente, que aparece siempre en sus representaciones gráficas Este
símbolo del bastón y la serpiente sigue usándose en la Medicina moderna, como muy
bien es conocido. La serpiente pertenece a la especie "culebra de Esculapio" (nombre
científico: Elaphe longissima). La serpiente ha sido por siglos un ente lleno de misterio
y de magia, que como se ha dicho, su caminar hipnotiza, su ataque aterra y su veneno
mata. También engaña y te hace un pecador prolífico como al padre Adán de la
mitología hebrea, a quien se le señala como directo responsable de la paternidad de los 5
000 millones de humanos en este planeta. Es temida y adorada en los mitos de
numerosos pueblos por su veneno, aunque también se la considera símbolo de vida, ya
que todos los años muda de piel. Gran parte de las culturas de la antigüedad la
consideraban una divinidad y, por lo tanto, le brindaban culto.4 También es considerada
símbolo de la prudencia, de la sabiduría, lo cual encierra la capacidad de la adivinación,
como se ha señalado. Hacia 1 600 a. C., los habitantes de Creta, rendían culto a la diosa
Serpiente, quien tenía un santuario en el palacio de Cnosos, a quien le atribuían la
propiedad curativa de la Madre Tierra; sin embargo, es muy posible, que la presencia de
la serpiente en la cultura griega, tenga su antecedente inmediato en la cultura egipcia. Es
de todos conocido el gran prestigio del que gozaba la medicina egipcia en aquellos
tiempos, así como también es conocida la presencia del reptil en la simbología egipcia,
(del tocado de Cleopatra que tenía en la frente una víbora aspid (el suicidio de Cleopatra
-según versa la leyenda- fue por la mordedura de esta misma culebra).

Luego entonces, el culto a la diosa Serpiente del Santuario en el Palacio de Cnosos


en Creta se inspira con toda seguridad en la mitología egipcia quienes adoraban a la
diosa Hathor, a quien se le representa siempre con una serpiente. Por otro lado, pero por
el mismo rumbo, en Mesopotamia, el hijo de la divinidad Ninazu aparece representado

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por una culebra. Como se habrán percatado, desde los orígenes de la medicina en las
culturas más antiguas y relevantes se ha relacionado con el reptante animal, el cual se
encuentra presente en logotipos de hospitales, facultades de medicina, ambulancias,
llaveros y otras manualidades. Y todo porque el griego Asclepio traía una, enredada en
una vara.

En la Grecia antigua, el médico o iatros era un sacerdote del culto al dios


Asclepíades, y su actividad profesional se limitaba a vigilar que en los santuarios se
recogieran las ofrendas y los donativos de los pacientes, se cumplieran los rituales
religiosos prescritos, y quizás a ayudar a algún enfermo incapacitado a sumergirse en el
baño recomendado, o a aconsejar a una madre atribulada sobre lo que debía hacerse
para controlar las crisis convulsivas de su hijo. Aunque el iatros era el equivalente del
brujo o chamán de la medicina primitiva, del asu asirio, del snw egipcio y del tícitl
azteca, sus funciones estaban mucho más restringidas que las de sus mencionados
colegas, porque él pertenecía a una sociedad mucho más estratificada y a una disciplina
profesional mucho más rigurosa. En los museos de Éfeso, Pérgamo, Epidauro y Atenas
(y en muchos otros museos griegos), y también en el Museo del Louvre, en París, en el
Museo Británico en Londres, en el Museo Alemán en Munich, en el Museo de San
Carlos en México, y seguramente en muchos otros museos de otros países del
hemisferio occidental, hay estatuas de Asclepíades.

Sin embargo, su influencia en el ejercicio de la medicina duró más de 1 000 años, en


vista de que se inició en el mundo antiguo y se prolongó en la Grecia clásica, se
mantuvo en la época de Alejandro Magno, siguió durante Imperio romano y con él llegó
hasta el Medio Oriente, en donde persistió hasta los principios de la Edad Media,
después de la caída del Imperio bizantino y con la conquista de Constantinopla por los
árabes. Durante todo este prolongado período, las ideas médicas mágico-religiosas de
los asclepíades y las prácticas asociadas con ellas prevalecieron en el mundo occidental,
o por lo menos coexistieron con otros conceptos y manejos diferentes de las
enfermedades, que fueron surgiendo con el tiempo pero que no tuvieron la misma fuerza
para sobrevivir. Uno de ellos fue el sistema médico asociado con el nombre de
Hipócrates de Cos, quien vivió a principios del siglo v a.C.

Platón se refiere a Hipócrates como un médico perteneciente a los seguidores de


Asclepíades, y aparte de otras breves referencias por otros autores contemporáneos, eso
es todo lo que se sabe de él. Pero aunque su figura es casi legendaria, su nombre se

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asocia con uno de los descubrimientos más importantes en toda la historia de la


medicina: que la enfermedad es un fenómeno natural. Como hemos mencionado, la
medicina primitiva se basa en el postulado de que la enfermedad es un castigo divino, o
una hechicería, o la posesión del cuerpo del paciente por un espíritu maligno, o la
pérdida del alma, o varias otras cosas más, que tienen todas un elemento común: se trata
de fenómenos sobrenaturales. De hecho, ésa es la razón por la que 105 antropólogos la
conocen como medicina primitiva. Pues bien, la tradición ha consagrado a Hipócrates
como el defensor del concepto de que las enfermedades no tienen origen divino sino que
sus causas se encuentran en el ámbito de la naturaleza, como por ejemplo el clima, el
aire, la dieta, el sitio geográfico y otros. La postura de la escuela hipocrática, de
renunciar a explicaciones sobrenaturales sobre las enfermedades y de buscar sus causas
en la naturaleza, no ocurrió en el vacío y tuvo en la historia de esta ciencia, gran
importancia.

Hasta aquí algunos aspectos histórico-culturales sobre Asclepios y su andar en la


cultura a través de los tiempos. En la actualidad muchos se preguntan: ¿Sigue vivo
Asclepios? ¿Sobrevive aún su fuerza, sus poderes y su capacidad de presentarse ante los
hombres bajo una u otra forma? ¿Es acaso, en la actualidad, el mismo Sol el que brilla
para los hombres, poniendo luz en sus cuerpos enfermos y en sus almas oscurecidas por
la ausencia de la Sabiduría presente en épocas anteriores? Más que la reflexión y el
análisis que pueden dejarnos esa y otras preguntas e interrogantes que sin lugar a dudas
son de gran interés, el énfasis de este trabajo es destacar la importancia de los aspectos
culturales que tienen en la medicina muchos símbolos, creencias, convicciones,
actitudes y costumbres y su evolución a través de diferentes épocas y lugares.

4. Bibliografía de Aristoteles

Aristóteles (en griego antiguo: Ἀριστοτέλης Aristotélēs; Estagira, 384 a. C.-Calcis,


322 a. C.)123 fue un filósofo, polímata y científico nacido en la ciudad de Estagira, al
norte de Antigua Grecia. Es considerado junto a Platón, el padre de la filosofía
occidental. Sus ideas han ejercido una enorme influencia sobre la historia intelectual de
Occidente por más de dos milenios. Fue hijo de Nicómaco, médico de Amintas, rey de
Macedonia. El hecho de ser macedonio y pertenecer a una familia vinculada a la casa
real, explica que fuera nombrado por Filipo II preceptor de Alejando Magno y que, con
ocasión de los movimientos secesionistas de Atenas, tuviera que huir por dos veces de

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Instituto Inmaculada Concepción

esta ciudad. Vivió su infancia en Pela y, muertos sus padres, pasó a Atarneo, con su
tutor, Próxeno, quien le envió a Atenas para que completara allí su educación.

En el año 367/366 a.C. ingresa en la Academia de Platón, desechando la escuela del


sofista Isócrates. El ingreso de Aristóteles en la Academia platónica, provisionalmente
presidida por el matemático Eudoxo de Cnido, creador del modelo astronómico de las
esferas concéntricas, coincide con la época en que Platón, que tenía ya entonces 60
años, se hallaba en Sicilia, en su segundo y de nuevo desafortunado viaje a Siracusa, del
que no regresa hasta el 364; es, pues, el momento en que en el pensamiento platónico
comienza el período -«abstracto y metodológico», según W. Jaeger-, de crítica a la
teoría de las ideas (representado, sobre todo, por los diálogos Teeteto, Sofista, Político,
Parménides y Filebo). Aristóteles permanece en la Academia 20 años, hasta la muerte
de Platón.

Las obras que se conocen de Aristóteles pertenecientes a estos años hacen suponer un
período de fidelidad inicial a las ideas platónicas con cierta actitud de revisión de la
teoría de las ideas, que debía ser la de la Academia: Gryllo, Eudemo, Protréptico, Sobre
las ideas y sobre el bien son obras de juventud, al estilo de los diálogos platónicos, y
pueden llamarse obras exotéricas, o de divulgación, a diferencia de las esotéricas, que
configuran el cuerpo de obras aristotélicas posteriores. Conocido como «la mente», por
su capacidad, y también como «el lector» por su afición a la lectura, que practicaba
directamente sin la ayuda del esclavo lector como era costumbre, y muy posiblemente el
miembro más destacado de la Academia, no pasa a dirigirla a la muerte de Platón, y se
nombra en su lugar a Espeusipo. Debido a la frustración por este nombramiento, para
huir del peligro -Filipo de Macedonia había iniciado ya la conquista de Grecia y todo
macedonio era mal visto en Atenas-, o convencido Aristóteles de que la nueva dirección
no iba a mantener el espíritu platónico, acompañado de Jenócrates, uno de los
componentes con mayor fama de la Academia, deja Atenas y la Academia, y se dirige,
destruida ya Estagira por el rey macedonio, a Atarneo, en Asia Menor, donde le acoge
Hermias, señor de aquella ciudad y amigo de su familia.

Junto con Erasto y Corisco, ambos de Escepsis, citados por Platón en su carta sexta
como antiguos alumnos de la Academia, y posteriormente Teofrasto de Ereso, funda en
Asos una escuela semejante a la de Atenas, y permanece en aquella región del 347 al
345. Pasa luego a Mitilene, en la isla de Lesbos, donde funda otra escuela similar, y allí
se dedica a estudios y observaciones de ciencias naturales hasta el 342, fecha en que

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Instituto Inmaculada Concepción

Filipo de Macedonia le nombra tutor de su hijo Alejandro, de 13 años de edad.


Posiblemente por esta época escribe o comienza la redacción de algunas de sus obras
sobre la naturaleza, como por ejemplo Sobre las partes de los animales, y muy
posiblemente también data de esta época De la filosofía, obra muy conocida entre los
antiguos, y que Jaeger denomina «manifiesto» sobre la filosofía y crítica a la teoría de
las ideas de Platón.

En el 342 Aristóteles marcha a Pella, con Pythias, hermana o sobrina de Hermias,


con quien había contraído matrimonio en Atarneo, y pronto tiene conocimiento de la
muerte de su amigo Hermias, aliado de Filipo y apresado a traición por los persas; a él
dedica un epigrama escrito sobre su cenotafio, que más tarde será utilizado en su contra.
En el 340, nombrado Alejandro regente a los 16 años de edad, por la ausencia de Filipo
dedicado a la campaña emprendida contra Bizancio, Aristóteles deja su labor como
preceptor, pero obtiene de Alejandro la reconstrucción de Estagira, su ciudad natal,
donde se instala hasta el 335. En el 336, apuñalado el rey Filipo por uno de sus mismos
guardaespaldas el día de la boda de su hija y la vigilia del comienzo de la gran campaña
contra Persia, le sucede Alejandro (336-323) quien, tras marchar sobre toda Grecia y
dominarla, la une a su ataque contra Persia. Aristóteles le dedica su tratado Sobre la
monarquía.

Aristóteles regresa a Atenas el 335, a los 50 años de edad y a los 13 de haber salido
de ella, e inicia la tercera fase de su vida fundando su propia escuela, el Liceo, que no
destinará, como la Academia, a la investigación de la matemática y la dialéctica, sino a
unas investigaciones de carácter más amplio relacionadas con la ciencia de la
naturaleza. Como meteco que es, no puede adquirir terrenos y se instala en un pórtico
largo de un gimnasio público, fuera de las murallas, junto a un santuario dedicado a
Apolo Licio (Apóllon Lýkeion). El nombre en griego de pórtico, perípatos, por un lado,
y el del héroe del santuario, por otro, ha dado origen a las dos denominaciones con que
históricamente se conoce a la escuela de Aristóteles: el Liceo y el Perípato. Permaneció
al frente de su Escuela hasta la muerte de Alejandro Magno, ocurrida a sus 32 años,
mientras esperaba conquistar Arabia.

Tras la muerte del rey macedón, se desató en Atenas una auténtica persecución
contra todo sospechoso de haber pertenecido al bando de los que querían una Grecia
unida y dominada por Macedonia. Aristóteles, tradicional amigo de la corte
macedónica, fue visto por los partidarios de Demóstenes como uno de ellos; acusado de

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impiedad (asebeia) por el himno funerario compuesto en honor de Hermias y privado de


la protección del regente Antípatros, que había acudido a reunirse con Alejandro, se ve
obligado a marchar de Atenas. Se refugia en Calcis, en las posesiones heredadas de su
madre, y muere al cabo de unos meses, en plena madurez de sus 62 años, de una
enfermedad del estómago.

Se conserva su testamento, en que se ordena dar libertad a sus esclavos y que su


cuerpo fuera sepultado junto al de su primera mujer. De su hetaira Herpyllis, con la que
estuvo unido legalmente, aunque no por matrimonio y con quien tuvo a Nicómaco, que
murió muy joven en la guerra.

Obras: Corpus Aristotelicum

A la muerte de Aristóteles, le sucedió en la dirección del Liceo Teofrasto de Ereso,


su discípulo preferido. Teofrasto dirigió la Escuela hasta 288/284, orientando sus
investigaciones todavía más hacia la naturaleza y el conocimiento empírico. Con la
muerte de Aristóteles se inició un sucesivo deterioro del Liceo, que sólo renació de
algún modo con Andrónico de Rodas. Una de las causas de esta crisis puede atribuirse
al hecho de que al morir Teofrasto, quien también había heredado la importante
biblioteca de Aristóteles, legó ésta a Neleo de Escepsis, hijo de Corisco. Éste se llevó la
biblioteca al Asia Menor y la traspasó a sus herederos, que, no teniendo demasiado
interés en ella, la ocultaron en una bodega para que no cayera en manos de los Atálidas,
que iban en busca de tesoros y libros para la capital, Pérgamo. Apelicón, bibliófilo, los
compró y llevó a Atenas, donde fueron confiscados por Sila y trasladados a Roma (86
a.C.). Andrónico de Rodas, el undécimo director del Liceo, interesado en recuperar los
libros de Aristóteles, se trasladó a Roma, entró en contacto con el gramático Tirannión,
que los revisaba, y entre los años 40-20 a.C. ordenó y publicó las obras de Aristóteles,
que desde entonces se conocen con el nombre de corpus aristotelicum.

Fue por un tiempo costumbre general entre los historiadores sostener que el
Estagirita redactó sus obras más importantes, el conjunto de las llamadas esotéricas,
durante el período de su vida transcurrido en el Liceo. Las investigaciones de Werner
Jaeger (1888-1961), expuestas en Aristóteles. Bases para la historia de su desarrollo
intelectual (1923) , intentaron demostrar que las llamadas obras de Escuela de
Aristóteles no fueron compuestas en los últimos 12 años de Liceo, sino que el conjunto
del Corpus aristotélico está sujeto al devenir de una composición llevada a cabo a través

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Instituto Inmaculada Concepción

de los años en diversas fases sin homogeneizar: los años de juventud en la Academia,
los años intermedios de viajes en Asia Menor y Macedonia, y los años de madurez en el
Liceo; tesis, por lo demás, sólo parcialmente admitida en la actualidad. El conjunto de
las obras auténticas de Aristóteles suele dividirse en grupos que recuerdan su
clasificación de las ciencias.

Biografía de Hipócrates de Cos

Hipócrates de Cos —en griego: Ἱπποκράτης— (Cos, c. 460 a. C.-Tesalia c. 370 a. C.)
Se afirma que el padre de Hipócrates se llamaba Heráclides y era médico. Su madre, por
su parte, se llamaba Praxítela, hija de Tizane, según la tradición, Hipócrates descendía
de una estirpe de magos de la isla de Cos y estaba directamente emparentado con
Esculapio, el dios griego de la medicina. El mismo biógrafo relata que Hipócrates
aprendió medicina de su padre y su abuelo, además de estudiar filosofía y otras materias
con Demócrito y Gorgias. Probablemente continuara su formación en el Asclepeion de
Cos y fuera discípulo del médico tracio Heródico de Selimbria. La única mención
contemporánea que se conserva de Hipócrates proviene del diálogo de Platón
Protágoras, en el que el filósofo lo describe como «Hipócrates de Cos, el de los
Asclepíadas». Contemporáneo de Sócrates y Platón, éste lo cita en diversas ocasiones en
sus obras. Al parecer, durante su juventud Hipócrates visitó Egipto, donde se familiarizó
con los trabajos médicos que la tradición atribuye a Imhotep. Fue un médico de la
Antigua Grecia que ejerció durante el llamado siglo de Pericles. Está clasificado como
una de las figuras más destacadas de la historia de la medicina, y muchos autores se
refieren a él como el «padre de la medicina», en reconocimiento a sus importantes y
duraderas contribuciones a esta ciencia como fundador de la escuela que lleva su
nombre. Esta escuela intelectual revolucionó la medicina de su época, estableciéndola
como una disciplina separada de otros campos con los cuales se la había asociado
tradicionalmente (principalmente la teúrgia y la filosofía) y convirtiendo el ejercicio de
la misma en una auténtica profesión.

Hipócrates tuvo dos hijos, Tésalo y Draco, y al menos una hija, puesto que tanto sus
hijos varones como su yerno, Polibo, fueron alumnos suyos. Según Galeno, un médico
romano, Polibo fue el auténtico sucesor de Hipócrates, mientras que Tésalo y Draco
tuvieron cada uno un hijo a los que llamaron Hipócrates. Hipócrates enseñó y practicó
la medicina durante toda su vida, viajando al menos a Tesalia, Tracia y el mar de

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Instituto Inmaculada Concepción

Mármara. Probablemente muriera en Larisa a la edad de 83 o 90 años, aunque según


algunas fuentes superó largamente los 100 años. Se conservan diferentes relatos sobre
su muerte. Aunque sin base cierta, se considera a Hipócrates autor de una especie de
enciclopedia médica de la Antigüedad constituida por varias decenas de libros (entre 60
y 70). En sus textos, que en general se aceptan como pertenecientes a su escuela, se
defiende la concepción de la enfermedad como la consecuencia de un desequilibrio
entre los llamados humores líquidos del cuerpo, es decir, la sangre, la flema y la bilis
amarilla o cólera y la bilis negra o melancolía, teoría que desarrollaría más tarde Galeno
y que dominaría la medicina hasta la Ilustración. Para luchar contra estas afecciones, el
corpus hipocrático recurre al cauterio o bisturí, propone el empleo de plantas
medicinales y recomienda aire puro y una alimentación sana y equilibrada. Entre las
aportaciones de la medicina hipocrática destacan la consideración del cuerpo como un
todo, el énfasis puesto en la realización de observaciones minuciosas de los síntomas y
la toma en consideración del historial clínico de los enfermos.

En el campo de la ética de la profesión médica se le atribuye el célebre juramento


que lleva su nombre, que se convertirá más adelante en una declaración deontológica
tradicional en la práctica médica, que obliga a quien lo pronuncia, entre otras cosas, a
«entrar en las casas con el único fin de cuidar y curar a los enfermos», «evitar toda
sospecha de haber abusado de la confianza de los pacientes, en especial de las mujeres»
y «mantener el secreto de lo que crea que debe mantenerse reservado». Aunque
inicialmente atribuida en su totalidad a Hipócrates, la llamada colección hipocrática es
en realidad un conjunto de escritos de temática médica que exponen tendencias
diversas, que en ciertos casos pueden incluso oponerse entre sí. Estos escritos datan, por
regla general, del período comprendido entre los años 450 y 350 a.C., y constituyen la
principal fuente a través de la cual es posible hoy hacerse una idea de las prácticas y
concepciones médicas anteriores a la época alejandrina.

En esta colección, la llamada «Antigua medicina» es uno de los tratados más


antiguos y más célebres y en él sugiere el autor, entre otras propuestas, investigar el
origen del arte que practica, origen que halla en el deseo de ofrecer al ser humano un
régimen de vida y, en especial, una forma de alimentación que se adapte de una manera
completamente racional a la satisfacción de sus necesidades más inmediatas. Por este
motivo, considera por ejemplo el aprendizaje de la correcta cocción de los alimentos
como una primera manifestación de la búsqueda de una existencia mejor. Por otro lado,

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Instituto Inmaculada Concepción

los textos de la colección hipocrática demuestran sin lugar a dudas que la práctica de la
observación precisa no era en el conjunto de la medicina griega una conquista de la
época clásica, sino que más bien constituía una tradición sólidamente afianzada en el
pasado y que a mediados del siglo V había alcanzado ya un notable nivel de desarrollo.

Corpus hipocrático

El corpus hipocrático (en latín, Corpus Hippocraticum) es una colección de unas


setenta obras médicas de la antigua Grecia escritas en griego jónico. No se ha aclarado
definitivamente si el autor del corpus fue el mismo Hipócrates, pues es probable que los
volúmenes fueran creados por sus estudiantes y discípulos. A causa de la variedad de
temas, estilos de escritura y fecha aparente de creación, los estudiosos creen que el
corpus hipocrático no podría haber sido escrito por una sola persona, sino por hasta
diecinueve autores diferentes. En la antigüedad, el Corpus era atribuido a Hipócrates y
sus enseñanzas seguían generalmente los principios del médico griego, de manera que el
Corpus acabó recibiendo su nombre. En realidad, podrían ser los restos de una
biblioteca de Cos o una colección compilada en el siglo III a. C, en Alejandría. Contiene
libros de texto, lecciones, investigaciones, notas y ensayos filosóficos sobre diversos
temas médicos, que no siguen ningún orden concreto. Estas obras fueron escritas para
públicos diferentes, tanto especialistas como legos y a veces estaban redactadas desde
puntos de vista opuestos, por lo que se pueden observar contradicciones importantes
entre diferentes obras del corpus. Entre estos tratados destacan El juramento
hipocrático, El libro de los pronósticos, Sobre el régimen en las enfermedades agudas,
Aforismos, Sobre los aires, las aguas y los lugares, Instrumentos de reducción, Sobre la
enfermedad sagrada, etcétera.

Sus obras fueron traducidas al inglés, por primera vez de forma completa, por el
médico escocés Francis Adams como The Genuine Works of Hippocrates (Las obras
genuinas de Hipócrates) en 1849, revitalizando el interés médico e histórico en las
obras de Hipócrates. En español está traducido todo el corpus en varios volúmenes:

Hipócrates. Tratados hipocráticos. Obra completa. Madrid: Editorial Gredos. ISBN


978-84-249-1425-7.

Volumen I: Juramento; Ley; Sobre la ciencia médica; Sobre la medicina antigua;


Sobre el médico; Sobre la decencia; Aforismos; Preceptos; El pronóstico; Sobre la dieta

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Instituto Inmaculada Concepción

en las enfermedades agudas; Sobre la enfermedad sagrada. 1990. ISBN 978-84-249-


0893-5.

Volumen II: Sobre los aires, aguas y lugares; Sobre los humores; Sobre los flatos;
Predicciones I; Predicciones II; Prenociones de Cos. 1997. ISBN 978-84-249-1018-1.

Volumen III: Sobre la dieta; Sobre las afecciones; Apéndice a "Sobre la dieta en las
enfermedades agudas"; Sobre el uso de los líquidos; Sobre el alimento. 1997. ISBN
978-84-249-1019-8.

Volumen IV: Tratados ginecológicos: Sobre las enfermedades de las mujeres; Sobre
las mujeres estériles; Sobre las enfermedades de las vírgenes; Sobre la superfetación;
Sobre la escisión del feto; Sobre la naturaleza de la mujer. 1988. ISBN 978-84-249-
1282-6.

Volumen V: Epidemias. 1989. ISBN 978-84-249-1384-7.

Volumen VI: Enfermedades. 1990. ISBN 978-84-249-1426-4.

Volumen VII: Tratados quirúrgicos. 1993. ISBN 978-84-249-1610-7.

Volumen VIII: Naturaleza del hombre; Lugares en el hombre; Carnes; Corazón;


Naturaleza de los huesos; Generación; Naturaleza del niño; Enfermedades IV; Parto de
ocho meses; Parto de siete meses; Dentición; Visión; Glándulas; Anatomía; Semanas;
Crisis; Días críticos; Remedios; Juramento II. 2003. ISBN 978-84-249-2376-1.

Biografía de Galeno

Galeno de Pérgamo nació en el año 129 en Pérgamo, ciudad bajo la influencia del
Imperio Romano, que en aquel momento era una urbe que se encontraba en la cima de
su prosperidad, como lo evidencia el extraordinario desarrollo urbanístico y
arquitectónico. Galeno era hijo de un rico arquitecto, beneficiado por la gran actividad
constructiva, aunque él fue educado exquisitamente en la lengua griega, como filósofo y
hombre de letras. Tal vez el hecho de que su ciudad natal fuera la sede de un magnífico
y famoso santuario dedicado al dios de la medicina, Asclepio, le influenció hasta el
punto de que a los 16 años decidió dar un giro en su carrera y estudiar medicina. Su
extraordinaria y variada formación, con un gran conocimiento obtenido a partir de la
lectura de numerosos libros, que él mismo poseyó, la obtuvo en Pérgamo, pero también
en Esmirna y la ciudad egipcia de Alejandría, el mayor centro médico del mundo

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Instituto Inmaculada Concepción

antiguo. El extraordinario conocimiento de la medicina, particularmente hipocrática, fue


usado por Galeno para denostar a sus competidores, incapaces de hacer frente a su
erudición. De todos sus profesores y estudios adquirió una serie de principios que nunca
abandonó y que desarrolló de una manera personal: la preeminencia de la naturaleza
humana, la teoría de los cuatro humores, la importancia de la prognosis y la
aproximación holística a una terapia de carácter individualista.

Después de más de una década dedicada a formarse, regresó a su ciudad natal. Allí se
convirtió en el médico jefe de una tropa de gladiadores, mantenida por el sumo pontífice
de Asia. Los conocimientos quirúrgicos que aquella experiencia le proporcionó no
fueron nada despreciables para su posterior carrera médica.En el año 162 se desplazó a
Roma. Su éxito en el tratamiento a ricos e influyentes pacientes a los que otros médicos
habían desahuciado, sus enormes conocimientos, su capacidad retórica en los debates
públicos y su habilidad para autopublicitarse, en definitiva, le permitieron alcanzar
rápidamente la fama. Su reputación como filósofo y médico no dejó de crecer, como
también sus contactos con conocidos filósofos, y su nivel de riqueza creció en la misma
proporción. En el 166 abandonó la capital, según dijo, cansado de la envidia de sus
colegas de profesión, aunque posiblemente la razón real de su regreso a Pérgamo fue
una epidemia. En torno al año 168 fue llamado por el emperador Lucio Vero y por
Marco Aurelio para acompañarlos en las campañas militares en el norte de Italia.
Después de la muerte de Vero, regresó a Roma, donde sirvió también a los emperadores
Comodo y Septimio Severo. Aunque sus biógrafos árabes pensaron que murió a la edad
de 87 años, en torno al año 216, recientes estudios no llevan esta fecha más allá del 207.
La disputa continúa abierta.

Galeno fue un escritor prolífico. Se conocen cerca de 300 títulos atribuidos a su


persona, de los cuales solamente han sobrevivido la mitad, total o parcialmente.
Entendió la anatomía como el fundamento del conocimiento médico, y diseccionó y
experimentó con muchos animales, tales como monos, cerdos, ovejas y cabras. Fue un
gran defensor de la disección como vía para mejorar la habilidad quirúrgica y para
investigar los fenómenos de la vida. En cambio, la fisiología galenista se componía de
una mezcla de ideas pertenecientes a filósofos como Platón y Aristóteles y del médico
Hipócrates de Cos, de quien tomó la mayor parte de sus enseñanzas en medicina. El
acercamiento crítico al enorme y heterogéneo compendio de obras que son el Corpus
Hipocraticus, construido fundamentalmente por los seguidores del médico de Cos, es

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Instituto Inmaculada Concepción

fundamental para poder entender el pensamiento médico de Galeno. Pero también fue
clave su formación filosófica en Esmirna, conectada a las más importantes sectas
(estoicos, platónicos, aristotélicos y epicúreos). Galeno estaba convencido de que un
buen médico debía ser también filósofo (aunque haya buenos médicos que no lo fueran).
Para ser eficaces los médicos debían contar con las armas de la lógica para elaborar un
buen diagnóstico, y la ética en su relación con los pacientes, aunque no fueran
consciente mientras se producía el tratamiento. Ahora bien, para Galeno por encima de
todo estaba la "demostración científica", la aplicación del pensamiento lógico y las
pruebas empíricas. Por ello se mostró poco dogmático y animó al médico a pensar por sí
mismo.

Como se ha señalado, su pensamiento filosófico fue ecléctico. A Aristóteles debe su


visión del universo y del cuerpo como microcosmos. También le debe al filósofo
estagirita su visión de las facultades, las capacidades corporales para desarrollar sus
funciones normales, cada una derivando de una específica combinación de elementos y
cualidades al nivel más básico. Sin embargo, su entendimiento del cuerpo está
conectado estrechamente con el Timaeus de Platón, que contenía doctrinas médicas que
Galeno identificó como concordantes con las de Hipócrates. Galeno creyó
apasionadamente en la existencia de un creador, lo que le llevó a desarrollar un
pensamiento teleológico. También creyó en un alma tripartita platónica, a diferencia de
la de Aristóteles.

Galeno entendió el cuerpo como tres sistemas interconectados: el cerebro y los


nervios, responsables de las sensaciones y el pensamiento; el corazón y las arterias,
responsables de la energía vital; y el hígado y las venas, responsables de la nutrición y
el crecimiento. El complejo sistema, altamente especulativo pero muy atractivo
intelectualmente, se mantuvo a grandes rasgos durante siglos. Fundamentándose en la
medicina de Hipócrates, Galeno creía que la salud humana requería un equilibrio entre
los cuatro fluidos corporales principales, o humores: sangre, bilis amarilla, bilis negra y
flema. Cada uno de los cuatro elementos estaba constituido por dos de las cuatro
cualidades primarias: seco, húmedo, frío y cálido. Pero a diferencia de Hipócrates,
pensaba que el desequilibrio de los humores se podía dar en los órganos específicos,
como también en todo el cuerpo en su conjunto. Esta modificación permitía un
diagnóstico mucho más preciso y prescribir remedios específicos para restaurar el
equilibrio del organismo.

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Instituto Inmaculada Concepción

Las obras de Galeno circularon ampliamente durante su vida. Posteriormente, en el


siglo VI sus textos fueron recogidos en Alejandría, y sus teorías viajaron hacia el mundo
bizantino. Muchos manuscritos griegos fueron recopilados y traducidos en el mundo
árabe a la lengua de Mahoma y al siriaco, en torno al siglo IX, particularmente en la
corte de Bagdad, donde se recogieron 129 de sus trabajos. Hunayn ibn Ishaq fue el
principal autor que preparó y anotó estas obras. Durante el siglo XI estos textos fueron
traducidos al latín, y llegaron a configurar la base sobre la que se fundamentó la
formación médica en las universidades europeas. A finales del siglo XV, los humanistas
italianos prepararon nuevas versiones latinas de su obra. Ya en el siglo XVI
predominaba una particular visión de Galeno como clínico, diagnosticador y anatomista.
Solo a partir de aquel momento la obra del médico flamenco Andrea Vesalio, que
mostró que la anatomía galenista era más animal que humana, y de William Harvey,
sobre la circulación de la sangre, pondrían en crisis muchas de sus aportaciones. Aun
así, su obra continuó vigente mucho tiempo después. Galeno nos muestra que hace
veinte siglos muchos de los rasgos de la ciencia actual estaban presentes: los viajes de
formación o por trabajo; el papel del mecenazgo; la capacidad retórica de convencer a
los colegas; las controversias; o el ascenso y la promoción a través del conocimiento.

Galenismo
La tesis de Galeno según la cual el médico no debe limitarse al ejercicio de una
técnica, sino que debe también ser filósofo y llevar una vida plenamente moral,
juntamente con su importante sistematización de la medicina clásica (especialmente de
origen hipocrático), generaron un movimiento de gran influencia hasta bien entrado el
Renacimiento. Pero, dicho movimiento, cercenó en realidad el pensamiento de Galeno
al tomar sus doctrinas como dogmas. Por ello, debe distinguirse entre Galeno y un
galenismo que todavía acentuó más los aspectos teleológicos. Como corriente
organizada se remonta a Oribasio, Italy Abbas y Avicena y, a través de estos autores,
dominó las teorías médicas en Bizancio y entre los árabes. A partir del siglo XI se
introdujo en la escuela de Salerno, desde donde empezó a ejercer influencia en la
medicina occidental. Durante el Renacimiento se intentaron recuperar las doctrinas
propias de Galeno, a partir de los textos griegos originales. Vesalio y otros destacados
médicos y anatomistas atacaron el galenismo, del que destacaron su errónea anatomía,
ya que Galeno solamente diseccionó animales, no cadáveres humanos.

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Instituto Inmaculada Concepción

El galenismo se caracterizó por ofrecer un arsenal de medidas para abordar


racionalmente el proceso salud-enfermedad, diseñando una serie de abordajes
metodológicos que fueron muy provechosos a la sociedad medieval, además de
proporcionar los recursos para satisfacer sus demandas de salud. La medicina medieval,
apoyada doctrinalmente por el galenismo, consideraba la salud y enfermedad como
procesos naturales perfectamente comprensibles y modificables. Logró implantarse
superando las posiciones y credos de todos los grupos sociales y religiosos diseminados
en la geografía europea, incluyendo los territorios de España. El arribo de este corpus
médico al mundo medieval cristiano, que afectaba los aspectos más básicos de la
concepción científica y racional del mundo, provocó un profundo impacto cultural, y se
logró establecer de modo paulatino hasta ser aceptado en las diversas regiones y estratos
sociales, donde permaneció vigente más que ningún otro sistema médico creado.

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Instituto Inmaculada Concepción

Conclusión

Debido a la investigación que los integrantes del grupo realizamos, logramos


concientizarnos sobre la evolución por la que la ciencia debió pasar para la actual
comprensión y análisis de lo que nos rodea. De igual manera, indagamos acerca de los
momentos que marcaron la vida de distintos filósofos, científicos e investigadores que
aportaron descubrimientos sumamente importantes para la nueva era de la ciencia.

Además, se debe hacer mención acerca del enfoque recibido en el campo de la


medicina, ciencia que era practicada de manera diferente en el mundo antiguo, pero que
fue la base de los conocimientos actuales. Ciertamente en la antigüedad la superstición
era la raíz de muchos conocimientos e ideas erróneas. Sin embargo, gracias al método
científico, la verificación de distintas teorías se hizo presente dando lugar a la llegada de
la Ciencia Moderna.

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Instituto Inmaculada Concepción

Bibliografía

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