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El tsunami emocional

¡Hugo ha muerto! ¡Mi hijo Hugo ha muerto!


Dice la sabiduría popular que la muerte de un
hijo es una muerte en contra del sentido de la vida, un
sufrimiento intenso, inmenso, el más devastador que
un ser humano pueda experimentar. Deja profundas e
indelebles cicatrices en los progenitores, en los hermanos
y en los demás familiares.
“Ahora sé que la muerte no es morirme, sino que
se muera alguien querido”, escribe Miquel Martí i Pol.
Y William Shakespeare lo expresa de esta manera: “El
pesar oculto, como un horno cerrado, quema el corazón
hasta reducirlo a cenizas”.
Estas sentencias pueden dar una idea de la infini-
dad de sentimientos, estados de ánimo, pensamientos,
preguntas… en definitiva, del tsunami emocional que
provoca la muerte de un hijo.
Ésta es una de las razones por las que he em-
pezado a escribir este libro, pero hay más. Tengo en
el alma mucho más de lo que cabe en unas cuantas
páginas. Se amontonan los sentimientos, se pelean, se
contradicen. Tengo necesidad de expresarlo todo: el
sentimiento del primer día, del segundo, del décimo…
Un alzheimer, una demencia, una amnesia total podrían
borrarlo de mi mente.

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Quisiera comparar y valorar lo que vivo ahora con
lo que viviré en el futuro. Lo verdaderamente trágico
y doloroso de esta historia es la vida que ha perdido
Hugo, no sé si en su mejor momento, pero sí, seguro,
en un muy buen momento. Todo el dolor descrito en
estas páginas es por él, por lo que ha perdido, porque
él no está, porque él no puede ver el sol, ni ver llover,
ni enfadarse, ni reír, ni estudiar, ni bailar, ni andar, ni
querer, ni salir, ni entrar… nada. Sin embargo, los que
no hemos podido elegir nos hemos quedado aquí y
tenemos que seguir adelante.
Sé que este acontecimiento, esta trágica historia,
que va a formar parte de mi vida para siempre, va a
ir moldeándose, va a cambiar con el tiempo, y tengo
miedo de no encontrar las palabras adecuadas dentro
de un mes, de seis o de dos años para poder transmitir
los sentimientos primeros. Quiero que quede constancia
de ellos, porque en ellos está Hugo, los ha provocado
él y él es el protagonista.
Estos sentimientos primeros siempre serán los mismos
en el fondo, pero no en la forma. La forma variará (así
lo espero y deseo) debido a la erosión del tiempo, un
tiempo que bien utilizado hará que entre dentro de mí
un poquito más de oxígeno para poder respirar, que no
me moleste oír cantar el mirlo que cada madrugada me
despierta, que lo pueda paralizar todo para poderme
parar a pensar en Hugo sin que me duela tanto. Y,
entonces, cuando esto pase, no podré, ya no querré,
escribir con el sentimiento del primer día.
Es tal la tormenta interior que estoy viviendo que
se están viendo afectadas cuestiones importantes de mi
vida, no en relación con los demás, sino conmigo misma:
los valores, las prioridades, los principios, la fe…

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Hay muchas preguntas en nuestra vida que no
nos planteamos en serio, simplemente dan vueltas,
revolotean a nuestro alrededor. Sabemos que están
ahí, pero no queremos prestarles demasiada atención.
Únicamente afloran en nosotros con toda su fuerza
cuando nos sacude una adversidad que hace que todo
se tambalee.
Un antiguo proverbio chino dice que “todas las
crisis tienen dos elementos: peligro y oportunidad”.
Con independencia de la peligrosidad de la situación,
en el corazón de cada crisis se esconde una gran
oportunidad.
Abundantes beneficios esperan a quienes descubren
el secreto de encontrar la oportunidad en la crisis.
Además de la necesidad de sobrevivir, tengo la
curiosidad de saber si todo volverá a su curso, de
qué modo, si se perderán cosas en el camino, si se
encontrarán otras… Será bueno algún día comparar y
valorar lo que estoy viviendo ahora con lo que estaré
viviendo entonces.

Buscando el equilibrio

No conozco ningún otro camino para poder vivir


dignamente sin Hugo que no sea buscar paz, equilibrio,
serenidad.
Quiero lograr que este estremecimiento que siento
cuando despierto cada mañana, que la sacudida que
desmorona todo lo logrado el día anterior, que ese dolor
físico y real que noto en mi corazón, que la pena que
me ahoga, que las lágrimas que me nublan la visión
del hoy pero también del ayer, quiero lograr que todo

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eso se convierta en una nueva forma de vida basada
en los cimientos de un recuerdo de Hugo sereno y
equilibrado.
No quiero que se rompa el equilibrio de mi vida,
porque ese equilibrio es también el de los que me ro-
dean, el de mi hija Ares y el de mi esposo Ángel, ante
todo, y el del resto de mi familia.
Busco una serenidad interior que me permita “so-
brevivir”, porque yo sé que vivir ya no va a ser posible.
Pero tampoco quiero entenderlo como un “sinvivir” o un
“malvivir” (aquí empezaría el desequilibrio). Dejémoslo
en un “vivir diferente”.
Y este anhelo de poder seguir “viviendo diferente”,
en equilibrio, en paz, con serenidad, quiero conseguirlo
no cayendo en el tópico de decir: “A Hugo no le gustaría
verme sufrir así”. Aunque si bien es verdad que, si en el
lugar donde se encuentra Hugo tiene cabida el sufrimiento,
él a buen seguro estará sufriendo por mí, ¡y mucho!
No quiero conseguir mi equilibrio a costa de un
tópico tan manido, porque, entre otras cosas, a Hugo
lo que le gustaría, o por lo menos lo que le hubiera
gustado en su día, sería seguir viviendo, seguir que-
riéndonos, seguir con su carrera, salir con sus amigos…
seguir con su vida, pero, en ningún caso, morirse.
Ramiro Calle, especialista español en filosofías,
psicologías y místicas de Oriente, escribe:

La mente: una gran mentira, en tanto no se con-


trola y se encamina de modo adecuado. El pen-
samiento: un formidable embaucador, en tanto no
se sosiega, esclarece, y se pone al servicio de lo
laudable y lo constructivo. Mente y pensamiento
mal orientados: un fardo inútil y desdichado de
ofuscación, avaricia y odio.

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Pero la mente que encadena, también libera. Pero
el pensamiento que es un falsario, también es
una preciosa herramienta de mejoramiento. Todo
depende de qué hagamos con la mente y el pen-
samiento, y de que logremos o no que sean bien
dirigidos y cursen a la luz de la conciencia clara
y sosegada.
La mente es la eterna compañera, con ella desper-
tamos y con ella nos dormimos, si está intranquila
y ofuscada puede adiestrarse para que se vuelva
sosegada y clara.

Cuando la salud física no es buena, sea por el mo-


tivo que sea, procuramos poner los medios para lograr
un bienestar. Por lo tanto, también habremos de poner
los medios para lograr un bienestar psíquico: contro-
lar las emociones, los pensamientos, los sentimientos,
canalizarlos y transformarlos, y aprender a vivir con
aquellos que no logremos domesticar.
Tendríamos que poner en práctica una historia que
una vez leí sobre alguien que siempre estaba dichoso,
satisfecho, contento. Los que estaban a su alrededor le
preguntaban cómo era posible, cómo conseguía estar
siempre bien. Él les respondió: “El truco está en que
cada mañana al despertar me pregunto: ¿qué elijo hoy:
tristeza o alegría?, y siempre elijo alegría”.
Sin embargo, hay situaciones en la vida en que no
puedes elegir, no tienes capacidad, la tristeza te desbor-
da, pero siempre has de ser tú quien lleve la batuta.
Hay que hacer un gran esfuerzo para intentar ver la
botella medio llena cuando, en realidad, está medio
vacía, teniendo en cuenta que este “pequeño matiz”
es sustancial, es fundamental, cambia la percepción de
todo verlo de una u otra forma.

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No intento hacer literatura, ni escribir por escribir.
Lo único que intento es lograr que las palabras sean
traslúcidas, diáfanas, que claree la verdad tras ellas. La
verdad de un sentimiento, la verdad de una pena, la ver-
dad de una gran tristeza. Es algo con lo que todo el
mundo se puede identificar, nadie está a salvo. Quien
más, quien menos, en algún momento de su vida ha
sufrido de una forma u otra.
Dice un proverbio español que “en esta vida nada
dura, quien hoy tirita, mañana suda”. Me gustaría que
la esencia de estas páginas irradiara verdad, realidad.
Que se advirtiera de la primera a la última página
que todo está escrito ab imo pectore, a pecho abierto,
con toda sinceridad. Ya he mencionado que todo esto
lo inspira Hugo, y Hugo no podría inspirar nada que
no fuera sincero.
Hay que ser honesto con los sentimientos, aunque te
dejen en un estado de vulnerabilidad ante los “demás”,
ante el mundo y ante la vida. Quizá de esta forma
alguno de los “demás” también querrá participar de tu
mundo. Quisiera con este libro remover sentimientos,
o que los aquí descritos calaran hondo, muy hondo,
porque lo que sentimos muy adentro, eso, no llegamos
a olvidarlo nunca. Es como un aroma que pulula y
burbujea siempre, y cualquier situación, comentario,
vivencia… lo intensifica, lo propaga y lo hace revivir.
Digo esto, porque la capacidad de emocionar, de
mover sentimientos, parece no ser tan fácil de conseguir
cuando sólo contamos con el lenguaje escrito. Según
Mehrabian Albert, antropólogo estadounidense cono-
cido por sus estudios de comunicación no verbal y su
teoría del 7% 38% 55%, cuando expresamos emociones
y sentimientos, la comunicación no verbal desempeña
un papel mucho más importante que la verbal. Así las

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palabras sólo expresan el 7% de la información total,
mientras que el tono de voz nos ofrece un 38% de
los datos, y el 55% restante lo obtenemos a través del
lenguaje corporal.
Puede que en algún momento parezca que está todo
enrevesado, que hay contradicciones, que hay muchos
sentimientos encontrados, que parezca que quiero resurgir
de mis cenizas para más tarde hundirme de nuevo en
ellas. Que hoy canto a la esperanza y mañana hablo en
voz baja al dolor. Todo es realmente así, no hay nada
novelado, no puedo escribirlo de otra manera. Estos son
mis sentimientos, mis reflexiones, mi realidad.
Debo decir que haber encontrado esta forma de
expresar las vivencias internas y externas que he vivi-
do desde que murió Hugo me han ayudado en algún
momento a aliviar un poco el dolor.
Diferentes estudios afirman que la escritura crea-
tiva posee efectos terapéuticos, el papel se convierte en
un rincón personal, donde atender las emociones que
acuden a tu mente. Contribuye a favorecer un mayor
equilibrio físico, emocional y espiritual.
Escribiendo entiendes mejor tu papel en el mundo,
escribir te acerca a Dios, al prójimo, a las cosas y a ti
mismo. Es bueno escribir aunque nadie lo lea, o inclu-
so aunque a veces se lea lo que no quieres. Ayuda a
organizar el pensamiento y a ver con mayor claridad
todo lo que nos rodea.
La palabra escrita tiene poder, cura algún dolor,
consolida algún sueño, deshace otros y lleva y trae la
esperanza.

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