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BIOGRAFIAS

Enrique Martyn
Luz usada enteramente por Dios

1781 - 1812

Arrodillado en una playa de la India, Enrique Martyn derramaba su alma ante el


Maestro y oraba: “Amado Señor, yo también andaba en el país lejano; mi vida
ardía en el pecado....quisiste que yo regresase, ya no más un tizón para
extender la destrucción, sino una antorcha que resplandezca por ti (Zacarías
3:2) ¡Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opresivas del
paganismo. Ahora, Señor quiero arder hasta consumirme enteramente por ti!”

El intenso ardor de aquel día siempre motivó la vida de ese joven. Se dice que
su nombre es: “el nombre más heroico que adorna la historia de la Iglesia de
Inglaterra, desde los tiempos de la reina Isabel”. Sin embargo, aun entre sus
compatriotas, él no es muy conocido.

Su padre era de físico endeble. Después que él murió, los cuatro hijos,
incluyendo Enrique, no tardaron en contraer la misma enfermedad de su padre,
la tuberculosis.

Con la muerte de su padre, Enrique perdió el intenso interés que tenía por las
matemáticas y más bien se interesó grandemente en la lectura de la Biblia. Se
graduó con honores más altos de todos los de su clase. Sin embargo, el Espíritu
Santo habló a su alma: “Buscas grandes cosas para ti, pues no las busques.”
Acerca de sus estudios testificó: “Alcancé lo más grande que anhelaba, pero
luego me desilusioné al ver que sólo había conseguido una sombra.”

Tenía por costumbre levantarse de madrugada y salir a caminar solo por los
campos para gozar de la comunión íntima con Dios. El resultado fue que
abandonó para siempre sus planes de ser abogado, un plan que todavía seguía
porque “no podía consentir en ser pobre por el amor de Cristo”.
Al escuchar un sermón sobre “El estado perdido de los paganos”, resolvió
entregarse a la vida misionera. Al conocer la vida abnegada del misionero
Guillermo Carey, dedicaba a su gran obra en la India, se sintió guiado a
trabajar en el mismo país.

El deseo de llevar el mensaje de salvación a los pueblos que no conocían a


Cristo, se convirtió en un fuego inextinguible en su alma después que leyó la
biografía de David Brainerd, quien murió siendo aún muy joven, a la edad de
veintinueve años. Brainerd consumió toda su vida en el servicio del amor
intenso que profesaba a los pieles rojas de la América del Norte. Enrique Martín
se dio cuenta de que, como David Brainerd, él también disponía de poco tiempo
de vida para llevar a cabo su obra, y se encendió en él la misma pasión de
gastarse enteramente por Cristo en el breve espacio de tiempo que le restaba.
Sus sermones no consistían en palabras de sabiduría humana, sino que siempre
se dirigía a la gente, como “un moribundo, predicando a los moribundos”.

A Enrique Martyn se le presentó un gran problema cuando la madre de su novia,


Lidia Grenfel, no consentía en el casamiento porque él deseaba llevar a su
esposa al extranjero. Enrique amaba a Lidia y su mayor deseo terrenal era
establecer un hogar y trabajar junto con ella en la mies del Señor. Acerca de
esto él escribió en su diario lo siguiente: “Estuve orando durante hora y media,
luchando contra lo que me ataba...Cada vez que estaba a punto de ganar la
victoria, mi corazón regresaba a su ídolo y, finalmente, me acosté sintiendo una
gran pena.”

Entonces se acordó de David Brainerd, el cual se negaba a si mismo todas la


comodidades de la civilización, caminaba grandes distancias solo en la floresta,
pasaba días sin comer, y después de esforzarse así durante cinco años volvió,
tuberculoso, para fallecer en los brazos de su novia, Jerusha, hija de Jonatán
Edwards.

Por fin que Enrique Martyn también ganó la victoria, obedeciendo al llamado a
sacrificarse por la salvación de los perdidos. Al embarcarse, en 1805, para la
India, escribió: “Si vivo o muero, que Cristo sea glorificado por la cosecha de
multitudes para EL”

A bordo del navío, al alejarse de su patria, Enrique Martyn lloró como un niño.
No obstante, nada ni nadie podían desviarlo de su firme propósito de seguir la
dirección divina. El también era un tizón arrebatado del fuego, por eso
repetidamente decía: “Que yo sea una llama de fuego en el servicio divino.”

Después de una travesía de nueve largos meses a bordo y cuando ya se


encontraba cerca de su destino, pasó un día entero en ayuno y oración. Sentía
cuán grande era el sacrificio de la cruz y cómo era igualmente grande su
responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que sumaban multitudes en
la India. Siempre repetía: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto guardas;
todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis de Jehová,
no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la ponga por
alabanza en la tierra” (Isaías 62:6,7).

La llegada de Enrique Martyn a la India, en el mes de abril de 1806, fue también


en respuesta a la oración de otros. La necesidad era tan grande en ese país,
que los pocos obreros que habían allí se pusieron de acuerdo en reunirse en
Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a Dios que enviase un hombre lleno del
Espíritu Santo y de poder a la India. Al desembarcar Martyn, fue recibido
alegremente por ellos, como la respuesta a sus oraciones.

Es difícil imaginar el horror de la tinieblas en que vivía ese pueblo, entre el cual
fue Martyn a vivir. Un día, cerca del lugar donde se hospedaba, oyó una música
y vio el humo de una pira fúnebre, acerca de las cuales había oído hablar antes
de salir de Inglaterra. Las llamas ya comenzaban a subir del lugar donde la
viuda se encontraba sentada al lado del cadáver de su marido muerto. Martyn,
indignado, se esforzó pero no pudo conseguir salvar a la pobre víctima.

En otra ocasión fue atraído por el sonido de címbalos a un lugar donde la gente
rendía culto a los demonios. Los adoradores se postraban ante un ídolo, obra
de sus propias manos, ¡al que adoraban y temían! Martyn se sentía “realmente
en la vecindad del infierno”.

Rodeado de tales escenas, él se esforzaba más y más, incansablemente, día tras


día en aprender la lengua. No se desanimaba con la falta de fruto de su
predicación, porque consideraba que era mucho más importante traducir las
Escrituras y colocarlas en las manos del pueblo. Con esa meta fija en su mente
perseveraba en la obra de la traducción, perfeccionándola cuidadosamente, poco
a poco, y deteniéndose de vez en cuando para pedir el auxilio de Dios.

Cómo ardía su alma en el firme propósito de dar la Biblia al pueblo, se ve en


uno de sus sermones, conservado en el Museo Británico, y que copiamos a
continuación

“Pensé en la situación triste del moribundo, que tan sólo conoce bastante de la
eternidad como para temer a la muerte, pero no conoce bastante del Salvador
como para vislumbrar el futuro con esperanza. No puede pedir una Biblia para
aprender algo en que afirmarse, ni puede pedir a la esposa o al hijo que le lean
un capítulo para consolarlo. ¡La Biblia, ah, es un tesoro que ellos nunca
poseyeron! Vosotros que tenéis un corazón para sentir la miseria del prójimo
nosotros que sabéis cómo la agonía del espíritu es más cruel que cualquier
sufrimiento del cuerpo, vosotros que sabéis que está próximo el día en que
tendréis que morir. ¡OH, dadles aquello que será un consuelo a la hora de la
muerte!”

Para alcanzar ese objetivo, de dar las Escrituras a los pueblos de la India y de
Persia, Martyn se dedicó a la traducción de día y de noche, en sus horas de
descanso y mientras viajaba. No disminuía su marcha ni cuando el termómetro
registraba el intenso calor de 50º, ni cuando sufría de fiebre intermitente, ni
debido a la gravedad de la peste blanca que ardía en su pecho.

Igual que David Brainerd, cuya biografía siempre sirvió para inspirarlo, Enrique
Martyn pasó días enteros en intercesión y comunión con su “amado, su querido
Jesús”. “Parece”, escribió él, “que puedo orar cuanto quiera sin cansarme.
Cuán dulce es andar con Jesús y morir por EL...” Para él la oración no era una
mera formalidad, sino el medio de alcanzar la paz y el poder de los cielos, el
medio seguro de quebrantar a los endurecidos de corazón y vencer a los
adversarios.

Seis años y medio después de haber desembarcado en la India, a la edad de 31


años, cuando emprendía un largo viaje, falleció. Separado de los hermanos,
del resto de la familia, rodeado de perseguidores, y su novia esperándolo en
Inglaterra, fue enterrado en un lugar desconocido.

¡Fue muy grande el ánimo, la perseverancia, el amor y la dedicación con que


trabajó en la mies de su Señor! Su celo ardió hasta consumirlo en ese corto
espacio de seis años y medio. Nos es imposible apreciar cuán grande fue la
obra que realizó en tan pocos años. Además de predicar, logró traducir parte de
las Sagradas Escrituras a las lenguas de una cuarta parte de todos los
habitantes del mundo. El Nuevo Testamento en indí, indostaní y persa, y los
evangelios en judaico-persa son solamente una parte de sus obras.

Cuatro años después de su muerte nació Fidelia Fiske en la tranquilidad de


Nueva Inglaterra. Cuando todavía estudiaba en la escuela, leyó la biografía de
Enrique Martyn. Anduvo cuarenta y cinco kilómetros de noche, bajo violenta
tempestad de nieve, para pedir a su madre que la dejase ir a predicar el
evangelio a las mujeres y les habló del amor de Jesús, hasta que el avivamiento
en Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés.

Si Enrique Martyn, que entregó todo para el servicio del Rey de reyes, pudiese
hoy visitar la India y Persia, cuán grande sería la obra que encontraría, obra
realizada por tan gran número de fieles hijos de Dios, en los cuales ardió el
mismo fuego encendido por la lectura de la biografía de ese precursor.

Christmas Evans

El “Juan Bunyan de Gales”

1766 – 1838

Sus padres le pusieron el nombre de “Christmas” (Navidad), porque nació el día


de Navidad, en 1766. La gente lo apodó “Predicador Tuerto”, porque era ciego
de un ojo. Alguien se refirió así a Christmas Evans: “Era el hombre más alto, el
de mayor fuerza física y el más corpulento que jamás vi. Tenía un solo ojo, si
hay razón para llamar a eso ojo, porque, con más propiedad se podría decir que
era una estrella luminosa, que brillaba como el planeta Venus.” También se le
llamó “El Juan Bunyan de Gales”, porque era el predicador que, en la historia de
ese país, disfrutó más el poder del Espíritu Santo. En todos los lugares donde
predicaba, se producía un gran número de conversiones. Su don de predicar
era tan extraordinario, que con toda facilidad conseguía que un auditorio de 15
a 20 mil personas, de sentimientos y temperamento diferentes, lo escuchasen
con la más profunda atención. En las iglesias no cabían las multitudes que iban
a escucharlo durante el día; de noche siempre predicaba al aire libre a la luz de
las estrellas.

Por un tiempo vivió entregado a las diversiones y a la embriaguez. Durante una


lucha fue gravemente acuchillado; en otra ocasión lo sacaron del agua como
muerto, y aún otra vez, se cayó de un árbol sobre un cuchillo. En las
contiendas era siempre el campeón, hasta que, por fin, en un combate sus
compañeros lo cegaron de un ojo. Dios, sin embargo, fue misericordioso con él
durante ese período, conservándolo con vida, para más tarde utilizarlo en su
servicio.

A la edad de 17 años fue salvo; aprendió a leer, y poco después fue llamado a
predicar y fue separado para el ministerio. Sus sermones eran secos y sin fruto,
hasta que un día cuando viajaba para Maentworg, amarró su caballo y penetró
en el bosque donde derramó su alma en oración a Dios. Igual que Jacob en
Peniel, no se apartó de ese lugar hasta recibir la bendición divina. Después de
aquel día reconoció la gran responsabilidad de su obra; siempre su espíritu se
regocijaba en la oración y se sorprendió grandemente por los frutos gloriosos
que Dios comenzó a concederle. Antes tenía talentos y cuerpo de gigante. Era
valiente como un león y humilde como cordero; no vivía para sí, sino para
Cristo. Además de tener, por naturaleza, una mente ágil y una manera
conmovedora de hablar, poseía un corazón que rebosaba amor para con Dios y
su prójimo. Verdaderamente era una luz que ardía y brillaba.

Andaba de pie por el sur de Gales, predicando, a veces hasta cinco sermones en
el mismo día. A pesar de no estar bien vestido y de sus maneras ordinarias,
grandes multitudes afluían para oírlo. Vivificado con el fuego celestial, se
elevaba en espíritu como si tuviese alas de ángel, y el auditorio se contagiaba y
se conmovía también. Muchas veces los oyentes rompían en llanto y en otras
manifestaciones, que no podían evitar. Por eso eran conocidos como los
“Saltadores galeses”.

Evans creía firmemente que sería mejor evitar los dos extremos: el exceso de
ardor y la demasiada frialdad. Pero Dios es un ser soberano, que obra de varias
maneras. A uno El atrae por el amor, mientras que a otros El aterra con los
truenos del Sinaí para que hallen la paz preciosa en Cristo. Los indecisos a
veces son sacudidos por Dios sobre el abismo de la angustia eterna, hasta que
clamen pidiendo misericordia y encuentren el gozo inefable. El cáliz de ellos
rebosa, hasta que algunos, no comprendiendo, preguntan: “¿Por qué tanto
exceso?”

Acerca de la censura que se hacía de los cultos, Evans escribió: “Me admiro de
que el genio malo, llamándose "el ángel del orden", quiera tratar de cambiar
todo lo que respecta a la adoración de Dios, volviéndola en un culto tan seco
como el monte Gilboa. Esos hombres de orden desean que el rocío caiga y el
sol brille sobre todas sus flores, en todos los lugares, menos en los cultos del
Dios Todopoderoso. En los teatros, en los bares y en las reuniones políticas los
hombres se conmueven, se entusiasman, y se exaltan como tocados por el
fuego, igual que cualquier "Saltador Galés". Pero, conforme a sus deseos, ¡no
debe existir nada que le dé vida y entusiasmo a los cultos religiosos! Hermanos,
meditad en esto! ¿Tenéis razón o estáis equivocados?”

Se cuenta que en cierto lugar tres predicadores tenían que hablar, siendo Evans
el último. Era un día de mucho calor, los dos primeros sermones fueron muy
largos, de modo que todos lo oyentes estaban indiferentes y casi exhaustos. No
obstante, después, cuando Evans llevaba unos quince minutos predicando
sobre la misericordia de Dios, tal cual se ve en la parábola del Hijo Pródigo,
centenares de personas que estaban sentadas en la hierba, repentinamente se
pusieron de pie. Algunos lloraban y otros oraban llenos de angustia. Fue
imposible continuar el sermón, la gente continuó llorando y orando durante el
día entero, y toda la noche hasta el amanecer.

En la isla de Anglesea, sin embargo, Evans tuvo que enfrentarse a una doctrina
encabezada por un orador elocuente e instruido. En la lucha contra el error de
esa secta, Evans comenzó a decaer espiritualmente. Después de algunos años,
ya no poseía el mismo espíritu de oración ni sentía el gozo de la vida cristiana.
El mismo cuenta cómo buscó y recibió de nuevo la unción del poder divino que
hizo que su alma se encendiera aún más que antes:

“No podía continuar con mi corazón frío con relación a Cristo, a su


expiación y a la obra de su Espíritu. No soportaba el corazón frío en el
púlpito, en la oración secreta y en el estudio, especialmente cuando me
acordaba de que durante quince años mi corazón se había abrasado
como si yo hubiese andado con Jesús en el camino a Emaús. Por fin,
llegó el día que jamás olvidaré: En el camino a Dolgelly, sentí la
necesidad de orar, a pesar de tener el corazón endurecido y el espíritu
carnal. Después que comencé a suplicar, sentí como que unas pesadas
cadenas que me ataban, caían al suelo, y como que dentro de mí se
derretían montañas de hielo. Con esta manifestación aumentó en mí la
certeza de haber recibido la promesa del Espíritu Santo. Me parecía que
mi espíritu se había librado de una prolongada prisión, o como si
estuviese saliendo de la tumba de un invierno extremadamente frío.
Las lágrimas me corrieron abundantemente y me sentí constreñido a
clamar y pedir a Dios el gozo de su salvación y que El visitase de nuevo
las iglesias de Anglesea que estaban bajo mi cuidado. Supliqué por
todas las iglesias, mencionando el nombre de casi todos los
predicadores de Gales. Luché en oración durante más de tres horas. El
espíritu de intercesión comenzó a pasar sobre mí, como ondas una
después de otra, impelidas por un viento fuerte, hasta que mis fuerzas
físicas se debilitaron de tanto llorar. Fue así que me entregué
enteramente a Cristo, en cuerpo y alma, en talentos y obras, mi vida
entera, todos los días y todas las horas que aún me restaban por vivir,
incluyendo todos mis anhelos. Todo, todo lo puse en las manos de
Cristo....... En el primer culto, después de esta experiencia, me sentí
como removido de la región espiritualmente estéril y helada, hacia las
tierras agradables de las promesas de Dios. Comencé entonces, de
nuevo, los primeros combates de oración, sintiendo fuertes anhelos por
la conversión de los pecadores, tal como había sentido en Leyn. Me
apoderé de la promesa de Dios. El resultado fue, que al volver a casa vi
que el Espíritu estaba obrando en los hermanos de Anglesea dándoles el
espíritu de oración insistente.”

Ocurrió entonces un gran avivamiento, pasando del predicador a la gente en


todos los lugares de la isla de Anglesea, y en todo Gales. La convicción de
pecado pasaba sobre los auditorios como grandes oleadas. El poder del Espíritu
Santo obraba, hasta que el pueblo lloraba y danzaba de gozo. Uno de los que
asistieron a su famoso sermón sobre el Endemoniado Gadareno, cuenta cómo
Evans retrató tan fielmente las escena de la liberación del pobre endemoniado,
al admiración de la gente al verlo liberado, el gozo de la esposa y de los hijos
cuando volvió a la casa ya curado, que el auditorio rompió en grandes risas y
llanto. Otro se expresó así: “El lugar se volvió un verdadero "Boquim de lloro"
(Jueces 2:1-5). Otro más dijo que el auditorio quedó como los habitantes de
una ciudad sacudida por un terremoto, que salen corriendo, se postran en tierra
y claman la misericordia de Dios.

Como no era poco lo que sembraba, recogía abundantemente, y al ver la


abundancia de la cosecha, sentía que su celo ardía de nuevo y que su amor
aumentaba, llevándolo a trabajar con más ahínco aún. Su firme convicción era
que nadie, ni aun la mejor persona, puede salvarse sin la operación del Espíritu
Santo, ni el corazón más rebelde puede resistir al poder del mismo Espíritu.
Evans tenía siempre un objetivo cuando luchaba en oración; se apoyaba en las
promesas de Dios, suplicando con tanta insistencia como aquel que no se va
antes de recibir. El decía que la parte más gloriosa del ministerio del predicador
era el hecho de agradecer a Dios por la obra del Espíritu Santo en la conversión
de los pecadores.

Como vigía fiel, no podía pensar en dormir mientras la ciudad se incendiaba. Se


humillaba ante Dios, agonizando por la salvación de los pecadores, y de buena
voluntad gastó sus fuerzas y su salud por ellos. Trabajaba sin descanso, sin
temer la censura de los religiosos fríos, el desprecio de los perdidos, ni la ira y la
furia de los demonios.

A la edad de 73 años, sin mostrar disminución en sus fuerzas físicas ni


mentales, predicó el último sermón, como de costumbre, bajo el poder de Dios.
Al finalizar dijo: “Este es mi último sermón.” Los hermanos creyeron que se
refería a su último sermón en aquel lugar. Pero el hecho es que cayó enfermo
esa misma noche. En la hora de su muerte, tres días después, se dirigió al
pastor, que lo hospedaba, con estas palabras: “Mi gozo y consuelo es que
después de dedicarme a la obra del santuario durante cincuenta y tres años,
nunca me faltó sangre en el lebrillo. Predica a Cristo a la gente.” Luego,
después de cantar un himno, dijo: “¡Adiós! ¡Adiós!” y falleció.

La muerte de Christmas Evans fue uno de los acontecimientos más solemnes de


toda la historia del principado de Gales. Fue llorado en el país entero.

El fuego del Espíritu Santo hizo que los sermones de este siervo de Dios
enardecieran de tal manera los corazones, que la gente de su generación no
podía oír pronunciar el nombre de Christmas Evans sin recordar vívidamente al
Hijo de Maria en el pesebre de Belén, su bautismo en el Jordán, el huerto de
Getsemaní, el tribunal de Pilato, la corona de espinas, el Monte Calvario, el Hijo
de Dios inmolado en el altar y el fuego santo que consumía todos los
holocaustos, desde los días de Abel hasta el día memorable en que fue apagado
por la sangre del Cordero de Dios.

GUILLERMO CAREY

Padre de las misiones modernas


1761 – 1834

Siendo niño, Guillermo Carey sentía una verdadera pasión por el estudio de la
naturaleza. Su dormitorio estaba lleno de colecciones disecadas de insectos,
flores, pájaros, huevos, nidos, etc. Cierto día, al intentar alcanzar un nido de
pájaro, cayó de un árbol alto. Cuando trató de subir por la segunda vez, cayó
nuevamente. Insistió por tercera vez en su intento, pero cayó quebrándose una
pierna. Algunas semanas después, antes de que su pierna estuviese
completamente sana, Guillermo entró en su casa con el nido en la mano,
“¡Subiste al árbol nuevamente!” exclamó su madre. “No pude evitarlo. Tenía
que poseer el nido, mamá”, respondió el chiquillo.

Se dice que Guillermo Carey, fundador de las misiones actuales, no estaba


dotado de una inteligencia superior ni poseía tampoco ningún don que
deslumbrase a los hombres. Sin embargo, fue esa característica de persistir,
con espíritu indómito e inconquistable, hasta llevar a término todo cuanto
iniciaba, el secreto del maravilloso éxito de su vida.

Cuando Dios lo llamaba para que iniciara alguna tarea, él permanecía firme, día
tras día, mes tras mes, y año tras año hasta acabarla. Dejó que el Señor se
sirviera de su vida, no solamente para evangelizar durante un período de
cuarenta y un años en el extranjero, sino también para realizar la hazaña, por
increíble que parezca, de traducir las Sagradas Escrituras a más de treinta
lenguas.

El abuelo y el padre del pequeño Guillermo eran, respectivamente, profesor y


sacristán (Iglesia Anglicana) de la parroquia. De esa manera el hijo aprendió lo
poco que el padre podía enseñarle. Pero no satisfecho con eso, Guillermo
continuó sus estudios sin maestro.

A los doce años adquirió un ejemplar del vocabulario latino, por Dyche, que
Guillermo se aprendió de memoria. A los catorce años se inició en el oficio
como aprendiz de zapatero. En la tienda encontró algunos libros, de los cuales
aprovechó para estudiar. De esa manera inició el estudio de griego. Fue en ese
tiempo que llegó a reconocer que era un pecador perdido, y comenzó a
examinar cuidadosamente las Escrituras.

Poco después de su conversión, a los 18 años de edad, predicó su primer


sermón. Al verificar que el bautismo por inmersión es bíblico y apostólico, dejó
la denominación a que pertenecía. Tomaba prestado libros para estudiar, y a
pesar de vivir pobremente, adquirió algunos libros usados. Uno de sus métodos
para aumentar el conocimiento de otras lenguas, consistía en leer diariamente
la Biblia en latín, en griego y en hebreo.

A los veinte años de edad se casó. Sin embargo, los miembros de la iglesia
donde predicaba eran pobres y Carey tuvo que continuar con su oficio de
zapatero para ganar el pan cotidiano. El hecho de que el señor Old, su patrón,
exhibiese en la tienda un par de zapatos fabricados por Guillermo, como
muestra, era una buena prueba de la habilidad del muchacho.

Fue durante el tiempo que enseñaba geografía en Moulton que Carey leyó el
libro titulado Los viajes del Capitán Cook, y Dios le habló a su alma acerca del
estado abyecto de los paganos que vivían sin el evangelio. En su taller de
zapatero fijó en la pared un mapamundi de gran tamaño, que él mismo había
diseñado cuidadosamente. En ese mapa incluyó toda la información pertinente
disponible; el número exacto de la población, la flora y la fauna, las
características de los indígenas de todos lo países. Mientras reparaba los
zapatos, levantaba los ojos de vez en cuando para mirar su mapa y meditaba
sobre las condiciones de los distintos pueblos y la manera de evangelizarlos.
Fue así como sintió más y más el llamado de Dios para que preparase la Biblia
para los millones de hindúes, en su propia lengua.

La denominación a la que Guillermo pertenecía, después de aceptar el bautismo


por inmersión, se hallaba en gran decadencia espiritual. Esto fue reconocido por
algunos de los ministros, los cuales convinieron en pasar “una hora orando el
primer lunes de todos los meses”, pidiendo a Dios un gran avivamiento de la
denominación. En efecto, se esperaba un despertamiento, pero como sucede
muchas veces, no pensaron en la manera en que Dios les respondería. En aquel
tiempo las iglesias no aceptaban la idea de llevar el evangelio a los paganos, por
considerarla absurda. Cierta vez, en una reunión del ministerio, Carey se
levantó y sugirió que ventilasen este asunto; El deber de los creyentes en
promulgar el evangelio entre las naciones paganas. El venerable presidente de
la reunión, sorprendido, se puso de pie y gritó: “Joven, siéntese! Cuando Dios
tuviese a bien convertir a los paganos, El lo hará sin su auxilio ni el mío.”

A pesar de ese incidente, el fuego continuó ardiendo en el alma de Guillermo


Carey. Durante los años siguientes se esforzó ininterrumpidamente, orando,
escribiendo y hablando sobre el asunto de llevar a Cristo a todas las naciones.
En mayo de 1792 predicó su memorable sermón sobre Isaías 54:2, 3:
“Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitaciones sean
extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas y refuerza tus estacas.
Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquierda; y tu
descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas”.

Disertó sobre la importancia de esperar grandes cosas de Dios y, luego puso de


relieve la necesidad de emprender grandes obras para Dios.

El auditorio se sintió culpable de haber negado el evangelio a los países


paganos, al punto de “clamar en coro”. Se organizó entonces la primera
sociedad misionera en la historia de las iglesias de Cristo, para la predicación del
evangelio entre los pueblos nunca antes evangelizados. Algunos ministros como
Brainred, Eliot y Schwartz ya habían ido a predicar en lugares distantes, pero
sin que las iglesias se uniesen para sustentarlos.

A pesar de que la información de la sociedad fue el resultado de la persistencia


de Carey, él mismo no tomó parte de su establecimiento. Sin embargo, en ese
tiempo se escribió lo siguiente acerca de él:

“Ahí está Carey, pequeño en estatura, humilde, de espíritu sereno y constante;


ha transmitido el espíritu misionero a los corazones de los hermanos, y ahora
quiere que sepan que él está listo para ir a donde quieran mandarlo, y está
completamente de acuerdo en que formulen todos los planes.”
Pero ni siquiera con esta victoria le fue fácil a Guillermo Carey materializar su
sueño de llevar a Cristo a los países que permanecían en tinieblas, aunque
dedicaba su espíritu indómito para alcanzar la meta que Dios le había marcado.

La iglesia donde predicaba, no consentía que dejase el pastorado, y sólo


después que los miembros de la sociedad visitaron la iglesia, fue que este
problema se resolvió. En el informe de la iglesia consta lo siguiente: “A pesar
de estar de acuerdo con él, no nos parece bien que nos deje aquel a quien
amamos más que a nuestra propia alma.”

Sin embargo, lo que él sintió más fue que su esposa se rehusara


terminantemente a irse de Inglaterra con sus hijos. No obstante Carey estaba
tan seguro de que Dios lo llamaba para trabajar en la India, que ni la decisión
de su esposa lo hizo vacilar.

Había otro problema que parecía no tener solución; no se permitía la entrada de


ningún misionero en la India. En tales circunstancias era inútil pedir permiso
para entrar; y fue en esas condiciones que lograron embarcar, sin poseer ese
documento. Desafortunadamente el navío demoró algunas semanas en partir; y
poco antes de que zarpara, los misioneros recibieron orden de desembarcar.

A pesar de tantos contratiempos, la sociedad misionera continuó confiando en


Dios; lograron obtener dinero y compraron un pasaje para la India en un navío
dinamarqués. Una vez más Carey le rogó a su querida esposa que lo
acompañase. Pero ella persistió en su negativa, y nuestro héroe, al despedirse
de ella, le dijo: “Si yo poseyese el mundo entero, lo daría alegremente todo por
el privilegio de llevarte a ti y a nuestros queridos hijos conmigo; pero el sentido
de mi deber sobrepasa cualquier otra consideración. No puedo volver atrás sin
sentir culpa en mi alma.”

Sin embargo, antes de que el navío partiese, uno de los misioneros fue a la casa
de Carey. Muy grande fue la sorpresa y el regocijo de todos al saber que ese
misionero lograra convencer a la esposa de Carey para que acompañase a su
marido. Dios conmovió el corazón del comandante del navío para que la
llevase, en compañía de los hijos, sin cobrar el pasaje.

Por supuesto el viaje a vela no era tan cómodo como en los vapores modernos.
A pesar de los temporales, Carey aprovechó su tiempo para estudiar el bengalí
y ayudar a uno de los misioneros en la obra de traducir el Libro del Génesis al
bengalí.

Durante el viaje Guillermo Carey aprendió suficiente bien el bengalí como para
entenderse con el pueblo. Poco después de desembarcar comenzó a predicar, y
los oyentes venían a escucharlo en número siempre creciente.

Carey percibió la necesidad imperiosa de que el pueblo tuviese una Biblia en su


propia lengua y, sin demora, se entregó a la tarea de traducirla. La rapidez con
que aprendió las lenguas de la India, es motivo de admiración para los mejores
lingüistas.

Nadie sabe cuántas veces nuestro héroe experimentó grandes desánimos en la


India. Su esposa no tenía ningún interés en los esfuerzos de su marido y
enloqueció. La mayor parte de los ingleses con quienes Carey tuvo contacto, lo
creían loco; durante casi dos años no le llegó ninguna carta de Inglaterra.
Muchas veces Carey y su familia carecieron de dinero y de alimentos. Para
sustentar a su familia, el misionero se volvió labrador, y trabajó como obrero en
una fábrica de añil.

Durante más de treinta años Carey fue profesor de lenguas orientales en el


Colegio de Fort Williams. Fundó también el Colegio Serampore para enseñar a
los obreros. Bajo su dirección el colegio prosperó, y desempeñó un gran papel
en la evangelización del país.

Al llegar a la India, Carey continuó los estudios que había comenzado cuando
era niño. No solamente fundó la sociedad de agricultura y Horticultura, sino que
también creó uno de los mejores jardines botánicos; escribió y publicó el Hortus
Bengalensis. El libro Flora Indica, otra de sus obras, fue considerada una obra
maestra por muchos años.

No se debe pensar, sin embargo, que para Guillermo Carey la horticultura era
sólo una distracción. Pasó también mucho tiempo enseñando en las escuelas de
niños pobres. Pero, sobre todo, siempre ardía en su corazón el deseo de llevar
adelante la obra de ganar almas.

Cuando uno de sus hijos comenzó a predicar, Carey escribió: “Mi hijo, Félix,
respondió al llamado de predicar el evangelio.” Años más tarde, cuando ese
mismo hijo aceptó el cargo de embajador de la Gran Bretaña en Siam, el padre,
desilusionado y angustiado, escribió a un amigo: “Félix se empequeñeció hasta
volverse un embajador!”

Durante los cuarenta y un años que Carey pasó en la India, no visitó Inglaterra.
Hablaba con fluidez más de treinta lenguas de la India; dirigía la traducción de
las Escrituras en todas esas lenguas y fue nombrado para realizar la ardua tarea
de traductor oficial del gobierno. Escribió varias gramáticas hindúes y compiló
importantes diccionarios de los idiomas bengalí, maratí y sánscrito. El
diccionario bengalí consta de tres volúmenes e incluye todas las palabras de la
lengua, con sus raíces y origen, y definidas en todos los sentidos.

Todo esto fue posible porque Carey siempre economizó el tiempo, según se
deduce de lo que escribió su biógrafo:

“Desempeñaba estas tareas hercúleas sin poner en riesgo su salud, porque se


aplicaba metódica y rigurosamente a su programa de trabajos, año tras año. Se
divertía pasando de una tarea a la otra. El decía que pierde más tiempo cuando
se trabaja sin constancia e indolentemente, que con las interrupciones de las
visitas. Observaba, por lo tanto, la norma de tomar, sin vacilar, la obra
marcada y no dejar que absolutamente nada lo distrajese durante su período de
trabajo.”

Lo siguiente, escrito para pedirle disculpas a un amigo por la demora en


responderle su carta, muestra cómo muchas de sus obras avanzaron juntas:
“Me levanté hoy a las seis, leí un capítulo de la Biblia hebrea; pasé el resto del
tiempo, hasta las siete, orando. Luego asistí al culto doméstico en bengalí con
los sirvientes. Mientras me traían el té, leí un poco en persa con un munchi que
me esperaba; leí también, antes de desayunar, una porción de las Escrituras en
indostaní. Luego, después de desayunar, me senté con un pundite que me
esperaba, para continuar la traducción del sánscrito al ramayuma. Trabajamos
hasta las diez. Entonces fui al colegio para enseñar hasta casi las dos de la
tarde. Al volver a casa, leí las pruebas de la traducción de Jeremías al bengalí,
y acabé justo cuando ya era hora de comer. Después de la comida, me puse a
traducir, ayudado por el pundite jefe del colegio, la mayor parte del capítulo
ocho de Mateo al sánscrito. En esto estuve ocupado hasta las seis de la tarde.
Después de las seis me senté con un pundite de Telinga, para traducir del
sánscrito a la lengua de él. A las siete comencé a meditar sobre el mensaje de
un sermón que prediqué luego en inglés a las siete y media. Cerca de cuarenta
personas asistieron al culto, entre ellas un juez del Sudder Dewany Dawlut.
Después del culto el juez contribuyó con 500 rupias para la construcción de un
nuevo templo. Todos los que asistieron al culto se fueron a las nueve de la
noche; me senté entonces para traducir el capítulo once de Ezequiel al bengalí.
Acabé a las once, y ahora te estoy escribiendo esta carta. Después, clausuraré
mis actividades de este día en oración. No hay día en que pueda disponer de
más tiempo que esto, pero el programa varía.”

Al avanzar en edad, sus amigos insistían en que disminuyese sus esfuerzos,


pero su aversión a la inactividad era tal, que continuaba trabajando, aun cuando
la fuerza física no era suficiente para activar la necesaria energía mental. Por
fin se vio obligado a permanecer en cama, donde siguió corrigiendo las pruebas
de las traducciones.

Finalmente, el 9 de Junio de 1834, a la edad de 73 años, Guillermo Carey


durmió en Cristo.

La humildad fue una de las características más destacadas de su vida, Se cuenta


que, estando en el pináculo de su fama, oyó a cierto oficial inglés preguntar
cínicamente: “¿El gran doctor Carey no era zapatero?” Carey al oír casualmente
la pregunta respondió:

“No, mi amigo, era apenas un remendón.”

Cuando Guillermo Carey llegó a la India, los ingleses le negaron el permiso para
desembarcar. Al morir, sin embargo, el gobierno ordenó que se izasen las
banderas a media asta, para honrar la memoria de un héroe que había hecho
más por la India que todos los generales británicos.

Se calcula que Carey tradujo la Biblia para la tercera parte de los habitantes del
mundo. Así escribió uno de sus sucesores, el misionero Wenger: “No sé cómo
Carey logró hacer ni siquiera una cuarta parte de sus traducciones. Hace como
veinte años

(En 1855) que algunos misioneros, al presentar el evangelio en Afganistán (país


del Asia Central), encontraron que la única versión que ese pueblo entendía, era
la Pushtoo hecha en Sarampore por Carey.”

El cuerpo de Guillermo Carey descansa, pero su obra continúa siendo una


bendición para una gran parte del mundo.

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Enrique Martyn
Luz usada enteramente por Dios

1781 - 1812

Arrodillado en una playa de la India, Enrique Martyn derramaba su alm


Maestro y oraba: “Amado Señor, yo también andaba en el país lejano
ardía en el pecado....quisiste que yo regresase, ya no más un ti
extender la destrucción, sino una antorcha que resplandezca por ti
3:2) ¡Heme aquí entre las tinieblas más densas, salvajes y opre
paganismo. Ahora, Señor quiero arder hasta consumirme enteramente

El intenso ardor de aquel día siempre motivó la vida de ese joven. Se


su nombre es: “el nombre más heroico que adorna la historia de la I
Inglaterra, desde los tiempos de la reina Isabel”. Sin embargo, aun
compatriotas, él no es muy conocido.

Su padre era de físico endeble. Después que él murió, los cuatro hijos,
incluyendo Enrique, no tardaron en contraer la misma enfermedad de s
la tuberculosis.

Con la muerte de su padre, Enrique perdió el intenso interés que ten


matemáticas y más bien se interesó grandemente en la lectura de la B
graduó con honores más altos de todos los de su clase. Sin embargo, e
Santo habló a su alma: “Buscas grandes cosas para ti, pues no las b
Acerca de sus estudios testificó: “Alcancé lo más grande que anhel
luego me desilusioné al ver que sólo había conseguido una sombra.”

Tenía por costumbre levantarse de madrugada y salir a caminar sol


campos para gozar de la comunión íntima con Dios. El resultado
abandonó para siempre sus planes de ser abogado, un plan que todav
porque “no podía consentir en ser pobre por el amor de Cristo”.

Al escuchar un sermón sobre “El estado perdido de los paganos”


entregarse a la vida misionera. Al conocer la vida abnegada del
Guillermo Carey, dedicaba a su gran obra en la India, se sintió
trabajar en el mismo país.

El deseo de llevar el mensaje de salvación a los pueblos que no co


Cristo, se convirtió en un fuego inextinguible en su alma después qu
biografía de David Brainerd, quien murió siendo aún muy joven, a la
veintinueve años. Brainerd consumió toda su vida en el servicio
intenso que profesaba a los pieles rojas de la América del Norte. Enriq
se dio cuenta de que, como David Brainerd, él también disponía de poc
de vida para llevar a cabo su obra, y se encendió en él la misma p
gastarse enteramente por Cristo en el breve espacio de tiempo que le
Sus sermones no consistían en palabras de sabiduría humana, sino que
se dirigía a la gente, como “un moribundo, predicando a los moribundo

A Enrique Martyn se le presentó un gran problema cuando la madre de


Lidia Grenfel, no consentía en el casamiento porque él deseaba lle
esposa al extranjero. Enrique amaba a Lidia y su mayor deseo ter
establecer un hogar y trabajar junto con ella en la mies del Señor. A
esto él escribió en su diario lo siguiente: “Estuve orando durante hora
luchando contra lo que me ataba...Cada vez que estaba a punto de
victoria, mi corazón regresaba a su ídolo y, finalmente, me acosté sint
gran pena.”

Entonces se acordó de David Brainerd, el cual se negaba a si mismo tod


comodidades de la civilización, caminaba grandes distancias solo en la f
pasaba días sin comer, y después de esforzarse así durante cinco años
tuberculoso, para fallecer en los brazos de su novia, Jerusha, hija de Jo
Edwards.

Por fin que Enrique Martyn también ganó la victoria, obedeciendo al l


sacrificarse por la salvación de los perdidos. Al embarcarse, en 1805
India, escribió: “Si vivo o muero, que Cristo sea glorificado por la co
multitudes para EL”

A bordo del navío, al alejarse de su patria, Enrique Martyn lloró como


No obstante, nada ni nadie podían desviarlo de su firme propósito de
dirección divina. El también era un tizón arrebatado del fuego,
repetidamente decía: “Que yo sea una llama de fuego en el servicio div

Después de una travesía de nueve largos meses a bordo y cuan


encontraba cerca de su destino, pasó un día entero en ayuno y oració
cuán grande era el sacrificio de la cruz y cómo era igualmente g
responsabilidad para con los perdidos en la idolatría que sumaban mult
la India. Siempre repetía: “Sobre tus muros, oh Jerusalén, he puesto
todo el día y toda la noche no callarán jamás. Los que os acordáis d
no reposéis, ni le deis tregua, hasta que restablezca a Jerusalén, y la p
alabanza en la tierra” (Isaías 62:6,7).

La llegada de Enrique Martyn a la India, en el mes de abril de 1806, fue


en respuesta a la oración de otros. La necesidad era tan grande en ese
que los pocos obreros que habían allí se pusieron de acuerdo en reunirs
Calcuta de ocho en ocho días, para pedir a Dios que enviase un hombre
Espíritu Santo y de poder a la India. Al desembarcar Martyn, fue recibi
alegremente por ellos, como la respuesta a sus oraciones.

Es difícil imaginar el horror de la tinieblas en que vivía ese pueblo, entr


fue Martyn a vivir. Un día, cerca del lugar donde se hospedaba, oyó un
y vio el humo de una pira fúnebre, acerca de las cuales había oído habl
de salir de Inglaterra. Las llamas ya comenzaban a subir del lugar don
viuda se encontraba sentada al lado del cadáver de su marido muerto.
indignado, se esforzó pero no pudo conseguir salvar a la pobre víctima.

En otra ocasión fue atraído por el sonido de címbalos a un lugar donde


rendía culto a los demonios. Los adoradores se postraban ante un íd
de sus propias manos, ¡al que adoraban y temían! Martyn se sentía “r
en la vecindad del infierno”.

Rodeado de tales escenas, él se esforzaba más y más, incansablemente


día en aprender la lengua. No se desanimaba con la falta de fruto de s
predicación, porque consideraba que era mucho más importante traduc
Escrituras y colocarlas en las manos del pueblo. Con esa meta fija en s
perseveraba en la obra de la traducción, perfeccionándola cuidadosame
a poco, y deteniéndose de vez en cuando para pedir el auxilio de Dios.

Cómo ardía su alma en el firme propósito de dar la Biblia al pueblo, se


uno de sus sermones, conservado en el Museo Británico, y que copiam
continuación

“Pensé en la situación triste del moribundo, que tan sólo conoce basta
eternidad como para temer a la muerte, pero no conoce bastante del
como para vislumbrar el futuro con esperanza. No puede pedir una B
aprender algo en que afirmarse, ni puede pedir a la esposa o al hijo qu
un capítulo para consolarlo. ¡La Biblia, ah, es un tesoro que ello
poseyeron! Vosotros que tenéis un corazón para sentir la miseria de
nosotros que sabéis cómo la agonía del espíritu es más cruel que
sufrimiento del cuerpo, vosotros que sabéis que está próximo el dí
tendréis que morir. ¡OH, dadles aquello que será un consuelo a la h
muerte!”

Para alcanzar ese objetivo, de dar las Escrituras a los pueblos de la Ind
Persia, Martyn se dedicó a la traducción de día y de noche, en sus hora
descanso y mientras viajaba. No disminuía su marcha ni cuando el term
registraba el intenso calor de 50º, ni cuando sufría de fiebre intermiten
debido a la gravedad de la peste blanca que ardía en su pecho.

Igual que David Brainerd, cuya biografía siempre sirvió para inspirarlo
Martyn pasó días enteros en intercesión y comunión con su “amado, s
Jesús”. “Parece”, escribió él, “que puedo orar cuanto quiera sin ca
Cuán dulce es andar con Jesús y morir por EL...” Para él la oración n
mera formalidad, sino el medio de alcanzar la paz y el poder de los
medio seguro de quebrantar a los endurecidos de corazón y ven
adversarios.

Seis años y medio después de haber desembarcado en la India, a la ed


años, cuando emprendía un largo viaje, falleció. Separado de los herm
del resto de la familia, rodeado de perseguidores, y su novia esperánd
Inglaterra, fue enterrado en un lugar desconocido.

¡Fue muy grande el ánimo, la perseverancia, el amor y la dedicación


trabajó en la mies de su Señor! Su celo ardió hasta consumirlo en
espacio de seis años y medio. Nos es imposible apreciar cuán gran
obra que realizó en tan pocos años. Además de predicar, logró traducir
las Sagradas Escrituras a las lenguas de una cuarta parte de
habitantes del mundo. El Nuevo Testamento en indí, indostaní y pe
evangelios en judaico-persa son solamente una parte de sus obras.

Cuatro años después de su muerte nació Fidelia Fiske en la tranquilidad


Nueva Inglaterra. Cuando todavía estudiaba en la escuela, leyó la biog
Enrique Martyn. Anduvo cuarenta y cinco kilómetros de noche, bajo vi
tempestad de nieve, para pedir a su madre que la dejase ir a predicar e
evangelio a las mujeres y les habló del amor de Jesús, hasta que el avi
en Oroomiah se convirtió en otro Pentecostés.

Si Enrique Martyn, que entregó todo para el servicio del Rey de reyes, p
hoy visitar la India y Persia, cuán grande sería la obra que encontraría,
realizada por tan gran número de fieles hijos de Dios, en los cuales ard
mismo fuego encendido por la lectura de la biografía de ese precursor.

Christmas Evans

El “Juan Bunyan de Gales”

1766 – 1838

Sus padres le pusieron el nombre de “Christmas” (Navidad), porque na


de Navidad, en 1766. La gente lo apodó “Predicador Tuerto”, porque e
de un ojo. Alguien se refirió así a Christmas Evans: “Era el hombre má
de mayor fuerza física y el más corpulento que jamás vi. Tenía un solo
hay razón para llamar a eso ojo, porque, con más propiedad se podría d
era una estrella luminosa, que brillaba como el planeta Venus.” Tambié
llamó “El Juan Bunyan de Gales”, porque era el predicador que, en la hi
ese país, disfrutó más el poder del Espíritu Santo. En todos los lugares
predicaba, se producía un gran número de conversiones. Su don de pr
era tan extraordinario, que con toda facilidad conseguía que un auditor
a 20 mil personas, de sentimientos y temperamento diferentes, lo escu
con la más profunda atención. En las iglesias no cabían las multitudes
a escucharlo durante el día; de noche siempre predicaba al aire libre a
las estrellas.

Por un tiempo vivió entregado a las diversiones y a la embriaguez. Du


lucha fue gravemente acuchillado; en otra ocasión lo sacaron del ag
muerto, y aún otra vez, se cayó de un árbol sobre un cuchillo
contiendas era siempre el campeón, hasta que, por fin, en un com
compañeros lo cegaron de un ojo. Dios, sin embargo, fue misericordio
durante ese período, conservándolo con vida, para más tarde utiliza
servicio.

A la edad de 17 años fue salvo; aprendió a leer, y poco después fue l


predicar y fue separado para el ministerio. Sus sermones eran secos y
hasta que un día cuando viajaba para Maentworg, amarró su caballo
en el bosque donde derramó su alma en oración a Dios. Igual que
Peniel, no se apartó de ese lugar hasta recibir la bendición divina. De
aquel día reconoció la gran responsabilidad de su obra; siempre su e
regocijaba en la oración y se sorprendió grandemente por los frutos
que Dios comenzó a concederle. Antes tenía talentos y cuerpo de giga
valiente como un león y humilde como cordero; no vivía para sí,
Cristo. Además de tener, por naturaleza, una mente ágil y una
conmovedora de hablar, poseía un corazón que rebosaba amor para c
su prójimo. Verdaderamente era una luz que ardía y brillaba.

Andaba de pie por el sur de Gales, predicando, a veces hasta cinco ser
el mismo día. A pesar de no estar bien vestido y de sus maneras o
grandes multitudes afluían para oírlo. Vivificado con el fuego cel
elevaba en espíritu como si tuviese alas de ángel, y el auditorio se con
se conmovía también. Muchas veces los oyentes rompían en llanto y
manifestaciones, que no podían evitar. Por eso eran conocidos
“Saltadores galeses”.

Evans creía firmemente que sería mejor evitar los dos extremos: el e
ardor y la demasiada frialdad. Pero Dios es un ser soberano, que obra
maneras. A uno El atrae por el amor, mientras que a otros El aterr
truenos del Sinaí para que hallen la paz preciosa en Cristo. Los in
veces son sacudidos por Dios sobre el abismo de la angustia eterna, h
clamen pidiendo misericordia y encuentren el gozo inefable. El cáliz
rebosa, hasta que algunos, no comprendiendo, preguntan: “¿Por q
exceso?”

Acerca de la censura que se hacía de los cultos, Evans escribió: “Me a


que el genio malo, llamándose "el ángel del orden", quiera tratar de
todo lo que respecta a la adoración de Dios, volviéndola en un culto
como el monte Gilboa. Esos hombres de orden desean que el rocío c
sol brille sobre todas sus flores, en todos los lugares, menos en los
Dios Todopoderoso. En los teatros, en los bares y en las reuniones po
hombres se conmueven, se entusiasman, y se exaltan como tocad
fuego, igual que cualquier "Saltador Galés". Pero, conforme a sus de
debe existir nada que le dé vida y entusiasmo a los cultos religiosos! H
meditad en esto! ¿Tenéis razón o estáis equivocados?”

Se cuenta que en cierto lugar tres predicadores tenían que hablar, sien
el último. Era un día de mucho calor, los dos primeros sermones fu
largos, de modo que todos lo oyentes estaban indiferentes y casi exhau
obstante, después, cuando Evans llevaba unos quince minutos p
sobre la misericordia de Dios, tal cual se ve en la parábola del Hijo
centenares de personas que estaban sentadas en la hierba, repentina
pusieron de pie. Algunos lloraban y otros oraban llenos de angus
imposible continuar el sermón, la gente continuó llorando y orando d
día entero, y toda la noche hasta el amanecer.

En la isla de Anglesea, sin embargo, Evans tuvo que enfrentarse a una


encabezada por un orador elocuente e instruido. En la lucha contra e
esa secta, Evans comenzó a decaer espiritualmente. Después de algu
ya no poseía el mismo espíritu de oración ni sentía el gozo de la vida
El mismo cuenta cómo buscó y recibió de nuevo la unción del poder d
hizo que su alma se encendiera aún más que antes:

“No podía continuar con mi corazón frío con relación a Cris


expiación y a la obra de su Espíritu. No soportaba el corazón f
púlpito, en la oración secreta y en el estudio, especialmente cu
acordaba de que durante quince años mi corazón se había a
como si yo hubiese andado con Jesús en el camino a Emaús.
llegó el día que jamás olvidaré: En el camino a Dolgelly,
necesidad de orar, a pesar de tener el corazón endurecido y el
carnal. Después que comencé a suplicar, sentí como que unas
cadenas que me ataban, caían al suelo, y como que dentro d
derretían montañas de hielo. Con esta manifestación aumentó
certeza de haber recibido la promesa del Espíritu Santo. Me par
mi espíritu se había librado de una prolongada prisión, o
estuviese saliendo de la tumba de un invierno extremadamen
Las lágrimas me corrieron abundantemente y me sentí const
clamar y pedir a Dios el gozo de su salvación y que El visitase d
las iglesias de Anglesea que estaban bajo mi cuidado. Supl
todas las iglesias, mencionando el nombre de casi to
predicadores de Gales. Luché en oración durante más de tres h
espíritu de intercesión comenzó a pasar sobre mí, como on
después de otra, impelidas por un viento fuerte, hasta que mis
físicas se debilitaron de tanto llorar. Fue así que me e
enteramente a Cristo, en cuerpo y alma, en talentos y obras,
entera, todos los días y todas las horas que aún me restaban p
incluyendo todos mis anhelos. Todo, todo lo puse en las m
Cristo....... En el primer culto, después de esta experiencia, m
como removido de la región espiritualmente estéril y helada, h
tierras agradables de las promesas de Dios. Comencé ento
nuevo, los primeros combates de oración, sintiendo fuertes anh
la conversión de los pecadores, tal como había sentido en L
apoderé de la promesa de Dios. El resultado fue, que al volver
que el Espíritu estaba obrando en los hermanos de Anglesea dán
espíritu de oración insistente.”

Ocurrió entonces un gran avivamiento, pasando del predicador a la


todos los lugares de la isla de Anglesea, y en todo Gales. La conv
pecado pasaba sobre los auditorios como grandes oleadas. El poder de
Santo obraba, hasta que el pueblo lloraba y danzaba de gozo. Uno d
asistieron a su famoso sermón sobre el Endemoniado Gadareno, cue
Evans retrató tan fielmente las escena de la liberación del pobre ende
al admiración de la gente al verlo liberado, el gozo de la esposa y de
cuando volvió a la casa ya curado, que el auditorio rompió en grande
llanto. Otro se expresó así: “El lugar se volvió un verdadero "Boquim
(Jueces 2:1-5). Otro más dijo que el auditorio quedó como los habi
una ciudad sacudida por un terremoto, que salen corriendo, se postran
y claman la misericordia de Dios.

Como no era poco lo que sembraba, recogía abundantemente, y al ver


abundancia de la cosecha, sentía que su celo ardía de nuevo y que su a
aumentaba, llevándolo a trabajar con más ahínco aún. Su firme convic
que nadie, ni aun la mejor persona, puede salvarse sin la operación del
Santo, ni el corazón más rebelde puede resistir al poder del mismo Esp
Evans tenía siempre un objetivo cuando luchaba en oración; se apoyab
promesas de Dios, suplicando con tanta insistencia como aquel que no
antes de recibir. El decía que la parte más gloriosa del ministerio del p
era el hecho de agradecer a Dios por la obra del Espíritu Santo en la co
de los pecadores.

Como vigía fiel, no podía pensar en dormir mientras la ciudad se incend


humillaba ante Dios, agonizando por la salvación de los pecadores, y
voluntad gastó sus fuerzas y su salud por ellos. Trabajaba sin desc
temer la censura de los religiosos fríos, el desprecio de los perdidos, ni
furia de los demonios.

A la edad de 73 años, sin mostrar disminución en sus fuerzas


mentales, predicó el último sermón, como de costumbre, bajo el poder
Al finalizar dijo: “Este es mi último sermón.” Los hermanos creyero
refería a su último sermón en aquel lugar. Pero el hecho es que cayó
esa misma noche. En la hora de su muerte, tres días después, se
pastor, que lo hospedaba, con estas palabras: “Mi gozo y consuel
después de dedicarme a la obra del santuario durante cincuenta y t
nunca me faltó sangre en el lebrillo. Predica a Cristo a la gente.
después de cantar un himno, dijo: “¡Adiós! ¡Adiós!” y falleció.

La muerte de Christmas Evans fue uno de los acontecimientos más sol


toda la historia del principado de Gales. Fue llorado en el país entero.

El fuego del Espíritu Santo hizo que los sermones de este siervo
enardecieran de tal manera los corazones, que la gente de su gene
podía oír pronunciar el nombre de Christmas Evans sin recordar vívida
Hijo de Maria en el pesebre de Belén, su bautismo en el Jordán, el h
Getsemaní, el tribunal de Pilato, la corona de espinas, el Monte Calvar
de Dios inmolado en el altar y el fuego santo que consumía
holocaustos, desde los días de Abel hasta el día memorable en que fue
por la sangre del Cordero de Dios.

GUILLERMO CAREY

Padre de las misiones modernas

1761 – 1834

Siendo niño, Guillermo Carey sentía una verdadera pasión por el estu
naturaleza. Su dormitorio estaba lleno de colecciones disecadas de
flores, pájaros, huevos, nidos, etc. Cierto día, al intentar alcanzar u
pájaro, cayó de un árbol alto. Cuando trató de subir por la segunda
nuevamente. Insistió por tercera vez en su intento, pero cayó quebrán
pierna. Algunas semanas después, antes de que su pierna
completamente sana, Guillermo entró en su casa con el nido en
“¡Subiste al árbol nuevamente!” exclamó su madre. “No pude evitar
que poseer el nido, mamá”, respondió el chiquillo.

Se dice que Guillermo Carey, fundador de las misiones actuales, n


dotado de una inteligencia superior ni poseía tampoco ningún
deslumbrase a los hombres. Sin embargo, fue esa característica de
con espíritu indómito e inconquistable, hasta llevar a término tod
iniciaba, el secreto del maravilloso éxito de su vida.

Cuando Dios lo llamaba para que iniciara alguna tarea, él permanecía


tras día, mes tras mes, y año tras año hasta acabarla. Dejó que el
sirviera de su vida, no solamente para evangelizar durante un pe
cuarenta y un años en el extranjero, sino también para realizar la ha
increíble que parezca, de traducir las Sagradas Escrituras a más d
lenguas.

El abuelo y el padre del pequeño Guillermo eran, respectivamente, p


sacristán (Iglesia Anglicana) de la parroquia. De esa manera el hijo ap
poco que el padre podía enseñarle. Pero no satisfecho con eso,
continuó sus estudios sin maestro.

A los doce años adquirió un ejemplar del vocabulario latino, por Dy


Guillermo se aprendió de memoria. A los catorce años se inició en
como aprendiz de zapatero. En la tienda encontró algunos libros, de l
aprovechó para estudiar. De esa manera inició el estudio de griego. F
tiempo que llegó a reconocer que era un pecador perdido, y co
examinar cuidadosamente las Escrituras.

Poco después de su conversión, a los 18 años de edad, predicó s


sermón. Al verificar que el bautismo por inmersión es bíblico y apostó
la denominación a que pertenecía. Tomaba prestado libros para estu
pesar de vivir pobremente, adquirió algunos libros usados. Uno de sus
para aumentar el conocimiento de otras lenguas, consistía en leer dia
la Biblia en latín, en griego y en hebreo.

A los veinte años de edad se casó. Sin embargo, los miembros de


donde predicaba eran pobres y Carey tuvo que continuar con su
zapatero para ganar el pan cotidiano. El hecho de que el señor Old, s
exhibiese en la tienda un par de zapatos fabricados por Guillerm
muestra, era una buena prueba de la habilidad del muchacho.

Fue durante el tiempo que enseñaba geografía en Moulton que Care


libro titulado Los viajes del Capitán Cook, y Dios le habló a su alma a
estado abyecto de los paganos que vivían sin el evangelio. En su
zapatero fijó en la pared un mapamundi de gran tamaño, que él mis
diseñado cuidadosamente. En ese mapa incluyó toda la información p
disponible; el número exacto de la población, la flora y la fa
características de los indígenas de todos lo países. Mientras rep
zapatos, levantaba los ojos de vez en cuando para mirar su mapa y
sobre las condiciones de los distintos pueblos y la manera de evang
Fue así como sintió más y más el llamado de Dios para que preparase
para los millones de hindúes, en su propia lengua.

La denominación a la que Guillermo pertenecía, después de aceptar el


por inmersión, se hallaba en gran decadencia espiritual. Esto fue recon
algunos de los ministros, los cuales convinieron en pasar “una hora
primer lunes de todos los meses”, pidiendo a Dios un gran avivamie
denominación. En efecto, se esperaba un despertamiento, pero com
muchas veces, no pensaron en la manera en que Dios les respondería.
tiempo las iglesias no aceptaban la idea de llevar el evangelio a los pag
considerarla absurda. Cierta vez, en una reunión del ministerio,
levantó y sugirió que ventilasen este asunto; El deber de los crey
promulgar el evangelio entre las naciones paganas. El venerable pres
la reunión, sorprendido, se puso de pie y gritó: “Joven, siéntese! Cua
tuviese a bien convertir a los paganos, El lo hará sin su auxilio ni el mío

A pesar de ese incidente, el fuego continuó ardiendo en el alma de


Carey. Durante los años siguientes se esforzó ininterrumpidamente
escribiendo y hablando sobre el asunto de llevar a Cristo a todas las n
En mayo de 1792 predicó su memorable sermón sobre Isaías
“Ensancha el sitio de tu tienda, y las cortinas de tus habitacion
extendidas; no seas escasa; alarga tus cuerdas y refuerza tus
Porque te extenderás a la mano derecha y a la mano izquier
descendencia heredará naciones, y habitará las ciudades asolad

Disertó sobre la importancia de esperar grandes cosas de Dios y, luego


relieve la necesidad de emprender grandes obras para Dios.

El auditorio se sintió culpable de haber negado el evangelio a l


paganos, al punto de “clamar en coro”. Se organizó entonces la
sociedad misionera en la historia de las iglesias de Cristo, para la predic
evangelio entre los pueblos nunca antes evangelizados. Algunos minis
Brainred, Eliot y Schwartz ya habían ido a predicar en lugares distan
sin que las iglesias se uniesen para sustentarlos.

A pesar de que la información de la sociedad fue el resultado de la pe


de Carey, él mismo no tomó parte de su establecimiento. Sin embarg
tiempo se escribió lo siguiente acerca de él:

“Ahí está Carey, pequeño en estatura, humilde, de espíritu sereno y c


ha transmitido el espíritu misionero a los corazones de los hermanos
quiere que sepan que él está listo para ir a donde quieran mandarl
completamente de acuerdo en que formulen todos los planes.”

Pero ni siquiera con esta victoria le fue fácil a Guillermo Carey mater
sueño de llevar a Cristo a los países que permanecían en tinieblas
dedicaba su espíritu indómito para alcanzar la meta que Dios le había m

La iglesia donde predicaba, no consentía que dejase el pastorado


después que los miembros de la sociedad visitaron la iglesia, fue
problema se resolvió. En el informe de la iglesia consta lo siguiente:
de estar de acuerdo con él, no nos parece bien que nos deje aque
amamos más que a nuestra propia alma.”

Sin embargo, lo que él sintió más fue que su esposa se


terminantemente a irse de Inglaterra con sus hijos. No obstante Car
tan seguro de que Dios lo llamaba para trabajar en la India, que ni la
de su esposa lo hizo vacilar.

Había otro problema que parecía no tener solución; no se permitía la e


ningún misionero en la India. En tales circunstancias era inútil pedi
para entrar; y fue en esas condiciones que lograron embarcar, sin p
documento. Desafortunadamente el navío demoró algunas semanas en
poco antes de que zarpara, los misioneros recibieron orden de desemba

A pesar de tantos contratiempos, la sociedad misionera continuó con


Dios; lograron obtener dinero y compraron un pasaje para la India en
dinamarqués. Una vez más Carey le rogó a su querida esposa
acompañase. Pero ella persistió en su negativa, y nuestro héroe, al d
de ella, le dijo: “Si yo poseyese el mundo entero, lo daría alegremente
el privilegio de llevarte a ti y a nuestros queridos hijos conmigo; pero
de mi deber sobrepasa cualquier otra consideración. No puedo volver
sentir culpa en mi alma.”

Sin embargo, antes de que el navío partiese, uno de los misioneros fue
de Carey. Muy grande fue la sorpresa y el regocijo de todos al sabe
misionero lograra convencer a la esposa de Carey para que acompañ
marido. Dios conmovió el corazón del comandante del navío par
llevase, en compañía de los hijos, sin cobrar el pasaje.

Por supuesto el viaje a vela no era tan cómodo como en los vapores m
A pesar de los temporales, Carey aprovechó su tiempo para estudiar
y ayudar a uno de los misioneros en la obra de traducir el Libro del G
bengalí.

Durante el viaje Guillermo Carey aprendió suficiente bien el bengalí c


entenderse con el pueblo. Poco después de desembarcar comenzó a p
los oyentes venían a escucharlo en número siempre creciente.

Carey percibió la necesidad imperiosa de que el pueblo tuviese una Bib


propia lengua y, sin demora, se entregó a la tarea de traducirla. La ra
que aprendió las lenguas de la India, es motivo de admiración para los
lingüistas.

Nadie sabe cuántas veces nuestro héroe experimentó grandes desánim


India. Su esposa no tenía ningún interés en los esfuerzos de su
enloqueció. La mayor parte de los ingleses con quienes Carey tuvo co
creían loco; durante casi dos años no le llegó ninguna carta de In
Muchas veces Carey y su familia carecieron de dinero y de aliment
sustentar a su familia, el misionero se volvió labrador, y trabajó como
una fábrica de añil.

Durante más de treinta años Carey fue profesor de lenguas orienta


Colegio de Fort Williams. Fundó también el Colegio Serampore para e
los obreros. Bajo su dirección el colegio prosperó, y desempeñó un g
en la evangelización del país.

Al llegar a la India, Carey continuó los estudios que había comenzad


era niño. No solamente fundó la sociedad de agricultura y Horticultura
también creó uno de los mejores jardines botánicos; escribió y publicó
Bengalensis. El libro Flora Indica, otra de sus obras, fue considerada
maestra por muchos años.

No se debe pensar, sin embargo, que para Guillermo Carey la horticu


sólo una distracción. Pasó también mucho tiempo enseñando en las es
niños pobres. Pero, sobre todo, siempre ardía en su corazón el deseo
adelante la obra de ganar almas.

Cuando uno de sus hijos comenzó a predicar, Carey escribió: “Mi h


respondió al llamado de predicar el evangelio.” Años más tarde, cu
mismo hijo aceptó el cargo de embajador de la Gran Bretaña en Siam,
desilusionado y angustiado, escribió a un amigo: “Félix se empequeñe
volverse un embajador!”

Durante los cuarenta y un años que Carey pasó en la India, no visitó In


Hablaba con fluidez más de treinta lenguas de la India; dirigía la trad
las Escrituras en todas esas lenguas y fue nombrado para realizar la ar
de traductor oficial del gobierno. Escribió varias gramáticas hindúes
importantes diccionarios de los idiomas bengalí, maratí y sáns
diccionario bengalí consta de tres volúmenes e incluye todas las palab
lengua, con sus raíces y origen, y definidas en todos los sentidos.

Todo esto fue posible porque Carey siempre economizó el tiempo,


deduce de lo que escribió su biógrafo:

“Desempeñaba estas tareas hercúleas sin poner en riesgo su salud, p


aplicaba metódica y rigurosamente a su programa de trabajos, año tras
divertía pasando de una tarea a la otra. El decía que pierde más tiemp
se trabaja sin constancia e indolentemente, que con las interrupcion
visitas. Observaba, por lo tanto, la norma de tomar, sin vacilar
marcada y no dejar que absolutamente nada lo distrajese durante su p
trabajo.”

Lo siguiente, escrito para pedirle disculpas a un amigo por la de


responderle su carta, muestra cómo muchas de sus obras avanzaron ju

“Me levanté hoy a las seis, leí un capítulo de la Biblia hebrea; pasé el
tiempo, hasta las siete, orando. Luego asistí al culto doméstico en be
los sirvientes. Mientras me traían el té, leí un poco en persa con un m
me esperaba; leí también, antes de desayunar, una porción de las Esc
indostaní. Luego, después de desayunar, me senté con un pundite
esperaba, para continuar la traducción del sánscrito al ramayuma. Tr
hasta las diez. Entonces fui al colegio para enseñar hasta casi las
tarde. Al volver a casa, leí las pruebas de la traducción de Jeremías a
y acabé justo cuando ya era hora de comer. Después de la comida, m
traducir, ayudado por el pundite jefe del colegio, la mayor parte de
ocho de Mateo al sánscrito. En esto estuve ocupado hasta las seis de
Después de las seis me senté con un pundite de Telinga, para tra
sánscrito a la lengua de él. A las siete comencé a meditar sobre el m
un sermón que prediqué luego en inglés a las siete y media. Cerca de
personas asistieron al culto, entre ellas un juez del Sudder Dewany
Después del culto el juez contribuyó con 500 rupias para la construcc
nuevo templo. Todos los que asistieron al culto se fueron a las nue
noche; me senté entonces para traducir el capítulo once de Ezequiel al
Acabé a las once, y ahora te estoy escribiendo esta carta. Después, c
mis actividades de este día en oración. No hay día en que pueda dis
más tiempo que esto, pero el programa varía.”

Al avanzar en edad, sus amigos insistían en que disminuyese sus e


pero su aversión a la inactividad era tal, que continuaba trabajando, au
la fuerza física no era suficiente para activar la necesaria energía me
fin se vio obligado a permanecer en cama, donde siguió corrigiendo la
de las traducciones.

Finalmente, el 9 de Junio de 1834, a la edad de 73 años, Guillerm


durmió en Cristo.

La humildad fue una de las características más destacadas de su vida, S


que, estando en el pináculo de su fama, oyó a cierto oficial inglés
cínicamente: “¿El gran doctor Carey no era zapatero?” Carey al oír cas
la pregunta respondió:

“No, mi amigo, era apenas un remendón.”

Cuando Guillermo Carey llegó a la India, los ingleses le negaron el perm


desembarcar. Al morir, sin embargo, el gobierno ordenó que se i
banderas a media asta, para honrar la memoria de un héroe que ha
más por la India que todos los generales británicos.

Se calcula que Carey tradujo la Biblia para la tercera parte de los habit
mundo. Así escribió uno de sus sucesores, el misionero Wenger: “No
Carey logró hacer ni siquiera una cuarta parte de sus traducciones. H
veinte años

(En 1855) que algunos misioneros, al presentar el evangelio en Afganis


del Asia Central), encontraron que la única versión que ese pueblo ente
la Pushtoo hecha en Sarampore por Carey.”

El cuerpo de Guillermo Carey descansa, pero su obra continúa siendo u


bendición para una gran parte del mundo.

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James Hudson Taylor Sección 7
En esta sección te
James Hudson Taylor nació el 21 de presentamos breves
biografías de cristianos.
mayo de 1832 en un hogar cristiano.
Su padre era farmacéutico en Barnsley, James Hudson Taylor
Yorkshire (Inglaterra), y un predicador
que en su juventud tuvo una fuerte
carga por China. Cuando Hudson tenía Nota
sólo cuatro años de edad, asombró a
El diccionario de la
todos con esta frase: «Cuando yo sea Lengua Española define
un hombre, quiero ser misionero en biografía como: "la
historia de la vida de una
China». La fe del padre y las oraciones persona."
de la madre significaron mucho. Antes
de que él naciera, ellos habían orado Esperamos que estas
biografías te sean de
consagrándolo a Dios precisamente inspiración para seguir
para ese fin. con fe en el caminar
cristiano.

Sin embargo, pronto el joven Taylor se


volvió un muchacho escéptico y
mundano. Él decidió disfrutar su vida. A
los 15 años entró en un banco local y
trabajó como empleado menor donde,
puesto que era un adolescente bien
dotado y alegre, llegó a ser muy
popular. Los amigos mundanos le
ayudaron a ser burlón y grosero. En
1848 dejó el banco para trabajar en la
tienda de su padre.

Conversión y llamamiento

Su conversión es una historia


asombrosa. Una tarde de junio de
1849, cuando tenía 17 años, entró en la
biblioteca de su padre. Echaba de
menos a su madre que estaba lejos, y
quería leer algo para pasar el rato.
Tomó un folleto de evangelismo que le
pareció interesante, con el siguiente
pensamiento: «Debe haber una historia
al principio y un sermón o moraleja al
final. Me quedaré con lo primero y
dejaré lo otro para aquellos a quienes
le interese». Pero al llegar a la
expresión «la obra consumada de
Cristo» recordó las palabras del Señor
«consumado es», y se planteó la
pregunta: «¿Qué es lo que está
consumado?». La respuesta tocó su
corazón, y recibió a Cristo como su
Salvador.

A esa misma hora, su madre, a unos


120 kilómetros de allí, experimentaba
un intenso anhelo por la conversión de
su hijo. Ella se encerró en una pieza y
resolvió no salir de allí hasta que sus
oraciones fuesen contestadas. Horas
más tarde salió con una gran
convicción. Diez días más tarde regresó
a casa. En la puerta le esperaba su hijo
para contarle las buenas noticias. Pero
ella le dijo: «Lo sé, mi muchacho. Me
he estado regocijando durante diez días
por las buenas nuevas que tienes que
decirme.» Más tarde Hudson se enteró
de que también su hermana, hacía un
mes, había iniciado una batalla de
oración a favor de él. «Criado en tal
ambiente, y convertido en tales
circunstancias, no es de extrañar que
desde el comienzo de mi vida cristiana
se me hacía fácil creer que las
promesas de la Biblia son muy reales».

Sin embargo, a poco andar, Hudson


empezó a sentirse descontento con su
estado espiritual. Su «primer amor» y
su celo por las almas se había enfriado.
En una tarde de ocio de diciembre de
1849 se retiró para estar solo. Ese día
derramó su corazón delante del Señor y
le entregó su vida entera. «Una
impresión muy honda de que yo ya
había dejado de ser dueño de mí mismo
se apoderó de mí, y desde esa fecha
para acá no se ha borrado jamás».
Poco tiempo después, sintió que Dios le
llamaba para servir en China.
Desde entonces su vida tomó un nuevo
rumbo, pues comenzó a prepararse
diligentemente para lo que sería su
gran misión. Adaptó su vida lo más
posible a lo que pensaba que podría ser
la vida en China. Hizo más ejercicios al
aire libre; cambió su cama mullida por
un colchón duro, y se privó de los
delicados manjares de la mesa.
Distribuyó con diligencia tratados en los
barrios pobres, y celebró reuniones en
los hogares.

Comenzó a levantarse a las cinco de la


mañana para estudiar el idioma chino.
Como no tenía recursos para comprar
una gramática y un diccionario –muy
caros en ese tiempo– estudió el idioma
con la ayuda de un ejemplar del
Evangelio de Lucas en mandarín.
También empezó el estudio del griego,
hebreo, y latín.

En mayo de 1850 comenzó a trabajar


como ayudante del Dr. Robert Hardy,
con quien siguió aprendiendo el arte de
la medicina, que había comenzado con
su padre. Sabía de la escasez de
médicos en China, así que se esmeró
por aprender. En noviembre del año
siguiente, tomó otra decisión
importante: para gastar menos en sí
mismo y poder dar más a otros,
arrendó un cuarto en un modesto
suburbio de Drainside, en las afueras
del pueblo. Aquí empezó un régimen
riguroso de economía y abnegación,
oficiando parte de su tiempo como
médico autonombrado, en calles tristes
y miserables. Se dio cuenta que con un
tercio de su sueldo podía vivir
sobriamente. «Tuve la experiencia de
que cuanto menos gastaba para mí y
más daba a otros, mayor era el gozo y
la bendición que recibía mi alma».

La fe es probada
Sin embargo, por este tiempo Hudson
Taylor tuvo una dolorosa experiencia.
Desde hacía dos años conocía a una
joven maestra de música, de rostro
dulce y melodiosa voz. Él había
alentado la esperanza de un idílico y
feliz matrimonio con ella. Pero ahora
ella se alejaba. Viendo que nada podía
disuadir a su amigo de sus propósitos
misioneros, ella le dijo que no estaba
dispuesta a ir a China. Hudson Taylor
quedó completamente quebrado y
humillado. Por unos días sintió que
vacilaba en su propósito, pero el amor
de Dios lo sostuvo. Años más tarde
diría: «Nunca he hecho sacrificio
alguno». No habían faltado los
sacrificios, es verdad, pero él llegó a
convencerse de que el renunciar a algo
para Dios era inevitablemente recibir
mucho más. «Un gozo indecible todo el
día y todos los días, fue mi feliz
experiencia. Dios, mi Dios, era una
Persona luminosa y real. Lo único que
me correspondía a mí era prestarle mi
servicio gozoso».

Entre tanto, la carga por la


evangelización de China se hacía cada
vez más fuerte en su corazón. A su
madre le escribía: «La tarea misionera
es la más noble a que podamos
dedicarnos. Ciertamente no podemos
ser insensibles a los lazos humanos,
pero ¿no debemos regocijarnos cuando
hay algo a lo que podemos renunciar
por el Salvador? ¡Oh, mamá, no te
puedo decir cómo anhelo ser
misionero... Piensa, madre mía, en los
doce millones de almas en China que
cada año pasan a la eternidad sin Aquel
que murió por mí!... ¿Crees que debo ir
cuando haya ahorrado suficiente para el
viaje? Me parece que no puedo seguir
viviendo si no se hace algo por China».

Pero había algunas consideraciones –


aparte del dinero para el viaje– que aún
lo detenían. Él sabía que en China no
tendría ningún apoyo humano, sino sólo
Dios. No dudaba que Dios no fallaría,
pero ¿y si su fe fallaba? Sentía que
debía aprender, antes de salir de
Inglaterra, «a mover a los hombres,
por medio de Dios, sólo por la oración».
Así que decidió ejercitar su fe, y estar
así preparado para lo que vendría. Muy
pronto encontró la manera de hacerlo.

Su patrón le había pedido que le


recordara cuándo era el tiempo en que
debía pagarle su sueldo trimestral, pero
él se propuso no recordárselo, sino orar
para que Dios lo hiciera. De esa manera
vería la mano de Dios moverse en
respuesta a su oración. Pero al llegar la
fecha, el patrón lo olvidó. Como aún le
quedaba una pequeña moneda, y no
tenía mayor necesidad, siguió orando
sin decirle nada a su patrón. Ese
domingo un hombre muy pobre fue a
buscarlo porque su esposa agonizaba.
Allí comprobó que esa familia con cinco
niños tristes, y la madre con un bebé
de tres días en sus brazos, se moría de
hambre.

En su corazón él deseaba haber tenido


su moneda convertida en sencillo para
darle algo, sin quedar en blanco. Para
el día siguiente, él mismo no tenía qué
comer. Mientras intentaba alentar a la
familia, su corazón le reprochaba su
hipocresía e incredulidad. Les hablaba
de un Padre amoroso que cuidaría de
ellos, pero no creía que ese mismo
Padre pudiera cuidar de él, si es que
entregaba todo su dinero. Su oración le
pareció falsa y vacía. Cuando ya se
retiraba, el hombre le rogó: «Ya ve
usted la situación en que estamos,
señor. Si puede ayudarnos, ¡por amor
de Dios hágalo!» Entonces Hudson
sintió que el Señor le recordaba las
palabras: «Al que te pida, dale». Así
que, obedeciendo con temor, metió la
mano en el bolsillo y le dio su única
moneda. «Recuerdo bien que esa
noche, al regresar a mi cuarto, el
corazón lo sentía tan liviano como el
bolsillo. Las calles desiertas y oscuras
retumbaban con un himno de alabanza
que no pude contener.»

A la mañana siguiente, mientras


desayunaba lo último que le quedaba,
le llegó una carta. Venía sin remitente y
sin mensaje. En ella sólo venía un par
de guantes de cabritilla. Y en uno de
ellos había una moneda ¡de cuatro
veces el valor de la que había regalado!
Esa moneda lo salvó de la emergencia,
y le enseñó una lección que nunca
olvidaría. Sin embargo, el doctor seguía
sin recordar su compromiso, así que
siguió orando. Pasaron quince días,
pero nada.

Desde luego, no era la falta de dinero lo


que más lo mortificaba, pues podía
obtenerlo con sólo pedirlo. El asunto
era: ¿Estaba en condiciones de ir a
China o su falta de fe le sería un
estorbo? Y ahora surgía un nuevo
elemento de preocupación. El sábado
por la noche debía pagar el arriendo de
su pieza, y no tenía dinero. Además, la
dueña de la pieza era una mujer muy
necesitada. El sábado en la tarde, poco
antes de terminar la jornada semanal,
el doctor le preguntó: «Taylor, ¿es ya el
tiempo de pagarle su sueldo?». Él le
contestó, con emoción y gratitud al
Señor, que hacía algunos días ya había
vencido el plazo. El médico le dijo: «Ah,
qué lastima que no me lo recordara.
Esta misma tarde mandé todo el dinero
al banco. Si no, le hubiera pagado en
seguida.»

Muy turbado, esa tarde Hudson tuvo


que buscar refugio en el Señor para
recuperar la paz. Esa noche, se quedó
solo en la oficina, preparando la palabra
que debería compartir al día siguiente.
Esperaba que el llegar esa noche a su
cuarto, ya la señora estuviese
acostada, así no tendría que darle
explicaciones. Tal vez el lunes el Señor
le supliera para cumplir su compromiso.

Era poco más de las diez de la noche, y


estaba por apagar la luz e irse, cuando
llegó el médico. Le pidió el libro de
cuentas, y le dijo que, extrañamente,
un paciente de los más ricos había
venido a pagarle. El doctor anotó el
pago en el libro y estaba por salir,
cuando se volvió y, entregando a
Hudson algunos de los billetes que
acababa de recibir, le dijo: «Ahora que
se me ocurre, Taylor, llévese algunos
de estos billetes. No tengo sencillo,
pero le daré el saldo la próxima
semana».

Esa noche, antes de irse, Hudson Taylor


se retiró a la pequeña oficina para
alabar al Señor con el corazón
rebosante. Por fin, supo que estaba en
condiciones para ir a China.

El sueño comienza a cumplirse

En otoño de 1852, se trasladó a


Londres, donde se matriculó como
estudiante de medicina en uno de los
grandes hospitales. Aunque la Sociedad
para la Evangelización de China (CES
por sus iniciales en inglés) le ayudó
sufragándole parte de sus gastos, él
continuó dependiendo en todo lo demás
directamente del Señor. Cuando
solamente tenía 21 años de edad, y aún
no había acabado sus estudios, se le
abrió inesperadamente la puerta, por lo
que tuvo que embarcarse para
Shanghai a la brevedad.

Desde China habían llegado informes de


que el líder revolucionario de los
Taiping solicitaba misioneros para la
propagación del evangelio, que él
mismo había abrazado tiempo atrás.
Así que la CES decidió enviar a Hudson
Taylor, esperando enviar a otro
misionero un poco más adelante. Taylor
se embarcó en Liverpool en septiembre
de 1853, en el buque de carga
Dumfries, llevando en su equipaje
mucha de literatura en idioma chino
para distribuir. Nunca olvidaría el grito
desgarrador de su madre al verlo partir.
Allí en la nave, era el único pasajero.
Fue un viaje tempestuoso; en dos
ocasiones estuvieron a punto de
naufragar. La navegación se calmó
cerca de Nueva Guinea. El capitán se
desesperó cuando una corriente los
llevaba rápidamente hacia los arrecifes
de la costa, donde los caníbales les
esperaban con fogatas encendidas.
Taylor y otros se retiraron a orar y el
Señor envió una fuerte brisa que los
puso a salvo. Arribaron a Shanghai en
marzo de 1854, tras seis largos meses
de navegación. ¡El viaje normalmente
tomaba cuarenta días!

Hudson Taylor no estaba preparado


para la guerra civil que encontró a su
arribo. La revolución había comenzado
a degenerarse rápidamente. Muchos de
los líderes rebeldes habían abrazado el
cristianismo sólo por motivos políticos.
«No conocían mucho del espíritu
cristiano y no manifestaban ninguno».
El destino de Taylor era Nanking, en el
norte, pero sólo pudo establecerse en
Shanghai, donde fue acogido por el
doctor Lockhart. A su alrededor había
miseria, violencia y muerte. Sus ojos se
inflamaron, sufrió dolores de cabeza y
pasaba mucho frío. En su gracia, Dios
permitía que desde el principio
estuviera rodeado de muchas
dificultades, para así prepararlo en las
tareas que habría de enfrentar más
adelante.
Pese a estas dificultades, en los dos
primeros años que estuvo Hudson
Taylor en China, realizó diez viajes
misioneros desde Shanghai, en
pequeñas embarcaciones que servían a
la vez de albergue. Con la llegada del
misionero Parker pudo realizar una
labor más amplia, distribuyendo 1800
Nuevos Testamentos y más de 2.000
tratados y folletos. Poco después, sin
embargo, los Parker se trasladaron a
Ningpo y él se quedó solo.
En parte para explorar lugares de
futura residencia y también para evitar
los senderos de los nacionalistas,
Hudson Taylor realizó un viaje por el
Yangtze en barco. Visitó 58 pueblos, de
los cuales sólo siete habían visto a un
misionero alguna vez. Predicó, removió
tumores y distribuyó libros. A veces, las
personas huían de él, o le lanzaban
barro y piedras. Su aspecto occidental,
cómico y carente de dignidad para los
chinos, distraía continuamente a las
audiencias. Esto le llevó a tomar una
decisión radical, que habría de hacerle
acepto a los chinos, pero casi
abominable a los ingleses: Se vistió a la
usanza china, con la cabeza rasurada
por el frente y con el cabello de la parte
posterior tomado en una larga trenza.
Desde ese día, pudo realizar la obra con
mayor eficacia.

En octubre de 1855 dejó Shanghai para


ir a Tsungming, una gran isla en la
desembocadura del Yangtze, con más
de un millón de habitantes y ningún
misionero. Allí fue muy bien recibido
por la gente, en parte por sus labores
médicas. Sintió que ése sería un buen
lugar para establecerse y volvió a
Shanghai para reabastecerse de
medicamentos, recolectar cartas y
proveerse con ropa de invierno. Sin
embargo, las autoridades le ordenaron
abandonar Tsungming, pues los
doctores locales se quejaron porque
estaban perdiendo su negocio a causa
del doctor extranjero. Además, según
los acuerdos binacionales, los
extranjeros sólo podían morar en los
puertos, y no en el interior del país.
Estas seis semanas en la isla fueron su
primera experiencia en el «interior».

En este tiempo, Hudson Taylor habría


de hallar un motivo de mucho gozo y
compañerismo cristiano. Conoció a
William Burns, un evangelista escocés,
con quien congenió en seguida, pese a
la disparidad de sus edades. Burns era
un hombre muy eficaz en la Palabra y
de mucha oración. Durante siete meses
trabajaron juntos con mucho provecho.
Pronto, Burns se dio cuenta que su
compañero lograba un mayor
acercamiento a la gente, así que él
también decidió rasurarse y vestirse
como ellos.

En febrero de 1856, ambos fueron


llamados a Swatow, 1.500 kilómetros al
sur. Tras 4 meses de servicio allí, y
pese a las muchas dificultades, Dios
bendijo su trabajo, así que pensaron
establecerse en ese lugar. Burns pidió a
Taylor que fuese a Shanghai a buscar
su equipo médico, que les era de gran
necesidad. Cuando éste llegó encontró
que casi todos sus suministros médicos
habían sido destruidos accidentalmente
en un incendio. Entonces vino la penosa
noticia de que Burns había sido
arrestado por las autoridades chinas y
enviado hasta Cantón, y que a él se le
prohibía regresar a Swatow. «Esos
meses felices fueron de inexpresable
gozo y consuelo para mí. Nunca tuve un
padre espiritual como el Sr. Burns.
Nunca había conocido una comunión
tan segura y tan feliz. Su amor por la
Palabra era una dicha, y su vida santa y
reverente, y su constante comunión con
Dios hicieron que su compañerismo
satisficiera las ansias más profundas de
mi ser».

Poco después, Swatow estuvo en el ojo


del huracán, a causa de la guerra
anglo-china, por lo que Hudson Taylor
pudo comprobar que todas las
circunstancias son ordenadas por Dios
para favorecer a los que le aman.

Taylor decidió quedarse en Ning-po,


donde el doctor Parker había
establecido un hospital y un dispensario
farmacéutico. Por ese tiempo, Hudson
Taylor había quedado casi en la
indigencia. Le habían robado su catre
de campaña, ropa, dos relojes,
instrumentos quirúrgicos, su concer-
tina, la fotografía de su hermana
Amelia y una Biblia que le había dado
su madre. Además, la CES estaba en
bancarrota. Había tenido que conseguir
dinero para pagar a sus misioneros, así
que Hudson se vio impelido a renunciar,
por motivos de conciencia. «Para mí era
muy clara la enseñanza de la Palabra
de Dios «No debáis a nada nada»... Lo
que era incorrecto para un solo
cristiano, ¿no lo era también para una
asociación de cristianos?... Yo no podía
concebir que Dios era pobre, que le
faltaban recursos, o que estaba
renuente a suplir la necesidad de
cualquier obra que fuera suya. A mí me
parecía que, si faltaban los fondos para
una determinada obra, entonces hasta
allí, en esa situación, o en ese tiempo,
no podría ser la obra de Dios». El paso
de fe de renunciar al sueldo de la
Sociedad, lo llenó de gratitud y gozo.
Desde entonces, confiaría solamente en
Dios para su sustento.

Noviazgo y matrimonio

En Ningpo, una nueva familia, los


Jones, había llegado y la comunidad
misionera era ferviente en espíritu. Una
vez a la semana ellos cenaban en la
escuela dirigida por la Srta. Mary Ann
Aldersey, una dama inglesa de 60 años,
reputada por ser la primera mujer
misionera en China. Ella tenía dos
jóvenes ayudantes, Burella y María,
hijas de Samuel Dyer, uno de los
primeros misioneros en China.

El día de Navidad de 1856, el grupo


misionero tuvo una celebración donde
comenzó una amistad entre Hudson y
María. Esta joven era muy agraciada y
simpática, además de una ferviente
cristiana. Muy pronto compartieron los
mismos anhelos y aspiraciones de
santidad, de servicio y acercamiento a
Dios, y aun la indumentaria oriental
que llevaba Taylor. Taylor tuvo que
cumplir una importante misión en
Shanghai, pero le escribió a María
pidiéndole formalizar un compromiso.
Obligada por la Srta. Aldersey –que
menospreciaba al joven– María se
negó.

Ante esto, ambos se abocaron a la obra


del Señor, y oraron. Más tarde, al
comprobar que el sentimiento mutuo
persistía, decidieron pedir la
autorización al tutor de ella, que vivía
en Londres. Tras cuatro largos meses
de espera, llegó la respuesta favorable.
El tutor se había enterado en Londres
de que Hudson Taylor era un misionero
muy promisorio. Todos los que le
conocían daban buen testimonio de él.
Así, con todo a favor, decidieron
comprometerse públicamente en
noviembre de 1857. En enero de 1859,
poco después de que María cumpliera
los 21 años, se casaron y se
establecieron en Ningpo. «Dios ha sido
tan bueno con nosotros. En realidad, ha
contestado nuestras oraciones y ha
tomado nuestro lugar en contra de los
fuertes. ¡Oh, que podamos andar más
cerca de él y servirle con mayor
fidelidad!».

El trabajo en el grupo continuó. John


Jones fue el pastor, María dirigió la
escuela de niños mientras el pequeño
grupo de Taylor en Ningpo continuó la
obra misionera en la gran ciudad
inconversa. Por este tiempo se convirtió
un chino, presidente de una sociedad
idólatra, que gastaba mucho tiempo y
dinero en el servicio de sus dioses.
Luego de escuchar la Palabra por
primera vez dijo: «Por mucho tiempo
he estado en busca de la verdad, sin
encontrarla. He viajado por todas
partes, y no he podido hallarla. No he
podido encontrar descanso en el
confucianismo, el budismo ni en el
taoísmo. Pero ahora sí he encontrado
reposo para mi alma en lo que hemos
oído esta noche. De ahora en adelante
soy creyente en Jesús». En seguida fue
un fiel testigo de Cristo entre sus
antiguos compañeros.

Un día le preguntó a Taylor: «¿Cuánto


tiempo han tenido las Buenas Nuevas
en su país?». «Algunos centenares de
años», le respondió Hudson algo
vacilante. «¿Cómo dice? ¿Centenares
de años? Mi padre buscaba la verdad y
murió sin conocerla. ¡Ah! ¿Por qué no
vino antes?». Ese fue un momento
doloroso para Hudson Taylor, que
jamás pudo borrar de su conciencia, y
que profundizó en él su ansia de llevar
a Cristo a aquellos que aún podían
recibirlo.

El tratado de Tientsin, en 1860, dio


nuevas libertades a los misioneros. Por
fin se había abierto la puerta de
entrada a las provincias del interior. Por
ese tiempo, el doctor Parker tuvo que
dejar sus labores en el hospital y en
dispensario que dirigía, y Hudson Taylor
se vio constreñido a tomar también esa
responsabilidad. Los nuevos creyentes
chinos se ofrecieron para colaborar y,
contra todo lo humanamente esperado,
la atención mejoró, los recursos no
faltaron, y aun se comenzó a respirar
en el ambiente la vida de Cristo. En los
nueve meses siguientes hubo 16
pacientes bautizados, y otros 30 se
incorporaban a la iglesia.

Un paréntesis necesario

Sin embargo, la salud de Taylor se


quebrantó gravemente, tanto, que un
descanso parecía ser su única
esperanza de vivir. Así que dejaron
Shanghai, llegando a Inglaterra en
noviembre, 1860, siete años después
de que él había partido para China.
Vivieron en Bayswater, donde nació su
primer hijo varón, Herbert, en abril de
1861 (Grace había nacido el año
anterior). Comprendiendo que no
podría volver tan pronto, Hudson
emprendió varias tareas. Primero, la
revisión del Nuevo Testamento de
Ningpo, por petición de la Sociedad
Bíblica. Luego, la reanudación de sus
estudios de medicina. La atención, a la
distancia, de la obra en Ningpo, y la
realización de reuniones con juntas
misioneras denominacionales,
instándoles a asumir la evangelización
del interior de China. Esta última tarea
era la que más le urgía; sin embargo,
aunque por todas partes lo escuchaban
con simpatía, pronto quedó de
manifiesto que ninguna de ellas estaba
dispuesta a asumir la responsabilidad
por tan grande empresa.

Por petición del redactor de una revista


denominacional, Hudson comenzó a
escribir una serie de artículos para
despertar el interés en la Misión en
Ningpo, el que más tarde se transformó
en un libro. Con el mapa de China en
una pared de su pieza, Hudson oraba y
soñaba con una evangelización a fondo
por todas las provincias de ese gran
país. La oración llegó a ser la única
forma en que pudo aliviar la carga de
su alma.

Poco a poco, empezó a brillar una luz


en su espíritu. Ya que todas las puertas
se cerraban, tal vez Dios quería usarlo
a él para contestar sus propias
oraciones. ¿Qué pasaría si él buscara
sus propios obreros, y fuera con ellos?
Pero su fe también parecía flaquear
ante tamaña empresa. Por el estudio de
la Palabra aprendió que lo que se
necesitaba no era un llamamiento
emocional para conseguir apoyo, sino la
oración fervorosa a Dios para que él
enviara obreros. El plan apostólico no
era conseguir primero los medios, sino
ir y hacer la obra, confiando en Dios.

Sin embargo, sentía que su fe aún no


llegaba a ese punto. Pronto la
convicción de su propia culpabilidad se
agudizó más y más, hasta llegar a
enfermar. Pero he aquí que Hudson
Taylor tuvo una experiencia que habría
de cambiar la historia.

Un día, un amigo le invitó a Brighton


para pasar unos días junto al mar. El
domingo fue a la reunión de la iglesia,
pero el ver a la hermandad que,
despreocupada, se gozaba en las
bendiciones del Señor, no lo pudo
soportar. Le pareció oír al Señor
hablarle de las «otras ovejas» allá en
China, por cuyas almas nadie se
interesaba. Sabía que el camino era
pedir los obreros al Señor. Pero una vez
que Dios los enviase, ¿estaba él en
condiciones de guiarlos y hacerse cargo
de ellos? Salió apresuradamente para la
playa, y se puso a caminar por la
arena.

Allí Dios venció su incredulidad y él se


entregó enteramente a Dios para ese
ministerio. «Le dije que toda
responsabilidad en cuanto a los
resultados y consecuencias tendría que
descansar en Él; que como siervo suyo
a mí me correspondía solamente
obedecerle y seguirle; a Él le tocaba
dirigir, cuidar y cuidarme a mí y a
aquellos que vendrían a colaborar
conmigo. ¿Debo decir que en seguida la
paz inundó mi corazón?»
Allí mismo le pidió a Dios 24 obreros,
dos para cada una de las provincias que
no tenían misionero, y dos para
Mongolia. Escribió la petición en el
margen de la Biblia que llevaba y
regresó a casa, lleno de paz.
Muy pronto Dios habría de comenzar a
ordenar el escenario para contestar
esta petición.

Nace la Misión al Interior de China

Muy pronto la casa de los Taylor en


Inglaterra comenzó a llenarse de
candidatos. La publicación del libro «La
necesidad espiritual y las demandas de
China» ayudó a despertar el interés por
la obra de Dios en ese país. Sin
embargo, las peculiaridades de la
nueva Misión (denominada «Misión al
Interior de China») alejaba a muchos,
porque ella no solicitaba dinero, ni
aseguraba un sueldo a sus misioneros.
Pese a esto fue tal la respuesta, que
hubo que avisar que cesaran las
donaciones, porque las necesidades
estaban cubiertas.

El 26 de mayo de 1866 Hudson Taylor


salió con el primer grupo de 16
colaboradores rumbo a China. Este
primer viaje no estuvo exento de
peripecias, pues estuvieron a punto de
naufragar en más de una oportunidad.
Pero, gracias a Dios, llegaron sanos y
salvos, y se establecieron en Hang-
chow. Al año siguiente la familia Taylor
vivió una profunda tristeza por la
partida de su hija Gracie, de ocho años;
sin embargo, la obra se extendía
rápidamente por el Gran Canal hacia el
interior.

Hudson Taylor enfrentó por ese tiempo


otras pruebas muy fuertes. Una fue el
motín de Yangchow, en que estuvo a
punto de perder la vida, y otro, el
descrédito que sufrió a manos de
algunos miembros de su propio equipo,
quienes regresaron a Inglaterra y
lograron desanimar a algunos
colaboradores. Debido a esto hubieron
de enfrentar algunas estrecheces
económicas, pero fue entonces que se
manifestó la fidelidad de un conocido
hombre de Dios: George Müller. Su
nombre se había hecho conocido, pues
sostenía por la sola fe y la oración, sin
aportes fijos ni solicitar fondos, un
orfanato de unos dos mil niños y niñas.
Müller no sólo tenía carga por los
huérfanos de Inglaterra, sino también
por la evangelización en China, y así lo
hizo notar en muchas ocasiones. Con
sus oraciones, sus cartas y sus aportes,
muchas veces infundió ánimo a los
misioneros a la distancia. Las
contribuciones de Müller durante los
años siguientes alcanzaron la no
despreciable suma de casi diez mil
dólares anuales, ¡pese a que necesitaba
mirar al Cielo diariamente por el
sustento de sus propios huerfanitos!

La gran experiencia espiritual

En septiembre de 1869 Hudson Taylor


entró en una experiencia espiritual que
marcó su vida, y de la cual habría de
compartir a muchos durante sus años
siguientes. Él la llamó de la «vida
canjeada». Poco antes había estado
muy desanimado, por la falta de
comunión con su Señor, y por la
escasez de frutos, y no sabía cómo
podría mejorar. Pero la llegada de una
carta de su amigo Juan McCarthy en
que le contaba su propia experiencia,
gatilló en él la solución tan anhelada.
¿En qué consistió? En ver, a partir de
Juan capítulo 15, cómo permanecer en
Cristo, y recibir de él la fuerza
necesaria para una vida victoriosa.
Después de esto, Hudson Taylor fue
otro hombre. ¡Aquella fue una
experiencia que sería capaz de resistir
todos los embates del tiempo! (Ver
artículo «El secreto espiritual de
Hudson Taylor», pág. 74).

Pruebas y expansión

Pronto se acercaban, sin embargo,


algunas experiencias familiares aún
más dolorosas que las ya vividas. En
medio de una época muy agitada en la
vida de China –la matanza de Tientsin–
el matrimonio Taylor tuvo que
separarse del resto de sus hijos para
enviarlos a Inglaterra para su
educación. Y poco después, en julio de
1870, muere un hijo recién nacido y, a
los pocos días, María Dyer, quien
contaba apenas con treinta y tres años.
En estas circunstancias, Hudson Taylor
tuvo que echar mano más que nunca el
consuelo procedente de sus
experiencias espirituales.

«¡Cuánta falta me hacía mi querida


esposa y las voces de los niños tan
lejos allá en Inglaterra! Fue entonces
que comprendí por qué el Señor me
había dado ese pasaje de las Escrituras
con tanta claridad: ‘Cualquiera que
bebiere del agua que yo le daré, no
tendrá sed jamás’. Veinte veces al día,
tal vez, al sentir los amagos de esa sed,
yo clamaba a él: ‘¡Señor, tú
prometiste!’ Me prometiste que jamás
tendría sed otra vez’ Y ya fuera de
noche o de día, ¡Jesús llegaba
prestamente a satisfacer mi corazón
dolorido! Tanto fue así que a veces me
preguntaba si mi amada estaría
gozando más de la presencia del Señor
allá, que yo en mi cuarto, solitario y
triste». Al año siguiente, Taylor tuvo
severos dolores del hígado y del
pulmón, y muchas veces tuvo
dificultades para respirar. Sin embargo,
junto a cada dolor físico había el
profundo consuelo de una vivencia más
íntima con Cristo.

La renuncia del matrimonio Berger, que


dirigía la Misión en Inglaterra, obligó a
Taylor a viajar a ese país en 1872. Allí,
en los próximos quince meses, organizó
un Consejo de apoyo a la Misión,
mientras oraban intensamente en
reuniones realizadas en su casa. F. W.
Baller, un joven creyente que llegó a
ser después un íntimo colaborador,
escribió lo siguiente cuando le vio por
primera vez en una de esas reuniones:
«El Sr. Taylor inició la reunión
anunciando un himno, y sentándose al
armonio, dirigió el canto. Su aspecto no
era muy imponente. Era pequeño de
estatura y hablaba en voz baja. Como
todo joven, quizá yo asociaba la
importancia con la bulla y buscaba
mejor presencia de un líder. Pero
cuando dijo «oremos», y procedió a
dirigir la oración, cambié de opinión.
Nunca había oído a nadie orar así.
Había una sencillez, una ternura, una
audacia, un poder que me subyugó y
me dejó mudo. Me di cuenta que Dios
le había admitido en el círculo íntimo de
comunión con él».

Cierto día, parado frente al mapa de


China, Taylor se volvió hacia unos
amigos que le acompañaban y dijo:
«¿Tienen fe ustedes en pedir conmigo a
Dios dieciocho jóvenes que vayan de
dos en dos a las nueve provincias que
aún quedan por evangelizar?». La
respuesta fue afirmativa; así que allí
mismo, tomados de las manos delante
del mapa, se pactaron con toda
seriedad para orar diariamente por los
obreros que se necesitaban.

Poco después, de regreso en China,


Taylor pudo comprobar con tristeza que
la obra trastabillaba. En vez de hacer
planes para su adelanto, apenas pudo
atender lo necesario para robustecer lo
que había. En esa circunstancia, su
nueva esposa, Jenne Faulding, prestaba
una gran ayuda. Al cabo de unos nueve
meses pudo visitar cada centro y cada
punto de predicación de la Misión. La
obra cobró nueva fuerza.

Nuevos sueños

Un día lo siguió un anciano hasta donde


él alojaba y le dijo: «Me llamo Dzing, y
tengo una pregunta que me atormenta:
¿Qué voy a hacer con mis pecados?
Nuestro maestro nos enseña que no
hay un estado futuro, pero encuentro
difícil creerlo… ¡Ah Señor! De noche me
tiro en la cama a pensar. De día me
siento solitario a pensar. Pienso, y
pienso, y pienso más, pero no sé qué
hacer con mis pecados. Tengo setenta y
dos años. No espero terminar otra
década. ¿Puede usted decirme qué
debo hacer con mis pecados?». Esta
conversación, más el ver las multitudes
en las grandes ciudades sin testimonio
de Dios, produjo en Hudson Taylor una
nueva urgencia por más obreros. En
una de sus Biblias escribió: «Le pedí a
Dios cincuenta o cien evangelistas
nacionales y otros tantos misioneros
como sean necesarios para abrir los
campos en los cuatro Fus y cuarenta y
ocho ciudades Hsien que están aún
desocupados en la provincia de
Chekiang. Pedí en el nombre de Jesús».
Era el 27 de enero de 1874.

Poco después le fue entregada a Taylor


una carta que traía una donación de
800 libras «para la obra en provincias
nuevas». ¡La carta había sido enviada
aún antes de que Taylor escribiera su
petición en la Biblia!

Sin embargo, un llamado urgente desde


Inglaterra por parte de la Srta.
Blatchley –que estaba a cargo de los
niños– lo obligó a viajar de inmediato.
Luego supo que ella había muerto. Allí
en Inglaterra le sobrevino una grave
enfermedad a la columna, a causa de
una caída que había tenido poco antes
de salir de China. Como consecuencia,
estuvo paralizado de sus piernas,
totalmente postrado.

Allí, solo, en su lecho de dolor –su


esposa estaba lejos atendiendo otras
necesidades–, con la carga de la
inmensa obra sobre su corazón y con
poca esperanza de volver a caminar,
surgió, sin embargo, el mayor
crecimiento para la Misión al Interior de
China. En 1875 publicó un folleto
titulado: «Llamamiento a la oración a
favor de más de 150 millones de
chinos», en el cual solicitaba la
cooperación de dieciocho misioneros
jóvenes que abrieran el camino. En
poco tiempo se completó el número
solicitado, y él mismo, desde su lecho,
comenzó a enseñarles el idioma chino.
¿Cómo explicaba Taylor las extrañas
circunstancias en que se dio esta
expansión? «Si yo hubiera estado bien
(de salud) y pudiera haberme movido
de un lugar a otro, algunos hubieran
pensado que era la urgencia del
llamamiento que yo hacía y no la obra
de Dios lo que había enviado a los
dieciocho a China».

Las formas cómo el Señor proveía para


las necesidades para la Misión eran
variadas y asombrosas. Cierta vez
viajaba con un noble amigo ruso que le
había escuchado hablar. «Permítame
darle una cosa pequeña para su obra
en China», le dijo, extendiéndole un
billete grande. Taylor, pensando que tal
vez se había equivocado, le dijo: «¿No
pensaba darme usted cinco libras?
Permítame devolverle este billete, pues
es de cincuenta». «No puedo recibirlo»,
le contestó el conde no menos
sorprendido. «Eran cinco libras lo que
pensaba darle, pero seguramente Dios
quería que le diera cincuenta, de
manera que no puedo tomarlo otra
vez.» Al llegar a casa, Taylor halló que
todos estaban orando. Era fecha de
enviar otra remesa para China, y aún
faltaban más de 49 libras. ¡Ahí entendió
Taylor por qué el conde le había dado
50 libras y no 5!

Durante los próximos años, los pioneros


de la Misión viajaron miles de
kilómetros por todas las provincias del
interior. Sin embargo, lo mucho que
ellos hacían era, en verdad, tan poco
comparado con los millones de chinos
que diariamente morían sin Cristo.
Taylor se percató de que la única
manera de alcanzar a toda China era
incorporando al servicio a los mismos
chinos. «Yo miro a los misioneros
(extranjeros) como el andamio
alrededor de un edificio en
construcción; cuanto más ligero pueda
prescindirse de él, tanto mejor».

El desbordamiento

En 1882 Taylor oró al Señor por setenta


misioneros, los cuales Dios fielmente
proveyó en los tres años siguientes, con
su respectivo sustento. El reclutamiento
de los Setenta trajo una gran
conmoción en toda Inglaterra,
notificando a todo el pueblo cristiano de
la gran obra que Dios estaba realizando
en China. Otros conocidos siervos de
Dios, como Andrew Bonar y Charles
Spurgeon, se sumaron al apoyo a la
Misión.

Cuatro años más tarde, Taylor da otro


paso de fe, y pide al Señor cien
misioneros. Ninguna Misión existente
había soñado jamás en enviar nuevos
obreros en tan gran escala. En ese
tiempo, la Misión tenía sólo 190
miembros y pedirle a Dios un aumento
de más del cincuenta por ciento ¡era
algo impensable! Sin embargo, durante
1887, milagrosamente, seiscientos
candidatos venidos de Inglaterra,
Escocia e Irlanda, se inscribieron para
enrolarse. Así, el trabajo de la Misión se
esparció por todo el interior del país
según era el deseo original de Taylor.
¡Al final del siglo XIX, la mitad de todos
los misioneros del país estaban ligados
a la Misión!

En octubre de 1888, Taylor visita


Estados Unidos, donde fue recibido
afectuosamente en Northfield por D. L.
Moody, desde donde emprendió el
regreso a China, pero no solo: le
acompañaban 14 jóvenes misioneros
más, procedentes de Estados Unidos y
Canadá.
Durante los próximos años, Taylor vio
extenderse su ministerio a todo el
mundo. Compartió su tiempo visitando
América, Europa y Oceanía, reclutando
misioneros para China. Fueron los años
del desbordamiento espiritual, que
ahora se extendía por todos los
confines de la tierra.

Un carácter transformado

El carácter de Taylor había alcanzado


una gran semejanza con su Maestro. He
aquí el testimonio de un ministro
anglicano que le hospedó: «Era él una
lección objetiva de serenidad. Sacaba
del banco del cielo cada centavo de sus
ingresos diarios – ‘Mi paz os doy’. Todo
aquello que no agitara al Salvador ni
perturbara su espíritu, tampoco le
agitaría a él. La serenidad del Señor
Jesús en relación a cualquier asunto, y
en el momento más crítico, era su ideal
y su posesión práctica. No conocía nada
de prisas ni de apuros, de nervios
trémulos ni agitación de espíritu.
Conocía esa paz que sobrepuja todo
entendimiento, y sabía que no podía
existir sin ella… Yo conocía las
‘doctrinas de Keswick, y las había
enseñado a otros, pero en este hombre
se veía la realidad, la personificación de
la ‘doctrina Keswick’, tal como yo nunca
esperaba verlo».

La lectura de la Biblia era para él un


deleite y un ejercicio permanente. Un
día, cuando ya había pasado los setenta
años, se paró, Biblia en mano, en su
hogar en Lausanne, y le dijo a uno de
sus hijos: «Acabo de terminar de leer la
Biblia entera por cuarentava vez en
cuarenta años». Y no sólo la leía, sino
que la vivía.

En abril de 1905, a la edad de 73 años,


Taylor hizo su último viaje a China. Su
esposa Jennie había fallecido, y él había
pasado el invierno en Suecia. Su hijo
Howard, que era médico, acompañado
de su esposa, decidieron acompañar a
Taylor en este viaje. Al llegar a
Shangai, él visitó el cementerio de
Yangchtow, donde estaba sepultada su
esposa María y cuatro de sus hijos.

Mientras recorrían las ciudades chinas,


Howard pudo comprobar el gran amor
que todos le dispensaban a su padre, y
también conocer cuál era el secreto de
su prodigiosa vida espiritual. Para
Taylor, el secreto estaba en mantener
la comunión con Dios diaria y
momentáneamente. Y esto se podía
lograr únicamente por medio de la
oración secreta y el alimentarse de la
Palabra. Pero ¿cómo obtener el tiempo
necesario para estos dos ejercicios
espirituales? «A menudo, cuando tanto
los viajeros como los portadores chinos
habían de pasar la noche en un solo
cuarto (en las humildes posadas
chinas), se tendían unas cortinas para
proveer un rincón aislado para nuestro
padre, y otro para nosotros.

Y luego, cuando el sueño había hecho


presa de la mayoría, se oía el chasquido
de un fósforo y una tenue luz de vela
nos avisaba que Hudson Taylor, por
más cansado que estuviera, estaba
entregado al estudio de su Biblia en dos
volúmenes que siempre llevaba. De las
dos a las cuatro de la madrugada era el
rato generalmente dedicado a la
oración – el tiempo cuando podía estar
seguro de que no habría interrupción en
su comunión con Dios. Esa lucecita de
vela ha sido más significativa para
nosotros que todo lo que hemos leído u
oído acerca de la oración secreta; esto
significaba una realidad – no la prédica,
sino la práctica».

Después de haber recorrido todas las


misiones establecidas por él, Hudson
Taylor se retiró a descansar una tarde
de junio de 1905, y de este sueño
despertó en las mansiones celestiales.

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Sección 8
En esta sección te
presentamos breves
biografías de cristianos.
George Müller
George Müller

Abigail era la hija más pequeña de una


pareja de padres que temían a Dios. Su
Nota
primera oración infantil fue dicha en las
rodillas de George Müller, el gran El diccionario de la
Lengua Española define
hombre de fe del siglo XIX. Un día, la biografía como: "la
pequeña, que tenía sólo 3 años de historia de la vida de una
persona."
edad, le dijo: «Me gustaría que Dios
respondiese mis oraciones de la misma Esperamos que estas
forma que responde las suyas». «Él biografías te sean de
responderá», fue la respuesta inspiración para seguir
con fe en el caminar
inmediata de Müller. Tomando a la cristiano.
pequeña en su regazo él repitió la
promesa de Dios: «Todo cuanto
pidieres en oración, creed que lo
recibisteis, y lo recibiréis». «Ahora,
Abbie, ¿qué es lo que deseas pedir a
Dios?». «Yo quiero lana», dijo ella.
Entonces él, juntando las manos en
actitud de oración, dijo: «Ahora, repite
lo que yo voy a decir: «Por favor, Dios,
manda lana para Abbie» – «Por favor,
Dios, manda lana para Abbie», repitió
la niña, y saltando, corrió para jugar,
perfectamente satisfecha. De repente
ella volvió, y, subiendo a sus rodillas,
dijo: «Por favor, Dios, manda en
colores variados».

Al día siguiente ella se llenó de gozo y


alegría al recibir una caja que vino por
el correo, con una gran cantidad de
ovillos de lana de colores variados. Su
profesora, que estaba fuera realizando
una visita, encontró los ovillos de lana y
pensó que a su alumna podrían
gustarles.

Primeros años

George Müller fue uno de los mayores


hombres de oración de toda la historia.
Andrew Murray escribió sobre él: «Del
mismo modo que Dios colocó al apóstol
Pablo como un ejemplo en su vida de
oración para los cristianos de todos los
tiempos, así también puso a George
Müller, en tiempos más recientes, como
una prueba para Su iglesia, de que él
continúa respondiendo siempre la
oración, en forma literal y maravillosa».

Nació en Alemania en el año 1805, y su


juventud estuvo marcada por la maldad
y el despilfarro. De niño tuvo una fuerte
inclinación por el engaño y el robo,
razón por la cual llegó a estar
encarcelado durante veinticinco días.

En noviembre de 1825 conoció al Señor


en una sencilla reunión en una casa, a
la cual, sorprendentemente, se hizo
invitar por un amigo cristiano. Desde
entonces comienza a manifestarse un
profundo vuelco en su manera de ser y
de vivir, aunque no sin severas pruebas
y fracasos. Su padre quería hacerle
pastor luterano, pero él quería hacerse
misionero. Cinco veces se ofreció para
enrolarse, pero cada vez hubo
obstáculos en el camino, permitidos por
el Señor. Finalmente solicitó su
admisión en la «Sociedad Londinense
para la Evangelización de los Judíos».
Fue aceptado, y se trasladó a Londres
en marzo de 1829, aunque nunca llegó
a ejercer allí.

Por ese tiempo había comenzado un


despertar entre muchos creyentes,
quienes a la luz del Nuevo Testamento
habían decidido separarse de los
sistemas denominacionales y reunirse
en sencillez solamente como hijos de
Dios. Este fue el principio de lo que se
conoció más tarde como el movimiento
de los «Hermanos de Plymouth». En
Inglaterra, George Müller conoció a A.
N. Groves y Henry Craik, que tuvieron
una gran influencia en su vida.

Su «segunda conversión»

En julio de 1829, cuatro años después


de su conversión, mientras estaba en el
pueblo de Teignmouth reponiéndose de
una enfermedad, George Müller tuvo
una experiencia espiritual que nunca
olvidaría. Allí escuchó a alguien
predicar. He aquí su testimonio:
«Aunque no me hubiese agradado del
todo lo que habló, pude ver una
gravedad y solemnidad en él, diferente
de los demás. A través de este
hermano, el Señor me concedió una
gran gracia, por la cual tengo motivos
para engrandecerle por toda la
eternidad. Dios comenzó a mostrarme
que sólo la Palabra de Dios debe ser
nuestra regla de juicio en las cosas
espirituales; que ella sólo puede ser
explicada por el Espíritu Santo, y que
en nuestros días, igual que en los
primeros tiempos, él es el Maestro de
su pueblo. Yo no comprendía
experimentalmente el oficio del Espíritu
Santo hasta esa época. No había visto
que el Espíritu Santo, solo, nos puede
enseñar respecto de nuestro estado
natural, mostrarnos nuestra necesidad
del Salvador, habilitarnos a creer en
Cristo, explicarnos las Escrituras,
ayudarnos a predicar, etc.»

«Entender este punto en particular fue,


en principio, lo que tuvo un gran efecto
sobre mí, pues el Señor me habilitó
para ponerlo en práctica, dejando de
lado comentarios, y casi todos los otros
libros, y simplemente leer la Palabra de
Dios y estudiarla. El resultado de eso,
fue que la primera noche en que me
encerré en mi cuarto para entregarme a
la oración y a la meditación de las
Escrituras, aprendí en pocas horas más
de lo que había aprendido durante los
últimos meses. Pero la mayor diferencia
fue que recibí fuerza verdadera en mi
alma, al hacerlo de aquella manera».1

«A más de eso, agradó al Señor


conducirme a observar un patrón de
devoción más alto que el que había
tenido anteriormente. Me condujo, en
parte, a ver lo que es mi gloria en este
mundo, también a ser pobre y
despreciable con Cristo. Regresé a
Londres mucho mejor de mi cuerpo. En
cuanto a mi alma, el cambio fue tan
grande, que fue como una segunda
conversión».

Al año siguiente, George Müller decidió


establecerse en Teignmouth, donde fue
invitado a hacerse cargo de una
pequeña congregación. Habiendo visto
la necesidad de depender enteramente
de Dios para su mantenimiento,
renunció al pequeño sueldo que recibía.
Ese mismo año contrae matrimonio con
Mary Groves, hermana de A. N. Groves.
Juntos se aventuran a una vida de fe,
vendiendo las propiedades que tenían,
para depender enteramente de Dios.

La obra en Bristol

Dos años más tarde, Henry Craik


recibió una invitación para ir a Bristol a
celebrar reuniones, y éste invitó a
George Müller para que le ayudara. La
predicación fue tan bien recibida, que
los hermanos les invitaron para que se
fueran a vivir a Bristol. Así el Señor
conducía las cosas para lo que habría
de ser el mayor servicio en la vida de
Müller. La obra allí en Bristol
experimentó un extraordinario
crecimiento. En un ambiente de fe
sencilla y celo fervoroso, ajeno a las
tradiciones humanas y a la
mundanalidad, estos dos ministros se
ejercitaron en la fe para un servicio
posterior de más amplias dimensiones.

En 1834 fundaron la Institución de


Conocimientos Escriturales con el fin de
fundar escuelas, distribuir las Escrituras
y apoyar los esfuerzos misioneros.

Pero la obra magna fue la que Müller


realizó entre los huérfanos. Influido por
la biografía de A. H. Francke, de
Alemania, y corroborado por su propia
experiencia de haber vivido dos meses
en la Casa de Huérfanos de Halle, le
vino al corazón el procurar hacer algo
por los niños hambrientos y harapientos
de Bristol. Una experiencia muy triste
vivida en una de las escuelas de la
institución, y la dirección que le daba la
Palabra del Salmo 81: 10, «...abre tu
boca que yo la llenaré», apuraron la
realización de ese anhelo.

Así fue como en diciembre de 1835,


luego de someter el proyecto a un
grupo de hermanos, se concretó la
idea, arrendándose una casa para
atender a un grupo de niñas. Al año
siguiente se arrendó una segunda casa
para niños pequeños, y una tercera
para niños más grandes. Los primeros
colaboradores en esta obra ofrecieron
incluso sus muebles personales y su
servicio gratuito.

George Müller pensaba que si él, siendo


un hombre pobre, y sin pedir nada a
nadie sino a Dios, podía conseguir los
medios suficientes para abrir y
mantener una casa de huérfanos,
habría un testimonio concreto de que
Dios contesta las oraciones de su
pueblo. Debido a la demanda de cupos,
pronto se hizo evidente que sería
necesario tener casas propias,
construidas expresamente para tal
propósito.

Como respuesta a la oración, desde el


10 de diciembre de1845, se empezaron
a suceder los donativos. Así fue como
pronto se compraron los terrenos –a un
precio muy rebajado– y se comenzó la
construcción. El 18 de junio de 1849,
los trescientos niños que a esa fecha
eran atendidos, se fueron a su nueva
casa, ubicada en el distrito de Ashley
Down. Ocho años después, en
noviembre de 1857, se inauguró la
segunda casa, para la recepción de
cuatrocientos huérfanos más. Pero eso
no fue todo. En marzo de 1862 se abrió
la tercera, con capacidad para
cuatrocientos cincuenta niños. En
noviembre de 1868 se inauguró la
cuarta, y en enero de 1870, la quinta.
En total, los cinco edificios tenían una
capacidad para más de 2.000 niños y
niñas. No se trataba de construcciones
livianas, levantadas como de
emergencia, sino de piedra, muy
sólidas, que fueron capaces de sortear
el paso de los años.

Veinticinco años pasaron entre la


construcción de la primera y la última
casa, lo cual demuestra que no fue obra
de un solo impulso generoso, ni de
precipitación, sino de paciente espera
en Dios, venciendo los obstáculos y
allanando las dificultades por medio de
la oración.

Un botón de muestra

La fe de George Müller y de sus


colaboradores tuvo muchas ocasiones
de ser probada en el orfanato. ¡Cómo
no, si vivían por fe día tras día! Entre
las variadas experiencias vividas, hay
algunas que no pueden dejar de
mencionarse.

Cierta vez no había nada para ofrecer a


los niños al desayuno. Los niños se
sentaron en torno a las mesas como de
costumbre. Allí estaban los platos y los
jarros, pero no había nada en ellos.
Entonces Müller dijo: «Daremos gracias
a Dios por lo que vamos a recibir». No
bien habían terminado de orar, cuando
sonó un aldabazo en la puerta. Un
lechero mayorista había tenido un
accidente, rompiéndose una de las
ruedas de su vagón, frente a la puerta
del orfanato, por lo cual había
entendido que debía entregar la leche a
los niños. Mientras descargaban la
leche, llegaron unos carritos de la
panadería más selecta de Bristol, con
un mensaje que decía que toda la
hornada de pan de la noche anterior,
por cierto descuido, no tenía la
hermosa presentación de costumbre,
así que la donaban a los niños. Así fue
cómo, con muy poco retraso, los niños
recibieron aquel día su desayuno ¡y en
abundancia!

Algunas veces le preguntaban a Müller:


«¿Por qué no toman el pan a crédito?
Ya que el orfanato es obra del Señor,
¿no pueden ustedes confiar en él que
provea los medios necesarios para
pagar la cuenta al fin del trimestre?».
Parecía una buena pregunta, pero
Müller tenía una mejor respuesta para
ella: «Dios no sólo suplirá lo necesario,
sino que lo hará en el tiempo preciso:
¿Por qué confiar en Dios para el fin del
trimestre y no confiar en él AHORA?
Además, apoyarse en un crédito no
significa en ninguna manera el
fortalecimiento de la fe; y todavía más,
la palabra dice: «No debáis a nadie
nada». Aceptar crédito para los
alimentos sería negar el objeto
fundamental de las casas de huérfanos,
que es mostrar delante de todo el
mundo y delante de la iglesia entera,
que aun en estos días malos, el Dios
vivo está pronto para ayudar, consolar
y socorrer en respuesta a las oraciones
de los que en él confían. No
necesitamos apartarnos de él para
seguir a nuestros semejantes o recurrir
a los métodos del mundo».

Un retrato doméstico

Para ser mejor conocido, George Müller


necesitaba ser visto en su vida
doméstica simple y diaria. A. T. Pierson,
en su libro «George Müller de Bristol»
relata así: «Fue mi privilegio
encontrarlo frecuentemente en el
departamento Nº 3, que era el suyo, en
el orfanato. Su cuarto era de tamaño
medio, bien ordenado, pero
modestamente amueblado, con mesa y
sillas, sofá, escritorio, etc. Su Biblia casi
siempre estaba abierta como un libro
del cual él hacía continuamente uso.

Su aspecto era alto y delgado, siempre


vestido con buen gusto, y muy erguido,
sus pasos eran firmes y fuertes. Su
semblante, en reposo, podría haber
sido considerado como severo, si no
fuese por la sonrisa que tan
habitualmente iluminaba sus ojos y se
movía en sus facciones, y que dejó sus
impresiones en las líneas de su rostro.
Su estilo era de simple cortesía y
dignidad espontánea: nadie en su
presencia se sentiría como
insignificante, y había sobre él un cierto
aire de autoridad y majestad
indescriptible que hacía recordar la de
un príncipe y, sin embargo, mezclado
con todo esto, había una simplicidad
muy similar a la de un niño, que incluso
hacía que ellos se sintieran cómodos
con él. En su hablar nunca perdió el
acento extranjero, y siempre hablaba
con articulación lenta y medida, como si
una doble guardia estuviese colocada
en la puerta de sus labios. Con él, ese
miembro indomable, la lengua, era
domesticada por el Espíritu Santo y él
tenía aquella marca que Santiago llama
de un «varón perfecto, capaz también
de refrenar todo el cuerpo».

Aquellos que lo conocieron sólo un poco


y lo vieron sólo en sus momentos
serios, podrían haberlo considerado
destituido de esa cualidad
peculiarmente humana, el humor. Su
hábito era la sobriedad, pero él gustaba
de un chiste que fuese libre de toda
mancha de impureza y que no poseyera
alguna ofensa a otros. Para aquellos
que conocía mejor y amaba, él mostró
su verdadero yo, en sus arranques
jocosos – como cuando en Ilfracombe,
escalando con su esposa y unos amigos
los cerros que daban vista al mar, él
caminó un poco adelante y se sentó a
descansar, y entonces, cuando ellos
recién se habían sentado, se levantó y
calmadamente dijo: «Muy bien, ya
tuvimos un buen descanso,
prosigamos».

Ninguna cosa era estimada por él como


insignificante e indigna de ser
presentada al Señor. Su amigo más
antiguo, Robert C. Chapman, de
Barnstaple, contó al escritor el
siguiente y sencillo incidente: En sus
primeros años de su amor a Cristo,
visitando a un amigo y viendo que
arreglaba su pluma (de escribir), le
dijo: Hermano H..., ¿usted ora a Dios
cuando arregla su pluma? La respuesta
fue: Sería bueno si yo lo hiciese, pero
no puedo decir que lo hago». El
hermano Müller respondió: «Yo siempre
oro, y así arreglo mi pluma mucho
mejor».

El servicio a Dios era para él una


pasión. En el mes de mayo de 1897, él
fue persuadido de tomarse en Huntly
un pequeño descanso de su constante
servicio diario en el orfanato. En la
tarde que llegó dijo: «¿Qué oportunidad
hay aquí para trabajar para el Señor?»
Cuando se le dijo que él acababa de
salir del trabajo continuo y que aquel
era un tiempo para descansar,
respondió que, estando ahora libre de
sus labores habituales, él sentía que
debería estar ocupado de alguna otra
forma en servir al Señor, para glorificar
a aquel quien era su objetivo en la vida.
Entonces se organizaron reuniones y él
predicó tanto en Huntly como en
Teignmouth.

Un viejo sueño cumplido

Cuando George Müller tenía 70 años de


edad, el Señor le concedió el deseo que
había albergado en su juventud de ser
misionero, y con creces. El 26 de marzo
de 1875 emprendió la primera de varias
giras por el mundo. El orfanato lo había
dejado en buenas manos, las de su
yerno James Wright y su hija Lydia. En
total realizó doce extensas giras entre
sus 70 y sus 87 años de edad,
comenzando por Inglaterra, siguiendo
por Europa, América, Asia Menor
(incluyendo Palestina), Rusia, Australia
y el lejano Oriente. Se calcula que
durante esos diecisiete años dirigió la
palabra a más de tres millones de
personas, habiendo hablado entre cinco
mil y seis mil veces. Recorrió 42 países,
cubriendo más de 320.000 kilómetros y
ejerciendo una influencia imposible de
estimar. 2

En sus viajes misioneros, George Müller


mostró una gran firmeza en cuanto a
las verdades que había aprendido en
sus estudios de las Escrituras, pero
también una actitud de generosidad
para todos los que se mostraban
sinceros creyentes en el Señor Jesús.
No se resignaba a aceptar las divisiones
hechas por los hombres, ni tampoco
quería ocupar un terreno sectario. De
acuerdo con los principios apostólicos,
reconocía como «hermanos» a todos los
salvados por la fe en Jesucristo, no
aceptando nombres denominacionales.
Él pensaba que la unidad de la iglesia
se obtiene por el reconocimiento del
nombre del Señor como suficiente.
«Cristianos», «santos», «hermanos»,
«discípulos», son nombres aplicables
por igual a todos los que han
experimentado el poder regenerador
del Espíritu Santo. Así pues, en sus
relaciones con los demás cristianos era
firme en sus convicciones acerca de la
verdad, pero amoroso para con los que
no habían recibido la misma luz que él.

Arthur T. Pierson recuerda una


conversación que tuvo con George
Müller aprovechando una de las giras
de éste por Estados Unidos. Por aquel
tiempo, A. T. Pierson sustentaba el
punto de vista de que el evangelio debe
primero promover la salvación de toda
la raza humana y solamente entonces
el Señor volverá para reinar. Esto lo
expuso a Müller, y lo hizo con habilidad.
Éste lo oyó en silencio, en su postura
acostumbrada, con los ojos vueltos
hacia el piso y las manos entre las
rodillas. Al final del argumento él dijo:
«Querido hermano, oí todo lo que usted
acaba de decir sobre el asunto. Hay
solamente un error: no tiene base en la
Palabra de Dios». Entonces abrió la
Biblia y durante dos horas mostró lo
que la Palabra de Dios enseña, y
continuó el asunto por diez días. Fue un
acontecimiento definitivo en el
ministerio de A. T. Pierson.

G. H. Lang, en su autobiografía,
recuerda haber oído a George Müller en
una Conferencia de la Asociación
Cristiana de Jóvenes. Habló una hora y
quince minutos. Esto fue lo que escribió
después: «Aunque tenía 92 años, él
permaneció firme y erguido e hizo un
resumen, con voz muy clara, de sus 70
años de servicio a Dios. Sin usar notas,
presentó hechos y datos exactos sobre
la obra de asistencia a los orfanatos,
distribución de folletos y Biblias, así
como de sus viajes por el mundo. El
número de huérfanos atendidos, de
libros distribuidos, de países visitados,
de dinero recibido, hasta el menor
centavo en cada cuenta – todo fue
relatado; y la gran exposición fue
coronada con las memorables palabras:
«Dios todavía está vivo, y hoy, como
hace millares de años atrás, él oye las
oraciones de sus hijos, y ayuda a
quienes confían en él».

La notable preservación de su salud y


fuerza en la vejez, la atribuía Müller,
bajo la providencia de Dios, a tres
cosas: (1) El hábito de mantener una
conciencia sin ofensa delante de Dios y
delante de los hombres. (2) El amor
que sentía por las Sagradas Escrituras y
el poder recuperativo que ejercían en
todo su ser. (3) El contentamiento de
espíritu que tenía en el Señor y en su
obra (encontrándose así aliviado de
toda ansiedad y afán, con su
consiguiente desgaste físico y
nervioso), en todos sus trabajos y
responsabilidades.

Una obra portentosa

Quien leyese el informe financiero anual


del trabajo de George Müller,
descubriría que había un donador
anónimo, que se identificaba como «un
siervo del Señor Jesús que procura
depositar tesoros en el cielo por el
amor constreñidor de Cristo». El
donador no era otro que el propio
Müller. El total de sus ingresos
personales ascendió a 93.000 libras
esterlinas, de las cuales ofrendó para la
obra 81.490 libras, 18 chelines y 8
peniques (unos cuatrocientos mil
dólares) ¡Más del 87 % del total! Él
afirmó: «Mi objetivo nunca fue cuánto
yo iría a conseguir, sino cuánto yo iría a
dar». En el momento de su partida
tenía apenas 169 libras, 9 chelines y 6
peniques (Unos 850 dólares). De esta
pequeña cantidad, cerca de 100 libras
(500 dólares) era el avalúo de sus
libros y muebles, y había solamente 60
libras en dinero (300 dólares), que
estaban esperando para ser donados.

El orfanato, de 5.200 m2, levantado por


George Müller es un gran monumento a
la fe sencilla en la Palabra de Dios.
Cuando Dios puso en su corazón el
deseo de construirlos, él poseía apenas
2 chelines (medio dólar). Sin permitir
que nadie supliese sus necesidades,
excepto Dios, fueron enviadas a él
cerca de un millón cuatrocientas mil
libras esterlinas (unos siete millones de
dólares), para la construcción y
mantenimiento de aquellas casas.
Durante todos los años, desde la
llegada del primer huérfano, el Señor
envió el alimento a su debido tiempo.
Gracias a eso, ellos jamás quedaron sin
siquiera una comida por falta de
provisión.

A más de esto, a la fecha de su muerte,


unas 122.000 personas habían sido
enseñadas en las escuelas sostenidas
por los recursos financieros que el
Señor le había confiado; y cerca de
282.000 Biblias y 1.500.000 Nuevos
Testamentos habían sido distribuidos.
Pero todavía más: 112 millones de
libros cristianos, panfletos y folletos
habían circulado; misioneros de todas
partes del mundo habían sido
auxiliados; y nada menos de 10.000
huérfanos habían recibido cuidados,
gracias a la misma provisión. ¿Cómo
George Müller hizo eso? Sin ningún
apoyo mundial, sin solicitar ayuda a
nadie; sin contraer deudas; sin
comisiones, suscripciones o
membresías, sino solamente por la fe
en el Señor.

George Müller afirmó que él creía que el


Señor le había dado más de 30.000
almas en respuesta a la oración. Y esto,
no sólo entre los huérfanos, sino
también muchos otros por los cuales él
había orado fielmente todos los días, en
la fe que ellos podrían ser salvos. En
uno de esos casos, él oró por dos
amigos durante más de 62 años, tres
meses cinco días y dos horas. Cuando
le preguntaron si esperaba que aquellos
dos amigos fuesen salvos, él respondió:
«Definitivamente, ¿usted piensa que
Dios dejaría de lado una oración de más
de 60 años hecha por uno de sus
pequeños, sin importarle? Poco tiempo
después de la muerte de Müller,
aquellos dos amigos fueron salvos.

El miércoles 10 de marzo de 1898, a los


93 años de edad, George Müller partió
para estar con el Señor.

Perfil de un carácter notable

Según Arthur T. Pierson, tres


cualidades o características resaltan de
manera bastante notable en George
Müller: la verdad, la fe y el amor.

«La verdad es un centro sobre el cual


se refleja la franqueza, la sinceridad, la
transparencia y la simplicidad propias
de un niño. La verdad es la piedra
angular por excelencia, pues sin ella
nada más es verdadero, genuino y
real.»

«Desde la hora de su conversión, su


autenticidad fue en aumento. De hecho,
había en él una escrupulosa exactitud
que, a veces, parecía innecesaria. Más
de alguien sonreía de la precisión
matemática con la cual él relataba los
hechos (en su Diario), dando los años,
días y horas desde que fue traído al
conocimiento de Dios, o desde que
comenzó a orar por algún asunto
concedido, y las libras, chelines,
peniques, medio-peniques, e incluso
cuartos de penique que formaban la
suma total gastada para un
determinado propósito. Vemos la
misma exactitud escrupulosa en la
repetición de las afirmaciones, sean de
principios o de ocurrencias, que
encontramos en su Diario, y en las
cuales frecuentemente no hay ni
siquiera la inexactitud de una palabra.
Sin embargo, todo esto tiene un
significado. Inspira absoluta confianza
en el registro de los negocios del
Señor.»

«La fe era la segunda de las


características centrales de George
Müller, y era únicamente el producto de
la gracia. Él hallaba en la Palabra del
Señor, en su bendito libro, una nueva
palabra de promesa para cada nueva
crisis de prueba o de necesidad; él
colocaba su dedo sobre el texto y
entonces miraba a Dios y decía: «Tú
dijiste. Yo creo». Persuadido de la
verdad infalible de Dios, él descansaba
en Su palabra con fe resuelta y,
consecuentemente, él quedaba en
paz».

«Si George Müller tenía alguna gran


misión, esa no era fundar una
institución de fama mundial, de forma
alguna, aunque fuera útil en distribuir
Biblias, libros o folletos, o en dar un
hogar y alimentar a millares de
huérfanos, o en fundar escuelas
cristianas y auxiliar obreros misioneros.
Su principal misión era enseñar a los
hombres que es seguro creer en la
Palabra de Dios, descansar
implícitamente sobre lo que sea que Él
haya dicho y obedecer explícitamente lo
que sea que Él haya mandado: esa
oración ofrecida en fe, confiando en Su
promesa y en la intercesión de Su
querido Hijo, nunca es ofrecida en
vano; y que la vida vivida por la fe es
un andar con Dios, al lado afuera de las
propias puertas del cielo.»

«El amor, la tercera de esa trinidad de


gracias, era el otro gran secreto y
lección de esta vida. ¿Y qué es el amor?
No meramente un afecto complaciente
por aquello que es amable, lo que es,
frecuentemente, un medio-egoísmo
deleitándose en la asociación y en la
comunión de aquellos que nos aman.
Amor es el principio de altruismo: el
amor «no busca lo suyo propio»; es la
preferencia de la satisfacción y del
provecho del otro, por encima de lo
nuestro, y, por eso, es ejercitado en
dirección a lo ingrato y desagradable,
para que él pueda elevarlos a un nivel
más alto. Tal amor es benevolencia, en
vez de complacencia, y asimismo él es
«de Dios», pues él ama al ingrato y al
malo.»

«Tal es la autonegación del amor.


George Müller escogió la pobreza
voluntaria para que otros pudiesen ser
ricos, y la pérdida voluntaria para que
otros pudiesen ganar. Su vida fue un
largo esfuerzo por bendecir a otros,
para ser el canal de llevar la verdad, el
amor y la gracia de Dios a ellos.»

«A menos que el sacrificio voluntario de


amor sea tomado en cuenta, la vida de
George Müller todavía permanecerá en
el enigma. Lealtad a la verdad,
obediencia a la fe, sacrificio de amor
forman la llave triple que abre para
nosotros las cámaras cerradas de
aquella vida.

Alguien le preguntó cuál era el secreto


de su obra. Él dijo: «Hubo un día en
que yo morí, morí completamente»; y,
tal como él dijo, él se curvó más y más
bajo hasta que casi tocó el piso – «morí
para George Müller, sus opiniones,
preferencias, gustos y voluntad – morí
para el mundo, su aprobación o censura
– morí para la aprobación o censura
incluso de mis hermanos y amigos – y
desde entonces he intentado solamente
mostrarme aprobado delante de Dios».

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